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"Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
Q pelotudo q es este Joe! ¬¬ siempre tratandola mal!
AMO ESTA NOVE! ....Si la abuela es mitad humano y angel ..Q es snow?? :pokerface:
SIGUELAA!!
AMO ESTA NOVE! ....Si la abuela es mitad humano y angel ..Q es snow?? :pokerface:
SIGUELAA!!
jb_fanvanu
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
porque joe siempre tratas tan mal ala rayita
SIGUELA
SIGUELA
DanyelitaJonas
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
me encanta natu
enserio esta onovela esta super
pero joe es un poco amragado
sigue
enserio esta onovela esta super
pero joe es un poco amragado
sigue
andreita
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
nueva lectora!!!!
esta muy interesante
siguela!!!!!!!!!
esta muy interesante
siguela!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
CAPÍTULO 4
Nunca una escena tan rara se había dado en el salón de una casa pensó _____ mientras se frotaba su maltrecho trasero, el traspiés en la escalera la había llevado a bajar rebotando medio sobre sus posaderas medio sobre el costado izquierdo hasta el último escalón, donde se detuvo despatarrada en el suelo. Le dolía el solo hecho de sentarse y sabía que para mañana, estaría que no podría ni moverse y tendría más morados que añadir a su colección. Y frente a ella, completando la escena, un hombre increíblemente guapo, sexy y oscuro con un par de alas negras cuya envergadura debería de rondar tranquilamente los cuatro metros de extremo a extremo se aposentaba en su raído y parcheado sofá, con el botiquín abierto ante sí mientras rebuscaba entre vendas y ungüentos algo que poder utilizar para curar el rasguño de su ala.
_____ se había ofrecido nuevamente a ayudarle con las curas, pero él se había limitado a mirarla de arriba abajo y decirle si no tenía suficiente con encargarse de no romperse algo más debido a su estúpida torpeza. Desde ese momento, ella se había ocupado de sí misma y había ignorado por completo al pomposo ángel. Todo su costado izquierdo estaba enrojecido, pero lo que más le preocupaba era la magulladura que sus dedos habían encontrado rozando el costado de su sujetador, donde no le cabía duda que se había clavado el canto de uno de los peldaños de la escalera. Con solo el tacto de sus dedos se encogía de dolor y aquello solo logró enfurecerla.
Desde que se había encontrado con el hombre que ahora llenaba la sala con su presencia había ido en una carrera descendente y sin frenos hacia el desastre. Primero lo había apuñalado, después se había caído de bruces en el suelo y se había roto la nariz la cual comprobó en el espejo del cuarto de baño que si bien ya no había hemorragia y la hinchazón había desaparecido, tenía el puente un poco morado, luego había perdido los papeles y se había comportado como una luchadora de la WWA pegándole una paliza al cubo de basura que no había hecho daño a nadie y siempre estaba colocado al lateral de la biblioteca, hasta dejarlo como una escultura de arte moderno y para rematar, se había caído por las escaleras de su propia casa.
O esa cosa con alas le había reportado una mala suerte del demonio o directamente era gafe.
Suspirando se dejó ir sobre el costado bueno en la vieja y rechinante mecedora que había sido de su abuela y se quedó contemplándolo en silencio mientras se encargaba de sus propias curas.
—¿Es siempre así o he tenido la maldita suerte de contar con el honor de verte en el suelo cada dos por tres? —preguntó Joe rompiendo el silencio que se había creado en la pequeña casa.
_____ alzó la mirada a su rostro, pero él no la estaba mirando sino que se entretenía guardando las cosas de nuevo en el botiquín.
—Soy torpe por naturaleza —aceptó con un hilillo de voz, todo aquel episodio la había agotado—, pero hoy he batido mi propio récord.
—Parece difícil de creer —respondió con ironía dejando el botiquín en la pequeña mesa redonda de mimbre frente a él para luego levantarse y extender aquellas enormes alas y batirlas muy suavemente creando una ligera brisa que movió las páginas de las revistas para finalmente plegarlas a su espalda y volver a sentarse en el borde del sofá.
Ella miraba todavía con recelo al hombre alado que tenía frente a ella, pero no podía evitar sentirse fascinada por las negras y sedosas plumas que habían brillado bajo la tenue luz de la lámpara. Sacudiendo la cabeza para quitarse ese absurdo embeleso alzó la mirada al piso de arriba y recordó lo que él había dicho.
—¿Qué es un Nephilim? Antes comentaste que habías notado una presencia “blanca” en la casa y luego dijiste que mi abuela había sido un Nephilim —le preguntó esperando encontrarse alguna respuesta brusca por su parte.
Joe la contempló durante un breve instante, la humana estaba herida, sabía que se había hecho daño en su caída por las escaleras y que ese daño iba más allá del no poder sentarse de forma erguida, había un aura de incomodidad y recelo a su alrededor y aunque era la misma que la rodeaba siempre que estaba cerca de él, ahora estaba teñida también por el dolor causado por daño físico. Algo dentro de Joe se removió, puede que ella no le gustase y resultase la más patética de todos los humanos que hubiese conocido, pero no le gustaba que sintiera dolor, lo ponía nervioso.
—Estás dolorida —se encontró diciendo antes de poder detenerse.
Ella abrió los ojos como si le sorprendiese pero no dijo nada, se limitó a una ligera negativa con la cabeza.
—No es nada —respondió ella.
Joe frunció el ceño. ¿Por qué tenían los humanos esa manía de mentir cuando era obvio que se descubriría su mentira?
—Sí lo es. Noto tu dolor —aseguró él molesto consigo mismo por seguir con esa conversación. ¿Qué más le daba a él si le dolía o no? Si ella quería hacerse la mártir, era su problema.
_____ arqueó una de sus finas cejas.
—¿Lo notas? ¿Por eso me ayudaste cuando me rompí la nariz? —le preguntó con curiosidad, sin moverse un ápice en su asiento.
Joe solo asintió. Por supuesto, había notado el agudo dolor cuando se fracturó la nariz de forma tan estúpida, pero había sido más la mirada desolada en sus ojos y que prácticamente se estuviese desangrando lo que había provocado que la ayudara. Matar de un infarto a la humana con la que debía convivir, no sería la mejor manera de ganar una apuesta.
—No me gusta la sangre, me marea —le soltó lo primero que se le pasó por la cabeza. Entonces se flageló a sí mismo por su estúpida respuesta—. Tu hogar y tú misma al parecer están protegidos por un “alas blancas”. Imagino que se debe a la anterior presencia del Nephilim, quien debió elegir su parte humana sobre la de ángel.
_____ frunció el ceño.
—¿Elegir su parte humana sobre la de ángel? —Ella sacudió la cabeza—. No. ¿Estás diciendo que mi abuela era un ángel? Ok, sí, era muy buena conmigo, pero también tenía sus momentos de auténtica arpía… y no la veo como un ángel todo blanco, precisamente.
Los labios se Joe se elevaron en una ligera sonrisa.
—Los Nephilim son una raza híbrida que viene como resultado de la procreación de ciertos ángeles caídos y codiciosos de desenfrenado apetito sexual con mujeres humanas —respondió él bajando la mirada un instante a una de sus alas y rastrillar sus plumas con los dedos—. Mis hermanos nunca han sido realmente inteligentes en ese sentido, no les basta ser echados de Haven a patadas si no que tienen que seguir haciendo estupideces, y el follarse a una humana y fecundarla es la mayor de todas ellas.
_____ se incorporó y se tensó durante un instante, Joe notó el cambio en su mandíbula y el fulgor que pasó por sus ojos.
—¿Me… me estás diciendo… que mi abuela… era hija de un ángel como tú y una humana? —respondió ella lentamente, su voz bordeada por el filo del dolor.
—En esta casa ha vivido un Nephilim —eso era todo lo que podía asegurarle a ciencia cierta, la huella que dejaban esos mestizos era inconfundible para los suyos y al parecer también para los alas blancas, o no estarían tan desesperados en proteger así a esta pequeña humana—. Que haya sido o no tu abuela, no la he conocido en persona como para poder decírtelo. De todas formas, es común que los mestizos se críen solo con uno de sus progenitores y no lleguen a conocer al otro.
_____ se dejó caer nuevamente con un ligero quejido.
—Grani no conoció a su padre, según su madre era un marino que conoció una noche en el Puerto y nunca más volvió a saber de él —aseguró ella extrayendo aquella información de su memoria—. Pero de ahí a ser un ángel caído… lo siento, pero es que suena risible… Es como si dijeras que yo también soy una… um… Nephilim por que no recuerdo a mis padres si no es a través de una foto, ellos murieron cuando yo era poco más que un bebé en un accidente de tráfico… y yo me salvé.
—Tu ángel de la guarda estaba haciendo su trabajo esa noche —aseguró él con un ligero encogimiento de hombros—. Y no, tú eres humana, torpe y un poco tonta, pero completamente humana.
—Gracias por lo de torpe y un poco tonta, angelito —le respondió ella con mordacidad.
Joe puso los ojos en blanco y volvió a mirarla, el aura de dolor y malestar seguía allí. ¿Por qué no se rendía la humana y admitía que estaba lastimada?
—Deja de mirarme así, se me pasará en cuanto los calmantes hagan efecto y pueda dormir un poco —respondió ella como si le hubiese leído los pensamientos.
—No entiendo su insistencia en decir que todo va bien cuando no lo está — aseguró él y antes de que pudiera pensar en lo que estaba haciendo, volvió a hundir su mano derecha en su ala izquierda y removió las plumas. Al retirar la mano traía consigo una perfecta pluma negra irisada de unos catorce centímetros de largo la cual examinó antes de tendérsela a ella.
_____ se quedó mirando la pluma que le tendía y luego a él. Joe se inclinó hacia delante y sacudió la pluma ante ella.
—Solo es una pluma inofensiva —le dijo él ofreciéndosela nuevamente—. Pero hará que te sientas mejor.
Ella miró la pluma con recelo y extendió su mano hasta acariciarla con los dedos, en el momento en que lo hizo sintió que su cuerpo se relajaba y la tensión del día empezaba a disminuir. _____ tomó la pluma de su mano y la acercó a ella examinándola detenidamente, su tacto, el irisado color.
—Gracias, Joe —murmuró ella mirando la pluma, entonces alzó la mirada y le sonrió.
Algo se rompió dentro de Joe con esa sonrisa, con la imagen de ella acariciando la pluma que él le había dado y su mente volvió siglos atrás, cuando una niña pequeña acariciaba una pluma como esa y le sonreía antes de ir a mostrársela a su hermano, quien le había mostrado en cambio la espada de madera que le había hecho el propio Joe. Un recuerdo de felicidad que se había visto truncado por los celos y el inusitado odio que solo vivía en los seres humanos.
—Procura no perderla —le respondió levantándose con un gesto brusco, sus alas se extendieron nuevamente en una fuerte sacudida antes de desvanecerse en una especie de nube negra a su espalda. Sin mediar palabra, dio media vuelta y se dirigió hacia la parte del fondo, donde se abría la puerta hacia el piso de arriba.
—¿Joe? —lo llamó ella, haciendo que se detuviese en el último momento, pero sin volverse siquiera—. Buenas noches, Joe.
El ángel no respondió, solo siguió su camino.
_____ se reclinó en la mecedora y observó detenidamente la pluma, sus labios extendiéndose en una feliz sonrisa mientras probaba el tacto satinado contra su rostro.
—No la perderé —musitó acurrucándose aún más en la mecedora, de pronto, el sueño la había eludido.
_____ sabía que su despertar no iba a ser agradable, pero nunca pensó que iba a sentirse como si un camión de basura le hubiese pasado por encima a toda velocidad acordándose de frenar en el último instante, encima de sus costillas. El efecto de los calmantes se había ido en algún momento de la noche y su adorada pluma había, con la que estúpidamente se había ido a dormir había volado de su almohada hacia el suelo a una distancia en la que ahora mismo le parecía solo apta para un corredor olímpico.
Respirando profundamente se permitió quedarse un instante en total inmovilidad, sabía que lo que estaba a punto de hacer la iba a llevar al infierno más directamente de lo que podría hacerlo el trabajador del susodicho que dormía plácidamente en el cuarto de al lado, apretando con fuerza los dientes se obligó a incorporarse de la cama y dioses, el infierno se le quedaba corto.
Joe despertó de golpe cuando un profundo alarido reverberó en la planta alta de la casa, y no dudaba que si hubiese habido alguien en la de abajo también se habría enterado, suspirando se giró sobre su espalda y se quedó mirando el techo mientras los insultos y maldiciones seguían de manera rápida y seguida mientras algo se arrastraba por el suelo, suponía que aquel ruido sería producido por los pies de la humana _____. Joe se cubrió los ojos con el brazo y dejó escapar un suspiro de resignación.
—¿Qué parte de “no pierdas la pluma” no habrá entendido? —farfulló él antes de levantarse de la cama y pararse ante la pequeña ventana totalmente oscurecida por la condensación.
Joe pasó la mano por el cristal borrando un fragmento de humedad que le permitiera mirar al exterior. El cielo seguía oscuro, la nieve había dejado de caer con la intensidad de la tarde anterior pero estaba claro que no había cedido en la noche ya que ahora una inmensa capa blanca lo cubría todo, incluyendo el vehículo destartalado que había conducido la chica la noche anterior. Abrió la ventana y la ligera brisa helada impactó contra su rostro y su torso denudo, recordándole que ya era hora de que buscara algo de ropa que ponerse, el salir desnudo a enfrentarse un día más con aquella desastrosa humana sería igual que matarla de un infarto, si de algo le valía de indicativo las furtivas y asombradas miradas que ella le había estado echando durante toda la tarde de ayer, sus alas le habían causado impresión, sí, pero había visto apreciación en aquellos ojos violetas, una apreciación típicamente femenina y aunque ella no era su tipo en absoluto, tampoco le había molestado. Si llegaba a desesperarse por completo, siempre podría aprovechar esa atracción y tirársela.
Sacudiendo la cabeza ante esa absurda idea contempló el paisaje nevado mientras estiraba los brazos y hacía crujir el cuello comprobando cada una de sus articulaciones. De un solo tirón arrancó el parche de tela que había cubierto su herida y frunció el ceño al ver la rosada y todavía fresca cicatriz de la herida, a estas alturas, no debería de quedarle marca alguna y en cambio la herida todavía no había curado por completo. Gruñendo desde el fondo de la garganta volvió la mirada hacia el exterior y masculló varias coloridas maldiciones contra Ara, las apuestas y su propia estupidez al aceptarlas antes de volver a cerrar la ventana y mirar alrededor del dormitorio, no podía creer que hubiese dormido toda la noche de golpe y mucho menos en aquel pequeño cubículo en el que solo había una cama que a duras penas daba cabida su cuerpo, una mesita de noche con una lámpara y un pequeño armario de dos puertas, incluso la ventana estaba sin cortinas.
A Joe no le gustaban los espacios reducidos, prefería con mucho estar al aire libre o donde pudiera moverse a sus anchas sin tropezar con nada. Un nuevo quejido llegó desde el otro lado de la puerta cerrada, seguido rápidamente por una sarta de maldiciones, suspirando profundamente y alzando la mirada hacia el techo se vistió a sí mismo con un suéter y unos tejanos en color azul que aparecieron sobre su cuerpo al compás de sus pensamientos. Sus pies pronto quedaron cubiertos por unas botas de piel y su pelo atado completamente en la nuca en una coleta. Satisfecho salió al pasillo encontrándose a la pequeña humana contorsionándose delante del espejo de su tocador en un intento por aplicar alguna clase de pomada a su costado izquierdo el cual estaba cubierto por hematomas en distintas fases de madurez, una paleta de color que iba desde el amarillo y morado claro, a un tono mucho más oscuro en la curva de su seno. Y menudos senos pudo apreciar Joe ladeando ligeramente el cuello para ver el reflejo en el espejo, su piel tenía un suave bronceado y si bien estaba ligeramente rellenita, aquello acentuaba sus curvas. Un jadeo de sorpresa y el rápido movimiento de la tela cubriendo lo que tan generosamente mostraba rompieron el hechizo que parecía haberlo atrapado durante un instante, un profundo color rojo subió a sus mejillas y sus labios empezaron a abrirse y cerrarse sin que saliera palabra alguna de ellos.
—¿Dónde dejaste la pluma que te di anoche? —le preguntó él cruzando los escasos dos pasos que separaban un dormitorio del otro—. Te dije que no la perdieras.
—No la he perdido —respondió ella recogiendo la pluma de encima del tocador, sintiéndose inmediatamente reconfortada—. ¿Ves?
Joe abrió la puerta de la habitación y entró mirando a su alrededor, había demasiado de ángel blanco en aquel dormitorio, demasiado azúcar y campanitas para su gusto. Cuando llegó a _____, tomó la pluma de su mano y la ocultó en la cuenta de la suya, cubriéndola con su otra mano.
—No… ¿Me la vas a quitar? —preguntó ella mirándole con tristeza. ¿Tanto significaba una insignificante pluma para ella?
Sacudiendo la cabeza a modo de negativa, Joe abrió las manos y en lugar de la sedosa pluma había su equivalente en una pieza de joyería. Una pequeña pluma de color negro iriscente colgaba de una cadena oscura.
—Solo funciona cuando la mantienes pegada a la piel —le respondió él abriendo la cadena y colgándola alrededor del cuello de ella, tomándose la libertad de estirar su camiseta de dormir y dejar que la pequeña pluma se deslizara por su piel hasta yacer entre sus pechos—. No eliminará las heridas, pero te hará más llevadero el dolor que te producen.
Ella dio un par de pasos tambaleantes hacia atrás, para alejarse de su contacto y chocó contra el tocador que tenía tras ella.
—Um… gracias… otra vez —aceptó ella retirándose uno de sus rebeldes mechones de la cara—. Yo, um… espero no haberte despertado.
Joe encogió sus amplios hombros.
—En realidad si lo hiciste, sería imposible seguir durmiendo con los alaridos que pegas.
Y ahí estaba de nuevo su encantador ángel negro, pensó _____ con un suspiro, al menos era bueno saber que no era un idiota todo el tiempo, eso lo redimía de alguna manera.
—Imagino que habrás dormido bien —continuó ella caminando lentamente hacia la cama para recuperar su bata, su cuerpo seguía agarrotado pero al menos el dolor agudo se había aplacado a una ligera molestia.
—Si puede llamársele dormir al estar encima de esa miniatura —respondió Joe dando media vuelta para dirigirse hacia las escaleras—, supongo que sí.
_____ lo siguió hasta el descansillo y lo observó desde arriba.
—¿Joe?
Él se volvió a ella y esperó.
—Gracias de nuevo.
Él ladeó el rostro, la recorrió con la mirada y volvió a encogerse de hombros antes de dar media vuelta y desaparecer por la puerta de la planta de abajo.
_____ suspiró. Sí, había cosas que no cambiaban y ese ángel parecía ser una de ellas. Sacudiendo la cabeza volvió a entrar en su dormitorio y esta vez cerró bien la puerta, casi le había dado un ataque cuando lo había visto a través del espejo del tocado, la mirada oscurecida que había en su rostro mientras la observaba y su respuesta ante ello.
Abriendo la ventana con energía dejó que el aire frío le refrescara el rostro y la mente, todo el paisaje era absolutamente blanco, incluso su coche de un brillante rojo apenas asomaba por debajo.
—Tendré que sacar la pala para remover la nieve si quiero salir —suspiró ella con resignación antes de volverse a echar un vistazo al calendario mensual que tenía pegado con chinchetas al corcho, junto con varios llaveros de los lugares en los que había estado o que habían sido un regalo. Había tachado varios de los días, así como había hecho anotaciones para los próximos días, sus ojos cayeron entonces sobre el día veinticuatro el cual estaba rodeado con varios círculos rojos y bajo este leyó la nota que había puesto.
—Cena de Beneficencia —leyó en voz alta y a medida que las palabras entraban en su cerebro su rostro se fue poniendo cada vez más blanco—. Oh… ¡Mierda!
Y por segunda vez en esa misma mañana víspera de Noche Buena, _____ volvió a gritar.
_____ se había ofrecido nuevamente a ayudarle con las curas, pero él se había limitado a mirarla de arriba abajo y decirle si no tenía suficiente con encargarse de no romperse algo más debido a su estúpida torpeza. Desde ese momento, ella se había ocupado de sí misma y había ignorado por completo al pomposo ángel. Todo su costado izquierdo estaba enrojecido, pero lo que más le preocupaba era la magulladura que sus dedos habían encontrado rozando el costado de su sujetador, donde no le cabía duda que se había clavado el canto de uno de los peldaños de la escalera. Con solo el tacto de sus dedos se encogía de dolor y aquello solo logró enfurecerla.
Desde que se había encontrado con el hombre que ahora llenaba la sala con su presencia había ido en una carrera descendente y sin frenos hacia el desastre. Primero lo había apuñalado, después se había caído de bruces en el suelo y se había roto la nariz la cual comprobó en el espejo del cuarto de baño que si bien ya no había hemorragia y la hinchazón había desaparecido, tenía el puente un poco morado, luego había perdido los papeles y se había comportado como una luchadora de la WWA pegándole una paliza al cubo de basura que no había hecho daño a nadie y siempre estaba colocado al lateral de la biblioteca, hasta dejarlo como una escultura de arte moderno y para rematar, se había caído por las escaleras de su propia casa.
O esa cosa con alas le había reportado una mala suerte del demonio o directamente era gafe.
Suspirando se dejó ir sobre el costado bueno en la vieja y rechinante mecedora que había sido de su abuela y se quedó contemplándolo en silencio mientras se encargaba de sus propias curas.
—¿Es siempre así o he tenido la maldita suerte de contar con el honor de verte en el suelo cada dos por tres? —preguntó Joe rompiendo el silencio que se había creado en la pequeña casa.
_____ alzó la mirada a su rostro, pero él no la estaba mirando sino que se entretenía guardando las cosas de nuevo en el botiquín.
—Soy torpe por naturaleza —aceptó con un hilillo de voz, todo aquel episodio la había agotado—, pero hoy he batido mi propio récord.
—Parece difícil de creer —respondió con ironía dejando el botiquín en la pequeña mesa redonda de mimbre frente a él para luego levantarse y extender aquellas enormes alas y batirlas muy suavemente creando una ligera brisa que movió las páginas de las revistas para finalmente plegarlas a su espalda y volver a sentarse en el borde del sofá.
Ella miraba todavía con recelo al hombre alado que tenía frente a ella, pero no podía evitar sentirse fascinada por las negras y sedosas plumas que habían brillado bajo la tenue luz de la lámpara. Sacudiendo la cabeza para quitarse ese absurdo embeleso alzó la mirada al piso de arriba y recordó lo que él había dicho.
—¿Qué es un Nephilim? Antes comentaste que habías notado una presencia “blanca” en la casa y luego dijiste que mi abuela había sido un Nephilim —le preguntó esperando encontrarse alguna respuesta brusca por su parte.
Joe la contempló durante un breve instante, la humana estaba herida, sabía que se había hecho daño en su caída por las escaleras y que ese daño iba más allá del no poder sentarse de forma erguida, había un aura de incomodidad y recelo a su alrededor y aunque era la misma que la rodeaba siempre que estaba cerca de él, ahora estaba teñida también por el dolor causado por daño físico. Algo dentro de Joe se removió, puede que ella no le gustase y resultase la más patética de todos los humanos que hubiese conocido, pero no le gustaba que sintiera dolor, lo ponía nervioso.
—Estás dolorida —se encontró diciendo antes de poder detenerse.
Ella abrió los ojos como si le sorprendiese pero no dijo nada, se limitó a una ligera negativa con la cabeza.
—No es nada —respondió ella.
Joe frunció el ceño. ¿Por qué tenían los humanos esa manía de mentir cuando era obvio que se descubriría su mentira?
—Sí lo es. Noto tu dolor —aseguró él molesto consigo mismo por seguir con esa conversación. ¿Qué más le daba a él si le dolía o no? Si ella quería hacerse la mártir, era su problema.
_____ arqueó una de sus finas cejas.
—¿Lo notas? ¿Por eso me ayudaste cuando me rompí la nariz? —le preguntó con curiosidad, sin moverse un ápice en su asiento.
Joe solo asintió. Por supuesto, había notado el agudo dolor cuando se fracturó la nariz de forma tan estúpida, pero había sido más la mirada desolada en sus ojos y que prácticamente se estuviese desangrando lo que había provocado que la ayudara. Matar de un infarto a la humana con la que debía convivir, no sería la mejor manera de ganar una apuesta.
—No me gusta la sangre, me marea —le soltó lo primero que se le pasó por la cabeza. Entonces se flageló a sí mismo por su estúpida respuesta—. Tu hogar y tú misma al parecer están protegidos por un “alas blancas”. Imagino que se debe a la anterior presencia del Nephilim, quien debió elegir su parte humana sobre la de ángel.
_____ frunció el ceño.
—¿Elegir su parte humana sobre la de ángel? —Ella sacudió la cabeza—. No. ¿Estás diciendo que mi abuela era un ángel? Ok, sí, era muy buena conmigo, pero también tenía sus momentos de auténtica arpía… y no la veo como un ángel todo blanco, precisamente.
Los labios se Joe se elevaron en una ligera sonrisa.
—Los Nephilim son una raza híbrida que viene como resultado de la procreación de ciertos ángeles caídos y codiciosos de desenfrenado apetito sexual con mujeres humanas —respondió él bajando la mirada un instante a una de sus alas y rastrillar sus plumas con los dedos—. Mis hermanos nunca han sido realmente inteligentes en ese sentido, no les basta ser echados de Haven a patadas si no que tienen que seguir haciendo estupideces, y el follarse a una humana y fecundarla es la mayor de todas ellas.
_____ se incorporó y se tensó durante un instante, Joe notó el cambio en su mandíbula y el fulgor que pasó por sus ojos.
—¿Me… me estás diciendo… que mi abuela… era hija de un ángel como tú y una humana? —respondió ella lentamente, su voz bordeada por el filo del dolor.
—En esta casa ha vivido un Nephilim —eso era todo lo que podía asegurarle a ciencia cierta, la huella que dejaban esos mestizos era inconfundible para los suyos y al parecer también para los alas blancas, o no estarían tan desesperados en proteger así a esta pequeña humana—. Que haya sido o no tu abuela, no la he conocido en persona como para poder decírtelo. De todas formas, es común que los mestizos se críen solo con uno de sus progenitores y no lleguen a conocer al otro.
_____ se dejó caer nuevamente con un ligero quejido.
—Grani no conoció a su padre, según su madre era un marino que conoció una noche en el Puerto y nunca más volvió a saber de él —aseguró ella extrayendo aquella información de su memoria—. Pero de ahí a ser un ángel caído… lo siento, pero es que suena risible… Es como si dijeras que yo también soy una… um… Nephilim por que no recuerdo a mis padres si no es a través de una foto, ellos murieron cuando yo era poco más que un bebé en un accidente de tráfico… y yo me salvé.
—Tu ángel de la guarda estaba haciendo su trabajo esa noche —aseguró él con un ligero encogimiento de hombros—. Y no, tú eres humana, torpe y un poco tonta, pero completamente humana.
—Gracias por lo de torpe y un poco tonta, angelito —le respondió ella con mordacidad.
Joe puso los ojos en blanco y volvió a mirarla, el aura de dolor y malestar seguía allí. ¿Por qué no se rendía la humana y admitía que estaba lastimada?
—Deja de mirarme así, se me pasará en cuanto los calmantes hagan efecto y pueda dormir un poco —respondió ella como si le hubiese leído los pensamientos.
—No entiendo su insistencia en decir que todo va bien cuando no lo está — aseguró él y antes de que pudiera pensar en lo que estaba haciendo, volvió a hundir su mano derecha en su ala izquierda y removió las plumas. Al retirar la mano traía consigo una perfecta pluma negra irisada de unos catorce centímetros de largo la cual examinó antes de tendérsela a ella.
_____ se quedó mirando la pluma que le tendía y luego a él. Joe se inclinó hacia delante y sacudió la pluma ante ella.
—Solo es una pluma inofensiva —le dijo él ofreciéndosela nuevamente—. Pero hará que te sientas mejor.
Ella miró la pluma con recelo y extendió su mano hasta acariciarla con los dedos, en el momento en que lo hizo sintió que su cuerpo se relajaba y la tensión del día empezaba a disminuir. _____ tomó la pluma de su mano y la acercó a ella examinándola detenidamente, su tacto, el irisado color.
—Gracias, Joe —murmuró ella mirando la pluma, entonces alzó la mirada y le sonrió.
Algo se rompió dentro de Joe con esa sonrisa, con la imagen de ella acariciando la pluma que él le había dado y su mente volvió siglos atrás, cuando una niña pequeña acariciaba una pluma como esa y le sonreía antes de ir a mostrársela a su hermano, quien le había mostrado en cambio la espada de madera que le había hecho el propio Joe. Un recuerdo de felicidad que se había visto truncado por los celos y el inusitado odio que solo vivía en los seres humanos.
—Procura no perderla —le respondió levantándose con un gesto brusco, sus alas se extendieron nuevamente en una fuerte sacudida antes de desvanecerse en una especie de nube negra a su espalda. Sin mediar palabra, dio media vuelta y se dirigió hacia la parte del fondo, donde se abría la puerta hacia el piso de arriba.
—¿Joe? —lo llamó ella, haciendo que se detuviese en el último momento, pero sin volverse siquiera—. Buenas noches, Joe.
El ángel no respondió, solo siguió su camino.
_____ se reclinó en la mecedora y observó detenidamente la pluma, sus labios extendiéndose en una feliz sonrisa mientras probaba el tacto satinado contra su rostro.
—No la perderé —musitó acurrucándose aún más en la mecedora, de pronto, el sueño la había eludido.
_____ sabía que su despertar no iba a ser agradable, pero nunca pensó que iba a sentirse como si un camión de basura le hubiese pasado por encima a toda velocidad acordándose de frenar en el último instante, encima de sus costillas. El efecto de los calmantes se había ido en algún momento de la noche y su adorada pluma había, con la que estúpidamente se había ido a dormir había volado de su almohada hacia el suelo a una distancia en la que ahora mismo le parecía solo apta para un corredor olímpico.
Respirando profundamente se permitió quedarse un instante en total inmovilidad, sabía que lo que estaba a punto de hacer la iba a llevar al infierno más directamente de lo que podría hacerlo el trabajador del susodicho que dormía plácidamente en el cuarto de al lado, apretando con fuerza los dientes se obligó a incorporarse de la cama y dioses, el infierno se le quedaba corto.
Joe despertó de golpe cuando un profundo alarido reverberó en la planta alta de la casa, y no dudaba que si hubiese habido alguien en la de abajo también se habría enterado, suspirando se giró sobre su espalda y se quedó mirando el techo mientras los insultos y maldiciones seguían de manera rápida y seguida mientras algo se arrastraba por el suelo, suponía que aquel ruido sería producido por los pies de la humana _____. Joe se cubrió los ojos con el brazo y dejó escapar un suspiro de resignación.
—¿Qué parte de “no pierdas la pluma” no habrá entendido? —farfulló él antes de levantarse de la cama y pararse ante la pequeña ventana totalmente oscurecida por la condensación.
Joe pasó la mano por el cristal borrando un fragmento de humedad que le permitiera mirar al exterior. El cielo seguía oscuro, la nieve había dejado de caer con la intensidad de la tarde anterior pero estaba claro que no había cedido en la noche ya que ahora una inmensa capa blanca lo cubría todo, incluyendo el vehículo destartalado que había conducido la chica la noche anterior. Abrió la ventana y la ligera brisa helada impactó contra su rostro y su torso denudo, recordándole que ya era hora de que buscara algo de ropa que ponerse, el salir desnudo a enfrentarse un día más con aquella desastrosa humana sería igual que matarla de un infarto, si de algo le valía de indicativo las furtivas y asombradas miradas que ella le había estado echando durante toda la tarde de ayer, sus alas le habían causado impresión, sí, pero había visto apreciación en aquellos ojos violetas, una apreciación típicamente femenina y aunque ella no era su tipo en absoluto, tampoco le había molestado. Si llegaba a desesperarse por completo, siempre podría aprovechar esa atracción y tirársela.
Sacudiendo la cabeza ante esa absurda idea contempló el paisaje nevado mientras estiraba los brazos y hacía crujir el cuello comprobando cada una de sus articulaciones. De un solo tirón arrancó el parche de tela que había cubierto su herida y frunció el ceño al ver la rosada y todavía fresca cicatriz de la herida, a estas alturas, no debería de quedarle marca alguna y en cambio la herida todavía no había curado por completo. Gruñendo desde el fondo de la garganta volvió la mirada hacia el exterior y masculló varias coloridas maldiciones contra Ara, las apuestas y su propia estupidez al aceptarlas antes de volver a cerrar la ventana y mirar alrededor del dormitorio, no podía creer que hubiese dormido toda la noche de golpe y mucho menos en aquel pequeño cubículo en el que solo había una cama que a duras penas daba cabida su cuerpo, una mesita de noche con una lámpara y un pequeño armario de dos puertas, incluso la ventana estaba sin cortinas.
A Joe no le gustaban los espacios reducidos, prefería con mucho estar al aire libre o donde pudiera moverse a sus anchas sin tropezar con nada. Un nuevo quejido llegó desde el otro lado de la puerta cerrada, seguido rápidamente por una sarta de maldiciones, suspirando profundamente y alzando la mirada hacia el techo se vistió a sí mismo con un suéter y unos tejanos en color azul que aparecieron sobre su cuerpo al compás de sus pensamientos. Sus pies pronto quedaron cubiertos por unas botas de piel y su pelo atado completamente en la nuca en una coleta. Satisfecho salió al pasillo encontrándose a la pequeña humana contorsionándose delante del espejo de su tocador en un intento por aplicar alguna clase de pomada a su costado izquierdo el cual estaba cubierto por hematomas en distintas fases de madurez, una paleta de color que iba desde el amarillo y morado claro, a un tono mucho más oscuro en la curva de su seno. Y menudos senos pudo apreciar Joe ladeando ligeramente el cuello para ver el reflejo en el espejo, su piel tenía un suave bronceado y si bien estaba ligeramente rellenita, aquello acentuaba sus curvas. Un jadeo de sorpresa y el rápido movimiento de la tela cubriendo lo que tan generosamente mostraba rompieron el hechizo que parecía haberlo atrapado durante un instante, un profundo color rojo subió a sus mejillas y sus labios empezaron a abrirse y cerrarse sin que saliera palabra alguna de ellos.
—¿Dónde dejaste la pluma que te di anoche? —le preguntó él cruzando los escasos dos pasos que separaban un dormitorio del otro—. Te dije que no la perdieras.
—No la he perdido —respondió ella recogiendo la pluma de encima del tocador, sintiéndose inmediatamente reconfortada—. ¿Ves?
Joe abrió la puerta de la habitación y entró mirando a su alrededor, había demasiado de ángel blanco en aquel dormitorio, demasiado azúcar y campanitas para su gusto. Cuando llegó a _____, tomó la pluma de su mano y la ocultó en la cuenta de la suya, cubriéndola con su otra mano.
—No… ¿Me la vas a quitar? —preguntó ella mirándole con tristeza. ¿Tanto significaba una insignificante pluma para ella?
Sacudiendo la cabeza a modo de negativa, Joe abrió las manos y en lugar de la sedosa pluma había su equivalente en una pieza de joyería. Una pequeña pluma de color negro iriscente colgaba de una cadena oscura.
—Solo funciona cuando la mantienes pegada a la piel —le respondió él abriendo la cadena y colgándola alrededor del cuello de ella, tomándose la libertad de estirar su camiseta de dormir y dejar que la pequeña pluma se deslizara por su piel hasta yacer entre sus pechos—. No eliminará las heridas, pero te hará más llevadero el dolor que te producen.
Ella dio un par de pasos tambaleantes hacia atrás, para alejarse de su contacto y chocó contra el tocador que tenía tras ella.
—Um… gracias… otra vez —aceptó ella retirándose uno de sus rebeldes mechones de la cara—. Yo, um… espero no haberte despertado.
Joe encogió sus amplios hombros.
—En realidad si lo hiciste, sería imposible seguir durmiendo con los alaridos que pegas.
Y ahí estaba de nuevo su encantador ángel negro, pensó _____ con un suspiro, al menos era bueno saber que no era un idiota todo el tiempo, eso lo redimía de alguna manera.
—Imagino que habrás dormido bien —continuó ella caminando lentamente hacia la cama para recuperar su bata, su cuerpo seguía agarrotado pero al menos el dolor agudo se había aplacado a una ligera molestia.
—Si puede llamársele dormir al estar encima de esa miniatura —respondió Joe dando media vuelta para dirigirse hacia las escaleras—, supongo que sí.
_____ lo siguió hasta el descansillo y lo observó desde arriba.
—¿Joe?
Él se volvió a ella y esperó.
—Gracias de nuevo.
Él ladeó el rostro, la recorrió con la mirada y volvió a encogerse de hombros antes de dar media vuelta y desaparecer por la puerta de la planta de abajo.
_____ suspiró. Sí, había cosas que no cambiaban y ese ángel parecía ser una de ellas. Sacudiendo la cabeza volvió a entrar en su dormitorio y esta vez cerró bien la puerta, casi le había dado un ataque cuando lo había visto a través del espejo del tocado, la mirada oscurecida que había en su rostro mientras la observaba y su respuesta ante ello.
Abriendo la ventana con energía dejó que el aire frío le refrescara el rostro y la mente, todo el paisaje era absolutamente blanco, incluso su coche de un brillante rojo apenas asomaba por debajo.
—Tendré que sacar la pala para remover la nieve si quiero salir —suspiró ella con resignación antes de volverse a echar un vistazo al calendario mensual que tenía pegado con chinchetas al corcho, junto con varios llaveros de los lugares en los que había estado o que habían sido un regalo. Había tachado varios de los días, así como había hecho anotaciones para los próximos días, sus ojos cayeron entonces sobre el día veinticuatro el cual estaba rodeado con varios círculos rojos y bajo este leyó la nota que había puesto.
—Cena de Beneficencia —leyó en voz alta y a medida que las palabras entraban en su cerebro su rostro se fue poniendo cada vez más blanco—. Oh… ¡Mierda!
Y por segunda vez en esa misma mañana víspera de Noche Buena, _____ volvió a gritar.
¡Bienvenida julieta_black! :D
Natuu!
Natuu!
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
ese joe es un guache cuando quiere jejeje
siguela!!!!!!
siguela!!!!!!
Julieta♥
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
enserio me gusta mucho esta nove
SIGUELA
SIGUELA
DanyelitaJonas
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
siguela esta genial tu nove..
joe la va a matar xq grito de vuelta....
joe la va a matar xq grito de vuelta....
jonatic&diectioner
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
NATU LA NOEV VA SUPER
PER JOE ES ARGH
UN GRUÑON!!!!!!!
ME SACA CANAS
JAJA
PER JOE ES ARGH
UN GRUÑON!!!!!!!
ME SACA CANAS
JAJA
andreita
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
Nueva lectora!
Me llamo Anto :)
Bueno, la verdad es que antes habia leído algo sobre ángeles y toda la cosa, pero nunca algo así, con ángeles caídos y todo eso, y menos ángeles haciendo apuestas xD
Me encanta la historia, seguila!
Me llamo Anto :)
Bueno, la verdad es que antes habia leído algo sobre ángeles y toda la cosa, pero nunca algo así, con ángeles caídos y todo eso, y menos ángeles haciendo apuestas xD
Me encanta la historia, seguila!
antto_hp
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
CAPÍTULO 5
Joe volvió la mirada desde la puerta abierta de la calle al piso de arriba donde acababa de oír nuevamente el grito de la humana, tenía que reconocer que aquella chica tenía un buen par de pulmones, pero si seguía mucho tiempo con esos gritos, antes o después se quedaría ronca. ¿Una _____ calladita? La idea empezaba a antojársele bastante atractiva.
Volvió la mirada de nuevo a los pies de la puerta y gruñó, la nieve se había amontonado en el camino y sobre las escaleras. ¿Cómo podía nevar tanto en una sola noche? Sin pensárselo mucho, empezó a derribar la nieve a patadas antes de salir al exterior y enterrar algo más que la suela del zapato mientras bajaba lentamente peldaño tras peldaño.
El aire frío arrancó vapor de su respiración, su cuerpo se estremeció en respuesta a la baja temperatura y sin pararse a pensarlo compensó aquella cadencia vistiendo automáticamente una cazadora y una bufanda. A medida que andaba la nieve se iba haciendo más gruesa bajo sus pies, más sólida y menos polvorienta, la chica había dejado su coche a unos pocos pasos de la entrada, en un trozo del terreno que recordaba estaba asfaltado si bien, ahora todo lo que veía del vehículo eran parte de las ruedas y una delgada capa de nieve cubriendo el capó y el techo. Joe se volvió entonces hacia la casa, la noche anterior apenas había reparado en ella a la luz de las dos únicas farolas del camino y el foco situado encima de la propia puerta, ahora podía ver perfectamente la casa de dos plantas, una especie de cabaña diminuta ubicada en ninguna parte a juzgar por el yermo terreno a su alrededor. Posiblemente aquello habría servido al propósito de los antiguos propietarios de la casa, cuando eras mestizo era difícil saber donde encajar exactamente y no acababas de sentirte a gusto en ningún lugar con lo que tendías a la soledad.
La planta baja como ya sabía contaba con una ventana frontal, la puerta principal y un par de ventanas laterales que daban al salón y la cocina respectivamente, solo había otra ventanuco en el otro lado de la casa, que pertenecía al baño. La planta superior no era mucho más grande, recortándose de forma desigual sobre la primera planta, parecía haber sido un añadido posterior a la construcción original y como ya sabía solo contaba con las dos habitaciones con una ventana para cada una de ellas.
Realmente, un lugar diminuto para vivir y él estaba obligado a quedarse en él hasta que la nieve se derritiera, suspirando alzó la mirada hacia el cielo y exclamó en voz alta.
—¡Voy a ganar esta jodida apuesta aunque sea lo último que haga en mi jodida vida, Ara!
Dando un puntapié a la nieve esparcida por el suelo delante de él siguió con su exploración, dándose el lujo de disfrutar de los espacios abiertos, realmente se había sentido encerrado en aquella pequeña caja de cerillas.
—¿Joe? —Oyó su nombre pronunciado con aquella cadencia que parecía solo poder imprimir ella en su voz—. ¿Joseph?
Joe giró hacia la casa justo a tiempo de ver a la pequeña humana asomarse a la puerta vestida con unos tejanos viejos, unas botas de piel hasta debajo de la rodilla y un suéter blanco bajo una chaqueta no mucho más agradable que la que había vestido la tarde anterior. En esta ocasión llevaba el pelo atado en una coleta y una bufanda alrededor del cuello. _____ sonrió al verlo e incluso lo saludó con la mano antes de volver a desaparecer en el interior para volver a salir a los pocos minutos con unos guantes y una pequeña pala y escoba exterior. Para ser honestos, Joe esperaba verla caer de bruces en la nieve nada más dar un paso fuera del umbral de la puerta, después todos los desastres que parecían perseguir a la chica, no le sorprendería verla nuevamente en el suelo.
_____ patinó de hecho sobre el segundo escalón pero logró mantener el equilibrio gracias a la pala y a la escoba que llevaba en ambas manos, él pudo oírla dejar escapar un suspiro de alivio mientras recorría lentamente la distancia que lo separaba de él.
—Grrrr… hace frío, ¿verdad? —Murmuró ella llegando a su lado e indicó a su espalda con un gesto de la mano que todavía sostenía la escoba—. He puesto la cafetera, habrá café recién hecho en un rato y el microondas está descongelando unos bollos.
Joe se limitó a arquear una ceja en respuesta y ella dejó caer los hombros.
—Déjame adivinar, tampoco tomas café —respondió con un mohín—. ¿Qué demonios comen ustedes los ángeles? ¿Algodón de azúcar?
Joe se dio la vuelta sin contestarle siquiera, esa mujer estaba chiflada, ¿Cómo si no se explicaba que hubiese aceptado tan bien su presencia allí? Y ya no solo su presencia, si no lo que él era, el día anterior le había clavado un abrecartas en el hombro y casi se había meado de miedo en las bragas al ver sus alas y ahora era todo flores y cachorritos. Estaba loca, no había otra explicación para ello.
—¿Todavía sigues con la idea de que estás soñando? —sugirió caminando hacia el camino de entrada.
_____ dejó las herramientas contra su coche y empezó a limpiar las ventanillas con las manos enguantadas.
—Lamentablemente ya no —negó ella encogiéndose de hombros al tiempo que se movía a la otra ventanilla—, mis nuevas opciones se reducen a que seas lo que dices ser, lo cual es tan aterrador que ni siquiera quiero indagar más allá de ello, o que seas un prestidigitador tan bueno, que todo lo que ha ocurrido hasta ahora haya sido un producto de mi mente. La tercera de las opciones, es que esté en coma en el hospital por una caída y todo esto no sea más que el resultado de una hemorragia cerebral.
Joe se volvió a mirarla, las respuesta de aquella mujer no dejaban de asombrarle.
—Genial —aceptó él estremeciéndose ante las rebuscadas opciones de ella.
Ella sonrió para sí y cogió la escoba con la que empezó a quitar la nieve de su coche, solo para detenerse al instante con una mueca mientras se llevaba una mano al costado. Joe resopló y dio la vuelta hacia ella.
—En la vida he visto a alguien más estúpida que tú —farfulló llegando a ella y sacándole la escoba de las manos—. No tengo el don de la curación más allá de mí mismo, solo puedo mitigar los daños y eso no incluye traerte de vuelta de la muerte, así que, ¿Podrías por favor estarte quieta y preferiblemente callada hasta que yo haya ganado mi apuesta y pueda largarme de este jodido sitio?
_____ miró la escoba, lo miró a él y sonriendo ampliamente le incrustó el palo de del esta contra el pecho, sacándole el aliento al tiempo que decía.
—Claro, si te encargas de mi coche —aseguró enderezándose poco a poco—. Tengo que estar en la biblioteca en una hora, mañana en la noche es la Cena de Beneficencia y tengo que preparar algunas cosas y también quería adelantar un capítulo de mi novela, se me ha ocurrido una idea perfecta para el nuevo protagonista. Es un cabrón hijo de puta, con alas negras que viene a hacerle la vida imposible a la chica, ¿Pero sabes qué? Él no sabe que la chica es aún más cabrona que él.
Joe estaba sin palabras, demasiado sorprendido para decir una sola cosa.
—Oh, y sobre todo desentierra las ruedas —le pidió ella dando media vuelta con intención de volver a la casa—. Es indispensable para que pueda salir de aquí. Te avisaré cuando el café esté listo. Gracias, Joseph.
_____ se despidió con la mano y volvió lentamente hacia la casa, perdiéndose la manera en la que Joe rompía el mango de la escoba en dos y la fulminaba con la mirada.
A este ángel caído sí le gustaba el café. _____ sonrió para sí mientras escribía la siguiente escena de su novela y recordaba las tres tazas de café que se había tomado Joe antes de salir para la Biblioteca, ella se había sentido un poco culpable de dejarlo fuera haciendo todo el trabajo pero se lo había buscado, el que fuera un ángel caído no le daba derecho a tratarla como si fuera una muñeca descerebrada o la peor plaga del mundo, algo que parecía pensar profundamente.
Joe sentía verdadera aversión por los humanos, la pobre Señora Kendall había sido testigo de primera mano cuando se la habían encontrado en el pequeño supermercado del pueblo y se había quedado mirando al hombre como si fuera un pastelillo de crema al que pudiera lamer a su antojo. _____ se había visto obligada a presentarlo a la mujer como el hermano de su mejor amiga _lo que le recordaba que tenía que llamar a Arabel y decirle de primera mano lo que pensaba realmente de su hermano_ y disculparse rápidamente argumentando que tenía que ir a la Biblioteca. La mujer había disculpado a _____, por supuesto, pero seguía sin sacarle la mirada de encima a Joe, de hecho había tenido la osadía de acariciarle el brazo de una manera muy sexual y sugerir enseñarle el pueblo. Joe se había quitado la mano de la mujer de encima y le había dicho con total suavidad, educación y amabilidad que no estaba interesado en entrar en el harem de una mujer que se quitaba años, ponía los cuernos al marido con el cartero y el hijo del propietario de la funeraria, al cual doblaba en edad para finalmente mirar a la cajera, una bonita y coqueta rubia, guiñarle el ojo dejándola sonrojada y tras echarle un vistazo de advertencia a _____, se largó a la calle a esperarla.
Hoy realmente podría llegar a gustarle ese ángel negro, él había conseguido en menos de cinco minutos, lo que ella no había conseguido en todo el tiempo que llevaba viviendo allí; Dejar muda a la Señora Kendall.
Ahogando una risita, se apresuró a terminar la escena en la que estaba trabajando y le dio un gran sorbo al chocolate con moka que se había traído de la tienda. La biblioteca solía estar casi vacía en aquella época del año, de hecho si hubiese sido cualquier otro día con aquella nevada, se habría quedado en casa, el problema era que su casa había sido invadida por un ángel de alas negras de un metro noventa y cinco de alto, respuestas mordaces y una antipatía natural hacia la raza humana y parecía que ella estaba siendo la principal depositaria. Después de su escaramuza en el supermercado, Joe la había esperado fuera y había vuelto con ella a la biblioteca, el hombre parecía realmente fastidiado de tener que andar siempre en su compañía así que _____ le había sugerido que se fuera a dar un paseo, de ese modo ella podría avanzar también algo en su trabajo sin tenerle mirándola por encima del hombro o recordándole lo inferiores que eran los seres humanos. Como ya había aprendido que era costumbre en él, Joe la había mirado como si dijera “yo el amo, tú no me das órdenes estúpida esclava” y se había marchado del edificio sin mediar palabra.
_____ miró el reloj en la pared y suspiró, apenas había podido escribir cuatro míseras páginas en una hora, su mente empezaba a vagar cuando estaba intentando escribir algo y al final acababa frustrada y con la sensación de no haber adelantado ni una sola página. Sabiendo que por hoy no iba a ser capaz de escribir nada más, guardó el archivo en su portátil e hizo una copia de seguridad en su pendrive, ya había perdido una vez toda la información de una novela y no estaba dispuesta a pasar por eso otra vez, el volver a reescribir casi doscientas páginas no era algo que quisiera tener que repetir nunca. Y lo había hecho, había vuelto a empezar de nuevo, en parte por ella misma y en parte por la insistencia de Arabel, que la había animado a no dejarse vencer.
Arabel. ¿Era ella también un ángel como Joe o solo había sido un invento de él? Tamborileando con los dedos sobre la mesa, _____ se volvió en la silla y cogió su bolso del primer cajón donde siempre lo guardaba y buscó su teléfono móvil.
—¿Qué estoy haciendo? —se preguntó a sí misma, insegura de dar el paso.
Ellas habían sido amigas durante varios años, de hecho, para ser honesta consigo misma, _____ sabía que Arabel era su única amiga. Nunca se le había dado bien eso de hacer amistades, la gente que la conocía la trataba con amabilidad y respeto, pero en aquel pequeño pueblo no había nadie como Arabel, nadie a quien acudir cuando las cosas se torcían, cuando estabas tan frustrada que necesitabas descargar con alguien que sabría comprenderte o tan solo escuchar, ella había sido la que había tomado un avión para estar con ella cuando _____ por fin le contó que el idiota de su ex había roto con ella después de menospreciarla y dejarla tirada y se habían puesto hasta las cejas de café _para _____ el café era igual que un chute de adrenalina, una sola taza y estaba eléctrica todo el día_ gritando y despotricando durante toda la noche en contra de los hombres. No quería descubrir que su amiga había tenido un secreto como ese para con ella.
—Claro, como si pudiera decirme, Hola, _____, sabes, tengo algo que contarte. Soy un ángel caído y tengo unas pedazo enormes alas negras —Farfulló ella hablando en falsete—. Lo más seguro es que acabaría riéndome durante horas, o acabase en el hospital con un colapso nervioso si sus alas se parecían en algo a las de Joe.
_____ suspiró y volvió a mirar el teléfono.
—Por otro lado, si Joe ha mentido… es un ángel caído después de todo —razonó consigo misma, entonces resopló y se echó hacia atrás en la silla sintiendo como el colgante con su pluma se desplazaba sobre su piel con el movimiento—. Oh, ¿Por qué no puede solo ser un hombre normal y un poco huraño y hermano de mi mejor amiga?
Respirando profundamente apretó la tecla de la agenda y buscó a lo largo de los números hasta encontrar el de Arabel, cerró los ojos y marcó.
“El teléfono al que está llamando está apagado o fuera de cobertura”.
La voz de la operadora saltó tan pronto sonó el primer tono indicando que no se encontraba disponible. Suspirando _____ echó el teléfono de nuevo en el bolso y echó la cabeza hacia atrás, dejando que su coleta resbalara hacia el respaldo de la silla.
—Será mejor que me encargue de cosas que sí entiendo —murmuró para sí, asintió para sí misma y dejó el asiento, apagando el ordenador y cogiendo el bolso.
_____ echó un vistazo atrás antes de colgar el cartel en la puerta que avisaba de que estaría ausente, se ciñó la chaqueta y echó a andar calle abajo, con suerte, volvería antes de que Joe apareciera de nuevo.
Joe contempló sin pestañear a la misma esencia del engaño y entrecerró los ojos. Ara se había valido de su ingenio para llevarlo hasta esa situación, pero estaba equivocada si pensaba que iba a darse por vencido tan pronto. La muchacha podía ser un auténtico desastre y traer a su vida recuerdos de un pasado que prefería olvidar pero, ¿enamorarse de ella? Eso sí que sería un milagro.
La ángel caída se había presentado ante él cuando estaba dando su paseo por el pueblo, caminando a su lado de forma pausada y sin pronunciar palabra.
—¿Estás muy enfadado? —Sugirió ella al ver que Joe no soltaba prenda—. Al menos te libraste de que fuese una mujer parecida a la Sra. Kendall.
Joe la miró con sus ojos castaños.
—Oh, no lo sé… al menos la Sra. Kendall puede que no me apuñalara al verme y no se caería de bruces rompiéndose la nariz y desangrándose en el proceso —respondió el con ironía.
Por primera vez en todo el tiempo que llevaban juntos, vio palidecer a Ara.
—¿_____ se ha roto la nariz? ¿La has llevado al hospital? ¿Está bien? Diablos, no debí colgarle el teléfono —empezó a farfullar la ángel empezando a registrar su anorak en busca del teléfono.
—Wow. Para ahí, ángel —la detuvo Joe realmente sorprendido—. La humana está bien, se ha quedado en esa casucha con montones de libros y montones de polvo, en el que hay más polvo que libros, de hecho. Puede no gustarme esa incansable parlanchina, pero no quiero una muerte humana más sobre mi conciencia y menos cuando ella es tan estúpida como para caerse por las escaleras, o hacer una escultura nueva con un cubo de basura a base de patadas.
Ara se quedó inmóvil con el teléfono ya en la mano y dejó escapar un lento suspiro de alivio que no hizo sino enfurecer a Joe.
—¿Es tu custodio? —Preguntó mirándola con recelo—. ¿Has apostado a tu jodido custodio?
Ara negó con la cabeza.
—Ella no es mi custodio, Joe —negó ella volviendo a guardar el teléfono móvil en el bolsillo de la chaqueta—. Es mi amiga, y quería que la conocieras para que te dieras cuenta de que los humanos no son la peste que piensas, que no todos son así. _____ es una muchacha muy dulce, algo desastrosa, pero con un corazón generoso.
Joe arqueó una ceja y la miró como si dijera, “yo sé algo que tú no sabes”.
—Tu corazón generoso, hizo que le quitara la jodida nieve a su jodido coche y le pusiera las jodidas cadenas, para que ella pudiera subirse y arrastrarnos a ambos, con este jodido frío hasta este infernal y moribundo pueblo —respondió casi escupiendo las palabras.
Ara parpadeó varias veces y entonces sonrió, sí, así era su pequeña _____. Un dulce relleno de dinamita. Solo esperaba que Joe se diera cuenta de que esa pequeña humana podía hacer más por él de lo que jamás había podido hacer ella. _____ era esa clase de humana que se te metía en la piel y terminabas queriéndola con desastres y todo.
—Ya veo que te lo has estado pasando muy bien —aseguró Ara con absoluta ironía y entonces recordó algo que había dicho Joe—. ¿Has dicho que te apuñaló?
—¡Vaya, por fin escuchas! —Clamó él con ironía—. Tu preciosa humana me hizo un agujero en el hombro con un jodido abre cartas, y no contenta con eso, también me lastimó el ala en el proceso.
Vaya, aquello era nuevo.
—Te apuñaló —su rostro era de incredulidad—. Me estás vacilando.
Joe la miró con fijeza, su expresión desmintiendo cualquier parecido con la diversión.
—Ok, no estás vacilando —aceptó con sorpresa—. ¿Pero cómo es posible? _____ no haría daño ni a una mosca.
—Digamos que alguien le dijo que tenía que dar alojamiento al hermano de su amiga y ella me confundió con él —le respondió de manera acusatoria—. Cuando descubrió su error, entró en pánico y me apuñaló.
—Bueno, de alguna manera tenía que explicar tu presencia —sonrió ella con pura inocencia.
—Pues podrías haberle explicado de paso, quién era realmente, de ese modo no se habría muerto de un ataque de pánico cuando vio mis alas —escupió Joe.
Ara empezó a boquear como un pez en su intento de responder a aquello. ¿El muy idiota se había mostrado como lo que era realmente? Sacudió la cabeza para poder aclararse y lo apuntó con un dedo.
—¿Le mostraste tus alas? ¿Le mostraste tus jodidas alas? —acabó gritando—. ¡Estás loco!
Joe gruñó.
—¿Quieres que te apuñale y vemos si tú no sacas las tuyas de manera involuntaria? —respondió entre dientes.
Ok, él tenía un punto.
—Entonces, ella sabe… —preguntó mirando fijamente a su compañero.
—Oh, sí. Lo sabe. Sabe la verdad de ambos —le dijo él indicándolos a los dos con un dedo.
—¿Y cómo se lo ha tomado?
Joe resopló.
—Oh, bien —aseguró Joe con ironía—. Como dije, cayó de bruces y se rompió la nariz.
Ara se estremeció. Pobre _____, debía estar tan confundida y herida. Ella le había mentido, bueno, no mentido exactamente, pero no le había dicho toda la verdad. Suspirando interiormente se dijo que las explicaciones tendrían que esperar, no se había tomado tantas molestias para que todo terminase ahora.
—Intenté curarla, pero resulta que mis dones se han visto ligeramente restringidos aquí abajo —respondió Joe con renovada irritación—. Ni siquiera puedo curarme completamente a mí mismo, la herida que me provocó esa lunática no ha terminado de sanar todavía. ¿Y has visto bien donde vive? Eso es una caja de cerillas.
—Es la casa de sus abuelos —respondió Ara—. Ella se crió allí, es todo lo que tiene. Sus padres murieron cuando ella era muy pequeña.
—Lo sé, me lo contó. De hecho, tiene la jodida manía de empezar a hablar y seguir sin detenerse. ¿Qué le pasa? ¿Funciona a pilas o qué? —se quejó Joe.
Ara sonrió interiormente. Aquella era la primera vez que veía a Joe refunfuñando por todo, no se parecía en nada al serio y paciente profesor que se enfrentaba cada día a uno de sus lloriqueantes alumnos, de hecho en aquellos momentos se parecía cada vez más a uno de esos alumnos.
—Le gusta hablar —la disculpó Ara. Ella conocía de primera mano lo habladora que era _____.
—Pues alguien debería decirle que se callara de vez en cuando —refunfuñó él, entonces añadió—. Oh, y por cierto, no sé si te habrás dado cuenta pero en esa caja de zapatos hay más presencia blanca que en el mismísimo Haven. Su abuela era un Nephilim, querida mía.
Joe quedó realmente satisfecho cuando vio a la mujer quedarse boquiabierta, aquella expresión había mejorado mucho la horrible mañana que llevaba.
—Me alegra que te guste tanto el descubrimiento como me gustó a mí —aceptó Joe con una amplia e irónica sonrisa—. Ahora, si me disculpas, volveré a ver qué está haciendo esa pequeña humana, alguien debería mandar una carta de recomendación al Haven para que le pusieran un regimiento entero de ángeles de la guarda, o se matará antes de dar dos pasos seguidos.
—Ahora te tiene a ti, ¿no? —Le respondió Ara con una sonrisa—. No necesitará a nadie más.
Joe sacudió la cabeza.
—Ah, no, queridita —negó Joe—. Solo estaré aquí hasta que la nieve se derrita, después de eso, la humana es historia y me dará lo mismo si la atropella un cubo de basura o se ahoga en un vaso de agua.
Dicha su última palabra, Joe dio media vuelta y se desvaneció en el aire.
Ara se quedó allí pensando por primera vez, si no habría metido la pata al enviar a Joe con _____, no quería que dos de las personas que más le importaban en la vida, sufrieran por su culpa.
Su mirada ascendió hacia el cielo.
—No permitas que me equivoque, Ulises —susurró enviando todo su amor en esa plegaria—. Joe necesita conocer lo que hemos conocido tú y yo.
Una solitaria lágrima se resbaló por su mejilla y cayó en la nieve cuando ella desapareció.
La campanilla sobre la puerta de la tienda de Antigüedades que regentaba Andrè, el francocanadiense que se había instalado en Baldacci hacía ya un par de años, sonó anunciando la entrada de clientes. _____ se volvió desde la sección en donde estaba mirando los adornos navideños para ver entrar a uno de los hijos de la Señora Kendall, William. El joven muchacho, que rondaba ya los veintitantos la saludó con un gesto de cabeza antes de dirigirse directamente al mostrador para hablar con Andrè. _____ conocía al chico casi desde que eran niños, ambos habían jugado juntos hasta que la familia Kendall había enviado a William a un internado con la intención de enderezar un poco al diablillo que era en aquel entonces. Después de cursar sus estudios en la Universidad de Main, había vuelto a casa solo de cuando en cuando, pues tenía pensado establecerse en Washington con su novia, por lo que había oído, parecía que ya se oían campanas de boda.
Suspirando _____ volvió a concentrarse en las dos guirnaldas que tenía entre las manos, una con unas cintas rojas y otras con cintas azules. Los adornos navideños que tenía en casa habían sufrido un pequeño accidente el año pasado, cuando el pequeño abeto había caído contra la chimenea y se había calcinado en rápidos instantes con todo lo que tenía encima. Había sido una suerte que ella hubiese estado allí y supiera utilizar un extintor, o a estas alturas, estaba segura de que estaría durmiendo en la calle.
—Roja o azul —murmuró para sí mientras miraba una y otra, entonces volvió a bajarlas y frunció el ceño—. No se irán otra vez a la chimenea, ¿verdad?
Sacudiendo la cabeza para alejar aquellos pensamientos se decidió por la roja y la metió en el cesto de la compra, el cual solo tenía en su interior un pack de bolas para el árbol y unas cintas de colores. Lamentablemente su sueldo en la biblioteca no era de lo mejor, pero al menos le alcanzaba para pagar las facturas, para la comida y aún le sobraba suficiente para permitirse un capricho de vez en cuando, un capricho en la forma de una tableta de chocolate con nueces o chocolate blanco con aroma de vainilla que traía de la feria que pedía a una chocolatería de la capital por internet. Adoraba el chocolate.
_____ repasó los que llevaba en el cesto e hizo un cálculo mental del importe antes de dirigirse al corredor situado al fondo de la tienda, donde Andrè mantenía los artículos de pesca, esquí y algunas otras cosas que de vez en cuando traía de importación. Su mirada pasó por encima de los artículos expuestos, vagando de unos a otros hasta que se topó con unas simpáticas tazas navideñas con diferentes dibujos: Un trineo con Renos, Santa Claus junto a un árbol de navidad y otros motivos navideños. Pero fue una de las últimas tazas, en la que un pequeño ángel rubio con alas blancas sostenía entre sus manos una bola de nieve, en la que se podía apreciar el diseño de una casa cubierta de nieve y decorada con motivos navideños. _____ cogió la taza en sus manos y la observó antes de meterla en el cesto de la compra. El movimiento al inclinarse hizo que el colgante que llevaba puesto se deslizara sobre su piel recordándole la presencia de un irascible hombre de profundos ojos castaños en su vida. No un hombre, se corrigió, un ángel caído. Y uno que sentía un injustificado y fiero rencor hacia la raza humana. _____ sentía lástima por él, nadie debería de vivir con la amargura que había notado en la mirada y en la voz de Joe, nadie debería de vivir tan atormentado.
Sacudiendo la cabeza recogió la cesta y se dirigió al mostrador donde Andrè, un enjuto hombre de cerca de los cincuenta, hablaba por fuerte acento francés mientras le daba el cambio a William.
—Lo sé, Andrè —respondió William con una voz profunda y masculina—. Tendré en cuenta tu sugerencia para el viaje.
—Les encantará, estoy seguro, mon ami —aseguró el hombre atusándose su tupido bigote para finalmente atender a _____, quien ya había colocado la cesta sobre el mostrador y sacaba los artículos uno a uno—. Ah, señorita Patterson, ¿Haciendo compras de última hora?
—Creo que aunque intentemos evitarlo, siempre hay algo que comprar de última hora, Andrè —sonrió _____, dirigiendo la mirada a William—. Hola William.
—Hola, _____ —la saludó el muchacho con la misma calidez de siempre—. ¿Todo bien por allá arriba?
Ella asintió y levantó su brazo en una demostración de fuerza.
—Por supuesto, un poco de nieve no puede conmigo —aseguró ella sonriendo.
William asintió y le tocó el hombro de forma amistosa.
—Será mejor que te lleves unas latas extra de gasolina para el generador, están anunciando fuertes nevadas para los próximos días —le recomendó y entonces se volvió hacia el dependiente—. Parece que vamos a tener unas navidades más que blancas.
—Sí, de ayer a hoy ha caído más nieve de la que era de esperar —aseguró Andrè—. ¿Te quedarás las navidades o vuelves allá?
—Samantha pasará la Noche Buena con su familia, pero el año nuevo si lo pasaremos juntos —aceptó refiriéndose a su novia.
—Entonces te veremos más bien poco —comentó _____ dejando la cesta vacía con las otras.
—Eso me temo —asintió y palmeó el brazo de la chica a modo de despedida—. Cuídate, _____. Me ha encantado verte otra vez. Señor Andrè.
—Lo mismo digo, William.
—Hasta la vista, chico.
Ambos vieron salir al chico, entonces Andrè accionó la caja, abriendo una nueva cuenta y empezó a pasar los artículos de la chica.
—William tiene razón, deberías de ir al supermercado y coger un par de garrafas de combustible, solo por si acaso —le aseguró el hombre pasando los artículos uno por uno antes de meterlos en una resistente bolsa de papel—. Este tiempo es impredecible y tú sola allí arriba… —el hombre chasqueó la lengua—. Deberías pensar en trasladarte al pueblo, hay pisos a la venta.
—Sabes que me gusta mi casa, Andrè, nunca podría abandonarla —negó ella sacando el monedero de su chaqueta.
—Lo sé, lo sé —sonrió el hombre sacudiendo la cabeza mientras pasaba el último de los artículos—. ¿Es todo?
_____ asintió y se alzó sobre la punta de los pies para ver el importe en el lector.
—Sí, al menos por ahora —sonrió ella sacando un billete de veinte y otro de diez dólares—. Mañana es la cena benéfica, así que, que no te sorprenda si me ves aparecer para comprar más platos o vasos de papel navideño como los que ya llevamos.
—Haces una labor admirable —aseguró el hombre y señaló la trastienda—. Si necesitas voluntarios, siempre puedo mandaros a Billie.
Ella sonrió en agradecimiento. Billie era un senegalés que había llegado al pueblo en plan turista y había terminado por quedarse en él durante breves temporadas en las cuales solía trabajar con Andrè.
—Gracias, Andrè —rió _____ pagándole el importe—. Pero no veo a Billie detrás de un mostrador sirviendo bandejas.
El hombre se echó a reír con ganas.
—Es cierto, querida —aseguró el hombre con buen humor al tiempo que le daba el cambio—. De todas formas, a él le encantará ayudar.
_____ guardó la vuelta del dinero y volvió a guardar el monedero antes de coger la bolsa.
—Dale las gracias de mi parte —asintió ella bajando la bolsa.
—Oh, espera, llévate esto —la detuvo Andrè saliendo de detrás para dirigirse a una de las cestas de la entrada y coger un par de bolsitas con almendras y un atado de muérdago—. Feliz Navidad, _____.
_____ sonrió agradecida y abrazó al hombre con su brazo libre.
—Joyeux Noël et Bonne Année.
El hombre sonrió agradecido por escuchar la felicitación en su idioma natal y la acompañó abriéndole la puerta.
Joe observó a la humana mientras salía de una tienda al otro lado de la calle y se apresuraba en cruzar la calle para volver al edificio donde trabajaba. Sus movimientos seguían siendo torpes y por la rigidez en su columna, era obvio que las magulladuras en sus costillas seguían molestándola, pero su rostro en cambio estaba sonrosado e irradiaba felicidad. Suspiró, nunca había entendido esa cualidad que tenían los humanos para poner buena cara cuando las cosas estaban mal, o cuando se sentían enfermos con tal de no preocupar a los que estaban a su alrededor. _____ no tenía a nadie cerca de ella como para tener que fingir, en cambio lo había hecho, la noche anterior mismamente, con él.
Sacudiendo la cabeza para alejar aquellos estúpidos pensamientos dejó la ventana y caminó hacia el otro lado de la atestada habitación para encontrarse con ella.
—¿Joe? —oyó su nombre y el sonido de la puerta y los pasos tras ella.
—¿Dónde te habías metido? —le preguntó él saliéndole al encuentro.
—¿Llevas mucho rato aquí? ¿Te gustó el pueblo? No es gran cosa, pero…
—Mete el freno —la obligó a detener su parloteo antes de que se envarara—. Acabo de llegar y el pueblo es eso, un pueblo… al menos no es un cubículo cerrado como esa caja de cerillas que tienes por casa.
_____ puso los ojos en blanco e hizo una mueca mientras se sacaba los guantes y la bufanda dejándolos en el perchero que había a la entrada, tras el mostrador de recepción y metió la mano en la bolsa para sacar el atado de muérdago y sacando una ramita se la coló a él en el bolsillo delantero del anorak antes de palmearle el hombro que le había lastimado con delicadeza.
—Ten a ver si te quita el mal humor —le respondió ella cogiendo la bolsa y dirigiéndose hacia su oficina.
—Pero qué… —masculló Joe antes de tomar la rama de muérdago que ella había colado en el bolsillo de su chaqueta y salir tras ella—. Mi humor va en función de la compañía, por si todavía no te has dado cuenta.
—Lo sé, lo sé, soy una humana tonta y despreciable —respondió ella imprimiendo un tono tétrico y aburrido a sus palabras—. Bla, bla, bla.
Joe estrechó los ojos y la miró con fastidio, no le gustaba que se burlaran de él, mejor dicho, no le gustaba que “ella” se burlara de él, lo hacía casi… divertido.
—Mañana hay una cena benéfica en el salón de actos —le respondió ella entrando en su oficina, dejando la bolsa a un lado y dirigiéndose a su ordenador—. ¿Y adivina qué?
Joe conocía aquel tono de voz, era el mismo que había utilizado antes de mandarle limpiar su coche. No, aquel tono de voz no presagiaba nada bueno.
—¿Qué? —se encontró preguntando.
—Vas a venir conmigo y ayudarme —le aseguró ella con una amplia y satisfecha sonrisa.
—Por encima de tu cadáver —respondió él con voz profunda, maliciosa.
Ella puso los ojos en blanco y chasqueó la lengua, no estaba impresionada.
—Sé que no te gusto, los humanos, quiero decir —se corrigió rápidamente—, no sé el motivo aunque intuyo que algo malo debió de pasarte con alguno de nosotros para que sientas tanto rencor y desprecio, pero no todo el mundo es así, Joe y te lo demostraré.
Joe resopló con fastidio.
—Pierdes tu tiempo, humana.
—Es _____, angelito —le respondió ella y para sorpresa de Joe, ancló las manos a las caderas—. Y antes de que acabe la navidad, conseguiré que cambies de opinión sobre los humanos, acabaré gustándote… como humana… ya lo verás.
—Ahora sí es seguro que te has golpeado de nuevo la cabeza —aseguró él con absoluto convencimiento.
_____ se limitó a encogerse de hombros y sonrió. No había pensado hasta ahora en ello, pero lo haría, ese sería su regalo estas navidades, haría que Joe volviese a confiar en los humanos.
¡Bienvenida Anto! :D
Chicas, no puedo subirles maratón, porque la novela es muy corta, y quiero extenderla todo lo que sea posible, espero y me entiendan (:
Natuu!!
Volvió la mirada de nuevo a los pies de la puerta y gruñó, la nieve se había amontonado en el camino y sobre las escaleras. ¿Cómo podía nevar tanto en una sola noche? Sin pensárselo mucho, empezó a derribar la nieve a patadas antes de salir al exterior y enterrar algo más que la suela del zapato mientras bajaba lentamente peldaño tras peldaño.
El aire frío arrancó vapor de su respiración, su cuerpo se estremeció en respuesta a la baja temperatura y sin pararse a pensarlo compensó aquella cadencia vistiendo automáticamente una cazadora y una bufanda. A medida que andaba la nieve se iba haciendo más gruesa bajo sus pies, más sólida y menos polvorienta, la chica había dejado su coche a unos pocos pasos de la entrada, en un trozo del terreno que recordaba estaba asfaltado si bien, ahora todo lo que veía del vehículo eran parte de las ruedas y una delgada capa de nieve cubriendo el capó y el techo. Joe se volvió entonces hacia la casa, la noche anterior apenas había reparado en ella a la luz de las dos únicas farolas del camino y el foco situado encima de la propia puerta, ahora podía ver perfectamente la casa de dos plantas, una especie de cabaña diminuta ubicada en ninguna parte a juzgar por el yermo terreno a su alrededor. Posiblemente aquello habría servido al propósito de los antiguos propietarios de la casa, cuando eras mestizo era difícil saber donde encajar exactamente y no acababas de sentirte a gusto en ningún lugar con lo que tendías a la soledad.
La planta baja como ya sabía contaba con una ventana frontal, la puerta principal y un par de ventanas laterales que daban al salón y la cocina respectivamente, solo había otra ventanuco en el otro lado de la casa, que pertenecía al baño. La planta superior no era mucho más grande, recortándose de forma desigual sobre la primera planta, parecía haber sido un añadido posterior a la construcción original y como ya sabía solo contaba con las dos habitaciones con una ventana para cada una de ellas.
Realmente, un lugar diminuto para vivir y él estaba obligado a quedarse en él hasta que la nieve se derritiera, suspirando alzó la mirada hacia el cielo y exclamó en voz alta.
—¡Voy a ganar esta jodida apuesta aunque sea lo último que haga en mi jodida vida, Ara!
Dando un puntapié a la nieve esparcida por el suelo delante de él siguió con su exploración, dándose el lujo de disfrutar de los espacios abiertos, realmente se había sentido encerrado en aquella pequeña caja de cerillas.
—¿Joe? —Oyó su nombre pronunciado con aquella cadencia que parecía solo poder imprimir ella en su voz—. ¿Joseph?
Joe giró hacia la casa justo a tiempo de ver a la pequeña humana asomarse a la puerta vestida con unos tejanos viejos, unas botas de piel hasta debajo de la rodilla y un suéter blanco bajo una chaqueta no mucho más agradable que la que había vestido la tarde anterior. En esta ocasión llevaba el pelo atado en una coleta y una bufanda alrededor del cuello. _____ sonrió al verlo e incluso lo saludó con la mano antes de volver a desaparecer en el interior para volver a salir a los pocos minutos con unos guantes y una pequeña pala y escoba exterior. Para ser honestos, Joe esperaba verla caer de bruces en la nieve nada más dar un paso fuera del umbral de la puerta, después todos los desastres que parecían perseguir a la chica, no le sorprendería verla nuevamente en el suelo.
_____ patinó de hecho sobre el segundo escalón pero logró mantener el equilibrio gracias a la pala y a la escoba que llevaba en ambas manos, él pudo oírla dejar escapar un suspiro de alivio mientras recorría lentamente la distancia que lo separaba de él.
—Grrrr… hace frío, ¿verdad? —Murmuró ella llegando a su lado e indicó a su espalda con un gesto de la mano que todavía sostenía la escoba—. He puesto la cafetera, habrá café recién hecho en un rato y el microondas está descongelando unos bollos.
Joe se limitó a arquear una ceja en respuesta y ella dejó caer los hombros.
—Déjame adivinar, tampoco tomas café —respondió con un mohín—. ¿Qué demonios comen ustedes los ángeles? ¿Algodón de azúcar?
Joe se dio la vuelta sin contestarle siquiera, esa mujer estaba chiflada, ¿Cómo si no se explicaba que hubiese aceptado tan bien su presencia allí? Y ya no solo su presencia, si no lo que él era, el día anterior le había clavado un abrecartas en el hombro y casi se había meado de miedo en las bragas al ver sus alas y ahora era todo flores y cachorritos. Estaba loca, no había otra explicación para ello.
—¿Todavía sigues con la idea de que estás soñando? —sugirió caminando hacia el camino de entrada.
_____ dejó las herramientas contra su coche y empezó a limpiar las ventanillas con las manos enguantadas.
—Lamentablemente ya no —negó ella encogiéndose de hombros al tiempo que se movía a la otra ventanilla—, mis nuevas opciones se reducen a que seas lo que dices ser, lo cual es tan aterrador que ni siquiera quiero indagar más allá de ello, o que seas un prestidigitador tan bueno, que todo lo que ha ocurrido hasta ahora haya sido un producto de mi mente. La tercera de las opciones, es que esté en coma en el hospital por una caída y todo esto no sea más que el resultado de una hemorragia cerebral.
Joe se volvió a mirarla, las respuesta de aquella mujer no dejaban de asombrarle.
—Genial —aceptó él estremeciéndose ante las rebuscadas opciones de ella.
Ella sonrió para sí y cogió la escoba con la que empezó a quitar la nieve de su coche, solo para detenerse al instante con una mueca mientras se llevaba una mano al costado. Joe resopló y dio la vuelta hacia ella.
—En la vida he visto a alguien más estúpida que tú —farfulló llegando a ella y sacándole la escoba de las manos—. No tengo el don de la curación más allá de mí mismo, solo puedo mitigar los daños y eso no incluye traerte de vuelta de la muerte, así que, ¿Podrías por favor estarte quieta y preferiblemente callada hasta que yo haya ganado mi apuesta y pueda largarme de este jodido sitio?
_____ miró la escoba, lo miró a él y sonriendo ampliamente le incrustó el palo de del esta contra el pecho, sacándole el aliento al tiempo que decía.
—Claro, si te encargas de mi coche —aseguró enderezándose poco a poco—. Tengo que estar en la biblioteca en una hora, mañana en la noche es la Cena de Beneficencia y tengo que preparar algunas cosas y también quería adelantar un capítulo de mi novela, se me ha ocurrido una idea perfecta para el nuevo protagonista. Es un cabrón hijo de puta, con alas negras que viene a hacerle la vida imposible a la chica, ¿Pero sabes qué? Él no sabe que la chica es aún más cabrona que él.
Joe estaba sin palabras, demasiado sorprendido para decir una sola cosa.
—Oh, y sobre todo desentierra las ruedas —le pidió ella dando media vuelta con intención de volver a la casa—. Es indispensable para que pueda salir de aquí. Te avisaré cuando el café esté listo. Gracias, Joseph.
_____ se despidió con la mano y volvió lentamente hacia la casa, perdiéndose la manera en la que Joe rompía el mango de la escoba en dos y la fulminaba con la mirada.
A este ángel caído sí le gustaba el café. _____ sonrió para sí mientras escribía la siguiente escena de su novela y recordaba las tres tazas de café que se había tomado Joe antes de salir para la Biblioteca, ella se había sentido un poco culpable de dejarlo fuera haciendo todo el trabajo pero se lo había buscado, el que fuera un ángel caído no le daba derecho a tratarla como si fuera una muñeca descerebrada o la peor plaga del mundo, algo que parecía pensar profundamente.
Joe sentía verdadera aversión por los humanos, la pobre Señora Kendall había sido testigo de primera mano cuando se la habían encontrado en el pequeño supermercado del pueblo y se había quedado mirando al hombre como si fuera un pastelillo de crema al que pudiera lamer a su antojo. _____ se había visto obligada a presentarlo a la mujer como el hermano de su mejor amiga _lo que le recordaba que tenía que llamar a Arabel y decirle de primera mano lo que pensaba realmente de su hermano_ y disculparse rápidamente argumentando que tenía que ir a la Biblioteca. La mujer había disculpado a _____, por supuesto, pero seguía sin sacarle la mirada de encima a Joe, de hecho había tenido la osadía de acariciarle el brazo de una manera muy sexual y sugerir enseñarle el pueblo. Joe se había quitado la mano de la mujer de encima y le había dicho con total suavidad, educación y amabilidad que no estaba interesado en entrar en el harem de una mujer que se quitaba años, ponía los cuernos al marido con el cartero y el hijo del propietario de la funeraria, al cual doblaba en edad para finalmente mirar a la cajera, una bonita y coqueta rubia, guiñarle el ojo dejándola sonrojada y tras echarle un vistazo de advertencia a _____, se largó a la calle a esperarla.
Hoy realmente podría llegar a gustarle ese ángel negro, él había conseguido en menos de cinco minutos, lo que ella no había conseguido en todo el tiempo que llevaba viviendo allí; Dejar muda a la Señora Kendall.
Ahogando una risita, se apresuró a terminar la escena en la que estaba trabajando y le dio un gran sorbo al chocolate con moka que se había traído de la tienda. La biblioteca solía estar casi vacía en aquella época del año, de hecho si hubiese sido cualquier otro día con aquella nevada, se habría quedado en casa, el problema era que su casa había sido invadida por un ángel de alas negras de un metro noventa y cinco de alto, respuestas mordaces y una antipatía natural hacia la raza humana y parecía que ella estaba siendo la principal depositaria. Después de su escaramuza en el supermercado, Joe la había esperado fuera y había vuelto con ella a la biblioteca, el hombre parecía realmente fastidiado de tener que andar siempre en su compañía así que _____ le había sugerido que se fuera a dar un paseo, de ese modo ella podría avanzar también algo en su trabajo sin tenerle mirándola por encima del hombro o recordándole lo inferiores que eran los seres humanos. Como ya había aprendido que era costumbre en él, Joe la había mirado como si dijera “yo el amo, tú no me das órdenes estúpida esclava” y se había marchado del edificio sin mediar palabra.
_____ miró el reloj en la pared y suspiró, apenas había podido escribir cuatro míseras páginas en una hora, su mente empezaba a vagar cuando estaba intentando escribir algo y al final acababa frustrada y con la sensación de no haber adelantado ni una sola página. Sabiendo que por hoy no iba a ser capaz de escribir nada más, guardó el archivo en su portátil e hizo una copia de seguridad en su pendrive, ya había perdido una vez toda la información de una novela y no estaba dispuesta a pasar por eso otra vez, el volver a reescribir casi doscientas páginas no era algo que quisiera tener que repetir nunca. Y lo había hecho, había vuelto a empezar de nuevo, en parte por ella misma y en parte por la insistencia de Arabel, que la había animado a no dejarse vencer.
Arabel. ¿Era ella también un ángel como Joe o solo había sido un invento de él? Tamborileando con los dedos sobre la mesa, _____ se volvió en la silla y cogió su bolso del primer cajón donde siempre lo guardaba y buscó su teléfono móvil.
—¿Qué estoy haciendo? —se preguntó a sí misma, insegura de dar el paso.
Ellas habían sido amigas durante varios años, de hecho, para ser honesta consigo misma, _____ sabía que Arabel era su única amiga. Nunca se le había dado bien eso de hacer amistades, la gente que la conocía la trataba con amabilidad y respeto, pero en aquel pequeño pueblo no había nadie como Arabel, nadie a quien acudir cuando las cosas se torcían, cuando estabas tan frustrada que necesitabas descargar con alguien que sabría comprenderte o tan solo escuchar, ella había sido la que había tomado un avión para estar con ella cuando _____ por fin le contó que el idiota de su ex había roto con ella después de menospreciarla y dejarla tirada y se habían puesto hasta las cejas de café _para _____ el café era igual que un chute de adrenalina, una sola taza y estaba eléctrica todo el día_ gritando y despotricando durante toda la noche en contra de los hombres. No quería descubrir que su amiga había tenido un secreto como ese para con ella.
—Claro, como si pudiera decirme, Hola, _____, sabes, tengo algo que contarte. Soy un ángel caído y tengo unas pedazo enormes alas negras —Farfulló ella hablando en falsete—. Lo más seguro es que acabaría riéndome durante horas, o acabase en el hospital con un colapso nervioso si sus alas se parecían en algo a las de Joe.
_____ suspiró y volvió a mirar el teléfono.
—Por otro lado, si Joe ha mentido… es un ángel caído después de todo —razonó consigo misma, entonces resopló y se echó hacia atrás en la silla sintiendo como el colgante con su pluma se desplazaba sobre su piel con el movimiento—. Oh, ¿Por qué no puede solo ser un hombre normal y un poco huraño y hermano de mi mejor amiga?
Respirando profundamente apretó la tecla de la agenda y buscó a lo largo de los números hasta encontrar el de Arabel, cerró los ojos y marcó.
“El teléfono al que está llamando está apagado o fuera de cobertura”.
La voz de la operadora saltó tan pronto sonó el primer tono indicando que no se encontraba disponible. Suspirando _____ echó el teléfono de nuevo en el bolso y echó la cabeza hacia atrás, dejando que su coleta resbalara hacia el respaldo de la silla.
—Será mejor que me encargue de cosas que sí entiendo —murmuró para sí, asintió para sí misma y dejó el asiento, apagando el ordenador y cogiendo el bolso.
_____ echó un vistazo atrás antes de colgar el cartel en la puerta que avisaba de que estaría ausente, se ciñó la chaqueta y echó a andar calle abajo, con suerte, volvería antes de que Joe apareciera de nuevo.
Joe contempló sin pestañear a la misma esencia del engaño y entrecerró los ojos. Ara se había valido de su ingenio para llevarlo hasta esa situación, pero estaba equivocada si pensaba que iba a darse por vencido tan pronto. La muchacha podía ser un auténtico desastre y traer a su vida recuerdos de un pasado que prefería olvidar pero, ¿enamorarse de ella? Eso sí que sería un milagro.
La ángel caída se había presentado ante él cuando estaba dando su paseo por el pueblo, caminando a su lado de forma pausada y sin pronunciar palabra.
—¿Estás muy enfadado? —Sugirió ella al ver que Joe no soltaba prenda—. Al menos te libraste de que fuese una mujer parecida a la Sra. Kendall.
Joe la miró con sus ojos castaños.
—Oh, no lo sé… al menos la Sra. Kendall puede que no me apuñalara al verme y no se caería de bruces rompiéndose la nariz y desangrándose en el proceso —respondió el con ironía.
Por primera vez en todo el tiempo que llevaban juntos, vio palidecer a Ara.
—¿_____ se ha roto la nariz? ¿La has llevado al hospital? ¿Está bien? Diablos, no debí colgarle el teléfono —empezó a farfullar la ángel empezando a registrar su anorak en busca del teléfono.
—Wow. Para ahí, ángel —la detuvo Joe realmente sorprendido—. La humana está bien, se ha quedado en esa casucha con montones de libros y montones de polvo, en el que hay más polvo que libros, de hecho. Puede no gustarme esa incansable parlanchina, pero no quiero una muerte humana más sobre mi conciencia y menos cuando ella es tan estúpida como para caerse por las escaleras, o hacer una escultura nueva con un cubo de basura a base de patadas.
Ara se quedó inmóvil con el teléfono ya en la mano y dejó escapar un lento suspiro de alivio que no hizo sino enfurecer a Joe.
—¿Es tu custodio? —Preguntó mirándola con recelo—. ¿Has apostado a tu jodido custodio?
Ara negó con la cabeza.
—Ella no es mi custodio, Joe —negó ella volviendo a guardar el teléfono móvil en el bolsillo de la chaqueta—. Es mi amiga, y quería que la conocieras para que te dieras cuenta de que los humanos no son la peste que piensas, que no todos son así. _____ es una muchacha muy dulce, algo desastrosa, pero con un corazón generoso.
Joe arqueó una ceja y la miró como si dijera, “yo sé algo que tú no sabes”.
—Tu corazón generoso, hizo que le quitara la jodida nieve a su jodido coche y le pusiera las jodidas cadenas, para que ella pudiera subirse y arrastrarnos a ambos, con este jodido frío hasta este infernal y moribundo pueblo —respondió casi escupiendo las palabras.
Ara parpadeó varias veces y entonces sonrió, sí, así era su pequeña _____. Un dulce relleno de dinamita. Solo esperaba que Joe se diera cuenta de que esa pequeña humana podía hacer más por él de lo que jamás había podido hacer ella. _____ era esa clase de humana que se te metía en la piel y terminabas queriéndola con desastres y todo.
—Ya veo que te lo has estado pasando muy bien —aseguró Ara con absoluta ironía y entonces recordó algo que había dicho Joe—. ¿Has dicho que te apuñaló?
—¡Vaya, por fin escuchas! —Clamó él con ironía—. Tu preciosa humana me hizo un agujero en el hombro con un jodido abre cartas, y no contenta con eso, también me lastimó el ala en el proceso.
Vaya, aquello era nuevo.
—Te apuñaló —su rostro era de incredulidad—. Me estás vacilando.
Joe la miró con fijeza, su expresión desmintiendo cualquier parecido con la diversión.
—Ok, no estás vacilando —aceptó con sorpresa—. ¿Pero cómo es posible? _____ no haría daño ni a una mosca.
—Digamos que alguien le dijo que tenía que dar alojamiento al hermano de su amiga y ella me confundió con él —le respondió de manera acusatoria—. Cuando descubrió su error, entró en pánico y me apuñaló.
—Bueno, de alguna manera tenía que explicar tu presencia —sonrió ella con pura inocencia.
—Pues podrías haberle explicado de paso, quién era realmente, de ese modo no se habría muerto de un ataque de pánico cuando vio mis alas —escupió Joe.
Ara empezó a boquear como un pez en su intento de responder a aquello. ¿El muy idiota se había mostrado como lo que era realmente? Sacudió la cabeza para poder aclararse y lo apuntó con un dedo.
—¿Le mostraste tus alas? ¿Le mostraste tus jodidas alas? —acabó gritando—. ¡Estás loco!
Joe gruñó.
—¿Quieres que te apuñale y vemos si tú no sacas las tuyas de manera involuntaria? —respondió entre dientes.
Ok, él tenía un punto.
—Entonces, ella sabe… —preguntó mirando fijamente a su compañero.
—Oh, sí. Lo sabe. Sabe la verdad de ambos —le dijo él indicándolos a los dos con un dedo.
—¿Y cómo se lo ha tomado?
Joe resopló.
—Oh, bien —aseguró Joe con ironía—. Como dije, cayó de bruces y se rompió la nariz.
Ara se estremeció. Pobre _____, debía estar tan confundida y herida. Ella le había mentido, bueno, no mentido exactamente, pero no le había dicho toda la verdad. Suspirando interiormente se dijo que las explicaciones tendrían que esperar, no se había tomado tantas molestias para que todo terminase ahora.
—Intenté curarla, pero resulta que mis dones se han visto ligeramente restringidos aquí abajo —respondió Joe con renovada irritación—. Ni siquiera puedo curarme completamente a mí mismo, la herida que me provocó esa lunática no ha terminado de sanar todavía. ¿Y has visto bien donde vive? Eso es una caja de cerillas.
—Es la casa de sus abuelos —respondió Ara—. Ella se crió allí, es todo lo que tiene. Sus padres murieron cuando ella era muy pequeña.
—Lo sé, me lo contó. De hecho, tiene la jodida manía de empezar a hablar y seguir sin detenerse. ¿Qué le pasa? ¿Funciona a pilas o qué? —se quejó Joe.
Ara sonrió interiormente. Aquella era la primera vez que veía a Joe refunfuñando por todo, no se parecía en nada al serio y paciente profesor que se enfrentaba cada día a uno de sus lloriqueantes alumnos, de hecho en aquellos momentos se parecía cada vez más a uno de esos alumnos.
—Le gusta hablar —la disculpó Ara. Ella conocía de primera mano lo habladora que era _____.
—Pues alguien debería decirle que se callara de vez en cuando —refunfuñó él, entonces añadió—. Oh, y por cierto, no sé si te habrás dado cuenta pero en esa caja de zapatos hay más presencia blanca que en el mismísimo Haven. Su abuela era un Nephilim, querida mía.
Joe quedó realmente satisfecho cuando vio a la mujer quedarse boquiabierta, aquella expresión había mejorado mucho la horrible mañana que llevaba.
—Me alegra que te guste tanto el descubrimiento como me gustó a mí —aceptó Joe con una amplia e irónica sonrisa—. Ahora, si me disculpas, volveré a ver qué está haciendo esa pequeña humana, alguien debería mandar una carta de recomendación al Haven para que le pusieran un regimiento entero de ángeles de la guarda, o se matará antes de dar dos pasos seguidos.
—Ahora te tiene a ti, ¿no? —Le respondió Ara con una sonrisa—. No necesitará a nadie más.
Joe sacudió la cabeza.
—Ah, no, queridita —negó Joe—. Solo estaré aquí hasta que la nieve se derrita, después de eso, la humana es historia y me dará lo mismo si la atropella un cubo de basura o se ahoga en un vaso de agua.
Dicha su última palabra, Joe dio media vuelta y se desvaneció en el aire.
Ara se quedó allí pensando por primera vez, si no habría metido la pata al enviar a Joe con _____, no quería que dos de las personas que más le importaban en la vida, sufrieran por su culpa.
Su mirada ascendió hacia el cielo.
—No permitas que me equivoque, Ulises —susurró enviando todo su amor en esa plegaria—. Joe necesita conocer lo que hemos conocido tú y yo.
Una solitaria lágrima se resbaló por su mejilla y cayó en la nieve cuando ella desapareció.
La campanilla sobre la puerta de la tienda de Antigüedades que regentaba Andrè, el francocanadiense que se había instalado en Baldacci hacía ya un par de años, sonó anunciando la entrada de clientes. _____ se volvió desde la sección en donde estaba mirando los adornos navideños para ver entrar a uno de los hijos de la Señora Kendall, William. El joven muchacho, que rondaba ya los veintitantos la saludó con un gesto de cabeza antes de dirigirse directamente al mostrador para hablar con Andrè. _____ conocía al chico casi desde que eran niños, ambos habían jugado juntos hasta que la familia Kendall había enviado a William a un internado con la intención de enderezar un poco al diablillo que era en aquel entonces. Después de cursar sus estudios en la Universidad de Main, había vuelto a casa solo de cuando en cuando, pues tenía pensado establecerse en Washington con su novia, por lo que había oído, parecía que ya se oían campanas de boda.
Suspirando _____ volvió a concentrarse en las dos guirnaldas que tenía entre las manos, una con unas cintas rojas y otras con cintas azules. Los adornos navideños que tenía en casa habían sufrido un pequeño accidente el año pasado, cuando el pequeño abeto había caído contra la chimenea y se había calcinado en rápidos instantes con todo lo que tenía encima. Había sido una suerte que ella hubiese estado allí y supiera utilizar un extintor, o a estas alturas, estaba segura de que estaría durmiendo en la calle.
—Roja o azul —murmuró para sí mientras miraba una y otra, entonces volvió a bajarlas y frunció el ceño—. No se irán otra vez a la chimenea, ¿verdad?
Sacudiendo la cabeza para alejar aquellos pensamientos se decidió por la roja y la metió en el cesto de la compra, el cual solo tenía en su interior un pack de bolas para el árbol y unas cintas de colores. Lamentablemente su sueldo en la biblioteca no era de lo mejor, pero al menos le alcanzaba para pagar las facturas, para la comida y aún le sobraba suficiente para permitirse un capricho de vez en cuando, un capricho en la forma de una tableta de chocolate con nueces o chocolate blanco con aroma de vainilla que traía de la feria que pedía a una chocolatería de la capital por internet. Adoraba el chocolate.
_____ repasó los que llevaba en el cesto e hizo un cálculo mental del importe antes de dirigirse al corredor situado al fondo de la tienda, donde Andrè mantenía los artículos de pesca, esquí y algunas otras cosas que de vez en cuando traía de importación. Su mirada pasó por encima de los artículos expuestos, vagando de unos a otros hasta que se topó con unas simpáticas tazas navideñas con diferentes dibujos: Un trineo con Renos, Santa Claus junto a un árbol de navidad y otros motivos navideños. Pero fue una de las últimas tazas, en la que un pequeño ángel rubio con alas blancas sostenía entre sus manos una bola de nieve, en la que se podía apreciar el diseño de una casa cubierta de nieve y decorada con motivos navideños. _____ cogió la taza en sus manos y la observó antes de meterla en el cesto de la compra. El movimiento al inclinarse hizo que el colgante que llevaba puesto se deslizara sobre su piel recordándole la presencia de un irascible hombre de profundos ojos castaños en su vida. No un hombre, se corrigió, un ángel caído. Y uno que sentía un injustificado y fiero rencor hacia la raza humana. _____ sentía lástima por él, nadie debería de vivir con la amargura que había notado en la mirada y en la voz de Joe, nadie debería de vivir tan atormentado.
Sacudiendo la cabeza recogió la cesta y se dirigió al mostrador donde Andrè, un enjuto hombre de cerca de los cincuenta, hablaba por fuerte acento francés mientras le daba el cambio a William.
—Lo sé, Andrè —respondió William con una voz profunda y masculina—. Tendré en cuenta tu sugerencia para el viaje.
—Les encantará, estoy seguro, mon ami —aseguró el hombre atusándose su tupido bigote para finalmente atender a _____, quien ya había colocado la cesta sobre el mostrador y sacaba los artículos uno a uno—. Ah, señorita Patterson, ¿Haciendo compras de última hora?
—Creo que aunque intentemos evitarlo, siempre hay algo que comprar de última hora, Andrè —sonrió _____, dirigiendo la mirada a William—. Hola William.
—Hola, _____ —la saludó el muchacho con la misma calidez de siempre—. ¿Todo bien por allá arriba?
Ella asintió y levantó su brazo en una demostración de fuerza.
—Por supuesto, un poco de nieve no puede conmigo —aseguró ella sonriendo.
William asintió y le tocó el hombro de forma amistosa.
—Será mejor que te lleves unas latas extra de gasolina para el generador, están anunciando fuertes nevadas para los próximos días —le recomendó y entonces se volvió hacia el dependiente—. Parece que vamos a tener unas navidades más que blancas.
—Sí, de ayer a hoy ha caído más nieve de la que era de esperar —aseguró Andrè—. ¿Te quedarás las navidades o vuelves allá?
—Samantha pasará la Noche Buena con su familia, pero el año nuevo si lo pasaremos juntos —aceptó refiriéndose a su novia.
—Entonces te veremos más bien poco —comentó _____ dejando la cesta vacía con las otras.
—Eso me temo —asintió y palmeó el brazo de la chica a modo de despedida—. Cuídate, _____. Me ha encantado verte otra vez. Señor Andrè.
—Lo mismo digo, William.
—Hasta la vista, chico.
Ambos vieron salir al chico, entonces Andrè accionó la caja, abriendo una nueva cuenta y empezó a pasar los artículos de la chica.
—William tiene razón, deberías de ir al supermercado y coger un par de garrafas de combustible, solo por si acaso —le aseguró el hombre pasando los artículos uno por uno antes de meterlos en una resistente bolsa de papel—. Este tiempo es impredecible y tú sola allí arriba… —el hombre chasqueó la lengua—. Deberías pensar en trasladarte al pueblo, hay pisos a la venta.
—Sabes que me gusta mi casa, Andrè, nunca podría abandonarla —negó ella sacando el monedero de su chaqueta.
—Lo sé, lo sé —sonrió el hombre sacudiendo la cabeza mientras pasaba el último de los artículos—. ¿Es todo?
_____ asintió y se alzó sobre la punta de los pies para ver el importe en el lector.
—Sí, al menos por ahora —sonrió ella sacando un billete de veinte y otro de diez dólares—. Mañana es la cena benéfica, así que, que no te sorprenda si me ves aparecer para comprar más platos o vasos de papel navideño como los que ya llevamos.
—Haces una labor admirable —aseguró el hombre y señaló la trastienda—. Si necesitas voluntarios, siempre puedo mandaros a Billie.
Ella sonrió en agradecimiento. Billie era un senegalés que había llegado al pueblo en plan turista y había terminado por quedarse en él durante breves temporadas en las cuales solía trabajar con Andrè.
—Gracias, Andrè —rió _____ pagándole el importe—. Pero no veo a Billie detrás de un mostrador sirviendo bandejas.
El hombre se echó a reír con ganas.
—Es cierto, querida —aseguró el hombre con buen humor al tiempo que le daba el cambio—. De todas formas, a él le encantará ayudar.
_____ guardó la vuelta del dinero y volvió a guardar el monedero antes de coger la bolsa.
—Dale las gracias de mi parte —asintió ella bajando la bolsa.
—Oh, espera, llévate esto —la detuvo Andrè saliendo de detrás para dirigirse a una de las cestas de la entrada y coger un par de bolsitas con almendras y un atado de muérdago—. Feliz Navidad, _____.
_____ sonrió agradecida y abrazó al hombre con su brazo libre.
—Joyeux Noël et Bonne Année.
El hombre sonrió agradecido por escuchar la felicitación en su idioma natal y la acompañó abriéndole la puerta.
Joe observó a la humana mientras salía de una tienda al otro lado de la calle y se apresuraba en cruzar la calle para volver al edificio donde trabajaba. Sus movimientos seguían siendo torpes y por la rigidez en su columna, era obvio que las magulladuras en sus costillas seguían molestándola, pero su rostro en cambio estaba sonrosado e irradiaba felicidad. Suspiró, nunca había entendido esa cualidad que tenían los humanos para poner buena cara cuando las cosas estaban mal, o cuando se sentían enfermos con tal de no preocupar a los que estaban a su alrededor. _____ no tenía a nadie cerca de ella como para tener que fingir, en cambio lo había hecho, la noche anterior mismamente, con él.
Sacudiendo la cabeza para alejar aquellos estúpidos pensamientos dejó la ventana y caminó hacia el otro lado de la atestada habitación para encontrarse con ella.
—¿Joe? —oyó su nombre y el sonido de la puerta y los pasos tras ella.
—¿Dónde te habías metido? —le preguntó él saliéndole al encuentro.
—¿Llevas mucho rato aquí? ¿Te gustó el pueblo? No es gran cosa, pero…
—Mete el freno —la obligó a detener su parloteo antes de que se envarara—. Acabo de llegar y el pueblo es eso, un pueblo… al menos no es un cubículo cerrado como esa caja de cerillas que tienes por casa.
_____ puso los ojos en blanco e hizo una mueca mientras se sacaba los guantes y la bufanda dejándolos en el perchero que había a la entrada, tras el mostrador de recepción y metió la mano en la bolsa para sacar el atado de muérdago y sacando una ramita se la coló a él en el bolsillo delantero del anorak antes de palmearle el hombro que le había lastimado con delicadeza.
—Ten a ver si te quita el mal humor —le respondió ella cogiendo la bolsa y dirigiéndose hacia su oficina.
—Pero qué… —masculló Joe antes de tomar la rama de muérdago que ella había colado en el bolsillo de su chaqueta y salir tras ella—. Mi humor va en función de la compañía, por si todavía no te has dado cuenta.
—Lo sé, lo sé, soy una humana tonta y despreciable —respondió ella imprimiendo un tono tétrico y aburrido a sus palabras—. Bla, bla, bla.
Joe estrechó los ojos y la miró con fastidio, no le gustaba que se burlaran de él, mejor dicho, no le gustaba que “ella” se burlara de él, lo hacía casi… divertido.
—Mañana hay una cena benéfica en el salón de actos —le respondió ella entrando en su oficina, dejando la bolsa a un lado y dirigiéndose a su ordenador—. ¿Y adivina qué?
Joe conocía aquel tono de voz, era el mismo que había utilizado antes de mandarle limpiar su coche. No, aquel tono de voz no presagiaba nada bueno.
—¿Qué? —se encontró preguntando.
—Vas a venir conmigo y ayudarme —le aseguró ella con una amplia y satisfecha sonrisa.
—Por encima de tu cadáver —respondió él con voz profunda, maliciosa.
Ella puso los ojos en blanco y chasqueó la lengua, no estaba impresionada.
—Sé que no te gusto, los humanos, quiero decir —se corrigió rápidamente—, no sé el motivo aunque intuyo que algo malo debió de pasarte con alguno de nosotros para que sientas tanto rencor y desprecio, pero no todo el mundo es así, Joe y te lo demostraré.
Joe resopló con fastidio.
—Pierdes tu tiempo, humana.
—Es _____, angelito —le respondió ella y para sorpresa de Joe, ancló las manos a las caderas—. Y antes de que acabe la navidad, conseguiré que cambies de opinión sobre los humanos, acabaré gustándote… como humana… ya lo verás.
—Ahora sí es seguro que te has golpeado de nuevo la cabeza —aseguró él con absoluto convencimiento.
_____ se limitó a encogerse de hombros y sonrió. No había pensado hasta ahora en ello, pero lo haría, ese sería su regalo estas navidades, haría que Joe volviese a confiar en los humanos.
¡Bienvenida Anto! :D
Chicas, no puedo subirles maratón, porque la novela es muy corta, y quiero extenderla todo lo que sea posible, espero y me entiendan (:
Natuu!!
Natuu!
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
jajaja esa rayis es muy otimista
me gusta mucho la nove
cuando vuelves a subir???
me gusta mucho la nove
cuando vuelves a subir???
Julieta♥
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