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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 7 Empty LOS ORÍGENES- PRÍNCIPE MECÁNICO

Mensaje por StephRG14 Miér 03 Jun 2015, 7:41 pm

Capitulo 12
El baile de mascaras


Así que ahora he jurado enterrar
Este cadáver de odio.
Me siento tan libre y tan ligero,
Por la pérdida de ese peso extinto,
Que debería estar más delirante, me temo,
Increíblemente feliz;
Pero su hermano viene, como una plaga
En mi nueva esperanza, hasta el Salón de la noche.
—Lord Alfred Tennyson “Maud”


Cyril había detenido el carruaje fuera de las puertas de la propiedad, a la
sombra de un roble de hoja verde. La casa de campo de los Lightwood
en Chiswick, justo a las afueras de Londres, era enorme, construida al
estilo paladino con pilares inmensos y múltiples escaleras. El resplandor de la
luna hacía todo nacarado, como el interior de una concha de ostra. La piedra de
la casa parecía de plata resplandeciente, mientras que la puerta que corría
alrededor de la propiedad tenía el brillo del aceite negro. Ninguna de las luces
de la casa parecía estar encendida: el lugar estaba tan oscuro como la boca de
un lobo y tan silenciosa como una tumba. Los vastos jardines se extendían a su
alrededor, hasta el borde de una meandro37 en el río Támesis, sin luz y
abandonado. Tessa empezó a preguntarse si habían cometido un error al venir
aquí.
Cuando Will dejó el coche, la ayudó a bajar después de él, con la cabeza
girada y su fina boca endureciéndose.
—¿Hueles eso? Brujería diabólica. Su hedor está en el aire.
Tessa hizo una mueca. No podía olor nada inusual, de hecho, tan lejos del
centro de la ciudad, el aire parecía más limpio que el que había cerca del
Instituto. Olía a hojas mojadas y suciedad. Miró a Will, con su rostro elevado a
la luz de la luna, y se preguntó qué armas ocultaba bajo su levita estrechamente
ajustada. Tenía las manos enfundadas en guantes blancos, la pechera
almidonada e impecable. Con la máscara, podría haber sido una ilustración de
un guapo bandido de una novela de muy poca categoría.
Tessa se mordió el labio. —¿Estás seguro? La casa se ve en mortal silencio.
Como si no hubiera nadie. ¿Podemos estar equivocados?
Él negó con la cabeza. —Hay una magia poderosa funcionando aquí. Algo
más poderoso que un glamour. Un conjuro de verdad. Alguien no quiere que
sepamos lo que está sucediendo esta noche. —Echó un vistazo a la invitación en
su mano, se encogió de hombros y se acercó a la puerta. Había una campana
allí, y llamó, el sonido discordante puso los nervios de Tessa al límite. Ella lo
miró, él sonrió.
—Caelum denique, ángel —dijo y se desvaneció en las sombras al mismo
tiempo que la puerta ante ella se abría.
Una figura encapuchada se encontraba ante ella. Su primer pensamiento fue
que eran los Hermanos Silenciosos, pero sus ropas eran del color del
pergamino, y la figura que estaba frente a ella estaba envuelta en el color del
humo negro. La capucha ocultaba su rostro por completo. Sin decir palabra, ella
le tendió la invitación. La mano que la tomó llevaba guantes. Por un momento,
el rostro oculto observó la invitación. Tessa no pudo evitar inquietarse. En
cualquier circunstancia normal, una joven que asiste sola a un baile sería tan
inadecuado como indecente. Pero esto no era circunstancia normal. Por fin, una
voz salió de debajo de la capucha:
—Bienvenida, Señorita Lovelace.
Era una voz áspera, una voz como la piel siendo raspada sobre una
superficie rugosa. La espina dorsal de Tessa se erizó, y se alegró de no ver
debajo de la capucha. La figura le regresó la invitación y dio un paso atrás, señalando al interior; siguió caminando, esforzándose por no mirar alrededor
para ver si Will la estaba siguiendo.
La condujeron en torno al lado de la casa, por un camino estrecho del jardín.
Los jardines se extendían una buena distancia alrededor de la casa, y era de un
verde plateado a la luz de la luna. Había un estanque circular de color negro,
con un banco de mármol blanco junto a él, y setos bajos cuidadosamente
recortados, que bordeaban los caminos arreglados. El camino en el que estaba
terminaba en una entrada alta y estrecha montada en el lado de la casa. Había
un extraño símbolo tallado en la puerta. Parecía moverse y cambiar mientras
Tessa lo miraba, haciéndole daño en los ojos. Apartó la mirada cuando su
compañero encapuchado abrió la puerta y le indicó que entrara.
Entró a la casa y la puerta se cerró detrás de ella. Se dio la vuelta justo
cuando se cerraba, captando un vistazo, pensó, de la cara debajo de la capucha.
Pensó que había visto algo muy parecido a un grupo de ojos rojos en el centro
de un óvalo oscuro, como los ojos de una araña. Contuvo la respiración cuando
la puerta se cerró y ella se hundió en la oscuridad.
Cuando intentó agarrar a ciegas la manija de la puerta, la luz se encendió a
su alrededor. Estaba al pie de una larga y estrecha escalera que conducía hacia
arriba. Unas antorchas ardiendo con una llama verde (no era luz mágica)
corrían por los lados de las escaleras.
En lo alto de las escaleras había una puerta y tenía otro símbolo pintado.
Tessa sintió que su boca se secaba incluso más. Era el ouroboros, la serpiente
doble. El símbolo del Club Pandemónium.
Por un momento se sintió paralizada por el miedo. El símbolo trajo recuerdos
sombríos que se apresuraron a volver: la Casa Oscura; las Hermanas
torturándola, tratando de obligarla a cambiar; la traición de Nate. Se preguntó
qué había dicho Will en latín antes de haber desaparecido. "Valor", sin duda, o
alguna variedad de eso. Ella pensó en Jane Eyre, haciéndole frente
valientemente a la ira del señor Rochester; Catherine Earnshaw quien, cuando
fue mutilada por un perro salvaje "No gritó, le habría parecido despreciable hacerlo”38. Y, por último, pensó en Boudica, quien Will le había dicho que era
más “valiente que cualquier hombre.”
Es sólo un baile Tessa, se dijo así misma y tomó la perilla. Sólo es una fiesta.
Nunca había estado en un baile antes, por supuesto. Sólo sabía un poco de lo
que podía esperar, y todo eso era por los libros. En los libros de Jane Austen, los
personajes estaban constantemente esperando que sucediera un baile u
organizando uno y muchas veces todo un pueblo parecía estar involucrado en
la planificación y ubicación del baile. Mientras que en otros libros, como Vanity
Fair, los bailes eran un gran telón del fondo contra el cual ocurrían grandes
intrigas y conspiraciones. Ella sabía que habría un vestuario para las damas,
donde podría dejar su chal, y uno para los hombres, en los que podrían
disponer con seguridad sus sombreros, abrigos, y bastones. Debería haber una
tarjeta de baile para ella, donde estarían apuntados los nombres de los hombres
que le habían pedido bailar. Era grosero bailar más de unos pocos bailes
seguidos con el mismo caballero. Debería haber un gran salón de baile
hermosamente decorado, y una sala de refrigerios más pequeña, donde habría
bebidas frías, sándwiches, galletas y pastel…
Pero no este no era así. Cuando la puerta se cerró detrás de ella, Tessa no se
encontró con sirvientes corriendo a su encuentro para guiarla a los vestuarios
de damas y ofreciéndose a llevar su chal o asistirla con un botón caído. En
cambio, un remolino de ruido, música y luz, la golpeó como una ola. Se quedó a
la entrada de una habitación tan grande, que era difícil de creer que de alguna
manera encajara en la casa de los Lightwood.
Una gran araña de cristal colgaba del techo; fue sólo después de mirarla
durante un rato que Tessa se dio cuenta de que de verdad tenía forma araña con
ocho "piernas" colgantes, y cada una contenía una colección de cirios39 enormes.
Las paredes, lo que podía ver de ellas, eran de un azul muy oscuro, y a lo largo
de la parte que daba al río, habían ventanas francesas; algunas estaban abiertas
para que entrara la brisa a la sala que, a pesar del clima frío en el exterior,
estaba sofocante. Más allá de las ventanas había unos balcones de piedra
curvados, con vistas a la ciudad. Las paredes estaban ocultas en gran medida por grandes extensiones de tela brillante; curvas y espirales de la misma
colgaban en las ventanas que se movían con la suave brisa. El tejido tenía
figuras de los mismos patrones, brillantes y cambiantes tejidos en oro que le
hicieron daño a los ojos de Tessa.
La sala estaba llena de gente. Bueno, no mucha gente, exactamente. La
mayoría parecía lo suficientemente humano. También captó vistazos de los
pálidos rostros muertos de los vampiros, y algunos de los rostros tonos rojo y
violeta de los ifrits, todos vestidos al grito de la moda. La mayoría de los
asistentes, aunque no todos, llevaban máscaras elaboradas con artilugios de oro
y negro, con máscaras con forma de pico del Doctor Plaga40 con pequeñas gafas,
y máscaras de diablo rojas complementadas con cuernos. Aunque algunos
estaban a rostro descubierto, como un grupo de mujeres cuyos cabellos tenían
matices apagados de verde, lavanda y violeta.
Tessa tampoco pensó que fueran teñidas, porque llevaban el pelo suelto,
como en las pinturas de ninfas. Sus ropas eran escandalosamente sueltas
también. Claramente no llevaban corsé. Eran vestidos con telas que fluían de
terciopelo, tul y satín.
Entre los invitados humanos había figuras de todos los tamaños y formas.
Había un hombre, demasiado alto y delgado para ser un hombre, vestido con
un abrigo de cola, cerniéndose sobre una mujer joven con un manto verde y
cuyo cabello rojo brillaba como una moneda de cobre. Unas criaturas que
parecían enormes vagaban entre los invitados, sus ojos amarillos eran amplios y
vigilantes. Tenían filas de púas a lo largo de su espalda, como los dibujos de
animales exóticos que Tessa había visto en libros. Aproximadamente una
docena de criaturas como duendecillos gritaban y charlaban entre sí en un
lenguaje incomprensible. Parecían estar luchando por algo de comida, lo que
parecía una rana además desgarrada.
Tessa tragó la bilis y se giró…
Y entonces los vio, donde no los había visto antes. Tal vez su mente los
rechazó como decoraciones, quizás armaduras, pero no lo eran. Los autómatas
cubrían las paredes en silencio e inmóviles. Eran de forma humana, como el cochero que perteneció a las Hermanas Oscuras, y llevaban la levita de la casa
Lightwood, cada uno con un patrón ouroboros sobre su pecho izquierdo. Sus
caras estaban en blanco y no tenían rasgos, como unos dibujos de niños que no
habían sido pintados.
Alguien la cogió por los hombros, el corazón le dio un gran brinco de miedo.
¡Había sido descubierta! Mientras todos los músculos de su cuerpo se tensaban,
una voz clara y familiar, dijo:
—Pensé que nunca llegarías hasta aquí, Jessamine querida.
Tessa se volvió y miró el rostro de su hermano.
La última vez que había visto a Nate, había estado golpeado y
ensangrentado, gruñéndole en un pasillo del Instituto con un cuchillo en la
mano. Había sido una mezcla aterradora, patética y horrorosa, todo a la vez.
Este Nate era muy diferente. Él le sonrió hacia abajo (Jessamine era mucho
más pequeña que él; era extraño no estar a la altura de la barbilla de su
hermano, sino más bien a la de su pecho) con vivos ojos azules. Su pelo rubio
estaba peinado y limpio, su piel no estaba marcada por contusiones. Llevaba
una capa con un traje elegante y una camisa de color negro en el frente que
hacía resaltar su buena apariencia. Sus guantes eran inmaculadamente blancos.
Este era Nate como él siempre había soñado ser: de aspecto rico, elegante y
sofisticado. Rezumaba de él una sensación de alegría, menos alegría, Tessa tuvo
que admitir, que auto-satisfacción. Se parecía a Iglesia después que hubiera
matado a un ratón.
Nate se rió entre dientes. —¿Qué pasa, Jessamine? Pareciera que hubieras
visto un fantasma.
Lo he visto. El fantasma del hermano que me importó una vez. Tessa buscó a
Jessamine, la huella de Jessamine en su mente. Una vez más sintió como si
estuviera pasando las manos a través de agua venenosa, incapaz de aferrar
nada sólido. —Yo… se apoderó de mí un miedo repentino, de que tal vez no
estuvieras aquí —dijo.
Esta vez, su risa fue tierna. —¿Y perderme una oportunidad de verte? No
seas tonta. Miró a su alrededor con una sonrisa—. Lightwood debería hacer el
esfuerzo de impresionar al Maestro más a menudo. —Le tendió la mano—. ¿Me
harías el honor de brindarme un baile, Jessie?
Jessie. No ‘Señorita Lovelace’. Cualquier duda que Tessa pudo haber tenido
de que su relación fuera realmente seria, se había ido. Obligó a sus labios a
poner una sonrisa. —Por supuesto.
La orquesta, un grupo de hombres pequeños de piel púrpura vestidos de red
plateada, estaba tocando un vals. Nate tomó su mano y la llevó a la pista.
Gracias a Dios, pensó Tessa. Gracias a Dios tenía recuerdos de su hermano
balanceándola alrededor de la sala de su pequeño apartamento en Nueva York.
Sabía exactamente cómo bailaba, cómo ajustar sus movimientos a los suyos,
incluso en este pequeño cuerpo desconocido. Por supuesto, nunca la había
mirado a ella de este modo: con ternura, con los labios ligeramente
entreabiertos. Querido Dios, ¿qué pasaba si la besaba? No había pensado en la
posibilidad. Vomitaría sobre sus zapatos si lo hacía. Oh, Dios, rezó, no dejes que
lo intente.
Ella habló con rapidez. —Tuve problemas terribles saliendo a hurtadillas del
Instituto esta noche —dijo—. Esa pequeña miserable de Sophie casi encontró la
invitación.
El agarre Nate se tensó sobre ella. —Pero no la encontró, ¿verdad?
Hubo una advertencia en su voz. Tessa sintió que ya estaba cerca de una
grave metedura de pata. Trató de dar una rápida mirada por la habitación. Oh,
¿dónde estaba Will? ¿Qué había dicho? Incluso si no me ves, yo estaré allí. Pero
nunca se había sentido tan sola.
Con una respiración profunda, movió la cabeza en su mejor imitación de
Jessamine. —¿Me tomas por idiota? Por supuesto que no. Golpeé su delgada
muñeca con mi espejo, y ella la dejó caer de inmediato. Además, es probable
que ni siquiera sepa leer.
—Exactamente—dijo Nate, relajándose visiblemente—.Podrían haberte
encontrado una sirvienta que sea más conviene para una dama. Una que hable
francés, sepa coser. . .
—Sophie sabe coser —dijo Tessa de forma automática y podría haberse
abofeteado—. Pasablemente —corrigió, y bateó sus pestañas hacia Nate—. Y
¿cómo has estado desde la última vez que nos vimos? —No es que tenga la menor
idea de cuándo puede haber sido.
—Muy bien. El Maestro sigue favoreciéndome.
—Él es sabio —suspiró Tessa—. Reconoce un tesoro de valor incalculable
cuando lo ve.
Nate le tocó la cara suavemente con una mano enguantada. Tessa se esforzó
por no ponerse rígida. —Todo se debe a ti, querida. Mi verdadera mina de
información. —Se acercó a ella—. Veo que usaste el vestido que te pedí —
susurró—. Desde que describiste cómo lo usaste en tu último baile de Navidad,
he anhelado verte en él. ¿Y puedo decir que deslumbras los ojos?
El estómago de Tessa si sintió como si estuviera haciendo su camino hasta su
garganta. Sus ojos se movieron alrededor de la habitación. Con una sacudida de
reconocimiento, vio a Gideon Lightwood, viéndose muy bien en su traje de
noche de corte fino, a pesar de que estaba de pie rígidamente en contra de una
de las paredes como si estuviera enyesado allí. Sólo sus ojos se movían
alrededor de la habitación. Gabriel se paseaba de aquí para allá, con un vaso de
lo que parecía limonada en la mano, con los ojos brillantes de curiosidad. Lo vio
ir hacia una de las chicas de largo cabello color lavanda y comenzar una
conversación. Tanta esperanza de que cualquier de los muchachos no estuviera al tanto
de lo que estaba haciendo su padre, pensó, alejando la mirada de Gabriel con
irritación, y entonces vio a Will.
Estaba apoyado contra la pared frente a ella, entre dos sillas vacías. A pesar
de su máscara, ella tenía la sensación de poder mirar directamente a sus ojos.
Como si estuviera lo suficientemente cerca para tocarlo. Medio había esperado que él tuviera una expresión divertida por su situación, pero no, se veía tenso,
furioso, y. . .
—Dios, estoy celoso de cualquier otro hombre que te mira —dijo Nate—.
Solamente yo debería mirarte.
Dios mío, pensó. ¿Esta línea de conversación realmente funcionaba con la
mayoría de las mujeres? Si su hermano se hubiera acercado a ella con el objetivo
de pedir su consejo sobre estas perlas, le hubiera dicho directamente que sonaba
como un idiota. Aunque tal vez simplemente pensaba que sonaba como un
idiota porque era su hermano. Y despreciable.
Información, pensó. Tengo que obtener información y luego alejarme de él, antes de
que en realidad me enferme.
Buscó a Will otra vez, pero se había ido, como si nunca hubiera estado allí.
Sin embargo, ahora le creyó que estaba en algún lugar, observándola, aunque
ella no pudiera verlo. Reunió sus nervios, y le dijo: —¿En serio, Nate? A veces
temo que el único valor que tengo es la información que puedo darte.
Por un momento se detuvo y se quedó inmóvil, casi sacándola del baile.
—¡Jessie! ¿Cómo puedes pensar en tal cosa siquiera? Sabes que te adoro. —
La miró con reproche mientras comenzaban a moverse con la música de
nuevo—. Es cierto que tu conexión con los Nefilim del Instituto ha sido
invaluable. Sin ti, nunca hubiera sabido que iban a York, por ejemplo. Pero yo
pensaba que sabías que me estabas ayudando porque estamos trabajando para
un futuro juntos. Cuando llegue a ser la mano derecha del Maestro, cariño,
piensa en cómo voy a ser capaz de proveerte.
Tessa se echó a reír nerviosamente. —Tienes razón, Nate. Es sólo que tengo
miedo a veces. ¿Qué pasa si Charlotte se entera de que estaba espiando para ti?
¿Qué me harían?
Nate le dio la vuelta con facilidad. —Oh, nada, querida, tú lo has dicho, son
cobardes. —Miró más allá de ella y levantó una ceja—. Benedict, de nuevo con
sus viejos trucos —dijo—. Bastante desagradable.
 Tessa miró a su alrededor y vio a Benedict Lightwood recostado sobre un
sofá de terciopelo escarlata junto a la orquesta. Estaba sin abrigo, un vaso de
vino tinto en una mano, con los ojos medio cerrados. Tumbada sobre su pecho,
vio Tessa, para su sorpresa, estaba una mujer; o al menos tenía la forma de una
mujer: de largo cabello negro que llevaba suelto, un vestido de corte bajo de
terciopelo negro y las cabezas de unas pequeñas serpientes se asomaban de sus
ojos, siseando. Mientras Tessa observaba, uno de ellas extendió una lengua
larga y bifurcada y lamió el lado de la cara de Benedict Lightwood.
—Ese es un demonio —exhaló Tessa, olvidando por un momento que era
Jessamine—. ¿No es así?
Afortunadamente, Nate pareció no encontrar nada extraño en la pregunta.
—Por supuesto que sí, conejito tonto. Con eso fantasía Benedict. Una mujer
demonio.
La voz de Will hizo eco en los oídos de Tessa: Me sorprendería que alguna de las
visitas nocturnas de Lightwood a ciertas casas en Shadwell no le haya dejado con un
asqueroso caso de viruela demoníaca.
—Oh, ugh —dijo.
—De hecho —dijo Nate—. Es irónico, teniendo en cuenta la forma altanera
en que se comportan los Nefilim. A menudo me pregunto por qué Mortmain lo
favorece así y desea tanto verlo instalado en el Instituto. —Nate parecía de mal
humor.
Tessa ya se lo había imaginado, pero el conocimiento de que Mortmain
ciertamente estaba detrás de la fiera determinación de Benedict de quitarle el
Instituto a Charlotte, se sintió como un golpe.
—Simplemente no veo —dijo ella, haciendo su mejor esfuerzo por adoptar el
comportamiento ligeramente malhumorado de Jessie —de qué servirá para el
Maestro. Solamente es un edificio viejo mal ventilado…
Nate se rió indulgentemente. —No es el edificio, cosita tonta; es la posición.
El director del Instituto de Londres es uno de los Cazadores de Sombras más
poderosos de Inglaterra, y el Maestro controla a Benedict como si fuera una marioneta. Usándolo, puede destruir al Concejo desde adentro, mientras el
ejército autómata lo destruye desde afuera. —La giró expertamente como
requería el baile; sólo los años de práctica de Tessa bailando con Nate evitaron
que cayera, por tan distraída que estaba por la conmoción—. Además, no es tan
cierto que el Instituto no contiene nada de valor. El sólo acceso a la Gran
Biblioteca será invaluable para el Maestro. Sin mencionar la sala de armas…
Y Tessa. —Bajó la voz para que no temblara.
—¿Tessa?
—Tu hermana. El Maestro todavía la quiere, ¿no?
Por primera vez, Nate la miró perplejo y sorprendido. —Ya hemos hablado
de esto, Jessamine —dijo—. Tessa será arrestada por posesión ilegal de artículos
de magia negra, y será enviada a la Ciudad Silenciosa. Benedict la sacará de allí
y se la entregará al Maestro. Todo es parte de cualquier trato que estén
haciendo, aunque qué está consiguiendo Benedict de eso, no me queda claro
todavía. Debe ser algo muy significante, o no estaría tan dispuesto a dale la
espalda a los suyos.
¿Arrestada? ¿Posesión de artículos de magia negra? La cabeza de Tessa giraba.
La mano de Nate se deslizó por la parte trasera del cuello de ella. Estaba
usando guantes, pero Tessa no se podía librar de la sensación de que algo
baboso estaba tocando su piel. —Mi pequeña Jessie —murmuró él—. Te
comportas casi como si hubieras olvidado tu parte en esto. ¿Escondiste el Libro
del Blanco en la habitación de mi hermana como te pedimos, o no?
—Por-por supuesto que sí. Sólo estaba bromeando, Nate.
—Ésa es mi buena chica. —Se estaba inclinando más cerca. Definitivamente
iba a besarla. Era de lo más impropio, pero nada acerca de este lugar podía ser
considerado apropiado. En un estado de horror absoluto, Tessa farfulló:
—Nate… me siento mareada… como si fuera a desmayarme. Creo que es el
calor. ¿Podrías traerme limonada?
Él la miró por un momento, con la boca apretada con molestia enfrascada,
pero Tessa sabía que no podía negarse. Ningún caballero podía. Él se enderezó,
se limpió los puños de la camisa, y sonrió. —Por supuesto —dijo con una
inclinación—. Déjame ayudarte a buscar un asiento, primero.
Ella protestó, pero su mano ya estaba en su codo, guiándola hacia una de las
sillas alineadas en las paredes. La hizo tomar asiento y luego se desvaneció en
la multitud. Lo observó caminar, temblando. Magia negra. Se sentía enferma, y
furiosa. Quería abofetear a su hermano, sacudirlo hasta que le dijera el resto de
la verdad, pero sabía que no podía.
—Tú debes ser Tessa Gray —dijo una voz suave a su lado—. Eres igual a tu
madre.
Tessa casi saltó de su piel. A su lado había una mujer alta y esbelta, de largo
cabello suelto del color de los pétalos de la lavanda. Su piel era de azul pálido,
su vestido era una larga confección que fluía, de gasa y tul. Sus pies estaban
desnudos, y entre los dedos de sus pies había telas delgadas como las de una
araña, de un azul más oscuro que su piel. Las manos de Tessa fueron a su rostro
por un terror repentino: ¿estaba perdiendo su disfraz?, pero la mujer azul se rió.
—No quise que temieras de tu ilusión, pequeña. Todavía está en su lugar. Es
sólo que los de mi especie podemos ver a través de ella. Todo esto —Hizo un
gesto vago al pelo rubio de Tessa, su vestido blanco y las perlas— es como el
vapor de una nube, y tú eres el cielo más allá. ¿Sabías que tu madre tenía los
mismos ojos que tú? ¿Grises algunas veces y azules otras?
Tessa encontró su voz. —¿Quién es usted?
—Oh, a mi especie no le gusta dar nuestros nombres, pero puedes llamarme
como quieras. Puedes inventarme un nombre adorable. Tu madre solía
llamarme Jacinta.
La flor azul —dijo Tessa débilmente—. ¿Cómo conoció a mi madre? No se
ve mayor que yo…
—Después de nuestra juventud, mi especie no tiene edad ni muere. Ni
tampoco tú, ¡chica afortunada! Espero que aprecies el servicio que se te hizo.
Tessa sacudió la cabeza, desconcertada. —¿Servicio? ¿Qué servicio? ¿Está
hablando de Mortmain? ¿Usted sabe lo que soy?
—¿Sabes lo que yo soy?
Tessa pensó en el Código. —¿Un hada? —adivinó.
—¿Y sabes lo que es un changeling? —Tessa sacudió la cabeza.
—A veces —le confió Jacinta, dejando caer su voz a un susurro— cuando
nuestra sangre de hada se ha vuelto débil y fina, nos abrimos camino en un
hogar humano, y tomamos al mejor niño, al más lindo, al más rechoncho, y,
rápido como un parpadeo, reemplazamos al bebé por uno enfermo de los
nuestros. Mientras el niño humano se hace más alto y fuerte en nuestras tierras,
la familia humana se encontrará a cargo de una criatura moribunda temerosa
del hierro frío. Nuestra línea de sangre se fortalece…
—¿Por qué molestarse? —demandó Tessa—. ¿Por qué no robar al niño
humano y no dejar nada en su lugar?
Los ojos azul oscuro de Jacinta se ampliaron. — Porque, eso no sería justo —
dijo—. Y produciría sospecha entre los mundanos. Son tan estúpidos, pero son
muchos. No lo hacemos para despertar su ira. Ahí es cuando llegan con hierro y
antorchas. —Se estremeció.
—Espere un momento —dijo Tessa—. ¿Me está diciendo que soy un
changeling?
Jacinta rebosó de risitas. —¡Por supuesto que no! ¡Qué idea tan ridícula! —Se
llevó las manos al corazón mientras se reía, y Tessa vio que sus dedos también
estaban unidos con cinta azul. Repentinamente sonrió, mostrando sus dientes
brillantes—. Hay un chico muy apuesto mirándote por allí —dijo—. ¡Tan
apuesto como un lord de las hadas! Debería dejarte con tus asuntos. — Parpadeó, y antes de que Tessa pudiera protestar, Jacinta se mezcló con la
multitud de nuevo.
Sacudida, Tessa se giró, esperando que el ‘chico muy apuesto’ fuera Nate,
pero era Will, inclinándose contra la pared junto a ella. En el momento en que
sus ojos lo encontraron, él se giró y comenzó a examinar estudiadamente la
pista de baile.
—¿Qué quería la mujer hada?
—No lo sé —dijo Tessa, exasperada—. Decirme que no soy un changeling,
aparentemente.
—Bien, eso es bueno. Proceso de eliminación.
Tessa tuvo que admitir que Will estaba haciendo un buen trabajo en
mezclarse de alguna forma con las cortinas oscuras tras él, como si no estuviera
ahí en absoluto. Debía ser un talento de Cazador de Sombras—. ¿Y qué noticias
tienes de tu hermano?
Ella se cogió las manos, mirando al suelo mientras hablaba. —Jessamine ha
estado espiando para Nate todo este tiempo. No sé cuánto tiempo exactamente.
Le ha estado contando todo. Cree que él está enamorado de ella.
Will no lucía sorprendido. —¿Tú crees que está enamorado de ella?
—Creo que Nate sólo se preocupa de sí mismo —dijo Tessa—. Hay algo
peor, también. Benedict Lightwood está trabajando para Mortmain. Ese el por
qué está haciendo proyectos para conseguir el Instituto. Para que el Maestro
pueda tenerlo, y tenerme a mí. Nate lo sabe todo, por supuesto. No lo importa.
—Tessa miró sus manos de nuevo. Las manos de Jessamine, pequeñas y
delicadas en sus finos guantes blancos. Oh, Nate, pensó. La tía Harriet solía
llamarlo su chico de ojos entristecidos.
—Espero que eso fuera antes de matarla —dijo Will. Sólo entonces Tessa se
dio cuenta de que había hablado en voz alta—. Y ahí está él de nuevo —añadió
Will en un susurro bajo su aliento. Tessa miró a la multitud y vio a Nate, viniendo hacia ella. En su mano había un vaso de brillante líquido dorado. Se
giró para decirle a Will que se alejara, pero él ya había desaparecido.
—Gaseosa de limonada —dijo Nate, llegando junto a ella y empujando el
vaso en su mano. Los lados fríos como el hielo se sintieron bien contra el calor
de su piel. Tomó un sorbo; a pesar de todo, estaba deliciosa.
Nate sacó el cabello fuera de su rostro. —Ahora, estabas diciendo —dijo—.
Escondiste el libro en la habitación de mi hermana…
—Sí, como me dijiste que hiciera —mintió Tessa—. Ella no sospecha nada,
por supuesto.
—Espero que no.
—Nate…
—¿Sí?
—¿Sabes lo que pretende hacer el Maestro con tu hermana?
—Te lo he dicho, ella no es mi hermana. —la voz de Nate fue cortante—. Y
no tengo idea de qué planea hacer con ella, ni ningún interés. Mis planes son
sólo para mi… nuestro futuro juntos. Espero que estés así de dedicada.
Tessa pensó en Jessamine, sentada hoscamente en la habitación con los otros
Cazadores de Sombras mientras ellos barajaban los papeles acerca de
Mortmain; Jessamine quedándose dormida en la mesa en vez de irse cuando
ellos estaban discutiendo los planes con Ragnor Fell. Y Tessa sintió lástima de
ella mientras odiaba a Nate, lo odiaba tanto que se sentía como un incendio en
su garganta. Te lo he dicho, ella no es mi hermana.
Tessa dejó que sus ojos se ampliaran, que sus labios temblaran. —Estoy
haciéndolo lo mejor que puedo, Nate —dijo—. ¿No me crees? —Sintió una débil
sensación de triunfo mientras lo veía rechazar visiblemente su molestia.
—Por supuesto, querida. Por supuesto. —Examinó su rostro—. ¿Te sientes
mejor? ¿Bailamos otra vez?
Ella apretó la copa en su mano. —Oh, no lo sé
—Por supuesto —Nate se rió entre dientes— dicen que un caballero sólo
debería bailar el primer baile o el segundo con su esposa.
Tessa se congeló. Fue como si el tiempo se hubiera detenido: todo en la
habitación pareció congelarse con ella, incluso la sonrisa afectada en el rostro de
Nate.
¿Esposa? ¿Él y Jessamine estaban casados?
—¿Ángel? —dijo Nate, su voz sonaba como si viniera desde muy lejos—.
¿Estás bien? Te has vuelto blanca como una hoja.
—Sr. Gray. —Una voz mecánica y embotada habló detrás del hombro de
Nate. Era uno de los autómatas con rostro en blanco, sosteniendo una bandeja
de plata en la cual estaba doblado un trozo de papel—. Un mensaje para usted.
Nate se giró sorprendido y cogió el papel de la bandeja; Tessa la observó
mientras lo desdoblaba, lo leía, maldecía y lo metía sin orden en el bolsillo de su
abrigo. —Vaya, vaya —dijo—. Una nota de mí mismo. —Debe ser del Maestro,
pensó Tessa. —Aparentemente, me necesitan. Un pelmazo terrible, ¿pero qué
puedes hacer? —Tomó su mano y la puso de pie, luego se inclinó para darle un
beso casto en la mejilla—. Habla con Benedict; él se asegurará de que seas
escoltada de vuelta al carruaje, Sra. Gray. —Dijo las dos últimas palabras en un
susurro.
Tessa asintió aturdida.
—Buena chica —dijo Nate. Luego se giró y se desvaneció en la multitud,
seguido por el autómata. Tessa los miró a ambos, algo mareada. Tenía que ser la
conmoción, pensó, porque todo en la habitación había comenzado a lucir un
poco… peculiar. Era como si pudiera ver cada rayo individual de luz centelleando en los cristales de la araña. El efecto era hermoso, aunque extraño
y un poco vertiginoso.
—Tessa. —Era Will, ocupando sin esfuerzo el espacio junto a ella. Se giró
para mirarlo. Lucía sonrojado, como si hubiera estado corriendo: otro efecto
extraño y hermoso, pensó, el cabello negro y la máscara, los ojos azules y la piel
blanca, y el sonrojo a través de sus pómulos altos. Era como ver una pintura. —
Veo que tu hermano recibió la nota.
—Ah. —Todo encajó en su lugar—. Tú la enviaste.
—Sí. —Luciendo complacido consigo mismo, Will cogió la copa de limonada
de su mano, vació lo que quedaba y lo puso en el alfeizar de la venta—. Tenía
que sacarlo de aquí. Y probablemente deberíamos seguir su ejemplo, antes de
que se dé cuenta de que la nota es falsa y él vuelva. Aunque lo dirigí a
Vauxhall41; le tomará siglos llegar ahí y volver, así que probablemente estamos
a salvo… —Se interrumpió y ella pudo oír la repentina alarma en su voz—.
Tess… ¿Tessa? ¿Estás bien?
—¿Por qué preguntas? —Su voz hizo eco en sus propios oídos.
—Mira. —Estiró una mano y agarró un zarcillo de su cabello balanceándose,
y lo tiró hacia adelante para que ella pudiera verlo. Lo miró. Castaño oscuro, no
rubio. Su propio cabello, no el de Jessamine.
—Oh, Dios. —Se llevó una mano a la cara, reconociendo el hormigueo
familiar del Cambio mientras comenzaba a recorrerla—. ¿Cuánto tiempo…?
—No mucho. Eras Jessamine cuando me senté. —Tomó su mano—. Vamos,
rápido. —Comenzó a andar a zancadas hacia la salida, pero era un largo camino
a través del salón de baile, y el cuerpo completo de Tessa tenía espasmos y
temblores por el Cambio. Jadeó mientras la mordía como dientes. Vio a Will
mover la cabeza alrededor, alarmado; lo sintió cogerla cuando tropezó, y medio
la llevó hacia adelante.
La habitación giraba a su alrededor. No dejes que me desmaye. No dejes que me
desmaye.
Un remolino de aire frío golpeó su rostro. Se dio cuenta de lejos de que Will
los había girado a través de un par de puertas francesas y que estaban afuera en
un pequeño balcón de piedra, uno de los muchos con vista a los jardines. Ella se
alejó de él, quitándose la máscara dorada del rostro, y casi colapsó contra la
balaustrada de piedra. Después de cerrar las puertas tras ellos, Will volvió y se
apresuró junto a ella, poniendo una mano ligeramente sobre su espalda.
—¿Tessa?
—Estoy bien. —Estaba contenta de la barandilla de piedra bajo sus manos, su
solidez y dureza eran inexpresablemente tranquilizadores. El aire frío estaba
despejando su mareo también. Mirándose hacia abajo, pudo ver que se había
convertido completamente en Tessa otra vez. El vestido blanco ahora era varios
centímetros demasiado corto, y el lazo estaba tan apretado que su escote se
derramaba hacia adelante sobre el cuello del vestido. Sabía que algunas mujeres
se apretaban así los lazos para conseguir este efecto, pero era muy escandaloso
ver tanta de su propia piel a la vista. Miró a Will de costado, contenta de que el
aire frío evitara que sus mejillas flamearan—. Yo sólo… no sé qué pasó. Eso
nunca me ha pasado antes, perder el Cambio sin notarlo así. Debe haber sido la
sorpresa de todo. Están casados, ¿sabías eso? Nate y Jessamine. Casados. Nate
nunca fue del tipo que se casaba. Y no la ama, eso puedo decirlo. No ama a
nadie más que así mismo. Nunca lo ha hecho.
—Tess —dijo Will de nuevo, gentilmente esta vez. Estaba inclinado contra el
balcón también, de frente a ella. Sólo los separaba una corta distancia. Sobre
ellos, la luna colgaba entre las nubes. Un bote blanco en un mar negro e
inmóvil.
Cerró la boca, segura de que había estado balbuceando. —Lo siento —dijo
suavemente, apartando la mirada.
Casi vacilantemente, él puso su mano contra su mejilla, girando su rostro
hacia él. Se había quitado el guante, y su piel desnuda estaba contra la de ella—.
No tienes que sentirlo por nada —dijo—. Estuviste brillante ahí, Tessa. Ni un
paso fuera de lugar. —Sintió que su rostro se calentaba bajo los dedos de él, y se sorprendió. ¿Este era Will hablando? Will, ¿quién le habló en el tejado del
Instituto como si ella fuera basura blanca? —Quisiste a tu hermano una vez,
¿no? Pude ver tu rostro mientras él te hablaba, quería matarlo por romperte el
corazón.
Tú me rompiste el corazón, quería decir. En cambio, dijo: —Una parte de mí lo
extraña como… como tú extrañas a tu hermana. Incluso aunque sé cómo es,
extraño al hermano que pensé que tenía. Era mi única familia.
El Instituto es tu familia ahora. —Su voz era increíblemente amable. Tessa
lo miró sorprendida. La amabilidad no era algo que hubiera asociado con Will
alguna vez. Pero estaba ahí, en el toque de sus manos en su mejilla, en la
suavidad de su voz, en sus ojos cuando la miraba. Era la forma con que siempre
había soñado en que un chico la miraría. Pero nunca se había imaginado a
alguien tan bello como Will, en ninguno de sus sueños. A la luz de la luna, la
curva de su boca lucía pura y perfecta, sus ojos tras la máscara eran casi negros.
—Deberíamos volver adentro —dijo ella, en un medio susurro. No quería
volver adentro. Quería quedarse aquí, con Will dolorosamente cerca, casi
inclinándose hacia ella. Podía sentir el calor que irradiaba de su cuerpo. Su
cabello oscuro caía alrededor de la máscara, dentro de sus ojos, enredándose
con sus largas pestañas—. Sólo tenemos un poco de tiempo…—Ella dio un paso
adelante y tropezó contra Will, que la atrapó. Se congeló, y luego sus brazos se
deslizaron alrededor de él, sus dedos se enredaron tras su cuello. Su rostro
estaba presionado contra su garganta, su suave cabello estaba bajo los dedos de
ella. Cerró los ojos, dejando afuera el mundo vertiginoso, la luz más allá de las
ventanas francesas, el brillo del cielo. Quería estar ahí con Will, envuelta en este
momento, inhalando la fuerte esencia de él, sintiendo el latido de su corazón
contra el de ella, tan estable y fuerte como el latido del océano.
Lo sintió inhalar. —Tess —dijo—. Tess, mírame.
Levantó los ojos a los suyos, lenta y reaciamente, preparándose para la furia
o la frialdad; pero su mirada se fijó a la de ella, sus ojos azul oscuro sombreados
debajo de sus espesas pestañas negras estaban despojados de su frialdad usual,
la distancia estaba al margen. Eran tan claros como el cristal y estaban llenos de
deseo. Y más que deseo, había una ternura que nunca había visto en ellos, que nunca había asociado con Will Herondale. Eso, más que nada, evitó que
protestara cuando él levantó sus manos y comenzó metódicamente a sacar los
broches de su cabello, uno por uno.
Esto es una locura, pensó, cuando el primer broche traqueteó por el suelo.
Deberían estar corriendo, huyendo de este lugar. En cambio, ella se quedó sin
palabras, mientras Will lanzaba las perlas de Jessamine a un lado como si
fueran joyas de bisutería. Su propio cabello largo y ondeado cayó por sus
hombros, y Will deslizó sus manos dentro de él. Lo oyó exhalar cuando lo hizo,
como si hubiera estado conteniendo la respiración por meses y acabara de
dejarla ir. Ella se quedó ahí, como si estuviera hipnotizada mientras él cogía el
cabello en sus manos, dejándolo caer de nuevo sobre sus hombros, enrollando
los rizos entre sus dedos.
—Mi Tessa —dijo él, y esta vez, ella no le dijo que no era suya.
—Will —susurró cuando se estiró y quitó las manos de su cuello. Le sacó los
guantes, y se unieron a la máscara y los broches de Jessie en el piso de piedra
del balcón. Él se sacó la máscara entonces y la tiró a un lado, pasando sus
manos a través de su cabello húmedo, sacándolo de su frente. El borde de
debajo de la máscara dejó marcas a través de sus pómulos altos, como pálidas
cicatrices; pero cuando ella estiró la mano para tocarlas, tomó sus manos
gentilmente y las bajó.
—No —dijo—. Déjame tocarte primero. He querido…
Ella no dijo que no. En cambio, se quedó de pie, con los ojos amplios,
mirándolo mientras los dedos de él trazaban sus sienes, luego sus pómulos,
luego (suavemente a pesar de sus callos) delinearon el contorno de su boca
como si quisiera hacerlo de memoria. El gesto hizo que su corazón girara como
una peonza dentro de su pecho. Sus ojos permanecieron fijos en ella, tan
oscuros como el fondo del océano, dudando, aturdidos con el descubrimiento.
Permaneció inmóvil mientras sus dedos dejaban su boca y arrastraban un
camino hacia su garganta, deteniéndose en su pulso, deslizándose hacia la cinta
de seda en su cuello y tirándola de uno de los lados; sus párpados estaban
medio cerrados cuando el lazo se separó y su mano cálida cubrió su clavícula.
Ella recordó una vez, en el Main, que el barco había pasado a través de un trozo
de mar extrañamente brillante, y que el Main había labrado un camino de fuego
a través del agua, dejando un camino de chispas a su estela. Era como si las
manos de Will le hicieran lo mismo a su piel.
Ardía donde la tocaba, y podía sentir dónde habían estado sus dedos incluso
cuando se habían movido. Sus manos se movieron ligeramente hacia abajo,
sobre el corpiño de su vestido, siguiendo las curvas de sus pechos. Tessa jadeó
cuando las manos de él se deslizaron para envolver su cintura y atraerla hacia
él, juntando sus cuerpos hasta que no hubo ni un milímetro de espacio entre
ellos.
Él se inclinó para poner su mejilla junto a la de ella. Su respiración contra su
oído la hizo estremecerse con cada palabra dicha deliberadamente. —He
querido hacer esto —dijo— cada momento de cada hora de que cada día que he
estado contigo, desde el día que te conocí. Pero sabes eso, tienes que saberlo,
¿no?
Ella lo miró, con los labios separados por el desconcierto. —¿Saber qué? —
dijo, y Will, con un suspiro de algo como derrota, la besó.
Sus labios eran suaves, tan suaves. La había besado antes, salvaje y
desesperadamente y con sabor a sangre, pero esto era diferente. Esto era
deliberado y sin prisas, como si le estuviera hablando en silencio, diciéndole
con el roce de sus labios en los suyos lo que no podía decir con palabras. Dejó
un rastro de lentos y fugaces besos de mariposa a través de su boca, cada uno
tan mesurado como el latido de un corazón, cada uno diciéndole que era
preciosa, irremplazable, deseada. Tessa ya no podía mantener las manos a los
lados. Alzó las manos para tomar la parte de atrás de su cuello, enredar sus
dedos en las sedosas ondas negras de su cabello, sentir su pulso golpeteando
contra sus palmas.
Su agarre en ella era firme mientras exploraba a fondo su boca con la suya. Él
tenía sabor a la gaseosa de limonada, dulce y hormigueante. El movimiento de
su lengua cuando la golpeó suavemente a través de sus labios envió deliciosos
estremecimientos a través de su cuerpo entero. Sus huesos se derritieron y sus
nervios se abrasaron. Suspiró para ponerlo contra ella, pero él estaba siendo tan suave con ella, tan increíblemente suave, aunque podía sentir cuánto la deseaba
por el temblor de sus manos, el golpeteo de su corazón contra el de ella.
Seguramente, alguien que no se preocupaba ni siquiera un poco no se
comportaría con tanta suavidad. Todas las partes en su interior que se habían
sentido rotas e irregulares cuando había mirado a Will esas semanas pasadas,
comenzaron a soldarse y a curar. Se sentía ligera, como si pudiera flotar.
—Will —murmuró contra su boca. Quería tanto que estuviera más cerca a
ella, era como un malestar, un malestar ardiente y doloroso que se extendía de
su estómago para acelerar su corazón, anudar sus manos en el cabello de él y
hacer arder su piel. —Will, no necesitas ser tan cuidadoso. No me voy a romper.
—Tessa — gimió él contra su boca, pero ella podía oír la vacilación en su voz.
Ella mordisqueó suavemente sus labios, jugando, y él se quedó sin
respiración. Sus manos se ajustaron contra la parte baja de su espalda,
presionándola contra él, mientras su autocontrol llegaba a su fin y su gentileza
comenzaba a florecer en una urgencia más exigente. Sus besos se hicieron más y
más profundos, como si pudieran respirarse el uno al otro, consumirse el uno al
otro, devorarse el uno al otro completamente. Tessa sabía que estaba gimiendo
en la parte de atrás de la garganta; que Will estaba presionando su espalda
contra el balcón de una forma que debería haber dolido pero que extrañamente
no dolía; que sus manos estaban en el corpiño del vestido de Jessamine,
aplastando las delicadas rosas de tela.
De lejos, Tessa escuchó sonar el pomo de las puertas francesas; se abrieron, y
aun así, Will y ella se aferraban mutuamente, como si nada más importara.
Hubo un murmullo de voces, y alguien dijo en un tono desaprobatorio: —Te
lo dije, Edith. Eso es lo que pasa cuando bebes las bebidas rosas. —Las puertas
se cerraron de nuevo, y Tessa oyó que los pasos se alejaban. Se separó de Will.
—Oh, por el amor del cielo —dijo, sin aliento—. Qué humillante…
—No me importa. —La atrajo de nuevo hacia él, acarició con la boca el lado
de su cuello; su rostro estaba caliente contra su piel fría. Su boca se posó
rápidamente a través de la de ella—. Tess…
—Sigues diciendo mi nombre —murmuró ella. Tenía una mano en su pecho,
sosteniéndolo un poco alejado, pero no sabía cuánto tiempo podría mantenerlo
ahí. Su cuerpo dolía por él. El tiempo había estallado y perdido su significado.
Sólo existía este momento, sólo Will. Nunca había sentido algo como esto, y se
preguntó si así era para Nate cuando estaba borracho.
—Amo tu nombre. Amo su sonido. —Él sonaba embriagado también, con su
boca contra la de ella mientras hablaba para que pudiera sentir el delicioso
movimiento de sus labios. Ella respiró su aliento, inhalándolo. Sus cuerpos
encajan juntos tan perfectamente, no pudo evitar notarlo; con los zapatos
blancos de satén y tacón de Jessie, sólo era un poco más pequeña que él, y sólo
tenía que inclinar la cabeza ligeramente hacia atrás para besarlo—. Tengo que
preguntarte algo. Tengo que saber…
—Así que ahí están ustedes dos —llegó una voz desde la entrada—. Y qué
demostración más espectacular están haciendo, si puedo decirlo. —Se
separaron de un salto. Ahí, de pie en la entrada (aunque Tessa no podía
recordar el sonido de las puertas al ser abiertas) con un largo cigarrillo sujeto
entre sus delgados dedos marrones, estaba Magnus Bane.
—Déjenme adivinar —dijo Magnus, exhalando humo. Hizo una nube blanca
con la forma de un corazón que se distorsionó al apartarse de su boca,
expandiéndose y girando hasta que ya no fue reconocible—. Bebieron
limonada.
Tessa y Will, ahora de pie lado a lado, se miraron el uno al otro. Fue Tessa la
que habló primero. —Yo… sí. Nate me trajo un poco.
—Tenía mezclado un poco de polvos de brujo —dijo Magnus. Estaba vestido
todo de negro, sin otra ornamentación salvo en sus manos. Cada dedo llevaba
un anillo con una piedra enorme de diferente color: citrino amarillo limón, jade
verde, rubí rojo, topacio azul—. Del tipo que disminuye las inhibiciones y te
hace hacer cosas que… —tosió delicadamente— no harías de otra forma.
—Oh —dijo Will. Y luego: —Oh. —Su voz era baja. Se giró, poniendo las
manos sobre el balcón. Tessa sintió que su rostro comenzaba a arder.
—Dios mío, eso es mucho pecho lo que estás mostrando —continuó Magnus
alegremente, haciendo un gesto hacia Tessa con la punta ardiente de su
cigarrillo —. Tout le monde sur le balcon42, como dicen en francés —añadió,
haciendo mímica de una gran terraza sobresaliendo de su pecho—. Es
especialmente apto, ya que estamos, de hecho, en un balcón.
—Déjala tranquila —dijo Will. Tessa no podía ver su rostro, pues tenía la
cabeza agachada—. Ella no sabía lo que estaba bebiendo.
Tessa cruzó los brazos, dándose cuenta de que eso sólo intensificaba la
gravedad del asunto de los pechos, así que los dejó caer—. Es un vestido de
Jessamine, y ella es media talla menos que yo —exclamó—. Yo nunca andaría
así bajo circunstancias normales.
Magnus levantó las cejas. —Cambiaste de vuelta a ti misma, ¿no? ¿Cuando la
limonada hizo efecto?
Tessa frunció el ceño. Se sintió oscuramente humillada, por haber sido
atrapada besando a Will, por estar de pie en frente de Magnus con un vestido
con el que su tía habría caído muerta si la hubiera visto… y aun así, parte de
ella deseaba que Magnus se fuera para poder besar a Will de nuevo—. ¿Qué
estás haciendo tú aquí, si puedo preguntar? —inquirió, sin gracia—. ¿Cómo
supiste que nosotros estábamos aquí?
—Tengo fuentes —dijo Magnus, dejando salir el humo alegremente—. Pensé
que estarían en contra de ello. Las fiestas de Benedict Lightwood tienen una
reputación de peligro. Cuando escuché que estaban aquí…
—Estamos bien equipados para manejar el peligro —comentó Tessa.
Magnus miró sus senos abiertamente. —Puedo ver eso —dijo—. Armados
hasta los dientes, parece. —Habiendo acabado su cigarrillo, lo tiró sobre la
baranda del balcón—. Uno de los humanos subyugados de Camille estaba aquí
y reconoció a Will. Me envió un mensaje, pero si uno de ustedes ya fue reconocido, ¿cuál es la posibilidad de que pase de nuevo? Es hora de que se
esfumen.
—¿Qué te importa si salimos o no? —Era Will, su cabeza seguía agachada, su
voz era apagada.
—Me debes —dijo Magnus, su voz era acerada—. Pretendía cobrar.
Will se giró hacia él. Tessa se sorprendió al ver la expresión de su rostro:
lucía enfermo y débil. —Debí haber sabido que era eso.
—Puedes elegir a tus amigos, pero no a tus salvadores poco probables —
comentó Magnus, alegremente—. Entonces, ¿nos vamos? ¿O prefieren quedarse
aquí y aceptar las posibilidades? Pueden comenzar con los besos donde lo
dejaron cuando vuelvan al Instituto.
Will frunció el ceño. —Sácanos de aquí.
Los ojos de gato de Magnus brillaron. Chasqueó los dedos y una lluvia de
chispas azules cayeron alrededor de ellos en una repentina y sorprendente
lluvia. Tessa se tensó, esperando que quemaran su piel, pero sólo sintió que el
viento la rozaba al pasar por su rostro. Su cabello se levantó como si una
extraña energía crujiera por sus nervios. Oyó a Will jadear… y entonces estaban
de pie en uno de los caminos de piedra del jardín, cerca del estanque
ornamental, la gran mansión Lightwood se alzaba silenciosa y oscura sobre
ellos.
—Calma —dijo Magnus en un tono aburrido—. Eso no fue tan malo, ¿o sí?
Will lo miró sin gratitud. —Magia —murmuró.
Magnus alzó las manos. Todavía crujían con energía azul, como un rayo de
calor.
—¿Y qué crees que son tus preciosas runas? ¿Crees que no son magia?
—Silencio —dijo Tessa. Repentinamente se sentía cansada hasta los huesos.
Le dolía donde el corsé apretaba sus costillas, y sus pies, con los zapatos
demasiado pequeños de Jessamine, estaban en agonía—. Dejen de soltar
peroratas ustedes dos. Creo que alguien viene.
Todos se detuvieron, justo cuando un grupo charlando rodeó la esquina de la
casa. Tessa se congeló. Incluso en la nublada luz de la luna, pudo ver que no
eran humanos. Tampoco eran Submundos. Era un grupo de demonios: uno era
una cadavérica figura desgarbada con agujeros negros por ojos; otro del tamaño
de un hombre, con piel azul y vestido con chaleco y pantalones, pero con una
cola de púa, facciones de lagarto y un hocico plano como de serpiente; y el otro
que parecía una rueda giratoria cubierta de bocas rojas y húmedas.
Varias cosas pasaron a la vez. Tessa se golpeó la boca con el dorso de la
mano antes de poder gritar. No había sentido en correr, pues los demonios ya
los habían visto y habían parado en el camino. El olor de la putrefacción flotaba
de ellos, borrando la esencia de los árboles.
Magnus levantó la mano, un fuego azul rodeó sus dedos; estaba
murmurando palabras bajo su respiración. Se veía tan descompuesto como
Tessa nunca lo había visto.
Y Will… Will, quien Tessa había esperado que sacara sus espadas serafín,
hizo algo completamente inesperado. Levantó un dedo tembloroso, señaló al
demonio de piel azul y exhaló: —Tú.
El demonio de piel azul parpadeó. Todos los demonios se quedaron
inmóviles como un tronco, mirándose el uno al otro. Debía haber algún tipo de
acuerdo, pensó Tessa, para evitar que los demonios atacaran a los humanos en
la fiesta, pero no le gustaba la forma en que las húmedas bocas rojas estaban
lamiéndose los labios.
—Eh —dijo el demonio al que Will se había dirigido, en una voz
sorprendentemente común—. No recuerdo… eso es, ¿no creo que haya tenido
el placer de conocerlo?
—¡Mentiroso! —Will se tambaleó hacia adelante y cargó; mientras Tessa
observaba asombrada, él corrió más allá de los otros demonios y se lanzó sobre
el demonio azul. Éste dejó salir un grito agudo. Magnus estaba observando lo
que estaba pasando con la boca abierta.
Tessa gritó: —¡Will! ¡Will! —Pero él estaba girando una y otra vez por el
pasto con la criatura de piel azul, la cual era sorpresivamente ágil. Will lo tenía
por la parte de atrás del chaleco, pero éste se rasgó y el demonio se alejó
corriendo a través de los jardines; Will fue tras él en persecución. Tessa dio
unos pasos tras ellos, pero sus pies estaban en una agonía al rojo vivo. Pateando
los zapatos de Jessamine, estaba a punto de correr tras Will cuando se dio
cuenta de que los demonios restantes estaban haciendo un ruido de zumbido
furioso. Parecían estar dirigiéndose hacia Magnus.
—Ah, bien, ya saben —dijo él, habiendo recuperado la compostura, e hizo un
gesto en dirección a donde Will había desaparecido—. Un desacuerdo. Por una
mujer. Eso pasa.
El zumbido se incrementó. Era claro que los demonios no le creían.
—¿Deuda de juego? —sugirió Magnus. Chasqueó los dedos, y una llama
explotó de su palma, bañando el jardín en un marcado resplandor—. Sugiero
que no se preocupen mucho por eso, caballeros. Las festividades y el regocijo
los esperan adentro. —Hizo un gesto hacia la estrecha puerta que conducía al
salón de baile—. Mucho más agradable que lo que los espera aquí afuera si se
quedan.
Eso pareció convencerlos. Los demonios se alejaron, zumbando y
murmurando, llevándose su hedor a basura con ellos. Tessa giró alrededor. —
Rápido, tenemos que ir tras ellos…
Magnus se agachó y sacó sus zapatos del camino. Sosteniéndolos por sus
cintas de satén, dijo: —No tan rápido, Cenicienta. Will es un Cazador de
Sombras; corre rápido. Nunca lo atraparás.
—Pero tú… tiene que haber alguna magia…
—Magia —dijo Magnus, imitando el tono asqueado de Will—. Will está
donde tiene que estar, haciendo lo que tiene que hacer. Su propósito es matar
demonios, Tessa.
—A ti… ¿no te agrada? —preguntó Tessa; tal vez era una pregunta extraña,
pero había algo en la forma en que Magnus miraba a Will, le hablaba a Will, que
ella no podía entender.
Para su sorpresa, Magnus se tomó la pregunta en serio. —Sí me agrada…
aunque más bien a mi pesar. Lo consideraba algo estropeado para comenzar,
pero he cambiado de opinión. Hay un alma bajo todo esa bravata. Y de verdad
está vivo, es una de las personas más vivas que he conocido alguna vez.
Cuando siente algo, es tan brillante y fuerte como un rayo.
—Todos sentimos —dijo Tessa, completamente. Will, ¿sintiendo más
fuertemente que nadie más? Más locamente que nadie más, tal vez.
—No así —rebatió Magnus—. Confía en mí, he vivido mucho tiempo, y sí lo
sé. —Su mirada tenía simpatía—. Y encontrarás que los sentimientos se
desvanecen también, mientras más vives. El brujo más viejo que he conocido
alguna vez ha estado vivo casi mil años y me dijo que ya ni siquiera puede
recordar cómo se sentía el amor, ni tampoco el odio. Le pregunté por qué no
terminaba con su vida, y dijo que aún sentía una cosa, y que eso era miedo:
miedo de qué hay después de la muerte. ‘La tierra por descubrir de cuya
frontera ningún viajero regresa.’
—Hamlet —dijo Tessa, automáticamente. Estaba intentando alejar los
pensamientos de su propia posible inmortalidad. El concepto de ésta era
demasiado grande y aterrorizante como para abarcarlo de verdad, y además…
podía que ni siquiera fuera cierto.
—Nosotros los que somos inmortales, estamos encadenados a esta vida por
una cadena de oro, y no nos atrevemos a romperla por miedo a lo que yace más
allá de la caída —dijo Magnus—. Ahora ven, y no le envidies a Will sus deberes
mortales. —Él comenzó a caminar por el camino, Tessa lo siguió cojeando
rápidamente en un esfuerzo por mantener el ritmo.
—Pero él se comportaba como si conociera a ese demonio…
—Probablemente lo intentó matar antes —opinó Magnus—. A veces se
escapan.
—Pero ¿cómo va a volver al Instituto? —se lamentó Tessa.
—Es un muchacho inteligente. Encontrará una forma. Estoy más preocupado
con conseguir que vuelvas tú al Instituto antes de que alguien note que no estás
y haya un escándalo del demonio.
Alcanzaron las puertas frontales donde esperaba el carruaje, con Cyril
descansando pacíficamente en el asiento del conductor, con el sombrero bajado
sobre sus ojos.
Ella miró rebeldemente a Magnus cuando él abrió la puerta del carruaje y
extendió una mano para ayudarla a subir. —¿Cómo sabes que Will y yo no
tenemos el permiso de Charlotte para estar aquí esta noche?
—Dame más crédito que eso, querida —dijo él, y sonrió de una manera tan
contagiosa que Tessa, con un suspiro, le dio la mano—. Ahora —dijo él— te
llevaré de vuelta al Instituto, y en el camino puedes contármelo todo.
StephRG14
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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 7 Empty LOS ORÍGENES- PRÍNCIPE MECÁNICO

Mensaje por StephRG14 Miér 03 Jun 2015, 7:45 pm

Capitulo 13
La espada mortal


“Toma mi parte de un corazón inconstante,
La mía de un amor miserable:
Tómala o déjala tal como desees,
Me lavo las manos de esto.”
—Christina Rosetti, “Maude Clare”


iOh, mi querido cielo misericordioso! —dijo Sophie, pegando un salto
en la silla mientras Tessa abría la puerta hacia la habitación de
Jessamine—. Señorita Tessa, ¿qué pasó?
—¡Sophie! ¡Shh! —Tessa hizo un gesto de advertencia al cerrar la puerta tras
ella. La habitación estaba como la había dejado. Su camisón y bata estaban
impecablemente doblados en una silla, el espejo roto de plata estaba sobre la
cómoda, y Jessamine… Jessamine todavía estaba profundamente inconsciente,
con sus muñecas atadas con cuerdas a los postes de la cama. Sophie, sentada en
una silla junto al armario, claramente había estado allí desde que Will y Tessa se
habían marchado; sujetaba un cepillo en una mano (¿para golpear a Jessamine
con él en caso de que despertara otra vez? se preguntó Tessa), y sus ojos de
color avellana estaban agrandados.
—Pero señorita… —la voz de Sophie se fue apagando al momento en que la
mirada de Tessa se dirigió hacia su reflejo en el espejo. Tessa no pudo evitar
mirar. Su cabello se había caído, por supuesto, en una maraña sobre sus
hombros, las horquillas de perlas de Jessamine se perdieron en donde Will las
había arrojado; estaba descalza y cojeaba, sus medias blancas estaban sucias, sus
guantes habían desaparecido y su vestido, obviamente, estaba a punto de
asfixiarla hasta la muerte—. ¿Fue muy desagradable?
La mente de Tessa regresó repentinamente hasta el balcón, y a los brazos de
Will alrededor de ella. Oh, Dios. Apartó el pensamiento y echó un vistazo hacia Jessamine, que todavía dormía pacíficamente. —Sophie, vamos a tener que
despertar a Charlotte. No tenemos otra opción.
Sophie la miró con los ojos saltones. Tessa no podía culparla; temía despertar
a Charlotte. Tessa incluso le había suplicado a Magnus que viniera con ella para
ayudarla a dar la noticia, pero se había negado, puesto que los terrenos de
dramas internos entre Cazadores de Sombras no tenían nada que ver con él y,
además, tenía una novela a la cual regresar.
—Señorita… —protestó Sophie.
—Tenemos que hacerlo. —Tan pronto como pudo, Tessa le contó a Sophie lo
esencial de lo que había pasado esa noche, omitiendo la parte con Will en el
balcón. Nadie necesitaba saber acerca de eso—. Esto va más allá de nosotros. Ya
no podemos seguir pasando por encima de Charlotte.
Sophie no hizo ningún sonido más de reclamo. Dejó el cepillo en la cómoda,
se levantó, alisó su falda y dijo: —Voy a ir buscar a la Sra. Branwell, señorita.
Tessa se hundió en la silla junto a la cama, haciendo una mueca cuando el
vestido de Jessamine la pinchó. —Desearía que me llamaras Tessa.
—Lo sé, señorita. —Sophie se marchó, cerrando la puerta silenciosamente
detrás de ella.
Magnus estaba acostado en el sofá de la sala de estar con sus botas hacia arriba
cuando escuchó el alboroto. Sonrió sin moverse ante el tono de protesta de
Archer, y las quejas de Will. Unos pasos se acercaron a la puerta. Magnus pasó
una página en su libro de poesía cuando la puerta se abrió y Will entró con paso
impetuoso.
Apenas era reconocible. Su elegante vestimenta de noche estaba desgarrada y
manchada con barro, su chaqueta rasgada a lo largo, sus botas incrustadas de
barro. Su pelo se encrespaba salvajemente, y su cara estaba rayada por docenas
de arañazos, como si hubiera sido atacado por una docena de gatos a la vez.
—Lo siento, señor —dijo Archer con desesperación—. Me empujó para pasar.
—Magnus —dijo Will. Estaba sonriendo. Magnus lo había visto sonreír antes,
pero esta vez era verdadera alegría. Transformaba la cara de Will, llevándola de
una hermosa pero fría, hacia una incandescente—. Dile que me deje entrar.
Magnus hizo un gesto con la mano. —Déjalo entrar, Archer.
La cara gris del humano se torció, y la puerta se cerró de golpe detrás de
Will.
—¡Magnus! —Caminó, medio tambaleante y torpe, hacia la chimenea, donde
se apoyó contra la repisa de ésta—. No vas a creer…
—Shh —dijo Magnus, con su libro aún abierto sobre sus rodillas—. Escucha
esto:
“Estoy cansado de las lágrimas y risas,
Y de los hombres que ríen y lloran
De lo que depare el futuro
Para los hombres que siembran y cosechan:
Estoy cansado de los días y las horas
De los trémulos capullos entre flores estériles
De deseos, sueños y poderes
Y de todo, excepto el sueño.”
—Swinburne —dijo Will, apoyándose contra la repisa de la chimenea—.
Sentimental y sobrevalorado.
—Tú no sabes lo que es ser inmortal. Magnus puso el libro a un lado y se
incorporó—. Entonces ¿qué es lo que quieres?
Will se subió la manga. Magnus ahogó un grito de sorpresa. El antebrazo de
Will tenía un largo corte, profundo y sangriento. La sangre formaba una pulsera
en su muñeca y goteaba de sus dedos. Incrustado en la herida, como un cristal
hundido en la pared de una cueva, había un diente blanco.
—¿Qué demo…? —comenzó Magnus.
—Diente de demonio —dijo Will casi sin aliento—. Perseguí a ese bastardo
azul por todo Chiswick, pero se me escapó… aunque, no antes de morderme.
Me dejó este diente. Puedes usarlo, ¿verdad? ¿Para invocar al demonio? —
Tomó el diente y lo sacó de un tirón. Brotó aún más sangre y se derramó por su
brazo, salpicando sobre el suelo.

La alfombra de Camille —protestó Magnus.
—Es sangre —dijo Will—. Debería estar emocionada.
—¿Te encuentras bien? —Magnus miraba a Will con fascinación—. Estás
sangrando mucho. ¿No llevas una estela encima en alguna parte? Una runa
curativa…
—No me interesan las runas curativas. Me importa esto. —Will dejó caer el
diente ensangrentado en la mano de Magnus—. Encuentra al demonio por mí.
Sé que puedes hacerlo.
Magnus miró hacia abajo con una mueca de repugnancia. —Es muy probable
que pueda, pero…
La luz en el rostro de Will parpadeó. —¿Pero?
—Pero no esta noche —dijo Magnus—. Puede tomarme un par de días.
Tendrás que ser paciente.
Will respiró entrecortadamente. —No puedo ser paciente. No después de
esta noche. Tú no entiendes… —Entonces se tambaleó, y se sostuvo aferrándose
a la repisa. Magnus, alarmado, se levantó del sofá.
—¿Estás bien?
El color iba y venía de la cara de Will. Su cuello estaba oscuro por el sudor.
—No lo sé… —jadeó—. El diente. Puede que sea venenoso…
Su voz se fue apagando. Se deslizó hacia adelante, sus ojos se pusieron en
blanco. Con un gesto de sorpresa, Magnus atrapó a Will antes de que pudiera
golpear la ensangrentada alfombra y, alzando al chico en sus brazos, lo llevó
cuidadosamente hacia el sofá.
Tessa, sentada en la silla al lado de la cama de Jessamine, se masajeó las
costillas doloridas y suspiró. El corsé seguía apretándola, y no tenía idea de
cuándo tendría la oportunidad de quitárselo; sus pies le dolían y se había
dañado en el fondo de su alma. Ver a Nate había sido como tener un cuchillo
retorciéndose en una herida fresca. Había bailado con “Jessamine” (coqueteado
con ella) y había discutido de un modo casual el destino de Tessa, su hermana,
como si para él no significara nada en absoluto.
Supuso que no debería sorprenderle, que sí debería estar más que
sorprendida si a Nate le preocupara. Pero le dolía de igual forma.
Y Will, esos pocos minutos afuera en el balcón con él habían sido los más
confusos de su vida. Luego de la manera en que Will le había hablado en el
tejado, se había jurado no volver a entretenerse con pensamientos románticos
sobre él. No era un oscuro y amenazante Heathcliff que albergaba una pasión
secreta, se había dicho a sí misma que era meramente un chico que se creía
demasiado bueno para ella. Pero la forma en que la había mirado en la terraza,
la forma en que le había retirado el pelo de su cara, incluso el leve temblor de
sus manos cuando la había tocado. Sin duda, aquellas cosas no podían ser el
producto de una falsedad.
Pero después, ella lo había tocado de la misma manera. En ese momento no
había querido nada más que a Will. No había sentido nada más que Will. Sin
embargo, justo la noche anterior, había tocado y besado a Jem; había sentido
que lo quería; le había dejado verla como nadie la había visto antes. Y cuando
pensaba en él ahora, al pensar en su silencio esta mañana, su ausencia en la
cena, lo extrañaba otra vez, con un dolor físico que no podía ser una mentira.
¿Podías realmente amar a dos personas diferentes a la vez? ¿Podías dividir tu
corazón a la mitad? ¿O era sólo que el tiempo con Will en el balcón había sido
una locura inducida por las drogas de brujo? ¿Habría sido lo mismo con
cualquiera? El pensamiento la perseguía como un fantasma.
—Tessa.
Tessa casi saltó de su asiento. La voz era apenas un susurro. Era Jessamine.
Sus ojos estaban entreabiertos, la luz del fuego que se reflejaba parpadeaba en
sus profundidades marrones.
Tessa se sentó derecha. —Jessamine. ¿Estás…?
—¿Qué pasó? —La cabeza de Jessamine rodó impacientemente de un lado a
otro—. No me acuerdo. —Intentó incorporarse y jadeó, encontrando sus manos
atadas—. ¡Tessa! ¿Por qué razón…?
—Es por tu propio bien, Jessamine —La voz de Tessa tembló—. Charlotte...
tiene que hacerte unas preguntas. Sería mucho mejor si estuvieras dispuesta a
responderlas.
La fiesta. —Los ojos de Jessamine se movieron de acá para allá, como si
estuviera viendo algo que Tessa no podía ver—. Sophie, esa pequeña simio,
estaba hurgando entre mis cosas. La encontré con la invitación en sus manos…
—Sí, la fiesta —dijo Tessa—. En el baile de Benedict Lightwood, donde te
encontrarías con Nate.
—¿Leíste su nota? —La cabeza de Jessamine se volteó a un lado—. ¿No sabes
cuán grosero e inapropiado es leer la correspondencia privada de otra persona?
—Trató de incorporarse de nuevo y volvió a caer una vez más contra las
almohadas—. De todos modos, no la firmó. No puedes probar…
—Jessamine, ahora hay una pequeña ventaja en el engaño. Puedo probarlo,
porque fui a la fiesta y hablé con mi hermano allí.
La boca de Jessamine se abrió en una rosa O. Pareció notar, por primera vez,
lo que Tessa llevaba puesto. —Mi vestido —exclamó—. ¿Te disfrazaste de mí?
Tessa asintió.
Los ojos de Jessamine se oscurecieron. —Anormal… —tomó aliento—.
¡Criatura repugnante! ¿Qué le hiciste a Nate? ¿Qué le dijiste?
—Dejó muy claro que has estado espiando para Mortmain —dijo Tessa,
deseando que Sophie y Charlotte regresaran. ¿Qué diablos les estaba tomando
tanto tiempo?— Que nos has traicionado, informando sobre todas nuestras
actividades, cumpliendo las órdenes de Mortmain…
—¿Nos? —gritó Jessamine, luchando por levantarse tanto como se lo
permitían las cuerdas—. ¡Tú no eres una Cazadora de Sombras! ¡No les debes
ninguna lealtad! Ellos no se preocupan por ti, más de lo que se preocupan por
mí. Sólo Nate se preocupa por mí.
—Mi hermano —dijo Tessa con una voz apenas controlada—. Es un asesino
mentiroso, incapaz de sentir. Puede que se haya casado contigo, Jessamine, pero no te ama. Los Cazadores de Sombras me han ayudado y protegido, como lo
han hecho contigo. Y sin embargo, te vuelves contra ellos como un perro en el
momento en que Nate chasquea los dedos. Él te abandonará, si no te mata
primero.
—¡Mentirosa! —gritó Jessamine—. No lo entiendes. ¡Nunca lo has hecho! Su
alma es pura y buena…
—Pura como el agua estancada —dijo Tessa—. Lo entiendo a él mejor que tú;
estás cegada por su encanto. No le importas.
—Mentirosa…
—Lo vi en sus ojos. Vi la manera en que te mira.
Jessamine gritó: —¿Cómo puedes ser tan cruel?
Tessa negó con la cabeza. —No puedes verlo, ¿cierto? —dijo sorprendida—.
Para ti todo es un juego, como esas muñecas en tu casa de muñecas,
moviéndolas alrededor, haciendo que se besen y se casen. Querías un marido
mundano, y Nate era lo suficientemente bueno. No puedes ver lo que les ha
costado tu traición a aquellos que siempre se han preocupado por ti.
Jessamine mostró los dientes; en ese momento se parecía bastante a un
animal atrapado y arrinconado, de manera que Tessa casi se echó atrás. —Amo
a Nate. —dijo—. Y él me ama. Tú eres la que no entiende el amor. “Oh, no
puedo decidir entre Will y Jem. ¿Qué debo hacer?” —dijo en una voz chillona, y
Tessa se ruborizó acaloradamente—. ¿Qué más da si Mortmain quiere destruir
a los Cazadores de Sombras de Gran Bretaña? Yo digo que los dejen arder.
Tessa la miró boquiabierta, justo cuando la puerta detrás de ella se abrió de
golpe y entró Charlotte. Se veía demacrada y extenuada por el agotamiento, con
un vestido gris que hacía juego con las sombras bajo sus ojos, pero su porte era
erguido y sus ojos tranquilos. Sophie vino detrás de ella, escabulléndose como
si estuviera asustada, y un momento después, Tessa vio por qué, ya que lo
último de la fiesta fue una aparición en túnicas de color pergamino, su rostro
oculto bajo la sombra de su capucha, y una espada mortalmente brillante en su
mano. Era el Hermano Enoch, de los Hermanos Silenciosos, cargando la Espada
Mortal.
—¿Dejarnos arder? ¿Es eso lo que dijiste, Jessamine? —dijo Charlotte con una
voz clara, dura, tan distinta a la de ella que hizo que Tessa se quedara mirando.
Jessamine se quedó sin aliento. Sus ojos estaban clavados sobre la espada en
la mano del Hermano Enoch. Su gran empuñadura estaba tallada con la forma
de un ángel con las alas desplegadas.
El Hermano Enoch acercó la espada hacia Jessamine, que se echó para atrás,
y las cuerdas que amarraban sus muñecas a los postes de la cama se desataron.
Sus manos cayeron lánguidamente en su regazo. Se quedó mirándolas, y luego
a Charlotte.
—Charlotte, Tessa es una mentirosa. Es una Submundo mentirosa…
Charlotte se detuvo a un costado de la cama y miró a Jessamine con
sequedad. —Esa no ha sido mi experiencia con ella, Jessamine. ¿Y qué decir de
Sophie? Siempre ha sido la sirvienta más honesta.
—¡Me golpeó! ¡Con un espejo! —La cara de Jessamine estaba roja.
—Porque encontró esto. —Charlotte sacó la invitación, que Tessa le había
dado a Sophie, de su bolsillo—. ¿Puedes explicar esto, Jessamine?
—Ir a una fiesta no es nada en contra de la Ley. —Jessamine sonaba igual de
malhumorada como asustada—. Benedict Lightwood es un Cazador de
Sombras.
—Esta es la caligrafía de Nathaniel Gray. —La voz de Charlotte nunca
pareció perder su tono de crispación, pensó Tessa. Había algo sobre aquel
hecho que la hacía parecer aún más inexorable—. Es un espía, buscado por la
Clave, y has estado encontrándote con él en secreto. ¿A qué se debe eso?
La boca de Jessamine se abrió ligeramente. Tessa esperaba excusas: Es todo
mentira, Sophie inventó la invitación, solamente me encontraba con él para ganar su
confianza, pero en lugar de eso surgieron lágrimas. —Lo amo —dijo—. Y él me
ama.
—Así que nos traicionaste por él —dijo Charlotte.
—¡No lo hice! —Jessamine levantó la voz—. Todo lo que Tessa dice ¡no es
cierto! Está mintiendo. Siempre ha estado celosa de mí, ¡y está mintiendo!
Charlotte le dirigió a Tessa una mirada deliberada. —¿Lo está? ahora bien, ¿y
Sophie?
—Sophie me odia —sollozó Jessamine. Esto al menos era verdad—. Debería
ser echada a la calle, sin consultas.
—Deja de abrir los grifos, Jessamine. Eso no logra nada. —La voz de
Charlotte atravesó los sollozos de Jessamine como una cuchilla. Se giró hacia
Enoch—. La verdadera historia será bastante fácil de conseguir. La Espada
Mortal, por favor, Hermano Enoch.
El Hermano Silencioso avanzó, la Espada Mortal quedó al nivel de Jessamine
y Tessa miró horrorizada. ¿Iba a torturar a Jessamine en su propia cama, en
frente de todas?
Jessamine gritó: —¡No! ¡No! ¡Aléjenlo de mí! ¡Charlotte! —Su voz se elevó a
un terrible aullido que parecía seguir y seguir, partiendo los oídos y la cabeza
de Tessa.
—Extiende las manos, Jessamine —dijo Charlotte con frialdad.
Jessamine negó con la cabeza salvajemente, su pelo rubio volaba.
—Charlotte, no —dijo Tessa—. No le hagan daño.
—No interfieras en lo que no entiendes, Tessa —dijo Charlotte con la voz
entrecortada—. Extiende tus manos, Jessamine, o esto se pondrá muy mal para
ti.
Con las lágrimas corriendo por su rostro, Jessamine deslizó las manos hacia
adelante, con las palmas hacia arriba, y a Tessa se le tensó todo el cuerpo. Se
sintió repentinamente enferma y arrepentida de que ella hubiera tenido algo
que ver con este plan. Si Jessamine había sido engañada por Nate, entonces ella
también. Jessie no merecía esto.
—No pasa nada —dijo una voz suave en su hombro. Era Sophie—. No la
lastimará con ella. La Espada Mortal hace que los Nefilim digan la verdad.
El Hermano Enoch puso la hoja de la Espada Mortal de manera horizontal a
través de las palmas de Jessamine. Lo hizo sin ninguna fuerza ni delicadeza,
como si apenas fuera consciente de que ella era una persona. Soltó la hoja y dio un paso atrás; incluso los ojos de Jessamine se agrandaron por la sorpresa; la
hoja parecía balancearse perfectamente en sus manos, completamente inmóvil.
—No es un instrumento de tortura, Jessamine —dijo Charlotte, con sus
manos unidas delante de ella—. Debemos emplearlo sólo porque, de otro
modo, no podemos confiar en que digas la verdad. —Sostuvo en alto la
invitación—. Esto es tuyo, ¿no es así?
Jessamine no respondió. Estaba mirando al Hermano Enoch, con los ojos
muy abiertos y negros por el terror, su pecho subía y bajaba rápido. —No
puedo pensar, no con ese monstruo en la habitación... —La voz le temblaba.
La boca de Charlotte formó una línea, pero se volvió hacia Enoch y dijo unas
palabras. Él asintió, y después se deslizó silenciosamente de la habitación. En
cuanto la puerta se cerró detrás de él, Charlotte dijo: —Ahí lo tienes. Está
esperando en el corredor. No creas que no te atrapará si intentaras huir,
Jessamine.
Jessamine asintió. Parecía abatida, rota como una muñeca de juguete.
Charlotte agitó la invitación en su mano. —Esto es tuyo, ¿no? Y te la envió
Nathaniel Gray. Esta letra es de él.
—S-Sí. —la palabra pareció haber sido arrancada de Jessamine contra su
voluntad.
—¿Por cuánto tiempo has estado encontrándote con él en secreto?
Jessamine apretó su boca, pero sus labios estaban temblando. Un momento
después, un torrente de palabras brotó de ella. Sus ojos se movían alrededor
conmocionados como si no pudiera creer que estuviera hablando. —Me envió
un mensaje a sólo unos días después de que Mortmain invadiera el Instituto. Se
disculpó por su comportamiento hacia mí. Dijo que estaba agradecido conmigo
por cuidar de él y que no había sido capaz de olvidar mi cortesía ni mi belleza.
Y-Yo quise ignorarlo, pero llegó una segunda carta, y una tercera… accedí a
encontrarme con él. Me fui del Instituto en la mitad de la noche y nos
encontramos en Hyde Park. Me besó…
—Ya basta de eso —dijo Charlotte—. ¿Cuánto tiempo le tomó convencerte de
espiarnos?
—Dijo que sólo trabajaría para Mortmain hasta poder reunir suficiente
fortuna para vivir con comodidad. Dije que podíamos vivir juntos de mi
fortuna, pero él no la tendría. Tenía que ser su dinero. Dijo que no viviría a
costa de su esposa. ¿Eso no es noble?
—¿Así que a este punto ya te había propuesto matrimonio?
—Se declaró la segunda vez que nos encontramos. —Jessamine respiraba
ruidosamente—. Dijo que sabía que nunca podría haber otra mujer para él. Y
prometió que una vez que tuviera el dinero suficiente, yo tendría la vida que
siempre había querido, nunca tendríamos que preocuparnos por el dinero, y
que tendríamos hi-hijos. —Se sorbió la nariz.
—Oh, Jessamine. —Charlotte sonaba casi triste.
Jessamine se ruborizó. —¡Era verdad! ¡Me amaba! No ha hecho más que
demostrarlo. ¡Estamos casados! Fue hecho formalmente en una iglesia con un
sacerdote.
—Probablemente en una iglesia desconsagrada y algún lacayo vestido para
lucir como un sacerdote —dijo Charlotte—. ¿Qué sabes tú de bodas mundanas,
Jessie? ¿Cómo sabrías lo que era una boda formal? Te doy mi palabra de que
Nathaniel Gray no te considera su esposa.
—¡Sí que lo hace, lo hace, lo hace! —chilló Jessamine, y trató de alejarse de la
Espada. Ésta se adhirió a sus manos como si hubiera sido clavada allí. Sus
lamentos subieron una octava—. ¡Soy Jessamine Gray!
—Eres una traidora a la Clave. ¿Qué otra cosa le contaste a Nathaniel?
—Todo —gimió Jessamine—. En dónde estabas buscando a Mortmain, a los
Submundos con los que te habías contactado en tu intento de encontrarlo. Fue
por eso que él nunca estaba en el lugar donde buscaban. Le advertí sobre el
viaje a York. Por eso envió a los autómatas a la casa de la familia de Will.
Mortmain quería aterrorizarte para cesar la búsqueda. Los considera a todos
una molestia pestilente. Pero no les tiene miedo —Su pecho subía y bajaba—. Él
va a triunfar sobre todos ustedes. Lo sabe. Y yo también.
Charlotte se inclinó hacia adelante, con sus manos en las caderas. —Pero no
tuvo éxito en aterrorizarnos hasta cesar la búsqueda —dijo ella—. Los
autómatas que envió trataron de secuestrar a Tessa pero fracasaron…
—No fueron enviados para tratar de secuestrar a Tessa. Oh, todavía planea
agarrarla, pero no así, aún no. Su plan está cerca de realizarse, y ahí es cuando
se moverá para tomar el Instituto, llevarse a Tessa…
—¿Qué tan cerca está? ¿Ha logrado abrir la Pyxis? —espetó Charlotte.
—N-No lo sé. No lo creo.
—Así que tú le contaste todo a Nate y él no te dijo nada. ¿Y lo de Benedict?
¿Por qué ha acordado trabajar de la mano de Mortmain. Siempre supe que era
un hombre desagradable. Pero no parece propio de él traicionar a la Clave.
Jessamine sacudió la cabeza. Estaba sudando, con su pelo rubio pegado a las
sienes. —Mortmain está guardando algo para él, algo que quiere. No sé lo que
es, pero hará lo que sea para obtenerlo.
—Incluyendo entregarme a Mortmain —dijo Tessa. Charlotte la miró
sorprendida cuando habló, y parecía estar a punto de interrumpirla, pero Tessa
se precipitó: —¿De qué se trata esto de acusarme falsamente de posesión de
artículos de magia negra? ¿Cómo se iba a llevar a cabo eso?
El Libro del Blanco —Jessamine contuvo el aliento—. Lo… cogí de la caja
cerrada en la biblioteca. Lo escondí en tu habitación mientras estabas afuera.
—¿En qué lugar de mi habitación?
—En la tabla suelta del piso, junto a la chimenea. —Las pupilas de Jessamine
estaban enormes—. Charlotte… por favor…
Pero Charlotte era implacable. —¿Dónde está Mortmain? ¿Ha hablado con
Nate de sus planes para la Pyxis? ¿Para sus autómatas?
—Yo… —Jessamine tuvo un escalofrío. Su cara estaba de rojo oscuro—. No
puedo…
—Nate no le habría contado —dijo Tessa—. Debió haber sabido que podría
ser atrapada, y habrá pensado que se desmoronaría bajo tortura y soltaría todo.
Él lo haría.
Jessamine le dirigió una mirada venenosa. —Él te odia, ya sabes —dijo—.
Dice que toda su vida lo menospreciaste, tú y tu tía con tu moralidad provinciana, juzgándolo por todo lo que hacía. Siempre diciéndole qué hacer,
no queriendo que saliera adelante. ¿Sabes cómo te llama? Él…
—No me importa —mintió Tessa; su voz tembló ligeramente. A pesar de
todo, escuchar que su hermano la odiaba le dolía más de lo que podía haber
creído—. ¿Dijo lo que soy? ¿Por qué tengo el poder que tengo?
—Dijo que tu padre era un demonio. —Los labios de Jessamine hicieron una
mueca—. Y que tu madre era una Cazadora de Sombras.
***
La puerta se abrió suavemente, tan suavemente que hizo que Magnus ya no
se mantuviera entrando y saliendo de su sueño, el ruido no lo habría
despertado.
Levantó la mirada, estaba sentado en un sillón cercano al fuego, ya que su
lugar favorito del sofá fue tomado por Will. Éste, con las mangas de la camisa
ensangrentadas, estaba teniendo el sueño pesado de la droga y la curación. Su
antebrazo estaba vendado hasta el codo, sus mejillas encendidas, y su cabeza
descansaba sobre su brazo ileso. El diente que Will se había sacado de su brazo
estaba en la mesilla junto a él, brillando como el marfil.
La puerta hacia la sala de estar permaneció abierta detrás de él. Y allí,
enmarcada en el arco, estaba Camille.
Vestía una capa de viaje de terciopelo negro abierta por encima de un vestido
verde brillante que hacía juego con sus ojos. Su pelo estaba peinado hacia arriba
y adornado con peinetas de color esmeralda, y mientras él observaba, ella se
quitó sus guantes blancos de piel, deliberadamente lento, uno por uno, y los
apoyó sobre la mesa junto a la puerta.
—Magnus —dijo, y su voz, como siempre, sonó como a campanas de plata—.
¿Me echaste de menos?
Magnus se incorporó. La luz del fuego jugaba sobre el cabello brillante de
Camille, y con su piel blanca y sin poros. Era extraordinariamente hermosa. —
No me percaté de que me favorecerías con tu presencia esta noche.
Ella miró a Will, dormido en el sofá. Sus labios se curvaron hacia arriba.
—Claramente.
—No enviaste ningún mensaje. De hecho, no me has enviado ningún
mensaje desde que te marchaste de Londres.
—¿Estás haciéndome reproches, Magnus? —Camille parecía divertida.
Deslizándose por detrás del sofá, se inclinó sobre el respaldo, bajando la mirada
hacia la cara de Will—. Will Herondale —dijo—. Es adorable ¿no? ¿Él es tu
nueva diversión?
En lugar de responder, Magnus cruzó sus largas piernas delante de él.
—¿Dónde has estado?
Camille se inclinó más hacia adelante; si hubiera tenido aliento, habría
agitado el oscuro pelo rizado en la frente de Will. —¿Puedo besarlo?
—No —dijo Magnus—. ¿Dónde has estado, Camille? Cada noche me
acostaba aquí en tu sofá y esperaba oír tus pasos en el pasillo, y me preguntaba
dónde estabas. Al menos podrías decírmelo.
Ella se enderezó, poniendo los ojos en blanco. —Oh, muy bien. Estaba en
París, tomando medidas para varios vestidos nuevos. Unas vacaciones muy
necesarias de los dramas de Londres.
Hubo un largo silencio. Luego: —Estás mintiendo —dijo Magnus.
Sus ojos se ensancharon. —¿Por qué dirías una cosa así?
—Porque es la verdad. —Sacó una carta arrugada de su bolsillo y la arrojó
sobre el suelo entre ellos—. No puedes rastrear a un vampiro, pero puedes
rastrear a un subyugado de vampiro. Llevaste a Walker contigo. Fue bastante fácil para mí rastrearlo hacia San Petersburgo. Tengo informantes ahí. Me
permitieron saber que estabas viviendo allí con un amante humano.
Camille lo observó, con una sonrisita jugueteando en su boca. —¿Y eso te
puso celoso?
—¿Querías que lo estuviera?
—Ça m’est égal43 —dijo Camille, soltando el francés que usaba cuando
realmente quería molestarlo—. Para mí es todo lo mismo. Él no tenía nada que
ver contigo. Fue una diversión mientras estaba en Rusia, nada más.
Y ahora él está….
—Muerto. Así que es poco probable que represente una competencia para ti.
Debes dejarme tener mis pequeñas diversiones, Magnus.
—¿De lo contrario?
—De lo contrario, me pondré extremadamente furiosa.
—¿Como te enfureciste con tu amante humano, y lo asesinaste? —preguntó
Magnus—. ¿Qué pasa con la piedad? ¿La compasión? ¿El amor? ¿O no sientes
esas emociones?
—Yo amo —dijo Camille indignantemente—. Tú y yo, Magnus, que
perduraremos para siempre, nos amamos de tal manera que no puede ser
concebida por los mortales, una llama oscura y constante para su luz breve y
crepitante. ¿Qué te importan ellos? La fidelidad es un concepto humano, basado
en la idea de que estamos aquí pero por un corto tiempo. No puedes demandar
mi lealtad para toda la eternidad.
—Qué tonto de mí. Pensé que podía. Creí que podía, por lo menos, esperar
que no me mintieras.
—Estás siendo ridículo —dijo—. Un niño. Esperas que tenga la moral de
algún mundano cuando no soy humana, y tú tampoco. De todos modos, hay
muy poco que puedas hacer al respecto. No seguiré órdenes de nadie,
ciertamente no de un híbrido. —Era el término propio de los Submundos para
insultar a los brujos—. Tú me eres leal; lo has dicho tú mismo. Tu devoción
simplemente tendrá que sufrir mis diversiones, y luego tendremos una relación
muy agradable. En caso contrario, tendré que dejarte. No puedo imaginarme
que quieras eso.
Había un pequeño desprecio en su voz cuando habló, y quebró algo dentro
de Magnus. Se acordó de la sensación de malestar en su garganta cuando la
carta había llegado de San Petersburgo. Y aun así, él había esperado su regreso,
con la esperanza de que tuviera una explicación. Que se disculparía, que le
pediría que la amara otra vez. Ahora que se daba cuenta de que él no tenía ese
valor para ella, que nunca lo había tenido, una neblina roja pasó ante sus ojos;
pareció volverse loco momentáneamente, porque esa era la única explicación
para lo que hizo después.
—No importa. —Se puso de pie—. Ahora tengo a Will.
La boca de ella se abrió: —No puedes hablar en serio. ¿Un Cazador de
Sombras?
—Puedes ser inmortal, Camille, pero tus sentimientos son insípidos y
superficiales. Los de Will no lo son. Entiende lo que es amar. —Magnus,
habiendo comunicado este discurso demencial con gran dignidad, cruzó la
habitación y sacudió el hombro de Will: —Will. William. Despierta.
Los ojos azul pálido de Will se abrieron. Estaba acostado sobre su espalda,
mirando hacia arriba, y la primera cosa que vio fue la cara de Camille al
inclinarse por encima del respaldo del sofá, contemplándolo. Él se levantó
bruscamente. —Por el Ángel…
—Oh, cállate —dijo Camille con pereza, sonriendo lo suficiente para mostrar
las puntas de los colmillos—. No te haré daño, Nefilim.
Magnus puso a Will en pie de un tirón. —La señora de la casa —dijo—, ha
regresado.
—Ya lo veo. —Will estaba sonrojado, el cuello de su camisa oscurecido con
sudor—. Encantador —dijo a nadie en particular, y Magnus no estaba seguro si
se refería a estar encantado de ver a Camille, encantado con los efectos del
hechizo calmante que Magnus había usado en él (sin duda, una posibilidad), o
simplemente una incoherencia.
Y por lo tanto —dijo Magnus, apretando el brazo de Will con una presión
intencionada—, tenemos que irnos.
Will parpadeó hacia él. —¿A dónde?
—No te preocupes por eso en este momento, mi amor.
Will parpadeó de nuevo: —¿Perdón? —Echó un vistazo alrededor, como si
estuviera esperando a medias que hubiera gente observándolo. —Yo… ¿dónde
está mi saco?
—Arruinado de sangre —dijo Magnus—. Archer se deshizo de él. —Asintió
hacia Camille—. Will ha estado cazando demonios toda la noche. Muy valiente.
La expresión de Camille era una mezcla de asombro y disgusto.
—Soy valiente —dijo Will. Parecía complacido consigo mismo. Los tónicos
calmantes habían agrandado sus pupilas, y sus ojos se veían muy oscuros.
—Sí, lo eres —dijo Magnus, y lo besó. No fue el beso más dramático, pero
Will agitó su brazo libre como si una abeja hubiera aterrizado en él; Magnus
tuvo la esperanza de que Camille asumiera que esto era pasión. Cuando se
separaron, Will se veía anonadado. También Camille, si es que se puede decir.
—Ahora —dijo Magnus, esperando que Will recordara que estaba en deuda
con él—. Tenemos que irnos.
—Yo… pero… —Will se balanceó hacia un lado—. ¡El diente! —se precipitó a
través de la habitación, lo recuperó, y lo metió en el bolsillo del chaleco de
Magnus. Luego, con un guiño hacia Camille que, Magnus pensó, sólo Dios
sabía cómo lo interpretaría ella, salió sin prisa de la habitación.
—Camille —comenzó Magnus.
Ella tenía los brazos cruzados sobre el pecho y lo miraba maliciosamente.
—Relacionándote con Cazadores de Sombras a mis espaldas —dijo con
frialdad, sin reparar, aparentemente, en la hipocresía de su posición—. ¡Y en mi
propia casa! De veras, Magnus. —Señaló hacia la puerta—. Por favor, deja mi
residencia y no regreses. Confío en que no tendré que pedírtelo dos veces.
Magnus estaba demasiado agradecido de ser obligado. Unos momentos más
tarde, se había unido a Will en el pavimento fuera de la casa, encogiéndose en
su abrigo (todo lo que poseía ahora en el mundo, aparte de lo que estaba en sus
bolsillos) y abrochándose los botones contra el frío aire. No pasaría mucho
tiempo, pensó Magnus, antes de que el primer brillo pálido de la mañana
iluminara el cielo.
—¿Me acabas de besar? —Inquirió Will.
Magnus tomó una decisión en una fracción de segundo. —No.
—Creí…
—En ocasiones, los efectos secundarios de los hechizos calmantes pueden
provocar alucinaciones del tipo más extraño.
—Oh —dijo Will—. Qué peculiar. —Regresó la mirada hacia la casa de
Camille. Magnus podía ver la ventana de la sala de estar, las cortinas rojas de
terciopelo fuertemente descorridas—. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Acerca de
invocar al demonio? ¿Tenemos un lugar a dónde ir?
—Yo tengo un lugar a donde ir —dijo Magnus, diciendo en silencio una
oración de gracias por la firme obsesión de Will con la invocación del
demonio—. Puedo quedarme donde un amigo. Vuelve al Instituto. Me pondré a trabajar en tu maldito diente de demonio tan pronto como me sea posible. Te
enviaré un mensaje cuando sepa algo.
Will asintió lentamente, luego levantó la vista hacia el cielo negro. —Las
estrellas —dijo—. Nunca las he visto tan brillantes. El viento ha disipado la
niebla, creo.
Magnus pensó en la alegría en el rostro de Will cuando había estado
sangrando en la sala de Camille, sujetando el diente de demonio. Por alguna
razón, no creo que sean las estrellas las que han cambiado.
—¿Una Cazadora de Sombras? —exclamó Tessa—. Eso no es posible. —Se giró
y miró a Charlotte, cuyo rostro reflejaba su propio asombro—. No es posible,
¿no es así? Will me dijo que los descendientes de Cazadores de Sombras y
demonios nacen muertos.
Charlotte negaba con la cabeza. —No. No, no es posible.
—Pero si Jessamine tiene que decir la verdad… —la voz de Tessa titubeó.
—Tiene que decir la verdad como ella la cree —dijo Charlotte—. Si tu
hermano le mintió, pero ella le creyó, lo dirá como si fuera la verdad.
—Nate nunca me mentiría —escupió Jessamine.
—Si la madre de Tessa era una Cazadora de Sombras —dijo Charlotte
fríamente—entonces Nate también es un Cazador de Sombras. La sangre del
Cazador de Sombras se hereda. ¿Te ha mencionado eso alguna vez? ¿Que era un
cazador de Sombras?
Jessamine parecía indignada. —¡Nate no es un Cazador de Sombras! —
gritó—. ¡Yo lo habría sabido! Nunca me habría casado… —Se interrumpió,
mordiéndose el labio.
—Bueno, es uno o lo otro, Jessamine —dijo Charlotte—. O te casaste con un
Cazador de Sombras, una verdadera ironía suprema, o, lo más probable, es que te casaste con un mentiroso que te usó y te desechó. Debió haber sabido que a la
larga serías atrapada. Y entonces ¿qué creyó que te sucedería?
—Nada. —Jessamine parecía agitada—. Dijo que eras débil. Que no me
castigarías. Que no podrías realmente lastimarme.
—Estaba equivocado —dijo Charlotte—. Eres una traidora a la Clave, y
también lo es Benedict Lightwood. Cuando el Cónsul se entere de todo esto…
Jessamine se echó a reír, en un tono chillón y abrupto. —Dile —dijo—. Eso es
exactamente lo que quiere Mortmain —balbució—. N-No te molestes en
preguntarme por qué. No lo sé, pero sé que lo quiere. Así que parlotea todo lo
que quieras, Charlotte. Sólo te pondrá en su poder.
Charlotte apretó el pie de cama, sus manos se estaban poniendo blancas.
—¿Dónde está Mortmain?
Jessamine se estremeció, sacudiendo la cabeza, y su pelo se movió de un lado
a otro.
—No…
—¿Dónde está Mortmain?
—É-Él —jadeó—. Él… —La cara de Jessamine estaba casi morada, los ojos se
le salían de la cabeza. Estaba aferrando la Espada con tanta fuerza que la sangre
brotaba entre sus dedos. Tessa miró a Charlotte con horror. —Idris —emitió
Jessamine al fin, y se dejó caer bruscamente contra la almohada.
El rostro de Charlotte se congeló. —¿Idris? —repitió—. ¿Mortmain está en
Idris, nuestra tierra natal?
Los párpados de Jessamine se agitaron. —No. No está allí.
—¡Jessamine! —Charlotte lucía como si fuera a saltar sobre la chica y
sacudirla hasta que le castañetearan los dientes—. ¿Cómo puede estar en Idris y
no estarlo? Sálvate, niña estúpida. ¡Dinos dónde está!
—¡Para! —Gritó Jessamine—. Detente, me duele…
Charlotte le dirigió una mirada larga y severa. Después fue hacia la puerta de
la habitación; cuando regresó, la seguía el Hermano Enoch. Cruzó los brazos
sobre su pecho y señaló a Jessamine con un movimiento de su barbilla. —Hay
algo mal, Hermano. Le pregunté dónde estaba Mortmain; dijo Idris. Cuando le
pregunté otra vez, lo negó. —El tono de su voz se endureció—. ¡Jessamine!
¿Mortmain ha traspasado los territorios de Idris?
Jessamine hizo un sonido de asfixia; su respiración hacía un silbido al entrar
y salir de su pecho. —No, no lo ha hecho… lo juro… Charlotte, por favor…
Charlotte. El Hermano Enoch habló con firmeza, sus palabras resonaban en la
mente de Tessa. Suficiente. Hay una especie de bloqueo en la mente de la chica, algo
que Mortmain puso ahí. Él se burla de nosotros con la idea de Idris, sin embargo ella
confiesa que no está allí. Estos bloqueos son fuertes. Continúa preguntándole de esta
manera, y su corazón podría fallarle.
Charlotte se encorvó. —Entonces ¿qué…?
Permíteme llevarla a la Ciudad Silenciosa. Tenemos nuestros modos de buscar los
secretos encerrados en la mente, secretos que ni siquiera la niña sea consciente de
saberlos.
El Hermano retiró la Espada de las manos de Jessamine. Ella apenas pareció
notarlo. Su mirada estaba sobre Charlotte, con sus ojos muy abiertos y
aterrados. —¿La Ciudad de Hueso? —susurró—. ¿Donde yacen los muertos?
¡No! ¡No iré allí! ¡No puedo soportar ese lugar!
—Entonces dinos dónde está Mortmain —dijo Charlotte, su voz era como el
hielo.
Jessamine sólo comenzó a sollozar. Charlotte la ignoró. El Hermano Enoch
puso a la chica en pie; Jessamine forcejeaba, pero el Hermano Silencioso la
sujetaba con una mano de hierro, y su otra mano estaba sobre la empuñadura
de la Espada Mortal.
—¡Charlotte! —gritaba Jessamine, lastimeramente—. Charlotte, por favor, ¡la
Ciudad Silenciosa no! Enciérrame en la cripta, entrégame al Concejo, pero por
favor, no me envíes sola a ese… ¡ese cementerio! ¡Moriré de miedo!
—Debiste haber pensado en eso antes de traicionarnos —dijo Charlotte—.
Hermano Enoch, llévala, por favor.
Jessamine seguía chillando mientras el Hermano Enoch la levantaba y se la
echaba encima del hombro. Mientras Tessa miraba con los ojos muy abiertos, él
salió a zancadas de la habitación cargándola. Sus gritos y jadeos hicieron eco
por el corredor mucho después de que la puerta se cerrara tras ellos, y luego, de
repente, se interrumpieron.
—Jessamine —comenzó Tessa.
—Está bastante bien. Él probablemente le puso una runa de Quietud. Eso es
todo. No hay nada de qué preocuparse —dijo Charlotte, y se sentó en el borde
de la cama. Bajó la mirada a sus propias manos, con asombro, como si no le
pertenecieran—. Henry…
—¿Quiere que lo despierte por usted, señora Branwell? —preguntó Sophie
suavemente.
—Está en la cripta, trabajando… no podría soportar traerlo. —La voz de
Charlotte era distante—. Jessamine ha estado con nosotros desde que era una
niña. Habría sido demasiado para él, demasiado. No posee el carácter para ser
cruel.
—Charlotte. —Tessa tocó dulcemente el hombro de Charlotte—. Charlotte, tú
tampoco eres cruel.
—Hago lo que tengo que hacer. No hay nada de qué preocuparse —dijo
Charlotte de nuevo, y rompió a llorar.
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Mensaje por StephRG14 Jue 04 Jun 2015, 1:30 pm

Capitulo 14
La ciudad silenciosa


Ella gritó en voz alta, “Soy el fuego en el interior.
No llega ningún murmuro de respuesta.
¿Qué es eso que se llevará mi pecado,
Y me salvará para que no muera?”
— Lord Alfred Tennyson, “El Palacio del Arte”


essamine —dijo Henry otra vez, por la que debía ser la quinta o sexta vez—.
Todavía no puedo creerlo. ¿Nuestra Jessamine?
Cada vez que lo decía, notó Tessa, la boca de Charlotte se apretaba un poco
más. —Sí —dijo de nuevo—. Jessamine. Ha estado espiándonos y reportándole
cada movimiento nuestro a Nate, quien le estaba pasando la información a
Mortmain. ¿Tengo que decirlo de nuevo?
Henry parpadeó hacia ella. —Lo siento, querida. He estado escuchando. Es
sólo que… —Suspiró—. Sabía que ella era infeliz aquí, pero no pensé que
Jessamine nos odiara.
—No creo que los odiara, o los odie. —Este fue Jem, quien estaba de pie cerca
del fuego en el salón, con un brazo sobre la repisa de la chimenea. No se habían
reunido para el desayuno como lo hacían habitualmente; no había habido un
anuncio formal de por qué no, pero Tessa suponía que la idea de seguir con el
desayuno, con el lugar de Jessamine vacío, como si nada hubiera pasado,
hubiera sido muy terrible para que Charlotte lo soportara.
Charlotte sólo había llorado por un corto tiempo esa noche, antes de haber
recuperado la compostura. Había rechazado los intentos de Sophie y de Tessa
de ponerle paños fríos o de servirle té, sacudiendo la cabeza rígidamente y
diciendo una y otra vez que no debería permitirse así misma desmoronarse así,
que ahora era tiempo para planear, para la estrategia. Había marchado hacia la
habitación de Tessa, con Sophie y Tessa pisándole los talones, y había hecho

palanca febrilmente en las tablas del suelo hasta que había encontrado un pequeño chapbook44, como una biblia familiar, encuadernado con cuero blanco
y envuelto en terciopelo. Lo había deslizado en su bolsillo con una expresión
determinada, descartando las preguntas de Tessa, y se había puesto de pie.
El cielo fuera de las ventanas ya había comenzado a brillar con la pálida luz
del amanecer. Luciendo exhausta, Charlotte le había dicho a Sophie que le diera
instrucciones a Bridget de servir un desayuno frío simple en la sala de estar, y le
dejara saber a Cyril que los hombres podían ser informados. Entonces se había
ido.
Con la ayuda de Sophie, Tessa finalmente se había deslizado fuera del
vestido de Jessamine con gratitud; se había dado un baño, y se había puesto un
vestido amarillo, el que le había comprado Jessamine. Pensó que el color le
podría avivar el estado de ánimo, pero todavía se sentía pálida y cansada.
Encontró el mismo aspecto reflejado en la cara de Jem cuando ella entró a la
sala de estar. Sus ojos tenían sombras, y apartó rápidamente la mirada de ella.
Eso dolió. También la hizo pensar en la noche anterior, con Will, en el balcón.
Pero eso había sido diferente, se dijo a sí misma. Eso había sido el resultado de
polvos de brujo, y una locura temporal. Nada como lo que había pasado entre
ella y Jem.
—No creo que ella nos odie —dijo Jem de nuevo, corrigiendo su uso del
pasado—. Siempre ha sido alguien tan llena de deseo. Siempre ha estado tan
desesperada.
—Es mi culpa —dijo Charlotte suavemente—. No debía haber intentado
forzarla a ser una Cazadora de Sombras cuando era algo que ella despreciaba
tan claramente.
—No. ¡No! —Henry se apresuró a tranquilizar a su esposa—. Nunca fuiste
menos que amable con ella. Hiciste todo lo que pudiste. Hay algunos
mecanismos que están tan… rotos que no pueden ser reparados.
—Jessamine no es un reloj, Henry —dijo Charlotte, su tono era distante.
Tessa se preguntó si todavía estaba molesta con Henry por no ver a Woolsey
Scott con ella, o si simplemente estaba molesta con el mundo—. Tal vez,
simplemente debería parcelar el Instituto con lazo y dárselo a Benedict
Lightwood. Esta es la segunda vez que tenemos un espía bajo nuestro techo y
no supimos de ello hasta que ya había sido hecho un daño significativo.
Claramente, soy una incompetente.
—De cierta forma era sólo un espía, realmente —comenzó Henry, pero luego
cayó en silencio cuando Charlotte le dio una mirada que podría haber derretido
vidrio.
—Si Benedict Lightwood está trabajando para Mortmain, no se le puede
permitir que tenga la custodia del Instituto —dijo Tessa—. De hecho, el baile
que lanzó anoche debería ser suficiente para descalificarlo.
El problema será probarlo —dijo Jem—. Benedict negará todo, y será su
palabra contra la tuya… y tú eres una Submundo…
—Está la palabra de Will —dijo Charlotte, y frunció el ceño—. Hablando de
él, ¿dónde está Will?
—Durmiendo hasta tarde, sin duda —dijo Jem—, y en cuanto a que él sea un
testigo, bueno, todos piensan que Will es un lunático así como…
—Ah —dijo una voz desde la entrada—, estás teniendo tu reunión anual de
‘todos-piensan-que-Will-es-un-lunático’, ¿no?
—Es bianual —dijo Jem—. Y no, no es una reunión.
Los ojos de Will buscaron a Tessa a través de la sala.
—¿Saben acerca de Jessamine? —inquirió. Lucía cansado, pero no tan
cansado como Tessa hubiera pensado; estaba pálido, pero había una excitación
contenida en él que era casi como… felicidad. Sintió que su estómago caía
cuando los recuerdos de la noche anterior (las estrellas, el balcón, el beso) se
precipitaron sobre ella.
¿Cuándo había llegado a casa anoche? Pensó. ¿Cómo? ¿Y por qué lucía tan…
emocionado? ¿Estaba horrorizado por lo que había pasado anoche entre ellos en
el balcón? ¿O lo encontraba divertido? Y, adorado Dios, ¿le había dicho a Jem?
Polvos de brujo, se dio así misma desesperadamente. No había sido ella misma,
actuando por propia voluntad. Seguramente, Jem entendería. Se rompería su
corazón si lo hería. Si es que le importaba…
—Sí, todos saben acerca de Jessamine —dijo ella, precipitadamente—. Fue
interrogada con la Espada Mortal y la llevaron a la Ciudad Silenciosa. Ahora
mismo estamos teniendo una reunión acerca de qué hacer a continuación, y es
terriblemente importante. Charlotte está muy alterada.
Charlotte la miró desconcertada.
—Bueno, lo estás —dijo Tessa, casi sin aliento por hablar tan rápido—. Y
estabas preguntando por Will…
Y aquí estoy —dijo Will, lanzándose a una silla cerca de Jem. Uno de sus
brazos había sido vendado, su manga estaba bajada sobre la venda. Las uñas de
su mano tenían costras de sangre seca—. Me alegra oír que Jessamine está en la
Ciudad Silenciosa; es el mejor lugar para ella. ¿Cuál es el siguiente paso?
—Para eso es la reunión que estamos intentando tener —dijo Jem.
—Bien, ¿quién sabe que ella está ahí? —preguntó Will, prácticamente.
—Sólo nosotros —dijo Charlotte— y el Hermano Enoch, pero él ha estado de
acuerdo en no informar a la Clave por otro día, más o menos, hasta que
decidamos qué hacer. Lo que me recuerda… voy a tener unas palabritas bien
escogidas contigo, Will. Ir a la casa de Benedict Lightwood sin informarme, y
arrastrar a Tessa contigo…
—No había tiempo que perder —dijo Will—. Para el momento en que te
hubiéramos despertado y te hubiéramos convencido del plan, Nathaniel ya se
hubiera ido. Y no puedes decir que fuera una idea espantosa. Hemos
descubierto un gran asunto acerca de Nathaniel y Benedict Lightwood…
Nathaniel Gray y Benedict Lightwood no son Mortmain. —Will trazó un patrón
en el aire con sus dedos largos y elegantes—. Mortmain es la araña en el
corazón de la red —dijo—. Mientras más descubrimos, más sabemos hasta qué
punto se extiende. Antes de anoche no teníamos idea de que tuviera cualquier
conexión con Lightwood; ahora sabemos que el hombre es su marioneta. Yo
digo que vayamos a la Clave y reportemos a Benedict y a Jessamine. Dejemos
que Wayland se ocupe de ellos. Ver qué derrama Benedict bajo la Espada
Mortal.
Charlotte sacudió la cabeza. —No, no… creo que podamos hacer eso.
Will inclinó la cabeza hacia atrás. —¿Por qué no?
—Jessamine dijo que eso era exactamente lo que Mortmain quería que
hiciéramos. Y lo dijo bajo la influencia de la Espada Mortal. No estaba
mintiendo.
—Pero pudo haber estado equivocada —dijo Will—. Mortmain pudo haber
previsto esta circunstancia y haber hecho que Nate plantara el pensamiento en
la cabeza de ella para que lo descubriéramos.
—¿Crees que habría pensado antes así? —dijo Henry.
—Ciertamente —dijo Will—. El hombre es un estratega. —Golpeó
ligeramente su sien—. Como yo.
—¿Así que piensas que deberíamos ir a la Clave? —preguntó Jem.
—Demonios, no —dijo Will—. ¿Qué pasa si es la verdad? Entonces nos
sentiremos como tontos de verdad.
Charlotte levantó las manos. —Pero tú dijiste…
—Sé lo que dije —dijo Will—. Pero tienen que considerar las consecuencias.
Si vamos a la Clave y estamos equivocados, entonces hemos jugado en las
manos de Mortmain. Todavía tenemos unos días antes de la fecha tope. Ir antes a la Clave no nos beneficia en nada. Si investigamos, y podemos proceder sobre
una base más segura…
Y ¿cómo propones que investiguemos? —inquirió Tessa.
Will giró la cabeza para mirarla.
No había nada en sus fríos ojos azules que recordara al Will de la noche
anterior, quien la había tocado con tal ternura, quien había susurrado su
nombre como un secreto. —El problema con interrogar a Jessamine, es que
incluso cuando se la obliga a decir la verdad, hay un límite a su conocimiento.
Sin embargo, tenemos otra conexión más con el Maestro, alguien que puede
saber mucho más. Ese es tu hermano, Nate, a través Jessamine. Él todavía
confía en ella. Si ella lo cita para un encuentro, entonces seremos capaces de
capturarlo ahí.
—Jessamine nunca estaría de acuerdo con hacer eso —dijo Charlotte—. No
ahora…
Will le dio una mirada oscura. —Están todos algo adormecidos, ¿no? —dijo
él—. Por supuesto que no aceptaría. Tenemos que pedirle a Tessa que repita su
papel protagónico de Jessamine: Una Señorita Traidora a la Moda.
—Eso suena peligroso —dijo Jem con voz suave—. Para Tessa.
Tessa lo miró rápidamente, y captó un destello de sus ojos plateados. Era la
primera vez que la había mirado desde que había dejado su habitación esa
noche. ¿Se estaba imaginando la preocupación en su voz cuando habló del
peligro para ella? ¿O simplemente era la preocupación que Jem sentía por todos?
No desearle una muerte horrible era pura bondad, no… no lo que ella esperaba
que sintiera. Fuera lo que fuera. Por lo menos no la despreciaba…
—Tessa es intrépida —dijo Will—. Y habrá poco peligro para ella. Le
enviaremos a Nathaniel una nota concertando una cita en un lugar donde
podremos caer sobre él fácil e inmediatamente. Los Hermanos Silenciosos
pueden torturarlo hasta que les de la información que necesitamos.
—¿Tortura? —dijo Jem—. Este es el hermano de Tessa…
—Tortúrenlo —dijo Tessa—. Si eso es necesario. Les doy mi permiso.
Charlotte la miró, consternada. —No puedes decir eso en serio.
—Dijeron que había una forma de buscar sus secretos a través de su mente —
dijo Tessa—. Les pedí que no hicieran eso, y no lo hicieron, pero no los voy a
hacer mantener esa promesa. Busquen en su mente si tienen que hacerlo. Todo
esto es más para mí que para ustedes. Para ustedes esto es acerca del Instituto y
la seguridad de los Cazadores de Sombras. Me importan esas cosas también,
Charlotte. Pero Nate… está trabajando con Mortmain. Mortmain, quien quiere
atraparme y usarme, y para qué, todavía no sabemos. Mortmain, quien puede
que sepa qué soy. Nate le dijo a Jessamine que mi padre era un demonio y mi
madre una Cazadora de Sombras…
Will se enderezó en su asiento. —Eso es imposible —dijo—. Los Cazadores
de Sombras y los demonios… no pueden procrear. No pueden producir
descendientes vivos.
—Entonces tal vez era una mentira, como la mentira de Mortmain estando en
Idris —dijo Tessa—. Eso no quiere decir que Mortmain no sepa la verdad. Tengo
que saber lo que soy. Si nada más, creo que es la llave de por qué me quiere.
Había tristeza en los ojos de Jem cuando la miró, y luego apartó la mirada. —
Muy bien —dijo—. Will, ¿cómo propones que lo atraigamos a un encuentro?
¿No crees que él conozca la letra de Jessamine? ¿Acaso no es probable que
tengan algún tipo de señal secreta entre ellos?
—Tenemos que convencer a Jessamine —dijo Will— de que nos ayude.
—Por favor, no sugieras que la torturemos —dijo Jem irritablemente—. Ya se
ha usado la Espada Mortal. Ella nos ha dicho todo lo que puede…
La Espada Mortal no nos dio sus lugares de encuentro o cualquier código o
nombres de mascotas que pueden haber usado —dijo Will—. ¿No entiendes?
Esta es la última oportunidad de Jessamine. Su última oportunidad de cooperar.
De obtener la indulgencia de la Clave. De ser perdonada. Incluso si Charlotte
conserva el Instituto, ¿crees que dejarán el destino de Jessamine en nuestras
manos? No, se lo dejarán al Cónsul y al Inquisidor. Y ellos no serán amables. Si
ella hace esto por nosotros, puede significar su vida.
—No estoy segura de que ella se preocupe por su vida —comentó Tessa,
suavemente.
—Todos se preocupan de sus vidas —dijo Will—. Todos quieren vivir.
Jem se apartó de él abruptamente, y miró el fuego.
La pregunta es, ¿a quién podemos enviar para persuadirla? —dijo
Charlotte—. Yo no puedo ir. Me odia y me culpa por casi todo.
—Yo podría ir —dijo Henry, con su gentil rostro preocupado—. Tal vez
podría razonar con la pobre chica, hablar con ella de la locura del amor joven,
cuán rápidamente se desvanece frente a la dura realidad de la vida.
—No. —El tono de Charlotte era definitivo.
—Bueno, dudo seriamente que desee verme a mí —expresó Will—. Tendrá
que ser Jem, es imposible odiarlo. Incluso le agrada a ese gato maligno.
Jem exhaló, todavía mirando el fuego. —Iré a la Ciudad Silenciosa —dijo—.
Pero Tessa debería venir conmigo.
Tessa alzó la mirada, sorprendida. —Oh, no —dijo—. No creo que le agrade
mucho a Jessamine. Siente que la he traicionado terriblemente por disfrazarme
de ella, y no puedo decir que la culpe.
—Sí —dijo Jem—. Pero tú eres la hermana de Nate. Si ella lo ama como dices
que lo ama… —Sus ojos encontraron los de ella a través de la sala—. Tú conoces
a Nate. Puedes hablar de él con autoridad. Puedes ser capaz de hacerla creer lo
que yo no puedo.
—Muy bien —dijo Tessa—. Lo intentaré.
***
Esto pareció señalar el final del desayuno. Charlotte salió disparada a llamar
un carruaje para que fuera por ellos desde la Ciudad Silenciosa; era la forma en
que les gustaba hacerlas cosas a los Hermanos Silenciosos, explicó. Henry
volvió a su cripta y a sus inventos, y Jem, después de una palabra murmurada
hacia Tessa, fue a recoger su sombrero y su abrigo. Sólo Will se quedó, mirando
el fuego, y Tessa, viendo que él no se iba a mover, esperó hasta que la puerta se
cerró detrás de Jem y fue alrededor para estar entre Will y las llamas.
Levantó los ojos hacia ella, lentamente. Todavía estaba usando la ropa que
había estado usando la noche anterior, aunque el frente de su camisa estaba
manchado con sangre y había un largo rasgón irregular en su levita. Tenía un
corte a lo largo de la mejilla también, bajo su ojo izquierdo.
—Will —dijo ella.
—¿No se supone que tienes que irte con Jem.
Y lo haré —replicó—. Pero necesito que me hagas una promesa primero.
Sus ojos se movieron al fuego; podía ver las llamas danzantes reflejadas en
sus pupilas.
—Entonces dime qué es, rápido. Tengo un asunto importante que tratar.
Planeo estar de mal humor toda la tarde, seguido, tal vez, de un anochecer
melancólico con Byron y una noche de disipación.
—Disípate todo lo que quieras. Sólo quiero tu garantía de que no le dirás a
nadie de lo ocurrido entre nosotros anoche en el balcón.
—Oh, esa eras tú —dijo Will, con aire de alguien que acaba de recordar un
detalle sorprendente.
—Ahórratelo —exclamó, picada a su pesar—. Estábamos bajo la influencia de
los polvos de brujo. No significó nada. Ni siquiera te culpo por lo sucedido, a
pesar de lo tedioso que estás siendo acerca de ello ahora. Pero no hay necesidad
de que alguien más sepa, y si eres un caballero…
—Pero no lo soy.
—Pero eres un Cazador de Sombras —afirmó venenosamente—. Y no hay
futuro para un Cazador de Sombras que pierde el tiempo con brujos.
Sus ojos bailaron con fuego. Él dijo: —Te has vuelto aburrida hasta el
cansancio, Tess.
—Entonces dame tu palabra de que no le dirás a nadie, ni siquiera a Jem, y
me iré y dejaré de aburrirte.
—Tienes mi palabra, por el Ángel —dijo—. No era algo de lo que tenía
planeado jactarme, en primer lugar. Aunque por qué estás tan empecinada en
que nadie sospeche de tu falta de virtud, no lo sé.
El rostro de Jem centelleó a través de su mente.
—No —dijo—. De verdad no lo sabes. —Y con eso se giró en sus talones y
salió pisando fuerte de la habitación, dejándolo mirándola confundido.
***
Sophie se apresuró por Piccadilly, con su cabeza inclinada, y sus ojos en la
acerca bajo sus pies. Estaba acostumbrada a los murmullos silenciosos y las
ocasionales miradas fijas cuando pasaba y los ojos caían sobre su cicatriz; había
perfeccionado una forma de caminar que escondía su rostro bajo la sombra de
su sombrero. No estaba avergonzada de su cicatriz, pero odiaba la lástima en
los ojos de aquellos que la veían.
Estaba usando uno de los vestidos antiguos de Jessamine. Todavía no estaba
pasado de moda, pero Jessamine era una de esas chicas que guardaba cualquier
vestido que hubiera usado más de tres veces (en su vida) y los desechaba o los
mandaba a hacer de nuevo. Era un moaré a rayas verdes y blancas, y tenía
flores blancas y hojas verdes de cera en su sombrero. Con todo junto, creía ella,
podía hacerla pasar como una chica de buena crianza (si no anduviera sola, claro) especialmente con manos ásperas por el trabajo cubiertas con un par de
guantes blancos.
Vio a Gideon antes de que él la viera a ella. Estaba inclinado contra un poste
de luz fuera de la enorme puerta cochera45 verde pálida de Fortnum & Mason.
Su corazón se saltó un pequeño latido cuando lo miró, tan apuesto con sus
ropas oscuras, viendo la hora en un reloj de oro fijado al bolsillo de su chaleco
por una fina cadena.
Ella se detuvo por un momento, observando la gente que fluía a su
alrededor, la agitada vida de Londres rugía alrededor de él, y Gideon estaba tan
calmado como una roca en medio de un río agitado. Todos los Cazadores de
Sombras tenían algo de eso, pensaba, la tranquilidad, el aura oscura de
separación que los apartaba de la corriente de la vida mundana.
Entonces, él levantó la vista y la vio, y sonrió con esa sonrisa que cambiaba
su rostro completo. —Señorita Collins —dijo, acercándose, y ella se movió hacia
delante para encontrarlo también, sintiendo que entraba en el círculo que lo
separaba del resto. El ruido continuo del tráfico de la ciudad, de los peatones y
otros, pareció apagarse, y sólo estaban Gideon y ella, cara a cara en la calle.
—Sr. Lightwood —dijo ella.
Su rostro cambió, sólo un poco, pero ella lo vio. También vio que estaba
sosteniendo algo en su mano izquierda, una canasta de picnic tejida. Ella miró
la canasta, y luego lo miró a él.
—Una de las famosas cestas de Fortnum & Mason —dijo él con una sonrisa
ladeada—. Queso stilton46, huevos de codorniz, mermelada de pétalos de
rosa…
—Sr. Lightwood —dijo ella de nuevo, interrumpiéndolo, para su propio
asombro. Una sirvienta nunca interrumpía a un caballero—. He estado
sumamente angustiada, muy afligida, entenderá, en cuanto a si debería venir o no. Finalmente, decidí que debería, aunque sólo fuera para decirle a la cara que
no puedo verlo. Pensé que se merecía eso, aunque no estoy segura.
Él la miró sorprendido, y en ese momento ella no vio un Cazador de
Sombras, sino que un chico común, como Thomas o Cyril, agarrando una cesta
de picnic e incapaz de esconder la sorpresa y el daño en su rostro. —Señorita
Collins, si hay algo que haya hecho para ofenderla…
—No puedo verlo, eso es todo —dijo Sophie, y se dio la vuelta con la
intención de volver por el camino que había llegado. Si era rápida, podía
atrapar el siguiente ómnibus de vuelta a la ciudad…
—Señorita Collins. Por favor. —Era Gideon, a su lado. No la tocó, pero iba
caminando junto a ella con expresión muy perturbada—. Dígame qué he hecho.
Ella sacudió la cabeza en silencio. La mirada en su rostro… tal vez, venir
había sido un error. Estaban pasando la librería Hatchards, y consideró
zambullirse en el interior; seguramente él no la seguiría, no a un lugar donde
probablemente serían oídos. Pero tal vez lo haría.
—Sé lo que es —dijo él abruptamente—. Will. Él le contó, ¿no?
El hecho de que diga eso me informa de que había algo que contar.
—Señorita Collins, puedo explicarlo. Sólo venga conmigo, por aquí. —Se dio
la vuelta y ella se encontró siguiéndolo cautelosamente. Estaban frente a la
iglesia San James; él la dirigió hacia el costado hacia una calle estrecha que
recorría el espacio entre Piccadilly y Jermyn Street. Era más tranquilo aquí,
aunque no estaba tan desierto; varios peatones que iban pasando les dieron
miradas curiosas; una chica con cicatriz y un chico apuesto de rostro pálido,
poniendo cuidadosamente la canasta a sus pies.
—Esto es acerca de anoche —dijo él—. El baile en la casa de mi padre en
Chiswick. Creí haber visto a Will. Me había preguntado si les contó al resto de
ustedes.
—¿Lo confiesa entonces? Que usted estaba ahí, en ese depravado…
inapropiado…
—¿Inapropiado? Era una vista más que inapropiada —dijo Gideon, con más
fuerza de lo que nunca le había escuchado emplear. Tras ellos, la campana de la
iglesia dieron la hora; él pareció no escucharlas—. Señorita Collins, todo lo que
puedo hacer es jurarle que hasta la noche pasada no tenía idea de la compañía
tan baja y de los hábitos tan destructivos en los que se encontraba mi padre. He
estado en España este último medio año…
—¿Y él no era así antes de eso? —preguntó Sophie, sin creerlo.
—No tanto. Es difícil de explicar. —Sus ojos se extraviaron más allá de ella,
su color gris verdoso más tormentoso que nunca—. Mi padre siempre se ha
burlado del convenio. Torcer la Ley, si es que no romperla. Siempre nos ha
enseñado que esta es la forma en que funciona todo, que todos los Cazadores de
Sombras lo hacen. Y nosotros, Gabriel y yo, habiendo perdido a nuestra madre
tan jóvenes, no teníamos un ejemplo mejor que seguir. No fue hasta que llegué
a Madrid que comencé a comprender la completa magnitud de las…
incorrecciones de mi padre. No todos hacen caso omiso de la Ley y tuercen las
reglas, y fui tratado como si fuera una especia de criatura monstruosa por creer
eso, hasta que cambié mis métodos. El estudio y la observación me llevaron a
creer que se me habían dado unos principios pobres para seguir, y que lo
habían hecho de forma deliberada. Sólo podía pensar en Gabriel y en cómo
podía salvarlo de la misma comprensión, o al menos de que se le mostrara tan
espantosamente.
—¿Y su hermana… la Señorita Lightwood?
Gideon sacudió la cabeza. —Ha estado protegida de todo eso. Mi padre cree
que las mujeres no tienen por qué tratar con los aspectos más oscuros del
Submundo. No, él cree que yo soy quien debe conocer todas sus
participaciones, porque soy el heredero de los bienes Lightwood. Fue con miras
a eso que mi padre me llevó con él al evento anoche, en el cual, asumo, me vio
Will.
—¿Sabía que él estaba ahí?
—Estaba tan asqueado por lo que vi en el interior de esa habitación que
finalmente me abrí camino y salí a los jardines por aire frío. El hedor de los
demonios me había dado náuseas. Ahí fuera, vi a alguien familiar persiguiendo
a un demonio azul a través del pasto con aire de determinación.
—¿El Sr. Herondale?
Gideon se encogió de hombros. —No tenía idea de lo que estaba haciendo
ahí; sabía que él no podía haber sido invitado, pero no podía entender cómo se
había enterado, o si su persecución del demonio estaba no relacionada. No
estaba segura hasta que vi la mirada en su rostro cuando me usted vio, justo
ahora…
La voz de Sophie se elevó y se agudizó. —Pero ¿le contó a su padre? ¿O a
Gabriel? ¿Saben acerca del amo Will?
Gideon sacudió la cabeza lentamente. —No les dije nada. No creo que
esperaran que Will tuviera alguna capacidad de estar ahí. Los Cazadores de
Sombras del Instituto debían estar buscando a Mortmain.
—Lo están buscando —dijo Sophie lentamente, y cuando su única mirada fue
de incomprensión, ella dijo—: Esas criaturas mecánicas en la fiesta de su padre,
¿de dónde pensó usted que venían?
—No lo pensé… asumí que eran juguetes de demonio de algún tipo…
—Sólo pudieron haber venido de Mortmain —dijo Sophie—. Usted no había
visto antes a sus autómatas, pero el Sr. Herondale y la Señorita Gray sí, y
estaban seguros.
—Pero ¿por qué mi padre tendría algo de Mortmain?
Sophie sacudió la cabeza. —Tal vez no debería hacerme preguntas de las que
no quiere respuesta, Sr. Lightwood.
—Señorita Collins. —Su cabello cayó sobre sus ojos y se lo echó hacia atrás
con un gesto impaciente—. Señorita Collins, sé que lo que sea que me cuente,
será la verdad. En muchas formas, de todos los que he conocido en Londres,
encuentro que usted es la más digna de confianza… más que mi propia familia.
—Eso me parece una gran desgracia, Sr. Lightwood, porque nos hemos
conocido por muy poco tiempo, de hecho.
—Espero cambiar eso. Al menos camine al parque conmigo, Soph… Señorita
Collins. Dígame la verdad de lo que habla. Si entonces aún no desea una nueva
conexión conmigo, respetaré sus deseos. Sólo pido una hora más o menos, de su
tiempo. —Sus ojos le imploraron—. ¿Por favor?
Sophie sintió, casi contra su voluntad, un asalto de simpatía por este chico
con ojos tormentosos como el mar, que parecía tan solo.
—Muy bien —dijo ella—. Iré al parque con usted.
***
Un viaje en carruaje completamente a solas con Jem, pensó Tessa, y su
estómago se apretó mientras se ponía los guantes y se lanzaba un último
vistazo en la entreventana de vidrio de su habitación. Solamente dos noches
atrás la perspectiva no hubiera precipitado ningún tipo de sentimiento, ni
nuevo ni inusual. Había estado preocupada por Will, y curiosa por
Whitechapel, y Jem la había distraído gentilmente mientras iban en el carruaje,
hablando de latín, griego y parabatai. ¿Y ahora? Ahora sentía como si hubiera un
grupo de mariposas sueltas en su estómago ante la perspectiva de estar
encerrada en un pequeño espacio cerrado a solas con él. Miró su rostro pálido
en el espejo, se pellizcó las mejillas y se mordió los labios para darles color, y
tomó su sombrero del estante junto al tocador. Ajustándolo sobre su cabello
castaño, se atrapó deseando tener rizos dorados como Jessamine, y pensó…
¿podría? ¿Sería posible cambiar sólo una pequeña parte de sí misma? ¿Darse
cabello brillante, o tal vez una cintura más delgada o labios más llenos?
Se alejó del cristal, sacudiendo la cabeza. ¿Cómo no había pensado en eso
antes? Y aun así, la mera idea parecía una traición a su propio rostro. Su hambre por saber lo que era aún ardía en su interior; incluso si sus facciones ya no eran
las con las que había nacido, ¿cómo podía justificar esta exigencia, esta
necesidad de conocer su propia naturaleza? ¿No sabes que no hay Tessa Gray? Le
había dicho Mortmain. Si usaba su poder para volver sus ojos de color azul
cielo, u oscurecer sus pestañas, ¿no estaría probando que él tenía razón?
Sacudió la cabeza, intentando quitarse los pensamientos mientras se
apresuraba de su habitación y bajaba los escalones de la entrada del Instituto.
Había un carruaje negro esperando en el patio, sin marcas de ningún escudo de
armas y conducido por una pareja de caballos del color del humo. En el asiento
del conductor estaba sentado un Hermano Silencioso; no era el Hermano
Enoch, sino otro de sus hermanos que ella no reconoció. Su rostro no tenía
cicatrices como las de Enoch, de lo que podía ver bajo la capucha. Comenzó a
bajar las escaleras justo cuando la puerta se abrió tras ella y salió Jem; hacía frío,
y él estaba usando un abrigo gris claro que hacía que sus ojos y cabello se vieran
más plateados que nunca. Miró al cielo igualmente gris, pesado con nubes de
bordes negros, y dijo:
—Será mejor que subamos al carruaje antes de que empiece a llover.
Era una cosa perfectamente normal para decir, pero Tessa se quedó sin
palabras de todos modos. Siguió a Jem silenciosamente hasta el carruaje, y le
permitió que le ayudara a subir. Cuando él subió después de ella y cerró la
puerta, notó que no llevaba su bastón espada.
El carruaje comenzó a avanzar con una sacudida. Tessa, con su mano en la
ventana, dio un grito.
—Las puertas… ¡están cerradas! El carruaje…
—Shh. —Jem puso su mano en su brazo. Ella no pudo evitar un jadeo
cuando el carruaje retumbó hacia las puertas de hierro cerradas con candado…
y pasó a través de ellas, como si hubieran estado hechas de aire. Sintió que salió
su aliento en un jadeo de sorpresa.
—Los Hermanos Silenciosos tienen una magia extraña —dijo Jem, y dejó caer
su mano.
En ese momento comenzó a llover, el cielo se abrió como una botella de agua
caliente. A través de las cortinas de plata, Tessa observó mientras el carruaje
pasaba a través de los peatones como si fueran fantasmas, deslizándose en las
aberturas más estrechas entre los edificios, sacudiéndose a través de un patio y
luego un almacén con cajas a su alrededor, y finalmente, emergiendo en el
Embarcadero, manchado y mojado por la lluvia, junto a las agitadas aguas
grises del Támesis.
—Oh, Dios mío —dijo Tessa, y cerró las cortinas—. Dime que no vamos a
pasar por el río.
Jem se rió. Incluso a través de su conmoción, era un sonido bienvenido. —
No. Los carruajes de la Ciudad Silenciosa sólo viajan por tierra, por lo que sé,
aunque ese viaje es peculiar. Es un poco mareante la primera o segunda vez,
pero te acostumbras.
—¿Te acostumbras? —Lo miró directamente. Este era el momento. Tenía que
decirlo, antes de que su amistad sufriera más; antes de que hubiera más
incomodidad—. Jem —dijo.
—¿Sí?
—Yo… tienes que saber… cuánto significa tu amistad para mí —comenzó,
incómodamente—. Y
Una mirada de dolor pasó por el rostro de él.
—Por favor, no.
Pillada de sorpresa, Tessa sólo podía parpadear. —¿Qué quieres decir?
—Cada vez que dices la palabra, ‘amistad,’ me atraviesa como un cuchillo —
dijo él—. Ser amigos es algo hermoso, Tessa, y no lo desprecio, pero he
esperado por un largo tiempo hasta ahora que podamos ser más que amigos. Y
entonces había pensado, después de la otra noche, que tal vez mis esperanzas
no fueran en vano. Pero ahora…
—Ahora lo he arruinado todo —susurró ella—. Lo siento tanto.
Él miró hacia la ventana; ella pudo sentir que él estaba luchando con alguna
emoción fuerte. —No deberías disculparte por no corresponder mis
sentimientos.
—Pero Jem. —Estaba desconcertada, y sólo podía pensar en alejar su dolor,
en hacerlo sentir menos herido—. Me estaba disculpando por mi
comportamiento esa otra noche. Fue atrevido e inexcusable. Qué debes pensar
de mí…
Él alzó la mirada, sorprendido. —Tessa, no puedes pensar eso, ¿o sí? Soy yo
quien se ha estado comportando inexcusablemente. Apenas he sido capaz de
mirarte desde entonces, pensando cuánto debes despreciarme…
—No podría despreciarte, nunca —dijo ella—. Nunca he conocido a nadie
tan amable y bueno como tú. Pensé que eras tú quien estaba desalentado por
mí. Que tú me despreciabas.
Jem lucía consternado. —¿Cómo podría despreciarte cuando fue mi única
distracción lo que condujo a lo que pasó entre nosotros? Si no hubiera estado en
tal estado de desesperación, hubiera mostrado mayor contención.
Quiere decir que hubiera tenido suficiente control para detenerme, pensó Tessa. No
espera decoro de mi parte. Asume que no estaría en mi naturaleza. Miró fijamente por
la ventana de nuevo, o el trozo que podía ver. El río era visible, había botes
negros balanceándose en la corriente, la lluvia se mezclaba con el río.
—Tessa. —Se arrastró por el asiento para sentarse a su lado en vez de frente
a ella, su rostro hermoso y ansioso estaba cerca al de ella—. Sé que a las chicas
mundanas se les enseña que es su responsabilidad no tentar a los hombres. Que
los hombres son débiles y que las mujeres deben contenerlos. Te aseguro, que
los Cazadores de Sombras son más diferentes. Más equitativos. Fue nuestra
decisión equitativa hacer… lo que hicimos.
Ella lo miró. Era tan amable, pensó. Él pareció leer los miedos en su corazón
y se movió para disiparlos antes de que los dijera en voz alta. Pensó entonces en Will. En lo que había ocurrido entre ellos la noche pasada. Alejó el recuerdo del
aire frío a su alrededor, el calor entre sus cuerpos mientras se aferraban el uno
al otro. Ella había estado drogada, igual que él. Nada de lo que hubieran dicho
o hecho significaba más que el balbuceo de un adicto al opio. No había
necesidad de contarle a nadie; no significó nada. Nada.
—Di algo, Tessa. —La voz de Jem se sacudió—. Temo que pienses que
lamento la otra noche. No lo hago. —Sus pulgares rozaron su muñeca, la piel
desnuda entre el puño de su vestido y su guante—. Sólo lamento que haya
pasado tan pronto. Me-me hubiera gustado… cortejarte primero. Llevarte a
pasear, con un chaperón.
—¿Un chaperón? —Tessa se rió a pesar de sí misma.
Él continuó con determinación. —Contarte de mis sentimientos primero,
antes de mostrarlos. Escribirte poesía…
—Ni siquiera te gusta la poesía —dijo Tessa, su voz salió con media risa de
alivio.
—No. Pero me haces querer escribirla. ¿Eso no cuenta para algo?
Los labios de Tessa se curvaron en una sonrisa. Se inclinó hacia adelante y
miró su rostro, tan cerca del suyo que podía distinguir cada pestaña plateada en
sus párpados, las débiles cicatrices blancas en su garganta pálida donde una vez
había habido Marcas. —Eso suena casi practicado, James Carstairs. ¿Cuántas
chicas has hecho que se derritan con esa observación?
—Sólo hay una chica que me interesa hacer que se derrita —dijo él—. La
pregunta es, ¿lo hace?
Ella le sonrió. —Sí.
Un momento después, ella no sabía cómo pasó, él la estaba besando, sus
labios suaves sobre los de ella, su mano elevándose para tomar su mejilla y
barbilla, manteniendo su rostro estable. Tessa escuchó ligeramente que algo se
arrugaba y se dio cuenta de que era el sonido de las flores de seda en su vestido al chocar contra el lado del carruaje cuando su cuerpo empujó el de ella. Se
agarró de las solapas de su abrigo, tanto para mantenerlo cerca y como para
evitar caerse.
El carruaje se detuvo con una sacudida. Jem se echó hacia atrás, luciendo
aturdido. —Por el Ángel —dijo—. Tal vez necesitamos un chaperón.
Tessa sacudió la cabeza. —Jem, yo…
Jem todavía parecía aturdido. —Creo que mejor yo me sentaré aquí —dijo, y
se movió al asiento frente a ella. Tessa miró hacia la ventana. A través del
espacio entre las cortinas vio que las Casas del Parlamento aparecieron sobre
ellos, las torres enmarcadas oscuramente contra los rayos en el cielo. Había
parado de llover. No estaba segura de por qué se había detenido el carruaje; de
hecho, retumbó a la vida un momento después, rodando directamente dentro
de algo que parecía un pozo de aguas oscuras que se había abierto ante ellos.
Ya se había acostumbrado lo suficiente como para no jadear sorprendida esta
vez: hubo oscuridad, y entonces salieron en una gran habitación de basalto
negro iluminada con antorchas que recordaba de la reunión con el Concejo.
El carruaje se detuvo y la puerta se abrió. Había varios Hermanos Silenciosos
de pie al otro lado. El Hermano Enoch estaba a la cabeza. Dos Hermanos lo
flanqueaban, cada uno sosteniendo una antorcha ardiente. Tenían las capuchas
bajadas. Ambos eran ciegos, aunque sólo uno, como Enoch, parecía no tener
ojos. Los otros tenían los ojos cerrados, con runas garabateadas oscuramente
sobre ellos. Todos tenían los labios cosidos.
Bienvenida nuevamente a la Ciudad Silenciosa, Hija de Lilith, dijo el Hermano
Enoch.
Por un momento, Tessa quiso estirar su mano para sentir la cálida presión de
la mano de Jem, dejarlo que le ayudara a salir del carruaje. Entonces, pensó en
Charlotte. Charlotte, tan pequeña y tan fuerte, quien no se apoyaba en nadie.
Emergió del carruaje por su cuenta, con los tacos de sus botas repiqueteando
en el piso de basalto. —Gracias, Hermano Enoch —dijo—. Estamos aquí para
ver a Jessamine Lovelace. ¿Nos llevaría con ella?
Los prisioneros de la Ciudad Silenciosa estaban bajo el primer nivel, pasando
el pabellón de las Estrellas Parlantes. Una oscura escalera conducía hacia abajo.
Los Hermanos Silenciosos fueron primero, seguidos por Jem y Tessa, quienes
no se habían hablando desde que habían dejado el carruaje. Aunque no era un
silencio incómodo. Había algo en la grandeza inolvidable de la Ciudad de
Huesos, con sus grandes mausoleos y arcos elevados, que la había sentir como
si estuviera en un museo o en una iglesia, donde se requería que se hablara en
voz baja.
Al final de las escaleras, un corredor serpenteaba en dos direcciones; los
Hermanos Silenciosos giraron a la izquierda, y condujeron a Tessa y a Jem casi
al final del pasillo. Mientras caminaban, pasaron por fila tras fila de pequeñas
cámaras, cada una con una puerta de barras cerrada con candado. Cada una
contenía una cama y un lavabo, y nada más. Las paredes eran de piedra, y el
olor era de agua y humedad. Tessa se preguntó si estaban bajo el Támesis, o en
algún otro lado.
Por últimos, los Hermanos se detuvieron en una puerta, la penúltima del
pasillo, y el Hermano Enoch tocó el candado. Se abrió con un clic, y las cadenas
que mantenían la puerta cerrada, se cayeron.
Son bienvenidos a entrar, dijo Enoch, retrocediendo. Los estaremos esperando
afuera.
Jem puso su mano en la manija de la puerta y vaciló, mirando a Tessa. —Tal
vez deberías hablar con ella a solas un momento. Mujer a mujer.
Tessa estaba alarmada. —¿Estás seguro? La conoces mejor que yo…
—Pero tú conoces a Nate —dijo Jem, y sus ojos se alejaron de ella
brevemente. Tessa tuvo la sensación de que había algo que no le estaba
diciendo. Era una sensación tan inusual cuando se trataba de Jem, que no estaba
segura de cómo reaccionar—. Me uniré a ti en un momento, una vez que la
hayas tranquilizado.
Tessa asintió lentamente. El Hermano Enoch abrió la puerta, ella entró,
acobardándose un poco cuando la pesada puerta se cerró tras ella.
Era una sala pequeña, como las otras, de piedra. Había un lavabo y lo que
probablemente había sido una vez un jarro de cerámica con agua; ahora estaba
hecho añicos en el suelo, como si alguien lo hubiera tirado con gran fuerza
contra la pared. En la estrecha cama estaba Jessamine con un liso vestido
blanco, y una manta gruesa envuelta a su alrededor. Su cabello caía sobre sus
hombros en ondas enredadas, y sus ojos estaban rojos.
—Bienvenida. Lindo lugar para vivir, ¿no? —dijo Jessamine. Su voz sonaba
ronca, como si su garganta estuviera inflamada por haber llorado. Miró a Tessa,
y su labio inferior comenzó a temblar—. ¿Acaso-acaso Charlotte te envió aquí
para que me llevaras de vuelta?
Tessa sacudió la cabeza. —No.
—Pero… —Los ojos de Jessamine comenzaron a llenarse de lágrimas—. No
puede dejarme aquí. Puedo oírlos, toda la noche. —Se estremeció, apretando
más la manta a su alrededor.
—¿Qué puedes oír?
—A los muertos —dijo ella—. Susurrando en sus tumbas. Si permanezco lo
suficiente aquí abajo, me uniré a ellos. Lo sé.
Tessa se sentó en el borde de la cama y tocó cuidadosamente el cabello de
Jessamine, acariciando los enredos ligeramente. —Eso no pasará —dijo, y
Jessamine comenzó a sollozar. Sus hombros se sacudían. Sin poder hacer nada,
Tessa miró alrededor de la habitación, como si algo en la miserable celda
pudiera darle inspiración.
—Jessamine —dijo—. Te traje algo.
Jessamine levantó su rostro muy lentamente. —¿Es de parte de Nate?
—No —contestó Tessa gentilmente—. Es algo tuyo. —Metió la mano en su
bolsillo y lo sacó, extendiendo su mano hacia Jessamine. En su palma había una
pequeña muñeca que había sacado de su cuna en dentro de la casa de muñecas
de Jessamine—. La bebé Jessie.
Jessamine hizo un sonido de “oh” bajo en su garganta, y la arrancó del agarre
de Tessa. La sostuvo estrechamente contra su pecho. Sus ojos se derramaron,
sus lágrimas dejaron un camino en la mugre de su rostro. Realmente era un
espectáculo lamentable, pensó Tessa. Si solamente…
—Jessamine —dijo Tessa de nuevo. Se sentía como si Jessamine fuera un
animal con necesidad de amabilidad, y que repetir su nombre en un tono
amable podría ayudar de alguna forma—. Necesitamos tu ayuda.
—Traicionando a Nate —exclamó Jessamine—. Pero no sé nada. Ni siquiera
sé por qué estoy aquí.
—Sí, lo sabes. —Era Jem, entrando a la celda. Estaba sonrojado y un poco sin
aliento, como si hubiera estado corriendo. Le disparó a Tessa una mirada
conspiradora y cerró la puerta tras él—. Sabes exactamente por qué estás aquí,
Jessie…
—¡Porque me enamoré! —gritó Jessamine—. Deberías saber cómo es eso. Veo
cómo miras a Tessa. —Le dio a Tessa una mirada venosa mientras las mejillas
de Tessa ardían—. Por lo menos, Nate es humano.
Jem no perdió la compostura. —No he traicionado al Instituto por Tessa —
dijo—. No he mentido ni he puesto en peligro a esos que se han preocupado por
mí desde que quedé huérfano.
—Si no lo hicieras —dijo Jessamine— no la amas realmente.
—Si ella me pidiera que lo hiciera —dijo Jem— sabría que ella no me amaba
realmente.
Jessamine tomó aliento y le volvió la cara, como si él la hubiera abofeteado.
—Tú —dijo ella con una voz apagada—. Siempre pensé que eras el bueno.
Pero eres horrible. Todos ustedes lo son. Charlotte me torturó con esa Espada
Mortal hasta que le conté todo. ¿Qué más podrían querer de mí? Ya me han
obligado a traicionar al hombre que amo.
Por el rabillo del ojo, Tessa vio a Jem rodar los ojos. Había una cierta
teatralidad en la desesperación de Jessamine, como en todo lo que hacía ella,
pero bajo eso, bajo el papel de mujer agraviada en el que Jessamine se había
arrojado, Tessa sintió que estaba genuinamente asustada.
—Sé que amas a Nate —dijo Tessa—. Y sé que no seré capaz de convencerte
de que él no corresponde tus sentimientos.
—Estás celosa…
—Jessamine, Nate no puede amarte. Hay algo mal en él; falta una parte de su
corazón. Dios sabe que mi tía y yo intentamos ignorarlo, decirnos la una a la
otra que era jolgorio juvenil e inconsciencia. Pero él asesinó a nuestra tía, ¿te
contó eso? Asesinó a la mujer que lo crió, y más tarde se rió de mí sobre eso. No
tiene empatía, ni capacidad de gratitud. Si lo proteges ahora, no ganarás nada a
sus ojos.
—Tampoco es probable que lo vuelvas a ver otra vez —dijo Jem—. Si no nos
ayudas, la Clave nunca te dejará ir. Serán tú y los muertos aquí abajo por la
eternidad, si no te castigan con una maldición.
—Nate dijo que intentarían asustarme —dijo Jessamine, con voz
entrecortada.
—Nate también dijo que la Clave y Charlotte no te harían nada porque eran
débiles —dijo Tessa—. Eso ha resultado no ser cierto. Sólo te dijo lo que tenía
que decirte, para conseguir que hicieras lo que él quería que hicieras. Es mi
hermano, y te digo, es un embustero y un mentiroso.
—Necesitamos que le escribas una carta —dijo Jem—. Diciéndole que tienes
conocimiento de una trampa secreta de los Cazadores de Sombras contra
Mortmain, y que lo encontrarás esta noche…
Jessamine sacudió la cabeza, tirando la gruesa manta. —No lo traicionaré.
—Jessie. —La voz de Jem era suave; Tessa no sabía cómo Jessamine se podía
resistir a él—. Por favor. Sólo te estamos pidiendo que te salves a ti misma.
Envía este mensaje; dinos su lugar usual. Eso es todo lo que pedimos.
Jessamine sacudió la cabeza. —Mortmain —dijo—. Mortmain aun así ganará.
Entonces los Hermanos Silenciosos serán derrotados y Nate vendrá a
reclamarme.
—Muy bien —dijo Tessa—. Imagina que eso pasa. Dices que Nate te ama.
Entonces te perdonaría cualquier cosa, ¿no? Porque cuando un hombre ama a
una mujer, entiende que ella es débil. Que ella no puede resistir la tortura, por
ejemplo, de la forma que él podría.
Jessamine hizo un sonido de lloriqueo.
—Él entiende que ella es frágil y delicada, y fácil de dirigir —continuó Tessa,
y tocó suavemente el brazo de Jessamine—. Jessie, comprende tus opciones. Si
no nos ayudas, la Clave lo sabrá, y no serán indulgentes contigo. Si nos ayudas,
Nate lo entenderá. Si él te ama… no tiene alternativa, porque amor significa
perdón.
—Yo… —Jessamine miró de uno a otro, como un conejo asustado—.
¿Perdonarías a Tessa, si fuera ella?
—Le perdonaría cualquier cosa a Tessa —dijo Jem, gravemente.
Tessa no podía ver su expresión, pues estaba de frente a Jessamine, pero
sintió que su corazón se saltó un latido. No pudo mirar a Jem, demasiado
asustada de que su expresión traicionara sus sentimientos.
—Jessie, por favor —dijo, en cambio.
Jessamine se quedó en silencio por largo tiempo. Cuando habló, finalmente,
su voz era tan fina como un hilo.
—Supongo que te encontrarás con él disfrazada como yo. —Tessa asintió—.
Debes usar ropa de chico —dijo—. Cuando lo encuentro de noche, siempre me
visto como chico. Es más seguro atravesar las calles de esa forma. Él lo esperará.
Alzó la mirada, sacando el cabello enmarañado de su rostro. —¿Tienen
pluma y papel? —añadió—. Escribiré la nota.
Tomó las cosas que le ofrecía Jem y comenzó a garabatear. —Tengo que
obtener algo a cambio por esto —dijo—. Si ellos no me dejan salir…
—No lo harán —dijo Jem— hasta que determinen que tu información es
buena.
—Entonces al menos deben darme mejor comida. Es espantosa aquí. Sólo
gachas y pan duro. —Habiendo terminado de garabatear la nota, se la tendió a
Tessa—. Las ropas de chico que uso están detrás de la casa de muñecas en mi
habitación. Muévela con cuidado —añadió, y por un momento, fue Jessamine
otra vez, sus ojos castaños altivos—. Y si debes tomar prestado algo de mi ropa,
hazlo. Has estado usando los mismos cuatro vestidos que te compré en junio
una y otra vez. Ese amarillo es prácticamente antiguo. Y si no quieres que nadie
sepa que te has estado besando en carruajes, deberías abstenerte de usar un
sombrero con flores que se aplastan tan fácilmente. Las personas no son ciegas,
¿sabes?
—Así parece —dijo Jem con mucha gravedad, y cuando Tessa lo miró, él
sonrió, sólo para ella.
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 7 Empty LOS ORÍGENES- PRÍNCIPE MECÁNICO

Mensaje por StephRG14 Jue 04 Jun 2015, 1:54 pm

Capitulo 15
Miles mas 


Hay algo horrible sobre una flor;
Ésta, rota en mi mano, es una de esas Que
él tiró en este momento, no va a vivir Otra
hora;
Hay miles más, no te
Pierdes una rosa.
—Charlotte Mew, “En el Cementerio Nunhead”


El resto del día en el Instituto pasó en un humor de gran tensión,
mientras los Cazadores de Sombras se preparaban para su
confrontación con Nate esa noche. Una vez más, no hubo comida
formal, sólo una gran cantidad de prisas, ya que se estaban preparando y
puliendo las armas, se preparaba el equipo, y los mapas eran consultados
mientras que Bridget, cantando baladas tristes, llevaba bandejas de sándwiches
y té por todos los pasillos.
Si no hubiera sido por la invitación de Sophie (“venga y coma un poco”)
probablemente Tessa no hubiera comido nada en todo el día; como estaba, su
garganta anudada sólo permitiría que unos pocos bocados de sándwich se
deslizaran hacia abajo antes de que sintiera como que se estaba ahogando.
Esta noche voy a ver a Nate, pensó, mirándose en el vidrio de la entreventana
mientras Sophie estaba arrodillada a sus pies, amarrando el cordón de sus
botas, botas de hombre del tesoro escondido de ropa masculina de Jessamine.
Y luego lo voy a traicionar.
Pensó en la forma en que Nate se había recostado en su regazo en el carruaje
de regreso de la casa de De Quincey, y la forma en que había chillado su
nombre y se había aferrado a ella cuando el Hermano Enoch había aparecido.
Se preguntó cuánto de eso había sido una actuación. Probablemente, por lo
menos una parte de él había estado verdaderamente aterrorizado: abandonado por Mortmain, odiado por De Quincey, en las manos de Cazadores de Sombras
en los que no tenía razones para confiar.
Excepto que ella le había dicho que eran dignos de confianza. Y a él no le
había importado. Había querido lo que Mortmain le estaba ofreciendo. Más de
lo que quería su seguridad. Más de lo que le había importado lo demás. Todos
los años entre ellos, el tiempo que los había tejido juntos tan cerca que ella había
llegado a pensar que eran inseparables, no había significado nada para él.
—No le puede seguir dando vueltas, señorita —dijo Sophie, poniéndose de
pie y sacudiendo el polvo de sus manos—. Él no es… quiero decir, él no vale la
pena.
—¿Quién no vale la pena?
—Su hermano. ¿No era eso en lo que estaba pensando?
Tessa la miró sospechosamente. —¿Puedes saber lo que estoy pensando
porque tienes la Visión?
Sophie se rió. —Dios, no, señorita. Puedo leerlo en su rostro como a un libro.
Siempre tiene la misma expresión cuando piensa en el amo Nathaniel. Pero él es
un hombre malo, señorita, no vale la pena que piense en él.
—Es mi hermano.
—Eso no quiere decir que usted sea como él —dijo Sophie, decisiva—.
Algunos simplemente nacen malos, y eso es todo lo que les espera.
Algún pillín de lo perverso hizo que Tessa preguntara: —¿Y qué hay de Will?
¿Aún crees que nació malo? Adorable y venenoso como una serpiente, dijiste.
Sophie levantó sus cejas delicadamente arqueadas. —El amo Will es un
misterio, no hay duda.
Antes de que Tessa pudiese responder, la puerta se abrió repentinamente, y
Jem estaba en la entrada. —Charlotte me envió a darles… —Empezó, pero dejó
de hablar, mirando a Tessa.
Ella miró hacia abajo, a sí misma. Pantalones, zapatos, camisa, chaleco; todo
en orden. Sin duda era una sensación peculiar, usar ropa de hombre (eran
apretadas en lugares que ella no estaba acostumbrada a que la ropa fuera ajustada, flojas en otros, y picaban) pero eso difícilmente explicaba la expresión
de Jem.
—Yo… —Jem se había sonrojado completamente, el rojo se extendió de su
cuello a la cara—. Charlotte me envió a decirles que estamos esperando en la
sala de estar —dijo. Luego se dio la vuelta y salió de la habitación a toda prisa.
—Dios mío —dijo Tessa, perpleja—. ¿Qué fue eso?
Sophie rió suavemente. —Bueno, mírese a sí misma.
Tessa se miró. Estaba sonrojada, pensó, su cabello suelto sobre su camisa y
chaleco. La camisa se había hecho con una figura más o menos femenina en
mente, ya que no se estiraba sobre el pecho tanto como Tessa había temido que
haría; aun así, era ajustada, gracias a la figura pequeña de Jessie. Los pantalones
también eran ajustados, como era la moda, moldeándose a la figura de sus
piernas. Ladeó la cabeza a un lado. Había algo indecente en la ropa, ¿no era así?
Un hombre no podía ver la forma de los muslos de una dama, o al menos, gran
parte de las curvas de sus caderas. Había algo en la ropa de los hombres que la
hacía ver no masculina, sino… desnuda.
—Dios mío —dijo.
—Ya lo sé —dijo Sophie—. No se preocupe. Le quedarán mejor una vez que
Cambie, y además… a él le gusta de todas maneras.
—Yo… sabes… quiero decir, ¿crees que yo le gusto?
—Absolutamente —dijo Sophie, sonando imperturbable—. Debería ver la
manera en que la mira cuando cree que usted no ve. O mira hacia arriba cuando
una puerta se abre, y siempre está decepcionado cuando no aparece usted. El
amo Jem no es como el amo Will. Él no puede esconder lo que piensa.
Y tú no estás… —Tessa buscó las palabras adecuadas. —Sophie, ¿no
estás… molesta conmigo?
—¿Por qué estaría molesta con usted? —Un poco de diversión se había ido
de la voz de Sophie, y ahora sonaba cuidadosamente neutral.
Lo dirás ahora, Tessa, pensó. —Pensé que tal vez hubo un tiempo en el que
mirabas a Jem con cierta admiración. Eso es todo. No quise decir nada malo,
Sophie.
Sophie permaneció en silencio por un tiempo tan largo que Tessa estaba
segura de que estaba molesta, o peor, terriblemente herida. En lugar de eso,
finalmente dijo: —Hubo un tiempo en el que yo… lo admiraba. Él era tan gentil
y tan amable, como ningún hombre que hubiera conocido. Tan hermoso a la
vista, y la música que hace… —Ella sacudió su cabeza, y sus rizos oscuros
rebotaron—. Pero él nunca se preocupó por mí. Nunca una palabra ni un gesto
me llevaron a creer que el devolvía mi admiración, aunque nunca fue cruel.
—Sophie —dijo Tessa suavemente—. Has sido más que una criada desde que
llegué aquí. Has sido una buena amiga. No haría nada que pueda herirte.
Sophie la miró. —¿Le importa él?
—Creo —dijo Tessa con lenta cautela— que sí me importa.
—Bien. —Sophie exhaló—. Él se merece eso. Ser feliz. El amo Will siempre ha
sido la estrella ardiente más brillante, el que llama la atención. Pero Jem es una
llama constante, firme y honesta. Podría hacerla feliz.
—¿Y no te opondrías?
—¿Oponerme? —Sophie sacudió la cabeza—. Oh, Señorita Tessa; es amable
de su parte que le importe lo que pienso, pero no. No me opondría. Mi afición
por él (y eso es todo lo que era, una afición) ya se ha enfriado en la amistad.
Sólo deseo su felicidad y la de usted.
Tessa estaba sorprendida. Toda la preocupación que había tenido acerca de
los sentimientos de Sophie, y a Sophie no le importaba en absoluto. ¿Qué había
cambiado desde que Sophie había llorado por la enfermedad de Jem la noche
del debacle en el puente Blackfriars? A menos que…
—¿Has estado saliendo con alguien? ¿Cyril, o…?
Sophie puso sus ojos en blanco. —Oh, Señor, ten misericordia de todos
nosotros. Primero Thomas, ahora Cyril. ¿Cuándo va a dejar de tratar de casarme
con el hombre más cercano posible?
—Tiene que haber alguien…
—No hay nadie —dijo Sophie firmemente, poniéndose de pie y volteando a
Tessa en dirección al vidrio de la entreventana—. Ahí está. Retuerza su cabello
bajo el sombrero y será el modelo de un caballero.
Tessa hizo lo que le dijo.
***
Cuando Tessa entró en la biblioteca, el pequeño grupo de Cazadores de
Sombras del Instituto (Jem, Will, Henry, y Charlotte, todos usando el equipo)
estaban agrupados alrededor de una mesa en la que estaba equilibrado un
dispositivo rectangular hecho de latón.
Henry estaba haciendo gestos hacia éste animadamente, alzando la voz. —
Esto —estaba diciendo— es en lo que he estado trabajando. Sólo para esta
ocasión. Está específicamente calibrado para funcionar como un arma contra los
asesinos mecánicos.
—Por tan estúpido que sea Nate Gray —dijo Will— en realidad su cabeza no
está llena de engranajes, Henry. Es un ser humano.
—Tal vez lleve a una de esas criaturas con él. No sabemos si va a ir allí sin
compañía. Si nada más, ese cochero mecánico de Mortmain…
—Creo que Henry tiene razón —dijo Tessa, y todos se voltearon para
mirarla. Jem se volvió a sonrojar, aunque esta vez más ligeramente, y le ofreció
una sonrisa torcida; los ojos de Will recorrieron su cuerpo de arriba abajo una
vez, no rápidamente.
Él dijo: —No te ves como un chico en absoluto. Te ves como una chica
usando ropa de chico.
Ella no sabía si era una aprobación, desaprobación, o neutral sobre el tema.
—No estoy tratando de engañar a nadie, excepto al observador casual —
respondió enfadada—. Nate sabe que Jessamine es una chica. Y la ropa me
quedará mejor una vez que haya Cambiado en ella.
—Tal vez deberías hacerlo ahora —dijo Will.
Tessa lo miró, luego cerró sus ojos. Era diferente, Cambiar en una persona
que ya has sido antes. No necesitaba sostener algo de sus pertenencias, o estar
cerca de ellos. Era como cerrar los ojos y buscar dentro de un guardarropa,
detectando una prenda conocida a través del tacto, y sacándola. Buscó a
Jessamine en su interior, y la dejó libre, envolviendo el disfraz de Jessamine a su
alrededor, sintiendo el aliento ser empujado de sus pulmones mientras su caja torácica se contraía, su pelo escapaba del recogido para caer en ligeras ondas
rubias contra su cara. Ella lo empujó debajo del sombrero y abrió los ojos.
Todos la estaban viendo. Jem era el único que le ofrecía una sonrisa mientras
ella parpadeaba por la luz.
—Raro —dijo Henry. Su mano se apoyaba ligeramente en el objeto sobre la
mesa.
Tessa, incómoda con las miradas sobre ella, se movió hacia el objeto. —¿Qué
es eso?
—Es una especie de… dispositivo infernal que Henry ha creado —dijo Jem—
. Destinado a interrumpir los mecanismos internos que mantienen funcionando
a las criaturas mecánicas.
—Lo giran, así —Henry representó como torcer la mitad inferior de la cosa
en una dirección y la mitad superior en otra— y luego lo arrojas. Traten de
introducirlo en los engranajes de la criatura o en alguna parte en donde se vaya
a pegar. Tiene como propósito interrumpir las corrientes mecánicas que
atraviesan el cuerpo de la criatura, causando que se desmoronen. También
podría hacerles un poco de daño, incluso si no son mecánicos, así que no se
aferren a ello una vez que esté activado. Sólo tengo dos, así que…
Le dio uno a Jem, y otro a Charlotte, quien lo tomó y lo colgó en su cinturón
de armas sin decir una palabra.
—¿El mensaje ha sido enviado? —Preguntó Tessa.
—Sí. Ahora sólo estamos esperando una respuesta de tu hermano —dijo
Charlotte. Ella desenrolló un papel sobre la superficie de la mesa, sujetando las
esquinas con engranajes de cobre de una pila que Henry debía haber dejado ahí.
—Aquí —dijo— es un mapa que muestra donde dice Jessamine que Nate y ella
generalmente se reunían. Es un almacén en Mincing Lane, por la calle Lower
Thames. Solía ser una fábrica de embalaje de un comerciante de té hasta que la
empresa se declaró en quiebra.
—Mincing Lane —dijo Jem—. Centro del tráfico de té. También del tráfico de
opio. Tiene sentido que Mortmain tal vez tenga el almacén ahí. —Pasó un dedo
delgado sobre el mapa, trazando los nombres de las calles cercanas: Eastcheap,
Gracechurch Street, Lower Thames Street, St. Swithin’s Lane—. Sin embargo, un lugar muy extraño para Jessamine —dijo—. Siempre soñó con el encanto de
ser introducida en la corte y en recoger su cabello para los bailes. No en
reuniones clandestinas en cualquier almacén holliniento cerca de los muelles.
—Ella hizo lo que se dispuso a hacer —dijo Tessa—. Se casó con alguien que
no es un Cazador de Sombras.
La boca de Will se torció en una media sonrisa. —Si el matrimonio fuese
válido, ella sería tu cuñada.
Tessa se estremeció. —Yo... no es que sostenga rencor contra Jessamine. Pero
ella merece algo mejor que mi hermano.
—Cualquier persona merece algo mejor que eso. —Will metió la mano
debajo de la mesa y sacó un manojo enrollado de tela. Lo extendió sobre la
mesa, evitando el mapa. Adentro había varias armas largas y delgadas, cada
una con una brillante runa tallada en la hoja—. Casi me había olvidado que le
había dicho a Thomas que ordenara esto para mí hace unas semanas. Acaban de
llegar. Estiletes, buenas para meterse entre las articulaciones de esas criaturas
mecánicas.
La pregunta es —dijo Jem, levantando uno de los estiletes y examinando la
hoja— una vez que Tessa entre para encontrarse con Nate, ¿cómo veremos la
reunión el resto de nosotros sin que se note? Debemos estar listos para
intervenir en cualquier momento, especialmente si parece que sus sospechas se
han despertado.
—Primero tenemos que llegar, y escondernos —dijo Will—. Es la única
manera. Escuchamos para ver si Nate dice algo útil.
—No me gusta la idea de que Tessa sea obligada a hablar con él —masculló
Jem.
—Ella puede hacerlo por sí misma; lo he visto. Además, es más probable que
hable libremente si se cree a salvo. Una vez capturado, incluso si los Hermanos
Silenciosos sí exploran su mente, Mortmain pudo haber pensado en poner
bloqueos en él para proteger sus conocimientos, y puede tomar tiempo
desmantelarlos.
—Creo que Mortmain ha puesto bloqueos en la mente de Jessamine —dijo
Tessa—. Por lo que vale la pena, no puedo tocar sus pensamientos.
—Aún más probable es que lo haya hecho en la de Nate, entonces —dijo
Will.
—Ese chico es tan débil como un gatito —dijo Henry—. Nos dirá lo que
queremos saber. Y si no, tengo un dispositivo…
—¡Henry! —Charlotte se veía seriamente alarmada—. Dime que no has
estado trabajando en un dispositivo de tortura.
—En absoluto. Lo llamo el Engañador. Emite una vibración que afecta
directamente al cerebro humano, y los hace incapaces de diferenciar la ficción
de la realidad. —Henry, viéndose orgulloso, buscó su caja—. Simplemente dirá
todo lo que está en su mente, sin prestar atención a las consecuencias…
Charlotte levantó una mano en señal de advertencia. —Ahora no, Henry. Si
debemos utilizar el… Engañador en Nate Gray, lo haremos cuando lo traigamos
aquí. En ese momento nos debemos concentrar en llegar al almacén antes que
Tessa. No está tan lejos; sugiero que Cyril nos lleve ahí, luego vuelva por Tessa.
—Nate reconocerá el carruaje del Instituto —se opuso Tessa—. Cuando vi a
Jessamine saliendo a un encuentro con Nate, estaba más decidida a ir a pie,
debería caminar.
—Te perderás —dijo Will.
—No me perderé —dijo Tessa, indicando el mapa—. Es una simple caminata.
Podría doblar a la izquierda en la calle Gracechurch, ir por Eastcheap y cortar a
través de Mincing Lane.
Se entabló una discusión, con Jem, para sorpresa de Tessa, apoyando a Will
contra la idea de ella caminando sola por las calles. Al final se decidió que
Henry podría conducir el carruaje hasta Mincing Lane, mientras Tessa
caminaría, con Cyril siguiéndola a una distancia discreta, para que no se
perdiera en la sucia, ruidosa y atestada ciudad.
Con un encogimiento de hombros, ella aceptó; parecía menos complicado
que discutir, y no le importaba Cyril.
—No creo que alguien vaya a señalar —dijo Will—. Que estamos dejando el
Instituto sin ningún Cazador de Sombras para protegerlo, de nuevo.
Charlotte enrolló el mapa con un movimiento de muñeca. —¿Y a cuál de
nosotros le sugieres quedarse en casa en vez de ayudar a Tessa?
—No he dicho nada sobre que alguien se quede en casa —Will bajó la voz—.
Pero, Cyril estará con Tessa, Sophie tiene sólo la mitad del entrenamiento y
Bridget…
Tessa miró a Sophie, quien estaba sentada tranquilamente en la esquina de la
biblioteca, pero la otra muchacha no dio señales de haber escuchado a Will.
Mientras tanto, la voz de Bridget flotaba débilmente desde la cocina, otra triste
balada:
Así que John sacó de su bolsillo
Un cuchillo largo y afilado
Y lo enterró a través del corazón de hermano
Y la sangre corrió.
John le dice a William, “quítate la camisa,
Arráncala de sangre a sangre
Y envuélvela alrededor de tu corazón sangrante,
Y la sangre no correrá más.”
—Por el Ángel —dijo Charlotte— de verdad tenemos que hacer algo con ella
antes de que nos vuelva a todos locos, ¿no?
Antes de que cualquiera pudiera responder, pasaron dos cosas al mismo
tiempo: Algo golpeó en la ventana, asustando tanto a Tessa que ésta dio un
paso hacia atrás, y un sonó gran y resonante ruido a través del Instituto: el
sonido de la campana de convocatoria. Charlotte le dijo algo a Will que se
perdió en el ruido de la campana, y él dejó la habitación, mientras Charlotte la
cruzaba y se acercaba a la ventana, abriéndola y capturó algo flotando a fuera.
Se apartó de la ventana, un pedazo de papel aleteando en su mano; lucía un
poco como un pájaro blanco, los bordes aleteando en la brisa. Su pelo se fue
hacia su cara, y Tessa recordó lo joven que era Charlotte. —De Nate, supongo
—dijo Charlotte—. Su mensaje para Jessamine. —Se lo llevó a Tessa, quien

arrancó el pergamino de color crema en su afán por abrirla.
Tessa levantó la vista. —Es de Nate —confirmó. —Ha aceptado encontrarse
con Jessie en el lugar habitual a la puesta del sol… —Dio un grito ahogado,
mientras la nota, reconociendo de alguna forma que había sido leída, se exploró
rápidamente en llamas sin calor, consumiéndose hasta que sólo fue una capa de
ceniza negra en sus dedos.
—Eso nos da sólo un poco de tiempo —dijo Henry—. Iré a decirle a Cyril que
prepare el carruaje. —Miró a Charlotte, como si estuviera esperando una
aprobación, pero ella sólo asintió sin mirarlo a los ojos. Con un suspiro, Henry
dejó la habitación… casi chocando con Will, que venía de regreso, seguido por
una figura en una capa de viaje. Por un momento, Tessa se preguntó,
confundida, si era un Hermano Silencioso, hasta que el visitante se sacó la
capucha y ella vio el familiar pelo rubio arenoso rizado y los ojos verdes.
—¿Gideon Lightwood? —dijo ella con sorpresa.
—Ya. —Charlotte deslizó en su bolsillo el mapa que había estado
sosteniendo. —El Instituto no se quedará sin Cazadores de Sombras.
Sophie se puso de pie rápidamente; entonces se congeló, como si afuera de la
atmósfera de la sala de entrenamiento no supiera qué hacer o decir, en frente
del mayor de los hermanos Lightwood.
Gideon miró alrededor de la habitación. Como siempre, sus ojos estaban en
calma, serenos. Will, detrás de él, parecía arder con brillante energía por el
contrario, incluso cuando él estaba simplemente parado. —¿Me llamaron? —
inquirió Gideon, y se dio cuenta, por supuesto, que al mirarla a ella, él veía a
Jessamine—. Y estoy aquí, a pesar de que no sé por qué o para qué.
—Para entrenar a Sophie, al parecer —dijo Charlotte. —Y también para
cuidar del Instituto mientras nosotros no estamos. Necesitamos a un Cazador
de Sombras en la edad para estar presente y tú calificas. De hecho, fue Sophie
quien te sugirió.
—¿Y por cuanto tiempo estarán fuera?
—Dos horas, tres. No toda la noche.
—Está bien. —Gideon empezó a desabotonar su capa. Había polvo en sus
botas, y su pelo se veía como si hubiese estado afuera en el viento frío, sin sombrero. —Mi padre diría que es una buena práctica para cuando dirija el
lugar.
Will murmuró algo entre dientes que sonó como “maldito descarado”. Miró
a Charlotte, quien sacudió su cabeza minuciosamente.
—Puede ser que el Instituto sea tuyo algún día —le dijo a Gideon muy
suavemente—. En cualquier caso, estamos agradecidos por tu ayuda. El
Instituto es responsabilidad de todos los Cazadores de Sombras, después de
todo. Estas son nuestras moradas, nuestra Idris lejos del hogar.
Gideon se giró hacia Sophie. —¿Está lista para entrenar?
Ella asintió. Dejaron la habitación juntos en un grupo; Gideon y Sophie
doblaron a la derecha para dirigirse a la sala de entrenamiento, el resto se
dirigió a las escaleras.
El triste alarido de Bridget era incluso más fuerte ahí afuera y Tessa escuchó
a Gideon diciéndole algo a Sophie sobre ello, y la suave voz de Sophie
respondiendo, antes de que estuvieran muy lejos como para que ella pudiera
oírlos.
Parecía natural acompasar el paso al lado de Jem mientras bajaban las
escaleras y atravesaban la nave de la catedral. Estaban caminando tan cerca que
aunque ellos no se hablaran, ella podía sentir su calor a su lado, el roce de su
mano desnuda mientras salían al exterior. La puesta de sol se acercaba. El cielo
había comenzado a tomar el brillo bronce que llega justo antes del crepúsculo.
Cyril estaba esperando en la escalera principal, viéndose tan parecido a Thomas
que dolía el corazón con sólo verlo. Estaba cargando una larga y delgada daga,
la cual le pasó a Will sin decir una palabra; Will la tomó y la puso en su
cinturón.
Charlotte se giró y puso su mano en la mejilla de Tessa. —Te veremos en el
almacén —dijo ella—. Estarás perfectamente a salvo, Tessa. Y gracias, por hacer
esto por nosotros. —Charlotte dejó caer la mano y bajó los peldaños, seguida
por Henry y después Will. Jem dudó, sólo por un momento y Tessa, recordando
una noche como esta, cuando él corrió subiendo los peldaños para decirle adiós,
presionó sus dedos suavemente contra su muñeca.
—Mizpah —dijo.
Ella lo escuchó inhalar. Los Cazadores de Sombras estaban entrando al
carruaje; él se giró y la besó rápidamente en la mejilla, antes de girar y correr
por las escaleras detrás de los otros; ninguno de los otros parecía haberlo
notado, pero Tessa puso su mano sobre su mejilla mientras Jem subía de los
últimos en el carruaje y Henry se dirigía al asiento del conductor. Las puertas
del Instituto se abrieron y el carruaje salió hacia la tarde que se oscurecía.
—¿Vamos entonces, señorita?— inquirió Cyril.
A pesar de lo mucho que se parecía a Thomas, pensó Tessa, tenía una actitud
menos tímida. La miró directamente a los ojos cuando habló, y las comisuras de
su boca siempre parecían estar lista para una sonrisa. Se preguntó si siempre
había un hermano tranquilo y otro más inquieto, como Gabriel y Gideon.
—Sí, pienso que… — Tessa se detuvo de repente, con un pie a punto de bajar
el peldaño. Era ridículo, lo sabía, y aun así… se había sacado el ángel mecánico
para vestirse con las ropas de Jessamine. No se lo había puesto de nuevo. No
podía usarlo (Nate la reconocería de inmediato) pero ella lo había querido
guardar en su bolsillo, para la suerte, y lo había olvidado. Dudó. Era más que
una estúpida superstición; dos veces el ángel literalmente le había salvado la
vida.
Se giró. —He olvidado algo. Espérame, estaré en un momento.
La puerta del Instituto todavía estaba abierta, pasó a través de ella y subió las
escaleras, a través de los pasillos y hacia el corredor de la habitación de
Jessamine, donde se quedó congelada.
El corredor de la habitación de Jessamine era el mismo que llevaba a la sala
de entrenamiento. Ella había visto a Sophie y a Gideon desaparecer por él hace
un minuto. Sólo que no habían desaparecido, todavía estaban allí. La luz era
baja y ellos sólo eran sombras en la penumbra, pero Tessa los pudo ver
claramente: Sophie parada contra la pared y Gideon presionando su mano.
Tessa dio un paso hacia atrás, con el corazón moviéndose en su pecho.
Ninguno de ellos la vio. Parecían completamente concentrados en el otro.
Gideon se inclinó entonces, murmurándole algo a Sophie; suavemente le quitó
un mechón de pelo de la cara. El estómago de Tessa se tensó, se giró y se alejó,
tan silenciosa como pudo.
El cielo se había vuelto un tono más oscuro cuando volvió a salir a la
escalera. Cyril estaba allí, silbando fuera de tono, se interrumpió abruptamente
cuando vio la expresión de Tessa. —¿Está todo bien, señorita? ¿Consiguió lo
que quería?—
Tessa pensó en Gideon apartando el pelo de Sophie de su cara. Recordó la
amable mano de Will en su cintura y la suavidad del beso de Jem en la mejilla, y
sintió como si su mente estuviera girando. ¿Quién era ella para decirle a Sophie
que fuera cuidadosa, incluso en silencio, cuando ella estaba tan perdida?
—Sí —mintió—. Tengo lo que quería, gracias Cyril.
***
El almacén era un gran edificio de piedra caliza, rodeado por una cerca de
hierro negro forjado. Las ventanas habían sido entabladas y un grueso candado
de hierro mantenía cerradas las puertas principales, sobre las cuales el nombre
de Mortmain y Co. apenas podía leerse bajo la capa de hollín.
Los Cazadores de Sombras dejaron el carruaje a un lado de la acera, con un
glamour en él para prevenir que fuese robado o molestado por los transeúntes
mundanos, al menos hasta que Cyril llegara a esperar con él. Una inspección
cercana del candado le mostró a Will que había sido recientemente aceitado y
abierto; una runa se encargó de la falta de llave y él y los otros se deslizaron
dentro, cerrando la puerta tras ellos.
Otra runa abrió la puerta principal, conduciéndolos a un conjunto de
oficinas. Sólo una todavía estaba amueblada, con un escritorio, una lámpara con
pantalla verde y un sofá de flores con un respaldo altamente tallado. —Sin
duda es donde Jessamine y Nate consumaron la mayoría de su noviazgo —
observó Will alegremente.
Jem hizo un ruido de disgusto y tocó el sofá con su bastón. Charlotte estaba
inclinada sobre el escritorio, revisando los cajones a toda prisa.
—No me había dado cuenta de que habías tomado una fuerte postura antinoviazgo
—le dijo Will a Jem.
—No es una cuestión de principios. El pensamiento de Nate Grey tocando a
cualquiera… —Jem hizo una mueca—. Y Jessamine está tan convencida de que
lo ama. Si pudieras verla, incluso creo que le tendrías un poco de lástima, Will.
—No le tendría —dijo Will—. El amor no correspondido es un estado
ridículo, y hace que los que estén en ese estado tengan un comportamiento
ridículo. —Tiró del vendaje de su brazo como si fuera doloroso—. ¿Charlotte?
¿El escritorio?
—Nada. —Deslizó los cajones, cerrándolos—. Algunos papeles enlistando el
precio del té y los tiempos de las subastas de té, pero aparte de eso, nada más
que arañas muertas.
—Qué romántico —murmuró Will. Avanzó detrás de Jem, quien ya se había
adelantado hacia la oficina contigua, usando su bastón para barrer las telarañas
mientras avanzaba. Las siguientes habitaciones estaban vacías y la última se
abría en lo que había sido un almacén. Era un gran espacio cavernoso y
sombrío, su techo desaparecía alto en la oscuridad, una demacrada escalera de
madera conducía a una galería del segundo piso. Unas bolsas de arpillera
estaban apoyadas contra las paredes del primer piso, esperando a todo el
mundo, en las sombras, como cuerpos desplomados. Will levantó su mano con
la piedra de luz mágica, enviando rayos de luz a través de la habitación
mientras Henry iba a investigar uno de los sacos. Estuvo de vuelta en un
momento, encogiéndose de hombros.
—Trozos rotos de hojas de té sueltas —dijo—. Té negro, por el aspecto que
tiene.
Pero Jem estaba sacudiendo su cabeza, mirando alrededor. —Estoy
perfectamente dispuesto a aceptar que esta fue una activa oficina de comercio
de té hasta algún punto, pero es claro que ha estado cerrada por años, desde
que Mortmain decidió interesarse en mecanismos en vez de té. Y aun así, el piso
está sin polvo. —Tomó la muñeca de Will y dirigió el haz de luz mágica al liso
suelo de madera—. Ha habido actividad aquí, más que los simples encuentros
de Jessamine y Nate en una oficina en desuso.
—Hay más habitaciones de ese lado —dijo Henry, señalando al otro lado de
la habitación—. Charlotte y yo las revisaremos. Will, Jem, examinen el segundo
piso.
Era una sensación rara e insólita cuando Henry daba órdenes; Will miró a
Jem, sonrió y comenzó a caminar hacia la destartalada escalera de madera. Los
peldaños crujían bajo la presión, y bajo el ligero peso de Jem detrás de Will. La luz mágica en la mano de Will lanzaba patrones de luz contra las paredes
mientras llegaban al final de la escalera.
Se encontró en una galería, una plataforma donde tal vez los baúles de té
habían sido almacenados o un capataz había vigilado el piso de abajo. Ahora
estaba vacío, a excepción de una sola figura, tirada en el piso. El cuerpo de un
hombre, delgado y joven, y mientras Will se acercaba, su corazón comenzó a
latir con locura, porque él lo había visto antes, había tenido esta visión antes, el
cuerpo inerte, el cabello plateado y la ropa oscura, los ojos cerrados de aspecto
magullado, bordeados con pestañas plateadas.
—¿Will? —Era Jem, detrás de él. Vio el rostro silencioso y pasmado de Will y
luego el cuerpo en el suelo y se abrió paso para arrodillarse junto a él. Tomó al
hombre por la muñeca justo cuando Charlotte llegaba al final de la escalera.
Will la miró con sorpresa por un momento; su rostro estaba cubierto de sudor y
parecía un poco enferma. Jem dijo: —Tiene pulso. ¿Will?
Will se acercó y se arrodilló al lado de su amigo. A esta distancia era fácil ver
que el hombre en el suelo no era Jem. Era mayor y de raza blanca. Tenía una
creciente barba plateada en su barbilla y mejillas, y sus rasgos eran más amplios
y menos definidos. Los latidos del corazón de Will se tranquilizaron mientras el
hombre abría los ojos.
Eran discos de plata, como los de Jem. Y en ese momento, Will lo reconoció.
Tenía el olor agridulce de las drogas que quemaban los brujos, sintió el calor de
ellas en sus venas, sabía que había visto a este hombre antes y sabía dónde.
—Eres un hombre lobo — dijo—. Uno de los sin manada que compra yin fen
de los ifrits detrás de la Capilla, ¿no?
Los ojos del hombre lobo vagaron sobre los dos, y se detuvieron en Jem. Sus
parpados se entrecerraron y su mano salió disparada, agarrando a Jem por las
solapas. —Tú —jadeó—. Eres uno de nosotros. ¿Tienes algo de eso contigo…
algo de la cosa…?
Jem retrocedió. Will se apoderó de la mano del hombre lobo y la liberó. No
fue difícil, había muy poca fuerza en los dedos sin nervios. —No lo toques. —
Will escuchó su propia voz como si viniera de la distancia, recortada y fría—. Él
no tiene nada de tu sucio polvo. No funciona en nosotros los Nefilim como lo
hace en ustedes.
—Will. —Había una súplica en la voz de Jem: Se más amable.
—Trabajas para Mortmain —dijo Will—. Dinos qué haces para él. Dinos
dónde está.
El hombre lobo se echó a reír. La sangre salpicó sus labios y goteó sobre su
barbilla. Algunas de ellas salpicaron el traje de Jem. —Como si… yo supiera…
dónde está el Maestro —jadeó—. Malditos tontos, ustedes dos. Malditos
Nefilim inútiles. Si tuviera… mi fuerza… los cortaría en trapos
ensangrentados…
—Pero no la tienes. —Will fue implacable—. Y tal vez nosotros tenemos algo
de yin fen.
—No tienes. ¿Piensas que… no lo sé? —Los ojos del hombre lobo estaban
vagando. —Cuando él me la dio por primera vez, vi cosas… tales cosas que
ustedes no pueden imaginar: la gran ciudad de cristal, las torres del Cielo… —
Otro espasmo lo sacudió. Más sangre salpicó. Tenía un brillo plateado en ella,
como mercurio. Will intercambió una mirada con Jem. La ciudad de cristal. No
pudo evitar pensar en Alicante, a pesar de que nunca había estado allí. —Pensé
que iba a vivir para siempre… trabajar toda la noche, todo el día, nunca
cansarme. Entonces empezamos a morir, uno a uno. La droga, te mata, pero él
nunca lo dijo. Vine aquí a ver si todavía había algo de droga, escondida. Pero no
hay nada. No dejaron nada. Ahora estoy muriendo. También podría morir aquí
como en cualquier otro lugar.
—Él sabía lo que estaba haciendo cuando te dio la droga —dijo Jem—. Sabía
que iba a matarte. No merece tu silencio. Dinos qué estaba haciendo; en qué te
tenía trabajando noche y día.
—Armando esas cosas… esos hombres de metal. No dejaban de ponerte los
pelos de punta, pero el dinero era bueno y las drogas mejor…
Y de gran ayuda te va a ser el dinero ahora —dijo Jem, su voz
inusualmente amarga—. ¿Qué tan a menudo te hacía tomarla? ¿El polvo
plateado?
—Seis, siete veces al día.
—No es de extrañar que se les esté acabando en la Capilla —murmuró Will—.
Mortmain es quien controla el suministro.
—No se supone que debas tomarlo así —dijo Jem—. Mientras más tomas,
más rápido mueres.—
El hombre lobo fijó su mirada en Jem. Sus ojos estaban con venas rojas. —Y
tú —dijo—. ¿Cuánto tiempo te queda?
Will giró la cabeza. Charlotte estaba inmóvil detrás de él, en la parte superior
de la escalera, mirando. Levantó su mano para hacerle un gesto. —Charlotte, si
podemos bajarlo por las escaleras, tal vez los Hermanos Silenciosos puedan
hacer algo para ayudarlo. Si pudieras…
Pero Charlotte, para sorpresa de Will, se puso de un verde pálido. Se llevó la
mano y la boca y bajó la escalera.
—¡Charlotte! —siseó Will; no se atrevió a gritar—. Oh, maldita sea. Está bien,
Jem. Toma sus piernas, yo tomaré sus hombros…
—No tiene sentido Will. —La voz de Jem era suave—. Está muerto.
Will se dio la vuelta. Ciertamente, los ojos plateados estaban abiertos,
vidriosos, fijos en el techo; el pecho había dejado de subir y bajar. Jem se acercó
para cerrarle los parpados, pero Will agarró a su amigo por la muñeca.
—No.
—No iba a darle la bendición, Will. Sólo cerrarle los ojos.
—No se merece eso. ¡Trabajaba para el Maestro! —El susurro de Will
aumentó a un grito.
—Él es como yo —dijo Jem simplemente—. Un adicto.
Will lo miró por encima de sus manos unidas. —Él no es como tú. Y no vas a
morir así.
Los labios de Jem se abrieron con sorpresa. —Will…
Los dos escucharon el sonido de la puerta al abrirse y una voz diciendo el
nombre de Jessamine. Will dejó ir la muñeca de Jem y los dos se dejaron caer al
suelo, avanzando lentamente hacia el borde de la galería, para ver qué estaba
pasando en el almacén.
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 7 Empty LOS ORÍGENES- PRÍNCIPE MECÁNICO

Mensaje por StephRG14 Jue 04 Jun 2015, 2:16 pm

Capitulo 16
Furia mortal

Cuando he visto caer por la mano del Tiempo deteriorada
El costo rico y orgulloso de la gastada y enterrada edad;
Cuando a veces veo altas torres arrasadas,
Y el bronce eterno esclavo de una furia mortal.
—Shakespeare, “Soneto 64”


Era una experiencia peculiar caminar las calles de Londres como un
chico, pensó Tessa, mientras hacía su camino por la atestada acera de
Easrcheap. Los hombres que cruzaban por su camino apenas le
dedicaban una mirada, sólo pasaban a su lado hacia puertas de bares o el
siguiente giro en la calle. Como una chica, caminar sola por esas calles en la
noche en su fina ropa, sería el objeto de miradas fijas y burlas. Como un chico,
ella era invisible. Nunca antes se había dado cuenta de cómo era ser invisible.
Cuán liviana y libre se sentía o se hubiera sentido, si no se sintiera como una
aristócrata de Historia de Dos Ciudades en su camino a la guillotina en una
carreta.
Había visto a Cyril una sola vez, deslizándose entre dos edificios a través del
camino de Mincing Lane 32. Era un gran edificio de piedra, y la reja de hierro
negra a su alrededor, en el crepúsculo desvaneciéndose, parecía filas de dientes
negros e irregulares. De la entrada principal colgaba un candado, pero lo
habían dejado abierto; ella se deslizó dentro, y luego por los escalones hacia la
puerta, que también estaba sin cerrar.
En el interior se encontró con que las oficinas vacías, sus ventanas con vista a
Mincing Lane, estaban tranquilas y muertas; una mosca zumbaba en una,
lanzándose una y otra vez contra los cristales de vidrio plateado hasta que cayó,
exhausta, en el umbral. Tessa se estremeció y apretó el paso.
En cada cuarto al que entró, se tensó, esperando ver a Nate; en cada cuarto, él
no estaba. La habitación final tenía una puerta que se abría hacia el suelo de un
depósito. Una débil luz azul se filtraba a través de las ventanas tapeadas. Miró a
su alrededor, insegura. —¿Nate? —susurró.
Él salió de las sombras entre dos pilares descascarados. Su cabello rubio
brilló en la luz azulada, debajo de un sombrero de copa de seda. Vestía una
levita de tweed azul, pantalones negros, y botas negras, pero su aspecto
usualmente inmaculado estaba revuelto. Su cabello caía lacio sobre sus ojos, y
había una mancha de tierra en su mejilla. Su ropa estaba arrugada y doblada
como si hubiera dormido con ella. —Jessamine —dijo, el alivio era evidente en
su tono—. Querida. —Abrió sus brazos.
Ella se acercó lentamente, su cuerpo entero se tensó. No quería que Nate la
tocara, pero no podía ver una manera de evitar su abrazo. Sus brazos la
rodearon. Su mano atrapó el ala de su sombrero y tiró de él, dejando que sus
rizos rubios cayeran por su espalda. Pensó en Will retirando los pasadores de
su pelo, y su estomago se apretó involuntariamente.
—Necesito saber dónde está el Maestro —comenzó ella con una voz
temblorosa—. Es terriblemente importante. Escuché algunos de los planes de
los Cazadores de Sombras, ya ves. Sé que no deseas decirme, pero…
Él le echó hacia atrás el cabello, ignorando sus palabras. —Ya veo —dijo, su
voz era profunda y ronca—. Pero primero… —Le levantó la cabeza con su dedo
debajo de la barbilla—. Ven y bésame, dulce veinteañera.
Tessa deseó que no hubiera citado a Shakespeare. Nunca sería capaz de
escuchar ese soneto otra vez sin querer vomitar. Cada nervio de su cuerpo
quería saltar gritando a través de su piel en repulsión mientras él se inclinaba
hacia ella. Rezó para que los otros entraran de golpe mientras le permitía
inclinarle la cabeza hacia arriba, arriba…
Nate comenzó a reír. Con un movimiento de su muñeca, mandó a volar su
sombrero hacia las sombras; sus dedos se apretaron en su barbilla, clavándole
las uñas. —Mis disculpas por mi comportamiento impetuoso —dijo—. No pude
evitar la curiosidad de ver cuán lejos llegarías para proteger a tus amigos
Cazadores de Sombras… hermanita.
—Nate. —Tessa intentó alejarse, fuera de su alcance, pero su agarre era
demasiado fuerte. Su otra mano salió disparada como una serpiente, girando
alrededor de ella, sujetándola contra él con su antebrazo a través de su
garganta. Su respiración estaba caliente contra su oreja. Olía agrio, como
ginebra y sudor.
—¿De verdad pensaste que no lo sabía? —escupió—. Después de que esa
nota llegara al baile de Benedict, enviándome a esa inútil búsqueda de
Vauxhall, me di cuenta. Todo tuvo sentido. Debí haber sabido que eras tú desde
el principio. Pequeña niña estúpida.
—¿Estúpida? —siseó ella—. Hice que escupieras tus secretos, Nate. Me
contaste todo. ¿Se enteró Mortmain? ¿Es por eso que te ves como si no hubieras
dormido en días?
Él apretó más su brazo a su alrededor, haciendo que jadeara de dolor. —No
podías dejar las cosas como estaban. Tenías que meterte en mis asuntos.
Encantada de verme humillado, ¿no es así? ¿Qué clase de hermana te hace eso,
Tessie?
—Tú me habrías matado si tenías la oportunidad. No hay juego que puedas
jugar, nada que puedas decir para hacerme pensar que yo te traicioné, Nate. Te
ganaste todo eso. Aliándote con Mortmain…
La sacudió, lo suficientemente fuerte para hacer que sus dientes sonaran. —
Como si mi alianza fuera de tu incumbencia. Me iba bien por mi cuenta hasta
que tú y tus amigos Nefilim aparecieron y se entrometieron. Ahora el Maestro
quiere mi cabeza en un cepo. Es tu culpa. Todo es tu culpa. Estaba casi
desesperado, hasta que me llegó esa ridícula nota de Jessamine. Sabía que
estabas detrás de eso, por supuesto. Todos los problemas por los que deben
haber pasado también, torturándola para conseguir que me escribiera esa
ridícula carta...
—No la torturamos —dijo Tessa, mecánicamente. Luchó, pero Nate sólo la
sostenía más apretadamente, los botones de su chaleco se le clavan en la
espalda—. Ella quiso hacerlo. Ella quiso salvar su propia piel.
—No te creo. —La mano que no estaba en su garganta, le agarró la barbilla;
sus uñas se clavaron en ella, y lanzó un grito de dolor—. Ella me ama.
—Nadie puede amarte —escupió Tessa—. Eres mi hermano, yo te amaba, y
has matado incluso eso.
Nate se inclinó hacia delante y gruñó: —Yo no soy tu hermano.
—Muy bien, mi medio hermano, si lo prefieres.
—Tú no eres mi hermana. Ni siquiera media. —Él dijo las palabras con un
placer cruel—. Tu madre y mi madre no eran la misma mujer.
—Eso no es posible —susurró Tessa—. Estás mintiendo. Nuestra madre era
Elizabeth Gray…
—Tu madre era Elizabeth Gray, nacida Elizabeth Moore —dijo Nate—. La
mía era Harriet Moore.
—¿Tía Harriet?
—Ella estuvo comprometida una vez. ¿Sabías eso? Después de que nuestros
padres, tus padres, se casaron. El hombre murió antes de que la boda tuviera
lugar. Pero ella ya estaba embarazada. Tu madre crió al bebé como suyo para
evitarle a su hermana la vergüenza de que el mundo supiera que había
consumado su matrimonio antes de que hubiera tenido lugar. De que era una
puta. —Su voz era tan amarga como el veneno—. Yo no soy tu hermano, y
nunca lo fui. Harriet, nunca me dijo que era mi madre. Me enteré por las cartas
de tu madre. Todos esos años, y ella nunca dijo una palabra. Estaba demasiado
avergonzada.
—Tú la mataste —dijo Tessa, aturdida—. A tu propia madre.
—Porque era mi madre. Pero me había repudiado. Porque se avergonzada de
mí. Porque nunca sabré quién fue mi padre. Porque era una puta. —La voz de
Nate estaba vacía. Nate siempre estuvo vacío. Nunca había sido más que una
pequeña cáscara, y Tessa y su tía habían proyectado su empatía, compasión y
simpatía como una debilidad porque ellas querían verla allí, no porque lo
estuviera.
—¿Por qué le contaste a Jessamine que mi madre era una Cazadora de
Sombras? —demandó Tessa—. Incluso si Tía Harriet era tu madre, y ella y mi
madre eran hermanas. Tía Harriet habría sido una Cazadora de Sombras,
también, y por lo tanto, tú también. ¿Por qué decir una mentira tan ridícula?
Él sonrió. —¿Te gustaría saber? —Su agarré se apretó en su cuello,
ahorcándola. Ella jadeó y pensó de pronto en Gabriel, diciendo: Apunta tus
patadas a las rótulas; el dolor es agonizante.
Pateó hacia arriba y hacia atrás, el talón de su bota chocando con la rodilla de
Nate, haciendo un crujido sordo. Nate gritó, y su pierna salió de debajo de él.
Mantuvo su agarre en Tessa cuando cayó, girando para que su codo se atascara
en el estómago de ella mientras caían juntos al suelo. Ella jadeó, el aire
perforando sus pulmones, sus ojos llenándose de lágrimas.
Ella lo pateó otra vez, intentando gatear hacia atrás, y lo alcanzó de refilón en
el hombro, pero él se abalanzó sobre ella, agarrándola por el chaleco. Los
botones se desprendieron en una lluvia mientras la arrastraba hacia él; su otra
mano aferró su cabello mientras se sacudía contra él, rastrillando sus uñas en su
mejilla. La sangre que brotó de inmediato a la superficie fue una vista
salvajemente satisfactoria.
—Suéltame —jadeó ella—. No puedes matarme. El Maestro me quiere con
vida…
—‘Viva’ no es ‘ilesa’ —gruñó Nate, la sangre corría por su rostro hasta su
barbilla. Él le enredó las manos en su cabello y la arrastró hacia él; ella gritó por
el dolor y se lanzó con sus botas, pero él era ágil, esquivando sus pies.
Jadeando, ella envió un llamado silencioso: Jem, Will, Charlotte, Henry… ¿dónde
están?
—¿Preguntándote dónde están tus amigos? —La puso de pie de un tirón,
una mano en su pelo, la otra hecha un puño en la parte de atrás de su camisa—.
Bueno, aquí está uno de ellos, por lo menos.
Un sonido rechinante alertó a Tessa de un movimiento en las sombras. Nate
le arrastró la cabeza por el pelo, sacudiéndola. —Mira —espetó—. Es hora de
que sepas a lo que te enfrentas.
Tessa miró fijamente. La cosa que emergió de las sombras era gigante, seis
metros de altura, supuso, hecho de hierro. Apenas tenía algún accesorio.
Parecía moverse como un solo mecanismo fluido, sin fisuras y casi sin rasgos.
Su parte inferior se separaba en dos piernas, cada una terminaba en un pie en
punta con clavos de metal. Sus brazos eran iguales, terminaban en manos como
garras, y su cabeza era un suave óvalo roto sólo por una amplia boca dentada como una grieta en un huevo. Un par de retorcidos cuernos plateados crecían
desmesuradamente de su ‘cabeza.’ Una fina línea de fuego azul crepitaba entre
ellos.
En sus enormes manos cargaba un cuerpo inerte, vestido con el equipo. En
comparación con lo grande del gigante autómata, ella se veía incluso más
pequeña que nunca.
—¡Charlotte! —gritó Tessa. Ella redobló sus intentos de alejarse de Nate,
azotando la cabeza a un lado. Se arrancó un poco de su cabello y éste cayó al
suelo, el pelo rubio de Jessamine, manchado con sangre. Nate se vengó
golpeándola lo suficientemente fuerte como para que viera estrellas; cuando se
hundía, la agarró alrededor de la garganta, los botones de sus puños se
clavaban en su tráquea.
Nate se rió entre dientes. —Un prototipo —dijo—. Abandonado por el
Maestro. Demasiado grande y pesado para sus propósitos. Pero no para los
míos. —Levantó la voz—. Suéltala.
Las manos de metal del autómata se abrieron. Charlotte cayó y golpeó el
suelo con un ruido repugnante. Ella yacía inmóvil. Desde esta distancia, Tessa
no podía decir si su pecho se levantaba y bajaba o no.
—Ahora aplástala —dijo Nate. Pesadamente, la cosa levantó su pie de metal
con pinches. Tessa arañó las antebrazos de Nate, rasgando su piel con sus uñas.
—¡Charlotte! —Por un momento, Tessa pensó que la voz que gritaba era
suya, pero era demasiado grave. Una figura se precipitó de detrás del autómata,
una figura de negro, coronada con una mata de pelo rojo llameante, con una
fina daga misericordia en la mano.
Henry.
Sin siquiera echar un vistazo a Tessa y a Nate, se lanzó contra el autómata,
con la daga en un arco largo y curvado. Se escuchó el sonido de metal contra
metal. Volaron chispas, y el autómata se tambaleó hacia atrás. Sus pies se
vinieron abajo, estrellándose contra el piso, a centímetros del cuerpo supino de
Charlotte. Henry aterrizó, luego se arrojó contra la criatura nuevamente,
cortando con su espada.
La hoja se rompió. Por un momento, Henry simplemente se quedó de pie y la
miró con estúpida sorpresa. Entonces la mano de la criatura se adelantó y lo
agarró del brazo. Él gritó mientras la cosa lo levantaba y lo arrojaba con una
fuerza increíble contra uno de los pilares; lo golpeó, se encogió, y cayó en el
suelo, donde quedó inmóvil.
Nate se rió. —Semejante muestra de devoción matrimonial —dijo—. ¿Quién
lo hubiera pensado? Jessamine siempre dijo que pensaba que Branwell no
soportaba a su esposa.
—Eres un cerdo —contestó Tessa, luchando contra su agarre—. ¿Qué sabes
tú acerca de las cosas que la gente hace por los demás? Si Jessamine se estuviera
quemando hasta la muerte, no levantarías la mirada de tu juego de cartas. No te
importa nadie aparte de ti mismo.
—Cállate, o te aflojaré los dientes. —Nate la sacudió otra vez, y gritó—. ¡Ven!
Por aquí. Debes sostenerla hasta que llegue el Maestro.
Con un chirrido de engranajes, el autómata obedeció. No era tan rápido
como sus hermanos más pequeños, pero su tamaño era tal que Tessa no pudo
evitar seguir sus movimientos con un miedo helado. Y eso no era todo. El
Maestro venía. Tessa se preguntó si Nate ya lo había convocado, si estaba en
camino. Mortmain. Incluso el recuerdo de sus ojos fríos, su helada y controlada
sonrisa, hacía que su estómago se revolviera. —Déjame ir —exclamó, alejándose
de su hermano—. Déjame ir con Charlotte…
Nate la empujó hacia delante, fuerte, y ella cayó al suelo, sus codos y rodillas
conectándose con fuerza en el duro piso de madera. Jadeó y rodó hacia un lado,
debajo de la sombra de la galería del segundo piso, cuando el autómata avanzó
lentamente hacia ella. Gritó…
Y ellos saltaron de la galería superior, Will y Jem, cada uno cayendo en un
hombro de la criatura. La cosa rugió, un sonido como de fuelles siendo
alimentados de carbón, y se tambaleó hacia atrás, permitiéndole a Tessa rodar
fuera de su camino y ponerse de pie. Ella miró de Henry a Charlotte. Henry
estaba pálido e inmóvil, encogido al lado del pilar, pero Charlotte, tendida
donde el autómata la había tirado, estaba en peligro inminente de ser aplastada
por una máquina descontrolada.
Respirando hondo, Tessa se arrojó a través del cuarto hacia Charlotte y se
arrodilló, poniendo sus dedos en la garganta de Charlotte; tenía pulso,
palpitando débilmente. Poniendo sus manos debajo de los brazos de Charlotte,
comenzó a arrastrarla hacia la pared, lejos del centro del salón, donde el
autómata giraba y escupía chispas, estirándose por Jem y Will con sus manos
como garras.
Ellos eran demasiado rápidos para eso, sin embargo. Tessa recostó a
Charlotte contra costales de té y miró por la habitación, intentando determinar
un camino que pueda llevarla hasta Henry. Nate estaba corriendo de un lado a
otro, gritando y maldiciendo a la criatura mecánica; en respuesta, Will recortó
uno de sus cuernos y se lo lanzó al hermano de Tessa. Rebotó en el suelo,
deslizándose y chispeando, y Nate saltó hacia atrás. Will rió. Jem, mientras
tanto, estaba aferrado al cuello de la criatura, haciendo algo que Tessa no podía
ver. La criatura en sí misma giraba en círculos, pero había sido diseñada para
alcanzar y agarrar lo que estaba frente de él, y sus “brazos” no se doblaban
adecuadamente. No podía alcanzar lo que se aferraba a la parte de atrás de su
cuello y cabeza.
Tessa casi quería reír. Will y Jem eran como ratones corriendo por todo el
cuerpo de un gato, conduciéndolo a la distracción. Pero los hachazos y
cuchillazos que le daban a la criatura de metal con sus espadas, estaban
infligiendo muy pocas lesiones. Sus espadas, que ella había visto cortar hierro y
acero como si fueran papel, estaban dejando sólo abolladuras y arañazos en la
superficie del cuerpo mecánico de la criatura.
Nate, por su parte, gritaba y maldecía. —¡Quítatelos de encima! —le gritó al
autómata—. ¡Quítatelos de encima, gran bastardo de metal!
El autómata se detuvo, luego se sacudió violentamente. Will resbaló,
agarrándose del cuello de la criatura en el último momento para no caerse. Jem
no tuvo tanta suerte; apuñaló hacia delante con su espada, como si quisiera
dirigirla al cuerpo de la criatura para detener la caída, pero la hoja simplemente
se salió de la espalda de la criatura.
—¡James! —gritó Will.
Jem se puso de pie dolorosamente. Se estiró por la estela en su cinturón, pero
la criatura, detectando debilidad, ya estaba sobre él, estirando sus manos con garras. Jem tomó varios pasos tambaleantes hacia atrás y rebuscó algo en su
bolsillo. Era suave, alargado, metálico: el objeto que Henry le había dado en la
biblioteca.
Estiró una mano para atrás para tirarlo… y Nate estaba detrás de él de
repente, pateando su pierna herida y probablemente rota. Jem no hizo un
sonido, pero la pierna se salió de debajo de él con un chasquido y golpeó el
suelo una segunda vez, el objeto rodó de su mano.
Tessa se puso de pie y corrió por él justo cuando Nate hizo lo mismo. Se
choraron, su mayor peso y altura la mandaron al suelo. Ella giró mientras caía,
como Gabriel le había enseñado, para absorber el impacto, aunque el golpe, aun
así, la dejó sin aliento. Intentó alcanzar el artefacto con dedos temblorosos, pero
se resbaló más lejos. Podía escuchar a Will gritando su nombre, diciéndole que
se lo lanzara a él. Estiró su mano aun más, sus dedos cerrándose alrededor del
artefacto… y entonces Nate la agarró de una pierna y la arrastró otra vez hacia
él, sin piedad.
Él es más grande que yo, pensó. Más fuerte que yo. Más cruel que yo. Pero hay una
cosa que yo puedo hacer que él no.
Ella Cambió.
Intentó alcanzar con su mente el agarre de su mano en su tobillo, su propia
piel tocando la de él. Intentó alcanzar al Nate intrínseco, innato que ella siempre
había conocido, esa chispa dentro de él que titilaba como lo hacía dentro todo el
mundo, como una vela en un cuarto oscuro. Ella lo sintió contener el aliento, y
entonces el Cambio la tomó, ondeando su piel, derritiendo sus huesos. Los
botones de su cuello y puños se rompieron cuando creció en tamaño, las
convulsiones golpearon sus extremidades, soltando su pierna del agarre de
Nate. Se alejó rodando de su hermano, tambaleándose sobre sus pies, y vio los
ojos de él muy abiertos cuando la miró.
Ella era ahora, más allá de su ropa, una imagen exacta de él. Ella se volvió
hacia el autómata. Estaba congelado, esperando instrucciones, Will seguía
aferrado a su espalda. Él levantó la mano, y Tessa le arrojó el dispositivo,
agradeciéndole silenciosamente a Gabriel y a Gideon por las horas de
instrucción de lanzamiento de cuchillos. El dispositivo voló por el aire en un
arco perfecto, y Will lo atrapó desde el cielo.
Nate estaba de pie. —Tessa —gruñó—. Qué diablos podrías pensar que
estás…
—¡Sujétalo! —le gritó al autómata, apuntando a Nate—. ¡Atrápalo y retenlo!
La criatura no se movió. Tessa no podía oír nada más que la áspera
respiración de Nate detrás de ella, y el sonido de tintineo de la criatura de
metal; Will había desaparecido detrás de él y estaba haciendo algo, aunque no
podía ver qué.
—Tessa, eres una tonta —siseó Nate—. Esto no puede funcionar. La criatura
sólo obedece a…
—¡Soy Nathaniel Gray! —le gritó Tessa al gigante de metal—. ¡Y te ordeno en
el nombre del Maestro que sujetes a este hombre y los retengas!
Nate se volvió hacia ella. —Suficiente de tus juegos, pequeña estúpida…
Sus palabras fueron interrumpidas de repente cuando el autómata se dobló y
lo sujetó en su agarre de pinzas. Lo levantó, al nivel del corte de su boca que
chasqueaba y zumbaba inquisitivamente. Nate comenzó a gritar, y siguió
gritando, estúpidamente, agitándose cuando Will, terminando con lo que sea
que estaba haciendo, se dejó caer al piso en cuclillas. Le gritó algo a Tessa, sus
ojos azules amplios y salvajes, pero ella no podía escuchar por encima de los
gritos de su hermano. Su corazón golpeaba contra su pecho; sintió que su
cabello caía, golpeando sus hombros con un peso suave y pesado. Era ella
misma otra vez, el shock de lo que estaba pasando era demasiado grande para
que se aferrara al Cambio. Nate todavía estaba gritando, la cosa lo tenía en un
terrible agarre pinzado. Will había comenzado a correr, justo cuando la criatura,
observando a Tessa, se alzó con un gruñido… y Will la derribó, tirándola al
suelo y cubriéndola con su cuerpo cuando el autómata voló en pedazos como
una estrella en explosión.
La cacofonía del metal estallando fue increíble. Tessa trató de cubrir sus
oídos, pero el cuerpo de Will la estaba fijando firmemente contra el suelo. Sus
codos estaban clavados en el piso a cada lado de su cabeza. Ella sintió su aliento
en la parte de atrás del cuello, los latidos de su corazón contra la columna.
Escuchó gritar a su hermano, un grito gorgoteante horrible. Volteó su cabeza,
presionando su rostro en el hombro de Will mientras su cuerpo se sacudía
contra ella; el suelo se estremeció debajo de ellos.
Y había terminado. Lentamente, Tessa abrió los ojos. El aire estaba nublado
con polvo de yeso, astillas flotantes y té de costales desgarrados. Enormes
trozos de metal yacían esparcidos por el suelo desordenadamente, y varias
ventanas habían reventado, dejando entrar luz brumosa de noche. La mirada de
Tessa se desplazó por la habitación. Vio a Henry, acunando a Charlotte,
besando su rostro pálido mientras ella lo miraba; Jem, luchando por ponerse de
pie, estela en mano y polvo de yeso cubriendo su ropa y cabello… y Nate.
Al principio pensó que se estaba apoyando contra uno de los pilares.
Entonces vio la mancha roja extendiéndose por su camisa, y se dio cuenta. Un
trozo irregular de metal lo había atravesado como una lanza, fijándolo de forma
vertical en el pilar. Su cabeza estaba hacia abajo, sus manos arañando
débilmente su pecho.
—¡Nate! —gritó. Will giró hacia un lado, liberándola, y ella estuvo de pie en
segundos, corriendo por el salón hacia su hermano. Sus manos temblaban con
horror y repulsión, pero se las arregló para cerrarlas en torno a la lanza de
metal en su pecho y tirar de ella. La tiró a un lado y apenas logró capturarlo
cuando se desplomó hacia delante, su repentino peso muerto la mandó al suelo.
De alguna manera, se encontró en el piso, el cuerpo inerte de Nate se extendía
torpemente en su regazo.
Un recuerdo se alzó en su mente: ella, agachada en el suelo de la casa de la
ciudad de De Quincey, sosteniendo a Nate en sus brazos. Ella lo amaba en ese
entonces. Confiaba en él. Ahora, mientras lo sostenía y su sangre empapaba su
camisa y pantalones, sintió como si estuviera viendo actores en un escenario,
actuando sus papeles, actuando el dolor.
—Nate —susurró ella.
Sus ojos se abrieron. Una punzada de sorpresa la atravesó. Ella había
pensado que ya estaba muerto.
—Tessie… —Su voz sonaba gruesa, como si llegara a través de capas de
agua. Sus ojos recorrieron su rostro, después la sangre en su ropa, y entonces,
finalmente, se posaron sobre su propio pecho, donde la sangre bombeaba
continuamente por un enorme tajo en su camisa. Tessa se sacó la chaqueta, la
dobló, y la presionó fuertemente contra la herida, rezado para que fuera
suficiente para hacerla dejar de sangrar.
No lo era. La chaqueta estuvo empapada al instante, delgadas corrientes de
sangre corrían por los lados de Nate. —Oh, Dios —susurró Tessa. Ella alzó la
voz—. Will…
—No. —La mano de Nate agarró su muñeca, clavándole las uñas.
—Pero, Nate…
—Estoy muriendo. Lo sé. —Tosió, un sonido flojo, húmedo, tembloroso—.
¿No lo entiendes? Le he fallado al Maestro. Él me matará de todas formas. Y lo
hará lentamente. —Hizo un ruido ronco, impaciente—. Déjalo, Tessie. No estoy
siendo noble. Tú sabes que no lo soy.
Ella tomó una respiración entrecortada. —Debería dejarte aquí para que
mueras solo en tu propia sangre. Eso es lo harías si se tratara de mí.
—Tessie —Un chorro de sangre se derramó de la esquina de su boca—. El
Maestro nunca iba a lastimarte.
—Mortmain —susurró—. Nate, ¿dónde está? Por favor. Dime dónde está.
—Él —Nate se ahogó, lanzando un suspiro. Una burbuja de sangre apareció
en sus labios. La chaqueta en manos de Tessa era un trapo empapado. Los ojos
de él se ampliaron, marcadamente aterrorizados—. Tessie… Me… me estoy
muriendo. Realmente me estoy muriendo…
Aun así, las preguntas estallaron en su cabeza. ¿Dónde está Mortmain? ¿Cómo
pudo mi madre ser una Cazadora de Sombras? Si mi padre era un demonio, ¿cómo es
que sigo viva cuando todos los hijos de Cazadores de Sombras y demonios nacen
muertos? Pero el terror en los ojos de Nate la silenció; a pesar de todo, encontró
a su mano deslizándose en la de él. —No hay nada que temer, Nate.
—No para ti, tal vez. Siempre fuiste… la buena. Yo me voy a quemar, Tessie.
Tessie, ¿dónde está tu ángel?
Ella se puso la mano en la garganta, un gesto reflexivo. —No podía usarlo.
Fingía ser Jessamine.
—Tienes… que… usarlo. —Tosió. Más sangre—. Úsalo siempre. ¿Lo juras?
Ella negó con la cabeza. —Nate… —No puedo confiar en ti, Nate.
—Lo sé. —Su voz apenas audible—. No hay perdón para… el tipo de cosas
que tuve que hacer.
Ella apretó su mano, sus dedos resbaladizos por la sangre. —Te perdono —
susurró, sin saber, o sin importarle, si era verdad.
Sus ojos azules se ampliaron. Su cara había perdido el color de pergamino
amarillo viejo, sus labios casi blancos. —No sabes todo lo que hice, Tessie.
Ella se inclinó sobre él con ansiedad. —¿Nate?
Pero no hubo respuesta. Su rostro se aflojó, sus ojos ampliaron, medio
rodaron hacia atrás en su cabeza. Su mano se soltó de la de ella y cayó al suelo.
—Nate —dijo de nuevo, y puso los dedos en el lugar en su garganta en
donde su pulso debería latir, ya sabiendo lo que iba a encontrar.
No había nada. Él estaba muerto.
***
Tessa se paró. Su chaleco desgarrado, sus pantalones, su camisa, incluso las
puntas de su cabello estaban empapadas de la sangre de Nate. Se sentía tan
entumecida como si se hubiera sumergido en agua helada. Se volteó,
lentamente, sólo ahora, y por primera vez, preguntándose si los otros la habían
estado observando, escuchando su conversación con Nate, preguntándose…
No estaban mirando en su dirección. Estaban arrodillados (Charlotte, Jem y
Henry) en un flojo círculo alrededor de una forma oscura en el piso, justo
donde ella había estado antes, con Will encima de ella.
Will.
Tessa había tenido sueños, antes, en los que había estado caminando un
pasillo largo y oscuro hacia algo horrible, algo que ella no podía ver pero sabía
que era aterrador y mortal. En los sueños, con cada paso, el pasillo se alargaba,
extendiéndose más en la oscuridad y el horror. Esa misma sensación de terror e
impotencia la abrumaban ahora mientras avanzaba, cada paso como un
kilometro, hasta que se unió al círculo se Cazadores de Sombras arrodillados y
estaba mirando a Will.
Estaba acostado de lado. Su rostro estaba blanco, su respiración superficial.
Jem tenía una mano en su hombro y le estaba hablando en una voz baja y
suave, pero Will no dio señal de ser capaz de escucharlo. La sangre se había
agrupado debajo de él, manchando el suelo, y por un momento, Tessa sólo
miró, incapaz de comprender de dónde había salido. Entonces se acercó y vio
su espalda. Su traje había sido destrozado a lo largo de toda su columna
vertebral y omóplatos, el grueso material desgarrado por trozos voladores de
metal afilado. Su piel bañada de sangre; su cabello empapado con ella.
—Will —susurró Tessa. Se sintió particularmente mareada, como si estuviera
flotando.
Charlotte levantó la mirada. —Tessa —dijo—. Tu hermano…
—Está muerto —dijo Tessa a través de su aturdimiento—. Pero Will…
—Te tiró al suelo y te cubrió para protegerte de la explosión —dijo Jem. No
había culpa en su voz—. Pero no había nada para protegerlo a él. Ustedes dos
eran los más cercanos a la explosión. Los fragmentos de metal destrozaron su
espalda. Está perdiendo sangre rápidamente.
—¿Pero no hay nada que puedas hacer? —la voz de Tessa se alzó, incluso
cuando los mareos amenazaron con envolverla—. ¿Qué pasa con sus runas de
curación? ¿Las iratzes?
—Usamos un amissio, una runa que reduce la pérdida de sangre, pero si
intentamos con una runa de curación, su piel sanará sobre el metal, clavándolo
aún más en el tejido suave —dijo Henry rotundamente—. Tenemos que llevarlo
a casa, a la enfermería. El metal deber ser removido antes de que pueda ser
sanado.
—Entonces, tenemos que irnos. —La voz de Tessa estaba temblando—.
Tenemos que…
—Tessa —dijo Jem. Él todavía tenía su mano en el hombro de Will, pero la
estaba mirando a ella, sus ojos muy abiertos—. ¿Sabes que estás herida?
Ella señaló impacientemente a su camisa. —Esta no es mi sangre. Es de Nate.
Ahora tenemos… ¿Lo podemos cargar? Hay algo que…
—No —interrumpió Jem, lo suficientemente brusco como para
sorprenderla—. No la sangre de tu ropa. Tienes una herida en la cabeza. Aquí.
—Se tocó su sien.
—No seas ridículo —dijo Tessa—. Estoy perfectamente bien. —Alzó la mano
para tocar su sien, y sintió su cabello, espeso y rígido por la sangre, y el lado de
su cara pegajoso con ésta, antes de que la yema de sus dedos tocaran el colgajo
irregular de piel desgarrada que iba desde la esquina de su mejilla hasta su sien.
Un rayo ardiente de dolor le atravesó la cabeza.
Fue la última gota. Ya débil por la pérdida de sangre y el mareo por
repetidas golpes, sintió que empezaba a encogerse. Apenas sintió los brazos de
Jem a su alrededor cuando cayó en la oscuridad.
StephRG14
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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 7 Empty LOS ORÍGENES- PRÍNCIPE MECÁNICO

Mensaje por StephRG14 Jue 04 Jun 2015, 2:21 pm

Capitulo 17
En sueños


Venid a mí en mis sueños, y luego
Durante el día estaré bien otra vez.
Porque entonces la noche más que pagará
El anhelo desesperado del día.
—Matthew Arnold, “Longing”


La conciencia llegaba y se iba en un ritmo hipnótico, como el mar
apareciendo y desapareciendo sobre la cubierta de un barco en una tormenta.
Tessa sabía que yacía en una cama con sábanas blancas en el centro de una
larga habitación; que había otras camas, también, en la sala, y que había
ventanas muy por encima de ella dejándola envuelta en sombras y la luz
sangrienta del amanecer. Cerró los ojos para protegerse de la luz, y la oscuridad
vino otra vez.
Se despertó con voces susurrantes, y caras ansiosas cerniéndose sobre ella.
Charlotte, con su pelo anudado cuidadosamente, todavía en su equipo, y a su
lado el Hermano Enoch. Su cara llena de cicatrices ya no le resultaba terrorífica.
Ella podía oír la voz de él en su mente. La herida en su cabeza es superficial.
—Pero, se desmayó —dijo Charlotte. Para sorpresa de Tessa había verdadero
temor en su voz, verdadera ansiedad—. Con un golpe en la cabeza…
Se desmayó por repetidos shocks. ¿Su hermano murió en sus brazos, dijiste? Y pudo
haber pensado que Will había muerto también. Dijiste que la cubrió con su cuerpo
cuando se produjo la explosión. Si él hubiese muerto, habría dado su vida por ella. Esa es
una carga bastante pesada que soportar.
—Pero ¿crees que se pondrá bien otra vez?
Cuando su cuerpo y espíritu hayan descansado, se despertará. No puedo decir cuándo
será eso.
—Mi pobre Tessa. —Charlotte le tocó suavemente la frente. Sus manos olían
a jabón de limón—. No tiene a nadie en el mundo ahora…
La oscuridad volvió, y Tessa cayó en ella, agradecida por el respiro lejos de la
luz y el pensar. Se envolvió en ella como con una manta y se dejó flotar, como
los icebergs de la costa de Labrador, acunados a la luz de la luna por el agua
helada y negra.
***
Un grito gutural de dolor cortó a través de su sueño de oscuridad. Estaba
acurrucada de lado en una maraña de sábanas, y a unas camas más allá yacía
Will, sobre su estómago. Se dio cuenta, aunque en su estado de adormecimiento
era sólo una débil sorpresa, de que él probablemente estaba desnudo, las
sábanas se habían bajado hasta su cintura, pero su espalda y pecho estaban
desnudos. Sus brazos estaban cruzados sobre las almohadas delante de él, la
cabeza apoyada sobre ellos, su cuerpo tenso como una cuerda de arco. Sangre
machaba las sábanas blancas por debajo de él.
El Hermano Enoch estaba de pie a un lado de su cama, y junto a él Jem, a la
cabeza de Will, con una expresión ansiosa. —Will —dijo Jem con urgencia—.
Will, ¿Seguro que no quieres otra runa contra el dolor?
—No…más —dijo Will, entre dientes—. Simplemente… acaben de una vez.
El Hermano Enoch levantó lo que parecía un par de afiladas pinzas de plata.
Will tragó saliva y enterró la cabeza en sus brazos, el cabello
sorprendentemente oscuro contra el blanco de las sábanas. Jem se estremeció
como si el dolor fuera suyo, mientras las pinzas se hundían profundamente en
la espalda de Will y su cuerpo se tensaba en la cama, los músculos bajo la piel,
su grito de agonía corto y apagado. El Hermano Enoch echó hacia atrás la
herramienta, un trozo de metal manchado de sangre estaba atrapado entre los
dientes de las pinzas.
Jem deslizó su mano en la de Will. —Agarra mis dedos. Ayudará con el dolor.
Sólo hay unos pocos más.
—Fácil… para ti decirlo —dijo Will entrecortadamente, pero el toque de la
mano de su parabatai pareció relajarle un poco. Se arqueó en la cama, con sus
codos hundiéndose en el colchón y su aliento saliendo en jadeos. Tessa sabía
que debía apartar la mirada, pero no podía. Se dio cuenta de que nunca antes
había visto tanto del cuerpo de un chico, ni siquiera de Jem. Se encontró
fascinada por la forma en que la masa muscular se deslizaba bajo la piel lisa de
Will, la flexibilidad y el movimiento de sus brazos, el vientre duro y plano
convulsionando al respirar.
Las pinzas brillaron otra vez, y la mano de Will se apretó en la de Jem, los
dedos de ambos blancos por la fuerza del agarre. La sangre brotó y se derramó
por su costado. No hizo ningún sonido, aunque Jem parecía enfermo y pálido.
Movió la mano como si fuera a tocar el hombro de Will, y luego se echó hacia
atrás, mordiéndose el labio.
Todo esto porque Will cubrió mi cuerpo con el suyo para protegerme, pensó Tessa.
Como el Hermano Enoch había dicho, era una carga bastante pesada para
soportar, de hecho.
***
Estaba acostada en la cama angosta de su antigua habitación en el apartamento de
Nueva York. A través de la ventana podía ver el cielo gris, los tejados de Manhattan.
Una de las coloridas colchas de su tía estaba en la cama, y se agarró a ella mientras la
puerta se abría y su tía entraba.
Sabiendo lo que sabía ahora, Tessa podía ver el parecido. La tía Harriet tenía los ojos
azules, pelo rubio desteñido, e incluso la forma de su rostro era como el de Nate. Con
una sonrisa se acercó y se inclinó sobre Tessa, poniendo una mano en su frente, fresca
contra la piel caliente de Tessa.
—Lo siento tanto —susurró Tessa—. Por Nate. Es mi culpa que esté muerto.
—Shh —dijo su tía—. No es tu culpa. Es de él y mía. Siempre me sentí tan culpable,
ves, Tessa. Sabiendo que era su madre, pero no siendo capaz de soportar decirle. Dejé
que se saliera con la suya con todo lo que quería, hasta que estuvo echado a perder más
allá de la salvación. Si le hubiese dicho que yo era realmente su madre, no se habría
sentido tan traicionado cuando descubrió la verdad, y no se habría vuelto contra
nosotras. Mentiras y secretos, Tessa, son como un cáncer en el alma. Ellos se comen lo
que es bueno y dejan sólo destrucción detrás.
—Te extraño tanto —dijo Tessa—. No tengo familia ahora...
Su tía se inclinó para besarla en la frente. —Tienes más familia de la que piensas.
—Con mayor seguridad, perderemos ahora el Instituto —dijo Charlotte. No
sonó como si su corazón se hubiera roto, sino distanciada e indiferente.
Tessa flotaba como un fantasma sobre la enfermería, mirando hacia abajo en
donde Charlotte estaba junto a Jem, a los pies de la cama de Tessa. Podía verse
a sí misma, dormida, su cabello oscuro extendido como un abanico a través de
las almohadas. Will dormía unas cuantas camas más allá, su espalda cubierta
con vendas, un iratze negro contra la parte posterior de su cuello. Sophie, con su
gorra blanca y traje oscuro, estaba quitando el polvo de las ventanas.
—Hemos perdido a Nathaniel Gray como una fuente, uno de los nuestros ha
resultado ser un espía, y no estamos más cerca de encontrar a Mortmain de lo
que estábamos hace quince días.
—¿Después de todo lo que hemos hecho? ¿De todo de lo que nos hemos
enterado? La Clave entenderá…
—No lo harán. Ya están hartos, en lo que a mí respecta. Podría muy bien
marchar a la casa de Benedict Lightwood y hacer el papeleo del Instituto y
ponerlo a su nombre. Terminar con esto.
—¿Qué dice Henry sobre esto? —Preguntó Jem. Él ya no estaba vestido con
su equipo, ni tampoco Charlotte. Llevaba una camisa blanca y pantalones de
tela marrón, y Charlotte estaba vestida con uno de sus oscuros vestidos grises.
Mientras Jem daba vuelta la mano, sin embargo, Tessa vio que todavía estaba
manchada con la sangre seca de Will.
Charlotte soltó un bufido impropio de una dama.
—Oh, Henry —dijo, sonando agotada—. Creo que está tan sorprendido de que
uno de sus dispositivos efectivamente funcionara que no sabe qué hacer
consigo mismo. Y no puede soportar venir aquí. Piensa que es su culpa que Will
y Tessa hayan resultado heridos.
—Sin ese aparato todos deberíamos estar muertos, y Tessa en manos del
Maestro.
—Eres bienvenido a explicarle eso a Henry. He renunciado al intento.
—Charlotte… —La voz Jem era suave—. Sé lo que dice la gente. Sé que has oído
los crueles chismes. Pero Henry te ama. Cuando pensó que estabas herida, en el
almacén de té, se volvió loco. Se lanzó contra esa máquina…
—James. —Charlotte palmeó torpemente el hombro de Jem—. Aprecio tu
intento de consolarme, pero las falsedades nunca hacen ningún bien a nadie al
final. Hace tiempo que he aceptado que Henry ama en primer lugar a sus
invenciones, y a mí en segundo… si es que en realidad lo hace.
—Charlotte —dijo Jem con cansancio, pero antes de que pudiera decir otra
palabra, Sophie se había trasladado al lado de ellos, paño en mano.
—Señora Branwell —dijo ella en voz baja—. Si pudiera hablar con usted un
momento.
Charlotte se mostró sorprendida. —Sophie…
—Por favor, señora.
Charlotte puso una mano sobre el hombro de Jem, le dijo algo en voz baja al
oído, y luego asintió con la cabeza hacia Sophie. —Muy bien. Ven conmigo al
salón.
Mientras Charlotte salía de la habitación con Sophie, Tessa se dio cuenta con
sorpresa de que Sophie era en realidad más alta que su señora. La presencia de
Charlotte era tal, que a menudo uno se olvidaba de lo muy pequeña que era. Y
Sophie era tan alta como Tessa, tan delgada como un sauce. Tessa la volvió a
ver en su mente con Gideon Lightwood, pegada a la pared del pasillo, y se
preocupó.
Cuando la puerta se cerró detrás de las dos mujeres, Jem se inclinó hacia
delante, sus brazos cruzados sobre el pie de la cama de latón de Tessa. La
miraba, sonriendo un poco, con las manos colgando, sangre seca en los
nudillos, y debajo de las uñas.
—Tessa, mi Tessa —dijo con su voz suave, como el arrullo de su violín—. Sé
que no puedes oírme. El Hermano Enoch dice que no estás herida de gravedad.
No puedo decir que eso me parece lo suficiente para consolarme. Es algo así
como cuando Will me asegura que sólo estamos un poco perdidos en algún
lugar. Sé que significa que no vamos a ver una calle conocida de nuevo por
horas. —Bajó tanto la voz, que Tessa no estaba segura de si lo que dijo a
continuación fue real o parte de la oscuridad del sueño elevándose para
reclamarla, a pesar de que luchó contra ella—. Nunca me importó —añadió—.
Estar perdido. Siempre he pensado que uno no podría estar realmente perdido,
si conoce su propio corazón. Pero me temo que puedo estar perdido sin conocer
el tuyo. —Cerró los ojos como si tuviera los huesos cansados, y vio cómo de
delgados eran sus párpados, como papel de pergamino, y lo cansado que
parecía—. Wo ai ni, Tessa —susurró—. Wo bu xiang shi qu ni.
Ella sabía, sin saber cómo lo sabía, lo que significaban esas palabras.
Te amo.
Y no quiero perderte.
Yo tampoco quiero perderte, quería decir ella, pero las palabras no quisieron venir.
El cansancio se levantó en su lugar, en una ola oscura, y la cubrió en silencio.
***
Oscuridad.
Estaba oscuro en la celda, y Tessa estuvo consciente primero de un sentimiento de gran
soledad y terror. Jessamine yacía en la cama estrecha, su pelo rubio colgaba en lacios
mechones sobre sus hombros. Tessa se cernía sobre ella y sentía de alguna manera como
si estuviera tocando su mente. Podía sentir un gran dolor y sensación de pérdida. De
alguna manera, Jessamine sabía que Nate estaba muerto. Antes, cuando Tessa había
tratado de tocar la mente de la otra chica, había encontrado resistencia, pero ahora sólo
sintió una tristeza cada vez mayor, como la mancha de una gota de tinta negra
difundiéndose a través del agua.
Los ojos marrones de Jessie estaban abiertos, mirando hacia la oscuridad. No tengo
nada. Las palabras fueron tan claras como una campana en la mente de Tessa. Elegí a
Nate por sobre los Cazadores de Sombras, y ahora que ha muerto, Mortmain
me quiere muerta también, y Charlotte me desprecia. He jugado y perdido
todo.
Mientras Tessa miraba, Jessamine sacó un pequeño cordón de su cuello sobre su
cabeza. En el extremo del cordón había un anillo de oro con una piedra, un brillante
diamante blanco. Apretándolo entre los dedos, comenzó a utilizar el diamante para
marcar letras en la pared de piedra.
JG.
Jessamine Gray.
Podría haber habido más en el mensaje, pero Tessa nunca lo descubriría, porque
mientras
Jessamine presionaba sobre la piedra, la gema se rompió, y su mano se estrelló contra la
pared, raspando sus nudillos.
Tessa no necesitaba tocar la mente de Jessamine para saber lo que estaba pensando.
Incluso el diamante no había sido real. Con un grito, Jessamine se dio la vuelta y hundió
su rostro en las mantas ásperas de la cama.
Cuando Tessa despertó de nuevo, ya era de noche. La tenue luz de las
estrellas atravesaba las altas ventanas de la enfermería, y había una lámpara de
luz mágica encendida sobre la mesa cerca de su cama. Junto a ella había una
taza de tisana, con vapor saliendo de ella, y un pequeño plato de galletas. Se
levantó a una posición sentada, a punto de llegar a la copa y se congeló.
Will estaba sentado en la cama que había junto a la de ella, vestido con una
camisa suelta y pantalones y una bata color negro. Tenía la piel pálida a la luz
de las estrellas, pero aun la penumbra no podía opacar el azul de sus ojos. —
Will —dijo, sorprendida—. ¿Qué haces despierto?
¿Había estado viéndola dormir? Se preguntó. Pero, qué cosa tan rara y poco
propia de Will el hacerlo.
—Te he traído una tisana —dijo, un poco tenso—. Pero sonabas como si
estuvieras teniendo una pesadilla.
—¿Si? Ni siquiera recuerdo lo que soñé. —Tiró de las cubiertas hacia arriba,
aunque su camisón modesto la cubría—. Pensé que me había estado escapando
en el sueño; que la vida real era una pesadilla y que el sueño era donde yo
podía encontrar la paz.
Will tomó la taza y se trasladó hasta sentarse a su lado en la cama. —Toma.
Bebe esto.
Tomó la copa de él obedientemente. La tisana tenía un sabor amargo, pero
atractivo, como la cáscara de un limón. —¿Qué me hará? —preguntó.
—Te calmará —contestó Will.
Ella lo miró, el sabor a limón en su boca. Parecía haber una neblina a través de
su visión, y a través de ella, Will se veía como algo salido de un sueño. —
¿Cómo están tus heridas? ¿Sientes dolor?
Él negó con la cabeza. —Una vez que todo el metal estuvo fuera, fueron
capaces de utilizar un iratze en mí —dijo—. Las heridas no han sanado
completamente, pero lo están haciendo. Para mañana serán sólo cicatrices
—Estoy celosa. —Tomó otro sorbo de la tisana. Estaba empezando a hacer que
se sintiera mareada. Se tocó la venda sobre la frente—. Creo que va a pasar un
buen tiempo antes de que pueda quitarme esto.
—Mientras tanto, puedes disfrutar viéndote como una pirata.
Ella se echó a reír, pero inestablemente. Will estaba lo suficientemente cerca de
ella, por lo que podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Era como un
horno caliente. —¿Tienes fiebre? —preguntó, antes de que pudiera detenerse.
El iratze eleva nuestra temperatura corporal. Es parte del proceso de
curación.
—Oh —dijo. Tenerlo tan cerca estaba enviando pequeños temblores a través de
sus nervios, pero se sentía demasiado aturdida para alejarse.
—Lamento lo de tu hermano —dijo él en voz baja, su aliento agitando su pelo.
—No podrías sentirlo —dijo Tessa con amargura—. Sé que piensas que se
merecía lo que obtuvo. Probablemente así es.
—Mi hermana murió. Ella murió, y no hubo nada que pudiera hacer al respecto
—dijo, y había cruda tristeza en su voz—. Lamento lo de tu hermano.
Ella lo miró. Sus ojos, amplios y azules, su cara perfecta, la forma de arco de su
boca, sus comisuras hacia abajo con preocupación. Preocupación por ella. Su
piel se sentía caliente y tensa, su cabeza ligera y aireada, como si estuviera
flotando.
—Will —susurró—. Will, me siento muy extraña.
Él se inclinó sobre ella para poner la taza sobre la mesa y sus hombros se
rozaron. —¿Quieres que vaya por Charlotte?
Ella sacudió la cabeza. Estaba soñando. Estaba casi segura de eso ahora, tenía la
misma sensación de estar en su cuerpo y aún no estar en él como había tenido
cuando estaba soñando con Jessamine. El conocimiento de que era un sueño la volvió más audaz. Will aún estaba inclinado hacia adelante, con el brazo
extendido, ella se acurrucó contra él, con la cabeza sobre su hombro, cerrando
los ojos. Lo sintió sacudirse por la sorpresa.
—¿Te hice daño? —susurró ella, recordando su espalda un poco tarde.
—No me importa —dijo él con fervor—. No me importa. —Sus brazos fueron a
su alrededor, la abrazó y ella apoyó la mejilla en el lugar caliente donde el
cuello se unía con su hombro. Oyó el eco de su pulso y sintió el olor de él:
sangre, sudor, jabón y magia. No fue como había sido en el balcón, todo fuego y
deseo. La abrazó con cuidado, poniendo la mejilla contra su pelo. Estaba
temblando, mientas su pecho subía y bajaba, vacilante deslizó los dedos debajo
de su barbilla, levantándole la cara...
—Will —dijo Tessa—. Todo está bien. No importa lo que hagas. Estamos
soñando, ¿sabes?
—¿Tess? —Will sonó alarmado. Sus brazos se apretaron alrededor de ella. Se
sentía cálida, suave y mareada. Si sólo Will realmente fuera así, pensó, no sólo
en los sueños. La cama rodaba debajo de ella como un barco a la deriva en el
mar. Cerró los ojos y dejó que la oscuridad la tomara.
***
El aire nocturno era frío, la niebla espesa y verde amarillenta en las
intermitentes fuentes de luz de las lámparas de gas, mientras Will hacía su
camino por King Road. La dirección que Magnus le había dado era en Cheyne
Walk, cerca del Chelsea Embankment, y Will ya podía oler el familiar aroma del
río: sedimentos, agua, suciedad y putrefacción.
Había estado tratando de impedir a su corazón latir fuera de su pecho desde
que había encontrado la nota de Magnus, cuidadosamente doblada en una
bandeja sobre la mesa al lado de su cama. No decía nada más que una dirección
garabateada secamente: 16 Cheyne Walk. Will estaba familiarizado con el Paseo y
el área circundante. Chelsea, cerca del río, era un lugar popular para los artistas
y literarios, y las ventanas de las casas públicas que pasaba, brillaban con una
acogedora luz amarilla.
Cerró su abrigo al doblar en una esquina, dirigiéndose hacia el sur. Su
espalda y piernas aún le dolían por las lesiones que había sufrido. A pesar de
las iratzes, estaba dolorido, como si hubiera sido picado por decenas de abejas.
Y, sin embargo, ya lo sentía. Su mente estaba llena de posibilidades. ¿Qué había
descubierto Magnus? Ciertamente no lo convocaría sin una razón. Y su cuerpo
estaba lleno de Tessa, del tacto y olor de ella. Curiosamente, lo que le
atravesaba más fuerte el corazón y la mente no era la memoria de sus labios en
el baile, sino la forma en que se había apoyado contra él esta noche, la cabeza en
su hombro, su suave aliento contra su cuello, como si confiara en él por
completo. Habría dado todo lo que tenía en el mundo y todo lo que alguna vez
tendría, sólo para yacer a su lado en la estrecha cama de la enfermería y
abrazarla mientras dormía. Alejarse de ella había sido como arrancar su propia
piel, pero había tenido que hacerlo.
La forma en que siempre tenía que hacerlo. La forma en que siempre había
tenido que negarse a sí mismo lo que quería.
Pero tal vez; después de esta noche…
Cortó el pensamiento antes de que floreciera en su mente. Mejor no pensar
en eso, mejor no esperar y ser decepcionado. Miró a su alrededor. Estaba en
Cheyne Walk ahora, con sus hermosas casas de fachadas georgianas. Se detuvo
frente al número 16. Era alta, con una valla de hierro forjado alrededor y con un
prominente mirador. En la valla había una puerta ricamente trabajada, la cual
estaba abierta, y Will entró dirigiéndose hasta la puerta principal, donde tocó el
timbre.
Para su gran sorpresa fue abierta, no por un sirviente, sino por Woolsey Scott;
su pelo rubio estaba enredado sobre sus hombros. Llevaba una bata de vestir
verde oscuro con brocado chino sobre un par de pantalones negros y su pecho
al descubierto. Un monóculo con montura de oro en un ojo. Llevaba una pipa
en la mano izquierda, y mientras examinaba a Will con tranquilidad, exhaló,
enviando una nube de humo de olor dulce, que provocaba tos.
—Finalmente has renunciado y admites que estás enamorado de mí,
¿verdad? —le preguntó a Will—. Me gustan estas declaraciones sorpresa a medianoche. —Se apoyó en el marco de la puerta y agitó una mano llena de
anillos—. Vamos, dímelo.
Por una vez, Will se quedó sin habla. No era una posición en la que se
hubiese encontrado con frecuencia, y se vio obligado a admitir que no le
gustaba.
—Oh, déjalo en paz, Woolsey —dijo una voz familiar desde el interior de la
casa: era Magnus, apresurándose por el pasillo. Estaba abotonando los puños
de su camisa mientras se acercaba, y su pelo era una maraña negra de
enredos—. Te dije que Will pasaría por aquí.
Will miró de Magnus a Woolsey. Magnus estaba descalzo, así como el hombre
lobo. Woolsey tenía una brillante cadena de oro alrededor de su cuello. De ella
colgaba un dije que decía Beati Bellicosi: “Bienaventurados sean los Guerreros.”
Debajo de ésta, había una huella de la pata de un lobo. Scott sorprendió a Will
mirándola fijamente y sonrió. —¿Te gusta lo que ves? —preguntó él.
—Woolsey —dijo Magnus.
—Tu nota tenía algo que ver con convocar demonios, ¿no? —preguntó Will,
mirando a Magnus—. Esto no es... que me estés pidiendo el favor que te debo
¿No?
Magnus negó con la cabeza. —No. Estos son negocios, nada más. Woolsey ha
sido lo suficientemente amable como para permitirme hospedarme con él
mientras decido qué hacer a continuación.
—Yo digo que vayamos a Roma —dijo Scott—. Adoro Roma.
—Todo eso está muy bien, pero primero necesito usar una habitación.
Preferiblemente una con poco o nada en ella.
Scott se quitó el monóculo y miró fijamente a Magnus. —¿Y vas a hacer qué, en
esa habitación? —Su tono fue más que sugerente.
—Invocar al demonio Marbas —dijo Magnus, mostrando una sonrisa.
Scott se ahogó con el humo de su pipa. —Supongo que todos tenemos nuestras
ideas sobre lo que constituye una agradable velada...
—Woolsey. —Magnus pasó las manos por su espeso pelo negro—. No me
gusta sacar esto a relucir, pero me debes una. ¿Hamburgo? ¿1863?
Scott, levantó las manos. —Oh, muy bien. Puedes utilizar la habitación de mi
hermano. Nadie la ha usado desde que murió. Diviértete. Estaré en el salón con
una copa de jerez y algunos pervertidos grabados de madera que he importado
de Rumania.
Con eso, se volvió y caminó por el pasillo. Magnus hizo un gesto para que Will
entrara, y éste entró con mucho gusto, con la calidez de la casa envolviéndolo
como un manto. Ya que no había sirviente, se deslizó fuera de su chaqueta azul
de lana y la colgó de su brazo mientras Magnus le observaba con una mirada
curiosa. —Will —dijo—. Veo que no desperdiciaste el tiempo después de que
recibiste mi nota. No te esperaba hasta mañana.
—Sabes lo que esto significa para mí —dijo Will—. ¿De verdad creías que lo
dejaría estar?
Los ojos de Magnus buscaron en su rostro. —Estás preparado —dijo—. ¿Para
que esto falle? ¿Para que no sea el demonio correcto? ¿Para que no funcione la
convocatoria?
Por un momento, Will no pudo moverse. Podía ver su propio rostro en el espejo
que colgaba de la puerta. Se horrorizó al ver lo salvaje que se veía, como si ya
no hubiera ninguna barrera entre el mundo y los deseos de su propio corazón.
—No —dijo—. No estoy preparado.
Magnus negó con la cabeza. —Will... —suspiró—. Ven conmigo.
Se volvió con gracia felina y se dirigió por el pasillo a las escaleras de madera
curvada. Will lo siguió a través de la escalera en penumbras, por la espesa
alfombra persa que cubría los escalones amortiguando sus pasos. Unas
hornacinas cubrían las paredes con estatuas de mármol pulido de cuerpos entrelazados. Will apartó la vista de ellos a toda prisa, y luego miró hacia atrás.
No era como si Magnus pareciera estar prestando atención a lo que estaba
haciendo, y honestamente, nunca había imaginado que dos personas pudieran
llegar a una posición como esa, y mucho menos hacer que se viera artística.
Llegaron al segundo piso, y Magnus se dirigió por un pasillo, abriendo las
puertas a su paso y murmurando para sí. Finalmente, encontró la habitación
correcta, abrió la puerta e hizo un gesto a Will para que lo siguiera.
El dormitorio del hermano muerto de Woolsey Scott era oscuro y frío, y el aire
olía a polvo. Automáticamente, Will sacó a tientas su luz mágica, pero Magnus
agitó una mano, provocando un fuego azul de sus dedos. Un fuego rugió de
pronto en la chimenea, iluminando la habitación. Estaba amueblada, a pesar de
que todo había sido cubierto con telas blancas: la cama, el armario y vestidores.
Mientras Magnus caminaba por la habitación, subiéndose las mangas de la
camisa y gesticulando con las manos, los muebles empezaron a deslizarse hacia
atrás desde el centro de la habitación. La cama giró y se puso contra la pared,
las sillas, escritorio y tocador, volaron a las esquinas de la habitación.
Will lanzó un silbido. Magnus sonrió. —Fácilmente impresionable —dijo
Magnus, aunque su voz sonaba un poco sin aliento. Se arrodilló en el ahora
desprovisto centro de la habitación y rápidamente dibujó un pentagrama. En
cada punta del símbolo de ocultismo, garabateó una runa, aunque ninguna era
de las runas que Will conocía del Libro Gris. Magnus elevó los brazos y los
mantuvo extendidos sobre la estrella. Comenzó a cantar, y unas heridas se
abrieron en sus muñecas, derramando sangre en el centro del pentagrama. Will
se tensó cuando la sangre golpeó el suelo y empezó a arder con una luz azul
sobrenatural. Magnus se alejó del pentagrama (aún cantando), buscó en su
bolsillo, y sacó el diente del demonio. Mientras Will observaba, Magnus lo
arrojó hacia el centro ahora en llamas de la estrella.
Por un momento, nada pasó. Entonces, fuera del corazón ardiente de fuego,
comenzó a aparecer una forma oscura. Magnus había dejado de cantar, se puso
de pie, con los ojos entrecerrados se centró en el pentagrama y lo que estaba
sucediendo en su interior, las incisiones en sus brazos cerrándose rápidamente.
Había poco sonido en la habitación, sólo el crepitar del fuego y la respiración dura de Will, fuerte en sus oídos, mientras la oscura forma crecía en tamaño, se
unía, y, finalmente, tomaba una forma sólida y reconocible.
Era el demonio azul de la fiesta, ya no iba vestido con ropa de noche. Su cuerpo
estaba cubierto de escamas azules superpuestas, y una larga cola de color
amarillento con un aguijón en la punta se movía de delante hacia atrás de él. El
demonio miró de Will a Magnus, sus ojos escarlata entrecerrados.
—¿Quién convoca al demonio Marbas? —Exigió, con una voz que sonaba como
si sus palabras hicieran eco desde el fondo de un pozo.
Magnus hizo un gesto con la barbilla hacia el pentagrama. El mensaje era claro:
Este era problema de Will ahora.
Will dio un paso adelante. —¿No me recuerdas?
—Sí. Me acuerdo de ti —gruñó el demonio—. Me perseguiste por los alrededores
de la casa de campo de Lightwood. Me arrancaste uno de mis dientes. —Abrió su boca,
mostrando el espacio. —Probé tu sangre. —Su voz era un susurro—. Cuando
escape de este pentagrama, la probaré de nuevo, Nefilim.
—No. —Will se mantuvo firme—. Te estoy preguntando si me recuerdas.
El demonio se quedó en silencio. Sus ojos, bailando con fuego, eran ilegibles.
—Hace cinco años —dijo Will—. Una caja. Un Pyxis. La abrí, y tú emergiste
de ella. Estábamos en la biblioteca de mi padre. Atacaste, pero mi hermana me
defendió con una espada serafín. ¿Me recuerdas ahora?
Hubo un largo, largo silencio. Magnus mantenía sus ojos de su gato fijos en el
demonio. Había una amenaza implícita en ellos, una que Will no podía leer. —
Di la verdad —dijo Magnus finalmente—. O será malo para ti, Marbas.
La cabeza del demonio se traslado hacia la Will. —Tú —dijo a regañadientes—.
Tú eres ese chico. El hijo de Edmund Herondale.
Will contuvo el aliento. Se sintió repentinamente mareado, como si fuera a desmayarse. Clavó sus uñas en las palmas, fuertemente, cortando la piel,
dejando que el dolor le aclarara la cabeza. —Lo recuerdas.
—Llevaba estado atrapado veinte años en esa cosa —gruñó Marbas—. Claro que
recuerdo ser liberado. Imagínalo si puedes, idiota mortal, años de oscuridad, oscuridad,
sin luz o movimiento; y luego el quiebre, la apertura. Y el rostro del hombre que te
encarceló cerniéndose justo por encima de tu mirada.
—Yo no soy el hombre que te encarceló…
—No. Ese fue tu padre. Pero te veías tal cual como él a mis ojos. —El demonio
sonrió—. Recuerdo a tu hermana. Chica valiente, ahuyentándome con esa espada que
apenas podía usar.
—Ella la usó lo suficientemente bien como para mantenerte lejos de nosotros. Es
por eso que nos lanzaste la maldición. Me la lanzaste a mí. ¿Te acuerdas de eso?
El demonio se rió entre dientes. —“Todo aquel que te ame, morirá. Su amor será su
destrucción. Puede tomar instantes, puede tomar años, pero cualquiera que te mire con
amor, morirá por él. Y comenzaré con ella.
Will sentía como si estuviera respirando fuego. Todo su pecho ardía. —Sí.
El demonio ladeó la cabeza—. ¿Y me convocaste para que pudiéramos rememorar
ese evento en nuestro pasado en común?
—Te convoqué, a ti, bastardo de piel azul, para que me quites la maldición de
encima. Mi hermana; Ella; murió esa noche. Dejé a mi familia para mantenerlos
a salvo. Han pasado cinco años. Es suficiente. ¡Suficiente!
—No trates de ganar mi piedad, mortal —dijo Marbas—. Fui torturado veinte años en
esa caja. Tal vez tú también deberías sufrir durante veinte años. O doscientos…
Todo el cuerpo de Will se tensó. Antes de que pudiera lanzarse hacia el
pentagrama, Magnus dijo, con voz tranquila: —Algo de esta historia me parece
extraño, Marbas.
Los ojos del demonio miraron hacia él. —¿Y qué es eso?
—Un demonio, al ser liberado de un Pyxis, suele ser más débil, después de
haber sido privado de comida durante el tiempo que estuvo preso. Demasiado
débil para lanzar una maldición tan ingeniosa y fuerte como la que dices que
has puesto sobre Will.
El demonio susurró algo en un idioma que Will no conocía, uno de los idiomas
menos comunes de demonios, no cthonic o purgatic. Los ojos de Magnus se
estrecharon.
—Pero ella murió —dijo Will—. Marbas dijo que mi hermana iba a morir, y lo
hizo. Esa noche.
Los ojos de Magnus seguían fijos en el demonio. Una especie de batalla de
voluntades se llevaba a cabo en silencio, fuera del rango de comprensión de
Will. Finalmente, Magnus dijo, en voz baja,
—¿Realmente quieres desobedecerme, Marbas? ¿Deseas la ira de mi padre?
Marbas escupió una maldición, y se volvió hacia Will. Su hocico se
estremeció. —El mestizo está en lo correcto. La maldición era falsa. Tu hermana murió
porque la golpeé con mi aguijón. —Agitó su cola amarillenta de ida y vuelta, y Will
recordó a Ella caer al suelo siendo golpeada por esa cola, la hoja deslizándose
de su mano—. Nunca ha habido una maldición sobre ti, Will Herondale. No puesta
por mí.
—No. —dijo Will en voz baja—. No, no es posible.
Sintió como si una gran tormenta soplara a través de su cabeza, recordó la
voz de Jem diciendo el muro se está viniendo abajo, e imaginó un gran muro que le
había rodeado, aislándolo, durante años, desmoronándose hasta convertirse en
arena. Era libre; y estaba solo, y el viento helado cortaba a través de él como un
cuchillo.
—No. —Su voz había adquirido un tono bajo, de lamento—. Magnus...
—¿Estás mintiendo, Marbas? —Magnus le interrumpió—. ¿Juras por Baal que
estás diciendo la verdad?
—Lo juro —dijo Marbas, rodando sus ojos rojos—. ¿Qué beneficio tendría para
mí mentir?
Will se deslizó sobre sus rodillas. Sus manos rodearon su estómago como si
tratara de evitar que sus entrañas se derramaran. Cinco años, pensó. Cinco años
perdidos. Oyó a su familia gritando y golpeando las puertas del Instituto y él
ordenándole a Charlotte que los enviara lejos. Y ellos nunca habían sabido por
qué. Habían perdido una hija y un hijo en cuestión de días, y nunca habían
sabido por qué. Y los otros: Henry, Charlotte, Jem… y Tessa, las cosas que había
hecho…
Jem es mi gran pecado.
—Will está en lo correcto —dijo Magnus—. Marbas, eres un bastardo de piel
azul. ¡Arde y muere!
En algún lugar en el borde de la visión de Will, una llama de color rojo
oscuro se elevó hacia el techo; Marbas gritó, un grito de agonía cortado tan
rápidamente como había empezado. El hedor de la carne de demonio ardiendo
llenó la habitación. Y Will aún se encontraba de rodillas, su respiración
cortando dentro y fuera de sus pulmones. Oh Dios, oh Dios, oh Dios.
Manos gentiles le tocaron el hombro. —Will —dijo Magnus, y no había humor
en su voz, sólo una sorprendente bondad—. Will, lo siento.
—Todo lo que he hecho —dijo Will. Sus pulmones se sentían como si no
pudiera obtener suficiente aire—. Todas las mentiras, la gente que he alejado, el
abandonar a mi familia, las cosas imperdonables que le he dicho a Tessa… un
desperdicio. Un maldito desperdicio, y todo por culpa de una mentira que fui lo
suficientemente estúpido como para creer.
—Tenías doce años de edad. Tu hermana había muerto. Marbas era una criatura astuta. Había engañado a magos poderosos, no le importaba un niño
que no tenía conocimiento del Mundo de las Sombras.
Will se miró las manos. —Toda mi vida destrozada, destruida...
—Tienes diecisiete años —dijo Magnus—. No puedes haber destruido una vida
que apenas has vivido. ¿Y no entiendes lo que esto significa, Will? Has pasado
los últimos cinco años convencido de que nadie podría amarte, porque si lo
hicieran, estarían muertos. El mero hecho de su supervivencia demostraba su
indiferencia hacia ti. Pero estabas equivocado. Charlotte, Henry, Jem; tu
familia…
Will tomó una respiración profunda, y luego la dejó escapar. La tormenta en su
cabeza estaba menguando poco a poco.
—Tessa —dijo.
—Bueno. —Había un toque de humor en la voz de Magnus. Will se dio
cuenta de que el brujo estaba arrodillado junto a él. Estoy en la casa de un hombre
lobo, pensó Will, con un brujo consolándome, y las cenizas de un demonio muerto a
pocos metros de distancia. ¿Quién podría haberlo imaginado?—. No puedo darte
ninguna garantía de lo que siente Tessa . Si no lo has notado, ella es una chica
decididamente independiente. Pero tienes la oportunidad de ganar su amor,
como cualquier otro hombre, Will, ¿No era eso lo que querías? —Le dio una
palmadita en el hombro a Will y retiró la mano, poniéndose de pie, una sombra
oscura cerniéndose sobre Will—. Si te sirve de consuelo, por lo que observé en
el balcón la otra noche, creo que le gustas.
***
Magnus vio mientras Will caminaba por el camino de entrada de la casa. Al
llegar a la puerta de la valla, se detuvo, con la mano en el picaporte, como si
dudara en el umbral del comienzo de un viaje largo y difícil. La luna había
salido de detrás de las nubes y brillaba en su espeso cabello negro, el blanco
pálido de sus manos.
—Muy curioso —dijo Woolsey, apareciendo detrás de Magnus en la puerta. Las cálidas luces de la casa volvieron el cabello rubio oscuro de Woolsey en una
maraña de oro pálido. Se veía como si hubiera estado durmiendo—. Si no te
conociera lo suficiente, diría que sientes afecto por ese muchacho.
—¿Conocerme lo suficiente en qué sentido, Woolsey? —preguntó Magnus,
distraído, sin dejar de observar a Will, y la luz destellando en el Támesis detrás
de él.
—Él es un Nefilim —dijo Woolsey—. Y ellos nunca te han importado. ¿Cuánto
te pagó para convocaras a Marbas por él?
—Nada —dijo Magnus, y ahora no veía nada de lo que estaba allí, ni al río, ni
a Will, sólo un montón de sus recuerdos; ojos, caras, labios, retrocediendo en su
memoria, un amor al que ya no podía poner un nombre—. Me hizo un favor.
Uno que ni siquiera recuerda.
—Es muy bonito —comentó Woolsey—. Para ser humano.
—Está muy dañado —afirmó Magnus—. Igual que un bonito jarrón que alguien
ha quebrado. Sólo la suerte y habilidad pueden armarlo de nuevo y dejarlo
como era antes.
—O la magia.
—He hecho lo que he podido —dijo Magnus suavemente, mientras Will
empujaba el cerrojo, al fin, y la puerta se abría. Mirando hacia el Paseo.
—No parece muy feliz —observó Woolsey—. Sea lo que sea que hiciste por él…
—Está en shock en este momento —dijo Magnus—. Ha creído algo por cinco
años, y ahora se ha dado cuenta de que todo este tiempo ha estado viendo el
mundo a través de un mecanismo defectuoso, que todo lo que sacrificó en
nombre de lo que él pensaba que era bueno y noble, ha sido un desperdicio, y
que sólo ha lastimado a los que amaba.
—Dios mío —exclamó Woolsey—. ¿Estás completamente seguro de que le has
ayudado?
Will atravesó la puerta, y esta se cerró detrás de él. —Muy seguro —dijo
Magnus—. Siempre es mejor vivir la verdad que vivir una mentira. Y esa
mentira lo habría mantenido solo para siempre. Puede haber tenido casi nada
durante cinco años, pero ahora puede tenerlo todo. Un muchacho que se ve
así...
Woolsey se rió entre dientes.
—Aunque ya ha entregado su corazón —dijo Magnus—. Tal vez sea lo mejor.
Lo que necesita ahora es amar y ser amado. No ha tenido una vida fácil para
alguien tan joven. Sólo espero que ella lo entienda.
Incluso desde esta distancia, Magnus pudo ver a Will tomar una respiración
profunda, cuadrar los hombros, y comenzar a caminar por el Paseo.
Y, Magnus estaba muy seguro de que no se lo estaba imaginando, parecía casi
como si diera pequeños saltos mientras caminaba.
—No puedes salvar a todos los pájaros caídos —afirmó Woolsey, recostándose
contra la pared y cruzándose de brazos—. Aunque sean guapos.
—Uno bastará —dijo Magnus, y, mientras Will desaparecía de su vista, dejó que
la puerta de la casa se cerrara de golpe.
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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 7 Empty LOS ORÍGENES- PRÍNCIPE MECÁNICO

Mensaje por StephRG14 Jue 04 Jun 2015, 3:24 pm

Capitulo 18
Hasta que muera


Toda mi vida tuve que aprender a amar.
En esta hora, mi arte puedo probar
Y hablar de mi pasión, ¿cielo o infierno?
¿Ella no me dará el cielo? ¡Está bien!
—Robert Browning, “Una Forma de Amar”


iSeñorita, Señorita! —Tessa despertó lentamente, Sophie sacudía su
hombro. La luz del sol entraba desde arriba por las altas ventanas.
Sophie sonreía, sus ojos estaban chispeantes—. La Señora Branwell me
ha enviado para llevarla de vuelta a su cuarto. No puede quedarse aquí
por siempre.
—Uf. ¡No lo querría! —Tessa se sentó, entonces cerró sus ojos cuando el
mareo la atravesó—. Puede que tengas que ayudarme a subir, Sophie —le dijo
con voz compungida—. No estoy tan estable como podría.
—Por supuesto, señorita. —Sophie alcanzó a Tessa y enérgicamente la ayudó
a salir de la cama. A pesar de su delgadez, era realmente fuerte. Tenía que serlo,
¿no?, pensó Tessa, por años de subir y bajar la pesada ropa por las escaleras, y
el carbón de los cubos para las parrillas. Tessa se estremeció un poco cuando
sus pies golpearon el piso frío, y no pudo evitar echar un vistazo para ver si
Will estaba en su cama de la enfermería.
No estaba.
—¿Will se encuentra bien? —preguntó, mientras Sophie la ayudaba a
deslizar sus pies en las zapatillas—. Me desperté un momento ayer y los vi
extrayendo el metal de su espalda. Se veía atroz.
Sophie bufó. —Se veía peor de lo que era, entonces. El Sr. Herondale apenas
les dejó hacerle una iratze antes de marcharse. En plena noche para hacer quién
diantres sabe qué.
—¿Se fue? Hubiera jurado que hablé con él anoche.
Ahora se encontraban en el vestíbulo, Sophie guiaba a Tessa con una mano
suave en su espalda. Unas imágenes comenzaban a tomar forma en la cabeza de
Tessa. Las imágenes de Will a la luz de la luna, de sí misma, diciéndole que
nada importaba, que sólo era un sueño, y lo había sido, ¿verdad?
—Debe de haberlo soñado, señorita. —Habían alcanzado el cuarto de Tessa,
y Sophie estaba distraída, intentando girar la manija de la puerta sin soltar a
Tessa.
—Está bien, Sophie. Puedo mantenerme en pie por mí misma.
Sophie protestó, pero Tessa insistió con firmeza suficientemente, por lo que
Sophie pronto tuvo la puerta abierta y avivó el fuego en el hogar, mientras
Tessa se hundía en un sillón. Había una cazuela de té y un plato de
emparedados situados a un lado de la cama, y ella se sirvió agradecidamente.
Ya no se sentía mareada, pero estaba cansada, con un cansancio que era más
espiritual que físico. Recordó el sabor amargo de la tisana que había bebido, y la
forma que se había sentido al ser sostenida por Will, pero ese había sido un
sueño. Se preguntó cuánto de lo que había visto anoche había sido un sueño:
Jem susurrando al pie de su cama, Jessamine sollozando en sus mantas en la
Ciudad Silenciosa…
—Sentí mucho saber lo de su hermano, señorita. —Sophie estaba de rodillas
junto al fuego, las llamas reavivando e iluminando su hermoso rostro. Su
cabeza estaba doblada, y Tessa no podía ver su cicatriz.
—No tienes que decir eso, Sophie. Sé que fue su culpa, en realidad, acerca de
Agatha…y Thomas…
—Pero era su hermano. —La voz de Sophie era firme—. La sangre se aflige
por la sangre. —Ella se inclinó más allá sobre las brasas, y hubo algo sobre la
bondad en su voz, y el modo en que su pelo se rizó, oscuro y vulnerable, contra
su nuca, que le hizo a Tessa decir:
—Sophie, te vi con Gideon el otro día.
Sophie se puso rígida inmediatamente, completamente, sin volverse a mirar
a Tessa. —¿Qué quiere decir, señorita?
—Regresé por mi collar —explicó Tessa—. Mi ángel mecánico; para la suerte.
Y te vi con Gideon en el corredor. —Ella tragó. —Él estaba… apretando tu
mano. Como un pretendiente.
Hubo un silencio largo, largo, mientras Sophie miraba perdidamente hacia el
oscilante fuego. Al fin, dijo: —¿Va a decírselo a la Señora Branwell?
Tessa retrocedió. —¿Qué? ¡Sophie, no! Yo simplemente… quería advertirte.
La voz de Sophie fue plana. —¿Advertirme sobre qué?
—Los Lightwood… —Tessa tragó—. No son gente decente. Cuando estuve
en su casa… acompañando a Will… vi cosas horribles, horribles…
—¡Ese es el señor Lightwood, no sus hijos! —La agudeza en la voz de Sophie
sobresaltó a Tessa—. ¡No son como él!
—¿Qué tan diferentes podrían ser?
Sophie se puso de pie, el atizador traqueteó ruidosamente en el fuego.
—¿Piensa soy tan tonta que habría dejado que algún caballero pasado de listo
se burlara de mí después de todo lo que he pasado? ¿Después de todo lo que la
Señora Branwell me enseñó? Gideon es un buen hombre…
—¡Es cuestión de crianza, Sophie! ¿Te lo puedes imaginar yendo a Benedict
Lightwood y diciéndole que quiere casarse con una mundana, y por si fuera
poco, una criada? ¿Lo puedes ver haciendo eso?
La cara de Sophie se retorció. —Usted no sabe nada —dijo—. No sabe lo que
él haría por nosotros…
—¿Te refieres al entrenamiento? —Tessa estaba incrédula—. Sophie,
realmente…
Pero Sophie, negando con la cabeza, recogió sus faldas y salió del cuarto,
dejando que la puerta se cerrase de un golpe tras ella.
***
Charlotte, con los codos sobre la mesa de la sala de estar, suspiró y arrugó su
catorceava hoja de papel, y la lanzó al fogón. El fuego chisporroteó por un
momento, consumiendo lo escrito mientras se ennegrecía y se volvía cenizas.
Recogió su pluma, la sumergió en el tintero, y comenzó de nuevo.
Yo, Charlotte Mary Branwell, hija de Nefilim, por este medio y en esta fecha,
presento mi dimisión como directora del Instituto de Londres, en nombre de mí y de mi
marido, Henry Jocelyn Branwell…
—¿Charlotte?
Su mano tembló fuertemente, enviando una gota de tinta a través de la
página, arruinando su cuidadosa escritura. Levantó la mirada y vio a Henry
rondando el escritorio, una mirada de preocupación en su pecosa cara delgada.
Ella dejó su pluma. Fue consciente, (como siempre lo era con Henry y
raramente en algún otro momento), de su apariencia física: que su pelo se había
soltado de su moño, que su vestido no era nuevo y tenía una mancha de tinta
en la manga, y que sus ojos estaban cansados e hinchados por haber llorado.
—¿Qué sucede, Henry?
Henry vaciló. —Es sólo que he estado… Querida, ¿qué escribes? —Él se
acercó rodeando el escritorio, mirando por encima su hombro—. ¡Charlotte! —
Arrebató el papel del escritorio; aunque la tinta había embarrado la carta,
quedaba suficiente de lo que ella había escrito como para él tuviera una idea de
la esencia del asunto—. ¿Renunciando al Instituto? ¿Cómo puedes?
—Es mejor renunciar que dejar que el Cónsul Wayland venga por mi cabeza
y me saque a la fuerza —respondió Charlotte, en voz baja.
—¿No te refieres a nosotros? —Henry parecía herido—. ¿Debería tener voto
en esta decisión al menos?
—Nunca antes te has interesado por el funcionamiento del Instituto. ¿Por
qué lo harías ahora?
Henry lucía como si ella le hubiera abofeteado, y fue lo que hizo que
Charlotte se levantara, pusiera sus brazos a su alrededor y besara su mejilla
pecosa. Ella recordó cuando se había enamorado de él, que había pensado que
él le recordaba a un perrito adorable, con sus manos un poco grandes para el
resto de su cuerpo, sus grandes ojos color avellana, su comportamiento
impaciente. Que la mente detrás de esos ojos era tan lista e inteligente como la
suya propia, fue algo que siempre había creído, aun cuando los otros se habían
reído de las excentricidades de Henry. Ella siempre había pensado que sería suficiente estar juntos siempre, y amarlo si él la amaba o no. Pero eso había sido
antes.
—Charlotte —dijo él ahora—. Sé por qué estás molesta conmigo.
Su barbilla se sacudió en sorpresa. ¿Podría ser realmente tan perceptivo? A
pesar de su conversación con el Hermano Enoch, ella había pensado que nadie
lo había notado. Apenas había podido pensar en eso por sí misma, mucho
menos cómo reaccionaría Henry cuando lo supiera. —¿Lo sabes?
—Porque no fui contigo para encontrarnos con Woolsey Scott.
El alivio y la decepción pelearon en el pecho de Charlotte. —Henry —
suspiró—. Eso difícilmente…
—No me percaté —la interrumpió—. Algunas veces quedo tan absorto en
mis ideas, siempre has sabido eso sobre mí, Lottie.
Charlotte se sonrojó. Muy raras veces la llamaba así.
—Lo cambiaría si pudiera. De toda la gente en el mundo, yo pensé que tú me
entendías. Tú sabes… sabes que esto no sólo arreglar cosas para mí. Sabes que
quiero crear algo que haga al mundo mejor, hacer cosas mejores para los
Nefilim. Como tu lo haces, dirigiendo el Instituto. Y aunque yo sepa que
siempre estaré en segundo lugar para ti…
—¿En segundo lugar para mí? —La voz de Charlotte se elevó hasta
convertirse en un chirrido incrédulo. —¿Qué tú estás en segundo lugar para mí?
—Está bien, Lottie —le respondió Henry con una suavidad increíble—. Supe
cuando aceptaste en casarte conmigo que era porque necesitabas estar casada
para manejar el Instituto, que nadie aceptaría una mujer soltera en la posición
de director…
—Henry. —Charlotte se puso de pie, temblando—. ¿Cómo me puedes decir
esas cosas tan terribles?
Henry pareció perplejo. —Pensé que simplemente esa era la forma en que…
—¿Crees que no sé por qué te casaste conmigo? —sollozó Charlotte—. ¿Crees
que no sé acerca del dinero que tu padre le debía al mío, o que mi papá
prometió perdonar la deuda tú si te casabas conmigo? Él siempre quiso un niño,
alguien que manejase al Instituto después de él, y si no pudo tenerlo, bueno, por qué no pagar por casar a su hija incasable… con algún muchacho pobre que lo
hacía solo por cumplir con su familia.
—CHARLOTTE. —Henry se había puesto de un rojo ladrillo. Ella nunca lo
había visto tan furioso—. ¿DE QUÉ DIANTRES ESTÁS HABLANDO?
Charlotte se apoyó contra el escritorio. —Lo sabes muy bien —continuó—. Es
el motivo por el que te casaste conmigo, ¿cierto?
—¡Nunca me habías dicho una palabra sobre esto antes de hoy!
—¿Por qué lo haría? No es nada que tú no supieras.
—Lo es, de hecho. —Los ojos de Henry ardían—. No sé nada sobre mi padre
debiéndole algo al tuyo, nada. Busqué a tu padre de buena fe y le pregunté si él
me haría el honor de darme permiso para pedir tu mano en matrimonio. ¡No
hubo nunca ninguna discusión sobre dinero!
Charlotte contuvo la respiración. Durante los años que habían estado
casados, ella nunca había dicho una palabra acerca de las circunstancias de su
compromiso matrimonial a Henry; nunca le había visto alguna razón, y ella
nunca antes había querido oír algún balbuceo de negación de lo que ella sabía
era verdad. ¿No se lo había dicho su padre cuando le había contado sobre la
propuesta de Henry? Él es un hombre bastante bueno, mejor que su padre, y
necesitas alguna clase de marido, Charlotte, si vas a dirigir el Instituto. He perdonado
las deudas de su padre, de modo que el asunto está cerrado entre nuestras familias.
Por supuesto, él nunca le contó, no con tan pocas palabras, que por eso
Henry había pedido casarse con ella. Ella había asumido…
—No eres una mujer sin atractivo —añadió Henry, su cara aún estaba
enrojecida—. Eres hermosa. Y no le pregunté a tu padre si podía casarme
contigo por deber; lo hice porque te amé, siempre te he amado. Soy tu marido.
—No pensé que quisieras serlo —susurró ella.
Henry sacudió la cabeza. —Sé que las personas me llaman a excéntrico.
Peculiar. Incluso loco. Todas esas cosas. Nunca he prestado atención. Pero, que
tú pienses que soy tan débil de carácter… ¿Por lo menos me amas?
—¡Por supuesto que te amo! —exclamó Charlotte—. Eso nunca estuvo en
duda.
—¿No lo estuvo? ¿Piensas que no oigo lo que habla la gente? Hablan de mí
como si no estuviera allí, como si fuera una especie de idiota. Le he oído decir a
Benedict Lightwood un suficiente número de veces que tú te casaste conmigo
únicamente con la finalidad de fingir que un hombre dirige el Instituto…
Ahora fue el turno de Charlotte de enfurecerse. —¡Y me criticas por creerte
débil de carácter! Henry, nunca me hubiera contigo por esa razón, nunca en mil
años. Entregaría el Instituto en un momento antes de renunciar…
Henry la contemplaba, sus amplios ojos color avellana, su cabello pelirrojo
erizándose como si hubiera pasado sus manos locamente por éste tantas veces
que corría el peligro de sacarlo en penachos. —¿Antes de renunciar a qué?
—Antes de renunciar a ti —le respondió. —¿No sabes eso?
Y luego ella no dijo nada más, ya que los brazos de Henry la rodearon y la
besó. La besó de tal manera que ella ya no se sintió mediocre, o consciente de su
pelo o de la tinta que manchaba su vestido o cualquier cosa excepto de Henry, a
quién ella siempre había amado. Las lágrimas brotaron y cayeron por sus
mejillas, y cuando él se alejó, le tocó la cara mojada con asombro.
—¿De verdad —dijo— me amas también, Lottie?
—Por supuesto que te amo. No me casé contigo para tener a alguien con
quien manejar el Instituto, Henry. Me casé contigo porque… porque sabía que
no me importaría lo difícil que fuera dirigir este lugar, o lo mal que la Clave me
tratara, si sabía que el tuyo sería el último rostro que vería todas las noches
antes de ir a dormir. —Lo golpeó ligeramente en el hombro—. Hemos estado
casados por años, Henry. ¿Qué creíste que sentía por ti?
Él encogió sus delgados hombros y besó la parte superior de su cabeza. —
Pensé que te agradaba —dijo bruscamente—. Pensé que podrías llegar a
amarme, con el tiempo.
—Eso es lo que yo pensaba de ti —respondió ella dudosamente—.
¿Podíamos ser ambos realmente tan estúpidos?
—Bueno, no estoy sorprendido sobre mí —expresó Henry—. Pero
honestamente, Charlotte, debiste tener un mejor criterio.
Ella ahogó una carcajada. —¡Henry! —Le apretó los brazos—. Hay algo más
que tengo de decirte, algo muy importante…
La puerta de la sala de estar se abrió estrepitosamente. Era Will. Henry y
Charlotte se distanciaron y clavaron los ojos en él. Se veía exhausto, pálido, y
con oscuras ojeras bajo sus ojos; pero había una claridad en su cara que
Charlotte nunca había visto antes, una especie de brillo en su expresión. Ella
esperó un comentario sarcástico o una fría observación, pero en lugar de eso, les
sonrió con alegría.
—Henry, Charlotte —exclamó— no han visto a Tessa, ¿verdad?
—Probablemente está en su habitación —respondió Charlotte,
desconcertada—. Will, ¿sucede algo? ¿No deberías estar descansando? Después
de las lesiones que recibiste…
Will hizo un gesto con la mano. —Tus excelentes iratzes hicieron su trabajo.
No requiero descanso. Sólo quiero ver a Tessa, y preguntarle… —se
interrumpió, clavando sus ojos en la carta que se encontraba en el escritorio de
Charlotte. Con algunas zancadas de sus largas piernas, llegó al escritorio, la
tomó rápidamente, y la leyó con la misma mirada de consternación que había
mostrado Henry. —¡Charlotte… no, no puedes entregar el Instituto!
La Clave te encontrará otro lugar para vivir —le respondió Charlotte—. O
puedes quedarte aquí hasta que cumplas los dieciocho años, aunque los
Lightwood…
—No querría vivir aquí sin ti y Henry. Por qué crees que me quedo… ¿por el
ambiente? —Will agitó la hoja de papel hasta que crujió—. Incluso extraño a
Jessamine… bueno, un poco. Y los Lightwood despedirán a nuestros sirvientes
y los reemplazarán con los suyos. Charlotte, no puedes hacerlo. Ésta es nuestra
casa. Es el hogar de Jem, el hogar de Sophie.
Charlotte lo miró fijamente. —Will, ¿estás seguro de que no tienes fiebre?
—Charlotte. —Will dejó de un golpe la hoja sobre el escritorio—. Te prohíbo
que abandones tu cargo de directora. ¿Entiendes? Durante todos estos años has
hecho todo por mí como si fuera de tu sangre, y nunca te he dicho cuán
agradecido estoy. Eso va por ti también, Henry. Pero estoy agradecido, y
debido a eso no te dejaré cometer este error.
—Will —dijo Charlotte—. Se ha acabado. Sólo tenemos tres días para
encontrar a Mortmain, y posiblemente no podemos hacer eso. Simplemente no
hay tiempo.
—Cuelguen a Mortmain —exclamó Will—. Y lo dijo literalmente, y por
supuesto, también figuradamente. El límite de dos semanas para hallar a
Mortmain fue en esencia determinado por Benedict Lightwood como una
prueba ridícula. Una prueba que, resulta, era una trampa. Él trabaja para
Mortmain. Esta prueba era su tentativa de provocar tu retiro del Instituto. Pero
si nosotros exponemos a Benedict por lo que es, el títere de Mortmain, el
Instituto es tuyo otra vez, y la búsqueda de Mortmain puede continuar.
—Tenemos la palabra de Jessamine de que exponer a Benedict es jugar en las
manos de Mortmain…
—No podemos no hacer nada —dijo Will, firmemente—. Eso vale al menos
una conversación, ¿no te parece? —Charlotte no podía pensar en una palabra
que decir. Este Will no era el Will que ella conocía. Era firme, franco, con un
brillo intenso en sus ojos. Si el silencio de Henry fuese algo que creer, él estaba
igualmente asombrado. Will asintió, como tomando esto como un acuerdo.
—Excelente —exclamó—. Le diré a Sophie que reúna a los demás.
Y salió rápidamente de la habitación.
Charlotte miró fijamente hacia arriba a su marido, todos los pensamientos de
las noticias que ella había deseado decirle abandonaron su mente. —¿Ese era
Will? —preguntó ella, finalmente.
Henry arqueó una ceja pelirroja. —Quizá fue secuestrado y reemplazado por
un autómata —sugirió—. Parece posible…
Por una vez Charlotte sólo pudo encontrar que estaba de acuerdo.
***
Tessa terminó los emparedados y el resto de su té sombríamente,
maldiciendo su incapacidad de mantener la nariz alejada de los asuntos de
otras personas. Una vez que terminó, se puso su vestido azul, encontrando la
tarea difícil sin la asistencia de Sophie. Mírate, pensó, echada a perder luego de solo
algunas semanas de tener a una doncella. No te puedes vestir, no puedes dejar de
husmear donde no te quieren. Pronto necesitarás a alguien para qué te de gachas de
avena en tu boca o morirás de hambre. Hizo una horrible mueca hacia si misma en
el espejo y se sentó en su tocador, recogiendo el cepillo de plata y pasando sus
cerdas a través de su largo cabello castaño.
Un golpe sonó en la puerta. Sophie, pensó Tessa con esperanza, regresando
por una disculpa. Bueno, iba a conseguir una. Tessa dejó caer el cepillo y corrió
para abrir la puerta.
Así como una vez ella había esperado a Jem y se desilusionó al hallar a
Sophie en su umbral, ahora, que esperaba a Sophie, estuvo sorprendida de
encontrar a Jem en su puerta. Él llevaba puesto una chaqueta gris y pantalones
de lana, con lo que su cabello plateado se veía casi blanco.
—Jem —dijo, alarmada—. ¿Está todo bien?
Sus ojos grises buscaron su cara, su cabello largo, suelto. —Te ves como si
estuvieras esperando a alguien más.
—Sophie. —Tessa suspiró, y metió un rizo perdido detrás de su oreja—.
Temo que la he ofendido. Mi hábito de hablar antes de pensar me ha pillado
otra vez.
—Oh —dijo Jem, con una falta desacostumbrada de interés. Usualmente, él le
habría preguntado a Tessa lo que le había dicho a Sophie, y la tranquilizaría o
ayudaría a pensar un curso de acción para ganar el perdón de Sophie. Su
acostumbrado interés vívido parecía haber desaparecido extrañamente, pensó
Tessa alarmada. También estaba muy pálido, y parecía estar mirando detrás de
ella como revisando para ver si estaba realmente sola. —Es ahora… es decir, me
gustaría hablarte en privado, Tessa. ¿Te sientes bastante bien?
—Eso depende de lo que tengas que decirme —le respondió risueña, pero
cuando su risa no trajo una sonrisa en respuesta, la aprensión aumentó dentro
de ella—. ¿Jem… me prometes que todo está bien? Will…
—Esto no es sobre Will —respondió—. Will está fuera vagando y sin duda
perfectamente bien. Esto es sobre… pues bien, supongo que podrías decir que
es sobre mí. —Recorrió con la mirada de arriba abajo por el corredor—. ¿Puedo
entrar?
Tessa pensó brevemente en lo que diría la tía Harriet acerca de una chica que
le permitiera ingresar a su dormitorio a un muchacho con el cual no estaba
relacionada cuando no había nadie más allí. Pero la misma tía Harriet había
estado enamorada una vez, pensó Tessa. Lo bastante enamorada como para
dejar que su prometido hiciera… pues bien, cualquier cosa que fuese
exactamente lo que dejaba a una mujer embarazada. La tía Harriet, si estuviese viva, no habría estado en ninguna posición de hablar. Y además, el protocolo
era diferente para los Cazadores de Sombras.
Ella abrió la puerta de par en par. —Sí, adelante.
Jem entró en el cuarto, y cerró la puerta firmemente detrás de él. Caminó
hacia el hogar y apoyó un brazo contra el manto de la chimenea; luego, pareció
decidir que esta posición era poco satisfactoria, retrocedió hacia donde estaba
Tessa, en medio de la habitación, y se puso frente a ella.
—Tessa —dijo.
—Jem —contestó, imitando su tono serio, pero nuevamente él no sonrió. —
Jem —dijo otra vez, más tranquila—. Si esto es sobre tu salud, tu… enfermedad,
por favor dime. Haré lo que pueda por ayudarte.
—No es —respondió— sobre mi enfermedad. —Respiró hondo—. Sabes que
no hemos encontrado a Mortmain —dijo—. En pocos días, el Instituto puede ser
entregado a Benedict Lightwood. Indudablemente, él nos dejaría a Will y a mí
quedarnos aquí, pero no a ti, y tengo pocas ganas de vivir en una casa que él
maneje. Y Will y Gabriel se matarían el uno al otro en un minuto. Sería el fin de
nuestro pequeño grupo; Charlotte y Henry encontrarían una casa, no tengo
ninguna duda, y Will y yo quizá iríamos a Idris hasta que cumpliésemos los
dieciocho, y Jessie… supongo que depende de la sentencia que la Clave le
imponga. Pero no te podríamos llevar a Idris con nosotros. Tú no eres una
Cazadora de Sombras.
El corazón de Tessa había comenzado a palpitar rápidamente. Ella se sentó
de pronto, en el borde de su cama. Se sentía ligeramente mareada. Recordó la
mofa burlona de Gabriel sobre los Lightwood y su ‘empleo’ para ella. Habiendo
estado en el baile en esa casa, pudo imaginarse que sería mucho peor.
—Ya veo —expresó ella—. ¿Pero adonde debo ir…? No, no me contestes eso.
No eres responsable por mí. Gracias por decírmelo, al menos.
—Tessa…
—Todos ustedes ya han sido tan amables como las normas lo han permitido
—añadió— me permitieron vivir aquí, lo que no les ha servido de nada ante la
Clave. Encontraré un lugar…
—Tu lugar está conmigo —le respondió Jem—. Siempre lo será.
—¿Qué quieres decir?
Él se sonrojó, el color oscuro contra su pálida piel. —Quiero decir —dijo—,
Tessa Gray, ¿me harías el honor de convertirte en mi esposa?
Tessa se sentó muy erguida. —¡Jem!
Se contemplaron el uno al otro por un momento. Finalmente; intentando
aligerar el momento, él añadió, aunque su voz se quebró: —Ese no fue un no,
supongo, aunque tampoco fue un sí.
—No puedes decirlo en serio.
—Lo digo en serio.
—No puedes. No soy una Cazadora de Sombras. Te expulsarían de la
Clave…
Dio un paso más cerca de ella, sus ojos estaban ansiosos. —Puede que no
seas precisamente una Cazadora de Sombras. Pero tampoco eres una mundana,
ni probablemente una Submundo. Tu situación es única, así que no sé lo que
hará la Clave. Pero no pueden prohibir algo que no está prohibido por las leyes.
Tendrán que tomar tú… nuestro caso en consideración de forma individual, y
eso podría llevar meses. Mientras tanto, no pueden impedir nuestro
compromiso.
—Hablas en serio. —Su boca estaba seca—. Jem, tal bondad de tu parte es
ciertamente increíble. Te honra. Pero no puedo dejar que te sacrifiques de esa
manera por mí.
—¿Sacrificio? Tessa, yo te amo. Quiero casarme contigo.
—Yo… Jem, es solo que eres tan amable, tan generoso. ¿Cómo puedo confiar
en que tú no estás haciendo esto sólo por mí?
Él metió la mano en el bolsillo de su chaleco y extrajo algo liso y circular. Era
un colgante de jade de un verde blanquecino, con caracteres chinos tallados que
ella no sabía leer. Él se lo presentó en una mano que temblaba muy ligeramente.
—Te podría dar mi anillo de familia —explicó—. Pero se supone que se
devuelve cuando el compromiso termina, y se cambia por runas. Quiero darte
algo que será tuyo por siempre.
Ella negó con la cabeza. —No puedo…
Él la interrumpió. —Esto se lo dio mi papá a mi mamá cuando se casaron. La
escritura es de Yo Ching, del Libro de los Cambios. Dice: Cuando dos personas son
uno en lo más profundo de sus corazones, rompen incluso la dureza del hierro o del
bronce.
—¿Y piensas que lo somos? —preguntó Tessa, la impresión convirtió su voz
en un susurro—. ¿Somos uno?
Jem se arrodilló a sus pies, de modo que él mirara fijamente en su cara. Ella
lo vio como había estado en el puente Blackfriars, una preciosa sombra plateada
contra la oscuridad. —No puedo explicar el amor —susurró él—. No puedo
decirte si te amé desde el primer momento que te vi, o si fue al segundo o al
tercero o cuarto. Pero recuerdo que el primer momento en te vi caminar hacia
y me di cuenta de que en cierta forma, el resto de mundo parecía
desaparecer cuando estaba contigo. Que tú eras el centro de todo lo que hacía,
sentía y pensaba.
Tessa abrumada, negó con la cabeza lentamente. —Jem, nunca me imaginé…
—Hay una fuerza y resistencia en el amor —explicó él—. Es lo que significa
esa descripción. Está en la ceremonia matrimonial de los Cazadores de
Sombras, también. Pues el amor es tan fuerte como la muerte. ¿No has visto lo bien
que he estado estas ultimas semanas, Tessa? He estado menos enfermo,
tosiendo menos. Me siento más fuerte, necesito menos de las drogas… por ti.
Porque mi amor por ti me sustenta.
Tessa lo miró fijamente. ¿Era incluso posible tal cosa, fuera de los cuentos de
hadas? Su delgado rostro resplandecía con luz; estaba claro que él lo creía, claro
que sí. Y él había estado mejor.
—Tú hablas de sacrificio, pero no es mi sacrificio el que ofrezco. Es el tuyo el
que pido —continuó él—. Te puedo ofrecer mi vida, pero es una vida breve; te
puedo ofrecer mi corazón, aunque no tengo ni idea cuántos más latidos
sustentará. Pero te amo tanto como para esperar que a ti no te importe que esté
siendo egoísta en la tentativa de hacer que el resto de mi vida
(independientemente de su duración) sea feliz, pasándola contigo. Quiero estar
casado contigo, Tessa. Lo quiero más de lo que alguna vez haya querido
cualquier otra cosa en mi vida. —La contempló a través del velo de pelo plateado que le caía sobre sus ojos—. Es decir —añadió tímidamente— si tú me
amas, también.
Tessa miró a Jem, arrodillado ante ella con el colgante en sus manos, y
comprendió por fin lo que querían decir las personas cuando decían que el
corazón de alguien estaba en sus ojos. Los ojos de Jem, sus ojos luminosos y
expresivos que ella siempre había encontrado hermosos, estaban llenos de amor
y esperanza.
¿Y por qué no debería tener esperanza? Ella le había dado muchas razones
para creer que lo amaba. Su amistad, su confianza, su fe, su gratitud, incluso su
pasión. Y si hubo alguna pequeña parte encerrada en sí misma que no se había
dado por vencida con Will, seguramente se lo debía a sí misma tanto como a
Jem hacer todo lo que ella pudiera para destruirla.
Muy lentamente, se agachó y tomó el colgante de Jem. Deslizó alrededor de
su cuello una cadena de oro, tan fría como el agua, y ésta descansó en el hueco
de su garganta por encima del lugar donde descansaba el ángel mecánico.
Cuando bajó las manos del broche, vio la esperanza en sus ojos iluminarse de
un resplandor casi insoportable de increíble felicidad. Sintió como si alguien
hubiese alcanzado dentro de su pecho y abierto una caja que contenía su
corazón, derramando ternura como sangre nueva a través de sus venas. Nunca
había sentido un impulso tan aplastante de proteger ferozmente a otra persona,
envolver sus brazos alrededor de alguien más, enroscarse fuertemente con ellos,
solos y apartados del resto del mundo.
—Entonces, sí —respondió ella—. Sí, me casaré contigo, James Carstairs. Sí.
—Oh, gracias a Dios —dijo él, exhalando—. Gracias a Dios. —Y enterró su
cara en el regazo de ella, abrazándola por la cintura. Ella se agachó, acariciando
sus hombros, su espalda, la seda de su pelo. Su corazón martilleaba contra sus
rodillas. Alguna parte pequeña en su interior se tambaleó con asombro. Nunca
había imaginado que tuviese la virtud de hacer a alguien más tan feliz. Y no con
un poder mágico cualquiera…sino con uno puramente humano.
Un golpe sonó a la puerta; ellos saltaron apartándose. Tessa rápidamente se
puso de pie y caminó hacia la puerta, haciendo una pausa para alisar su
cabello… y, esperó, calmar su expresión… antes de abrirla. Esta vez realmente
era Sophie. Aunque, por la expresión que mostraba ella no había venido de
propio acuerdo. —Charlotte la convoca al salón, señorita —dijo—. El amo Will ha regresado, y ella desea tener una reunión. —Recorrió con la mirada más allá
de Tessa, y su expresión se agrió aún más—. Y a usted, también, amo Jem.
—Sophie… —comenzó Tessa, pero Sophie ya había dado vuelta y se alejaba
rápidamente, su gorra blanca oscilando de arriba abajo. Tessa apretó
fuertemente la manija de la puerta, mirándola preocupada. Sophie le había
dicho que a ella no importaban los sentimientos de Jem para Tessa, y Tessa
supo ahora que Gideon era la razón. Aun así…
Sintió a Jem llegar por detrás y deslizar su mano en la suya. Sus dedos eran
delgados; cerró sus propios dedos alrededor de ellos, y soltó el aliento que
contenía. ¿Esto es lo que significaba amar a alguien? ¿Que cualquier carga era
una carga compartida, que podría darle la comodidad con una palabra o un
toque? Ella recostó su cabeza contra su hombro, y él besó su nuca. —Se lo
diremos a Charlotte primero, cuando haya una posibilidad —anunció él— y
luego a los demás. Una vez que el destino del Instituto sea decidido…
—Suenas como si no te importara lo que suceda con él —respondió Tessa—.
¿No lo extrañarás? Este lugar ha sido tu hogar.
Sus dedos acariciaron su muñeca ligeramente, haciéndola temblar. —Tú eres
mi hogar ahora.
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 7 Empty LOS ORÍGENES- PRÍNCIPE MECÁNICO

Mensaje por StephRG14 Jue 04 Jun 2015, 3:28 pm

Capitulo 19
Si la traición prospera


La traición nunca prospera: ¿cuál es la razón?
Porque, si prospera, nadie se atreve a llamarla traición.
—Sir John Harrington


Sophie estaba atendiendo un resplandeciente fuego en la chimenea de la
sala de estar, y la habitación estaba calurosa, casi sofocante. Charlotte
estaba sentada detrás de su escritorio, Henry en una silla a su lado. Will
estaba esparcido en uno de los sillones floreados al lado del fuego, un servicio
de té de plata junto a su codo y una taza en su mano. Cuando Tessa entró, él se
enderezó en su asiento tan abruptamente que un poco del té se derramó en su
manga; dejó su taza sin quitarle los ojos de encima.
Se veía exhausto, como si hubiera estado caminando toda la noche. Todavía
llevaba su abrigo de lana azul oscura con un forro de seda roja, y las piernas de
sus pantalones negros estaban manchadas con barro. Su cabello estaba húmedo
y enredado, su cara pálida, su mandíbula oscura por la sombra de la barba sin
afeitar. Pero en el momento en que vio a Tessa, sus ojos brillaron como faroles
al toque del fósforo del farolero. Toda su cara cambió, y su mirada la recorrió
con un deleite tan inexplicable que Tessa, atónita, se detuvo de golpe, causando
que Jem chocara contra ella. En ese momento, no pudo quitar los ojos de Will;
era como si él mantuviera su mirada sobre él, y recordó de nuevo el sueño que
tuvo la noche anterior, en el que él la estaba tranquilizando en la enfermería.
¿Podía leer el recuerdo en su cara? ¿Era ese el por qué de que la estuviera
mirando fijo?
Jem espió por arriba de su hombro. —Hola Will. ¿Seguro que fue una buena
idea el pasar toda la noche afuera en la lluvia cuando todavía te estás
recuperando?
Will separó sus ojos de Tessa. —Estoy bastante seguro —dijo firmemente—
Tenía que caminar. Para aclarar mi mente.
—¿Y tu mente está clara ahora?
—Como el cristal —dijo Will, regresando su mirada a Tessa y la misma cosa
sucedió de nuevo. Sus miradas parecieron estar atrapadas, y ella tuvo que
arrancar sus ojos de él y cruzar la habitación para sentarse en el sofá cerca del
escritorio, donde Will no estaba en su línea visual directa. Jem fue y se sentó a
su lado, pero no se estiró por su mano. Se preguntó que pasaría si anunciaran
ahora lo que acababa de pasar, casualmente: Los dos nos vamos a casar.
Pero Jem había estado en lo correcto, no era el momento adecuado para eso.
Charlotte se veía como si, al igual que Will, hubiera estado despierta toda la
noche, su piel estaba de un color amarillo enfermizo, y había morados oscuros
debajo de sus ojos. Henry estaba sentado a su lado en el escritorio, su mano
protectora sobre la de ella, observando con una expresión preocupada.
—Estamos todos aquí, entonces —dijo Charlotte animada, y por un momento
Tessa quiso remarcar que no era así porque Jessamine no estaba con ellos. Se
quedó en silencio—. Como probablemente saben, estamos cerca del final de
periodo de prueba de dos semanas que nos otorgó el Cónsul Wayland. No
hemos descubierto el paradero de Mortmain. De acuerdo con Enoch, los
Hermanos Silenciosos han examinado el cuerpo de Nathaniel Gray y no
encontraron nada y, como está muerto, no podemos averiguar nada de él.
Y como está muerto. Tessa pensó en Nate como lo recordaba, cuando habían
sido muy jóvenes, persiguiendo libélulas en el parque. Él se había caído en la
alberca y ella y la tía Harriet, su madre, lo habían ayudado a salir, su mano
había estado resbalosa por el agua y por las plantas acuáticas verdes. Ella
recordó su mano deslizándose fuera de la suya en el almacén de té, resbalosa
por la sangre. No sabes todo lo que he hecho, Tessie.
—Ciertamente, podemos reportar lo que sabemos de Benedict a la Clave —
estaba Charlotte diciendo cuando Tessa regresó su mente, a la fuerza, a la
conversación que tenían entre manos—. Ese parece ser el camino sensato a
seguir.
Tessa tragó. —¿Qué pasa con lo que dijo Jessamine? Que nos pondríamos en
las manos de Mortmain al hacer eso.
—Pero no podemos no hacer nada —dijo Will. —No podemos sentarnos y
entregar las llaves del Instituto a Benedict Lightwood y su lamentable descendencia. Ellos son Mortmain. Benedict es su títere. Debemos intentar. Por
el Ángel, ¿no tenemos suficiente evidencia? Suficiente para ganarle un juicio
con la Espada, por lo menos.
—Cuando intentamos la Espada en Jessamine, había bloqueos en su mente
puestos ahí por Mortmain —dijo Charlotte, cansada—. ¿Crees que Mortmain
sería tan imprudente como para no tomar la misma precaución con Benedict?
Nos veríamos como tontos si la Espada no consigue nada de él.
Will pasó sus manos por su cabello negro. —Mortmain espera que vayamos
a la Clave —dijo—. Sería su primera suposición. También está acostumbrado a
deshacerse de asociados para los cuales ya no tiene un uso. De Quincey, por
ejemplo. Lightwood no es irremplazable para él, y lo sabe. —Tamborileó en sus
rodillas con sus dedos—. Creo que si vamos a la Clave, ciertamente tendríamos
a Benedict fuera del camino en la carrera por la dirección del Instituto. Pero hay
un sector de la Clave que sigue sus pasos, algunos nos son conocidos, pero
otros no. Es un triste hecho, pero no sabemos en quien podemos confiar más
allá de nosotros mismos. El Instituto está seguro con nosotros y no podemos
permitir que nos lo quiten. ¿Dónde más estaría Tessa a salvo?
Tessa parpadeó. —¿Yo?
Will parecía haber sido atrapado desprevenido, como si le sorprendiera lo
que acababa de decir. —Bueno, eres una parte integral del plan de Mortmain. Él
siempre te ha querido a ti. Siempre te ha necesitado. No debemos dejarlo
tenerte. Claramente, serías un arma peligrosa en sus manos.
—Todo eso es verdad, Will, y por supuesto que iré ante Cónsul —dijo
Charlotte—. Pero como una Cazadora de Sombras común, no como la directora
del Instituto.
—¿Pero, por qué, Charlotte? —exigió Jem—. Eres excelente en tu trabajo…
—¿Lo soy? —demandó—. Por segunda vez, no he notado a un espía debajo
de mi propio techo; Will y Tessa evadieron fácilmente mi tutela para asistir a la
fiesta de Benedict; nuestro plan para capturar a Nate, que nunca compartimos
con el Cónsul, se descarriló, dejándonos con un testigo potencialmente
importante muerto…
—¡Lottie! —Henry puso sus manos en los brazos de su esposa.
—No estoy hecha para dirigir este lugar —dijo Charlotte—. Benedict tenía
razón… Trataré, por supuesto, de convencer a la Clave de su culpabilidad.
Alguien más dirigirá el Instituto. No será Benedict, espero, pero no seré yo
tampoco…
Hubo un estruendo. —¡Sra. Branwell! —era Sophie. Había dejado caer el
atizador y se dio la vuelta alejándose del fuego—. No puede renunciar, señora.
Usted… simplemente no puede hacerlo.
—Sophie —dijo Charlotte, muy cariñosamente—. Donde sea que vayamos
después de esto, donde sea que Henry y yo dispongamos nuestra casa, te
traeremos con…
—No es eso —dijo Sophie en voz baja. Sus ojos recorrieron la habitación—.
La Señorita Jessamine… estaba… quiero decir, ella estaba diciendo la verdad. Si
va a la Clave así, estará metiéndose en los planes de Mortmain.
Charlotte la miró, perpleja. —¿Qué te hace decir eso?
—Yo no… no sé exactamente. —Sophie miró al piso—. Pero sé que es
verdad.
—¿Sophie? —el tono de Charlotte era quejumbroso y Tessa sabía lo que
estaba pensando: ¿Tenían a otra espía, otra serpiente en su jardín? Will también
se estaba inclinando hacia delante, entrecerrando los ojos.
—Sophie no está mintiendo —dijo Tessa abruptamente—. Ella lo sabe
porque… porque escuchamos a escondidas a Gideon y a Gabriel hablando de
eso en la sala de entrenamiento.
—¿Y recién ahora deciden mencionarlo? —Will arqueó sus cejas.
De repente, irracionalmente furiosa con él, Tessa estalló: —Estate callado,
Will. Si tu…
—He estado saliendo con él — interrumpió Sophie, en voz alta—. Con
Gideon Lightwood. He estado viéndolo en mis días libres. —Estaba tan pálida
como un fantasma. —Él me contó. Escuchó a su padre reírse al respecto. Sabían
que Jessamine fue descubierta. Estaban esperando que fueran a la Clave.
Debería haber dicho algo, pero parecía que no querían recurrir a ellos de todas
formas, así que yo…
—¿Saliendo? —dijo Henry incrédulo—. ¿Con Gideon Lightwood?
Sophie mantuvo su atención en Charlotte, que la estaba mirando fijamente,
con los ojos redondos. —También sé con qué está controlando Mortmain al Sr.
Lightwood —dijo ella—. Gideon acaba de descubrirlo. Su padre no sabe que él
sabe.
—Bueno, por Dios niña, no te quedes allí parada —dijo Henry, que se veía
tan sorprendido como su esposa—. Dínoslo.
—Viruela demoníaca —dijo Sophie—. El Sr. Lightwood la tiene, la ha tenido
por años, y lo matará en un par de meses si no consigue una cura. Y Mortmain
dice que la puede conseguir por él.
La habitación estalló en un alboroto. Charlotte corrió hasta Sophie; Henry fue
detrás de ella; Will saltó de su silla y estaba bailando en un círculo. Tessa se
quedó donde estaba, estupefacta, y Jem permaneció a su lado. Mientras tanto,
Will parecía estar cantando una canción sobre cómo había estado en lo correcto
sobre la viruela demoníaca desde el principio.
“Viruela demoníaca, oh, viruela demoníaca,
¿Cómo es que la contraes?
Uno debe ir a la parte mala de la ciudad
hasta que estás muy cansado.
Viruela demoníaca, oh, viruela demoníaca.
Siempre la tuve…
No, no la viruela, ustedes tontos,
quiero decir a esta canción,
¡porque yo estaba en lo cierto y ustedes no!”
—¡Will! —gritó Charlotte, por encima del ruido. —¿Has PERDIDO LA
CABEZA? ¡TERMINA CON ESE INFERNAL ALBOROTO! Jem…
Jem, levantándose, puso sus manos sobra la boca de Will. —¿Prometes estar
callado? —siseó en el oído de su amigo. Will asintió, sus ojos azules

resplandeciendo. Tessa estaba mirándolo sorprendida, todos lo estaban. Había visto a Will de muchas formas: divertido, amargo, condescendiente, enojado,
piadoso; pero nunca atolondrado.
Jem lo dejó ir. —Muy bien, entonces.
Will se deslizó hasta el suelo, su espalda contra el sillón y alzó los brazos.
—¡Que la viruela demoníaca caiga sobre sus casas! —anunció y bostezó.
—Oh, Dios, semanas de chistes de viruela —dijo Jem—. Estamos para eso
ahora.
—No puede ser verdad —dijo Charlotte—. Es simplemente… ¿viruela
demoníaca?
—¿Cómo sabemos que Gideon no le mintió a Sophie? —preguntó Jem, su
tono apacible—. Lo siento, Sophie. Odio decirlo, pero los Lightwood no son
confiables…
—He visto la cara de Gideon cuando mira a Sophie —dijo Will—. Fue Tessa
quien primero me dijo que a Gideon le gustaba nuestra Señorita Collins, y me
puse a pensar y me di cuenta de que era verdad. Y un hombre enamorado, un
hombre enamorado dirá cualquier cosa. Traicionará a cualquiera. —Él estaba
mirando a Tessa mientras hablaba. Ella le devolvió la mirada; no pudo evitarlo.
Su mirada se sentía atraída hacia él. La manera en que la miraba, con esos ojos
azules como trozos de cielo, como tratando de comunicarle algo
silenciosamente. Pero ¿qué diantres…?
Ella sí le debía su vida, se dio cuenta de golpe. Tal vez estaba esperando que
se lo agradeciera. Pero no había habido tiempo, ¡ni una oportunidad! Se decidió
a agradecerle a la primera oportunidad que se le presentara.
—Además, Benedict tenía a una mujer demonio en su regazo en esa fiesta
suya, la besaba —continuó Will, mirando a otro lado—. Ella tenía serpientes por
ojos. A cada hombre lo suyo, supongo. De todas formas, la única manera en que
puedes contraer viruela demoníaca es teniendo relaciones impropias con un
demonio, así que…
—Nate me dijo que el Sr. Lightwood prefería a mujeres demonios —dijo
Tessa. —No creo que su mujer alguna vez se enterara de eso.
—Espera. —Era Jem que de repente se había quedado muy quieto—. Will,
¿cuáles son los síntomas de la viruela demoníaca?
—Bastantes feos —dijo Will, con agrado—. Comienza con un salpullido con
la forma de un escudo en la espalda de uno y se extiende por todo el cuerpo,
creando grietas y fisuras en la piel…
Jem dejó salir una bocanada de aire. —Yo… volveré —dijo— en sólo un
momento. Por el Ángel…
Y desapareció por la puerta, dejando a los otros mirándolo.
—No creen que tenga viruela demoníaca, ¿verdad? —preguntó Henry a
nadie en particular.
Espero que no, ya que nos acabamos de comprometer, Tessa sintió la urgencia de
decir, sólo para ver sus caras, pero la reprimió.
—Oh, cállate, Henry —dijo Will y parecía estar a punto de decir algo más,
pero la puerta se abrió de golpe y Jem estaba de vuelta en la habitación,
jadeando, y sosteniendo un pedazo de pergamino.
—Conseguí esto —dijo— de los Hermanos Silenciosos, cuando Tessa y yo
fuimos a ver a Jessamine. —Le dio a Tessa una mirada ligeramente culpable
desde debajo de su cabello plateado y ella recordó que él dejó la celda de
Jessamine para volver, momentos después, luciendo preocupado—. Es el
reporte de la muerte de Barbara Lightwood. Después de que Charlotte nos dijo
que su padre nunca entregó a Silas Lightwood a la Clave, pensé que debía
preguntar a los Hermanos Silenciosos si había alguna manera de averiguar si
había otra manera en que hubiera muerto la Sra. Lightwood. Para ver si
Benedict también había mentido en que ella murió de pena.
—¿Y había mentido? —Tessa se inclinó hacia delante, fascinada.
—Sí. De hecho, se cortó sus propias muñecas. Pero había más. —Miró al
papel en sus manos—. Un salpullido en forma de escudo, indicativo de las marcas
heráldicas de la astriola, en su hombro izquierdo. —Se lo ofreció a Will, quien lo
tomó y lo leyó rápidamente, sus ojos azules agrandándose.
—Astriola —dijo él—. Eso es viruela demoníaca. ¡Tenías evidencia de que la
viruela demoniaca existía y no me lo mencionaste! ¡Et tu Brute!47 —enrolló el
papel y golpeó a Jem en la cabeza con el.
—¡Ouch! —Jem se frotó la cabeza tristemente—. ¡Las palabras no
significaban nada para mí! Asumí que se trataba de un padecimiento menor.
Difícilmente parecía como si eso la hubiera matado. Ella cortó sus muñecas,
pero si Benedict quería proteger a sus hijos del hecho de que su madre se había
quitado la vida…
—Por el Ángel —dijo Charlotte, suavemente—. No es de extrañar que se
suicidara. Porque su marido le había contagiado viruela demoníaca. Y ella lo sabía. —
Se dio la vuelta hacia Sophie, quien hizo un pequeño ruido ahogado—. ¿Gideon
sabe de esto?
Sophie negó con la cabeza, los ojos como platillos. —No.
—¿Pero no estarían obligados los Hermanos Silenciosos a decirle a alguien
que descubrieron esto? — exigió Henry—. Parece, bueno, irresponsable de su
parte por decir algo…
—Por supuesto que le dirían al alguien. Le dirían a su esposo. Y sin duda, lo
hicieron, ¿pero qué con eso? Benedict probablemente ya sabía —dijo Will—. No
habría habido necesidad de decirles a los niños; el salpullido aparece cuando
uno acaba de contraer la enfermedad, así que eran muy grandes como para que
se la pasase a ellos. Los Hermanos Silenciosos sin duda le dijeron a Benedict y él
dijo ‘¡Horrores!’ y prontamente encubrió todo. Uno no puede procesar la
muerte por relaciones indecorosas con demonios así que cremaron su cuerpo y
eso fue todo.
—Entonces ¿cómo es que Benedict aún está vivo? —demandó Tessa. —¿No
debería haberlo matado ya la enfermedad?
—Mortmain —dijo Sophie. —Le ha estado dando drogas para retrasar el
progreso de la enfermedad todo este tiempo.
—Retrasarlo, ¿no detenerlo? —preguntó Will.
—No, aún está muriendo, y más rápido ahora —dijo Sophie. —Ese es el por
qué está tan desesperado, y hará cualquier cosa que Mortmain quiera.
—¡Viruela demoníaca! —murmuró Will y miró a Charlotte. A pesar de su
evidente emoción, había una serena luz titilando detrás de sus ojos azules, una
luz de aguda inteligencia, como si fuera un jugador de ajedrez examinando su
siguiente movimiento por sus potenciales ventajas y desventajas—. Debemos
contactar a Benedict de inmediato —dijo Will—. Charlotte debe jugar con su
vanidad. Él está demasiado seguro de que conseguirá el Instituto. Ella debe
decirle que aunque la decisión oficial del Cónsul no está programada hasta el
domingo, se ha dado cuenta de que es él que saldrá bien y que desea reunirse
con él y hacer las pases antes de que pase.
—Benedict es obstinado—comenzó Charlotte.
—No tanto como es orgulloso —dijo Jem—. Benedict siempre ha querido el
control del Instituto, pero también quiere humillarte, Charlotte. Para probar que
una mujer no puede dirigir el Instituto. Él cree que el domingo el Cónsul dictará
que el Instituto debe serte quitado, pero eso no quiere decir que dejará pasar la
oportunidad de verte hundida en privado.
—¿Con qué fin? — preguntó Henry—. ¿Enviar a Charlotte a confrontar a
Benedict qué logra exactamente?
—Chantaje —dijo Will. Sus ojos ardían con la emoción—. Mortmain tal vez
no esté a nuestro alcance, pero Benedict lo está y por ahora eso puede ser
suficiente.
—¿Crees que se retractará de intentar conseguir el Instituto? ¿No dejará eso
simplemente el camino libre para alguno de sus seguidores? —preguntó Jem.
—No estamos tratando de deshacernos de él. Queremos que le de todo su
apoyo a Charlotte. Que retire su reto y declare que ella está a la altura para
dirigir el Instituto. Sus seguidores estarán perdidos; el Cónsul estará satisfecho.
Nos quedamos con el Instituto. Y más que eso, podemos forzar a Benedict a
decirnos lo que sabe de Mortmain, su paradero, sus secretos, todo.
Tessa dijo, dudosa: —Pero estoy casi segura de que le tiene más miedo a
Mortmain de lo que nos tiene a nosotros, y ciertamente necesita de lo que
Mortmain le provee. De otra manera, morirá.
—Si, lo hará. Pero lo que hizo, tener relaciones impropias con un demonio,
luego infectar a su esposa, causar su muerte, es el asesinato consciente de un
Cazador de Sombras. No sería considerado sólo asesinato, tampoco, sino asesinato llevado a cabo a través de medios demoníacos. Eso le merecería el
peor de todos los castigos.
—¿Qué es peor que la muerte? —preguntó Tessa, y de inmediato se
arrepintió de decirlo cuando vio a Jem tensar su boca casi imperceptiblemente.
—Los Hermanos Silenciosos removerán aquello que lo hace Nefilim. Se
convertirá en un repudiado —dijo Will—. Sus hijos se convertirán en
mundanos, sus marcas serán quitadas. El nombre de Lightwood será borrado
de los pergaminos de los Cazadores de Sombras. Será el fin del apellido
Lightwood entre los Nefilim. No hay mayor vergüenza. Es un castigo que
incluso Benedict temería.
—¿Y si no le teme? —dijo Jem en voz baja.
—Entonces, no estamos peor, supongo. —Era Charlotte, cuya expresión se
había endurecido a medida que Will hablaba; Sophie estaba inclinada contra la
repisa, una figura abatida, y Henry, con su mano en el hombro de su esposa,
parecía inusualmente mitigado—. Llamaremos a Benedict. No hay tiempo para
mandar un mensaje apropiado antes; tendrá que ser algo como una sorpresa.
Ahora, ¿dónde están las tarjetas de visita?
Will se sentó derecho. —¿Te decidiste por mi plan, entonces?
—Es mi plan ahora —dijo Charlotte firmemente—. Puedes acompañarme,
Will, pero deberás seguir mis ordenes, y no se hablará de viruela demoníaca
hasta que yo lo diga.
—Pero, pero... —farfulló Will.
—Oh, déjalo, —dijo Jem, pateando a Will, no sin afecto, ligeramente en el
tobillo.
—¡Ella se ha adjudicado mi plan!
—Will —dijo Tessa, firmemente. —¿Te importa más que el plan sea puesto a
prueba o quién recibe el crédito por él?
Will la señaló con un dedo. —Esa —dijo—. La segunda.
Charlotte rodó sus ojos hacia el cielo. —William, esto será bajo mis términos
o no será para nada.
Will respiró profundamente y miró a Jem, quien le hizo burla; Will dejó salir
el aire de sus pulmones con un suspiro vencido y dijo: —Muy bien, entonces,
Charlotte. ¿Tienes la intención de que vayamos todos?
—Tú y Tessa, ciertamente. Los necesitamos como testigos en cuanto a la
fiesta. Jem, Henry, no hay necesidad de que vayan y requerimos que al menos
uno de nosotros se quede para cuidar el Instituto.
—Querida... —Henry tocó el brazo de Charlotte con una rara mirada en su
cara.
Ella lo miró con sorpresa. —¿Sí?
—¿Estás segura de que no quieres que vaya contigo?
Charlotte le sonrió, una sonrisa que transformó su cansada y adelgazada
cara. —Muy segura, Henry; Jem no es técnicamente un adulto, y el dejarlo solo,
no que no sea capaz, sólo agregaría combustible al fuego de quejas de Benedict.
Pero gracias.
Tessa miró a Jem; él le dio una sonrisa pesarosa y, escondido detrás de las
capas de sus faldas, presionó su mano con la suya. Su toque envió una cálida
ola de tranquilidad a través de ella y se puso de pie, entre Will levantándose
para ir, mientras Charlotte buscaba una pluma para escribir una nota a Benedict
en la parte de atrás de una impecable tarjeta de visita, que Cyril entregaría
mientras ellos esperaban en el carruaje.
—Será mejor que busque mi sombrero y mis guantes,—le susurró Tessa a
Jem y caminó hacia la puerta. Will estaba justo detrás de ella y un momento
después la puerta de la sala de estar se cerró detrás de ellos y se encontraron a
solas en el pasillo. Tessa estaba por apresurarse por el corredor hacia su
habitación, cuando escuchó los pasos de Will a sus espaldas.
—¡Tessa! —La llamó y ella se dio la vuelta—. Tessa, necesito hablar contigo.
—¿Ahora? —dijo ella, sorprendida—. Entendí por Charlotte que quería que
nos apresuráramos…
—Al diablo con la prisa —dijo Will, acercándose a ella. —Al diablo con
Benedict Lightwood y el Instituto y todo este asunto. Quiero hablar contigo—.
Le hizo una mueca. Siempre había habido una energía temeraria en él, pero esto era diferente, la diferencia entre la temeridad de la desesperación y el abandono
de la felicidad. ¡Pero que extraño momento para ser feliz!
—¿Te has vuelto loco? —le preguntó. —Dices ‘viruela demoníaca’ como otro
diría ‘sorpresiva herencia enorme. ¿En verdad estás tan complacido?
—Reivindicado, no feliz, y de todas formas, esto no es sobre la viruela
demoníaca. Esto es sobre tú y yo…
La puerta de la sala de estar se abrió y Henry salió, Charlotte justo detrás de
él. Sabiendo que Jem sería el siguiente, Tessa se separó de Will
precipitadamente, aunque no había ocurrido nada inapropiado entre ellos, para
nada. Excepto en tus pensamientos, dijo una pequeña voz en la parte de atrás de
su mente, la cual ignoró.
—Will, no ahora —dijo quedamente—. Creo que sé que es lo que quieres
decir y estás en lo correcto en querer decirlo, pero este no es el momento ni el
lugar, ¿no? Créeme, estoy tan impaciente por hablar como tu, porque ha estado
pesando en mi cabeza…
—¿Lo estás? ¿Es así? —Will parecía mareado, como si lo hubiera golpeado
con una piedra.
—Bueno, sí —dijo Tessa, levantando la vista para ver a Jem viniendo hacia
ellos—. Pero no ahora.
Will siguió su mirada, tragó y asintió reacio. —¿Entonces cuándo?
—Más tarde, después de ir con los Lightwoods. Encuéntrame en la sala de
estar.
—¿En la sala de estar?
Ella le frunció el ceño. —En serio, Will —dijo—. ¿Vas a repetir todo lo que
digo?
Jem había llegado a ellos y escuchó esta última parte; se burló. —Tessa, deja
que el pobre Will recoja su agudeza e ingenio; ha estado fuera toda la noche y
parece que apenas puede recordar su nombre. —Puso una mano en el brazo de
su parabatai—. Vamos, Herondale. Parece que te vendría bien una runa de
energía, o dos o tres.
Will arrancó sus ojos de Tessa y dejó que Jem lo guiara fuera del pasillo.
Tessa los observó, negando con la cabeza. Chicos, pensó. Nunca los entendería.
Tessa sólo había entrado unos pasos en su dormitorio cuando se detuvo
sorprendida, mirando fijo lo que estaba en su cama. Un elegante traje de día de
seda india a rayas crema y gris, adornada con delicadas trenzas y botones
plateados. Guantes de terciopelo gris descansaban a su lado, adornado con un
diseño de hojas en hilo plateado. Al pie de la cama había botas abotonadas de
color hueso y medias a la moda.
La puerta se abrió y Sophie entró, sosteniendo un sombrero gris pálido con
adornos de bayas plateadas. Ella estaba muy pálida, y sus ojos estaban
hinchados y rojos. Evitó la mirada de Tessa. —Nuevas ropas, señorita —dijo
Sophie—. La tela era parte del ajuar de novia de la Sra. Branwell y, bueno, hace
algunas semanas, pensó en mandara hacer un vestido para usted. Creo que ella
pensó que debía tener algo de ropa que la Srta. Jessamine no le haya comprado.
Pensó que la haría sentir más, cómoda. Y estos fueron entregados apenas esta
mañana. Le pedí a Bridget que los acomodara para usted.
Tessa sintió lágrimas picar en sus ojos y se sentó rápidamente en el borde de
su cama. El pensar en que Charlotte, con todo lo que estaba pasando, se
preocupaba por la comodidad de Tessa la hacía querer llorar. Pero sofocó la
urgencia, como siempre hacía.
—Sophie —dijo, su voz era desigual—. Te debo… no, quiero disculparme
contigo.
—¿Disculparse conmigo, señorita? —Sophie dijo sin tono, dejando el
sombrero en la cama. Tessa se quedó mirando. Charlotte usaba ropas tan
simples. Nunca hubiera pensado en que ella tuviera la inclinación o el gusto
para escoger cosas tan hermosas.
—Estaba totalmente equivocada al hablar contigo de Gideon como lo hice —
dijo Tessa—. Metí mi nariz donde decididamente no era querida, y estás en lo
correcto, Sophie. Uno no puede juzgar al hombre por los pecados de su familia.
Y debí haberte dicho que, aunque vi a Gideon en el baile esa noche, no puedo
decir que formara parte de las festividades; de hecho, no puedo ver en su
cabeza para determinar que piensa para nada, y no debería haberme
comportado como si pudiera. No tengo más experiencia que tú, Sophie, y
cuando se trata de caballeros, estoy decididamente desinformada. Me disculpo
por actuar como superior, no lo haré de nuevo. Si tan sólo me perdonaras.
Sophie fue hasta el armario y lo abrió para revelar un segundo vestido; éste
era de un azul muy oscuro, decorado con una trenza de terciopelo dorado, la
polonesa se abría del lado derecho para revelar volados de pálido color pastel
debajo.
—Tan hermoso —dijo, un poco anhelante y lo tocó suavemente con su mano.
Luego se dio la vuelta hacia Tessa—. Esa fue… esa fue una disculpa muy
bonita, señorita, y la perdono. La perdoné en la sala de estar, la perdoné cuando
mintió por mí. No apruebo el mentir, pero sé que lo hizo por bondad.
—Fue muy valiente lo que hiciste —dijo Tessa—. Decirle la verdad a
Charlotte. Sé cuanto temiste que se enojara.
Sophie sonrió tristemente. —No está enojada. Está decepcionada. Lo sé. Dijo
que no podía hablar conmigo ahora pero que lo haría después, y pude verlo, en
su cara. Es peor, de alguna forma.
—Oh, Sophie. ¡Ella está decepcionada de Will todo el tiempo!
—Bueno, quien no.
—Eso no fue lo que quise decir. Quiero decir que ella te quiere, como si
fueras Will o Jem o, bueno, ya sabes. Aunque esté decepcionada, debes dejar de
temer que te eche. No lo hará. Piensa que eres increíble, y yo también.
Los ojos de Sophie se agrandaron. —¡Señorita Tessa!
—Bueno, es así —dijo Tessa rebeldemente—. Eres valiente y desinteresada y
adorable. Como Charlotte.
Los ojos de Sophie brillaron. Los secó rápidamente con el borde de su
delantal. —Ahora, es suficiente de esto —dijo animada, todavía
pestañeando fuerte—. Debemos dejarla vestida y preparada, porque Cyril ya
viene con el carruaje y sé que la Sra. Branwell no quiere perder tiempo.
Tessa avanzó obedientemente, y con la ayuda de Sophie, se puso el vestido a
rayas blanco y gris. —Y tenga cuidado, es todo lo que tengo que decir —dijo
Sophie, manejando hábilmente su abotonador—- El viejo es una fea pieza de
trabajo y no lo olvide. Es muy injusto con esos chicos.
Esos chicos. La manera en que lo dijo lo hizo sonar como si Sophie sintiera
simpatía por Gabriel así como por Gideon. Sólo que ¿qué pensaba Gideon de su
hermano menor, se preguntó Tessa, y de la hermana, también? Pero no
preguntó nada mientras Sophie cepillaba y peinaba su cabello y untaba sus
sienes con agua de lavanda.
—Ahora, ¿no se ve hermosa, señorita? —dijo orgullosamente cuando terminó
por fin, y Tessa tuvo que admitir que Charlotte había hecho un fino trabajo al
seleccionar justo el corte adecuado para favorecerla y el gris le sentaba bien. Sus
ojos se veían más grandes y azules, su cintura y brazos más esbeltos, su busto
más lleno. —Sólo una cosa más…
—¿Qué es, Sophie?
El amo Jem —dijo Sophie, sorprendiendo a Tessa—. Por favor, lo que sea
que haga, señorita… —La otra chica miró la cadena del pendiente de jade que
colgaba dentro del vestido de Tessa y se mordió el labio—. No le rompa el
corazón.
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 7 Empty LOS ORÍGENES- PRÍNCIPE MECÁNICO

Mensaje por StephRG14 Jue 04 Jun 2015, 3:32 pm

Capitulo 20
La raíz amarga

“Pero ahora, tú eres dos, tú estás partida en dos,
Carne de su carne, pero corazón de mi corazón;
Y profundo en uno está la raíz amarga,
Y la dulzura para uno es la larga vida de una flor”
—Algernon Charles Swinburne, “El Triunfo del Tiempo”


Tessa estaba quitándose los guantes de terciopelo, cuando pasó por las
puertas principales del Instituto. Un fuerte viento llegaba desde el río y
soplaba brazadas de hojas a través del patio. El cielo se había vuelto
atronador y gris. Will estaba parado al pie de las escaleras, con las
manos en los bolsillos, la mirada levantada hacia el campanario de la iglesia.
Estaba sin sombrero y el viento levantaba su negro cabello, arrojándolo sobre
su rostro. No pareció ver a Tessa y, por un momento, ella se quedó allí y lo
observó. Sabía que no era correcto hacerlo; ahora, Jem era suyo, ella era de él, y
los otros hombres deberían ser inexistentes. Pero no podía dejar de comparar a
los dos: Jem, con su extraña combinación de delicadeza y fuerza, y Will, como
una tormenta en el mar, azul pizarra y negro, con brillantes destellos de carácter
como el fuego de un relámpago.
Tessa se preguntó, si alguna vez llegaría el momento en que la visión de él no
la conmoviera, haciendo que su corazón aleteara, y si ese sentimiento iría
disminuyendo, a medida que se fuera acostumbrando a la idea de estar
comprometida con Jem. Aún era tan nuevo, que no parecía real.
Sin embargo, había una cosa que era diferente. Cuando ella veía a Will ahora,
ya no sentía ningún dolor.
Will la vio entonces, y sonrió a través del cabello que caía sobre su rostro.
Alzó una mano y lo apartó. —Ése es un vestido nuevo, ¿no? —dijo, mientras
ella bajaba las escalera—. No es uno de los de Jessamine.
Ella asintió y esperó con resignación a que él dijera algo sarcástico sobre ella,
Jessamine, el vestido, o las tres cosas juntas.
—Es lo que más te conviene. Es extraño que el gris haga que tus ojos se vean
azules, pero es así.
Ella lo miró con asombro, pero antes de que pudiera hacer algo más que abrir
la boca para preguntarle si se sentía bien, el carruaje dio la vuelta a la esquina
del Instituto, traqueteando, con Cyril en el pescante. Él se apeó frente a los
escalones, y la puerta del carruaje se abrió; Charlotte estaba dentro y llevaba un
vestido de terciopelo color vino y un sombrero con un ramo de flores secas en
éste. Parecía más nerviosa de lo que Tessa nunca la había visto.
—Suban rápido —gritó ella, sosteniendo su sombrero mientras se asomaba
por la puerta—. Creo que va a llover.
Para sorpresa de Tessa, Cyril no los condujo a ella, Charlotte y Will, a la casa
solariega de Chiswick, sino a una elegante casa en Pimlico, la cual era,
aparentemente, la residencia de fines de semana de los Lightwood. Había
empezado a llover, y sus cosas húmedas (guantes, sombreros y abrigos) fueron
recogidas por un lacayo de expresión agria, antes que los guiara por los muy
encerados corredores hasta una gran biblioteca, donde ardía un buen fuego en
un profundo hogar.
Detrás de un escritorio de roble macizo estaba sentado Benedict Lightwood;
su afilado perfil se veía aún más agudo, debido al juego de luces y sombras en
el interior de la habitación. Las cortinas estaban corridas sobre las ventanas, y
en las paredes se alineaban pesados tomos encuadernados en cuero negro, con
impresiones en oro a lo largo del lomo. A cada uno de sus flancos, permanecían
de pie sus hijos: Gideon a su derecha, con el rubio cabello cayendo hacia delante
para ocultar su expresión, sus brazos cruzados sobre su amplio pecho. Al otro
lado estaba Gabriel, con sus ojos verdes encendidos por una diversión
preeminente, las manos en los bolsillos de sus pantalones. Se veía como si
estuviera a punto de empezar a silbar.
—Charlotte —dijo Benedict—. Will. Señorita Gray. Siempre es un placer —
hizo un gesto hacia ellos, para que tomaran asiento por su cuenta, en las sillas
frente al escritorio.
Gabriel le sonrió maliciosamente a Will mientras éste se sentaba. Will le miró,
manteniendo cuidadosamente la expresión en blanco y luego desvió la mirada.
Sin un comentario sarcástico, pensó Tessa, desconcertada. Sin siquiera una mirada
fría. ¿Qué estaba pasando?
—Gracias, Benedict —Charlotte, pequeña y delgada, con su columna
vertebral recta, habló con un aplomo perfecto— por recibirnos con tan poco
tiempo de aviso.
—Por supuesto. —Él sonrió—. Sabes que nada de lo que puedas hacer, va a
cambiar el resultado de esto. Lo que sentencie el Concejo no depende de mí. La
decisión es completamente de ellos.
Charlotte ladeó la cabeza.
—Es cierto, Benedict. Pero tú eres el que hizo que eso suceda. Si no hubieras
obligado al Cónsul Wayland a montar todo un espectáculo al disciplinarme, no
habría sentencia.
Benedict encogió sus estrechos hombros.
—Ah, Charlotte. Recuerdo cuando eras Charlotte Fairchild, eras una
pequeñita tan encantadora y, lo creas o no, soy partidario tuyo, incluso ahora.
Lo que estoy haciendo, es por los mejores intereses del Instituto y la Clave. Una
mujer no puede dirigir el Instituto. No está en su naturaleza. Tendrás que
agradecerme cuando estés en tu casa, con Henry, aumentando la próxima
generación de Cazadores de Sombras, como debe ser. Esto puede ser un
aguijonazo a tu orgullo, pero en tu corazón, sabes que estoy en lo correcto.
El pecho de Charlotte subía y bajaba rápidamente. —Si tú abdicaras en tu
reclamo sobre el Instituto antes de la sentencia, ¿realmente crees que sería tan
desastroso que yo dirigiera el Instituto?
—Bueno, nunca lo sabremos, ¿o no?
—Oh, no lo sé —dijo Charlotte—. Creo que la mayoría de los miembros del
Concejo elegirían a una mujer por encima de un réprobo disoluto que
fraterniza, no sólo con Submundos, sino también con demonios.
Hubo un breve silencio. Benedict no movió un músculo. Tampoco lo hizo
Gideon. Finalmente, Benedict habló, aunque ahora mostraba los dientes en el
suave aterciopelado de su voz.
—Rumores e insinuaciones.
—Verdades y observaciones —dijo Charlotte—. Will y Tessa estuvieron en tu
última reunión, en Chiswick. Vieron una gran cantidad de ellos.
—Esa mujer demonio, con la que estabas descansando en el diván —dijo
Will—. ¿La llamarías una amiga, o mejor una socia de negocios?
Los ojos oscuros de Benedict se endurecieron. —Cachorro insolente…
—Oh, diría que ella era una amiga —dijo Tessa—. Generalmente, uno no
permite que los socios de negocio le laman la cara. Aunque, podría estar
equivocada. ¿Qué sabría yo sobre estas cosas? Soy sólo una mujer tonta.
La boca de Will se curvó en las comisuras. Gabriel aún seguía mirándolo;
Gideon tenía los ojos fijos en el suelo. Charlotte continuaba sentada,
perfectamente circunspecta, con las manos en el regazo.
—Los tres son muy tontos —dijo Benedict, haciendo un gesto despectivo
hacia ellos. Tessa alcanzó a ver algo en su muñeca, una sombra, como las
volutas de un brazalete de mujer, antes que la manga cayera de nuevo y la
volviera a bajar para cubrirla—. Es decir, si piensan que el Concejo creerá
alguna de sus mentiras. Tú… —Le lanzó una mirada desdeñosa a Tessa— …
eres una Submundo, tu palabra no vale nada. Y tú… —Agitó un brazo hacia
Will— …eres un lunático certificado, que fraterniza con brujos. No sólo con esta
jovenzuela, aquí presente, sino también con Magnus Bane. Y cuando me
prueben bajo la Espada Mortal y yo desmienta sus afirmaciones, ¿quién creen
que tendrá mayor credibilidad, ustedes o yo?
Will intercambió una rápida mirada con Charlotte y Tessa. Él estaba en lo
correcto, pensó Tessa, en que Benedict no temía a la Espada.
—Hay otra evidencia, Benedict —dijo Will.
—¿Oh? —El labio de Lightwood se curvó, en una mueca burlona—. ¿Y cuál
es?
La prueba de tu propia sangre envenenada —dijo Charlotte—. Justo en
este momento, cuando has hecho ese gesto hacia nosotros, vi tu muñeca.
¿Cuánto ha progresado la corrupción? Empieza en el torso, ¿no es así?, y se va
extendiendo, por los brazos y las piernas…
—¿De qué está hablando? —La voz de Gabriel era una mezcla de furia y
terror—. ¿Padre?
—Viruela demoníaca —dijo Will, con la satisfacción de ver reivindicada la
verdad.
—Qué acusación repugnante… —empezó Benedict.
—Desmiéntela, entonces —dijo Charlotte—. Levántate la manga de la
camisa. Muéstranos tu brazo.
El músculo junto a la boca de Benedict se tensó de nuevo. Tessa lo observaba
con fascinación. Él no la aterrorizaba como Mortmain, sino que le provocaba
asco, el mismo que le daría ver un gusano gordo retorciéndose en el jardín.
Observó cómo se volvía hacia su hijo mayor.
—Tú —gruñó—. Tú se los dijiste. Tú me traicionaste.
—Lo hice —dijo Gideon, levantando la cabeza y descruzando, al fin, los
brazos—. Y lo volvería a hacer.
—¿Gideon? —Ése era Gabriel y sonaba aturdido—. ¿Padre? ¿De qué están
hablando?
—Tu hermano nos ha traicionado, Gabriel. Él ha estado contando nuestros
secretos a los Branwell. —Benedict escupió sus palabras, como si fueran
veneno—. Gideon Arthur Lightwood… —Se levantó. Su rostro parecía más
viejo, las líneas a los costados de su boca más severas, pero su tono no cambió—.
Te sugiero que pienses muy cuidadosamente lo que has hecho, y lo que vas a
hacer a continuación.
—He estado pensando —dijo Gideon, con voz suave y baja—. Desde que me
llamaste para que regresara de España, he estado pensando. Como un niño,
asumí que todos los Cazadores de Sombras vivían como nosotros. Condenando
demonios a la luz del día, pero confraternizando con ellos al amparo de las
sombras. Ahora, me doy cuenta de que no es verdad. Ése no es nuestro modo
de vida, padre; es tu modo de vida. Tú has traído vergüenza y suciedad al
nombre de los Lightwood.
—No hay necesidad de ser melodramático…
—¿Melodramático? —Había un terrible desprecio en el tono, generalmente
neutro, de Gideon—. Padre, temo por el futuro de la Enclave, si tú pones tus
manos sobre el Instituto. Te lo digo ahora, testificaré en tu contra en el Concejo.
Sostendré la Espada Mortal en mis manos y le diré al Cónsul Wayland por qué
creo que Charlotte es mil veces más apropiada que tú, para dirigir el Instituto.
Voy a revelar lo que sucede aquí por las noches, a cada miembro del Concejo.
Les diré que estás trabajando para Mortmain. Les diré por qué.
—¡Gideon! —Era Gabriel, su voz aguda interrumpiendo la de su hermano—.
Tú sabes que, que nosotros custodiemos el Instituto, fue el último deseo de
nuestra madre. Y es culpa de los Fairchild el que ella muriera…
—Eso es mentira —dijo Charlotte—. Ella tomó la decisión de acabar con su
vida, pero no por algo que hiciera mi padre. —Miró directamente a Benedict—.
Fue, más bien, a causa de algo que tu padre hizo.
La voz de Gabriel se elevó. —¿Qué quieres decir? ¿Por qué dices tal cosa?
Padre…
—¡Cállate, Gabriel! —La voz de Benedict era dura y autoritaria pero, por
primera vez, había miedo en su voz, en sus ojos—. ¿De qué estás hablando,
Charlotte?
—Sabes muy bien de qué estoy hablando, Benedict —dijo Charlotte—. La
pregunta es, si quieres que comparta mis conocimientos con la Clave. Y con tus
hijos. Sabes lo que significaría para ellos.
Benedict volvió a sentarse. —Reconozco un chantaje cuando lo oigo,
Charlotte. ¿Qué es lo que quieres de mí?
Fue Will quien respondió, demasiado entusiasmado para quedarse atrás por
más tiempo. —Retira tu reclamo sobre el Instituto. Habla a favor de Charlotte
frente al Concejo. Diles por qué piensas que el Instituto debe seguir bajo su
cuidado. Eres un hombre muy locuaz. Ya se te ocurrirá algo, estoy seguro.
Benedict paseó la mirada desde Will hasta Charlotte. Sus labios se
fruncieron. —¿Ésas son tus condiciones?
Antes que Will pudiera hablar, Charlotte dijo: —No todas nuestras
condiciones. Necesitamos saber cómo has estado comunicándote con Mortmain
y dónde está él.
Benedict se rió entre dientes. —Me comunicaba con él a través de Nathaniel
Gray. Pero, dado que lo has matado, dudo que él sea una apropiada fuente de
información a futuro.
Charlotte lucía consternada. —¿Quieres decir que nadie más sabía dónde
está?
—Ciertamente, yo no —dijo Benedict—. Mortmain no es tan estúpido,
desafortunadamente para ti. Él deseaba que yo tomara el Instituto, para así
poder golpearlo desde su mismo interior. Pero ése era sólo uno de sus muchos
planes, una hebra de su telaraña. Ha estado esperando por mucho tiempo.
Obtendrá la Clave. Y la tendrá a ella. —Sus ojos se posaron sobre Tessa.
—¿Cuáles son intenciones para conmigo? —exigió saber Tessa.
—No lo sé —dijo Benedict, con una sonrisa astuta—. Sé que pregunta
constantemente por tu bienestar. Esta preocupación, por lo que respecta a mí, es
la de un novio potencial.
—Él dice que me creó —dijo Tessa—. ¿Qué es lo que quiere decir con eso?
—No tengo la menor idea. Estás equivocada, si crees que me hizo su
confidente.
—Sí —dijo Will—. Ustedes dos no parecen tener mucho en común, salvo una
propensión a las mujeres demonios y al mal.
—¡Will! —le espetó Tessa.
—No me refería a ti —dijo Will, luciendo sorprendido—. Me refería al Club
Pandemónium…
—Si ya han terminado con su puesta en escena… —dijo Benedict—. Quisiera
dejar una cosa bien en claro a mi hijo. Gideon, entiende que si apoyas a
Charlotte Branwell en esto, ya no serás bienvenido bajo mi techo. No es por
nada que dicen que, un hombre nunca debería colgar todas sus campanas, en
un solo caballo.
En respuesta, Gideon alzó las manos frente a él, casi como si tuviera la
intención de rezar. Pero los Cazadores de Sombras no rezan, y Tessa se dio
cuenta rápidamente de lo que él estaba haciendo: deslizar el anillo de plata de
su dedo. El anillo, era como el anillo Carstairs de Jem, sólo que este tenía un patrón de llamas sobre la banda. El anillo de la familia Lightwood. Él lo puso en
el borde del escritorio de su padre y se giró hacia su hermano.
—Gabriel… —dijo—. ¿Vendrás conmigo?
Los ojos verdes de Gabriel brillaban con furia.
—Sabes que no puedo.
—Sí puedes. —Gideon le tendió la mano a su hermano.
Benedict estaba entre los dos. Había palidecido ligeramente, como si de
repente se diera cuenta de que podría perder no sólo un hijo, sino a los dos. Su
mano se aferró al borde del escritorio, sus nudillos se pusieron blancos. Tessa
no pudo evitar observar la superficie de su muñeca, que se reveló al levantarse
la manga. Era muy pálida, estriada con bandas circulares en color negro. Algo
en esa visión le provocó náuseas y se levantó de su asiento. Will, a su lado, ya
estaba de pie. Sólo Charlotte continuaba sentada, tan formal e inexpresiva como
siempre.
—Gabriel, por favor —dijo Gideon—. Ven conmigo.
—¿Quién se hará cargo de nuestro padre? ¿Qué dirá la gente acerca de
nuestra familia, si ambos lo abandonamos? —dijo Gabriel, la amargura y la
desesperación teñían su tono de voz—. ¿Quién se hará cargo de las fincas, del
sitial en el Concejo…?
—No lo sé —dijo Gideon—. Pero no tienes por qué ser tú. La Ley…
La voz de Gabriel se estremeció. —La Familia antes que la Ley, Gideon. —
Sus ojos se encontraron con los de su hermano por un momento, luego desvió la
mirada, mordiéndose el labio, y fue a pararse detrás de Benedict, con una mano
apoyada en el respaldo de la silla de su padre.
Benedict sonrió; en una cosa, al menos, había triunfado. Charlotte se puso de
pie, con la barbilla en alto.
—Confío en que te veremos mañana en la cámara del Concejo, Benedict.
Confío en que sabrás qué hacer —dijo ella, y salió de la habitación, con Gideon
y Tessa siguiéndola de cerca.
Sólo Will vaciló por un momento en la puerta, con sus ojos fijos en Gabriel,
pero cuando el otro muchacho no lo miró, se encogió al fin de hombros y salió
en pos de los demás, cerrando la puerta tras él.
***
Regresaron al Instituto en silencio, con la lluvia azotando las ventanas del
carruaje. Charlotte intentó, en varias ocasiones, hablar con Gideon, pero él se
quedó callado, observando el paisaje borroso de las calles a medida que
pasaban por ellas.
Tessa no podía decir si él estaba enojado, o lamentaba sus acciones, o incluso,
si quizás se sentía aliviado. Era tan impasible como siempre, aún cuando
Charlotte le explicó que siempre habría una habitación para él en el Instituto y
que ellos apenas podían expresar su agradecimiento por lo que él había hecho.
Por último, cuando traqueteaban por el Strand, Gideon dijo: —Tuve un
presentimiento real de que Gabriel vendría conmigo. Una vez que supo lo de
Mortmain…
—Él no lo comprende todavía —dijo Charlotte—. Dale tiempo.
—¿Cómo lo supiste? —Will miró a Gideon, agudamente—. Nosotros
acabamos de descubrir lo que sucedió con tu madre. Y Sophie dijo que tú no
tenías ni idea…
—Hice que Cyril entregara dos notas —dijo Charlotte—. Una para Benedict y
una para Gideon.
—Él la deslizó en mi mano, mientras mi padre no estaba viendo —dijo
Gideon—. Sólo tuve el tiempo justo para leerla, antes que ustedes llegaran.
—¿Y elegiste creerlo? —inquirió Tessa—. ¿Con tanta rapidez?
Gideon miró hacia la ventana bañada por la lluvia. Su mandíbula adoptó una
línea dura. —La historia de mi padre sobre la muerte de mi madre, nunca tuvo
sentido para mí. Esto le dio sentido.
Hacinados en el húmedo carruaje, con Gideon a sólo pocos centímetros de
ella, Tessa sintió la extraña urgencia de llegar a él, de decirle que ella también
había tenido un hermano al que amaba y que perderlo había sido peor que la
muerte, que ella entendía. Ahora podía ver qué era lo que le gustaba a Sophie en él: la vulnerabilidad bajo las facciones impasibles, la sólida honestidad bajo
la hermosa estructura facial.
Sin embargo, no dijo nada, presintiendo que no sería bienvenida. Will, por su
parte, se sentó junto a ella, un manojo de tensa energía. Cada vez que,
esporádicamente, ella captaba un destello de azul cuando él la mirada, o la
curvatura de una sonrisa (una sonrisa sorprendentemente dulce), algo
vertiginoso que nunca había asociando antes con Will, era como si estuviera
compartiendo alguna broma privada con ella, sólo que ella no estaba segura de
saber qué broma era. Sin embargo, sentía la tensión de él tan profundamente,
que su propia calma, o lo que quedaba de ella, había quedado totalmente
ahuecada, para el momento en el cual finalmente arribaron al Instituto, y Cyril,
empapado hasta los huesos, pero tan agradable como siempre, rodeó el carruaje
para abrirles las puertas.
Cyril ayudó a apearse a Charlotte en primer lugar, y luego a Tessa. Pronto,
Will estaba a su lado, después de haber saltado del carruaje y esquivado, por
poco, un charco. Había dejado de llover. Will miró al cielo y tomó a Tessa de un
brazo.
—Vamos —le dijo, conduciéndola hacia la puerta principal del instituto.
Tessa miró por encima del hombro hacia donde estaba Charlotte, de pie
frente a los escalones, después de haber logrado, al parecer, que finalmente
Gideon hablara con ella. Gesticulaba animadamente, usando sus manos.
—Tenemos que esperarlos. ¿No deberíamos…? —comenzó Tessa.
Will sacudió su oscura cabeza con determinación.
—Charlotte puede estar parloteando con él por años, acerca de qué
habitación prefiere para quedarse aquí, y cuán agradecida está por su ayuda, y
lo único que yo quiero es hablar contigo.
Tessa se lo quedó mirando, mientras entraban al Instituto. Will quería hablar
con ella. Lo había dicho antes, cierto, pero hablar con tanta franqueza era muy
impropio de él.
Un pensamiento se apoderó de ella. ¿Acaso Jem le había contado de su
compromiso? ¿Acaso estaba enojado o pensaba que ella no era digna de su amigo? ¿Pero cuándo Jem había tenido la oportunidad de hacerlo? Quizás
mientras ella se estaba vistiendo… pero, entonces, Will no se veía enojado.
—No puedo esperar para contarle a Jem nuestra reunión —dijo él, mientras
subían las escaleras—. Nunca creerá esa escena… ¡que Gideon enfrentara a su
padre de esa forma! Una cosa es contarle secretos a Sophie, y otra renunciar, por
completo, a la lealtad de tu familia. Incluso arrojó su anillo familiar.
—Tú lo has dicho —dijo Tessa, cuando llegaron al rellano de las escaleras y
empezaron a caminar por el pasillo. La mano enguantada de Will era cálida
sobre su brazo—. Gideon está enamorado de Sophie. Las personas harían
cualquier cosa por amor.
Will la miró como si sus palabras lo hubieran sobresaltado, y luego sonrió,
con la misma sonrisa enloquecedoramente dulce que le había dirigido en el
carruaje.
—Increíble, ¿no es así?
Tessa se dispuso a contestar, pero ya habían llegado a la sala de estar. El
interior estaba muy iluminado; las antorchas de luz mágica ardían altas y había
un fuego en la chimenea. Las cortinas estaban descorridas, mostrando
cuadrados de cielo plomizo. Tessa se quitó el sombrero y los guantes, y estaba a
punto de ponerlo sobre una pequeña mesa marroquí, cuando vio que Will,
quien la había seguido, estaba echando el cerrojo de la puerta.
Tessa parpadeó. —¿Will, por qué estás cerrando…?
Nunca terminó la frase. Cubriendo el espacio entre ellos de dos zancadas,
Will la alcanzó y la cogió en un abrazo. Ella jadeó sobresaltada, cuando él la
tomó por los brazos, haciéndola retroceder hasta quedar medio reclinada sobre
la pared, mientras su crinolina crujía en protesta.
—Will —dijo ella con sorpresa, pero él la pegaba a la pared con su propio
cuerpo, las manos deslizándose por los hombros de ella, y dentro de su húmedo
cabello, la boca precipitada y caliente sobre la de ella.
Ella se derrumbó, giró y se ahogó en el beso. Los labios de Will eran suaves,
el cuerpo duro contra el suyo, y él sabía a lluvia. El calor se propagó desde la
boca de su estómago, mientras la boca masculina se movía con urgencia sobre
la suya, dispuesta a corresponderle.
El rostro de Jem brilló contra la parte posterior de sus párpados cerrados.
Apoyó las palmas contra el pecho de Will y empujó, tan fuerte como pudo, para
apartarlo de sí. Su aliento brotó como una exclamación violenta. —No.
Will dio un paso hacia atrás, sorprendido. Su voz, cuando habló, era ronca y
baja. —¿Pero, y anoche? ¿En la enfermería? Yo… tú me abrazaste…
¿Lo hice? Con un agudo sobresalto, ella se dio cuenta de que lo que había
tomado por un sueño, no había sido un sueño, después de todo. ¿O acaso él
estaba mintiendo? No podía ser. No había manera en que él pudiera saber lo
que ella había soñado.
—Yo… —Sus palabras tropezaban unas con otras—. Yo creí que estaba
soñando.
La mirada nublada de deseo se desvaneció rápidamente de sus ojos,
sustituida por dolor y confusión. Él casi tartamudeó. —Pero, incluso hoy. Yo
pensé que tú… tú dijiste que estabas tan ansiosa de estar a solas conmigo, como
yo…
—¡Imaginé que querías una disculpa! Me salvaste la vida en el almacén de té,
y estoy agradecida por ello, Will. Pensé que querías que te dijera que…
Will se veía como si ella lo hubiera abofeteado. —¡No te salvé la vida para
que estuvieras agradecida!
—¿Entonces, qué? —Ella elevó la voz—. ¿Lo hiciste porque es tu obligación?
Porque la Ley dice…
—¡Lo hice porque te amo! —medio gritó él y luego, como si se percatara de la
sorpresa en el rostro de ella, repitió en voz más baja: —Te amo, Tessa, y te he
amado casi desde el momento en que te conocí.
Tessa entrelazó sus manos. Estaban frías como el hielo. —Pensé que no
podías ser más cruel que cuando estabas en el desván, aquel día. Estaba
equivocada. Esto es despiadado.
Will se quedó inmóvil. Entonces, sacudió la cabeza con lentitud, de lado a
lado, como un paciente negando el diagnóstico mortal de un médico.
—¿Tú… no me crees?
—Por supuesto que no te creo. Después de las cosas que has dicho, el modo
en que me has tratado…
—Tenía que hacerlo dijo él—. No tuve opción. Tessa, escúchame. —Ella
comenzó a moverse hacia la puerta, pero él se interpuso para bloquearle el
paso, con sus ojos azules ardiendo—. Por favor, escúchame. Por favor.
Tessa vaciló. El modo en que él dijo ‘por favor’ con la voz entrecortada, no se
parecía en nada a lo que sucedió en el desván. En aquel entonces, él apenas
había sido capaz de mirarla. Ahora, la miraba con desesperación, como si
pudiera retenerla sólo con el deseo. La voz que gritaba desde su interior que él
la lastimaría, que él no estaba siendo sincero, se fue haciendo más suave,
sepultada bajo una voz que se alzaba, aún más traicionera, para decirle que se
quedara allí. Que lo escuchara.
—Tessa. —Will hundió las manos entre su cabello negro, sus delgados dedos
temblaban de agitación. Tessa recordó cómo era tocar ese cabello, deslizar los
dedos a través de él, como áspera seda contra su piel—. Lo que voy a contarte,
nunca se lo he dicho a otra alma viviente, con excepción de Magnus, y eso fue
sólo porque necesitaba su ayuda. Ni siquiera se lo he dicho a Jem.
Will respiró hondo.
—Cuando tenía doce años, viviendo con mis padres en Gales, encontré una
Pyxis, en la oficina de su padre.
Ella no estaba segura qué esperaba que Will dijera, pero, definitivamente, no
era eso. —¿Una Pyxis? ¿Pero por qué tu padre conservaría una Pyxis?
—¿Un recuerdo de sus días como Cazador de Sombras? ¿Quién puede
adivinarlo? ¿Recuerdas el texto del Código, hablando de maldiciones y cómo
pueden llevarse a cabo? Bueno, cuando abrí la caja, liberé un demonio, Marbas,
que me maldijo. Él juró que cualquiera que me amara estaría condenado a
morir. Podría no haberle creído, yo no estaba muy bien instruido en la magia,
pero mi hermana mayor murió esa noche, horriblemente. Pensé que era el inicio
de la maldición. Huí de mi familia y vine aquí. Me parecía que era el único
modo de mantenerlos a salvo, de no llevarlos de muerte en muerte. No me di
cuenta, al principio, de que estaba entrando en una segunda familia. Henry,
Charlotte, incluso la maldita Jessamine… Tenía que asegurarme de que nadie
aquí pudiera amarme. Hacer eso, pensé, sería ponerlos en peligro mortal. Por años, he mantenido a todo mundo a un brazo de distancia… a todo el mundo a
quien no pude alejar por completo.
Tessa se lo quedó mirando. Las palabras hacían eco en su cabeza. Mantener a
todo el mundo a un brazo de distancia… alejar completamente a todo el mundo… Ella
pensó en sus mentiras, en las cosas que ocultaba, los desplantes a Charlotte y
Henry, las crueldades que parecían forzadas, incluso la historia de Tatiana,
quien sólo lo amó como lo hace una niñita y cuyo afecto había aplastado. Y
luego estaba…
—Jem… —susurró ella.
Él la miró con tristeza. —Jem es diferente —murmuró.
— Jem está muriendo. ¿Dejaste que Jem se acercara, porque él ya estaba cerca
de la muerte? ¿Pensaste que la maldición no le afectaría?
Y con cada año que pasaba y él sobrevivía, eso parecía más probable.
Pensé que cuando Jem se hubiera ido, después de que yo cumpliera los
dieciocho años, me iría a vivir por mi cuenta, sin imponer mi persona o mi
maldición a nadie más… y entonces, todo cambió. Debido a ti.
—¿A mí? —dijo Tessa en un tono bajo, aturdido.
El fantasma de una sonrisa tocó la boca de Will.
—Cuando te conocí por primera vez, pensé que eras distinta a cualquier otra
persona que hubiera conocido. Me hiciste reír. Nadie, excepto Jem, me había
hecho reír en, ¡buen Dios!, cinco años. Y tú lo hiciste como si no fuera nada,
como si fuera tan natural como respirar.
—Ni siquiera me conocías. Will…
—Pregúntale a Magnus. Él te lo dirá. Después de aquella noche, en el desván,
acudí a él. Tenía que alejarte, porque creí que empezabas a darte cuenta de lo
que sentía por ti. En el Santuario, aquel día, cuando pensé que estabas muerta,
me di cuenta de que serías capaz de leerlo en mi rostro. Estaba aterrorizado.
Tuve que hacer que me odiaras, Tessa. Así que lo intenté. Y luego me quería
morir. Pensé que podía soportar que me odiaras, pero no pude. Me di cuenta de
que te quedarías en el Instituto, y que cada vez que te viera, sería como estar en
aquel desván, una y otra vez, haciendo que me despreciaras, y sentí como si me
estuviera ahogando en veneno. Acudí a Magnus y le exigí que me ayudara a encontrar al demonio que me había maldecido en primer lugar, así la maldición
sería levantada. Si sucedía, pensé, podría intentarlo de nuevo. Podía ser lento,
doloroso y casi imposible, pero creí que podía hacer que tú te interesaras por mí
de nuevo, si sólo podía contarte la verdad. Que podía volver a ganarme tu
confianza… construir algo contigo, poco a poco.
—¿Estás… estás diciendo que la maldición fue levantada? ¿Que se ha ido?
—No hay ninguna maldición sobre mí, Tessa. El demonio me engañó. Nunca
hubo una maldición. Todos estos años, he sido un tonto. Pero no tan tonto como
para no saber, que la primera cosa que necesitaba hacer, una vez que supe la
verdad, era decirte lo que sentía en realidad.
Él se adelantó otro paso, y, esta vez, ella no retrocedió. Se quedó mirándolo,
a la piel pálida, casi transparente bajo sus ojos, al cabello oscuro, que se rizaba
en las sienes y en la nuca, al azul de sus ojos y la curvatura de su boca.
Mirándolo, del mismo modo que miraría un lugar querido que no estuviera
segura de volver a ver, tratando de grabar los detalles en su memoria, para
pintarlos en la parte posterior de sus párpados, de modo de poder verlo cuando
cerrara los ojos para dormir.
Tessa oyó su propia voz, como si viniera de muy lejos.
—¿Por qué yo? —susurró ella—. ¿Por qué yo, Will?
Él dudó. —Después de que te trajimos de vuelta aquí, después que Charlotte
encontrara tus cartas a tu hermano, yo… yo las leí.
Tessa se oyó decir, muy calmadamente. —Sé que lo hiciste. Las encontré en
tu habitación, cuando estaba allí con Jem.
Él se sobresaltó. —Nunca me dijiste nada, al respecto.
—Al principio, estaba enojada —admitió ella—. Pero ésa fue la noche en la
que te hallamos en el antro de los ifrits. Lo sentí por ti, supongo. Me dije a mí
misma que sólo habías sentido curiosidad o que Charlotte te había pedido que
las leyeras.
—No lo hizo —dijo él—. Las saqué del fuego por mi cuenta. Las he leído
todas. Cada palabra que has escrito. Tú y yo, Tess, somos parecidos. Nosotros
vivimos y respiramos palabras. Fueron los libros los que me impidieron
quitarme la vida después de que pensé que nunca podría amar a alguien, que nunca sería amado por alguien. Fueron los libros los que me hicieron sentir que,
quizás, no estaba completamente solo. Ellos podían ser completamente
honestos conmigo y yo con ellos. Leyendo tus palabras, lo que tú escribiste,
cómo te sentías sola en ocasiones y temerosa, pero siempre valiente. Por la
forma en que veías el mundo, sus colores, texturas y sonidos, sentí… sentí la
forma en que tú pensabas, esperabas, sentías, soñabas. Sentí que estaba
soñando, pensando y sintiendo contigo. Soñé lo que tú has soñado, quise lo que
tú has querido… y entonces me di cuenta de que, lo que realmente quería, eras
tú. La chica detrás de las palabras garabateadas. Te amo desde el momento en
que las leí. Aún te amo.
Tessa había empezado a temblar. Eso era todo lo que ella siempre había
deseado que alguien le dijera. Lo que siempre, en el rincón más oscuro de su
corazón, había deseado que Will le dijera. Will, el muchacho que amaba los
mismos libros que ella, la misma poesía que ella, que la hacía reír incluso
cuando estaba furiosa. Y ahí estaba él, de pie delante de ella, diciéndole que
amaba las palabras de su corazón, la forma de su alma. Diciéndole algo que
nunca imaginó que alguien pudiera decirle a ella. Diciéndole algo que ella
nunca diría de nuevo, no de esta forma. Y no por él.
Y eso no tenía importancia.
—Es demasiado tarde —dijo ella.
—No digas eso. —La voz de él era casi un suspiro—. Te amo, Tessa. Te amo.
Ella sacudió la cabeza. —Will… detente.
Will respiró una vez, en forma entrecortada. —Sé que te muestras reacia a
confiar en mí —dijo—. Tessa, por favor, ¿esto es porque no crees en mí o
porque no puedes imaginar corresponderme algún día? Porque, si es lo
segundo…
—Will. Eso no tiene importancia…
—¡Nada tiene más importancia! —Su voz aumentó de volumen—. Sé que si
me odias, es porque yo te obligué a hacerlo. Sé que no tienes una razón, para
darme una segunda oportunidad de que me consideres bajo una luz distinta.
Pero te estoy rogando por esa oportunidad. Haré lo que sea. Cualquier cosa.
La voz de Will se quebró y ella oyó el eco de otra voz en su interior. Vio a
Jem, bajando la mirada hacia ella, todo el amor, la luz, la esperanza y la
ansiedad del mundo, capturadas en sus ojos.
—No —susurró ella—. No es posible.
—Sí lo es —dijo él, desesperado—. Tiene que serlo. No puedes odiarme
tanto como para…
—No te odio en absoluto —dijo ella, con una gran tristeza—. Traté de
odiarte, Will. Pero nunca lo conseguí.
—Entonces, hay una oportunidad. —La esperanza flameó en los ojos de Will.
Ella no debió hablarle con tanta gentileza… ¡oh, Dios! ¿No había nada que
pudiera hacer esto menos horrible? Tenía que decírselo. Ahora. Rápido.
Limpiamente.
—Tessa, si no me odias, entonces hay una oportunidad de que tú pudieras…
—Jem me lo ha propuesto —dijo ella, abruptamente—. Y he dicho que sí.
—¿Qué?
—He dicho que Jem me lo propuso —susurró Tessa—. Me preguntó si me
casaría con él. Y yo le dije que lo haría.
Will se puso terriblemente blanco. Dijo: —Jem. ¿Mi Jem?
Ella asintió, sin palabras que decir.
Will se tambaleó y puso una mano sobre el respaldo de una silla, para
mantener el equilibro. Se veía como alguien que ha sido golpeado en el
estómago, repentina y brutalmente. —¿Cuándo?
—Esta mañana. Pero nos hemos ido acercando, nos volvimos mucho más
cercanos, desde hace un largo tiempo.
—¿Tú… y Jem? —Will se veía como si le hubieran pedido que creyera en
algo imposible: nieve en verano, un invierno en Londres sin lluvia.
En respuesta, Tessa tocó con la punta de los dedos, el colgante de jade que
Jem le había dado. —Jem me dio esto —dijo. Su voz era muy baja—. Fue el
regalo de bodas de su madre.
Will observó los caracteres chinos sobre éste, como si fuera una serpiente
enroscada sobre la garganta de ella. —Él nunca me dijo nada. Nunca me dijo
una palabra sobre ti. No de ese modo. —Se apartó el negro cabello del rostro, en
ese gesto característico que ella lo había visto hacer una y mil veces, sólo que,
ahora, su mano temblaba visiblemente—. ¿Tú lo amas?
—Sí, lo amo —dijo ella, y vio que Will respingaba—. ¿Tú no?
—Pero él entendería —dijo él, aturdido—. Si se lo explicamos. Si se lo
decimos… él entendería.
Sólo por un momento, Tessa se imaginó quitándose el pendiente, bajando las
escaleras y golpeando la puerta de Jem. Regresándoselo. Diciéndole que ella
había cometido un error, que no podía casarse con él. Podría decírselo, decirle
todo sobre ella y sobre Will: que no estaba segura, que necesitaba tiempo, que
no podía prometerle todo su corazón, que parte de él pertenecía a Will y
siempre lo haría.
Y entonces, pensó en las primeras palabras que oyó decir a Jem, con los ojos
cerrados, de espaldas a ella, su rostro a la luz de la luna. ¿Will? ¿Will, eres tú? La
forma en que la voz de Will, su rostro, se suavizaban por Jem como no lo hacían
por nadie más; el modo en que Jem había aferrado las manos de Will en la
enfermería, mientras estaba sangrado; la forma en que Will había gritado
¡James! cuando los autómatas en el almacén lo habían golpeado.
No puedo separarlos uno del otro, pensó. No puedo ser responsable de una cosa así.
No puedo decirles, a cualquiera de ellos, la verdad.
Tessa imaginó el rostro de Jem, si ella rompía el compromiso. Él sería
amable. Jem siempre era amable. Pero ella estaría rompiendo algo precioso
dentro de él, algo esencial. Él no sería el mismo después de eso, y Will no
estaría allí para consolarlo. Y él tenía tan poco tiempo.
¿Y Will? ¿Qué haría él, entonces? Lo que sea que él pensara en ese momento,
ella sabía que, si rompía con Jem, incluso ahora, él no la tocaría, no estaría con
ella, sin importar lo mucho que la amara. ¿Cómo podría desfilar su amor por
ella frente a Jem, sabiendo que su felicidad llegaba a costa del dolor de su mejor
amigo? Incluso si Will se decía que podía manejarlo, para él, ella siempre sería
la chica que Jem amaba, hasta el día que Jem muriera. Hasta el día que ella
muriera. Él no traicionaría a Jem, incluso después de su muerte. Si hubiera sido alguien más, cualquier otra persona en el mundo… pero ella no amaría a
ninguna otra persona en el mundo. Estos eran los chicos que ella amaba. Para
bien. Y para mal.
Tessa hizo a su voz tan fría como pudo. Muy calmada. —¿Decirle qué?
Will sólo la miró. Había luz en sus ojos en las escaleras, mientras él trababa la
puerta, cuando la besó; una brillante, alborozada luz. Y ahora ésta se había ido,
desvaneciéndose como el aliento de alguien que está muriendo.
Pensó en Nate, desangrándose hasta la muerte en sus brazos. Había sido
incapaz, de ayudarlo en ese momento. Igual que ahora. Se sentía como si
estuviera viendo desangrarse la vida de Will Herondale y no hubiera nada que
ella pudiera hacer para detenerlo.
—Jem me perdonaría —dijo Will, pero había desesperanza, tanto en su rostro
como en su voz. Se había dado por vencido, pensó Tessa; Will, que nunca se dio
por vencido en ninguna pelea, después que hubiera comenzado—. Él…
—Lo haría —dijo ella—. Él nunca permanecería enojado contigo, Will; te ama
demasiado como para ello. Ni siquiera creo que dirigiera su ira hacia mí. Pero
esta mañana, él me dijo que pensaba que iba a morir sin amar a nadie como su
padre amaba a su madre, sin ser amado por nadie con esa correspondencia.
¿Quieres que vaya por el pasillo, golpee su puerta y rompa con él? ¿Y tú aún me
amarías si lo hiciera?
Will la miró por un largo momento. Luego, pareció estrujarse por dentro
como un papel; se sentó en una butaca y sepultó el rostro entre sus manos. —
Júrame… —dijo—… que lo amas. Lo suficiente como para casarte con él y
hacerlo feliz.
—Sí —dijo ella.
—Entonces, si lo amas… —continuó Will, en voz baja—… por favor, Tessa,
no le cuentes lo que acabo de decirte. No le digas que te amo.
—¿Y la maldición? Él no sabe…
—Por favor, no le cuentes sobre eso tampoco. Ni a Henry, ni a Charlotte… a
nadie. Yo tengo que decírselos a mi propio ritmo, a mi manera. Finge que no te
he dicho nada. Si aún te importo, Tessa, de algún modo…
—No se lo diré a nadie —dijo ella—. Lo juro. Lo prometo por mi ángel. Por el
ángel de mi madre. Y, Will.
Él había bajado las manos, pero aun así, parecía no poder mirarla. Se había
aferrado con tanta fuerza a los costados de la butaca que tenía los nudillos
blancos. —Creo que es mejor que te vayas, Tessa.
Pero ella no podía hacerle caso. No cuando él se veía así, como si se estuviera
muriendo por dentro. Más que cualquier otra cosa, ella deseaba ir, poner sus
brazos alrededor de él, besar sus ojos cerrados, hacerle sonreír otra vez.
—Lo que has sufrido… —dijo Tessa—… desde que tenías doce años… habría
matado a la mayoría de las personas. Siempre has creído que nadie te amaba,
que nadie podría amarte, como si su continua supervivencia fuera una prueba
de que no lo hacían. Pero Charlotte te ama. Y Henry. Y Jem. Y tu familia. Ellos
siempre te han amado, Will Herondale, por lo que no has podido ocultar, que es
el bien que tienes en tu interior, por mucho que lo intentes.
Él levantó la cabeza y la miró. Ella vio las llamas del fuego, reflejándose en
sus ojos azules. —¿Y tú? ¿Tú me amas?
Ella se clavó las uñas en las palmas —Will… —dijo.
Él la miró, casi como si fuera a través de ella, casi a ciegas. —¿Tú me amas?
—Yo… —Tessa inspiró profundo. Dolía—. Jem ha tenido razón con respecto
a ti, todo este tiempo. Eres mejor que el crédito que yo te daba, y me disculpo
por ello. Porque si éste eres tú, como eres en realidad, y yo creo que así es…
entonces, no tendrás ninguna dificultad para encontrar a alguien que te ame,
Will, alguien para quien estés primero en su corazón. Pero yo…
Él hizo un sonido, a medio camino entre una risa ahogada y un jadeo —
Primero en tu corazón —dijo—. ¿Creerías que no es la única vez que me has
dicho eso a mí?
Ella sacudió la cabeza, desconcertada. —Will, yo no…
—Tú nunca has podido amarme —dijo él con rotundidad y, cuando ella no
respondió, cuando ella no dijo nada, se estremeció, un estremecimiento que
recorrió su cuerpo por completo, y se apartó bruscamente de la butaca, sin
mirarla.
Will caminó con rigidez y cruzó el salón, buscando a tientas el cerrojo de la
puerta. Ella se quedó observándolo, con una mano sobre la boca, hasta que,
después de lo que pareció una eternidad, él lo encontró, lo abrió a ciegas y salió
al pasillo, cerrando la hoja tras de sí.
Will, pensó Tessa. ¿Will, éste eres tú? La parte posterior de los ojos le dolían.
De algún modo, se encontró con que estaba sentada en el suelo, frente al fuego
de la chimenea. Se quedó mirando las llamas, esperando a que llegaran las
lágrimas. Nada sucedió. Después de tanto tiempo de obligarlas a retroceder, al
parecer, había perdido la capacidad de llorar.
Tessa tomó el atizador de hierro de la chimenea y hundió la punta en el
corazón de los carbones calientes, sintiendo el calor sobre su rostro. El colgante
de jade alrededor de su garganta se calentó, casi quemándole la piel.
Sacó el atizador del fuego. Éste brillaba, tan rojo como un corazón. Ella cerró
la mano alrededor de la punta.
Por un momento, no sintió absolutamente nada. Y entonces, como si fuera a
una larguísima distancia, se oyó gritar, y fue como si una llave girara en el
interior de su corazón, liberando las lágrimas al fin. El atizador cayó al suelo.
Cuando Sophie entró a la carrera, después de haberla oído gritar, encontró a
Tessa de rodillas ante al fuego, su mano quemada apretada contra el pecho,
sollozando como si su corazón se hubiera destrozado.
***
Fue Sophie quien condujo a Tessa hacia su habitación, Sophie quien le puso
su camisón y la llevó a la cama, y Sophie quien le lavó la mano quemada con
una franela fría, y se la vendó con un ungüento que olía a hierbas y especias, el
mismo ungüento, le dijo a Tessa, que Charlotte había usado en la mejilla de
Sophie, cuando ella llegara al Instituto por primera vez.
—¿Crees que me quedará una cicatriz? —preguntó Tessa, más por curiosidad
que porque eso le preocupara, de una u otra manera. La quemadura, y el llanto
que la siguió, parecían haber chamuscado e inundado toda emoción hasta
sacarla de ella. Se sentía ligera y hueca como una conchilla.
—Probablemente una pequeña, no como la que tengo yo —dijo Sophie con
franqueza, asegurando la venda alrededor de la mano de Tessa—. Las quemaduras duelen más de lo que son, si entiende lo que quiero decir, y yo
llegué pronto a usted con el ungüento. Estará bien.
—No, no lo estaré —dijo Tessa, mirando su mano y luego a Sophie. Sophie,
encantadora como siempre, tranquila y paciente con su negro vestido y cofia
blanca, sus rizos amontonados alrededor de su rostro—. Lo lamento, otra vez,
Sophie —dijo—. Tú tenías razón sobre Gideon y yo estaba equivocada. Debí
haberte escuchado. Eres la última persona en la tierra que estaría inclinada a
volverse tonta por los hombres. La próxima vez que digas que vale la pena
confiar en alguien, yo creeré en ti.
La sonrisa de Sophie fue destellante, esa sonrisa que hacía que, incluso los
extraños, olvidaran su cicatriz. —Entiendo por qué dijo eso.
—Debí confiar en ti…
—Yo no debí estar tan enojada —dijo Sophie—. La verdad es que, yo misma,
no estaba segura de qué es lo que él iba a hacer. No estaba segura del todo,
hasta que regresó en el carruaje con usted, que él estaría de nuestro lado hasta
el final.
—Va a ser agradable, creo… —dijo Tessa, jugando con la ropa de cama —…
que él vaya a vivir aquí. Estará tan cerca de ti…
—Será la peor cosa del mundo —dijo Sophie y, de repente, sus ojos se
llenaron de lágrimas.
Tessa se paralizó de horror, preguntándose qué podría haber dicho que fuera
tan malo. Las lágrimas se acumularon en los ojos de Sophie, haciendo brillar su
color verde.
—Si él vive aquí, me verá como lo que realmente soy. Una sirvienta. —La
voz de Sophie se quebró—. Yo sabía que nunca debí ir a verlo, cuando él me lo
pidió. La señora Branwell no es el tipo de persona que castiga a sus sirvientes
por tener admiradores o algo así, pero yo sabía que, de todos modos, estaba
mal, porque él es quien es, y yo soy yo, y nunca podremos estar juntos.
Ella alzó una mano para enjugarse los ojos, y fue entonces cuando las
lágrimas empezaron a caer, derramándose por ambas mejillas, la sana y la que
tenía la cicatriz. —Yo podría perderlo todo, si me dejo ir… ¿y qué perdería él?
Nada.
—Gideon no es así.
—Él es hijo de su padre —dijo Sophie—. ¿Quién dijo que no importa? No
sería lo mismo que si fuera a casarse con una mundana, sino que me vería
atendiendo el fuego, haciendo la colada…
—Si él te ama, no tendrá en cuenta nada de eso.
—Las personas siempre tienen en cuenta eso. Ellos no son tan nobles como
usted piensa.
Tessa pensó en Will, con el rostro entre las manos, diciendo, Si lo amas, por
favor Tessa, no le cuentes lo que acabo de decirte.
—Una encuentra nobleza en los lugares más extraños, Soph. Además, ¿tú
realmente quieres ser una Cazadora de Sombras? ¿No preferirías…?
—Oh, pero yo lo quiero —dijo Sophie—. Más que cualquier otra cosa en el
mundo. Siempre lo quise.
—Nunca lo supe —dijo Tessa, maravillada.
—Solía pensar que, si me casaba con el amo Jem… —Sophie recogió la
manta, luego levantó la vista y sonrió con tristeza—. No habrá roto su corazón
aún, ¿no?
—No —dijo Tessa. Sólo partí el mío en dos—. No le he roto el corazón en
absoluto.
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 7 Empty LOS ORÍGENES- PRÍNCIPE MECÁNICO

Mensaje por StephRG14 Jue 04 Jun 2015, 3:58 pm

Capitulo 21
Carbones de fuego


Oh, hermano, los dioses fueron buenos contigo
Duerme, y sé feliz mientras el mundo
perdura
Siéntete contento mientras los años
transcurren
Da gracias por la vida, el amor y
la atracción;
Da gracias por la vida, hermano, y
por la muerte.
Por el último dulce sonido de sus pasos, su
respiración.
Por los regalos que ella te dio, amables y
escasos,
lágrimas y besos, aquella dueña de los tuyos
—Algernon Charles Swinburne, “El Triunfo del Tiempo”


La música se derramaba por la puerta de Jem, la cual estaba media
abierta. Will permaneció de pie, con la mano sobre el picaporte y el
hombro contra la pared. Se sentía profundamente agotado, más cansado
de lo que se había sentido en toda su vida. Una energía terriblemente ardiente
lo había mantenido alerta, desde que dejara Cheyne Walk, pero ahora se había
ido, drenada, y lo único que quedaba allí era una exhausta oscuridad.
Había esperado que Tessa lo llamara, después que él cerrara la puerta de la
sala de estar, pero ella no lo había hecho. Aún podía verla, mirándolo, con sus
ojos como grandes nubes de tormenta. Jem me lo ha propuesto, y he dicho que sí.
¿Lo amas?
Lo amo.
Y, a pesar de todo, allí estaba él, frente a la puerta de Jem. No sabía si había
ido para intentar hablarle a Jem de Tessa, si tal cosa podía lograrse, o, más
probablemente, si ése era el lugar donde había aprendido a ir a por consuelo y
no pudiera olvidar la costumbre de años. Empujó la puerta para abrirla; la luz
mágica se derramó por el pasillo, y él entró en la habitación de Jem.
Jem estaba sentado sobre el cofre a los pies de su cama, con el violín en
equilibrio sobre su hombro. Tenía los ojos cerrados mientras deslizaba el arco
sobre las cuerdas, pero las esquinas se sus labios se arquearon cuando su
parabatai entró a la habitación y dijo: —¿Will? ¿Eres tú, Will?
—Sí —dijo Will. Estaba de pie, justo en la entrada de la habitación, con la
sensación de que no podía ir más lejos.
Jem dejó de tocar y abrió los ojos. —Teleman48 —dijo—. Fantasía en mi
bemol mayor. —Dejó a un lado el violín y el arco—. Bueno, entra, entonces. Me
estás poniendo nervioso, quedándote allí parado.
Will dio unos pasos más al interior. Había pasado tanto tiempo en esa
habitación que la conocía tan bien como la propia. La colección de música de
Jem, libros, el estuche donde vivía su violín cuando no lo estaba tocando, las
ventanas que dejaban parches cuadrados de luz solar. El cofre que lo había
acompañado todo el tiempo, desde Shanghai. El bastón con su empuñadura de
jade apoyado contra la pared. La caja con Kwan Yin dibujada sobre la tapa, que
contenía la droga de Jem. El sillón, en el que Will había pasado incontables
noches, vigilando el sueño de Jem, contando sus respiraciones y orando.
Jem levantó la mirada. Sus ojos eran luminosos; ninguna sospecha los teñía,
sólo la simple felicidad de ver a su amigo. —Me alegra que estés aquí.
—A mí, también —dijo Will, con aspereza. Se sentía incómodo y se preguntó
si Jem podía percibirlo. Nunca antes se había sentido incómodo cerca de su
parabatai. Eran las palabras, pensó, allí en la punta de la lengua, rogando por ser
dichas.
Tú lo ves, ¿no es así, Jem? Sin Tessa, no hay nada aquí para mí; no hay alegría, no
hay luz, no hay vida. Si tú me amas, me dejarás tenerla. No puedes amarla como yo lo
hago. Nadie podría. Si eres en realidad mi hermano, harías esto por mí.
Pero las palabras permanecieron no dichas, y Jem se inclinó hacia delante,
con su voz baja y confidente. —Will. Hay algo que quería decirte, cuando no
hubiera nadie más alrededor.
Will se preparó. Eso era todo. Jem iba a contarle de su compromiso y él iba a
fingir estar feliz y no tener ganas de arrojarse por la ventana, que era lo que
desesperadamente quería hacer. —¿Y qué es eso?
El sol brillaba sobre el cabello de Jem cuando agachó la cabeza. —Debí hablar
contigo antes. Pero nosotros nunca hemos hablado de temas de amor, entre
nosotros, y contigo siendo tan cínico como eres… —sonrió—. Pensé que te
burlarías de mí por eso. Y además, nunca creí que existiera la posibilidad de
que ella correspondiera a mis sentimientos.
—Tessa —dijo Will. El nombre de ella era como cuchillos en su boca.
La sonrisa de Jem fue luminosa, encendiendo su rostro por completo, y
cualquier esperanza que Will abrigara en alguna secreta cámara de su corazón
de que, quizás, Jem realmente no la amara, desapareció, desvaneciéndose como
niebla ante un viento fuerte.
—Tú nunca has eludido tus deberes —dijo Jem—. Y sé que habrías hecho lo
posible por salvar a Tessa en el almacén de la casa de té, quienquiera que ella
fuese. Pero no pude dejar de pensar que, la razón por la cual estabas tan
empeñado en salvarla, era porque sabías lo que ella significa para mí. —Echó su
cabeza hacia atrás y su sonrisa se hizo incandescente—. ¿Adiviné correctamente
o soy un idiota estúpido?
—Eres un idiota —dijo Will y tragó fuerte, pasando por su garganta seca. —
Pero… estás en lo correcto. Sabía lo que ella significa para ti.
Jem sonrió. Will pensó que su felicidad estaba impresa por sobre todo su
rostro, sus ojos; nunca le había visto una mirada semejante. Él siempre pensó en
Jem como una presencia tranquila y pacífica, siempre pensó que aquella alegría,
como la ira, era una emoción demasiado extrema y humana para Jem.
Ahora, se percataba de que estaba bastante equivocado; simplemente Jem no
había sentido una felicidad como ésa con anterioridad. Al menos, no desde que
sus padres murieron, imaginó Will. Pero Will nunca lo había considerado.
Siempre había hecho hincapié en si Jem estaba a salvo, en si iba a sobrevivir,
pero no en si era feliz.
Jem es mi gran pecado.
Tessa había estado en lo correcto, pensó. Había querido que ella rompiera
con Jem costara lo que costase; ahora, se daba cuenta que no, no podía. Deberías,
al menos, creer en que conozco el honor… el honor y el deber, le había dicho a Jem y
tenía que cumplirlo. Le debía su vida a Jem. No podía quitarle lo que Jem
quería más que cualquier otra cosa. Incluso, si eso significaba la propia felicidad
de Will, por Jem, con quien no sólo tenía una deuda que nunca podría pagar,
sino que, como el juramento decía: era alguien a quien amaba como a su propia
alma.
Jem no sólo parecía más feliz, sino más fuerte, pensó Will, con un color
saludable en sus mejillas y la espalda erguida. —Tendría que disculparme —
dijo Jem—. Fui demasiado severo, con respecto a la guarida de los ifrits. Sé que,
simplemente, estabas buscando solaz.
—No, estabas en lo correcto al…
—No lo estaba. —Jem se puso de pie—. Si fui duro contigo, fue porque no
puedo soportar ver que te tratas a ti mismo como si no valieras nada. Sin
importar qué parte de ti actúe en forma contraria, siempre te veré como lo que
eres en realidad, mi hermano de sangre. No sólo eres mejor de lo que finges ser,
sino que eres mejor de lo que la mayoría de las personas podrían esperar a ser.
—Puso una mano sobre el hombro de Will, con suavidad—. Tú eres digno de
todo, Will.
Will cerró los ojos. Vio el negro basalto del salón del Concejo, los dos círculos
ardiendo sobre el piso. Jem saltando desde su círculo al de Will, de modo que
habitaran el mismo espacio, circunscripto por el fuego. En aquel entonces, los
ojos de Jem aún eran negros, grandes en su pálido rostro. Will recordaba las
palabras del juramento de su parabatai. Donde sea que vayas, yo iré; donde tú
mueras, yo moriré, y allí seré sepultado: el Ángel será mi testigo y aún más, hasta que la
muerte nos separe a ti y a mí. Aquella misma voz le hablaba ahora. —Gracias por
lo que hiciste por Tessa —dijo Jem.
Will no podía mirar a Jem. En lugar de ello, miraba hacia la pared, donde las
sombras de ambos se mezclaban en relieve, de modo que uno no podría decir
dónde terminaba el cuerpo de un muchacho y dónde empezaba el del otro.
—Gracias por observar al Hermano Enoch mientras quitaba fragmentos de
metal de mi espalda más tarde.
Jem rió. —¿Para qué otra cosa están los parabatai?
***
La cámara del Concejo estaba cubierta de pendones rojos cortados por runas
en color negro; Jem le susurró a Tessa que eran runas de decisión y juicio.
Tomaron sus lugares en el frente, en una hilera donde también estaban
Henry, Gideon, Charlotte y Will. Tessa no había hablado con Will desde el día
anterior; él no se había presentado en el desayuno y se les unió bastante tarde
en el patio, aún abrochándose el abrigo mientras bajaba corriendo por las
escaleras. Su oscuro cabello estaba despeinado y lucía como si no hubiera
dormido. Parecía tratar de evitar la mirada de Tessa y ella, a su vez, evitó
devolvérsela, a pesar de que podía sentirla fluctuando sobre ella de vez en
cuando, como calientes motas de ceniza sobre su piel.
Jem era un perfecto caballero; su compromiso aún era un secreto y además
de sonreírle cada vez que ella lo miraba, su comportamiento no fue, de ningún
modo, fuera de lo común. Mientras se acomodaban en sus asientos en el
Concejo, sintió que le frotaba suavemente el brazo con los nudillos de su mano
derecha, antes de apartarse.
Podía sentir que Will observándolos, desde el final de la fila donde estaba
sentado. No miró en su dirección.
En sitiales sobre la plataforma elevada en el centro de la cámara, se sentaba
Benedict Lightwood, su perfil de águila apartándose de la muchedumbre en el
Concejo, la mandíbula erguida. Detrás de él se ubicaba Gabriel quien, como
Will, lucía exhausto y sin afeitar. Miró una vez a su hermano, mientras Gideon
tomaba asiento, deliberadamente, entre los Cazadores de Sombras del Instituto.
Gabriel se mordió el labio y bajó la mirada hasta sus zapatos, pero no se movió
de donde estaba sentado.
Tessa reconoció algunos rostros más en la audiencia. La tía de Charlotte,
Callida, estaba allí, así como el demacrado Aloysius Starkweather, a pesar que
se había quejado, sin duda, de no haber sido invitado. Los ojos del hombre se
entornaron cuando cayeron sobre Tessa, y ella se giró rápidamente hacia el
frente de la habitación.
—Estamos aquí… —dijo el Cónsul Wayland cuando tomó su lugar ante el
atril, con el Inquisidor sentado a su izquierda— para determinar en qué medida
Charlotte y Henry Branwell han prestado asistencia a la Clave, durante la
pasada quincena, en el asunto de Axel Mortmain, y si, como Benedict
Lightwood ha reclamado, el Instituto de Londres estaría mejor en otras manos.
El Inquisidor se levantó. Tenía algo en sus manos, que brillaba en color plata
y negro. —Charlotte Branwell, por favor avanza hasta el atril.
Charlotte se puso de pie y subió las escaleras hasta el escenario. El Inquisidor
bajó la Espada Mortal y Charlotte envolvió sus manos alrededor de la hoja. En
voz baja, relató los acontecimientos de las últimas dos semanas: la búsqueda de
Mortmain en los recortes de periódicos y relatos históricos, la visita a Yorkshire,
la amenaza contra los Herondale, el descubrimiento de la traición de Jessie, la
lucha en el almacén, la muerte de Nate. Nunca mintió, aunque Tessa estaba
consciente que dejaba detalles de lado aquí y allí. Aparentemente, la Espada
Mortal podía ser engañada, pero sólo ligeramente.
Hubo varios momentos durante el relato de Charlotte, en los que algún
miembro del Concejo reaccionó en forma audible: inspirando con fuerza,
arrastrando los pies, sobre todo ante la revelación del rol de Jessamine en el
procedimiento.
—Yo conocí a sus padres —Tessa oyó murmurar a la tía de Charlotte,
Callida, desde la parte trasera del salón—. Terrible asunto… ¡Terrible!
—¿Y dónde está la chica en este momento? —exigió saber el Inquisidor.
—Está en las celdas de la Ciudad Silenciosa —dijo Charlotte—. Espera el
castigo por su crimen. He informado al Cónsul de su paradero.
El Inquisidor, quien había estado paseándose de arriba abajo de la
plataforma, se detuvo y miró a Charlotte agudamente a la cara. —Has dicho
que esa chica era como una hija para ti —dijo—. ¿Y aun así la has entregado a
los Hermanos de buena gana? ¿Por qué harías algo como eso?
La Ley es dura —dijo Charlotte—. Pero es la Ley.
La boca del Cónsul Wayland se curvó hacia un lado. —Y aquí, tú has dicho
que ella sería demasiado suave con los infractores, Benedict —dijo—. ¿Algún
comentario?
Benedict se puso de pie; claramente, había decidido disparar sus puños hoy y
éstos sobresalían, blancos como la nieve, de las mangas de su chaqueta de
tweed oscuro a medida. —Tengo un comentario —dijo—. Apoyo de todo
corazón a Charlotte Branwell en su liderazgo sobre el Instituto y renuncio a mi
reclamo por una posición allí.
Un murmullo de incredulidad corrió por la multitud.
Benedict sonrió amablemente.
El Inquisidor se volvió y lo miró con recelo. —Entonces, lo que estás diciendo
es… —repitió— que, a pesar del hecho de que estos Cazadores de Sombras
asesinaron a Nathaniel Gray, o fueron responsables de su muerte, a nuestro
único enlace con Mortmain, a pesar del hecho de que, una vez más, albergaban
un espía bajo su techo, a pesar del hecho que aún no saben dónde está
Mortmain, tú recomendarías a Charlotte y Henry Branwell para dirigir este
Instituto.
—Quizás ellos no sepan dónde está Mortmain —dijo Benedict— pero saben
quién es. Como el gran estratega mundano Sun Tzu dijo, en El Arte de la Guerra,
“Si conoces a tus enemigos y te conoces a ti mismo, puedes ganar cien batallas
sin una sola pérdida”. Ahora sabemos quién es Mortmain en realidad… un
hombre mortal, no un ser sobrenatural; un hombre temeroso de la muerte, un
hombre empeñado en la venganza por lo que, él considera, la muerte
inmerecida de su familia. Ni siquiera tiene compasión por los Submundos.
Utilizó hombres lobo para que lo ayudaran a construir su ejército mecánico con
rapidez, los alimentó con drogas para mantenerlos trabajando durante todo el
día, sabiendo que las drogas matarían a los lobos y asegurarían el silencio. A
juzgar por el tamaño del almacén que usó y el número de trabajadores
empleados, su ejército mecánico será considerable. Y, juzgando por sus
motivaciones y los años que ha estado planeando sus estrategias de venganza,
él es un hombre con el que no se puede razonar, que no puede ser disuadido,
que no puede ser detenido. Y eso, es algo que no conocimos con anterioridad.
El Inquisidor miró a Benedict, enmudecido, como si sospechara que algo
malo estaba sucediendo, pero sin imaginar qué podría ser. —¿Prepararse para
una guerra? ¿Y cómo sugieres que lo hagamos… en base, por supuesto, a toda
esa información presuntamente valiosa que los Branwell adquirieron?
Benedict se encogió de hombros. —Bueno, por supuesto, eso es algo que el
Concejo deberá decidir con el tiempo. Pero Mortmain ha intentado reclutar a
poderosos Submundos, como Woolsey Scott y Camille Belcourt, a su causa. Es
posible que no sepamos dónde está, pero conocemos sus métodos y podemos
atraparlo de ese modo. Quizás aliándonos con algunos de los líderes más
poderosos del Submundo. Charlotte parece tener a algunos de ellos al alcance
de su mano, ¿no lo crees así?
Una risa débil corría por el Concejo, pero no se estaban riendo de Charlotte;
estaban sonriendo junto con Benedict. Gabriel observaba a su padre, con sus
verdes ojos ardiendo.
—¿Y la espía en el Instituto? ¿No llamarías a eso, un ejemplo de su
negligencia? —dijo el Inquisidor.
—No del todo —dijo Benedict—. Ella trató todo el asunto con rapidez y sin
muestras de compasión.
Él le sonrió a Charlotte, una sonrisa parecida a una navaja.
—Me retracto de mi afirmación anterior sobre la blandura de su corazón.
Claramente, ella es tan capaz de hacer frente a la justicia con impiedad, como
cualquier hombre.
Charlotte palideció, pero no dijo nada. Sus pequeñas manos aún estaban
muy quietas sobre la Espada.
El Cónsul Wayland suspiró en forma entrecortada. —Me gustaría que
hubieras llegado a esa conclusión un par de semanas antes, Benedict, y nos
hubieras salvado de este problema.
Benedict se encogió de hombros con elegancia. —Pensé que ella necesitaba
ser probada —dijo—. Afortunadamente, ha pasado esa prueba.
Wayland sacudió la cabeza. —Muy bien. Vamos a votar sobre este tema. —
Le entregó, lo que parecía un recipiente de vidrio nublado al Inquisidor, quien
bajó hasta la multitud y alargó el vial a la mujer que estaba sentada en la
primera silla de la primera fila. Tessa observó, con fascinación, mientras la
mujer inclinaba la cabeza y susurraba dentro del vial, luego lo pasó al hombre
que estaba a su izquierda.
A medida que el vial viajaba por entre la multitud, Tessa sintió que Jem
deslizaba su mano entre las de ella. Ella saltó, a pesar de que sus faldas
voluminosas, sospechó, ocultaban sus manos con largura. Enlazó sus dedos con
los de él, delgados y delicados, y cerró los ojos. Lo amo. Lo amo. Lo amo. Y de
hecho, el toque le provocó escalofríos, aunque también le dieron ganas de
llorar: con amor, con confusión, con el corazón roto, al recordar la mirada en el
rostro de Will cuando ella le dijo que estaba comprometida con Jem, el modo en
que la felicidad se extinguía en él, como fuego rociado por la lluvia.
Jem retiró su mano de entre las de ella, para tomar el vial que le entregaba
Gideon a su otro costado. Ella lo oyó susurrar “Charlotte Branwell”, antes que
pasara el vial, por encima de ella, a Henry, que se encontraba a su lado. Ella lo
miró y él debió malinterpretar la desdicha en sus ojos, porque le sonrió
alentador. —Todo saldrá bien —dijo—. Escogerán a Charlotte.
Cuando el vial terminó su viaje, fue devuelto a las manos del Inquisidor,
quien lo presentó, con una floritura, al Cónsul. El Cónsul tomó el vial y,
poniéndolo en el atril frente a él, dibujó una runa sobre el vidrio con su estela.
El vial se estremeció, como una caldera que entrara en ebullición. Un humo
blanco brotó de su cuello abierto: los susurros colectados de cientos de
Cazadores de Sombras. Ellos gritaron las palabras al aire.
CHARLOTE BRANWELL
Charlotte apartó las manos de la Espada Mortal, casi tambaleándose de
alivio. Henry lanzó un grito de alegría y arrojó su sombrero al aire. La
habitación estaba llena de charlas y confusión.
Tessa no pudo evitar deslizar la mirada por la hilera, hasta Will. Él se había
desplomado en su asiento, con la cabeza baja y los ojos cerrados. Se veía blanco
y agotado, como si estos últimos acontecimientos le hubieran consumido el
resto de sus energías.
Un grito atravesó el bullicio. Tessa se puso de pie en un momento, mirando a
su alrededor. Era la tía de Charlotte, Callida, quien gritaba, con su elegante
cabeza gris echada hacia atrás y su dedo apuntando hacia el cielo. Los jadeos
recorrían la habitación a medida que los otros Cazadores de Sombras seguían
su mirada.
El aire, por encima de ellos, estaba lleno con decenas, veintenas, incluso, de
zumbantes criaturas de metal negro, como enormes escarabajos de acero negro
con alas de cobre, que iban y venían por el aire, llenando el salón con el
desagradable sonido de zumbidos metálicos.
Uno de los escarabajos metálicos se sumergió hacia abajo y flotó frente a
Tessa, justo a nivel de sus ojos, haciendo un sonido de clics. No tenía ojos,
aunque había una placa circular de vidrio en la parte plana de delante de la
cabeza. Ella sintió que Jem la cogía del brazo, tratando de empujarla lejos de
allí, pero ella se apartó con impaciencia, se sacó el sombrero de la cabeza y lo
estampó sobre la parte superior de la cosa, atrapándola entre el sombrero y el
asiento de la silla. Ésta, inmediatamente, empezó a hacer un enfurecido y agudo
zumbido.
—¡Henry! —gritó ella—. Henry, tengo una de esas cosas…
Henry apareció detrás de ella, con el rostro enrojecido, y se quedó mirando el
agujero. Se estaba abriendo un pequeño agujero en un costado del elegante
terciopelo gris, allí donde la criatura mecánica lo desgarraba. Con una
maldición, Henry bajó su puño con fuerza, aplastando al sombrero y la cosa en
su interior contra el asiento. Ésta zumbó y se quedó inmóvil.
Jem se acercó y levantó el sombrero roto con cautela. Lo que quedaba debajo
de éste, era una dispersión de partes: un ala de metal, una coraza estructural
destrozada y articulaciones quebradas de patas de cobre.
—Ugh —comentó Tessa—. Eso es demasiado… bichosoide.
Ella levantó la mirada cuando otro grito atravesó el salón. Las criaturas
insectoides se habían reunido en un remolino negro en el centro de la
habitación; mientras ella observaba, empezaron a arremolinarse cada vez más
rápido y luego desaparecieron, como escarabajos negros que fueran
succionados por el desagüe.
—Lamento lo del sombrero —dijo Henry—. Te conseguiré otro.
—Olvida el sombrero —exclamó Tessa, mientras los gritos furiosos del
Concejo hacían eco a través de la habitación. Miró hacia el centro del salón,
donde el Cónsul permanecía con la refulgente Espada Mortal en su mano.
Detrás de él estaba Benedict, con el rostro de piedra y los ojos fríos como el
hielo—. Claramente, tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos.
***
—Es un tipo de cámara —dijo Henry, sosteniendo los trozos de la metálica
criatura escarabajo destrozada sobre su regazo, mientras el carruaje traqueteaba
en su camino de regreso—. Sin Jessamine, Nate o Benedict, Mortmain debe
estar falto de espías humanos confiables que puedan informarle. Así que envió
a estas cosas. —Señaló un fragmento. Había reunido todos los trozos en la copa
del sombrero de Tessa y lo protegía en su regazo mientras ellos se sacudían por
el movimiento del carruaje.
—Benedict no parecía muy contento de ver esas cosas —dijo Will—. Se debió
dar cuenta de que Mortmain ya sabe de su deserción.
— Era una cuestión de tiempo — dijo Charlotte—. ¿Henry, estas cosas
pueden grabar sonidos como un fonógrafo o sólo fotografías? Volaban tan
rápido…
—No estoy seguro —Henry frunció el ceño—. Voy a tener que examinar sus
partes con más atención en el sótano. No puedo encontrar ningún mecanismo
de disparo, pero eso no significa que… —Levantó la mirada hacia los rostros
desconcertados fijos en él, y se encogió de hombros—. En cualquier caso… —
dijo—. Tal vez, no sea malo para el Concejo, el dar un vistazo a las invenciones
de Mortmain. Una cosa es oír sobre ellas, otra es ver lo que está haciendo. ¿Qué
piensas tú, Lottie?
Charlotte murmuró una respuesta, pero Tessa no la oyó. Su mente estaba
atrapada en una cosa más peculiar, que se había producido justo después de
que ella abandonara la cámara del Concejo, mientras esperaba el carruaje de los
Branwell. Jem acababa de apartarse de ella para hablar con Will, cuando la
solapa de un manto negro atrajo su mirada, y Aloysius Starkweather apareció
tras ella, su rostro grisáceo luciendo feroz. —Señorita Gray —ladró—. Esa
criatura mecánica… el modo en que se aproximó a usted…
Tessa permaneció en silencio, observando; esperando que él la acusara de
algo, aunque no podría imaginarse de qué.
—¿Eshtá todo bien? —dijo el hombre abruptamente, y al final, su acento de
Yorkshire pareció, de repente, muy pronunciado—. ¿Le ha hesho daño?
Lentamente, Tessa sacudió la cabeza—. No, señor Starkweather. Gracias por
su amabilidad al preocuparse por mi bienestar, pero no.
Para ese entonces, Jem y Will se habían vuelto y estaban observando. Como
si fuera consciente de estar atrayendo la atención, Starkweather asintió
bruscamente con la cabeza, dio media vuelta y se marchó; su capa desigual
flotando tras él.
Tessa no podía encontrar ni pies ni cabeza a todo ese asunto. Justo estaba
pensando en su breve tiempo en la cabeza de Starkweather, y en el asombro
que él sintió cuando la vio por primera vez, cuando el carruaje se detuvo, de un
tirón, frente al Instituto. Aliviados de verse libres de su confinamiento, los
Cazadores de Sombras y Tessa se dejaron caer sobre el sendero.
Había una brecha en la capa de nubes grises sobre la ciudad, y caía sobre
ellos la luz de un sol amarillo limón, haciendo brillar los escalones de entrada.
Charlotte se dirigió hacia estos, pero Henry la detuvo, acercándola a él con el
brazo donde no llevaba el sombrero destruido de Tessa.
Tessa los observaba, con el primer destello de felicidad que había sentido
desde el día anterior. Se dio cuenta de que había empezado a tomarles
verdadero cariño a Charlotte y a Henry, y quería verlos felices.
—Lo que debemos recordar es que todo ha ido tan bien como esperábamos
—dijo Henry, sosteniéndola con fuerza—. Estoy muy orgulloso de ti, querida.
Tessa habría esperado un comentario sarcástico de Will en ese momento,
pero él tenía la mirada perdida en las puertas. Gideon se veía avergonzado y
Jem como si estuviera satisfecho.
Charlotte se alejó de Henry, ruborizándose furiosamente y enderezando su
sombrero, pero se veía obviamente encantada. —¿De verdad, Henry?
—¡Absolutamente! No solamente mi esposa es bella, ella es brillante y esa
brillantez debería ser reconocida.
—Aquí… —dijo Will, sin apartar la mirada de las puertas— es cuando
Jessamine te habría dicho que te detengas porque la estabas enfermando.
La sonrisa se desvaneció del rostro de Charlotte. —Pobre Jessie…
Pero la expresión de Henry era inusualmente dura en él. —Ella no debió
hacer lo que hizo, Lottie. No es tu culpa. Sólo podemos esperar que el Concejo
la juzgue con indulgencia. —Se aclaró la garganta—. Y vamos a dejar de hablar de Jessamine por hoy, ¿de acuerdo? Esta noche es para celebrar. El Instituto aún
es nuestro.
Charlotte le sonrió, con tanto amor en los ojos que Tessa tuvo que apartar la
mirada hacia el Instituto. Parpadeó. En lo alto del muro de piedra, sus ojos
captaron un destello de movimiento. Una cortina se apartó en la esquina de una
ventana y ella pudo ver un rostro pálido que miraba hacia abajo. ¿Sophie
buscando a Gideon? No podía estar segura, el rostro se había ido tan pronto
como apareció.
***
Tessa se vistió con especial cuidado esa noche, con uno de los nuevos
vestidos que Charlotte le había proporcionado; satén azul con un corsé ligero en
forma de corazón y un profundo corte, de escote redondo sobre una camiseta
de encaje de Malinas. Las mangas eran cortas y acanaladas, mostrando sus
largos brazos blancos y ella se había peinado el cabello en rizos, sujetándolos
hacia arriba y hacia atrás en un arreglo entrelazado con oscuros pensamientos
azules. No fue hasta después que Sophie los hubiera fijado cuidadosamente a
sus cabellos, que Tessa se dio cuenta de que éstos eran del color de los ojos de
Will, y, de pronto, quiso quitárselos, pero, por supuesto, no hizo nada de eso,
sino que simplemente le agradeció a Sophie por sus esfuerzos y la felicitó
sinceramente por cuán graciosamente se enrulaba su cabello.
Sophie bajó antes que ella, para ir a ayudar a Bridget en la cocina. Tessa se
sentó automáticamente frente al espejo, para morderse los labios y pellizcarse
las mejillas. Necesitaba color, pensó. Estaba inusualmente pálida.
El pendiente de jade estaba bajo el encaje de Malinas, donde nadie podría
verlo. Sophie lo había mirado mientras Tessa se vestía, pero no hizo
comentarios. Ella recogió el colgante del ángel mecánico y se lo sujetó también,
alrededor de su garganta. Éste se acomodó bajo el otro pendiente, justo debajo
de su clavícula y la tranquilizó con su tic-tac. No había una razón por la que no
pudiera usar los dos, ¿verdad?
Cuando salió al corredor, Jem la estaba esperando. Sus ojos se iluminaron
cuando la vio, y después de dar un vistazo de arriba abajo del pasillo, él la
atrajo hacia sí y la besó en la boca.
Ella se obligó a fundirse en el beso, a disolverse contra él como lo había
hecho antes. La boca de él era suave en la suya y sabía dulce, su mano cuando
la tomó del cuello era fuerte y gentil. Ella se acercó más, deseando sentir el
latido del corazón de Jem.
Él se echó hacia atrás, sin aliento. —No era mi intención hacer esto…
Ella sonrió. —Yo creo que sí, James.
—No antes de verte —dijo él—. Sólo quería preguntarte si podía
acompañarte a cenar. Pero te ves tan hermosa. —Le tocó el cabello—. Sin
embargo, me temo que demasiada pasión podría hacer que empezaras a arrojar
pétalos como un árbol en otoño.
—Bueno, puedes hacerlo —dijo ella—. Acompañarme a cenar, quiero decir.
—Gracias. —Deslizó la punta de sus dedos sobre los pómulos de ella—.
Pensaba que despertaría esta mañana y que habría sido un sueño el que me
hubieras dicho que sí. Pero no lo era. ¿O sí? —Sus ojos buscaron el rostro de
Tessa.
Ella sacudió la cabeza. Podía degustar las lágrimas en el fondo de su
garganta y se alegró de que sus guantes de seda ocultaran la quemadura de su
mano izquierda.
—Lamento que estés consiguiendo tan mal negocio conmigo, Tessa —dijo
él—. En años, quiero decir. Encadenarte a un hombre moribundo, cuando sólo
tienes dieciséis años…
—Tú sólo tienes diecisiete. Tiempo suficiente como para encontrar una cura
—susurró ella—. Y lo haremos. Encontraremos una. Yo estaré contigo. Para
siempre.
—Ahora, lo que yo creo —comentó él— es que cuando dos almas son como
una, permanecen juntas en la Rueda. Nací en este mundo para amarte, y te
amaré en la próxima vida, y en la siguiente tras ésa.
Ella pensó en Magnus. Estamos encadenados a esta vida por una cadena de oro y
no nos atrevemos a cortarla, por miedo a lo que está más allá de la caída.
Ahora, ella sabía lo que significaba eso. La inmortalidad era un don, pero no
uno sin consecuencias. Porque si yo soy inmortal, pensó, entonces sólo tengo esta, esta única vida. No regresaré y cambiaré como tú lo haces, James. No te veré en el Cielo,
o en las barrancas del gran río, o lo que sea la vida que se encuentra más allá de ésta.
Pero ella no lo dijo en voz alta. Eso lo lastimaría y si había algo que ella sabía
real, era ese fuerte deseo irracional viviendo en ella, de protegerlo de ser
lastimado, de interponerse entre él y la desilusión, entre él y el dolor, entre él y
la muerte, y luchar contra ellos para hacerlos retroceder, como Boudica había
combatido a los romanos que avanzaban. En lugar de eso, se acercó y tocó su
mejilla; Jem apretó su rostro contra el cabello de ella, el cabello lleno de flores
del color de los ojos de Will, y se quedaron así, entrelazados, hasta que la
campana de la cena sonó por segunda vez.
***
Bridget, a quien se oía cantar tristemente en la cocina, se había superado a sí
misma en el comedor, colocando velas en candelabros de plata por todas partes,
para que el lugar entero brillara de luz. Rosas cortadas y orquídeas, flotaban en
cuencos de plata sobre el mantel de lino blanco. Henry y Charlotte presidían la
mesa. Gideon, en traje de noche, se sentaba con los ojos fijos en Sophie mientras
ella entraba y salía de la habitación, a pesar que ella parecía evitar
estudiadamente su mirada. Y junto a él, se sentaba Will.
Yo amo a Jem. Me casaré con Jem. Tessa había tenido que repetírselo todo el
camino hasta la sala, pero había poca diferencia; su corazón dio un vuelco
enfermizamente en su pecho cuando vio a Will. No lo había visto en traje de
noche desde la velada del baile y, a pesar de que se veía pálido y enfermo, lucía
ridículamente apuesto en él.
—¿Su cocinera siempre está cantando? —estaba preguntando Gideon en tono
de asombro, cuando Jem y Tessa entraron. Henry levantó la mirada y, al verlos,
sonrió con todo su amistoso y pecoso rostro.
—Estábamos empezando a preguntarnos dónde… —empezó.
—Tessa y yo tenemos noticias —estalló Jem.
Su mano encontró la de Tessa y la sostuvo; ella se quedó congelada mientras
tres rostros curiosos se giraban hacia ellos, cuatro, si contaba a Sophie quien
acababa de entrar en la habitación. Will se quedó donde estaba, observando el
cuenco de plata frente a sí; en éste flotaba una rosa blanca y él parecía dispuesto
a mirarla fijamente hasta que se hundiera. En la cocina, Bridget aún estaba cantando una de sus horribles canciones tristes; la letra se filtraba a través de la
puerta:
“En una feria nocturna, fui a tomar aire
Oí a una criada llorando su lamento;
Ella dijo: ¿habéis visto a mi padre?
¿O habéis visto a mi madre?
¿O habéis visto a mi hermano, John?
¿O habéis visto al joven que amo con el corazón
y su nombre es Dulce William?”
Podría matarla, pensó Tessa. Dejarla hacer una canción sobre eso.
—Bueno, tienen que decírnoslo ahora —dijo Charlotte, sonriendo—. ¡No nos
dejes colgados en suspenso, Jem!
Jem levantó sus manos unidas y dijo: —Tessa y yo estamos comprometidos
para casarnos. Yo le pregunté y… ella me aceptó.
Hubo un silencio sorprendido. Gideon observaba asombrado (Tessa sentía
bastante pena por él, de una forma bastante separada) y Sophie permanecía de
pie, con una jarra de crema en las manos y la boca abierta. Tanto Charlotte
como Henry parecían sorprendidos de su ingenio.
Ninguno de ellos se esperaba esto, pensó Tessa. Por más que Jessamine
hubiera dicho que la madre de Tessa era una Cazadora de Sombras, ella aún era
un Submundo y los Cazadores de Sombras no se casan con Submundos. Ese
momento no se le había ocurrido. Había pensado, de algún modo, que iban a
hablar con todos por separado, cuidadosamente, no que Jem lo dejara escapar
en una fiebre de gozosa felicidad, en medio del salón comedor. Y pensó: Oh, por
favor, sonrían. Por favor, felicítennos. ¡Por favor, no echen a perder este momento para
él! Por favor.
La sonrisa de Jem apenas había empezado a decaer, cuando Will se puso de
pie. Tessa inspiró profundo. Estaba hermoso en su traje de noche, eso era cierto,
pero él siempre fue hermoso; sin embargo, había algo diferente en él ahora, una

capa más profunda que el azul de sus ojos, una grieta en la armadura dura y perfecta que lo rodeaba, dejando escapar un rayo de luz. Éste era un nuevo
Will, un Will diferente, un Will del que ella sólo había captado destellos… un
Will que, quizás, sólo Jem había conocido en realidad. Y ahora, ella nunca lo
conocería. El pensamiento la atravesó con tristeza, como si estuviera
recordando a alguien que hubiese muerto.
Él alzó su copa de vino. —No conozco a dos personas más finas —dijo—. Y
no podría imaginar mejores noticias. Que su vida juntos sea larga y feliz —Sus
ojos buscaron los de Tessa y luego se apartaron de ella, fijándose en Jem—.
Felicidades, hermano.
Después de su discurso, se produjo un diluvio de otras voces. Sophie dejó la
jarra y corrió a abrazar a Tessa. Henry y Gideon estrecharon la mano de Jem y
Will, permaneció observando todo, aún sosteniendo la copa en su mano.
A través del parloteo feliz de las voces, sólo Charlotte estaba silenciosa, su
mano apretada contra su pecho. Tessa se inclinó, preocupada, sobre ella.
—¿Charlotte, todo está bien?
—Sí —dijo Charlotte, y luego levantó la voz—. Sí. Es sólo que… tengo
noticias propias. Buenas noticias.
—Sí, querida —dijo Henry—. ¡Hemos ganado el Instituto de vuelta! Pero
todo el mundo ya lo sabe…
— No, no eso, Henry. Tú… —Charlotte hizo un sonido parecido a un hipido,
mitad risa, mitad lágrimas—. Henry y yo vamos a tener un hijo. Un niño. El
Hermano Enoch me lo dijo. Yo no quise decir nada antes, pero…
El resto de sus palabras fue ahogado por el incrédulo alarido de alegría de
Henry. Él levantó completamente a Charlotte de su asiento y la apretó en sus
brazos. —Querida, eso es maravilloso, maravilloso…
Sophie dio un gritito y palmoteó. Gideon se veía como si estuviera tan
avergonzado que, probablemente, podría morirse en ese mismo lugar y Will y
Jem intercambiaron sonrisas desconcertadas. Tessa no pudo evitar el sonreír; el
placer de Henry era contagioso. Él danzaba un vals con Charlotte a través de la
habitación una y otra vez, pero se detuvo súbitamente, horrorizado de que
bailar el vals pudiera ser malo para el bebé y la sentó en la silla más cercana.
—Henry soy perfectamente capaz de caminar —dijo Charlotte, indignada. —
Incluso de bailar.
—¡Mi querida, estás indispuesta! Debes permanecer en cama por los
próximos ocho meses. El pequeño Buford…
—No voy a llamar Buford a nuestro hijo. No me importa si es el nombre de
tu padre o es un nombre tradicional de Yorkshire… —Charlotte empezaba a
exasperarse, cuando sonó un golpe en la puerta y Cyril asomó la cabeza.
Él observó la escena gozosa frente a sí y dijo vacilante. —Señor Branwell, hay
alguien aquí para verlos a todos.
Henry parpadeó. —¿Alguien para vernos? Pero esto es una cena privada,
Cyril. Y no he oído sonar la campanilla…
— No, ella es una Nefilim —dijo Cyril—. Y dice que es muy importante. No
va a esperar.
Henry y Charlotte intercambiaron miradas llenas de confusión.
—Bueno, está bien, entonces —dijo Henry, al fin—. Déjala entrar, pero dile
que debe ser rápido.
Cyril desapareció. Charlotte se puso de pie, se alisó el vestido y acomodó su
cabello revuelto. —¿Será la tía Callida, quizás? —preguntó, con voz
dubitativa—. No puedo imaginar quién más…
La puerta se abrió de nuevo y Cyril entró, seguido por una joven de unos
quince años. Ella llevaba un manto negro de viaje sobre un vestido verde.
Incluso si Tessa no la hubiera visto antes, sabría quién era ella, al instante; la
hubiera reconocido por su cabello negro, por el azul-violáceo de los ojos, por la
graciosa curvatura de la garganta, los delicados ángulos de sus rasgos, la plena
forma de su boca. Oyó que Will contenía una súbita, violenta respiración.
—Hola —dijo la muchacha, en una voz sorprendentemente suave y
sorprendentemente firme a la vez. —Me disculpo por interrumpir su hora de la
cena, pero no tengo otro lugar para ir. Soy Cecily Herondale, verá. Vine para ser
entrenada como una Cazadora de Sombras.

Una nota de la Inglaterra de Tessa

Como en Ángel Mecánico, el Londres de Príncipe Mecánico es, tanto como pude
hacerlo, una mezcla de lo real y lo irreal, lo famoso y lo olvidado. (Por ejemplo,
de verdad hay una Cámara Pyx en la Abadía de Westminster). La geografía del
verdadero Londres victoriano es preservada tanto como sea posible, pero hubo
veces en que eso fue imposible.
Para aquellos que se preguntan por el Instituto: Había una iglesia llamada
Todos los Santos-el Menor que se quemó en el Gran Incendio de Londres en
1666; sin embargo, estaba localizada en Upper Thames Street, no donde yo la
he ubicado, justo al lado de Fleet Street. Aquellos que están familiarizados con
Londres, reconocerán la localización del Instituto, y la forma de su aguja, como
esa de la famosa iglesia St. Bride, amada por periodistas y reporteros, la cual no
es mencionada en Infernal Devices, ya que el Instituto ha tomado su lugar. Para
aquellos que se preguntan por el Instituto de York, está basado en Holy Trinity
Goodramgate, una iglesia que todavía pueden encontrar y visitar en York.
En cuanto a la casa de los Lightwood en Chiswick; durante los siglos dieciséis y
diecisiete se creía que Chiswick estaba lo suficientemente lejos de Londres para
ser un refugio saludable de la suciedad y las enfermedades de la ciudad, y las
familias adineradas tenían mansiones ahí. La casa de los Lightwood está
basada, muy someramente, en la famosa Casa Chiswick.
En cuanto al Número 16 en Cheyne Walk, donde vive Woolsey Scott, en ese
tiempo de hecho era rentada tanto por Algernon Charles Swinburne, Dante
Gabriel Rossetti, y George Meredith. Ellos eran miembros del movimiento
estético, y hubieran apreciado el lema en el anillo de Woolsey: “L’art pour l’art,”
o “El amor por el arte.”
En cuanto al antro de opio en Whitechapel, se ha hecho mucha investigación
acerca del tema, pero no hay pruebas de que ese antro de opio, tan amado por
los fans de Sherlock Holmes y los entusiastas de lo gótico, haya existido alguna
vez. Aquí ha sido reemplazado por un antro de vicio demoníaco. Esos nunca se
han probado que existieran, tampoco… pero, nunca se ha probado que no
existieran.
Para aquellos que se preguntan qué le dice Will a Tessa justo afuera de la
mansión en Chiswick, Caelum denique era el grito de batalla de los Cruzados y
significa “¡Finalmente el cielo!”
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 7 Empty LOS ORÍGENES- PRÍNCesaMECÁNICO

Mensaje por StephRG14 Sáb 06 Jun 2015, 9:20 am

Considero cierto, al igual que aquel que canta en tonos diversos con una clara arpa, que los hombres pueden alzarse, pisando sobre sus cuerpos muertos, hacia cosas superiores.


-ALFRED, LORD TENNYSON, In Memoriam A. H. H.


Prologo


York, 1847
—Tengo miedo —confesó la niña sentada en la cama—. Abuelo, ¿puedes quedarte conmigo?
Aloysius Starkweather emitió un sonido gutural de impaciencia mientras acercaba una silla a la cama y
se sentaba. Esa muestra de intranquilidad iba sólo parcialmente en serio. Le gustaba que su nieta
confiara tanto en él, que a menudo fuera él el único capaz de calmarla. Su hosca actitud nunca le había
importado a la niña, a pesar de su delicado carácter.
—No hay nada de lo que tener miedo, Adele —repuso él—. Ya lo verás.
La pequeña lo miró con los ojos muy abiertos. Normalmente, la ceremonia de la primera runa se habría
celebrado en uno de los salones más señoriales del Instituto de York, pero debido a la fragilidad de la
salud y los nervios de Adele, se había acordado que podía realizarse en la seguridad de su dormitorio.
Se hallaba sentada en el borde de la cama, con la espalda muy recta. Su vestido ceremonial era rojo,
con una cinta asimismo roja sujetándole el fino cabello rubio. Los ojos resultaban enormes en el
delgado rostro; los brazos, delgados. Toda ella era frágil como una taza de porcelana.
—Los Hermanos Silenciosos —dijo ella—, ¿qué me van a hacer?
—Dame el brazo —le pidió él, y la niña se lo tendió confiada. El abuelo se lo volvió y vio las azules
venas bajo la piel—. Emplearán sus estelas…, ya sabes lo que es una estela, para dibujarte una Marca.
Normalmente empiezan por la runa de Videncia, que ya conoces por tus estudios, pero en tu caso
comenzarán por la de la Fuerza.
—Porque no soy muy fuerte.
—Para mejorar tu constitución.
—Como el caldo de carne. —Adele arrugó la nariz.
Él rió.
—Esperemos que no tan desagradable. Notarás un pequeño pinchazo, así que debes ser valiente y no
gritar, porque los cazadores de sombras no gritan de dolor. Luego el pinchazo desaparecerá, y te
sentirás mejor y mucho más fuerte. Y así se acabará la ceremonia, e iremos abajo para celebrarlo con
pasteles helados.
Adele chocó los talones.
—¡Y una fiesta!
—Sí, una fiesta. Y regalos. —Se palmeó el bolsillo, donde tenía escondida una pequeña caja envuelta
en elegante papel azul, que contenía un minúsculo anillo de familia aún más pequeño—. Aquí tengo
uno para ti. Te lo daré en cuanto se acabe la ceremonia de las Marcas.
—Nunca antes me han hecho una fiesta.
—Es porque te vas a convertir en una cazadora de sombras —explicó Aloysius—. Sabes que eso es
muy importante, ¿verdad? Tus primeras Marcas significan que eres nefilim, como yo, y como tu madre
y tu padre. Significan que formas parte de la Clave, parte de nuestra familia guerrera. Alguien diferente
y mejor que todos los demás.
—Mejor que todos los demás —repitió la niña lentamente mientras se abría la puerta del cuarto y
entraban dos Hermanos Silenciosos.
Aloysius vio un destello de temor en los ojos de Adele, que apartó el brazo que él le sujetaba. Aloysius
frunció el cejo; no le gustaba ver el miedo en su progenie, aunque no podía negar que los Hermanos
resultaban inquietantes, con su silencio y su peculiar manera de deslizarse al andar. Fueron hacia el
lado de la cama donde se hallaba la pequeña mientras la puerta volvía a abrirse y entraban el padre y la
madre de la niña; su padre, el hijo de Aloysius, con un traje escarlata, y su esposa con un vestido rojo
que se acampanaba en la cintura y un collar dorado del que colgaba una runa enkeli. Sonrieron a su
hija, que les correspondió con una trémula sonrisa, mientras los Hermanos Silenciosos la rodeaban.
Adele Lucinda Starkweather. Era la voz del primer Hermano Silencioso, el hermano Cimon. Ya has
cumplido la edad. Es el momento de que recibas en ti la primera de las Marcas del Ángel. ¿Conoces el
honor que se te otorga y harás todo lo que esté en tu poder para ser merecedora de él?
—Sí —contestó Adele, asintiendo obediente.
¿Y aceptas esas Marcas del Ángel, que estarán para siempre sobre tu cuerpo, un recordatorio de todo
lo que le debes al Ángel y de tu sagrado deber con el mundo?
Adele asintió de nuevo. A Aloysius se le llenó el corazón de orgullo.
—Las acepto —dijo la niña.
Entonces, comencemos.
Una estela destelló, sujeta en la larga y blanca mano del Hermano Silencioso. Le cogió el tembloroso
brazo a Adele, le colocó la punta de la estela sobre la piel y comenzó a dibujar.
Líneas negras surgían ondeantes de dicha punta, y Adele fue observando maravillada cómo el símbolo
de la Fuerza iba tomando forma sobre la pálida piel de la parte interior del brazo, un delicado dibujo de
líneas que se cortaban, cruzando las venas, envolviéndole el brazo. Tenía el cuerpo tenso, los
dientecitos clavados en el labio inferior. Lanzó una rápida mirada a Aloysius, y él se quedó parado ante
lo que vio en los ojos de su nieta.
Dolor. Era normal notar algo de dolor al recibir una Marca, pero lo que veía en los ojos de Adele era…
pura agonía.
Aloysius se incorporó de golpe, y la silla en la que había estado sentado salió disparada hacia atrás.
—¡Detente! —gritó, pero era demasiado tarde. La runa estaba completa.
El Hermano Silencioso se apartó, mirando fijamente. Había sangre en la estela. Adele estaba gimiendo,
recordando la advertencia de su abuelo de que no debía llorar, pero en seguida, la piel lacerada y
ensangrentada comenzó a levantársele de los huesos, ennegrecida, ardiendo bajo la runa como si ésta
fuera de fuego, y Adele no pudo evitar echar la cabeza atrás y gritar, gritar…
Londres, 1873
—¿Will? —Charlotte Fairchild entreabrió la puerta de la sala de entrenamiento del Instituto—. Will,
¿estás ahí?
Un apagado gruñido fue la única respuesta. La puerta se abrió del todo y mostró la amplia sala de altos
techos que había al otro lado. Charlotte había crecido entrenándose ahí y conocía cada irregularidad de
las maderas del suelo; la vieja diana pintada en la pared norte; las ventanas de hojas cuadradas, tan
viejas que eran más gruesas en la base que en lo alto. En el centro de la estancia se hallaba Will
Herondale, con un cuchillo en la mano derecha.
Éste volvió la cabeza para mirar a Charlotte, y ella pensó de nuevo que era un niño muy raro, aunque
con doce años ya no era tan pequeño. Era guapo, con el cabello oscuro y espeso que se le ondulaba
levemente a la altura del cuello de la camisa; en ese momento lo tenía mojado de sudor y pegado a la
frente. Había llegado al Instituto con la piel bronceada por el aire y el sol del campo, pero seis meses en
la ciudad lo habían dejado sin color, y eso hacía que el rubor le destacara sobre los pómulos. Tenía los
ojos de un azul extrañamente luminoso. Algún día sería un hombre muy apuesto, si lograba hacer algo
con la expresión de enfado que le retorcía los rasgos permanentemente.
—¿Qué pasa, Charlotte? —soltó él.
Aún hablaba con un ligero acento galés, una forma de pronunciar las vocales que habría resultado
encantadora si su tono no fuera tan agrio. Se pasó la manga por la frente mientras la chica entraba a
medias por la puerta y se detenía.
—Llevo horas buscándote —contestó ella con cierta aspereza; aunque ese tono tenía poco efecto con
Will. No había mucho que afectara a Will cuando estaba de mal humor, y casi siempre estaba de mal
humor—. ¿No te has acordado de lo que te dije ayer, que hoy íbamos a recibir a un nuevo miembro en
el Instituto?
—Oh, sí que me he acordado. —Will lanzó el cuchillo. Se clavó justo fuera del círculo de la diana, lo
que aún le hizo poner peor cara—. Pero no me importa.
El chico que estaba detrás de Charlotte ahogó un ruido. Una carcajada, habría pensado ella, pero, sin
duda, no podía estar riendo, ¿no? Ya le habían advertido de que el chico que llegaba al Instituto desde
Shanghái no estaba bien pero, aun así, se había sorprendido al verlo bajar del carruaje, pálido y
agitándose como una caña bajo el viento, con el rizado cabello oscuro salpicado de canas como si fuera
un hombre de ochenta años y no un chico de doce. Tenía los ojos grandes y de un negro plateado,
extrañamente bellos, pero inquietantes en un rostro tan delicado.
—Will, vas a ser educado —dijo Charlotte, y cogió al chico de detrás y lo empujó para que entrara en
la estancia—. No te preocupes por Will, sólo está de mal humor. Will Herondale, te presento a James
Carstairs, del Instituto de Shanghái.
—Jem —puntualizó el chico—. Todo el mundo me llama Jem. —Dio otro paso hacia el interior de la
sala mientras miraba a Will con amistosa curiosidad. Hablaba sin ningún rastro de acento, lo que
sorprendió a Charlotte, pero claro, su padre era… había sido… británico—. Tú también puedes
llamarme así.
—Bien, si todo el mundo te llama así, no es ningún favor especial para mí, ¿no? —El tono de Will era
ácido; era capaz de ser sorprendentemente desagradable, algo inusual en alguien tan joven—. James
Carstairs, ya irás viendo que si te ocupas de tus asuntos y me dejas en paz, será lo mejor para los dos.
Charlotte suspiró por dentro. Había esperado que la presencia de ese chico, de la misma edad que Will,
sirviera para que éste perdiera su rabia y su maldad, pero parecía evidente que había hablado en serio al
decir que no le importaba si otro chico cazador de sombras llegaba al Instituto. No quería amigos, ni los
necesitaba. Charlotte miró a Jem, esperando que su semblante reflejara sorpresa o dolor, pero sólo
sonreía ligeramente, como si Will fuera un gatito que hubiera tratado de arañarle.
—No me he entrenado desde que salí de Shanghái —señaló Jem—. Me iría bien un compañero, alguien
con quien practicar.
Y a mí también —repuso Will—. Pero necesito a alguien que esté a mi nivel, no a una criatura
enfermiza que parece estar arrastrándose hacia la tumba. Aunque supongo que podrías servir de diana
para hacer prácticas de puntería.
Charlotte, sabiendo lo que sabía de James Carstairs y lo que no había compartido con Will, sintió un
horror que le revolvió el estómago.
«“Arrastrándose hacia la tumba”, ¡oh, Dios santo! —¿Qué le había dicho su padre? Que Jem dependía
de una droga para vivir, alguna clase de medicina que prolongaba su vida, pero no lo curaba—. Oh,
Will».
Iba a colocarse entre los dos chicos, como para proteger a Jem de la crueldad de Will, terriblemente
más punzante de lo habitual dada la naturaleza de a quién iba dirigida, pero se detuvo.
Jem ni siquiera había cambiado de expresión.
—Si por «arrastrándose hacia la tumba» te refieres a que estoy muriéndome, entonces, aciertas —
repuso—. Me quedan unos dos años de vida, tres si tengo suerte, o eso me dicen.
Incluso Will no pudo ocultar su impresión; se le colorearon las mejillas.
—Yo…
Pero Jem había comenzado a caminar hacia la diana pintada en la pared; cuando llegó allí, arrancó el
cuchillo de la madera. Luego se volvió y fue directo hasta Will. Aunque más delicado, tenía su misma
altura; a sólo unos centímetros de distancia se miraron a los ojos y se aguantaron la mirada.
—Puedes usarme para practicar puntería, si lo deseas —dijo Jem con tanta calma como si estuviera
hablando del tiempo—. Me parece que tengo poco que temer de ese ejercicio, ya que no pareces tener
mucha puntería. —Se volvió, apuntó y lanzó el cuchillo, que se clavó en el corazón de la diana,
temblando levemente—. O —continuó Jem, volviéndose hacia Will— podrías dejarme que te enseñara.
Porque tengo una gran puntería.
Charlotte se lo quedó mirando sorprendida. Durante medio año había observado a Will apartar a
cualquiera que trataba de acercarse a él (tutores, su padre, su prometido Henry o los dos hermanos
Lightwood) sirviéndose de una actitud aborrecible combinada con una crueldad mordaz. Suponía que,
de no haber sido la única persona que lo había visto llorar, también habría perdido la esperanza, hacía
tiempo, de que Will pudiera servir de algo a alguien. Y, sin embargo, ahí estaba, mirando a Jem
Carstairs, un chico con aspecto tan frágil que parecía hecho de cristal, y la dureza de su expresión se
estaba transformando en una incertidumbre tentativa.
—No te estás muriendo de verdad —dijo Will, con el tono más extraño en la voz—, ¿no?
Jem asintió.
—Eso me dicen.
—Lo siento —se lamentó Will.
—No —contestó Jem a media voz. Dejó la chaqueta a un lado y sacó un cuchillo del cinturón—. No
seas así de vulgar. No me digas que lo sientes. Di que te entrenarás conmigo.
Le tendió el cuchillo a Will con el mango por delante. Charlotte contuvo la respiración, temía moverse.
Se sentía como si estuviera siendo testigo de un momento crucial, aunque no habría podido decir por
qué.
Will cogió el cuchillo aún sin apartar los ojos del rostro de Jem y le rozó la mano al hacerlo. Charlotte
pensó que era la primera vez que lo había visto tocar a otra persona voluntariamente.
—Me entrenaré contigo —afirmó Will.
StephRG14
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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 7 Empty Los orígenes- Princesa mecánica

Mensaje por StephRG14 Sáb 06 Jun 2015, 9:21 am

Capitulo 1
Una bronca espantosa


En martes, ni te cases, ni te embarques.
Dicho popular


—Diciembre es un mes venturoso para una boda —dijo la costurera, entre los alfileres que llevaba en la
boca, con la facilidad de años de práctica—. Como dicen: «Si te casas en diciembre, el amor durará
para siempre». —Colocó un último alfiler en el vestido y dio un paso atrás—. Ya está. ¿Qué le parece?
Está diseñado a partir de uno de los modelos del propio Worth.
Tessa miró su reflejo en el espejo de cuerpo entero colocado entre las dos ventanas de su habitación.
Era un vestido de una seda de color dorado oscuro, como era costumbre entre los cazadores de
sombras, que consideraban al blanco como símbolo de luto y se negaban a casarse de ese color a pesar
de que la propia reina Victoria había introducido esa moda. El ajustado cuerpo estaba bordeado de
encaje de Bruselas, que también recorría las mangas.
—¡Es precioso! —Charlotte aplaudió y se inclinó hacia adelante, con lo ojos castaños brillándole de
entusiasmo—. Tessa, ese color te queda muy bien.
Ésta se volvió de un lado al otro ante el espejo. El dorado le ponía el color que tanto necesitaba en las
mejillas. El corsé con forma de reloj de arena la moldeaba y la redondeaba donde se suponía que debía
hacerlo, y el ángel mecánico que le colgaba del cuello la calmaba con su tictac. Bajo él se balanceaba el
medallón de jade que Jem le había regalado. Había alargado la cadena para poder llevar ambos adornos
al mismo tiempo, ya que no quería separarse de ninguno.
—¿No opinas que quizá el encaje es un adorno un poco excesivo?
—¡En absoluto! —Charlotte se recostó en su asiento y, sin darse cuenta, se colocó una mano protectora
sobre el vientre. Siempre había sido demasiado delgada, escuálida, a decir verdad, para necesitar un
corsé, y ahora que estaba embarazada, le había dado por ponerse vestidos de té, ajustados por encima
de la cintura y sueltos por debajo de ésta, con los que parecía un pajarito—. Es para el día de tu boda,
Tessa. Si alguna vez hay excusa para ir demasiado adornada, es justamente ese día. Imagínatelo.
Tessa se había pasado muchas noches haciendo justamente eso. Aún no estaba segura de dónde se
casarían Jem y ella, porque el Consejo seguía deliberando sobre su situación. Pero cuando se imaginaba
la boda, siempre era en una iglesia, con ella recorriendo el pasillo hasta el altar, quizá del brazo de
Henry, sin mirar ni a derecha ni a izquierda, sino hacia adelante, a su prometido, como debía hacer una
novia. Jem vestiría un uniforme, no como los que llevaba cuando luchaba, sino como de militar,
diseñado especialmente para la ocasión: negro con bandas doradas en los puños y runas doradas en
relieve sobre el cuello y las solapas.
Se le vería muy joven… Ambos eran muy jóvenes. Tessa sabía que no era corriente casarse a los
diecisiete y dieciocho años, respectivamente, pero tenían el reloj en contra.
El reloj de la vida de Jem, presto a pararse.
Se llevó la mano al cuello y notó la familiar vibración de su ángel mecánico, que le rascaba la palma
con las alas. La costurera la miró inquieta. Era una mundana, no nefilim, pero tenía la Visión, como
todos los que servían a los cazadores de sombras.
—¿Quiere que le quite el encaje, señorita?
Antes de que Tessa pudiera contestar, llamaron a la puerta.
—Soy Jem, Tessa, ¿estás ahí? —dijo una voz conocida.
Charlotte se incorporó de golpe en su asiento.
—¡Oh! ¡No debe verte con el vestido!
Tessa la miró perpleja.
—¿Y por qué no?
—Es otra costumbre de los cazadores de sombras… ¡Da mala suerte! —Charlotte se puso en pie—.
¡Rápido! ¡Escóndete detrás del armario!
—¿El armario? Pero… —Tessa soltó un gritito cuando su amiga la cogió por la cintura y la empujó
detrás del mueble como habría hecho un policía con un criminal que le opusiera resistencia. Cuando
Charlotte la liberó, Tessa se sacudió el vestido y le hizo una mueca; ambas miraron agazapadas tras el
mueble mientras la costurera, después de lanzarles una mirada de asombro, abría la puerta.
La plateada cabeza de Jem apareció en la abertura. Parecía un poco despeinado, con la chaqueta
torcida. Miró alrededor, confuso, antes de vislumbrar a Charlotte y a Tessa, a pesar de sus intentos de
que no las viera.
—Gracias a Dios —exclamó—. No tenía ni idea de dónde os habíais metido. Gabriel Lightwood está
abajo, y está armando una bronca espantosa.
—Escríbeles, Will —dijo Cecily Herondale—. Por favor. Sólo una carta.
Will se echó hacia atrás el cabello negro, empapado de sudor, y la miró enfadado.
—Pon los pies en posición —fue todo lo que dijo. Señaló con la punta de la daga—. Ahí y ahí.
Cecily suspiró y movió los pies. Ya sabía que no estaba en posición; lo había estado haciendo a posta
para picarlo. Era fácil picarlo. Eso sí que lo recordaba de cuando Will tenía doce años. Incluso
entonces, retarle a hacer algo, como escalar el muy inclinado tejado de su mansión, había llevado a lo
mismo: una furiosa llama azul en sus ojos, la mandíbula tensa y, a veces al final, Will con una pierna o
un brazo roto.
Claro que ese hermano, el Will casi adulto, no era el hermano que ella recordaba de su infancia. Se
había vuelto más explosivo y más reservado. Tenía toda la belleza de su madre y toda la terquedad de
su padre, y se temía que también había heredado de este último la propensión a los vicios, aunque eso
sólo lo había supuesto a partir de algunos murmullos de los ocupantes del Instituto.
—Alza el cuchillo —le ordenó Will. Su voz era tan fría y profesional como la de una institutriz.
Cecily lo alzó. Había tardado un poco en acostumbrarse a la sensación del traje de combate contra la
piel: la túnica suelta, los pantalones y el cinturón rodeándole la cintura. Pero ya se movía vestida así
con tanta soltura como lo había hecho con los camisones más holgados.
—No entiendo por qué no quieres ni pensar en escribirles una carta. Una única carta.
Y yo no entiendo por qué no quieres ni pensar en volver a casa —replicó Will—. Si tú aceptaras
regresar a Yorkshire, dejarías de preocuparte por nuestros padres y yo podría arreglar…
Ella lo interrumpió; ya había oído mil veces ese discurso.
—¿Qué te parecería una apuesta, Will?
Se sintió complacida y un poco decepcionada al ver que a su hermano le brillaban los ojos, igual que
hacían los de su padre cuando se le sugería una apuesta entre caballeros. Los hombres eran tan
predecibles…
—¿Qué clase de apuesta? —Él avanzó un paso. Iba con traje de combate; Cecily veía las Marcas que le
rodeaban las muñecas y la runa mnemosyne en el cuello. Le había costado bastante tiempo dejar de ver
las Marcas como algo que desfiguraba, pero ya se había acostumbrado a ellas, igual que se había
acostumbrado al traje de combate, a los sólidos muros resonantes del Instituto y a sus peculiares
habitantes.
Señaló la pared que tenían enfrente. Había una vieja diana negra pintada en ella: un círculo grande
rodeando un punto negro.
—Si le doy al centro tres veces, tendrás que escribir una carta a mamá y a papá y decirles cómo estás.
Les explicarás lo de la maldición y por qué te fuiste.
La expresión del rostro de Will se volvió imperturbable, igual que pasaba siempre que le pedía eso.
—Nunca le darás tres veces seguidas, Cecy —contestó, sin embargo.
—Bien, entonces no te importará apostar, William. —Empleó su nombre completo a propósito. Sabía
que le molestaba si lo decía ella, aunque cuando su mejor amigo…, no, su parabatai (desde su llegada
al Instituto había aprendido que eran dos cosas muy diferentes), Jem, lo hacía, Will parecía considerarlo
una muestra de afecto. Seguramente sería porque aún la recordaba corriendo torpemente tras él sobre
sus gordezuelas piernecitas y llamándole «Will, Will», en un galés jadeante. Nunca le había llamado
William, sólo Will o su nombre en galés, Gwilym.
Él entrecerró los ojos, esos ojos azul oscuro del mismo color que los suyos. Cuando su madre decía
cariñosamente que, de mayor, Will sería un rompecorazones, Cecily siempre la había mirado sin acabar
de creérselo. En aquel tiempo, Will era todo brazos y piernas, delgaducho, desaliñado y siempre sucio.
No obstante, ya veía que su madre tenía razón; lo había visto la primera vez que había entrado en el
comedor del Instituto, cuando él se había levantado sorprendido y ella había pensado: «Ése no puede
ser Will».
Él había vuelto esos ojos hacia ella, los ojos de su madre, y ella los había visto cargados de rabia. No se
había alegrado de verla, en absoluto. Y aunque en sus recuerdos había habido un chico flaco con una
revuelta mata de pelo negro, como la de un gitano, y con hojas en la ropa, en aquel momento veía a un
hombre alto e inquietante. Las palabras que le había querido decir se le habían fundido en la lengua, y
lo había retado con la mirada. Y así había sido desde entonces, con Will soportando a duras penas su
presencia como si ella fuera una piedra en su zapato, una molestia menor, pero constante.
Cecily respiró hondo, alzó la barbilla y se preparó para lanzar el primer cuchillo. Will no sabía, ni
sabría nunca, las horas que ella había pasado en esa sala, sola, practicando, aprendiendo a equilibrar el
peso del cuchillo en la mano, descubriendo que un buen lanzamiento comenzaba desde detrás del
cuerpo. Primero bajó ambos brazos, y luego alzó el derecho, por detrás de la cabeza, antes de lanzarlo
hacia adelante, acompañado del peso del cuerpo. La punta del cuchillo estaba en línea con la diana. Lo
soltó y echó la mano hacia atrás, ahogando un grito.
La punta del cuchillo se clavó en la pared, justo en el centro de la diana.
—Uno —dijo Cecily, mientras lanzaba a su hermano una mirada de superioridad.
Él la miró impasible, arrancó el cuchillo de la pared y se lo entregó.
Ella lo lanzó de nuevo. El segundo lanzamiento, al igual que el primero, voló directamente hacia la
diana y se clavó allí, vibrando como un dedo burlón.
—Dos —contó Cecily en un tono sepulcral.
Will apretó los dientes mientras arrancaba de nuevo el cuchillo y se lo tendía. Ella lo cogió sonriendo.
Sentía la confianza fluyéndole por las venas como una sangre nueva. Sabía que podía hacerlo. Siempre
había sido capaz de trepar tan alto como Will, correr tan rápido, aguantar la respiración el mismo
rato…
Lanzó el cuchillo. Se clavó en el centro de la diana, y Cecily pegó un brinco en el aire, aplaudió y se
dejó llevar durante un instante por la excitación de la victoria. El cabello se le soltó de las horquillas y
le cayó sobre el rostro; se lo apartó y sonrió a Will.
—Ahora tendrás que escribir la carta. ¡Has aceptado la apuesta!
Él la sorprendió sonriendo.
—Oh, sí que la escribiré —aceptó él—. La escribiré y luego la tiraré al fuego. —Alzó una mano para
detener las muestras de indignación de la chica—. He dicho que la escribiría, no que la enviaría.
Cecily ahogó un grito.
—¿Cómo te atreves a engañarme así?
—Ya te he dicho que no tienes madera de cazadora de sombras, o no te habría engañado con tanta
facilidad. No voy a enviarles una carta, Cecy. Va contra la Ley, y no hay nada más que discutir.
—¡Cómo si a ti te importara mucho la Ley…! —Cecily pataleó sobre el suelo, e inmediatamente se
enfadó más que nunca; odiaba las chicas que pataleaban.
Will la miró con ojos entornados.
Y a ti te da lo mismo ser o no una cazadora de sombras. ¿Qué te parece esto? Escribiré una carta y te
la daré a ti si me prometes llevarla personalmente a casa y no volver.
Cecily retrocedió. Tenía muchos recuerdos de peleas a gritos con Will, de las muñecas de porcelana que
había tenido y que él le había roto tirándolas desde la ventana del desván, pero también tenía buenos
recuerdos: el hermano que le había vendado un corte en la rodilla, o le había vuelto a atar las cintas del
pelo cuando se le habían soltado. Pero esa bondad estaba ausente en el Will que estaba ante ella en ese
momento. Su madre había estado llorando durante un año o dos después de que él se marchara; le había
dicho, mientras la abrazaba, que los cazadores de sombras le «arrebatarían el cariño de dentro». Una
gente fría, le había dicho a Cecily, una gente que le había prohibido casarse con su marido. ¿Por qué iba
a querer estar con ellos su Will, su pequeño?
—No me marcharé —aseguró ella, mirando con dureza a su hermano—. Y si sigues insistiendo en que
lo haga, iré y
La puerta del desván se abrió, y se vio a Jem recortado contra el marco de la puerta.
—Ah —dijo éste—, amenazándoos mutuamente, ya veo. ¿Lleváis toda la tarde así o acabáis de
empezar?
—Ha empezado él —acusó Cecily, apuntando a Will con la barbilla, aunque sabía que no servía de
nada. Jem, el parabatai de Will, la trataba con la amabilidad distante y dulce reservada para las
hermanitas de los amigos, pero siempre se ponía del lado de Will. Con amabilidad, pero con igual
firmeza, Jem ponía a Will por encima de cualquier otra cosa.
Bueno, casi cualquier otra cosa. Cecily se había quedado muy impresionada con Jem cuando había
llegado al Instituto; tenía una belleza extraña y fantasmal, con su cabello y ojos plateados y sus
delicados rasgos. Parecía el príncipe de un cuento de hadas, y Cecily se habría planteado la posibilidad
de establecer algún tipo de relación con él de no haber sido absolutamente evidente que estaba
perdidamente enamorado de Tessa Gray. La seguía con la mirada allá adonde fuera, y le cambiaba la
voz cuando hablaba con ella. Una vez, Cecily había oído bromear a su madre diciendo que uno de los
hijos de los vecinos miraba a una chica como si fuera «la única estrella en el cielo», y así era como Jem
miraba a Tessa.
A Cecily no le importaba: Tessa era agradable y amable con ella, aunque un poco tímida, y con la nariz
siempre metida en un libro, como Will. Si ésa era la clase de chica que Jem quería, él y ella no estaban
hechos el uno para el otro, y cuanto más tiempo pasaba en el Instituto más cuenta se daba de lo mucho
que eso habría complicado las cosas con Will. Éste era ferozmente protector con Jem, y la habría estado
vigilando constantemente por si alguna vez lo hacía enfadar o le hacía daño de alguna manera. No, lo
cierto era que estaba mucho mejor no metiéndose en ese lío.
—Estaba pensando en envolver a Cecily y echársela a los patos de Hyde Park —dijo Will mientras se
apartaba el sudado cabello de la cara; dedicó a Jem una de sus raras sonrisas—. Me iría bien tu ayuda.
—Por desgracia, tendrás que dejar tus planes de fratricidio para más tarde. Gabriel Lightwood está
abajo, y tengo que decirte dos palabras. Dos de tus palabras favoritas, al menos cuando las pones
juntas.
—¿Cazurro total? —aventuró Will—. ¿Advenedizo inútil?
Jem sonrió.
—Viruela demoníaca —contestó.
Sophie sujetó la bandeja con una mano, con la facilidad que da una larga práctica, mientras llamaba a la
puerta de Gideon Lightwood con la otra.
Oyó un rápido roce y la puerta se abrió. Éste estaba en pantalones, tirantes y una camisa blanca
remangada hasta el codo. Tenía las manos mojadas, como si acabara de pasarse los dedos por el
cabello, que también estaba húmedo. A Sophie el corazón le dio un salto dentro del pecho antes de
calmarse. Se obligó a mirarlo con el cejo fruncido.
—Señor Lightwood —dijo—, le he traído los pastelillos que ha pedido, y Bridget también le ha
preparado una bandeja de sándwiches.
Él retrocedió para dejarla entrar en la habitación. Era como todas las habitaciones del Instituto: pesados
muebles oscuros, una gran cama con dosel, una amplia chimenea y altas ventanas, que en este caso
daban al patio. Sophie notaba la mirada de Gideon sobre ella mientras cruzaba la habitación para dejar
la bandeja sobre la mesa ante el fuego. Se irguió y se volvió hacia él, con las manos cogidas ante el
delantal.
—Sophie… —comenzó él.
—Señor Lightwood —le interrumpió ella—. ¿Necesita alguna otra cosa?
Él la miró medio enfadado, medio triste.
—Me gustaría que me llamaras Gideon.
—Ya se lo he dicho, no le puedo llamar por su nombre de pila.
—Soy un cazador de sombras; no tengo nombre de pila. Sophie, por favor. —Dio un paso hacia ella—.
Antes de que viniera a residir en el Instituto, había pensado que nos estábamos haciendo amigos. Pero
desde el día que llegué, has estado muy fría conmigo.
Sin darse cuenta, Sophie se llevó la mano al rostro. Recordó al señorito Teddy, el hijo de su antiguo
señor, y la horrible manera en que la acorralaba en los rincones oscuros; la apretaba contra la pared y le
metía las manos bajo el canesú, mientras le murmuraba al oído que era mejor que fuera cariñosa con él
si sabía lo que le convenía. Ese recuerdo le provocaba náuseas, incluso después de tanto tiempo.
—Sophie. —Los ojos de Gideon se arrugaron en las comisuras, preocupados—. ¿Qué te pasa? Si he
hecho algo inapropiado, te he desairado de alguna forma, dime qué es, por favor, para que pueda
enmendarlo…
—No hay nada inapropiado, ningún desaire. Usted es un caballero y yo soy una criada; algo más sería
una familiaridad. Por favor, no haga que me sienta incómoda, señor Lightwood.
Gideon, que había alzado la mano a medias, la dejó caer. Parecía tan desconsolado que a Sophie se le
enterneció el corazón.
«Yo tengo todo que perder, y él, nada», se recordó. Se decía eso por la noche, acostada en su estrecha
cama, con el recuerdo de un par de ojos del color de las tormentas rondándole por la cabeza.
—Pensaba que éramos amigos —repuso él.
—No puedo ser su amiga.
Gideon dio un paso hacia ella.
—¿Y si yo te pidiera…?
—¡Gideon! —Era Henry, en la puerta abierta, sin aliento, vestido con uno de sus horribles chalecos a
rayas verdes y naranja—. Tu hermano está aquí. Abajo…
—¿Gabriel está aquí? —preguntó Gideon sorprendido.
—Sí. Gritando algo sobre tu padre, pero no quiere decirnos nada más a no ser que estés tú. Lo jura. Ven
conmigo.
Gideon vaciló, alternando la mirada entre Henry y Sophie, que trató de ser invisible.
—Es que…
—Ven ahora mismo, Gideon. —Henry pocas veces hablaba en un tono tajante y, cuando lo hacía, el
efecto era asombroso—. Está cubierto de sangre.
Gideon palideció, y fue a coger la espada que pendía de un colgador doble junto a la puerta.
—Ya voy.
Gabriel Lightwood estaba apoyado contra la pared justo a la entrada del Instituto, sin chaqueta, con la
camisa y los pantalones empapados de sangre escarlata. Fuera, a través de las puertas abiertas, Tessa
vio el carruaje de los Lightwood, con su blasón de llamas en el costado, parado al pie de la escalera.
Debía de haberlo conducido el mismo Gabriel.
—Gabriel —dijo Charlotte en un tono calmado, como si estuviera tratando de tranquilizar a un caballo
salvaje—, dinos qué ha pasado, por favor.
Gabriel, alto y delgado, con el cabello castaño emplastado de sangre, se frotó el rostro con ojos
desorbitados. Las manos también las tenía ensangrentadas.
—¿Dónde está mi hermano? Tengo que hablar con mi hermano.
—Ahora baja. He enviado a Henry a buscarle, y Cyril está preparando el carruaje del Instituto. Gabriel,
¿estás herido? ¿Necesitas un iratze? —preguntó Charlotte en un tono maternal, como si ese chico
nunca se hubiera enfrentado a ella desde detrás de la silla de Benedict Lightwood, como si nunca
hubiera conspirado con su padre para arrebatarle el Instituto.
—Ésa es mucha sangre —observó Tessa, avanzando hacia él—. Gabriel, no es tuya, ¿verdad?
Gabriel la miró. Tessa pensó que era la primera vez que lo veía comportarse sin ningún tipo de
afectación. Sólo había un aturdido terror en sus ojos, miedo y… confusión.
—No… es de… ellos…
—¿De ellos? ¿Quiénes son ellos? —preguntó Gideon, que bajaba a toda prisa la escalera con una
espada en la mano derecha. Henry llegaba con él y Jem, y detrás de éste, Will y Cecily. Jem se detuvo a
media escalera, asombrado, y Tessa se dio cuenta de que la acababa de ver con el vestido de novia. Jem
abrió mucho los ojos, pero los demás ya lo empujaban, y terminó bajando la escalera como una hoja
llevada por el viento.
—¿Está herido padre? —continuó Gideon, mientras se detenía ante el recién llegado—. ¿Y tú? —Alzó
la mano, se la puso bajo la barbilla y le volvió el rostro hacia él. Aunque Gabriel era más alto, en el
rostro se le vio la expresión de hermano pequeño: alivio de que su hermano estuviera ahí, y un destello
de rencor por el tono perentorio de éste.
—Padre… —comentó Gabriel—. Padre es un gusano.
Will soltó una seca carcajada. Llevaba el traje de combate, como si acabara de salir de la sala de
entrenamiento, y el cabello se le rizaba húmedo contra las sienes. No miraba a Tessa, pero ella ya se
había acostumbrado a eso. Él casi nunca la miraba a no ser que fuera imprescindible.
—Me alegro de ver que has aceptado nuestra perspectiva, Gabriel, pero ésta es una manera muy rara de
comunicárnoslo.
Gideon miró a Will con reproche antes de volver a fijar su atención en su hermano.
—¿Qué quieres decir, Gabriel? ¿Qué ha hecho padre?
Gabriel sacudió la cabeza.
—Es un gusano —repitió con voz inexpresiva.
—Lo sé. Ha cubierto de vergüenza el nombre de los Lightwood, y nos ha mentido a ambos. Avergonzó
y destruyó a nuestra madre. Pero no tenemos por qué ser como él.
Gabriel se soltó de su hermano y los dientes le destellaron al esbozar una mueca de furia.
—No me estás escuchando —afirmó—. Es un gusano. Un gusano. Algo parecido a una serpiente.
Desde que Mortmain dejó de enviarle la medicina, se ha ido poniendo peor. Cambiando. Las llagas que
tenía en los brazos comenzaron a extenderse. Por las manos, el cuello, e… el rostro… —Gabriel buscó
a Will con la mirada—. Era la viruela, ¿verdad? Tú lo sabías, ¿cierto? ¿No eres una especie de experto?
—Bueno, tampoco hace falta que hagas como si yo la hubiera inventado —replicó Will—. Sólo porque
creía en su existencia. Hay registros sobre ella, viejas historias en la biblioteca…
—¿Viruela demoníaca? —preguntó Cecily, con una mueca de confusión en el rostro—. Will, ¿de qué
está hablando?
Éste abrió la boca, y los pómulos se le sonrojaron levemente. Tessa ocultó una sonrisa. Hacía semanas
que Cecily había llegado al Instituto, y su presencia aún molestaba y ponía nervioso a Will. No parecía
saber cómo comportarse cuando estaba cerca su hermanita, que no era la niña que él recordaba y cuya
presencia, a todas luces, le resultaba molesta. Sin embargo, Tessa lo había visto seguir a Cecily con la
mirada por toda una sala, con el mismo amor protector en los ojos que a veces dedicaba a Jem. Sin
duda, la existencia de la viruela demoníaca, y cómo se contraía, era lo último que querría explicarle a
ella.
—De nada que te importe —masculló.
La mirada de Gabriel topó con Cecily, y éste abrió los labios, sorprendido. Tessa lo vio fijarse en la
chica. Los padres de Will debían de ser muy guapos, pensó Tessa, porque Cecily era tan hermosa como
atractivo era Will; también compartían el cabello negro y brillante, y los deslumbrantes ojos azules.
Cecily le devolvió la mirada con descaro y una expresión de curiosidad; debía de haberse estado
preguntando quién sería ese chico que tanta manía parecía tenerle a su hermano.
—¿Ha muerto padre? —inquirió Gideon con una voz más aguda de lo normal—. ¿Lo ha matado la
viruela demoníaca?
—No lo ha matado —contestó Gabriel—. Cambiado. Lo ha cambiado. Hace unas semanas nos
trasladamos a Chiswick. No me quiso decir por qué. Luego, hace unos días, se encerró en su estudio.
No quería salir, ni siquiera comer. Esta mañana he ido al estudio para tratar de animarlo. La puerta
estaba arrancada de los goznes. Había un… un rastro de algo pegajoso que llevaba hacia el vestíbulo.
Lo he seguido escaleras abajo y luego por el jardín. —Miró alrededor del vestíbulo, donde se había
hecho el silencio—. Se ha convertido en un gusano. Eso es lo que te digo.
—¿Y supongo que no será posible —preguntó Henry en medio del silencio—, er…, pisarlo?
Gabriel lo miró molesto.
—Le he buscado por el jardín. He encontrado parte de los criados. Y cuando digo que he encontrado
«parte», quiero decir exactamente eso. Estaban despedazados… a trozos. —Tragó saliva y se miró la
ropa ensangrentada—. Luego he oído un ruido, como un aullido muy agudo. Y al volverme, lo he visto
viniendo hacia mí. Un gusano grande y ciego, como un dragón salido de una leyenda. Tenía la boca
abierta, plagada de afilados dientes. He salido corriendo hacia los establos. Me ha perseguido reptando,
pero he saltado al carruaje y he cruzado la verja a toda prisa. La criatura…, padre, no me ha seguido.
Creo que teme que lo vea la gente común.
—Ah —repuso Henry—. Entonces es demasiado grande para pisarlo.
—No debería haber huido —se reprochó Gabriel, mirando a su hermano—. Debería haberme quedado
y luchado contra esa criatura. Quizá habría podido razonar con él. Tal vez padre esté dentro de alguna
manera.
Y tal vez te habría partido por la mitad de un mordisco —replicó Will—. Lo que estás describiendo,
la transformación en demonio, es la última fase de la viruela.
—¡Will! —Charlotte alzó las manos al cielo—. ¿Por qué no lo has dicho antes?
—¿Sabes?, los libros sobre la viruela demoníaca están en la biblioteca —repuso Will ofendido—. No
he impedido que nadie los leyera.
—Sí, pero si Benedict iba a convertirse en una serpiente enorme, creo que, al menos, podrías haberlo
mencionado —le espetó Charlotte—. Como un asunto de interés general.
—Primero —contraatacó Will—, no sabía que iba a convertirse en un gusano gigante. La última fase de
la viruela demoníaca es la transformación en demonio. Podría haber sido de cualquier tipo. Segundo, el
proceso tarda semanas. Creía que hasta un idiota certificado como Gabriel se habría dado cuenta y se lo
habría notificado a alguien.
—¿Notificárselo a quién? —preguntó Jem, no carente de razón. Se había acercado a Tessa mientras
progresaba la conversación. Uno junto a la otra, se rozaban el dorso de la mano.
—A la Clave. Al cartero. A nosotros. A quien fuera —respondió Will con una mirada irritada hacia
Gabriel, que estaba recuperando parte del color y parecía furioso.
—No soy un idiota certificado…
La falta de certificación no demuestra la inteligencia —masculló Will.
—Como he dicho, padre llevaba una semana encerrado en su estudio…
—¿Y no te pareció ni un poco raro? —quiso saber Will.
—No conoces a nuestro padre —intervino Gideon en el tono de voz neutro que empleaba cuando la
conversación sobre su familia era ineludible. Miró a su hermano y le puso las manos sobre los
hombros; le habló en voz baja, con un matiz apagado que ninguno de los otros pudo oír.
Jem, aún al lado de Tessa, enganchó el meñique con el de ella. Era un gesto corriente de afecto, al que
ésta se había ido acostumbrando durante los últimos meses, tanto que a veces le tendía la mano sin
pensar cuando lo tenía al lado.
—¿Éste es tu vestido de novia? —preguntó él en voz baja.
Tessa se ahorró la respuesta por la aparición de Bridget, que traía equipo de combate, y de Gideon, que
de repente se volvió hacia todos ellos.
—Chiswick —dijo—. Debemos ir allí. Al menos Gabriel y yo.
—¿Ir solos? —preguntó Tessa, lo suficientemente asombrada para hablar cuando no le tocaba—. Pero
¿por qué no pides a otros que vayan contigo…?
La Clave —respondió Will, con una mirada de penetrante azul—. No quiere que la Clave sepa lo de
su padre.
—¿Y querrías tú? —inquirió Gabriel acalorado—. ¿Si fuera tu familia? —Torció el gesto—. No
importa. Tampoco es que conozcas el significado de la palabra «lealtad»…
—Gabriel —le riñó Gideon—. No le hables así a Will.
Su hermano lo miró sorprendido, y Tessa no pudo culparle. Gideon sabía lo de la maldición de Will,
que su equivocada creencia había sido el motivo de su hostilidad y sus malas maneras, como lo sabía
todo el Instituto, pero era una historia privada entre ellos, y no se la habían explicado a nadie de fuera.
—Iremos contigo. Claro que iremos contigo —afirmó Jem mientras soltaba a Tessa y daba un paso al
frente—. Gideon nos ayudó. No lo hemos olvidado, ¿verdad que no, Charlotte?
—Claro que no —contestó ésta—. Bridget, los equipos…
—Yo ya estoy adecuadamente equipado —anunció Will mientras Henry se quitaba la chaqueta y se
ponía la del uniforme y un cinturón de armas; Jem hizo lo mismo y, de repente, la entrada se convirtió
en un hervidero de actividad: Charlotte hablaba en voz baja con Henry, con la mano cubriéndose el
estómago. Tessa apartó la mirada para que tuvieran un momento privado y vio una cabeza oscura
inclinada sobre una clara. Jem estaba al lado de Will con la estela en la mano, dibujándole una runa en
el cuello. Cecily miró a su hermano y frunció el cejo.
—Yo ya estoy convenientemente equipada —anunció.
Will alzó la cabeza de golpe, provocando una protesta de Jem.
—Cecily, rotundamente no.
—No tienes derecho a decirme sí o no. —Los ojos le llamearon—. Yo voy.
Will miró hacia Henry, que se encogió de hombros a modo de disculpa.
—Tiene derecho. Lleva casi dos meses entrenando…
—¡Es una niña!
—Tú hacías lo mismo a los quince —repuso Jem con calma, y Will se volvió al instante hacia él.
Por un momento pareció como si todos contuvieran la respiración, incluso Gabriel. Jem le sostuvo la
mirada a Will, sin vacilar, y no por primera vez, Tessa tuvo la sensación de que intercambiaban
palabras en silencio.
Will suspiró y entornó los ojos.
—Tessa será la siguiente en querer venir.
—Claro que voy —repuso ésta—. Quizá no sea una cazadora de sombras, pero también estoy
entrenada. Jem no va a ir sin mí.
—Llevas el vestido de novia —protestó Will.
—Bueno, ahora que todos lo habéis visto, no lo puedo llevar para casarme —argumentó la chica—. Da
mala suerte, ya sabéis.
Will masculló algo en galés, ininteligible, pero con un claro tono de derrota. Al otro lado de la sala, Jem
lanzó a Tessa una leve sonrisa preocupada. La puerta del Instituto se abrió entonces, y el sol del otoño
penetró hasta el vestíbulo. Cyril se hallaba en el umbral, sin resuello.
El segundo carruaje ya está listo —anunció—. Entonces ¿quién viene?
Para: Cónsul Josiah Wayland
De: El Consejo
Querido señor:
Como sin duda ya sabe, su período de servicio como Cónsul, pasados diez años, está llegando a su fin. Ha llegado el
momento de nombrar a un sucesor.
Por nuestra parte, estamos considerando seriamente nombrar a Charlotte Branwell, nacida Fairchild. Ha hecho un gran
trabajo como directora del Instituto de Londres, y creemos que tiene su sello de aprobación, ya que fue usted quien la
nombró después de la muerte de su padre.
Como tenemos en un alto valor su opinión y su aprecio, le agradeceríamos que nos comunicara cualquier
consideración que tenga sobre este asunto.
Atentamente suyo,

Victor Whitelaw, Inquisidor, en representación del Consejo.
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 7 Empty Los orígenes- Princesa mecánica

Mensaje por StephRG14 Sáb 06 Jun 2015, 9:23 am

Capitulo 2
El gusano vencedor


Y mucha locura, y más pecado,
y el horror, el alma de la trama.
-EDGARD ALLAN POE, El gusano vencedor


Mientras el carruaje del Instituto atravesaba la verja de la casa Lightwood en Chiswick, Tessa pudo ver
el lugar como no había podido hacerlo la primera vez que había estado allí, en plena noche. Un largo
camino de gravilla flanqueado de árboles conducía a una inmensa mansión blanca con una especie de
placita delante. Ésta se parecía mucho a los dibujos que había visto de los templos clásicos de Grecia y
Roma, con sus líneas rotundas y simétricas, y lisas columnas. Había un carruaje parado ante la escalera,
y senderos de gravilla serpenteaban a través de una red de jardines.
Eran unos jardines muy bonitos. Incluso en octubre, estaban inundados de flores: rosas de tardía
floración y crisantemos de color bronce anaranjado, amarillo y dorado oscuro bordeaban los despejados
caminos que se deslizaban entre los árboles. Cuando Henry detuvo el carruaje, Tessa bajó, ayudada por
Jem, y oyó el sonido del agua: un arroyo, supuso, con el curso desviado para atravesar los jardines. Era
un paraje tan encantador que le costaba asociarlo con el lugar donde Benedict había ofrecido su baile
demoníaco, aunque veía el sendero que torcía por el costado de la casa que ella había tomado aquella
noche. Llevaba a una ala de la casa que parecía un añadido reciente…
El carruaje de los Lightwood llegó tras ellos, conducido por Gideon. Gabriel, Will y Cecily se apearon
de él. Los hermanos Herondale seguían discutiendo entre ellos cuando Gideon abandonó el vehículo;
Will acompañaba sus argumentos con secos movimientos de los brazos; Cecily lo miraba ceñuda, y la
expresión de furia de su rostro la hacía parecerse tanto a su hermano que, en otras circunstancias,
habría resultado divertido.
Gideon, más pálido incluso que antes, se volvió en redondo, con la espada desenfundada.
El carruaje de Tatiana —informó secamente cuando Jem y Tessa se unieron a él. Señaló el vehículo
detenido al pie de la escalera. Ambas portezuelas estaban abiertas—. Debe de haber decidido hacer una
visita.
—Justo ahora… —Gabriel parecía furioso, pero sus ojos verdes estaban nublados de miedo.
Tatiana era su hermana, recién casada. El escudo de armas del carruaje, una corona de espinas, debía de
ser el símbolo de la familia de su marido. El grupo permaneció inmóvil, observando a Gabriel ir al
carruaje mientras desenfundaba un largo sable. Se inclinó en la puerta y soltó una maldición.
Se apartó y miró a Gideon.
—Hay sangre en los asientos —informó—. Y… esta cosa. —Pasó la punta del sable por una rueda;
cuando lo retiró, un largo hilo de baba apestosa colgaba de él.
Will sacó un cuchillo serafín de su chaqueta.
—¡Eremiel! —dijo en voz alta. Cuando el cuchillo comenzó a brillar, una pálida estrella blanca bajo la
luz de otoño, Will apuntó con él primero al norte y luego al sur—. Los jardines rodean la casa, hasta el
río —explicó—. Lo sé bien; me pasé una noche persiguiendo al demonio Marbas por todo esto. Esté
donde esté, dudo que Benedict salga de estas tierras. Es demasiado probable que lo vean.
—Nosotros iremos al lado oeste de la casa. Vosotros al este —dispuso Gabriel—. Gritad si veis algo y
nos reuniremos.
Gabriel limpió su sable en la gravilla del camino, se incorporó y siguió a su hermano hacia el lado de la
casa. Will se dirigió al otro lado, seguido de Jem, y con Tessa y Cecily justo detrás. Will se detuvo en la
esquina de la casa, y recorrió los jardines con la mirada, en busca de cualquier ruido o cosa extraña. Un
momento después, hizo un gesto a los demás para que lo siguieran.
Mientras avanzaban, a Tessa se le enganchó el tacón con uno de los guijarros de los bordes del camino.
Se tambaleó, aunque inmediatamente recuperó el equilibrio, pero Will la miró y frunció el cejo.
—Tessa —dijo. Hubo un tiempo en que la llamaba Tess, pero ya no—. No deberías venir con nosotros.
No estás preparada. Al menos, espéranos en el carruaje.
—No —replicó ésta, rebelde.
Él se volvió hacia Jem, que parecía estar disimulando una sonrisa.
—Tessa es tu prometida. Haz que entre en razón.
Jem, con su espada bastón en una mano, se acercó a ella.
—Tessa, hazlo como un favor para mí. ¿Quieres?
—No crees que pueda luchar —repuso ella, deteniéndose y devolviéndole la mirada— porque soy una
chica.
—No creo que puedas luchar porque llevas un vestido de novia —replicó su prometido—. A decir
verdad, no creo ni que Will pudiera luchar con ese vestido.
—Quizá no —intervino éste, que tenía el oído de un murciélago—. Pero sería una novia radiante.
Cecily alzó la mano y señaló hacia la distancia.
—¿Qué es eso?
Los cuatro se volvieron y vieron algo corriendo hacia ellos. Tenían el sol justo delante, y por un
momento, mientras los ojos de Tessa se adaptaban a la luz, lo vio todo como una mancha. En seguida,
la mancha se convirtió en una chica que corría. Había perdido el sombrero y su cabello castaño claro
volaba al viento. Era alta y huesuda, vestida con un brillante vestido fucsia que seguramente habría sido
elegante, pero que estaba roto y manchado de sangre. Continuó gritando mientras se lanzaba hacia ellos
y se echaba a los brazos de Will.
Éste se tambaleó y a punto estuvo de dejar caer a Eremiel.
—Tatiana…
Tessa no pudo ver si Will la apartó o lo hizo ella, pero de cualquier modo Tatiana se separó unos
centímetros del chico, y Tessa pudo ver su rostro por primera vez. Era una chica esbelta y angulosa.
Tenía el cabello castaño claro de Gabriel, los ojos verdes de Gideon y habría sido bonita si en su rostro
no estuviera dibujada una mueca de desagrado. Aunque lo tenía surcado de lágrimas y jadeaba, había
algo teatral en todo ello, como si fuera consciente de que todos los ojos la miraban, especialmente los
de Will.
—Un monstruo enorme —gimió—. Una criatura… ¡ha cogido al querido Rupert del carruaje y ha
escapado con él!
Will la apartó un poco más.
—¿Qué quieres decir con «ha escapado con él»?
Tatiana señaló con el dedo.
—A… allí —sollozó—. Se lo ha llevado a rastras hasta el jardín italiano. Al principio, Rupert ha
conseguido esquivar sus fauces, pero lo ha arrastrado por los caminos. Por mucho que he gritado, ¡no
ha querido soltarlo! —Rompió a llorar de nuevo.
—Has gritado —repitió Will—. ¿Eso es todo lo que has hecho?
—He gritado mucho. —Tatiana parecía herida. Se apartó del todo de Will y le clavó la mirada—. Ya
veo que eres tan poco amable como siempre. —Sus ojos pasaron a Tessa, a Cecily y a Jem—. Señor
Carstairs —dijo con remilgo, como si estuvieran en una fiesta. Entrecerró los ojos al mirar a Cecily—.
Y tú…
—¡Oh, en nombre del Ángel! —Will la apartó para seguir adelante; Jem sonrió a Tessa y lo siguió.
—No puedes ser otra que la hermana de Will —comentó Tatiana a Cecily mientras los chicos
desaparecían en la distancia. A Tessa no le hizo caso deliberadamente.
Cecily la miró incrédula.
—Lo soy, aunque no puedo imaginar qué importa eso. Tessa, ¿vienes?
—Sí —contestó ésta, y se fue con ella; con independencia de lo que quisieran su hermano y su
prometido, no podía quedarse viendo cómo los dos avanzaban hacia el peligro sin ir con ellos. Pasado
un instante, oyó los indecisos pasos de Tatiana sobre la gravilla.
Estaban alejándose de la casa, hacia los jardines medio escondidos tras altos setos. En la distancia, el
sol relucía sobre un invernadero de madera y cristal con una cúpula en el techo. Era un agradable día de
otoño; soplaba un viento fresco y el aire olía a hierba. Tessa oyó un ruido y miró hacia la casa a su
espalda. Unos balcones en forma de arco recortaban la uniformidad de la blanca fachada.
—«Will —susurró ella mientras él le cogía las manos y se las apartaba de su cuello. Le quitó los
guantes, que se unieron a la máscara y a las horquillas de Jessie en el suelo de piedra del balcón.
Luego, Will se desprendió de su propia máscara y la tiró a un lado; se pasó las manos por el húmedo
cabello negro para retirárselo de la frente. El borde inferior de la máscara le había dejado marcas en sus
altos pómulos, como ligeras cicatrices, pero cuando ella fue a tocárselas, él le tomó las manos con
suavidad y se las hizo bajar.
»No —repuso él—. Déjame que te toque primero. He querido…»
Tessa se sonrojó profundamente y apartó la mirada de la casa y de los recuerdos que le evocaba. El
grupo había llegado a una abertura entre los setos de la derecha. A través de ella se veía lo que, sin
duda, era el jardín italiano, rodeado de follaje. El jardín contenía una serie de estatuas de héroes
clásicos y mitológicos. Venus vertía el agua de una jarra en la fuente central, mientras que las estatuas
de grandes historiadores y estadistas, como César, Herodoto y Tucídides, se miraban entre sí con ojos
vacíos a través de los senderos que, cual radios, surgían del punto central. También había poetas y
dramaturgos. Tessa, apresurándose, pasó ante Aristóteles; Ovidio; Homero, con los ojos cubiertos con
una máscara de piedra para indicar su ceguera; Virgilio, y Sófocles, antes de que un grito desgarrador
cortara el aire.
Se volvió en redondo. A varios pasos por detrás, Tatiana estaba paralizada, con los ojos desorbitados.
Tessa corrió hacia ella, seguida de los demás; ésta llegó primero junto a la chica, y Tatiana se agarró a
ella ciegamente, olvidando por un momento quién era Tessa.
—Rupert —gimió Tatiana, mirando hacia el frente.
Tessa siguió su mirada y vio la bota de un hombre saliendo por debajo de un seto. Por un momento
pensó que debía de estar desmayado sobre el suelo, con el resto del cuerpo cubierto por la vegetación,
pero al inclinarse hacia adelante se dio cuenta de que la bota, junto con varios centímetros de carne
masticada y ensangrentada que salían de ella, era todo lo que había.
—¿Un gusano de doce metros? —masculló Will dirigiéndose a Jem mientras avanzaban por el jardín
italiano, sin hacer ningún ruido al pisar la gravilla, gracias a un par de runas de Silencio—. Imagínate el
tamaño del pez que podríamos pescar con él.
Jem no llegó a sonreír.
—No tiene ninguna gracia, ¿sabes?
—Un poco sí.
—No puedes reducir esta situación a un par de chistes de gusanos, Will. Estamos hablando del padre de
Gabriel y de Gideon.
—No estamos hablando de él; estamos persiguiéndole por un jardín con estatuas ornamentales porque
se ha convertido en un gusano.
—Un gusano demoníaco —puntualizó Jem, mientras se detenía para mirar cautelosamente desde el
borde de un seto—. Una gran serpiente. ¿Contiene eso tu inadecuado humor?
—Hubo un tiempo en que mi inadecuado humor te reportaba cierto grado de diversión —suspiró Will
—. Como ha acabado el gusano.
—Will…
Jem se interrumpió al oír un grito ensordecedor. Ambos chicos se volvieron en redondo a tiempo de ver
a Tatiana Blackthorn caer hacia atrás en brazos de Tessa. Ésta sujetó a la otra chica mientras Cecily se
acercaba a una abertura entre los setos y sacaba del cinturón un cuchillo serafín con la facilidad de un
cazador de sombras experimentado. Will no la oyó decir nada, pero el cuchillo resplandeció en su
mano, le iluminó el rostro y encendió una llamarada de temor en el estómago de Will.
Éste comenzó a correr, y Jem lo siguió. Tatiana estaba caída desmadejada en brazos de Tessa, con el
rostro retorcido en una mueca de dolor.
—¡Rupert! ¡Rupert!
Tessa trataba de soportar el peso de la otra chica, y Will quería pararse a ayudarla, pero Jem ya lo había
hecho, poniendo la mano en el brazo de la chica. Era lo razonable. Era su lugar, como su prometido.
Will apartó bruscamente la mirada y centró su atención en su hermana, que avanzaba por la abertura
entre los setos, cuchillo en alto, mientras bordeaba los macabros restos de Rupert Blackthorn.
—¡Cecily! —la llamó, exasperado, y ella comenzó a volverse…
Y el mundo estalló. Un chorro de tierra y lodo surtió ante ellos, como un géiser hacia el cielo. Terrones
de grava y barro cayeron como granizo. En el centro del géiser, una enorme serpiente ciega, de un color
gris blanquecino. «El color de la carne muerta», pensó Will. El gusano emanaba el hedor de las tumbas.
Tatiana gimió y se dejó caer sin fuerzas, arrastrando consigo a Tessa.
El gusano comenzó a agitarse de un lado al otro para sacudirse la tierra. Abrió la boca, aunque, más que
una boca era un enorme corte que le biseccionaba la cabeza rodeado de dientes de tiburón. Emitió un
agudo siseo.
—¡Detente! —gritó Cecily. Alzó el cuchillo serafín ante ella; parecía no tener el más mínimo miedo—.
¡Retrocede, criatura maldita!
El gusano se lanzó contra ella. La chica permaneció quieta, con el cuchillo en la mano, mientras las
grandes fauces se cerraban… Y Will saltó sobre ella y la apartó del camino. Ambos rodaron por el suelo
hasta un seto; las fauces del monstruo dieron contra el suelo, justo donde Cecily había estado, y
formaron un considerable hoyo.
—¡Will! —Cecily se soltó de él, pero no a tiempo. El cuchillo serafín que sujetaba cortó a su hermano
en el antebrazo y le dejó una roja quemadura—. Eso no era necesario.
—¡No tienes entrenamiento! —gritó Will, medio enloquecido de furia y terror—. ¡Harás que te maten!
¡Quédate aquí! —Fue a quitarle el cuchillo, pero ella se apartó de él y se puso en pie. Al cabo de un
instante, el gusano volvía a atacar con la boca abierta. Will había dejado caer el arma al abalanzarse
sobre su hermana; se hallaba a unos pasos. Saltó hacia un lado y esquivó las fauces de la criatura sólo
por centímetros, y entonces Jem ya estaba allí, enarbolando su espada bastón. La clavó con fuerza, en
el costado del gusano. Éste profirió un grito infernal y se tiró hacia atrás, salpicando sangre negra. Con
un fuerte siseo, desapareció detrás de un seto.
Will se volvió en redondo. Casi no veía a Cecily; Jem se había puesto entre ella y Benedict, y estaba
regado de sangre negra y lodo. A su espalda, Tessa había arrastrado a Tatiana hasta su regazo, la tela de
sus ropas hecha una maraña: la vistosa falda rosa de Tatiana se enredaba con el estropeado dorado del
vestido de novia de Tessa. Ésta estaba inclinada sobre la otra para evitar que viera a su padre, y tenía el
cabello y la ropa cubiertos de sangre de demonio. Muy pálida, alzó la mirada, y sus ojos se encontraron
con los de Will.
Durante unos segundos, el jardín, el ruido, el hedor a sangre y a demonios desaparecieron, y él estuvo
sólo con Tessa en un lugar silencioso. Quería correr hacia ella, rodearla con los brazos. Protegerla.
Pero le correspondía a Jem hacer esas cosas, no a él. No a él.
El instante pasó, y Tessa ya estaba en pie. Levantó a Tatiana, medio inconsciente, e hizo que le pasara
un brazo por encima de sus propios hombros.
—Tienes que llevártela de aquí. La matará —dijo Will, mientras paseaba la mirada por el jardín—. No
está entrenada.
La boca de Tessa comenzó a cerrarse en esa línea de obstinación que Will ya conocía.
—No quiero dejaros.
Cecily parecía horrorizada.
—No crees… ¿Esa criatura no se contendría? Es su hija. Si a esa… si a él… le queda algún
sentimiento…
—Se ha comido a su yerno, Cecy —soltó Will—. Tessa, vete con Tatiana si quieres salvarle la vida. Y
quédate con ella junto a la casa. Sería un desastre si volviera aquí corriendo.
—Gracias, Will —murmuró Jem mientras su prometida se llevaba a la aturdida joven todo lo rápido
que podía. Will sintió que esas palabras se le clavaban como agujas en el corazón. Siempre que Will
protegía a Tessa, Jem pensaba que era por él y no por sí mismo. Y siempre, Will deseaba que Jem
estuviera en lo cierto. Cada aguja que se le clavaba tenía un sentimiento: culpa, vergüenza, amor.
Cecily gritó. Una sombra cubrió el sol, y el seto que había ante Will saltó por los aires. Se encontró
mirando el esófago del enorme gusano. Hilos de baba colgaban de los enormes dientes. Will fue a sacar
la espada del cinturón, pero la criatura ya estaba retrocediendo, con el mango de una daga visible en el
costado del cuello. Will la reconoció sin volverse. Era la de Jem. Oyó a su parabatai gritar
advirtiéndole, y luego el gusano volvió a ir contra Will, que le atravesó la mandíbula inferior con la
espada. De entre los dientes del monstruo se escaparon chorros de sangre que salpicaron, silbando, el
uniforme de Will. De repente, el chico sintió un impacto y, al no esperárselo, se fue al suelo y se golpeó
con fuerza los hombros.
Se quedó sin aliento. Tenía la fina cola anillada del gusano enrollada en las rodillas. Pateó, viendo las
estrellas, el rostro ansioso de Jem, el cielo azul en lo alto…
Tunc. Una flecha se clavó en la cola del gusano, justo bajo las rodillas de Will. Benedict lo soltó, y Will
rodó sobre el suelo y se medio incorporó como pudo, justo a tiempo de ver a Gideon y a Gabriel
Lightwood corriendo hacia ellos por el camino. Este último sujetaba un arco. Estaba colocando otra
flecha mientras corría, y Will fue consciente al momento, con una vaga sensación de sorpresa, que
Gabriel Lightwood había disparado a su padre para salvarle la vida.
El gusano se arqueó hacia atrás, y unas manos cogieron a Will por las axilas y lo pusieron en pie. Jem.
Éste soltó a Will, que se volvió y vio a su parabatai que blandía la espada bastón y miraba hacia
adelante fijamente. El gusano demonio parecía estar retorciéndose de agonía; se ondeaba mientras
sacudía la enorme cabeza ciega, arrancando los arbustos con sus movimientos. Las hojas llenaban el
aire, y el grupo de cazadores de sombras se atragantó con el polvo. Will oyó toser a Cecily y quiso
decirle que corriera de vuelta a la casa, pero sabía que ella no le haría caso.
De alguna manera, moviendo con violencia la mandíbula, el gusano había conseguido que se soltara la
espada; el arma cayó ruidosamente al suelo entre los rosales, manchada de secreciones negras. El
gusano comenzó a retroceder arrastrándose, dejando un rastro de espumarajos y sangre. Gideon hizo
una mueca de asco y corrió a recoger la espada caída con una mano enguantada.
De repente, Benedict se alzó como una cobra, con las fauces abiertas y babeantes. Gideon alzó la
espada, que parecía minúscula ante el gigantesco tamaño de la criatura.
—¡Gideon! —Gabriel, pálido, estaba alzando el arco; Will se apartó hacia un lado mientras la flecha
pasaba junto a él y se hundía en el cuerpo del gusano. Éste soltó un gañido y se alejó a una velocidad
increíble, arqueando el cuerpo. Mientras se deslizaba, una sacudida de la cola impactó contra una
estatua, cuyos añicos cayeron en la fuente ornamental.
—Por el Ángel, ha chafado a Sófocles —señaló irónico Will mientras el gusano desaparecía tras una
estructura grande con la forma de un templo de griego—. Hoy en día, nadie respeta a los clásicos.
Gabriel, jadeando, bajó el arco.
—Estúpido —le soltó furioso a su hermano—. ¿En qué estabas pensando para correr así hacia él?
Gideon se volvió en redondo y apuntó a Gabriel con la espada ensangrentada.
—No es «él». Eso ya no es nuestro padre, Gabriel. Si no puedes aceptarlo…
—¡Le he disparado una flecha! —gritó Gabriel—. ¿Qué más quieres de mí, Gideon?
Gideon meneó la cabeza como si estuviera disgustado con su hermano; incluso Will, a quien no le caía
bien Gabriel, sintió una punzada de compasión por él. Sí que había disparado a la bestia.
—Debemos perseguirlo —propuso Gideon—. Se ha ido detrás del cenador…
—¿Del qué? —preguntó Will.
—Un cenador, Will —explicó Jem—. Es una estructura decorativa. Supongo que no hay nada dentro.
Gideon negó con la cabeza.
—Sólo es yeso. Si nosotros vamos por un lado, y Jem y tú por el otro…
—Cecily, ¿qué estás haciendo? —quiso saber Will, interrumpiendo al mayor de los Lightwood; sabía
que sonaba como un padre preocupado, pero no le importaba. Cecily se había metido el cuchillo en el
cinturón y parecía estar tratando de trepar uno de los pequeños tejos que había en la primera fila de
setos—. ¡No es momento de subirse a los árboles!
Ella lo miró enfadada, con el negro cabello sobre el rostro por el viento. Abrió la boca para contestar,
pero antes de que pudiera hablar, se oyó algo parecido a un terremoto, y el cenador estalló en añicos de
yeso. El gusano se lanzó hacia adelante, directamente contra ellos, con la terrible velocidad de un tren
descarrilado.
Cuando llegaron al patio delantero de la mansión Lightwood, a Tessa ya le dolía el cuello y la espalda.
Bajo el pesado vestido de novia, llevaba el apretado corsé, y el peso de la sollozante Tatiana le tiraba
dolorosamente del hombro izquierdo.
Sintió un gran alivio al ver el carruaje, alivio pero también sorpresa. El panorama del patio era tan
tranquilo… los carruajes donde los habían dejado, los caballos pastando hierba, la fachada de la casa
intacta. Después de medio cargar, medio arrastrar a Tatiana al primer carruaje, Tessa abrió la puerta y la
ayudó a entrar; hizo una mueca de dolor cuando las afiladas uñas de la desfallecida chica se le clavaron
en la espalda mientras subían, ellas y sus faldas, al espacio interior.
—¡Oh, Dios! —gimió Tatiana—. ¡Qué vergüenza, qué terrible vergüenza! Que la Clave llegue a saber
lo que le ha ocurrido a mi padre. Por el amor de Dios, ¿es que no podría haber pensado en mí, aunque
fuera sólo un momento?
Tessa parpadeó sorprendida.
—Esa cosa —repuso—. No creo que fuera capaz de pensar en nadie, señora Blackthorn.
Tatiana la miró como atontada y, por un momento, Tessa se avergonzó de la tirria que le tenía. No le
había gustado que la hicieran irse de los jardines, donde quizá pudiera haber ayudado, pero Tatiana
acababa de ver a su marido despedazado ante sus ojos por su propio padre. Merecía un poco más de
compasión de la que Tessa había estado sintiendo.
—Sé que ha sufrido una impresión muy fuerte —le dijo con voz más amable—. Si se tumbara…
—Eres muy alta —observó Tatiana—. ¿Se te quejan los caballeros de eso?
Tessa se la quedó mirando.
Y vas vestida de novia —continuó—. ¿No es raro? ¿No te habría ido mejor un traje de combate? Ya
sé que no sienta nada bien, y hay que hacer lo que hay que hacer, pero…
Se oyó un golpe estruendoso. Tessa se apartó del carruaje y miró alrededor; el ruido procedía del
interior de la casa. «Henry», pensó Tessa. Henry había entrado en la casa, solo. Claro que la criatura
estaba en el jardín pero, de todas formas, era la casa de Benedict. Recordó el baile, lleno de demonios,
la última vez que había estado allí. Se alzó las faldas con ambas manos.
—Permanezca aquí, señora Blackthorn —dijo—. Debo averiguar la causa de ese ruido.
—¡No! —Tatiana se incorporó de golpe—. ¡No me dejes!
—Lo siento. —Tessa se fue alejando, negando con la cabeza—. Debo hacerlo. ¡Por favor, quédese
dentro del carruaje!
Tatiana le gritó algo, pero ella ya se había vuelto y corría hacia la escalera de entrada. Empujó la puerta
principal y entró en el gran vestíbulo pavimentado como un tablero de ajedrez, con losas de mármol
blancas y negras. Una enorme araña de luz colgaba del techo, aunque ninguna de sus velas estaba
encendida; la única iluminación procedía del sol que entraba a raudales por los altos ventanales. Una
señorial escalera curvada ascendía al piso siguiente.
—¡Henry! —gritó Tessa—. Henry, ¿dónde estás?
Un grito de respuesta y otro fuerte golpe llegaron del piso de arriba. Tessa subió corriendo por la
escalera; tropezó al pisarse el bajo del vestido y lo desgarró. Se apartó la falda con un gesto impaciente
y siguió corriendo por un largo pasillo con paredes pintadas de estuco azul, de donde colgaban docenas
de grabados en marcos dorados; atravesó una puerta doble y entró en otra sala.
Sin duda era la habitación de un hombre, una biblioteca o una oficina; las cortinas de pesada tela, óleos
de grandes navíos de guerra colgados de las paredes. Un papel de un verde intenso cubría los muros,
aunque parecía salpicado de extrañas manchas negras. Se notaba un extraño olor, un olor semejante al
de las orillas del Támesis, donde cosas raras se pudrían bajo la tenue luz del día. Y por encima de éste,
el penetrante olor de la sangre. Había una estantería volcada, una mezcolanza de vidrio roto y madera
astillada, y sobre la alfombra persa, junto a ella, se hallaba Henry, forcejeando contra una criatura
informe de piel gris y un inquietante número de brazos. Henry gritaba y daba patadas con sus largas
piernas, y el engendro, sin duda un demonio, le estaba rasgando el traje con las garras, mientras le
intentaba alcanzar con sus fauces de lobo.
Tessa miró alrededor desesperada, agarró el atizador que se hallaba junto a la apagada chimenea y
cargó. Trató de recordar su adiestramiento, todas esas horas de detalladas explicaciones por parte de
Gideon sobre calibrado, velocidad y sujeción, pero al final, pareció puro instinto clavar el largo palo de
acero en el torso de la criatura, donde habría habido una caja torácica de haber sido un animal real y
terrenal.
Oyó algo crujir cuando el arma entró. El demonio lanzó un aullido como el de un perro herido y rodó
apartándose de Henry; el atizador cayó ruidosamente sobre el suelo. Un icor negro salió a chorro y
llenó la sala del hedor a humo y podredumbre. Tessa retrocedió tambaleante y se pisó el bajo roto del
vestido. Cayó al suelo justo cuando Henry, con una callada maldición, se lanzaba sobre el demonio y le
cortaba el cuello con una hoja semejante a una daga donde brillaban runas. El demonio soltó un grito
borboteante y se plegó como un papel.
Henry se puso en pie, su cabello de color jengibre estaba pegado por la sangre y el icor. Tenía el traje
rasgado en el hombro, y un fluido rojo le manaba de la herida.
—Tessa —exclamó, y al instante estuvo junto a ella, ayudándola a levantarse—. Por el Ángel, vaya par
que estamos hechos —dijo de esa triste forma tan suya, mientras la miraba preocupado—. No estás
herida, ¿verdad?
Ella se miró y vio lo que él quería decir: tenía el vestido empapado por la rociada de icor, y también un
feo corte en el brazo, por haber caído sobre un vidrio roto. No le dolía mucho, pero sangraba.
—Estoy perfectamente —respondió—. ¿Qué ha pasado, Henry? ¿Qué era esa cosa y por qué estaba
aquí?
—Un demonio guardián. Estaba buscando en el escritorio de Benedict, y debo de haber movido o
tocado algo que lo ha despertado. Ha salido un humo negro del cajón, y se ha convertido en eso. Se ha
lanzado sobre mí…
Y te ha arañado —concluyó Tessa, preocupada—. Estás sangrando.
—No, eso me lo he hecho yo. He caído sobre mi daga —reconoció Henry avergonzado, mientras
sacaba la estela del cinturón—. No se lo digas a Charlotte.
Tessa casi sonrió; luego, al recordar, atravesó la estancia corriendo y abrió las cortinas de uno de los
altos ventanales. Podía ver los jardines, pero no, lamentablemente, el jardín italiano; estaban en el otro
lado de la casa. Ante ella sólo vio setos verdes y césped, que comenzaba a oscurecerse por el invierno.
—Debo irme —le anunció a Henry—. Will, Jem y Cecily están combatiendo contra la criatura. Ha
matado al marido de Tatiana, Blackthorn. He tenido que acompañarla al carruaje porque estaba a punto
de desmayarse.
Hubo un silencio.
—Tessa —dijo Henry después con una voz rara; ella se volvió para mirarlo, y lo encontró suspendido
en el acto de dibujarse un iratze en la parte interior del brazo. Estaba mirando hacia la pared que tenía
enfrente, en la que Tessa había reparado antes, la que estaba extrañamente salpicada de manchas. En
ese momento vio que no era tales: eran letras de casi dos palmos que se extendían sobre el papel
pintado, dibujadas con lo que parecía sangre negra seca.
LOS ARTEFACTOS INFERNALES CARECEN DE PIEDAD.
LOS ARTEFACTOS INFERNALES CARECEN DE REMORDIMIENTOS.
LOS ARTEFACTOS INFERNALES CARECEN DE NÚMERO.
LOS ARTEFACTOS INFERNALES NUNCA DEJARÁN DE LLEGAR.
Y allí, bajo las letras, una última frase, casi ilegible, como si quien la hubiera escrito estuviera
perdiendo el uso de las manos. Se imaginó a Benedict encerrado en esa sala, enloqueciendo lentamente
mientras se transformaba, y trazando las palabras en la pared con su propia sangre cargada de icor.
QUE DIOS TENGA PIEDAD DE NUESTRA ALMA.
El gusano atacó. Will se tiró haciendo una voltereta hacia adelante y escapó por poco de las fauces que
se cerraban. Se quedó agachado, luego se incorporó y corrió toda la longitud de la criatura hasta llegar
a la cola. Se volvió y vio al demonio cerniéndose como una cobra sobre Gideon y Gabriel, aunque, para
su sorpresa, parecía haberse quedado paralizado, siseando, pero sin atacar. ¿Acaso reconocía a sus
hijos? ¿Sentía algo por ellos? Era imposible decirlo.
Cecily estaba a mitad del tejo, colgada de una rama. Will esperó que fuera razonable y se quedara ahí;
así que se volvió hacia Jem y alzó una mano para que su parabatai pudiera verlo. Hacía tiempo que
habían ideado una serie de gestos que empleaban para comunicarse en plena batalla, en caso de que no
pudieran oírse. Los ojos de Jem mostraron que lo había entendido, y le lanzó su espada bastón con tanta
perfección que fue rodando hasta que Will la cogió con una mano y apretó el resorte del mango. La
hoja salió al instante, y el chico la bajó con fuerza para atravesar la gruesa piel de la criatura. El gusano
se echó hacia atrás y aulló mientras él lo golpeaba de nuevo y le seccionaba la cola. Benedict se
sacudió salvajemente por ambos extremos, y el icor salió disparado en un pegajoso chorro, que cubrió a
Will. Éste se apartó gritando, con la piel ardiéndole.
—¡Will! —Jem corrió hacia él. Gideon y Gabriel estaban acuchillando al gusano en la cabeza,
haciendo todo lo posible por concentrar en ellos su atención. Mientras Will se limpiaba el ardiente icor
de los ojos con la mano libre, Cecily se dejó caer desde el tejo y aterrizó limpiamente sobre el lomo del
gusano.
Will dejó caer la espada bastón del susto. Nunca había hecho eso antes: dejar caer una arma en plena
batalla, pero era su hermana pequeña la que se aferraba con una torva determinación al lomo de un
enorme gusano demonio, igual que una pulga pegada al pelo de un perro. Mientras la miraba
horrorizado, Cecily sacó una daga del cinturón y la clavó con saña en la carne del demonio.
«¿Qué cree que está haciendo? ¡Como si ese cuchillito pudiera matar a una cosa de ese tamaño!»,
pensó Will.
—Will, Will —le decía Jem al oído, con voz urgente, y Will se dio cuenta de que había hablado en voz
alta, y que, en nombre del Ángel, el gusano estaba volviendo la cabeza hacia Cecily, con la boca abierta
y llena de dientes…
Cecily soltó el mango del cuchillo y rodó de lado, saltando del cuerpo del gusano. Las fauces no la
atraparon por los pelos, y se cerraron con fuerza sobre su propio cuerpo. Saltó icor negro, y el monstruo
echó la cabeza hacia atrás, con un aullido que parecía el grito de una banshee. Tenía una enorme herida
en el costado, y trozos de su propia piel le colgaban de los dientes. Mientras Will lo miraba
boquiabierto, Gabriel alzó el arco y lanzó una flecha.
Ésta dio en su blanco y se clavó profundamente en uno de los ojos sin párpados del gusano, que se alzó
hacia atrás; luego, la cabeza se le cayó hacia adelante y se plegó sobre sí misma, deshaciéndose,
desapareciendo como les pasaba a los demonios cuando perdían la vida.
El arco de Gabriel cayó al suelo con un ruido que Will casi ni oyó. El pisoteado suelo estaba empapado
en la sangre que había manado del cuerpo mutilado del gusano. En medio de todo, Cecily se ponía
lentamente en pie, con una mueca de dolor y la muñeca derecha torcida en un ángulo raro.
Will ni siquiera notó que echaba a correr hacia ella; sólo se percató de que Jem le había cogido y se lo
impedía. Se volvió furioso hacia su parabatai.
—Mi hermana…
—Tu rostro —replicó Jem, con una calma encomiable, considerando la situación—. Estás cubierto de
sangre de demonio, William, y te está quemando. Debo ponerte un iratze antes de que el daño sea
irreversible.
—Suéltame —insistió Will, y trató de apartarse, pero la fría mano de Jem lo tenía agarrado por la nuca,
y luego Will notó el ardor de una estela en la muñeca, y el dolor que ni siquiera había notado que sentía
comenzó a aliviarse. Jem lo soltó con un pequeño gemido de dolor por su parte; le había caído un poco
de icor en los dedos. Will se detuvo, indeciso, pero Jem le indicó que se marchara con un gesto,
mientras se colocaba la estela sobre su propia mano.
Sólo fue un momento de retraso, pero cuando Will llegó junto a Cecily, Gabriel ya estaba allí. Le había
puesto la mano bajo la barbilla y le recorría el rostro con sus ojos verdes. Ella lo miraba atónita, cuando
su hermano llegó y la cogió del hombro.
—Aléjate de ella —ladró, y Gabriel se apartó mientras apretaba los labios.
Gideon lo seguía de cerca, y ambos se inclinaron sobre Cecily, mientras Will la inmovilizaba con una
mano y desenfundaba la estela con la otra. Ella lo miró con ojos que destellaban mientras él le grababa
un negro iratze en un lado del cuello y luego un mendelin en el otro. El negro cabello se le escapó de la
trenza, y le pareció la niña traviesa que él recordaba, feroz y sin miedo a nada.
—¿Estás herida, cariad? —La palabra salió de los labios del chico antes de que se diera cuenta; una
palabra cariñosa de su infancia, que casi había olvidado.
—¿Cariad? —repitió ella, con los ojos cargados de incredulidad—. No estoy casi herida.
—Casi —indicó Will, y le señaló la muñeca torcida y los cortes que tenía en la cara y las manos, que
habían comenzado a cerrarse gracias al iratze. Notó que la furia crecía en su interior, tanto que no oyó a
Jem, a su espalda, comenzar a toser; por lo general era un sonido que lo hacía reaccionar como una
chispa cayendo sobre yesca seca—. Cecily, ¿en qué estabas…?
—Eso ha sido una de las cosas más valientes que he visto hacer a un cazador de sombras —lo
interrumpió Gabriel. No miraba a Will, sino a Cecily, con una mezcla de sorpresa y algo más en su
expresión. Tenía barro y sangre en el cabello, igual que todos, lo que hacía que sus ojos verdes
relucieran más aún.
Ella se sonrojó.
—Sólo ha sido…
Se calló de golpe, con la mirada alarmada, mirando más allá de Will. Jem volvió a toser, y esa vez Will
le oyó; se volvió justo a tiempo de ver a su parabatai caer de rodillas sobre el suelo.
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 7 Empty LOS ORÍGENES- PRINCESA MECÁNICA

Mensaje por StephRG14 Sáb 06 Jun 2015, 9:25 am

Capitulo 3
Hasta la ultima hora


No, no lo haré, consuelo carroñero. Desesperación, no gozaré de ti; no desataré, por débiles que sean, las últimas
hebras de hombre que hay en mí, o, cansado, gritaré: «No puedo más». Sí puedo; puedo algo, la esperanza, la llegada
del día venidero, no elegir el no ser.
GERARD MANLEY HOPKINS, «Consuelo de la carroña»


Jem estaba apoyado contra el carruaje del Instituto, con los ojos cerrados y el rostro blanco como el
papel. Will estaba a su lado y lo agarraba con fuerza por el hombro. Tessa sabía, mientras corría hacia
ellos, que no era sólo un gesto cariñoso. Era lo que mantenía a Jem en pie.
Henry y ella habían oído el grito de agonía del gusano. Gabriel los había encontrado, poco después,
corriendo por la escalera de entrada. Les había explicado sin aliento la muerte de la criatura, y lo que
luego le había pasado a Jem, y a Tessa todo se le había vuelto blanco, como si de repente le hubieran
cruzado la cara de un bofetón.
Eran palabras que no había oído en mucho tiempo, pero que siempre estaba medio esperando, y a veces
le aparecían en pesadillas que la hacían incorporarse asustada, tratando de respirar: «Jem», «desmayo»,
«respiración», «sangre», «Will», «Will está con él», «Will…».
Claro que Will estaba con él.
Los otros estaban alrededor; los hermanos Lightwood con su hermana, e incluso Tatiana guardaba
silencio, o quizá Tessa no llegaba a oír sus palabras histéricas. Tessa también sabía que Cecily estaba
cerca, y Henry se hallaba torpemente a su lado, como si deseara consolarla, pero no supiera cómo
hacerlo.
Will miró a Tessa a los ojos cuando está se acercó, casi tropezándose con su vestido roto. Por un
momento, se entendieron a la perfección. Jem era por lo que aún podían mirarse directamente a los
ojos. Tratándose de él, ambos eran feroces e implacables. Tessa vio que Will apretaba la mano sobre el
brazo de su parabatai.
—Está aquí —le dijo.
Jem abrió los ojos lentamente. Tessa se esforzó por evitar una expresión horrorizada. Jem tenía las
pupilas dilatadas, los iris eran un fino anillo plateado alrededor del negro.
—Ni shou sahng le ma, quin ai de? —susurró él.
Jem había estado enseñando mandarín a Tessa, porque ella le había insistido. Ésta entendió «quin ai
de», al menos, aunque no el resto. «Mi cariño, mi querida». Le buscó la mano y se la apretó.
—Jem…
—¿Estás herida, mi amor? —le preguntó Will. Su voz tan firme como sus ojos, y por un momento
Tessa notó que la sangre le subía a las mejillas y se miró la mano que sujetaba la de su prometido; los
dedos de él eran aún más pálidos que los suyos, como los de una muñeca de porcelana. ¿Cómo no
había visto que estaba tan enfermo?
—Gracias por la traducción, Will —contestó, sin apartar la vista de Jem. Éste y Will estaban cubiertos
de salpicaduras de icor negro, pero en la barbilla y el cuello de Jem también había gotas de sangre roja.
Su propia sangre.
—No estoy herida —susurró Tessa, y luego pensó: «No, esto no sirve, en absoluto. Debes ser fuerte por
él».
Se irguió y siguió apretándole la mano.
—¿Dónde está su medicina? —le preguntó a Will—. ¿No la cogió antes de dejar el Instituto?
—No habléis de mí como si no estuviera aquí —se quejó Jem, pero lo decía sin enfado. Volvió la
cabeza y le dijo algo en voz baja a Will. Tessa notó la tensión en la postura de Will; estaba preparado,
como un gato, para sujetar a Jem si se resbalaba o caía, pero el chico permaneció en pie—. Soy más
fuerte cuando Tessa está conmigo, lo ves. Ya te lo he dicho —explicó, aún en el mismo tono de voz.
Y entonces, Will bajó la cabeza para que Tessa no pudiera verle los ojos.
—Ya —contestó—. Tessa, aquí no tenemos su medicina. Creo que salió del Instituto sin tomar la
suficiente, aunque no quiera admitirlo. Vuelve al Instituto con él en el carruaje, y vigílale; alguien debe
hacerlo.
Jem cogió aire trabajosamente.
—Los otros…
—Yo conduciré por ti. No será ningún problema; Balios y Xanthos se saben el camino. Henry puede
guiar el de los Lightwood. —Will era rápido y eficiente, demasiado rápido y eficiente hasta para que se
le dieran las gracias; no parecía que las necesitara. Ayudó a Tessa a meter a Jem en el carruaje, con
mucho cuidado para no rozarla ni en el hombro ni el brazo. Luego fue a decir a los otros lo que ocurría.
Tessa oyó parte de lo que Henry explicaba sobre tener que recoger los libros e informes de Benedict de
la casa, mientras se inclinaba para cerrar la puerta del carruaje y quedarse con Jem en medio de un
silencio que fue bienvenido.
—¿Qué había dentro de la casa? —preguntó Jem mientras pasaban traqueteando por la verja abierta
que limitaba la propiedad de los Lightwood. Aún tenía muy mal aspecto, con la cabeza recostada contra
los cojines del carruaje, los ojos entrecerrados y las mejillas brillantes de fiebre—. He oído a Henry
hablar del estudio de Benedict…
—Se volvió loco allí dentro —contestó ella, mientras le cogía las frías manos entre las suyas—. En los
días antes de transformarse, cuando Gabriel dijo que no salía de esa habitación, se le fue la cabeza.
Había escrito en la pared con lo que parecía sangre, frases sobre «los Artefactos Infernales». Que no
tenían piedad, que nunca dejarían de llegar…
—Debe de haberse referido al ejército de autómatas.
—Seguramente. —Tessa se estremeció levemente, y se acercó más a Jem—. Supongo que ha sido una
tontería mía…, pero estos dos últimos meses han sido tan tranquilos…
—¿Te has olvidado de Mortmain?
—No. Olvidado, nunca. —Miró hacia la ventana, aunque no podía ver el exterior; había cerrado las
cortinas cuando la luz pareció herir a Jem en los ojos—. Esperaba, tal vez, que se hubiera dedicado a
otra cosa.
—No sabemos si ha sido así. —Jem cerró los dedos sobre los de ella—. La muerte de Benedict es quizá
una tragedia, pero esas ruedas comenzaron a girar hace mucho tiempo. Esto no tiene nada que ver
contigo.
—Había otras cosas en la biblioteca. Notas y libros de Benedict. Diarios. Henry lo llevará al Instituto
para estudiarlos. Mi nombre salía en ellos. —Tessa se detuvo; ¿cómo podía preocupar a Jem con esas
cosas cuando estaba tan enfermo?
Como si él le hubiera leído el pensamiento, le pasó los dedos por la muñeca y los apoyó ligeramente
sobre el pulso.
—Tessa, sólo es un ataque pasajero. No durará. Preferiría que me contaras la verdad, toda la verdad, ya
sea amarga o espantosa, para poder compartirla contigo. Yo nunca permitiré que sufras daño alguno, ni
tampoco nadie del Instituto. —Sonrió—. Se te acelera el pulso.
«La verdad, toda la verdad, ya sea amarga o espantosa».
—Te amo —le dijo Tessa.
Él la miró con una luz en su delicado rostro que lo hacía aún más hermoso.
—Wo xi Wang ni ming tian ke yi jia gei wo.
—Tú… —Tessa arrugó la frente—. ¿Quieres casarte? Pero ya estamos prometidos. No creo que nadie
pueda prometerse dos veces.
Él soltó una carcajada, que se convirtió en una tos; Tessa se tensó, pero la tos no era profunda, y no
había sangre.
—He dicho que me casaría contigo mañana si pudiera —explicó él.
Tessa alzó la cabeza en broma.
—Mañana no me resulta conveniente, caballero.
—Pero ya estás adecuadamente ataviada —repuso él sonriendo.
Tessa se miró el estropeado dorado de su vestido de novia.
—Sí, si nos fuéramos a casar en un matadero… —reconoció—. Ah, bueno. Éste no me gustaba mucho.
Demasiado ostentoso.
—A mí me parecía que estabas muy hermosa —reconoció él con voz suave.
Tessa le apoyó la cabeza en el hombro.
—Ya habrá otro momento —repuso ella—. Otro día, otro vestido. Un momento en que tú estés bien y
todo sea perfecto.
La voz de Jem seguía siendo amable, pero contenía un terrible cansancio.
La perfección no existe, Tessa.
Sophie se hallaba junto a la ventana de su pequeño dormitorio, con las cortinas abiertas, los ojos fijos
en el patio. Hacía horas que los carruajes habían partido traqueteando, y ella tendría que estar
limpiando las rejillas de las chimeneas, pero el cepillo y el cubo permanecían intactos a sus pies.
Oía la voz de Bridget que ascendía tenue desde la cocina:
El conde Richard tenía una hija; Una muchacha hermosa, Y entregó su amor al Dulce William,
Aunque no era de su estado.
A veces, cuando Bridget estaba de un humor especialmente cantarín, Sophie pensaba en bajar
sigilosamente a la cocina y meterla en el horno, como a la bruja de Hansel y Gretel. Pero, sin duda,
Charlotte no lo aprobaría. Incluso aunque Bridget estuviera cantando sobre el amor prohibido entre
diferentes clases sociales justo en el momento en que Sophie se maldecía a sí misma por apretar tanto
la tela de la cortina en la mano, viendo unos ojos verde grisáceos mientras se preocupaba y se
preguntaba si Gideon estaría bien. ¿Habría resultado herido? ¿Podría luchar contra su padre? Y qué
terrible tenía que ser…
La verja del Instituto se abrió, y un carruaje entró; Will conducía. Sophie lo reconoció: sin sombrero, el
cabello negro ondeando al viento. Saltó del pescante del cochero y corrió a ayudar a Tessa a salir del
carruaje (incluso desde esa distancia, Sophie vio qué estropicio había hecho con su vestido dorado) y
luego a Jem, que se apoyaba pesadamente sobre el hombro de su parabatai.
Sophie contuvo el aliento. Aunque ya no estuviera enamorada de Jem, aún le apreciaba mucho. No era
difícil, considerando su sinceridad, su dulzura y su gentileza. Con ella siempre había sido
extraordinariamente amable. Durante los últimos meses, se había sentido aliviada de que él no
padeciera ninguno de sus «malos momentos», como los llamaba Charlotte; aunque la felicidad no lo
había sanado, parecía estar más fuerte, mejor…
Los tres desaparecieron dentro del Instituto. Cyril había salido de los establos y estaba ocupándose de
los relinchantes Balios y Xanthos. Sophie respiró hondo y dejó caer la cortina. Charlotte quizá la
necesitara, tal vez quisiera que la ayudara con Jem. Si había algo que ella pudiera hacer… Se apartó de
la ventana, se apresuró por el pasillo y bajó la estrecha escalera de servicio.
En la planta baja se encontró con Tessa, con la tez cenicienta y vacilando ante la puerta del dormitorio
de Jem. A través de la puerta parcialmente abierta, Sophie vio a Charlotte inclinada sobre el chico, que
estaba sentado en la cama; Will estaba apoyado en la chimenea, con los brazos cruzados y mostrando
una tensión clara en cada línea de su cuerpo. Tessa alzó la cabeza al ver a Sophie, y recuperó un poco el
color.
—Sophie —llamó a media voz—, Sophie, Jem no está bien. Ha tenido otro… otro ataque de su
enfermedad.
—No pasará nada, señorita Tessa. Lo he visto muy enfermo en otras ocasiones, y siempre se recupera,
después está sano como una manzana.
Tessa cerró los ojos. Tenía ojeras grises. No era necesario que dijera lo que ambas estaban pensando,
que llegaría un día en que Jem tendría un ataque y ya no se recuperaría.
—Debería ir a buscar agua caliente —añadió la sirvienta—, y trapos…
—Soy yo quien debería ir a buscarlos —repuso Tessa—. Y lo haría, pero Charlotte me ha dicho que
debo cambiarme de vestido, que la sangre de demonio puede ser peligrosa si toca la piel en grandes
cantidades. Ha enviado a Bridget en busca de trapos y ungüentos, y el hermano Enoch llegará en
cualquier momento. Y Jem no quiere oírlo, pero…
—Ya basta —la cortó Sophie con firmeza—. No le servirá de nada si se permite enfermar también. La
ayudaré con el vestido. Vamos, nos ocuparemos de eso, y en seguida.
Tessa abrió los ojos parpadeando.
—Mi querida y sensata Sophie. Claro que tienes razón. —Comenzó a andar por el pasillo hacia su
habitación. Se detuvo en la puerta, y se volvió para mirar a la chica. Escrutó su rostro con sus grandes
ojos grises, y pareció asentir para sí misma, como si hubiera acertado en alguna suposición—. Está
perfectamente. No ha resultado herido.
—¿El señorito Jem?
Tessa negó con la cabeza.
—Gideon Lightwood.
Sophie se sonrojó.
Gabriel no estaba muy seguro de por qué se hallaba en el salón del Instituto, excepto que su hermano le
había dicho que entrara allí y esperara, e incluso después de todo lo que había pasado, aún conservaba
la costumbre de obedecer a Gideon. Le sorprendió lo sencilla que era la sala, nada que ver con los
grandes salones de la casa de los Lightwood en Pimlico o de la de Chiswick. Las paredes estaban
cubiertas con un desgastado papel decorado con rosas de Alejandría, la superficie del escritorio estaba
manchada de tinta y arañada por los abrecartas y las plumillas, y la rejilla de la chimenea tenía hollín.
Sobre la chimenea había un espejo empañado, con un marco dorado.
Gabriel miró su reflejo. Tenía una marca roja en el mentón, donde se le estaba curando un largo arañazo
y el traje, rasgado en el cuello, manchado de sangre. «¿Tu propia sangre o la sangre de tu padre?»
Apartó rápidamente esa idea de su mente. Era extraño, pensó, que él fuera el que se pareciera a su
madre, Barbara. Había sido alta y tendente a la delgadez, con cabello castaño rizado y ojos que él
recordaba del más puro verde, como la hierba que cubría la ladera que bajaba hacia el río detrás de la
casa. Gideon se parecía a su padre: ancho y robusto, con los ojos más grises que verdes. Lo que
resultaba irónico, porque Gabriel había heredado el temperamento de su padre: obstinado, rápido para
enfadarse y lento para perdonar. Gideon y Barbara eran más conciliadores, tranquilos y constantes,
leales a sus creencias. Ambos se parecían mucho más a…
Charlotte Branwell entró por la puerta abierta del salón ataviada con un amplio vestido, y los ojos tan
brillantes como los de un pajarillo. Siempre que Gabriel la veía, le sorprendía lo menuda que era, lo
mucho más alto que era él. ¿En qué habría estado pensando el cónsul Wayland para dar a esa minúscula
criatura el poder sobre el Instituto y sobre todos los cazadores de sombras de Londres?
—Gabriel —lo saludó, inclinando la cabeza—. Tu hermano dice que no has resultado herido.
—Estoy perfectamente —contestó él, algo seco, y al instante supo que había sonado grosero. No había
sido ésa su intención precisamente. Durante años, su padre le había ido metiendo en la cabeza lo tonta
que era Charlotte, cuán inútil y fácil de influenciar, y aunque sabía que su hermano no estaba de
acuerdo, y no lo estaba hasta el punto de ir a vivir al Instituto y dejar a su familia, era una advertencia
que costaba olvidar—. Pensaba que estarías con Carstairs.
El hermano Enoch ha llegado, acompañado de otro de los Hermanos Silenciosos. Nos han prohibido
la entrada a la habitación de Jem. Will está en la puerta, yendo de un lado para otro como una pantera
enjaulada. ¡Pobre chico! —Charlotte miró un momento a Gabriel y luego se acercó a la chimenea. En
su mirada había una penetrante inteligencia, que ocultó rápidamente al bajar las pestañas—. Pero basta
de esto. Tengo entendido que ya han devuelto a tu hermana a la residencia de los Blackthorn en
Kensington. ¿Hay alguien a quien querrías enviar un mensaje en tu nombre?
—¿Un… mensaje?
Charlotte se detuvo ante el hogar y se cogió las manos a la espalda.
—Tienes que ir a alguna parte, Gabriel, a no ser que quieras que te saque por la puerta con sólo las
llaves de las calles en el bolsillo.
«¿Sacarme por la puerta?»
¿Acaso esa horrible mujer lo estaba echando del Instituto? Pensó en lo que su padre siempre le había
dicho: «A los Fairchild no les importa nadie excepto ellos mismos y la Ley».
—Yo… la casa en Pimlico…
—En breve, se informará al Cónsul de lo que ha pasado en Lightwood House —explicó Charlotte—.
Ambas residencias de tu familia en Londres serán confiscadas en nombre de la Clave, al menos hasta
que se registren y se determine que tu padre no dejó nada que pueda proporcionar pistas al Consejo.
—¿Pistas de qué?
—De los planes de tu padre —contestó Charlotte, impasible—. De su conexión con Mortmain y del
conocimiento de sus planes. De los Artefactos Infernales.
—Nunca he oído hablar de los malditos Artefactos Infernales —protestó Gabriel, y luego se sonrojó.
Había maldecido, y delante de una dama. Aunque tampoco era que Charlotte fuera como cualquier otra
dama.
—Te creo —repuso ella—. Pero no sé si el cónsul Wayland lo hará, pero esto es lo que tienes por
delante. Si me das una dirección…
—No tengo ninguna —protestó Gabriel, desesperado—. ¿Adónde crees que puedo ir?
Ella lo miró con una ceja alzada.
—Quiero quedarme con mi hermano —reconoció él finalmente, sabiendo que sonaba petulante y
enfadado, pero sin saber muy bien qué hacer para evitarlo.
—Pero tu hermano vive aquí —le recordó Charlotte—. Y tú has dejado muy claro lo que opinas del
Instituto y de mi posición. Jem me contó lo que crees. Que mi padre llevó a tu tío al suicidio. No es
cierto, ¿sabes?, pero no espero que me creas. Sin embargo, me hace preguntarme por qué desearías
quedarte aquí.
El Instituto es un refugio.
—¿Planeaba tu padre dirigirlo como un refugio?
—¡No lo sé! No sé cuáles son sus planes… ¡cuáles eran!
—Entonces ¿por qué le seguiste? —La voz de Charlotte era suave pero despiadada.
—¡Porque era mi padre! —gritó Gabriel. Se alejó de la mujer con la respiración entrecortada. Sólo
medio consciente de lo que hacía, se envolvió en sus propios brazos, apretándose con fuerza, como si
así pudiera evitar desmoronarse.
Recuerdos de las últimas semanas, recuerdos que Gabriel había estado haciendo todo lo posible por
enterrar en lo más recóndito de su mente, amenazaron con salir a la luz: semanas en la casa después de
que despacharan a los criados; ruidos que llegaban de las habitaciones del piso de arriba; gritos por las
noches; sangre en la escalera por la mañana; su padre gritando palabras ininteligibles desde el otro lado
de la puerta cerrada de la biblioteca, como si ya no pudiera hablar correctamente…
—Si me vas a echar a la calle —continuó Gabriel, con una especie de desesperación terrible—,
entonces hazlo ahora. No quiero pensar que tengo un hogar cuando no lo tengo. No quiero pensar que
volveré a ver a mi hermano si no va a ser así.
—¿Crees que él no iría a buscarte? ¿Que no te encontrará donde sea que estés?
—Creo que ha demostrado a quién aprecia más —contestó Gabriel—, y no soy yo. —Lentamente se
irguió y se fue envalentonando—. Échame o déjame quedarme. No voy a rogarte.
Charlotte suspiró.
—No tendrás que hacerlo —repuso—. Nunca antes he echado a nadie que me dijera que no tenía
adónde ir, y no empezaré ahora. Sólo te pido una cosa. Permitir que alguien viva en el Instituto, en el
mismísimo corazón del Enclave, es depositar mi confianza en sus buenas intenciones. No me hagas
arrepentirme de haber confiado en ti, Gabriel Lightwood.
Las sombras se habían alargado en la biblioteca. Tessa se hallaba sentada en un círculo de luz junto a
una de las ventanas, al lado de una lámpara de pantalla azul. Hacía varias horas que tenía un libro
abierto en el regazo, pero había sido incapaz de concentrarse en la lectura. Pasaba los ojos sobre las
palabras escritas sin asimilarlas, y se encontró a menudo deteniéndose para tratar de recordar quiénes
eran los personajes o por qué hacían lo que estaban haciendo.
Estaba a punto de comenzar de nuevo el capítulo cinco cuando un crujido de las maderas del suelo la
alertó; alzó la mirada y se encontró con Will ante ella, con el cabello húmedo y los guantes en la mano.
—Will. —Tessa dejó el libro en el alféizar a su lado—. Me has asustado.
—No pretendía interrumpirte —dijo él en voz baja—. Si estás leyendo… —Y comenzó a volverse.
—No lo estoy —respondió ella; él se detuvo y giró la cabeza para mirarla—. No puedo concentrarme
en las palabras. No puedo quitarme la inquietud de la cabeza.
—Yo tampoco —repuso él, y acabó de volverse.
Ya no tenía salpicaduras de sangre. Su ropa estaba limpia y la piel sin marcas en su mayor parte,
aunque Tessa podía notar las líneas rosadas de arañazos en la garganta, que desaparecían bajo el cuello
de la camisa e iban sanando gracias a los iratzes.
—¿Hay noticias de mi… hay noticias de Jem?
—No hay cambios —contestó Will; ella ya lo había supuesto. Si hubiera habido algún cambio, Will no
habría estado ahí—. Los Hermanos aún no dejan que nadie entre en la habitación, ni siquiera Charlotte.
—¿Y por qué estás aquí? —prosiguió él—. ¿Sentada en la oscuridad?
—Benedict escribió en la pared de su estudio —contestó ella en voz baja—. Antes de convertirse en
aquella criatura, supongo, o mientras estaba transformándose. No lo sé. «Los Artefactos Infernales
carecen de piedad. Los Artefactos Infernales carecen de remordimientos. Los Artefactos Infernales
carecen de número. Los Artefactos Infernales nunca dejarán de llegar».
—¿Los Artefactos Infernales? Supongo que se refiere a las criaturas mecánicas de Mortmain. Aunque
hace meses que no hemos visto ninguna.
—Eso no significa que no vuelvan a aparecer —indicó Tessa. Miró la mesa de la biblioteca, su arañado
barniz. ¿Cuántas veces debían de haberse sentado juntos ahí Will y Jem, estudiando, grabando sus
iniciales, como hacían los escolares aburridos, en el tablero de la mesa?—. Aquí, soy un peligro para
vosotros.
—Tessa, ya hemos hablado de eso. Tú no eres el peligro. Eres lo que quiere Mortmain, de acuerdo,
pero si no estuvieras aquí, protegida, te atraparía con facilidad, y ¿para qué clase de destrucción
emplearía tus poderes? No lo sabemos; sólo sabemos que te quiere para algo, y que es mejor para
nosotros mantenerte alejada de su alcance. No es altruismo. Los cazadores de sombras no somos
desinteresados.
Ella lo miró.
—Creo que tú eres muy altruista. —Al oír su bufido de desacuerdo, ella añadió—: Seguro que sabes
que lo que hacéis es ejemplar. Sí que es cierto que la Clave es bastante fría. «Somos polvo y sombras».
Pero sois como los héroes de los tiempos pasados, como Aquiles y Jasón.
—Aquiles murió por una flecha envenenada, y Jasón murió solo, lo mató su propio barco podrido. Tal
es el destino de los héroes; el Ángel sabrá por qué alguien desearía serlo.
Tessa lo miró. Tenía unas leves ojeras bajo los ojos azules, y se toqueteaba con los dedos la tela de los
puños, sin pensar, como si no supiera que lo estaba haciendo. «Meses», pensó. Habían pasado meses
desde que habían estado solos más de un instante. Sólo se habían encontrado accidentalmente en los
pasillos, en el patio, intercambiando torpes cortesías. Tessa había echado de menos sus chistes, los
libros que le prestaba, los destellos de humor en su mirada. Perdida en el recuerdo del Will más fácil
del principio, Tessa habló sin pensar:
—No puedo olvidar algo que me dijiste una vez.
Él la miró sorprendido.
—¿Sí? ¿Qué?
—Que a veces, cuando no puedes decidir qué hacer, finges ser un personaje de un libro, porque es más
fácil decidir qué harían ellos.
—No soy alguien de quien haya que seguir sus consejos —repuso Will—, si estás buscando la
felicidad.
—No la felicidad. No exactamente. Quiero ayudar, hacer el bien… —Tessa se interrumpió y suspiró—.
Y he leído muchos libros, pero si hay alguna guía en ellos, no he sido capaz de encontrarla. Dijiste que
eras como ese personaje de Dickens, Sydney Carton…
Él hizo un ruido, y se dejó caer en una silla en el lado opuesto de la mesa. Bajó las pestañas, ocultando
los ojos.
Y supongo que sé lo que eso representa para el resto de nosotros —continuó la chica—. Pero no
quiero ser Lucie Manette, porque no hace nada para salvar a Charles; deja que Sydney lo haga todo. Y
es cruel con él.
—¿Con Charles? —preguntó Will.
—Con Sydney —contestó Tessa—. Él desea ser un hombre mejor, pero ella no quiere ayudarle.
—No puede. Está prometida a Charles Darney.
—Aun así, no es buena con él —insistió Tessa.
Will se levantó de la silla con la misma rapidez con que se había sentado. Se inclinó hacia adelante con
las manos sobre la mesa. Sus ojos se veían muy azules bajo la luz asimismo azul de la lámpara.
—A veces se debe escoger entre ser bueno o ser honorable —afirmó—. A veces no se puede ser ambas
cosas.
—¿Cuál es mejor? —preguntó Tessa en un susurro.
Will hizo una mueca de amargo humor.
—Supongo que depende del libro.
Tessa echó la cabeza hacia atrás para mirarlo.
—Conoces esa sensación —explicó—, cuando estás leyendo un libro y sabes que va a ser una tragedia;
cuando puedes notar cómo se acerca el frío y la oscuridad, ver cómo la red se va cerrando sobre los
personajes que viven y respiran en las páginas. Pero estás atado a la historia como si estuvieras atado
detrás un carruaje, y no puedes soltarte ni cambiar el rumbo. —Vio los azules ojos de Will oscurecidos
de comprensión; claro que él lo comprendería. Tessa se apresuró a continuar—: Ahora me siento como
si pasara eso, sólo que no a los personajes de un libro, sino a mis propios queridos amigos y
compañeros. No quiero quedarme sentada mientras la tragedia se cierne sobre nosotros. Quisiera
alejarla, pero me esfuerzo en vano por descubrir cómo podría hacerse.
—Tienes miedo por Jem —aseveró Will.
—Sí —contestó Tessa—. Y tengo miedo por ti también.
—No —replicó Will con voz ronca—. No lo desperdicies en mí, Tess.
Antes de que ella pudiera contestarle, se abrió la puerta de la biblioteca. Era Charlotte, consumida y
exhausta. Rápidamente, el chico se volvió hacia ella.
—¿Cómo está Jem?
—Despierto y hablando —respondió Charlotte—. Ha tomado un poco de yin fen, y los Hermanos
Silenciosos han podido estabilizarlo y detener la hemorragia interna.
Al mencionar «hemorragia interna», Will pareció estar a punto de vomitar; Tessa supuso que ella no
tendría mucho mejor aspecto.
—Puede tener una visita —continuó Charlotte—. Lo cierto es que lo ha pedido.
Will y Tessa intercambiaron una rápida mirada. Ella supo lo que ambos estaban pensando: ¿cuál de
ellos sería el visitante? Tessa era la prometida de Jem, pero Will era su parabatai, lo que en sí ya era
sagrado. Will comenzó a retroceder cuando Charlotte volvió a hablar, con un agotamiento absoluto.
—Ha pedido que vayas tú, Will.
Éste pareció sorprendido. Lanzó una mirada a Tessa.
—Yo…
La chica no pudo negar el atisbo de cierta sorpresa y celos que había sentido tras las costillas al oír a
Charlotte, pero los aplastó sin piedad. Amaba lo suficiente a Jem para querer para él lo que él quisiera,
y él siempre tenía sus razones.
—Ve tú —le indicó amable—. Claro que quiere verte a ti.
Will comenzó a ir hacia la puerta con Charlotte. A medio camino, se detuvo y volvió junto a Tessa.
—Tessa —le dijo—, mientras estoy con Jem, ¿harías algo por mí?
Ella alzó la mirada y tragó saliva. Will estaba demasiado cerca, demasiado cerca. Todas las líneas,
formas y ángulos de Will cubrían su campo de visión mientras su voz le llenaba los oídos.
—Sí, claro —contestó—. ¿Qué?
Para: Edmund y Branwen Herondale
Ravenscar Manor
West Riding, Yorkshire
Queridos papá y mamá:
Sé que fue una cobardía por mi parte marcharme como me fui, por la mañana temprano antes de que os levantarais,
dejando sólo una nota para explicar mi ausencia. No soportaba miraros, sabiendo lo que había decidido hacer y que
era la peor de las hijas desobedientes.
¿Cómo puedo explicaros la decisión que tome, y cómo llegué a ella? Incluso ahora, parece una locura. De hecho, cada
día es más loco que el anterior. No mentías, papá, cuando dijiste que la vida de un cazador de sombras es como un
sueño febril…
Cecily pasó la plumilla de la pluma con rabia sobre las líneas que había escrito, luego arrugó el papel y
apoyó la cabeza en el escritorio.
Muchísimas veces había comenzado esa carta, y aún no había llegado a una versión satisfactoria. Quizá
no debería intentarlo en ese momento, pensó, cuando llevaba desde que había vuelto al Instituto
intentando calmar sus nervios. Todo el mundo había estado pendiente de Jem, y Will, después de una
sumaria revisión en el jardín en busca de heridas, casi ni le había vuelto a hablar. Henry había salido
corriendo para ir junto a Charlotte, Gideon había llevado a un lado a Gabriel, y Cecily se había
encontrado subiendo sola la escalera que daba al Instituto.
Se había metido en su dormitorio, sin molestarse en quitarse el traje de combate, y se había hecho un
ovillo en la cama con dosel. Mientras permanecía tumbada en la oscuridad, oyendo los amortiguados
ruidos de Londres en el exterior, el corazón se le había encogido con una repentina y dolorosa añoranza
de su hogar. Había pensado en las verdes colinas de Gales, y en su madre y su padre, y había saltado de
la cama como un resorte; había corrido al escritorio para coger papel y pluma, manchándose los dedos
de tinta con la prisa. Y sin embargo, no le salían las palabras correctas. Se sentía como si sus
remordimientos y su soledad exudaran por cada uno de los poros de la piel y, aun así, no conseguía dar
a sus sentimientos una forma que sus padres pudieran llegar a soportar.
En ese momento llamaron a la puerta. Cecily cogió un libro que tenía sobre el escritorio y lo abrió
como si hubiera estado leyéndolo.
—Adelante —dijo finalmente.
Era Tessa, que se quedó vacilando en la entrada. Ya no llevaba su vestido de novia destrozado, sino uno
sencillo de muselina azul, pero sí sus dos colgantes, que relucían en el cuello: el ángel mecánico y el
pendiente de jade que había sido el regalo de compromiso de Jem. Cecily la miró con curiosidad.
Aunque las dos chicas se llevaban bien, no eran tan íntimas como en otros tiempos. Tessa la trataba con
cierta cautela de la que Cecily sospechaba la razón sin ser capaz de probarla; además de eso, había algo
sobrenatural y extraño en ella. Cecily sabía que Tessa podía cambiar de forma, podía transformarse en
el doble de cualquier persona, y Cecily no podía librarse de la sensación de que eso era antinatural.
¿Cómo podía conocer el auténtico rostro de alguien, si lo podía cambiar con tanta facilidad como se
cambiaba de vestido?
—¿Sí? —preguntó Cecily—. ¿Señorita Gray?
—Por favor, llámame Tessa —contestó la otra chica, y cerró la puerta a su espalda. No era la primera
vez que le había pedido a Cecily que la llamara por su nombre de pila, pero la costumbre y la
perversidad impedían a ésta hacerlo—. He venido a ver si estás bien y si necesitas algo.
—Ah. —Cecily notó una punzada de decepción—. Estoy muy bien.
Tessa avanzó un poco.
—¿Es eso Grandes esperanzas?
—Sí. —Cecily no le explicó que había visto a Will leyéndolo, y lo había cogido para tratar de averiguar
algo más sobre su modo de pensar. Sin embargo, por el momento estaba terriblemente perdida. El
protagonista, Pip, era morboso, y el personaje de Estella tan horrible que Cecily le habría dado una
buena tunda.
—Estella —dijo Tessa a media voz—. «Hasta la última hora de mi vida, no puedes sino seguir siendo
parte de mi personaje, parte de lo poco bueno que hay en mí, parte de la maldad».
—¿Así que tú también memorizas pasajes de libros, igual que Will? ¿O es éste uno de tus favoritos?
—No tengo la memoria de Will —respondió Tessa, avanzando un poco más—. O de su runa
mnemosyne. Pero me encanta este libro. —Repasó el rostro de Cecily con sus ojos grises—. ¿Por qué
no te has quitado aún el traje?
—Estaba pensando en subir a la sala de entrenamiento —contestó ésta—. Allí puedo pensar mejor, y
tampoco es que a nadie le importe si lo hago o no.
—¿Más entrenamiento? ¡Cecily, acabas de regresar de una batalla! —protestó Tessa—. Sé que a veces
se necesita aplicar las runas más de una vez para sanar por completo… Antes de empezar a entrenar,
tendría que llamarte a alguien: Charlotte, o…
—¿O Will? —soltó Cecily—. Si a alguno de los dos le importara, ya habrían venido.
Tessa se detuvo junto a la cama.
—No puedes pensar que a Will no le importas.
—No está aquí, ¿verdad?
—Me ha enviado a mí —repuso Tessa—, porque él está con Jem —dijo como si eso lo explicara todo.
Cecily supuso que, en cierto modo, así era. Sabía que Will y Jem eran amigos íntimos, pero también
que eran más que eso. Había leído sobre los parabatai en el Códice, y sabía que el vínculo que los unía
no existía entre los mundanos; era algo más que ser hermanos y mejor que la sangre—. Jem es su
parabatai. Ha jurado estar con él en momentos como éste.
—Estaría con él, juramento o no. Estaría ahí para cualquiera de vosotros. Pero ni siquiera ha venido a
ver si necesito un iratze.
—Cecy… —comenzó Tessa—. La maldición de Will…
—¡No era una maldición real!
—¿Sabes? —repuso Tessa pensativa—, en cierto modo lo era. Creía que nadie podía quererle, y que si
permitía que alguien lo quisiera, ese alguien moriría. Por eso os abandonó. Os dejó para que estuvierais
a salvo, y aquí estás tú ahora; para él, por definición, no a salvo. No soporta venir y ver tus heridas,
porque para él es como si te las hubiera infligido él mismo.
—Yo he elegido ser una cazadora de sombras. Y no sólo porque quiera estar con Will.
—Lo sé —repuso Tessa—. Pero también he estado sentada junto a él cuando deliraba por haber estado
expuesto a la sangre de un vampiro y se ahogaba con agua bendita; sé qué nombre dijo: el tuyo.
Cecily la miró sorprendida.
—¿Will me llamó?
—Oh, sí. —Una leve sonrisa se dibujó en la boca de Tessa—. No quiso decirme quién eras, claro,
cuando se lo pregunté, y me volvió medio loca… —Se interrumpió y apartó la mirada.
—¿Por qué?
—Curiosidad —contestó Tessa, encogiéndose de hombros, aunque se le habían sonrojado las mejillas
—. Es mi peor pecado. En cualquier caso, él te quiere. Sé que con Will todo está patas arriba y de
medio lado, pero el hecho de que no esté aquí sólo es una prueba más de lo importante que eres para él.
Está acostumbrado a castigar a todos los que ama, y cuanto más quiere a alguien, más
desesperadamente intenta no mostrarlo.
—Pero no hay ninguna maldición…
—Las costumbres de años no se pierden tan rápido —explicó Tess, y sus ojos la miraron tristes—. No
cometas el error de creer que no te quiere porque juega a no hacerlo, Cecily. Enfréntate a él si lo
necesitas y exígele la verdad, pero no cometas el error de alejarte porque crees que es una causa
perdida. No lo alejes de tu corazón. Porque si lo haces, lo lamentarás.
Para: Miembros del Consejo
De: Cónsul Josiah Wayland
Perdonen el retraso en contestar, caballeros. Quería asegurarme de que no les estaba haciendo partícipes de unas
opiniones formadas con precipitación, sino que mis palabras eran el resultado sólido y razonado de una paciente
reflexión.
Me temo que no puedo secundar su recomendación de nombrar a Charlotte Branwell mi sucesora. Aunque posee un
buen corazón, es demasiado voluble, emocional, pasional y desobediente para tener madera de Cónsul. Como
sabemos, el bello sexo tiene sus debilidades, que no comparten los hombres, y tristemente, ella es presa de todas ellas.
No, no puedo recomendarla. Les pido que consideren otro candidato: mi propio sobrino, George Penhallow, que
cumplirá los veinticinco años este noviembre, y es un excelente cazador de sombras y un joven intachable. Considero
que posee la seguridad moral y la fuerza de carácter para liderar a los cazadores de sombras en la nueva década.
En el nombre de Raziel,

Cónsul Josiah Wayland.
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 7 Empty Los orígenes- princesa mecánica

Mensaje por StephRG14 Sáb 06 Jun 2015, 3:16 pm

Capitulo 4
Ser sabio y amar


Porque ser sabio y enamorado excede el poder del hombre.
-SHAKESPEARE, Troilus y Cressida


—Pensaba que, como mínimo, harías una canción sobre eso —dijo Jem.
Will observó a su parabatai con curiosidad. Aunque había pedido que fuera a verlo, no parecía estar de
muy buen humor. Se hallaba sentado en silencio en el borde de la cama, vestido con una camisa y unos
pantalones limpios, aunque la camisa le iba muy grande y le hacía parecer más delgado que nunca.
Todavía tenía restos de sangre seca alrededor de la clavícula, una especie de espeluznante collar.
—¿Hacer una canción sobre qué?
Jem hizo una mueca.
—¿Sobre nuestra derrota del gusano? —propuso Jem—. Después de todos los chistes que has hecho…
—Estas últimas horas no he estado de humor para chistes —replicó Will; la mirada se le fue hacia los
harapos ensangrentados que había en la mesilla junto a la cama, y la palangana medio llena de un
fluido rosado.
—No me agobies, Will —repuso Jem—. Todo el mundo ha estado agobiándome y no lo soporto; quería
que vinieras tú porque… porque tú no lo haces. Tú me haces reír.
Will alzó los brazos.
—Oh, muy bien. ¿Qué te parece esto?
Ya no laboro en vano por probar que la viruela del demonio retuerce el cerebro. Y que al gusano
hayamos matado celebro, ya que a creerme, todos os habéis de resignar.
Jem rompió a reír.
—Bueno, es malísimo.
—¡Ha sido improvisado!
—Will, existe algo llamado métrica. —Al cabo de un instante, la risa se convirtió en un ataque de tos.
Will fue hacia él mientras Jem se doblaba en dos, sacudiendo los delgados hombros. La sangre salpicó
la colcha blanca.
—Jem…
Con una mano, éste hizo un gesto hacia la caja que estaba en la mesilla. Will la cogió; la mujer
delicadamente tallada en la tapa, vertiendo agua de una jarra, le resultaba íntimamente familiar. Odiaba
verla.
Abrió la caja y se quedó helado. Lo que parecía una fina capa de azúcar en polvo plateado apenas
cubría el fondo. Quizá hubiera habido más cantidad antes de que los Hermanos Silenciosos trataran a
Jem; Will no lo sabía. Lo que sí sabía era que debería quedar mucho más.
—Jem —preguntó en una voz ahogada—, ¿cómo es que queda sólo esto?
Jem había parado de toser. Tenía sangre en los labios, y mientras Will lo observaba, demasiado perplejo
para moverse, alzó el brazo y se limpió la sangre del rostro con la manga. El lino se volvió escarlata al
instante. Parecía febril y le brillaba la pálida piel, pero no mostraba ninguna otra señal externa de
agitación.
—Will —dijo suavemente.
—Hace dos meses —comenzó Will; se dio cuenta de que estaba alzando la voz y se forzó a bajarla—.
Hace dos meses compré yin fen suficiente para todo un año.
Había una mezcla de desafío y tristeza en la mirada de Jem.
—He acelerado el proceso tomándolo.
—¿Acelerado? ¿Cuánto?
Jem no lo miró a los ojos.
—He estado tomando el doble, quizá el triple.
—Pero el ritmo al que tomas la droga está ligado al deterioro de tu salud —replicó Will, y cuando su
parabatai no le contestó, alzó la voz en una simple pregunta—: ¿Por qué?
—No quiero vivir media vida…
—¡A este ritmo ni siquiera vas a vivir la quinta parte de una! —gritó Will, y tragó aire.
La expresión de Jem había cambiado, y Will tuvo que dejar la caja que sujetaba dando un golpe sobre
la mesilla para evitar pegarle un puñetazo a la pared.
Jem estaba sentado erguido, con los ojos en llamas.
—Vivir es más que no morir —dijo—. Mira el modo en que tú vives, Will. Brillas con el resplandor de
una estrella. Había estado tomando sólo la droga suficiente para seguir vivo, pero no para estar bien.
Un poco más antes de las batallas, quizá, para darme energía, pero de otro modo, media vida, un ocaso
gris de vida…
—Pero ahora has cambiado la dosis, ¿no? ¿Ha sido desde que te prometiste? —exigió saber Will—.
¿Es por Tessa?
—No la puedes culpar de esto. Fue mi decisión. Ella no lo sabe.
—Ella querría que vivieras, James…
—¡No voy a vivir! —Jem ya estaba de pie, con las mejillas arreboladas; Will pensó que nunca lo había
visto tan enfadado—. No voy a vivir, y prefiero ser todo lo que pueda ser por ella, brillar tanto por ella
como desee aunque por un tiempo más corto, que hacer que cargue con alguien sólo medio vivo
durante mucho tiempo. Es mi decisión, William, y no la puedes tomar por mí.
—Quizá sí puedo. Siempre he sido yo el que te ha comprado el yin fen…
El color desapareció del rostro de Jem.
—Si te niegas a hacerlo, me lo compraré yo. Siempre he estado dispuesto a hacerlo. Tú dijiste que
querías ser quien lo comprara. Y en cuanto a eso… —Se quitó el anillo de los Cartairs del dedo y se lo
tendió a Will—. Cógelo.
Will miró el anillo, y luego clavó la mirada en el rostro de Jem. Se le pasaron por la cabeza una docena
de cosas horribles que podía decir, o hacer. Había descubierto que uno no se desprendía tan rápido de
un personaje. Durante tantos años había fingido ser cruel que todavía era a esa ficción a lo primero que
echaba mano, como un hombre podía dirigir sin pensar su carruaje hacia la casa donde había vivido
toda su vida, a pesar de haberse mudado recientemente.
—¿Ahora quieres casarte conmigo? —fue lo que dijo finalmente.
—Vende el anillo —dijo Jem—. Por el dinero. Te dije que no tenías por qué pagarme las drogas; una
vez pagué las tuyas, ¿sabes?, y recuerdo la sensación. No era agradable.
Will hizo una mueca de angustia, y luego miró el símbolo de la familia Carstairs brillando en la pálida
palma cubierta de cicatrices de Jem. Le cogió la mano a su amigo con suavidad y le cerró los dedos
sobre el anillo.
—¿Desde cuándo tú eres temerario y yo cauto? ¿Desde cuándo tengo que protegerte de ti mismo?
Siempre has sido tú quien me ha protegido a mí. —Escrutó el rostro de Jem con la mirada—. Ayúdame
a entenderte.
Jem permaneció inmóvil.
—Al principio —repuso finalmente—, cuando me di cuenta de que amaba a Tessa, pensé que quizá el
amor me estuviera sentando bien. No había tenido un ataque en mucho tiempo. Y cuando le pedí que se
casara conmigo, se lo dije. Que el amor me estaba sanando. Así que la primera vez que tuve… la
primera vez que sucedió de nuevo, después de eso, no soportaba decírselo, para que no pensara que
significaba que mi amor por ella había disminuido. Tomé más droga, para alejar otra enfermedad.
Pronto estuve tomando más droga sólo para mantenerme en pie de la que solía tomar para funcionar
durante toda una semana. No viviré más años, Will. Quizá tampoco muchos meses. Y no quiero que
Tessa lo sepa. Por favor, no se lo digas. No por ella, sino por mí.
Casi contra su propia voluntad, Will supo que lo entendía; él habría hecho lo que fuera, habría dicho
cualquier mentira, para hacer que Tessa lo amara. Habría hecho…
Casi cualquier cosa, pero nunca traicionar a Jem. Eso era lo único que no haría. Y ahí estaba su
parabatai, con la mano en la suya y pidiéndole su compasión, su comprensión. ¿Y cómo no iba él a
entenderle? Se recordó a sí mismo en el salón de Magnus, rogándole que lo enviara a los reinos de los
demonios, porque prefería eso a vivir otra hora, otro momento, de una vida que ya no podía soportar.
—Así que estás muriendo por amor —repuso Will finalmente, con una voz que le sonó ahogada hasta a
sí mismo.
—Muriendo un poco más rápido por amor. Y hay cosas peores por las que morir.
Will soltó la mano de Jem; éste miró el anillo y luego a Will, con una pregunta en los ojos.
—Will…
—Yo iré a Whitechapel —contestó éste—. Esta noche. Te conseguiré todo el yin fen que haya, todo el
que puedas necesitar.
Jem negó con la cabeza.
—No puedo pedirte que hagas algo que va contra tu conciencia.
—Mi conciencia… —susurró Will—. Tú eres mi conciencia. Siempre lo has sido, James Carstairs. Lo
haré por ti, pero primero quiero una promesa.
—¿Qué clase de promesa?
—Me pediste hace años que dejara de buscar una cura para ti —respondió Will—. Quiero que me
liberes de esa promesa. Libérame para al menos mirar. Libérame para poder buscar.
Jem lo miró asombrado.
—Justo cuando pienso que te conozco perfectamente, me vuelves a sorprender. Sí, te libero. Busca.
Haz lo que debas hacer. No puedo atar tus mejores intenciones; sólo resultaría cruel, y yo haría lo
mismo por ti de estar en tu lugar. Lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé. —Will dio un paso al frente. Le puso las manos a Jem sobre los hombros, y notó lo delicados
que eran, huesos como los de las alas de un pájaro—. Ésta no es una promesa vacía, James. Créeme, no
hay nadie que sepa más que yo sobre el dolor de la falsa esperanza. Buscaré. Si hay algo que encontrar,
lo encontraré. Pero hasta entonces… tu vida es tuya para vivirla como elijas.
Increíblemente, Jem sonrió.
—Lo sé —repuso—, pero es muy amable de tu parte que me lo recuerdes.
—Soy la amabilidad en persona —bromeó Will. Recorrió el rostro de su amigo con la mirada—. Y soy
obstinado. No me vas a dejar. No mientras yo viva.
Jem abrió mucho los ojos, pero no dijo nada. No había nada más que decir. Will dejó caer las manos de
los hombros de su parabatai y fue hacia la puerta.
Cecily se hallaba donde había estado antes ese mismo día, con un cuchillo en la mano derecha. Apuntó,
echó el brazo hacia atrás y lanzó el cuchillo. Se clavó en la pared, justo fuera del círculo dibujado.
Su conversación con Tessa no le había calmado los nervios, sino que la había puesto peor. Tessa había
mostrado un aire de tristeza resignada que había hecho que Cecily se sintiera inquieta y ansiosa. Con
todo lo enfadada que estaba con Will, no podía evitar sentir que Tessa, en su corazón, albergaba cierto
temor por él, alguna amenaza de la que no quería hablar, y ella ansiaba saber qué era. ¿Cómo podría
proteger a su hermano si no sabía de qué necesitaba protegerlo?
Después de recuperar el cuchillo, lo alzó hasta la altura del hombro y lo volvió a lanzar. Esta vez se
clavó aún más lejos del círculo, lo que la hizo resoplar enfadada.
—Uffern nef! —masculló en galés. Su madre se habría horrorizado, pero, claro, su madre no estaba allí.
—Cinco —dijo una voz áspera desde el pasillo de fuera.
Cecily se volvió sobresaltada. Había una sombra en el hueco de la puerta, una sombra que, al avanzar,
se convirtió en Gabriel Lightwood, todo cabello castaño revuelto y ojos verdes cortantes como el
cristal. Era tan alto como Will, o quizá más, y más desgarbado que su hermano.
—No entiendo lo que quiere decir, señor Lightwood.
—Su tiro —aclaró él con un elegante movimiento del brazo—. Le doy cinco puntos. Su habilidad y su
técnica quizá requieran trabajo, pero sin duda hay un talento innato. Lo que necesita es práctica.
—Will ha estado entrenándome —aclaró ella mientras él se acercaba.
Gabriel alzó la comisura de la boca en una medio sonrisa.
—Lo dicho.
—Supongo que usted lo haría mejor.
Él se detuvo y arrancó el cuchillo de la pared. Éste destelló mientras le daba vueltas entre los dedos.
—Podría —repuso—. Me entrenó el mejor, y he estado entrenando a la señorita Collins y a la señorita
Gray…
—Eso he oído. Hasta que se cansó. No es el compromiso que quizá se busque en un tutor. —Cecily
mantuvo una voz fría; recordaba el tacto de Gabriel cuando éste la había ayudado a ponerse en pie en
Lightwood House, pero sabía que a Will no le agradaba, y la soberbia de su voz resultaba molesta.
Gabriel tocó la punta del cuchillo con la yema del dedo. Salió una roja gota de sangre. Tenía dedos
callosos, y el dorso de las manos salpicado de pecas.
—Se ha cambiado de traje de combate —observó él.
—Estaba cubierto de sangre e icor. —Cecily lo miró de arriba abajo—. Veo que usted no.
Por un momento, una extraña expresión le atravesó el rostro. Luego desapareció, pero ella había visto a
su hermano ocultar las emociones las veces suficientes como para reconocer las señales.
—No tengo mi ropa aquí —explicó él—, y no sé dónde viviré. Podría regresar a una de las residencias
de la familia, pero…
—¿Está pensando en quedarse en el Instituto? —preguntó Cecily sorprendida, leyéndoselo en la cara
—. ¿Y qué dice Charlotte?
—Me lo permitirá. —El rostro de Gabriel cambió durante un instante; mostró una repentina
vulnerabilidad donde antes sólo había habido dureza—. Mi hermano está aquí.
—Sí —corroboró Cecily—. El mío también.
Gabriel se detuvo un momento, casi como si eso no se le hubiera ocurrido.
—Will —dijo—. Se le parece usted mucho. Es… desconcertante. —Sacudió la cabeza, como si
quisiera desprender las telarañas—. Acabo de ver a su hermano. Bajando a todo galope la escalera
delantera del Instituto como si los Cuatro Jinetes lo estuvieran persiguiendo. Supongo que no sabe por
qué.
Propósito. A Cecily le dio un brinco el corazón. Cogió el cuchillo de la mano de Gabriel, sin hacer caso
de su exclamación de sorpresa.
—En absoluto —contestó—. Pero tengo la intención de averiguarlo.
Mientras que la City de Londres parecía cerrarse sobre sí misma al final de la jornada de trabajo, el
East End estaba despertando a la vida. Will recorrió calles flanqueadas de puestos que vendían ropa y
zapatos de segunda mano. Ropavejeros y afiladores empujaban sus carros por las aceras, anunciando
sus servicios con voz ronca. Carniceros, con los mandiles salpicados de sangre, se apoyaban en puertas
abiertas, flanqueadas por escaparates donde colgaban carcasas. Mujeres que tendían la colada llamaban
a otras al otro lado de la calle con un acento cockney tan marcado que cualquiera que hubiera nacido
fuera de la zona de Bow Bells pensaría que podrían estar hablando en ruso.
Había comenzado a caer una fina llovizna, que le humedeció el cabello a Will mientras éste cruzaba
hasta una tienda de tabaco al por mayor, cerrada, y doblaba la esquina para meterse en una estrecha
calle. Veía la torre de la iglesia de Whitechapel en la distancia. Las sombras se cernían sobre ella; la
niebla espesa, blanda y con olor a hierro y basura. Un estrecho canalón corría por el centro de la
calzada, surcado por agua apestosa. Delante había una puerta, flanqueada por sendas lámparas de
carruaje. Justo cuando estaba a punto de traspasarla, se volvió bruscamente y atrapó a un individuo
delgado y vestido de negro que lo seguía y que, al verse descubierto, profirió un grito: Cecily, con una
capa de terciopelo echada a toda prisa sobre los hombros encima del uniforme. El oscuro cabello se le
escapaba por los bordes de la capucha, y los ojos azules que tanto se parecían a los suyos le
devolvieron a Will la mirada, replicando con furia.
—¡Suéltame!
—¿Qué estás haciendo siguiéndome por las callejas de Londres, pequeña idiota? —Will le sacudió el
brazo.
Ella lo miró entrecerrando los ojos.
—¿Esta mañana era «cariad», y ahora soy «idiota»?
—Estas calles son peligrosas —dijo Will—. Y no sabes nada de ellas. Ni siquiera estás usando una runa
de glamour. Una cosa es afirmar que no temes a nada cuando vives en el campo, pero esto es Londres.
—No me da miedo Londres —replicó Cecily, desafiante.
Will se le acercó más, casi siseándole al oído.
—Fyddai’n wneud unrhyw wrthych i fynd adref?
Cecily rió.
—No, no serviría de nada decirme que me vaya a casa. Rwyt ti fy mrawd ac rwy eisiau mynd efo chi.
Will escuchó sorprendido sus palabras. «Eres mi hermano y quiero ir contigo». Eran palabras que
estaba acostumbrado a oír de boca de Jem, y aunque Cecily era diferente de su parabatai en cualquier
otro aspecto imaginable, compartía con él una cualidad: una absoluta terquedad. Cuando Cecily decía
que quería algo, no expresaba un capricho, sino una determinación de hierro.
—¿Te importa acaso adónde voy? —preguntó Will—. ¿Y si fuera al infierno?
—Siempre he querido ver el infierno —repuso Cecily con calma—. ¿No quiere todo el mundo?
La mayoría de nosotros pasamos el tiempo tratando de no entrar en él —replicó Will—. Voy a un
antro ifrit, si quieres saberlo, para comprar drogas a renegados violentos y disolutos. Podrían echarte el
ojo y decidir venderte.
—¿Y no se lo impedirías?
—Supongo que dependería de cuánto me dieran.
Cecily meneó la cabeza.
—Jem es tu parabatai —dijo—. Es tu hermano, el que la Clave te ha dado. Pero yo soy tu hermana de
sangre. ¿Por qué harías cualquier cosa por él, pero de mí sólo quieres que vuelva a casa?
—¿Cómo sabes que las drogas son para Jem?
—No soy idiota, Will.
—No, pues es una pena —masculló Will—. Jem… Jem es la mejor parte de mí. No espero que lo
entiendas. Se lo debo.
—Entonces ¿yo qué soy? —inquirió Cecily.
Will soltó aire, demasiado exasperado para controlarse.
—Tú eres mi debilidad.
Y Tessa es tu corazón —añadió ella, no enfadada sino pensativa—. No soy idiota, como te he dicho
—añadió ante la expresión de sorpresa en el rostro de su hermano—. Sé que la amas.
Will se llevó la mano a la cabeza, como si las palabras de Cecily le hubieran causado un penetrante
dolor.
—¿Se lo has dicho a alguien? No lo hagas, Cecily. Nadie lo sabe, y así debe seguir siendo.
—No se lo diría a nadie.
—No, supongo que no, ¿verdad? —Su voz se había vuelto dura—. Debes de avergonzarte de tu
hermano… que alberga sentimientos ilícitos hacia la prometida de su parabatai.
—No me avergüenzo de ti, Will. Sientas lo que sientas, no has hecho nada al respecto, y supongo que
todos queremos cosas que no podemos tener.
—¡Oh! —exclamó Will—. ¿Y qué quieres tú que no puedas tener?
—Que vuelvas a casa. —Un mechón de cabello negro se le había pegado a la mejilla por la humedad, y
hacía parecer que hubiera estado llorando, aunque Will sabía que no era así.
El Instituto es mi casa. —Will suspiró y apoyó la cabeza en el arco de piedra de la puerta—. No
puedo quedarme aquí discutiendo contigo toda la noche, Cecy. Si estás decidida a seguirme al infierno,
no puedo impedírtelo.
—Por fin eres razonable. Sabía que lo serías; después de todo, eres de mi familia.
Will se esforzó por contener las ganas de sacudirla, de nuevo.
—¿Estás lista?
Ella asintió, y Will alzó la mano para llamar a la puerta.
La puerta se abrió, y Gideon apareció en el umbral de su dormitorio, parpadeando como si hubiera
estado durante mucho tiempo en un lugar oscuro y acabara de ver la luz. Los pantalones y la camisa
estaban arrugados, y uno de los tirantes, caído.
—¿Señor Lightwood? —dijo Sophie, vacilando en el umbral. Llevaba una bandeja en las manos, con
pastelillos y té, lo suficientemente pesada para ser incómoda—. Bridget me ha dicho que había pedido
una bandeja…
—Sí. Claro, sí. Entra. —Como si se despertara de golpe, Gideon se irguió y la hizo pasar. Sus botas
estaban olvidadas en un rincón. Toda la habitación carecía de su acostumbrada pulcritud. Había ropa de
combate sobre una silla de alto respaldo (Sophie se encogió por dentro al pensar cómo se quedaría el
tapizado), una manzana a medio comer sobre la mesilla de noche y, tumbado en medio de la cama,
estaba Gabriel Lightwood, profundamente dormido.
Sin duda alguna llevaba la ropa de su hermano, porque le quedaba demasiado corta en las muñecas y
los tobillos. Dormido parecía más joven, sin la tensión habitual de su rostro. Con una mano agarraba
una almohada, como para estar seguro.
—No podía despertarle —se justificó Gideon, cogiéndose de los codos de forma inconsciente—.
Tendría que haberlo llevado a su habitación, pero… —Suspiró—. No me he visto capaz.
—¿Se va a quedar? —preguntó la sirvienta, mientras dejaba la bandeja en la mesilla de noche—. En el
Instituto, me refiero.
—N… no lo sé. Creo que sí. Charlotte le ha dicho que era bienvenido. Creo que lo aterroriza. —Gideon
sonrió muy levemente.
—¿La señora Branwell? —Sophie se erizó, como siempre le pasaba cuando creía que estaban
criticando a su señora—. Pero ¡si es la amabilidad en persona!
—Sí, por eso creo que le aterra. Lo abrazó y le dijo que se podía quedar aquí, que el incidente con mi
padre era cosa del pasado. No estoy seguro de a qué incidente con mi padre se refería —añadió Gideon
muy seco—. Seguramente a cuando Gabriel apoyó su campaña para hacerse con el Instituto.
—¿No cree que se estuviera refiriendo al más reciente? —Sophie se apartó un mechón de cabello que
se le había escapado de la cofia—. Con el
—¿Enorme gusano? No, curiosamente, no lo creo. Pero no va con el carácter de mi hermano esperar
que le perdonen. Por nada. Sólo comprende la disciplina más estricta. Puede pensar que Charlotte está
tratando de engañarle con algún truco, o que está loca. Ella le enseñó la habitación donde podía
quedarse, pero creo que todo el asunto lo ha asustado. Vino a hablarme de eso, y se quedó dormido. —
Gideon suspiró, y luego miró a Gabriel con una mezcla de cariño, exasperación y pena, que hizo que a
Sophie el corazón le latiera de compasión.
—Su hermana… —comenzó ésta.
—Oh, a Tatiana ni se le ocurriría pensar en quedarse aquí ni un segundo —explicó Gideon—. Ha ido
corriendo a casa de los Blackthorn, sus suegros… Que le vaya bien. No es estúpida; en realidad se
considera que tiene una inteligencia muy superior, pero es engreída y superficial, y mi hermano y ella
no se tienen mucho cariño. Y él lleva días sin dormir, recuerda. Esperando en esa condenada casa, sin
acceso a la biblioteca, golpeando la puerta cuando mi padre no respondía…
—Usted siente que lo tiene que proteger —observó Sophie.
—Claro que sí; es mi hermano pequeño. —Fue hasta la cama y le pasó a Gabriel una mano por el
alborotado cabello; el chico se movió e hizo un ruido de inquietud, pero no se despertó.
—Creía que no le iba a perdonar por ir en contra de su padre —comentó Sophie—. Usted ha dicho…
que eso le atemorizaba. Que él consideraría las acciones de usted como una traición al nombre de
Lightwood.
—Creo que ha comenzado a cuestionarse el nombre Lightwood. Igual que me pasó a mí en Madrid. —
Gideon se apartó de la cama.
Sophie bajó la cabeza.
—Lo siento —confesó—. Siento lo de su padre. Digan lo que digan de él, o haya hecho lo que haya
hecho, era su padre.
Él se volvió hacia ella.
—Pero, Sophie…
Ella no le corrigió por usar su nombre de pila.
—Sé que hizo cosas deplorables —añadió—. Pero, de todos modos, usted debería poder llorarle. Nadie
puede arrebatarle el dolor; es suyo y de nadie más.
Él le rozó suavemente la mejilla con la punta de los dedos.
—¿Sabes que tu nombre significa «sabiduría»? Te lo pusieron muy bien.
Sophie tragó saliva.
—Señor Lightwood…
Pero él había extendido la mano sobre su mejilla y se estaba inclinando para besarla.
—Sophie —susurró él, y luego sus labios se encontraron, en un leve roce que aumentó de presión al
inclinarse él. Suave y delicadamente, ella le puso las manos («tan ásperas, gastadas de fregar y cargar,
de frotar rejillas, limpiar el polvo y pulir», pensó ella inquieta, aunque a él no pareció molestarle, o
quizá ni lo notó) sobre los hombros.
Luego ella se acercó a él; tropezó con la alfombra y en su caída arrastró a Gideon, que intentó sujetarla.
El rostro de Sophie se incendió de vergüenza; Dios, él podía pensar que ella lo había hecho caer a
propósito, que era alguna especie de loca casquivana buscando pasión. Se le había soltado la cofia, y
los oscuros rizos se desplomaron sobre el rostro. Bajo ella, la alfombra era blanca, y Gideon, sobre ella,
estaba susurrando su nombre, preocupado. Sophie volvió la cabeza hacia un lado, con la mejillas aún
ardiendo, y se encontró mirando bajo la cama.
—Señor Lightwood —dijo mientras se alzaba apoyada en los codos—. ¿Eso que hay bajo su cama son
pastelillos?
Gideon se quedó inmóvil, parpadeando, como un conejo acorralado por sabuesos.
—¿Qué?
—Ahí. —Sophie señaló las amontonadas formas oscuras bajo la cama—. Hay una auténtica montaña
de pastelillos bajo su cama. ¿Qué pasa?
Gideon se sentó y se mesó el revuelto cabello mientras Sophie se apartaba de él, en medio de un frufrú
de faldas.
—Eh…
—Ha pedido esos pastelillos. Casi todos los días. Los ha pedido, señor Lightwood. ¿Por qué lo hace si
no los quiere?
A Gideon se le oscurecieron las mejillas de rubor.
—Fue lo único que se me ocurrió para verte. No querías hablarme, no querías escucharme cuando te
hablaba…
—¿Así que ha mentido? —Sophie se puso en pie después de recoger la cofia—. ¿Tiene idea de todo el
trabajo que tengo, señor Lightwood? Cargar el carbón y el agua caliente, quitar el polvo, pulir, limpiar
después de usted y de los otros; y no me importa ni me quejo, pero ¿cómo se atreve a darme trabajo
extra, a hacerme cargar con pesadas bandejas de arriba abajo por la escalera, sólo para traerle algo que
usted no quiere?
Gideon se puso en pie, con la ropa aún más arrugada.
—Perdóname —se lamentó—. No lo había pensado.
—No —repuso Sophie, mientras se metía furiosamente el cabello bajo la cofia—. La gente como usted
nunca lo hace, ¿verdad?
Y se marchó de la habitación, dejando al hombre mirándola tristemente.
—Muy bien hecho, hermano —dijo Gabriel desde la cama, mirándolo con ojos adormilados.
Gideon le tiró un pastelillo.
—Henry. —Charlotte cruzó la cripta. Las antorchas de luz mágica brillaban con tal fuerza que casi
parecía que fuera de día, aunque ella sabía que, en realidad, era casi medianoche. Henry estaba
encorvado sobre la mayor de las grandes mesas de madera que cubrían el centro de la estancia. Algo
odioso estaba ardiendo en un matraz en otra mesa, y soltaba grandes vaharadas de humo de color
lavanda. Un enorme trozo de papel, del tipo que empleaban los carniceros para envolver sus productos,
se hallaba extendido sobre la mesa de Henry, y él lo estaba cubriendo con todo tipo de cifras y cálculos
misteriosos, mascullando para sí mientras escribía—. Henry, cariño, ¿no estás agotado? Llevas horas
aquí abajo.
Él se sobresaltó y alzó la mirada, luego se subió los anteojos que usaba para trabajar.
—¡Charlotte! —Parecía atónito, aunque encantado, de verla; sólo Henry, pensó Charlotte con ironía, se
quedaría perplejo al ver a su propia esposa en su casa—. ¡Mi ángel! ¿Qué estás haciendo aquí abajo?
Hace mucho frío. No puede ser bueno para el bebé.
Charlotte se echó a reír, pero no protestó cuando Henry corrió hacia ella y le dio un cariñoso abrazo.
Desde que Henry sabía que iban a tener un hijo, la había estado tratando como si fuera de porcelana
fina. En ese momento le dio un beso en la coronilla y la apartó para mirarle el rostro.
—Lo cierto es que pareces un poco enferma. Quizá en vez de cena deberías hacer que Sophie te llevara
un reconstituyente caldito de carne a tu habitación, ¿no crees? Iré y le…
—Henry. Hace horas que decidimos no cenar; todos se han llevado sándwiches a la habitación. Jem
todavía está demasiado mal para comer, y los chicos Lightwood, demasiado afectados. Y Tessa
también, claro. En realidad, toda la casa está yendo a la deriva.
—¿Sándwiches? —preguntó Henry, que parecía haber captado eso como la parte central de lo que le
decía Charlotte, y parecía esperanzado.
Charlotte sonrió.
—Tienes unos cuantos arriba, Henry, si consigues apartarte por un rato de tu trabajo. Supongo que no
debería reñirte; he estado mirando por encima los diarios de Benedict y son realmente fascinantes; pero
¿en qué estás trabajando tú?
—Un portal —contestó Henry animado—. Una forma de transporte. Algo que pueda llevar a un
cazador de sombras de un punto del globo a otro en cuestión de segundos. Los anillos de Mortmain me
dieron la idea.
Charlotte lo miró sorprendida.
—Pero, sin duda, los anillos de Mortmain emplean magia negra…
—Pero esto no. Oh, y hay algo más. Ven. Es para Buford.
La mujer dejó que su esposo la cogiera por la muñeca y la llevara a la otra punta de la sala.
—Te lo he dicho cientos de veces, Henry, ningún hijo mío se llamará Buford. ¡Por el Ángel! ¿Eso es
una cuna?
Henry sonrió de oreja a oreja.
—¡Es mejor que una cuna! —anunció, mientras abría el brazo para señalar la camita de madera y
aspecto robusto, que colgaba entre dos palos para poder mecerse de un lado a otro. Charlotte tuvo que
admitir para sí que era un mueble muy bonito—. ¡Es una cuna que se mece sola!
—¿Qué? —preguntó Charlotte a media voz.
—Mira. —Orgulloso, Henry avanzó un paso y apretó algún tipo de resorte invisible. La cuna comenzó
a mecerse suavemente de un lado a otro.
Charlotte espiró aire, aliviada.
—Es muy bonita, cariño.
—¿Te gusta? —Henry sonrió complacido—. Mira, ahora se mece un poco más rápido. —Era cierto,
pero lo hacía con un movimiento algo sincopado, que dio a Charlotte la sensación de estar a la deriva
en medio de un mar rizado.
—Hum —exclamó finalmente—. Henry. Quiero hablar contigo de algo. Algo importante.
—¿Más importante que el logro de que nuestro bebé se meza suavemente todas las noches para
dormirse?
La Clave ha decidido liberar a Jessamine —explicó Charlotte—. Va a regresar al Instituto. Dentro de
dos días.
Henry se volvió hacia ella con una mirada de incredulidad. Tras él, la cuna se mecía aún más rápido.
—¿Va a volver aquí?
—Henry, no tiene adónde más ir.
El hombre abrió la boca para responder, pero antes de que surgiera ninguna palabra, se oyó un horrible
ruido de algo al romperse, y la cuna se soltó de los palos y voló por la sala hasta estrellarse contra la
pared del fondo, donde estalló en astillas.
Charlotte soltó un grito ahogado, mientras alzaba la mano para cubrirse la boca. Henry frunció el cejo.
—Quizá con algunos perfeccionamientos del diseño…
—No, Henry —dijo Charlotte con firmeza.
—Pero…
—Bajo ningún concepto. —La voz de Charlotte cortaba como una daga.
Él suspiró.
—Muy bien, cariño.
«Los Artefactos Infernales carecen de piedad. Los Artefactos Infernales carecen de remordimientos.
Los Artefactos Infernales carecen de número. Los Artefactos Infernales nunca dejarán de llegar».
Las palabras escritas en la pared del estudio de Benedict le resonaban a Tessa en la cabeza mientras
permanecía sentada en la cama de Jem, observándolo dormir. No estaba segura de qué hora sería; sin
duda, «altas horas» como Bridget habría dicho, y seguro que pasada la medianoche. Su prometido
estaba despierto cuando ella había llegado, después de que se fuera Will; despierto, sentado y
suficientemente bien para tomar un poco de té y tostadas, aunque estaba más falto de aliento de lo que
ella habría deseado, y más pálido.
Sophie había entrado más tarde para llevarse la bandeja de la comida, y había sonreído a Tessa.
—Ahuéquele las almohadas —le había sugerido en un susurro, y ella lo había hecho, aunque a Jem
parecían divertirle todos sus desvelos. Tessa nunca había tenido mucha experiencia con enfermos.
Cuidar a su hermano cuando llegaba borracho era lo más cerca que había estado de hacer de enfermera.
No le importaba cuidar a Jem, no le importaba permanecer sentada cogiéndole la mano mientras él
respiraba suavemente con los ojos medio cerrados y las pestañas agitándosele contra las mejillas.
—No muy heroico —dijo de repente sin abrir los ojos, aunque su voz era firme.
Tessa se sobresaltó y se inclinó hacia él. Antes le había entrelazado los dedos, y sus manos unidas
yacían junto a él sobre la cama. Los dedos de Jem estaban fríos, y tenía el pulso lento.
—¿Qué quieres decir?
—Hoy —contestó él en voz baja, y tosió—. Desplomarme y toser sangre por todo Lightwood House…
—Sólo mejoró el aspecto del lugar —bromeó Tessa.
—Ahora pareces Will. —Jem le dedicó una somnolienta sonrisa—. Y estás cambiando de tema, igual
que haría él.
—Claro que cambio de tema. Como si fuera a pensar peor de ti por estar enfermo; ya sabes que no. Y
hoy has tenido un comportamiento muy heroico. Aunque Will estaba diciendo antes —añadió— que los
héroes siempre acaban mal, y que no se imaginaba por qué nadie desearía ser uno.
—Ah. —Él le apretó la mano un instante, y luego se la soltó—. Bueno, Will lo mira desde el punto de
vista del héroe, ¿no? Pero para el resto de nosotros, la respuesta es fácil.
—¿Lo es?
—Claro. Los héroes lo soportan porque los necesitamos. No por sí mismos.
—Hablas como si no fueras uno. —Le apartó el cabello de la frente. Él se dejó hacer, y cerró los ojos
—. Jem… ¿alguna vez has…? —Tessa vaciló—. ¿Has pensado alguna vez en formas de prolongarte la
vida que no sean mediante la droga?
Al oírla, Jem abrió los ojos.
—¿Qué quieres decir?
Tessa pensó en Will, en el suelo del desván, ahogándose con agua bendita.
—Convertirte en vampiro. Vivirías para siempre…
Él se incorporó de las almohadas.
—Tessa, no. No… no puedes pensar así.
Ella apartó los ojos de él.
—¿Acaso la idea de convertirte en un subterráneo te resulta tan horrible?
—Tessa… —Dejó escapar el aire—. Soy un cazador de sombras, un nefilim. Como mis padres antes
que yo. Ésa es la herencia que reclamo, igual que considero la herencia de mi madre como parte de mí.
Eso no significa que odie a mi padre. Pero honro el regalo que me hicieron, la sangre del Ángel, la
confianza que tuvieron en mí, los votos que he tomado. Tampoco creo que fuera un buen vampiro. Los
vampiros nos desprecian. Nosotros llevamos el día y el fuego de los ángeles en nuestras venas, todo lo
que ellos odian. Me apartarían de ellos, y de los nefilim también. Dejaría de ser el parabatai de Will,
dejaría de ser bienvenido en el Instituto. No, Tessa. Prefiero morir y renacer, y volver a ver el sol, que
vivir hasta el fin del mundo sin ver la luz del día.
—Un Hermano Silencioso, entonces —insistió Tessa—. El Códice dice que las runas que se ponen
encima son lo suficientemente poderosas para suspender su mortalidad.
—Los Hermanos Silenciosos no pueden casarse, Tessa. —Jem había alzado la barbilla. La chica hacía
tiempo que sabía que bajo la dulzura de Jem se escondía una obstinación tan intensa como la de Will.
En ese momento la podía ver: acero bajo seda.
—Ya sabes que preferiría tenerte vivo y sin casarte conmigo que… —No le salió la palabra.
La mirada de Jem se suavizó ligeramente.
El camino de la Hermandad Silenciosa no me está abierto. Con el yin fen en la sangre,
contaminándola, no sobreviviría a las runas que deben ponerse en el cuerpo. Debería abstenerme de la
droga hasta purgar mi sistema, y eso seguramente me mataría. —Debió de ver algo en la expresión de
Tessa, porque moderó el tono de su voz—. Y los Hermanos Silenciosos no tienen mucha vida; sombras
y oscuridad, silencio y… nada de música. —Tragó saliva—. Y además, no deseo vivir eternamente.
—Puede que yo viva eternamente —repuso Tessa. La enormidad de eso era algo que aún no llegaba a
comprender. Resultaba tan difícil aceptar que la propia vida nunca acabaría como lo era aceptar que sí
lo haría.
—Lo sé —repuso Jem—. Y lo siento, porque creo que es una carga que nadie debería soportar. Ya
sabes que creo que volvemos a vivir, Tessa. Regresaré, aunque no en este cuerpo. Las almas que se
aman se atraen en las siguientes vidas. Veré a Will, a mis padres, a mis tíos, a Charlotte y a Henry…
—Pero no me verás a mí. —No era la primera vez que lo había pensado, aunque solía acallar esa idea
cuando se le aparecía en la mente. «Si soy inmortal, entonces sólo tengo esto, esta única vida. No
pasaré y cambiaré como tú, James. No te veré en el Cielo, o en las orillas del gran río, o en cualquier
vida que haya más allá de ésta».
—Te veo ahora. —Jem le puso la mano en la mejilla, buscándole los ojos con los suyos.
Y yo te veo a ti —susurró Tessa, y él sonrió cansadamente, cerrando los ojos.
Ella le cogió la mano y apoyó la mejilla en el hueco de la palma. Se quedó sentada, en silencio,
notando los fríos dedos de Jem contra la piel, hasta que la respiración de éste se hizo más lenta y los
dedos perdieron fuerza; se había dormido. Con una triste sonrisa, le bajó la mano y se la dejó sobre la
colcha, a su lado.
Se abrió la puerta del dormitorio; Tessa se volvió en redondo en la silla y vio a Will en el umbral, aún
con el abrigo y los guantes. Una mirada a su rostro, severo y consternado, la hizo levantarse y seguirle
al pasillo.
Will ya lo recorría con la prisa de un hombre perseguido por el diablo. Tessa cerró la puerta del
dormitorio con cuidado y corrió tras él.
—¿Qué pasa, Will? ¿Qué ha pasado?
—Acabo de regresar del East End —explicó éste. Había dolor en su voz, un dolor como el que ella no
le había oído desde aquel día en el salón cuando ella le había dicho que estaba prometida a Jem—. He
ido a buscar más yin fen. Pero no hay más.
Tessa casi se cayó al llegar a los escalones.
—¿Qué quieres decir con que no hay más? Jem tiene una reserva, ¿no?
Will se volvió hacia ella y siguió bajando la escalera de espaldas.
—Ya no —contestó con sequedad—. Él no quería que lo supieras, pero no hay forma de ocultarlo. Se
ha acabado y no puedo encontrar más. Siempre se lo he comprado yo. Yo tenía los distribuidores, pero
o se han desvanecido o no tienen nada. Primero he ido a aquel sitio; el lugar donde me encontrasteis
Jem y tú. No tenían yin fen.
—Entonces, en otro…
—He ido a todas partes —replicó Will, y se dio la vuelta. Llegaron al pasillo donde se hallaban la
biblioteca y el salón, ambos con las puertas abiertas, derramando luz amarilla sobre el corredor—. A
todas partes. En el último sitio que he estado, alguien me ha dicho que lo han comprado todo
deliberadamente en las últimas semanas. No queda nada.
—Pero Jem… —dijo Tessa, y el horror la atravesó como el fuego—. Sin el yin fen…
—Morirá. —Will se detuvo un instante delante de la biblioteca, y la miró a los ojos—. Esta misma
tarde me ha dado permiso para buscar una cura. Para investigar. Y ahora morirá porque no podré
mantenerlo vivo el tiempo suficiente para encontrarla.
—No —replicó Tessa—. No morirá; no le dejaremos.
Will entró en la biblioteca, con Tessa siguiéndole, y pasó la mirada por los conocidos libros, las mesas
iluminadas por las lamparitas, los estantes de viejos volúmenes.
—Había libros —continuó él como si ella no hubiera hablado—. Libros que estaba consultando,
volúmenes sobre extraños venenos. —Se apartó de ella, hacia un estante cercano, y pasó febrilmente la
enguantada mano sobre los tomos que había en él—. De eso hace años, antes de que Jem nos prohibiera
buscar más. He olvidado…
Tessa fue a su lado.
—Will, para.
—Tengo que recordar. —Fue a otro estante, y luego a un tercero; su cuerpo alto y delgado proyectaba
una sombra quebrada sobre el suelo—. Tengo que encontrar…
—Will, no puedes leer a tiempo todos los libros de la biblioteca. Para. —Se había puesto tras él, lo
suficientemente cerca para ver que tenía el cuello de la chaqueta mojado por la lluvia—. Eso no va a
ayudar a Jem.
Y entonces ¿qué? ¿Qué le ayudará? —Cogió otro libro, lo miró y lo tiró al suelo; Tessa pegó un
brinco.
—Para —repitió; lo cogió por la manga y le hizo volverse hacia ella. Will estaba rojo, sin aliento, con
el brazo tenso como el hierro bajo la mano de Tessa—. Cuando buscaste una cura antes, no sabías lo
que sabes ahora. No tenías los aliados que tienes ahora. Iremos a preguntar a Magnus Bane. Él tiene
ojos y orejas en el submundo; conoce todos los tipos de magia. Te ayudó con tu maldición, puede
ayudarnos también con esto.
—No había ninguna maldición —replicó Will, como si recitara las frases de una obra de teatro; tenía
los ojos vidriosos.
—Will, escúchame. Por favor. Vamos a ver a Magnus. Nos ayudará.
El chico cerró los ojos y dejó escapar aire. Tessa lo miró fijamente. No podía evitar mirarlo cuando
sabía que él no la veía: las oscuras pestañas como finas patas de araña contra los pómulos, el leve tono
azulado de los párpados…
—Sí —dijo él finalmente—. Sí. De acuerdo. Tessa… gracias. No lo había pensado.
—Estabas demasiado afligido —repuso ella, y de repente se dio cuenta de que aún lo sujetaba por el
brazo, y que estaban tan cerca que podría haberle besado en la mejilla o rodeado el cuello con los
brazos para consolarlo. Se apartó y lo soltó. Él abrió los ojos—. Y pensabas que siempre te prohibiría
buscar una cura. Ya sabes que a mí nunca me gustó eso. Ya había pensado en Magnus.
Él le escrutó el rostro con la mirada.
—Pero ¿se lo has preguntado?
Tessa negó con la cabeza.
—Jem no quería. Pero ahora… Ahora todo ha cambiado.
—Sí. —Se apartó de ella sin dejar de mirarla—. Voy abajo a llamar a Cyril para que prepare el
carruaje. Reúnete conmigo en el patio.

Para: Cónsul Josiah Wayland
De: Miembros del Consejo
Apreciado señor:
No podemos evitar expresar nuestra gran inquietud al recibir su carta. Éramos de la impresión de que Charlotte
Branwell era una elección que usted apoyaría de todo corazón, y que ella había demostrado ser una líder adecuada del
Instituto de Londres. Nuestro propio Inquisidor Whitelaw habla en los términos más elogiosos de ella y de la forma en
que se condujo durante el desafío que realizó Benedict Lightwood contra su autoridad.
Es nuestra opinión conjunta que George Penhallow no es un sucesor apropiado para ocupar el cargo de Cónsul. A
diferencia de la señora Branwell, no ha demostrado su capacidad de liderazgo. Es cierto que la señora Branwell es
joven y apasionada, pero el cargo de Cónsul requiere pasión. Le urgimos a que deseche sus ideas sobre el señor
Penhallow, que es demasiado joven e inmaduro para el cargo, y considere de nuevo la posibilidad de que sea la señora
Branwell.
Suyos en el nombre de Raziel,
Miembros del Consejo.
StephRG14
StephRG14


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