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"Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
olaaaa q doloroso debio ser para la rayis
y nick es tan... despreocupado como si no le hubiera importado
q pasaran juntos :( aunq bueno x lo menos se preocupo x donde habia pasado la noche.... ya quiero q escribas otro y xq sharon ocuparia la mitad
del apartamento.... claro nicholas se va mudar!!!
siguelaaaaa
y nick es tan... despreocupado como si no le hubiera importado
q pasaran juntos :( aunq bueno x lo menos se preocupo x donde habia pasado la noche.... ya quiero q escribas otro y xq sharon ocuparia la mitad
del apartamento.... claro nicholas se va mudar!!!
siguelaaaaa
As I am
Re: "Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
Hola hermosas!como estan?yo feliz Dios casi muero hoy,de tantas cosas que pasaron,primero la foto de los 3 Jonas juntos luego el video D: solo me agarre gritando como loca mi mama me dijo estas enferma -.- XD,y bueno les dejo el maraton espero que le guste :)
Capitulo 8
Maraton 1/4
—¿Alquilar?, ¿a Sharon? —debía haber entendido mal.
—Sí —sus ojos recorrieron la línea de costa, como si estuvieran buscando allí sus siguientes palabras—. Me temo que tenías razón desde un principio, _____. Desde que nos hicimos amantes… —su lengua parecía tener dificultades con aquella palabra— comenzaron los problemas. Tendría que haber sabido que desearías un compromiso por mi parte.
—¿Te he pedido un compromiso acaso, Nicholas? —¿cómo se atrevía a suponer él que la conocía tan bien?
—No con palabras, pero sí que lo has hecho. Supongo que, inconscientemente, cuando le pedí a Sharon que se viniera a bucear, estaba comprobando tu nivel de posesividad. Y cuando vine te encontré en una actitud absolutamente celosa.
—Pero cómo puedes ser tan arrogante, manipulador… —era incapaz de expresar de forma adecuada su indignación.
—Precavido es la palabra, _____ —dijo él suavemente—. Lo siento, pero llevas el matrimonio escrito en el rostro, igual que Jewel. Y eso no es lo que quiero en este momento. Esperaba…
—¿Qué yo fuese un pasatiempo agradable, al margen de todo compromiso? —concluyó ella con amargura.
—¿Tan estúpido te parece eso? Tú parecías totalmente centrada en tu clínica y pensaba que un divorciado que tenía que seguir manteniendo a su antigua esposa era lo último que tenías en mente. No tiene sentido alguno, económicamente hablando, que te ates a alguien como yo de forma permanente.
—Todo lo cual a ti te venía de maravillas, ¿no? Era casi como tener una aventura con una mujer casada.
—Simplemente, no quiero que nada me ate, _____ —su tono de voz era bajo, amenazador—. Si yo creyera que puedo seguir viviendo aquí sin estar deseando tocarte cada cinco minutos, podríamos intentar olvidar lo sucedido la otra noche. Tal vez si me voy, podamos olvidarlo de verdad.
—¿Por qué no vendes tu parte?
—Lo sabes mejor que yo, podría tardar meses en encontrar un comprador. No puedo esperar tanto. Sharon está dispuesta a alquilar, en parte como un favor hacia mí.
—Me lo pensaré.
Necesitaba desesperadamente algo de tiempo. Nicholas había encontrado una solución para su tranquilidad mental, pero no se había preocupado de la de ella. ¡Era muy dudoso que la vida le fuera más fácil con la novia de Nicholas!
—Tienes un mes para pensártelo…, igual que yo —señaló Nick—. No hay por qué tomar ninguna decisión ni hoy ni mañana —le sonrió, con una cierta expresión de tristeza en el rostro—. Mientras tanto, te prometo no agobiarte con mis no deseadas atenciones.
Ella se quedó mirándolo en silencio. ¿No deseadas? No, precisamente aquél era el problema. Lo deseaba demasiado.
—Creo que ahora sí que voy a ducharme —dijo, levantándose con esfuerzo de la mecedora. Esperaba que las rodillas la sostuvieran.
—Buena idea.
Ella salió de la sala mientras él volvía de nuevo la mirada hacia el océano.
______ se pasó el día combatiendo la sensación de pesadez de su cuerpo. Lo sentía como si realmente hubiera estado de fiesta la noche anterior. La persistente presión de un inminente dolor de cabeza se hizo plena realidad al caer la noche. Tuvo un sueño atormentado y, a mitad de la noche, tuvo que levantarse para tomar dos aspirinas.
Por la mañana decidió que viviría, sobre todo si se fortalecía inmediatamente con una taza de café. Con aquel único pensamiento anclado en la mente, se cubrió con la bata y se dirigió, descalza, a la cocina.
—Feliz Navidad.
_____ parpadeó, mirando a Nicholas, que estaba recostado en las brillantes profundidades de su sillón de cuero negro, totalmente vestido, leyendo el periódico.
—Eh…, lo mismo digo —respondió ella con voz aún enronquecida por el sueño.
—¿Quieres café?
—Gracias, pero precisamente iba a hacer…
—Toma del mío. Al fin y al cabo, es Navidad.
—Yo… De acuerdo, gracias.
El somnoliento estupor comenzó a desvanecerse ante la calidez de su mirada. Instintivamente, se ciñó el cinturón de la bata.
—¿Llevas mucho tiempo levantado?
—Sí —sintió sus ojos sobre ella mientras sacaba una taza—. Nunca logro dormir la mañana de Navidad.
Una imagen de las navidades anteriores, con el suelo lleno de alegres papeles de regalo arrancados con impaciencia, los abrazos de sus padres, el olor del pavo asado, hizo que las lágrimas se agolparan en los ojos de _____. Su borrosa visión le hizo confundir la situación de la taza y vertió el café sobre su mano.
—¡Maldita sea! —exclamó, llevándose la mano a la boca.
—¿Qué pasa? —Nicholas se levantó y estuvo junto a ella en un segundo.
—Nada. Ya no sé ni servir café en una taza —gimió, tocándose suavemente la piel enrojecida.
—Voy a sacar un poco de hielo —abrió la puerta de la nevera.
—¿Me vas a preparar un combinado?
—Es para tu quemadura —dijo él secamente, echando varios cubitos en el fregadero—. Trae la mano.
—¡Y un cuerno! —se apartó bruscamente de él, ocultando la mano dolorida detrás de la espalda—. ¡Eso suena horrible! Voy a ponerme mantequilla, que es lo que hago siempre.
—¡______! —fue casi un grito.
Durante un instante se quedaron mirando con furia hasta que el rostro de Nicholas se suavizó.
—Por favor, _____, déjame ayudarte. Duele al principio, pero, créeme, luego resulta más efectivo que la mantequilla. Ya verás.
Sin decir palabra, ______ le tendió la mano enrojecida. Por razones que no podía explicarse, tenía confianza en él. Tal vez era la sinceridad que le había demostrado el día anterior. Al menos, no la había engañado. Sabía a qué atenerse con Nicholas.
Él tomó suavemente sus dedos.
—Te va a escocer durante un rato, así que aprieta los dientes.
Inclinó la cabeza y se puso manos a la obra, tomando entre los dedos un cubito y haciéndolo girar suavemente sobre la parte dolorida.
—Creo que ya es suficiente —arrojó el trozo de hielo que quedaba al fregadero y alzó los ojos hacia ella, sin dejar de sostener la mano entre sus fuertes dedos. La preocupación ensombrecía sus ojos brillantes—. ¿Cómo lo sientes?
—Muy mal —reconoció ella, con una sonrisa. De mala gana, retiró la mano, rompiendo el íntimo contacto—. Pero suspenderé el juicio hasta que empiece a sentir los resultados.
—Ese es siempre un método sabio —dijo él, y sus ojos le dijeron a ______ que no se estaba refiriendo a la quemadura—. Bueno. Se acabó por hoy la clase de medicina. Es la mañana de Navidad y creo que Santa Claus hizo una visita anoche.
La mirada de _____ voló hacia el árbol y se dio cuenta por primera vez de que las luces resplandecían suavemente bajo el sol de primeras horas de la mañana. Era cierto; debajo había dos grandes cajas, una envuelta con papel rojo y otra, con papel verde.
—Oh, Nick… yo no… no he…
—¿Crees que yo he comprado esos regalos? Te juro que los ha traído un tipo bajo y robusto que olía a reno.
—Así que es eso —_____ se rió—. Y me imagino que habrá tenido que hacer maravillas para lograr meter su rolliza persona a través del tubo metálico de esa chimenea, ¿no?
—Palabra de honor —Nicholas levantó una mano—. ¿No sientes curiosidad por saber qué te ha traído el bueno de Santa Claus?
—¡Una curiosidad insaciable!
Se lanzó hacia los paquetes y escogió el rojo. Leyó silenciosamente la tarjeta:
Para Stephanie, en señal de los descubrimientos aún por hacer.
Le lanzó a Nick una mirada perpleja y luego se sentó en el suelo para abrir el paquete. Era muy ligero, y su olfato identificó un aroma débil, pero familiar…
—¡Champiñones! —exclamó en voz alta—. ¡Debe haber doscientos champiñones aquí!
—Ciento noventa y nueve, para ser exactos. Me comí uno.
—Oh, Nick —se rió, mirándolo con ojos brillantes—. Qué regalo más maravilloso. Estoy deseando abrir el otro paquete.
—No es para ti.
Ella se detuvo, sintiendo una opresión dolorosa en el corazón. No se precisaba mucha imaginación para figurarse a quién podía estar destinado.
—Lo siento, no tenía que haber dado por supuesto que…
—Es para Sigmund —sus ojos dorados chispearon.
—¿Sigmund? —se lo quedó mirando, con el rostro en blanco.
—Sabes a quién me refiero, ¿no? Más bien bajo, viste con colores chillones, es bastante bocazas. Podrías distinguirlo entre una multitud.
—¿Le has comprado a Sigmund un regalo de Navidad?
—Yo no. Fue…
—Ya sé, ya sé —dijo ella con una risa—. Un tipo gordito que olía a reno.
—Exacto. Déjame que saque a Sigmund de la jaula y luego tú le ayudas a abrir su regalo.
Nick se metió en el dormitorio de Stephanie y al cabo de un momento reapareció con Sigmund encaramado tranquilamente en su hombro. ______ tuvo la extraña sensación de que no era la primera vez que el pájaro se subía allí. Lentamente,Nicholas se agachó, con guacamayo y todo, hasta la alfombra, junto a ella.
—Muy bien, empieza a abrir —ordenó.
Los dedos de _____ volaron hacia el papel verde que envolvía el paquete mientras Sigmund la contemplaba con aprensión, cambiando el peso del cuerpo sobre sus patas y ladeando la cabeza nerviosamente.
—A Sigmund no le gustan las cajas —le explicó ______ a Nicholas mientras trataba de tranquilizar al pájaro—. Le recuerdan demasiado a la jaula.
Con un gesto ampuloso, _____ abrió la solapa de la caja de cartón. Su exclamación de ahogado asombro se mezcló con el sonoro graznido de Sigmund al contemplar los paquetes de cacahuetes dulces que llenaban la caja hasta el borde.
El ave se lanzó desde el hombro de Nick directamente hasta la caja, y la maniobra casi tira a ____ al suelo.
—Creo que le gusta el regalo —comentó ella escuetamente, quitándose la caja con el pájaro de encima.
Sigmund, muy satisfecho, atrapaba con el pico los cacahuetes que salían de un paquete con el envoltorio desgarrado.
Nicholas lanzó un bufido de jocoso asombro.
—Parece una gallina pintada de colores poniendo un huevo.
—Si al menos pudiera poner cacahuetes dulces nos haríamos ricos —se rió ______.
Alzó sus alegres ojos azules hacia el rostro de Nicholas, pero su sonrisa se desvaneció al descubrir la intensidad de la mirada de éste.
—Tal vez ya lo somos y no nos hemos dado cuenta —dijo con tono uniforme, y ella sintió que la sangre le palpitaba en las venas con un ritmo primitivo.
—Nick, yo… —se detuvo.
Percibía la incertidumbre de Nicholas; conocía la suya propia. Los muros seguían alzándose entre ellos.
Una sonrisa triste curvó sus labios como si él también buscara respuestas.
—Feliz Navidad, _____ —dijo en voz baja.
—Feliz Navidad, Nicholas —respondió ella—. Pero me sabe mal no haberte hecho ningún regalo. Has sido muy… considerado.
Su mano señaló las dos cajas.
—Ah, pero tú me has dado… muchísimo —dijo Nick lentamente mientras con los ojos parecía estar memorizando sus rasgos. El silencio tembló entre ellos como una frágil hoja de papel de seda.
«Quiero amarte, Nick, pero ahora es imposible», gritaba su corazón. «Y mañana te vas, y estarás con ella, no conmigo. Quiero acostarme contigo una vez más antes de que te marches, grabar tu recuerdo en mi cerebro, pero no me atrevo a pedírtelo».
Haciendo un esfuerzo, apartó la mirada de su rostro.
—Supongo que será mejor que esconda los paquetes de dulces que quedan, si no quiero tener un pájaro enfermo.
—Y yo, será mejor que vaya haciendo el equipaje. Tengo una reunión con el equipo de investigación esta noche, para acabar de ultimar detalles.
Se puso de pie y ella hizo lo mismo, teniendo buen cuidado de taparse bien con la bata al hacerlo.
—¿A qué hora te vas?
—Temprano. Antes de que te levantes.
—Ah —murmuró torpemente, maldiciendo su cobardía—. Bueno, que tengas buen viaje.
—Gracias. Estaré de vuelta dentro de cuatro semanas a partir del sábado por la noche; probablemente llegaré a la hora de la cena.
—¿Hay… hay algo que quieras que cuide mientras estás fuera?
Los cálidos ojos de Nicholas se fundieron una vez más con los de ella durante un instante.
—Sólo de ti misma.
Se dio la vuelta y se metió en su habitación.
Capitulo 8
Maraton 1/4
—¿Alquilar?, ¿a Sharon? —debía haber entendido mal.
—Sí —sus ojos recorrieron la línea de costa, como si estuvieran buscando allí sus siguientes palabras—. Me temo que tenías razón desde un principio, _____. Desde que nos hicimos amantes… —su lengua parecía tener dificultades con aquella palabra— comenzaron los problemas. Tendría que haber sabido que desearías un compromiso por mi parte.
—¿Te he pedido un compromiso acaso, Nicholas? —¿cómo se atrevía a suponer él que la conocía tan bien?
—No con palabras, pero sí que lo has hecho. Supongo que, inconscientemente, cuando le pedí a Sharon que se viniera a bucear, estaba comprobando tu nivel de posesividad. Y cuando vine te encontré en una actitud absolutamente celosa.
—Pero cómo puedes ser tan arrogante, manipulador… —era incapaz de expresar de forma adecuada su indignación.
—Precavido es la palabra, _____ —dijo él suavemente—. Lo siento, pero llevas el matrimonio escrito en el rostro, igual que Jewel. Y eso no es lo que quiero en este momento. Esperaba…
—¿Qué yo fuese un pasatiempo agradable, al margen de todo compromiso? —concluyó ella con amargura.
—¿Tan estúpido te parece eso? Tú parecías totalmente centrada en tu clínica y pensaba que un divorciado que tenía que seguir manteniendo a su antigua esposa era lo último que tenías en mente. No tiene sentido alguno, económicamente hablando, que te ates a alguien como yo de forma permanente.
—Todo lo cual a ti te venía de maravillas, ¿no? Era casi como tener una aventura con una mujer casada.
—Simplemente, no quiero que nada me ate, _____ —su tono de voz era bajo, amenazador—. Si yo creyera que puedo seguir viviendo aquí sin estar deseando tocarte cada cinco minutos, podríamos intentar olvidar lo sucedido la otra noche. Tal vez si me voy, podamos olvidarlo de verdad.
—¿Por qué no vendes tu parte?
—Lo sabes mejor que yo, podría tardar meses en encontrar un comprador. No puedo esperar tanto. Sharon está dispuesta a alquilar, en parte como un favor hacia mí.
—Me lo pensaré.
Necesitaba desesperadamente algo de tiempo. Nicholas había encontrado una solución para su tranquilidad mental, pero no se había preocupado de la de ella. ¡Era muy dudoso que la vida le fuera más fácil con la novia de Nicholas!
—Tienes un mes para pensártelo…, igual que yo —señaló Nick—. No hay por qué tomar ninguna decisión ni hoy ni mañana —le sonrió, con una cierta expresión de tristeza en el rostro—. Mientras tanto, te prometo no agobiarte con mis no deseadas atenciones.
Ella se quedó mirándolo en silencio. ¿No deseadas? No, precisamente aquél era el problema. Lo deseaba demasiado.
—Creo que ahora sí que voy a ducharme —dijo, levantándose con esfuerzo de la mecedora. Esperaba que las rodillas la sostuvieran.
—Buena idea.
Ella salió de la sala mientras él volvía de nuevo la mirada hacia el océano.
______ se pasó el día combatiendo la sensación de pesadez de su cuerpo. Lo sentía como si realmente hubiera estado de fiesta la noche anterior. La persistente presión de un inminente dolor de cabeza se hizo plena realidad al caer la noche. Tuvo un sueño atormentado y, a mitad de la noche, tuvo que levantarse para tomar dos aspirinas.
Por la mañana decidió que viviría, sobre todo si se fortalecía inmediatamente con una taza de café. Con aquel único pensamiento anclado en la mente, se cubrió con la bata y se dirigió, descalza, a la cocina.
—Feliz Navidad.
_____ parpadeó, mirando a Nicholas, que estaba recostado en las brillantes profundidades de su sillón de cuero negro, totalmente vestido, leyendo el periódico.
—Eh…, lo mismo digo —respondió ella con voz aún enronquecida por el sueño.
—¿Quieres café?
—Gracias, pero precisamente iba a hacer…
—Toma del mío. Al fin y al cabo, es Navidad.
—Yo… De acuerdo, gracias.
El somnoliento estupor comenzó a desvanecerse ante la calidez de su mirada. Instintivamente, se ciñó el cinturón de la bata.
—¿Llevas mucho tiempo levantado?
—Sí —sintió sus ojos sobre ella mientras sacaba una taza—. Nunca logro dormir la mañana de Navidad.
Una imagen de las navidades anteriores, con el suelo lleno de alegres papeles de regalo arrancados con impaciencia, los abrazos de sus padres, el olor del pavo asado, hizo que las lágrimas se agolparan en los ojos de _____. Su borrosa visión le hizo confundir la situación de la taza y vertió el café sobre su mano.
—¡Maldita sea! —exclamó, llevándose la mano a la boca.
—¿Qué pasa? —Nicholas se levantó y estuvo junto a ella en un segundo.
—Nada. Ya no sé ni servir café en una taza —gimió, tocándose suavemente la piel enrojecida.
—Voy a sacar un poco de hielo —abrió la puerta de la nevera.
—¿Me vas a preparar un combinado?
—Es para tu quemadura —dijo él secamente, echando varios cubitos en el fregadero—. Trae la mano.
—¡Y un cuerno! —se apartó bruscamente de él, ocultando la mano dolorida detrás de la espalda—. ¡Eso suena horrible! Voy a ponerme mantequilla, que es lo que hago siempre.
—¡______! —fue casi un grito.
Durante un instante se quedaron mirando con furia hasta que el rostro de Nicholas se suavizó.
—Por favor, _____, déjame ayudarte. Duele al principio, pero, créeme, luego resulta más efectivo que la mantequilla. Ya verás.
Sin decir palabra, ______ le tendió la mano enrojecida. Por razones que no podía explicarse, tenía confianza en él. Tal vez era la sinceridad que le había demostrado el día anterior. Al menos, no la había engañado. Sabía a qué atenerse con Nicholas.
Él tomó suavemente sus dedos.
—Te va a escocer durante un rato, así que aprieta los dientes.
Inclinó la cabeza y se puso manos a la obra, tomando entre los dedos un cubito y haciéndolo girar suavemente sobre la parte dolorida.
—Creo que ya es suficiente —arrojó el trozo de hielo que quedaba al fregadero y alzó los ojos hacia ella, sin dejar de sostener la mano entre sus fuertes dedos. La preocupación ensombrecía sus ojos brillantes—. ¿Cómo lo sientes?
—Muy mal —reconoció ella, con una sonrisa. De mala gana, retiró la mano, rompiendo el íntimo contacto—. Pero suspenderé el juicio hasta que empiece a sentir los resultados.
—Ese es siempre un método sabio —dijo él, y sus ojos le dijeron a ______ que no se estaba refiriendo a la quemadura—. Bueno. Se acabó por hoy la clase de medicina. Es la mañana de Navidad y creo que Santa Claus hizo una visita anoche.
La mirada de _____ voló hacia el árbol y se dio cuenta por primera vez de que las luces resplandecían suavemente bajo el sol de primeras horas de la mañana. Era cierto; debajo había dos grandes cajas, una envuelta con papel rojo y otra, con papel verde.
—Oh, Nick… yo no… no he…
—¿Crees que yo he comprado esos regalos? Te juro que los ha traído un tipo bajo y robusto que olía a reno.
—Así que es eso —_____ se rió—. Y me imagino que habrá tenido que hacer maravillas para lograr meter su rolliza persona a través del tubo metálico de esa chimenea, ¿no?
—Palabra de honor —Nicholas levantó una mano—. ¿No sientes curiosidad por saber qué te ha traído el bueno de Santa Claus?
—¡Una curiosidad insaciable!
Se lanzó hacia los paquetes y escogió el rojo. Leyó silenciosamente la tarjeta:
Para Stephanie, en señal de los descubrimientos aún por hacer.
Le lanzó a Nick una mirada perpleja y luego se sentó en el suelo para abrir el paquete. Era muy ligero, y su olfato identificó un aroma débil, pero familiar…
—¡Champiñones! —exclamó en voz alta—. ¡Debe haber doscientos champiñones aquí!
—Ciento noventa y nueve, para ser exactos. Me comí uno.
—Oh, Nick —se rió, mirándolo con ojos brillantes—. Qué regalo más maravilloso. Estoy deseando abrir el otro paquete.
—No es para ti.
Ella se detuvo, sintiendo una opresión dolorosa en el corazón. No se precisaba mucha imaginación para figurarse a quién podía estar destinado.
—Lo siento, no tenía que haber dado por supuesto que…
—Es para Sigmund —sus ojos dorados chispearon.
—¿Sigmund? —se lo quedó mirando, con el rostro en blanco.
—Sabes a quién me refiero, ¿no? Más bien bajo, viste con colores chillones, es bastante bocazas. Podrías distinguirlo entre una multitud.
—¿Le has comprado a Sigmund un regalo de Navidad?
—Yo no. Fue…
—Ya sé, ya sé —dijo ella con una risa—. Un tipo gordito que olía a reno.
—Exacto. Déjame que saque a Sigmund de la jaula y luego tú le ayudas a abrir su regalo.
Nick se metió en el dormitorio de Stephanie y al cabo de un momento reapareció con Sigmund encaramado tranquilamente en su hombro. ______ tuvo la extraña sensación de que no era la primera vez que el pájaro se subía allí. Lentamente,Nicholas se agachó, con guacamayo y todo, hasta la alfombra, junto a ella.
—Muy bien, empieza a abrir —ordenó.
Los dedos de _____ volaron hacia el papel verde que envolvía el paquete mientras Sigmund la contemplaba con aprensión, cambiando el peso del cuerpo sobre sus patas y ladeando la cabeza nerviosamente.
—A Sigmund no le gustan las cajas —le explicó ______ a Nicholas mientras trataba de tranquilizar al pájaro—. Le recuerdan demasiado a la jaula.
Con un gesto ampuloso, _____ abrió la solapa de la caja de cartón. Su exclamación de ahogado asombro se mezcló con el sonoro graznido de Sigmund al contemplar los paquetes de cacahuetes dulces que llenaban la caja hasta el borde.
El ave se lanzó desde el hombro de Nick directamente hasta la caja, y la maniobra casi tira a ____ al suelo.
—Creo que le gusta el regalo —comentó ella escuetamente, quitándose la caja con el pájaro de encima.
Sigmund, muy satisfecho, atrapaba con el pico los cacahuetes que salían de un paquete con el envoltorio desgarrado.
Nicholas lanzó un bufido de jocoso asombro.
—Parece una gallina pintada de colores poniendo un huevo.
—Si al menos pudiera poner cacahuetes dulces nos haríamos ricos —se rió ______.
Alzó sus alegres ojos azules hacia el rostro de Nicholas, pero su sonrisa se desvaneció al descubrir la intensidad de la mirada de éste.
—Tal vez ya lo somos y no nos hemos dado cuenta —dijo con tono uniforme, y ella sintió que la sangre le palpitaba en las venas con un ritmo primitivo.
—Nick, yo… —se detuvo.
Percibía la incertidumbre de Nicholas; conocía la suya propia. Los muros seguían alzándose entre ellos.
Una sonrisa triste curvó sus labios como si él también buscara respuestas.
—Feliz Navidad, _____ —dijo en voz baja.
—Feliz Navidad, Nicholas —respondió ella—. Pero me sabe mal no haberte hecho ningún regalo. Has sido muy… considerado.
Su mano señaló las dos cajas.
—Ah, pero tú me has dado… muchísimo —dijo Nick lentamente mientras con los ojos parecía estar memorizando sus rasgos. El silencio tembló entre ellos como una frágil hoja de papel de seda.
«Quiero amarte, Nick, pero ahora es imposible», gritaba su corazón. «Y mañana te vas, y estarás con ella, no conmigo. Quiero acostarme contigo una vez más antes de que te marches, grabar tu recuerdo en mi cerebro, pero no me atrevo a pedírtelo».
Haciendo un esfuerzo, apartó la mirada de su rostro.
—Supongo que será mejor que esconda los paquetes de dulces que quedan, si no quiero tener un pájaro enfermo.
—Y yo, será mejor que vaya haciendo el equipaje. Tengo una reunión con el equipo de investigación esta noche, para acabar de ultimar detalles.
Se puso de pie y ella hizo lo mismo, teniendo buen cuidado de taparse bien con la bata al hacerlo.
—¿A qué hora te vas?
—Temprano. Antes de que te levantes.
—Ah —murmuró torpemente, maldiciendo su cobardía—. Bueno, que tengas buen viaje.
—Gracias. Estaré de vuelta dentro de cuatro semanas a partir del sábado por la noche; probablemente llegaré a la hora de la cena.
—¿Hay… hay algo que quieras que cuide mientras estás fuera?
Los cálidos ojos de Nicholas se fundieron una vez más con los de ella durante un instante.
—Sólo de ti misma.
Se dio la vuelta y se metió en su habitación.
Última edición por heyitsnicktanii el Mar 06 Mar 2012, 8:44 pm, editado 1 vez
heyitsnicktanii
Re: "Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
Maraton 2/4
_____ se abrochó el cierre delantero del sujetador reforzado y comprobó el efecto. Aquel apoyo complementario realzaba la turgencia de sus pechos, enfatizando el escote. Esperó que no resultara excesivamente sugerente. No quería exagerar. Como no había desempeñado nunca el papel de seductora, no tenía una idea clara y preconcebida sobre cómo desarrollar el proceso. Pero de una cosa sí estaba segura: iba a intentar hacer cambiar de idea a Nicholas respecto a su relación.
Recién duchada y ataviada únicamente con unas diminutas braguitas de encaje y su nuevo sujetador, contemplaba el ropero abierto, preguntándose qué podía ponerse. Quería pulsar la nota precisa, entre la indiferencia y la provocación directa. Quizás más adelante podría recurrir a algo realmente pícaro, pero por el momento quería una cosa un poco más neutra. No quería asustarlo.
Mientras revisaba las prendas meticulosamente, deseó saber qué aspecto tenía Sharon. Durante aquellas últimas cuatro semanas se había pasado mucho tiempo ante el espejo, valorando sus propios dones. Aunque nunca podría aspirar a ser alta y esbelta, estaba muy bien proporcionada para su estatura. Sus pechos eran firmes y de un tamaño decente, su trasero era redondeado y sólido sin parecer grande. Su orla de rizos dorados suavizaba la que de otro modo podía haber sido una línea de mandíbula demasiado dura, y confiaba en el azul oscuro de sus grandes ojos para distraer a Nicholas de la lluvia de pecas que cruzaba su nariz. Además, las pecas casi no se veían a la luz de las velas.
Relativamente satisfecha de su atractivo físico, Stephanie consideró su posición estratégica. Al fin y al cabo, ella vivía conNick, al menos por el momento. Sharon no. Reconocía la ventaja de Sharon durante las cuatro semanas anteriores, pero dudaba que un barco de investigación permitiera muchas oportunidades para encuentros románticos. Al menos, eso esperaba.
Un súbito chillido de Sigmund la hizo volverse, disgustada.
—Escúchame, se acabaron los chillidos —le ordenó, agitando un dedo hacia el pájaro multicolor, quien la miró, parpadeando, con sus maliciosos ojos amarillos—. Creo que Nick está empezando a tolerarte y no quiero verme obligada algún día a decidir entre él y tú. Después de lo que he pasado contigo estas cuatro últimas semanas, quizás lo escogiera a él en lugar de a ti, especie de plumero de colores, a pesar de los años que hemos pasado juntos.
Si no fuera porque no podía ser, habría jurado que Sigmund también había echado de menos a Lloyd. A medida que iban pasando los días, se había ido poniendo cada vez más chillón y exigente; parecía que estuviera esperando que alguien entrara por la puerta. _____ dudaba que hubiera podido tomarle cariño a Lloyd en tan poco tiempo, pero, al fin y al cabo, ¿no era lo que le había pasado a ella?
Finalmente se decidió por un traje de terciopelo rosa y lo sacó de la percha después de bajarle la cremallera. El color se reflejaba en sus mejillas, observó con satisfacción, mientras se contemplaba en el espejo. Tal vez aquello ayudaría a disimular las ojeras que habían pasado a convertirse en permanentes durante la ausencia de Nicholas. El traje parecía demasiado suelto. Impacientemente, ajustó la cremallera hacia arriba y hacia abajo hasta dejarla en un punto justo, encima del cierre de su sujetador.
Se calzó unos mocasines y decidió no ponerse joyas a excepción de sus pendientes de oro. No debía alertarlo con un atuendo elegante del tipo del que se había puesto aquella noche de antes de Navidad. Mientras se rociaba levemente con colonia detrás de las orejas, se preguntó si el hecho de librarse del árbol de Navidad dos semanas antes no habría supuesto un punto de inflexión para ella. Quizás, pensó. Lo había mantenido hasta el último momento, hasta que las agujas de pino cubrieron la alfombra y las ramas mustias casi tocaron el suelo.
Había guardado todos los adornos en una gran caja de cartón y, súbitamente, se había dado cuenta de que quería ser ella quien los sacara de nuevo junto a Lloyd el año siguiente. Quería ver cómo él arrojaba los carámbanos en su parte de árbol mientras ella los colocaba con cuidado uno a uno en la suya. Lo amaba y, de alguna forma, le haría comprender que ella era apropiada para él, que un compromiso de amor no era una sentencia a cadena perpetua.
Consultó el reloj de la mesilla mientras se arreglaba los rizos una vez más. Lo de «pulsar la nota precisa» le había llevado mucho más tiempo del que esperaba. El corazón le dio un vuelco al darse cuenta de que seguramente llegaría antes de la cena, y ya era casi la hora. ¿Debía preparar algo? No podía arriesgarse a preparar una cena para dos, parecería presuntuoso. Y rechazó la idea de hacer algo para ella sola. Sin nada en que ocuparse, se puso a deambular por la inmaculada sala de estar.
En un relámpago de inspiración, recordó la leña almacenada tras la puerta. Seguramente Nicholas no objetaría nada a que usara la leña para hacer un fuego. Cuidadosamente, fue llevando los leños, manteniéndolos alejados de su cuerpo para no estropearse el traje.
Varias hojas arrugadas de periódico la ayudaron a que por fin una llamita surgiese de uno de los troncos más pequeños. La alimentó, soplando suavemente, hasta que consiguió que prendiera en un tronco más grande. Satisfecha, se incorporó y se miró las manos; consternada, comprobó que estaban ennegrecidas por la tinta de periódico. Cuando se dirigía a la cocina para lavárselas, oyó el clic de una llave y, de pronto,Nicholas apareció en el umbral de la puerta.
_____ se abrochó el cierre delantero del sujetador reforzado y comprobó el efecto. Aquel apoyo complementario realzaba la turgencia de sus pechos, enfatizando el escote. Esperó que no resultara excesivamente sugerente. No quería exagerar. Como no había desempeñado nunca el papel de seductora, no tenía una idea clara y preconcebida sobre cómo desarrollar el proceso. Pero de una cosa sí estaba segura: iba a intentar hacer cambiar de idea a Nicholas respecto a su relación.
Recién duchada y ataviada únicamente con unas diminutas braguitas de encaje y su nuevo sujetador, contemplaba el ropero abierto, preguntándose qué podía ponerse. Quería pulsar la nota precisa, entre la indiferencia y la provocación directa. Quizás más adelante podría recurrir a algo realmente pícaro, pero por el momento quería una cosa un poco más neutra. No quería asustarlo.
Mientras revisaba las prendas meticulosamente, deseó saber qué aspecto tenía Sharon. Durante aquellas últimas cuatro semanas se había pasado mucho tiempo ante el espejo, valorando sus propios dones. Aunque nunca podría aspirar a ser alta y esbelta, estaba muy bien proporcionada para su estatura. Sus pechos eran firmes y de un tamaño decente, su trasero era redondeado y sólido sin parecer grande. Su orla de rizos dorados suavizaba la que de otro modo podía haber sido una línea de mandíbula demasiado dura, y confiaba en el azul oscuro de sus grandes ojos para distraer a Nicholas de la lluvia de pecas que cruzaba su nariz. Además, las pecas casi no se veían a la luz de las velas.
Relativamente satisfecha de su atractivo físico, Stephanie consideró su posición estratégica. Al fin y al cabo, ella vivía conNick, al menos por el momento. Sharon no. Reconocía la ventaja de Sharon durante las cuatro semanas anteriores, pero dudaba que un barco de investigación permitiera muchas oportunidades para encuentros románticos. Al menos, eso esperaba.
Un súbito chillido de Sigmund la hizo volverse, disgustada.
—Escúchame, se acabaron los chillidos —le ordenó, agitando un dedo hacia el pájaro multicolor, quien la miró, parpadeando, con sus maliciosos ojos amarillos—. Creo que Nick está empezando a tolerarte y no quiero verme obligada algún día a decidir entre él y tú. Después de lo que he pasado contigo estas cuatro últimas semanas, quizás lo escogiera a él en lugar de a ti, especie de plumero de colores, a pesar de los años que hemos pasado juntos.
Si no fuera porque no podía ser, habría jurado que Sigmund también había echado de menos a Lloyd. A medida que iban pasando los días, se había ido poniendo cada vez más chillón y exigente; parecía que estuviera esperando que alguien entrara por la puerta. _____ dudaba que hubiera podido tomarle cariño a Lloyd en tan poco tiempo, pero, al fin y al cabo, ¿no era lo que le había pasado a ella?
Finalmente se decidió por un traje de terciopelo rosa y lo sacó de la percha después de bajarle la cremallera. El color se reflejaba en sus mejillas, observó con satisfacción, mientras se contemplaba en el espejo. Tal vez aquello ayudaría a disimular las ojeras que habían pasado a convertirse en permanentes durante la ausencia de Nicholas. El traje parecía demasiado suelto. Impacientemente, ajustó la cremallera hacia arriba y hacia abajo hasta dejarla en un punto justo, encima del cierre de su sujetador.
Se calzó unos mocasines y decidió no ponerse joyas a excepción de sus pendientes de oro. No debía alertarlo con un atuendo elegante del tipo del que se había puesto aquella noche de antes de Navidad. Mientras se rociaba levemente con colonia detrás de las orejas, se preguntó si el hecho de librarse del árbol de Navidad dos semanas antes no habría supuesto un punto de inflexión para ella. Quizás, pensó. Lo había mantenido hasta el último momento, hasta que las agujas de pino cubrieron la alfombra y las ramas mustias casi tocaron el suelo.
Había guardado todos los adornos en una gran caja de cartón y, súbitamente, se había dado cuenta de que quería ser ella quien los sacara de nuevo junto a Lloyd el año siguiente. Quería ver cómo él arrojaba los carámbanos en su parte de árbol mientras ella los colocaba con cuidado uno a uno en la suya. Lo amaba y, de alguna forma, le haría comprender que ella era apropiada para él, que un compromiso de amor no era una sentencia a cadena perpetua.
Consultó el reloj de la mesilla mientras se arreglaba los rizos una vez más. Lo de «pulsar la nota precisa» le había llevado mucho más tiempo del que esperaba. El corazón le dio un vuelco al darse cuenta de que seguramente llegaría antes de la cena, y ya era casi la hora. ¿Debía preparar algo? No podía arriesgarse a preparar una cena para dos, parecería presuntuoso. Y rechazó la idea de hacer algo para ella sola. Sin nada en que ocuparse, se puso a deambular por la inmaculada sala de estar.
En un relámpago de inspiración, recordó la leña almacenada tras la puerta. Seguramente Nicholas no objetaría nada a que usara la leña para hacer un fuego. Cuidadosamente, fue llevando los leños, manteniéndolos alejados de su cuerpo para no estropearse el traje.
Varias hojas arrugadas de periódico la ayudaron a que por fin una llamita surgiese de uno de los troncos más pequeños. La alimentó, soplando suavemente, hasta que consiguió que prendiera en un tronco más grande. Satisfecha, se incorporó y se miró las manos; consternada, comprobó que estaban ennegrecidas por la tinta de periódico. Cuando se dirigía a la cocina para lavárselas, oyó el clic de una llave y, de pronto,Nicholas apareció en el umbral de la puerta.
Última edición por heyitsnicktanii el Mar 06 Mar 2012, 8:43 pm, editado 1 vez
heyitsnicktanii
Re: "Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
Capitulo 9
Maraton 3/4
—Has vuelto —dijo ella, con voz ahogada.
Su figura de anchos hombros parecía ocupar todo el vano. En una mano llevaba la maleta y en la otra, la chaqueta de pana que sostenía sobre el hombro. Algo brillaba en sus ojos mientras la contemplaba, algo que hizo que el corazón de _____ se pusiera a saltar locamente.
—Sí —dijo él con un pequeño suspiro, dejando la maleta en el suelo y la chaqueta encima. Cerró la puerta y a ella le pareció que estaba muy cansado—. ¿Qué tal has estado?
Su rica voz pareció envolverla. Estaba más delgado, le pareció a ______ mientras él se apartaba un mechón de oscuro pelo de la frente con un gesto nervioso. ¡Parecía mirarla con auténtica avidez!
—Bien. He estado bien. ¿Qué tal tu viaje?
Él se encogió de hombros.
—Hemos recopilado muchos datos valiosos.
Sus ojos dejaron de escrutarla durante un momento para recorrer la cocina y la sala de estar.
—Has estado haciendo limpieza, ¿verdad?
—Un poco —se acordó de sus manos sucias—. He… he usado tu leña para encender el fuego. Espero que no te importe.
—Creo que para eso la compré —parte de la tensión pareció desvanecerse de su rostro con el brillo jocoso de sus ojos—. De todas formas, no estoy seguro de que eso sea lo que has conseguido.
Pasó por delante de ella en dirección a los humeantes troncos y _____ contuvo el aliento mientras su fugaz proximidad, el aroma de pino de su loción de afeitado, la llenaban de anhelo.
Tenía razón. La diminuta llama que tan pacientemente había alimentado se había extinguido. Adiós ambiente, se dijo, dirigiéndose hacia el montón de periódicos para intentarlo otra vez.
—¿Quieres que lo haga yo? —se ofreció él.
—No, gracias. Es una cuestión de honor —respondió, sonriendo gravemente—. Me gusta terminar lo que empiezo.
—A mí también —dijo él en voz baja, y ella supo sin necesidad de mirar que la estaba contemplando.
No estaba segura de si se refería a ella, a Sharon… o incluso a su acuerdo con ella de compartir el piso. Siguió metiendo papel bajo la rejilla, sin querer mirarlo, y sintió un leve movimiento de aire cuando él se levantó.
—Si ya has logrado controlar esto, creo que yo voy a darme una ducha rápida —volvió a recoger la maleta y la chaqueta—. El agua caliente en las duchas no era precisamente uno de los lujos del barco.
Se detuvo delante de su dormitorio.
—¿Qué tal está Sigmund?
—Un poco cargante últimamente —confesó ella.
—¿Qué ha pasado? ¿Se le acabaron las reservas de cacahuetes?
Nicholas sonrió, y ______ no pudo evitar responder a su sonrisa.
—De hecho, sí. Y también se han agotado las de champiñones.
—Creo que vamos a tener que tomar alguna medida respecto a eso —dijo él, guiñándole un ojo. A continuación desapareció para darse la ducha.
Más caliente y más seca ya, la madera respondió con rapidez a los esfuerzos de _____. Tras colocar otra vez la pantalla de la chimenea, ésta se puso en pie y se dirigió al fregadero para limpiarse las manchas de las manos. Qué agradable resultaba tener de nuevo a Nicholas en casa, oírlo silbar mientras se duchaba. Si fueran una pareja normal, ella habría empezado a preparar la cena. Pero no podía hacer aquello, pensó mientras se secaba las manos y se acercaba a la mecedora para ponerse de cara al fuego.
—Qué preciosa imagen.
No le había oído salir de la habitación, quizás porque iba descalzo. Estaba ante ella, su silueta recortada por la débil luz del atardecer que entraba por la puerta corredera, y apenas podía distinguir sus rasgos, aunque sí podía ver que se había puesto unos vaqueros y una camisa. Se acercó a ella y el fuego hizo brillar los húmedos mechones de pelo que le caían sobre la frente.
—Veo que has tenido éxito con el fuego.
Se agachó junto a la mecedora y ella sintió el repentino impulso de atraer su cabeza hacia el regazo, de acariciarle el pelo húmedo que se le pegaba a la nuca.
—Sí, por fin lo conseguí.
Notó un nudo en la garganta al ver cómo contemplaba las llamas melancólicamente. Parecía muy solo.
—¿Has cenado ya? —alzó la mirada hacia ella.
—No. No tenía mucho apetito.
—Bien; quiero pedirte un gran favor —le lanzó una sonrisa de disculpa—. No dejé muchas cosas en la despensa para que no se estropeasen mientras estaba fuera, y he venido directamente a casa sin pararme en el supermercado.
«Directamente a casa». El corazón de ____ brincó de esperanza.
—¿Crees que podrías prestarme algo de lo tuyo hasta mañana?
Ella lo miró, sabiendo lo mucho que había deseado haberle preparado una cena caliente que lo esperase al llegar a casa. Pero no lo había hecho por miedo a excederse en sus atribuciones.
—Claro —trató de mantener un tono de voz desenfadado—. Voy a ver qué tenemos.
—Gracias,_____ —se puso de pie para seguirle a la cocina—. Sólo quiero pedirte una cosa.
—¿Qué?
—Que no comamos pescado.
—Pero ¿por qué? —lo miró sonriendo irónicamente y ambos se echaron a reír.
—¿Sabes lo que me apetecería de verdad? Hace años que no lo como —sacó un paquete de macarrones del estante de arriba—. Macarrones con queso. ¿Tienes queso?
—Creo que sí —respondió ella, riéndose mientras miraba en la nevera—. Sí, tengo queso. ¿Realmente es eso lo que te apetece?
—Seguro. Es lo más alejado del pescado que se me ocurre. Y esta vez haré yo la ensalada; con tus ingredientes, por supuesto.
Ella asintió con la cabeza, sin atreverse a hablar ante la naturalidad con la que él se refería a su última cena. Aquella noche de amor compartido había figurado de forma prominente en sus sueños durante la temporada que Nicholas había estado fuera. Se preguntó si habría significado algo para él.
Por fin se encontraron sentados como antes en los taburetes de la barra, uno junto al otro, con los muslos casi tocándose, con los dedos a sólo centímetros de distancia. _____ se preguntó si sería capaz de que un bocado atravesara el nudo que sentía en la garganta, pero pronto descubrió que tenía más apetito de lo que había imaginado.
—¿De qué trataba tu investigación? —preguntó ella mientras extendía mantequilla sobre un trozo de pan.
—Hemos recogido varios especímenes muy poco usuales. Esa zona es un auténtico hervidero de vida marina, _____. ¡Corales, esponjas y peces de unos colores que no parecen reales! —después de servirse otra cucharada, prosiguió—. Los macarrones están riquísimos.
—Gracias —replicó ella, resplandeciente de satisfacción.
—Lo mejor de esa zona de Baja California es que está limpia de polución humana. Estoy harto de encontrarme neumáticos viejos y latas vacías en la Bahía de San Diego. El mar puede ofrecer muchas respuestas para el futuro, y su supervivencia está en peligro por nuestra culpa… —se detuvo para untar mantequilla en el pan—. Me temo que te estoy soltando un panfleto, _____. Lo siento.
—No te preocupes. Es un panfleto comprensible, teniendo en cuenta tu trabajo.
—Y tú, ¿tienes algún tema sobre el que crees necesario soltar panfletos?
—Unos pocos, creo.
—¿Por ejemplo?
Ella titubeó un momento, y luego se lanzó.
—Los gabinetes de psicología que carecen de personal adecuado para realizar su tarea. La gente va allí esperando que la ayuden, y muchas veces sale peor que cuando entró. Luego se quejan, y eso va contra el prestigio de la profesión en su conjunto.
—Me pregunto si algunos consejeros de parejas entrarían dentro de esa categoría.
Ella sintió una punzada de dolor.
—Sí.
—Me lo imaginaba.
Siguió comiendo como si el tema no revistiera mayor interés para él; sin embargo, ella dudaba de su indiferencia. ¡Maldita fuera! No había pretendido sacar aquel tema a colación.
—Entonces… ¿en eso consistía principalmente vuestra investigación, en recoger especímenes? —inquirió ella, tratando de volver al tema anterior.
—Principalmente. Sin embargo, el estudio más interesante que estamos llevando a cabo está aún en pañales. Existe un animal marino que parece capaz de sobrevivir bien en agua contaminada, y que incluso puede servir de ayuda para limpiar algo de la porquería que llevamos años arrojando al océano.
—¿En serio? ¿Cuál es?
—El gusano marino —anunció él orgullosamente.
El tenedor de ______ hizo ruido contra el plato cuando lo dejó, mientras arrugaba la nariz mirando su contenido.
—¿Y tú querías comer macarrones?
Nicholas estalló en carcajadas y _____ no pudo evitar imitarlo.
—Supongo que no se me había ocurrido verlos desde ese punto de vista —consiguió explicar finalmente Nicholas—. Los gusanos de mar son muy grandes y no los había relacionado. Gracias a ti, acabo de hacerlo —apartó el plato—. Creo que ya no quiero más —dijo innecesariamente, sonriendo con ironía.
—Yo tampoco. Lo siento, estabas disfrutando mucho de la cena. ¿Te apetece un café?
—Buena idea. Podemos tomarlo junto al fuego.
Al cabo de unos momentos, estaban sentados con las piernas cruzadas delante de las danzarinas llamas, cada uno con una humeante taza de café en la mano.
Nick dio un largo sorbo del caliente líquido, y luego dejó la taza en el suelo lanzando un profundo suspiro. Apoyándose en los codos, dirigió la mirada hacia _____.
—Qué bien estar en casa otra vez —dijo en voz baja—. Te he echado de menos, Stephanie.
Ya estaba, lo había dicho. Ella dejó su taza con dedos temblorosos, tratando de permanecer en calma.
—Yo también te he echado de menos, Nicholas —replicó, sin atreverse a mirarlo.
—¿Puedo darte un beso de saludo?
Hizo la pregunta suavemente, pero en sus ojos ardía una emoción que convirtió la respuesta de ______ en una levísima exclamación de sorpresa. La presión de sus labios fue rápida, un cálido cosquilleo que se desvaneció antes de que ella pudiera responder. Se la quedó mirando con ojos brillantes, tentadores, provocándola para que diera ella el siguiente paso.
—¿Puedo darte un beso de bienvenida? —preguntó ella con la sombra de una sonrisa en los labios.
Él asintió con la cabeza, y ella vio el brillo de triunfo en sus ojos antes de que los cerrara.
Convertida en seductora, ______ se prometió que el triunfo final sería suyo. Deslizó una mano lentamente por debajo del cuello de su camisa y lo atrajo hacia ella, entreabriendo los labios y asaltando atrevidamente la boca de Nick con la punta de la lengua. Alentada en sus avances, deslizó los labios entreabiertos de forma sensual sobre los de él, mientras sus dedos le acariciaban la nuca.
De repente, los brazos deNicholas se cerraron en torno a su cuerpo, atrayéndola bruscamente hacia sí mientras hundía la boca en la suya con desesperado anhelo. Tras dejar su boca, comenzó a trazar un sendero de besos sobre su rostro mientras pronunciaba una y otra vez su nombre con voz ahogada, meciéndola entre los brazos. Ella se apretó gozosamente contra él, bebiendo de aquella pasión que esperaba que algún día se convirtiera en amor.
—Stephanie, estas semanas sin ti han sido un infierno —el áspero susurro acarició ardientemente su oído—. Ya sé lo que dijimos, pero yo…
______ lo hizo callar con un movimiento rápido de la mano, poniéndole un dedo sobre los labios.
—Chist. No necesitas explicarme nada ahora.
No quería analizar sus problemas aquella noche. Lo único que deseaba en aquel momento era mostrarle a Nick lo mucho que lo amaba, lo bien que podían estar juntos. Quizás luego encontrase la confianza y el valor necesarios para hablar de su futuro.
—Pero _____, ¿qué hay de…?
De nuevo volvió a hacerlo callar. Tal vez Lloyd se estaba preguntando por qué ella deseaba aquello, por qué estaba entre sus brazos, pero no deseaba contestar preguntas difíciles, al menos en aquel momento. Lo único que deseaba era conjurar el hechizo mágico que sólo Nicholas y ella podían crear. Lentamente, deslizó los dedos por debajo de su camisa y, asombrada de su propio atrevimiento, comenzó a acariciarle el pecho.
—¿Dejaste encendido el calentador de tu cama de agua mientras estabas fuera? —susurró ella, viendo cómo los ojos se le oscurecían por la pasión mientras sus dedos le arañaban levemente el pecho.
—¿Te gustaría comprobarlo?
Su voz, áspera de deseo, inflamó el fuego de sus venas.
—Sí.
Él se puso en pie en un solo movimiento, alzándola en vilo sin esfuerzo.
—¿Estás segura? —escrutó su rostro.
—Estoy segura —respondió ella con una radiante sonrisa, y él la estrechó con fuerza contra su pecho mientras la llevaba a su habitación.
Maraton 3/4
—Has vuelto —dijo ella, con voz ahogada.
Su figura de anchos hombros parecía ocupar todo el vano. En una mano llevaba la maleta y en la otra, la chaqueta de pana que sostenía sobre el hombro. Algo brillaba en sus ojos mientras la contemplaba, algo que hizo que el corazón de _____ se pusiera a saltar locamente.
—Sí —dijo él con un pequeño suspiro, dejando la maleta en el suelo y la chaqueta encima. Cerró la puerta y a ella le pareció que estaba muy cansado—. ¿Qué tal has estado?
Su rica voz pareció envolverla. Estaba más delgado, le pareció a ______ mientras él se apartaba un mechón de oscuro pelo de la frente con un gesto nervioso. ¡Parecía mirarla con auténtica avidez!
—Bien. He estado bien. ¿Qué tal tu viaje?
Él se encogió de hombros.
—Hemos recopilado muchos datos valiosos.
Sus ojos dejaron de escrutarla durante un momento para recorrer la cocina y la sala de estar.
—Has estado haciendo limpieza, ¿verdad?
—Un poco —se acordó de sus manos sucias—. He… he usado tu leña para encender el fuego. Espero que no te importe.
—Creo que para eso la compré —parte de la tensión pareció desvanecerse de su rostro con el brillo jocoso de sus ojos—. De todas formas, no estoy seguro de que eso sea lo que has conseguido.
Pasó por delante de ella en dirección a los humeantes troncos y _____ contuvo el aliento mientras su fugaz proximidad, el aroma de pino de su loción de afeitado, la llenaban de anhelo.
Tenía razón. La diminuta llama que tan pacientemente había alimentado se había extinguido. Adiós ambiente, se dijo, dirigiéndose hacia el montón de periódicos para intentarlo otra vez.
—¿Quieres que lo haga yo? —se ofreció él.
—No, gracias. Es una cuestión de honor —respondió, sonriendo gravemente—. Me gusta terminar lo que empiezo.
—A mí también —dijo él en voz baja, y ella supo sin necesidad de mirar que la estaba contemplando.
No estaba segura de si se refería a ella, a Sharon… o incluso a su acuerdo con ella de compartir el piso. Siguió metiendo papel bajo la rejilla, sin querer mirarlo, y sintió un leve movimiento de aire cuando él se levantó.
—Si ya has logrado controlar esto, creo que yo voy a darme una ducha rápida —volvió a recoger la maleta y la chaqueta—. El agua caliente en las duchas no era precisamente uno de los lujos del barco.
Se detuvo delante de su dormitorio.
—¿Qué tal está Sigmund?
—Un poco cargante últimamente —confesó ella.
—¿Qué ha pasado? ¿Se le acabaron las reservas de cacahuetes?
Nicholas sonrió, y ______ no pudo evitar responder a su sonrisa.
—De hecho, sí. Y también se han agotado las de champiñones.
—Creo que vamos a tener que tomar alguna medida respecto a eso —dijo él, guiñándole un ojo. A continuación desapareció para darse la ducha.
Más caliente y más seca ya, la madera respondió con rapidez a los esfuerzos de _____. Tras colocar otra vez la pantalla de la chimenea, ésta se puso en pie y se dirigió al fregadero para limpiarse las manchas de las manos. Qué agradable resultaba tener de nuevo a Nicholas en casa, oírlo silbar mientras se duchaba. Si fueran una pareja normal, ella habría empezado a preparar la cena. Pero no podía hacer aquello, pensó mientras se secaba las manos y se acercaba a la mecedora para ponerse de cara al fuego.
—Qué preciosa imagen.
No le había oído salir de la habitación, quizás porque iba descalzo. Estaba ante ella, su silueta recortada por la débil luz del atardecer que entraba por la puerta corredera, y apenas podía distinguir sus rasgos, aunque sí podía ver que se había puesto unos vaqueros y una camisa. Se acercó a ella y el fuego hizo brillar los húmedos mechones de pelo que le caían sobre la frente.
—Veo que has tenido éxito con el fuego.
Se agachó junto a la mecedora y ella sintió el repentino impulso de atraer su cabeza hacia el regazo, de acariciarle el pelo húmedo que se le pegaba a la nuca.
—Sí, por fin lo conseguí.
Notó un nudo en la garganta al ver cómo contemplaba las llamas melancólicamente. Parecía muy solo.
—¿Has cenado ya? —alzó la mirada hacia ella.
—No. No tenía mucho apetito.
—Bien; quiero pedirte un gran favor —le lanzó una sonrisa de disculpa—. No dejé muchas cosas en la despensa para que no se estropeasen mientras estaba fuera, y he venido directamente a casa sin pararme en el supermercado.
«Directamente a casa». El corazón de ____ brincó de esperanza.
—¿Crees que podrías prestarme algo de lo tuyo hasta mañana?
Ella lo miró, sabiendo lo mucho que había deseado haberle preparado una cena caliente que lo esperase al llegar a casa. Pero no lo había hecho por miedo a excederse en sus atribuciones.
—Claro —trató de mantener un tono de voz desenfadado—. Voy a ver qué tenemos.
—Gracias,_____ —se puso de pie para seguirle a la cocina—. Sólo quiero pedirte una cosa.
—¿Qué?
—Que no comamos pescado.
—Pero ¿por qué? —lo miró sonriendo irónicamente y ambos se echaron a reír.
—¿Sabes lo que me apetecería de verdad? Hace años que no lo como —sacó un paquete de macarrones del estante de arriba—. Macarrones con queso. ¿Tienes queso?
—Creo que sí —respondió ella, riéndose mientras miraba en la nevera—. Sí, tengo queso. ¿Realmente es eso lo que te apetece?
—Seguro. Es lo más alejado del pescado que se me ocurre. Y esta vez haré yo la ensalada; con tus ingredientes, por supuesto.
Ella asintió con la cabeza, sin atreverse a hablar ante la naturalidad con la que él se refería a su última cena. Aquella noche de amor compartido había figurado de forma prominente en sus sueños durante la temporada que Nicholas había estado fuera. Se preguntó si habría significado algo para él.
Por fin se encontraron sentados como antes en los taburetes de la barra, uno junto al otro, con los muslos casi tocándose, con los dedos a sólo centímetros de distancia. _____ se preguntó si sería capaz de que un bocado atravesara el nudo que sentía en la garganta, pero pronto descubrió que tenía más apetito de lo que había imaginado.
—¿De qué trataba tu investigación? —preguntó ella mientras extendía mantequilla sobre un trozo de pan.
—Hemos recogido varios especímenes muy poco usuales. Esa zona es un auténtico hervidero de vida marina, _____. ¡Corales, esponjas y peces de unos colores que no parecen reales! —después de servirse otra cucharada, prosiguió—. Los macarrones están riquísimos.
—Gracias —replicó ella, resplandeciente de satisfacción.
—Lo mejor de esa zona de Baja California es que está limpia de polución humana. Estoy harto de encontrarme neumáticos viejos y latas vacías en la Bahía de San Diego. El mar puede ofrecer muchas respuestas para el futuro, y su supervivencia está en peligro por nuestra culpa… —se detuvo para untar mantequilla en el pan—. Me temo que te estoy soltando un panfleto, _____. Lo siento.
—No te preocupes. Es un panfleto comprensible, teniendo en cuenta tu trabajo.
—Y tú, ¿tienes algún tema sobre el que crees necesario soltar panfletos?
—Unos pocos, creo.
—¿Por ejemplo?
Ella titubeó un momento, y luego se lanzó.
—Los gabinetes de psicología que carecen de personal adecuado para realizar su tarea. La gente va allí esperando que la ayuden, y muchas veces sale peor que cuando entró. Luego se quejan, y eso va contra el prestigio de la profesión en su conjunto.
—Me pregunto si algunos consejeros de parejas entrarían dentro de esa categoría.
Ella sintió una punzada de dolor.
—Sí.
—Me lo imaginaba.
Siguió comiendo como si el tema no revistiera mayor interés para él; sin embargo, ella dudaba de su indiferencia. ¡Maldita fuera! No había pretendido sacar aquel tema a colación.
—Entonces… ¿en eso consistía principalmente vuestra investigación, en recoger especímenes? —inquirió ella, tratando de volver al tema anterior.
—Principalmente. Sin embargo, el estudio más interesante que estamos llevando a cabo está aún en pañales. Existe un animal marino que parece capaz de sobrevivir bien en agua contaminada, y que incluso puede servir de ayuda para limpiar algo de la porquería que llevamos años arrojando al océano.
—¿En serio? ¿Cuál es?
—El gusano marino —anunció él orgullosamente.
El tenedor de ______ hizo ruido contra el plato cuando lo dejó, mientras arrugaba la nariz mirando su contenido.
—¿Y tú querías comer macarrones?
Nicholas estalló en carcajadas y _____ no pudo evitar imitarlo.
—Supongo que no se me había ocurrido verlos desde ese punto de vista —consiguió explicar finalmente Nicholas—. Los gusanos de mar son muy grandes y no los había relacionado. Gracias a ti, acabo de hacerlo —apartó el plato—. Creo que ya no quiero más —dijo innecesariamente, sonriendo con ironía.
—Yo tampoco. Lo siento, estabas disfrutando mucho de la cena. ¿Te apetece un café?
—Buena idea. Podemos tomarlo junto al fuego.
Al cabo de unos momentos, estaban sentados con las piernas cruzadas delante de las danzarinas llamas, cada uno con una humeante taza de café en la mano.
Nick dio un largo sorbo del caliente líquido, y luego dejó la taza en el suelo lanzando un profundo suspiro. Apoyándose en los codos, dirigió la mirada hacia _____.
—Qué bien estar en casa otra vez —dijo en voz baja—. Te he echado de menos, Stephanie.
Ya estaba, lo había dicho. Ella dejó su taza con dedos temblorosos, tratando de permanecer en calma.
—Yo también te he echado de menos, Nicholas —replicó, sin atreverse a mirarlo.
—¿Puedo darte un beso de saludo?
Hizo la pregunta suavemente, pero en sus ojos ardía una emoción que convirtió la respuesta de ______ en una levísima exclamación de sorpresa. La presión de sus labios fue rápida, un cálido cosquilleo que se desvaneció antes de que ella pudiera responder. Se la quedó mirando con ojos brillantes, tentadores, provocándola para que diera ella el siguiente paso.
—¿Puedo darte un beso de bienvenida? —preguntó ella con la sombra de una sonrisa en los labios.
Él asintió con la cabeza, y ella vio el brillo de triunfo en sus ojos antes de que los cerrara.
Convertida en seductora, ______ se prometió que el triunfo final sería suyo. Deslizó una mano lentamente por debajo del cuello de su camisa y lo atrajo hacia ella, entreabriendo los labios y asaltando atrevidamente la boca de Nick con la punta de la lengua. Alentada en sus avances, deslizó los labios entreabiertos de forma sensual sobre los de él, mientras sus dedos le acariciaban la nuca.
De repente, los brazos deNicholas se cerraron en torno a su cuerpo, atrayéndola bruscamente hacia sí mientras hundía la boca en la suya con desesperado anhelo. Tras dejar su boca, comenzó a trazar un sendero de besos sobre su rostro mientras pronunciaba una y otra vez su nombre con voz ahogada, meciéndola entre los brazos. Ella se apretó gozosamente contra él, bebiendo de aquella pasión que esperaba que algún día se convirtiera en amor.
—Stephanie, estas semanas sin ti han sido un infierno —el áspero susurro acarició ardientemente su oído—. Ya sé lo que dijimos, pero yo…
______ lo hizo callar con un movimiento rápido de la mano, poniéndole un dedo sobre los labios.
—Chist. No necesitas explicarme nada ahora.
No quería analizar sus problemas aquella noche. Lo único que deseaba en aquel momento era mostrarle a Nick lo mucho que lo amaba, lo bien que podían estar juntos. Quizás luego encontrase la confianza y el valor necesarios para hablar de su futuro.
—Pero _____, ¿qué hay de…?
De nuevo volvió a hacerlo callar. Tal vez Lloyd se estaba preguntando por qué ella deseaba aquello, por qué estaba entre sus brazos, pero no deseaba contestar preguntas difíciles, al menos en aquel momento. Lo único que deseaba era conjurar el hechizo mágico que sólo Nicholas y ella podían crear. Lentamente, deslizó los dedos por debajo de su camisa y, asombrada de su propio atrevimiento, comenzó a acariciarle el pecho.
—¿Dejaste encendido el calentador de tu cama de agua mientras estabas fuera? —susurró ella, viendo cómo los ojos se le oscurecían por la pasión mientras sus dedos le arañaban levemente el pecho.
—¿Te gustaría comprobarlo?
Su voz, áspera de deseo, inflamó el fuego de sus venas.
—Sí.
Él se puso en pie en un solo movimiento, alzándola en vilo sin esfuerzo.
—¿Estás segura? —escrutó su rostro.
—Estoy segura —respondió ella con una radiante sonrisa, y él la estrechó con fuerza contra su pecho mientras la llevaba a su habitación.
Última edición por heyitsnicktanii el Mar 06 Mar 2012, 8:41 pm, editado 1 vez
heyitsnicktanii
Re: "Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
Maraton 4/4
Aquella vez no hubo exquisitas exploraciones mutuas; su urgencia era demasiado grande. Nicholas se quitó rápidamente la camisa antes de bajar la cremallera del traje de _____ y despojarle diestramente de él. Se detuvo sólo brevemente para besarle el escote antes de desabrocharle, con un gesto impaciente, el cierre delantero del sujetador.
—Dios, _____, me siento casi como un violador, pero es que te deseo muchísimo —dijo con voz ronca, tirando de sus delicadas bragas.
Ella lo deseaba con igual desesperación, y sus dedos se dirigieron al cierre de los téjanos de Nick. Podía sentir la turgencia bajo el pantalón, y tiró arrastrada por un intenso anhelo mientras las manos de Nick le hacían alcanzar un punto febril.
—Perdóname, pero no puedo esperar, ____—susurró ásperamente mientras caían, desnudos, sobre la cama.
Su rostro se alzó sobre el de ella mientras abría las piernas para recibirlo; experimentaba idéntica pasión a la que podía contemplar en los ojos de él.
—No necesito más tiempo. Te deseo —murmuró y su voz ronca resonó en la oscura habitación.
Contempló su rostro mientras penetraba en ella, vio cómo sus ojos se cerraban durante un instante. Cuando los abrió de nuevo, brillaban como cubiertos por una capa de lágrimas contenidas.
______ sintió que sus ojos también se humedecían mientras él se movía con ternura en su interior. Gradualmente, sus movimientos fueron cobrando un ritmo más insistente, y entonces le tocó a ella cerrar los ojos mientras las olas de un placer que recordaba muy bien la arrastraban hacia una costa ya familiar. En el momento del impacto, sus ojos se abrieron bruscamente para ver el rostro de Nick, inundado de felicidad al contemplar las violentas emociones que despertaba en ella. Gritó, clavando con fuerza los dedos en su firme espalda, y lo sintió penetrar aún más en su interior, gritando de gozo a la vez que ella.
Mientras se derrumbaba, tembloroso, encima de ella, ______ lo envolvió con fuerza entre sus brazos. La paz los cubrió como una cálida manta, y _____ sonrió en la oscuridad. Todo iba a ir bien. ¿Cómo podía perder, cuando algo tan maravilloso como aquello, podía suceder entre ellos? Iba a conquistar su amor. No podía ser de otra forma.
La cama estaba vacía cuando se despertó, y durante un terrible momento temió que la hubiera vuelto a dejar, tal vez para irse con Sharon. El alivio la invadió al oír el ruido de la sartén, seguido del sabroso aroma del beicon. Probablemente «su» beicon, pensó sonriendo para sí misma al imaginárselo decidiendo si despertarla para pedirle permiso o utilizarlo para darle una sorpresa con el desayuno. Le gustaba que hubiera optado por lo segundo, decidió, estirándose y rodando deliberadamente sobre sí misma para poner en movimiento el cálido colchón.
—¿Te lo estás pasando bien aquí sólita? —dijo Lloyd acercándose a la cama, con la espumadera en la mano y sonriendo irónicamente—. No me gustaría nada haber sido sustituido por una cama de agua.
Se sentó en el borde y alargó una mano para cubrir uno de sus pechos, tapado por la sábana.
—No hay peligro de que eso suceda —dijo ella en voz baja mientras sus mejillas se encendían bruscamente ante la familiaridad que mostraba él para con su cuerpo.
La perezosa caricia ya le estaba produciendo efecto, haciéndola retorcerse bajo su mano.
—¿No deberías estar atendiendo a lo que tienes al fuego? —inquirió ella mientras un olor ligeramente acre penetraba en la habitación.
—¡Ah, sí! —se puso de pie de un salto—. Casi se me olvida por qué había venido aquí. ¿Cómo prefieres los huevos, fritos o escalfados?
—Fritos —respondió ella sonriendo.
—Yo también.
—Pues espero que el beicon te guste muy hecho —dijo con tono burlón mientras él salía corriendo para intentar salvar del desastre total las humeantes tiras de beicon.
Tan pronto como se hubo ido, ella se levantó trabajosamente de la cama, pues aún no estaba acostumbrada a su ondulante superficie. La bata de Nick, de seda negra con un ribete rojo; estaba tirada con descuido a los pies de la cama, casi como si la hubiera dejado para ella. Sonrió irónicamente, recordando la primera vez que había visto aquella prenda, conNicholas dentro. Se dejó llevar por el impulso y se la puso, sintiendo la deliciosa caricia de la fría seda sobre la piel, y se anudó el cinturón.
—Por mucho que hables en contra del negro, estás sensacional con esa bata —observó Nick al verla.
Ella extendió los brazos, abriendo las mangas como si fueran alas.
—Es preciosa. ¿De dónde la has sacado?
Inmediatamente, deseó no haber hecho la pregunta.
—Fue un regalo —replicó él escuetamente, y volvió a centrar su atención en el horno.
«¿Por qué no mantendré la boca cerrada? Probablemente se la regaló Sharon», se dijo a sí misma con irritación.
—No quisiera mancharla de huevo —se apresuró a decir—, así que voy a ponerme la mía antes de desayunar.
De nuevo en su habitación, notó que él le había cambiado el agua a Sigmund y vio restos de fruta en su pocillo de la comida. Se quitó la bata de Lloyd y se puso su albornoz blanco antes de volver a dejar la bata en la habitación.
—¡El desayuno! —gritó Nicholas mientras ella estaba doblando la elegante bata negra. «Quienquiera que se la regalase sabía que le gustaba el negro», pensó sombríamente.
—¡Voy corriendo! —gritó ella a su vez, tratando de adoptar un tono desenfadado—. Oh, qué maravilla.
Se detuvo en seco, transfigurada, conmovida por sus esfuerzos.
Aunque no le había oído salir, debía haber ido a comprar el periódico temprano aquella mañana, porque allí estaba la edición dominical sobre la mesa. Y algún vecino debía tener dos margaritas menos, a juzgar por las flores que se salían del cuello de una botella llena de agua. Dos copas de zumo de naranja servían de complemento a sendos platos con un huevo perfectamente cocinado y varias tiras de beicon, demasiado fritas; junto a las copas humeaban dos tazas de café recién hecho.
—Me alegro de que te guste —dijo él, radiante, mientras dejaba sobre la mesa un plato con tostadas con mantequilla—. Siento lo del beicon —añadió mientras se sentaba en el taburete, junto a ella—. Es difícil ser un chef de campeonato cuando se tienen unas distracciones tan tremendas al alcance de la mano.
_____ siguió la dirección de la mirada de Nick y se dio cuenta de que la parte delantera de su bata se abría lo suficiente como para permitir una clara visión de sus pechos.
—Dios me libre de ser obstáculo a la grandeza culinaria —dijo ella, riéndose y sintiendo que recuperaba parte de su buen humor anterior— se tapó mejor y se apretó más el cinturón.
—¿Está mejor así?
—No, pero creo que me ayudará a concentrarme más en la comida.
Se llevó el zumo a los labios y ella lo contempló mientras bebía, deseando poder probar aquel zumo agridulce de su boca, deseando experimentar todo lo que él hacía.
—¿No vas a leer el periódico? —preguntó Nicholas, titubeante, mientras dejaba la copa otra vez.
Ella sonrió.
—¿Quieres la mitad?
Su sonrisa le dio la respuesta, y se pusieron a dividir las secciones. Ambos se quedaron sorprendidos al darse de cuenta de que los dos mostraban interés por las páginas de jardinería.
—Y ni siquiera tenemos dónde practicarla —dijo _____, riéndose.
—Sí, ya lo sé. Es el inconveniente que tiene este sitio. Me gustaría tener un pequeño jardín algún día —confesó Nicholas, y _____ se permitió soñar que lo cuidaba con él, que pasaban juntos el tiempo disfrutando del placer de crear un jardín con sus propias manos.
Observó subrepticiamente cómo él devoraba un artículo sobre árboles de sombra y pensó con satisfacción que así era como se suponía que tenía que empezar una mañana de domingo. Lloyd era la imagen misma de la tranquilidad y la relajación, vestido con su camiseta blanca y sus vaqueros, con zapatillas de lona y aquel sempiterno mechón de pelo oscuro que le caía sobre la frente. De pronto, alzó la vista y la sorprendió mirándolo.
—¿Estás leyendo el periódico o a mí?
—Oh, el periódico puedo leerlo siempre —replicó ella—. Tú eres un material mucho más elusivo.
—¿Y no te gustaría hacer algo al respecto, _____?
La pregunta quedó flotando entre ellos, ambigua e incontestable. ¿Se lo estaba preguntando porque deseaba un compromiso de ella, o porque lo temía? No se le ocurrió nada que decir mientras contemplaba sus ojos, le resultaba imposible leer su expresión. Bajó la mirada y se volvió hacia el mostrador para recoger los platos vacíos.
—Tú has hecho el desayuno, así que me toca fregar a mí. Me parece lo más justo —dijo desenfadadamente.
—Muy bien. Y después iremos a la tienda a restituir todo lo que he tomado prestado.
Parecía querer dejar el tema, y ella suspiró interiormente, aliviada. Todavía no. No quería que llegase aún el momento decisivo.
—De acuerdo, pero antes quiero darme una buena ducha.
Vertió el aromático lavavajillas en el fregadero y abrió el grifo del agua caliente. Después, sumergió los platos y las tazas sucias en la burbujeante mezcla.
—¿Has vuelto a considerar alguna vez la medida de ahorro de agua que te propuse hace mucho tiempo? En mi ducha caben dos personas.
Deseó preguntarle cómo lo sabía, pero prefirió resistir las ganas de hacerlo. Podía hacer el amor en la misma cama que tal vez había usado Sharon, así que ¿por qué ponerle reparos a la ducha?
—Tal vez podría considerar algo en ese sentido —replicó mientras colocaba los platos aclarados en el escurridor—. Cuando haya acabado con los platos.
—¿En serio?
Su voz le llegó desde muy cerca, al oído, mientras sentía que sus fuertes brazos la rodeaban, atrayéndola hacia la firmeza de su cuerpo.
—¿Qué puedo hacer para convencerte?
Él deslizó una mano por el interior de su bata mientras la otra le deshacía el nudo del cinturón. La prenda se abrió, exponiéndola completamente al asalto de sus ávidas manos.
—¡Nick! Tengo las manos mojadas y estoy intentando…
—Sigue intentándolo —murmuró él, besándole el hombro mientras su mano llegaba hasta el suave núcleo de su feminidad—. Aquí estoy yo tratando de seducirte, y tú preocupada por los dichosos platos. Eres un auténtico reto para el ego de cualquiera,____.
Siguió acariciándola despiadadamente hasta que ella sintió que le fallaban las piernas.
—Nicholas —jadeó ella de nuevo, aferrándose al borde del fregadero para no caerse.
—Si vuelves a mencionar los platos, no respondo de mis actos —dijo él con voz ronca, frotando contra ella la dureza de su deseo.
Con un gruñido, ______se volvió y le rodeó el cuello con los brazos enjabonados, apretando contra él sus caderas. Sintió el frío metal de la hebilla contra su piel desnuda.
—¿Platos?, ¿qué platos? —murmuró antes de reclamar su boca.
—Eso está mejor.
La voz de Nick era ronca, de pura pasión. Cuando logró despegar los labios de los de ella, la alzó en vilo de un solo movimiento.
—Y ahora, ¡al agua patos, querida Collier!
______ miró embobada cómo él se desnudaba y abría los grifos de la ducha. Ella se quitó la bata y esperó a que él se diera la vuelta.
—Dios mío, es un auténtico placer mirarte —susurró—. Ven aquí.
Extendió la mano y cuando ella la tomó, la atrajo lentamente hacia la cálida lluvia de la ducha. La besó bajo el agua, apretando contra el suyo el cuerpo resbaladizo de ella, dejando que sintiera su deseo mientras el agua corría por los cuerpos de ambos.
—¿Lo has intentado alguna vez en la ducha?
—¿Intentado el qué? —inquirió ella, sonriendo irónicamente.
—Consideraré eso una respuesta negativa —gruñó él juguetonamente—. Ya es hora de que tengas una nueva experiencia, mi pequeña margarita. Agárrate a mis hombros y, cuando llegue el momento, rodéame la cintura con las piernas.
Él alzó las caderas y cuando _____ sintió que su palpitante calidez la penetraba, cerró las esbeltas piernas en torno a su cintura, animándolo a entrar más profundamente. Pero las decisiones estaban totalmente en manos de Nicholas en aquel momento y ella le susurraba al oído mientras el agua caliente caía incansablemente sobre sus cuerpos como una caricia líquida. Poco a poco, la fue llevando hasta el punto culminante, mientras ella sentía el ruido del agua como un estruendo.
—Ahora, ______, ahora —le oyó gruñir en el preciso instante en que una profunda conmoción sacudió su cuerpo.
[color=violet][Espero que les gusten ya solo faltan 2 capitulos y el epilogo,si hay mas de 5 comentarios les dejo mañana otro capitulo les parece,gracias a todas por leer las quiero :hug: /color]
Aquella vez no hubo exquisitas exploraciones mutuas; su urgencia era demasiado grande. Nicholas se quitó rápidamente la camisa antes de bajar la cremallera del traje de _____ y despojarle diestramente de él. Se detuvo sólo brevemente para besarle el escote antes de desabrocharle, con un gesto impaciente, el cierre delantero del sujetador.
—Dios, _____, me siento casi como un violador, pero es que te deseo muchísimo —dijo con voz ronca, tirando de sus delicadas bragas.
Ella lo deseaba con igual desesperación, y sus dedos se dirigieron al cierre de los téjanos de Nick. Podía sentir la turgencia bajo el pantalón, y tiró arrastrada por un intenso anhelo mientras las manos de Nick le hacían alcanzar un punto febril.
—Perdóname, pero no puedo esperar, ____—susurró ásperamente mientras caían, desnudos, sobre la cama.
Su rostro se alzó sobre el de ella mientras abría las piernas para recibirlo; experimentaba idéntica pasión a la que podía contemplar en los ojos de él.
—No necesito más tiempo. Te deseo —murmuró y su voz ronca resonó en la oscura habitación.
Contempló su rostro mientras penetraba en ella, vio cómo sus ojos se cerraban durante un instante. Cuando los abrió de nuevo, brillaban como cubiertos por una capa de lágrimas contenidas.
______ sintió que sus ojos también se humedecían mientras él se movía con ternura en su interior. Gradualmente, sus movimientos fueron cobrando un ritmo más insistente, y entonces le tocó a ella cerrar los ojos mientras las olas de un placer que recordaba muy bien la arrastraban hacia una costa ya familiar. En el momento del impacto, sus ojos se abrieron bruscamente para ver el rostro de Nick, inundado de felicidad al contemplar las violentas emociones que despertaba en ella. Gritó, clavando con fuerza los dedos en su firme espalda, y lo sintió penetrar aún más en su interior, gritando de gozo a la vez que ella.
Mientras se derrumbaba, tembloroso, encima de ella, ______ lo envolvió con fuerza entre sus brazos. La paz los cubrió como una cálida manta, y _____ sonrió en la oscuridad. Todo iba a ir bien. ¿Cómo podía perder, cuando algo tan maravilloso como aquello, podía suceder entre ellos? Iba a conquistar su amor. No podía ser de otra forma.
La cama estaba vacía cuando se despertó, y durante un terrible momento temió que la hubiera vuelto a dejar, tal vez para irse con Sharon. El alivio la invadió al oír el ruido de la sartén, seguido del sabroso aroma del beicon. Probablemente «su» beicon, pensó sonriendo para sí misma al imaginárselo decidiendo si despertarla para pedirle permiso o utilizarlo para darle una sorpresa con el desayuno. Le gustaba que hubiera optado por lo segundo, decidió, estirándose y rodando deliberadamente sobre sí misma para poner en movimiento el cálido colchón.
—¿Te lo estás pasando bien aquí sólita? —dijo Lloyd acercándose a la cama, con la espumadera en la mano y sonriendo irónicamente—. No me gustaría nada haber sido sustituido por una cama de agua.
Se sentó en el borde y alargó una mano para cubrir uno de sus pechos, tapado por la sábana.
—No hay peligro de que eso suceda —dijo ella en voz baja mientras sus mejillas se encendían bruscamente ante la familiaridad que mostraba él para con su cuerpo.
La perezosa caricia ya le estaba produciendo efecto, haciéndola retorcerse bajo su mano.
—¿No deberías estar atendiendo a lo que tienes al fuego? —inquirió ella mientras un olor ligeramente acre penetraba en la habitación.
—¡Ah, sí! —se puso de pie de un salto—. Casi se me olvida por qué había venido aquí. ¿Cómo prefieres los huevos, fritos o escalfados?
—Fritos —respondió ella sonriendo.
—Yo también.
—Pues espero que el beicon te guste muy hecho —dijo con tono burlón mientras él salía corriendo para intentar salvar del desastre total las humeantes tiras de beicon.
Tan pronto como se hubo ido, ella se levantó trabajosamente de la cama, pues aún no estaba acostumbrada a su ondulante superficie. La bata de Nick, de seda negra con un ribete rojo; estaba tirada con descuido a los pies de la cama, casi como si la hubiera dejado para ella. Sonrió irónicamente, recordando la primera vez que había visto aquella prenda, conNicholas dentro. Se dejó llevar por el impulso y se la puso, sintiendo la deliciosa caricia de la fría seda sobre la piel, y se anudó el cinturón.
—Por mucho que hables en contra del negro, estás sensacional con esa bata —observó Nick al verla.
Ella extendió los brazos, abriendo las mangas como si fueran alas.
—Es preciosa. ¿De dónde la has sacado?
Inmediatamente, deseó no haber hecho la pregunta.
—Fue un regalo —replicó él escuetamente, y volvió a centrar su atención en el horno.
«¿Por qué no mantendré la boca cerrada? Probablemente se la regaló Sharon», se dijo a sí misma con irritación.
—No quisiera mancharla de huevo —se apresuró a decir—, así que voy a ponerme la mía antes de desayunar.
De nuevo en su habitación, notó que él le había cambiado el agua a Sigmund y vio restos de fruta en su pocillo de la comida. Se quitó la bata de Lloyd y se puso su albornoz blanco antes de volver a dejar la bata en la habitación.
—¡El desayuno! —gritó Nicholas mientras ella estaba doblando la elegante bata negra. «Quienquiera que se la regalase sabía que le gustaba el negro», pensó sombríamente.
—¡Voy corriendo! —gritó ella a su vez, tratando de adoptar un tono desenfadado—. Oh, qué maravilla.
Se detuvo en seco, transfigurada, conmovida por sus esfuerzos.
Aunque no le había oído salir, debía haber ido a comprar el periódico temprano aquella mañana, porque allí estaba la edición dominical sobre la mesa. Y algún vecino debía tener dos margaritas menos, a juzgar por las flores que se salían del cuello de una botella llena de agua. Dos copas de zumo de naranja servían de complemento a sendos platos con un huevo perfectamente cocinado y varias tiras de beicon, demasiado fritas; junto a las copas humeaban dos tazas de café recién hecho.
—Me alegro de que te guste —dijo él, radiante, mientras dejaba sobre la mesa un plato con tostadas con mantequilla—. Siento lo del beicon —añadió mientras se sentaba en el taburete, junto a ella—. Es difícil ser un chef de campeonato cuando se tienen unas distracciones tan tremendas al alcance de la mano.
_____ siguió la dirección de la mirada de Nick y se dio cuenta de que la parte delantera de su bata se abría lo suficiente como para permitir una clara visión de sus pechos.
—Dios me libre de ser obstáculo a la grandeza culinaria —dijo ella, riéndose y sintiendo que recuperaba parte de su buen humor anterior— se tapó mejor y se apretó más el cinturón.
—¿Está mejor así?
—No, pero creo que me ayudará a concentrarme más en la comida.
Se llevó el zumo a los labios y ella lo contempló mientras bebía, deseando poder probar aquel zumo agridulce de su boca, deseando experimentar todo lo que él hacía.
—¿No vas a leer el periódico? —preguntó Nicholas, titubeante, mientras dejaba la copa otra vez.
Ella sonrió.
—¿Quieres la mitad?
Su sonrisa le dio la respuesta, y se pusieron a dividir las secciones. Ambos se quedaron sorprendidos al darse de cuenta de que los dos mostraban interés por las páginas de jardinería.
—Y ni siquiera tenemos dónde practicarla —dijo _____, riéndose.
—Sí, ya lo sé. Es el inconveniente que tiene este sitio. Me gustaría tener un pequeño jardín algún día —confesó Nicholas, y _____ se permitió soñar que lo cuidaba con él, que pasaban juntos el tiempo disfrutando del placer de crear un jardín con sus propias manos.
Observó subrepticiamente cómo él devoraba un artículo sobre árboles de sombra y pensó con satisfacción que así era como se suponía que tenía que empezar una mañana de domingo. Lloyd era la imagen misma de la tranquilidad y la relajación, vestido con su camiseta blanca y sus vaqueros, con zapatillas de lona y aquel sempiterno mechón de pelo oscuro que le caía sobre la frente. De pronto, alzó la vista y la sorprendió mirándolo.
—¿Estás leyendo el periódico o a mí?
—Oh, el periódico puedo leerlo siempre —replicó ella—. Tú eres un material mucho más elusivo.
—¿Y no te gustaría hacer algo al respecto, _____?
La pregunta quedó flotando entre ellos, ambigua e incontestable. ¿Se lo estaba preguntando porque deseaba un compromiso de ella, o porque lo temía? No se le ocurrió nada que decir mientras contemplaba sus ojos, le resultaba imposible leer su expresión. Bajó la mirada y se volvió hacia el mostrador para recoger los platos vacíos.
—Tú has hecho el desayuno, así que me toca fregar a mí. Me parece lo más justo —dijo desenfadadamente.
—Muy bien. Y después iremos a la tienda a restituir todo lo que he tomado prestado.
Parecía querer dejar el tema, y ella suspiró interiormente, aliviada. Todavía no. No quería que llegase aún el momento decisivo.
—De acuerdo, pero antes quiero darme una buena ducha.
Vertió el aromático lavavajillas en el fregadero y abrió el grifo del agua caliente. Después, sumergió los platos y las tazas sucias en la burbujeante mezcla.
—¿Has vuelto a considerar alguna vez la medida de ahorro de agua que te propuse hace mucho tiempo? En mi ducha caben dos personas.
Deseó preguntarle cómo lo sabía, pero prefirió resistir las ganas de hacerlo. Podía hacer el amor en la misma cama que tal vez había usado Sharon, así que ¿por qué ponerle reparos a la ducha?
—Tal vez podría considerar algo en ese sentido —replicó mientras colocaba los platos aclarados en el escurridor—. Cuando haya acabado con los platos.
—¿En serio?
Su voz le llegó desde muy cerca, al oído, mientras sentía que sus fuertes brazos la rodeaban, atrayéndola hacia la firmeza de su cuerpo.
—¿Qué puedo hacer para convencerte?
Él deslizó una mano por el interior de su bata mientras la otra le deshacía el nudo del cinturón. La prenda se abrió, exponiéndola completamente al asalto de sus ávidas manos.
—¡Nick! Tengo las manos mojadas y estoy intentando…
—Sigue intentándolo —murmuró él, besándole el hombro mientras su mano llegaba hasta el suave núcleo de su feminidad—. Aquí estoy yo tratando de seducirte, y tú preocupada por los dichosos platos. Eres un auténtico reto para el ego de cualquiera,____.
Siguió acariciándola despiadadamente hasta que ella sintió que le fallaban las piernas.
—Nicholas —jadeó ella de nuevo, aferrándose al borde del fregadero para no caerse.
—Si vuelves a mencionar los platos, no respondo de mis actos —dijo él con voz ronca, frotando contra ella la dureza de su deseo.
Con un gruñido, ______se volvió y le rodeó el cuello con los brazos enjabonados, apretando contra él sus caderas. Sintió el frío metal de la hebilla contra su piel desnuda.
—¿Platos?, ¿qué platos? —murmuró antes de reclamar su boca.
—Eso está mejor.
La voz de Nick era ronca, de pura pasión. Cuando logró despegar los labios de los de ella, la alzó en vilo de un solo movimiento.
—Y ahora, ¡al agua patos, querida Collier!
______ miró embobada cómo él se desnudaba y abría los grifos de la ducha. Ella se quitó la bata y esperó a que él se diera la vuelta.
—Dios mío, es un auténtico placer mirarte —susurró—. Ven aquí.
Extendió la mano y cuando ella la tomó, la atrajo lentamente hacia la cálida lluvia de la ducha. La besó bajo el agua, apretando contra el suyo el cuerpo resbaladizo de ella, dejando que sintiera su deseo mientras el agua corría por los cuerpos de ambos.
—¿Lo has intentado alguna vez en la ducha?
—¿Intentado el qué? —inquirió ella, sonriendo irónicamente.
—Consideraré eso una respuesta negativa —gruñó él juguetonamente—. Ya es hora de que tengas una nueva experiencia, mi pequeña margarita. Agárrate a mis hombros y, cuando llegue el momento, rodéame la cintura con las piernas.
Él alzó las caderas y cuando _____ sintió que su palpitante calidez la penetraba, cerró las esbeltas piernas en torno a su cintura, animándolo a entrar más profundamente. Pero las decisiones estaban totalmente en manos de Nicholas en aquel momento y ella le susurraba al oído mientras el agua caliente caía incansablemente sobre sus cuerpos como una caricia líquida. Poco a poco, la fue llevando hasta el punto culminante, mientras ella sentía el ruido del agua como un estruendo.
—Ahora, ______, ahora —le oyó gruñir en el preciso instante en que una profunda conmoción sacudió su cuerpo.
[color=violet][Espero que les gusten ya solo faltan 2 capitulos y el epilogo,si hay mas de 5 comentarios les dejo mañana otro capitulo les parece,gracias a todas por leer las quiero :hug: /color]
heyitsnicktanii
Re: "Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
Por dioss! ya quiero saber que va a pasar.....
Sube capi!
xoxo
Sube capi!
xoxo
AmyBaqueiro
Re: "Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
COMO LA DEJAS ASI!!!!!!
LA AMA......ACEPTA NICK
SIGUELA!!!!
LA AMA......ACEPTA NICK
SIGUELA!!!!
*Stephanie*
Re: "Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
ohhhhhhhhh cielos soy yo oh nick se dio cuenta de que la amaba mientras estaba lejos????? ahhhhhh que emocion tan verdeeeeeeeeee!!!!
mas mas mas mas mas :bounce: :bounce: :bounce: jejejjee
gracias por la maraton ton !!!!
mas mas mas mas mas :bounce: :bounce: :bounce: jejejjee
gracias por la maraton ton !!!!
jennito moreno
Re: "Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
awwwww nick lo amo y me encanta su papel en esta nove :twisted:
jajajajaja q... sexy
diganme no les pasa q todo lo q leen va pasanda como pelicula
en tu cabeza :cyclops: e imainarte eso es..... -no encuentro la palabra adecuada- jajajaja nick q... hot!!! :arre:
siguelaaaaaaaaa ya falta poco q mal :( ya me
encariñe bueno q mas da! :roll: me avisas cuando subas otra eh?? :¬w¬:
xao nena siguelaaaaaaaaa
jajajajaja q... sexy
diganme no les pasa q todo lo q leen va pasanda como pelicula
en tu cabeza :cyclops: e imainarte eso es..... -no encuentro la palabra adecuada- jajajaja nick q... hot!!! :arre:
siguelaaaaaaaaa ya falta poco q mal :( ya me
encariñe bueno q mas da! :roll: me avisas cuando subas otra eh?? :¬w¬:
xao nena siguelaaaaaaaaa
As I am
Re: "Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
wiiiiii pase de paginaaaaaa
siguelaaaaaa
siguelaaaaaa
As I am
Re: "Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
OMG! COMO LA DEJAS ASI? WAAAAAAAAAAAAAH
el maraton me ha encantado! Sisi... Pff no puedo creer que ya quede poco! Llorare!
S I G U E L A!
el maraton me ha encantado! Sisi... Pff no puedo creer que ya quede poco! Llorare!
S I G U E L A!
BeautifulDisaster;*
Re: "Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
SIGUELAAAAAAAAAA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
*Stephanie*
Re: "Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
siguela siguela siguela me encanta esta novela como no tengas idea siguelaa =)
Dorin
Re: "Una casa para dos corazones" [Nick y tu]Adaptacion TERMINADA
Hola hermosas,vengo con capitulo!y adivinen que,queda un capitulo &&' el prologo :(,mañana tratare de subirselos,junto con la sinopsis de la nueva novela,les gustaria que les subiera otra?,bueno aqui les dejo el capitulo
Capitulo 10
—De acuerdo, te dejo conducir si me dejas pagar la gasolina —Nicholas añadió un par de artículos más a su lista conjunta de la compra.
—Si te empeñas…, pero no creo que haga falta mucha gasolina para ir al supermercado de la esquina —____ comprobó que tenía las llaves en el fondo del bolso.
—Insisto.
La expresión tierna de sus ojos encendió en ella nuevas esperanzas. Iba a ganar, pensó con júbilo.
Una vez en el supermercado, se rió al recordar su sueño de hacía varias semanas.
—¿De qué te ríes? —Nicholas se acercó con un carrito hacia ella y, cuando las ruedas comenzaron a chirriar, _____ no pudo evitar sonreír ampliamente.
—Soñé contigo una vez. Me perseguías con un carrito por los pasillos de un supermercado, y yo no conseguía escapar porque al mío le chirriaban las ruedas y tú siempre sabías dónde me encontraba. Al despertar, descubrí que los chirridos eran graznidos de gaviotas.
—Hmmm. Yo diría que eso suena a neurosis, ¿no? —Nicholas se acarició una barba imaginaria y la miró solemnemente.
—Sí —dijo _____ riéndose—. Pareces conocer más de la jerga de lo que imaginaba.
—De hecho, seguí un curso de psicología en la universidad. La verdad es que eran fascinantes algunas cosas. Luego tuve que sufrir el asesoramiento psicológico matrimonial y acabé harto de todo el asunto, pero supongo que no puedo ser muy objetivo.
Nicholas agarró otro carrito de la entrada para librarse del molesto chirrido y se acercó con él a donde estaba ella.
—Por desgracia, eso le sucede a mucha gente —comentó ______, al tiempo que examinaba la estantería de las sopas en lata.
—¿Por qué te decidiste por la psicología, _______?
Ella miró por encima del hombro mientras tomaba del estante un bote de tomate y lo descubrió apoyado en la parte delantera del carrito, estudiándola atentamente. Desconcertada, balbuceó al responder.
—Yo… supongo que hay varias razones, y tal vez ni siquiera soy consciente de algunas de ellas.
—Has contestado como una auténtica psicóloga —dijo, sonriendo irónicamente—. Pero sigue.
—Para empezar, soy hija única, y tuve mucho tiempo para pensar en las cosas. Me pasaba el tiempo pensando por qué la gente actúa de determinadas formas. La psicología me ofreció algunas respuestas y eso me pareció muy interesante —dejó la lata en el carrito y consultó la lista—. Dejamos el zumo de naranja para el final, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Nicholas empujó su carrito hasta situarlo junto al de ella y _____ sintió el leve roce de un dedo que trazaba la curva de su brazo.
—A mí no me vendrían mal algunas respuestas en este momento. ¿Puedes decirme por qué estoy huyendo de la mujer más maravillosa que he conocido nunca?
Ella lo miró a los ojos, atónita.
—Sí, me refiero a ti, mi pequeña rizos. Y me das un miedo terrible. ¿Por qué?
—Lo siento, Nicholas —balbuceó ella—. De verdad que no pretendo…
—Oye, si no digo que sea culpa tuya. Sólo me preguntaba si tú, con tu experiencia profesional, podrías explicarme algo.
No estaba bromeando. Sus ojos estaban clavados en los de ella con salvaje intensidad.
—Acabas de escapar de una relación asfixiante —dijo ella lentamente—. Tus miedos son naturales.
—Y a ti te duelen, ¿no es cierto?
—Sí —respondió ella, bajando la mirada.
—Lo siento, _______, me prometí una vez que no lo haría —empujó su carrito hacia adelante con impaciencia, luego se detuvo bruscamente—. Maldita sea —dijo en voz baja, manteniéndose de espaldas a ella. De repente, se dio la vuelta—. Están tocando un vals precioso. ¿Te apetece bailar?
______ ni siquiera había oído la música hasta que él la mencionó, pero tenía razón. Era un vals.
—¿Aquí? —preguntó, mirando a un lado y a otro del pasillo, donde cada vez se congregaban más clientes con sus carritos.
—¿Por qué no? —dijo él, animándola con un guiño—. ¿Te da vergüenza?
—Si me diera, nunca lo reconocería.
«Además, necesitamos abrazarnos en este preciso momento», pensó, situándose entre sus brazos. Durante un fugaz momento se preguntó si se acordaría siquiera de cómo se bailaba el vals, pero el grácil paso acudió a ella espontáneamente mientras Nicholas comenzaba a maniobrar expertamente entre los carritos, haciendo remolinos con ella a lo largo del pasillo de los productos lácteos, en dirección al de pastelería y bollería.
—Nicholas Jonas, de verdad, creo que estás loco —dijo, jadeante, ajena a todo lo que no fuera el hechizo de promesas no expresadas que él estaba extendiendo en torno a ella.
—Loco por ti —dijo él en voz baja, depositando un suave beso en los labios.
Cuando la música terminó, él la guió hasta un espectacular paso final que arrancó una tanda de aplausos de los clientes que se habían parado a contemplarlos.
Súbitamente consciente de lo que los rodeaba, _____ se sonrojó intensamente.
—Nick, ahora vamos a hacer la compra —dijo muy bajito, sin apenas mover los labios.
—Si insistes —dijo él, sonriendo a la gente—. Yo creo que nuestro público querría un bis. ¿No es un cha-cha-cha lo que está sonando?
—Nick, vámonos —siseó tirándole del codo hasta que él cedió y la siguió hasta donde habían dejado los carritos.
Pero, a pesar de su azoramiento, se sentía feliz, mucho más feliz de lo que nunca se había sentido.
Aquel ambiente de agradable camaradería duró hasta que hubieron metido las bolsas en el maletero del Chevette. Nicholas fue quedándose cada vez más silencioso a medida que se acercaban al apartamento. Al ver que no hacía el menor intento de entablar conversación mientras colocaban las compras en sus lugares respectivos, ______ supo que algo no marchaba bien.
—Voy a hacer submarinismo con Sharon esta tarde —dijo finalmente, y _____ comprendió—. Quedé con ella ayer. ¿Quieres que la llame para cancelar la cita?
«¡Claro que sí, estúpido! Pero entonces confirmaría tus temores de que la relación conmigo podría asfixiarte».
—No, es una tontería, Nicholas. Vete tranquilo.
—¿Te apetecería venir? Sharon y yo podríamos enseñarte lo fundamental, y seguro que alguien del instituto tiene un equipo que te pueda prestar —dijo él mientras seguía colocando las cosas.
—No, gracias —su voz le sonó ahogada a ella misma, pero rogó por que a Nicholas le hubiera llegado con un cierto tono de normalidad—. Además, dudo que fuera buena buceando.
—Bien… si de verdad no quieres… —parecía sinceramente disgustado—. La oferta sigue en pie, por si cambias de idea.
«No cambiaré de idea, Nicholas. No podría compartirte con nadie».
—De hecho —dijo con falso desenfado, deseando borrar de la mente de Nicholas cualquier idea de que ella fuera a quedarse en casa rumiando su amargura—, creo que será mejor que pase la tarde poniéndome al día con las correcciones de exámenes —se rió con una risa nerviosa—. Tal vez me resultara difícil concentrarme contigo en casa.
—Te entiendo.
No parecía muy convencido, y _____ se preguntó si captaba su profundo dolor. Tal vez ella lograra estar a la altura de la batalla, pero también cabía la posibilidad de que acabara saliendo del campo de batalla a rastras y con el corazón destrozado sin remedio.
Nick cerró la alacena, se acercó a ella y le puso sus grandes manos en los hombros.
—¿Seguro que no te importa que me vaya? —le hizo alzar la barbilla con un dedo, y ella se obligó a sí misma a mirarlo.
—Seguro —dijo en voz baja.
—Muy bien —parecía desconcertado y se inclinó para besarla suavemente antes de soltarla—. Entonces será mejor que me marche. Se supone que tenemos que encontrarnos en la cala dentro de unos minutos.
Al cabo de unos instantes, apareció junto a la puerta, cargado con su equipo de submarinista.
—Ah, por cierto, mientras te estabas vistiendo para ir al supermercado, me he entretenido mirando la sección de oferta de pisos en el periódico. Está allí, en tu mecedora. He encontrado varias buenas posibilidades para tu clínica y las he marcado.
—Gracias —balbuceó ella automáticamente.
Como una chica obediente, tomó el periódico doblado y se sentó, mirándolo fijamente sin verlo.
—Hasta luego entonces.
Nicholas trató torpemente de abrir la puerta, cargado como estaba con el equipo, pero ella permaneció sentada sin mover un músculo; se sentía incapaz de levantarse a ayudarlo. Finalmente, él consiguió salir y ella arrojó el periódico al otro extremo de la habitación, deseando habérselo arrojado a Nicholas a la cara antes de que se fuera.
—Maldito sea ese hombre —bramó, levantándose de un salto y dirigiéndose a su habitación.
—Unas piernas magníficas —graznó Sigmund desde su jaula.
—¡Sigmund! —lo miró exasperada—. Sólo hay una persona que puede haberte enseñado a decir eso, y esa persona no se encuentra entre mis personajes favoritos en este preciso instante, así que por favor, guárdate los comentarios para ti mismo.
—Estudia el ego. Estudia el ego —canturreó Sigmund, saltando locamente de una percha a otra.
—¿Tienes ganas de salir, eh?
Abrió la puerta de la jaula y el gran pájaro salió fuera de un salto, usando sus afiladas y curvadas garras para encaramarse en la parte superior:
—Oh, Sigmund, ¿qué puedo hacer? —los ojos amarillos se clavaron en ella, como animándola a seguir—. No puedes entender ni una palabra de lo que estoy diciendo. Bueno, por lo menos no todo, pero ojalá fueras tan listo como pareces. En este momento no me vendría mal algún consejo. ¿Cómo puedo competir con Sharon? Precisamente cuando pensaba que todo marchaba sobre ruedas, va él y se larga a hacer submarinismo con ella. ¿Cómo puedo…?
Se detuvo mientras una idea comenzaba a formarse lentamente en su cabeza. Nicholas le había sugerido que podía aprender a bucear. No podía dejar que Sharon la enseñase, pero ¿y un desconocido? ¿Y si tomaba algunas lecciones profesionales? Pensó fugazmente en lo que aquello supondría para sus magras finanzas, los ahorros que en algún momento tenían que servir para financiar su clínica, pero rechazó rápidamente cualquier reserva. La experiencia de Sharon como submarinista suponía una seria amenaza, una amenaza que ella podía eliminar aprendiendo también aquel deporte. Miró por la puerta acristalada hacia la cala. En algún lugar, bajo la azul superficie, Nicholas y Sharon estaban juntos. Ella tenía que entrar también en aquel mundo si esperaba ganarse el corazón de Nicholas.
Capitulo 10
—De acuerdo, te dejo conducir si me dejas pagar la gasolina —Nicholas añadió un par de artículos más a su lista conjunta de la compra.
—Si te empeñas…, pero no creo que haga falta mucha gasolina para ir al supermercado de la esquina —____ comprobó que tenía las llaves en el fondo del bolso.
—Insisto.
La expresión tierna de sus ojos encendió en ella nuevas esperanzas. Iba a ganar, pensó con júbilo.
Una vez en el supermercado, se rió al recordar su sueño de hacía varias semanas.
—¿De qué te ríes? —Nicholas se acercó con un carrito hacia ella y, cuando las ruedas comenzaron a chirriar, _____ no pudo evitar sonreír ampliamente.
—Soñé contigo una vez. Me perseguías con un carrito por los pasillos de un supermercado, y yo no conseguía escapar porque al mío le chirriaban las ruedas y tú siempre sabías dónde me encontraba. Al despertar, descubrí que los chirridos eran graznidos de gaviotas.
—Hmmm. Yo diría que eso suena a neurosis, ¿no? —Nicholas se acarició una barba imaginaria y la miró solemnemente.
—Sí —dijo _____ riéndose—. Pareces conocer más de la jerga de lo que imaginaba.
—De hecho, seguí un curso de psicología en la universidad. La verdad es que eran fascinantes algunas cosas. Luego tuve que sufrir el asesoramiento psicológico matrimonial y acabé harto de todo el asunto, pero supongo que no puedo ser muy objetivo.
Nicholas agarró otro carrito de la entrada para librarse del molesto chirrido y se acercó con él a donde estaba ella.
—Por desgracia, eso le sucede a mucha gente —comentó ______, al tiempo que examinaba la estantería de las sopas en lata.
—¿Por qué te decidiste por la psicología, _______?
Ella miró por encima del hombro mientras tomaba del estante un bote de tomate y lo descubrió apoyado en la parte delantera del carrito, estudiándola atentamente. Desconcertada, balbuceó al responder.
—Yo… supongo que hay varias razones, y tal vez ni siquiera soy consciente de algunas de ellas.
—Has contestado como una auténtica psicóloga —dijo, sonriendo irónicamente—. Pero sigue.
—Para empezar, soy hija única, y tuve mucho tiempo para pensar en las cosas. Me pasaba el tiempo pensando por qué la gente actúa de determinadas formas. La psicología me ofreció algunas respuestas y eso me pareció muy interesante —dejó la lata en el carrito y consultó la lista—. Dejamos el zumo de naranja para el final, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Nicholas empujó su carrito hasta situarlo junto al de ella y _____ sintió el leve roce de un dedo que trazaba la curva de su brazo.
—A mí no me vendrían mal algunas respuestas en este momento. ¿Puedes decirme por qué estoy huyendo de la mujer más maravillosa que he conocido nunca?
Ella lo miró a los ojos, atónita.
—Sí, me refiero a ti, mi pequeña rizos. Y me das un miedo terrible. ¿Por qué?
—Lo siento, Nicholas —balbuceó ella—. De verdad que no pretendo…
—Oye, si no digo que sea culpa tuya. Sólo me preguntaba si tú, con tu experiencia profesional, podrías explicarme algo.
No estaba bromeando. Sus ojos estaban clavados en los de ella con salvaje intensidad.
—Acabas de escapar de una relación asfixiante —dijo ella lentamente—. Tus miedos son naturales.
—Y a ti te duelen, ¿no es cierto?
—Sí —respondió ella, bajando la mirada.
—Lo siento, _______, me prometí una vez que no lo haría —empujó su carrito hacia adelante con impaciencia, luego se detuvo bruscamente—. Maldita sea —dijo en voz baja, manteniéndose de espaldas a ella. De repente, se dio la vuelta—. Están tocando un vals precioso. ¿Te apetece bailar?
______ ni siquiera había oído la música hasta que él la mencionó, pero tenía razón. Era un vals.
—¿Aquí? —preguntó, mirando a un lado y a otro del pasillo, donde cada vez se congregaban más clientes con sus carritos.
—¿Por qué no? —dijo él, animándola con un guiño—. ¿Te da vergüenza?
—Si me diera, nunca lo reconocería.
«Además, necesitamos abrazarnos en este preciso momento», pensó, situándose entre sus brazos. Durante un fugaz momento se preguntó si se acordaría siquiera de cómo se bailaba el vals, pero el grácil paso acudió a ella espontáneamente mientras Nicholas comenzaba a maniobrar expertamente entre los carritos, haciendo remolinos con ella a lo largo del pasillo de los productos lácteos, en dirección al de pastelería y bollería.
—Nicholas Jonas, de verdad, creo que estás loco —dijo, jadeante, ajena a todo lo que no fuera el hechizo de promesas no expresadas que él estaba extendiendo en torno a ella.
—Loco por ti —dijo él en voz baja, depositando un suave beso en los labios.
Cuando la música terminó, él la guió hasta un espectacular paso final que arrancó una tanda de aplausos de los clientes que se habían parado a contemplarlos.
Súbitamente consciente de lo que los rodeaba, _____ se sonrojó intensamente.
—Nick, ahora vamos a hacer la compra —dijo muy bajito, sin apenas mover los labios.
—Si insistes —dijo él, sonriendo a la gente—. Yo creo que nuestro público querría un bis. ¿No es un cha-cha-cha lo que está sonando?
—Nick, vámonos —siseó tirándole del codo hasta que él cedió y la siguió hasta donde habían dejado los carritos.
Pero, a pesar de su azoramiento, se sentía feliz, mucho más feliz de lo que nunca se había sentido.
Aquel ambiente de agradable camaradería duró hasta que hubieron metido las bolsas en el maletero del Chevette. Nicholas fue quedándose cada vez más silencioso a medida que se acercaban al apartamento. Al ver que no hacía el menor intento de entablar conversación mientras colocaban las compras en sus lugares respectivos, ______ supo que algo no marchaba bien.
—Voy a hacer submarinismo con Sharon esta tarde —dijo finalmente, y _____ comprendió—. Quedé con ella ayer. ¿Quieres que la llame para cancelar la cita?
«¡Claro que sí, estúpido! Pero entonces confirmaría tus temores de que la relación conmigo podría asfixiarte».
—No, es una tontería, Nicholas. Vete tranquilo.
—¿Te apetecería venir? Sharon y yo podríamos enseñarte lo fundamental, y seguro que alguien del instituto tiene un equipo que te pueda prestar —dijo él mientras seguía colocando las cosas.
—No, gracias —su voz le sonó ahogada a ella misma, pero rogó por que a Nicholas le hubiera llegado con un cierto tono de normalidad—. Además, dudo que fuera buena buceando.
—Bien… si de verdad no quieres… —parecía sinceramente disgustado—. La oferta sigue en pie, por si cambias de idea.
«No cambiaré de idea, Nicholas. No podría compartirte con nadie».
—De hecho —dijo con falso desenfado, deseando borrar de la mente de Nicholas cualquier idea de que ella fuera a quedarse en casa rumiando su amargura—, creo que será mejor que pase la tarde poniéndome al día con las correcciones de exámenes —se rió con una risa nerviosa—. Tal vez me resultara difícil concentrarme contigo en casa.
—Te entiendo.
No parecía muy convencido, y _____ se preguntó si captaba su profundo dolor. Tal vez ella lograra estar a la altura de la batalla, pero también cabía la posibilidad de que acabara saliendo del campo de batalla a rastras y con el corazón destrozado sin remedio.
Nick cerró la alacena, se acercó a ella y le puso sus grandes manos en los hombros.
—¿Seguro que no te importa que me vaya? —le hizo alzar la barbilla con un dedo, y ella se obligó a sí misma a mirarlo.
—Seguro —dijo en voz baja.
—Muy bien —parecía desconcertado y se inclinó para besarla suavemente antes de soltarla—. Entonces será mejor que me marche. Se supone que tenemos que encontrarnos en la cala dentro de unos minutos.
Al cabo de unos instantes, apareció junto a la puerta, cargado con su equipo de submarinista.
—Ah, por cierto, mientras te estabas vistiendo para ir al supermercado, me he entretenido mirando la sección de oferta de pisos en el periódico. Está allí, en tu mecedora. He encontrado varias buenas posibilidades para tu clínica y las he marcado.
—Gracias —balbuceó ella automáticamente.
Como una chica obediente, tomó el periódico doblado y se sentó, mirándolo fijamente sin verlo.
—Hasta luego entonces.
Nicholas trató torpemente de abrir la puerta, cargado como estaba con el equipo, pero ella permaneció sentada sin mover un músculo; se sentía incapaz de levantarse a ayudarlo. Finalmente, él consiguió salir y ella arrojó el periódico al otro extremo de la habitación, deseando habérselo arrojado a Nicholas a la cara antes de que se fuera.
—Maldito sea ese hombre —bramó, levantándose de un salto y dirigiéndose a su habitación.
—Unas piernas magníficas —graznó Sigmund desde su jaula.
—¡Sigmund! —lo miró exasperada—. Sólo hay una persona que puede haberte enseñado a decir eso, y esa persona no se encuentra entre mis personajes favoritos en este preciso instante, así que por favor, guárdate los comentarios para ti mismo.
—Estudia el ego. Estudia el ego —canturreó Sigmund, saltando locamente de una percha a otra.
—¿Tienes ganas de salir, eh?
Abrió la puerta de la jaula y el gran pájaro salió fuera de un salto, usando sus afiladas y curvadas garras para encaramarse en la parte superior:
—Oh, Sigmund, ¿qué puedo hacer? —los ojos amarillos se clavaron en ella, como animándola a seguir—. No puedes entender ni una palabra de lo que estoy diciendo. Bueno, por lo menos no todo, pero ojalá fueras tan listo como pareces. En este momento no me vendría mal algún consejo. ¿Cómo puedo competir con Sharon? Precisamente cuando pensaba que todo marchaba sobre ruedas, va él y se larga a hacer submarinismo con ella. ¿Cómo puedo…?
Se detuvo mientras una idea comenzaba a formarse lentamente en su cabeza. Nicholas le había sugerido que podía aprender a bucear. No podía dejar que Sharon la enseñase, pero ¿y un desconocido? ¿Y si tomaba algunas lecciones profesionales? Pensó fugazmente en lo que aquello supondría para sus magras finanzas, los ahorros que en algún momento tenían que servir para financiar su clínica, pero rechazó rápidamente cualquier reserva. La experiencia de Sharon como submarinista suponía una seria amenaza, una amenaza que ella podía eliminar aprendiendo también aquel deporte. Miró por la puerta acristalada hacia la cala. En algún lugar, bajo la azul superficie, Nicholas y Sharon estaban juntos. Ella tenía que entrar también en aquel mundo si esperaba ganarse el corazón de Nicholas.
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