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Witches of Providence Fall's.

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Mensaje por indigo. Lun 10 Ago 2015, 1:50 pm

Whitches of Providence Fall's



¿Crees saber cómo son las brujas por las historias que te contaron de niño?

Señoras malas con narices grandes y verrugas peludas. Malvadas. Abominaciones del demonio, perseguidas, quemadas en la hoguera... Lo que muy pocas personas saben es que las brujas son el equilibrio de la naturaleza. Y tras su desaparición, la balanza entre lo bueno y lo malo se vio alterada: Terremotos, tsunamis, tornados…

Pero todo está a punto de cambiar. La Legión de brujas más antigua de todos los tiempos ha sido despertada. Ellas no lo saben, ni se imaginan la de consecuencias que acarreará ésa noche en la derruida iglesia que se encuentra en las inmensidades del bosque de Providence Fall’s. No saben que han heredado el poder de las ocho brujas más poderosas de todos los tiempos al leer el hechizo de lo que pensaban que era un libro viejo sin importancia.

Han adquirido poder y con ellas el antiguo equilibrio debe ser restaurado. Pero como no existe el ying sin el yang, la luz sin oscuridad, el amor sin el odio. Las brujas tampoco pueden existir sin sus cazadores. Ellos también han sido despertados y su sed de sangre es mayor que antaño. Esta vez matarán a todo el que se oponga a la exterminio, a todo el que se entrometa en su camino. Por suerte las nuevas brujas no estarán solas. Contarán con la ayuda de sus protectores, entrenados desde su infancia para velar por sus vidas.

La nueva Legión se enfrenta a una carrera contrarreloj en la que todo su mundo se tambalea. Nadie es quién dice ser. No saben en quién confiar y por si esto fuera poco, deben mantener a raya sus poderes. Y lo más importante, llegado el momento, tendrán que decidir a qué cara de la luna son fieles.


ficha obligatoria:
Reglas:
turnos:
links importantes:
cabecera:
indigo.
indigo.


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Witches of Providence Fall's. Empty Re: Witches of Providence Fall's.

Mensaje por indigo. Lun 10 Ago 2015, 1:52 pm

Bienvenidas otras vez Witches of Providence Fall's. 2841648573 Witches of Providence Fall's. 2841648573
En un rato dejo el prólogo Witches of Providence Fall's. 1477071114
indigo.
indigo.


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Witches of Providence Fall's. Empty Re: Witches of Providence Fall's.

Mensaje por katara. Lun 10 Ago 2015, 1:52 pm

OH POR ZEUS 
amo como quedo el tema nenaaaa  Witches of Providence Fall's. 1477071114 ya quiero empezarrr c:
 *las dos caras de la luna*
katara.
katara.


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Witches of Providence Fall's. Empty Re: Witches of Providence Fall's.

Mensaje por indigo. Lun 10 Ago 2015, 2:02 pm

Zoi unah artiztah amewa Witches of Providence Fall's. 3962251205
se oyen grillos de fondo
indigo.
indigo.


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Witches of Providence Fall's. Empty Re: Witches of Providence Fall's.

Mensaje por pixie. Lun 10 Ago 2015, 2:12 pm

HOLUUUUUUUU <3

___________________________________________


ausente.
pixie.
pixie.


http://lachicaimposible.tumblr.com
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Witches of Providence Fall's. Empty Re: Witches of Providence Fall's.

Mensaje por Invitado Lun 10 Ago 2015, 2:34 pm

*las dos caras de la luna*
estoy llorando, cuando la vida es linda, suben tema de wopf y te dicen que no hay clase al día siguiente, si, la vida es bella Witches of Providence Fall's. 1054092304 Witches of Providence Fall's. 2686721104 Witches of Providence Fall's. 1477071114
hola a todas, btw Witches of Providence Fall's. 2841648573
Invitado
avatar


Invitado

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Witches of Providence Fall's. Empty Re: Witches of Providence Fall's.

Mensaje por dipper. Lun 10 Ago 2015, 3:26 pm

ESTO ES JODIDAMENTE HERMOSO.
dipper.
dipper.


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Witches of Providence Fall's. Empty Re: Witches of Providence Fall's.

Mensaje por indigo. Lun 10 Ago 2015, 3:49 pm

leer por favor:

prólogo.

escrito por lovely rita


La noche cayó sobre el pueblo como el telón que da por finalizada una obra de teatro. Los grillos comenzaron su canción, la luz marmórea de la luna iluminó y el silencio lo llenó todo.

Los habitantes de Providence Fall’s rehusaban de internarse en el bosque tras el anochecer. Pero esa noche fue diferente, esa noche, los pasos de seis chicas resonaban entre los pinos y las hojas crujían bajo su peso, ahuyentado a las criaturas nocturnas. Iluminaban el camino con linternas y la que precedía la marcha, tenía encendido el GPS del móvil para evitar perderse.  

Un fuerte «crack» detuvo la marcha y las dejó paralizadas a medio paso. El grito de Zoe, la más asustadiza, se propagó por los huecos de los árboles impregnando el aire con un tenebroso eco.

―¡Malditas ramas! ―Se escuchó que mascullaba Brisa. Todas resollaron de alivio. ―Mi culpa, he tropezado. ―Volvió a hablar. Adelantó a las chicas y se situó al lado de Venice.

―Sigo pensando que esto no es una buena idea… ―lloriqueó Zoe. Se rodeaba el cuerpo con sus brazos. Los ojos verdes le brillaban como los de un búho, vagaban en todas direcciones en busca de monstruos o asesinos en serie (lo que apareciera antes).

Las demás suspiraron, molestas.

―¡Por todos los dioses, Zoe! Es la quinta vez que lo repites ―terció Venice, que procuró mostrarse amable―. Si no quieres estar aquí, márchate a casa.

―O mejor, deja de retrasarnos, sé valiente por una vez en tu vida y diviértete ―añadió Brisa con menos amabilidad. Zoe se encogió sobre sí misma ante la crudeza.

Britt le dirigió una mirada acusadora a Brisa por ser tan poco tolerante.

―Vamos ―apremió Angélique. Se situó la primera  echando a andar.

―Yo… ―continúo Zoe, con un castañeo nervioso en la mandíbula.

―Tranquila ―Britt pasó un brazo alrededor de la chica ―, será divertido, no nos pasará nada.

―A lo mejor nos encontramos a Casper el Fantasmita ―bromeó Shirley, mientras las dejaba atrás y se unía a Angélique, que se había adelantado unos metros.

Emprendieron la marcha de nuevo, con una Zoe temblorosa. Venice volvió a situarse la primera, pues llevaba el GPS. Según la voz de la mujer que salía por el altavoz del móvil, sólo les separaban cincuenta metros de su destino; la antigua Iglesia de Providence Fall’s.

Aquella misma mañana, su profesor de Historia había recurrido al folclore del pueblo en un intento por avivar el interés en sus alumnos. Les contó la historia del edificio (consiguiendo su propósito); a mediados del siglo XVIII, cuando el pueblo todavía era joven, ocurrió un terrible accidente dentro del sagrado edificio. Durante una jornada de rezos nocturnos los cimientos cedieron y la iglesia se derrumbó casi en su totalidad. Al día siguiente, el pastor de la iglesia halló los cuerpos diezmados de ocho mujeres. Su profesor, para aumentar la emoción del asunto y deleitándose por la efímera atención que recibía, añadió que todo el que se atrevía a entrar a la ruinas notaba presencias extrañas y juraba escuchar cánticos en lenguas antiguas.

Toda la clase se estremeció de miedo, salvo Brisa y Venice. Que se miraron mutuamente con torvas sonrisas en los labios, con la misma idea en mente: acudirían allí y averiguarían si lo que se decía era cierto. Propusieron el plan a las demás cuando quedaron para cenar en casa de Shirley. Todas aceptaron de buena gana, salvo Zoe, claro.

Así que allí se encontraban, recorriendo el bosque en una escapada nocturna, en lugar de estar en casa Shirley, que es donde en teoría se quedarían a dormir. El resto del camino tornó en silencio, cada una sumida en sus pensamientos.

―Hemos llegado ―anunció Venice con voz solemne a la entrada del claro. Frenó en seco y sus amigas chocaron contra ella.

Un edificio viejo y derruido les dio la bienvenida, la iglesia descansaba sobre un manto de hojas secas y ramas rotas. A pesar de su mísero aspecto, el edificio se mantenía imponente, tanto que era capaz de infundir respeto al más ateo de los mortales. Las paredes de piedra blanca estaban cubiertas con barro, y entre las grietas de edad crecían sendas enredaderas que ascendían hasta perderse de vista. Las enormes puertas de entrada habían sido ultrajadas, por lo que solo quedaba el arco vacío. La torre de la campana tampoco estaba, como si hubiese sido arrancada de cuajo por un gigante. El aire del interior portaba un fuerte olor a polvo, descomposición y bosque.

―Quiero irme ―se lamentó Zoe, por supuesto.

―¡Que te calles de una vez! ―gritó Brisa a consecuencia, cuya sonrisa aumentaba a mediada que la distancia de su cuerpo disminuía de la iglesia.

―Vale ―dijo Shirley situándose justo debajo de la puerta, de cara al resto de las chicas ―. Las que no quieran seguir, que se marchen a casa. Las que sí, vamos a hacernos unas fotos y mañana las colgamos en las redes, los demás se morirán de envidia...

―Claro, porque venir a una iglesia a mitad de la noche ocupa el puesto número uno de lo que cualquier adolescente quiere hacer antes de ir a la universidad. ―La interrumpió Angélique, en broma.

Shirley le lanzó una mirada iracunda, a la vez que un suspiro hastiado escapaba entre los dientes de Britt, que estaba a punto de perder la paciencia.

―No me has dejado terminar ―terció Shirley, que odiaba que la interrumpiesen ―. Si vemos que el edificio no se nos cae encima, podríamos realizar aquí la fiesta de Halloween.

Ahí estaba el motivo por el que Shirley había aceptado mancharse sus caros zapatos de barro: buscar un acontecimiento importante que la mantuviera como la chica más popular del instituto.

―No sé yo si es buena idea… ―el tono de voz de Zoe cada vez descendía unos decibelios.

De pronto, de entre unos árboles, apareció la esbelta figura de una chica morena. Provocando que todas se asustasen.

―Perdón por el retraso ―dijo con voz amable.

Se trataba de la alegre Abby, la última integrante del grupo de amigas. Que no había podido acudir antes a la reunión.

―Madre mía, esto está en el culo del mundo ―arguyó, echando un vistazo por primera vez la infraestructura, como si nada.

―¡Eh, gallinas! ―la voz les llegó del interior y faltó poco para que las cinco se orinaran encima.

―¡Venid a ver esto! ―gritó otra a su vez.

Se relajaron al ver que se trataba de Venice y Brisa, cuyas figuras se desdibujaban debido al polvo que se colaba por las vidrieras de colores rotas. Debían de haberse escabullido por el lateral sin que nadie las viera. A ninguna le gustaba oír las instrucciones de Shirley. Ésta las fulminó con la mirada, más molesta si cabía. Les hizo un gesto a Angélique, Britt, Abby y Zoe para que la siguieran y entrar de una vez.  

El interior era más siniestro, de haber sido posible. Sendos haces de luz diagonales descendían desde las ventanas hasta el suelo, adornados por millones motas de polvo. El suelo se hallaba repleto de suciedad y trozos de piedra. Los bancos de madera estaban en su totalidad comidos por las termitas, y los que no, cubiertos de polvo y llenos de moho. Al alzar los ojos, vieron que había un profundo agujero en el techo, del que colgaban bisagras de madera enmohecidas y por el que se filtraba la luz de la luna. Justo debajo del agujero, una campana oxidada yacía tendida en el centro del pasillo, dificultando el paso directo. En el fondo de la sala, estaba el escenario, en cuyo centro se situaba el atrio central, partido como si una espada lo hubiese atravesado desde su punta superior hasta la inferior. De la pared frontal colgaba una cruz torcida, que se había soltado de su agarre. Por último, en el lado izquierdo, una puerta desprovista de la mayoría de sus tablas las invitaba a introducirse en la siguiente sala. Aquella parte parecía ser la que menos daños había sufrido, sino se tenía en cuenta la suciedad y el mal olor.

Zoe se quedó al lado de la puerta, negándose a adentrarse más y como medida previsora por si de pronto comenzaban a sonar los cánticos mencionados por el profesor y tenía que salir por patas. Abby se reunió con Shirley, que caminaba por el pasillo derecho, mirando las filas de bancos que las circundaban, analizando si el lugar tenía potencial para su fiesta. Angélique y Britt daban vueltas alrededor del escenario, observando los frescos desconchados en las paredes, que una vez fueron majestuosos. Por último, Venice y Brisa, que ya habían visto todo lo demás, ascendían por las escaleras adyacentes del escenario, una por la del lado izquierdo y la otra por el derecho.

―Vaya mierda, ¿para eso hemos venido hasta aquí? ―maldijo Britt, tratando de deshacerse de los tacones de barro adheridos a la suela de sus zapatos. Su voz se propagó en un eco estremecedor.

―Y que lo digas… ―la secundó Abby con las aletas de la nariz dilatadas por el olor.

Todas la ignoraron, cada una a lo suyo. Menos Zoe, que vio la esperanza de marcharse pronto si Britt se aburría y la ayudaba a convencer a las demás. Durante sus palabras, Shirley llegó hasta dónde ellas se encontraban, deteniéndose frente al atrio. Angélique volvió sobre sus pasos para recoger a Zoe y obligarla a pasar, prácticamente arrastrándola.

―¡Mirar lo que he encontrado! ―gritó Venice caminando hasta el exterior del escenario, en pos a sus amigas. Entre sus brazos portaba un libro grueso, con tapas de cuero duro de hojas arrugadas y amarillentas.

De un salto bajó del escenario y se reunió con las demás. Por último llegó Brisa, que había estado mirando a través de los agujeros de la puerta. Venice extendió el libro para que las demás lo vieran.

―¿Qué creéis que es? ―preguntó Angélique, amante de la aventura, pensando que habían encontrado un pequeño tesoro.

Shirley frunció el ceño y se inclinó sobre el libro, su nariz se arrugó de asco.

―¡Puaj! ―exclamó apartándose rápidamente―. No lo sé, pero huele a muerto.

―Es cuero, inculta ―la corrigió Britt.

Zoe temblaba de pies a cabeza, para ella eso se asemejaba más a una pesadilla que a una aventura nocturna. Se apegó al cuerpo de Shirley, buscando protección.

―Ábrelo ―animó Brisa tras mantenerse callada unos momentos, meditando.

Los brazos de Venice comenzaban a hormiguear de dolor, el libro pesaba una barbaridad. Miró por encima de su hombro hasta el suelo, en aquel punto no se encontraba sucio en exceso. Se agachó y se sentó con las piernas cruzadas, posando el libro sobre su regazo. Sus amigas la observaban desde arriba, confusas.

―Sentaos, así podemos verlo todas.

Brisa fue la primera en acceder, seguida por Angélique y su espíritu aventurero. Después lo hizo Britt, y Shirley tuvo que auto obligarse a hacerlo. A Zoe, Abby la tiró del brazo para que se sentara. Todas se cernían sobre el libro. Venice llevó la mano lentamente hasta la tapa superior. Lenta, muy lentamente…

―Date prisa ―la apremió Britt, perdiendo la poca paciencia que tenía.

―Vamos, que intento hacerlo más emocionante ―contestó Venice, pero finalmente, incapaz de controlar su propia curiosidad, metió los dedos entre las páginas y abrió el libro por la mitad.

En una lengua que no conocían y con tinta negra levemente corrida, había escritas incontables palabras adornadas por dibujos y símbolos desconocidos. El silencio se implantó en el lugar por unos minutos, mientras Venice pasaba las páginas.

―¿Qué lengua creéis que es? ―preguntó Abby.

―Inglés seguro que no ―murmuró Shirley, su curiosidad se había despertado un poco y casi  olvidó que se hallaba sentada en un montón de porquería.

―Un momento ―interrumpió Angélique que acercó la mano al libro―, algo sobresale entre las páginas ―tiró del algo y descubrieron que se trataba de una hoja suelta.

Venice cerró el libro en un ruido sordo y su amiga dejó la hoja sobre la superficie. Parecía menos antigua que las demás. En el centro de ésta, escrito con la misma letra irregular, había unas palabras escritas.

―Es latín ―masculló Venice. Acercó la linterna a las palabras para poder leerlas..

―Parece un Grimorio ―dijo Brisa.

―¿Qué es un Grimorio? ―preguntó Zoe, antes de caer en la cuenta de que se estaba dirigiendo a Brisa Jasper.

―Un libro en el que las brujas escribían sus hechizos ―respondió, también sin ser consciente de que hablaba a Zoe Shay. Se hallaba demasiado concentrada en la hoja.

―¿Lo leemos? ―preguntó Abby con una sonrisa de oreja a oreja.

―¡No, es una idea terrible! ―exclamó Zoe en el acto, perdiendo la poca calma que había conseguido.

―Sí ―afirmaron las demás. Querían disfrutar de la noche, pasarlo bien y recordarlo como el día en el que se escaparon de casa y leyeron unas palabras estúpidas en una iglesia siniestra, como si aquello no fuese a tener repercusiones mayores.

―¡Qué guay!, parece que estamos en una película de terror ―la emoción desbordaba a Angélique.

―¿Juntas? ―preguntó Britt.

Todas afirmaron. Contaron hasta tres y se pusieron a leer las palabras de esa lengua que no entendían, el latín. Tras terminar de leer la última palabra, un fuerte viento entró por la entrada sin puertas, trayendo hojas con él. Rodeó a las chicas por unos instantes, haciéndolas sentir distintas, como si ese inocente remolino estuviera traspasándoles la piel, asentándose en sus venas.

Tan rápido como vino, se fue…

Las amigas permanecieron calladas, sin saber cómo reaccionar. Se sentían un poco aturdidas y  la incomprensión llenó sus cerebros por unos momentos. Zoe se desgañitó la garganta gritando.

―Esto no me gusta un pelo ―masculló Abby, mirando a sus amigas.

―¡Se acabó, me marcho de aquí! ―Zoe lloraba y sin darles tiempo para detenerla, salió corriendo.

―Zoe, espera ―Angélique reaccionó tarde, sin poder agarrarla.

―¿Qué narices acaba de ocurrir? ―habló Brisa tratando de controlar el temblor de su voz.

―Ha sido sólo el viento ―dijo Venice, aunque ella también se sentía extraña ―. Siempre hay corrientes de viento en la ciudad… no os dejéis sugestionar por esta tontería. Vamos a por Zoe, antes de que se caiga en una franja.

―El libro, ¿nos lo llevamos? ―preguntó Britt, que había parecido perder todo el color de la cara.

Todas negaron con la cabeza.

―No, nos sirve de nada ―habló Shirley quitándole a Venice el libro de las manos y dejándolo en el suelo ―. Y está claro que aquí no podremos hacer la fiesta. ―La fiesta en esos momentos le traía sin cuidado, pero quería parecer impasible.  

Ninguna puso objeciones. Se levantaron del suelo y caminaron hacia la salida, con las linternas en ristre y los móviles en la mano, para llamar a la asustadiza de Zoe. Salieron del edificio, prometiéndose en silencio que nunca volverían allí. Pues por mucho que trataran de negarlo, sí había ocurrido algo.

Y así se marcharon, sin saber que las cosas nunca volverían a ser como antes.




Pine Tree High School, esa misma noche.


―Parece que tu plan ha dado sus frutos.

La luna que se filtraba por el ventanal recortaba la figura de un hombre mayor. Frente a él, una mujer de cabello rubio y rostro altanero descansaba en un sofá de felpa.

―Fue fácil sugerir al profesor que la historia de la iglesia era un gran tema a debatir―respondió ella, que jugaba con el dobladillo de su jersey, un poco distraída. Sin llegar a creer que después de tantos intentos fallidos, lo hubiese logrado.
El anciano acariciaba su mentón pellejo. Sus ojos grises y sabios se encontraban muchos años atrás, lejos de ese despacho.

―Confío en ti para que enseñes a tus hermanas la importancia de vuestra misión. Tienen mucho que aprender, mucho que controlar ―mascullaba para sí―. Y tú, puede que tengas conocimientos, pero el poder está lejos del alcance de cualquier regla o saber, es incontrolable… y peligroso.

Faye olvidó el bajo del jersey y alzó sus ojos cerúleos al rostro de su maestro. El hombre que le había enseñado el conocimiento que ahora a ella le tocaba pregonar. Quien la acogió cuando toda su vida cambió por completo. Y ahora volvería a cambiar.

―Puedo sentirlo ―habló Faye, con un fuerte hormigueo en las manos.

―No eres la única, los cazadores… ―se interrumpió, como si temiera profanar el lugar con su sola mención.

―Estaremos preparadas Baltasar, lo prometo.

―Sí, esta vez, quizá... ―se interrumpió de nuevo.

Baltasar se incorporó de su confortable silla, dispuesto a ponerse en marcha. Su familia volvía a tener una importante misión entre manos, y esta vez, no tenían permitido fallar. Se aflojó la corbata y con pasos largos, rodeó el escritorio.

―Iré a avisar a los chicos, tienen trabajo que hacer. Buenas noches.

Faye asintió, mirando a Baltasar desde su reflejo difuminado en la ventana. Sin mediar palabra alguna, abandonó la habitación. Esa misma noche, horas más tarde, Faye visitó a las chicas en sueños para advertirlas de que todo estaba a punto de cambiar.



«Soy la elegida, la sucesora, la salvadora…
Adquiero el poder, la responsabilidad, el liderazgo…
Tomo el poder; siendo suya, él siendo mío…
Agua, fuego, tierra, viento, electricidad…
Me convierto en equilibrio, en naturaleza…
Ya no soy un individuo, ahora soy una Legión.»
indigo.
indigo.


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Witches of Providence Fall's. Empty Re: Witches of Providence Fall's.

Mensaje por dipper. Lun 10 Ago 2015, 5:09 pm

JODER, JODER. OH DIOS ESTO ESTA PERFECTO. me encanta zoe, la encuentro tan tierna, Brisa y Venice dios son tan geniales, bueno todas son increíbles.

―Vaya mierda, ¿para eso hemos venido hasta aquí? ―maldijo Britt, tratando de deshacerse de los tacones de barro adheridos a la suela de sus zapatos. Su voz se propagó en un eco estremecedor. 

―Y que lo digas… ―la secundó Abby con las aletas de la nariz dilatadas por el olor.

MI PARTE FAVORITA, ME MORÍ DE LA RISA. había otras partes, pero pajar citar. bueno espero el capitulo, Kate. Witches of Providence Fall's. 1054092304
dipper.
dipper.


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Witches of Providence Fall's. Empty Re: Witches of Providence Fall's.

Mensaje por indigo. Mar 11 Ago 2015, 6:20 am

Bienvenidas a todas, espero que las que faltaban se pasen pronto Witches of Providence Fall's. 3136398239 Witches of Providence Fall's. 3136398239
GRACIAS POR EL COMENTARIO ANA Witches of Providence Fall's. 2998878722
indigo.
indigo.


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Witches of Providence Fall's. Empty Re: Witches of Providence Fall's.

Mensaje por indigo. Miér 12 Ago 2015, 12:48 pm

hola:

Capítulo 001.

lovely rita Venice Bork



En mi sueño, estoy en una clase instituto. La luz de la bombilla hace brillar los azulejos del suelo y puedo ver las copas de los pinos desde la ventana. No sé qué hago aquí y estoy a punto de irme a explorar cuando la puerta se abre y una mujer joven se interpone en mi camino. Es varios centímetros más alta que yo, sus ojos son muy azules, igual que el cielo de una ciudad de clima tropical. Tiene los pómulos afilados, enmarcados por una bonita piel alabastrina. El pelo rubio le cae por el pecho en hondas suaves. No la conozco, pero al mismo tiempo sí lo hago. Es una sensación extraña, como si una yo pasada hubiese sido conocida de esta mujer.

―¿Quién eres? ―Me atrevo a preguntar, aunque retrocedo un paso sin ser consciente.

Una sonrisa que solo enseña su fila de dientes superior precede a las palabras.

―Todavía no me conoces. ―Tiene una voz clara, en un tono intermedio entre lo grave y lo agudo.

Sus palabras me recorren la piel, suenan a advertencia. De nuevo la sensación a «medio camino» que cavila entre el conocimiento y el desconocimiento me aborda: por un lado creo saber a qué se refiere, pero por el otro no tengo ni la más remota idea.

―No entiendo ―murmuro. Parece lo apropiado, esta mujer incita a uno a hablar en voz baja.

De nuevo una sonrisa.

―Pronto lo entenderás ―asiente para marcar la veracidad en sus palabras, como si eso bastara―. Tienes que estar preparada Venice, se acercan tiempos difíciles para nosotras.

El «nosotras» produce una descarga de electricidad en mi cuerpo.

―Estás chiflada ―digo, porque no tengo otra cosa más inteligente. Su presencia me tiene de los nervios y me molesta no saber su nombre, y que ella en cambio, sí sepa el mío (y que parezca conocerme).

―Todos lo estamos.

Se da la vuelta y en uno de mis pestañeos ha desaparecido. Salgo al pasillo para encontrarla y exigir una explicación, pero cuando empiezo a correr, el suelo bajo mis pies comienza a oscilar en una espiral. Sigo corriendo, aunque es inútil. Me muevo en zigzag sin lograr avanzar hacia delante. Entonces, todo se vuelve confuso.

Paredes de humo y fuego me rodean… Una estrella de ocho puntas dibujada en el suelo con ceniza… Hay una luna hechizante, atractiva y cautivadora, me llama… Palabras en un idioma antiguo que entiendo, pero no retengo… Gritos desgarradores, de asfixia y socorro… Y entonces, un cadáver.


Desperté con las manos aferradas a las sábanas y un zumbido en los oídos. El corazón me latía en la garganta y a pesar del frío, sudaba. Salté de la cama antes de despertarme del todo, parapeté hasta el alféizar acolchado de la ventana y con manos temblorosas, quise escribir en mi diario el sueño que acababa de tener. Siempre lo hacía, despertaba en medio de la noche y sonámbula, mi mano expulsaba de forma incoherente todos mis sueños. Tenía hojas y hojas repletas de fragmentos sin sentido, de pesadillas y de imposibles.

Esa noche no lo conseguí, llegó el amanecer y no puede escribir una sola de las palabras que boxeaban en mi cerebro para que las prestase atención. Solo pude dibujar la estrella de ocho puntas. Una y otra, una y otra vez…

Una sensación desazonadora me inundaba, una inexplicable. Me había sentido así muchas veces desde que perdí a Mark, sin embargo, sabía que la desazón era por una causa distinta. Supuse que los acontecimientos de esa noche estaban influyendo en mi subconsciente más de lo que admitiría en voz alta. Me negaba a pensar que la estúpida excursión a la iglesia y la corriente de aire me habían asustado, era como si admitiera de manera abierta que la idea de ir allí fue un error. Sin embargo ahí estaba, paralizada frente a mi ventana, con el rostro de la mujer asido a mi mente. ¿Qué habría querido decir con que tenía que prepararme? ¿Tiempos difíciles? Y ¿por qué seguía teniendo esa sensación de que la conocía, incluso despierta?

«Te estás volviendo loca», deduje. Yo no conocía a esa mujer, solo estaba sugestionada. Cerré el diario con fuerza y me levanté de mi trono improvisado. Caminé hacia el baño, con la sinfonía chirriante de la madera bajo mis pies. No quedaba una sola parte de mi cuerpo que no estuviese dominada por las agujetas, hasta quitarme la ropa supuso un pronunciado esfuerzo físico.

Tras abandonar la iglesia, tuvimos que invertir más de dos horas en localizar a Zoe. Llegamos a pensar que no íbamos a encontrarla, Abby sugirió llamar a la policía, incluso. Pero yo no tenía muy buena experiencia con las fuerzas de la ley así que no paré hasta encontrarla. Lo hicimos poco después, estaba encogida sobre el tocón de un árbol talado. Como lo ánimos no estaban para una fiesta de pijamas, decidimos marcharnos cada una a nuestras casas. Salvo Zoe, que estaba demasiado asustada. Si sus padres le hubiesen visto en ese estado, nos habrían descubierto.

Aproveché el tiempo extra para darme una ducha larga, duró tanto que para cuando regresé a la habitación el cielo estaba azul y la niebla no era tan frondosa. En Providence Fall’s, ver un rayo de luz era como poder observar la aurora boreal desde el la Islas Caimán: dos fenómenos imposibles. Ése parecía ser el día de los fenómenos imposibles, porque incluso brillaba el sol. Por mi parte, yo prefería el clima frío y el cielo encapotado, sepultarme entre bufandas y capas de ropa. Quizá porque me recordaba a la época en la que viví en Atlanta, cuando todavía habitaba en mi cuento de hadas inventado.

Recordé los días de tormenta en los que mis padres interpretaban canciones de Abba y mi hermano y yo les tirábamos peluches como si fuesen tomates. Deseé que lloviera, que los días de tormenta regresaran a mi vida.

Me encaminé al vestidor para escoger la ropa; unos vaqueros oscuros, una mullida sudadera negra con capucha, zapatillas del mismo color y un pañuelo con estampado geométrico en tonos ocres y granates. Al salir del vestidor la habitación se iluminó con una fuerte luz plateada y el sonido de un rayo lo llenó todo. Alcancé a ver una luz que partía el cielo por la mitad (ahora negro y nublado). Instantes después, el agua cayó del cielo como si todos los grifos del cielo estuvieran abiertos.

No me lo creía. Pero no en el sentido de: «¡Oh madre mía, no puede creerme que Peter Johnson salga con Sally Perks!», más bien en el sentido de: «Estaba tan tranquila en el jardín y un gnomo apareció y me dijo que mañana caerían ranas del cielo». Era ilógico que de un bonito día soleado hubiésemos pasado al diluvio universal en menos de cinco minutos. Tan perpleja estaba que a riesgo de pillar una pulmonía, abrí la ventana y extendí la mano al exterior. Desde luego olía a lluvia, y las gotas eran tan fuertes y rápidas que me impulsaban la mano hacia abajo. Era lluvia real, no alucinaba, no al menos en el sentido literal de la palabra.

«¿Habré sido yo?», no pude evitar pensar. Nada más hacerlo, me reí de mí misma por ser tan boba. Sin pensar en nada más, me marché al baño para secarme el pelo. Agarré el secador y antes de enchufarlo éste comenzó a sonar y a desprender aire caliente. Estaba tan patidifusa que me quedé quieta con el secador vibrando en mi mano. Ahora sí que alucinaba. Parpadeé, el secador volvió a quedarse quieto como si nunca hubiese cobrado vida propia. Un hormigueo intenso se agolpó en la punta de mis dedos. «Sugestión, Venice, sugestión». Enchufé el secador y me sequé el pelo con la vista fija en mi reflejo. Había algo diferente en mí, algo que no supe explicar en ese momento, pero que pronto descubrí.


Llegué a la cocina dispuesta devorar una vaca, atribuyendo mi raro comportamiento al hambre. Subí las persianas y encendí las luces. Perdí unos segundos en observar las gotas de agua adheridas a la ventana de encima del fregadero. Unas cuantas de ellas, se habían congregado en un círculo de bordes desdibujados. No podía dejar de mirar el agua, me llamaba.

―Buenos días.

Genna me sacó del trance al que estaba sometida. Mira que me gustaba la lluvia, pero aquella mañana me estaba poniendo los pelos de punta.

―Buenos días ―respondí girando hasta quedar con los riñones apoyados en la encimera de granito.  

Genna encendió la cafetera y la tostadora, después se sentó para esperar su desayuno. Ése era nuestro trato: yo me encargaba del desayuno y ella de la cena. Me puse a preparar unas tostadas mientras se hacía el café.

―¿Por qué volviste ayer a las tres de la madrugada? ―La voz de mi tía llegó por mi espalda. Quise darme cabezazos contra la alacena―. Dijiste que te quedarías a dormir en casa de Shirley.  

«Mierda».

Genna solía dejarme a mi bola. Nada de prohibiciones, ni toques de queda. No hacía mucho tiempo desde que ella fue uno y parecía entender lo irritable que nos ponían las reglas. Tía Gena era guay, de eso no cabía duda. El problema era que el año pasado me dediqué a causarle una gran cantidad de disgustos innecesarios, por lo que mi libertad se vio minimizada un poco. Quería que le dijera dónde y con quién estaba cuando salía de casa (y llamaba a cualquier adulto responsable para cerciorarse). Yo trataba de darle el menor número de disgustos posibles. A ver, no es que me escapara cada noche a Portland con un carnet falso para emborracharme. Pero sabía que no le gustaría un pelo saber que había ido al bosque de noche.

―Yo… ―vacilé. Giré sobre mis talones con una sonrisa que hacía temblar mis carrillos y apoyé las manos sobre la encimera―, Angélique ronca mucho, preferí volver a casa.

Proseguí con mi sonrisa de marioneta. De todas mis excusas, aquélla se llevaba la palma a la más pobre. El corazón martilleaba en mi cuerpo, nervioso. Genna mantenía sus ojos incisivos en mí, buscando indicios de mentira. Si me descubría, me esperaba algo peor que un castigo: la decepción. Una gran concentración de energía se acumulaba en mis manos, como había pasado en el baño, solo que con una intensidad mayor. Era como tener un campo electrificado en ellas.

Iba a hablar, dispuesta a recurrir  a la baza de «mi hermano mayor está muerto», pero cuando la primera palabra salió de mis labios un torpedo cortó el silencio, acompañado por un fuerte olor a quemado. Di un salto olímpico hasta la isla de la cocina para alejarme.

―¿Qué demonios…? ―Genna se incorporó de la silla y caminó hacia la encimera, dónde antes había estado yo.

Las tostadas habían salido despedidas de la tostadora, tan ennegrecidas que parecían dos trozos de carbón. El aparato chisporroteaba y lanzaba chispas de color azul. Se me encogió el estómago y me puse más nerviosa aún. Entonces, fue cuando la cafetera se volvió loca, el café salía hirviendo con tanta fuerza que pronto llenó la encimera y resbaló por los cajones hacia el suelo. Me pareció ver que la taza favorita de mi tía se derretía.

Genna corrió al cuadro de luces para cortar la electricidad y poder desenchufar los electrodomésticos sin convertirse en una patata frita. La casa se quedó en penumbra y la tostadora emitió el último de sus quejidos. Una piscina de café hondeaba en la encimera.

Aquello fue suficiente para mí. Demasiadas cosas raras en menos de una hora.

―Llego tarde, nos vemos por la noche. ―Recogí mi mochila y salí despedida por la puerta trasera sin darle tiempo a mi tía a responder.

«Por lo menos me he librado de la bronca», pensé.

Corrí hacia el coche y arranqué el motor sin si quiera esperar a que se derritiera el hielo de los cristales. Encendí la radio y dejé que una canción espantosa de heavy distrajese mi cabeza. Salí a la carretera a una velocidad mayor a la que normalmente solía conducir y las ruedas patinaron por la lluvia. Antes de chocarme contra algo aflojé el pie del acelerador.

El Providence Fall’s High School se encontraba situado a las afueras, en la linde con el bosque que pertenecía al Parque Nacional del pueblo. Como yo vivía en la otra punta, tardaba más de quince minutos en llegar. Por lo que cuando detuvo el coche en el aparcamiento, ya no quedaba nadie en los alrededores. Era todo lo que me faltaba para culminar mi mañana de locos: que la señorita Ramírez la profesora de más severa de Literatura que el mundo ha conocido, me castigara.

Recorrí el trayecto hasta el aula todo lo rápido que me lo permitían mis piernas y el suelo resbaladizo. Realicé un derrape frente a la puerta y me catapulté al interior.  Toda la clase frenó su actividad para mirarme, dispuestos a presenciar el espectáculo que a continuación sucedería. La señorita Ramírez detuvo su explicación y dirigió su cara de rata hacía mí. Alcancé a ver la sombra de una sonrisa en sus labios agrietados. Aguardé el castigo, lo único que quería era desplomarme sobre el pupitre.

―Lamento el retraso. ―Me obligué a pronunciar, con cara de arrepentimiento.

«Ojalá se te escaparan las malas pulgas por los costados, bruja».  

La profesora puso los brazos en jarras. Ésa era la señal inequívoca de que iba a pronunciar uno de sus peores castigos. Pero entonces, los brazos se le escurrieron de las caderas, frunció el ceño en una extraña confusión e hizo lo que me confundió a mí, sonrío como si fuese la rata de laboratorio más feliz del mundo.

―No importa, toma asiento.

Creo que se me cayó la mandíbula al suelo y que la clase exhaló un murmullo de incomprensión. Aquella no era la señorita Ramírez, era su compatriota de un mundo paralelo. Aunque prácticamente corrí hacia mi pupitre, antes de que cambiase de opinión. En la clase de Literatura, Shirley se sentaba en el pupitre de delante. Arrastró la silla hacia atrás con disimulo a la vez que la profesora retomaba las explicaciones. Me dirigió una mirada ladeada.

―¿Qué mosca le ha picado? ―preguntó en un susurro.

Encogí los hombros, todavía aturdida. Me frotaba las manos contra los pantalones porque volvían a hormiguearme.

―¿Qué tal Zoe? ―pregunté yo a su vez.  

Shirley soltó un suspiro de resignación. Ahora que me fijaba mejor en ella, me di cuenta de que tenía mala cara. Y que Shirley Miller tuviera mala cara era un mal augurio.

―Fatal, no he pegado ojo en toda la noche por su culpa, bueno y porque he soñado…―se interrumpió antes de terminar―. Esta mañana ha hecho cosas raras.

Recordé a la mujer de mi sueño, pero al igual que mi amiga, me refrené para decir algo más. En su lugar pregunté por las «cosas raras» que había hecho Zoe, que casi me preocupaban más.

―Raras como qué.

―Dice que ha encendido los fogones de la cocina sin cerillas, ¿qué tontería, verdad? ―Shirley se olvidó de que estábamos en clase y se giró por completo en su silla. No sé qué vi en su expresión, pero pareciera que necesitaba que le confirmase que en efecto, Zoe decía tonterías.

―Claro, una completa y absoluta tontería. ―La complací.

Ayer debimos de inhalar una sustancia extraña dentro de la iglesia. Seguro que era eso, no había otra explicación.

―Oye ―me llamó Shirley otra vez―. ¿Has hablado con Brisa, Abby o Angélique?, no han venido a clase.

Supongo que en ese momento colapse o me asusté, pero como lo segundo no lo iba a admitir, pongamos que colapse. Me explotaron las neuronas e hice algo bastante propio de mí. Me levanté de la clase y salí corriendo hacia el exterior. Escuché que Shirley me llamaba, solo que no la hice caso. Por fortuna, la señorita Ramírez parecía seguir poseída por su hermana del mundo paralelo y no me siguió. Regresé al coche y me largué hacia el único sitio que quizá me ayudara a recuperar la normalidad, la escuela de baile.

Acudía a clases de ballet desde que regresamos a Providence Fall’s. La escuela se encontraba en el bulevar del pueblo, cerca de la biblioteca municipal. Mi profesor, Tyler, me había dado una copia de la llave por si alguna vez quería ir a bailar y él no estaba allí.
Llegué al centro poco después. Me apeé del coche y eché a andar por la calle adoquinada del bulevar, rodeada de árboles. La lluvia había purificado el aire y el olor a vegetación era más fuerte, lo que me ayudó a relajarme.

La relajación me duró más bien poco, porque antes si quiera de darme cuenta, un chico había aparecido de la nada y estaba frente a mí, corrijo, agazapado sobre mí.

«Lo que me faltaba, un acosador».

―Apártate de mi camino ―mascullé sin una pizca de temor. Un acosador era hasta el momento, lo más normal de aquella mañana.
Aproveché el pequeño silencio para observar a mí atacante. Poseía un rostro duro, de facciones marcada y labios carnosos. Dos ojos verdes centelleaban bajo sus cejas. A pesar de que era bastante alta, por lo menos me sacaba una cabeza. Y no hablemos ya de sus hombros, parecía el Hombre Roca.  

―Necesito que me acompañes. ―De sus labios escapó una voz grave y rasposa.

―¡Chiflado!

―No lo entiendes Venice, esto es importante.

Un escalofrío me zarandeó. Sabía mi nombre… Pero antes de dejarme arrastrar por la locura, respiré hondo y repliqué.

―Como vuelva a verte otra vez, llamaré a la policía.

Iba a salir corriendo, encerrarme en la escuela de baile (que solo estaba a una calle de distancia) y llamaría a la policía.

―Ya me advirtieron de que me lo pondrías difícil.

El acosador elevó el puño hasta la altura de su boca.

―¡Cómo te atrevas a tocarme te…! ―comencé a decir.

El chico había abierto el puño, dejando al descubierto un montón de polvo gris, con un aspecto similar a la ceniza. Antes de que pudiera apartarme, sopló el polvo hacia mi cara. Fui instantáneo. El cuerpo se me adormeció y perdí la consciencia.


La cabeza me colgaba inerte sobre el hombro izquierdo, orientada hacia el amplio ventanal, tras el que se presentaba un paisaje de altos pinos y montañas. Atontada, pensé en lo bien que estaría observar Providence Fall’s desde la copa más alta de uno de esos pinos. Cerré los ojos para imaginarlo, hasta que un torbellino de razón me azotó, recordándome que me habían secuestrado.

Acometida por aquel hecho aterrador incorporé la cabeza en un gesto tan rápido que por poco me produjo torticolis permanente. Comencé a mover la cabeza con frenesí, buscando a mi captor. Me detuve con incredulidad al contemplar, por primera vez, donde estaba. Había esperado despertar en un sótano sin ventanas, oscuro y mohoso. Pero desde luego no esperaba despertarme en el aula de un instituto.  
El mismo de mi sueño.

Todo era igual, las filas de pupitres de sillas acolchadas, el suelo pulcro iluminado por la bombilla y le bosque de pinos tras el ventanal. Supe a qué lugar pertenecía el aula de inmediato. Debía de ser na de las aulas del The Pine Tree High School, el internado privado que se encontraba en lo alto de la reserva del Parque Nacional.

Cualquiera en su sano juicio se hubiese puesto a llorar. No solo por el secuestro, sino también porque había aparecido en el escenario de mi sueño, después de leer unas palabras en latín en una iglesia siniestra y de enfrentarme a varios sucesos inexplicables en menos de una mañana. Pero yo me reí a carcajada limpia.

«¿Qué tipo de sociópata te lleva a un instituto para matarte o violarte?», era todo lo que podía pensar.

Desde luego, no me quedaría allí para averiguarlo. Tenía que escapar antes de que el chico, porque no era más que un chico, hiciera su aparición estelar. Correr a la comisaría y avisar de que tenían un secuestrador suelto por el pueblo. Después, ya sopesaría el hecho de internarme en un manicomio por voluntad propia.

Sacudí la cabeza para tratar de deshacerme de los mechones de pelo que tenía pegados a las mejillas. A continuación, moví las manos en dirección a la otra para romper la mordaza, con todas las fuerzas que tenía. Apreté los dientes a causa del esfuerzo y los ojos se me llenaron de lágrimas. Tras varios intentos, lo único que conseguí fue un dolor atroz en ambas muñecas y en la cabeza. Estaba segura de que tenía la piel en carne viva, pues me ardían las muñecas, un que se extendía hasta los brazos. Tomé unos segundos antes de repetir el movimiento

―Suéltate…maldita… sea ―siseé con los dientes apretados.

Las cuerdas no cedían.

―Vamos, vamos ―dije casi a modo de súplica, incluso llegué a cerrar los ojos.

«No vas a morir ahora, no a los diecisiete años, no en una maldito instituto», repetía constantemente.

Entonces fue cuando la puerta se abrió trayendo una corriente de aire. Casi esperé encontrarme con la mujer rubia de mi sueño, pero sólo era el chico que me había desmayado con los polvos extraños. Portaba una expresión difícil de descifrar, pero podía jurar que se parecía mucho a la expresión que pone alguien cuando está a punto de tirarse al vacío desde una montaña. Yo, lejos de asustarse o de comenzar a suplicar que no me hiciera daño, elevé el mentón con determinación. Seguro que suplicar era una opción más viable.

―Suéltame, malnacido ―escupí moviéndose sobre la silla, a riesgo de volcar.

El chico se acercó con pasos firmes. Se posicionó frente a mí y se agachó para que sus ojos verdes quedaran a la altura de los míos. Reconozco que me sentía un poco intimidada, pero la valentía era un sentido vital para mí, siempre presente.  

―Pídelo por favor ―respondió él con calma.

En lugar de hacer caso, elevé la rodilla izquierda con fuerza y le propiné un rodillazo en la entrepierna. Se apartó con el rostro descompuesto, tapándose sus partes débiles con las manos.

―Eso por secuestrarme ―escupí.

Escuchar mis palabras hizo que recobrase la compostura de forma milagrosa. Se encaró a mí con menos calma. La mandíbula se le tensaba y le estiraba la piel. Le destilaban los ojos de rabia. La valentía no era una de mis cualidades que digamos, porque me hacía bastante imprudente. Y esa imprudencia era muy probable que me costase la vida. Pero ahí seguía yo, devolviéndole la mirada como si nada.

El duelo de miradas se alargó por unos segundos más. A continuación, muy lentamente, el chico llevó su mano al bolsillo. La metió dentro y de nuevo muy lentamente, la sacó de él. Los ojos se me salieron de las órbitas al ver que la luz se reflejaba en un cuchillo.  Tragué saliva, ya no me temblaban sólo las rodillas. Me había transformado en una gelatina.

«Tenías que haberte quedado quieta, ahora va a abrirte en canal».

Al parecer, sí que iba a morir maniatada en un instituto de pijos a los diecisiete años. Retuve el aire en los pulmones cuando el muchacho retomó la inclinación hacia mi cuerpo. Cada vez estaba más cerca de mí, tanto que podía oler su perfume (no sabía a qué olían normalmente los secuestradores, pero este olía demasiado bien para ser uno). Alzó el cuchillo y cuando pensé en el dolor que sentiría cuando el metal se clavara en mi cuerpo, cabrioló el cuchillo hacia otra dirección. «Igual me lo clava en la espalda». Tampoco ocurrió, el destino del cuchillo fue la cuerda que me mantenía apresada. Fruncí el ceño, sin comprender del todo lo que estaba sucediendo.

Y para añadir un poco de locura a la cosa, una persona nueva se sumó a nosotros.

―Disculpa a Trenton, no se le dan bien las chicas.

Viré la cabeza hacia la puerta a riesgo de chocar con la barbilla del tal Trenton. Lo que vi me dio más miedo de verdad. La mujer de mis sueños acababa de aparecer en escena. Estaba tan acojonada que ni siquiera me di cuenta de que ya no estaba atada.

―Usted…―Es todo lo que pude pronunciar.

―Sigo siendo demasiado joven para que me trates de usted. ―Compuso una mueca―. Llámame Faye.

«Prepárate, se avecinan tiempo difíciles para nosotras». Las palabras que me había dicho en sueños regresaron de pronto a mi mente. Mientras tanto, la mujer… Faye, seguía sonriéndome con ganas y Trenton jugaba con el cordel que me había mantenido prisionera en la silla. También vi que el cuchillo descansaba en el borde del escritorio del profesor. Si lograba alcanzarlo antes de…

―No es necesario, Venice, nadie va a hacerte daño.

Al parecer, me había acostumbrado a que dos desconocidos conocieran mi nombre, porque no me inmuté al escuchar a Faye pronunciarlo.

―Me ha secuestrado ―inquirí, señalando a Trenton.

Faye lanzó una mirada en su dirección. Él por su parte alzó las manos por encima de los hombros, como si se rindiera.

―Le pedí amablemente que me acompañase y se negó ―espetó.

Faye puso los ojos en blanco.

―Los protectores no tienen muchos poderes de persuasión ―dijo, a modo de disculpa.

¿Acababa de llamarle «protector»? ¿Había más? ¿A quién protegían?

Aunque encontrase las respuestas a ésas preguntas, ninguna de ellas resolvería la incógnita de porqué había terminado yo allí o porqué ahora que veía a Faye en carne y hueso, el sentimiento de que la conocía se pronunciaba más. Ni a todas las demás.

―¿Vais a dejar que me marche? ―Supongo que eso era lo que más me preocupaba.

―Por supuesto, después de que nos acompañes ―respondió Trenton.

Lo miré con recelo desde la silla. Faye me inspiraba confianza, teniendo en cuenta la situación. Pero Trenton no.

―¿Adónde?

―A ver a tus amigas ―respondió Faye. Se apartó de la puerta y con un gesto de la mano me instó a que la acompañara.

La mención de mis amigas fue todo lo que necesité para levantarme y aceptar su invitación. Por lo visto, todo este entuerto nos concernía a todas.


No sé qué esperaba encontrar en los pasillos del Pine Tree. Clones de Trenton o tipos con armas. Pero desde luego, no esperaba ver adolescentes vestidos con el uniforme del internado. Caminaban por los pasillos hablando entre ellos, mirando apuntes o con la vista fija en un libro, sin prestarnos atención a ninguno de nosotros. A lo mejor Faye era profesora en el internado y Trenton un trabajador. Lo había llamado protector, quizá era vigilante. El sitio era impresionante, mucho más elitista que mi instituto de pueblo. Las paredes eran de madera caoba y el suelo estaba recubierto por una alfombra de color verde bosque. Había decenas de galerías en saledizo, pasamos por una sala gigantesca con dos televisores de pantalla plana, ordenadores y lo que parecía ser una máquina vintage de painball, una biblioteca con  estanterías de al menos tres metros y todas las ventanas tenían vistas al bosque de pinos.

Nos detuvimos por fin ante una puerta situada dos pisos por encima de dónde me había despertado. Lo primero que vi cuando Faye abrió la puerta fue a siete chicos apretujados frente a la pizarra, después mis amigas sentadas cada una en un pupitre, que me miraron con alivio. Trenton me empujó por la espalda para que me sentara también. Me fijé en la expresión de mis amigas al reparar en la presencia de Faye, llena de sorpresa y reconocimiento. Lo supe, ellas también habían soñado con Faye.

―Bien, ya podemos empezar.

Por primera vez reparé en el hombre parado frente al ventanal. Era alto y delgado como un junto. Las arrugas en su rostro y el pelo canoso, que llevaba peinado hacia atrás, mostraban su edad. Pero estaba lejos de parecer un anciano. Allí de pie, vestido con un traje marrón que tenía pinta de ser muy caro y con unos ojos penetrantes y antiguos, imponía más respeto que todos los matones de la pizarra juntos. Como mínimo, era el director del internado.

―Cuando mi padre se entere de que está institución se dedica a secuestrar chicas, lo cerrará ―amenazó Shirley con atrevimiento.

―¡Por favor, dejen que nos marchemos a casa! ―suplicó Zoe entre sollozos.

―Usted es la mujer de mi sueño ―confirmó Angélique con su voz dulce y curiosa, todavía mirando a Faye.

―¿Quiénes sois y qué queréis de nosotras? ―quise aplaudir a Brisa por hacer las dos preguntas más importantes.

El hombre caminó hasta situarse frente a la mesa, al lado de Faye. Como yo estaba sentada en el primer pupitre de la fila del medio, estaba a menos de un metro de distancia.

―Me llamo Baltasar Patronus y éstos ―señaló al amasijo de mastodontes a su espalda―, son mis ayudantes.

―¡Cómo en Harry Potter! ―exclamó Abby, todas la lanzamos una mirada fulminante, no era momento para bromear.

Al girarme de nuevo, Baltasar tenía una leve sonrisa, que acentuaba sus arrugas y su barbilla en forma de nuez.

―Estáis aquí por lo que sucedió ayer noche en la antigua iglesia del pueblo ―prosiguió hablando.

―No hicimos nada ilegal, no puede secuestrarnos y retenernos aquí por visitar un edifico histórico. ―A Britt no le faltaba razón, sin embargo, no creía que Baltasar se refiriese a eso en concreto.

―Por supuesto que no ―razonó el anciano―. Estáis aquí por algo muy distinto, ¿alguna de vosotras puede decirme lo que ocurrió en la iglesia años atrás?

―Nuestro profesor de historia nos contó que el edificio se vino abajo y que murieron ocho personas ―respondió Brisa.

El sol había empezado desaparecer por las montañas. Esperaba poder llegar a casa antes de que Genna terminase de trabajar, porque el secuestro no iba a ser nada comparado con la bronca que me iba a caer.

―Es cierto que murieron personas aquella noche… pero no personas corrientes.

―Baltasar, díselo de una vez por todas. A mí no me ayudó que dieses tantas vueltas ―instó Faye con voz comedida. Se notaba que guardaba un profundo respeto por aquel hombre. Lo que hizo que mi suposición sobre que era el director tomase consistencia.

―¿Y tú quién eres? ¿Cómo es posible que nos visitaras a todas en sueños y que casualmente hoy estemos aquí contigo? ―Si quería empezar a obtener respuestas que explicasen toda la majadería del día, tenía que empezar a hacer preguntas majaderas.

―Soy como vosotras ―respondió.

―No eres como nosotras, eres más mayor ―contradijo Shirley, que parecía horrorizada por la comparación.

―No se refería a eso ―intervino Baltasar de nuevo ―. Quiere decir que también es una bruja, la última de vuestro círculo, o primera, según se mire.

Se me heló la sangre en el cuerpo. Ese anciano estaba diciendo que éramos brujas. Tal y como lo dijo, estaba segura de que no se refería a que éramos malas personas, sino a brujas de verdad, de la que salen en las películas y en los cuentos.

―Se acabó. Yo me marcho de aquí y, tenga por seguro que pienso denunciar esto a la policía.

Brisa se levantó del pupitre con estruendo y comenzó a caminar hacia la puerta. Antes de que pudiera siquiera acercarse, un chico rubio se interpuso en su camino. Por como lo miró, supuse que había sido él quien la había secuestrado. Los demás chicos tensaron su cuerpo, dispuestos a pararnos por si otra de nosotras se levantaba.

―¡Es por ese estúpido hechizo, os dije que no teníamos que leerlo! ¡Os dije que dejáramos el libro! ¡Os dije que era mala idea ir a la iglesia! ―lloriqueó de nuevo Zoe. Mi pobre amiga debía de estar pasándolo fatal.

―Tranquilízate, querida. ―Baltasar pareció notarlo, porque habló como yo les hablaba a los perros abandonados que me encontraba en mi jardín ―. Aunque tienes razón, es por el hechizo que leísteis ayer.

―Eso no era un hechizo, eran… eran unas palabras estúpidas ―habló Abby, pero el titubeo en su voz las delató.

―Sois descendientes de la última Legión de brujas que ha habitado la Tierra, el poder ha vivido con vosotras desde que nacisteis, sois las elegidas de entre todos los descendientes. Sólo tenía que despertarse.

―Está loco ―declamé.

Pero una parte de mí, la que había aceptado que la palabra «bruja» era la respuesta a la lluvia instantánea, el secador con vida propia y la rebelión de los electrodomésticos, estaba ansiosa porque Baltasar siguiera explicando cosas.

―Chicas, yo reaccioné igual cuando me enteré. ―Faye se puso delante de él, con las manos extendidas frente al cuerpo, como si estuviese calmando a unas fieras―. Pero es la verdad, yo hice que el profesor de Historia os hablara de la iglesia, sabía que iríais, tenía que desatar vuestro poder. Os pude visitar en sueños porque estamos conectadas. Y sois brujas, todas lo somos.

―Chalados, todos chalados ―dijo Britt, que se levantó de la silla.

―Nos vamos de aquí ―la secundó Abby.

―Me temo que no puedo dejar que os vayáis hasta que os lo explique todo ―respondió Baltasar con calma, inmune a nuestros insultos.

Yo también me levanté.

―Señor, lo que dice no tiene sentido. Las brujas no existen y, nosotras no somos herederas de esa… Legión ―dije.

Mientras tanto Shirley se había levantado y había ido a por Zoe para que hiciera lo mismo.

―Sé que os sentís diferentes desde que leísteis el hechizo. Todas habéis hechos cosas extrañas a lo largo del día. Os lo explicaré todo, hay cosas de suma importancia que debéis saber.

―Sigo sin creerle ―Angélique se levantó. Ni siquiera ella, que debería estar saltando a la pata coja por la «aventura», parecía a punto de derrumbarse.

―Nos vamos ―repetí, retrocediendo hacia la puerta.

Entonces ocurrió algo que ninguna de nosotras esperaba. Baltasar miró al chico que flanqueaba la puerta y éste, a una velocidad asombrosa, rodeó a Brisa por el cuello y le apuntó la cabeza con una pistola.

―¡Qué hace! ―chilló Abby― ¡Dígale que se detenga!

Baltasar se alisó el traje.

―Hacerlo vosotras mismas, obligarle a que pare.

El chico le quitó el seguro a la pistola y apretó parcialmente el gatillo. Brisa se revolvía bajo el brazo, tratando de zafarse. Esta gente podía estar loca o bien podía ser verdad lo que nos decían. Pero yo sólo tenía una cosa clara: nadie le tocaba un pelo a mi mejor amiga y salía vivo del intento. Así que sin saber muy bien qué hacía extendí las manos frente a mí y deseé con todas mis fuerzas que ocurriera algo que lo detuviese. Noté una presión caliente en las manos y cuando abrí los ojos alcancé a ver cómo dos bolas de fuego (fuego de verdad) salían de las palmas. Al mismo tiempo que de las de Britt salían dos chorros de agua (también de verdad). Zoe chilló y la bombilla del techo explotó. La clase se quedó a oscuras, iluminada sólo por los colores naranjas y violáceos del atardecer. Pero lo más importante de todo, el chico había liberado a Brisa. Corrí a abrazarla.

―Vale, somos brujas ―dijo Shirley a modo de rendición, porque ¿para qué negarse después de lo que acababa de suceder? ―¿Ahora qué?

―Ahora queridas mías, tenemos que hablar de vuestra instrucción… y de los cazadores.
Sigue: Supertramp.


Última edición por lovely rita. el Miér 12 Ago 2015, 5:44 pm, editado 1 vez
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Witches of Providence Fall's. Empty Re: Witches of Providence Fall's.

Mensaje por katara. Miér 12 Ago 2015, 5:23 pm

OHHHH YA HAY CAP por que no me avisaste pelotuda
Ahora leo y comento todo  Witches of Providence Fall's. 1477071114
katara.
katara.


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Witches of Providence Fall's. Empty Re: Witches of Providence Fall's.

Mensaje por peralta. Jue 13 Ago 2015, 1:03 am

¡YA HAY TEMA! Witches of Providence Fall's. 4098373783 Witches of Providence Fall's. 4098373783 Witches of Providence Fall's. 4098373783 tengo que leer Witches of Providence Fall's. 2841648573
peralta.
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Witches of Providence Fall's. Empty Re: Witches of Providence Fall's.

Mensaje por pixie. Jue 13 Ago 2015, 7:39 am


HOLAAAAAAAAA Witches of Providence Fall's. 4098373783
bueno me leí ya por fin el prólogo y el cap. déjame decirte que me han parecido hermosos. me gusta como has introducido la historia de como se empiezan a pasar las cosas y el porqué, me ha parecido tan cúl, y después la parte en la que aparece faye hablando y luego esas palabras en plan profecía -no se si me llegué a explicar bien- es que me encantan las leyendas y ese tipo de cosas, siempre solía salir con esas cosas en mis ideas(?) ahre no se me gustó ese detalle mucho. por otra parte me da muchísima pena zoe, ay no se siento que es víctima de abuso pero es por que tiene miedo? ah no se supongo que el ser una bruja la espabilará.
Luego en tu cap, ay no se el sueño me enantó y el detalle de que empieze a llover por que ella lo desea ayyyy y luego la tostadora (con la pedazo de pillada) me diste como varias ideas para mi cap Witches of Providence Fall's. 1857533193 Y luego cuando la secuestran woooooow no me esperaba para nada esto, me dejó muuuuy en shock pero me gustó mucho esa idea.
TAN TAN TAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAN no puedo esperar para el próximo cap Witches of Providence Fall's. 3136398239
lamento mi caca de comentario

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ausente.
pixie.
pixie.


http://lachicaimposible.tumblr.com
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Witches of Providence Fall's. Empty Re: Witches of Providence Fall's.

Mensaje por Invitado Jue 13 Ago 2015, 3:56 pm

Lo más seguro es que hoy deje comentario del prologo y mañana de tu capítulo, Kathe Witches of Providence Fall's. 2686721104
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