An unusual story of princesses

Soy una horrible persona, juré desde hace unos milenios que iba a comentar y leer y apenas lo estoy haciendo, merezco que me maten, ahre. Pero voy a comentar el capítulo de cada una de ustedes, porque todo fue hermoso y perfecto, de verdad.

Lizzie:

Lena:

Ally:

La escuela apesta, enserio. No quiero que esta enecé tan hermosa se estanque, so, en cuanto pueda subo cap, perdón por no haber aparecido antes, merezco la muerte  

Capítulo 6

El sol brillaba a los lejos, en el horizonte, llenando de luz el cielo y la tierra. Junto con el amanecer, Frances despertó entre las ramas más fuertes y altas de uno de los árboles en los bosques frondosos del reino de los Bradbury. A ella le gustaba la vista. Siglo XXI o no, nada podría compararse con estar en la copa de un árbol y observar la vida pasar. La tecnología mataba todas las cosas que a ella le gustaba hacer, hablar con las personas era un ejemplo. Por esa razón adora Durham. Las calles, modernizadas a la fuerza, parecían cuadros de arte de un pintor enamorado del romanticismo tanto como el minimalismo. Casas de adoquines grises, imponentes, iluminadas con focos de bajo consumo, y autos de modelo 2000 con ornamentos de plata.

Y con todo eso, Frances no tenía nada. O tal vez si tenía. Vivir a costas de los demás no era algo que le enorgucellera, por lo que contar con la familia Bradbury no sería tema que alardearía. Frances los quería mucho, algunos más que otros, y tenía que hacerlo, ellos eran la familia real. Sin embargo, por más hambre y frío que tuviera, se rehusaría a escabullirse al castillo y pedir ayuda. Seguir molestando en las actividades de los príncipes y princesas no era lo que quería cuando el Rey murió. Y ahora ya había pasado tres semanas desde ese trágico suceso.

Al principio, ella no lo había creído, pese a que estaba a una habitación de distancia, tuvo que encontrar a Dimitri Bradbury en su lecho con la cara pálida cual papel y su hija llorando la pérdida. Susan sería una gran reina algún día. Durante toda esa manaña, antes que las trompetas del luto sonaran, se había paseado y haciendo compañía a Oliver y Angelo, sus príncipes favoritos. Susan estuvo reacia a soltar palabra cuando se había enterado que su padre había prohibido la entrada a su dormitorio hasta que él no considere cercano a la muerte. A Frances le pareció que la chica ni siquiera notó su presencia en ambas situaciones, ni frente a ella, del brazo de Angelo o a su espalda cerciorándose que el corazón del Rey haya parado de latir.

Ese día resultó horrible para todos, tuvo que escapar de ahí porque con tantos lamentos su calma se vería alterada y un diluvio podría azotar a Durham. Desde que las trompetas sonaron, el pueblo se llenó del mismo sentimiento de tristeza y preocupación, desde la última guerra, nadie volvió a quedarse tranquilo respecto a la Monarca Inglesa ni a ninguno de sus partidarios. Lo único que le preocupaba a Frances, era que Durham no pueda sobrevivir a un nuevo enfrentamiento.

Sus pensamientos se detuvieron cuando un leve movimiento en las ramas de los árboles más altos captó atención. Todo temblaba, demasiado leve para ser la tierra enfadada. Parecía otra cosa, tenía que ser otra cosa.

Se movió entre los árboles, los pies resbalando entre las ramas, hasta llegar al centro del movimiento. Se mantuvo bien cerca de una rama frondosa que ocultara de la luz del alba su distintiva cabellera plateada. Lo cual no era algo fácil considerando lo vistosa que Frances podía ser sin proponérselo. Había una persona rodeada de rocas gigantes cerca de la falda de la montaña. Ella las movía.

Frances se quedó helada, en seguida se dijo: es un brujo oscuro, la Reina ya lo sabe. Entonces, pudo ver que se trataba de una mujer, una princesa. El alma le volvió al cuerpo con un suspiro aliviado.

Era Danielle, su cabello movido por el viento y su rostro pintando de un semblante tan concentrado que Frances se preguntó si acaso quería llorar. Pero no era angustia lo que perduraba en la princesa sino frustración, al parecer, Danielle quería levantar una roca muy pesada. A Frances le gusta mucho ver como los demás, los que ella llama "prehéroes", se entrenan para explotar sus poderes, aunque eso signifique terminar en muy mal estado. Por suerte, eso jamás le sucedió, ella jamás se pone a explorar su facultad sobre las sombras más de lo necesario. Sólo cambiar su forma para evitar que puedan verla durante el día, pero eso era bastante fácil y aburrido, en una competencia de juegos de sombras ganaría con los ojos cerrados, pero en una guerra no sería más que una carga.

La princesa Danielle parecía muy concentrada en eso de explotar el poder porque comenzó a sangrarle la nariz, cosa que no la detuvo hasta que colapsó en el piso. Justo en el momento que llegaba a las ramas más bajas, la chica se levantó y, asegurándose que nadie la viera, volvió a su laborioso deseo. Para Frances, la princesa tenía que estar desde hace más tiempo porque su rostro estaba lleno de sangre seca, sin mencionar lo cansada que se veía. Durante una hora más, siguió practicando, sangrando, mareándose y volviendo a trabajar. La piedra lograba moverse de arriba a abajo, también hacia los lados lo que a ella le parecía un gran logro a comparación de sus siluetas negras con formas de pájaros. Frances ya tenía un hambre y sed terribles, pedía al cielo que Danielle considerara que había sido suficiente para asegurarse que volvería bien al castillo así ella podría robar alguna fruta del mercado si era muy necesario. Su estómago rugía como un león enjaulado, temía desfallecer por la ausencia del agua y los alimentos que no pudieran encontrarse en las copas de los árboles. Ella no había tocado suelo desde que escapó del castillo, justo cuando Oliver, el príncipe, parecía a punto de quebrarse. Jamás fue su intención desaparecer en semejante momento, sin embargo, a raíz de la muerte del rey, sus hijos desamparados, la noticia muda de la guerra futura, Frances volvió a sentir ese pequeño recuerdo de su pobre infancia dónde los sicarios ingleses con bolsillos forrados en oro asesinaron a su madre por órdenes directas con tal de evitar que su familia pudiera alguna vez servir a los Bradbury. Sus hermanos jamás hubieran sido torturados y asesinados si sólo se quedaban en Durham. Y entonces, pese a que podría ser de utilidad el consuelo capaz de brindar, ella pensó en sí misma y se fue. Justo cuando Oliver le decía que iría a reunirse con sus hermanos, justo cuando le daba las gracias por haber estado para salvarla de ese vil juego del destino, justo cuando le confesó tenerle un profundo amor hacia ella y su amistad, justo cuando le dijo que volvería porque tal vez necesitaría de un abrazo y una historia con sombras, Frances abrió una ventana y abandonó el castillo.

Volvió su atención a la princesa Danielle, cuya tarea de provocar leves terremotos elevando la tierra y volviéndola a bajar había finalizado y elegía volver a su hogar. Sólo la siguió un poco, entrar a los territorios reales le provocaba escalofríos terribles, lo suficiente para ver como su mano sangraba a propósito. La princesa se estaba lesionando para cubrir su rutina, proporcionándose más dolor del que ya hubo soportado por sus caprichos. Ellos no merecían malgastar sus vidas monárquicas infligiéndose dolor y sangrado con tal de ser buenos, la sangre de los primeros defensores del reino corría por sus venas. Excepto, tal vez, en ella, dónde es más probable encontrar mercurio en sus venas que algo de realeza.

Danielle trastabilló un poco en dirección al castillo, dónde se encontró con Susan, tan preocupada como siempre. Conversaron unos segundos y la princesa Danielle siguió su camino. Estaba a punto de irse, de darle la espalda a Susan sin que lo supiera y dejarles vivir su vida tan normal como se pudiera, cuando la sensación de culpa se formó en su pecho. Resopló y de a poco, siendo lo más silenciosa y delicada posible, bajó del árbol con toda la gracia que días sin tocar el suelo y sin disfrutar de los placeres degustativos que el mundo le otorgaba, podían permitirle. Su vestido blanco, que se había tornado marrón y verde por las cortezas de los árboles, las hojas y su propia mugre, le cayó graciosamente por las caderas. No tenía zapatos, escalar los troncos del bosque no dejaba mucha utilidad a zapatillas de tela delgada y suela de cuero, así que sus pies descalzos aterrizaron en la hierba verdosa. Se encaminó tan derecha que su espalda le dolió (llegó a tambalearse una o dos veces por los mareos), hasta Susan, que observaba su hermana adentrarse al castillo.

—Susan —le llamó.

La joven volteó a su dirección, la mirada amable cambió drásticamente a una de preocupación.

—¡Frances! —Corrió hacia ella. —¿Dónde has estado?

Frances fue incapaz de responder, en vez de eso, sacó un cuchillo que tenía en una correa alrededor de su muslo y lo deslizó por su palma. El filo dentado del cuchillo le trazó una fina línea y de ella borboteó sangre oscura y espesa. Manchó el suelo, la hierba verde brillante manchada por la escarlata esencia humana. Con la palma herida, tomó el hombro de Susan y murmuró tan claro como le fue posible:

—Tu familia hace esto, no me mires de esa forma. Mi sangre no es igual que la vuestra, la suya es inmaculada mientras que la mía ha sido corrompida por los años. No dejes que los tuyos continúen torturándose así.

Y se desplomó contra la princesa, tan débil y blanca como una fina hoja de papel.

***

Cuando Archibald despertó sólo vio la silueta del cuerpo de Octavia pasando por su ventana. Entrecerró los ojos y se giró, fingiendo dormir. Escuchó a Octavia entrar en la habitación e hizo todo lo posible para controlar su respiración y palpitaciones. Como maestra, la joven podía percibir aquellos leves cambios del cuerpo al fingir. Los nervios de la intriga y anticipación a que lo descubran hizo que el corazón de Archibald comenzara a latir más rápido, las sienes presionando una y otra vez. Era tan malo actuando que le daría lástima, sino fuera increíblemente atractivo.

Se quedó mudo cuando fue arrojado hacia la pared frente a él con fuerza.

—ESTOY DESPIERTO. ¿ME OYES? MUY DESPIERTO —gritó desde el suelo, el cuerpo le dolía casi tanto como en los entrenamientos.

La chica sonrió desde su lugar justo al lado del marco de la puerta.

—Lo sé. Eres un desastre como actor deberías saberlo.

Archibald rió cuando se levantó. Movió sus manos y de ellas emergió un humo negro, oscuro como el carbón; las dirigió hacia Octavia y cerró los puños. Entonces la chica comenzó a boquear desesperada buscando oxígeno.

—Ups, mala mía —dijo burlón.

Tomó una camiseta vieja en la cómoda a un lado de su cama; ni había pasado un brazo que una fuerza lo arrojó hacia atrás rompiendo la pared y atravesándola hasta parar sobre un jardín de piedras. Resopló son sorna, él había sido tan considerado con Octavia, pero ella lo había arrojado lejos. Lastimando su muy atractiva espalda.

Volvió a levantarse, si alguna vez estuvo somnoliento, la adrenalina que comenzó a correr por sus venas le alejó todo rastro y posibilidad del volver a la cama. Ahora sólo quería divertirse un poco y Octavia sabía cómo. Alrededor de Archibald se formó una nube espesa de humo nuevamente, dirigió sus manos como para asestar un golpe a la chica pero esta ya no estaba en su lugar. Extrañado, se levantó del suelo, ignorando el dolor en su espalda porque con su creciente deseo de pelear toda sensación se volvía borrosa.

Sintió su presencia mucho antes que su magia, y sin embargo no pudo reaccionar tan rápido como hubiera querido para evitarlo. Octavia lo tenía presionado contra dos paredes invisibles de magia, apretándolo casi al punto de tortura, sentía agujas perforándole la piel. Archibald, que normalmente no solía preocuparse por nada se alarmó tanto que le costó el doble de lo normal destruir las paredes y recuperarse. Cuando dejaba fluir sus poderes, podía curarse muchísimo más rápido que una persona normal, siempre listo para el combate. Tomó a Octavia de los brazos y pensó en cosas terribles, dolorosas e infrahumanas, cerró los ojos y dejó que todo fluyera; no se detuvo hasta que escuchó el grito de la chica. La soltó contra el suelo.

Él se acercó hasta dónde yacía, respirando con ira contenida. Era extraño verla así, si bien no era la persona más amable de todas no era común verla tan agresiva de mañana.

—Tú ganas por hoy —masculló, el pecho subiendo y bajando veloz.

—¿Qué te sucede? Nunca eres tan vengativa. —Archibald le tendió una mano rara que se levante.

Ella se quedó callada, parecía que tampoco le apetecería hablar sobre lo que le tenía preocupada. El muchacho buscó un tema del que hablar.

—¿Has escuchado los rumores nuevos?  —Octavia negó—. Bueno, parece que el Dimitri II murió hace un mes más o menos. Todos estamos pendientes de hacer lo que sabemos hacer ¿sabes? Estoy cansado de hacer trabajos sucios y no tener suficiente dinero. Escuché que la Corona paga bien.

Octavia negó.

 —Creo que deberíamos tener cuidado con eso. Si es verdad eso es probable que los ineptos hijos de Durham tengan algo de poder. Apuesto que andan preparándose como si fueran el centro del mundo.

Archibald se encogió de hombros.

—Oí también que el tiempo pasa más despacio ahí. A mí no me importaría matar a algunos por un buen pago.

***

A Frances le dolía terriblemente la cabeza y le ardía la mano de forma abrazadora cuando despertó. Se sobresaltó al darse cuenta que no estaba en un árbol del bosque en Durham sino que estaba en una habitación de papel tapiz de dibujos durados y postrada en una cama tan acolchonada para hacerle dormir unos cien años. Se miró la palma vendada, parecía un corte profundo porque pese al grosor de la tela, estaba manchada de sangre. Puntadas le golpearon las sienes con fuerza, gimió del dolor, recostándose de nuevo.

La puerta de la habitación se abrió y por ella entró Liza, con una jarra de agua, Angelo con trozos de vendas y Susan sosteniendo una caja de madera. Los tres se quedaron quietos cuando notaron que Frances estaba despierta.

—Buenos días, Frannie —Angelo le saludó.

A Frances le gustaba el carácter de Angelo, también le gustaba la manera en que lanzaba sus flechas y cómo se preocupaba por mantener todo Durham iluminado. Le gustaba Angelo como compañía porque no necesitaban hablar si estaban juntos, si cualquiera de los tuviera telepatía hablaría de esa forma con tal de no usar palabras reales. Solía pasarle el dedo por su ceño fruncido así él sonreiría y le daría un pequeño empujoncito con su hombro. Siempre podía encontrarse con Angelo cuando no estuviera con Oliver. Pensar en él le produjo a Frances un mal gusto en la boca que le obligó a tragar saliva.

—Estamos para curarte —informó Liza, dejando la jarra a un lado de la cama.

Ella intentó protestar, alegar que estaba mejor de lo que parecía pero todo lo que le salió fue:

—¿Dónde está Oliver?

Susan se tensó ante el comentario.

—No quería venir.

Le dolió más de lo que esperaba oír esa respuesta a Frances.

—Pero nosotros sí —aseguró Angelo y Liza asintió con la cabeza.

—Ellos se ofrecieron a curarte, mientras que yo me encuentro muy preocupada por algo que me confesaste antes de cortar tu mano. —La mirada de la princesa usan se dirigió a su palma vendada. Frances se sintió cohibida de repente, escondió su palma debajo de las sábanas. —¿Quién es aquel que se tortura sangrando?

Liza y Angelo la miraron sorprendida mientras mojaban las vendas.

Ante la atención recibida de repente, Frances se encogió en su lugar, avergonzada de su momento de atrevimiento. Paseó sus ojos por la habitación, retrasando el momento de la respuesta. Vio por la ventana, el cielo estaba gris lo que significaba que ella no estaba tan mal. Notó que tenía otra ropa puesta, un vestido marrón de seda que era hermoso para ser sencillo pero bastante incómodo para dormir con él. Quiso saber cuánto tiempo estuvo durmiendo de repente. De pronto, todo era interesante, los cabellos de Liza, las bolsas debajo de los ojos de Angelo, las pecas de Susan…

—Frances Liliuokalani —ella habló—, contéstame.

Frances tosió un poco antes de comenzar a contarle su mañana en los árboles del bosque dónde vio a Danielle practicando hasta perder la conciencia. Liza comenzó a desvendarle la mano que le obligó a destapar de las sábanas mientras ella hablaba, usaba su poder de los elementos para limpiar la herida y con cada parte de los colapsos de su hermana, Frances sentía como se tensaba. No quería hablar sobre este tema,  sólo que ellos no merecían hacer todo eso. Exigirse, siendo quienes eran era innecesario, nada tenían que probar. Ni levantar una montaña, mantener con luz una cuidad o curar herida con agua. Eran especiales por ser quiénes eran, por sus almas, no por sus apellidos o poderes. Ella no lo era, era tan normal como la gente del pueblo y tal vez sí tenía que demostrar que era diferente al resto, aunque eso sólo la haga resaltar equívocamente.

Cuando terminó su relato, Susan tenía los labios hechos una fina línea.

Esperaba que comenzara a gritar o a llorar, pero sólo se mantenía ahí, con su expresión vacía sin decir una palabra. Volvía a sentirse mal por los Bradbury, tantas cosas que soportar en tan poco tiempo no debería ser fácil y este problema no solucionaría nada. Hizo contacto visual con Angelo detrás de la princesa Susan, los ojos refulgentes de una extraña luminiscencia inexplicable.

—Voy a hablarlo más tarde con Danielle. Muchas gracias por comentarme esto, Frances —agregó—. La próxima vez no es necesario que quieras desangrarte.

Y se fue de la habitación sin azotar la puerta o hacer más ruido que una pluma bailando por la brisa del viento.

Liza juntó todas las vendas y las puso en el jarrón que tenía agua. Secó sus manos y se dispuso a arreglar cualquier prenda que encontrara en el armario de la habitación para que Frances pudiera usar. Ella preferiría su vestido blanco sin dudarlo, y este no estaba. La joven murmuraba cosas inentendibles mientras revolvía cajones, entonces el príncipe se acercó a la cama dónde Frances estaba con la caja que su hermana había traído antes en sus manos. Le interesaba saber qué traía dentro, tan importante para que los ornamentos la protegieran y tan pequeño para que pudiera contenerse entre dos manos.

Angelo se sentó en la cama, a la altura de los muslos de Frances, la caja moviéndose en sus manos. Las manos estaban llenas de cicatrices, magulladas y callosas, se preguntó si una vida de lanzar flechas le proporcionó ese aspecto o era que se metía en muchos problemas de joven. No había conocido a los Bradubry de muy joven, sino que había estado más tiempo de lo normal bajo su ala hasta que todos ellos pararon de rechazarla públicamente. Incapaz de contenerse, posó su mano tibia contra la de él, sólo para admirar con su tacto las pequeñas elevaciones de la piel. Pudo ver la tensión en los músculos de Angelo al hacer esa acción pero no le importó, quería hacerlo de todas formas.

—¿Dónde está tu arco chico-carcaj? —preguntó somnolienta de repente.

—En mi habitación —contestó él, rudo y seco. Cerrando el tema lo más rápido posible.

Frances intentó de nuevo, aun tocando sus nudillos y dedos.

—¿Hay algo que no me hayas dicho?

—Te perdiste de varias cosas en tres semanas Frances.

Casi al mismo instante ambos retiraron su mano de la otra. Parecía que ardiera el tacto después de esas palabras. Por lo menos a ella le ardía. Nunca planeó irse en ese momento, si la situación no la hubiera superado jamás se hubiera marchado del lugar dónde jamás la echaron. Sin embargo pasó lo contrario, ella no quiere relacionar los momentos malos de su vida actual con la pasada, así que evita pensar en ellos. Aunque en tanto tiempo paseando de árbol en árbol, hay mucho tiempo para pensar si no hay nadie con quien hablar.

—Oliver me odia, Angel.

Él arrugó la frente

—No me llames así. Y está herido, pero no puede odiarte.

—Claro que sí —repuso ella.

—Nadie puede odiarte, Frances. —Angelo se acercó más a ella, despacio y silencioso. Con decisión dejó su rostro a centímetros del de la muchacha y le pasó el dedo índice por el ceño. Liberando una pequeña sonrisa que le borró el rastro de preocupación de Frances. Suspiró aliviada. Él no la odiaba.

—¡Volveré en seguida! ¡No hay suficientes vestidos en estos armarios para ti! —Liza alardeó con tristeza, casi como fuera una noticia en serio muy mala.

Tomó el jarrón con la vendas y se fue a paso apresurado por la puerta, azotándola.

A los jóvenes se les escapó una risa.

—Lo siento —murmuró Frances.

Esperó una respuesta durante varios segundos, cualquier sonido que no fuera la respiración mecánica de los dos en la habitación. Ni el ruido exterior se filtraba por las ventanas.

Angelo masculló algo breve que Frances no llegó a entender, no obstante, se giró hacia ella de nuevo, haciendo contacto visual. Uno muy profundo, de esos que ninguno de los dos necesitaban demasiadas palabras y posó una de sus manos en la mejilla. Respiró profundo y la acercó hacia él.

La puerta se abrió de golpe, Adara Bradbury entró a tropezones a la habitación.

—¡Angelo! —exclamó ella, casi con una sorpresa que podía cubrir su rechazo—. ¡Con que aquí estás! Hay una emergencia.

Él se levantó de la cama, dejando atrás la caja ornamentada en la falda de Frances y poniéndose frente a Adara con gesto preocupado.

—¿Qué sucede? —inquirió.

—Es Oliver.

Y Frances, por más débil que se sentía al oír esas palabras también se levantó de la cama y los siguió a los dos por los pasillos del castillo.

HolaaaaaaAAAA: