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Mensaje por indigo. Miér 11 Abr 2018, 10:10 am

Leer, por favor:


CAPITULO 03.
FROM MY ASHES I WILL RISE.


Fue de noche. Bajo un manto de oscuridad perpetua. Un compás de pasos insonoros.
Dos sombras de arena serpenteando hacia la libertad.

El alambre del cercado se clavaba en sus manos con placer. Estaban cerca, muy cerca… Tanto que casi podían sentir en sus rostros la brisa de un aire sin jaula, desordenado y sin opresión. Sin reglas, sin terror.

Entonces el silencio se inundó de metralla y la oscuridad se iluminó con sangre.


Saltó del todoterreno con apremio, con ansía, con nervios. Sus pies chocaron contra el asfalto. Abrasaba, cosquilleaba. A veces le daba por pensar qué pasaría si se abriera una grieta y se la tragase. Una extraña paz la embargaba al esbozar la idea. El aire de sus pulmones pesaba menos…

Ideas como aquella se encontraban al orden del día en su cabeza. Un «qué pasaría si…» inagotable que la estrangulaba. Su cerebro los procesaba como órdenes naturales y su cuerpo reaccionaba de la misma forma.
Ardientes por materializar aquellas ideas. Por terminar de una vez. Acabar la lucha. Quitarse el peso.  

Carraspeo ahogado por parte de su compañero de expedición de aquella mañana. Era un hombre de ojos hundidos, sin cejas que los respaldasen, acusando una eterna expresión de sorpresa. Lado izquierdo en erupción a la altura de la boca; desde cerca se podían apreciar los dientes, como si sonriera de lado. El lado derecho eran heridas, imposible aclarar dónde acababa la mejilla y empezaba la mandíbula.

El virus se lo está comiendo. Cada día que pasaba hacía su aspecto más monstruoso. Pero no era un monstruo, Maddox diría que era casi más humano que ella misma. Porque los monstruos, los de verdad, son bellos.

—Odio sus miradas —masculló Drake a continuación.

Maddox comprendía. Eran las miradas. Esas que te clavan el aguijonazo incluso sin ver. Esas que te siguen siempre y lejos. A todas partes, sin parangón. Desesperadas, con anhelo. Esperanza, miedo. Y hambre. Sobretodo hambre.

Respondió con una mirada cargada de ganas de subirse en el todoterreno y no regresar hasta el día siguiente. O nunca.

—Vamos —ordenó la muchacha. Un movimiento de cabeza acompañó sus palabras. Los sables cruzados que cargaba a la espalda chocaron, emitiendo un sonido hermético.

Con pasos a conjunto recorrieron los escasos metros que separaban la zona de vehículos de la entrada al zulo que era su morada. Donde las miradas aguardaban listas para encararse en un pulso con ellos. Para intentar comérselos.

El grupo de gente era amplio, más que de costumbre. Maddox se adelantó un par de pasos a Drake. Se situó frente a la aglomeración convirtiéndose en la estrella de esos ojos que reprochaban cosas que escapaban a su control.

—¿Traes algo? —preguntó una mujer mayor dando un paso al frente.

Una gota de sudor descendió por su cuerpo,  delineando las amplias cicatrices en su espalda. Se concedió un puñado de segundos para observarlos. Manteniendo el vilo, la tensión y la angustia. Drake se detuvo a su lado, resollando.

—Sí —suspiró al fin, con su voz fría y monocorde—. Drake, llévate a cuatro para que te ayuden a descargar. Vosotras dos—señaló a las chicas que flanquean a la mujer que acababa de hablar—, sois el relevo de la guardia. El resto, tratad de no estorbar.

Tenía intención de introducirse en el edificio. Sin embargo, Eduardo se encaró con ella. Como una montaña que emerge sin aviso y te dificulta la caminata. Dos palmos más alto que Maddox, casi cien kilos de pura rabia y desconfianza que se escondían tras una barba ensortijada, sucia y maloliente.

—¿Tú por qué no ayudas? —incriminí gutural. Los murmullos corearon a Eduardo, conformes.

Maddox ni se inmutó, ya aburrida de la situación. En ese momento, solo le preocupaba que la piel le abrasaba y lo molesto que resultaba. En que tenía que internarse en el subsuelo y hacer frente a algo con lo que Eduardo y todos los que la acuchillaban con resquemor, tendrían pesadillas durante años.

—Cualquier problema que tengáis hacérselo saber a Odin y Zy cuando regresen. —Que esperaba, fuese pronto. Hacía dos días que se habían marchado de expedición con una fracción de los Desert Wolves. Cuanto mayor era el tiempo que se ausentaban, a más sublevaciones tenía que hacer frente.

La barba de Eduardo se zarandeó sin argumentos con los que atacarla. Porque no los había, no al menos ese día. Cuestionaba a Maddox sin motivo, escudado en una única razón: que era una niña. Y las niñas no lideran, ni dan órdenes. Las niñas no piensan, ni toman decisiones acertadas. Porque las niñas son ingenuas y lo único que pueden hacer cuando solo quedan cenizas, es adecentarse y aguardar a que algún hombre fuerte y curtido en la vida como Eduardo les diga qué hacer.

Pero ella no era una niña. Ni siquiera estaba segura de ser humana. Era la cosa que había quedado después de mirar a los ojos al Padre de Todos. Después de que su hermana la traicionara. Después de Theo. Del desierto, de las heridas y las calamidades. Por alguna razón que Maddox desconocía, Odin y Zy habían decidido confiar en esa cosa para dejarla al mando cuando ellos se ausentaban. Para tomar en cuenta sus opiniones. Para darle una voz y un motivo.

En el fondo, sabía que aquellas personas no la odiaban. Solo necesitaban a alguien al que culpar, una distracción, un saco de boxeo que con el que librar tensión y desempolvar demonios.

—Aparta —pidió a Eduardo.

El hombre, antes de ceder, porque no le quedaba otra, escupió en las zapatillas sucias de Maddox. Un silencio
estrepitoso se instaló en el ambiente. Al contrario que unos minutos atrás, nadie hizo nada. La muchacha se acercó a él con suma lentitud. No frenó hasta que su boca quedó pegada a su oído.

—Sé las cosas que haces, Eduardo —susurró. Una pausa. Tomó aire —. Te he visto pedir favores de moral cuestionable a cambio de alimento… Estoy segura de que no quieres que Odin se entere ni de que robas ni de lo otro. Así que guárdate la saliva la próxima vez—. Puede que aquello no fuese la Colonia. Pero había monstruos entre sus filas. No existía virus lo suficientemente letal que los exterminara.

Le propinó un empellón en el hombro y lo rodeó para proseguir su camino. El resto de personas se apartaron, no queriendo enfrentarse a ella. No les gustaba aquella niña, pero sabían que podía ser letal.


[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]


Respiraba humedad que se adhería a sus pulmones. Casi era peor que el sol que amenazaba con incendiarlos tan solo un piso por encima. Una única bombilla colgaba del techo desnudo. Las puertas chirriaban solas, sin necesidad de ser abiertas. Cada una de ellas escondía una pesadilla. Las más terrorífica era la última, frente a la que se congregaban tres cuerpos que discutían y mandaban susurros tensos hasta el cuerpo de Maddox.

La recibieron con uno de esos suspiros que sustituían plegarias. Entre ellos se encontraba Gavriel, sereno y circunspecto. Mantenía los labios sellados, reteniendo cientos de palabras. Contacto visual. Sus ojos se reconocían enseguida, hablaban por sus bocas. Tenían esa clase de conexión que se consigue cuando dos personas han visitado el Infierno, han ardido y resurgido juntos de las cenizas.

Por eso Maddox lo supo de inmediato, sin necesidad de que alguien hablara: había empeorado desde que ella se marchara por la mañana.

—¿Ha ido bien? —quiso saber Gavriel. Su voz pausada y ronca recogió el silencio, lo sustituyó por diplomacia, paz. La voz de Gavriel era una de las escasas cosas que la mantenían cuerda. Una de las buenas.

—Encontramos alimento para un par de días…

—Maddox, tenemos que hacer algo. —El sonido emergió de la garganta de Gin, una de las veteranas de los Desert Wolves. Siempre llevaba un pañuelo de colores atado a la cabeza. Tras el que escondía su melena azabache y los llantos agudos que Maddox en ocasiones la escuchaba entonar.

—¿Se sabe algo de Odin y Zy? —preguntó Ricky, el último de los presentes.

Trataba de pensar en su tardío retorno lo menos posible. Evitaba cavilar, imaginar qué pasaría si no regresaban. Qué sería de ella, la manera en la que podría afectar al precario orden del grupo. Maddox no era líder. Solo era una chica con ansías de venganza que tenía la información adecuada para que la tomasen en cuenta. ¿Líder? Ni de broma.

—Volverán. Siempre vuelven —dijo, más para convencerse a ella misma que a las personas que la miraban.

Sin las palabras de Gavriel, el silencio se convirtió en una masa pegajosa: más densa que la humedad que perlaba sus rostros de sudor. Un silencio precedente a una verdad ineludible.

Un grito de agonía lo rompió.

Una tos desesperada.

Un quejido cavernoso, más antiguo que la propia vida.

Todos miraron hacia la puerta frente a la que estaban reunidos. Maddox estremeció. Sabía que tenía que entrar, hacer frente al grito, la tos y el quejido. «Los soldados no titubean. No piensan. Ni hacen preguntas. Actúan». Llevaba un año tratando de olvidarse de esa voz. Pero su cerebro la tenía asimilada como una orden.

Obligó a su pierna a dar un paso al frente. Tanto Gin como Ricky se hicieron a un lado, adivinando sus intenciones. Gavriel, en cambio, se interpuso en sus intenciones. Su reacción fue empujarlo. «Acción y reacción». Pero se contuvo. Observó sus facciones tensas, las tres cicatrices: barbilla, mejilla y ojo. Era como contemplar una obra de arte maltratada. Pero no menos bella.

El chico pestañeó. Maddox supo que tenía intenciones de tocarla antes incluso de que lo hiciera. Por eso se apartó. No lo soportaba. Ni siquiera por parte Gavriel, sobretodo si venían de él. Evita cualquier afección humana que pudiese entorpecer su camino hacia su objetivo.

—Espera un poco.

Tensó los puños. Quería protegerla.

—No.

Ya no había nada que proteger.

—Entonces, te acompaño.

—No. —Esquivó su cuerpo y se introdujo en la habitación. Echó el pestillo por dentro, el chasquido retumbó en la diminuta estancia. Escuchó al chico maldecir desde el otro lado.

Primero llegó el olor. Nauseabundo, sanguinolento e insoportable. Olor a muerte, desesperación. Maddox se quedó anclada junto a la puerta, con la cabeza gacha y el cuerpo quieto. Trató de calmarse, controlar las arcadas. En cada respiración, sus ojos se acostumbraban un poco más a aquella oscuridad absoluta de universo y agujero negro.

«No pienses. Solo hazlo».

Lentamente, se apartó de la puerta y miró la habitación de paredes de cemento liso y agrietado. En una esquina, un camastro soportaba el peso de un virus que había tomado el control. El peso de un muchacho de catorce años ya sin vida por delante. Se acercó con cautela, sin ruido.

Tenía peor aspecto. Lo había visto por la mañana y ahora casi no lo reconocía. La piel caída en los huesos, amarilla, gris, enferma. Se derretía, como su humanidad. Heridas abiertas en todo el cuerpo. Escena grotesca que ni las pinturas oscuras de Goya. Más que respirar, gruñía, como un animal.

Abrió los ojos. Maddox por poco salió despedida a la pared contraria. Ya no eran marrones, ni cálidos como las hojas caídas de otoño. Carecían de la inocencia y la picardía que definían a su dueño. Habían tornado a un negro absoluto, sin pupila, sin nada. Así, como la nada. Pero la veían. Y a ella le espantaba lo que veía. Retrocedió un paso.

—Hazlo… —Logan apenas movió los labios—. Hazlo.

—Yo...

«Los soldados no titubean».

—¡Maddox, abre la maldita puerta! —Gavriel acompañó los gritos con unos fuertes golpes que hicieron retumbar el lugar.

Logan suspiró, un silbido hueco sonó en su pecho.

—Mientras siga siendo yo, hazlo —suplicó medio llorando medio delirando.

Un niño de catorce años acababa de pedirle que lo matara. En el fondo ya lo sabía, lo había notado en el ambiente durante aquellos días. Lo supo casi en el momento en el que Logan se desplomó en el suelo. Desde que pidió que lo ataran a la cama porque se daba miedo. Desde que se enteró que tenía el virus. Todos eran cadáveres, todos destinados a la monstruosidad. La imagen de Gavriel cruzó su cerebro de manera fugaz.

—Por favor, Maddox, por favor… —continuó, revolviéndose en el catre. Al mover la cabeza, vio que un trozo de mejilla se le había quedado pegado a la almohada.

—Por favor, Maddox. Si me atrapan será peor.

—¡No, no! Te vas a poner bien.


La niña, la cosa que había quedado y la Maddox de ese momento alzaron la mano y la llevaron a su espalda. Agarró el mango de cuero de uno de los sables. Logan observó su movimiento. Cerró los ojos, resignado y en paz.

Más golpes en la puerta.

Tomó aire.

Tiró del sable y su sonido metálico rompió el aire. Retuvo la vida en su hoja afilada. Lo sostuvo por encima de su cabeza, esperando que algo cambiase, que alguien interfiriese y que ojalá el mundo no se hubiese ido a la mierda. Y entonces sus recuerdos tocaron la puerta de la realidad.

Arena y sangre.

Disparos.

Perros rabiosos.

Gritos.

—Mátame y vete.

—Theo, venga, intenta levantarte —suplicó.


Maddox cuadró las piernas, apretó la empuñadura con tanta fuerza que le crujieron los nudillos. Dolor en los hombros. Cicatrices y demonios tirantes.

—¡Abre! ¡Maddox, joder! —continuaba Gavriel, queriendo salvarla de un pozo al que ya había caído tiempo atrás.

—Gracias —masculló el niño, quieto como el cadáver en el que se quería transformar.

Sístole.

El sable bajó.

Diástole.

Atravesó su corazón y el camastro. Rebotó contra el suelo, devolviendo la intensidad del impacto al cuerpo de Maddox. Como una fuerte ráfaga de electricidad. Selló los párpados. Pensó en Logan, en el que no parecía enfermo. En aquel niño que le regaló una manzana el día que ella y Gavriel fueron encontrados. Pensó en él, no en eso.

Y Maddox Blossom se alejó un poco más de aquella chica que los domingos iba con su familia al lago, que se pintaba los labios todas las mañanas y que perdía la vida por su cantante favorito; se acercó a la cosa que había quedado. Esa cosa rota, malograda y que estaba dispuesta a quitar la vida a un chaval porque podía ser un peligro, un contratiempo. No por compasión. Sino por ella y sus motivos.

Tiró del arma con fuerza, sin querer mirar. Emergió un sonido viscoso, de succión. Maddox dejó caer el brazo a su costado, vaciada de toda fuerza. Se dio la vuelta. El sable se arrastraba, acompañaba sus andar con el lamento chirriante al rozar el suelo.

—No dejes… —Pausa. Tose. La sangre de sus labios se mezcla con la arena—…que te atrapen.

—Te quiero.

Y le cortó la yugular.


Una vez que has matado, deja de tener importancia. Tanto dan las veces que te prometas a ti mismo que no volverás hacerlo. Al final, acabas matando una vez más. Y otra, y otra y otra más. Porque te das cuenta de que es fácil. Que basta con apretar un gatillo o clavar el hierro. Se trata de una simple decisión. Una más en medio de todo ese caos que eres.

Maddox tomaría cualquier decisión con tal de perpetuar su venganza. Algún día, en algún lugar, uno de sus sables se clavaría en el corazón del Padre de Todos, con el peso de las vidas que se había visto y se vería obligada a arrebatar para conseguirlo.

Descorrió el cerrojo. La luz le hizo daño en las retinas. Parpadeó y tres rostros que se debatían entre la sorpresa y el espanto intentaron tragársela. Los ignoró. De la misma manera que ignoraba sus pensamientos.

—Lo enterraremos esta noche.


Última edición por hypatia. el Mar 21 Ago 2018, 7:51 am, editado 2 veces
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Mensaje por pixie. Miér 18 Abr 2018, 12:26 pm

kate! te leo en cuanto pille un ratito ♥️

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Mensaje por roman. Miér 16 Mayo 2018, 1:00 am

Hola, después de mucho tiempo fuera del foro, por fin pude tener un tiempo para entrar y ponerme al corriente con esta nc. 
Kate, ahora voy con tu capítulo:

Badlands | Novela Colectiva. - Página 4 1459606234 :

No puedo esperar a seguir leyendo sobre esta nc, hay un sinfín de posibilidades por escribir y hacer de la trama algo interesante. Espero el siguiente capítulo con ansias, y desde ya me pongo a pensar en cómo haré el mío, porque justo ahora no tengo idea lol. 

Nos leemos pronto, y espero esta nc siga por más tiempo.  Badlands | Novela Colectiva. - Página 4 3613945505  
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Mensaje por pixie. Sáb 19 Mayo 2018, 2:53 pm


holi kate, al fin me he sacado un ratito para ver tu capítulo ♥️

Spoiler:

Lo dicho, y al igual que roman me has hecho tener de nuevo todo el hype de esta nc, que le tengo cierto cariño y aun que va lenta, sigue yendo (o eso espero) Badlands | Novela Colectiva. - Página 4 2686721104

btw hola roman!  Badlands | Novela Colectiva. - Página 4 77880782

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Mensaje por roman. Dom 27 Mayo 2018, 1:32 am

Hola, Zoe.  Badlands | Novela Colectiva. - Página 4 91771400
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Mensaje por roman. Dom 27 Mayo 2018, 1:37 am

¿Quiere decir que voy yo de nuevo?  Badlands | Novela Colectiva. - Página 4 3232760151
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Mensaje por pixie. Dom 27 Mayo 2018, 5:17 am

sip, en este caso si, volvemos de nuevo Badlands | Novela Colectiva. - Página 4 1857533193

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Mensaje por indigo. Dom 27 Mayo 2018, 8:11 am

Roman, Zoe Badlands | Novela Colectiva. - Página 4 1477071114 Muchísimas gracias por vuestros comentarios, me han encantado Badlands | Novela Colectiva. - Página 4 4098373783 A mí también me encanta esta nc y estoy deseando leer el capítulo de Roman Badlands | Novela Colectiva. - Página 4 2841648573
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Mensaje por roman. Vie 08 Jun 2018, 1:01 pm

¡Hola a todas! Entonces ya mismo me pongo a pensar en como armar mi capítulo...
Subiré lo más rápido que pueda. 
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Mensaje por pixie. Mar 12 Jun 2018, 10:04 am

okey, lo esperamos Badlands | Novela Colectiva. - Página 4 1857533193

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Mensaje por roman. Mar 26 Jun 2018, 11:32 pm

¡El lunes publico mi capítulo!  Badlands | Novela Colectiva. - Página 4 481143288
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Mensaje por pixie. Miér 27 Jun 2018, 9:02 am

genial Badlands | Novela Colectiva. - Página 4 837735280

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Mensaje por roman. Mar 03 Jul 2018, 1:08 am

CAPITULO 04
Being weak it's going to kill me, or so i've been told.

Era pasada la medianoche, y Charles no lograba entender la fascinación que tenía su hermano mayor con escabullirse fuera a tan altas horas de la noche. El menor de los dos chicos resopló frustrado y siguió por el camino que su hermano iba marcando a su paso. Peter prácticamente lo empujó fuera de su cama excusándose que tenía algo que mostrarle, que era sumamente importante, tan importante que no podía esperar hasta el amanecer. Charles aceptó confundido, aunque en el fondo estaba intrigado por saber qué era lo que tenía a su hermano mayor tan agitado. 

— Ya estamos cerca, no pises tan fuerte y no hagas demasiado ruido, o podrías ahuyentarlo antes de que lo interesante comience. 

Charles le miró confundido, su cara lo reflejaba indudablemente, Peter prosiguió con su camino, obligando al  menor a seguirlo de cerca con una intriga aún mayor. Llegaron a un claro, el bosque a los alrededores de la propiedad de sus padres no era muy denso, por lo que en ese punto se podía ver con la suficiente claridad gracias a la luz de luna que llegaba desde lo alto. Ambos estuvieron muy quietos por un tiempo, Charles comenzó a impacientarse y justamente cuando iba a cuestionar el por qué estaban en silencio o qué hacían ahí a estas horas de la noche, su hermano lo miró con dureza, indicándole que guardara silencio un  poco más. El motivo de su escape nocturno se posó ante sus ojos; increíblemente grande, sus movimientos eran ágiles y con gracia. Charles se sorprendió al ver la gran cornamenta posada sobre su cabeza, indudablemente era imponente. El ciervo se paseó de un lado al otro, como si tratase de encontrar un lugar en el cual echarse a dormir, o al menos eso parecía.

— ¿Qué hacemos aqu- la pregunta del chico se vio interrumpida por el chasquido indudable del metal. A su costado, su hermano mayor tenía ambos brazos extendidos al frente. Lo que le hizo perder el aliento era lo que sostenía en sus manos. El arma de su padre.

El menor parpadeó varias veces perplejo, ojos grandes semejantes a los de un dibujo animado. Charles se ahogó un poco con su propia saliva, al tratar de pedir alguna explicación a su hermano sobre su comportamiento. Peter le miró con determinación, a pesar de la situación, la sonrisa que portaba en su rostro no se desvanecía, al contrario, se ensanchaba cada vez más. 

— ¿Por qué tienes el arma de papá, Peter? Se supone que no debemos de jugar con ella. Papá se va a enfurecer cuando lo sepa. — el pequeño musitó. Su voz una octava más aguda de lo normal, a causa de la angustia que estaba comenzando a sentir.

— Es por eso que yo no la usaré, Charlie… tú lo harás. — exclamó el mayor, mucho más cercano a una orden que a una sugerencia. Charles abrió la boca en completa sorpresa, no queriendo confirmar lo que implicaba usar ese artefacto sobre el indefenso animal a escasos metros de distancia. 

— No, Peter… yo no p-

— O eres tú usando el arma con esa bestia, o seré yo usándola contra tí. Es tu decisión, Charlie. — Peter proclamó. El frío del metal se posaba a milímetros del rostro juvenil de su hermano, ¿Era alguna especie de broma? Peter podría llegar a ser un jodido cabrón con Charles, no se comportaba como un hermano mayor debería. No era protector con él, ni siquiera jugaba con él cuando eran pequeños. Aunque Peter jamás fue el epítome del hermano maravilla, jamás trató de lastimarlo letalmente como lo hacía ahora.

  Al ver la indecisión de su hermano, el mayor refunfuñó exasperado, dio un paso hacia adelante y envolvió a su hermano por el costado. Tomó los brazos de Charles y los colocó en posición, ambas extremidades estiradas y las pequeñas manos del apenas adolescente, sobre el duro y amenazante metal. Peter le estaba guiando, como al que no sabe tomar un palo de golf le muestran cómo se hace, colocándose de cerca e instruyendo al aprendiz. Sólo que esto no era golf, su hermano mayor le estaba mostrando cómo tomar un arma de fuego, y cómo utilizarla. 

Peter había perdido la cabeza.

— Este es el gatillo… — el chico comenzó, colocando el dedo índice de su hermano sobre la pequeña pieza de metal. — si lo presionas con fuerza, la bala saldrá del cañón por aquí. — al igual que con el gatillo, el chico le mostró por donde se suponía saldría el proyectil. Charles comenzó a sudar frío de repente. — Aunque no creo que necesite explicar mucho, eres un niño tonto, pero no creo que seas estúpido, ¿o sí, Charlie? — cuestionó, una risita sin humor se escuchó detrás del oído izquierdo del menor. 

—  Voy a contar hasta tres, y voy a soltarte, después, le disparas a esa cosa… ¿okay? — el joven exclamó emocionado. No le dió tiempo al otro de siquiera responder correctamente — Uno…


Dios, Charles no podía, no podía hacerlo, su cuerpo entero se paralizó en el mismo sitio, incapaz de mover un músculo. Él no era como su hermano, la vida de cualquier criatura era igual de valiosa que la suya.

— Dos…

Su padre estaría sumamente decepcionado de él, y qué decir de su madre. Haría cualquier cosa porque eso no sucediera. Charles parpadeó, determinación y una chispa de valentía recorrieron su cuerpo. 
— Tre- 

Charles no lo dejó terminar, si no que puso todo su peso hacia atrás, quitándole el balance del otro y provocando que éste último, casi cayera al suelo arenoso. Debido al movimiento repentino, Peter por accidente accionó el mecanismo del arma, abriendo fuego en dirección desconocida. El sonido fue estruendoso, el silencio de la noche no hizo nada por cubrir el sonido del disparo. Charles trató de seguir la dirección del proyectil, sus ojos horrorizados por lo que pudo haber pasado. No encontró nada: no bala,  y sobre todo, no ciervo a la vista. Se escuchó un carraspeo a su costado derecho, y en un abrir y cerrar de ojos, Charles fue empujado con una fuerza desmedida. Su cuerpo entero vibró de dolor cuando tocó el duro suelo del bosque. Una sombra se posó sobre él, miró hacia arriba y vio a su hermano mayor con el arma aún en sus manos, pero eso no fue lo que le hizo jadear de miedo, si no la expresión en su rostro de furia pura. Jamás lo había visto así.

En un parpadeo, Peter se abalanzó sobre el otro, conectando la culata del arma sobre la cabeza de Charles. El chico sintió casi al instante como pequeñas gotas, que sin duda eran escarlata, comenzaban a recorrer el lado derecho de su cabeza, empapando su cabello castaño de un marrón sucio. Aturdido, Charles trató de enfocar su vista en la figura frente a él. Peter simplemente resopló frustrado. 

— Siendo débil, lo único que vas a conseguir, es que te maten. — El mayor sentenció, giró su cuerpo y comenzó a alejarse del lugar... dejando a su hermano menor solo, asustado y con una posible contusión en la cabeza.

                                                               
  (...)


Charles se sentó sobre la tierra, ambas piernas abrazadas por sus brazos y su barbilla descansando sobre sus rodillas mientras observaba a los hombres (y algunas mujeres) moverse de un lado a otro, bebiendo un líquido negruzco de tarros sin lavar. Mientras que otros preparaban el fuego antes de que cayera la noche. Todo el grupo lo veía con recelo, como si valiera menos que el resto de ellos y no se mereciera el mismo trato. De entre ellos sobresalía un hombre, se comportaba como el líder del grupo, dando consejos a quien le preguntase algo, o simplemente dándoles espacio para que el resto trabajara en sus deberes previamente asignados. Charles lo observó detenidamente; la personalidad del hombre, en general, era sumamente cautivante para él. Charles se vio intrigado por este extraño, que ahora tenía su vida en sus manos, desde el primer instante. Nadie se molestó en decirle de dónde venían o qué era lo que estaban buscando, nadie. Ni siquiera su líder. Todo lo que el menor sabía, era que estaba empezando a anochecer y necesitaban preparar el campamento. 

A Charles no se le permitió ayudar, un hombre lo dejó más que claro el momento en que al tratar de atar algunas sogas para levantar una tienda, el hombre resopló y lo tomó del brazo bruscamente, quitándolo del camino y haciendo la tarea él mismo. Charles no lo volvió a intentar después de eso.  

— ¿Todo listo para el anochecer, Carl? — se escuchó desde el otro lado de donde el chico se encontraba. Era él, Odin. — Quiero grupos de cuatro en cada tienda, y tres vigilantes en el perímetro del campamento. ¿Entendido? — todos gritaron su aprovación, y comenzaron a agruparse en cuartetos para prepararse para dormir.

Charles se puso nervioso, ¿dónde se supone que dormiría él? Nadie parecía tomarle importancia, todos ocupados en buscar compañeros y hablando de cosas mundanas en general. Por el rabillo del ojo pudo ver que el mismo hombre con la cabeza afeitada y la cicatriz en uno de sus ojos, le observaba con curiosidad, susurrando algo a otro hombre a su costado, ambos rieron en complicidad. Charles frunció el ceño y se puso de pie, caminó directamente hacia una tienda donde sólo había dos personas esperando un par más que se les uniera. Cuando llegó con ellos, la mujer le miró de arriba a abajo, inspeccionando de quien se trataba. 

Apenas iba a abrir la boca para hablar, cuando de repente una pesada mano se posó sobre su hombro derecho. — Hey, chico, ¿a dónde se supone que vas, hmm? — el tono de voz del hombre sonaba tranquilo, Charles se atrevería a decir que hasta sonaba divertido con la situación. Charles se estremesió un poco.

— ¿Dentro? — el chico musitó. Sabía que había respondido una pregunta con otra, pero simplemente no pudo evitar que saliera de su boca. Al girar su cabeza un poco hacia arriba, el chico pudo ver al hombre que previamente le había observado, y esta vez, también tenía una sonrisa burlona en su rostro. 

— Sólo a los miembros del grupo se les permite usar las tiendas, niño. — Charles sintió que el agarre en su hombro se apretó un poco ante esa declaración, Odin parecía tranquilo, pero Charles no lo conocía lo bastante como para decir si el hombre iba en serio o no. — Si quieres un lugar para dormir, puedo sugerirte algún otro sitio no muy lejos de aquí. Tienes que cuidarte el doble de los animales salvajes, pero creo que te las arreglarás bastante bien.

Odin comenzó a guiar al menor hacia el lado opuesto del campamento, Charles posó su mirada sobre el hombre, no parecía que iba a cambiar de opinión. Al llegar al perímetro del asentamiento improvisado, el hombre giró su cuerpo para que ambos estuviesen de frente, Odin bajó su mirada… sus facciones eran claras de leer, aún así, confusas de interpretar para el joven mutante. Se veía preocupado, ¿preocupado de qué? De lo que se supone venían a buscar, ¿quizá? Charles no entendía que rondaba por la cabeza del mayor. El miembro de los Desert Wolves posó ambas manos sobre los hombros del chico, le miró a los ojos intensamente, mientras sus labios formaban una pequeña mueca que no era una sonrisa, mas bien parecía un gesto de intranquilidad. 

— Vas a necesitar esto… — el mayor instruyó. De algún lado en su costado, el hombre sacó un pequeño artefacto, que seguidamente lo puso entre las manos del otro. Charles le miró confundido por un momento, pero decidió no preguntar más, y ocultó el pequeño cuchillo en un lugar seguro. Le dio las gracias, y se giró, dándole la espalda al campamento, y al hombre que lo había echado de ahí. 

El joven caminó alrededor de quince minutos, no muy seguro de a dónde ir, sólo sabía que debía seguirse moviendo. A su alrededor, podía escuchar toda clase de ruidos, la noche era oscura, pero su visión era perfecta. Al subir a una colina, se dió cuenta de que tenía una vista buena del campamento de los Desert Wolves, por alguna razón, Charles se sintió más tranquilo sabiendo que no les había perdido la pista por completo. Su cuerpo gritaba por un poco de sueño, y el joven decidió dárselo, habían sido muchas emociones en un día, era justo lo que necesitaba. Sobre la colina el chico se arrodilló sobre la tierra suelta y retiró una de sus chamarras, extendiéndola sobre la superficie. Era sumamente extraño que en plena luz de día, el clima era abrazador; si estabas más de una hora bajo los rayos del sol, corrias el riesgo de morir de deshidratación o algo. Mientras que de noche, era lo opuesto, el frío se colaba hasta debajo de tu piel, provocando que tus huesos dolieran. 

Cuando por fin su cabeza tocó la almohada improvisada que había hecho, el chico cerró sus ojos y se dejó llevar por tantas emociones. Sus párpados se empaparon al instante, era incapaz de detener las lágrimas por más tiempo. Estaba prácticamente perdido, sin nadie a quien preguntarle qué había pasado. ¿Qué le había ocurrido? No era para nada normal no recordar nada hasta el día de hoy, ¿o si? Charles trató de pensar más profundo, qué era lo último que recordaba, o a quién recordaba… Nada llegó a su mente. Era una gran incógnita que necesitaba ser resuelta, ¿pero cómo? El chico limpió sus ojos con el dorso de sus manos, tomando un respiro y adoptando una posición más recta. Al estar sentado sus ojos desenfocados con las lágrimas pudieron captar algo extraño. No muy lejos de su posición, había un grupo de… algo, Charles no estaba seguro de qué se trataba, ¿hombres? ¿animales salvajes? Fuese lo que fuese, se movían amenazadoramente en dirección recta. Charles no recuerda haber visto algo igual, él podía verlos con algo de claridad, pero era extraño ver algo así; si fuesen hombres, ¿por qué caminaban algunos en cuatro extremidades? Y si era lo opuesto, si esos fuesen animales salvajes, ¿por qué algunos usaban una especie armadura? 

Charles se levantó de repente, casi perdiendo el balance sobre sus pies. Sean lo que sean se dirigían hacia el campamento. El mismo campamento donde nadie le prestaba atención alguna, dónde tan fervientemente le echaron sin consideración. Al mismo campamento en el cual, el hombre intrigante miembro de los Desert Wolves, dormía plácidamente en una de las tiendas de las que fue rechazado. 

Charles observó las cosas moverse, aunque a paso lento, sin duda no tardarían lo suficiente como para que los cuidadores del perímetro se percataran de su presencia. Al ser superados en número por las extrañas criaturas, los Desert Wolves necesitarían todo el tiempo que pudieran para prepararse y hacerles frente. 

Charles tenía que tomar una decisión, y rápido.

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