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"Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
Ahhhhhhhhhhh no pense q iba a pasar todo eso O_o
QUIEROO MARATON!
SIGUELAA!!!!
QUIEROO MARATON!
SIGUELAA!!!!
jb_fanvanu
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
natu estaba perdida no encontraba tu nove
gracias a nani
estoy aqui :9
siguela
gracias a nani
estoy aqui :9
siguela
andreita
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
CAPÍTULO 2
_____ se quedó mirando al hombre que estaba sentado sin camiseta en la silla de su escritorio, su espalda era absolutamente lisa y un poco bronceada y no había rastro alguno de las enormes alas negras que había exhibido hacía menos de una hora cuando lo había apuñalado pensando que se trataba de un asesino o un ladrón.
—¿Sería mucho pedir que acabases de una vez? —Le dijo él, dedicándole una de sus cortantes miradas—. Por más que mires mi espalda, no van a crecerme alas.
Ella lo miró y frunció el ceño.
—¿Haces chistes a costa de ti mismo? —respondió ella terminando de cubrir la herida que ella misma le había hecho con unas gasas y un poco de esparadrapo.
Joe dejó que sus labios se extendieran lentamente en una parodia de sonrisa.
—Si los encontrara graciosos, quizás lo hiciera —le respondió observando como ella aseguraba la gasa, para finalmente apartar sus dedos y comprobar él mismo que el trabajo estaba a su gusto antes de levantarse y coger su camiseta destrozada y manchada de sangre de encima de la mesa. Al verla hizo una mueca—. Esto va a ser un problema.
_____ guardó las cosas de regreso en el botiquín y se miró nuevamente en el pequeño espejo de mano para cerciorarse de que no quedaba rastro de la sangre que le había bañado la cara y que ahora se pegaba reseca en su chaqueta de lana.
—Gracias por… esto —murmuró señalando su nariz.
Joe la miró con desinterés.
—¿Siempre eres tan torpe como para tropezar con tus propios pies?
Ella se tensó, ese hombre podía ser un ángel, pero también era un auténtico idiota.
—Solo cuando un hombre que finge ser el hermano de mi amiga, entra en la biblioteca e intenta asustarme de muerte —respondió ella con la misma ironía antes de jadear quedándose sin aire y volverse blanca y buscar como loca el reloj de pulsera que había tenido que quitarse por encima de la mesa—. ¡Oh, dios! ¡Joseph! Arabel va a matarme, tenía que haber recogido a su hermano hace media hora.
Él resopló y extendió una mano haciendo que la puerta se cerrara de golpe cuando la vio salir disparada hacia ella. _____ frenó en seco y se volvió hacia él con cara de pocos amigos.
—¡Ey! No puedes hacer eso.
—¿Apostamos? —Le respondió y tiró la camiseta ensangrentada a la papelera para luego apoyar la cadera contra el escritorio y cruzarse de brazos—. No tengas tanta prisa, algo me dice que acabarías perdiendo el tiempo.
_____ negó con la cabeza.
—El hermano de mi amiga, con el que te confundí, llegaba en el autobús de hace media hora.
Joe desechó su protesta y la miró.
—Esa amiga tuya, Arabel —dijo, imprimiendo en el nombre una gran carga de ironía—. ¿La conoces en persona?
Ella lo miró de reojo, escudriñándole con la mirada.
—¿Qué importancia puede tener eso para ti?
Joe alzó las manos al cielo y resopló.
—Diablos, ¿Tan difícil es que respondas directamente a una pregunta?
_____ se cruzó de brazos y se mantuvo en el lugar, sus llenos labios rosados apretados en un enfurruñado mohín.
—Mira humana…
—Snow.
—¿Qué tiene que ver la nieve con esto? —respondió él sin entender.
Ella puso los ojos en blanco.
—Mi nombre, genio —le respondió ella sacudiendo la cabeza—. Me llamo _____ Snow, no humana.
—¿Snow? ¿Te llamas Nieve? —parecía realmente incrédulo. Su brillante e intensa mirada castaña la recorrió de arriba abajo e hizo un gesto de disgusto—. No te pareces en nada a la nieve.
—Mira por donde, tú si te pareces a un auténtico idiota, cosa de alas negras.
—La palabra que estarías buscando sería ángel caído, humana —ignorando sus protestas volvió a centrarse en lo que le interesaba—. Volvamos a lo nuestro. Ara. ¿Conoces a una mujer un poco más baja que yo, pelo castaño y ondulado más o menos por encima de los senos, ojos azul claro y un lunar encima del labio?
La sorpresa que Joe leyó en el rostro de _____ fue suficiente respuesta para él.
—Eso me parecía. —respondió él alzando la mirada hacia el techo al tiempo que farfullaba algo en un idioma que ella no entendió, aunque por su tono era obvio que no era nada agradable—. Tal parece que esa zorra caída lo tenía todo preparado.
_____ negó con la cabeza, sus pasos volvieron a acercarla nuevamente hasta la mesa.
—¿Cómo es que conoces a Arabel? ¿Eres de veras su hermano?
Joe la miró como si la chica fuera estúpida y no fuera capaz de sumar dos y dos.
—Tu Arabel, es Ara, una de las ángeles caídos más antigua de mi comunidad y no somos hermanos en el sentido bíblico de la palabra, pero podría decirse que somos lo más parecido a eso dentro de nuestra jerarquía —respondió él.
_____ se dejó caer en su asiento del otro lado del escritorio.
—Entonces ella es como tú —musitó, frunciendo el ceño se volvió hacia él—. ¿Sus alas también son negras?
Joe la miró por debajo de sus pestañas.
—¿Qué parte de Ángel Caído no has entendido? —le soltó antes de señalar a su alrededor—. Viendo donde pasas el tiempo, cualquiera pensaría que podrías haber leído algo sobre el tema.
—Disculpa si nunca me han interesado del todo los temas teológicos —respondió ella con ironía.
—Disculpas aceptadas —contestó Joe dejándola absolutamente anonadada—. Ambos somos ángeles caídos, nuestras alas se vuelven negras después de un tiempo. Del blanco pasamos a un rápido gris y de ahí decrecemos hasta el negro más puro, el cual solo lo tenemos Ara y yo mismo.
_____ se echó hacia delante y posó las manos sobre la parte de arriba del escritorio.
—¿Y por qué el cambio de color? ¿Tiene algo que ver con que ya no sean… puros?
—¿Tú vienes a pilas o con batería? —Le soltó él con hastío—. No haces más que hablar, hablar y hablar.
Ella abrió la boca para replicar pero volvió a cerrarla.
—Adiós, angelito —le soltó ella indicándole la puerta con un gesto de la mano—. Ya sabes dónde está la salida.
Los labios de Joe se curvaron en una enigmática sonrisa.
—Temo que te resultará un poquito más difícil librarte de mí, querida —le aseguró con diversión—. Con todas las preguntas que salen de tu boquita y se te ha olvidado pronunciar la más importante de todas.
—¿Cómo se mata a un ángel caído idiota? —sugirió ella con ironía.
Él se rió, un sonido rico y oscuro que la hizo estremecer.
—Te concederé eso, humana —aseguró con diversión entonces añadió—. Pero la pregunta realmente importante es, ¿Por qué estoy aquí?
_____ se limitó a observarle a ver si continuaba.
—¿Y eso sería? —decidió preguntar al fin.
—Para ganar una apuesta —respondió mirando a la chica de arriba abajo y sonriendo todavía más—. Y viéndote sé que no me llevará ningún esfuerzo conseguirlo.
Ella frunció el ceño y lo miró con recelo.
—¿De qué trata exactamente la apuesta? Si estás pensando en llevarte mi alma, ya estás buscando a otra.
Joe puso los ojos en blanco y resopló.
—Ves demasiada televisión, humana.
—Como si tú supieras que es eso —refunfuñó ella.
Joe ignoró su respuesta y continuó como si no la hubiese oído.
—Me temo que tendrás que soportarme hasta que deje de nevar —respondió mirando por la ventana para luego volverse a ella y echarle un nuevo vistazo por encima del hombro—. Me iré tan pronto como la nieve empiece a derretirse.
_____ frunció el ceño y se inclinó para mirar también hacia la ventana desde su sitio.
—¿Es broma, no? —le respondió ella mirando de nuevo a Joe.
—Tú fuiste la primera hembra con la que me he cruzado, así que, te ha tocado.
—¿Qué me quieres decir con eso?
Joe la miró de arriba abajo e hizo un gesto de disgusto con la cara.
—Va a ser un problema entretenerme mientras tanto —continuó como si no la hubiese escuchado—, sería mucho más agradable si fueses un poco más alta, menos rellenita y tu rostro pareciera otra cosa que simplemente… el de un ratón.
Ella se quedó literalmente con la boca abierta. ¡Ese hijo de puta acababa de menospreciarla delante de sus mismísimas narices!
—No me supondrá ningún esfuerzo ignorarte, el enamorarse de ti tendría que ser el mayor de todos los milagros que hubiese presenciado —aseguró él con una jocosa sonrisa, estaba realmente encantado con su suerte.
_____ se obligó a cerrar la boca y respirar profundamente, su mano se había cerrado con fuerza encima del pesado pisa papeles en forma de la estatuilla de un león al acecho. Sus nudillos llegaron a ponerse blancos mientras ella apretaba con fuerza el pisa papeles y contaba mentalmente hasta cien, ningún número por debajo de aquello le valdría a la hora de no desplumar al hijo de puta que tenía ahora mismo paseándose por su oficina. ¡El muy imbécil se había atrevido a despreciarla allí mismo, dos veces!
Hubo un tiempo en el que sus palabras la habrían herido realmente, hasta el punto de llevarla a cometer alguna estupidez, pero ya no era aquella ingenua e insegura chiquilla y hacía mucho tiempo que se había vuelto perfectamente consciente de su físico y de que no resultaba atractiva a los hombres, de hecho, su última cita se lo había dejado claro de la manera más clara posible.
Maldito bastardo.
Ya había alcanzado la cifra de cincuenta y seguía con ganas de lanzarle la endemoniada figura a ese mutante descerebrado.
—Ve poniendo el freno a tu lengua, Señor Simpatía —farfulló ella entre los dientes apretados, si sus ojos tuviesen visión de rayos X, en ese momento ya lo habría partido por la mitad y estaría riéndose y bailando como una neurótica sobre su sangre— y volvamos hacia atrás.
Joe arqueó sus elegantes cejas al ver la mirada brillante que asomaba tras las feas gafas, la mano derecha de la chica estaba aferrada fuertemente a una figura de lo que parecía ser un león y la otra clavaba las uñas en la madera. ¿Um? ¿Enfadada?
—¿Te he ofendido? —Sugirió él con absoluta inocencia y como si ella le hubiese dado una respuesta afirmativa, asintió—. Tendrás que disculparme ahora tú a mí, en realidad ni siquiera quiero estar aquí, los humanos no me gustan y preferiría estar pasando mi tiempo haciendo cualquier otra cosa, pero como te he dicho, estoy atascado aquí hasta nuevo aviso. Ara debe haber pensado que si pasaba tiempo contigo, mi opinión cambiaría, pero ha elegido muy mal el cebo con el que engancharme.
—Una sola palabra más y voy a verte congelar tu puto trasero en la calle —le aseguró ella entre dientes.
_____ cerró los ojos con fuerza y se levantó de golpe, sus ojos brillaban amenazadores cuando lo señaló con un dedo y le siseó como una serpiente venenosa.
—No se te ocurra moverte de aquí, ahora mismo vuelvo.
Joe la siguió con la mirada, sobresaltándose por el portazo que pegó al salir de la oficina, seguido por el fuerte tintinear de la campana de la puerta principal poco después, sus labios empezaron a estirarse en una divertida sonrisa y caminó hacia el escritorio en donde ella había estado sentada. El lugar guardaba un peculiar aroma a flores salvajes que iba bastante acorde con la peculiar humana, un nuevo golpe, esta vez procedente desde fuera captó su atención.
Un cubo de basura de color plateado había caído al suelo y alguien le estaba dando una buena paliza, movido por la curiosidad, se acercó a la ventana decorada con una pegatina de Santa Claus y limpió la condensación para poder mirar hacia fuera. La nieve que había empezado a caer con su llegada se había hecho más espesa e incluso se había levantado un poco de viento, a unos dos o tres metros de su posición apareció rodando el cubo de basura seguido por un enfurecido demonio rojo que gritaba y alzaba las manos con furia mientras volvía el rostro hacia la nieve que caía, sus pequeñas piernas se estaban entreteniendo en darle una nueva paliza al pobre cubo, el cual después de este asalto dudaba que sirviese para algo más que para chatarra.
Entonces aquella cosa de rojo falló su siguiente patada y el impulso la hizo caer de espalda quedándose espatarrada en el suelo, el vapor escapando en volutas de humo de su boca abierta mientras se esforzaba por respirar, sus brazos permanecieron abiertos a los costados mientras la nieve caía sobre ella, porque eso es lo que era, una mujer, la misma humana estúpida que había salido de manera intempestiva del edificio.
Joe observó como ella se incorporaba hasta permanecer sentada, las delgadas trenzas cayendo a ambos lados de su rostro mientras sus pequeñas manos empezaban a aporrear el suelo nevado a su alrededor.
Sacudiendo la cabeza y estremeciéndose ante la perspectiva de salir al exterior, bajo aquella insistente nieve y sin camisa, suspiró y atravesó la pared como si nunca hubiese estado ahí.
Él hizo una mueca nada más sintió la mordedura del frío sobre su piel, los copos de nieve caían sobre él prendiéndose en su pelo como si quisieran quedarse allí para siempre, la chica ni siquiera parecía haberse dado cuenta de su presencia pues estaba demasiado ocupada llorando.
Su mirada cayó en el cubo de basura totalmente abollado e hizo una mueca antes de mirarla a ella. Pues sí que tenía genio.
—Espero que el cubo estuviese asegurado, le has dado la paliza de su vida — comentó Joe a su espalda.
Ella dio un respingo y dejó de llorar, o al menos lo intentó, ni siquiera se volvió a él mientras balbuceaba entre hipidos.
—Te… te dije… que… te… te quedaras… te quedaras… ¡dentro! —lloriqueó ella.
Joe miró a su alrededor, pero la cortina de nieve empezaba a hacer ligeramente difícil ver nada un poco más allá de unos metros. La nieve estaba cayendo con una velocidad inusual, no habían pasado tantas horas como para que el suelo estuviese tan cubierto.
—En realidad dijiste que no se me ocurriera moverme, que ahora volvías — respondió rodeándola hasta quedar frente a ella.
Las gafas habían volado de su rostro dejando sus enormes y oscuros ojos violeta anegados de lágrimas, sus mejillas rojas y nuevamente había un hilillo de sangre manando de una de sus fosas nasales. Chasqueando la lengua, la cogió de la barbilla y le obligó a levantar el rostro para fastidio de ella.
—¡No me toques! ¡Aléjate de mí! ¡Déjame en paz de una maldita vez! ¡Te odio! — acabó por echarse a llorar nuevamente.
Joe suspiró y se obligó a levantar el lloroso fardo del suelo, para su sorpresa ella no era nada pesada, incluso apostaría a que todo aquel envoltorio no eran más que una capa de ropa sobre otra.
—Estás sangrando de nuevo —murmuró vacilando sin saber muy bien qué hacer con ella ahora que la había recogido del suelo. Seguía llorando y había escondido su helado rostro contra su desnudo pecho una sensación que no le resultó tan desagradable como había pensado en un principio—. El frío de aquí fuera no es bueno para el porrazo que te has dado, mis dones no están a plena capacidad así que deberías tener más cuidado.
Ella se echó a llorar aún más fuerte y él suspiró, se volvió hacia la pared por la que había salido y la miró con resignación, él podría volver a atravesarla sin problemas, pero ella se llevaría el golpe del siglo así que no le quedó más opción que volver a hacer el mismo recorrido que a su llegada para volver a llevarla a dentro.
_____ quería meterse debajo de una piedra y no volver a salir hasta por lo menos el fin de los tiempos, al menos así no tendría que enfrentarse a la tremenda estupidez que acababa de hacer. ¿Cómo podía haber perdido los papeles de tal forma? ¡La había emprendido a patadas con el cubo de basura hasta convertirlo en un amasijo de chatarra que no serviría ni de escultura! ¡Cualquiera del pueblo habría podido verla! Pero demonios, había sido eso o lanzarle directamente a la cabeza el pisapapeles, que con su suerte se le habría escapado de las manos y le habría caído en un pie provocándole seguramente alguna fractura en los dedos.
Debía marcharse a casa, poner tanta distancia entre ese maldito mutante y ella como fuese posible, con un poco de suerte, podría meterse en la cama y cuando despertara vería que se trataba todo de un mal sueño, una odiosa pesadilla.
¡Por todos los diablos! No existían los ángeles, y ese hombre desde luego no tenía un par de enormes alas negras a la espalda y por encima de todo, ella no lo había apuñalado.
Él la bajó lentamente una vez que estuvieron nuevamente dentro de la oficina, dejándola sobre su asiento y se volvió a coger unos cuantos pañuelos de papel de encima de la mesa para apretarlos contra su nariz.
—Sostén eso ahí y procura no quitarte un ojo con uno de ellos —murmuró él antes de bajar las manos a su ancho jersey de lana y empezar a tironear de él.
—¿Qué crees… que estás… haciendo? —preguntó ella entre hipidos, sus manos golpeando las de él para que la soltara.
—Está empapada —ahora fue él quien le pegó a ella en las manos para que le dejara retirar la horrible chaqueta—. Y tú eres humana, lo cual no es una buena combinación.
Ella dejó escapar una amarga risa.
—¿Ahora… te preocupa… que coja una… pulmonía? —masculló ella con un ligero estremecimiento. La nieve que le había caído encima se había prendido en la lana y había empezado a derretirse humedeciendo la prenda—. Eres tú el que salió… sin camisa… ahí fuera.
Joe se encogió de hombros y por fin pudo desabrochar aquella cosa y sacársela tironeando por los brazos.
—Difícilmente puedo morirme por ello —le respondió haciendo la horrible prenda a un lado.
Ella se estremeció al quedarse sin la abrigosa prenda y bajó el pañuelo, viéndolo manchado de sangre. Hizo una mueca y lo lanzó a la papelera donde ya había muchos más antes de arrancar otro par de la caja de pañuelos y limpiarse por completo, al menos parecía que la hemorragia había sido esporádica.
—Debería irme a casa —farfulló tirando el nuevo pañuelo usado a la papelera.
—Me parece una buena idea —aceptó Joe mirando a su alrededor—. Cualquier sitio va a ser mejor que esto.
Ella se volvió a él y lo fulminó con la mirada.
—No vas a venir a casa.
—¿Quieres apostar? —le sugirió con una sonrisa.
—¿Sería mucho pedir que acabases de una vez? —Le dijo él, dedicándole una de sus cortantes miradas—. Por más que mires mi espalda, no van a crecerme alas.
Ella lo miró y frunció el ceño.
—¿Haces chistes a costa de ti mismo? —respondió ella terminando de cubrir la herida que ella misma le había hecho con unas gasas y un poco de esparadrapo.
Joe dejó que sus labios se extendieran lentamente en una parodia de sonrisa.
—Si los encontrara graciosos, quizás lo hiciera —le respondió observando como ella aseguraba la gasa, para finalmente apartar sus dedos y comprobar él mismo que el trabajo estaba a su gusto antes de levantarse y coger su camiseta destrozada y manchada de sangre de encima de la mesa. Al verla hizo una mueca—. Esto va a ser un problema.
_____ guardó las cosas de regreso en el botiquín y se miró nuevamente en el pequeño espejo de mano para cerciorarse de que no quedaba rastro de la sangre que le había bañado la cara y que ahora se pegaba reseca en su chaqueta de lana.
—Gracias por… esto —murmuró señalando su nariz.
Joe la miró con desinterés.
—¿Siempre eres tan torpe como para tropezar con tus propios pies?
Ella se tensó, ese hombre podía ser un ángel, pero también era un auténtico idiota.
—Solo cuando un hombre que finge ser el hermano de mi amiga, entra en la biblioteca e intenta asustarme de muerte —respondió ella con la misma ironía antes de jadear quedándose sin aire y volverse blanca y buscar como loca el reloj de pulsera que había tenido que quitarse por encima de la mesa—. ¡Oh, dios! ¡Joseph! Arabel va a matarme, tenía que haber recogido a su hermano hace media hora.
Él resopló y extendió una mano haciendo que la puerta se cerrara de golpe cuando la vio salir disparada hacia ella. _____ frenó en seco y se volvió hacia él con cara de pocos amigos.
—¡Ey! No puedes hacer eso.
—¿Apostamos? —Le respondió y tiró la camiseta ensangrentada a la papelera para luego apoyar la cadera contra el escritorio y cruzarse de brazos—. No tengas tanta prisa, algo me dice que acabarías perdiendo el tiempo.
_____ negó con la cabeza.
—El hermano de mi amiga, con el que te confundí, llegaba en el autobús de hace media hora.
Joe desechó su protesta y la miró.
—Esa amiga tuya, Arabel —dijo, imprimiendo en el nombre una gran carga de ironía—. ¿La conoces en persona?
Ella lo miró de reojo, escudriñándole con la mirada.
—¿Qué importancia puede tener eso para ti?
Joe alzó las manos al cielo y resopló.
—Diablos, ¿Tan difícil es que respondas directamente a una pregunta?
_____ se cruzó de brazos y se mantuvo en el lugar, sus llenos labios rosados apretados en un enfurruñado mohín.
—Mira humana…
—Snow.
—¿Qué tiene que ver la nieve con esto? —respondió él sin entender.
Ella puso los ojos en blanco.
—Mi nombre, genio —le respondió ella sacudiendo la cabeza—. Me llamo _____ Snow, no humana.
—¿Snow? ¿Te llamas Nieve? —parecía realmente incrédulo. Su brillante e intensa mirada castaña la recorrió de arriba abajo e hizo un gesto de disgusto—. No te pareces en nada a la nieve.
—Mira por donde, tú si te pareces a un auténtico idiota, cosa de alas negras.
—La palabra que estarías buscando sería ángel caído, humana —ignorando sus protestas volvió a centrarse en lo que le interesaba—. Volvamos a lo nuestro. Ara. ¿Conoces a una mujer un poco más baja que yo, pelo castaño y ondulado más o menos por encima de los senos, ojos azul claro y un lunar encima del labio?
La sorpresa que Joe leyó en el rostro de _____ fue suficiente respuesta para él.
—Eso me parecía. —respondió él alzando la mirada hacia el techo al tiempo que farfullaba algo en un idioma que ella no entendió, aunque por su tono era obvio que no era nada agradable—. Tal parece que esa zorra caída lo tenía todo preparado.
_____ negó con la cabeza, sus pasos volvieron a acercarla nuevamente hasta la mesa.
—¿Cómo es que conoces a Arabel? ¿Eres de veras su hermano?
Joe la miró como si la chica fuera estúpida y no fuera capaz de sumar dos y dos.
—Tu Arabel, es Ara, una de las ángeles caídos más antigua de mi comunidad y no somos hermanos en el sentido bíblico de la palabra, pero podría decirse que somos lo más parecido a eso dentro de nuestra jerarquía —respondió él.
_____ se dejó caer en su asiento del otro lado del escritorio.
—Entonces ella es como tú —musitó, frunciendo el ceño se volvió hacia él—. ¿Sus alas también son negras?
Joe la miró por debajo de sus pestañas.
—¿Qué parte de Ángel Caído no has entendido? —le soltó antes de señalar a su alrededor—. Viendo donde pasas el tiempo, cualquiera pensaría que podrías haber leído algo sobre el tema.
—Disculpa si nunca me han interesado del todo los temas teológicos —respondió ella con ironía.
—Disculpas aceptadas —contestó Joe dejándola absolutamente anonadada—. Ambos somos ángeles caídos, nuestras alas se vuelven negras después de un tiempo. Del blanco pasamos a un rápido gris y de ahí decrecemos hasta el negro más puro, el cual solo lo tenemos Ara y yo mismo.
_____ se echó hacia delante y posó las manos sobre la parte de arriba del escritorio.
—¿Y por qué el cambio de color? ¿Tiene algo que ver con que ya no sean… puros?
—¿Tú vienes a pilas o con batería? —Le soltó él con hastío—. No haces más que hablar, hablar y hablar.
Ella abrió la boca para replicar pero volvió a cerrarla.
—Adiós, angelito —le soltó ella indicándole la puerta con un gesto de la mano—. Ya sabes dónde está la salida.
Los labios de Joe se curvaron en una enigmática sonrisa.
—Temo que te resultará un poquito más difícil librarte de mí, querida —le aseguró con diversión—. Con todas las preguntas que salen de tu boquita y se te ha olvidado pronunciar la más importante de todas.
—¿Cómo se mata a un ángel caído idiota? —sugirió ella con ironía.
Él se rió, un sonido rico y oscuro que la hizo estremecer.
—Te concederé eso, humana —aseguró con diversión entonces añadió—. Pero la pregunta realmente importante es, ¿Por qué estoy aquí?
_____ se limitó a observarle a ver si continuaba.
—¿Y eso sería? —decidió preguntar al fin.
—Para ganar una apuesta —respondió mirando a la chica de arriba abajo y sonriendo todavía más—. Y viéndote sé que no me llevará ningún esfuerzo conseguirlo.
Ella frunció el ceño y lo miró con recelo.
—¿De qué trata exactamente la apuesta? Si estás pensando en llevarte mi alma, ya estás buscando a otra.
Joe puso los ojos en blanco y resopló.
—Ves demasiada televisión, humana.
—Como si tú supieras que es eso —refunfuñó ella.
Joe ignoró su respuesta y continuó como si no la hubiese oído.
—Me temo que tendrás que soportarme hasta que deje de nevar —respondió mirando por la ventana para luego volverse a ella y echarle un nuevo vistazo por encima del hombro—. Me iré tan pronto como la nieve empiece a derretirse.
_____ frunció el ceño y se inclinó para mirar también hacia la ventana desde su sitio.
—¿Es broma, no? —le respondió ella mirando de nuevo a Joe.
—Tú fuiste la primera hembra con la que me he cruzado, así que, te ha tocado.
—¿Qué me quieres decir con eso?
Joe la miró de arriba abajo e hizo un gesto de disgusto con la cara.
—Va a ser un problema entretenerme mientras tanto —continuó como si no la hubiese escuchado—, sería mucho más agradable si fueses un poco más alta, menos rellenita y tu rostro pareciera otra cosa que simplemente… el de un ratón.
Ella se quedó literalmente con la boca abierta. ¡Ese hijo de puta acababa de menospreciarla delante de sus mismísimas narices!
—No me supondrá ningún esfuerzo ignorarte, el enamorarse de ti tendría que ser el mayor de todos los milagros que hubiese presenciado —aseguró él con una jocosa sonrisa, estaba realmente encantado con su suerte.
_____ se obligó a cerrar la boca y respirar profundamente, su mano se había cerrado con fuerza encima del pesado pisa papeles en forma de la estatuilla de un león al acecho. Sus nudillos llegaron a ponerse blancos mientras ella apretaba con fuerza el pisa papeles y contaba mentalmente hasta cien, ningún número por debajo de aquello le valdría a la hora de no desplumar al hijo de puta que tenía ahora mismo paseándose por su oficina. ¡El muy imbécil se había atrevido a despreciarla allí mismo, dos veces!
Hubo un tiempo en el que sus palabras la habrían herido realmente, hasta el punto de llevarla a cometer alguna estupidez, pero ya no era aquella ingenua e insegura chiquilla y hacía mucho tiempo que se había vuelto perfectamente consciente de su físico y de que no resultaba atractiva a los hombres, de hecho, su última cita se lo había dejado claro de la manera más clara posible.
Maldito bastardo.
Ya había alcanzado la cifra de cincuenta y seguía con ganas de lanzarle la endemoniada figura a ese mutante descerebrado.
—Ve poniendo el freno a tu lengua, Señor Simpatía —farfulló ella entre los dientes apretados, si sus ojos tuviesen visión de rayos X, en ese momento ya lo habría partido por la mitad y estaría riéndose y bailando como una neurótica sobre su sangre— y volvamos hacia atrás.
Joe arqueó sus elegantes cejas al ver la mirada brillante que asomaba tras las feas gafas, la mano derecha de la chica estaba aferrada fuertemente a una figura de lo que parecía ser un león y la otra clavaba las uñas en la madera. ¿Um? ¿Enfadada?
—¿Te he ofendido? —Sugirió él con absoluta inocencia y como si ella le hubiese dado una respuesta afirmativa, asintió—. Tendrás que disculparme ahora tú a mí, en realidad ni siquiera quiero estar aquí, los humanos no me gustan y preferiría estar pasando mi tiempo haciendo cualquier otra cosa, pero como te he dicho, estoy atascado aquí hasta nuevo aviso. Ara debe haber pensado que si pasaba tiempo contigo, mi opinión cambiaría, pero ha elegido muy mal el cebo con el que engancharme.
—Una sola palabra más y voy a verte congelar tu puto trasero en la calle —le aseguró ella entre dientes.
_____ cerró los ojos con fuerza y se levantó de golpe, sus ojos brillaban amenazadores cuando lo señaló con un dedo y le siseó como una serpiente venenosa.
—No se te ocurra moverte de aquí, ahora mismo vuelvo.
Joe la siguió con la mirada, sobresaltándose por el portazo que pegó al salir de la oficina, seguido por el fuerte tintinear de la campana de la puerta principal poco después, sus labios empezaron a estirarse en una divertida sonrisa y caminó hacia el escritorio en donde ella había estado sentada. El lugar guardaba un peculiar aroma a flores salvajes que iba bastante acorde con la peculiar humana, un nuevo golpe, esta vez procedente desde fuera captó su atención.
Un cubo de basura de color plateado había caído al suelo y alguien le estaba dando una buena paliza, movido por la curiosidad, se acercó a la ventana decorada con una pegatina de Santa Claus y limpió la condensación para poder mirar hacia fuera. La nieve que había empezado a caer con su llegada se había hecho más espesa e incluso se había levantado un poco de viento, a unos dos o tres metros de su posición apareció rodando el cubo de basura seguido por un enfurecido demonio rojo que gritaba y alzaba las manos con furia mientras volvía el rostro hacia la nieve que caía, sus pequeñas piernas se estaban entreteniendo en darle una nueva paliza al pobre cubo, el cual después de este asalto dudaba que sirviese para algo más que para chatarra.
Entonces aquella cosa de rojo falló su siguiente patada y el impulso la hizo caer de espalda quedándose espatarrada en el suelo, el vapor escapando en volutas de humo de su boca abierta mientras se esforzaba por respirar, sus brazos permanecieron abiertos a los costados mientras la nieve caía sobre ella, porque eso es lo que era, una mujer, la misma humana estúpida que había salido de manera intempestiva del edificio.
Joe observó como ella se incorporaba hasta permanecer sentada, las delgadas trenzas cayendo a ambos lados de su rostro mientras sus pequeñas manos empezaban a aporrear el suelo nevado a su alrededor.
Sacudiendo la cabeza y estremeciéndose ante la perspectiva de salir al exterior, bajo aquella insistente nieve y sin camisa, suspiró y atravesó la pared como si nunca hubiese estado ahí.
Él hizo una mueca nada más sintió la mordedura del frío sobre su piel, los copos de nieve caían sobre él prendiéndose en su pelo como si quisieran quedarse allí para siempre, la chica ni siquiera parecía haberse dado cuenta de su presencia pues estaba demasiado ocupada llorando.
Su mirada cayó en el cubo de basura totalmente abollado e hizo una mueca antes de mirarla a ella. Pues sí que tenía genio.
—Espero que el cubo estuviese asegurado, le has dado la paliza de su vida — comentó Joe a su espalda.
Ella dio un respingo y dejó de llorar, o al menos lo intentó, ni siquiera se volvió a él mientras balbuceaba entre hipidos.
—Te… te dije… que… te… te quedaras… te quedaras… ¡dentro! —lloriqueó ella.
Joe miró a su alrededor, pero la cortina de nieve empezaba a hacer ligeramente difícil ver nada un poco más allá de unos metros. La nieve estaba cayendo con una velocidad inusual, no habían pasado tantas horas como para que el suelo estuviese tan cubierto.
—En realidad dijiste que no se me ocurriera moverme, que ahora volvías — respondió rodeándola hasta quedar frente a ella.
Las gafas habían volado de su rostro dejando sus enormes y oscuros ojos violeta anegados de lágrimas, sus mejillas rojas y nuevamente había un hilillo de sangre manando de una de sus fosas nasales. Chasqueando la lengua, la cogió de la barbilla y le obligó a levantar el rostro para fastidio de ella.
—¡No me toques! ¡Aléjate de mí! ¡Déjame en paz de una maldita vez! ¡Te odio! — acabó por echarse a llorar nuevamente.
Joe suspiró y se obligó a levantar el lloroso fardo del suelo, para su sorpresa ella no era nada pesada, incluso apostaría a que todo aquel envoltorio no eran más que una capa de ropa sobre otra.
—Estás sangrando de nuevo —murmuró vacilando sin saber muy bien qué hacer con ella ahora que la había recogido del suelo. Seguía llorando y había escondido su helado rostro contra su desnudo pecho una sensación que no le resultó tan desagradable como había pensado en un principio—. El frío de aquí fuera no es bueno para el porrazo que te has dado, mis dones no están a plena capacidad así que deberías tener más cuidado.
Ella se echó a llorar aún más fuerte y él suspiró, se volvió hacia la pared por la que había salido y la miró con resignación, él podría volver a atravesarla sin problemas, pero ella se llevaría el golpe del siglo así que no le quedó más opción que volver a hacer el mismo recorrido que a su llegada para volver a llevarla a dentro.
_____ quería meterse debajo de una piedra y no volver a salir hasta por lo menos el fin de los tiempos, al menos así no tendría que enfrentarse a la tremenda estupidez que acababa de hacer. ¿Cómo podía haber perdido los papeles de tal forma? ¡La había emprendido a patadas con el cubo de basura hasta convertirlo en un amasijo de chatarra que no serviría ni de escultura! ¡Cualquiera del pueblo habría podido verla! Pero demonios, había sido eso o lanzarle directamente a la cabeza el pisapapeles, que con su suerte se le habría escapado de las manos y le habría caído en un pie provocándole seguramente alguna fractura en los dedos.
Debía marcharse a casa, poner tanta distancia entre ese maldito mutante y ella como fuese posible, con un poco de suerte, podría meterse en la cama y cuando despertara vería que se trataba todo de un mal sueño, una odiosa pesadilla.
¡Por todos los diablos! No existían los ángeles, y ese hombre desde luego no tenía un par de enormes alas negras a la espalda y por encima de todo, ella no lo había apuñalado.
Él la bajó lentamente una vez que estuvieron nuevamente dentro de la oficina, dejándola sobre su asiento y se volvió a coger unos cuantos pañuelos de papel de encima de la mesa para apretarlos contra su nariz.
—Sostén eso ahí y procura no quitarte un ojo con uno de ellos —murmuró él antes de bajar las manos a su ancho jersey de lana y empezar a tironear de él.
—¿Qué crees… que estás… haciendo? —preguntó ella entre hipidos, sus manos golpeando las de él para que la soltara.
—Está empapada —ahora fue él quien le pegó a ella en las manos para que le dejara retirar la horrible chaqueta—. Y tú eres humana, lo cual no es una buena combinación.
Ella dejó escapar una amarga risa.
—¿Ahora… te preocupa… que coja una… pulmonía? —masculló ella con un ligero estremecimiento. La nieve que le había caído encima se había prendido en la lana y había empezado a derretirse humedeciendo la prenda—. Eres tú el que salió… sin camisa… ahí fuera.
Joe se encogió de hombros y por fin pudo desabrochar aquella cosa y sacársela tironeando por los brazos.
—Difícilmente puedo morirme por ello —le respondió haciendo la horrible prenda a un lado.
Ella se estremeció al quedarse sin la abrigosa prenda y bajó el pañuelo, viéndolo manchado de sangre. Hizo una mueca y lo lanzó a la papelera donde ya había muchos más antes de arrancar otro par de la caja de pañuelos y limpiarse por completo, al menos parecía que la hemorragia había sido esporádica.
—Debería irme a casa —farfulló tirando el nuevo pañuelo usado a la papelera.
—Me parece una buena idea —aceptó Joe mirando a su alrededor—. Cualquier sitio va a ser mejor que esto.
Ella se volvió a él y lo fulminó con la mirada.
—No vas a venir a casa.
—¿Quieres apostar? —le sugirió con una sonrisa.
Hola de nuevo chicas y perdon por la tardanza (:
Natuu♥!!
Natuu!
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
me gusto mucho el gracias por subirlo natu
siguela pronto
siguela pronto
Nani Jonas
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
Ahh q hijo de puta joe!!! :caliente: Como le va a decir todas esas cosas feas :sad:
pobre snow (amo ese nombre)
quieroo mas caps! podrias subir maraton ?? Amo esta nove!!
SIGUELAA!!
pobre snow (amo ese nombre)
quieroo mas caps! podrias subir maraton ?? Amo esta nove!!
SIGUELAA!!
jb_fanvanu
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
no te preocupes
gracais por el cap
joe le dijo ocsas muy feas
a la rayis ¬¬
me dio rabia
sigue
gracais por el cap
joe le dijo ocsas muy feas
a la rayis ¬¬
me dio rabia
sigue
andreita
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
CAPÍTULO 3
_____ miró nuevamente a su nuevo inquilino mientras metía la llave en la cerradura de la puerta de su hogar. Había conducido todo el camino echando furtivas miradas al hombre que iba en el asiento del copiloto, para su sorpresa, Joe se había mantenido totalmente callado desde que habían salido del aparcamiento, su cabeza había estado girada hacia la ventanilla con lo que solo podía suponer que había intentado ver algo a través de la tupida cortina de nieve que estaba cayendo. Ella se había olvidado meter las cadenas en el coche pensando que todavía tendría tiempo para hacerlo a la mañana y había tenido que conducir todo el camino extremando las precauciones.
Su casa estaba a una media hora larga del pueblo, había sido la casa familiar de sus abuelos e incluso después de la muerte de sus padres cuando era niña, su abuela se había negado a abandonar la casa diciendo que no había lugar más saludable para criar a una niña. Todavía la echaba de menos, sobre todo durante la navidad, ella había sido su pilar central, una mujer extraordinaria con una fuerza y una pasión por la vida que había intentado inculcar a su nieta, hacía ya tres años que faltaba de su vida y todavía parecía que fuese ayer.
La cerradura cedió bajo su mano y empujó la puerta con un suspiro, nunca pensó que se alegraría tanto de estar en casa.
—Por fin —musitó entrando en el pequeño recibidor de la casa de dos plantas para dejar las llaves y la bufanda sobre una pequeña mesa a su izquierda. _____ se volvió de nuevo hacia la puerta al ver que Joe permanecía de pie en el umbral mirando hacia arriba y a los lados—. ¿A qué estás esperando?
Joe intercambió una dudosa mirada con ella, algo que sorprendió a _____.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella frotándose las manos y entonces sonrió—. ¿Tengo que invitarte a entrar como a los vampiros?
El ángel caído vaciló durante unos breves instantes más y dio un paso adentro, entonces otro y otro hasta quedar al lado de ella, la puerta se cerró a su espalda sin que la hubiese tocado siquiera.
_____ se inclinó para mirar por uno de los costados del ángel y volvió a ponerse en pie, estirándose.
—Interesante ese truquito tuyo —aseguró antes de volverse, la puerta de entrada se abría casi de inmediato a una enorme habitación en la que se dividía la cocina, el salón comedor y un enorme y atrayente hogar de piedra.
Joe miró a su espalda antes de seguirla. Lo había notado cuando se acercó al coche, pero era mucho más poderoso en la casa, sobre todo en el interior, su mirada recorrió lentamente cada recoveco intentando descubrir la firma de aquel trabajo pero se le escapaba continuamente. La pequeña humana, no estaba sola, la casa apestaba a la esencia de un ángel puro y a pesar de todo, podía asegurar que su pariente de alas blancas no había pasado mucho tiempo entre esas paredes. Era cuando menos, perturbador.
—Como verás, no es muy grande —explicaba ella arrastrando los pies hacia el mostrador en forma de barra americana que separaba la parte del salón, de la cocina—, en esta planta está la cocina, el salón y comedor y el único baño de la casa. El agua caliente sale de un tanque en la parte de atrás, así que, no la gastes toda, solo se rellena una vez al día y si hace mucho frío, oirás unos ruidos raros, eso son las cañerías.
Joe volvió la mirada hacia ella, prestándole su atención.
—¿Quién más vive aquí? —le preguntó con voz suave, neutra.
_____ entrecerró los ojos y los clavó en él.
—Quizás debiera añadir que no tengo jardín, así que no tendrás donde enterrar mis restos. —le aseguró _____ con un leve encogimiento de hombros.
Joe hizo rodar sus ojos antes de alzar la mirada hacia la parte de arriba. _____ siguió su mirada.
—Hay tres habitaciones, había acomodado una para… um… bueno, para ti supongo —respondió ella encogiéndose de hombros—. Las escaleras están allá atrás, al lado del cuarto de baño. Según subes, la primera puerta a la izquierda, esa es tu habitación.
Joe se volvió nuevamente hacia ella.
—No has respondido a mi pregunta.
Ella se cruzó de brazos.
—Juraría que eso es justamente lo que acabo de hacer —le aseguró ella—. Las otras dos habitaciones, una es la mía y la otra el trastero… vivo sola.
Joe volvió a escanear rápidamente el lugar y caminó hacia ella.
—Pues lamento decirte que no has estado sola en, yo diría que bastante tiempo — aseguró pasando junto a ella para mirar la cocina y luego el resto de la habitación.
_____ frunció el ceño y lo imitó, observando su casa, buscando no sabía el qué.
—¿Qué quieres decir?
Él se volvió hacia ella y nuevamente la recorrió de arriba abajo con la mirada.
—Parece que le gustas a alguno de los “puros” —respondió, poniendo un ligero desdén en la última palabra—. Tu hogar apesta a un alas blancas.
Ella se echó a reír.
—Espera, espera, espera —le pidió levantando una mano—. Esto está yendo demasiado rápido para mí, solo un ángel… o lo que sea por día, ¿ok?
Joe arqueó sus finas cejas en respuesta y se encogió de hombros.
—No te sorprendas tanto, ha hecho bien su trabajo, de otro modo habrías notado su presencia —aseguró él apoyándose en la barra de la cocina.
_____ sacudió la cabeza y se dirigió hacia él.
—Un solo ángel por día, alitas —le dijo ella pasando a su lado para abrir el refrigerador y meter la cabeza dentro—. Hoy no tengo tolerancia para nada más.
Joe se echó hacia atrás, recostándose sobre sus codos y la miró.
—Tengo que admitir que te lo estás tomando bastante bien —aceptó con sinceridad.
Ella se enderezó con dos recipientes con sobras del día anterior.
—Sí… me he convencido a mí misma de que esto es un sueño y de que cuando me despierte, tú no estarás porque eres producto de mi imaginación —aseguró ella con una atractiva sonrisa—. ¿Pollo o Lasaña de Atún?
Él hizo una mueca.
—En realidad, soy vegetariano.
_____ se lo quedó mirando durante un momento entonces se encogió de hombros y cerró la nevera con un golpe de cadera.
—Un ángel caído, que además es vegetariano —murmuró ella girándose para abrir la puerta del microondas y meter los recipientes en su interior—. Vaya sueños más raros que tengo.
Joe sacudió la cabeza y la observó moverse dentro de la minúscula cocina, sin la enorme y horrible chaqueta, ni la bufanda, su volumen se había reducido tranquilamente a una talla cuarenta y seis la cual dada su estatura, no estaba tan mal.
—No entiendo esa fijación que parecen tener los humanos en recurrir a los sueños cuando algo no les gusta —aseguró él—. Ni que yo fuera a desaparecer a la luz del día.
—Oh, yo espero que lo hagas, si —aseguró _____ marcando el tiempo en el microondas para luego abrir una puerta en uno de los módulos sobre su cabeza y sacar un par de platos.
Joe hizo una mueca, esta mujer además de tonta era sorda.
—No voy a comer nada de eso, así que ahórrate el plato —respondió él con un gesto melindroso.
_____ se volvió hacia él con un plato en cada mano.
—¿Siempre eres tan quejumbroso? Eres peor que un niño pequeño que le ponen un plato de verdura que no le gusta —respondió ella dejando los platos sobre el mostrador.
—Prefiero el plato de verdura a eso —respondió él señalando el microondas con un dedo.
_____ se llevó las manos a las caderas y lo miró a través de los ojos entrecerrados.
—Pues lo siento mucho por ti, pero hoy hay pollo y lasaña de atún de cena, lo tomas o lo dejas, angelito —le respondió ella con un gracioso encogimiento de hombros.
—Deja de llamarme angelito, humana —escupió él.
Ella bufó y le dio la espalda.
—Lo haré cuando tú dejes de llamarme humana, angelito —le respondió mientras se ponía de puntillas para alcanzar un par de vasos de otro armario.
Joe masculló alguna cosa entre dientes, _____ sonrió ante el sonido, parecía un niño enfurruñado más que un adulto.
—¿Qué parte de… SOY VEGETARIANO no has entendido, hum… chica? Por qué imagino que conoces el significado de esa palabra, ¿no es así?
—Mi nombre es _____, Joseph, no es como si fueras a morirte por pronunciarlo, ¿huh?
Joe se sorprendió al oír su nombre en boca de esa humana, ella lo pronunciaba de una forma que no había oído antes, por otro lado, no había muchos humanos vivos que lo hubiesen pronunciado.
—Entenderé que no quieras comer pollo, pero para la lasaña no tienes escusa —le aseguró ella con un ligero encogimiento de hombros—. A no ser que además de las vacas y los cerdos, tampoco entren los peces en tu menú.
Joe suspiró, por primera vez en mucho tiempo, empezaba a perder la paciencia. Algo que sus alumnos no habían conseguido en cientos de años, lo estaba haciendo esta pequeña humana en apenas unas pocas horas. Su mirada voló a una de las ventanas del salón, las cortinas estaban echadas pero él intuía que estaría nevando. Diablos, esperaba que la nevara terminase pronto o iba a retorcerle el cuello a esa mujer.
—¿Si me como la jodida lasaña, te callarás la boca? —preguntó ya con desesperación.
Ella se volvió y le dedicó la sonrisa más radiante que había visto jamás.
—Trato hecho.
Joe realmente retrocedió, dio dos pasos atrás, esa humana era peligrosa, no sabía qué diablos tenía, pero tenía más peligro que su propio jefe lo cual ya era mucho decir.
Ella empezó a tararear mientras se movía por el reducido espacio sacando un par de manteles individuales, cubiertos y disponiéndolos todos sobre la barra americana en la que había estado apoyado él. Joe la dejó y volvió a echar un rápido vistazo a la casa, aunque más que una casa parecía una cabaña y pequeña, demasiado pequeña. Acostumbrado a espacios amplios y abiertos, aquello para él era como una ratonera, con una sensación incómoda se sacó la cazadora de cuero, lo único que llevaba puesto después de lo destrozada que había quedado su camiseta y echó un vistazo por encima del hombro para ver las gasas que le había puesto ella sobre la herida, manchadas de sangre. Gruñó en voz baja y estiró el brazo hacia atrás para finalmente soltar un frustrado resoplido y relajar sus hombros, sus amplias alas negras se extendieron en toda su longitud llevándose por delante un jarrón y un taburete en el proceso al que siguió un ahogado grito y algo de cristal haciéndose añicos en el suelo.
Joe volvió la mirada hacia la humana, la cual miraba sus alas con ojos muy abiertos, sus manos estaban cubiertas por una especie de guantes que habían estado sosteniendo el bol de lasaña que permanecía hecho pedazos en el suelo.
—Parece que después de todo, no comeré lasaña —comentó inclinándose por encima del mostrador para ver el estropicio. La salsa había saltado al pantalón de la chica, salpicándola.
Ella dio un nuevo respingo al oír su voz y bajó la mirada al suelo, su pequeña boca formó una “o” perfecta que hacía juego con la mirada de sorpresa de su rostro, pero tan rápidamente como había venido, la sorpresa mudo a una mueca de enfado y los ojos violetas de ella lo taladraron con mortal certeza.
—Tú… tú… oh… tú —lo apuntó con su mano enguantada—. ¡Esa era mi cena de mañana, pedazo de burro! ¿Te crees que estoy como para tirar con el dinero? ¿Y por qué demonios has hecho eso? Quítatelas… ahora mismo.
Joe la miró como si ella hubiese perdido el juicio por completo.
—¿Qué me las quite? —la idea era tan absurda que hasta le costaba pronunciarla.
Ella hizo unos cuantos aspavientos con las manos, obviamente señalando sus alas.
—Eso… no cabe dentro de mi casa… —exclamó tratando de encontrarle sentido a toda aquella absurda situación—. ¿Por qué te las has puesto otra vez? ¿No puedes solo, ocultarlas de nuevo?
Joe abrió la boca para responder, pero no daba encontrado algo que decir. Sacudió la cabeza e hizo rodar sus hombros al tiempo que plegaba las alas a su espalda.
—Lamento decirte que no son de quita y pon —respondió casi con desdeño hacia ella—, así que, se quedan.
Joe la ignoró y arqueó ligeramente su ala izquierda para comprobar el daño en su hombro.
—Mierda —masculló al ver la sangre que había manchado las yemas de sus dedos. No sabía cómo, pero aquella loca había conseguido alcanzar la curvatura de su ala cuando lo había apuñalado.
_____ lo miró mientras se examinaba a sí mismo y se encogió automáticamente cuando lo vio acariciar el arco superior de su ala y sacar los dedos manchados de sangre. Con cuidado de no resbalar con la lasaña que se había desparramado en el suelo y no pisar uno de los trozos de vidrio del cuenco roto, tomó un paño limpio y lo humedeció bajo el fregadero, haciendo una mueca cuando notó el agua fría.
—Ten —le tendió el paño por encima del mostrador, sin dejar de mirar con recelo las enormes alas negras que asomaban a espaldas de él.
Joe se volvió hacia ella y miró el paño que le tendía, con un gruñido la ignoró y volvió a ocuparse de su ala.
—Hombres, son iguales en todas las especies —masculló ella antes de rodear el mostrador y acercarse a él con el paño con intención de ayudar.
Joe se volvió casi al instante fulminándola con la mirada, no quería que lo tocase, no la quería cerca de él, detestaba ser tocado por un humano.
—Mantente alejada de mí, hembra estúpida —masculló dejando perfectamente claro que no quería nada de ella.
_____ se retorció las manos, indecisa, su mirada voló por el salón para luego volver a posarse en él.
—Tengo un botiquín en el baño, hay desinfectante —murmuró ella, hablándole con suavidad, como si se dirigiese a un animal herido—, tú solo no puedes curarte eso, si me dejas…
Él se volvió de golpe, sus alas semi extendidas, su mano derecha estirada hacia ella a punto de atacarla. _____ retrocedió asustada chocándose contra uno de los muebles.
—Solo… déjame en paz —le advirtió entre los dientes apretados.
Joe no quería estar allí, odiaba sentirse indefenso de cualquier manera y aunque el daño en su ala era ínfimo, no estaba cómodo. Ese simple rasguño habría curado igualmente con sus alas guardadas, no tenía caso haberlas desplegado, los de su clase tendían a exhibir sus plumas solo cuando tenían que luchar o sentían la necesidad de estirar sus extremidades, él podía pasar semanas y semanas en su forma humana sin tener que recurrir a sus alas para nada y sin embargo había sentido la necesidad de extenderlas, como si sus extremidades hubiesen sido dañadas de alguna manera y él tuviese que verlas para asegurarse de que todo iba bien.
—Lo siento —la voz suave de ella se coló en su nerviosismo, ejerciendo una extraña calma.
Respirando profundamente se obligó a poner distancia entre los dos, quizás no se tratase tanto de ella como de la casa y del conocimiento de que había un guardián de alas blancas encargándose del lugar. Su mirada recorrió una vez más la amplia habitación y subió hacia la planta de arriba donde la presencia blanca parecía hacerse más pura, más concentrada. Un ángel puro había visitado esta casa y en algún momento había dejado su huella en una de las habitaciones de la planta superior.
—¿Duermes ahí arriba? —le preguntó.
_____ siguió su mirada un poco sorprendida por la pregunta.
—Sí —Asintió estirando la mano para señalar el pasillo un poco más a la derecha—. Tu habitación está…
—Enséñamelo —respondió sin apartar la mirada de la planta superior.
Ella solo asintió y le pidió que la siguiera. Él se había puesto muy serio de repente y aunque su conciencia no dejaba de aguijonearla para que le asestara un golpe en la cabeza y pusiese tanto asfalto entre ellos como le fuese posible, una parte de ella sentía curiosidad por él y no estaba en absoluto asustada. Joe se comportaba como alguien que hubiese sido lastimado, como un animal que hubiese sido apaleado tantas veces que ahora recelaba incluso de la mano que se acercaba amistosa y si no tenías cuidado, lo más seguro es que te la arrancase de cuajo. Él le recordaba a ese pequeño perro de la Protectora de Animales de la que era voluntaria que habían encontrado atado con una cuerda en un descampado, tan lastimado y apaleado que había intentado morderles incluso aunque estaba en los huesos y ellos solo quisieran recogerlo para darle alimento y cobijo.
—Ten cuidado, el hueco de la escalera no es muy ancho y con… eso… a tu espalda… —murmuró ella volviéndose por encima del hombro para ver si la seguía. Al ver su mirada suspiró y añadió—. Solo, ten cuidado.
Joe plegó sus alas una sobre otra y siguió a la muchacha escaleras arriba, con cada paso que daba, aumentaba la peste a ángel puro, algo en aquella inconfundible huella le resultaba conocido pero por más vueltas que le daba no conseguía dar con el lugar exacto. Llegaron a un pequeño descansillo que se abría en dos direcciones, las únicas dos habitaciones que había, una a la derecha y otra a la izquierda, ya que la tercera se abría con una trampilla en el techo y era el desván. Ella se quedó en pie al lado de la habitación de la izquierda y la señaló.
—Esta será tu habitación —respondió indicándola con un gesto de la mano—. No hay mucho espacio, pero la cama es cómoda y…
Él la ignoró y se dirigió hacia la otra habitación frunciendo el ceño al traspasar la puerta y sentir como una corriente le recorría de pies a cabeza, una irónica sonrisa se extendió entonces por sus labios mientras echaba un vistazo al pequeño y femenino dormitorio.
—Así que era eso —murmuró para sí empezando a relajarse.
Ella lo había seguido y lo rodeaba para poder mirarlo de frente.
—Tu habitación es aquella de allí —le recordó señalando el otro dormitorio—. Esta, es territorio vetado para ti.
—En realidad, ya no —aseguró él recuperando la tranquilidad—. ¿Quién ha morado en esta casa? Más concretamente en esta habitación.
Ella recorrió la habitación con la mirada y Joe pudo ver como sus ojos se llenaban de una cálida añoranza.
—Era la habitación de mi abuela —respondió ella en un susurro.
—Pues ella era una Nephilin —respondió echando un último vistazo a la habitación para luego dar media vuelta y echar un vistazo a la que estaba destinada para él.
—¿Nephilin? —repitió ella frunciendo el ceño, entonces salió tras él.
—¿De veras esperas que duerma… en eso?
Ella le echó un buen vistazo a Joe y finalmente a la cama.
—Nadie me dijo que venías con alas —respondió ella con un ligero encogimiento de hombros.
Joe le dedicó una mirada que decía “¿no me digas?” y tras sacudir la cabeza volvió al tramo de escaleras.
—Trae ese botiquín tuyo —le dijo de espaldas a ella mientras descendía por las escaleras—. Puede que después de todo pueda encontrar algo útil en él.
_____ suspiró con resignación y bajó tras él, en su mente todavía le daba vueltas lo que había dicho Joe.
—¿Por qué dices que mi abuela era un…Nefi… no sé qué?
—Nephilin, pequeña humana —le respondió llegando al vano de la puerta para volverse hacia ella y terminar—. El hijo de un ángel y un humano.
Por tercera vez en el día de hoy, _____ volvió a tropezar terminando sentada en las escaleras.
Su casa estaba a una media hora larga del pueblo, había sido la casa familiar de sus abuelos e incluso después de la muerte de sus padres cuando era niña, su abuela se había negado a abandonar la casa diciendo que no había lugar más saludable para criar a una niña. Todavía la echaba de menos, sobre todo durante la navidad, ella había sido su pilar central, una mujer extraordinaria con una fuerza y una pasión por la vida que había intentado inculcar a su nieta, hacía ya tres años que faltaba de su vida y todavía parecía que fuese ayer.
La cerradura cedió bajo su mano y empujó la puerta con un suspiro, nunca pensó que se alegraría tanto de estar en casa.
—Por fin —musitó entrando en el pequeño recibidor de la casa de dos plantas para dejar las llaves y la bufanda sobre una pequeña mesa a su izquierda. _____ se volvió de nuevo hacia la puerta al ver que Joe permanecía de pie en el umbral mirando hacia arriba y a los lados—. ¿A qué estás esperando?
Joe intercambió una dudosa mirada con ella, algo que sorprendió a _____.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella frotándose las manos y entonces sonrió—. ¿Tengo que invitarte a entrar como a los vampiros?
El ángel caído vaciló durante unos breves instantes más y dio un paso adentro, entonces otro y otro hasta quedar al lado de ella, la puerta se cerró a su espalda sin que la hubiese tocado siquiera.
_____ se inclinó para mirar por uno de los costados del ángel y volvió a ponerse en pie, estirándose.
—Interesante ese truquito tuyo —aseguró antes de volverse, la puerta de entrada se abría casi de inmediato a una enorme habitación en la que se dividía la cocina, el salón comedor y un enorme y atrayente hogar de piedra.
Joe miró a su espalda antes de seguirla. Lo había notado cuando se acercó al coche, pero era mucho más poderoso en la casa, sobre todo en el interior, su mirada recorrió lentamente cada recoveco intentando descubrir la firma de aquel trabajo pero se le escapaba continuamente. La pequeña humana, no estaba sola, la casa apestaba a la esencia de un ángel puro y a pesar de todo, podía asegurar que su pariente de alas blancas no había pasado mucho tiempo entre esas paredes. Era cuando menos, perturbador.
—Como verás, no es muy grande —explicaba ella arrastrando los pies hacia el mostrador en forma de barra americana que separaba la parte del salón, de la cocina—, en esta planta está la cocina, el salón y comedor y el único baño de la casa. El agua caliente sale de un tanque en la parte de atrás, así que, no la gastes toda, solo se rellena una vez al día y si hace mucho frío, oirás unos ruidos raros, eso son las cañerías.
Joe volvió la mirada hacia ella, prestándole su atención.
—¿Quién más vive aquí? —le preguntó con voz suave, neutra.
_____ entrecerró los ojos y los clavó en él.
—Quizás debiera añadir que no tengo jardín, así que no tendrás donde enterrar mis restos. —le aseguró _____ con un leve encogimiento de hombros.
Joe hizo rodar sus ojos antes de alzar la mirada hacia la parte de arriba. _____ siguió su mirada.
—Hay tres habitaciones, había acomodado una para… um… bueno, para ti supongo —respondió ella encogiéndose de hombros—. Las escaleras están allá atrás, al lado del cuarto de baño. Según subes, la primera puerta a la izquierda, esa es tu habitación.
Joe se volvió nuevamente hacia ella.
—No has respondido a mi pregunta.
Ella se cruzó de brazos.
—Juraría que eso es justamente lo que acabo de hacer —le aseguró ella—. Las otras dos habitaciones, una es la mía y la otra el trastero… vivo sola.
Joe volvió a escanear rápidamente el lugar y caminó hacia ella.
—Pues lamento decirte que no has estado sola en, yo diría que bastante tiempo — aseguró pasando junto a ella para mirar la cocina y luego el resto de la habitación.
_____ frunció el ceño y lo imitó, observando su casa, buscando no sabía el qué.
—¿Qué quieres decir?
Él se volvió hacia ella y nuevamente la recorrió de arriba abajo con la mirada.
—Parece que le gustas a alguno de los “puros” —respondió, poniendo un ligero desdén en la última palabra—. Tu hogar apesta a un alas blancas.
Ella se echó a reír.
—Espera, espera, espera —le pidió levantando una mano—. Esto está yendo demasiado rápido para mí, solo un ángel… o lo que sea por día, ¿ok?
Joe arqueó sus finas cejas en respuesta y se encogió de hombros.
—No te sorprendas tanto, ha hecho bien su trabajo, de otro modo habrías notado su presencia —aseguró él apoyándose en la barra de la cocina.
_____ sacudió la cabeza y se dirigió hacia él.
—Un solo ángel por día, alitas —le dijo ella pasando a su lado para abrir el refrigerador y meter la cabeza dentro—. Hoy no tengo tolerancia para nada más.
Joe se echó hacia atrás, recostándose sobre sus codos y la miró.
—Tengo que admitir que te lo estás tomando bastante bien —aceptó con sinceridad.
Ella se enderezó con dos recipientes con sobras del día anterior.
—Sí… me he convencido a mí misma de que esto es un sueño y de que cuando me despierte, tú no estarás porque eres producto de mi imaginación —aseguró ella con una atractiva sonrisa—. ¿Pollo o Lasaña de Atún?
Él hizo una mueca.
—En realidad, soy vegetariano.
_____ se lo quedó mirando durante un momento entonces se encogió de hombros y cerró la nevera con un golpe de cadera.
—Un ángel caído, que además es vegetariano —murmuró ella girándose para abrir la puerta del microondas y meter los recipientes en su interior—. Vaya sueños más raros que tengo.
Joe sacudió la cabeza y la observó moverse dentro de la minúscula cocina, sin la enorme y horrible chaqueta, ni la bufanda, su volumen se había reducido tranquilamente a una talla cuarenta y seis la cual dada su estatura, no estaba tan mal.
—No entiendo esa fijación que parecen tener los humanos en recurrir a los sueños cuando algo no les gusta —aseguró él—. Ni que yo fuera a desaparecer a la luz del día.
—Oh, yo espero que lo hagas, si —aseguró _____ marcando el tiempo en el microondas para luego abrir una puerta en uno de los módulos sobre su cabeza y sacar un par de platos.
Joe hizo una mueca, esta mujer además de tonta era sorda.
—No voy a comer nada de eso, así que ahórrate el plato —respondió él con un gesto melindroso.
_____ se volvió hacia él con un plato en cada mano.
—¿Siempre eres tan quejumbroso? Eres peor que un niño pequeño que le ponen un plato de verdura que no le gusta —respondió ella dejando los platos sobre el mostrador.
—Prefiero el plato de verdura a eso —respondió él señalando el microondas con un dedo.
_____ se llevó las manos a las caderas y lo miró a través de los ojos entrecerrados.
—Pues lo siento mucho por ti, pero hoy hay pollo y lasaña de atún de cena, lo tomas o lo dejas, angelito —le respondió ella con un gracioso encogimiento de hombros.
—Deja de llamarme angelito, humana —escupió él.
Ella bufó y le dio la espalda.
—Lo haré cuando tú dejes de llamarme humana, angelito —le respondió mientras se ponía de puntillas para alcanzar un par de vasos de otro armario.
Joe masculló alguna cosa entre dientes, _____ sonrió ante el sonido, parecía un niño enfurruñado más que un adulto.
—¿Qué parte de… SOY VEGETARIANO no has entendido, hum… chica? Por qué imagino que conoces el significado de esa palabra, ¿no es así?
—Mi nombre es _____, Joseph, no es como si fueras a morirte por pronunciarlo, ¿huh?
Joe se sorprendió al oír su nombre en boca de esa humana, ella lo pronunciaba de una forma que no había oído antes, por otro lado, no había muchos humanos vivos que lo hubiesen pronunciado.
—Entenderé que no quieras comer pollo, pero para la lasaña no tienes escusa —le aseguró ella con un ligero encogimiento de hombros—. A no ser que además de las vacas y los cerdos, tampoco entren los peces en tu menú.
Joe suspiró, por primera vez en mucho tiempo, empezaba a perder la paciencia. Algo que sus alumnos no habían conseguido en cientos de años, lo estaba haciendo esta pequeña humana en apenas unas pocas horas. Su mirada voló a una de las ventanas del salón, las cortinas estaban echadas pero él intuía que estaría nevando. Diablos, esperaba que la nevara terminase pronto o iba a retorcerle el cuello a esa mujer.
—¿Si me como la jodida lasaña, te callarás la boca? —preguntó ya con desesperación.
Ella se volvió y le dedicó la sonrisa más radiante que había visto jamás.
—Trato hecho.
Joe realmente retrocedió, dio dos pasos atrás, esa humana era peligrosa, no sabía qué diablos tenía, pero tenía más peligro que su propio jefe lo cual ya era mucho decir.
Ella empezó a tararear mientras se movía por el reducido espacio sacando un par de manteles individuales, cubiertos y disponiéndolos todos sobre la barra americana en la que había estado apoyado él. Joe la dejó y volvió a echar un rápido vistazo a la casa, aunque más que una casa parecía una cabaña y pequeña, demasiado pequeña. Acostumbrado a espacios amplios y abiertos, aquello para él era como una ratonera, con una sensación incómoda se sacó la cazadora de cuero, lo único que llevaba puesto después de lo destrozada que había quedado su camiseta y echó un vistazo por encima del hombro para ver las gasas que le había puesto ella sobre la herida, manchadas de sangre. Gruñó en voz baja y estiró el brazo hacia atrás para finalmente soltar un frustrado resoplido y relajar sus hombros, sus amplias alas negras se extendieron en toda su longitud llevándose por delante un jarrón y un taburete en el proceso al que siguió un ahogado grito y algo de cristal haciéndose añicos en el suelo.
Joe volvió la mirada hacia la humana, la cual miraba sus alas con ojos muy abiertos, sus manos estaban cubiertas por una especie de guantes que habían estado sosteniendo el bol de lasaña que permanecía hecho pedazos en el suelo.
—Parece que después de todo, no comeré lasaña —comentó inclinándose por encima del mostrador para ver el estropicio. La salsa había saltado al pantalón de la chica, salpicándola.
Ella dio un nuevo respingo al oír su voz y bajó la mirada al suelo, su pequeña boca formó una “o” perfecta que hacía juego con la mirada de sorpresa de su rostro, pero tan rápidamente como había venido, la sorpresa mudo a una mueca de enfado y los ojos violetas de ella lo taladraron con mortal certeza.
—Tú… tú… oh… tú —lo apuntó con su mano enguantada—. ¡Esa era mi cena de mañana, pedazo de burro! ¿Te crees que estoy como para tirar con el dinero? ¿Y por qué demonios has hecho eso? Quítatelas… ahora mismo.
Joe la miró como si ella hubiese perdido el juicio por completo.
—¿Qué me las quite? —la idea era tan absurda que hasta le costaba pronunciarla.
Ella hizo unos cuantos aspavientos con las manos, obviamente señalando sus alas.
—Eso… no cabe dentro de mi casa… —exclamó tratando de encontrarle sentido a toda aquella absurda situación—. ¿Por qué te las has puesto otra vez? ¿No puedes solo, ocultarlas de nuevo?
Joe abrió la boca para responder, pero no daba encontrado algo que decir. Sacudió la cabeza e hizo rodar sus hombros al tiempo que plegaba las alas a su espalda.
—Lamento decirte que no son de quita y pon —respondió casi con desdeño hacia ella—, así que, se quedan.
Joe la ignoró y arqueó ligeramente su ala izquierda para comprobar el daño en su hombro.
—Mierda —masculló al ver la sangre que había manchado las yemas de sus dedos. No sabía cómo, pero aquella loca había conseguido alcanzar la curvatura de su ala cuando lo había apuñalado.
_____ lo miró mientras se examinaba a sí mismo y se encogió automáticamente cuando lo vio acariciar el arco superior de su ala y sacar los dedos manchados de sangre. Con cuidado de no resbalar con la lasaña que se había desparramado en el suelo y no pisar uno de los trozos de vidrio del cuenco roto, tomó un paño limpio y lo humedeció bajo el fregadero, haciendo una mueca cuando notó el agua fría.
—Ten —le tendió el paño por encima del mostrador, sin dejar de mirar con recelo las enormes alas negras que asomaban a espaldas de él.
Joe se volvió hacia ella y miró el paño que le tendía, con un gruñido la ignoró y volvió a ocuparse de su ala.
—Hombres, son iguales en todas las especies —masculló ella antes de rodear el mostrador y acercarse a él con el paño con intención de ayudar.
Joe se volvió casi al instante fulminándola con la mirada, no quería que lo tocase, no la quería cerca de él, detestaba ser tocado por un humano.
—Mantente alejada de mí, hembra estúpida —masculló dejando perfectamente claro que no quería nada de ella.
_____ se retorció las manos, indecisa, su mirada voló por el salón para luego volver a posarse en él.
—Tengo un botiquín en el baño, hay desinfectante —murmuró ella, hablándole con suavidad, como si se dirigiese a un animal herido—, tú solo no puedes curarte eso, si me dejas…
Él se volvió de golpe, sus alas semi extendidas, su mano derecha estirada hacia ella a punto de atacarla. _____ retrocedió asustada chocándose contra uno de los muebles.
—Solo… déjame en paz —le advirtió entre los dientes apretados.
Joe no quería estar allí, odiaba sentirse indefenso de cualquier manera y aunque el daño en su ala era ínfimo, no estaba cómodo. Ese simple rasguño habría curado igualmente con sus alas guardadas, no tenía caso haberlas desplegado, los de su clase tendían a exhibir sus plumas solo cuando tenían que luchar o sentían la necesidad de estirar sus extremidades, él podía pasar semanas y semanas en su forma humana sin tener que recurrir a sus alas para nada y sin embargo había sentido la necesidad de extenderlas, como si sus extremidades hubiesen sido dañadas de alguna manera y él tuviese que verlas para asegurarse de que todo iba bien.
—Lo siento —la voz suave de ella se coló en su nerviosismo, ejerciendo una extraña calma.
Respirando profundamente se obligó a poner distancia entre los dos, quizás no se tratase tanto de ella como de la casa y del conocimiento de que había un guardián de alas blancas encargándose del lugar. Su mirada recorrió una vez más la amplia habitación y subió hacia la planta de arriba donde la presencia blanca parecía hacerse más pura, más concentrada. Un ángel puro había visitado esta casa y en algún momento había dejado su huella en una de las habitaciones de la planta superior.
—¿Duermes ahí arriba? —le preguntó.
_____ siguió su mirada un poco sorprendida por la pregunta.
—Sí —Asintió estirando la mano para señalar el pasillo un poco más a la derecha—. Tu habitación está…
—Enséñamelo —respondió sin apartar la mirada de la planta superior.
Ella solo asintió y le pidió que la siguiera. Él se había puesto muy serio de repente y aunque su conciencia no dejaba de aguijonearla para que le asestara un golpe en la cabeza y pusiese tanto asfalto entre ellos como le fuese posible, una parte de ella sentía curiosidad por él y no estaba en absoluto asustada. Joe se comportaba como alguien que hubiese sido lastimado, como un animal que hubiese sido apaleado tantas veces que ahora recelaba incluso de la mano que se acercaba amistosa y si no tenías cuidado, lo más seguro es que te la arrancase de cuajo. Él le recordaba a ese pequeño perro de la Protectora de Animales de la que era voluntaria que habían encontrado atado con una cuerda en un descampado, tan lastimado y apaleado que había intentado morderles incluso aunque estaba en los huesos y ellos solo quisieran recogerlo para darle alimento y cobijo.
—Ten cuidado, el hueco de la escalera no es muy ancho y con… eso… a tu espalda… —murmuró ella volviéndose por encima del hombro para ver si la seguía. Al ver su mirada suspiró y añadió—. Solo, ten cuidado.
Joe plegó sus alas una sobre otra y siguió a la muchacha escaleras arriba, con cada paso que daba, aumentaba la peste a ángel puro, algo en aquella inconfundible huella le resultaba conocido pero por más vueltas que le daba no conseguía dar con el lugar exacto. Llegaron a un pequeño descansillo que se abría en dos direcciones, las únicas dos habitaciones que había, una a la derecha y otra a la izquierda, ya que la tercera se abría con una trampilla en el techo y era el desván. Ella se quedó en pie al lado de la habitación de la izquierda y la señaló.
—Esta será tu habitación —respondió indicándola con un gesto de la mano—. No hay mucho espacio, pero la cama es cómoda y…
Él la ignoró y se dirigió hacia la otra habitación frunciendo el ceño al traspasar la puerta y sentir como una corriente le recorría de pies a cabeza, una irónica sonrisa se extendió entonces por sus labios mientras echaba un vistazo al pequeño y femenino dormitorio.
—Así que era eso —murmuró para sí empezando a relajarse.
Ella lo había seguido y lo rodeaba para poder mirarlo de frente.
—Tu habitación es aquella de allí —le recordó señalando el otro dormitorio—. Esta, es territorio vetado para ti.
—En realidad, ya no —aseguró él recuperando la tranquilidad—. ¿Quién ha morado en esta casa? Más concretamente en esta habitación.
Ella recorrió la habitación con la mirada y Joe pudo ver como sus ojos se llenaban de una cálida añoranza.
—Era la habitación de mi abuela —respondió ella en un susurro.
—Pues ella era una Nephilin —respondió echando un último vistazo a la habitación para luego dar media vuelta y echar un vistazo a la que estaba destinada para él.
—¿Nephilin? —repitió ella frunciendo el ceño, entonces salió tras él.
—¿De veras esperas que duerma… en eso?
Ella le echó un buen vistazo a Joe y finalmente a la cama.
—Nadie me dijo que venías con alas —respondió ella con un ligero encogimiento de hombros.
Joe le dedicó una mirada que decía “¿no me digas?” y tras sacudir la cabeza volvió al tramo de escaleras.
—Trae ese botiquín tuyo —le dijo de espaldas a ella mientras descendía por las escaleras—. Puede que después de todo pueda encontrar algo útil en él.
_____ suspiró con resignación y bajó tras él, en su mente todavía le daba vueltas lo que había dicho Joe.
—¿Por qué dices que mi abuela era un…Nefi… no sé qué?
—Nephilin, pequeña humana —le respondió llegando al vano de la puerta para volverse hacia ella y terminar—. El hijo de un ángel y un humano.
Por tercera vez en el día de hoy, _____ volvió a tropezar terminando sentada en las escaleras.
¡Bienvenida OrianaJBLovato! (:
Natuu♥!
Natuu!
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