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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Vie 11 Mayo 2012, 3:43 pm

Capitulo 23


La boda se celebró en el salón.
Las superficies de todos los muebles estaban adornadas con flo res frescas, que impregnaban el aire con su fragancia embriagadora. Los treinta y tantos invitados estaban sentados en hileras de sillas co locadas en medio de la estancia, de cara a la chimenea.
Nicholas se hallaba de pie entre Robert y el párroco local, a quien habían pedido que oficiara la ceremonia. Cuando _____ apare ció en la puerta, todas las miradas se volvieron hacia ella y se levantó un murmullo entre los invitados. A Nicholas se le cortó la respiración. _____ era el ser más exquisito que jamás hubiese visto. Su vestido de satén color marfil descendía desde un corpiño con escote en U hasta sus pies formando una columna estrecha y lisa. La suave tela se ensanchaba por abajo y terminaba en una breve cola por detrás. Unos guantes blancos y largos, bordados con hilo de oro y perlas, le cubrían los brazos hasta las mangas cortas y abombadas del vestido.
Llevaba el cabello recogido en un moño sencillo, con cientos de ri zos sedosos que le caían por la espalda y le rozaban la cintura. No lucía otra joya que su anillo de pedida y las sartas de diamantes que le cen telleaban en el pelo. Eran un regalo de bodas de la madre de Nicholas.
Avanzó lentamente hacia él, con sus luminosos ojos castaños de tonos dorados fijos en los suyos. Le dedicó una sonrisa tímida y tem blorosa, produciéndole el «efecto _____».
—Dios mío, Nicholas —susurró Robert con evidente admira ción—. Es fabulosa.
Nicholas, con la atención puesta en _____, no contestó.
Robert le dio un leve codazo en las costillas.
—¿Sabes? No es demasiado tarde para que cambies de opinión —musitó—. Estoy seguro de que podríamos encontrar a alguien dispuesto a ocupar tu lugar para librarte de los horrores del matri monio y todo eso. Quizá yo mismo contemplaría la posibilidad de ofrecerme voluntario.
Nicholas no despegó por un momento los ojos del rostro de _____.
—Otro comentario como ése, hermanito, y acabarás metido de cabeza en los rosales.
Robert soltó una risita y guardó silencio.
La ceremonia duró menos de quince minutos. Después de pro nunciar los votos matrimoniales que los unían para toda la vida, Nicholas rozó ligeramente la boca de _____ con los labios, y el corazón estuvo a punto de estallarle en el pecho. «Ella es mía». No acertaba a abarcar los límites de su euforia. Mientras todo el mundo les daba la enhorabuena y les deseaba lo mejor, él no pudo borrar la sonrisa de satisfacción de su cara.
Un opíparo banquete de boda siguió a la ceremonia, y Nicholas se irritó por el retraso que eso suponía para su partida a Londres. Mien tras cenaba unas finas rebanadas de cordero asado y rodaballo coci do a fuego lento, tuvo que repetirse varias veces que el motivo por el que estaba tan ansioso por llegar a Londres era porque esperaba re cibir noticias del chantajista. El día siguiente sería el primero de ju lio y, como aún no sabía nada de James Kinney, se imponía una visita a Bow Street. Sí, ésos eran los motivos.
Pero entonces posaba la vista en su esposa..., su hermosa, enigmá tica, fascinante esposa, y todos sus pensamientos sobre investigacio nes se escurrían de su mente como las gotas de lluvia de los árboles.
Cuando el largo banquete finalizó por fin, los recién casados se cambiaron los trajes nupciales por ropa de viaje y entre gestos y pa labras de despedida, se pusieron en camino hacia Londres.
Sentado en el carruaje ducal, Nicholas observó a _____ agitar la mano hasta que todos los familiares e invitados quedaron reduci dos a puntos diminutos. Cuando ella se acomodó, al fin, en el lujo so asiento de terciopelo color burdeos, enfrente de él, le sonrió.
—Qué carruaje tan espléndido, Nicholas. Es de lo más conforta ble. Vaya, casi no se sienten sacudidas.
—Me alegra que le des tu aprobación.
—Ha sido una ceremonia preciosa, ¿no crees?
—Preciosa. —Reparó en un paquete envuelto que ella llevaba sobre el regazo—. ¿Qué es eso?
—Es un regalo.
—¿Un regalo?
—Sí, es una palabra que usamos en América para referirnos a al go con que una persona obsequia a otra. —Le tendió el paquete—. Es para ti.
—¿Para mí? ¿Me has comprado un regalo?
—No exactamente. Pero lo entenderás cuando lo abras.
Lleno de curiosidad, Nicholas deshizo el lazo y retiró con todo cui dado el envoltorio. Descubrió el retrato de él que ella había bosquejado junto al arroyo, cuando le había pedido que rememorase su pasa do. Aunque la familia de Nicholas acostumbraba a intercambiar regalos en ocasiones especiales como los cumpleaños, Nicholas había olvidado cuándo por última vez alguien le había hecho un regalo sorpresa. Tardó un minuto entero en recuperar la voz.
—No tengo palabras, _____.
—Oh, cielos. No tienes que decir nada —aseguró ella con un hilillo de voz.
—Pero quiero hacerlo. —Levantó la vista del retrato hacia ella y le extrañó al ver su expresión inquieta—. Supongo que debería de cir «gracias», pero me parece de todo punto insuficiente para un regalo como éste. —Le sonrió—. Gracias.
—¡Ah! No hay de qué. Como no decías nada, pensaba que...
—¿Qué pensabas?
—Que era ridículo regalarle mi burdo bosquejo a un hombre que lo tiene todo, incluidas muchas obras de arte de valor incalculable.
—Mi silencio no se debía a nada parecido, te lo aseguro. Es sólo que no recuerdo haber recibido nunca un regalo tan bonito. Por unos instantes me he quedado sin palabras.
—Su propia franqueza lo sorprendió—. ¿Dónde conseguiste el marco?
—Tu madre tuvo la gentileza de invitarme a rebuscar en el tras tero de Bradford Hall, y fue allí donde lo encontré. —Torció la bo ca en una sonrisa irónica—. No te creerías lo que me costó librarme de las garras de la costurera por unos minutos. A pesar del tiempo que pasé alejada del alfiletero, consiguió confeccionar un vestido de boda magnífico.
—Estoy de acuerdo. —Volvió a envolver con delicadeza el di bujo y lo depositó al lado de ella, en el asiento—. ¿Te importaría sen tarte junto a mí? —le sugirió, dando unas palmaditas al almohadón que tenía junto al muslo.
Ella se instaló a su lado sin dudarlo. En cuanto se hubo acomo dado, él se inclinó y le dio un beso rápido en los labios.
—Gracias, _____.
—De nada. —Le dedicó una sonrisa y él tuvo que luchar contra el impulso de tumbarla sobre sus rodillas y besarla hasta que perdie se el sentido. Decidido a no ceder a tentaciones que pudieran dejar lo dolorido para el resto del trayecto, extrajo una baraja de su bolsillo.
—Tardaremos unas cinco horas en llegar a Londres —dijo, ba rajando las cartas—. ¿Juegas al piquet?
—No, pero me encantaría aprender.
Nicholas descubrió enseguida que a su flamante esposa se le daban excepcionalmente bien los juegos de naipes. Apenas le había expli cado las reglas y ya lo estaba derrotando. Estrepitosamente.
Aunque él había propuesto que jugasen a las cartas para mante ner la mente y las manos apartadas de su esposa, las cosas no mar chaban tal como las había planeado. Jugó bastante bien hasta que ella se quitó la chaqueta corta de su conjunto de viaje. Era imposi ble no fijarse en el modo en que sus generosos pechos se apretaban contra la suave muselina color melocotón de su vestido mientras es-tudiaba sus cartas, frunciendo el ceño con gran concentración.
Luego, para colmo, _____ tuvo calor y se quitó la pañoleta, dejando al descubierto su nívea piel y mostrándole ocasional y tentadoramente una parte de los pechos a través del escote. Él se quedó mirándolos, incapaz de concentrarse; en un abrir y cerrar de ojos perdió por dos puntos.
—¿Estás bien, Nicholas? ¿Te duele la cabeza?
Él alzó la mirada hasta posarla en su rostro.
—En realidad me siento un poco, eh, acalorado. —Descorrió la cortina y respiró con alivio el aire fresco—. Pararemos dentro de unos minutos para cambiar de caballos. —«Gracias a Dios. Necesito aire.»
Mientras el cochero reemplazaba el tiro, Nicholas salió a estirar las piernas con placer. Pero no le quitó ojo a _____, que estaba a cier ta distancia, inclinada sobre unas plantas.
Cuando ella volvió a su lado, la ayudó a subir al carruaje y pro siguieron su camino.
—Adivina lo que he encontrado —dijo su esposa, acomodán dose la falda alrededor.
—A juzgar por tu sonrisa resplandeciente, supongo que has en contrado diamantes.
Ella negó con la cabeza y le tendió su sombrero. Estaba lleno de fresas de color rojo subido.
—Había docenas de ellas. El cochero me ha invitado a recoger todas las que quisiera. —Metió la mano en el sombrero, tomó una fresa y se la dio.
—¿Alguna vez has oído hablar del origen de las fresas? —pre guntó ella, llevándose una a la boca y masticando con delectación.
—No. ¿Es una historia americana?
—En cierta forma, sí. Es un mito de los indios cherokee. Papá me lo contó. ¿Te gustaría oírlo?
—Por supuesto —respondió él, recostándose sobre los almoha dones de terciopelo.
—Hace mucho, mucho tiempo, había una pareja que vivía muy feliz. Pero, después de un tiempo, empezaron a discutir. La mujer abandonó al marido y se dirigió a la tierra del Sol, situada muy lejos, al este. Él la siguió, pero la mujer nunca volvió la vista atrás.
»El Sol se compadeció del hombre y le preguntó si aún estaba en fadado con su esposa. El hombre contestó que no y que quería recuperarla. —Hizo una pausa para llevarse otra fresa a la boca.
—¿Y qué pasó entonces? —preguntó Nicholas, fascinado por su insólito relato.
—El Sol hizo crecer un arbusto de arándanos suculentos justo delante de la mujer, pero ella no les prestó la menor atención. Más tarde hizo brotar unas zarzamoras, pero ella volvió a pasar de largo. El Sol interpuso otras frutas en su camino para tentarla, pero ella se guía adelante.
»Entonces ella vio las fresas, fresas hermosas, maduras, jugosas. Las primeras en el mundo. Después de comer una, volvió a desear a su esposo. Recogió las fresas y emprendió el regreso para dárselas a él. Se encontraron en el camino, se sonrieron y regresaron juntos a casa. —Le dirigió una sonrisa y le ofreció otra—. Ya conoces el ori gen de las fresas.
—Una historia muy interesante —comentó él, con los ojos cla vados en sus labios, húmedos y teñidos de rosa por el jugo de las fru tas. El recuerdo del sabor a fresas de su dulce boca se adueñó de él, y de inmediato se obligó a pensar en otra cosa. Maldita sea, ¿por qué resultaba tan difícil?
Mientras saboreaban las fresas que quedaban, se preguntó qué haría para mantener las manos apartadas de ella durante el resto del viaje. Sin embargo, su esposa resolvió el problema poco después de comerse la última fresa.
—Cielos —dijo, ahogando un bostezo—. Tengo mucho sueño. Le pesaban los párpados, y él exhaló un suspiro de alivio. No le costaría resistir la tentación si ella se quedaba dormida. La atrajo ha cia sí y dejó que apoyara la cabeza sobre su hombro.
—Ven aquí, señorita robusta —bromeó—, antes de que te cai gas al suelo, inconsciente.
—Supongo que eso sería poco digno —dijo ella con voz soño lienta, acurrucándose contra él.
—Un comportamiento por demás impropio de una duquesa —convino él, pero ella ya no lo oyó. Se había quedado dormida. Moviéndose con cuidado para no despertarla, Nicholas se despe rezó y la sostuvo contra su pecho. Embriagado por su aroma a lilas y la sensación de su cuerpo contra el suyo, todos sus sentidos se des-pertaron. Maldita sea, por lo visto resistir la tentación no resultaría tan sencillo como él creía.
Mientras a él le palpitaba la entrepierna, ella dormía. Se sentía ex citado y ardoroso, pero ella estaba relajada y sumida en un lánguido sopor. _____ suspiró entre sueños y lo abrazó con más fuerza.
Demonios, iba a ser un viaje insoportablemente largo.
.Lu' Anne Lovegood.
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Vie 11 Mayo 2012, 3:46 pm

Capitulo 24


_____ despertó poco a poco. Lo primero que notó fue que reinaba la oscuridad dentro del carruaje. Lo siguiente en lo que re paró fue en que estaba tendida cuan larga era sobre los suaves almo hadones de terciopelo.
Después se dio cuenta de que Nicholas yacía a su lado, rodeándo la con los brazos. Ella estaba parcialmente encima de él y tenían las piernas entrelazadas. Intentó apartarse, pero él la abrazó con más fuerza, inmovilizándola donde estaba.
—¿Adónde vas? —preguntó él con un susurro ronco que le provocó una serie de escalofríos a _____.
—Debo de estar aplastándote.
—En absoluto. De hecho, estoy muy cómodo.
Tranquilizada por estas palabras ella se recostó de nuevo, cerró los ojos y aspiró el maravilloso olor de él. Olía a... al paraíso. A sán dalo y a límpida luz del sol. Olía a Nicholas.
Respiró hondo de nuevo y suspiró.
—¿Cuándo llegaremos a Londres?
—Estaremos en casa en menos de una hora. De hecho, aunque me encanta estar aquí acostado, más vale que nos sentemos como es debido y nos recompongamos antes de llegar.
Ella se incorporó y se puso de nuevo su chaqueta corta.
—¿En qué parte de Londres está tu casa?
—Nuestra casa —corrigió Nicholas— está en Park Lane, la misma calle donde se encuentra la residencia de tu tía. Estamos al lado de Hyde Park, en una zona llamada Mayfair. También estaremos muy cerca de Bond Street, así que podrás ir de compras tan a menudo co mo quieras.
—Oh, ir de compras. No puedo esperar.
Su evidente falta de entusiasmo la delató.
—¿Ni siquiera te importan las tiendas? —preguntó él, ostensi blemente sorprendido.
—La verdad es que no. Para mí, ir de tienda en tienda mirando los artículos sin necesidad de comprar nada concreto es una pérdida de tiempo. Sin embargo, si se trata de uno de los deberes de una du quesa, me esforzaré por cumplir con él.
—Seguro que querrás comprar alguna fruslería o algún artículo personal. Después de todo, en algo tendrás que gastarte tu asigna ción.
—¿Asignación?
—Sí, es una palabra que usamos en Inglaterra para referirnos a sumas de dinero que se dan con regularidad. Recibirás una asigna ción trimestral que podrás gastar en lo que más te apetezca.
—¿De qué suma estamos hablando? —inquirió ella, preguntán dose qué podría comprar que no tuviese ya. Él le dijo una cifra y ella se quedó boquiabierta—. No hablarás en serio, ¿verdad? —Era im posible que pretendiese darle tanto dinero.
Incluso en la penumbra, él advirtió que se ponía muy seria.
—¿Qué ocurre? ¿Te parece insuficiente?
Ella lo miró, asombrada, parpadeando.
—¿Insuficiente? Dios santo. Nicholas, ya me imaginaba que esta bas lejos de ser pobre, pero no tenía la menor idea de que pudieras permitirte darme tanto dinero cada diez años, y menos aún cada tri mestre. —Extendió el brazo y le tocó la manga—. Agradezco tu ofer ta, pero no hace falta. Ya tengo todo lo que necesito.
Esta vez fue Nicholas quien se quedó boquiabierto. ¿No sabía que pudiera permitírselo? ¿De verdad acababa de decir que no era nece sario que le concediera una asignación? ¿Qué ya tenía todo lo que necesitaba? Pensó en la legión de mujeres superficiales, avaricio sas, intrigantes y maquinadoras que había en la alta sociedad e in tentó imaginar a una sola de ellas pronunciando las palabras que acababa de oír de boca de _____. Sacudió la cabeza. Dios san to. ¿Era su esposa una persona real?
Continuó mirándola, escrutando sus ojos, y llegó a una conclu sión clara: sí. Esa mujer, su esposa, era absolutamente real. Era bon dadosa, amable y desinteresada. Aunque él no había estado buscan do, de hecho había encontrado un auténtico tesoro. «Y yo que creía que ella había reaccionado así porque la asignación le parecía irriso ria», se dijo. Hizo un gesto de contrariedad ante su propia estupidez.
La suave voz de _____ interrumpió sus cavilaciones.
—Te he disgustado. Lo siento.
—No estoy disgustado, _____. Estoy.. asombrado.
—¿En serio? ¿Por qué?
Él le tomó la mano y se la llevó a los labios.
—Porque tú eres asombrosa. —Mientras le besaba el centro de la palma, el carruaje se detuvo, señal de que habían llegado a su des tino—. Continuará —prometió él en un tono lleno de sobreenten didos que encendió las mejillas de _____.
Se apearon y él la guió a través de la elaborada verja de hierro for jado. En cada ventana de la elegante casa de ladrillo brillaban velas, inundando el edificio de una luz cálida, acogedora y matizada. Cuan do se acercaron, las enormes puertas dobles se abrieron de par en par para recibirlos.
—Bien venido a casa, excelencia —dijo el mayordomo, y los acompañó hasta el vestíbulo revestido de mármol.
—Gracias, Carters. Ésta es la señora de la casa, su excelencia la duquesa de Bradford.
El mayordomo hizo una profunda reverencia.
—La servidumbre os expresa su más sincera enhorabuena por vuestro desposorio, excelencia —le dijo a _____, con una expre sión muy seria en el adusto semblante.
—Gracias, Carters —respondió ella sonriendo.
Nicholas siguió su mirada hacia el grupo de criados que estaban colocados en fila detrás de Carters, esperando para saludarlos. No cabía en sí de orgullo cuando ella dio un paso al frente y les sonrió.
Carters le presentó uno a uno a todos los componentes del servicio, y todos ellos quedaron encantados con esa nueva patrona que repe tía sus nombres y dedicaba a cada uno de ellos una sonrisa amistosa. La esposa de Nicholas compensaba con creces su falta de refinamiento y sofisticación con su forma de ser afectuosa y espontánea.
—Es tarde, Carters. Os sugiero a ti y al resto del servicio que os retiréis —le indicó Nicholas una vez que acabaron las presentacio nes—. Yo acompañaré a la duquesa a sus aposentos.
—Por supuesto, excelencia. —Carters se inclinó de nuevo y se marchó con los demás, dejando a Nicholas en el enorme vestíbulo, a solas con su esposa.
—Carters me intimida un poco —susurró ella—. ¿No sonríe nunca?
—Nunca, al menos que yo recuerde.
—¿Dónde diablos encuentras a gente tan terriblemente seria?
Incapaz de resistirse a tocarla, Nicholas retorció uno de sus rizos color castaño rojizo entre sus dedos.
—La familia de Carters ha estado al servicio del duque de Brad ford desde hace tres generaciones. Nació serio.
La tomó del brazo y la condujo a la primera planta por la escale ra curva. Ella volvía la cabeza de un lado a otro, inspeccionando su nuevo hogar.
—Cielos, esto es fabuloso. Como Bradford Hall. ¿Son así de magníficas todas tus residencias? ¿No posees algo más... pequeño?
Nicholas reflexionó unos instantes.
—Hay una casita modesta en Bath.
—¿Cómo de modesta?
—De unas veinte habitaciones, más o menos.
—Una casa de veinte habitaciones difícilmente puede calificar se de modesta —rió ella.
—Me temo que es lo más sencillo que tengo. Si quieres, puedes comprar una choza o una casucha con tu asignación. —Le dedicó un guiño travieso—. Algo de sólo diez habitaciones. —Hizo una pausa y abrió una puerta—. Hemos llegado.
Ella cruzó el umbral y dio un grito ahogado. La alcoba estaba de corada con marfil y oro, desde los cortinajes de terciopelo color cre ma hasta la suntuosa alfombra persa bajo sus pies. Varias lámparas colocadas a baja altura bañaban la estancia entera en una luz suave, y un fuego acogedor ardía en la chimenea de mármol.
—Qué habitación tan hermosa —exclamó ella, encantada. Deslizó los dedos sobre el brocado de oro del sofá y los sillones a juego. Abriendo los brazos comenzó a girar sobre sí misma, haciendo on dear los pliegues de su falda—. ¿Qué hay ahí? —preguntó, señalando o una puerta que se veía al fondo.
—Un cuarto de baño contiguo a mis aposentos. Forma parte de las reformas que he realizado hace poco y resulta bastante innovador. Tu doncella está preparándote un baño ahora. Te esperaré en mi habitación. —Le acarició la mejilla y se marchó, cerrando la puerta tras Sí.
_____ abrió la puerta del baño y se encontró con una joven tímida.
—Buenas tardes, excelencia. Me llamo Katie. Soy vuestra doncella.
Gracias a Dios no había nadie más en la habitación, pues de lo contrario _____ habría torcido el cuello en una y otra dirección, buscando a «su excelencia», como había hecho en el vestíbulo cuan do Carters le había presentado sus respetos. Sin duda tardaría un tiempo en acostumbrarse al tratamiento.
Katie la ayudó a desvestirse y a meterse en la bañera, que, para sorpresa de _____, no sólo estaba empotrada en el suelo, sino que era lo bastante grande para dos o incluso tres personas. Exhaló un suspiro de felicidad mientras se sumergía en el agua con aroma a lilas. Cuando emergió, quince minutos más tarde, la piel le cos quilleaba de placer.
—Os he preparado vuestro bonito camisón, excelencia —le di jo Katie.
—Muchas gracias. Es un regalo de mi tía. Estoy deseando verlo.
—Es increíblemente bonito.
_____ decidió que «increíble» era, desde luego, una palabra apropiada. La prenda era bonita, sin duda, un modelo diáfano en un tono muy pálido de azul, pero se le pegaba a cada una de sus curvas de un modo que sólo podría describirse como indecente.
—¡Cielos! ¿En qué diablos estaría pensando tía Joanna? —ex clamó, consternada por la extensión de piel que el escote dejaba al descubierto. La tela apenas le cubría los pezones. Por detrás, la pren da no era más recatada: tenía toda la espalda desnuda hasta las cade ras—. No puedo ponerme esto.
—Estáis impresionante, excelencia —le aseguró Katie.
—Tal vez la bata lo arregle un poco —murmuró _____. Pero no lo arreglaba en absoluto. La bata a juego sólo consistía en unas mangas largas y una espalda hecha de metros de una tela que colgaba hasta el suelo. Estaba ribeteada con un encaje color crema que únicamente servía para resaltar su piel desnuda.
—Nunca había visto una bata como ésta —jadeó _____, in tentando en vano juntar ambos lados para cubrirse—. ¿Qué demo nios voy a hacer? Y, lo que es más importante, ¿qué va a decir mi ma rido?
—Por alguna razón, creo que su excelencia estará encantado.
.Lu' Anne Lovegood.
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Vie 11 Mayo 2012, 3:51 pm

Captitulo 25


Su excelencia, efectivamente, se mostró encantado cuando abrió la puerta de sus aposentos en respuesta a sus golpecitos. De hecho, se quedó sin aliento.
Ante él se alzaba una visión envuelta en seda de un color azul muy pálido. Una visión de cabello castaño rojizo cuya nívea piel bri llaba bajo un tentador salto de cama que apenas la cubría. Su mira da comenzó a descender desde el rostro arrebolado de ella por su es cote atrevido y la prenda que se adhería provocativamente a su figura. Inmediatamente sintió una presión en la entrepierna.
—Estás deslumbrante —comentó en voz baja, llevándose una mano de _____ a los labios.
Ella carraspeó.
—Me siento bastante... desnuda. No logro entender qué pre tendía mi tía al regalarme semejante conjunto.
Nicholas se esforzó por no reír y la condujo a su espaciosa alcoba. Sabía exactamente qué pretendía lady Penbroke y se lo agradeció pa ra sus adentros.
—Deslumbrante —le aseguró de nuevo.
—De modo que ¿está contento el duque?
—El duque está muy contento.
—Entonces supongo que estoy cumpliendo mi deber de duquesa.
—¿Lo ves? Te dije quesería sencillo. —Le señaló una mesa peque ña y dispuesta con esmero junto a la chimenea—. ¿Tienes hambre?
—No.
—¿Sed?
—No.
—¿Estás nerviosa?
—Hum... —Una sonrisa compungida se dibujó en sus labios—. Sí. Pero estaba haciendo un gran esfuerzo por disimularlo.
—Me temo que la expresividad de tus ojos te delata..., como también el rubor que tiñe tus mejillas y el hecho de que estás retor ciéndote los dedos.
_____ bajó la vista hacia sus manos y desenlazó los dedos.
—¿Sabes qué es lo que va a ocurrir entre nosotros, _____? —preguntó él, deslizándole la punta del dedo por la tersa mejilla. Ella alzó los ojos para mirarlo a la cara.
—Claro —respondió, sorprendiéndolo con su naturalidad—. Estoy familiarizada con el estudio de la cría de animales y la anato mía humana.
—Ah..., entiendo. —Se acercó a ella y le posó las manos sobre los hombros—. Bueno, no sé si te servirá de consuelo, pero yo tam bién estoy nervioso.
Ella abrió los ojos como platos.
—¿Quieres decir que tampoco has hecho esto nunca?
Nicholas ahogó una carcajada.
—No, no es eso lo que quiero decir.
—Mi aprensión deriva del miedo a lo desconocido. Si no es este tu caso, ¿por qué estás nervioso?
«Porque quiero que esta noche sea perfecta para ti, en todos los sentidos. Nunca imaginé que sería tan importante para mí que tú quedaras satisfecha», pensó él. Además, se sentía inseguro ante la idea de seducir a una inocente. Siempre había evitado a las vírgenes como a la peste, pero ahora debía afrontar la inquietante tarea de desflorar a su esposa.
—La primera vez que dos personas hacen el amor siempre resulta un poco incómoda —dijo—. No quiero hacerte daño.
—Y yo no quiero decepcionarte.
La miró de arriba abajo. Eso no era muy probable. Ofrecía un aspecto maravilloso e increíblemente dulce. Y tan inocente... Y atrac tiva. Además, su atuendo era de lo más provocativo. Su mirada se perdió en su pronunciado escote y vio la rosada parte superior de sus pezones que asomaban por el borde. Su sexo se hinchó inmediata mente, y él tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no soltar un quejido.
—Tienes el ceño fruncido —observó ella, apartándose intranqui la—. ¿Te preocupa algo? Con gusto hablaré contigo de tus problemas.
—¿ En serio?
—Por supuesto. Es obligación de una esposa aliviar las preocu paciones de su marido, ¿no es cierto?
Dios todopoderoso, se moría de ganas de que ella aliviase sus preocupaciones.
—En ese caso, te diré en qué estoy pensando. —«Y te lo mos traré», dijo para sus adentros.
La atrajo delicadamente hacia sí hasta que sólo los separaban unos centímetros. Ella alzó la barbilla y lo miró con ojos inquisi tivos.
—Estaba pensando —empezó a decir él— que me gustaría que te soltaras el pelo.
Alargó el brazo y le desabrochó el prendedor incrustado de per las que le sujetaba el cabello en lo alto de la cabeza. Cientos de ri zos largos y suaves se desparramaron cayéndole a _____ por la espalda, hasta que las puntas le rozaron las caderas. Nicholas hundió los dedos entre los sedosos mechones y se los llevó a la cara.
—Tienes un cabello increíble —susurró, aspirando la fragancia floral de sus bucles color castaño rojizo—. He deseado tocarlo, des lizar las manos por él, desde la primera vez que te vi.
Ella lo miraba fijamente, inmóvil, con los ojos muy abiertos.
—También estaba pensando en el aspecto tan suave que tiene tu piel —prosiguió él, siguiendo con los dedos la línea que descendía desde las mejillas hasta el cuello, y de ahí hasta el hoyuelo situado entre las clavículas. Un débil gemido escapó de los labios de ella cuando sus dedos descendieron aún más y rozaron la turgencia de sus senos casi desnudos.
Nicholas colocó las manos sobre los hombros de ella y deslizó con suavidad la bata hacia abajo a lo largo de sus brazos caídos, hasta que la prenda se arrebujó a sus pies. Nicholas se quedó sin palabras, inca paz de apartar la vista de su sobria belleza, del brillo de deseo que empezaba a asomar en sus ojos.
—¿En qué estás pensando ahora? —preguntó ella en un susurro al ver que él continuaba contemplándola en silencio.
—Prefiero enseñártelo. —Le tomó el rostro entre las manos y notó que a _____ el pulso le latía a gran velocidad en la base de la garganta, casi tan deprisa como a él. Bajó la cabeza y la besó, mo viendo los labios con delicadeza al principio, y después con presión creciente. Cuando su lengua buscó el camino al interior de su boca, ella la recibió con la suya. Él soltó un gemido y la abrazó con fuerza, deslizando las manos por la espalda que el atrevido camisón dejaba al descubierto.
Bajó las manos hasta sus nalgas y la levantó, apretando el muslo de ella con su miembro excitado. Ella emitió un jadeo que se convir tió en un gruñido gutural cuando él se frotó suavemente contra ella.
—Dios, tocarte es delicioso —le susurró Nicholas al oído. Ella se estremeció entre sus brazos... Era un estremecimiento de placer que la recorrió de la cabeza a los pies—. Tan increíblemente delicioso...
Sus manos se apartaron de las tentadoras nalgas y subieron, ex plorando sus curvas, su tronco, hasta apretar entre sus palmas los la dos de sus generosos pechos. Ella pronunció su nombre con un sus piro cuando él comenzó a mover lentamente los pulgares en círculo en torno a sus pezones cubiertos de seda.
Tomó los pechos en sus manos, acariciando suavemente sus puntas excitadas a través de la vaporosa tela de su vestido, sin apartar la mirada de su rostro. A _____ la sangre le subió a las mejillas y los ojos se le cerraron cuando él introdujo los dedos en el escote de su camisón y le tocó la sensible piel.
—Mírame, _____ —le ordenó en voz baja mientras sus de dos jugueteaban con sus pezones—. Quiero verte los ojos.
Ella levantó despacio los párpados y clavó en él una mirada vi driosa y soñadora. Él deslizó los dedos bajo los tirantes de su camisón y lo hizo bajar muy despacio por su cuerpo.
Centímetro a centímetro, ella se reveló ante él, en una tortura lenta y sensual que aumentaba junto con su deseo. Sus pechos turgentes y voluptuosos, con los pezones erectos hacia delante, parecían suplicarle que los tocara. Su estrecha cintura daba paso a unas caderas sutilmente redondeadas. El camisón resbaló de entre los de dos de Nicholas y cayó a los pies de _____, dejando al descubierto una tentadora mata de rizos castaños entre sus muslos y unas piernas largas y esbeltas. De inmediato él se imaginó esas piernas alrededor de su cintura y sintió una explosión de deseo en su interior.
—_____..., eres preciosa..., perfecta. —Sabía que desnuda se ría muy bella, pero literalmente lo dejaba sin aliento. Se agachó, la levantó en brazos, la llevó a la cama y la depositó con cuidado sobre la colcha. Se quitó la ropa tan rápidamente como se lo permitieron sus manos trémulas y se acostó a su lado.
Ella se acodó de inmediato sobre el lecho, recorriendo el cuerpo de Nicholas ávidamente con la mirada. Él se obligó a permanecer quie to, dejando que ella lo contemplara hasta hartarse.
—Nunca antes había visto a un hombre desnudo —reconoció ella, posando la vista en todos los rincones de su cuerpo, abrasándo le la piel.
—Me alegro de oírlo.
_____ se quedó observando su miembro, tan erecto que in cluso la mirada de ella le dolía.
—Dime, ¿son todos los hombres tan... impresionantes como tú?
—Me temo que no lo sé —soltó él, aunque no creía que ningún otro hombre hubiera estado nunca tan excitado como él en ese mo mento. Y ella ni siquiera lo había tocado aún.
Necesitaba sentirla, saborearla. Entre sus brazos, en su boca, aho ra mismo.
Empujándole suavemente la parte superior del cuerpo para que la apoyara de nuevo en la cama, bajó la cabeza y rodeó uno de sus pezones endurecidos con sus labios. Ella profirió un quejido y enre dó sus dedos en su pelo, arqueando la espalda, ofreciéndose más to davía a su boca. Él atendió a su ruego silencioso, dedicando genero samente su atención a un pecho y luego al otro, con sus labios y su lengua.
—Madre mía —resopló ella—. Me siento tan... —Su voz se per dió en un suspiro etéreo.
Él alzó la cabeza.
—Tan... ¿qué? —La visión de ella, con su magnífica cabellera dispersa alrededor, los pezones húmedos y erectos por la acción de su lengua, sus ojos llenos de pasión, casi lo dejó sin sentido.
—Tan caliente. Tan temblorosa. Y... llena de deseo. —Comen zó a moverse sin parar, y Nicholas apretó los dientes cuando su suave vientre le rozó la virilidad.
Dios, sí, entendía perfectamente esas sensaciones, pero él estaba quemándose vivo. Estremecido. Desesperado. Nunca había deseado tanto a una mujer, hasta el extremo de que le temblasen las manos, de que no pudiese pensar con claridad.
Le acarició el abdomen y ella exhaló un suspiro largo. —Abre las piernas para mí —le susurró Nicholas al oído.
Ella obedeció, separando los muslos para darle acceso a la parte más íntima de su cuerpo.
En el instante en que la tocó, los dos gimieron. Con infinito cui dado, la estimuló con un movimiento suave y circular hasta que las caderas de ella empezaron a moverse en círculos bajo su mano. Nicholas se sentía tan inflamado de deseo que estaba a punto de abando nar su determinación de avanzar poco a poco.
Le introdujo un dedo con suma delicadeza, y de inmediato sin tió una presión cálida y aterciopelada. Estaba tan apretada..., tan ca liente y tan húmeda... Su miembro excitado se tensó, y una fina ca pa de sudor apareció en su frente.
Sus miradas se encontraron. Ella alzó la mano y le tocó la cara con ternura.
—Nicholas...
Él había imaginado que oírla pronunciar su nombre con una voz susurrante y llena de pasión aumentaría su deseo, pero la realidad le hizo perder el control por completo. Se colocó entre sus muslos y, despacio y con reverencia, la penetró hasta que llegó al himen. Intentó traspasar la barrera sin causarle dolor, pero era imposible. Cons ciente de lo que había que hacer e incapaz de esperar un segundo más, aferró sus caderas con las manos y empujó con ímpetu, hundiéndose en ella hasta lo más hondo.
El gemido de ella le atravesó el corazón.
—Lo siento mucho, cariño —musitó él, reuniendo las fuerzas suficientes para permanecer totalmente quieto—. ¿Te he hecho daño?
—Sólo por un instante. Más que nada, me has sorprendido.
—Una sonrisa jugueteó en sus labios—. Me has sorprendido de un modo maravilloso. Por favor, no pares.
No hizo falta que se lo pidiera dos veces. Apoyando el peso de su tronco en las manos, se deslizó lentamente adentro y afuera de su se xo húmedo y caliente. Se retiraba hasta casi abandonarla, sólo para sumergirse profundamente en su calor. _____ lo miraba fija mente, y él observó en la profundidad dorada de sus ojos castaño to dos los matices del placer. Ambos movían las caderas rítmicamente, y él apretó los dientes, pugnando por recuperar el control, decidido a darle placer antes de liberar el suyo propio. Pero por primera vez en su vida este propósito le pareció imposible de cumplir. El sudor le cubría la piel, y los hombros le dolían a causa del esfuerzo de re trasar su clímax.
Cuando el sexo de ella se apretó en torno al suyo él la miró, co mo hipnotizado. _____ arqueó la espalda y se entregó por com pleto a la pasión. Su reacción desinhibida era una visión tan increí ble, tan erótica, que él perdió todo control. Incapaz de contenerse más, la embistió y palpitó durante un momento interminable en el que casi perdió el sentido, derramándose en su cálido interior.
Cuando la hinchazón remitió por fin, la abrazó y rodó de ma nera que los dos quedaron de costado. Sus cuerpos encajaban per fectamente el uno en el otro. Ella lo estrechó con fuerza y colocó la cabeza bajo su barbilla, con los labios pegados a su garganta.
Su dulce beso lo deleitó como una caricia, y el «efecto _____» se apoderó de él. Todavía respiraba de forma irregular, por lo que se obligó a hacer inspiraciones profundas y pausadas. Ella posó la ma no sobre su corazón desbocado y se acurrucó contra él, como para sentirse más segura.
Dios. Ella era tan deliciosa... Y era suya. Toda suya. Sus labios se curvaron en una sonrisa de satisfacción. Acariciándole la espalda, es peró a que su pulso se normalizara.
Su ritmo cardíaco tardó un buen rato en volver a la normalidad, y como _____ guardaba un silencio insólito en ella, Nicholas pen só que se había quedado dormida. Se recostó ligeramente para con templarla y se sorprendió al ver que alzaba la barbilla y lo miraba a los ojos, con expresión seria e inmutable.
—Debo decirte, Nicholas, que mis estudios de anatomía no me habían preparado en absoluto para las maravillosas sensaciones que acabamos de compartir.
«Mis experiencias previas tampoco me prepararon en absolu to», pensó Nicholas. Le apartó con delicadeza un rizo rebelde de la frente, sin saber qué decir. Lo cierto es que su esposa lo había de jado sin habla.
Ella le atrapó la mano, se la llevó a la mejilla y luego le dio un beso.
—Ha sido como si hubieras encendido una cerilla y me hubie ras prendido fuego. Como si cayese desde un precipicio y flotara sua vemente hasta el suelo rodeada de nubes de algodón. Como si nues tras almas se fundiesen en una. —Sacudió la cabeza y arrugó la frente—. ¿Tiene algún sentido todo eso?
Él nunca había sentido nada remotamente parecido a lo que aca baba de experimentar, al hacerle el amor a esa mujer. Nunca antes lo había consumido un impulso tan posesivo, una increíble sensación de ternura.
—Tiene todo el sentido del mundo —aseguró—. Y es algo que mejora con el tiempo.
_____ puso cara de pasmo al oír esas palabras.
—¿Mejora? Cielo santo, ¿cuánto puede llegar a mejorar?
—Estaré encantado de mostrártelo.
_____ soltó un gritito ahogado, sobresaltada, cuando él se colocó boca arriba y ella de pronto se encontró sentada a horcajadas sobre sus musculosos muslos. Al bajar la vista hacia él, el corazón le de jó de latir por unos instantes. Dios bendito, era el hombre más apuesto que hubiese visto jamás.
—Al parecer me tienes bajo tu poder, esposa —dijo él con una media sonrisa traviesa—. Me pregunto qué piensas hacer al respecto. —Entrelazó las manos bajo la cabeza y la observó con sus ojos negros y centelleantes.
Ella bajó la mirada lentamente, estudiando el fascinante cuerpo masculino. Los remolinos de vello negro que le cubrían el pecho se estrechaban en su abdomen hasta formar una delgada línea que volvía a ensancharse hacia la entrepierna.
Al contemplar esa parte de él, a _____ se le cortó el aliento. La visión de su miembro erecto y excitado la cautivó y la intrigó a la vez. Ansiaba tocarlo..., tocar esa parte de su cuerpo..., tocarlo por todas partes. Poco a poco, volvió a fijar la vista en sus ojos ardientes.
—Tócame —la invitó él, con una voz semejante a una caricia suave y áspera a la vez—. Estoy totalmente a tu disposición. Explo ra todo lo que desees.
Sin esperar a que la incitase más, ella se inclinó hacia delante, le colocó las manos en los sobacos, bajo sus brazos, y deslizó los dedos muy despacio por su cuerpo. Fascinada, observó cómo se le estre mecían los músculos a su contacto. Él gimió y la miró a través de los párpados entornados con sus ojos oscuros y tormentosos.
—¿Te gusta? —susurró ella.
—Hum...
Animada por su muestra de asentimiento, _____ se dejó lle var por la curiosidad. Le pasó los dedos por el crespo vello del pecho, maravillándose de la combinación de texturas: la flexibilidad del ve llo sobre la piel cálida que cubría sus duros músculos. Cada con tracción de esos músculos y cada gemido que él emitía aumentaban la confianza de _____.
Deseosa de proporcionarle tanto placer como él le había dado, imitó las acciones previas de Nicholas. Se inclinó hacia adelante, le be só el pecho y como recompensa él profirió un sonido parecido a un quejido. Ella sacó la lengua y le acarició delicadamente con ella una de sus tetillas planas y marrones. Un gemido le indicó que eso le gus taba. Su lengua se movió con más atrevimiento, lamiéndole prime ro una tetilla y luego la otra, metiéndoselas en la boca y rodeándolas lentamente con la lengua. Conforme los gemidos de él se hacían más largos, la invadió una satisfacción femenina por el hecho de ser ca paz de afectar a ese hombre poderoso de un modo tan intenso.
Nicholas apretó las mandíbulas y rogó al cielo que le diera fuerzas. Cuando había invitado a _____ a explorar su cuerpo, no era cons ciente de la dulce tortura a la que lo sometería. Su miembro, dolo rosamente estimulado, ansiaba hundirse en ella, imploraba desaho go, pero si él sucumbía a su irrefrenable impulso, sin duda la asustaría. Además, interrumpiría la minuciosa exploración que ella llevaba a cabo, a todas luces una espada de doble filo. No sabía cuán to más podría soportar, pero de ninguna manera quería que su es posa se detuviese.
Se las arregló de algún modo para mantener las manos enlazadas tras la cabeza, pero se le habían entumecido los dedos de apretarlos tan fuerte. Hasta esa noche había creído poseer un gran control de sí mismo; su mente dominaba a su cuerpo y no viceversa. Siempre había sido capaz de aplazar su clímax tanto como quisiera.
Pero esa noche no.
No mientras las dulces manos de _____ recorriesen su cuer po, mientras su suave lengua lo acariciara, mientras su miembro se tensara, duro como una piedra y a punto de estallar. No mientras...
Ella le rozó el pene con las puntas de los dedos, y Nicholas sintió una fulminante oleada de deseo.
Apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza mientras las manos de ella lo acariciaban, moviéndose arriba y abajo a lo largo de esa par te de él que ardía y palpitaba por ella. El deseo lo acometió en suce sivos embates, ahogándolo en un mar de sensaciones. Si ella no se detenía pronto, él explotaría en sus manos. Segundos después ella le rodeó el tallo con los dedos, apretó ligeramente y él supo que estaba perdido. Ningún hombre podía aguantar tanto.
No podía contenerse más.
Con un gemido de agonía, tendió a _____ boca arriba y se hundió en ella con una acometida profunda y potente.
—¡Nicholas!
—Dios, lo siento. —No podía creer que la hubiese embestido con la falta de delicadeza de un jovencito atolondrado. Y todo por que no pudo evitarlo, no logró controlarse. El dominio de sí mismo se le había escapado de las manos. Sin embargo, comprendió con irritación que si hubiera esperado un poco más antes de penetrarla, se habría escurrido como no lo había vuelto a hacer desde que era un muchacho. Una fuerza que no podía dominar ni entender lo tenía en su poder. Apoyó la frente en la de _____ y luchó por contro lar lo incontrolable.
Ella le tomó la cara entre sus delicadas manos.
—¿Te he... molestado de alguna manera? —Su tono denotaba confusión e inquietud, y Nicholas se habría reído de su ridícula pre gunta si hubiera tenido el aliento suficiente.
—No. Me has causado mucho placer. Demasiado —musitó con una voz ronca que no reconoció. Empezó a moverse con ella, con un vaivén largo y enérgico—. _____..., rodéame con las piernas.
Ella alzó sus largas piernas y, entrecruzando los tobillos tras la es palda de Nicholas, se balanceó al compás de cada uno de sus movi mientos al tiempo que él la acometía, cada vez más deprisa y con más ímpetu. Nicholas, sumido en una vorágine de sensaciones, la oyó mur murar su nombre una y otra vez, la sintió latir alrededor de él, apre tándolo con su sexo aterciopelado y caliente.
Abandonándose por completo, se hundió en ella repetidamen te, con el corazón golpeándole el pecho. Su clímax lo asaltó con tan ta fuerza que su última embestida estuvo a punto de lanzar a _____ contra la cabecera. Se desplomó sobre ella, agotado, y dejó caer la cabeza en su hombro. Tenía la piel empapada en sudor, y su res piración entrecortada le quemaba los pulmones. No habría podido moverse aunque le fuera la vida en ello.
Al cabo de un rato ella se removió debajo de él y logró levantar le la cabeza. Él miró sus bellos ojos, que irradiaban una ternura que le llegó a lo más hondo.
Ella le pasó las puntas de los dedos por los labios.
—Eres maravilloso —susurró.
Sus palabras fluyeron sobre él, lo envolvieron, y el corazón le brincó en el pecho. «Eres maravilloso.» Había oído esas palabras antes, de boca de alguna amante satisfecha, pero esta vez sabía que era distinto. Porque la persona que las pronunciaba también era distinta. Y porque intuía que no se refería a sus dotes amatorias.
«Eres maravilloso.» Ninguna otra mujer se lo había dicho refiriéndose en realidad a él, a que él era maravilloso. Diablos, sabía que no lo era, pero el placer lo invadió de todas maneras.
Una sensación de... ¿de qué?... lo rodeaba. ¿De bienestar? Sí, pero había algo más. Otro sentimiento que no acertaba a identificar y que lo llenaba de satisfacción y calidez. Tardó un momento en des cubrir de qué sentimiento se trataba. Hacía tanto que no lo experimentaba que al principio no lo había reconocido.
Era la felicidad. Ella lo hacía feliz.
Pero se recordó que todavía había preguntas sin respuesta sobre su esposa. _____ guardaba secretos de su pasado que no había compartido con él. Y su matrimonio era de conveniencia.
Aunque resultaría tan fácil persuadirse de lo contrario...
.Lu' Anne Lovegood.
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● Una Boda Imprevista●  «NickJ&Tu» «Terminada!» - Página 5 Empty Re: ● Una Boda Imprevista● «NickJ&Tu» «Terminada!»

Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Vie 11 Mayo 2012, 3:56 pm

Capitulo 26



Robert se encontraba en el salón de Bradford Hall, y aún le resonaba en los oídos la estremecedora noticia que el magistrado aca baba de comunicarles. «Tenía la cara destrozada, imposible de identificar, pero saltaba a la vista que era un alguacil. Llevaba la chaqueta roja de Bow Street. Parece tratarse de un robo, pero tendremos que llevar a cabo una investigación. El mozo de cuadra de ustedes se lle vó un buen susto al encontrar el cadáver así. Tendremos que notificar a su excelencia de inmediato.»
—No logro imaginar qué estaría haciendo un alguacil en las rui nas —le dijo Robert a Jackson, que se hallaba junto a la repisa de la chimenea— Pero fuera cual fuese la razón, esta historia me da mala espina.
—Tal vez Nicholas conociese al hombre —aventuró Jackson—. Lo averiguaremos mañana cuando lleguemos a Londres.
—Sí, He dispuesto que traigan el carruaje al alba. No le he dicho a madre ni a Caroline por qué nos vamos, pero siempre se mueren de ganas de viajar a la ciudad, gracias a Dios. —Robert se pasó las manos por el cabello—. No me ha parecido muy adecuado comunicarles que Mortlin había descubierto un cadáver entre los matorrales y que quizás haya un asesino suelto por aquí. Por supuesto, madre se ha mostrado reacia a interrumpir el viaje de novios de Nicholas y _____, así que te agradezco que nos hayas invitado a alojarnos en tu casa de la ciudad.
—Es un placer para mí —respondió Jackson, apurando su copa de brandy.
—Me tranquiliza que los últimos invitados, incluida lady Penbroke, se hayan marchado esta mañana —prosiguió Robert—, por lo que no ha sido necesario presentarles excusas.
—En efecto —dijo Jackson, sirviéndose otro brandy y tomándo selo de un trago.
Robert se quedó mirándolo.
—¿Te encuentras bien?
—Estoy bien, ¿por qué lo preguntas?
—Porque prácticamente has vaciado la licorera de brandy en los últimos cinco minutos.
—Es sólo que estoy un poco nervioso, supongo.
Robert asintió con la cabeza.
—Te entiendo perfectamente. —Consultó el reloj que descan saba sobre la repisa—. Es casi medianoche. Me retiro y te sugiero que hagas lo propio.
—No tardaré. Buenas noches.
En cuanto Robert hubo salido de la habitación, Jackson se sirvió otro brandy. Apoyado en la repisa de la chimenea contempló las lla mas, intentando deducir qué estaba haciendo un alguacil en Brad ford Hall y por qué lo mataron. Nada estaba claro salvo el hecho de que Robert, su madre y Caroline debían marcharse de allí hasta que el misterio se resolviese. Se le hizo un nudo en el estómago. Si algo le ocurriese a Caroline...
Se bebió media copa y cerró los ojos. No. Caroline no sufriría ningún daño; él se aseguraría de ello. Pero primero tendría que so brevivir al viaje de cinco horas que lo esperaba al día siguiente.
Cinco horas en un carruaje con Caroline. Cinco horas tenién dola al alcance de la mano, cinco horas aspirando su delicada fra gancia.
Cinco horas de tortura inhumana.
Se le revolvieron las tripas sólo con pensarlo. Una cosa era evi tarla en medio de una multitud y otra muy distinta intentar fingir indiferencia en un carruaje. Y delante de su hermano y su madre, por si fuera poco.
Maldición, ¿cuándo demonios se había desarrollado Caroline? La había visto Jackson de veces y nunca se había fijado en ella. Siem pre había sido «la pequeña Caroline» hasta esa noche, hacía dos me ses, en que había bailado un vals con ella. Desde entonces le parecía que no podía dejar de mirarla. La joven había encajado entre sus bra zos como si estuviera hecha sólo para él, y por más que Jackson se es-forzaba, no lograba borrar de su memoria su olor y su tacto.
Cerró los ojos, visualizándola en su mente. ¿Qué se sentiría al to car esos labios? ¿A qué sabrían?
Abrió los párpados de golpe y se tomó el resto del brandy de un trago. «¡Un momento! —se dijo—. ¿En qué diablos estoy pensan do?» Si Nicholas llegara a sospechar siquiera que tenía pensamientos carnales sobre Caroline, con un chasquido de los dedos ordenaría que le cortasen la cabeza.
Tenía que apartar de su ánimo esos impulsos descabellados. Ca roline no era una mujer con la que se pudiera jugar, una mujer co mo las que le gustaban a él. Caroline deseaba un marido, y como él no abrigaba la menor intención de convertirse en uno, tenía que olvi darse de esa locura. No buscaba una esposa, en absoluto. Se negaba a dejarse encadenar, como su padre a su segunda mujer, una arpía fastidiosa que le había hecho la vida imposible hasta el final.
Soportaría el viaje en coche de caballos el día siguiente y la pre sencia de Caroline en su casa durante un tiempo, y después ya no tendría que volver a verla hasta la siguiente temporada, gracias a Dios. Para entonces, no le costaría mucho evitarla.
Alguien llamó a la puerta.
—Adelante.
Caroline entró y cerró la puerta tras sí.
Jackson sintió como si la habitación se hubiese quedado sin aire.
—Muy buenas noches —dijo ella, colocándose a su lado fren te a la chimenea y dedicándole una sonrisa vacilante—. Buscaba a Robert.
—Se ha ido a acostar.
Trató de apartar la vista de ella, pero fracasó por completo. El res plandor del fuego resaltaba sus rasgos delicados y su brillante cabello dorado. El recuerdo de que la había tenido entre sus brazos lo asaltó de pronto, despertando el deseo en su interior.
—Si tienes sueño, no te entretengas por mí, Caroline —conti nuó él, señalando la puerta con un movimiento de la cabeza.
—Estás enfadado por algo, Jackson?
Él desvió la mirada hacia el fuego. Sí, estaba enfadado. Enfada do por no haber logrado desterrar de su mente ese deseo insensato hacia ella. En efecto, estaba sumamente enfadado.
—No, Caroline, no estoy enfadado.
—No te creo.
Clavó la mirada en ella, lo cual resultó ser un grave error. Los azules ojos de Caroline lo escrutaban con ternura y preocupación. Sus pechos se abombaban sobre el corpiño y unas hebras rizadas de cabello dorado le enmarcaban el rostro de un modo muy favorece dor. Jackson sintió un cosquilleo en el estómago y notó una presión en la entrepierna. Ella era tan bonita... Y la deseaba. Dios, cuánto la deseaba.
—¿Me estás llamando mentiroso?
—No, por supuesto que no. Sólo me preocupaba haber hecho algo que te sentara mal.
—No lo has hecho. —Apuró lo que quedaba del brandy y con tinuó mirándola, incapaz de evitarlo. Sabía que debía dejar de beber con tanta avidez. Empezaba a marearse.
Caroline lo observó, con el corazón acelerado. Intentaba mos trarse tranquila, pero por dentro estaba nerviosa, tensa e insegura. Ya sabía que Robert se había ido a dormir. Había estado esperando una ocasión para estar a solas con Jackson, con la esperanza de que él se le insinuase de alguna manera, pero la expresión airada y ceñuda del joven dio al traste con esa esperanza.
Bueno, estaba preparada para tomar las riendas de la situación. Lo había querido toda su vida. Había llegado el momento de ense ñarle que ya no era una niñita. No tenía nada que perder salvo el or gullo, y eso era algo que estaba más que dispuesta a sacrificar por el amor de Jackson.
—Me alegro de que no estés enfadado conmigo —comentó echándose a reír para intentar fingir despreocupación—, porque quería pedirte tu opinión sobre una cosa, si no te importa.
Él no respondió.
—Se trata de un asunto bastante delicado —prosiguió ella, sin cejar en su empeño.
—Consúltalo con tu madre —sugirió él en un tono muy poco amistoso.
—Oh, no puedo consultar a mi madre sobre un tema como éste.
—Entonces háblalo con Nicholas. O con Robert.
—Imposible —aseveró ella agitando la mano. Se inclinó hacia adelante y le dijo, confidencialmente—: Son hombres, ¿sabes?
Él se volvió hacia ella y se quedó mirándola.
—¿Y qué diablos soy yo?
—¡Oh! Bueno, eres un hombre, por supuesto —respondió sin inmutarse al oírlo maldecir—. Pero tú eres diferente. No eres mi her mano, ¿entiendes?
Jackson no entendía. En absoluto. Ya sabía que no era su herma no, maldita sea. Lo sabía demasiado bien.
—¿Sobre qué querías que te aconsejara, Caroline? —preguntó en tono cansino. Tal vez si le seguía la corriente se marcharía y lo dejaría en paz. Entonces podría concentrarse en otra cosa que no fuera ella.
—Necesito preguntarte algo sobre besos.
Él la miró boquiabierto.
—¿Qué has dicho?
—He dicho que necesito preguntarte algo sobre besos. Como bien sabes, lord Blankenship era uno de nuestros invitados esta se mana. Tengo motivos para creer que me profesa cierto afecto y que quizá se me declare.
—¿Blankenship? ¿Charles Blankenship?
—El mismo.
—¿Ha hablado él de esto con Nicholas?
—No. Al menos, no lo creo.
—Entonces ¿qué te hace pensar que planea declararse?
—Me besó.
—¿Qué?
—Me besó.
—¿Dónde?
Caroline pestañeó.
—En la biblioteca.
Jackson apenas podía contener su mal humor.
—Me refiero a en qué parte... ¿En la mano o en la mejilla?
—Ah. En ninguna de las dos. Me besó en los labios.
—¿Qué?
—Por lo visto te cuesta mucho entenderme. ¿Tienes alguna le sión en los oídos?
—Desde luego que no —contestó Jackson, indignado—. Senci llamente no puedo creer que le permitieras besarte de esa manera.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Ah, no? ¿Por qué? Lord Blankenship tiene un título, es rico, amable y apuesto.
—¿No es un poco viejo para ti?
—Sólo tiene un par de años más que tú. Pero no era de eso de lo que quería hablar contigo.
—¿Ah, no?
—No. Lo que necesito saber es por qué no sentí nada cuando Charles me besó. Excepto aburrimiento, tal vez.
Muy a su pesar, un gran alivio invadió a Jackson.
—¿Aburrimiento? ¿De veras? Qué pena.
—Por las conversaciones que he mantenido con varios amigos, he llegado a la conclusión de que no es necesario sentir aburrimien to cuando un caballero te besa. Al parecer, los besos de algunos ca balleros no son aburridos en absoluto. —Lo miró directamente a los ojos—. ¿Es eso cierto?
—¿Cómo diablos quieres que lo sepa? —Luchó contra el im pulso de aflojarse el fular, que cada vez lo ahogaba más. Su conde nado ayuda de cámara obviamente se lo había apretado demasiado. Y diantres, ¿desde cuándo hacía tanto calor ahí dentro?
—¿Son aburridos tus besos, Jackson?
—preguntó ella, dando un paso hacia él.
—No tengo la menor idea. Nunca me he besado. —Retrocedió un poco, con cautela. Sus hombros chocaron contra la repisa, impi diendo que continuara reculando.
Ella avanzó otro paso, luego otro, y se detuvo a escasa distancia de él. Lo contempló con ojos luminosos y dijo:
—Bueno, pues ¿por qué no me besas para que pueda darte mi opinión?
—Ésa es una proposición indecorosa, Caroline —murmuró él, dolorosamente consciente de que no deseaba más que complacerla. Ella le puso las manos en la pechera de la camisa.
—¿Qué ocurre, Jackson? ¿Temes descubrir que tus besos producen aburrimiento?
Él pugnó valientemente por conservar el control. El tacto de sus manos empezaba a distraer su atención.
—Mírame —susurró Caroline.
Él mantuvo la vista fija en un punto situado detrás de ella, en si lencio y con los labios apretados.
—Bésame —jadeó ella.
—No.
—Abrázame.
—Ni hablar. —Apretó las mandíbulas mientras rezaba para no perder la entereza. Tenía que alejarse de ella. Alzó las manos y la su jetó por las muñecas, con la intención de apartarla de sí por la fuer za. Pero entonces la miró.
Eso fue su perdición.
Ella tenía los ojos llorosos, y el vulnerable anhelo que denotaba su hermoso rostro le partió el corazón. La aferró por los hombros, decidido a apartarla, a actuar con nobleza, pero ella se puso de pun tillas y se apretó contra él.
—Por favor, Jackson. Por favor... —Le colocó los suaves labios con tra la mandíbula, la única parte de su cara a la que podía llegar sin su cooperación.
Su súplica y sus lágrimas traspasaron el corazón de Jackson como flechas. Esto venció definitivamente su resistencia, y con un gemi do doliente, bajó la boca para unirla a la de ella.
Que Dios lo asistiese. ¿Había tenido alguna otra mujer un sabor tan dulce? Ella musitó su nombre y le echó los brazos al cuello. Oír su nombre pronunciado por sus labios con un suspiro le provocó un cosquilleo por todo el cuerpo.
Con pausada languidez la inició en el arte de besar. A Caroline le faltaba experiencia, pero no avidez, y aprendía deprisa. Cuando Jackson deslizó la punta de la lengua sobre su labio inferior ella le hizo lo mismo. La joven soltó un grito ahogado cuando la lengua de él invadió la aterciopelada calidez de su boca, pero pocos segundos después ella frotaba su lengua contra la de él, haciendo que la estrecha ra entre sus brazos con más fuerza.
Él inclinó la boca sobre la de ella una y otra vez, alternando en tre un roce lento y engatusador y una fusión apasionada y vehemente de sus bocas y lenguas.
Cuando por fin alzó la cabeza, ella siguió aferrada a él y hundió el rostro en la pechera de su camisa.
—Cielo santo —susurró—. Eso ha sido...
—Un error, Caroline. Un grave error.
La voz le temblaba y el corazón le latía al triple de su velocidad normal. Echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y de nuevo rezó por conservar la entereza. Todavía la estrechaba entre sus brazos, y sabía que ella debía de notar su erección contra su cuerpo, pero Caroline no hizo el menor intento de apartarse de él. Por el contra rio, lo abrazó aún más fuerte. Jackson deseaba poder culpar al alco hol de lo que acababa de ocurrir, pero sabía que no sería cierto.
Había deseado besar a Caroline más que cualquier otra cosa en su vida. Dio gracias a Dios por haber logrado controlarse y detener se antes de tomarse más libertades con ella. Se estremeció al pensar lo que haría Nicholas si llegara a enterarse del modo en que el amigo en quien más confiaba acababa de besar a su inocente hermana. Un duelo con pistolas al amanecer no era una posibilidad demasiado descabellada.
—¿Cómo puedes decir que ha sido un error? —preguntó ella le vantando la cabeza—. Ha sido maravilloso.
Jackson se obligó a apartarse de ella.
—No debería haber ocurrido. Si no hubiese bebido tanto, esto nunca habría pasado —mintió.
—¿No te ha gustado? —preguntó ella, con los ojos empañados de pesadumbre y perplejidad—. ¿Cómo es posible? Ha sido el mo mento más maravilloso de toda mi vida. ¿Es que no has sentido lo mismo que yo?
Dios santo, ¿cómo negarlo? Ese beso casi lo había hecho caer de rodillas, pero ella no podía, no debía bajo ningún concepto enterarse.
—Ha sido un beso sin importancia, nada más. —Se forzó a pronunciar esa mentira, y algo se le rompió por dentro al ver que los ojos de Caroline se arrasaban en lágrimas.
—¿Sin importancia? —musitó ella con la voz entrecortada. Lue go le dio la espalda, pugnando por recuperar la compostura.
Él ansiaba abrazarla y retractarse, pero obligó a sus brazos a per manecer caídos a sus costados y mantuvo la boca cerrada. Tenía que permanecer firme. Ella era demasiado joven, demasiado inocente. Definitivamente no era la mujer ideal para él. La única manera en que podría poseer a Caroline era casándose con ella, y no estaba dispuesto a contraer matrimonio sólo por lujuria. No, gracias, ya desahogaría esa lujuria con una amante y permanecería soltero y des preocupado.
—Bueno, ¿estás satisfecha con mi respuesta sobre los besos? —preguntó en un tono alegre, intentando quitar hierro a los re cientes y cataclísmicos momentos.
Caroline respiró hondo y se dio la vuelta. Se encaró con él di rectamente, con los ojos todavía húmedos, pero fulminándolo con la mirada.
—Sí. Te alegrará saber que tus besos no resultan aburridos en ab soluto —le informó con una voz que lo conmovió—. Pero decir que lo que ha pasado entre nosotros carece de importancia es una gran falsedad. —Alzó la barbilla en un gesto desafiante—. Una falsedad de primera magnitud.
Él achicó los ojos, mirando su rostro enrojecido.
—¿Me estás llamando mentiroso? —preguntó por segunda vez esa tarde.
—Sí, Jackson, te estoy llamando mentiroso. —Avanzó hacia la puerta dando grandes zancadas y luego clavó una mirada severa en su virilidad, todavía hinchada—. Y además, lo disimulas muy mal. —Salió apresuradamente de la habitación, y él se quedó contem plando el umbral vacío con la boca abierta.
Dios santo, qué desaire tan demoledor.
Qué mujer más increíble.
¿Y qué diablos iba a hacer él al respecto?
.Lu' Anne Lovegood.
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● Una Boda Imprevista●  «NickJ&Tu» «Terminada!» - Página 5 Empty Re: ● Una Boda Imprevista● «NickJ&Tu» «Terminada!»

Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Vie 11 Mayo 2012, 4:00 pm

Capitulo 27


Nicholas despertó poco a poco y en su duermevela se percató de que unas manos le acariciaban el pecho. Abrió un ojo soñoliento y se vio recompensado con la visión de un seno perfectamente redondeado coronado por un pezón rosado y turgente. Decidió que aquello requería una investigación más a fondo, de modo que abrió el otro ojo y se deleitó con la imagen y el tacto de su esposa desnuda que, sentada a horcajadas sobre su cintura, le deslizaba las manos por el torso.
Su magnífica cabellera la rodeaba como una nube de color cas taño rojizo, cayéndole en cascada sobre los hombros hasta tocarle los generosos pechos y acariciarle las caderas. Las rizadas puntas descendían por su espalda hasta descansar sobre las piernas de Nicholas. El hecho de estar excitado no lo sorprendió en absoluto, considerando que había pasado los últimos tres días en un estado de excitación constante.
Pero hoy todo cambiaría. Había enviado un mensaje a Bow Street y le habían informado de que al menos hasta la víspera nadie había recibido noticias de James Kinney.
Y ya bien entrada la noche había recibido otra carta de chantaje que le exigía que reuniese la desorbitada suma de cinco mil libras y esperara nuevas instrucciones. Al interrogar al muchacho que le había dado la misiva, había averiguado que el «gabacho» frecuentaba varios establecimientos del barrio de la ribera. La descripción que el chico había hecho del hombre no le había dejado lugar a dudas de que se trataba de Gaspard. Nicholas planeaba visitar esos lugares esa tarde con la esperanza de encontrarse cara a cara con aquel bastardo.
Así pues, pese a que ese breve interludio con su mujer le había resultado de lo más placentero, había llegado la hora de centrar su atención en otros asuntos.
—Buenos días, excelencia —lo saludó ella. Se inclinó y lo besó en los labios—¿O debería decir «buenas tardes»? —Sus dedos se deslizaron por su pecho y le hicieron cosquillas en el ombligo.
Él contraía los músculos con espasmos de placer allí donde ella lo tocaba. Sí, sería una pena que ese interludio tuviese que terminar. Ella le rodeó la erección con los dedos y lo acarició suavemente.
—¿Vas a volver a dormirte?
Por toda respuesta, él la aferró por la cintura, la levantó y la sentó sobre su erección.
—Estoy totalmente despierto y tienes toda mi atención —le aseguró con una voz que se convirtió en un gemido ronco cuando ella lo apretó dentro de su conducto sedoso y húmedo.
Nicholas alzó el brazo, enredó los dedos en su cabello y atrajo hacia sí su cabeza para besarla. Le introdujo la lengua en la boca mientras le ponía la otra mano entre los muslos. Cuando sus dedos la acariciaron, ella emitió un gemido profundo. Su clímax llegó rápidamente, consumiéndola por completo. Con la cara contra el hombro de Nicholas, gritó su nombre una y otra vez mientras se contraía espasmódicamente en torno a él y se derretía entre sus brazos.
En cuanto su mujer se relajó, él rodó con ella sobre la cama hasta que la tuvo debajo. Se acomodó entre sus muslos separados y se movió muy despacio dentro de ella, saliendo casi por completo sólo para sumergirse hasta el fondo.
Apoyándose sobre las manos, admiró su bello rostro mientras la acariciaba por dentro, lenta y rítmicamente, hasta que ella empezó a retorcerse debajo de él. Las reacciones de _____ no eran en absoluto contenidas. Esa mujer no tenía nada de tímida ni retraída en la cama. La visión de _____ poseída por la pasión, con su larga cabellera desparramada alrededor, era una de las más eróticas que Nicholas había tenido delante de los ojos. Un quejido le salió de lo más hondo cuando ella lo rodeó con sus largas piernas y aferró sus tensos bíceps con los dedos.
—Nicholas —gimió ella, arqueándose debajo de él. Cuando alcanzó el orgasmo, apretó con fuerza a Nicholas, que la penetró una última vez, derramando su simiente en lo más profundo.
Estrechándola en sus brazos, rodó con ella hasta que quedaron de costado, y hundió la cara en su fragante cabello.
—Ha sido un despertar muy bonito —murmuró cuando recuperó el habla. Le acarició la región baja de la espalda y las redondas nalgas con un movimiento suave y circular.
—Para mí ha sido muy bonito también —dijo ella con un guiño descarado que lo hizo sonreír.
En efecto, los tres últimos días habían sido los más felices que Nicholas había vivido. Habían salido de la casa sólo una vez, para dar un paseo en carruaje por Hyde Park, y después para curiosear por las tiendas de Bond Street. Nicholas se había prendado de unos pendientes de diamantes y perlas en una joyería de moda y se los había comprado a su esposa a pesar de sus protestas. Después _____ descubrió una librería pequeña en una callejuela adoquinada y lo había arrastrado al interior.
—Creía que habías dicho que no te gustaba ir de compras—había bromeado él mientras ella examinaba los volúmenes de las estanterías.
—No me interesa ir a comprar cosas, pero esto son libros.
El no estaba muy seguro de haber entendido la distinción, pero le encantó poder complacerla. Le compró más de una docena de libros y se percató, divertido, de que ella se mostraba mucho más entusiasmada con ellos que con los pendientes de precio exorbitante que acababa de regalarle.
Aparte de esta salida, hecha el día anterior, habían pasado casi todo el tiempo en la alcoba de Nicholas, desnudos, tocándose, aprendiendo, disfrutando el uno del otro, compartiendo sus cuerpos. Incluso les servían la mayor parte de las comidas allí, y sólo salían de la habitación para cenar en el comedor formal. Pero en cuanto terminaban huían de nuevo a su mundo íntimo, donde él le enseñaba a su esposa el significado de la pasión, descubriendo de paso que, aun que había tenido muchas amantes, nunca había experimentado la honda ternura que _____ le hacía sentir.
En su segunda noche juntos habían hecho una escapada de me dianoche al estudio privado de Nicholas. Él le había asegurado que te nía una sorpresa para ella y le había pedido que cerrase los ojos y se dejase conducir de la mano al estudio. El fuego de la chimenea ba ñaba la habitación en un brillo cálido y tenue. Ella paseó la mirada por todo el estudio y avistó el bosquejo que le había regalado, colgado en un lugar destacado de la pared situada frente al escritorio. Él se acercó a ella por detrás y le rodeó la cintura con los brazos.
—Cada vez que alzo la vista hacia ese retrato, pienso en ti —le dijo en voz baja.
Después había dedicado una hora a enseñarle los pasos del vals y descubrió que ese baile era mucho más sensual de lo que nunca había imaginado. Quizás _____ no fuese la pareja de baile más diestra que había tenido, pero nunca lo había pasado tan bien.
Acabaron haciendo el amor muy despacio y sin prisas sobre la gruesa alfombra al calor del fuego, y Nicholas supo que nunca volve ría a entrar en su estudio sin ver en su mente a _____ acostada so bre el tapiz, con los ojos brillantes de deseo y los brazos extendidos hacia él.
Ahora, ella le rozó el cuello con los labios. Dios, esa mujer lo ha cía feliz, cosa que lo inquietaba, lo desconcertaba y lo ponía eufóri co al mismo tiempo. Aunque los últimos días ambos habían pasado muchos momentos románticos juntos, riendo y charlando, ella no le había revelado los motivos secretos que la habían impulsado a marcharse de América. Él había tocado el tema una vez, pero ella ha bía desviado inmediatamente la conversación. Para su sorpresa, la re nuencia de _____ a contarle cosas de su pasado le molestó, pues él deseaba que ella le hablara de eso.
—¿Qué te gustaría hacer hoy? —le preguntó Nicholas, acaricián dole con delicadeza su tersa piel.
—Mmmm... Lo estoy haciendo ahora mismo.
—¿Ah, sí? ¿Y qué es?
—Abrazarte. Sentirte cerca de mí. Sentirte dentro de mí. —Echó la cabeza hacia atrás y lo miró con ojos sombríos y cargados de emoción Le posó con ternura la mano en la cara—. Tocarte. Amarte.
¿Estaba diciendo que lo quería? ¿O se refería sólo a hacer el amor con él? Nicholas no lo sabía, y aunque nunca antes había solicitado el amor de una mujer, de pronto deseaba oír palabras amorosas de boca de _____.
No podía negar que ese matrimonio de conveniencia estaba dando un vuelco inesperado. Además, la sensación de vulnerabilidad y confusión que lo embargaba era algo que no le gustaba demasiado. Ella le pasó la punta de los dedos por las cejas.
—¿Y a ti? ¿Qué te gustaría hacer hoy?
—Me gustaría quedarme aquí contigo y hacer el amor durante toda la tarde, pero hay unos asuntos que reclaman mi atención.
—¿Puedo hacer algo para ayudarte?
Él sonrió al percibir el ansia en su voz.
—Me temo que no. Tengo que hacer varias diligencias y ocuparme de un enorme montón de correspondencia aburrida.
—¿Podría acompañarte mientras haces tus diligencias?
—Me temo que debo encargarme de ellas solo. —No le hacía gracia llevarla consigo al barrio de la ribera—. Me distraerías demasiado. Estaría concentrado en ti, no en el trabajo.
Ella se quedó quieta y le puso las manos a los lados de la cara.
—Me ocultas algo. Vas a algún sitio adonde no quieres que yo vaya. —Soltó un suspiro—. Deja que te ayude, Nicholas.
Maldición, ¿es que esa mujer podía leerle el alma? Era, cuando menos, una pregunta perturbadora. ¿Podía ella ver el afecto creciente que le estaba tomando?
¿Afecto? Casi hizo un gesto de disgusto ante la insulsez de esa palabra, que no describía ni remotamente lo que sentía por ella. La idea que ella pudiera ver o percibir cosas que él aún no estaba preparado para compartir lo desconcertaba, aunque _____ no había vuelto a mencionar sus visiones ni a afirmar que le hubiese leído el pensamiento.
Deslizó el dedo por el tabique nasal de ella. En cuanto a llevarla consigo a los sitios a los que tenía que ir, eso quedaba terminantemente descartado. No estaba dispuesto a exponerla al peligro o a...
—No quieres exponerme al peligro. Lo entiendo. Pero estaré contigo. Estaré perfectamente a salvo.
—No puedo llevarte a esos lugares, _____. Son sórdidos, en el mejor de los casos. No son la clase de sitios que frecuentan las damas.
—¿Qué te traes entre manos exactamente?
Contempló la posibilidad de no decírselo, pero descubrió que no tenía las menores ganas de mentirle.
—¿Recuerdas que en las ruinas te dije que había contratado a un alguacil de Bow Street para que investigase a un francés que vi con William antes de su muerte?
—Sí. Habías quedado en encontrarte con ese alguacil esa noche.
—Exacto. Bueno, pues he recibido informes de que el francés que busco, al que conozco por el nombre de Gaspard, ha sido visto hace poco en una taberna y antro de juego situado cerca del barrio ribereño. Iré a ver si lo encuentro.
—¿Por qué?
«Porque ese bastardo amenaza con destruir todo lo que me im porta —pensó—. Podría acarrear la ruina a mi familia..., de la que ahora formas parte.» Pese a su renuencia a mentir, sabía que tendría que hacerlo.
—Tengo motivos para creer que le robó varias cosas a William, y quiero recuperarlas.
—¿Por qué no dejas que tu investigador lo encuentre?
—Deseo seguir su rastro mientras aún esté caliente.
Ella clavó la mirada en sus ojos, que estaban muy serios.
—Quiero acompañarte.
—De eso ni hablar.
—¿No entiendes que podría ayudarte? ¿Por qué no intentas al menos creer en esa posibilidad? Podría percibir algo que te facilitase esa búsqueda. Si toco algo que él haya tocado o alguna persona con quien haya hablado, tal vez podría adivinar su paradero.
—Diablos, ya sé que quieres ayudarme, y aunque no puedo ne gar que posees una intuición muy aguda, no eres maga. Sencilla mente no hay manera de que puedas ayudarme en esto. Además, por nada del mundo voy a llevarte a los barrios bajos de Londres. Agra dezco tu interés, pero...
—Pero no permitirás que vaya contigo.
—No. El barrio de la ribera es peligroso. Si sufrieras algún daño nunca me lo perdonaría.
—Y sin embargo pones tu propia vida en peligro.
—El riesgo es mucho menor para un hombre.
Una expresión de frustración asomó a los ojos de _____.
—¿Qué debo hacer para probarte que puedo ayudarte?
¿Probar que sus supuestas visiones podrían conducirlo hasta Gaspard, un hombre a quien el mejor alguacil de Bow Street no ha bía sido capaz de localizar? Deseaba con toda su alma poder creer eso, pero había dejado de creer en cuentos de hadas hacía mucho tiempo.
—No hay nada que puedas hacer —respondió en voz baja, y se sintió mal al ver el dolor que denotaba la mirada de ella, pero no te nía alternativa.
_____ no iba a ayudarlo.
De eso estaba seguro.

_____ bajó las escaleras con un ejemplar de Sentido y sensibi lidad en la mano, uno de los numerosos libros que Nicholas le había comprado la víspera. No tenía ganas de leer, pero anhelaba distraer se para librarse del nudo que se le había formado en el estómago de tanto preocuparse por él.
En medio del vestíbulo recubierto de mármol, miró con indeci sión a derecha e izquierda. Tal vez intentaría encontrar la cocina pa ra hurtar un vaso de sidra.
—¿Puedo ayudaros, excelencia? —preguntó una voz profunda.
—¡Ah! —Se llevó la mano al pecho—. ¡Carters! Menudo susto me ha dado.
—Os ruego que me perdonéis, excelencia. —Hizo una reveren cia y luego se irguió con la espalda tan recta que ella se preguntó si alguien le habría metido una tabla por la parte de atrás de los pan talones.
—No se preocupe, Carters —dijo con una sonrisa que no fue co rrespondida—¿Podría indicarme por dónde quedan las cocinas?
Carters se quedó mirándola con el rostro desprovisto de toda ex presión.
—¿Las cocinas, excelencia?
El desaliento se apoderó de ella al oír el tono intimidatorio del mayordomo. Ella se puso recta también y le sonrió de nuevo.
—Sí. Quisiera un poco de sidra.
—No hay necesidad de que entréis jamás en las cocinas, exce lencia. Me encargaré enseguida de que un criado os traiga algo de si dra. —Giró sobre sus talones y echó a andar, presumiblemente pa ra llamar a un criado.
Ella reparó de inmediato en su cojera. Estaba segura de que no lo había visto cojear cuando Nicholas se lo presentó. Durante un mo mento lo observó alejarse con su andar irregular.
—Carters.
El mayordomo se detuvo y se volvió hacia ella.
—¿Sí, excelencia?
—No quiero que me tome por grosera, pero no he podido evi tar fijarme en su cojera.
Por un segundo él se quedó estupefacto. Después recuperó su máscara inexpresiva.
—No es nada, excelencia.
—Tonterías. Obviamente sí es algo. —Se acercó a él y cuando se encontraba justo enfrente, tuvo que contener la risa. La parte su perior de su calva apenas le llegaba a la nariz—. ¿Ha sufrido un ac cidente de algún tipo?
—No, excelencia. Se trata sólo de mi calzado. El cuero está de masiado rígido y no he conseguido domarlo todavía.
—Entiendo. —Bajó la vista hacia sus lustrosos zapatos negros y asintió con la cabeza, comprensiva—. ¿Se le han levantado ampollas?
—Sí, excelencia. Varias. —Alzó la barbilla—. Pero no impedi rán que cumpla con mis obligaciones.
—Cielo santo, esa posibilidad ni siquiera me ha pasado por la cabeza. Salta a la vista que es usted la eficiencia personificada. Sólo me preocupa que esté sufriendo. —Le sonrió a aquel hombre de semblante adusto—. ¿Le ha examinado alguien esas ampollas? ¿Un médico, quizá?
—Desde luego que no, excelencia —replicó enfurruñado, echan do los hombros hacia atrás de tal manera que _____ se maravi lló de que no se cayera de espaldas.
—Ya veo. ¿Dónde está la biblioteca, Carters?
—Es la tercera puerta a la izquierda por este pasillo, excelencia —señaló el mayordomo.
—Muy bien. Quiero verle ahí dentro de cinco minutos, por fa vor. —Se dio la vuelta para encaminarse a las escaleras.
—¿En la biblioteca, excelencia?
—Sí. Dentro de cinco minutos. —Dicho esto, subió a toda prisa.

—¿Sabes qué ha sido de la duquesa? —preguntó Nicholas al ayu dante del mayordomo cuando salió al vestíbulo dando grandes zan cadas. Había regresado del barrio ribereño y llevaba un cuarto de ho ra buscando a _____, sin éxito.
—Está en la biblioteca, excelencia.
Nicholas recorrió con la mirada el recibidor, que estaba vacío sal vo por ellos dos.
—¿Dónde está Carters?
—Creo que en la biblioteca con la duquesa, excelencia.
Poco después Nicholas irrumpió en la biblioteca y se detuvo en se co. Su esposa estaba arrodillada frente al mayordomo, que se en contraba sentado en su sillón favorito. Estaba descalzo, y tenía las perneras enrolladas y las pantorrillas delgadas y velludas al descu bierto.
Nicholas, estupefacto, observó con incredulidad desde la puerta cómo _____ se ponía hábilmente el pie descalzo de Carters sobre el regazo y le friccionaba el talón y la planta con una especie de cre ma. Justo cuando Nicholas creía que había llegado al límite de su asombro, ocurrió algo que lo dejó boquiabierto.
Vio a Carters sonreír. ¡Sonreír!
No había en toda Inglaterra un mayordomo más retraído, adus to y glacialmente correcto que Carters. Durante todos los años en que Carters había servido a su familia, Nicholas nunca había visto al hombre esbozar una media sonrisa. Jamás le habían temblado si quiera los labios. Hasta ahora.
Pero lo que sucedió a continuación dejó a Nicholas aún más pas mado. Una carcajada brotó de la garganta de Carters. El hombre se estaba riendo, ¡por el amor de Dios!
Nicholas sacudió la cabeza para despejársela. De no ser porque no había bebido, habría jurado que la escena que tenía ante sí era pro ducto de un exceso de brandy. Pero estaba totalmente sobrio, de modo que debía ser real. ¿O no? Intentando poner sus confusas ideas en orden, atravesó la habitación.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, acercándose a su mujer, que no dejaba de sorprenderlo, y a su mayordomo, a quien al parecer no conocía en absoluto.
_____ le dirigió una mirada inquisitiva, con los ojos llenos de preocupación. Carters parecía terriblemente apurado. Nicholas salu dó con la cabeza a _____ y la miró con una expresión tranquili zadora que alivió la tensión de su rostro.
—¡Excelencia! —exclamó el mayordomo, sonrojado.
Intentó ponerse en pie, pero _____ se lo impidió con un gesto.
—Quédese sentado, Carters —le ordenó con firmeza—. Ya ca si he terminado.
Carters tosió y se hundió de nuevo en el sillón. Ella le puso el pie en el suelo y le levantó el otro para aplicarle con delicadeza una lige ra capa de bálsamo que sacaba de un cuenco de madera. Tenía la bol sa de medicinas en el suelo, abierta, a su lado.
—¿Qué demonios le estás haciendo a Carters, _____? —pre guntó Nicholas, con los ojos clavados en el extraordinario espectáculo que ofrecía su esposa al curar con ternura los pies de su temible ma yordomo.
—El pobre Carters tiene unas ampollas espantosas que le han producido sus zapatos nuevos —explicó ella—. Le sangraban y era muy probable que se le infectaran, así que le he limpiado las heridas y preparado un ungüento para aliviar su incomodidad. —Acabó de colocar la venda y le desenrolló a Carters las perneras del pantalón—. ¡Listo! Ya está. Ya puede volver a ponerse los calcetines y zapatos, Carters.
El mayordomo obedeció con presteza.
—¿Cómo siente los pies? —le preguntó _____.
Carters se puso de pie, botó varias veces sobre los talones y dio unos pasos de ensayo. El asombro se dibujó en su enjuta cara.
—Caramba, no me duelen nada, excelencia. —Caminó adelan te y atrás varias veces delante de ella.
—Estupendo. —_____ le alargó el cuenco a Carters—. Llé vese esto a su habitación y tápelo con un pañuelo mojado para man tenerlo húmedo. Aplíquese la crema antes de irse a dormir y luego otra vez por la mañana. Sus ampollas desaparecerán enseguida.
Carters tomó el cuenco de manos de _____ y miró de reojo a Nicholas, vacilante.
—Gracias, excelencia. Habéis sido en extremo amable.
—Ha sido un placer, Carters. Si necesita ayuda para ponerse la venda, no dude en pedírmela. Y mañana tendré preparado esa cata plasma para su madre. —_____ le dedicó una sonrisa angelical y Carters le sonrió como un colegial enamoradizo.
—Eso será todo, Carters —lo despidió Nicholas, señalando la puerta con un movimiento de la cabeza.
Al oír la voz de su patrón, Carters recordó de pronto cuál era su sitio. Se irguió, se alisó la levita de un tirón y borró toda expresión de su semblante. Giró elegantemente sobre sus talones y salió de la habitación con la cojera apenas perceptible.
En cuanto la puerta se hubo cerrado tras él, _____ se levantó de un salto.
—¿Has descubierto algo? —preguntó.
—No. He podido confirmar que Gaspard ha estado en esa zona, en efecto, pero no lo he encontrado.
—Lo siento. —Lo observó detenidamente—. ¿Estás bien?
—Sí. Frustrado, pero bien. —Sintió la necesidad de tocarla, des lizó las manos en torno a su cintura y la atrajo hacia sí. Era de lo más agradable tenerla entre los brazos, de modo que desterró de su mente los recuerdos de toda la inmundicia que había visto esa tarde—. Es toy asombrado. Nunca había visto a Carters sonreír, y tú has logrado que se riera. —Le plantó un beso rápido en la nariz—. Increíble.
—No es ni de lejos tan temible como lo imaginaba —comentó ella, posándole las manos sobre las solapas—. De hecho, es un hom bre bastante afable.
—¿Carters afable? Dios santo, lo que me faltaba por oír. —Volvió los ojos al cielo y ella se rió—. Debo decir que verte arrodillada ante mi mayordomo, curándole los pies, me ha sorprendido.
—¿Y eso por qué?
—No es algo que suelan hacer las duquesas, _____. No debe rías tratar a los sirvientes con tanta familiaridad. Y desde luego, no deberías ponerte sus pies descalzos sobre el regazo. —Sonrió para qui tar algo de hierro a su reprimenda, pero ella se ofendió de inmediato.
—Carters estaba sufriendo, Nicholas. No puedes esperar que deje que alguien lo pase mal sólo porque soy una duquesa y resulta ina propiado que le ayude. —Alzó la barbilla, desafiante, con los ojos echando chispas—. Me temo que estoy profundamente convencida de esto.
Nicholas sintió una mezcla de respeto e irritación. No estaba acos tumbrado a la derrota, pero era evidente que desde el momento en que se conocieron, a _____ no le había importado un pimiento su rango elevado ni su posición social. El hecho de que se encarase a él con los ojos centelleantes, sin pestañear ni amedrentarse ante su posible ira, lo llenó de orgullo y respeto hacia ella. Su esposa sabía curar a la gente y estaba decidida a hacerlo, con o sin su aprobación.
¿Y quién diablos se creía él que era para tachar de indecoroso el comportamiento de ella? Dios sabía que él había vulnerado las con veniencias sociales en muchas ocasiones, últimamente al convertir a una americana en su duquesa. Maldita sea, tenía ganas de abrazarla, aunque por supuesto no era preciso que ella lo supiese. Por el con trario, adoptó una expresión seria, que era lo adecuado.
—Bueno, supongo que si ayudar a los que sufren es tan impor tante para ti...
—Te aseguro que lo es.
—¿Y te gustaría contar con mi aprobación y mi bendición?
—Sí, mucho.
—¿Y si me niego a dártelas?
Ella no vaciló ni por un instante.
—Entonces me veré obligada a ayudar a la gente sin tu aproba ción ni tu bendición.
—Entiendo. —Le parecía tan generosa que quería aplaudirle por su valor y su temple a pesar de su actitud desafiante.
—Por favor, compréndeme, Nicholas —dijo ella, poniéndole la mano en el rostro con suavidad—. No tengo el menor deseo de de safiarte o hacerte enfadar, pero no soporto ver sufrir a la gente. Tú tampoco, ¿sabes? Eres demasiado bondadoso y noble para permitir que otros sufran.
Nicholas la estrechó con más fuerza, tremendamente complacido de que su esposa lo considerase bondadoso y noble.
—Me alegro tanto de que estés en casa —le susurró ella al oído.
Su aliento cálido le hizo cosquillas y una oleada de escalofríos deli ciosos le recorrió la espalda—. Estaba tan preocupada...
El «efecto _____» lo inundó como si alguien hubiese abierto las compuertas. Ella se preocupaba por él. Y si esa mujer tan ex traordinaria se preocupaba por él, quizá no fuese tan malo después de todo.
La emoción le hizo un nudo en la garganta. Se inclinó hacia atrás, tomó el rostro de ella entre sus manos y le acarició las tersas mejillas con los pulgares.
—Estoy bien, _____. —Una sonrisa traviesa le curvó los la bios—. Quizá no sea tan robusto como tú, pero estoy bien. Y te doy mi aprobación y mi bendición para que cures a quien te plazca. Con una sola condición.
—¿A saber?
Nicholas bajó la cara hasta que su boca se encontró justo encima de la de ella.
—Quiero ser el principal objeto de tus atenciones. Ella le echó los brazos al cuello.
—Por supuesto, excelencia. —Se arrimó más a él, apretándose contra su evidente erección—. Oh, cielos —musitó—. Al parecer necesitas esas atenciones ahora mismo. Creo que deberíamos empe zar. En el acto.
—Excelente sugerencia —convino él con voz ronca mientras fundía sus labios con los de ella.
_____ pronunció su nombre en un suspiro, y el sentimiento de culpa lo estrujó como una soga anudada.
Sabía que ella no se pondría muy contenta cuando le dijese que se veía obligado a regresar al barrio de la ribera esa noche.
.Lu' Anne Lovegood.
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Vie 11 Mayo 2012, 4:04 pm

Capitulo 28


Robert, Caroline, Jackson y la duquesa viuda se encontraban en el vestíbulo de la casa de Nicholas en Londres, entregando sus chales, abrigos y sombreros a Carters.
— ¿Dónde están el duque y la duquesa? – le preguntó Caroline al mayordomo una vez que él se hizo cargo de sus prendas exteriores.
— En la biblioteca, lady Caroline. Os anunciaré ahora mismo.
Robert miró a Carters alejarse a paso rápido por el pasillo. Éste se detuvo frente a la puerta de la biblioteca y llamó discretamente. Casi un minuto después, volvió a llamar.
Cuando otro minuto entero hubo transcurrido sin que le contestaran, a Robert se le encogió el estómago a causa de la inquietud. Primero aparecía muerto un alguacil de Bow Street, y ahora Nicholas no abría la puerta ...... ¿Maldición! Se volvió hacia Jackson y le preguntó en voz baja:
— ¿Crees que algo va mal?
— No lo sé – respondió Jackson arrugando el entrecejo con preocupación —, pero a juzgar por los sucesos recientes, diría que es posible.
— Bueno, no pienso quedarme en el vestíbulo con los brazos cruzados – susurró Robert.
Avanzó por el pasillo, seguido de cerca por Jackson. Oían pisadas a sus espaldas, lo que significaba que las mujeres los seguían también.
— ¿Ocurre algo malo, Carters? – preguntó Robert.
Carters se irguió, recto como un palo.
— Desde luego que no. Sólo espero a que su excelencia me dé permiso para entrar.
— ¿Y estás seguro de que está en la biblioteca? – preguntó Jackson.
— Completamente seguro. – Carters golpeó una vez más con los nudillos y no recibió respuesta.
Robert y Jackson intercambiaron una mirada.
— Al diablo – farfulló Robert, alargando el brazo por detrás de Carters para abrir la puerta, haciendo caso omiso de las protestas indignadas del mayordomo.
Robert cruzó el umbral y se detuvo tan bruscamente que Jackson chocó contra su espalda y casi lo tumbó al suelo.
Robert exhaló un suspiro de alivio. Saltaba a la vista que su preocupación por el bienestar de su hermano carecía de fundamento, pues Nicholas estaba a todas luces en plena forma e indudablemente .... sano.
Estaba abrazando con fuerza a _____, besándola apasionadamente. Robert sospechaba que la ancha espalda de Nicholas ocultaba de la vista otros detalles de lo que estaba haciendo. Aun así, todos oyeron el inconfundible gemido de placer de _____.
—Ejem – carraspeó Robert.
Nicholas y _____ no dieron señales de haberlo oído.
— ¿Ejem! – Lo intentó de nuevo Robert, más alto.
Nicholas alzó la cabeza.
— Ahora no, Carters – gruño sin molestarse en volverse.
— Siento mucho decepcionarte, muchacho, pero no soy Carters – anunció Robert.
Nicholas se quedó petrificado. La inoportuna voz de su hermano estuvo a punto de arrancarle una palabrota, pero logró ahogarla a tiempo. Con un gritito de sorpresa, _____ trató de soltarse de sus brazos, pero él la sujetó con firmeza sacando de mala gana las manos de su corpiño. Al mirarla reprimió un gemido de deseo: sus mejillas teñidas de rojo, sus labios húmedos e hinchados de tanto besarlos y su peinado, bastante menos ordenado de cómo lo llevaba diez minutos antes, le daban un aspecto arrebatador.
Nicholas soltó entre dientes una maldición soez. Tenía que hacer algo respecto a su hermano. Le pasó por la cabeza la posibilidad de arrojarlo al Támesis. Sí, era una idea que definitivamente tenía sus ventajas. Se volvió para recibir a su invitado inesperado y descubrió que Robert no estaba solo. Jackson, Caroline, su madre y Carters se aglomeraban en la puerta.
Carters entró en al habitación, con una expresión de angustia en su semblante habitualmente inexpresivo.
—Perdonadme, excelencia, he llamado varias veces, pero .....
Nicholas lo interrumpió, con un gesto.
—No tiene importancia, Carters. – Diablos, lo cierto era que el hombre hubiera podido aporrear la puerta con un mazo sin que Nicholas lo oyese —. Puedes volver a tus quehaceres.
— Sí, excelencia. – Carters se recompuso la levita, giró sobre sus talones y salió de la biblioteca, no sin antes manifestarle su desaprobación a Robert con un resoplido.
La madre de Nicholas dio unos pasos al frente tendiéndoles las manos.
— Hola, cariño; hola, _____. ¿Cómo estáis?
Parecía tan contenta de verlos que parte de la irritación de Nicholas se evaporó. Mientras _____ saludaba a los demás, él se inclinó y le dio un beso a su madre en la mejilla.
— Estoy muy bien, madre.
— Sí, ya lo veo – respondió ella arqueando una ceja, divertida. Se inclinó hacia delante y añadió en voz baja —: No te preocupes, querido. Nos quedaremos en casa de Jackson.
Nicholas esperaba que su alivio no se notara demasiado. Después de saludar a Caroline, le dirigió una breve cabezada a Jackson y luego fulminó a Robert con la mirada.
—¿Qué os trae a todos por aquí?
—Robert y Jackson iban a venir a la ciudad – explicó su madre – y nos invitaron a Caroline y a mí a acompañarlos.
—Qué maravillosa sorpresa . dijo _____ —. Estamos encantados de veros.
Robert tuvo la clara impresión de que _____ sólo hablaba por ella, pues Nicholas no parecía encantando en absoluto. Pero al constatar que Nicholas y _____ estaban bien, Robert respiró aliviado y la tensión que le atenazaba los hombros se relajó.
Había asuntos muy serios que tratar, pero Robert no podía abordarlos delante de las mujeres, y si le pedía a Nicholas de inmediato que se reuniese con él fuera de la habitación sabía que su madre, Caroline y seguramente _____ se morirían de curiosidad y querrían saber de qué se trataba. No tenía ningunas ganas de explicarles la auténtica razón de esa visita.
Mientras _____ ofrecía asiento a sus invitados y mandaba preparar té y un refrigerio para ellos, Robert se acercó a su hermano, que no se había movido de su sitio al otro lado de la estancia. Nicholas lo acogió con una mirada gélida.
— Estoy recién casado, Robert. ¿Lo has olvidado, tal vez?
— Por supuesto que no lo he olvidado.
— Entonces ¿cómo diablos se te ha ocurrido venir aquí sin que te invitara, trayéndolos a ellos contigo? –Nicholas señaló a los demás con un movimiento de cabeza, sin apartar los ojos acerados del rostro de Robert. Antes de que éste pudiera contestar, Nicholas prosiguió —: Bueno, y ¿cuándo os marcháis?
— ¿Marcharnos? Pero si acabamos de llegar. – Un impulso perverso le hizo preguntar —: ¿Es que no te alegras de vernos?
— No.
— Qué pena. Y yo que pensaba que vendría a salvarte del aburrimiento que sin duda empezabas a sentir después de tres interminables días de matrimonio. Es evidente que la gratitud te ha dejado sin habla.
— ¡Largo de aquí!
Robert hizo chascar la lengua.
— Qué descortés te has vuelto desde que te has casado.
Nicholas apoyó la cadera en el enorme escritorio de caoba, dobló los brazos sobre el pecho y cruzó los tobillos.
— Te doy exactamente dos minutos para que me digas todo lo que quieras, y después, lamentablemente, tendrás que marcharte. Madre dice que te alojarás en casa de Jackson. Sin duda necesitas tiempo para instalarte en tu habitación.
Robert echó un vistazo subrepticio en torno a sí y comprobó que las mujeres estaban ocupadas charlando. Enarcó las cejas mirando a Jackson, quien de inmediato se disculpó ante ellas y se reunió con Nicholas y Robert al otro lado de la biblioteca.
— De hecho, Jackson y yo estamos aquí por una razón muy concreta – dijo Robert en voz baja, acercándose a Nicholas.
— ¿Te refieres a otra razón aparte de la de incordiarme?
— Sí, pero es algo que debemos tratar en privado.
Nicholas observó a su hermano con los ojos entornados. A veces le costaba distinguir si Robert estaba tomándole o no el pelo, pero su expresión grave parecía auténtica. Nicholas advirtió que Jackson también estaba muy serio.
— ¿Podríamos ir a tu estudio? – sugirió éste.
Nicholas miró alternativamente sus semblantes circunspectos.
— De acuerdo.
Lo asaltó la sospecha de que lo que Robert y Jackson iban a contarle no le gustaría un pelo.

Definitivamente, no le gustó lo que Robert y Jackson le contaron.
Un cadáver en su finca. El cadáver de un alguacil de Bow Street.
Una vez que se hubo quedado a solas en su estudio, Nicholas caminó de un lado a otro de la alfombra de Axminster. Mil pensamientos se arremolinaban en su cabeza, y se le contraía el estómago a causa de la tensión. No le cabía la menor duda de que el muerto era James Kinney.
Maldita sea, con razón Kinney no se había presentado a su cita. El pobre estaba tumbado boca abajo entre los arbustos, con media cabeza destrozada.
Las palabras de Robert resonaron en sus oídos: “Juzgamos conveniente alejar a Caroline y a madre de la finca, por si acaso hay un lunático rondando por ahí, aunque según el magistrado el móvil fue el robo.”
¿El robo? Nicholas sacudió la cabeza. No, Kinney iba a darle información sobre Gaspard. Y ahora estaba muerto.
¿Qué habría descubierto? Fuera lo que fuese, era lo bastante importante para que lo mataran. Y él no tenía ninguna duda de quién lo había matado.
Se pasó una mano temblorosa por el pelo. Estaba claro que Gaspard no sólo era un chantajista, sino también un asesino. Un asesino que aseguraba estar en posesión de la prueba de que William era un traidor. Un asesino que, en cualquier momento, podía sacar a la luz esa información y deshonrar a la familia de Nicholas.
“No permitiré que eso ocurra” se dijo. ¿Qué sería de su madre y de Caroline? ¿Y de Robert? ¿Y de _____?
¡Maldición! Qué lío. Seguramente Kinney murió la noche en que debían reunirse ....., de un disparo a la cabeza, pobre diablo. Probablemente había sido el disparo lo que había asustado a Myst.....
Se quedó paralizado.
Las palabras de _____ le vinieron a la mente y le martillearon el cerebro: “En mi visión oí claramente un disparo. Percibí la cercanía de la muerte. La percibí con mucha intensidad. Me alegro mucho de que no te hayan herido de un balazo.”
Dios santo. Se aferró al brazo del sofá para no perder el equilibrio y dobló las rodillas lentamente para sentarse, estupefacto al comprender todo lo que aquella advertencia implicaba.
Sólo había una explicación posible para las palabras de _____, una sola manera de que supiese lo que podía ocurrir.
Había adivinado que alguien corría peligro en las ruinas. Había previsto que habría un disparo .... y una muerte. Pero en lugar de Nicholas, como ella creía, la víctima fue James Kinney.
_____ no sólo poseía una intuición extraordinaria, sino que de hecho podía ver sucesos del pasado y del futuro. ¿Cómo era posible?
Estaba atónito. No había una explicación científica ni lógica para su desconcertante don, pero él ya no podía negar que lo poseía.
Las visiones de _____ eran reales.
Y si sus visiones eran reales .......
Su corazón dejó de latir por unos instantes y se quedó sin aliento. La noche que la conoció .... en el jardín .... ella le dijo que había visto a William.
Y le aseguró que estaba vivo.
Dios. ¿Era posible que su hermano siguiese con vida?

_____ fue a abrir la puerta de su alcoba ante los golpes insistentes. Nicholas irrumpió en la habitación.
- ¿Estamos solos? – preguntó.
— Sí. – Ella cerró la puerta y lo observó. Su sonrisa se desvaneció de inmediato —. ¿Ocurre algo malo?
— Tengo que hablar contigo.
— ¿Sobre qué?
Se acercó a su mujer y se detuvo a dos palmos de distancia.
— Tócame – susurró. Al ver que ella vacilaba, alargó los brazos y la asió por las muñecas —. Ponme las manos encima. – Ella le colocó las palmas sobre la camisa y él posó sus manos encima —. ¿Qué ves?
Confundida por su petición, pero conmovida por el apremio que percibía en su voz, abrió los dedos sobre la fina batista. Sintió los latidos de Nicholas contra las palmas. Una miríada de imágenes desfiló por su mente y ella cerró los ojos, intentando encontrar algún sentido en ellas. Y de pronto lo consiguió.
Abrió los ojos de golpe.
- Has descubierto algo sobre el disparo que oí. Alguien recibió un tiro.
— Sí – dijo, asintiendo despacio con la cabeza —. Se llamaba James Kinney, y era el alguacil de Bow Street que yo había contratado para que localizara a Gaspard. Tenía información para mí.
— Y alguien lo mató.
— Sí.
— ¿Gaspard?
— Eso creo. – Respiró hondo —. _____, la noche que nos conocimos me dijiste que William estaba vivo. – Apretó con más fuerza las manos de ella contra su pecho —. ¿Estás segura? ¿Puedes verlo? ¿Puedes decirme dónde está?
Ella se quedó muy quieta. Por unos instantes dejó de respirar y unas lágrimas calientes asomaron por sus ojos.
—Dios mío, ahora me crees. Ahora crees que tengo visiones.
— Sí, te creo – dijo él, clavando en ella su ardiente mirada —. No puede haber otra explicación para todo lo que sables. ¿Puedes ayudarme a encontrar a William?
— Me... me gustaría, pero no sé si puedo. Tengo muy poco control sobre las visiones. Son impredecibles. A veces, cuando más anhelo ver alguna cosa las visiones no se presentan.
— ¿Lo intentarás?
— Sí, sí, desde luego. – La desesperación que trasmitía la voz de Nicholas la impulsó a actuar. Le agarró las manos, las sujetó con firmeza entre las suyas y cerró los ojos. Rezó porque le viniesen a la mente las respuestas que él buscaba, pero las respuestas no acudieron. Decidida, se concentró más, hasta que sintió que tenía la cabeza a punto de estallarle. Y entonces lo vio.
Al abrir los ojos miró su rostro severo, deseando tener mejores noticias que comunicarle.
— ¿Has visto algo?
— Está vivo, Nicholas. Pero .... está en peligro.
La cara de Nicholas palideció.
— ¿Dónde está?
— No lo sé.
— ¿Lo tienen cautivo?
— Lo siento .... No lo sé con certeza.
Él extrajo una carta doblada de su bolsillo y se la entregó.
— ¿Sacas algo en claro de esto?
Ella apretó el papel vitela entre sus manos y cerró los párpados.
— Percibo el mal. Una amenaza. Percibo un vínculo con William. Quienquiera que haya escrito esto tiene alguna relación con tu hermano. – Abrió los ojos y le devolvió la carta, que él guardó de nuevo en el bolsillo.
— ¿Ves alguna otra cosa?
— Sólo tengo la vaga impresión de que pronto habremos de viajar a algún sitio. —Ella escruto su rostro, que parecía esculpido en piedra, y se le cortó la respiración —. Dios santo, estás pensando en volver al barrio de la ribera.
—Tengo que hacerlo. Ahora es más importante que nunca que encuentre a Gaspard.
Ella asintió con la cabeza lentamente.
— Muy bien. Pero esta vez iré contigo.
— De ninguna manera. Gaspard es aún más peligroso de que creía. No puedo permitir .......
— Yo no puedo permitir que vayas sin mí. Quizá logre percibir su presencia. Me niego terminantemente a discutir contigo. En cuanto al problema que supone llevar a una dama al barrio ribereño, hay una solución sencilla.
— Desde luego que la hay: dejarte en casa.
— Me disfrazaré de hombre – prosiguió ella como si no lo hubiera oído. Aprovechando su silencio atónito, se apresuró a añadir —: ¿No ves que es un plan perfecto? Soy lo bastante alta para pasar por un hombre. Lo único que tengo que hacer es vestirme del modo conveniente y taparme el pelo con un sombrero.
— Esa idea no tiene nada de conveniente. _____.
— Sólo sería inconveniente si se lo dijésemos a alguien. No tengo ninguna intención de hablar de esto con nadie, ¿tú sí?
— ¿Y si alguien se diera cuenta de que vas disfrazada? – Sacudió la cabeza —. Demonios, no puedo creer que te haya preguntado eso, como si estuviese considerando siquiera esa locura .....
—¿Están bien iluminados esos lugares?
— No, pero .......
— ¿Están muy concurridos?
— Por lo general sí, pero ......
— Entonces no creo que debamos preocuparnos,. No seré más que otro hombre en un local atestado y en penumbra. – Alzó la barbilla en un gesto desafiante —. Bueno, y ahora ¿qué te parece si vamos a buscar un atuendo de caballero para mí?
— No recuerdo haber dado mi aprobación a este plan descabellado.
— Tal vez no, pero estoy segura de que te disponías a hacerlo. – Le apretó las manos —. Esto saldrá bien, Nicholas, lo sé. Te ayudaré a encontrar a Gaspard. Y a William.
Nicholas fijó la vista en su cara, que estaba muy seria. Ahora la creía sin el menor asomo de duda. Podía ayudarlo. Pero él no quería que con ese fin pusiese en peligro su propia seguridad.
— Deja que haga esto por ti – l pidió ella en voz baja —. Al menos deja que lo intente. Sólo una vez.
Él exhaló un lento suspiro, disgustado consigo mismo por tener en cuenta su proposición, pero incapaz de pasarla por alto. ¿Cómo iba a rechazar una oportunidad de encontrar a William con vida y frustrar los planes de Gaspard?
La miró fijamente.
— Supongo que podríamos intentarlo .....
— Por supuesto que podemos.
— Permanecerás a mi lado ...
— En todo momento. Te lo juro.
— Creo que no me has dejado terminar una sola frase en los últimos cinco minutos.
— Mmm. Tal vez tengas razón. Por otro lado, fíjate en el tiempo que con ello nos hemos ahorrado.
Nicholas retiró las manos de ella y le enmarcó el rostro.
— No permitiré que te pase nada. Lo juro.
Una sonrisa que irradiaba ternura se dibujó en los labios de ella.
— Lo sé, Nicholas. Me siento totalmente a salvo contigo.
El corazón se le llenó de afecto hacia ella al oír esa frase sencilla. Su fe y su confianza en él le daban una lección de humildad. Y le producían un sentimiento de culpa. Maldición, la estaba utilizando, aprovechándose de su don para sus propios fines, pero tenía que encontrar a Gaspard. Y a William. Dios bendito, a William ……….
— ¿A qué hora quieres que nos marchemos esta noche? – preguntó ella, devolviendo la atención de Nicholas al asunto que los ocupaba.
—Mi familia y Jackson vendrán a cenar, aunque no sé muy bien cómo se decidió eso, y después se irán todos al teatro. Saldremos para realizar nuestra misión cuando se hayan marchado.
— ¿No se preguntarán por qué no vamos con ellos al teatro?
— Lo dudo. Estamos recién casados. Estoy seguro de que darán por sentado que preferimos quedarnos en casa a solas.
— Quieres decir que pensarán que estamos ..... – dijo ella con las mejillas encendidas, y su voz se extinguió para dar lugar a un silencio incómodo.
Él se le acercó, la estrechó entre sus brazos y le posó los labios en la zona de la piel sensible situada debajo de la oreja.
— Sí, pensarán que estamos haciendo el amor.
— Qué escándalo. ¿Qué demonios pensará tu madre de mí?
— Estará encantada de que nos llevemos tan bien. – Él observó su rostro sonrojado —. ¿Estás segura de que quieres venir conmigo esta noche?
— Por supuesto. Ya sabes que soy muy robusta.
— En efecto. – Le plantó un beso en la frente y se apartó —. Ahora debo ir a Bow Street para notificarles todo lo que sé sobre James Kinney. Nos veremos en el salón a las siete.
Nicholas pasó toda la cena deseando que su familia se retirase. Tenía mucho en qué pensar, en especial acerca del hecho de que William probablemente estaba vivo. Y acerca del peligro.
¿Cómo diablos habían podido equivocarse las autoridades militares respecto a la muerte de su hermano? ¿Dónde estaba? ¿Estaría implicado todavía en actividades desleales? “Ah, William..... – pensó —. ¿En que té fallé?”
Pero le resultaba imposible poner en orden sus pensamientos delante de su familia. Su madre, por lo general moderada, casi estaba dando botes en su silla en el otro extremo de la mesa mientras conversaba con _____, llena de entusiasmo.
Caroline y Robert discutían animadamente haciendo gestos y cuando su madre no los miraba, se sacaban la lengua, como les gustaba hacer de pequeños. Nicholas se percató de que Jackson era el único comensal callado, sin duda porque los demás no le dejaban decir palabra.
En cuanto hubo finalizado la cena, Nicholas se puso en pie y se dirigió a la otra punta de la mesa, donde se encontraba _____.
— Si nos disculpáis, creo que _____ y yo nos retiramos. Disdrutad del resto de la velada. – Tendió la mano y la ayudó a levantarse.
— ¿Os retiráis.? – exclamó Caroline con los ojos desorbitados —. ¿A esta hora?
— Sí – respondió Nicholas con serenidad, haciendo caso omiso de las sonrisitas que Jackson y Robert no se molestaron en disimular.
— ¡Pero si es muy temprano! ¿No queréis .......? – Caroline se interrumpió bruscamente y fulminó con la mirada a Robert, que estaba sentado enfrente de ella —. ¿Has sido tú quien acaba de darme una patada?
— Sí. Pero sólo porque estoy demasiado lejos para meterte la servilleta en la boca. – Agitó los dedos para despedir a Nicholas y guiñó un ojo a _____ —. Buenas noches, Nicholas. Dulces sueños, _____.
Sin más preámbulos, Nicholas condujo a _____ hacia la puerta del comedor y subió con ella las escaleras. No se detuvo hasta que hubo cerrado la puerta de su alcoba tras sí. Apoyado en ella, estudió el rostro sonrojado de su esposa.
— Por todos los cielos, ya nunca seré capaz de mirarlos a la cara – se lamentó ella, caminando impaciente sobre la alfombra —. Todos piensan que estamos haciendo eso.
El deseo irresistible de hacer “eso” lo golpeó con la fuerza de un puñetazo. Estaba nervioso, tenso y sólo con pensar en tocarla se inflamó por dentro. Se dio impulso para apartarse de la puerta y acercarse a ella. La agarró por el brazo para detener sus idas y venidas y la atrajo hacia sí.
—Bueno, pues ya que todos lo piensan, no deberíamos decepcionarlos – dijo fijando los ojos en los de ella, que lo miraban con sorpresa.
— Pensaba que querías que nos marcháramos en cuanto ellos salieran para el teatro – dijo _____.
Él llevó las manos a la espalda de su mujer y empezó a desabotonarle el corpiño.
— Eso quiero, pero tardarán una media hora en estar listos. Además, tienes que ponerte tu disfraz, y puesto que para ello debes quitarte este vestido, te sugiero que aprovechemos la oportunidad. – Le desabrochó el último botón, le deslizó el vestido hacia abajo y lo soltó. La prenda cayó arrugada a sus pies.
— Cielos. Sin duda debería sufrir un desvanecimiento ante una proposición tan escandalosa.
Él le pasó los dedos por los pechos.
— ¿Un desvanecimiento? ¿Debo pedir que te traigan amoniaco?
— No será necesario. Por fortuna, poseo una .......
— Una complexión de lo más robusta. Sí, es una suerte.
— Vaya, por tu tono deduzco que necesitas algo de ejercicio. ¿Qué tienes en mente? ¿Una carrera?
— Bueno, me gustaría que nos marcháramos dentro de media hora.
La camisa interior de _____ se desplomó alrededor de su tobillos, junto con su vestido. Al verla desnuda, increíblemente bella, con una sonrisa tímida y traviesa a la vez que le iluminaba el rostro, a Nicholas se le hizo un nudo en la garganta. Maldita sea, ninguna otra mujer producía en él un efecto semejante. El sentimiento que le inspiraba lo confundía y desconcertaba. Era algo más que deseo. Era una necesidad. Una necesidad desgarradora de tocarla, de sentirla.
La estrechó entre sus brazos y la besó profunda y largamente, con los músculos tensos por el esfuerzo de apretarla contra sí, de abrazarla más estrechamente. La inmovilizó contra la pared para devorar su boca y deslizar las manos por sus costados.
Ella respondió a sus movimientos echándole los brazos al cuello y apretándose contra él hasta sentir los latidos de su corazón, pegado al suyo.
— Nicholas ...., por favor ...
Su súplica le tocó la fibra sensible. “Por favor.” Dios, sí, por favor. Estaba a punto de reventar. La necesitaba, en ese preciso instante.
Bajó las manos y prácticamente se desgarró los pantalones. Luego la levantó en vilo.
— Rodéame con las piernas – gimió, con una voz que ella no reconoció.
Con los ojos muy abiertos, ella obedeció y él la penetró. Su calidez lo envolvió, apretándolo como un puño de aterciopelado. Él la sujetó por las caderas y se movió dentro de ella, con acometidas bruscas y rápidas. Tenía la frente cubierta de sudor, y su respiración entrecortada le quemaba los pulmones. Con una última embestida, llegó a su clímax demoledor. Apoyando la cabeza en el hombro de ella, le apretó las caderas con los dedos y, por un momento interminable, palpitó en su interior, derramando su simiente y parte de su alma en su intimidad.
Tardó un rato en recuperar la cordura. Después levantó la cabeza y la miró. _____ tenía los ojos cerrados y el rostro pálido. De pronto Nicholas se sintió culpable.
¿Acaso estaba mal de la cabeza? Acababa de poseer a su esposa contra la pared, como a una prostituta del puerto. Sin pensar por un instante en sus sentimientos o su placer. Probablemente le había hecho daño. Bajó la mirada y vio las marcas rojas que le había dejado en las caderas. Su esposa debía pensar que él era un monstruo.
Con la máxima delicadez, se apartó de _____, que habría resbalado hasta el suelo si él no la hubiese sujetado. ¡Maldición! ¡Ni siquiera podía mantenerse en pie! ¿Tanto daño le había hecho?
Sosteniéndola con un brazo por el talle, le apartó un rizo castaño rojizo de la frente.
— _____, Dios mío, lo siento. ¿Te encuentras bien?
Ella agitó los párpados y los abrió muy despacio. Él se dispuso a encajar el reproche que sabía que iba a ver en sus ojos, las palabras de recriminación que merecía.
Los ojos de color ámbar de _____ se posaron en los suyos.
— Estoy de maravilla. ¿Quién ha ganado?
— ¿Ganado?
Una sonrisa jugueteó en los labios de ella.
— La carrera. Creo que he ganado yo, pero estoy dispuesta a reconocer mi derrota.
— ¿No te... te he hecho daño?
— Por supuesto que no. Claro que siento las rodillas como si fueran gelatina, pero ésa es una afección que sufro siempre que me tocas. – Lo miró con expresión preocupada —. ¿No te habré hecho daño yo a ti?
A Nicholas lo invadió tal sensación de alivio que sus propias rodillas estuvieron a punto de ceder. Tuvo que hacer un esfuerzo para articular la respuesta a pesar del nudo que se le había formado en la garganta.
— No.
Tenía que darle explicaciones y pedirle disculpas, pero ¿cómo explicar lo que él mismo era incapaz de entender? Nunca Había perdido el control de ese modo. Le faltaban las palabras, pero desde luego le debía a ella un intento de explicación.
Sin embargo, antes de que pudiera abrir la boca, ella le rozó los labios con los suyos.
— Creo que aún nos quedan diez minutos – susurró junto a su boca —. No querrás desperdiciarlos hablando, ¡verdad?
Nicholas emitió un sonido, en parte carcajada, en parte gruñido. Tendría que haber esperado una reacción inesperada por parte de ella. Se agachó, la levantó en vilo y se encaminó al lecho.
Siempre y cuando ella diese su consentimiento, había por lo menos media docena de cosas que él quería hacer en esos diez minutos.
Y, desde luego, hablar no era una de ellas.


Continuara
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Mensaje por Nick_is_infatuation Vie 11 Mayo 2012, 6:16 pm

:P

_______ siempre reacciona de la manera mas inesperada para Nick haha!

gracias por seguirla (:
Nick_is_infatuation
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Mensaje por DanieladeJonas Vie 11 Mayo 2012, 8:00 pm

hay dios estos capitulos estuvieron hermosos!!!! los ame con locura...al fin se casaron, la rayis es tan buena y amable..y Nick ya la ama de eso estoy segura que bueno que ya le creyo lo de las visiones ahora podra ayudarlo.. quiero saber que va a pasar cuando se vista de hombre.. creo que sera un poco graciosos haha tambien me encanto la parte en que se besan Caroline y Jackson ojala puedan estar juntos..siguela pronto porfis!!!
DanieladeJonas
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Mensaje por jennito moreno Sáb 12 Mayo 2012, 6:22 pm

ohhhhhh ya se casaron y vivieron la noche de bodas...
ademas encontraron al alguacil muerto...
ooohh son demasiadas cosas..
aunque me encant robert interrumpiendo su escena en la biblioteca jajajajajja
y nicholas ya se esta enamorando de ____ y no es que ya lo esta ...
ooohh me encanta la nove sigue protnto quiero saber que pasara en el barrio ese y gaspard
jennito moreno
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Mensaje por mariely_jonas Miér 16 Mayo 2012, 8:53 pm



dioss kee kosasss
me impresionan stos muchachos wow
la amo me encanta yaa lo k siguee porfaa
aaaaaaahhhhhh
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Mar 29 Mayo 2012, 12:07 pm

Capítulo 29!


Treinta minutos después _____ contemplaba su imagen en el espejo de cuerpo entero. Ni sus propios padres la habrían reconocido.
Llevaba unos pantalones negros ajustados. Iba calzada con una botas gastadas que le venían un poco grandes. Una holgada camisa blanca de hombre le ocultaba el busto, que se había ceñido con una faja. Llevaba el pelo recogido y tapado con una gorra de marinero encasquetada hasta los ojos. Podía pasar fácilmente por un hombre joven, alto y esbelto. Una vez que se pusiera el abrigo negro que colgaba de un poste de la cama, nadie se daría cuenta de que era una mujer, y menos aún una duquesa.
La puerta de la alcoba se abrió y apareció Nicholas.
— Muy bien. Ya todos se han marchado al teatro. ¿Estás ...... – al verla se detuvo en seco – lista?
Ella se volvió hacía él.
— Sí. ¿Qué opinas?
La miró de arriba abajo, y luego de los pies a la cabeza. Acto seguido se le acercó, muy serio, y se detuvo justo enfrente de ella.
— Tú no vas a salir de esta casa vestida así – barbotó con lo sdientes apretados.
Ella puso los brazos en jarras.
— ¿Puedo preguntarte por qué no? Es un disfraz perfecto. Nadie sospechará que no soy un hombre.
— Eso es lo que té te crees. El modo en que esos pantalones marcan tu figura ..... – Agitó la mano, con los labios reducidos a una línea fina —. ¡Es indecente!
— ¿Indecente? ¡Eres tú quien me los ha dado!
— No sabía que tendrías ese aspecto con ellos puestos.
Ella empezó a dar golpecitos en el suelo con el pie.
— ¿Qué aspecto?
— El aspecto de ...... – De nuevo agitó la mano, como intentando hacer aparecer la palabra que buscaba por arte de magia —. Ese aspecto – concluyó, señalándola.
Ella exhaló un suspiro. Por los visto él iba a dejar que su sentido de posesión diese al traste con el plan. _____ tomó el abrigo del pilar de la cama, se lo puso y se lo abrochó.
— Mira – dijo, girando lentamente ante él —. Estoy tapada desde la barbilla hasta las rodillas.
Él continuó echando fuego por los ojos. Después de que ella diese dos vueltas delante de él, soltó algo parecido a un gruñido.
— No te quitarás ese abrigo ni por un segundo. Y lo llevarás siempre abrochado. Los parroquianos de la taberna que al parecer frecuenta Gaspard son gente muy ruda. Si alguien llegase a sospechar que eres una mujer podría haber consecuencias desastrosas.
— Entiendo.
Nicholas posó la vista en su gorra.
— ¿Está bien sujeta?
— Como si me la hubiese fijado a la cabeza con clavos.
La expresión de Nicholas no se relajó un ápice y por un momento ella temió que se negara rotundamente a llevarla consigo. Hizo lo que pudo por mantener el rostro impasible y esperó en silencio. Al fin, él habló.
— Vámonos.
Salió de la habitación y ella lo siguió., cuidándose de disimular el alivio que sentía. Y la aprensión, no quería que la dejase en casa.
Porque sabía que algo importante ocurriría esa noche.
Media hora después, cuando el coche de alquiler se detuvo frente a un edificio destartalado. _____ descorrió ligeramente la cortina y escrutó la oscuridad. Aunque no sabía exactamente dónde estaban, el hedor a pescado podrido indicaba la proximidad del río. Le entraron ganas de taparse la nariz.
— ¿Estás lista, _____?
Ella apartó su atención de la ventana y miró a Nicholas, sentado delante de ella. Incluso en la penumbra alcanzaba a ver su ceño fruncido. Su marido parecía irradiar tensión en ondas oscuras. Ella sonrió forzadamente, con la esperanza de desterrar su evidente inquietud.
— Sí, estoy lista.
— ¿Has entendido exactamente qué es lo que quiero que hagas? – preguntó él sin devolverle la sonrisa.
— Por supuesto. Si tengo alguna premonición, te avisaré de inmediato.
Aunque parecía imposible, el gesto de Nicholas se tornó aún más adusto.
— Gracias, pero no me refería a eso.
Entonces fue _____ quien frunció el entrecejo.
— No lo entiendo. Creía que querías que te avisara si tenía alguna premonición.
— Y es verdad. Pero no debes apartarte de mi lado.
— No lo haré. Yo .....
Él extendió los brazos y la tomó de las manos, interrumpiendo sus palabras. La intensidad de su mirada le puso a _____ la carne de gallina.
— Prométemelo – le dijo Nicholas en un susurro apremiante.
— Te lo prometo, pero .......
— No hay pero que valga. Este lugar es extremadamente peligroso. No podré protegerte si te elejas de mí. ¿Me he expresado con claridad?
— Con claridad meridiana. Me pegaré a ti como una lapa.
Él soltó un suspiro.
— Maldición, no ha sido buena idea. Hay mil cosas que podrían salir mal.
— Hay mil cosas que pueden salir bien.
— Estoy poniéndote en peligro.
— No correré más peligro que tú mismo.
La soltó y se pasó las manos por el pelo.
— Cuanto más lo pienso más me convenzo de que no es buena idea. Voy a pedirle al cochero que te lleve a casa. – Hizo ademán de abrir la puerta.
— No – replicó ella dándole un manotazo en la muñeca.
Él arqueó una de sus cejas color ébano, sorprendido.
— Si me obligas a irme a casa, alquilaré otro coche y regresaré aquí – declaró su mujer.
Él le clavó una mirada acerada. _____ nunca lo había visto tan enfadado, y aunque sabía que no le haría daño, sintió escalofríos al ver la furia que despedían sus ojos.
— No harás nada por el estilo – dijo él pronunciando las palabras muy despacio y articuladamente.
— Lo haré si es necesario. – Antes de que él pudiese formular otra objeción, ella le sujetó la cara entre las manos —. ¿Crees que puedo ayudarte?
Él la miró durante un buen rato mientras _____ se preguntaba si tenía la menor idea de lo mucho que le dolían las sombras de su mirada. Intuía que él le ocultaba algo, algún secreto oscuro y terrible que lo atormentaba, y sospechaba que evitaba deliberadamente pensar en sus sentimientos y sus ideas para que ella no pudiese “verlos”.
Dios santo, resultaba dolorosa presenciar su sufrimiento. Si al menos él le confiase sus secretos ......, si se diese cuenta de lo mucho que deseaba, que necesitaba ayudarlo ......
De lo mucho que lo amaba.
Nunca se lo había dicho, pues no estaba preparada para expresar sus sentimientos más íntimos en voz alta, ni estaba segura de que él quisiera oírlos, pero ¿es que acaso no lo veía en sus ojos, por Dios?
— Si no creyera que William sigue vivo – dijo él al fin – y que puedes ayudarme a encontrarlo, nunca te habría traído.
— Entonces permite que te ayude, por favor. No quiero que sufras más. Deja que te ayude a encontrar las respuestas que buscas. Permaneceré tan cerca de ti que incluso sentirás latir mi corazón.
Ella esperaba arrancarle una sonrisa, pero la seriedad no desapareció de la mirada de Nicholas. Él levantó las manos, le acarició las mejillas y entrelazó los dedos con los suyos, apretándolos con tanta fuerza que ella sintió un cosquilleo en las yemas. No alcanzaba a leer sus pensamientos con claridad, pero era evidente que estaba confundido.
Justo cuando empezaba a creer de que él la enviaría de vuelta a casa, Nicholas se llevó su mano a los labios y estampó un beso cálido en los dedos.
— Entremos – dijo.

El letrero colgado en la fachada del establecimiento rezaba EL CERDO ROÑOSO.
En el momento en que _____ entró en el establecimiento concluyó que el nombre era de lo más apropiado. La peste a licor agrio y cuerpos sin lavar la envolvió como una nube tóxica. Tuvo que reprimir una arcada al percibir la mezcla de ese hedor y del humo acre y denso que flotaba en el aire.
La mortecina luz interior le permitió distinguir las figuras de unos hombres de aspecto tosco, sentadas a unas mesas pequeñas de madera, inclinados sobre unos vasos mugrientos. Cuando ella y Nicholas aparecieron en la puerta, el rumor de la conversación se interrumpió y todos miraron a los recién llegados con ojos hostiles y suspicaces.
A pesar de sus bravatas de hacía unos momentos, _____ sintió que la invadía el miedo y se arrimó a Nicholas. Daba la impresión de que esa panda no dudaría en clavarles una navaja a la menor provocación, pero la mirada claramente intimidatoria de Nicholas no les daba opción a acercarse.
— Mantén la vista baja y no hables – musitó Nicholas. La guió a una mesa cubierta de marcas de vasos situada al fondo.
Ella notó las miradas de los clientes en su espalda, pero en cuanto se sentaron el murmullo de la conversación se reanudó.
Una mujer con un vestido sucio y manchado de grasa se acercó a su mesa.
— ¿Qué va a ser, caballeros?
_____ echó un vistazo por debajo del ala de la gorra y la embargó una gran compasión. La mujer era alarmantemente delgada y tenía varias magulladuras en la piel. Al mirarla con más detenimiento, descubrió que tenía los labios hinchados y un moretón amarillento en la mejilla, y que sus ojos eran los más mortecinos que _____ hubiese visto jamás.
— Whisky – pidió Nicholas —. Dos.
La mujer se irguió e hizo un gesto de dolor, llevándose una mano a la parte baja de la espalda.
— Marchando dos whiskys. Si desean ustedes algo aparte de licor, me llamo Molly.
_____ respiró hondo. Dios santo, qué terrible que alguien se viese obligado a vivir en un entorno tan sórdido. Se le encogió el corazón de lástima por Molly y se preguntó si la pobre mujer había conocido alguna vez la felicidad.
— ¿Estás bien? – susurró Nicholas.
— Esa mujer. Es ...... – Sacudió la cabeza y se mordió el labio, incapaz de describir su desesperación.
— Una prostituta. – Se inclinó hacia delante —. ¿Has percibido algo a través de ella?
A _____ se le humedecieron los ojos. Al echar una ojeada subrepticia al otro extremo del bar, vio a Molly abriéndose paso entre la muchedumbre de hombres. Casi todos la manoseaban al pasar, le toqueteaban los pechos o apretaban las nalgas, pero ella apenas rechistaba y seguía adelante con la mirada perdida.
— No he percibido más que abatimiento – musitó _____ —. Nunca había visto una desesperanza semejante.
— Seguro que no dudaría en robarte si se le presentase la ocasión. De hecho, apuesto a que antes de que nos vayamos intentará vaciarte el bolsillo.
— Si llevara monedas en el bolsillo, con gusto se las daría a la pobre mujer. Dios santo, Nicholas, le han pegado y tiene el aspecto de no haber tomado una comida decente en semanas.
Justo entonces apareció Molly con dos vasos pringosos que contenían whisky. Nicholas se llevó la mano al bolsillo, extrajo varias monedas y las colocó sobre la mesa. En la mirada de Molly no se apreció la menor reacción.
— Muy bien – dijo en una voz carente de toda entonación —. ¿Cuál de los dos será el primero? – Sus ojos amoratados se achicaron hasta quedar reducidos a rendijas —. No se les ocurra pensar que voy a atenderlos a los dos a la vez, porque yo no hago esas cosas.
_____ apretó los labios, esperando que no se notase que esa insinuación la había escandalizado. No se atrevía a imaginar los horrores a los que tenía que enfrentarse esa mujer a diario. Sintió tanta compasión que tuvo que pestañear para contener las lágrimas.
— Sólo quiero información – dijo Nicholas en voz baja —, sobre un hombre llamado Gaspard. – Describió al francés —. ¿Lo has visto?
Molly reflexionó un momento y luego sacudió despacio la cabeza.
— No estoy segura. Muchos hombres entran y salen cada día de esta pocilga y, para ser sincera, trato de no mirarlos a la cara. Sólo sé que huelen mal y todos tienen las manos grandes y malas. – Desvió la vista hacía las monedas que descansaban sobre la mesa —. ¿Necesitan algo más?
— No, Molly, gracias. – Nicholas recogió las monedas y se las dio. A continuación metió la mano en el bolsillo y extrajo varias monedas de oro que le entregó también.
Molly abrió unos ojos como platos y dirigió a Nicholas una mirada atónita e inquisitiva.
— ¿Todo esto? – preguntó — ¿Sólo por hablar un poco?
Nicholas asintió con la cabeza.
Molly se guardó las monedas en el corpiño y se alejó a toda prosa, como si temiera que él le exigiese que se las devolviera.
— ¿Cuánto dinero le has dado? – preguntó _____.
—Lo suficiente para que se alimente.
—¿Durante cuánto tiempo?
Él titubeó por un instante, como si le incomodara responder, pero luego se encogió de hombros.
— Durante al menos seis meses. ¿Has tenido ya alguna visión?
— No. Suele ser difícil en medio de una multitud. Percibo demasiadas sensaciones a la vez, y todas se mezclan y se confunden. Necesito cerrar los ojos y relajarme.
— Muy bien. Hazlo y mientras tanto echaré un vistazo alrededor a ver si reconozco a alguien.
Ella asintió con la cabeza y cerró los ojos. Nicholas se fijó con cuidado en cada uno de los clientes, pero ninguno le resultaba familiar.
Al cabo de un rato, _____ abrió los ojos.
— Lo siento, Nicholas, pero no logro discernir nada que pueda ayudarnos.
— Entonces vámonos —dijo él, poniéndose de pie —. Hay otros establecimientos donde investigar.
Salieron del tugurio sin percances y subieron al carruaje que los esperaba. Nicholas dio una dirección al cochero y se acomodó enfrente de _____. En realidad, en aquella luz tenue, con su atuendo masculino, podía pasar por un hombre joven, cosa que le pareció extrañamente perturbadora a Nicholas, que tantas pruebas tenía de su feminidad.
— Siento no haber podido percibir nada en esa taberna – se disculpó ella ., pero tal vez tendremos más suerte en el siguiente local. ¿Adónde vamos ahora?
— A un antro de juego. Según mis informes, Gaspard fue visto ahí hace poco.
— De acuerdo. – Vaciló, y él notó que estaba retorciéndose los dedos —. Quiero agradecerte el gesto que has tenido con Molly.
La conciencia de Nicholas lo impulsó a decirle que ni siquiera se habría fijado en esa prostituta de no ser por ella, pero antes de que pudiera abrir la boca, su esposa alargó el brazo y le posó la mano sobre la manga.
— Eres un hombre extraordinario, Nicholas. Un hombre extraordinario y fuera de los común.
A él se le hizo un nudo en la garganta. Maldición, ya volvía a las andadas, convirtiéndolo en un cuenco de gelatina con sólo tocarlo y dedicarle unas palabras amables y una mirada afectuosa. Lo hacía derretirse como nieve arrojada al fuego.
Pero en lugar de indignarse por ello, en lugar de sentir ganas de huir o apartarla de un empujón, ansiaba estrecharla entre sus brazos, amarla, intentar explicarle de alguna manera los sentimientos inquietantes que despertaba en él.
La tomó de la mano enguantada y se la besó con vehemencia, casi con desesperación.
— _____, yo .........
El coche se detuvo de golpe, interrumpiendo sus palabras. Al mirar por la ventanilla, vio que habían llegado a su destino. Ayudó a _____ a apearse y la condujo a un callejón estrecho que discurría entre dos edificios de ladrillos ruinosos y abandonados. Bajaron por una escalera cubierta de desperdicios y entraron en la casa de juegos.
El interior era ruidoso, mal iluminado y lúgubre. Hombres de todas las condiciones sociales estaban sentados a las mesas jugando a las cartas o a los dados. Marineros bravucones, un grupo de dandis de Londres con espíritu aventurero, miembros de los bajos fondos; se permitía la entrada a todo aquel que tuviese dinero que apostar.
Después de indicarle de nuevo que se bajase el ala de la gorra y mantuviese la vista baja, Nicholas la guió despacio en torno a la habitación. Ella se detuvo cerca del extremo de la rayada barra de madera.
Tapándola de la vista de los demás con la espalda, Nicholas susurró:
— ¿Qué ocurre?
Ella arrugó el entrecejo y sacudió la cabeza. Sin una palabra, se quitó los guantes y se los guardó en el bolsillo. A continuación, colocó las manos sobre la barra y cerró los ojos.
Nicholas la observaba atentamente, ocultándola de los clientes del antro. Ella empezó a respirar más profundamente y justo cuando él creía que no soportaría un segundo más de su silencio, abrió los ojos.
— Gaspard ha estado aquí – dijo.
Nicholas se puso tenso.
— ¿Cuándo?
La mirada de _____ se tornó sombría.
— Esta noche, Nicholas. Ha estado aquí esta noche.


Continuara
.Lu' Anne Lovegood.
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● Una Boda Imprevista●  «NickJ&Tu» «Terminada!» - Página 5 Empty Re: ● Una Boda Imprevista● «NickJ&Tu» «Terminada!»

Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Mar 29 Mayo 2012, 12:10 pm

Capitulo 30!


Con los párpados bien apretados _____ se aferraba a la barra, intentando asimilar el aluvión de imágenes que se agolpaban en su mente. El hombre que Nicholas buscaba había estado en ese preciso lugar, unas horas antes. Estaba convencida de ello.
Una escena nítida apareció en su imaginación.
— Lleva una pistola. —Sintió que le flaqueaban las rodillas —. Está acostumbrado a matar. Lo ha hecho más de una vez.
Él la tomó de la mano y de inmediato tras los ojos cerrados de _____ se materializaron más imágenes, que destellaron como relámpagos. El corazón se le aceleró y el pulso le latió con fuerza mientras las impresiones inconexas cobraban forma poco a poco. Una visión bien definida acudió a su cerebro, y aparecieron gotas de sudor en su frente. Notó que se mareaba y que le entraba una gran debilidad.
— _____, ¿qué ocurre?
A ella le pareció que el susurro angustiado de Nicholas le llegaba de muy lejos. Se esforzó por abrir los ojos, pero las imágenes que la asaltaban absorbía toda su energía. Se percató vagamente de un alboroto, de que alguien la levantaba en brazos y se la llevaba, pero estaba demasiado débil para protestar. La negrura la envolvió y se sumió en la inconsciencia.
Nicholas nunca había estado tan asustado. Maldita sea, ella había perdido el conocimiento. Tenía el rostro pálido como la cera y la piel húmeda, y respiraba trabajosamente. Sin hacer caso de las miradas de curiosidad que les dirigían varios clientes del garito, la levantó en vilo y salió a toda prisa del edificio. Una vez fuera, le gritó al cochero que los llevara a casa a toda velocidad. Subió con ella en el coche, cerró la portezuela y la acostó con toda delicadeza en el asiento, con la cabeza sobre su regazo.
— _____ – le dijo ansioso, con el cuerpo tenso de miedo —. Háblame, cariño. Por favor, dime algo.
Le dio unas palmaditas en las mejillas y se alarmó al notar que tenía la piel fría y sudada. Sin duda la atmósfera inquietante y los vapores tóxicos la habían afectado, pero, demonios, ¿por qué no se despertaba ahora que ya habían salido? No debería haberla traído. Si le ocurría algo .....
La joven entreabrió los párpados y lo miró directamente a los ojos. El alivio que sintió Nicholas fue inmenso. Acariciándole la pálida mejilla, intentó sonreírle, pero sus músculos faciales se negaron a cooperar. Maldita sea, se sentía tan débil como un recién nacido.
Ella trató de incorporarse, pero él se lo impidió posándole con suavidad una mano sobre el hombro.
— Relájate – logró decirle.
Ella miró en torno a sí.
— ¿Dónde estamos?
— En el coche, camino de casa.
— ¿Camino de casa? – Frunció el entrecejo —. ¿Por qué?
— Me temo que has sufrido un vahído.
— ¿Un vahído? Tonterías. – De nuevo intentó incorporarse y de nuevo él la sujetó.
— Un vahído – repitió, deslizando los dedos por su mejilla, incapaz de contener sus ganas de tocarla —. Para ser una chica tan robusta, has caído redonda.
Ella sacudió la cabeza.
— No, no ha sido un vahído. He tenido una visión. Lo he visto, Nicholas. Lo he visto todo. A William, a Gaspard el francés ………….
El recuerdo de aquella espantosa noche, aquella escena obsesionante que había quedado grabada a fuego en la mente de Nicholas, irrumpió con ímpetu en su memoria, dejándolo trastornado. Ella le apretó la mano y abrió mucho los ojos.
Antes de que él pudiese pronunciar palabra, _____ susurró:
— Dios santo, tú estabas allí. Los viste juntos, cargando cajas llenas de armas en un barco. – Nicholas intentó en vano apartar sus pensamientos de lo sucedido aquella noche. Apretándole la mano con más fuerza, ella añadió —: William te vio en las sombras. Se te acercó y discutisteis acaloradamente. Intentaste detenerlo, pero tu hermano no te hizo caso. Entonces le viste partir en ese barco ...... junto con un enemigo de tu país.
Un gran dolor y un sentimiento de culpa embargaron a Nicholas.
— Él les estaba entregando las armas – musitó, apneas consciente de lo que decía —. Al verme desembarcó. Me llevó a un callejón, donde Gaspard no pudiese vernos. Le pregunté cómo era capaz de hacer eso, pero se negó a contestarme. Me dijo que me ocupara de mis asuntos y que me fuera. Discutimos. Lo amenacé con entregarlo .... Le dije que ya no era mi hermano.
— ¿Se lo has contado a alguien?
— No. – Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos —. Si alguna vez saliese a la luz la traición de William, esa ignomia destrozaría a mi familia. Tenía que proteger a Caroline y a Robert. A mi madre. Aunque no puedo creer que William traicionase a Inglaterra, estoy seguro de lo que vi, y él no lo negó. La pregunta es ¿por qué? ¿Por qué lo hizo?
Sabía que debía mirarla, observar su reacción, pero temía levantar la vista hacia sus ojos. ¿Qué haría si viese en ellos una expresión condenatoria? Había muchas probabilidades de que ella lo rechazara, a él y a su familia, ahora que sabía la verdad. Y, puesto que era su esposa, ella también estaría expuesta a la deshonra.
Preparándose para lo peor, abrió los ojos y la miró. Se le cortó la respiración. La mirada de _____ expresaba una mezcla de emociones, pero no condena. Sólo afecto, cariño y preocupación.
_____ alzó las manos para sujetarle la cara con suavidad.
— Dios santo, Nicholas, cuánto debes de haber sufrido al guardar este secreto para intentar proteger a tu familia. Me apena mucho tu dolor. Pero ya no estás solo.
La compasión sincera que irradiaban sus ojos, el suave y balsámico tacto de sus manos, y sus palabras pronunciadas a media voz se combinaron con la avalancha de emociones que lo asaltaba para hacer pedazos la desolación en que estaba sumido. “Ya no estás solo”
La atrajo hacia sí y apoyó la cara en la cálida curva de su hombro. Un largo escalofrío recorrió su cuerpo, y la abrazó con más fuerza, tanta que a su esposa debieron de dolerle los huesos, pero ni una queja salió de sus labios. Ella lo estrechó contra sí, acariciándole el pelo y la espalda para calmarlo, mientras el sentimiento de culpa que llevaba tiempo pudriéndose en la conciencia de Nicholas estallaba en un torrente incontenible.
Transcurrió un largo rato antes de que sus temblores cesaran. Después permaneció entre los brazos de _____ e intentó poner orden en sus pensamientos.
Los últimos momentos que pasó con William siempre pesarían sobre su conciencia, pero ahora existía la esperanza de que surgiese una segunda oportunidad. William estaba vivo. Tenía que encontrarlo, hablar con él y descubrir los motivos de lo que había hecho.
_____ aseguraba que William corría peligro. ¿Por qué? ¿Acaso alguien pretendía tomas represalias contra él por las actividades que había desarrollado durante la guerra? ¿O alguna otra amenaza se cernía sobre su hermano y lo mantenía cautivo? ¿Estaría William intentando escapar del mal que lo había impulsado a traicionar a su país? Si William necesitaba su ayuda, él se la daría sin importarle el pasado.
Nicholas tomó una resolución firme. Encontraría a William. Y a Gaspard. Costara lo que costase.
Por primera vez desde aquella horrible noche de hacía más de un año, respiró con tranquilidad. El alivio que experimentó al liberar su alma de aquella pesada carga lo dejó casi aturdido. Había pasado tanto tiempo solo, encerrado en su secreto ..... Pero ya no lo estaba. Ahora tenía a alguien con quien compartirlo. _____. Ella conocía sy secreto más oscuro.
Esa hermosa mujer que ahora lo abrazaba contra su corazón, absorbiendo su dolor y reemplazándolo por su propia bondad, lo había liberado y le había devuelto la vida. Además, le había dado esperanza en el futuro.
Dios, cuánto la necesitaba.
Alzó la cabeza y la miró a los ojos. Tenía tantas cosas que decirle, que quería que supiese, pero la emoción le impedía emitir sonido alguno.
El coche se detuvo con una sacudida. Nicholas se obligó a apartar la mirada de ella y vio que habían llegado a su casa. Sin una palabra, la ayudó a apearse y pagó al cochero.
Sujetándola firmemente del brazo abrió la puerta de roble,. El vestíbulo estaba vacío, pues Carters se había retirado hacía varias horas. Sin siquiera detenerse a quitarse el abrigo, la condujo escaleras arriba y a continuación a sus aposentos. Una vez dentro, cerró la puerta con llave.
Sentía una necesidad tan intensa como nunca antes había experimentado. Tenía que tocarla, abrazarla. Piel con piel. Corazón con corazón. Una afirmación de la vida, después de haber pasado tanto tiempo sintiéndose muerto por dentro.
Anhelaba expresarle sus sentimientos, pero no sabía de qué modo, ya que esa clase de palabras estaba fuera de su alcance. Necesitaba sentirla pegada a él, alrededor de él, debajo de él. Mostrarle de otra manera lo que las palabras no alcanzaban a expresar.
Sin despegar la vista de su rostro, empezó a desvestirse. Dejó caer descuidadamente el abrigo y después la chaqueta. El fular, el chaleco y la camisa se añadieron al montón de ropa en el suelo. Con el torso desnudo, se acercó a ella, incapaz de esperar un instante más para sentir sus manos sobre su cuerpo.
Ella hizo ademán de quitarse el abrigo, pero le sujetó las manos y se encargó él mismo de hacerlo. Capa a capa, fue desvistiéndola y después acabó de despojarse de las últimas prendas que le quedaban, hasta que por fin estuvieron ambos frente a frente, desnudos.
Nunca en su vida se había sentido tan necesitado, tan vulnerable.
Alargó los brazos y tomó la cara de ella entre sus manos, rozándole las mejillas con los pulgares. Tenía tantas cosas que decirle, tantas cosas que contarle, pero le faltaba la voz.
— _____ – susurró en tono bajo.
Fue la única palabra que consiguió pronunciar. Pero le mostraría lo que no lograba decirle. La estrechó entre sus brazos y posó los labios sobre los de ella, lleno de una ternura que contrastaba con la fiebre que ardía en su interior.
Ella suspiró su nombre y lo rodeó con los brazos.
Y el dique estalló.
Nicholas la apretó contra su cuerpo, poseído por la necesidad de tocarla por todas partes al mismo tiempo. Sus labios se fundieron con los de _____, en un beso cada vez más ardiente y apasionado. Su lengua exploraba el suave interior de su boca, entrando y saliendo una y otra vez.
Pero no le bastaba con besarla. Se apartó ligeramente y estudió su rostro. El corazón, que ya latía a un ritmo frenético, se aceleró todavía más al ver la pasión y el deseo que brillaban en sus ojos.
— _____, Dios mío, no sé qué es lo que me haces ....... – gimió con voz ronca e irregular.
Se puso de rodillas y aplicó la boca a la nívea piel de su vientre.
— Tan suave ..... – murmuró, deslizando los labios por su abdomen —, tan hermosa .......
Le introdujo la lengua en el ombligo antes de proseguir su recorrido hacia abajo. Le lamió y besó una de sus largas piernas de arriba abajo y luego subió por la otra, mientras deslizaba los dedos por la parte posterior de sus muslos y pantorrillas. Cuando llegó a la base de las nalgas, alzó la cabeza.
— Mírame, _____.
Ella abrió los ojos y bajó la vista hacia él, mostrándole sus iris dorados encendidos de pasión.
— Abre las piernas para mí – le ordeno él en tono dominante con la boca pegada a la tersa piel de su vientre.
Cuando ella obedeció, él le deslizó una mano por el cuerpo, desde el cuello hasta los rizos de color rojo oscuro que cubrían su feminidad,y luego la acarició entre los muslos. Ella apretó los párpados, y un largo gemido se formó en su garganta.
— Eres tan hermosa ..... Y estás tan húmeda ......, tan caliente – gimió él, hundiendo sus labios en su ombligo. Después comenzó a descender, cada vez más, hasta que su lengua la acarició del mismo modo en que la habían acariciado sus dedos. Ella le aferró los hombros y jadeó.
Sosteniéndole las nalgas con las manos, la veneró con los labios y la lengua, aspirando su almizcle femenino, su delicada esencia, amándola hasta que ella se desbordó junto a él y, hundiéndoles los dedos en los hombros, profirió un grito mientras el éxtasis le recorría todo el cuerpo. Cuando los espasmos remitieron, él la levantó en brazos, la llevó a su lecho y la depositó cuidadosamente sobre el cubrecama. Se colocó entre sus muslos y contempló su bellos rostro, sonrojado de pasión.
— Mírame.
_____ abrió los ojos y él la penetró con una acometida larga y enérgica, incrustándose en su húmedo calor. Ella soltó un gemido gutural, deslizando las manos por la espalda de Nicholas. Sin dejar de moverse muy despacio en su interior, él observó toda la gama de emociones que desfilaron por su expresivo rostro, mientras sus embestidas se volvían más largas, vigorosas y rápidas. Ella respondió moviendo las caderas al mismo ritmo que él , hasta que Nicholas notó que el placer se apoderaba de su mujer una vez más.
En el instante en que ella lo apretó en su interior, él perdió todo asomo de control. Todo su mundo quedó reducido al punto en que su cuerpo se unía al de _____. Nada le importaba excepto ella. Estar dentro de ella. Tenerla alrededor de él. La acometió una y otra vez, incapaz de detenerse, ciego de pasión. Con una última embestida, se derramó dentro de ella y, por un momento interminable, susurró su nombre una y otra vez, como una oración.
Cuando la tierra se enderezó, él se desplomó y rodó hasta quedar de costado, arrastrando a _____ consigo. Quería acariciarle la espalda, pero no podía moverse. Ni siquiera podía cerrar los puños. A decir verdad, apenas podía respirar. Nunca había hecho el amor de un modo tan intenso, y un calor interior, más maravilloso que cualquier sensación que hubiese tenido nunca, se extendió por todo su cuerpo.
La amaba.
Por Dios, la amaba.
La amaba tanto que le dolía.
Se quedó inmóvil. Pero ¿y si ella no correspondía a sus sentimientos? ¿Y si .......?
Desechó esta idea sin contemplaciones. _____ sencillamente tenía que amarlo, y no había que darle más vueltas. Y si no lo amaba ahora él encontraría el modo de conseguir que acabase amándolo. Tanto como él la amaba a ella.
Las palabras que nunca le había dicho a nadie pugnaron por salir. Tenía que decírselas. Tenía que hacerlo. Se preguntó si ella ya lo sabría. ¿Le habría leído el pensamiento y captado sus sentimientos? Quizá, pero en todo caso no se lo había comentado. De todos modos, aunque hubieses adivinado lo que sentía por ella, _____ merecía oír esas palabras.
Volvió la cabeza y le rozó la sien con los labios. Después se echó hacia atrás, decidido a mirarla a los ojos al tiempo que le decía que la amaba.
Con el corazón desbocado, abrió la boca para hablar, y acto seguido la cerró.
Su esposa, su robusta esposa, siempre llena de energía, se había quedado dormida.
— ¿_____?
Por toda respuesta, ella soltó un suave ronquido.
Vaya, maldita sea.
Enseguida se sintió muy avergonzado. Qué egoísta de su parte, atender a sus propias necesidades cuando ella había pasado un día agotador. Por todos los diablos, se había desmayado en sus brazos hacía una hora. Si quería ganarse el amor de una mujer tenía que mandar al infierno su egoísmo. No podría comprar a su _____ con baratijas, títulos ni joyas. Pero podía ganársela con cariño. Y amor.
Amor. Su boca se torció en una sonrisa.
Por fin había encontrado nombre para el “efecto _____”.
Procurando no despertarla, tiró del cubrecama para taparse los dos y la acurrucó cómodamente junto a él. Después de escuchar su respiración regular durante varios minutos., le dio un beso en la frente.
— Te quiero – susurró —. Te quiero.

.Lu' Anne Lovegood.
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● Una Boda Imprevista●  «NickJ&Tu» «Terminada!» - Página 5 Empty Re: ● Una Boda Imprevista● «NickJ&Tu» «Terminada!»

Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Mar 29 Mayo 2012, 12:13 pm

Capitulo 31!


La visión se coló en el sueño de _____ con el sigilo de un ladrón experimentado.
Las imágenes serpenteaban a través de los oscuros recovecos de su mente, ondulándose como volutas de humo, para luego ponerse fuera de su alcance.
Una criatura. Una hermosa niñita con brillantes rizos color ébano y ojos grises y vivarachos. Corría, riendo y gritando «mamá».
Entonces la visión cambió. La risa cedió el paso al miedo. Los chillidos de terror de la niña resonaron en la mente de _____, llenándola de aprensión.
El rostro angelical de la niñita se convirtió en una máscara pálida y aterrorizada. Unas manos femeninas se alargaron hacia ella, pe ro la niña parecía flotar cada vez más lejos de su alcance, hasta que se perdió de vista por completo, dejando sólo el eco de sus sollozos. Entonces vio a Nicholas, transido de dolor, desolación y culpabilidad, hasta tal punto que _____ apenas lo reconoció. Oyó su voz, un susurro entrecortado: «No puedo vivir sin ella... Por favor, Dios, no me digas que la he matado trayéndola aquí.»
_____ despertó sobresaltada, con un grito ahogado. El corazón le martilleaba el pecho y los pulmones le ardían como si hubiese corrido varios kilómetros. Y, sin embargo, se le había helado la sangre.
Buscó con los ojos a Nicholas, que dormía plácidamente a su lado. Menos mal, pues ella no hubiera podido hablar en ese momento. Pero, Dios santo, tendría que decírselo.
Él debía saber que ella había visto la muerte de una niña. Una niña de cuya muerte él se culparía.
Una niña de cabello negro azabache y ojos grises, como los suyos. Su hija.
La hija de los dos.
Nicholas abrió un ojo. Al ver el fino haz de luz tenue que se filtraba a través de las cortinas de terciopelo color burdeos, dedujo que estaba amaneciendo... y que por tanto ya era una hora perfectamen te razonable para despertar a su esposa besándola dulcemente, ha ciéndole el amor con suavidad y confesándole su amor con ternura. Al volver la cabeza, descubrió que su esposa yacía en el otro extremo de la gran cama, encogida y de costado, dándole la espal da. Demasiado lejos para tocarla.
Nicholas sintió una honda desilusión y estuvo a punto de reírse en voz alta de sí mismo. Maldita sea, en qué individuo tan embobado y perdidamente enamorado se había convertido. Y en un lapso de tiempo asombrosamente corto. «Seguro que para la hora de la cena estaré componiendo versos. Y sonetos al anochecer.» Estuvo a pun to de soltar una risita. Sí, podía imaginarse con una rodilla en tierra, recitando apasionadamente la Oda a _____.
Le bastaría con acercarse un poco a ella para rodearla con los bra zos y sentir su calor, pero sabía que, en cuanto lo hiciera, ya no la de jaría dormir más. «No seas egoísta —pensó—, deja que descanse.» Entrelazando las manos en la nuca apoyó en ellas la cabeza y se obli gó a permanecer donde estaba para no interrumpir el sueño de _____, al menos durante unos minutos. Sí, simplemente se que daría ahí acostado, maravillándose del cambio tan drástico que esa mujer había obrado en su vida. Un cambio para bien.
Imaginó cómo le tomarían el pelo Jackson y Robert cuando se dieran cuenta de que el «célebre duque de Bradford» había sucumbido al embrujo de su propia esposa. Y no habría manera de que no se diesen cuenta, pues le resultaría imposible ocultar su amor por _____.
Aunque tampoco tenía ganas de intentarlo. Por supuesto, no es taba muy bien visto enamorarse de la propia mujer, pero eso le importaba un pepino.
Una sonrisa que fue incapaz de contener se desplegó en su rostro. Sí, Robert y Jackson se meterían con él sin piedad. «Pero ya me vengaré —se dijo— cuando el amor les pique en sus traseros desprevenidos. Y lo hará. Si puede ocurrirme a mí, puede ocurrirle a cualquiera.»
No podía esperar un segundo más para tocarla.
Pero no quería despertarla... Se limitaría a abrazarla. Moviéndo se con todo sigilo, se deslizó por la cama hasta colocarse justo detrás de ella y le posó suavemente el brazo sobre el talle.
En cuanto la tocó, ella dio un respingo.
—Buenos días, cariño —le dijo Nicholas, dándole un beso en el hombro—. No era mi intención despertarte.
—Yo... pensaba que estabas dormido.
—Y lo estaba. Pero ahora estoy despierto. Y tú también. Mmm. —Hundió la cara en su cabello y aspiró su aroma a lilas. Le ciñó la cintura con el brazo y la atrajo hacia sí, con la espalda de ella contra su pecho.
Se quedó quieto al notar que ella se ponía rígida.
—No lo hagas —susurró _____.
Antes de que él pudiese preguntarle si algo no iba bien, ella se soltó de sus brazos y se sentó, tapándose con el cubrecama.
—¿_____? —Nicholas se incorporó rápidamente—. ¿Te en cuentras bien?
Como ella no respondía, la tomó de la barbilla con delicadeza y la hizo volver la cara hacia él.
Estaba llorando. Sus ojos parecían pozos dorados de aflicción. La calidez que solía brillar en su mirada había desaparecido para ser reemplazada por una expresión sombría que le rompió el corazón. Le soltó la barbilla y le asió los brazos.
—¿Qué ocurre? ¿Te duele algo?
Por toda respuesta, ella lo miró con esos ojos llenos de dolor. Un estremecimiento afín al pánico se deslizó por la espalda de Nicholas.
—Dime qué sucede —pidió, sacudiéndola suavemente.
—Tengo... tengo que decirte algo.
—¿Sobre William?
—No. Sobre mí.
Ah. De modo que era eso. Por fin iba a desvelarle sus secretos..., a explicarle por qué se había marchado de América tan de repente. Experimentó cierto alivio que mitigó su intranquilidad, y aflojó la presión sobre los brazos de _____. Por lo visto su esposa confiaba en él lo suficiente para abrirle su corazón. Y después de la confianza... ¿no era lógico que viniese el amor?
Dios, ¿iba ella a decirle que lo amaba? En ese caso no debía de resultarle fácil hacer esta declaración, pues no sabía lo que él sentía por ella. Porque nunca se lo había oído decir. Probablemente Eliza beth tenía miedo de que él rechazase su amor.
Pero él iba a desterrar ese temor con sólo dos palabras.
—_____, te qui...
—Te mentí.
Definitivamente no era la frase que esperaba oír.
—¿Cómo dices?
En lugar de contestarle, ella se soltó de sus manos y recogió su camisón del suelo. Se lo puso, juntó los bordes del escote para cu brirse el pecho y le pasó a Nicholas su bata de seda. Él se la endosó y anudó el cordón, observando a _____, que se apartaba lenta mente de él. Sólo cuando se halló a varios pasos de distancia su es posa volvió a hablar:
—Te mentí sobre los motivos por los que estoy en Inglaterra.
—¿En serio? ¿No viniste a ver a tu tía?
—No. Vine a vivir con ella.
—Cariño, yo no llamaría a eso una mentira. —Extendió los bra zos hacia _____, pero ella sacudió la cabeza y retrocedió un paso.
—No lo entiendes. Tenía que venir aquí. No quería, pero no tenía otro sitio adonde ir.
—¿A qué te refieres?
Ella respiró hondo antes de responder:
—Después de la muerte de mi padre, no soportaba vivir sola en nuestra casa. Además de que se consideraba casi indecoroso que una mujer soltera viviese sola, a decir verdad, echaba mucho de menos la compañía de otras personas. Los Longren, primos lejanos por parte de mi padre, residían en la misma población que yo y me invitaron a vivir con ellos. Parecía una solución perfecta ya que yo los quería mucho y su hija Alberta era mi mejor amiga, así que vendí mi casa y me mudé con ellos.
Nicholas reconoció el apellido Longren como uno de los que había mencionado Jackson.
—Continúa.
—Me encantaba formar parte de su familia, y los hijos más jóvenes, unos diablillos los tres, eran una delicia. Durante casi dos años todo marchó de maravilla. —Se retorció los dedos, mirando la alfombra— Y entonces Alberta conoció a David.
Él la contempló, obligándose a guardar silencio, para dejar que ella terminase su historia.
—David llegó al pueblo desde Boston, donde trabajaba en una caballeriza. Se le daban muy bien los caballos y era un magnífico herrador, de modo que el señor Longren lo contrató de inmediato en su cuadra. David era un joven muy atractivo, y todas las damas se quedaron prendadas de él.
Nicholas apretó los puños.
—¿Tú también?
—Debo reconocer que, cuando lo conocí, me pareció apuesto y encantador. —Hizo una pausa y luego añadió en voz baja—: Pero entonces lo toqué.
—¿Y qué viste?
—Mentiras. Engaños. Nada concreto, pero sabía que no era como todos creíamos. Me obligué a borrar esa impresión de mi mente. Después de todo, mientras trabajase de firme para el señor Longren, no era asunto mío que hubiese sido mentiroso en el pasado. Me persuadí de que estaba emprendiendo una nueva vida y merecía una segunda oportunidad. Pero varias semanas después Alberta me contó que estaba enamorada de David. —Empezó a pasearse le de un lado a otro de la habitación—. Me quedé muy preocupada. Le advertí con tacto que no lo conocía muy bien, pero ella no me escuchó. Nadie en el pueblo, incluida Alberta, sabía lo de mis visiones. No las tenía muy a menudo, y, como tú bien sabes, no resultan fáciles de creer ni de aceptar, así que dudé en decírselo, sobre todo porque el peligro que había percibido era muy vago. Además, por nada del mundo quería correr el riesgo de equivocar me y destrozar la felicidad de Alberta inútilmente.
»Tenía que saber más, averiguar si, en efecto, él era una persona poco honorable. Para eso debía volver a tocarlo, o por lo menos to car alguna de sus pertenencias. —Tomó una estremecida bocanada de aire y prosiguió, con voz agitada—: Al día siguiente visité la caballeriza para hablar con David. Palpé sus herramientas e incluso logré tomarlo de la mano con el pretexto de examinar un corte que se había hecho en el dedo. Y mis sospechas se vieron confirmadas.
—¿Qué había hecho?
—No lo supe exactamente, pero intuí que se había marchado de Boston a causa de un escándalo. Sabía que era un embustero y un tramposo. Sabía que necesitaba dinero y que los Longren eran una familia acomodada. Pero lo peor de todo era que sabía que iba a romperle el corazón a Alberta. Rogué por que sus sentimientos hacia él cambiaran, pero dos semanas después ella y David anunciaron que pensaban casarse al cabo de un mes. —Su voz descendió hasta con vertirse en un susurro—. No sabía qué hacer. Ella estaba muy enamorada de él, pero iba a cometer un terrible error. De nuevo intenté avisarla con indirectas, pero fue inútil. Finalmente, el día anterior a la boda, le dije no que había tenido una visión, sino que tenía motivos para creer que David era un hombre deshonesto y que no le convenía. Que no le causaría más que dolor.
La angustia en su voz le partió el alma a Nicholas.
—¿Y qué dijo ella?
_____ soltó un resoplido.
—Se negó en redondo a escucharme. Después me acusó de estar celosa, de querer quitarle a David. Él le había hablado de mi visita a la cuadra y al parecer la había convencido de que yo tenía la intención de conquistarlo. No podía creer que ella me considerase capaz de eso.
—¿Y le contaste lo de tus visiones?
—Lo intenté, pero ella no quiso escuchar una palabra más. Estaba muy enfadada conmigo por intentar arrebatarle su felicidad y al hombre que amaba. Me dijo que no quería verme en su boda. Que no quería verme nunca más. —Se detuvo justo enfrente de él, que al ver sus ojos empañados en lágrimas sintió una gran compasión—. Me dijo que hiciera las maletas y me marchara de la casa de su familia.
—_____. —Intentó tocarla, pero ella se apartó.
—Tal vez si le hubiese contado antes mi capacidad de ver el pasado y el futuro ella me habría creído. No lo sé. Pero juré en ese momento y en ese lugar que nunca volvería a callarme cuando tu viese una premonición, sobre todo si estuviera relacionada con la felicidad de alguien. —Abrió los brazos en un gesto de impoten-cia—. No volví a tener visiones hasta la noche en que te conocí. Por eso te dije que había visto a William. —Después de cerrar los ojos un momento, continuó—: El señor y la señora Longren se sor prendieron de mi marcha, pero estaban de parte de Alberta, y ella insistía en que me fuera. Sabía que en el fondo ella estaba pasándolo mal. Me quería, pero quería más a David. Junté mis cosas y me fui esa misma tarde. Dejé a Parche con ellos. Era demasiado viejo para viajar, y los niños lo querían tanto como yo.
Se le quebró la voz, y él la imaginó marchándose de su hogar sola, llena de desesperación. Maldita sea, oírla lo estaba desgarrando por dentro.
—¿Y qué hiciste?
—Caminé hasta el pueblo y retiré mis ahorros del banco. No tenía adónde ir, y quería marcharme lo más lejos posible. Conseguí transporte para la costa. Una vez allí, adquirí un pasaje en el Starseeker y contraté a una acompañante. Le mandé una carta a tía Jo anna anunciándole mi llegada. Me siento afortunada y muy agradecida por su acogida.
—¿Sabes qué ocurrió con Alberta y David?
—No. Todos los días rezo por su felicidad, pero sé que sólo es cuestión de tiempo que Alberta acabe con el corazón roto.
A Nicholas le faltaban las palabras. No sabía cómo consolarla, pe ro sabía que debía intentarlo. La mirada atormentada de _____ lo estaba destrozando.
—Siento mucho que tuvieras que pasar por eso, cariño —dijo—, pero por muy triste que fuera para ti abandonar tu hogar, gracias a eso estamos juntos. —Le tendió la mano.
Ella se quedó mirándola inexpresivamente por un momento y luego alzó la vista hacia sus ojos. La expresión de su esposa alarmó a Nicholas. Era como si se hubiese quedado sin energía, sin vitalidad, y en cambio se hubiese llenado de una angustia y un sentimiento de culpa inenarrables.
—Hay algo más, Nicholas. Tuve otra visión. Anoche.
Él bajó la mano lentamente.
—¿Qué viste?
—Vi morir a alguien. —Su sufrimiento era tan palpable que Nicholas prácticamente podía verlo.
—¿A quién?
—A nuestra hija, Nicholas.
Se le cayó el alma a los pies.
—¿Nuestra hija? ¿Cómo lo sabes?
—Era una niñita. Se parecía a ti, con sus rizos negros y unos hermosos ojos grises. —Con pasos vacilantes, se acercó a él y le agarró los brazos, hincándole los dedos en la piel—. ¿Entiendes lo que te digo? He visto el futuro. Teníamos una niña, de unos dos años. Y ella se moría.
La mente de Nicholas se quedó en blanco al oír estas palabras.
—Seguro que te has equivocado...
—No. Lo vi todo. Y no puedo permitir que eso suceda. No puedo permitir que nuestra hija muera.
Nicholas respiró a fondo e intentó pensar con claridad, pero ni por un momento dudó de la veracidad de esa premonición.
—De acuerdo. No permitiremos que ocurra. Ya estamos sobre aviso, así que estaremos preparados. La vigilaremos en todo momento, todos los días. Nada malo le ocurrirá.
—¿Es que no lo ves? No puedo correr ese riesgo. Ya he perdido a mis padres, a los Longren y a Alberta. No soportaría perder a otro de mis seres queridos.... a nuestra hija. Tampoco soportaría verte sufrir por su muerte. —Lo miró por unos instantes—. Sólo hay una manera de asegurarnos de que nuestra hija no muera: no teniéndola.
¿No tener a su hija? Por supuesto que tendrían hijos. Muchos hijos, varones con la aguda inteligencia de ella, niñas con el cabello de su madre.
—Pero ¿qué estás diciendo?
_____ se soltó de sus brazos y se volvió hacia la ventana. Él se quedó contemplando su perfil y escuchó sus rotundas palabras:
—No puedo tener hijos contigo. Me niego a tener hijos contigo. Y la única forma de asegurarme de ello es renunciar a mis deberes conyugales. Por supuesto, no espero de ti que sobrelleves una situación tan insostenible. Soy consciente de lo importante que es para un hombre de tu posición tener un heredero. —Alzó la barbilla, resuelta, pero su voz quedó reducida a un susurro lúgubre—. Por tanto, quiero que anulemos nuestro matrimonio.
Él se quedó paralizado durante todo un minuto, incapaz de comprender sus palabras. Al fin recuperó el habla.
—No es necesario que tomemos medidas tan drásticas, _____.
—Me temo que sí lo es. No puedo pedirte que aceptes a una esposa que se niega a compartir el lecho contigo.
Nicholas cerró los puños, pero consiguió mantener un tono sereno.
—No tengo por qué aceptar a una esposa que se niega a com partir el lecho conmigo. Hay medios de prevenir el embarazo..., si eso es lo que decidimos hacer al final.
—No estás escuchándome, Nicholas. Ya lo he decidido. No corre ré el riesgo de quedarme embarazada.
—Te prometo que podemos encontrar una manera...
—No puedes prometer eso para toda la vida, Nicholas. —Se vol vió hacia él y la fría determinación de su mirada le heló la sangre—. ¿Por qué te resistes a aceptar mi decisión?
Nicholas soltó una carcajada de incredulidad.
—¿Quieres que acepte sin más tu capricho de deshacer nuestro matrimonio? Me asombra que la posibilidad de darte por vencida de ese modo te haya pasado por la cabeza siquiera. Creía que nuestro matrimonio significaba algo más para ti.
—Los dos sabemos que te casaste conmigo sólo porque te sen tías obligado.
—Y los dos sabemos que nada me habría obligado a casarme contigo si yo no hubiese querido. —Redujo la distancia que los se paraba y la tomó con suavidad por los hombros—. _____, da igual el motivo por el que nos casáramos. Lo que importa es lo que sentimos el uno por el otro y la vida que queremos llevar juntos. Podemos hacer que nuestro matrimonio sea tan fuerte que sobrevi va a todo.
—Pero seguro que tú quieres tener hijos.
—Sí, quiero tenerlos. Con toda el alma. —La miró fijamente—. Contigo.
Ella respiró hondo.
—Lo siento. No puedo. No lo haré.
El silencio se impuso entre ambos. Él intentó conciliar a esa mujer fría, resuelta y distante con su _____ afable y cariñosa, pero no lo logró. Pronunciando con esfuerzo las palabras, dijo:
—Comprendo que esa visión te haya afectado, pero no puedes dejar que destruya lo nuestro. No lo permitiré. —Le sujetó el rostro entre las manos—. Te quiero, _____. Te quiero. Y no te dejaré marchar.
Ella se puso blanca como la cera. Nicholas escrutó sus ojos y, por un instante, vio en ellos un dolor intenso y descarnado. Ella desvió la mirada, y a él le dio la impresión de que estaba conteniendo el llanto . Pero cuando se volvió hacia él de nuevo _____ tenía una expresión más severa. El dolor había cedido el paso a la firme determinación , y ella se apartó de él.
—Lo siento, Nicholas. Tu amor no es suficiente.
Estas palabras le traspasaron el corazón causándole una herida sangrante. Dios todopoderoso, si hubiese tenido fuerzas para aspirar suficiente aire se habría reído de lo irónica que resultaba la situación. Después de esperar toda una vida a entregar su amor a una m mujer, ella lo despreciaba como si fuera una vil baratija. «Tu amor no suficiente.»
—Aunque tú estés dispuesto a soportar semejante situación —prosiguió ella en un tono monocorde—, yo no lo estoy. Quiero tener hijos algún día.
—Acabas de decir que no —protestó él cuando consiguió recuperar la voz.
—No. He dicho que no puedo tener hijos contigo... Pero podría tenerlos con otro. La niña que moría en mi visión era mía... y tuya.
Nicholas se quedó petrificado. No daba crédito a sus oídos.
—_____, creo que no sabes lo que dices. No es posible que pienses que...
—Sé exactamente lo que me digo. —Alzó la barbilla en un gesto desafiante y le dirigió una mirada inusitadamente gélida—. Cuando do fantaseaba con la idea de ser duquesa, no imaginé que el precio del título fuera renunciar a tener hijos. No estoy dispuesta a pagar ese precio.
—¿De qué demonios estás hablando? —soltó él—. No tenías ningunas ganas de convertirte en duquesa.
—No soy tonta, Nicholas —dijo ella, arqueando las cejas—. ¿Qué mujer no sueña con ser duquesa?
Sus palabras lo envolvieron como una manta glacial, helándolo hasta los huesos. Se negaba a creer esas declaraciones, pero estaba cla ro que hablaba en serio.
Estaba atónito. Estupefacto. Se llevó la mano al pecho y se frotó el lugar donde debía estar su corazón. No sintió nada. Todos los sue ños y esperanzas que acababan de nacer en él se dispersaron, como ceniza al viento. Ella no lo amaba. No quería tener hijos con él. Ni seguir adelante con su matrimonio. Quería compartir su vida con otro..., con cualquier otro. Pero no con él.
Su estupefacción se evaporó de pronto y lo invadieron senti mientos encontrados: desilusión, ira y un dolor tan profundo que se sentía partido en dos. «Dios, qué idiota he sido.»
Hizo un esfuerzo para rechazar el dolor y concentrarse en la ira, dejando que este sentimiento le corriese por las venas y calentase su sangre helada.
—Me parece que empiezo a entenderlo —dijo en una voz tan amarga que le costó reconocerla—. Por más que asegurabas lo con trario, tenías el ojo puesto en el título. Ahora quieres deshacer nues tro matrimonio con el pretexto de que te preocupas por mí, cuando lo cierto es que quieres ser libre para casarte con otro para poder te ner hijos. Sus hijos.
Ella empalideció al oír su tono, pero no apartó la mi rada de sus ojos.
—Sí. Quiero pedir la anulación de nuestro matrimonio.
La furia y un dolor lacerante lo estremecieron hasta lo más hon do. ¡Maldición, qué magnífica actriz había resultado ser su esposa! Su preocupación, su afecto... era todo fachada. Durante todo ese tiempo él la había creído sincera y digna de confianza, inocente y sin malicia y lo que era aún más gracioso, desinteresada. Pero _____ no era mejor que las féminas que desde hacía años iban en pos de él en busca de fortuna. No podía creer que tuviese la desfachatez, la desvergüenza de encararse con él y decirle que quería anular su ma trimonio porque deseaba que él fuese feliz, cuando lo que quería en realidad era conseguir otro marido.
Pero lo que lo sacó por completo de sus casillas fue imaginarla con otro hombre. Esa imagen le provocó tal rabia que casi se ahogó. Y sin embargo estaba agradecido por esa irritación, pues de no ser por ella el dolor lo habría abrumado.
—Mírame —le ordenó en un tono agrio. Al ver que ella no apar taba la vista de la ventana, la agarró por la barbilla y le hizo volver la cabeza por la fuerza—Mírame, maldita sea.
Ella le sostuvo la mirada con una fría indiferencia que lo enfure ció aún más. Nada en su expresión indicaba que fuese la misma mu jer con quien había hecho el amor hacía sólo unas horas. ¿Cómo ha bía logrado ocultarle esa faceta de sí misma? ¿Cómo demonios había conseguido engañarlo de ese modo? Tuvo que recurrir a todo el dominio de sí mismo para no zarandearla.
—Erraste tu vocación, querida. Habrías arrasado en los escenarios. Te aseguro que me tenías convencido de que eras un dechado de virtudes y de decencia. Pero obviamente no eras más que una maquinadora corriente y una embustera consumada. Tu negativa a asumir debidamente tus obligaciones de esposa me parece una justificación más que suficiente para deshacerme de ti.
_____ se puso lívida.
—Entonces, ¿aceptarás la anulación?
—No, _____, exigiré la anulación, tan pronto como me ya asegurado de que no te he dejado embarazada ya. Durante los próximos dos meses vivirás en mi finca de las afueras de Londres. Ese tiempo nos bastará para cerciorarnos de que no estás encinta.
El pánico se reflejó en el semblante de su esposa. Obviamente no había contemplado la posibilidad de que el daño ya estuviese hecho.
—¿Y si no lo estoy?
—Entonces daremos por terminado nuestro matrimonio.
—¿Y si estoy... en estado?
—Entonces tendremos que sobrellevar esta farsa de matrimonio. Después de que nazca el niño, si quieres marcharte...
—Jamás abandonaría a un hijo mío.
Nicholas soltó una carcajada llena de amargura.
—¿En serio? Pues no has dudado en quebrantar tus votos ma trimoniales, así que ya no sé de qué eres capaz.
Los ojos de _____ centellearon y, por un instante, a Nicholas le pareció que ella se disponía a replicarle, pero se limitó a apretar los labios.
—Ah, y una cosa más —añadió él—. Confío en que te com portarás con la máxima corrección durante los dos próximos meses. No comentarás esto con nadie ni harás nada que pueda suponer un deshonor para mí o para mi familia. ¿Lo entiendes? No toleraré que mi esposa se quede embarazada de otro hombre.
De nuevo tuvo la impresión de que un destello de dolor brillaba en los ojos de _____, pero lejos de amilanarse, ésta repuso:
—No te seré infiel.
—Por supuesto que no. Y ahora, si me disculpas, quisiera vestir me. Tomaré las disposiciones necesarias para que te instales en la casa de las afueras.
—¿Ya no quieres que te ayude a encontrar a William?
—Si tienes alguna otra visión, mándame un mensaje. Yo investigaré por mi cuenta desde aquí. Sin ti.
Cruzó la habitación a grandes zancadas y abrió la puerta que daba a la alcoba de _____. Ella se quedó inmóvil por un momento miró en otra dirección con expresión inescrutable. Después atravesó la habitación con presteza y entró en su dormitorio. Nicholas cerró la puerta tras ella y echó el cerrojo con toda deliberación. El chasquido metálico retumbó en el súbito silencio.
A solas en su alcoba, Nicholas apoyó los puños contra la puerta y cerró los ojos, consumido por las emociones que se agitaban en su interior, hiriéndolo, abrumándolo hasta tal punto que quería gritar. Una parte de su ser estaba poseída de furia. Una furia oscura y fría. Pero otra parte de él estaba tan transida de dolor que casi cayó de rodillas. sentía un hueco en el pecho donde hacía unos minutos latía su corazón... Antes de que _____ se lo arrancara y lo partiese en dos.
Cuando aún no lo conocía, él era un hombre incompleto que, más que vivir, vegetaba. Ella lo había convertido en un hombre com pleto con su dulzura y su inocencia, sus risas, su amor... Pero todo eso nunca existió en realidad. Nunca antes imaginó que una mujer pudiese quererlo por él mismo, aunque había llegado a creer que _____ sí. Pensaba que él jamás se enamoraría, pero había sucum-bido ante ella, con toda el alma y el corazón, con un amor que no creía ser capaz de sentir.
Se acercó a la ventana, descorrió la cortina y paseó vagamente la mirada por un mundo que de repente se había vuelto inhóspito. Ella había conseguido ganarse su amor.
Pero todo era una ilusión.
Antes de que _____ apareciese en su vida, él nunca había he cho grandes planes para el futuro. Lo atormentaban los secretos que guardaba, y había pasado el tiempo de aventura en aventura, de club en club, de una fiesta aburrida a otra.
Pero ella lo había hecho cambiar. Había convertido al hombre solitario, indiferente y cínico que era en una persona con ilusión en el futuro..., un futuro lleno de felicidad, con una esposa cariñosa y unos hijos sanos y alegres.
Y ahora todas esas nuevas esperanzas se habían truncado. Se ha bían venido abajo. Se habían hecho trizas. Ella había dicho que no soportaría perder a otro ser querido, y sin embargo estaba dispuesta a perderlo a él. Y eso aclaraba sin ninguna duda la que sentía por él.
Dios santo, de no ser porque estaba tan afligido, transido de dolor, se habría reído. El «incomparable e invulnerable» duque de Bradford derrotado por una mujer, la que había considerado que encarnaba todos sus sueños. Sueños que ni siquiera sabía que alentaba.
En cambio, esa mujer había resultado ser su peor pesadilla.

_____ contemplaba la puerta, atontada. Nicholas acababa de cerrarla y ella había oído correrse el cerrojo con un chasquido que resonó en su mente como una sentencia de muerte.
Justo cuando se preguntaba si alguna vez volvería a sentir algo la invadió un dolor desgarrador que se extendió por todo su cuerpo y le abrasó la piel. Se tapó la boca con las manos para reprimir un ala rido de agonía y se hincó de rodillas en el suelo.
Nunca, nunca olvidaría la expresión de Nicholas mientras la escu chaba hablar: el cariño se había transformado en amargura, la calidez se había convertido en fría indiferencia, y la ternura había cedido el paso al odio.
Dios, lo amaba con toda su alma. Tanto que no soportaría darle una niña destinada a morir. Jamás conseguiría hacerle entender que él se culparía a sí mismo de la muerte de su hija, y que los remordi mientos y la angustia lo destrozarían. Que nunca se recuperaría.
_____ había renunciado a su alma para darle a él la libertad. Pero ese precio no le importaba. Un hombre honorable como Aus tin habría rehusado disolver su matrimonio y se habría resignado a convivir el resto de sus días con ella sin tener hijos, practicando abstinencia. Merecía la felicidad, una esposa más adecuada para hijos a los que prodigar su amor, de modo que ella le habría dicho cualquier cosa para convencerlo.
Y lo había hecho.
Una carcajada de amargura brotó de su garganta al recordar sus propias palabras: «Fantaseaba con la idea de ser duquesa... No pue do tener hijos contigo..., pero podría tenerlos con otro. La niña que moría en mi visión era mía... y tuya.»
Esas mentiras le habían costado todo lo que le importaba en el mundo. El hombre al que amaba. Hijos. Nunca, nunca volvería a estar con un hombre. Casi se había atragantado al pronunciar la frase «fantaseaba con la idea de ser duquesa». La había soltado como último recurso, cuando se hizo patente que él no aceptaría su decisión a menos que ella extinguiese la llama del cariño que él sentía por ella. Y ahora no la consideraba más que una cazafortunas intrigante y mentirosa. El esfuerzo de ocultar su sufrimiento para hacerle creer que lo que quería era un título, una vida sin él, había estado a punto de matarla.
Pero luego él había empeorado las cosas con su declaración de amor: «Te quiero, _____.» No pudo contener el sollozo que le nació en el pecho. ¿Cuánto dolor tendría que soportar antes de venir se abajo? Había anhelado el precioso don del amor de Nicholas, lo había obtenido... y después había tenido que destruirlo, había visto como se desvanecía ante sus ojos y daba paso al dolor, la rabia y el desprecio… Dios santo, ¿cómo sobreviviría a eso?
¿Y si todo había sido en vano?
Tal vez ya estuviese embarazada.

.Lu' Anne Lovegood.
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● Una Boda Imprevista●  «NickJ&Tu» «Terminada!» - Página 5 Empty Re: ● Una Boda Imprevista● «NickJ&Tu» «Terminada!»

Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Mar 29 Mayo 2012, 12:16 pm

Capitulo 32!


_____ cortó unas lilas fragantes de un frondoso arbusto situado en las lindes del jardín de Wesley Manor, la casa solariega de las afueras de Londres que había sido su hogar durante las últimas tres semanas. Intentó concentrarse en su tarea para no hacerse un corte en los dedos, pero le resultaba casi imposible.
Habían pasado tres semanas desde su enfrentamiento con Nicholas. Tres semanas desde que la había enviado allí para apartarla de su lado sin darle otra cosa que una nota escueta: «Si tuvieras una visión, o cuando sepas si estás encinta, comunícamelo de inmediato.»
Sin embargo, durante esas tres semanas no había tenido una sola visión… No había sentido más que una gran pesadumbre. Y todavía no sabía si estaba encinta. Cada noche se acostaba en su cama, sola, llena de ansiedad, con las manos sobre el vientre, intentando percibir si una criatura estaba creciendo en su interior, pero no veía más que oscuridad, una negrura inexorable.
Habían sido las tres semanas más largas y solitarias de su vida.
Por otro lado, la alternativa de habitar bajo el mismo techo que Nicholas, viéndole todos los días, intentando ocultar su sufrimiento y sosteniendo la mentira que había inventado le habría resultado imposible. Se encontraba mucho mejor donde estaba.
Aun así, la angustia que la acompañaba a todas partes no daba señales de remitir. Trataba de mantenerse ocupada, distraer su men te para no torturarse preguntándose qué estaría haciendo él. O con quién estaría haciéndolo.
Sin embargo, por más flores que cortaba, por más agua de lila, que destilaba, por más horas que pasaba leyendo o vagando por los jardines, nada mitigaba el dolor que atenazaba su corazón. Intenta ba consolarse recordándose que sus actos habían ahorrado a Nicholas el tormento de perder una hija y el infortunio de un matrimonio cas to, pero nada podía borrar la aflicción que la embargaba cada vez que visualizaba el rostro de su marido.
Una imagen de Nicholas le vino a la mente helándole la sangre. Re cordó cómo la había fulminado con la mirada durante los último, momentos que estuvieron juntos, expresando un odio implacable
Los ojos se le arrasaron en lágrimas y se las enjugó impacientemente con las manos enguantadas. Se había prometido que no lloraría ese día. ¿Cuánto tardaría en ser capaz de pasar un día entero sin llorar? Estuvo a punto de soltar una carcajada. Dios santo, ¿cuánto tardaría en ser capaz de pasar al menos una hora sin llorar?
—Ahí estás. —Oyó la voz de Robert a su espalda—. Caroline casi te había dado por perdida.
El desánimo se apoderó de ella, y rápidamente se secó los ojos Adoptó la expresión más alegre que le fue posible, se volvió y le sonrió a su cuñado, que se acercaba por el sendero.
Al verle la cara, Robert casi se detuvo en seco. Maldición, _____ había estado llorando otra vez. A pesar de su sonrisa, sus ojos enrojecidos delataban las noches en vela que había pasado y su profunda tristeza.
Robert sintió un arrebato de rabia. ¿Qué diablos ocurría con su hermano? ¿Es que Nicholas no se daba cuenta de lo abatida que estaba? No, por supuesto que no; él se hallaba en Londres. Hacía tres semanas le había pedido a Robert que acompañase a _____, Caroline y su madre a Wesley Manor con instrucciones de no regresar a Bradfor Hall hasta que se resolviese el caso de la muerte del alguacil.
Pero Robert sabía que algo marchaba muy mal entre su hermano y _____. Había visitado a Nicholas el día anterior y, por el rato que pasaron juntos, dedujo que éste se encontraba tan abatido como _____, o incluso más. Jamás vio a Nicholas de peor humor.
En cuanto a _____, nunca había visto a una persona tan ali caída y desconsolada como ella. Le parecía una bella flor que alguien se hubiese olvidado de regar y que empezaba a languidecer y mar chitarse. Bueno, pues estaba harto de eso. Lo que mantenía a Nicholas y a _____ separados, fuera lo que fuese, debía terminar.
Fingiendo no fijarse en sus ojos llorosos, hizo una reverencia for mal y exagerada.
—Estás preciosa, _____. —Sin darle oportunidad de contes tar, la tomó del brazo y echó a andar por el sendero—. Debemos darnos prisa, el coche de viajeros sale dentro de... —hizo un cálculo rápido de lo que tardarían Caroline y su madre en hacer las male tas— dos horas. —Sabía que las dos se pondrían frenéticas cuando se lo dijese, pero las situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas—. No está bien que pospongamos la diversión.
—¿Coche de viajeros? ¿Diversión? ¿De qué estás hablando?
—Pues de nuestra excursión a Londres. ¿Es que Caroline no te ha dicho nada? —La miró con disimulo y advirtió que palidecía.
—No. Yo... no tengo ganas de ir a Londres.
—Tonterías. Claro que tienes ganas. Pasar demasiados días a so las en el campo resulta agobiante. Iremos al teatro, saldremos de tien das, visitaremos museos...
—Robert. —Se detuvo y se soltó de su brazo.
—¿Sí?
—Aunque agradezco la invitación, me temo que no puedo acompañaros. Espero que lo paséis bien.
Robert se preguntó si ella era consciente de lo desconsoladora que resultaba su tristeza. Y adivinó la razón de su negativa a ir a Lon dres: el zoquete de su hermano. Suspiró y sacudió la cabeza.
—Es una pena que no quieras venir. La casa enorme y vacía de la ciudad no será lo mismo sin ti.
—¿Vacía? —preguntó ella con el entrecejo fruncido.
—Claro, porque Nicholas se ha ido a su finca de Surrey para la..., esto..., la inspección anual de las cosechas. Seguro que te ha hablado de ello. —¿La inspección anual de las cosechas? Robert estuvo a punto de poner los ojos en blanco al pensar en la absurda excusa que acababa de inventar.
—Me temo que olvidó mencionarlo.
Sacudiendo la cabeza, Robert emitió un resoplido de disgusto
—Típico de mi hermano mayor. Siempre olvida estas cosas.
—¿Cuánto tiempo estará en Surrey?
—Oh, al menos quince días —mintió Robert con cara de pa lo—. Lo pasaremos de maravilla. Además, Caroline pondrá el grito en el cielo si no vienes. Te necesita desesperadamente como acom pañante para ir de compras, pues los gustos de nuestra madre son demasiado sobrios. Además, me ahorrarás la deprimente perspecti va de no tener a nadie con quien conversar excepto mi madre y mi hermana. —Hizo una mueca de fingido espanto—. ¿Lo ves? Senci llamente tienes que venir.
De inmediato notó que ella estaba considerando seriamente su propuesta y se sintió aliviado al ver en sus labios algo que parecía una sonrisa auténtica. Un esbozo de sonrisa, pero auténtica de todo, modos.
—De acuerdo. Quizás un viaje a Londres supondría un agrada ble cambio de aires. Gracias, Robert.
—Es un placer.
—Supongo que lo mejor será que vaya a hacer las maletas.
—Es una idea excelente. Ve a prepararte, yo vendré enseguida.
La observó alejarse y aguardó a que se perdiese de vista en el la berinto. Cuando estuvo seguro de que no podía verlo, saltó por en cima de un seto de una manera muy impropia de un lord, cosa que le habría provocado un desmayo a su madre, y echó a correr a toda prisa hacia la entrada lateral de la casa.
Debía informar a Caroline y a su madre de su inminente viaje a Londres.


¿Estaba embarazada?
Nicholas, sentado en su estudio, contemplando el fuego de la chi menea con su cuarta copa de brandy en la mano, intentaba en vano ahuyentar de su mente la pregunta que lo atormentaba desde hacía tres semanas. Jackson se encontraba de pie junto a la repisa de la chi menea, contándole algo sobre los últimos cotilleos que había oído en White's, pero Nicholas no lo escuchaba. Después de varias copas más, sin duda dejaría de oír la voz de su amigo por completo. Tal vez dejairía también de sentir.
Había pasado esas tres semanas siguiendo el rastro de dos soldados que habían servido en el ejército con William, pero, tal como habían declarado hacía un año, los dos le dijeron que lo habían vis to, como a tantos otros ese día, caer en la batalla. También había espera do recibir más instrucciones por parte del chantajista, pero no le llegaron. ¿Por qué el hombre no había intentado cobrarle las cinco mil libras que le exigía? Si _____ estuviese allí, tal vez podría...
Desechó el pensamiento, pero era demasiado tarde. Ella estaba grabada a fuego en su mente y, por más que intentaba no hacerse esa pregunta, la incertidumbre lo reconcomía por dentro: ¿estaría embarazada? Aguardaba la respuesta con ansia y también con miedo. Si lo estaba, tendría un hijo suyo..., un hijo destinado a morir antes de tener la oportunidad de disfrutar de la vida. Si _____ no estaba encinta su matrimonio habría acabado. Una risa amarga brotó de su garganta. Maldición, pasara lo que pasase, su matrimonio había llegado a su fin.
Apuró el contenido de la copa, se levantó y se acercó a las licoreras de cristal posadas en la mesita junto a las ventanas que daban a la calle. Se sirvió un brandy doble y descorrió la cortina.
Las verdes praderas de Hyde Park se extendían al otro lado de la calle y una hilera de carruajes desfilaba por sus caminos. Caballeros y damas de elegante atuendo paseaban a la luz de la tarde, con son risas que parecían de alegría en el rostro.
Sonrisas de alegría. Una imagen de _____ riendo apareció ante sus ojos, y se bebió la mitad de su copa de un trago. Demo nios, ¿cuánto tiempo habría de pasar antes de que ella dejase de ocupar todos los rincones de su cerebro, antes de que su ira y su dolor remitiesen? ¿Cuánto tardaría en ser capaz de respirar sin que le doliese el pecho a causa de esa pérdida? ¿Cuándo dejaría de odiarla por haberle desgarrado el corazón, y cuándo dejaría de odiarse a sí por permitírselo? Maldita sea, ¿cuándo dejaría de amarla?
No conocía la respuesta, pero, por todos los cielos, esperaba que otro brandy acelerase el proceso. Alzó la copa para llevársela a los labios, pero se detuvo al ver que un carruaje negro y lustroso tirado por cuatro hermosos caballos zainos se acercaba. «Diablos —pensó—, parece uno de mis coches.» Al inclinarse hacia la ventana, avistó el inconfundible emblema de los Bradford grabado en la puerta de ébano lacado.
¡Maldición! Sin duda era Robert, que volvía para fastidiarlo. Había soportado la compañía de su hermano el día anterior y no tenía ningunas ganas de repetir la experiencia.
—¿Algo te ha llamado la atención ahí fuera? —le preguntó Jackson, yendo a colocarse a su lado junto a las licoreras—. ¿No es ése uno de tus carruajes?
—Me temo que sí. Al parecer mi hermano ha decidido hacerme otra de sus visitas inesperadas.
El coche se detuvo frente a la casa y un criado abrió la portezuela. La madre de Nicholas se apeó.
—¿Qué hace ella aquí? —preguntó Nicholas. Sin duda habría venido para ir de compras. De pronto se quedó paralizado y se le hizo un nudo en el estómago.
¿Sería posible que su madre o Robert le trajesen un mensaje de _____? No bien se le hubo ocurrido esa perturbadora posibilidad, nada menos que _____ bajó del carruaje. Nicholas apretó con tal fuerza la copa que el cristal delicadamente tallado se le clavó en la piel.
—Maldita sea, ¿qué está haciendo ella aquí? —gruñó, al tiempo que mil dudas se agolpaban en su cabeza. ¿Sabía ya si estaba embarazada? Sólo habían transcurrido tres semanas. Si ella lo tenía claro tan pronto era seguramente porque no lo estaba, ¿o sí? ¿O su presencia se debía a que había tenido otra visión sobre William? Miró por la ventana, conteniendo el impulso de pegar la nariz al vidrio como un niño delante del escaparate de una tienda de golosinas, ansioso por contemplarla mejor.
Llevaba un vestido de viaje verde azulado con un sombrero a juego. Unos rizos color castaño rojizo enmarcaban su rostro, y él se acordó de inmediato del tacto de su suave cabello entre los dedos. Incluso desde lejos alcanzó a ver sus oscuras ojeras, señal de que había pasado noches en vela.
El criado extendió el brazo hacia el interior del carruaje y ayudó a Caroline a apearse.
—¿Qué demonios está haciendo ella aquí? —preguntó Jackson bruscamente, apartando a Nicholas de la ventana para no perder detalle.
Nicholas dirigió a su amigo una mirada sorprendida.
—Es mi hermana. ¿Y por qué razón no debería estar aquí? Ade más, ya conoces a mi familia. Se desplaza en manada, como los lo bos. Te apuesto lo que quieras a que mi hermano está a punto de hacer una de sus apariciones triunfales.
Como si hubiese estado esperando esta señal, Robert salió del carruaje con una enorme sonrisa en la cara. ¡Maldición! ¿Qué se traía entre manos esta vez? ¿Y por qué había venido _____ en lu gar de mandarle un mensaje? Nicholas se apartó de la ventana, posó bruscamente la copa sobre la mesa y se dirigió con furia hacia la puerta.


—¡Nicholas, qué grata sorpresa!
Al oír estas palabras de su suegra, _____ se volvió rápida mente. Allí, bajando a grandes zancadas hacia el vestíbulo, con el cuerpo tenso de ira, estaba su marido.
La invadió una gran consternación. Cielo santo, ¿por qué se en contraba él allí? ¿No se había marchado a Surrey?
Permaneció inmóvil, con los ojos clavados en él, intentando re primir la oleada de cariño y añoranza que la asaltó, pero fue inútil. Dios, lo había echado tanto de menos...
Pero la expresión de Nicholas no dejaba lugar a dudas de que él no la había echado de menos. De hecho, cuando llegó al vestíbulo, hi zo caso omiso de ella.
Se inclinó y aceptó un beso de su madre.
—No os esperaba —dijo con rabia contenida—. Todo va bien, espero.
—Oh, sí —dijo la viuda con una sonrisa—. Caroline, _____ y yo estábamos deseando ir de tiendas, y Robert se ha ofrecido ama blemente a acompañarnos a la ciudad.
Nicholas fulminó a su hermano con la mirada, achicando los ojos.
—Qué detalle por tu parte, Robert.
La sonrisa de Robert podría haber iluminado la habitación entera.
—Oh, no es molestia en absoluto. Siempre es un placer viajar en un carruaje repleto de damas encantadoras.
Nicholas miró a Caroline enarcando una ceja.
—¿No recorristeis bastantes tiendas cuando estuvisteis aquí hace unas semanas?
Una carcajada alegre escapó de los labios de Caroline.
—¡Oh, Nicholas, qué divertido eres! Deberías saber que una mujer nunca se cansa de ir de compras.
_____ estaba soportando el terrible bochorno que le producía. aquella situación. Su marido ni siquiera parecía haber reparado en su presencia. Se impuso un silencio incómodo. Ella sintió que se sonrojaba y sólo deseó que la tierra la tragara. Pero justo cuando creía que Nicholas se alejaría de allí sin saludarla, él se volvió y la miró fijamente.
La furia glacial que irradiaban sus ojos grises la heló hasta la médula. Y aunque tenía la mirada clavada en ella parecía más bien que la traspasara sin verla, como si en realidad su esposa no estuviese allí.
Todas las esperanzas que _____ había alimentado de que el tiempo suavizase el trato que Nicholas le daba se truncaron al ver esa mirada. ¿Cómo diablos iba ella a sobrevivir a esa visita? Si ya el mero hecho de no estar con él, de atormentarse recordando lo que había perdido, suponía un suplicio insoportable...
La expresión con que su esposo la contemplaba, sin asomo de cariño ni de afecto, le provocaba un dolor que le debilitaba las piernas. Pero había hecho lo que debía. Lo mejor para él.
Decidida a no dejar que percibiese su sufrimiento interior, esbozó una sonrisa forzada.
—Hola, Nicholas.
ÉL tensó los músculos de la mandíbula.
—_____.
Ella intentó humedecerse los resecos labios, pero también se le había secado la boca.
—Yo... creía que habías ido a Surrey.
La expresión gélida de Nicholas habría podido extinguir un incendio.
—¿A Surrey?
—Sí, a la inspección anual de las cosechas... —Su voz se apagó hasta dar paso a un silencio embarazoso e insufrible, mientras él la miraba con fijeza.
—¿Tienes algo que decirme? —La escueta pregunta resonó en el vestíbulo.
_____ sintió el peso de las miradas de los demás, que observaban su tenso intercambio de palabras. La humillación la embargó, si sus piernas hubiesen cooperado con ella habría salido corriendo de esa casa.
—No —murmuró—. Nada.
Jackson interrumpió esa violenta conversación al aparecer en el vestíbulo. Saludó a todos, pero _____ notó que se inclinaba rígidamente ante Caroline y que ésta no lo miraba a los ojos al responder a su saludo.
—Quisiera cruzar dos palabras contigo en mi estudio, Robert —dijo Nicholas en una voz repleta de amenazas.
—Por supuesto —respondió Robert—. En cuanto me haya instalado en...
—Ahora. —Sin una palabra más, Nicholas giró sobre sus talones echó a andar por el pasillo.
Todos se quedaron callados. Finalmente, la viuda carraspeó.
—¡Vaya! ¿No es... estupendo? Robert, por lo visto Nicholas desea hablar contigo.
Las cejas de Robert se elevaron hasta casi desaparecer bajo su flequillo.
—¿Ah, sí? No me había fijado. —Tras despedirse con una reve rencia llena de desenvoltura, se alejó con toda calma por el pasillo por el que Nicholas acababa de marcharse.
Su madre se volvió hacia los demás, que permanecían en absoluto silencio, y dijo con una sonrisa que cabría calificar de desesperada:
—Van a hablar. ¿No es... estupendo? Estoy convencida de que será una visita maravillosa.
—Maravillosa —repitió Caroline, mirando en todas direcciones excepto en la de Jackson.
—Deliciosa —convino Jackson en un tono lúgubre.
—Fantástica —dijo _____ con un hilillo de voz.
Esperaba poder sobrevivir a ella.

En cuanto Robert hubo cerrado la puerta del estudio, Nicholas espetó:
—¿Qué demonios crees que estás haciendo?
—Cumplir tus órdenes, querido hermano. Has dicho que querías hablar conmigo ahora, así que aquí estoy. Desembucha.
Nicholas hizo un esfuerzo por mantener una postura despreocupada: la cadera apoyada en el escritorio, las piernas estiradas, los brazos cruzados sobre el pecho. De lo contrario, habría cruzado la habitación en dos zancadas y habría levantado a Robert por el cuello.
—¿Por qué las has traído?
—¿Yo? —preguntó Robert con un gesto de inocencia—. Yo no las he traído. Ya sabes cómo les gusta a las mujeres ir de compras. Yo...
—_____ detesta ir de compras.
La expresión desconcertada de Robert indicaba que ignoraba ese rasgo de su cuñada. Nicholas escrutó a su hermano a través de los párpados entrecerrados como dos rendijas, intentando contener su ira.
—¿Podrías explicarme por qué _____ me creía en Surrey? Tal vez podrías aclararme también qué es esa «inspección anual de las cosechas».
—¿Surrey? ¿Cosechas? Yo...
—Basta, Robert. Te lo preguntaré una sola vez más: ¿por qué has traído a _____? No me mientas.
Convencido al parecer por la amenaza que estaba implícita en la furia glacial del tono de Nicholas, Robert decidió no seguir fingiendo inocencia.
—La he traído porque cuando te vi ayer me resultó dolorosamente obvio que lo pasas fatal sin ella. Y hasta un ciego se daría cuenta de que ella lo pasa igual de mal sin ti.
—Si quisiera tenerla aquí, la habría hecho venir yo mismo.
Los ojos azules de Robert centellearon con enfado.
—Pues entonces no acierto a entender por qué no lo has hecho, cuando es evidente que quieres tenerla aquí, y más evidente todavía que la necesitas. Lo que ocurre es que eres demasiado testarudo para reconocerlo. No sé qué problemas tenéis, pero no podréis resolverlos separados.
—¿Ah, sí? —preguntó Nicholas en un tono de total serenidad—. ¿Y desde cuándo eres un experto en relaciones maritales, y sobre to do en la mía?
—No lo soy. Pero te conozco. Aunque no quieras admitirlo, ella es muy importante para ti. Vamos, reconócelo. La quieres. Y cuan do no estás con ella se te ve malhumorado, eres desdichado y te vuel ves prácticamente inaguantable.
El dolor y la ira invadieron a Nicholas, pero logró mostrarse inex presivo.
—Está claro que te has equivocado respecto a mis sentimientos y mi estado de ánimo, Robert. No soy desdichado. Lo que ocurre es que estoy ocupado. Soy responsable de seis fincas y tengo que aten der a un montón de asuntos.
Robert soltó un resoplido.
—Entonces es evidente que no sabes distinguir entre estar ocu pado y ser desdichado.
Nicholas dirigió una mirada glacial a su hermano.
—Sí sé distinguir. —«Créeme, lo sé», pensó—. No pienso tole rar más intromisiones en mi matrimonio, ¿está claro?
—Perfectamente. —Sin embargo, como si Nicholas no hubiera di cho nada, prosiguió—: ¿Qué ha hecho _____ para ponerte tan furioso? Seguro que, sea lo que fuere, puedes perdonarla. No la creo capaz de hacerte daño a propósito.
«Ella me arrancó el corazón a propósito y se reveló como una in trigante calculadora.» Nicholas se apartó de su escritorio y dijo en un tono engañosamente moderado:
—Creo que lo mejor, y lo más inteligente por tu parte, sería que dejaras de expresar tu opinión sobre temas que desconoces por com pleto.
—_____ es tremendamente infeliz.
Nicholas sintió una punzada en sus entrañas, pero se forzó a re chazar su sentimiento de compasión.
—Pues no me explico por qué. Después de todo, es una duquesa. No le falta nada —dijo.
—Excepto una relación con su esposo.
—Olvidas que nos casamos por conveniencia.
—Tal vez el matrimonio empezó así, pero acabaste enamorán dote de ella. Y ella de ti.
«Ojalá fuera verdad», pensó Nicholas, pero añadió:
—Basta. Deja de preocuparte por _____ y por mí y encauza tus energías hacia tareas más productivas. ¿Por qué no te buscas una amante? Concéntrate en tu propia vida en vez de incordiarme.
Robert enarcó las cejas.
—¿Es eso lo que has hecho tú? ¿Te has buscado una amante?
Nicholas apenas logró reprimir la carcajada de amargura que pug naba por brotar de su garganta. No podía concebir la idea de tocar a otra mujer. Antes de que pudiese replicar, Robert continuó:
—Porque si es eso lo que has hecho, entonces eres más necio de lo que pensaba. No me cabe en la cabeza que puedas preferir a otra mujer.
—¿No se te ha ocurrido que quizá sea _____ quien quiere prescindir de mis atenciones?
Una risotada de incredulidad escapó de los labios de Robert.
—¿Así que ésa es la causa de todo? ¿Crees que _____ no te quiere? Por todos los cielos, Nicholas, o eres un completo idiota o has perdido el juicio. Esa mujer te adora. Hasta un ciego lo vería.
—Te equivocas.
La expresión de Robert reflejó su preocupación.
—Estás dando al traste con esa felicidad a ojos vistas, Nicholas. Detesto verte hacer eso.
—Tomo nota de tu inquietud, pero esta conversación ha terminado. —Al ver que Robert se disponía a objetar, Nicholas agregó—: Ha terminado definitivamente. ¿Entendido?
Robert resopló de nuevo, con frustración.
—Sí.
—Bien. No puedo pediros que os marchéis en este instante, pero confío en que tú y tu numerosa compañía os hayáis ido mañana por la tarde. Hasta entonces las mantendrás ocupadas y fuera de mi vista.
Sin una palabra más, Nicholas salió de la habitación, conteniendo el impulso casi irresistible de dar un portazo.
Ella estaba allí. En su casa.
No quería tenerla allí; no quería verla.
Que Dios lo ayudara; ¿cómo conseguiría evitarla durante las siguientes veinticuatro horas?

.Lu' Anne Lovegood.
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Mar 29 Mayo 2012, 12:18 pm

Capitulo 33!


Esa tarde, Nicholas se encontraba a solas en su estudio, frente a la ventana con la mirada perdida. Cuando alguien llamó a la puerta, apretó los puños. Si era ella... Desechó ese pensamiento enseguida.
—Adelante.
Caroline entró en el estudio.
—¿Puedo hablar contigo?
Él le sonrió forzadamente.
—Por supuesto. Siéntate, por favor.
—Prefiero quedarme de pie.
Él alzó las cejas con un gesto inquisitivo ante el tono de su hermana.
—Muy bien. ¿De qué quieres hablar?
Ella enlazó las manos y aspiró a fondo.
—Quiero empezar diciendo que, como hermano, te tengo en gran estima.
—Gracias, Caroline —respondió sonriendo—. Yo...
—Pero eres tonto de remate.
La irritación le borró la sonrisa de la cara.
—¿Cómo dices?
—¿Es que no me has oído? He dicho que eres...
—Te he oído.
—Excelente. ¿Quieres saber por qué eres tonto de remate?
—En realidad, no, pero estoy seguro de que me lo dirás de todas maneras.
—Tienes razón. Me refiero a esta situación con _____.
—¿Situación? —preguntó Nicholas con los dientes apretados.
—No disimules —soltó ella, echando chispas por los ojos—. Sa bes perfectamente de qué hablo. ¿Qué le has hecho?
—¿Qué te hace pensar que le he hecho algo?
—Es muy desdichada.
—Eso es lo que todo el mundo se empeña en decirme. Ella le dirigió una mirada escrutadora.
—No logro entender esta indiferencia glacial. Pensaba que esta bais hechos el uno para el otro, pero es evidente que ella no está con tenta y que tú merodeas por la casa como un oso con una espina cla vada en la pata. Siempre te he visto tratar a las mujeres, incluso a las más irritantes, con absoluto respeto. Y sin embargo, tratas a tu pro pia esposa como si no existiese.
«Es que no existe —se dijo Nicholas—. La mujer de quien me enamoré no existe en realidad.»
—Nicholas. —Caroline le posó la palma de la mano en la mejilla y la ternura sustituyó al enfado en sus ojos—. No puedes permitir que esta infelicidad acabe con vosotros. Es evidente para mí que la quieres con toda tu alma y que ella te quiere. Por favor, examina tus sentimientos, y busca una manera de resolver el problema que tienes con ella, sea cual fuere. Y hazlo ahora, antes de que sea de-masiado tarde. Deseo que seas feliz, y el dolor que percibo en tus ojos me dice que no lo eres. Pero lo fuiste alguna vez. Y gracias a _____.
Esas palabras cariñosas le envolvieron el corazón atenazándose lo como un tornillo de carpintero. Sí, había sido feliz durante muy poco tiempo. Pero esa felicidad estaba basada en una ilusión. Y aun que agradecía a Caroline su preocupación, estaba harto de que pri mero Robert y ahora ella se entrometiesen en su vida.
No estaban al corriente de las circunstancias, pero no tenía maldita la intención de contarles a ellos, o a cualquier otra persona, que su esposa quería disolver su matrimonio. Guardaría el secreto, al menos hasta que fuera absolutamente necesario revelarlo. Si _____ resultaba estar embarazada, tendrían que soportar como fuera su ma trimonio. Alguien llamó a la puerta.
—Adelante.
Era su madre.
—¿Interrumpo algo?
—En absoluto. —Nicholas fijó la vista en la puerta con aire signi ficativo—. Caroline ya se iba.
—Excelente. El coche nos espera para el paseo por el parque, Ca roline. Enseguida me reuniré contigo, ahora tengo que hablar con Nicholas.
Caroline cerró la puerta delicadamente tras sí. Nicholas apoyó de nuevo la cadera en su escritorio y clavó los ojos en su madre.
—¿También tú has venido a ponerme verde?
—¿Ponerte verde? —preguntó ella, con los ojos como platos.
—Mis hermanos han tenido a bien llamarme necio, idiota y mi insulto favorito, tonto de remate.
—Entiendo.
—Celebro que al menos mi madre no se rebaje a insultar.
—Desde luego. Claro que, si no te hubieran dejado hecho un trapo, quizá tendría la tentación de llamarte imbécil cabeza de chor lito, pero dadas las circunstancias me limitaré a decirte que me due le veros tan tristes a ti y a _____. —Le tomó la mano entre las su yas y le dio un apretón—. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?
Maldita sea, prefería los insultos a esa preocupación tierna y cariñosa.
—Estoy bien, madre.
—No lo estás —repuso ella en un tono que no admitía répli ca—. Sabía que algo iba mal cuando enviaste a _____ a Wesley Manor tan de repente. El sufrimiento de la pobre chica es palpable. Y el tuyo también. Nunca te había visto tan enfadado ni consterna do. —Sus afectuosos y azules ojos se posaron en los de él—. Hubo muchos malentendidos entre tu padre y yo cuando estábamos re cién casados...
—No se trata de un malentendido, madre.
No pretendía hablarle en un tono tan cortante. Ella lo miró unos instantes antes de contestar.
—Entiendo. Bueno, sólo puedo decirte que el amor profundo siempre va acompañado de otras emociones intensas. Cuando quie res a alguien con todas tus fuerzas, peleas con todas tus fuerzas. —Esbozó una sonrisa melancólica—. Tu padre y yo hicimos las dos cosas.
Sintió pena por ella y le apretó la mano con cariño. La muerte repentina de su padre los había destrozado a todos, pero a ella más que a nadie.
—Es tu esposa, Nicholas. Lo será para el resto de tu vida. Por vues tro bien, intentad resolver vuestras diferencias y procurad que vuestra unión sea feliz. No dejes que el orgullo os lo impida.
Él arqueó las cejas.
—Das la impresión de estar convencida de que yo tengo la cul pa de mis problemas maritales.
—No he dicho eso. Pero eres un hombre de mundo, mientras que _____ sabe poco de la vida. Cometerá errores, algunos gra ves, otros no, hasta que adquiera algo de experiencia en su nueva po sición. Ten paciencia con ella. Y contigo mismo. —Le dio un beso en el dorso de la mano—. Es la mujer ideal para ti, Nicholas.
—¿Ah, sí? ¿Eres tú la misma persona que manifestaba su apren sión sobre mi boda con una americana?
—No puedo negar que tenía mis reservas al principio, pero durante las tres últimas semanas he llegado a conocer bien a mi nuera. Es una joven encantadora e inteligente, y tiene madera de duquesa. Además, te quiere. Y sospecho que tú sientes lo mismo por ella.
Le sonrió con dulzura y luego se marchó del estudio. Nicholas se quedó mirando la puerta cerrada y exhaló un suspiro. Gracias a su familia acabaría en el manicomio de Bedlam. Tenía que salir de esa casa cuanto antes.
Sin embargo, antes de que pudiese dar un solo paso, las pala bras de su madre asaltaron su mente. «Te quiere.» El dolor y la ira combinados con una tristeza profunda y desoladora, lo hicieron en corvar la espalda. Su madre, Caroline, Robert..., ninguno de ello, tenía idea de lo equivocados que estaban respecto a los sentimientos de _____. Había logrado engañar a todos los miembros de su familia.
«Y sospecho que tú sientes lo mismo por ella.»
Con un quejido, se pasó los dedos por el pelo. Sí, maldita sea, la quería.
Pero con gusto habría dado todo lo que tenía por desterrar ese maldito sentimiento de su corazón.

A la mañana siguiente, Nicholas entró en su estudio Y se detuvo an te la inoportuna visión de Jackson arrellanado en un sillón. Maldición, si Jackson se proponía retomar el tema donde lo había dejado su fa milia el día anterior Nicholas le propinaría un guantazo. Sentía un fuerte impulso de golpear algo, y a la mínima provocación sin duda ese algo sería Jackson.
Su amigo lo miró de arriba abajo y luego dirigió una mirada sig nificativa al reloj que descansaba sobre la repisa de la chimenea.
—Son las diez de la mañana. ¿No es un poco temprano para ir ves tido con ropa formal? ¿O es que no estoy al tanto de la última moda?
—No voy a salir —dijo Nicholas, refrenando apenas su impaciencia.
—Ah, entonces seguro que acabas de llegar de algún sitio. ¿De dónde, me pregunto? Pareces un poco bajo de forma.
—Si insistes en saberlo, he estado en mi club. —Nicholas paseó la mirada por la habitación con interés exagerado—. ¿Dónde está el resto de mi bienamada familia? ¿Escondida detrás de las cortinas?
—Tu madre y Caroline han ido a la joyería. Robert y _____ han salido también, pero no tengo idea de adónde han ido.
Nicholas cruzó a paso rápido el estudio, se detuvo por unos instantes ante la mesita de las licoreras y siguió adelante. Ya había be bido más que suficiente brandy en White's esa noche, y en lugar de encontrar el consuelo que buscaba sólo había conseguido un agudo y persistente dolor de cabeza..., además de perder varios cientos de libras en la mesa de juego.
—Te noto nervioso —observó Jackson desde su sillón.
Nicholas se detuvo y se dio cuenta con gran irritación de que esta ba yendo y viniendo por la estancia.
—No estoy nervioso.
—¿De veras? He visto caballeros que, ante su paternidad inmi nente, se mostraban más tranquilos que tú.
Paternidad inminente. Este comentario, hecho con toda naturalidad, le escoció como la sal en una herida. Reprimiendo una pa labrota, Nicholas se acercó a la ventana y apartó la cortina. Con la vis ta fija en el cristal, pero sin mirar nada en realidad, se esforzó por erradicar de su mente las imágenes dolorosas que evocaban las pala bras «paternidad inminente».
Casi lo había conseguido cuando un coche de alquiler llamó su atención al detenerse delante de su casa. La portezuela se abrió y Ro bert salió del interior, con los labios apretados en un gesto hosco. Le tendió la mano a alguien y _____ se apeó del carruaje. Estaba pá lida y se le veía abatida.
Los dedos de Nicholas se cerraron en torno a las cortinas de ter ciopelo. ¿Adónde diablos habían ido? ¿Y por qué demonios habían tomado un coche de alquiler?
A continuación, Robert ayudó a salir a otra mujer. Era menuda y delgada, y un sombrero de color terroso le cubría el cabello. Cuan do se volvió, Nicholas le vio la cara.
Unos moratones negros le rodeaban los ojos y tenía el labio in ferior hinchado y partido. De pronto la reconoció.
Era Molly, la camarera, la prostituta de El Cerdo Roñoso. Dios santo, ¿qué demonios estaba pasando? ¿Tenía información sobre Gaspard? ¿Por qué estaban _____ y Robert con ella?
Nicholas soltó la cortina y salió como una exhalación del estudio sin hacer el menor caso de la mirada inquisitiva de Jackson. Llegó al vestíbulo justo cuando el trío entraba por la puerta. _____ y Ro bert sostenían a Molly, uno a cada lado. La andrajosa mujer parecía a punto de caer al suelo.
—No te preocupes, Molly —le decía _____—. Unos pasos más y tendrás una cómoda cama sólo para ti. Después les echaremos un vistazo a tus heridas.
—¿Qué diablos pasa aquí? —preguntó Nicholas mirando por tur no a cada uno de los tres.
Molly retrocedió, visiblemente asustada por su tono áspero, y se encogió, arrimándose a _____.
—Tranquila, Molly, no pasa nada —le aseguró _____. Lue go, le pidió a Robert—: ¿Quieres acompañar a Molly a la habitación de invitados amarilla y pedirle a Katie que le prepare un baño? En seguida estoy con vosotros.
—Por supuesto. —Soportando sin esfuerzo el peso de la frágil mujer, Robert la condujo escaleras arriba.
_____ se volvió hacia Nicholas.
—¿Puedo hablar contigo en privado?
—Iba a proponerte exactamente lo mismo —dijo Nicholas con voz tensa. Al recordar que había dejado a Jackson en su estudio, se en caminó a la biblioteca y cerró la puerta cuando los dos estuvieron dentro. Observó a _____ dirigirse al centro de la estancia y luego volverse hacia él. Tenía el rostro blanco como la cera y los ojos ro deados de profundas ojeras que denotaban su pesar. Nicholas sintió la imperiosa necesidad de estrecharla entre sus brazos, y se desesperó al constatar cuánto la amaba.
Se le acercó lentamente. Temía que ella retrocediese, pero Eliza beth permaneció donde estaba, con las manos enlazadas delante de sí y los ojos clavados en los de él. Cuando ya estaban muy cerca el uno del otro, Nicholas se detuvo. Dios, cómo la echaba de menos. Extraña ba su afecto y su sonrisa. El sonido de sus carcajadas. «Olvida todo eso —se dijo—. Se ha acabado. Para siempre. Ella no te quiere.»
El dolor y la rabia se apoderaron de él, pero adoptó una expre sión de pura frialdad y aguardó a que ella hablara.
_____ contempló el rostro distante de su esposo y el nudo que tenía en el estómago se tensó aún más. El semblante glacial de Aus tin indicaba que se avecinaba un enfrentamiento, y ella estaba re suelta a salir vencedora de él.
Levantó la barbilla, desafiante, y dijo:
—Supongo que te preguntarás por qué hemos traído a Molly.
—Qué perspicaz. —Nicholas enarcó una ceja—. En efecto, quiero que me expliques, no sólo la razón de que una prostituta se encuen tre en mi casa, sino por qué medios ha podido llegar hasta aquí.
_____ estalló.
—No quiero que la llames de ese modo.
—¿Por qué? Eso es lo que es.
—Ya no.
—¿Ah, no? ¿Y qué es ahora?
_____ tenía tantas cosas que decirle y tan poco tiempo... De bía examinar a Molly, y luego prepararse para emprender un viaje. Sencillamente, no podía perder el tiempo en explicaciones detalladas. Buscó una respuesta apropiada a la pregunta de su marido y una le vino de pronto a la cabeza.
—Ahora será una doncella. Mi doncella.
Si la situación hubiese sido más relajada _____ habría solta do carcajadas al ver la cara de estupefacción de su esposo.
—¿Cómo dices?
—He contratado a Molly para que ayude a Katie con, eh, con mi enorme guardarropa.
La mano de Nicholas salió disparada hacia adelante y la asió por el brazo.
—¿Qué significa esta tontería?
Ella intentó soltarse, pero él la apretó más, avivando la cólera de _____, que se apresuró a decir:
—Esta mañana he tocado accidentalmente la chaqueta que yo llevaba puesta la noche que fuimos a El Cerdo Roñoso, y he tenido una visión. En ella alguien le pegaba una paliza a Molly, así que he decidido impedirlo. He convencido a Robert de que me condujese al muelle...
—¿Robert te ha llevado al muelle?
—Sí. —Al ver el destello de furia que brillaba en sus ojos, aña dió rápidamente—: Por favor, no te enfades con él. Después de ro garle y explicarle la gravedad de la situación (una amiga mía corría peligro), ha accedido a ayudarme, pero no sin antes hacerme pro meter que permanecería a salvo dentro del coche. Cuando llegamos frente al local, descubrirnos a Molly acurrucada en un callejón. La habían apaleado y le habían robado. —Respiró hondo—. La mis ma noche en que la conocimos salió del bar y alquiló una habitación pequeña encima de un almacén. Los hombres que le robaron se lle varon de allí todo lo que ella había conseguido ahorrar con la espe ranza de iniciar una nueva vida. —Un escalofrío la estremeció—. Por Dios, Nicholas, lo que los incitó a asaltarla fueron las monedas que nosotros le dimos esa noche. —Se irguió al máximo y concluyó—: Tengo la intención de ayudarla.
—Sí, eso está bastante claro. —Nicholas le apretó el brazo con de dos como tenazas. La frialdad de su mirada había cedido el paso a la ira—. Pero ¿pensaste siquiera por un instante en el peligro al que te exponías yendo a ese lugar?
—No he ido sola.
—¿Crees sinceramente que con eso estabas completamente a sal vo? Podrías haber sido víctima de una paliza y un robo, corno ella. O de algo peor.
En otras circunstancias, el enfado de Nicholas, el fuego de su mira da, le habrían hecho creer a _____ que le preocupaba su destino. Aunque, por supuesto, si él no quería que sufriese daño alguno era porque tal vez llevara a un hijo suyo en su seno.
—No sólo has puesto en peligro tu integridad y la del idiota de mi hermano —gruñó él—, sino que obviamente has pasado por al to el escándalo que ibas a provocar al ir a buscarla al muelle para traerla aquí.
—¿Escándalo ayudar a una mujer maltratada? Pues no me im porta. Y si es su antigua ocupación lo que te preocupa, no tengo intención de compartir esa información con nadie. Naturalmente, Molly no va a presumir de ello por ahí, y confío en que Robert sa brá guardar el secreto. —Alzó las cejas—. ¿Piensas contárselo a al guien?
—No. —Le soltó el brazo y se pasó los dedos por el cabello—. Pero los sirvientes chismorrean. Seguro que se propagarán rumores.
—Pues yo lo negaré todo. Al parecer piensas que soy una em bustera consumada, así que tal vez deba serlo. ¿Quién osaría poner en duda la palabra de la duquesa de Bradford?
Nicholas soltó una carcajada sardónica.
—Pues sólo yo.
Estas palabras la impactaron como una bofetada, y se mordió el labio para contener una exclamación de angustia. Estudió los negros ojos de Nicholas durante un buen rato, lamentando la pérdida del afec to que había visto en ellos en otro tiempo.
—Comprendo que la situación te parezca escandalosa, pero por Dios, Nicholas, piensa en esa pobre mujer. No he tenido la oportuni dad de examinarla a fondo, pero estoy segura de que tiene varias cos tillas rotas y no oye con el oído izquierdo. —Aunque se exponía aun rechazo cruel, alargó el brazo y le tocó la mano—. Sé que estás en fadado conmigo, pero tienes buen corazón. No te considero capaz de echar a la calle a esa mujer indefensa que no tiene nada.
Nicholas apretó las mandíbulas.
—Le encontraremos un trabajo en una de las fincas —dijo—. Pero debes comprender que no puede quedarse contigo. Aunque creas que las habladurías no te afectarían, piensa en los sentimientos de mi madre y mi hermana.
Ella asintió con la cabeza, aliviada.
—De acuerdo. Si al final resulta que no estoy embarazada, no tendrás que preocuparte por Molly de todas maneras.
El hielo volvió a la mirada de Nicholas.
—¿Ah, no? ¿Y por qué?
—Porque, si no estoy embarazada, pienso regresar a América tan pronto como nos concedan la anulación. Molly podrá venir conmi go, si quiere. Las dos seremos libres para empezar de nuevo.
—Entiendo.
La tensión que flotaba en el ambiente le dificultaba la respira ción a _____. Necesitaba ver a Molly, y deseaba escapar de la at mósfera sofocante que la rodeaba, pero todavía no podía abandonar esa habitación. Se aclaró la garganta y dijo:
—Hay algo más que debes saber.
Nicholas se llevó la mano a la cara, cansado.
—Espero que no hayas vuelto a la casa de juego y rescatado a me dia docena de borrachos endeudados hasta las cejas.
Pese al tono sombrío de su esposo, una ligera sonrisa jugueteó en los labios de _____.
—No, aunque es una idea que merece tenerse en cuenta.
—No —repuso Nicholas achicando los ojos—, ésa es una idea que no merece tenerse en cuenta en absoluto.
Aliviada por haber ganado la primera batalla con relativa facili dad, ella le dio la razón.
—De acuerdo. Pero ahora debo comunicarte otra noticia. Tiene que ver con tu hermano.
—¿Ah, sí? —Sus ojos brillaron amenazadoramente—. Por su puesto, tendré que decirle a Robert dos palabras sobre esta visita a los barrios bajos de Londres.
—No me refiero a Robert. La noticia tiene que ver con William. Nicholas se quedó totalmente inmóvil.
—¿De qué se trata?
—Sé dónde podemos encontrar a Gaspard.

.Lu' Anne Lovegood.
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