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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 4 Empty RE: CIUDAD DEL FUEGO CELESTIAL

Mensaje por StephRG14 Mar 19 Mayo 2015, 6:07 pm

Capitulo 20
Las serpientes de tierra


Cuando Alec y Simon regresaron a la cueva central, se encontraron con Isabelle todavía acurrucada durmiendo entre una pila de mantas. Jace estaba sentado junto al fuego, apoyándose en sus manos, el juego de luces y sombras bailando en su rostro. Clary se acostó con la cabeza en su regazo, aunque Simon pudo ver por el brillo de sus ojos cuando los vio acercarse que no estaba dormida.
Jace enarcó las cejas.
—¿La caminata de la vergüenza, chicos?
Alec frunció el ceño. Estaba de pie con la muñeca izquierda tapada, ocultando las marcas de la punción, a pesar de que estaban deterioradas en su mayoría gracias a la iratze que había puesto en su muñeca. No presionando a Simon para que parara, le había dejado beber hasta que paró él mismo, y como resultado, estaba un poco pálido.
—No fue sexy —dijo.
—Fue un poco sexy —dijo Simon. Se sentía mucho mejor, después de haberse alimentado, y no pudo evitar meterse un poco con Alec.
—No lo fue —dijo Alec.
—Tuve algunos sentimientos —dijo Simon.
—Siéntete libre de sufrir por ello cuando estés solo —dijo Alec, y se inclinó para agarrar la correa de su mochila—. Voy a vigilar.
Clary se sentó con un bostezo.
—¿Estás seguro? ¿Necesitas una runa para remplazar la sangre?
—Ya me puse dos —dijo Alec—. Voy a estar bien. —Se enderezó y miró a su hermana durmiendo—. Solo vigilen a Isabelle, ¿de acuerdo? —Su mirada se fue a Simon—. Especialmente tú, vampiro.
Alec se dirigió por el pasillo, con la luz mágica que mostraba su sombra, larga y delgada, contra la pared de la cueva. Jace y Clary intercambiaron una mirada rápida antes de que Jace se pusiera en pie y siguiera a Alec en el túnel. Simon pudo oír sus voces suaves, ecos a través de la roca, aunque no pudo entender ninguna palabra.
Las palabras de Alec hicieron eco en su cabeza. Cuida de Isabelle. Pensó en Alec en el túnel. Eres leal y eres inteligente, y haces feliz a Isabelle. No sé por qué, pero lo haces.
La idea de hacer feliz a Isabelle le llenaba de una sensación de calidez. Simon se sentó en silencio a su lado, ella era como un gato, acurrucado en una bola de mantas, con la cabeza apoyada en su brazo. Se acomodó suavemente tumbándose a su lado. Estaba viva por él, y su hermano le había dado la cosa más importante al darles su bendición.
Oyó a Clary, al otro lado de la hoguera, riéndose en voz baja.
—Buenas noches, Simon —dijo.
Simon pudo sentir el cabello de Isabelle, tan suave como la seda hilada, bajo su mejilla. —Buenas noches —dijo, y cerró los ojos, sus venas llenas de sangre de Lightwood.
***
Jace alcanzó fácilmente a Alec, que se había detenido cuando el camino de la cueva se curvaba hacia la salida. Las paredes del pasillo eran suaves como si se hubieran desgastado por años debido al agua o al viento, no por cinceles, aunque Jace temía que algunos de los pasajes hubieran sido hechos por el hombre.
Alec, apoyado contra la pared de la cueva, esperando claramente a Jace, levantó la luz mágica.
—¿Te pasa algo? —Jace aminoró el paso al acercarse a su parabatai—. Solo quería asegurarme de que estabas bien.
Alec se encogió de hombros.
—Todo lo que puedo estar, supongo.
—Lo siento —dijo Jace—. Una vez más. Tomé riesgos estúpidos. No puedo evitarlo.
—Te dejamos —dijo Alec—. A veces los riesgos valen la pena. Te lo permitimos porque debíamos hacerlo. Porque si no lo hubiéramos hecho, nada se lograría. —Se frotó su rostro con la manga agarrada—. Isabelle diría lo mismo.
—Nunca llegamos a terminar nuestra conversación, de antes —dijo Jace—. Solo quería decir que no siempre tienes que estar bien. Te pedí que fueras mi parabatai porque te necesitaba, pero tú también puedes necesitarme, también. Esto… —indicó su propia runa de parabatai—, significa que eres mi otra mejor mitad, y que me preocupo por ti más de lo que me preocupo por mí mismo. Recuerda eso. Lo siento, no me di cuenta de lo mucho que estabas sufriendo. No lo vi entonces, pero ahora lo veo.
Alec estuvo muy quieto por un momento, casi sin respirar. Luego, para sorpresa de Jace, extendió la mano y le alborotó el cabello a Jace, en la forma en que un hermano mayor podría tratar a uno pequeño. Su sonrisa era cauta, pero estaba llena de afecto real.
—Gracias por verme —dijo, y se alejó por el túnel.
***
—Clary.
Se despertó lentamente, saliendo del suave sueño de calor y el fuego, el olor a heno y manzanas. En el sueño había estado en la granja de Luke, colgada boca abajo de la rama de árbol, riendo mientras Simon saludaba desde abajo. Poco a poco se dio cuenta de la dura piedra bajo sus caderas y su espalda, con la cabeza apoyada en las piernas de Jace.
—Clary —dijo de nuevo, todavía susurrando. Simon e Isabelle estaban tendidos juntos a cierta distancia, un montón oscuro en las sombras. Los ojos de Jace brillaban mirándola, pálidos dorados y reflejaban el baile del fuego—. Quiero un baño.
—Sí, bueno, yo quiero un millón de dólares —dijo, frotándose los ojos—. Todos queremos algo.
Él arqueó una ceja.
—Vamos, piensa en ello —dijo—. ¿La cueva? ¿La cual tiene un lago? Podríamos hacerlo.
Clary pensó en la cueva, el agua azul precioso, tan profunda como el crepúsculo, y se sintió de repente, como si estuviera incrustada con una capa de mugre, tierra y sangre, icor y sudor, el pelo anudado en una maraña grasienta.
Los ojos de Jace bailaron, y Clary sintió esa oleada conocida dentro de su pecho, que tiraba de ella, lo había sentido desde la primera vez que lo había visto. No podía precisar el momento exacto en que se había enamorado de Jace, pero siempre había habido algo en él que le recordaba a un león, un animal salvaje sin restricciones de normas, la promesa de una vida de libertad.
Nunca “no puedo,” pero siempre “puedo.” Siempre el riesgo y la certeza, nunca el miedo o la cuestión.
Ella se puso de pie lo más silenciosamente que pudo.
—Está bien.
Se levantó al instante, tomando su mano y tirando de ella por el pasillo del oeste que la llevaba lejos de la cueva central. Fueron en silencio, su luz mágica iluminaba el camino, un silencio que Clary sentía casi miedo de romper, como si fuera a romper la calma de un sueño o un hechizo.
La cueva se abrió delante de ellos de repente, y ella dejó su piedra de luz en una roca, despareciendo la luz. La bioluminiscencia de la cueva era suficiente: la luz brillante procedía de las paredes, de las estalactitas, que colgaban del techo, brillaban tenuemente como carámbanos electrificados.
Rayos de luz atravesaron las sombras. Jace le soltó la mano y anduvo la última parte del camino hasta el borde del agua, donde estaba la pequeña playa y, brillando con mica. Se detuvo a pocos metros del agua y dijo:
—Gracias.
Ella lo miró con sorpresa.
—¿Por qué?
—Ayer por la noche —dijo—. Me salvaste. El fuego celestial me habría matado, creo. Lo que hiciste…
—Todavía no podemos decirles nada a los demás —dijo.
—No lo hice ayer por la noche, ¿verdad? —preguntó. Era cierto. Jace y Clary habían mantenido la ilusión de que ella simplemente ayudó a Jace a controlar y disipar el fuego, y que nada más había cambiado.
—No podemos arriesgarnos a echarlo todo a perder, incluso por el tipo equivocado de mirada o expresión —dijo—. Tú y yo, hemos tenido práctica en ocultar cosas a Sebastian, pero ellos no. No sería justo. Casi desearía que no lo supiéramos…
Se detuvo, desconcertada por su falta de respuesta. Jace estaba mirando el agua, azul y sin fondo, de espaldas a ella. Dio un paso adelante y le tocó ligeramente en el hombro.
—Jace —dijo—. Si quieres hacer algo diferente, si crees que deberíamos hacer otro plan…
Se dio la vuelta, y de repente ella estaba en el círculo de sus brazos. Lo que le envió un choque a través de todo su cuerpo. Sus manos ahuecaban sus omóplatos, sus dedos acariciando suavemente a lo largo de la tela de su camisa. Se estremeció, pensamientos volaban por su cabeza como plumas esparcidas por el viento.
—¿Cuándo —dijo—, te volviste tan cuidadosa?
—No soy cuidadosa —dijo mientras él tocaba su sien con sus labios. Su cálido aliento agitaba los rizos en su oído—. Simplemente no soy tú.
Lo sintió reír. Sus manos se deslizaron por sus costados, la agarró por la cintura.
—Eso, definitivamente no eres. Eres mucho más bonita.
—Debes amarme —dijo ella, respirando lentamente, mientras los labios de él se movían insoportablemente lento a lo largo de su mandíbula—. Nunca pensé que admitirías que alguien es más guapo que tú. —Comenzó mientras su boca encontraba la de él, sus labios moviéndose al ritmo de los de ella, y se inclinó hacia delante, metiéndose de lleno en el beso, decidido a recuperar algo de control. Le echó los brazos al cuello, y abrió la boca para él, y pellizcó suavemente su labio inferior.
Tuvo más efecto de lo que había esperado las manos apretadas en su cintura y él gimió bajo su boca. Un momento después se retiró, enrojecido, con los ojos brillantes.
—¿Estás bien? —dijo—. ¿Quieres esto?
Ella asintió, tragando saliva. Todo su cuerpo se sentía como si estuviera vibrando como una cadena.
—Sí, lo quiero. Yo…
—Es solo que, por un tiempo realmente largo, no he sido capaz de tocarte, y ahora puedo —dijo—. Pero tal vez este no es el lugar…
—Bueno, estamos sucios —admitió ella.
—“Sucios” parece un poco excesivo.
Clary alzó las manos, las palmas hacia arriba. Había suciedad incrustada en su piel y bajo sus uñas. Le sonrió.
—Quiero decir, literalmente —dijo, e indicó al agua en las inmediaciones con un movimiento de la barbilla—. ¿No íbamos a bañarnos? ¿En el agua?
El brillo de sus ojos se oscureció al ámbar.
—Bien —dijo, y extendió la mano para quitarse la chaqueta.
Clary casi chilló, ¿Qué estás haciendo? pero era perfectamente obvio lo que estaba haciendo. Había dicho “en el agua,” y no era como si pudieran entrar con ropa. No había pensado mucho en esto.
Dejó caer la chaqueta y se sacó la camiseta por la cabeza; el collar se enganchó por un momento, y Clary se quedó mirándolo, de repente hiperconsciente del hecho de que estaban solos, y de su cuerpo: la piel de color miel con viejas y nuevas Marcas, una cicatriz se desvanecía en la curva de su músculo en el pectoral izquierdo. Un estómago plano y delgado se estrechaba en las caderas, había perdido peso y su cinturón de armas colgaba suelto. Piernas y brazos, gráciles como los de un bailarín; dejó libre la camisa y sacudió su cabello brillante, y ella de repente tuvo un hundimiento en el estómago al pensar que no era posible que él fuera suyo, no era el tipo de persona común y corriente de gente alrededor, y mucho menos a la que puedes tocar, y luego
levantó la vista hacia ella, las manos en su cinturón, y sonrió con su familiar sonrisa torcida.
—¿Mantendrás puesta tu ropa? —dijo—. Podría prometer no mirarte, pero estaría mintiendo.
Clary bajó la cremallera de la chaqueta y se la arrojó. Él la cogió y la dejó caer en el montón de la ropa, sonriendo. Él desenganchó su cinturón, lo dejó caer también.
—Pervertido —dijo—. Aunque ganarás puntos por ser sincero.
—Tengo diecisiete años; todos somos pervertidos —dijo, pateando sus zapatos y saliendo de sus pantalones. Llevaba calzoncillos negros, y para el alivio mezclado con el lamento de Clary, los mantuvo puestos mientras entraba en el agua que le llegaba hasta las rodillas—. O, al menos, voy a tener diecisiete en un par de semanas. —Dijo por encima del hombro—. Hice los cálculos, con las cartas de mi padre y el momento de la sublevación. Nací en enero.
Algo acerca de la completa normalidad de su tono le gustó a Clary. Sacó sus botas, su camiseta y luego sus pantalones, y se fue a la orilla del agua. Estaba fresca pero no fría, llegándole hasta sus tobillos.
Jace la miró y sonrió. Luego, sus ojos viajaron hacia abajo desde la cara a su cuerpo, sus bragas de algodón liso y sujetador. Deseó haber llevado algo más bonito, pero no era como que “la ropa interior de lujo” hubiera estado en su lista de equipaje para los reinos demoníacos. Su sujetador era de algodón azul pálido, del tipo totalmente aburrido que podrías comprar en el supermercado, aunque Jace lo estaba mirando como si fuera algo exótico y sorprendente.
Él se ruborizó de repente, y desvió la mirada, retrocediendo para que el agua le cubriera, hasta los hombros. Se sumergió y resurgió de nuevo, pareciendo menos nervioso, pero mucho más húmedo, era oro oscuro su pelo y riachuelos de agua le caían.
—Es más fácil si te metes rápido —dijo.
Clary tomó aire y se lanzó hacia adelante, cubriéndole sobre su cabeza. Y era de un magnífico azul oscuro, como con hilos de plata debido a la luz de encima. La piedra se había mezclado con el agua, dándole una textura suave. Era fácil flotar; ella se dejó ir, surgiendo en la superficie, sacudiendo el agua de su pelo.
Suspiró de alivio. No había jabón, pero se frotó las manos, viendo como la suciedad y la sangre se esparcían en el agua. Su pelo se extendía en la superficie, la mezcla de color rojo con azul.
Unas gotas de agua le hicieron levantar la vista. Jace estaba a unos metros de distancia, sacudiendo el pelo.
—Supongo que eso me hace un año mayor que tú —dijo—. Soy un asaltacunas.
—Seis meses —Clary le corrigió—. Y tú eres Capricornio, ¿eh? Terco, imprudente, que no cumple las reglas, suena adecuado.
Agarró sus caderas y la atrajo hacia él a través del agua. Era lo suficientemente profundo para que sus pies tocaran el suelo, pero los de ella no lo hicieron; ella apretó las manos sobre sus hombros para mantenerse en posición vertical mientras él ponía sus piernas alrededor de su cintura. Lo miró, el calor arrollándose en su estómago, las líneas húmedas y elegantes de su cuello y de los hombros y el pecho, las gotas de agua atrapadas en sus pestañas como estrellas.
Se levantó para besarla justo cuando ella se inclinó; sus labios chocaron con una fuerza que envió una descarga de placer y dolor a través de ella. Sus manos se deslizaron por su piel; ella tomó la parte posterior de su cabeza, con los dedos enredándose en sus rizos húmedos. Él abrió los labios, acarició el interior con su lengua. Ambos estaban estremeciéndose y ella jadeaba, su respiración se mezclaba con la de él.
Metió la mano detrás de sí mismo con una mano para mantener el equilibrio en la pared de la cueva, pero estaba resbaladiza por el agua y se
deslizó; Clary se separó mientras él encontraba el equilibrio, su brazo izquierdo todavía envuelto apretadamente contra ella, presionando su cuerpo contra el suyo. Sus pupilas estaban ampliadas y su corazón martillando contra el de ella.
—Eso fue —dijo con voz entrecortada, y apretó la cara contra la unión entre el cuello y hombro de ella, sopló como si tratara de absorberla; estaba temblando un poco, aunque su agarre era constante y firme—. Eso fue intenso.
—Ha pasado un tiempo —murmuró ella, tocando su pelo suavemente—. Ya que ahora podemos… ya sabes, hagámoslo.
—No puedo creerlo —dijo—. Todavía no creo que ahora puedo besarte, tocarte, realmente tocarte, sin tener miedo… —le dio un beso en la garganta, y ella saltó. Echó la cabeza hacia atrás para mirarla. El agua corría por su cara como lágrimas, destacando los bordes afilados de los pómulos, la curva de su mandíbula.
—Imprudente —dijo—. Sabes, cuando me presenté por primera vez en el Instituto, Alec me llamó imprudente tantas veces que fui y busqué en el diccionario. No es que no supiera lo significaba, pero siempre había pensado que era ser valiente y en realidad significa: “alguien que no se preocupa por las consecuencias de sus acciones.”
Clary quiso defender al pequeño Jace.
—Pero te importan.
—No es suficiente, tal vez. No todo el tiempo. —Su voz tembló—. Al igual que la forma en que te amo. Te amé imprudentemente desde el momento en que te conocí. Nunca me preocupé por las consecuencias. Me decía que lo hacía, me dije que tú querías que lo hiciera, lo intenté, pero nunca me importó. Te quería más de lo que me importaba. —Sus músculos estaban rígidos bajo su agarre, su cuerpo vibrando con la tensión. Ella se inclinó para rozar sus labios a través de los suyos, para besarle y quitarle la tensión, pero él se apartó, mordiéndose el labio inferior lo suficiente para que se le pusiera blanca la piel.
—Clary —dijo, rogando—. Espera, solo… espera.
Clary se sintió momentáneamente aturdida. A Jace le encantaba besar; podía besar durante horas, y era bueno en eso. Y le interesaba. Mucho. Ella apoyó las rodillas a cada lado de sus caderas y dijo vacilante:
—¿Está todo bien?
—Tengo que decirte algo.
—Oh, no —dejó caer la cabeza sobre su hombro—. Está bien. ¿Qué es?
—¿Recuerdas cuando fuimos a través en el reino de los demonios, y todo el mundo vio algo? —preguntó—. Y dije que no vi nada.
—No tienes que decirme lo que viste —dijo Clary suavemente—. Es asunto tuyo.
—Sí, quiero —dijo—. Debes saberlo. Vi una habitación con dos tronos en ella, de oro y de marfil a través de la ventana podía ver el mundo, y eran cenizas. Como este mundo, pero la destrucción era más reciente. Los incendios seguían ardiendo, y el cielo estaba lleno de horribles cosas voladoras. Sebastian estaba sentado en uno de los tronos y yo estaba sentado en el otro. Tú estabas allí, y Alec e Izzy, y Max. —Tragó—. Pero estaban todos en una jaula. Una jaula grande con una gran cerradura en la puerta. Y sabía que los había puesto en él, y cerré la llave. Pero no sentía remordimiento. Sentí… triunfo —exhaló con fuerza—. Ahora puedes apartarme con disgusto. Está bien.
Pero por supuesto, no estaba bien; nada acerca de su tono, plano y muerto, y sin esperanza, estaba bien. Clary se estremeció en sus brazos; no de terror, sino de compasión y de la tensión de saber lo delicada que era la fe de Jace en sí mismo, y qué tan cuidadosa de su respuesta tenía que ser.
El demonio nos mostró lo que pensó que queríamos —dijo finalmente—. No es lo que realmente queremos. Puso las cosas mal; así es como nos las arreglamos para liberarnos. En el momento en que te encontramos, ya te habías liberado por tu cuenta. Así que lo que te mostró, no es lo que quieres. Cuando Valentine te crió, él controlaba todo, nada era seguro, y nada que amabas estaba a salvo. Entonces el demonio miró en tu interior y vio eso, la
fantasía de un niño de controlar por completo el mundo para que nada malo pudiera sucederle a las personas que ama, y estaba tratando de darte eso, pero no era lo que querías, no realmente. Así que te despertaste. —Le tocó la mejilla—. Una parte de ti sigue siendo ese niño que piensa que amar es destruir, pero estás aprendiendo. Estás aprendiendo todos los días.
Por un momento se limitó a mirarla con asombro, con los labios entreabiertos; Clary sintió que sus mejillas se sonrojaban. La miraba como si fuera la primera estrella que alguna vez había salido en el cielo, un milagro pintado en toda la faz de la tierra que apenas podía creer
—Déjame —dijo, y se interrumpió—. ¿Puedo darte un beso?
En vez de asentir, se inclinó para presionar sus labios contra los suyos. Si su primer beso en el agua había sido una especie de explosión, esto era como un sol convirtiéndose en supernova. Fue duro, caliente, un beso poderoso, un pellizco en el labio inferior y el choque de lenguas y dientes, ambos presionando tan fuerte como podían acercándose, más cerca. Ellos estaban pegados, piel y tela, una embriagadora mezcla de la frialdad del agua, el calor de sus cuerpos, y el deslice sin fricción de la piel húmeda.
Sus brazos la envolvieron por completo, y de repente él la estaba levantando mientras los dirigía fuera del lago, el agua vertiéndose de ellos en arroyos. Se puso de rodillas en la playa de fina arena, colocándola tan suavemente como pudo en la parte superior de la pila de sus ropas amontonadas. Ella rebuscó su agarre por un momento y luego se rindió, recostada y tirando de él hacia abajo encima de ella, besándolo con fiereza hasta que él gimió y susurró:
—Clary, no puedo, me tienes que decir, no puedes pensar…
Ella enredó sus manos en su pelo, retrocediendo lo suficiente para verle la cara. Estaba rojo, sus ojos de color negro con el deseo, su pelo, empezando a enrollarse al secarse, colgando en sus ojos. Tiró ligeramente en los hilos entre los dedos.
—Está bien —susurró ella—. Está bien, no tenemos que parar. Yo quiero. —Lo besó, lento y duro—. Quiero, si tú quieres.
—¿Si yo quiero? —Hubo un borde salvaje a su suave risa—. ¿Es que no te das cuenta? —Y entonces la estaba besando otra vez, chupando el labio inferior en su boca, besando su cuello y pronunciando su clavícula mientras ella pasaba sus manos por todo su cuerpo, libre en el conocimiento de que podía tocarlo, tanto como quisiera, de la forma que quisiera. Se sentía como si lo estuviera dibujando, con las manos mapeando su cuerpo, la pendiente de su espalda, su vientre plano, las muescas por encima de sus caderas, los músculos de sus brazos. Como si, al igual que una pintura, que se acercaba a la vida bajo sus manos.
Cuando sus manos se deslizaron por debajo de su sujetador, ella se quedó sin aliento ante la sensación, y luego asintió con la cabeza cuando él se quedó inmóvil, con una mirada inquisitiva. Adelante. Se detuvo en cada momento, se detuvo antes de extraer cada pieza de ropa a partir de cualquiera de ellos, pidiéndole con los ojos y palabras decirle si debía seguir adelante, y cada vez ella asintió y dijo—: Sí, vamos, sí. —Y cuando finalmente no había nada entre ellos, excepto piel, ella dejo de mover sus manos, pensando que no había manera de estar más cerca a otra persona que esta, dar un paso más sería como abrir su pecho y exponer su corazón.
Sintió los músculos de Jace flexionarse cuando buscó a su lado por algo, y oyó el crujido del papel de aluminio. De repente, todo parecía muy real; sintió un repentino destello de nervios. Esto realmente estaba pasando.
Él se quedó quieto. Su mano libre estaba acunando su cabeza, con los codos clavados profundamente en la arena a cada lado de ella, manteniendo su peso sobre su cuerpo. Todo él estaba tenso y tembloroso, y las pupilas de sus ojos estaban muy abiertas, el iris solo bordes de oro.
—¿Algo está mal?
Oyendo a Jace sonando incierto, pensó que tal vez su corazón se estaba agrietando, rompiéndose en pedazos.
—No —susurró, y tiró de él hacia abajo de nuevo. Ambos sabían a sal—. Bésame —le suplicó, y él lo hizo, besos lentos, lánguidos y calientes que se aceleraron como los latidos de su corazón lo hicieron, mientras el movimiento de sus cuerpos se aceleró uno contra otro. Cada beso era diferente, cada vez más alto como una chispa como un fuego creciendo; besos rápidos y suaves que le dijeron que la amaba, largos y lentos besos de adoración que le dijeron que confiaba en ella, besos ligeros y juguetones que indican que todavía tenía esperanza, besos adoradores que le dijeron que tenía fe en ella como no tenía en nadie más. Clary se abandonó a los besos, al lenguaje de ellos, el discurso sin palabras que pasó entre los dos de ellos. Le temblaban las manos, pero fueron rápidas y hábiles en su cuerpo, ligeros toques enloquecedores hasta que ella empujó y tiró de él, animándolo con la muda súplica de dedos, labios y manos.
E incluso en el momento final, cuando se estremeció, ella lo presionó a seguir adelante, se envolvió a su alrededor, no dejo que se fuera. Mantuvo los ojos bien abiertos mientras se estremecía, con el rostro contra su cuello, diciendo su nombre una y otra vez, y cuando por fin cerró los ojos, le pareció ver la caverna encendida en oro y blanco, envolviéndolos a ambos en celestial fuego, la cosa más hermosa que había visto nunca.
***
Simon era vagamente consciente de Clary y Jace poniéndose de pie y saliendo de la caverna, susurrando entre sí a medida que se fueron. No son tan sutiles como creen que son, pensó hacia ellos, medio divertido, pero difícilmente los envidiaba en su tiempo juntos, teniendo en cuenta lo que todos iban a enfrentar el día siguiente.
—Simon. —Fue apenas un susurro, pero se apoyó en un codo y miró a Isabelle. Ella se dio la vuelta sobre su espalda y lo miró. Sus ojos eran muy grandes y oscuros, con las mejillas encendidas, su pecho se apretó con la ansiedad.
—¿Estás bien? —dijo—. ¿Tienes fiebre?
Ella sacudió la cabeza y se movió hasta la mitad de su capullo de frazadas.
—Solo tengo calor. ¿Quién me ha envuelto como una momia?
—Alec —dijo—. Quiero decir, tal vez, te deberías quedar así.
—Preferiría que no —dijo Isabelle, envolviendo sus brazos alrededor de sus hombros y tirando de él cerca de ella.
—No puedo hacerte entrar en calor. Sin calor corporal. —Su voz sonaba un poco metálica.
Ella le acarició el camino hacia la unión de la clavícula y el hombro.
—Creo que ya hemos establecido de tantas maneras que soy lo suficientemente caliente por ambos.
Incapaz de evitarlo, Simon se acercó a correr sus manos por su espalda. Ella se había despojado de su equipo y solo llevaba un top negro térmico, el material grueso y suave bajo sus dedos. Se sentía sustancial y real, humana y respirando, y en silencio agradeció al Dios cuyo nombre ahora podía decir, que ella estaba bien.
—¿Hay alguien más aquí?
—Jace y Clary se fueron, y Alec tomó la primera guardia —dijo Simon—. Estamos solos. Quiero decir, no solos solos, como yo no… —Se quedó sin aliento cuando ella se dio la vuelta para estar encima de él, aplastándolo contra el suelo. Puso un brazo delicadamente sobre su pecho—. Tal vez no deberías hacer eso —dijo—. No es que debas parar.
—Salvaste mi vida —dijo ella.
—Yo no… —se detuvo mientras ella entrecerraba los ojos—. ¿Soy un valiente héroe? —él probó.
—Mmm-hmm. —Ella empujó su barbilla con la suya.
—Sin cosas tipo Lord Montgomery —le advirtió—. Cualquiera podría entrar.
—¿Qué hay de un beso normal?
—Parece bien —dijo él, e inmediatamente Isabelle estaba besándolo, sus labios casi insoportablemente suaves. Sus manos encontraron su camino debajo de su blusa y acariciaron su columna, trazando la línea de sus omoplatos. Cuando ella se alejó, sus labios estaba enrojecidos, y él pudo ver la sangre bombeando en su cuello, la sangre de Isabelle, salada y dulce, que incluso aunque no estaba hambriento, él deseaba…
—Puedes morderme —susurro ella.
—No. —Simon se alejó ligeramente—. No, has perdido demasiada sangre. No puedo... —Podía sentir su pecho agitándose con respiraciones innecesarias—. Estabas dormida cuando lo hablamos, pero no podemos quedarnos aquí. Clary puso runas de glamour en la entrada, pero no aguantaran tanto, y nos estamos quedando sin comida. La atmosfera está enfermando y debilitando a todos. Y Sebastian nos encontrará. Tenemos que ir tras él, mañana, en el Gard. —Barrió sus dedos encrespados por su suave cabello—. Y eso significa que necesitas toda tu fuerza.
Ella presionó sus labios, sus ojos lanzándose sobre él.
—Cuando pasamos de la Corte de las Hadas, a este mundo, ¿qué viste?
Él toco su cara ligeramente, no queriendo mentir, pero la verdad, la verdad era dura e incómoda.
—Iz, no tenemos que…
—Yo vi a Max —dijo ella—. Pero te vi a ti, también. Eras mi novio. Vivíamos juntos y toda mi familia te aceptaba. Puedo decirme que no quiero que seas parte de mi vida, pero mi corazón sabe la verdad. —dijo—. Te colaste en mi vida, Simon Lewis, y no sé cómo o porque o incluso cuando pero pasó, y medio lo odié pero no puedo cambiarlo, y aquí está.
Él hizo un sonido ahogado.
—Isabelle…
—Ahora dime que viste —dijo, sus ojos brillando como mica.
Simon apoyó sus manos contra el suelo de piedra de la caverna.
—Me vi siendo famoso, una estrella del rock —dijo lentamente—. Era rico, mi familia estaba unida, y estaba con Clary. Ella era mi novia. —Sintió a Isabelle tensarse encima de él, la sintió empezar a alejarse, y la tomó de los brazos—. Isabelle, escucha. Escucha. Ella era mi novia, y cuando vino a decirme que me amaba, yo dije. “Yo también te amo… Isabelle”.
Lo miró.
—Isabelle —dijo—. Eso me sacó de mi visión, cuando dije tu nombre. Porque sabía que la visión estaba mal. No era lo que realmente quería.
—¿Por qué solo me dices que me amas cuando estas ebrio o soñando? —preguntó ella.
—Tengo una terrible sincronización —dijo Simon—. Pero eso no significa que no lo sienta. Hay cosas que queremos, muy debajo de lo que sabemos, debajo incluso de lo que sentimos. Hay cosas que nuestras almas quieren, y la mía te quiere a ti.
La sintió exhalar.
—Dilo —dijo ella—. Dilo sobrio.
—Te amo —dijo—. No quiero que lo digas de vuelta a menos que lo sientas, pero te amo.
Se inclinó de nuevo sobre él, y presionó las almohadillas de sus dedos contra las suyas.
—Quiero decirlo.
Se levantó sobre sus codos justo mientras ella se inclinaba, y sus labios se encontraron. Se besaron, largo y suave, dulce y gentil, y entonces Isabelle se alejó ligeramente, su respiración irregular, y Simon dijo:
—¿Así que hemos DLR ahora?
Isabelle se encogió de hombros.
—No tengo idea de qué significa eso.
Simon ocultó el hecho de que estaba extraordinariamente complacido por esto.
—¿Somos oficialmente novio y novia? ¿Hay ritual de Cazadores de Sombras? ¿Debería de cambiar el estado de mi Facebook de “es complicado” a “en una relación”?
Isabelle arrugó su nariz adorablemente.
—¿Tienes un libro que también es una cara?
Simon se rió e Isabelle se inclinó y lo besó de nuevo. Esta vez él se acercó para atraerla hacia abajo, y se enredaron alrededor del otro, enredados en las mantas, besándose y murmurando. Se perdió en el placer del sabor de su boca, la curva de su cadera debajo de su mano, la cálida piel de su espalda. Se olvidó de que estaba en un reino demoniaco, que iban a la batalla al día siguiente, que podrían no volver a ver su hogar: Todo se desvaneció y era Isabelle.
—¿POR QUÉ SIGUE PASANDO ESTO? —Hubo un sonido de vidrio rompiéndose, y ambos se sentaron para ver a Alec mirándolos. Había dejado caer la botella vacía de vino que había estado sosteniendo, y había pedazos de vidrio brillando sobre todo el suelo de la caverna—. ¿POR QUÉ NO PODEIS IR A OTRO LUGAR A HACER ESTAS COSAS HORRIBLES? MIS OJOS.
—Es un reino demoniaco, Alec —dijo Isabelle—. No hay ningún lugar a donde ir.
Y dijiste que la cuidara… —Simon comenzó, pero luego se dio cuenta que esa no sería una línea productiva de conversación, y se calló.
Alec se dejó caer en el lado opuesto del fuego y los miró a ambos.
— ¿Y a donde fueron Jace y Clary?
—Ah —dijo Simon delicadamente—. Quien sabe…
—Personas heterosexuales —declaró Alec—. ¿Por qué no podeis controlaros?
—Es un misterio —Simon estuvo de acuerdo, y se acostó de nuevo a dormir.
***
Jia Penhallow se sentó en el escritorio de su oficina. Se sentía tan casual, que no pudo evitar preguntarse si sería mal visto, la Cónsul sentada irreverentemente en el antiguo escritorio de poder, pero estaba sola en la habitación, y cansada más allá de todas las medidas de cansancio.
En su mano sostenía una nota que había venido desde Nueva York, el mensaje de fuego de un hechicero lo suficientemente poderoso para traspasar las barreras alrededor de la ciudad. Reconoció la letra de Catarina Loss, pero las palabras no eran de Catarina.

Cónsul Panhallow,


Esta es Maia Roberts, líder temporal de la manada de Nueva York. Entendemos que está haciendo lo que puede por traer a nuestro Luke y los otros prisioneros. Apreciamos eso. Como un signo de nuestra buena voluntad, deseo enviarle este mensaje. Sebastian y sus fuerzas atacaran Alicante mañana en la noche. Por favor haga lo que pueda para estar lista. Desearía poder estar allá, peleando a su lado, pero sé que eso es imposible. A veces solo es posible advertir, y esperar, y tener esperanza. Recuerde que la Clave y el Concejo, Cazadores de Sombras y Subterráneos juntos, son la luz del mundo.


Con esperanza,
Maia Roberts.


Con esperanza, Jia dobló la carta otra vez y la metió en su bolsillo. Pensó en la ciudad allí afuera, debajo del cielo nocturno, las Torres de los demonios plateado pálido, pronto volviéndose rojo de guerra. Pensó en su esposo y su hija. Pensó en las cajas y cajas que habían llegado de Theresa Gray hace poco tiempo, levantándose desde la tierra en la Plaza del Ángel, cada caja estampada con el símbolo del Laberinto en Espiral. Sintió una agitación en su corazón, algo de miedo, pero también algo de alivio, de que el momento finalmente estaba llegando, finalmente la espera terminaría, finalmente tendrían su oportunidad. Sabía que los Cazadores de Sombras de Alicante pelearían hasta el final: con determinación, con valentía, con terquedad, con venganza, con gloria.

Con esperanza.
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 4 Empty RE: CIUDAD DEL FUEGO CELESTIAL

Mensaje por StephRG14 Mar 19 Mayo 2015, 6:29 pm

Capitulo 21
Las llaves de la muerte y el infierno


—Dios, mi cabeza —dijo Alec mientras él y Jace se arrodillaron al lado de la cúspide de roca que coronaba la cima de una colina gris. La roca los cubría, y más allá de ella, usando las runas con visión de futuro, podían ver la fortaleza medio en ruinas, y todo alrededor, los Cazadores Oscuros agrupados como hormigas.
Era como un espejo deformado de la Colina del Gard de Alicante. La estructura se asemejaba a la Colina del Gard que ellos conocían, pero con un enorme muro alrededor de ella, la fortaleza se encerraba dentro como un jardín en un claustro.
—Tal vez no deberías haber bebido tanto la noche anterior —dijo Jace, inclinándose hacia adelante y entrecerrando los ojos. Todo alrededor de la pared de los Cazadores Oscuros se situaba en anillos concéntricos, un grupo apretado delante de las puertas que conducían dentro. Había pequeños grupos de ellos en puntos estratégicos por toda la colina. Alec pudo ver a Jace calcular los números del enemigo, considerando y descartando las estrategias en su cabeza.
—Tal vez deberías intentar verte un poco menos petulante acerca de lo que hiciste anoche —dijo Alec.
Jace casi se cayó de la cresta.
—No me veo como un petulante. Bueno… —se corrigió—… No más de lo habitual.
—Por favor —dijo Alec, sacando su estela—. Puedo leer tu cara como un muy abierto libro pornográfico. Ojalá no pudiera.
—¿Es esa tu manera de decirme que cambie mi cara? —inquirió Jace.
—¿Recuerdas cuando te burlaste de mí por andar a escondidas con Magnus y me preguntaste si había caído en eso? —preguntó Alec, colocando la punta de la estela contra su antebrazo y empiezando a dibujar una iratze—. Esta es la revancha.
Jace rió y agarró la estela de Alec.
—Dame eso —dijo, salió a buscar la iratze para él, con su habitual ademán desordenado. Alec sintió la patada adormecedora cuando su dolor de cabeza comenzaba a retroceder. Jace volvió su atención de nuevo a la colina.
—¿Sabes qué es interesante? —dijo—. He visto un par de demonios que vuelan, pero se están quedando bien lejos del Gard Oscuro...
Alec levantó la ceja.
—¿El Gard Oscuro?
—¿Tienes un nombre mejor? —Jace se encogió de hombros—. De todos modos, se están quedando fuera del Gard Oscuro y la colina. Sirven a Sebastian, pero parece que están respetando su espacio.
—Bueno, no pueden estar muy lejos —dijo Alec—. Llegaron al Salón de los Acuerdos bastante rápido cuando activaste la alarma.
—Podrían estar dentro de la fortaleza —dijo Jace, expresando lo que ambos estaban pensando.
—Ojalá hubieras conseguido el skeptron —dijo Alec, en voz baja—. Me da la sensación de que podría llevar a fuera una gran cantidad de demonios. Si todavía funcionara, después de todos estos años. —Jace tenía una extraña expresión en el rostro. Alec se apresuró a añadir—: No es que alguien podría haberlo conseguido. Has intentado...
—No estoy muy seguro —dijo Jace, su expresión calculadora y lejana—. Vamos. Volvamos con los demás.
No había tiempo para responder; Jace ya se estaba retirando. Alec lo siguió, arrastrándose hacia atrás, fuera del alcance de la vista del Gard Oscuro. Una vez que hubieron ido bastante lejos, se enderezaron y medio se deslizaron por la pendiente rocosa hacia donde los otros estaban esperando. Simon estaba junto a Izzy, Clary tenía su cuaderno de dibujo y una pluma, estaba dibujando runas. Por la forma en que negaba con la cabeza, arrancando las páginas y arrugándolas en su mano, no iba tan bien como a ella le hubiera gustado.
—¿Estás arrojando basura? —preguntó Jace mientras él y Alec corrieron hasta detenerse junto a los otros tres.
Clary le dio lo que probablemente estaba destinado a ser una mirada fulminante, pero que salió bastante sensiblera. Jace se la devolvió al igual con una sentimental. Alec se preguntó qué pasaría si hacía un sacrificio a los dioses de los demonios oscuros de este mundo, a cambio de que no se recordara constantemente que era soltero. Y no solo soltero. No solo extrañaba a Magnus; estaba aterrorizado por él, con un profundo dolor constante que nunca se fue del todo.
—Jace, este mundo se ha quemado a cenizas, y todo ser viviente está muerto —dijo Clary—. Estoy bastante segura de que no queda nadie para reciclar.
—Entonces, ¿qué visteis? —exigió Isabelle. Ella no había estado del todo contenta con quedarse atrás mientras Alec y Jace hacían el reconocimiento, pero Alec había insistido en que conservara sus fuerzas. Ella le escuchaba más en
estos días, pensó Alec, de esa manera que Izzy solo escuchaba a la gente cuyas opiniones respetaba. Era muy agradable.
—Aquí. —Jace sacó su estela de su bolsillo y se arrodilló, quitándose la chaqueta. Los músculos de su espalda se movían debajo de su camisa mientras usaba la punta afilada de la estela para dibujar en el polvo amarillento—. Aquí está el Gard Oscuro. Hay una manera de entrar, y eso es a través de la puerta de la muralla exterior. Está cerrada, pero una runa abierta debe hacerse cargo de eso. La pregunta es cómo llegar a la puerta. Las posiciones más defendibles son aquí, aquí, y aquí. —Su estela hizo golpes rápidos en la tierra—. Así que vamos por ahí y hasta la parte de atrás. Si la geografía de aquí es como en nuestro Alicante, y parece que lo es, es un camino natural, hasta el fondo de la colina. Una vez que nos acerquemos, nos separamos aquí y aquí. —La estela hizo remolinos y patrones mientras dibujaba, y una mancha de sudor oscuro se notó entre los omóplatos—. Y tratamos de arrear cualquier demonio o Cazador Oscuro hacia el centro. —Se echó hacia atrás, mordiéndose el labio—. Puedo sacar un montón de ellos, pero voy a necesitar mantenerlos contenidos mientras lo hago. ¿Entendéis el plan?
Todos se miraron durante unos momentos de silencio. Entonces Simon señaló:
—¿Qué es esa cosa tambaleante? —dijo—. ¿Es un árbol?
—Esas son las puertas —dijo Jace.
—Ohh —dijo Isabelle, complacida—. Entonces, ¿qué son los pedazos arremolinados? ¿Hay un foso?
—Esas son las líneas de trayectoria… Sinceramente, ¿soy la única persona que alguna vez haya visto un mapa de estrategia? —preguntó Jace lanzando su estela hacia abajo y pasándose la mano por el pelo rubio—. ¿Entendeis algo de lo que acabo de decir?
—No —dijo Clary—. Tu estrategia es, probablemente, impresionante, pero tus habilidades de dibujo son terribles; todo los Cazadores Oscuros se ven
como árboles, y la fortaleza se ve como una rana. Tiene que haber una mejor manera de explicar.
Jace se dejó caer sobre sus talones y se cruzó de brazos.
—Bueno, me encantaría escucharlo.
—Tengo una idea —dijo Simon—. ¿Recordais que antes estaba hablando de Dragones y Mazmorras?
—Vívidamente —dijo Jace—. Fue una época oscura.
Simon lo ignoró.
—Todos los Cazadores Oscuros se visten de armadura roja —dijo—. Y no son enormemente brillantes o auto conducidos. Sus voluntades parecen estar subsumidas, al menos en parte, por Sebastian. ¿Cierto?
—Cierto —dijo Isabelle, y le dio una mirada de reproche a Jace.
—En D&D, mi primer movimiento, cuando estoy tratando con un ejército enemigo como ese, sería el de atraer a distancia a un grupo de ellos… digamos de cinco… y quitarles la ropa.
—¿Es esto para que ellos tengan que volver a la fortaleza desnudos y su vergüenza afecte negativamente a su moral? —dijo Jace—. Porque parece complicado.
—Estoy bastante segura de que se refiere a tomar su ropa y llevarlas como disfraces —dijo Clary—. Para que podamos colarnos hasta las puertas sin ser observados. Si los otros Cazadores Oscuros no son muy perceptivos, no podrían notarnos. —Jace la miró con sorpresa. Ella se encogió de hombros—. Está en cada película.
—No vemos películas —dijo Jace.
—Creo que la pregunta es si Sebastian ve películas —dijo Isabelle—. ¿Será nuestra estrategia cuando veamos la de “todavía confía en mí,” por cierto?
—Es “todavía, confía en mí” —dijo Jace.
—Oh, bueno —dijo Isabelle—. Por un segundo me preocupaba que iba a
ser un plan real con, como, pasos que podríamos seguir. Ya sabes, algo
tranquilizador.
—Hay un plan. —Jace deslizó su estela en el cinturón y se levantó de
manera fluida sobre sus pies—. La idea de Simon de cómo entrar en la fortaleza
de Sebastian. Vamos a hacerlo.
Simon lo miró fijamente.
—¿En serio?
Jace recuperó su chaqueta.
—Es una buena idea.
—Pero es mi idea —dijo Simon.
Y fue buena, así que vamos a hacerlo. Felicitaciones. Vamos a subir la
colina de la manera que describí, y luego vamos a probar tu plan cuando
lleguemos hacia la parte superior. Y cuando lleguemos allí… —se volvió hacia
Clary—. Esa cosa que hiciste en la Corte de la Luz. La forma en que levantaste y
señalaste a la runa en la pared; ¿podrías hacerlo de nuevo?
—No veo por qué no —dijo Clary—. ¿Por qué?
Jace comenzó a sonreír.
***
Emma se sentó en la cama en su pequeña habitación en el ático, rodeada
de papeles.
Por fin los había sacado de la carpeta que había cogido de la oficina del
Cónsul. Estaban esparcidos por su manta, iluminados por la luz del sol que
entraba por la pequeña ventana, a pesar de que casi no se atrevía a tocarlos.
Había fotografías granuladas, tomadas bajo un cielo brillante de Los Ángeles, de los cuerpos de sus padres. Podía ver ahora por qué no habían sido capaces de llevar los cuerpos a Idris. Habían sido despojados, su piel gris como la ceniza, excepto donde fueron marcados por todas partes con feos garabatos negros, no como Marcas en absoluto, sino repugnantes. La arena alrededor de ellos estaba mojada, como si hubiera llovido; estaban lejos de la línea de marea. Emma luchó contra las ganas de vomitar mientras intentaba obligarse a absorber la información: cuando se habían encontrado los cuerpos, cuando habían sido identificados, y cómo se habían derrumbado en grupos cuando los Cazadores de Sombras habían tratado de levantarlos…
—Emma.
Era Helen, de pie en el umbral. La luz que se derramaba por la ventana se volvió a los bordes de su cabello con el color de plata, como siempre habían tenido los Marcados. Ella se parecía más a un Marcado que nunca; De hecho, el estrés la había hecho más delgada y revelado con mayor claridad los delicados arcos de sus pómulos, los puntos en la parte superior de las orejas.
—¿De dónde sacaste esto?
Emma levantó la barbilla desafiante.
—Los tomé de la oficina del Cónsul.
Helen se sentó en el borde de la cama.
—Emma, tienes que ponerlos de nuevo.
Emma señaló con el dedo a los papeles.
—No van a mirar para saber lo que le pasó a mis padres —dijo—. Están diciendo que es solo un ataque al azar por los Cazadores Oscuros, pero no fue así. Sé que no lo fue.
—Emma, los Cazadores Oscuros y sus aliados no solo mataron a los Cazadores de Sombras del Instituto. Acabaron con la Clave de Los Ángeles. Tiene sentido que fueran después hacia tus padres, también.
—¿Por qué no habrían de convertirlos a ellos? —exigió Emma—. Necesitaban todos los guerreros que podían conseguir. Cuando dijiste que acabaron con la Clave, no abandonaron los cuerpos. Todos se convirtieron.
—Excepto los jóvenes y los muy viejos.
—Bueno, mis padres no eran ninguna de esas cosas.
—¿Preferirías que los hubieran Convertido? —dijo Helen en voz baja, y Emma sabía que estaba pensando en su propio padre.
—No —dijo—. Pero, ¿estás realmente diciendo que no importa quién los mató? ¿Es que ni siquiera debería saber el por qué?
—¿Por qué? —Tiberius estaba de pie en la puerta, su mata de rizos negros rebeldes cayendo a los ojos. Parecía más joven de los diez años, una impresión ayudada por el hecho de que su abeja de peluche colgaba de una mano. Su delicado rostro estaba manchado por el cansancio—. ¿Dónde está Julian?
—Está abajo, en la cocina consiguiendo comida —dijo Helen—. ¿Tienes hambre?
—¿Está enfadado conmigo? —preguntó Ty, mirando a Emma.
—No, pero tú sabes que él se enfada cuando le gritas, o lo lastimas —dijo Emma con cuidado. Era difícil saber lo que podría asustar a Ty o enviarlo a una rabieta. En su experiencia era mejor siempre decirle la verdad sin tapujos. El tipo de mentiras que la gente dice sistemáticamente a los niños, de las de "Esta inyección no va a doler un poco," fueron desastrosas cuando se le dijo a Ty.
Ayer, Julian había pasado un poco de tiempo para recoger los vidrios rotos de los pies ensangrentados de su hermano y le había explicado más
severamente que si alguna vez caminaba sobre vidrios rotos de nuevo, Julian se lo diría a los adultos, y él tendría que tomar cualquier castigo que recibiera. Ty le había dado una patada en respuesta, dejando una huella de sangre en la camisa de Jules.
—Jules quiere que estés bien —dijo Emma ahora—. Eso es todo lo que quiere.
Helen extendió los brazos para Ty... Emma no la culpó. Ty parecía pequeño y se acurrucó, y la forma en que se aferraba a su abeja la hizo preocuparse por él. Habría querido abrazarlo también. Pero no le gustaba que lo tocasen, no nadie más que Livvy. Él se apartó de su media hermana y se acercó a la ventana. Después de un momento, Emma se le unió, con cuidado para darle espacio.
—Sebastian puede entrar y salir de la ciudad —dijo Ty.
—Sí, pero es solo una persona, y no está tan interesado en nosotros. Además, creo que la Clave tiene un plan para mantenernos a salvo.
—Creo que es lo mismo —murmuró Ty, mirando hacia abajo y hacia fuera de la ventana. Señaló—: Es solo que no sé si funcionará.
Le tomó a Emma un momento darse cuenta de lo que estaba indicando. Las calles estaban llenas, y no con los peatones. Nefilim en los uniformes del Gard, y algunos en marcha, se movían adelante y atrás en las calles, llevando los martillos y los clavos y cajas de objetos que hicieron a Emma mirar... Tijeras y herraduras, cuchillos y dagas y armas de diversos tipos, incluso cajas de lo que parecía tierra. Un hombre llevaba varios sacos de arpillera marcados con SALT.
Cada caja y bolsa tenían un símbolo estampado en él: una espiral. Emma lo había visto antes en su Codex: el sigilo del Laberinto en Espiral de los brujos.
—Hierro frío. —dijo Ty pensativo—. Forjado, no calentado y con forma. Sal, y grabados sucios.
Había una mirada en el rostro de Helen, esa mirada que ponen los
adultos cuando sabían algo pero no querían decirte lo qué era. Emma examinó
a Ty, silencioso y sereno, sus serios ojos grises rastreando arriba y abajo las
calles afuera. A su lado estaba Helen, quien se había levantado de la cama, su
expresión inquieta.
—Enviaron municiones mágicas—dijo Ty—. Desde el Laberinto en
Espiral. O quizás fue idea de los brujos. Es difícil de saber.
Emma empezó a mirar a través del vidrio y luego de vuelta a Ty, que
levantó la mirada a través de sus largas pestañas.
—¿Qué significa eso? —preguntó.
Ty sonrió con su sonrisa rara, sin práctica.
—Eso significa que lo que Mark decía en su nota era verdad —respondió.
***
Clary no había pensado nunca que había estado tan llena de runas, o que
nunca había visto a los Lightwood cubiertos en tantos sellos mágicos como lo
estaban ahora. Había hecho todo por sí misma, poniendo todo lo que tenía en
ellos —todo su deseo de que ellos estuvieran a salvo, todo su anhelo de
encontrar a su madre y a Luke.
Los brazos de Jace lucían como un mapa: runas esparcidas hacia abajo
desde la clavícula y el pecho hasta la parte de atrás de sus manos. La piel de
Clary lucía extraña para ella cuando la veía. Recordó que una vez había visto a
un chico que tenía una trabajada musculatura del cuerpo humano tatuada sobre
su piel, y pensó que se había convertido en vidrio. Ahora era algo como eso,
pensó, mirando alrededor a sus acompañantes a medida que subían por la
colina hacia el Gard Oscuro, el mapa de la ruta de su valentía y esperanza, sus
sueños y deseos, marcado claramente en sus cuerpos. Los Cazadores de
Sombras no eran siempre los más abiertos a las personas, pero sus pieles eran
sinceras.
Clary se había cubierto con runas curativas, pero no eran suficientes para proteger a sus pulmones del constante polvo. Recordó lo que Jace le había dicho sobre los dos sufriendo más que los demás debido a la mayor concentración de sangre de ángel en ellos. Se detuvo para toser y se alejó, escupiendo en color negro. Se secó la boca con la mano rápidamente, antes de que Jace pudiera voltear y verla.
Las habilidades de dibujante de Jace podían haber sido pobres, pero su estrategia era impecable. Estaban haciendo su camino hacia arriba en una especie de formación en zigzag, saltando de un montón de piedras a otro. Sin todo el follaje, las rocas eran la única cubierta que la montaña mostraba. La montaña carecía de árboles en su mayoría, solo unos cuantos muertos por aquí y por allá. Se habían encontrado solo a una Cazadora Oscura, que había sido rápidamente asesinada, su sangre derramada sobre la tierra cubierta de cenizas. Clary recordó el camino hacia el Gard en Alicante, verde y agradable, y le dedicó una mirada llena de desprecio al páramo alrededor de ella.
El aire era caliente y pesado, como si el sol ardiente y naranja estuviera presionándolos. Clary se unió a los demás detrás de un gran montón de piedras. Habían vuelto a llenar sus botellas con agua esa mañana en el lago de la cueva y Alec estaba compartiéndola alrededor, con su rostro sombrío lleno de polvo.
—Esto es lo último —dijo y se la pasó a Isabelle. Ella dio un pequeño sorbo y se lo pasó a Simon, quien sacudió la cabeza —pues no necesitaba agua— y se lo pasó a Clary.
Jace la miró. Pudo verse reflejada en sus ojos, luciendo pequeña, pálida y sucia. Se preguntaba si había lucido diferente para él luego de la noche anterior. Había esperado que al menos él hubiera lucido diferente para ella cuando se levantó en la mañana por los restos fríos del fuego, con su mano en las de ella. Pero era el mismo Jace, el Jace que ella siempre había amado. Y la miraba cada vez que podía, como si fuera un pequeño espejo, del tipo que se lleva cerca al corazón.
Clary dio una bocanada de agua y le pasó el termo a Jace, quien echó la cabeza hacia atrás y tragó. Ella miraba los músculos de su garganta con una breve fascinación y luego volteó la mirada antes de que pudiera sonrojarse —bien, quizás algunas cosas había cambiado, pero realmente no había tiempo para pensar en eso.
—Eso es todo —dijo Jace, soltando el termo ahora vacío. Todos lo vieron rodar entre las rocas—. No más agua. Una cosa menos que cargar —añadió, tratando de sonar ligero, pero su voz vino con un sonido tan seco como el polvo a su alrededor.
Sus labios estaban agrietados y sangrando un poco a pesar de las iratzes. Alec tenía sombras bajo los ojos y un tic nervioso en la mano izquierda. Los ojos de Isabelle estaban rojos por el polvo, y parpadeaba y se los frotaba cuando pensaba que nadie la veía. Todos lucían terriblemente mal, pensó Clary, quizás a excepción de Simon, que mayormente tenía el mismo aspecto. Estaba parado cerca al montón de piedras, sus dedos apoyados levemente sobre una cornisa de piedra.
—Estas son tumbas —dijo de pronto.
Jace levantó la mirada.
—¿Qué?
—Esta pila de rocas. Son tumbas, muy antiguas. Las personas murieron en batallas y los enterraron cubriendo sus cuerpos con piedras.
—Cazadores de Sombras, —dijo Alec—. ¿Quién más pudo morir defendiendo la Colina del Gard?
Jace tocó las piedras con su mano cubierta por un guante de cuero y frunció el ceño.
—Quemamos nuestros cuerpos al morir.
—Quizás no en este mundo —dijo Isabelle—. Las cosas son diferentes. Quizás no tuvieron tiempo. Quizás fue su última batalla…
—Detente —dijo Simon. Tenía una mirada congelada de intensa concentración en el rostro—. Alguien viene. Alguien humano.
—¿Cómo sabes que son humanos? —Clary bajó la voz.
—Sangre —resumió—. La sangre de los demonios huele diferente. Estas personas… Nefilim, pero no…
Jace hizo un rápido movimiento con la mano y todos se callaron. Pegó su espalda a las piedras y se asomó por el costado. Clary vio su mandíbula apretarse.
—Cazadores Oscuros —dijo en voz baja—. Cinco de ellos.
El número perfecto —dijo Alec con una sorprendente sonrisa lobuna. Tomó el arco en sus manos casi sin que Clary pudiera ver el movimiento y avanzó lateralmente fuera del refugio de rocas. Y lanzó una de sus flechas.
Vio la expresión sorprendida de Jace, él no había esperado que Alec hiciera el primer movimiento, luego agarró una de las piedras del montón y se lanzó por encima. Isabelle saltó después de él como un gato, y Simon la siguió, rápido y certero, sin nada en las manos. Era como si este mundo fuera para aquellos que ya estaban muertos, pensó Clary, y luego escuchó un largo grito como un gorgoteo, que fue cortado abruptamente.
Alcanzó a Eósforo, esperando lo mejor, y tomó una daga de su cinturón de armas antes de lanzarse alrededor del costado del montón de piedras. Detrás de esto había una pendiente, el Gard Oscuro negro y arruinado asomándose por encima de ellos. Cuatro Cazadores de Sombras vestidos de rojo estaban mirando alrededor sorprendidos y con sorpresa. Uno de ellos, una mujer rubia, estaba tirada en el suelo, su cuerpo señalando hacia arriba, una flecha saliendo de su cuello.
Eso explica el sonido de gorgoteo, pensó Clary algo mareada cuando Alec tomó su arco de nuevo y disparó otra flecha. Un segundo hombre, con cabello oscuro y panzudo, retrocedió lanzando un grito, la flecha en su pierna; Isabelle estuvo sobre él en un instante, su látigo apretando su cuello. A medida que el hombre caía, Jace saltó y dirigió su cuerpo hacia el suelo, usando la fuerza de la caída para lanzar su propio cuerpo hacia adelante. Sus hojas brillaron con un movimiento de tijeras, cortando la cabeza de un hombre calvo cuyo traje rojo estaba manchado con sangre seca. Los montones de sangre mojando el traje escarlata con otro tipo de rojo como el del cadáver del hombre sin cabeza, se deslizaba en el suelo. Hubo un chillido, y la mujer que había estado parada detrás de él levantó una hoja curva para atacar a Jace; Clary batió su daga hacia adelante y la lanzó. Se enterró en la frente de la mujer y se dobló silenciosamente sobre el suelo sin ningún quejido más.
El último de los Cazadores Oscuros empezó a correr, tropezando en la pendiente. Simon pasó rápidamente al lado de Clary, un movimiento demasiado rápido para ver, y saltó como un gato. El Cazador Oscuro calló con un gesto de terror, y Clary vio a Simon rugir sobre él y morderlo como una serpiente. Hubo un sonido como el de rasgar papel.
Todos voltearon la mirada. Después de un largo momento Simon se levantó del cuerpo inerte y bajó la montaña hacia ellos. Había sangre en su camisa, en sus manos y en su cara. Volteó la cara hacia un costado, tosió y escupió, luciendo enfermo.
—Amarga —dijo—. La sangre. Parece la de Sebastian.
La expresión de Isabelle lucía enferma, en una manera distinta a la que había tenido mientras cortaba el cuello del Cazador Oscuro.
—Lo odio —dijo de pronto—. Sebastian. Lo que les hace a ellos es peor que matarlos. Ellos ya no son más personas. Cuando mueren, no pueden ser enterrados en la Ciudad Silenciosa, y nadie se pone de duelo por ellos. Ya han estado de duelo de cualquier forma. Si alguien que yo amo se volviera así… estaría feliz si estuviera muerto.
Estaba respirando con dificultad; nadie dijo nada. Finalmente Jace levantó la mirada hacia el cielo, sus ojos dorados brillando en su sucia y manchada cara.
—Mejor empecemos a caminar. El sol se está ocultando, además alguien podría escucharnos.
Les quitaron los trajes a los cuerpos en silencio y con rapidez. Había algo enfermizo en el trabajo, algo que no había parecido tan horrible cuando Simon había descrito la estrategia pero que ahora parecía muy horrible. Ella había matado demonios y renegados; hubiera matado a Sebastian si hubiera sido capaz de hacerlo sin dañar a Jace. Pero había algo siniestro y sanguinario en quitar las ropas de los cuerpos muertos de Cazadores de Sombras, incluso si estos estaban marcados con runas de la muerte y del Infierno. No podía parar de mirar a uno de los Cazadores de Sombras muertos, un hombre con el cabello marrón, e imaginar que podría ser el padre de Julian.
Se puso la chaqueta y los pantalones de la más pequeña de las mujeres, pero estas seguían siendo aún muy grandes. Algo de trabajo rápido con su cuchillo cortando las mangas y los dobladillos, y su cinturón de armas sostuvo sus pantalones. No había mucho que Alec pudiera hacer. Estaba luchando con la chaqueta del Cazador de Sombras más grande y lo hacía ver abultado. Las mangas de Simon eran muy cortas y apretadas; cortó las costuras de los hombros para que le permitieran mayor movimiento. Jace e Isabelle se las arreglaron para que la ropa les quedase, aunque lo que Isabelle llevaba estaba manchado con sangre seca. Jace se las había arreglado para lucir atractivo aún en rojo oscuro, lo cual no era para nada fastidioso.
Escondieron los cuerpos detrás del montón de rocas y empezaron su regreso a lo alto de la colina. Jace no se había equivocado, el sol se estaba ocultando, bañando el campo del color del fuego y la sangre. Cayeron en el paso entre sí a medida que se acercaban a la gran silueta del Gard Oscuro.
La pendiente hacia arriba de pronto se estabilizó, y ahí estaban, en la meseta frente a la fortaleza. Era como ver una foto en negativo superpuesta sobre otra. Clary podía ver en el ojo de su mente el Gard que estaba en su
mundo, la montaña cubierta de árboles y verdor, los jardines rodeando las torres, el resplandor de la luz mágica iluminando todo el lugar. El sol brillando durante el día, y las estrellas en la noche.
Ahí en lo alto de la colina todo era estéril y árido con un viento frío suficiente para traspasar la chaqueta robada de Clary. El horizonte era una línea roja como una garganta cortada. Todo estaba bañado en esa luz sangrienta, desde la multitud de Cazadores Oscuros que estaban alrededor de la meseta hasta el mismo Gard Oscuro. Ahora que estaban cerca, podían ver el muro que lo rodeaba y las resistentes puertas.
—Será mejor que os levanteis la capucha —dijo Jace detrás de ella, tomando su capucha y poniéndola sobre su cabeza—. Tu pelo es reconocible.
—¿Para los Cazadores Oscuros? —dijo Simon, que lucía increíblemente extraño para Clary en su traje rojo. Nunca se había imaginado a Simon en traje.
—Para Sebastian —dijo Jace cortante, poniéndose su propia capucha. Habían sacado sus armas. El látigo de Isabelle brillaba en la luz roja, y el arco de Alec estaba en sus manos. Jace miraba hacia el Gard Oscuro. Clary al menos esperaba que dijera algo, que hiciera un discurso, que marcara la ocasión. No lo hizo. Pudo ver los ángulos afilados de los huesos de su mejilla debajo de su capucha, la forma apretada de su mandíbula. Estaba listo. Todos ellos lo estaban.
—Vamos a ir a las puertas —dijo y se movió hacia adelante.
Clary sintió frío por todo —frío por la batalla, manteniendo su columna recta, incluso su respiración. La suciedad aquí era diferente, algo que se podía ver de lejos. Distinta al resto de la arena del mundo desierto, que había sido batida por sus pasos. Un guerrero vestido de rojo pasó a continuación, un hombre de piel marrón, alto y musculoso. No les prestó atención. Parecía que caminara siguiendo un ritmo, como varios de los otros Cazadores Oscuros, una especie de ruta asignada de ida y vuelta. Una mujer blanca con cabello encanecido estaba unos pasos detrás de él. Clary sintió como sus músculos se apretaban —¿Amatis?— pero cuando la mujer pasó cerca de ella, estaba claro
que su rostro no era familiar. Clary pensó que su mirada se había fijado en ellos de la misma manera, pero lo olvidó cuando pasaron fuera de su vista.
El Gard se asomaba en frente de ellos ahora, las puertas enormes hechas de hierro. Estaban talladas con un patrón hecho a mano de un arma —Skeptron. Estaba claro que las puertas se habían sometido a años de decoración. Su superficie estaba llena de astillas y cicatrices, manchada en varios lugares con icor y que lucía tan perturbador como sangre humana seca.
Clary se adelantó para poner su estela sobre las puertas, lista con una runa de Apertura en su mente… pero las puertas oscilaron ante su toque. Lanzó una mirada de sorpresa hacia los otros. Jace estaba mordiendose el labio; ella levantó una ceja interrogativa hacia él, pero solo se encogió de hombros, como si dijera: Seguiremos adelante. ¿Qué más podemos hacer?
Entraron. Pasado el umbral había un puente sobre un barranco estrecho. La oscuridad se agitaba en el fondo del abismo, más gruesa que la niebla o el humo. Isabelle cruzó primero con su látigo, y Alec la siguió, dándoles la espalda con su arco y flechas. Al mismo tiempo que ellos llegaban al final del puente en una sola fila, Clary casualmente miró hacia abajo dentro de la grieta, y casi se estremeció de nuevo —la oscuridad tenía ramas, largas y curvadas como las patas de una araña, y algo que lucía como brillantes ojos amarillos.
—No mires —dijo Jace en voz baja, y Clary fijó los ojos en el látigo de Isabelle, dorado y brillante frente a ellos. Iluminaba la oscuridad para que cuando ellos llegaran a las puertas de la fortaleza, Jace fuera capaz de encontrar la perilla fácilmente, y para mover las puertas abiertas.
Se abrieron a la oscuridad. Todos se miraron el uno del otro, un breve segundo de parálisis que ninguno podría romper. Clary se encontró con que estaba mirando a los demás, tratando de memorizarlos; los ojos marrones de Simon, la curva del cuello de Jace debajo de la chaqueta roja, las cejas arqueadas de Alec, el ceño preocupado de Isabelle.
Alto, se dijo. Este no es el final. Los verás de nuevo.
Miró hacia atrás. Pasando el puente estaban las puertas, de par en par, y el pasado que eran los Cazadores Oscuros, de pie, inmóvil. Clary tenía la sensación de que estaban viendo también, todo lo capturado en la quietud en este momento sin aliento antes de la caída.
Ahora. Ella dio un paso hacia adelante, hacia la oscuridad. Oyó a Jace decir su nombre, muy bajo, casi en un susurro, y luego se fue por encima del umbral, y la luz era todo lo que la rodeaba, cegándola en su brusquedad. Oyó el murmurar de los demás, y luego la sensación de frío del aire cuando la puerta se cerró tras ellos.
Alzó los ojos. Estaban de pie en una enorme puerta de entrada, el tamaño de la parte interior del Salón de los Acuerdos. Una espiral doble masiva de la escalera de piedra llevada hacia arriba, girando y sinuosa, dos juegos de escaleras entretejidas uno con el otro, pero nunca se reunieron. Cada una era flanqueada a cada lado por una balaustrada de piedra, y Sebastian estaba apoyado en una sonriéndoles.
Era una sonrisa positiva feral: encantada y anticipatoria. Llevaba una túnica escarlata impecable, y sus cabellos brillaban como el hierro. Sacudió la cabeza.
—Clary, Clary —dijo—. Realmente pensé que eras más inteligente que esto.
Clary se aclaró la garganta. Se sentía coagulada del polvo y del miedo. Su piel era blanca como si se hubiera tragado la adrenalina.
—¿Más inteligente que qué? —dijo, y casi se estremeció ante el eco de su propia voz, fuera de las paredes de piedra. No hubo tapices, pinturas, nada para suavizar la dureza.
A pesar de que no sabía qué más podría esperar de un mundo de demonios. Por supuesto, no había arte.
—Estamos aquí —dijo—. Dentro de tu fortaleza prima. Hay cinco de nosotros, y uno de vosotros.
—Oh, bien —dijo— ¿Se supone que debo parecer sorprendido? —Torció la boca arriba en una burlona mueca de falsa sorpresa que hizo que se le revolviera el estómago a Clary—. ¿Quién podría creerlo? —dijo en tono burlón—. Quiero decir, no importa que, obviamente, me enteré por la Reina que vendrías aquí, pero desde que llegasteis, han establecido un enorme fuego, trataron de robar un artefacto protegido; significa que habeis hecho todo lo que sea para poner una enorme flecha intermitente apuntando directamente en vuestra ubicación. —Suspiró—. Siempre he sabido que erais terriblemente estúpidos. Incluso Jace, bueno, eres guapo, pero no demasiado brillante, ¿verdad? Tal vez si Valentine hubiera pasado algunos años más con vosotros, pero no, probablemente ni siquiera entonces. Los Herondale habeis sido siempre una familia más apreciada por el físico que por la inteligencia. En cuanto a los Lightwood, cuanto menos se diga, mejor. Generaciones de idiotas. Pero Clary…
―Me has olvidado —dijo Simon.
Sebastian arrastró su mirada hacia Simon, como si fuera de mal gusto.
—Tú te mantienes como una moneda falsa —dijo—. Aburrido pequeño vampiro. He matado a la persona que te convirtió ¿sabías? Pensé que los vampiros podían sentir ese tipo de cosas, pero al parecer eres indiferente. Terriblemente insensible.
Clary sintió tensarse a Simon minuciosamente junto a ella, se acordó de él en la cueva, doblándose como si le doliera. Diciendo que se sentía como si alguien le hubiera clavado un cuchillo en el pecho.
—Raphael —susurró Simon; junto a él Alec había palidecido notablemente.
—¿Qué pasa con los otros? —Exigió con una voz áspera—. Magnus, Luke…
—Nuestra madre —dijo Clary—. Sin duda, no le harías daño.
La sonrisa de Sebastian se volvió quebradiza.
—Ella no era mi madre —dijo, y luego se encogió de hombros con una especie de exasperación exagerada—. Está viva —dijo—. En cuanto al brujo y el hombre lobo, no podría decirlo. No lo he comprobado por un tiempo. El brujo no tenía tan buen aspecto la última vez que le vi —agregó—. No creo que esta dimensión haya sido buena para él. Podría estar muerto por ahora. Pero no puedes esperar que yo prevea eso.
Alec levantó su arco en un solo rápido movimiento.
—Prevé esto —dijo, y dejó una flecha volar.
La disparó directamente hacia Sebastian, quien se movió como un relámpago, arrancando la flecha del aire, cerrando los dedos alrededor de ella, y quebrándola en sus manos. Clary oyó a Isabelle parar repentinamente de respirar, sintió la ráfaga de sangre y terror en sus propias venas.
Sebastian señaló hacia Alec como si fuera un maestro empuñando, un gobernante, e hizo un ruido de cacareo implicando desaprobación.
—Travieso —dijo— ¿Intentando hacerme daño aquí, en mi propia fortaleza, en el corazón de mi poder? Como ya he dicho, eres un tonto. Todos vosotros sois tontos. —Hizo un gesto súbito, un giro de la muñeca, y la flecha espetó el sonido como un disparo.
Las puertas dobles en ambos extremos de la entrada se abrieron de golpe, y los demonios entraron. Clary se lo esperaba, se había preparado, pero hay verdadero refuerzo para uno mismo de algo como esto. Había visto a los demonios, cantidades de ellos, y sin embargo, como la inundación vertida desde ambos lados, criaturas con cuerpos venenosos, sin piel, humanos, monstruos chorreando sangre; cosas con garras y dientes, masivas mantis religiosas con mandíbulas que caían abiertas como si fueran desquiciadas, su piel se sentía como si hubieran querido arrastrarla lejos de su cuerpo. Se obligó a permanecer quieta, con la mano en Eósforo, y miró a su hermano. Él encontró su mirada con la suya oscura, y recordó al niño en su visión, el que tiene los ojos verdes como los de ella. Vio a un surco aparecer entre sus ojos.
Él levantó la mano; chasqueó los dedos.
—Deteneos —dijo.
Los demonios se congelaron, a ambos lado de Clary y los demás. Podía oír la respiración agitada de Jace, lo sintió presionando sus dedos contra la mano que sostenía su espalda. Una señal de silencio. Los demás estaban rígidos, rodeándola.
—Mi hermana —dijo Sebastian—. No le hagais daño a ella. Traedla a mí, aquí. Matad a los otros. —Entrecerró los ojos a Jace—. Si podeis.
Los demonios se lanzaron hacia delante. El collar de Isabelle latía como una luz estroboscópica, el envío de ardientes lenguas de rojo y oro, y en la luz ardiente Clary vio los otros a su vez mantener a los demonios fuera.
Era su oportunidad. Giró y se lanzó hacia la pared, sintiendo la runa agilidad en su brazo quemando mientras se lanzaba hacia arriba, atrapando la piedra en bruto con la mano izquierda, y girado hacia adelante, golpeando la punta de la estela en el granito como si fuera un hacha en la corteza del árbol. Sintió el estremecimiento de la piedra: pequeñas fisuras aparecieron, pero ella se aferró sombríamente, arrastrando la estela a través de la pared de la superficie, rápida y rozando. Sintió la runa. Todo parecía haber retrocedido, incluso el chillido y la lucha detrás de ella, el olor y el aullido de demonios. Solo podía sentir el poder de las runas familiares haciendo eco a través de ella cuando dibujó, y dibujó, y señaló.
Algo la agarró del tobillo y tiró. El dolor se disparó en la pierna; echó un vistazo hacia abajo y vio a un tentáculo viscoso envuelto alrededor de la bota, arrastrándola hacia abajo. Estaba unido a un demonio que parecía un loro mudo con tentáculos en vez de alas. Se aferró más fuerte a la pared, que azotaba su estela de ida y vuelta, la roca temblando cuando las líneas negras comieron en la piedra. La presión en el tobillo aumentó. Con un grito Clary dejó su estela caer cuando cayó, golpeando el suelo. Jadeó y rodó a un lado al igual que una flecha pasó cerca de su cabeza y se hundió profundamente en la carne del demonio. Ella giró la cabeza y vio a Alec, que se remontaba a otra flecha, al
igual que las runas en la pared. Le ardía como un mapa de fuego celestial. Jace estaba junto a Alec, con la espada en su mano, con los ojos fijos en Clary.
Ella asintió con la cabeza, minuciosamente. Hazlo.
El demonio había celebrado con un rugido; el tentáculo soltó sus garras, y Clary se tambaleó y se puso de pie. No había sido capaz de dibujar una puerta rectangular, así que la entrada garabateada en la pared estaba ardiendo en un círculo irregular, como la puerta relativa a un túnel. En el incendio pudo ver el reflejo del Portal, que ondulaba como agua de plata.
Jace se precipitó a su lado y se lanzó a ella. Captó un breve vistazo de lo que estaba más allá, los Acuerdos, el Hall, la estatua de Jonathan Cazador de Sombras27, antes de que ella se arrojara hacia delante, apretando su mano al Portal, manteniéndolo abierto para que Sebastian no pudiera cerrarlo. Jace necesitaba solo unos pocos segundos.
Podía oír a Sebastian detrás de ella, gritando en un idioma que no conocía. El hedor de los demonios era todo; escuchó un silbido y un sonajero y se volvió para ver un demonio echarse a pique hacia ella, con su cola de escorpión levantada. Se echó hacia atrás, justo cuando caía en dos piezas, el látigo de metal de Isabelle como una tijera cortándolo por la mitad. Y el hediondo icor inundaba el suelo; Simon agarró a Clary, al tiempo que el Portal se hinchó de repente, con una increíble luz y Jace entró por él. Clary contuvo el aliento.
Nunca había visto a Jace así, se parecía tanto a un ángel vengador, herido través de la nube y el fuego. Su pelo brillante parecía arder mientras aterrizaba ligeramente y levantaba el arma que tenía en la mano. Era el skeptron de Jonathan Cazador de Sombras. El orbe en el centro brillaba. A través del Portal detrás de Jace, justo antes de que se cerrara, Clary vio las formas oscuras de vuelo de demonios, oyeron sus gritos de decepción y rabia cuando empezaron a buscar el arma y el ladrón no estaba en ningún lado.
Mientras Jace levantaba la skepton, los demonios alrededor de ellos comenzaron a echarse por tierra hacia atrás. Sebastian estaba inclinado sobre la barandilla, sus manos apretadas sobre la misma, pálidas. Mirando a Jace.
—Jonathan —dijo, y su voz se elevó—, Jonathan, te prohíbo…
Jace empujó el skeptron hacia el cielo, y el orbe estalló en llamas. Fue una brillante contenida llama helada, más luz que calor, pero una luz penetrante que disparó a través de la totalidad del ambiente, iluminando todo. Clary vio a los demonios que volvieron a ser siluetas flameantes antes de que se estremecieran y explotaran en cenizas. Los más cercanos a Jace se desmoronaron primero, pero la luz se fue por todos ellos como una apertura, una fisura en la tierra, y uno por uno chillaban y se disolvían, dejando una gruesa capa de ceniza gris—negro en el suelo. La luz se intensificó, quemaba más brillante que Clary cerró los ojos, aún viendo la explosión de último resplandor a través de sus párpados. Cuando los volvió a abrir, la puerta de entrada estaba vacía. Solo ella y sus compañeros se mantenían. Los demonios se habían ido y Sebastian estaba allí, inmóvil, de pie pálido y sorprendido en la escalera.
—No —gruñó a través de sus dientes apretados.
Jace seguía de pie con skeptron en su mano; el orbe se había vuelto negro y muerto, como una bombilla que se había quemado. Miró a Sebastian, su pecho subiendo y cayendo rápidamente.
—Pensaste que no sabíamos que nos estabas esperando —dijo—. Pero estábamos contando con ello. —Dio un paso hacia adelante—. Te conozco —dijo, todavía sin aliento, su salvaje cabello y sus ojos dorados ardiendo—. Tomaste todo de mí, tomaste el control de mí, me obligaste a hacer lo que querías, pero aprendí de ti. Estabas en mi cabeza. Recuerdo cómo piensas, cómo planeas. Recuerdo todo. Sabía que nos subestimabas, pensabas que no suponíamos que era una trampa, que no nos habíamos preparado para esto. Te olvidas de que te conozco; hasta el último rincón de tu mente arrogante. Te conozco…
—Cállate —silbó Sebastian. Señaló con una mano temblorosa—. Pagarás con sangre por esto —dijo, y luego se volvió y corrió escaleras arriba, desapareciendo tan rápidamente que incluso la flecha de Alec, volando tras él, no podría alcanzarlo. En cambio golpeó la curva de la escalera y se rompió en el impacto con la piedra, y luego cayó al suelo en dos piezas.
—Jace —dijo Clary. Le tocó el brazo. Él parecía congelado en su lugar—. Jace, cuando dice que vamos a pagar en sangre, no significa nuestra sangre. Lo que quiere decir es la suya. Luke y Magnus y mamá. Tenemos que encontrarlos.
—Estoy de acuerdo. —Alec había bajado su arco; su chaqueta de engranajes de color rojo había sido arrancada de él en la lucha y el brazalete en su brazo estaba manchado de sangre—. Cada escalera conduce a un diferente nivel. Vamos a tener que dividirnos. Jace, Clary, tomad la escalera este; el resto de nosotros la otra.
Nadie protestó. Clary sabía que Jace nunca hubiera aceptado separarse de ella, y Alec no habría dejado a su hermana, o Isabelle y Simon no se hubieran dejado entre sí. Si se hubieran tenido que separar, esta era la única manera de hacerlo.
—Jace —dijo Alec, de nuevo, y esta vez la palabra parecía complementar a Jace fuera de su fuga. Arrojó el skeptron muerta un lado, con un fuerte estrépito, y miró hacia arriba asintiendo.
—Correcto —dijo, y la puerta detrás de ellos se abrió de golpe. Cazadores Oscuros comenzaron a entrar en la habitación. Jace agarró la muñeca de Clary y corrieron, Alec y los otros dieron golpes a lo largo de su lado hasta que llegaron a la escalera y se separaron.
Clary creyó oír Simon decir su nombre mientras Jace y ella se lanzaban por la escalera hacia allá. Ella se dio la vuelta para mirarlo, pero él había desaparecido. La habitación estaba llena de Cazadores Oscuros, varios de ellos levantando armamento, ballestas, catapultas incluso apuntando. Agachó la cabeza y continuó corriendo.
***
Jia Penhallow se encontraba en el balcón del Gard y miraba hacia abajo
sobre la ciudad de Alicante.
Se utilizaba muy poco el balcón. Hacía tiempo que el Cónsul a menudo
hablaba con la población de este lugar por encima de ellos, pero el hábito había
caído en desgracia en el siglo XIX, cuando el Cónsul Fairchild había decidido
que la acción se parecía demasiado a la conducta de un papa o un rey.
El crepúsculo había llegado, y las luces de Alicante habían empezado a
arder, luz mágica en las ventanas de cada casa y tienda, luz mágica que
iluminaba la estatua de la calle del Ángel, luz mágica que brotaba de las
Basilias. Jia respiró hondo, manteniendo la nota de Maia Roberts que hablaba
de esperanza en su mano izquierda mientras se preparaba.
Las torres de los demonios estallaron en azul, y Jia comenzó a hablar. Su
voz hizo eco en la torre, dispersándose por la ciudad. Podía ver la gente en la
calle, sus cabezas se inclinaron hacia atrás para mirar las torres, las personas
detenidas en las puertas de sus casas, escuchando sus palabras rodaban sobre
ellos como una marea.
—Nefilim —dijo—. Hijos del Ángel, guerreros, esta noche nos
prepararemos, porque esta noche Sebastian Morgenstern traerá sus fuerzas
contra nosotros. —El viento que viajaba a través de las colinas que rodeaban
Alicante estaba helado; Jia se estremeció—. Sebastian Morgenstern está tratando
de destruir lo que somos —dijo—. Él traerá contra nosotros los guerreros que
visten nuestras propias caras, pero no son Nefilim. No podemos vacilar.
Cuando nos enfrentemos a ellos, cuando miremos un Cazador Oscuro, no
podemos ver a un hermano o madre, hermana o esposa, sino una criatura en
tormento. Un ser humano de quien toda la humanidad ha sido despojada.
Somos lo que somos, nuestra voluntad es libre. Somos libres de elegir. Elegimos
resistir y luchar. Escogemos derrotar a las fuerzas de Sebastian. Ellos tienen la
oscuridad; nosotros tenemos la fuerza del Ángel. Pruebas de fuego de oro. En
este fuego nos pondremos a prueba, y vamos a brillar. Conoceis el Protocolo;
sabeis qué hacer. Salid fuera, hijos del Ángel.


Id y enciended las luces de guerra.
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 4 Empty RE: Ciudad del fuego celestial

Mensaje por StephRG14 Mar 19 Mayo 2015, 6:36 pm

Capitulo 22
Las cenizas de nuestros padres


El repentino sonido de una sirena atravesó el aire, y Emma se levantó de golpe de la cama, esparciendo los papeles por el suelo. El corazón le latía con fuerza.
A través de la ventana abierta de su dormitorio, podía ver las torres de los demonios, el parpadeo de oro y rojo. Los colores de la guerra.
Se tambaleó sobre sus pies, buscando su equipo, que estaba en un gancho junto a la cama. Solo se había deslizado en el y se había inclinado para atar las botas cuando la puerta de su habitación se abrió de golpe. Era Julian. Él se deslizó en el interior, hasta la mitad, antes de alcanzarla. Miró los papeles en el suelo, y luego a ella.
—Emma… ¿no has oído el anuncio?
—Estaba durmiendo la siesta —Sus palabras eran cortantes mientras se ataba el arnés que sujetaba a Cortana a su espalda, y luego deslizó la hoja en la vaina.
La ciudad está bajo ataque —dijo—. Tenemos que llegar al Salón de los Acuerdos. Van a encerrarnos dentro a todos los niños… es el lugar más seguro de la ciudad.
—No voy a ir —dijo Emma.
Julian la miró fijamente. Vestía pantalones vaqueros y una chaqueta y
zapatillas de deporte; había una espada corta atada en su cinturón. Sus suaves
rizos castaños eran salvajes y sin cepillar.
—¿Qué quieres decir?
—No quiero esconderme en el Salón de los Acuerdos. Quiero pelear.
Jules metió sus manos por el cabello enredado.
—Si luchas, yo lucho —dijo—. Y eso significa que nadie llevará a Tavvy
al Salón de los Acuerdos, y nadie protegerá a Livvy o Ty o Dru.
—¿Qué pasa con Helen y Aline? —exigió Emma—. Los Penhallow…
—Helen nos está esperando. Todos los Penhallow han subido al Gard,
Aline incluida. No hay nadie en casa, solo Helen y nosotros —dijo Julian,
tendiéndole una mano a Emma—. Helen no nos puede proteger por su cuenta y
llevar al bebé, también; ella es solo una persona. —Él la miró, y ella pudo ver el
miedo en sus ojos, el miedo que por lo general trataba de no mostrar para
proteger a los niños más pequeños.
—Emma —dijo—. Eres la mejor, la mejor luchadora de todos nosotros.
No eres solo mi amiga, y yo no soy solo su hermano mayor. Soy su padre, o lo
más cercano a eso, y me necesitan, y te necesito —La mano que sostenía estaba
temblando. Sus ojos color mar… eran enormes en su rostro pálido: Él no se veía
como el padre de nadie—. Por favor, Emma.
Lentamente Emma extendió la mano y le cogió la suya, envolviendo sus
dedos alrededor de los suyos. Vio que dejó salir un suspiro de alivio, y sintió un
nudo en el pecho. Detrás de él, a través de la puerta abierta, podía
vislumbrarlos: Tavvy y Dru, Livia y Tiberius. Su responsabilidad.
—Vamos —dijo ella.
***
En la parte superior de las escaleras Jace soltó la mano de Clary. Se aferró a la barandilla, tratando de no toser, aunque sus pulmones se sentían como si quisieran salir de su pecho. La miró —¿Qué está mal?— Pero luego se puso rígido. Era audible detrás de ellos el sonido de pies corriendo. El Cazador Oscuro estaba pisándoles los talones.
—Vamos —dijo Jace, y echó a correr de nuevo.
Clary se obligó a ir detrás de él. Jace parecía saber a dónde iba, infaliblemente; suponía que estaba usando el mapa del Gard de Alicante que él tenía en su cabeza, excavando hacia el centro de la torre del homenaje.
Se volvieron hacia un largo pasillo; hasta la mitad donde Jace se detuvo frente a un conjunto de puertas de metal. Runas desconocidas borraron su paso. Clary había esperado runas de muerte, algo que hablase del infierno y de la oscuridad, pero éstas eran runas de duelo y dolor por un mundo destruido. ¿Quién las había grabado aquí, se preguntó, y por qué el exceso de duelo? Había visto las runas de dolor antes. Cazadores de Sombras las usaban como escudos cuando alguien que amaban moría, a pesar de que no hacían nada para aliviar el sufrimiento. Pero había una diferencia entre la pena por una persona y el dolor por un mundo.
Jace bajó la cabeza, la besó con fuerza y rapidez.
—¿Estás lista?
Asintió, y él abrió la puerta y entró. Ella le siguió.
La habitación contigua era tan grande como la sala del Concejo en el Gard de Alicante, o incluso mayor. El techo se elevaba por encima de ellos, aunque en lugar de filas de asientos un suelo de mármol ancho y desnudo se expandía hacia un estrado al final de la sala. Detrás del estrado había dos ventanas separadas. La luz de la puesta de sol se vertía a través de cada una de ellas, aunque una puesta de sol era del color del oro, y esta era del color de la sangre.
En la sangrienta luz dorada Sebastian estaba arrodillado en el centro de la habitación. Estaba grabando runas en el suelo, un círculo oscuro de sellos conectados. Al darse cuenta de lo que estaba haciendo, Clary se dirigió hacia él… y luego se tambaleó hacia atrás con un grito cuando una forma gris y enorme se alzó frente a ella.
Se veía como un enorme gusano, la única brecha en su resbaladizo cuerpo gris era su boca llena de dientes afilados. Clary lo reconoció. Había visto uno antes en Alicante, rodando su cuerpo resbaladizo sobre un montón de sangre, vidrio y azúcar glas. Un demonio Behemoth28.
Buscó su daga, pero Jace ya estaba saltando, espada en mano. Voló por el aire y aterrizó en la parte posterior del demonio, apuñalándolo a través de su cabeza sin ojos. Clary retrocedió mientras el demonio Behemoth golpeaba el suelo, rociando icor, con un ruidoso gemido ululante que venía de su garganta abierta. Jace se aferró a su espalda, icor esparciéndose a lo largo de él mientras hundía la espada hacia abajo, y hacia abajo, y hacia abajo hasta que el demonio, con un grito de gorgoteo, cayó al suelo con un ruido sordo. Jace cabalgó hacia abajo, las rodillas sujetas a los lados, hasta el último momento. Salió y golpeó el suelo con los pies.
Por un momento se hizo el silencio. Jace miró a su alrededor como si esperara que otro demonio arremetiese contra ellos desde las sombras, pero no había nada, solo Sebastian, que se había puesto en pie en el centro de su círculo ya finalizadas las runas.
Él comenzó a aplaudir lentamente.
—Un trabajo excelente —dijo—. Realmente una excelente exterminación demoniaca. Apuesto a que tu padre te habría dado una estrella de oro. Ahora.¿Debemos prescindir de las bromas? Reconoces donde nos encontramos, ¿no es así?
Los ojos de Jace se movieron alrededor de la habitación, y Clary siguió su mirada. La luz fuera de las ventanas se había atenuado un poco, y ella podía ver la tarima con mayor claridad. En ella se situaban dos inmensos… bueno, la única palabra para ellos era “tronos.” Eran de marfil y oro, con marcas de oro dirigiéndose hacia ellos. Cada uno tenía una espalda curvada en relieve con una sola clave.
—Soy el que está vivo, y estuve muerto —dijo Sebastian—, viviré por los siglos de los siglos, tengo las llaves del infierno y de la muerte —Hizo un gesto hacia las dos sillas, y Clary se dio cuenta con una sacudida repentina de que había alguien arrodillado al lado de la silla más a la izquierda, un Cazador Oscuro con el equipo rojo. Una mujer de rodillas, con las manos cruzadas delante de ella—. Estas son las claves, realizadas a lo largo de los tronos que me han dado los demonios que gobiernan este mundo, Lilith y Asmodeo.
Sus ojos oscuros se movieron a Clary, y ella sintió su mirada como dedos fríos caminando por su espalda.
—No sé por qué me estás mostrando esto —dijo—. ¿Qué esperas? ¿Admiración? No vas a conseguirlo. Puedes amenazarme si quieres; sabes que no me importa. No puedes amenazar a Jace, ya que tiene el fuego celestial en sus venas; no le puedes dañar.
—¿No puedo? —dijo—. ¿Quién sabe cuánto de fuego celestial todavía tiene en sus venas, después de los fuegos artificiales de la otra noche? Ese demonio llego a ti, ¿verdad, hermano? Sabía que nunca podrías tener suficiente conocimiento de ello, que habrías matado a tu propia especie.
—Tú me obligaste a asesinarla —dijo Jace—. No fue mi mano la que sostenía el cuchillo que mató a la hermana Magdalena; era la tuya.
—Si tú lo dices —La sonrisa de Sebastian se volvió fría—. De todos modos, hay otros que puedo poner en peligro. Amatis, levántate, y trae a Jocelyn aquí.
Clary sintió diminutos puñales de hielo disparando a través de sus venas; trató de mantener su cara sin ninguna expresión mientras la mujer de rodillas al lado del trono se levantó. Era, en efecto Amatis, con sus desconcertantes ojos azules de Luke. Ella sonrió.
—Con mucho gusto —dijo, y salió de la habitación, con el dobladillo de su abrigo largo de color rojo barriendo detrás de ella.
Jace dio un paso adelante con un gruñido inarticulado… y se detuvo en seco, a varios pies de Sebastian. Puso sus manos, parecía a punto de chocar contra algo traslúcido, un muro invisible.
Sebastian soltó un bufido.
—Como si fuera a dejar que llegases cerca de mí, tú, con ese fuego que arde en ti. Una vez fue suficiente, gracias.
—Así que ya sabes que puedo matarte —dijo Jace, frente a él, Clary no podía dejar de pensar en lo parecidos y diferentes que eran… cómo el hielo y el fuego, Sebastian todo blanco y negro, y Jace ardiendo de color rojo y oro—. No puedes ocultarte en ella para siempre. Vas a morir de hambre.
Sebastian hizo un rápido gesto con los dedos, la forma en la que Clary había visto hacer el gesto a Magnus al lanzar un hechizo y Jace voló hacia arriba y atrás, y se estrelló contra la pared detrás de ellos. Se quedó sin aliento en un suspiro mientras giraba a verlo estrellarse en el suelo, una herida sangrienta a través del lado de su cabeza.
Sebastian canturreaba de deleite y bajó la mano.
—No te preocupes —dijo conversacionalmente, y volvió su mirada a Clary—. Va a estar bien. Con el tiempo. Si no cambio de opinión acerca de qué
hacer con él. Estoy seguro de que entiendes, ahora que has visto lo que puedo hacer.
Clary se mantuvo quieta. Sabía lo importante que era mantener su rostro en blanco, no mirar a Jace con pánico, no mostrar a Sebastian ira o miedo. En el fondo de su corazón sabía lo que quería, mejor que nadie; ella sabía cómo era él, y era la mejor arma que tenía.
Bueno, tal vez la segunda mejor.
—Siempre he sabido que tenías poder —dijo ella, deliberadamente, no mirando hacia Jace, deliberadamente, no analizando su inmovilidad, o el grueso hilo de sangre que se abría paso por el lado de su cara. Esto era algo que siempre supo que ocurriría; siempre iba a ser ella frente Sebastian con nadie más, ni siquiera Jace, a su lado.
—Poder —se hizo eco, como si fuera un insulto—. ¿Eso así como lo llamas? Aquí tengo más que poder, Clary. Aquí, en esta fortaleza puedo dar forma a lo que es real —Había empezado a pasearse por el interior del círculo que había dibujado, con las manos aseguradas casualmente detrás de la espalda, como un profesor dando una conferencia—. Este mundo está conectado solo por los hilos más delgados de aquel en el que nacimos. El camino a través del Mundo de las Hadas es un hilo. Estas ventanas son otro. Pasas a través de uno… —señaló hacia la ventana de la derecha, por la cual Clary podía ver el cielo crepuscular azul y oscuro, y las estrellas—, y volverás a Idris. Pero no es así de simple —Observó las estrellas a través de la ventana—. Yo vine a este mundo porque era un lugar donde esconderse. Y entonces empecé a darme cuenta. Estoy seguro de que nuestro padre te citó estas palabras muchas veces —hablaba con Jace, como si Jace pudiese oírle—, es mejor reinar en el infierno que servir en el cielo. Y aquí mando yo. Tengo mis Seres Oscuros y mis demonios. Tengo mi fortaleza y ciudadela. Y cuando se sellen los bordes de este mundo, todo lo de aquí será mi arma. Rocas, árboles muertos, la propia tierra vendrá a mi mano y ejercerá su poder para mí. Y los grandes, y viejos demonios, miraran mi trabajo, y me recompensarán. Me levantaré en la gloria, y gobernaré los abismos entre los mundos y los espacios entre todas las estrellas.
Y los regirás con vara de hierro —dijo Clary, recordando las palabras de
Alec en el Salón de los Acuerdos—, y le daré la Estrella del Mañana.
Sebastian se volvió hacia ella, con los ojos brillantes.
—¡Sí! —dijo—. Sí, muy bien, estás entendiéndolo ahora. Pensé que quería
nuestro mundo, para llevarlo en la sangre, pero quiero más que eso. Quiero el
legado del nombre Morgenstern.
—¿Quieres ser el diablo? —dijo Clary, medio desconcertada y medioaterrorizada—.
¿Quieres gobernar el infierno? —Extendió las manos—.
Adelante, entonces —dijo ella—. Ninguno de nosotros te detendrá. Nos iremos
a casa, prometes dejar nuestro mundo solo, y podrás tener el Infierno.
—Por desgracia —dijo Sebastian—. He descubierto una cosa que tal vez
me distingue de Lucifer. No quiero gobernar solo —Extendió el brazo, un gesto
elegante, e indicó los dos grandes tronos en el estrado—. Uno de ellos es para
mí. Y el otro… el otro es para ti.
***
Las calles de Alicante se volvían y revolvían de nuevo sobre sí mismas
como las corrientes del mar; si Emma no hubiera estado siguiendo a Helen, que
llevaba una luz mágica en una mano y la ballesta en la otra, se habría perdido
irremediablemente.
El último rayo de sol desapareció del cielo, y las calles se quedaron a
oscuras. Julian llevaba a Tavvy, los brazos del bebé se cerraron alrededor de su
cuello; Emma tenía a Dru de la mano, y los gemelos se aferraban juntos en
silencio.
Dru no era rápida, y siguió tropezándose; se cayó varias veces, y Emma
tuvo que arrastrarla hasta sus pies. Julian le dijo a Emma que tuviese cuidado, y
estaba tratando de ser cuidadosa. No podía imaginar cómo Julian lo hacía,
sosteniendo a Tavvy tan cuidadosamente, murmurando palabras
tranquilizadoras ya que el niño ni siquiera lloraba. Dru sollozaba en silencio;
Emma sacudió las lágrimas de las mejillas de la chica más joven cuando la
ayudó a levantarse por cuarta vez, murmurando palabras de consuelo sin sentido de la forma en que su madre lo hacía con ella cuando había sido una niña y se había caído.
Nunca había echado de menos a sus padres tan angustiosamente como ahora; se sentía como un cuchillo debajo de sus costillas.
—Dru —empezó a decir, y luego el cielo se iluminó de color rojo. Las torres de los demonios se habían flameado al color de la grana pura, todo el oro de advertencia se había ido.
—Los muros de la ciudad están rotos —dijo Helen, mirando hacia el Gard. Emma sabía que ella estaba pensando en Aline. El resplandor rojo de las torres volvía su cabello pálido al color de la sangre—. Vamos…rápido.
Emma no estaba segura de que pudiesen ir más rápido; tenía un estricto agarre de la muñeca de Drusilla y tiró de la niña casi a sus pies, murmurando disculpas mientras iba. Los gemelos, de la mano, eran más rápidos, incluso mientras corrían por un conjunto irregular de escaleras hacia la Plaza del Ángel, liderados por Helen.
Ya casi estaban al final de las escaleras cuando Julian jadeó:
—¡Helen, detrás de nosotros!
Y Emma giró para ver a un caballero de las Hadas acercándose al pie de las escaleras. Llevaba un arco hecho de una rama torcida y su cabello era largo y oscuro como la madera.
Por un momento su mirada se juntó con la de Helen. La expresión en su cara cambió, y Emma no podía dejar de preguntarse si reconocía seres fantásticos en su sangre y luego Helen levantó su brazo derecho y disparó la ballesta directamente hacia él.
Se apartó. La flecha golpeó la pared de atrás de él. Sonrió y pisó el primer paso, luego el segundo y gritó. Emma miró con sorpresa mientras sus piernas se bloqueaban debajo de él; se calló y aulló mientras su piel tenia contacto con el
filo del escalón. Por primera vez, Emma notó los sacacorchos, clavos y otros trozos de hierro que habían sido clavados en los bordes de los escalones. El guerrero Hada se tambaleó hacia atrás, y Helen disparó de nuevo. La flecha fue a través de su armadura y en el pecho. Se tambaleó.
—Son a prueba de Hadas —dijo Emma, recordando mirar fuera de la ventana al Penhallow con Ty y Helen—. Todos de metal y hierro. —Apuntó al edificio más cercano, donde una gran fila de tijeras colgaban de cordones conectados a la orilla del techo—. Eso es lo que los guardianes hicieron…
De repente Dru chilló. Otra figura corrió por la calle. Un segundo caballero faerie, ésta vez una mujer con armadura de color verde pálido, llevaba un escudo de la superposición de hojas talladas.
Emma sacó un cuchillo de su cinturón y lo lanzó. Instintivamente el Hada levantó un escudo para bloquear el cuchillo, el cual pasó por su cabeza y cortó el cordón con un par de tijeras que colgaban del techo. Las tijeras cayeron, y se desplomaron entre los hombros de la mujer Hada. Se cayó al suelo gritando, su cuerpo con espasmos.
—Buen trabajo, Emma —dijo Helen con voz dura—. Vamos, todos para ti… —Interrumpió con un grito mientras tres Cazadores Oscuros surgieron de una calle lateral. Llevaban el mecanismo rojo que había aparecido tantas veces en las pesadillas de Emma, teñidos aún más rojo por la luz de las torres de los demonios.
Los niños estaban tan silenciosos como fantasmas. Helen levantó la ballesta y disparó. Golpeó a uno de los Cazadores Oscuros en el hombro, y él dio media vuelta, tambaleándose pero no cayendo. Buscó para cargar el arco; Julian luchó para mantener a Tavvy, mientras llegaba la cuchilla a su lado. Emma puso la mano en Cortana.
Un círculo de luz giró precipitándose por el aire y se clavó en la garganta del primer Cazador Oscuro, sangre salpicando la pared detrás de él. Se arañó la garganta, una vez, y se cayó. Dos círculos más volaron, uno tras otro, y cortaron
el pecho de otro Nefilim Oscuro. Se encogieron en silencio, más sangre
esparcida en una piscina a lo largo de los adoquines.
Emma giró y miró hacia arriba. Alguien se puso de pie en la parte
superior de las escaleras: un Cazador de Sombras joven con el pelo oscuro, un
chakram brillando aún en la mano derecha. Otros varios estaban enganchados en
el cinturón armas. A la luz roja de las torres de los demonios parecían brillar,
una figura alta y delgada en marcha, oscura contra el negro más oscuro de la
noche, el Salón de los Acuerdos levantándose como una pálida luna detrás de
él.
—¿Hermano Zachariah? —dijo Helen asombrada.
***
—¿Qué está pasando? —preguntó Magnus con voz ronca. Ya no era
capaz de sentarse, y estaba acostado, medio apoyado en los codos, en el suelo
de la celda. Luke estaba pegado a la ventana con forma de flecha con una
hendidura en su rostro. Sus hombros estaban tensos, y apenas se movieron
desde que los primeros gritos habían comenzado.
—Luz —dijo Luke, por fin—. Hay una especie de luz que salía para
seguir… quemando la niebla a lo lejos. Puedo ver la meseta de abajo, y a
algunos de los Cazadores Oscuros corriendo. Simplemente no sé lo que lo
causó.
Magnus se rió entre dientes, y tenía un sabor metálico en la boca.
—Vamos —dijo—. ¿Quién crees?
Luke lo miró.
—¿La Clave?
—¿La Clave? —dijo Magnus—. Odio decírtelo, pero no se preocupan lo
suficiente por nosotros para venir aquí —Echó la cabeza hacia atrás. Se sentía
peor de lo que podía recordar haber sentido, bueno, tal vez no siempre. Había
habido el incidente con las ratas y las arenas movedizas en torno al cambio de
siglo—. Tu hija, sin embargo —dijo—. Ella lo hace.
Luke pareció horrorizado.
—Clary. No. Ella no debería estar aquí.
—¿No que siempre está donde se supone que no debe? —dijo Magnus
con una voz razonable. Al menos, pensó que sonaba razonable. Era difícil decir
cuando se sentía tan mareado—. Y el resto de ellos. Sus compañeros constantes.
Mi...
La puerta se abrió de golpe. Magnus intentó incorporarse, pero no podía,
y cayó sobre sus codos. Sintió una sensación embotada de molestia. Si Sebastian
había venido a matarlos, prefería morir en sus pies que en sus codos. Oyó
voces: Luke, exclamando, y luego otros, y luego una cara nadó a la vista,
cerniéndose sobre sus ojos como estrellas en un cielo pálido.
Magnus exhaló, por un momento ya no se sentía enfermo, o con miedo
de morir, o incluso enojado o amargado. El alivio se apoderó de él, tan
profundo como la tristeza, y alzó la mano para acariar la mejilla del muchacho
que se inclinaba sobre él con el dorso de los nudillos magullados. Los ojos de
Alec eran enormes y azules y llenos de angustia.
—Oh, mi Alec —dijo—. Has estado tan triste. No lo sabía
***
A medida que se forjaron su camino más hacia el centro de la ciudad, la
multitud se espesaba: más Nefilim, más Cazadores Oscuros, más guerreros
Hadas, aunque las Hadas se movieron lentamente, dolorosamente, muchos de
ellos debilitados por el contacto con el hierro, el acero, la madera de serbal, y la
sal que había sido generosamente desplegada alrededor de la ciudad como
protección contra ellos. El poder de los soldados Hadas era legendario, pero
Emma vio a muchos de ellos, quienes podrían haber sido victoriosos, cayendo
por debajo de las destellantes espadas de los Nefilim, su sangre corriendo por
las losas blancas de la Plaza del Ángel.
Los Cazadores Oscuros, sin embargo, no se debilitaron. Parecían indiferentes con los problemas de sus compañeros Hadas, robando y trazando su camino a través de los Nefilim con indiferencia hacia la Plaza del Ángel.
Julian tenía a Tavvy en la cremallera de la chaqueta; el niño ahora estaba gritando, sus gritos perdiéndose entre los gritos de batalla.
—¡Tenemos que parar! —gritó Julian—. ¡Nos vamos a separar! ¡Helen!
Helen estaba pálida y con mal aspecto. Cuanto más se acercaban al Salón de los Acuerdos, que ahora se cernía sobre ellos, era el grueso de las agrupaciones de hechizos de protección de Hadas; incluso Helen, con su herencia parcial, empezaba a sentirlo. Era el ermano Zachariah —solo Zacharariah ahora se recordó Emma a sí misma, un Cazador de Sombras como ellos— en el extremo quien les trasladó a la elite a todos en una línea, Blackthorns y Carstairs, todos de la mano. Emma se aferró a la correa de Julian, en su otra mano estaba apoyando a Tavvy. Incluso Ty se vio obligado a tomarse de las manos con Drusilla, aunque frunció el ceño cuando lo hizo, trayendo nuevas lágrimas a sus ojos.
Hicieron su camino hacia el Salón, aferrándose juntos, Zachariah delante de ellos; él estaba fuera de arrojar hojas y había sacado una lanza de hoja larga. Recorrió la multitud con ella mientras abría, de manera eficiente y con frialdad la piratería de una vía a través de los Cazadores Oscuros.
Emma ardía por liberar a Cortana fuera de su vaina, correr hacia adelante y apuñalar y rozar a los enemigos que habían asesinado a sus padres, los que habían torturado y cambiado al padre de Julian, los que se habían llevado lejos de ellos a Mark. Pero eso habría significado dejar ir a Julian y Livvy, y eso no lo haría. Se lo debía demasiado a los Blackthorn, especialmente a Jules, Jules quien la había mantenido con vida, quien le había traído a Cortana cuando había pensado que iba a morir de pena.
Finalmente se toparon con los escalones de la entrada del Salón detrás de Helen y Zachariah, y llegaron a las gigantes puertas dobles de la entrada. Había un guardia a cada lado, uno sosteniendo una enorme barra de madera. Emma
reconoció a uno de ellos como la mujer con el tatuaje koi que a veces hablaba en las reuniones: Diana Wrayburn.
—Estamos a punto de cerrar las puertas —dijo sosteniendo la barra—. Vosotros dos, vais a tener que dejarlos aquí; solo se permiten niños dentro.
—Helen —dijo Dru con una vocecita temblorosa. La palabra se rompió en pedazos y luego, con los niños Blackthorn que se arremolinaban alrededor de Helen; Julian de pie un poco de lado, con el rostro blanco y pálido, su mano libre acariciaba los rizos de Tavvy.
—Está bien —Helen estaba diciendo con voz ahogada—. Este es el lugar más seguro de Alicante. Mirad, hay sal y suciedad a lo largo de los pasos para mantener a las Hadas fuera.
Y el hierro frío bajo las losas —dijo Diana—. Las instrucciones del Laberinto en Espiral fueron seguidas al pie de la letra.
Ante la mención del Laberinto en Espiral, Zachariah tomó una bocanada de aire y se arrodilló, con lo que sus ojos estaban a la altura de Emma.
—Emma Cordelia Carstairs —dijo. Se veía muy joven y muy viejo al mismo tiempo. Había sangre en su garganta donde su runa desvanecida destacaba, pero no era esa. Él parecía estar buscando su rostro, aunque por qué, no podía decirlo—. Quédate con tu parabatai, —dijo finalmente, en voz tan baja que nadie más podía oírlos—. A veces es valiente no luchar. Protegerlos, y guardar su venganza para otro día.
Emma sintió que sus ojos se abrían.
—Pero no tengo un parabatai, ¿y cómo…?
Uno de los guardias gritó y cayó, una flecha de color rojo lo atravesó en el pecho.
—¡Entrad! —gritó Diana, tomando a los niños y medio tirándolos en el Salón. Emma se sintió atrapada y tirada en el interior; se dio la vuelta para
conseguir una última mirada a Zachariah y Helen, pero ya era demasiado tarde.
Las puertas dobles se habían cerrado de un portazo tras ella, el picaporte de
madera cayó en su lugar con un sonido de eco.
***
—No —dijo Clary, mirando al trono aterrador de Sebastian y viceversa.
En blanco tu mente, se dijo. Céntrate en Sebastian, en lo que está pasando aquí, en lo
que puedes hacer para detenerlo. No pienses en Jace—. Debes saber que no me
quedaré aquí. Tal vez prefieras gobernar el Infierno que servir en el cielo, pero
yo quiero, solo quiero ir a casa y vivir mi vida.
—Eso no es posible. Ya he sellado el camino que te trajo aquí. Nadie
puede volver a través de el. Esto es todo lo que queda —hizo un gesto hacia la
ventana—, y en un corto período de tiempo también será sellada. No habrá casa
para regresar, no para ti. Perteneces aquí, conmigo.
—¿Por qué? —susurró—. ¿Por qué yo?
―Porque te amo —dijo Sebastian. Parecía incómodo. Rígido y tenso,
como si estuviera llegando a algo con lo que él no podía realmente—. No quiero
que te lastimen.
—Tú no… Tú me has lastimado. Has intentado…
—No importa si yo te hago daño —dijo—. Porque tú me perteneces.
Puedo hacer lo que quiera contigo. Pero no quiero que otros te toquen o se
adueñen de ti o te hagan daño. Quiero que estés cerca, que me admires y veas
lo que he hecho, lo que he logrado. Eso es amor, ¿no es así?
—No —dijo Clary, en una triste voz suave—. No, no lo es —Ella dio un
paso hacia él, y su bota golpeó contra el campo de fuerza invisible de su círculo
de runas. Ella no podía ir más lejos—. Si amas a alguien, entonces quieres que te
amen de regreso.
Los ojos de Sebastian se estrecharon.
—No seas condescendiente conmigo. Sé lo que crees que es el amor, Clarissa; Se me ocurre pensar que estás equivocada. Vas a ascender al trono, y reinarás junto a mí. Tienes un corazón oscuro en ti, y es una oscuridad que compartimos. Cuando sea todo lo que hay en tu mundo, cuando sea todo lo que queda, tú me amaras de regreso.
—No lo entiendo.
—No me puedo imaginar que lo hicieras —Sebastian sonrió—. No estás exactamente en posesión de toda la información. Déjame adivinar, ¿no sabes nada de lo que ha pasado en Alicante desde que saliste?
Una sensación de frío comenzó a extenderse en el estómago de Clary.
—Estamos en otra dimensión —dijo—. No hay forma de saberlo.
—No exactamente —dijo Sebastian, y su voz era rica con deleite, como si hubiera caído en la trampa, como precisamente, él había querido—. Mira por la ventana sobre el trono oriental. Mira, y ve Alicante ahora.
Clary miró. Cuando había entrado en la habitación, solo había visto lo que parecía el cielo nocturno estrellado a través de la ventana del este, pero ahora, mientras se concentraba, la superficie del vidrio brillaba y ondulado. Pensó en la historia de Blancanieves de repente, el espejo mágico, su brillante superficie y el cambio de revelar al mundo exterior...
Ella estaba mirando el interior del Salón de los Acuerdos. Estaba lleno de niños. Niños Cazadores de Sombras sentados, de pie y abrazados. Allí estaban los Blackthorns, los niños se acurrucaban bien en un grupo, Julian sentado con el bebé en su regazo, con el brazo libre se estiró como si pudiera abarcar el resto de sus hermanos, podría tirar a todos y protegerlos. Emma se sentó junto a él, su expresión pétrea, su espada de oro brillando detrás de su hombro…
La escena resuelta en la Plaza del Ángel. Todo alrededor del Salón de los Acuerdos era una masa hirviente de Nefilim, y oscilando en su contra estaban los Cazadores Oscuros en su equipo grana, erizado de armas, y no solo los Cazadores Oscuros sino que había figuras que Clary reconoció con el corazón
encogido como guerreros Hadas. Un Hada alto con el cabello de hebras azules y verdes mixtos luchaba contra Aline Penhallow, que estaba de pie delante de su madre, su espada desplegada como si estuviera listo para luchar hasta la muerte. Al otro lado de la plaza Helen estaba tratando de abrirse paso entre la multitud hacia Aline, pero la aglomeración era demasiado grande. El combate acorraló su espalda, pero también lo hicieron los cuerpos, cuerpos de guerreros Nefilim, caídos y muertos, muchos más de armadura negra que roja. Estaban perdiendo la batalla, perdiendo…
Clary se giró hacia Sebastian cuando la escena empezó a desvanecerse.
—¿Qué está pasando?
—Se acabó —dijo—. Solicité que la Clave te entregara a mí; no lo hicieron. Es cierto que debido a que habías huido, pero, sin embargo, no servían más para mí. Mis fuerzas han invadido la ciudad. Los niños Nefilim se esconden en el Salón de los Acuerdos, pero cuando todos los demás estén muertos, el Salón se tomará. Alicante será mía. Todo Idris será mío. Los Cazadores de Sombras han perdido la guerra, no es que hubo mucho de ella. Realmente pensé que pondrían más de una pelea.
—Esos no son todos los Cazadores de Sombras que existen —dijo Clary—. Esos son solo que estaban en Alicante. Todavía hay Nefilim repartidos por todo el mundo.
—Todos los Cazadores de Sombras que se ven allí beberán de la Copa Infernal pronto. Entonces serán mis siervos, y los enviaré a buscar a sus hermanos en el mundo, y los que quedan se convertirán o serán asesinados. Voy a matar a las Hermanas de hierro y los Hermanos Silenciosos en sus ciudadelas de piedra y silencio. Dentro de un mes la raza de Jonathan Cazador de Sombras será borrada del mundo. Y entonces... —Él sonrió con una sonrisa terrible, e hizo un gesto hacia la ventana occidental, que daba al mundo muerto y maldito de Edom—. Ya has visto lo que le pasa a un mundo sin protectores —se enorgulleció—. Tu mundo va a morir. Muerte en la muerte, y la sangre en las calles.
Clary pensó en Magnus. Vi una ciudad toda de sangre, con torres hechas de
hueso y la sangre corría por las calles como el agua.
—No puedes imaginar —dijo en una voz muerta—, que si haces esto, si
lo que me está diciendo que va a suceder en realidad sucede, que hay alguna
posibilidad de que me sentaré en un trono al lado tuyo. Prefiero ser torturada
hasta la muerte.
—Oh, no creo eso —dijo alegremente—. Es por eso que he esperado, ya
ves. Para que hagas una elección. Todos aquellos seres fantásticos que son mis
aliados, todo los Cazadores Oscuros que ves allí, esperan mis órdenes. Si les
doy la señal, se retirarán. Tu mundo estará a salvo. Nunca serás capaz de volver
allí, por supuesto. Voy a cerrar las fronteras entre este mundo y ese, y nunca
más nadie, demonio o humano, viajara entre ellos. Pero va a ser seguro.
—Una elección —dijo Clary—. ¿Dijiste que me estabas dando una
elección?
—Por supuesto —dijo—. Gobierna a mi lado, y perdonaré tu mundo.
Niégate, y voy a dar la orden de aniquilarlo. Elíjeme, y puedes salvar millones,
miles de millones de vidas, mi hermana. Podrías salvar un mundo entero
condenando a una sola alma. La tuya. Así que dime, ¿cuál es tu decisión?
***
—Magnus —dijo Alec con desesperación, llegando a sentir las cadenas
de Adamas, hundidas profundamente en el suelo, que conectaban a las esposas
en las muñecas del brujo—. ¿Estás bien? ¿Estás herido?
Isabelle y Simon estaban revisando a Lule por lesiones. Isabelle no dejaba
de mirar hacia atrás a Alec, con el rostro ansioso; Alec deliberadamente no se
encontró con su mirada, no deseaba de ver el miedo en sus ojos. Se tocó la parte
de atrás de su mano con la cara de Magnus.
Magnus lo miró, sus labios, sombras de ceniza seca hundida y pálida por
debajo de sus ojos.
Mi Alec, había dicho Magnus, has estado tan triste. Yo no sabía. Y entonces él se había hundido de vuelta contra el suelo, como si el esfuerzo de hablar lo agotara.
—No te muevas —dijo ahora Alec, y sacó un cuchillo serafín de su cinturón. Abrió la boca para nombrarlo, y sintió un toque repentino en su muñeca. Magnus había envuelto sus finos dedos en la muñeca de Alec.
—Llámala Raphael —dijo Magnus, y cuando Alec lo miró con perplejidad, Magnus miró hacia la hoja en la mano de Alec. Tenía los ojos entrecerrados, y Alec recordó lo que Sebastian había dicho en la entrada, a Simon: Yo maté a la persona que te hizo. La boca de Magnus se arqueó en la esquina—. Es el nombre de un ángel —dijo.
Alec asintió.
—Raphael —dijo en voz baja, y cuando la hoja se encendió, lo llevó con mano dura a la cadena adamas, que se astilló bajo el toque de la navaja. Las cadenas se cayeron, y Alec, dejando caer el cuchillo en el suelo, se inclinó hacia delante para tomar Magnus por los hombros y ayudarle a levantarse.
Magnus llegó a Alec, pero en lugar de subir de un salto, arrastró a Alec contra él, su mano deslizándose por su espalda a un nudo en el cabello. Magnus tiró de Alec y contra él, y lo besó, duro, fuerte y determinado, y Alec se congeló por un momento y luego se abandonó a él, a besar a Magnus, algo que había pensado que nunca iba a llegar a hacer de nuevo. Alec pasó las manos por los hombros de Magnus a los lados de su cuello y ahuecó sus manos allí, sosteniendo a Magnus en su lugar mientras lo besó completamente sin aliento.
Finalmente Magnus retrocedió; sus ojos brillaban. Dejó caer la cabeza sobre el hombro de Alec, sus brazos rodeándolo, manteniéndolos firmemente juntos.
—Alec... —Empezó en voz baja.
—¿Sí? —dijo Alec, desesperado por saber qué quería preguntarle Magnus.
—¿Estás siendo perseguido?
—Yo… ah… algunos de los Cazadores Oscuros están buscándonos —dijo Alec con cuidado.
—Es una pena —dijo Magnus, cerrando los ojos de nuevo—. Sería bueno si pudieras acostarte conmigo aquí. Solo... por un rato.
—Bueno, no se puede —dijo Isabelle, sin amabilidad—. Tenemos que salir de aquí. Los Cazadores Oscuros estarán aquí en cualquier momento, y tenemos lo que vinimos a buscar.
—Jocelyn —Luke se apartó de la pared, enderezándose—. Te estás olvidando de Jocelyn.
Isabelle abrió la boca, luego la cerró de nuevo.
—Tienes razón —dijo ella. Se llevó la mano a su cinturón de armas, y se desató una espada; dando un paso al otro lado de la habitación, ella se la entregó a Luke, y luego se inclinó para recoger el cuchillo serafín todavía ardiente de Alec.
Luke tomó la espada y la sostuvo con la competencia descuidad de alguien que había manejado las cuchillas toda su vida; a veces era difícil para Alec recordar que Luke había sido un Cazador de Sombras una vez, pero recordaba ahora.
—¿Puedes levantarte? —le dijo Alec a Magnus suavemente, y Magnus asintió, y dejó que Alec le levantara de un salto.
Duró casi diez segundos antes de que sus rodillas se doblaran y se desplomara hacia adelante, tosiendo.
—Magnus —exclamó Alec, y se tiró al suelo al lado del brujo, pero Magnus le despidió con un gesto y luchó hasta ponerse de rodillas.
—Teneis que iros sin mí —dijo, con una voz gruesa hecha por la ronquera—. Voy a reducir la velocidad.
—No entiendo —Alec sintió como si un tornillo le comprimiera el corazón—. ¿Qué pasó? ¿Qué te hicieron?
Magnus sacudió la cabeza; fue Luke quien respondió.
—Esta dimensión está matando a Magnus —dijo, con voz plana—. Hay algo en él, sobre su padre, que lo está destruyendo.
Alec miró a Magnus, pero Magnus se limitó a sacudir la cabeza. Alec reprimió una explosión irracional de la ira, todavía reteniéndola, incluso ahora, y respiró hondo.
El resto de vosotros id a buscar a Jocelyn —dijo—. Me quedaré con Magnus. Nos dirigiremos hacia el centro de la torre del homenaje. Cuando la encuentren, vamos a vernos allí.
Isabelle parecía miserable.
—Alec.
—Por favor, Izzy —dijo Alec, y vio a Simon poner la mano en la espalda de Isabelle, y susurrarle algo al oído. Ella asintió, por fin, y se volvió hacia la puerta; Luke y Simon la siguieron, ambos haciendo una pausa para mirar a Alec antes de irse, pero era la imagen de Izzy que se pegó en su mente, llevando a su cuchillo serafín resplandeciente delante de ella como una estrella.
—Aquí —le dijo a Magnus tan suavemente como pudo, y se agachó para levantarlo. Magnus se puso en pie, y Alec logró que uno de los brazos largos del brujo colgara de su hombro. Magnus era más delgado de lo que había sido antes; su camisa se aferraba a sus costillas, y los espacios bajo los pómulos lucían hundidos, pero todavía había un montón de brujo con el que lidiar: un montón de brazos y piernas y largos, columna ósea flacas.
—Agárrate a mí —dijo Alec y Magnus le dio la clase de sonrisa que hacía que Alec se sintiera como si alguien hubiera tomado un descorazonador de manzanas a su corazón y tratado de desenterrar el centro.
—Siempre lo hago, Alexander —dijo—. Siempre lo hago.
***
El bebé se había quedado dormido en el regazo de Julian. Tenía la mano
Tavvy con fuerza, con cuidado, grandes huecos oscuros bajo los ojos. Livvy y
Ty estaban agrupados en un lado de él, Dru se acurrucó contra él por el otro.
Emma se sentó detrás de él, con la espalda contra la suya, dándole algo
en que apoyarse para equilibrar el peso del bebé. No hubo pilares gratuitos para
sentarse en contra, no había espacio desnudo en pared; decenas, cientos de
niños fueron aprisionado en el Salón.
Emma inclinó la cabeza hacia atrás contra Jules. Olía de la forma en que
siempre lo hacía: jabón, sudor y el olor del mar, como si lo llevara en sus venas.
Era reconfortante y no reconfortante en su familiaridad.
—He oído algo —susurró—. ¿Y tú?
Los ojos de Julian se posaron de inmediato en sus hermanos y hermanas.
Livvy estaba medio dormido, con la barbilla apoyada en su mano. Dru buscaba
por toda la habitación, sus grandes ojos azul verdosos tomando todo. Ty estaba
dando golpecitos con el dedo contra el suelo de mármol, obsesivamente
contando desde uno hasta cien y hacia atrás de nuevo. Había pateado y gritado
cuando Julian había tratado de ver una roncha en el brazo donde había caído.
Jules lo había dejado ir, y permitió que Ty para volver a su conteo y balanceo.
Le tranquilizó el silencio, que era lo que importaba.
—¿Qué oyes? —preguntó Jules, y la cabeza de Emma cayó en ese
entonces cuando el sonido se elevó, un sonido como un gran viento o el crepitar
de una fogata enorme. La gente empezó a moverse y gritar, mirando hacia el
techo de cristal de la sala.
A través de ella las nubes eran visibles, moviéndose a través de la cara de
la luna, y luego de las nubes estallaron una variedad salvaje de jinetes: los
jinetes de caballos negros, cuyos cascos eran de llama, jinetes de perros negros
masivos con ojos de color naranja-quemado. Las formas más modernas de
transporte se mezclaron con carruajes negros tirados por caballos esqueléticos y motocicletas relucientes con cromo, hueso y ónice.
La Caza Salvaje —susurró Jules.
El viento era un ser vivo, azotando las nubes en los picos y valles que los jinetes se precipitaban hacia arriba y abajo, sus gritos audibles incluso por encima de la tormenta, sus manos erizadas en las armas: espadas y mazas, lanzas y ballestas. Las puertas de entrada de la sala comenzaron a temblar y temblar; la barra de madera que había sido colocada a través de ellas explotó en pedazos. Los Nefilim miraron hacia la puerta con ojos aterrorizados. Emma escuchó la voz de uno de los guardias entre la multitud, hablando en un susurro ronco:
La Caza Salvaje está ahuyentando a nuestros guerreros fuera de la sala —dijo—. Los Cazadores Oscuros están limpiando el hierro y la tierra de la tumba. ¡Romperán las puertas si los guardias no se deshacen de ellos!
El Invitado Oscilante ha llegado —dijo Ty, interrumpiendo su conteo brevemente—. Los recolectores de los muertos.
—Pero el Concejo protegió la ciudad contra las Hadas —Emma protestó—. ¿Por qué...?
—No son Hadas comunes —dijo Ty—. La sal, la tierra de tumba, el hierro frío; no va a funcionar con La Caza Salvaje.
Dru rodó y miró hacia arriba.
—¿La Caza Salvaje? —dijo—. ¿Significa eso que Mark está aquí? ¿Él ha venido a salvarnos?
—No seas tonta —dijo Ty mordaz—. Mark ahora está con la Caza, y La Caza Salvaje quiere que haya batallas. Vienen a recoger a los muertos cuando todo ha terminado, y los muertos les sirven.
Dru hizo una mueca de confusión. Las puertas del Salón
estremeciéndose violentamente ahora, las bisagras amenazaban con desgarrarse
de las paredes.
—Pero si Mark no viene a salvarnos, entonces ¿quién lo hará?
—Nadie —dijo Ty, y solo el golpeteo nervioso de los dedos sobre el
mármol mostró que la idea le molestaba en absoluto—. Nadie va a venir a
salvarnos. Vamos a morir.
***
Jocelyn se lanzó una vez más contra la puerta. Su hombro ya estaba
magullado y ensangrentado, sus uñas desgarradas donde había excavado en la
cerradura. Había estado escuchando los sonidos de la lucha por un cuarto de
hora, ahora, el inconfundible sonido de pies que corrían, de demonios
gritando...
El pomo de la puerta empezó a girar. Se arrastró hacia atrás, y paralizó el
ladrillo que había conseguido aflojar de la pared. No podía matar a Sebastian;
sabía eso, pero si podía hacerle daño, podía ralentizarlo.
La puerta se abrió, y el ladrillo voló de su mano. La figura del umbral se
agachó; el ladrillo golpeó la pared, y Luke se enderezó y la miró con curiosidad.
—Espero que cuando nos casemos, esa no sea la forma en que me
saludarás todos los días cuando llegue a casa —dijo.
Jocelyn se lanzó hacia él. Estaba sucio, sangriento y polvoriento, con la
camisa rota, una espada en su mano derecha, pero su brazo izquierdo llegó
alrededor de ella y la abrazó.
—Luke —dijo en su cuello, y por un momento pensó que podría sacudir
al margen de alivio y felicidad, el delirio y el miedo, la forma en que había
sacudido aparte en sus brazos cuando ella se enteró de que había sido mordido.
Si tan solo hubiera sabido entonces, se hubiera dado cuenta entonces, que la
forma en que ella lo amaba era la forma en que amaba a alguien con quien
quería pasar su vida, todo habría sido diferente.
Pero entonces nunca habría tenido a Clary. Se echó hacia atrás, mirando
a su cara, con los ojos azules constante en los de ella.
—¿Nuestra hija? —preguntó.
—Está aquí —dijo, y dio un paso atrás para que pudiera ver más allá de
él hacia donde Isabelle y Simon esperaban en el pasillo. Ambos parecían muy
incómodos, como si ver a dos adultos abrazarse era lo peor que se podía
vislumbrar, incluso en los reinos demoníacos—. Ven con nosotros… vamos a
encontrarla.
***
—No es seguro —dijo Clary desesperadamente—. Los Cazadores de
Sombras podrían no perder. Podrían reunirse.
Sebastian sonrió.
—Esa es una posibilidad que podría tomar —dijo—. Pero escucha. Ellos
ahora han llegado a Alicante, los que montan los vientos entre los mundos. Se
sienten atraídos por los lugares de masacre. ¿Puedes verlo?
Hizo un gesto hacia la ventana que daba a Alicante. A través de ella
Clary podía ver el Salón de los Acuerdos bajo la luz de la luna, las nubes se
movían sin cesar de aquí para allá en el fondo, y luego las nubes se resuelven a
sí mismas, y se convierten en algo más. Algo que había visto una vez antes, con
Jace, situada en la parte inferior de un barco en Venecia. Los Cazadores
Oscuros, corriendo por el cielo: los guerreros oscuros vestidos y harapientos,
erizados de armas, aullando mientras sus caballos fantasmales golpeaban a
través del cielo.
—Los Cazadores Oscuros —dijo ella, entumecida, y se acordó de Mark
Blackthorn de repente, las marcas de latigazos en su cuerpo, sus ojos rotos.
—Los recolectores de muertos —dijo Sebastian—. Los cuervos de la magia, van donde hay una gran masacre. Una masacre que solo tú puedes evitar.
Clary cerró los ojos. Se sentía como si estuviera a la deriva, flotando en el agua oscura, viendo las luces de la costa alejarse y alejarse en la distancia. Pronto se quedaría sola en el océano, el cielo helado encima de ella y a ocho millas de la oscuridad vacía debajo.
—Ve y toma el trono —dijo—. Si lo haces, puedes salvarlos a todos.
Ella lo miró.
—¿Cómo sé que mantendrás tu palabra?
Él se encogió de hombros.
—Yo sería un tonto si no. Sabría de inmediato que te he mentido, y luego pelearías conmigo, lo que no quiero. Además. Para llegar la plenitud en mi poder aquí, tengo que sellar la frontera entre nuestro mundo y éste. Una vez que las fronteras están cerradas, los Cazadores Oscuros en tu mundo se verán debilitados, sin mí, su fuente. Los Nefilim serán capaces de derrotarlos. —Sonrió, y blanco hielo la cegó—. Va a ser un milagro. Un milagro realizado para ellos, por nosotros, por mí. Irónico, ¿no te parece? ¿Qué debería ser su ángel salvador?
—¿Qué pasa con todos los que están aquí? ¿Jace? ¿Mi madre? ¿Mis amigos?
—Todos ellos pueden vivir. No hace ninguna diferencia para mí —dijo Sebastian—. No me pueden hacer daño, ahora no, y por partida doble no cuando selle los bordes.
Y todo lo que tengo que hacer es subir a ese trono —dijo Clary.
Y la promesa de permanecer a mi lado todo el tiempo que yo viva. Lo cual, sin duda, va a ser un largo tiempo. Cuando cierre este mundo, yo no voy a
ser solo invulnerable; Voy a vivir para siempre. “Y he aquí que vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves del infierno y de la muerte.”
—¿Estás dispuesto a hacer esto? ¿Renunciar a todo el mundo de la Tierra, los Cazadores Oscuros, tu venganza?
—Estaba empezando a aburrirme —dijo Sebastian—. Esto es más interesante. Para ser honesto, que estás empezando a aburrirme un poco también. Decide si vas a subir al trono o no, ¿lo harás? ¿O necesitas persuasión?
Clary conocía los métodos de persuasión de Sebastian. Cuchillos bajo las uñas de las manos, una mano a la garganta. Una parte de ella deseaba que él la matara, tomando esta decisión lejos de ella. Nadie podía ayudarla. En esto, estaba completamente sola.
—No voy a ser el único que viva para siempre —dijo Sebastian, y para su sorpresa, su voz era casi amable—. Desde que descubriste el Mundo de las Sombras, ¿no es cierto que en secreto querías ser una heroína? ¿Ser la más especial de un pueblo especial? A nuestra manera cada uno de nosotros queremos ser el héroe de nuestra especie.
—Los héroes salvan mundos —dijo Clary—. No los destruyen.
Y te estoy ofreciendo esa oportunidad —dijo Sebastian—. Cuando asciendas a ese trono, salvarás al mundo. Salvaras a tus amigos. Tienes un poder ilimitado. Te estoy dando un gran regalo, porque te amo. Puedes abrazar tu propia oscuridad y sin embargo siempre decirte que hiciste lo correcto. ¿Cómo es eso para conseguir todo lo que quieres?
Clary cerró los ojos por un instante, y luego otro. Solo el tiempo suficiente para ver las caras flashear detrás de sus párpados: Jace, su madre, Luke, Simon, Isabelle, Alec. Y así muchos más: Maia, Raphael y los Blackthorn, la pequeña Emma Carstairs, los elfos de la Corte de la Luz, los rostros de la Clave, hasta el recuerdo fantasmal de su padre.
Abrió los ojos, y se dirigió hacia el trono. Oyó a Sebastian, detrás de ella, dar un profundo suspiro. Por lo tanto, por toda la confianza de su voz, había
dudado, ¿no lo había hecho? Él no estaba seguro de ella. Detrás de los tronos las dos ventanas parpadeaban como pantallas de vídeo: una que muestra la desolación, la otra Alicante bajo ataque. Ella vislumbró el interior del Salón de Acuerdos al llegar a las escaleras y caminó hacia ellos. Se movió constantemente. Había tomado una decisión; no hubo vacilación ahora. El trono era enorme; era como subir a una plataforma. El oro era frío como el hielo a su tacto. Llegó al último escalón, se volvió y se sentó.
Parecía estar mirando hacia abajo en kilómetros desde la cima de un pico de la montaña. Vio el Salón del Concejo que se extendía ante ella; Jace, inmóvil junto a la pared. Sebastian, mirándola con una sonrisa extendiéndose por su rostro.
—Bien hecho —dijo—. Mi hermana, mi Reina.
StephRG14
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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 4 Empty RE: Ciudad del fuego celestial

Mensaje por StephRG14 Mar 19 Mayo 2015, 6:53 pm

Capitulo 23
El beso de Judas Parte 1


Las puertas del Salón explotaron hacia adentro con una ráfaga de astillas; esquirlas de mármol y madera volaron como huesos rotos.
Emma miraba fijamente, aturdida, mientras guerreros vestidos de rojo empezaban a entrar al Salón, seguidos por Hadas en verde, blanco y plata. Y detrás de ellos, los Nefilim: Cazadores de Sombras en armadura negra, desesperados por proteger a sus hijos.
Una ola de guardias corrió al encuentro de los Cazadores Oscuros en la puerta, y fueron reducidos. Emma los vio caer en lo que parecía a cámara lenta. Sabía que se había puesto de pie, y también Julian, tirando a Tavvy a los brazos de Livia; ambos se movieron para bloquear a los Blackthorn más pequeños, algo tan inútil como Emma ya sabía que era el gesto.
Así es como termina, pensó. Habían huido de los guerreros de Sebastian en Los Ángeles, habían escapado con los Penhallow, y de los Penhallow al Salón, y ahora estaban atrapados como ratas e iban a morir aquí y nunca deberían haber huido en absoluto.
Alcanzó a Cortana, pensando en su padre, de lo que hubiera dicho si ella se diera por vencida. Los Carstairs no se daban por vencidos. Sufrían y sobrevivían, o morían en sus pies. Al menos si ella moría, pensó, vería a sus padres de nuevo. Al menos tendría eso.
Los Cazadores Oscuros surgían dentro de la habitación, separando a los Cazadores de Sombras que combatían desesperadamente como cuchillas
despedidas en un campo de trigo, yendo hacia el centro del Salón. Parecían una bruma asesina, pero la visión de Emma se enfocó de repente cuando uno de ellos se salía de la multitud, directamente hacia los Blackthorn.
Era el padre de Julian.
Su tiempo como sirviente de Sebastian no había sido bueno con él. Su piel parecía opaca y gris, su cara marcada con cortes sangrantes, pero iba dando zancadas decidido hacia delante, con los ojos en sus hijos.
Emma se congeló. Julian, al lado de ella, había captado a su padre; parecía fascinado, como hipnotizado por una serpiente. Había visto a su padre ser forzado a beber de la Copa Infernal, pero, Emma se dio cuenta, no lo había visto después, no lo había visto levantar una hoja contra su propio hijo, o reírse sobre la idea de la muerte de su hijo, o forzar a Katerina a sus rodillas para ser torturada y Convertida…
—Jules —dijo—. Jules, ése no es tu padre
Sus ojos se alargaron.
—Emma, cuidado…
Ella se dio la vuelta, y gritó. Un guerrero Hada se había aparecido sobre ella, cubierto de una armadura de plata, su cabello no era cabello en absoluto, sino un enredo fibroso de ramas con espinas. La mitad de su cara estaba quemada y burbujeaba donde debía de haber sido rociada con polvo de hierro o sal de roca. Uno de sus ojos estaba girando, blanco y ciego, pero el otro estaba fijo en Emma con un propósito homicida. Emma vio a Diana Wrayburn, su oscura melena dando vueltas cuando se lanzaba hacia ellos, su boca abierta para chillar una advertencia. Diana se movió hacia Emma y el Hada, pero no había ninguna manera de que llegara a tiempo. El Hada alzó su espada de bronce con un gruñido salvaje…
Emma se lanzó hacia adelante, penetrando a Cortana en su pecho.
Su sangre era como agua verde. Se roció sobre su mano mientras soltaba su espada en shock; él cayó como un árbol, golpeando el suelo de mármol del
Salón con un duro sonido metálico. Ella saltó hacia adelante, tratando de alcanzar la empuñadura de Cortana, y escuchó a Julian gritar:
—¡Ty!
Se dio la vuelta. En medio del caos del Salón, pudo ver un espacio donde los Blackthorn estaban. Andrew Blackthorn se detuvo en frente de sus hijos, una sonrisa rara en su cara, y levantó una mano.
Y Ty, Ty de entre todos ellos, el que era menos confiado, el que era menos sentimental, se movía hacia adelante, sus ojos concentrados en su padre, su propia mano extendida.
—¿Papá? —dijo.
—¿Ty? —Livia trató de alcanzar a su hermano gemelo, pero su mano se cerró en el aire—. Ty, no…
—No la escuches —dijo Andrew Blackthorn, y si había alguna duda de que ya no era el hombre que había sido el padre de Julian, se había esfumado cuando Emma escuchó su voz. No había amabilidad en ella, sólo hielo, y el brutal borde de una alegría cruel—. Ven aquí hijo mio, mi Tiberius…
Ty dio otro paso hacia delante, y Julian sacó la espada pequeña de su cinturón y la lanzó. Ésta cantó por el aire, directa y certera, y Emma recordó, con una claridad bizarra, ese último día en el Instituto, y a Katerina enseñándoles cómo lanzar un cuchillo tan directa y elegantemente como una línea de poesía. Cómo lanzar una hoja para que nunca perdiera su blanco.
La hoja se batió más allá de Tiberius y se hundió en el pecho de Andrew Blackthorn. Los ojos del hombre se abrieron en shock, su mano gris torpemente buscando la empuñadura sobresaliendo de su caja torácica; y entonces cayó, desplomándose en el suelo. Su sangre manchó el suelo de mármol mientras Tiberius daba un alarido, dándose la vuelta para arremeter contra su hermano, golpeando sus puños contra el pecho de Julian.
—No —Ty jadeó—. ¿Por qué hiciste eso, Jules? Te odio, te odio.
Julian difícilmente parecía sentirlo. Sólo estaba mirando al lugar donde
su padre había caído, los otros Cazadores Oscuros estaban ya moviéndose hacia
adelante, pisoteando el cuerpo de su colega caído. Diana Wrayburn se mantenía
a una distancia, había empezado a moverse hacia los niños y entonces se
detuvo, sus ojos llenos de pena.
Manos se alzaron y atraparon la parte de atrás de la camisa de Tiberius,
empujándolo lejos de Julian. Era Livvy, su rostro fijo.
—Ty —sus brazos fueron alrededor de su hermano, sujetando sus puños
a sus costados—. Tiberius, detente ahora mismo —Ty se detuvo, y se balanceó
contra su hermana; ligera como era ella, soportó su peso—. Ty —dijo de nuevo,
delicadamente—. Tenía que hacerlo. ¿No lo entiendes? Tenía que hacerlo.
Julian dio un paso atrás, su rostro blanco como el papel, dio otro y otro
hasta que chocó con uno de los pilares de piedra y se deslizó hacia abajo,
derrumbándose, sus hombros sacudiéndose con silenciosos jadeos.
***
Mi hermana. Mi Reina.
Clary se sentó rígida en el trono de marfil y oro. Se sentía como una niña
en una silla para adultos: la cosa había sido construida para alguien robusto, y
sus pies colgaban sobre el escalón más alto. Sus manos sujetaban los brazos del
trono, pero sus dedos no llegaban cerca al apoyamanos tallado, aunque, desde
que cada uno tenía la forma de una calavera, no tenía deseos de tocarlos de
cualquier manera.
Sebastian caminaba de un lado al otro dentro de su protegido círculo de
runas; de vez en cuando se detenía para mirarla y sonreír con la clase de sonrisa
contenta e inhibida que ella asociaba con el Sebastian de su visión, el chico con
ojos verdes no culpables. Sacó una larga y afilada daga de su cinturón mientras
lo miraba, y rasgó la hoja a lo largo del interior de su palma. Su cabeza cayó
hacia atrás, sus ojos medio cerrados mientras extendía su mano; sangre corría
por sus dedos y salpicaba el suelo sobre las runas.
Cada una comenzó a brillar con una chispa cuando la sangre la tocó.
Clary se apretó a sí misma contra el respaldo sólido del trono. Las runas no eran
runas del Libro Gris; eran extrañas y desconocidas. La puerta de la habitación
se abrió, y Amatis entró, seguida por dos líneas movibles de Cazadores
Oscuros. Sus rostros estaban vacíos mientras silenciosamente se postraban a sí
mismos a lo largo de los muros de la habitación, pero Amatis lucía preocupada.
Su mirada saltó de Jace, sin moverse del suelo al lado del cuerpo del demonio
muerto, para enfocarse en su maestro.
—Lord Sebastian —dijo ella—. Su madre no está en su celda.
Sebastian frunció el ceño y apretó su mano sangrante en un puño.
Alrededor de él ahora las runas brillaban fuertemente, con una llama de un azul
frío como el hielo.
—Qué fastidio —dijo—. Los otros la deben haberla dejado salir.
Clary sintió un arrebato de esperanza mezclado con terror; se forzó a sí
misma a mantenerse silenciosa, pero vio los ojos de Amatis girarse rápidamente
hacia ella. No parecía sorprendida de ver a Clary en el trono: por el contrario,
sus labios se curvaron en una sonrisa de superioridad.
—¿Le gustaría que enviase al resto del ejército a buscarles? —dijo hacia
Sebastian.
—No hay necesidad —él miró a Clary y sonrió; entonces hubo un
repentino sonido de explosión, y la ventana detrás de ella, la que miraba hacia
Alicante, se partió en una telaraña de líneas laberínticas—. Los bordes se están

cerrando —dijo Sebastian—. Los traeré hacia mí.
****
—Las paredes se están cerrando —comentó Magnus.
Alec trató de empujar a Magnus un poco hacia arriba; el brujo se
desplomó pesadamente contra él, su cabeza casi en el hombro de Alec. Alec no
tenía idea de dónde estaban yendo, había perdido la noción de los corredores
serpenteantes desde mucho tiempo atrás, pero no tenía muchas ganas de
comunicárselo a Magnus. Magnus parecía estar muy mal tal como estaba, su
respiración irregular y superficial, sus latidos rápidos. Y ahora esto.
—Todo está bien —Alec lo tranquilizó, su brazo deslizándose por la
cintura de Magnus—. Sólo tenemos que llegar a…
—Alec —Magnus dijo de nuevo, su voz sorpresivamente firme—. No
estoy alucinando. Las paredes se están moviendo.
Alec se quedó mirando, y sintió un revoloteo de pánico. El corredor
estaba lleno de aire con polvo; las paredes parecían brillar y temblar. El suelo se
retorció cuando las paredes empezaron a deslizarse la una hacia la otra, el
corredor adelgazándose desde un extremo como un compactador de basura
cerrándose. Magnus se resbaló y golpeó una de las paredes colapsándose con
un siseo de dolor. Con pánico, Alec cogió su brazo y empujó a Magnus hacia sí
mismo.
—Sebastian —Magnus jadeó mientras Alec lo arrastraba por el pasillo,
lejos de la pared que se colapsaba—. Él está haciendo esto.
Alec le dirigió una mirada incrédula.
—¿Cómo sería eso siquiera posible? ¡No lo controla todo!
—Podría, si cierra los bordes entre las dimensiones —Magnus tomó una
inhalación temblorosa para empujarse a sí mismo en una carrera—. Podría
controlar este mundo entero.
***
Isabelle gritó mientras el suelo se abría debajo de ella, se tiró hacia
adelante justo a tiempo para evitar caerse dentro del abismo que estaba
dividiendo el pasillo.
—¡Isabelle! —gritó Simon, y se abalanzó a atraparla por los hombros.
Algunas veces olvidaba la fuerza que su sangre de vampiro empujaba
por su cuerpo. Con tal fuerza sacó a Isabelle que los dos cayeron hacia atrás e
Izzy quedó encima de él. En cualquier otras circunstancias él lo podría haber
disfrutado, pero no con las paredes temblando alrededor de ellos.
Isabelle se paró rápidamente, levantándolo después. Habían perdido a Luke y a Jocelyn atrás en alguno de los pasillos cuando un muro se había dividido, derramando rocas mortales como escamas. Todo desde entonces había sido una loca carrera, esquivando astillas de madera y rocas que caían, y ahora abismos que se abrían en el suelo. Simon luchaba contra la desesperación, no podía evitar sentir que éste era el fin; la fortaleza se derrumbaría alrededor de ellos y morirían enterrados aquí.
—No lo hagas —dijo Isabelle sin aliento. Su oscura cabellera estaba llena de polvo, su cara ensangrentada donde rocas voladoras le habían cortado la piel.
—¿Que no haga qué? —El suelo se movió, y Simon medio se agachó, medio cayó hacia adelante en otro corredor. Parecía haber un propósito para esta disolución, como si los estuviera dirigiendo de alguna manera…
—No te des por vencido —jadeó ella, arrojándose a sí misma contra un juego de puertas cuando el pasillo detrás de ellos empezó a desmoronarse; las puertas se abrieron y ella y Simon cayeron dentro del siguiente salón.
Isabelle succionó un jadeo, rápidamente cortándolo cuando las puertas se cerraron detrás de ellos, alejando el explosivo sonido de la fortaleza. Por un momento Simon simplemente agradeció a Dios porque el suelo debajo de sus pies estaba quieto y las paredes no se estaban moviendo.
Entonces se dio cuenta de dónde estaba, y su alivio se desvaneció. Estaban en un enorme salón, de forma semicircular, con una plataforma alzada en el extremo curvado atrapada entre las sombras. Las paredes estaban ocupadas por Cazadores Oscuros en uniformes rojos, como una fila de dientes color escarlata.
La habitación apestaba como alquitrán y fuego, sulfuro y la inconfundible corrupción de la sangre de demonio. El cuerpo de un demonio hinchado yacía esparcido contra una pared, y cerca de él había otro cuerpo. Simon sintió que su boca se secaba. Jace.
Dentro de un círculo de runas brillantes grabadas en el suelo, se encontraba Sebastian. Sonrió ampliamente cuando Isabelle soltó un chillido,
corrió hacia Jace, y se dejó caer a su lado. Ella puso sus dedos en su garganta; Simon vio sus hombros relajarse.
—Está vivo —dijo Sebastian, sonando aburrido—, órdenes de la Reina.
Isabelle alzó la vista. Algunas hebras de su negra cabellera se habían pegado a su rostro con sangre. Se veía feroz, y hermosa.
—¿La Reina Seelie? ¿Cuándo se ha preocupado por Jace?
Sebastian rio. Parecía estar de muy buen humor.
—No la Reina Seelie —dijo él—. La Reina de este reino. Debes conocerla.
Con un ademán ostentoso hizo un gesto hacia la plataforma que estaba al extremo más alejado de la habitación, y Simon sintió que su corazón no palpitante se contraía. Apenas había mirado hacia la tarima cuando había entrado a la habitación. Ahora vio que en ella había dos tronos, de hueso de marfil y oro derretido, y en el trono de la mano derecha se sentaba Clary.
Su cabello rojo se veía increíblemente vívido contra el blanco y dorado, como un estandarte de fuego. Su cara estaba pálida e inamovible, sin expresión.
Simon tomo un paso involuntario hacia adelante y fue inmediatamente bloqueado por una docena de Cazadores Oscuros, Amatis en el centro. Cargada con una inmensa lanza y usaba una expresión de aterrador veneno.
—Detente donde estás, vampiro —dijo ella—. No te acercarás a la Dama de este reino.
Simon se tambaleó hacia atrás, podía ver a Isabelle mirando incrédula de Clary a Sebastian, a sí mismo.
—¡Clary! —le llamó; ella ni se encogió ni se movió, pero el rostro de Sebastian se oscureció como una tormenta.
—No dirás el nombre de mi hermana —siseó—. Creías que ella te pertenecía; ahora me pertenece, y no la compartiré.
—Estás loco —le contestó Simon.
Y tú estás muerto —fue la respuesta de Sebastian—. ¿Importa eso
ahora? —sus ojos estudiaron a Simon de pies a cabeza—. Querida hermana —
dijo, alzando su voz lo suficientemente alta para que toda la habitación lo
escuchara—. ¿Estás completamente segura de que quieres mantener a éste
intacto?
Antes de que pudiera responder, la entrada a la habitación se abrió y
Magnus y Alec entraron, seguidos por Jocelyn y Luke. Las puertas se cerraron
detrás de ellos, y Sebastian aplaudió juntando sus manos. Una mano estaba
ensangrentada, y una gota de sangre cayó a sus pies, siseando donde había
tocado a las runas brillantes, como agua siseando en una sartén caliente.
—Ahora que todos estais aquí —declaró, su voz encantada—, ¡que
comience la fiesta!
***
En su vida, Clary había visto muchas cosas que eran maravillosas y
hermosas, y muchas otras cosas que eran terribles. Pero ninguna fue tan terrible
como la mirada en el rostro de su madre cuando vio a su hija, sentada en el
trono al lado de Sebastian.
—Mamá —dijo Clary en un suspiro, tan suave que nadie pudo oírla.
Todos la estaban mirando: Magnus y Alec, Luke y su madre, Simon e Isabelle,
quien se había movido para sostener a Jace en su regazo, su oscuro cabello
cayendo sobre él como un chal de fleco. Era tan malo como Clary se imaginó
que sería. Peor. Había esperado la sorpresa y el horror, pero no había pensado
en el dolor y la traición. Su madre se tambaleó hacia atrás; los brazos de Luke se
cerraron sobre su cintura para sostenerla, su mirada clavada en Clary, y parecía
como si estuviera viendo a un extraño.
—Bienvenidos, ciudadanos de Edom —dijo Sebastian, sus labios
curvados como si hubieran sido el dibujo de un tazón—. Bienvenidos a vuestro
nuevo mundo.
Y salió del círculo ardiente que lo contenía. La mano de Luke fue a su
cinturón; Isabelle empezó a levantarse, pero fue Alec quien se movió más
rápido: una mano en el arco y la otra al carcaj de su espalda, la flecha se disparó y voló antes de que Clary pudiera formar el grito para detenerlo.
La flecha viajó directa hacia Sebastian y se enterró a sí misma en su pecho. Él se tambaleó hacia atrás por la fuerza de la misma, y Clary escuchó un jadeo ondear por la línea de Cazadores Oscuros. Un momento después Sebastian recompuso su equilibrio y con una mirada irritada, sacó la flecha de su pecho. Estaba manchada de sangre.
—Tonto —dijo—. No puedes herirme, nada debajo del Cielo puede —lanzó la flecha a los pies de Alec—. ¿Creíste que serías una excepción?
Lo ojos de Alec saltaron hacia Jace; fue por un minuto, pero Sebastian atrapó la mirada, y sonrió.
—Ah, sí —dijo—, tu héroe con el fuego celestial. Pero se ha ido, ¿no es así? Malgastado en una rabieta en el desierto con un demonio enviado por mí —chasqueó los dedos, y una chispa de hielo azul salió de ellos, levantándose como rocío. Por un momento la visión de Clary de Jace e Isabelle se oscureció; un momento después escuchó toser y un jadeo, los brazos de Isabelle se alejaron de Jace mientras él se sentaba y luego se ponía de pie. Detrás de Clary, la ventana seguía resquebrajándose, lentamente; podía escuchar el resquebrajar del vidrio. A través del vidrio ahora roto se derramaba un bordado de luz y sombras.
—Bienvenido de nuevo, hermano —dijo Sebastian uniformemente, mientras Jace miraba alrededor con un rostro que rápidamente se vaciaba de color conforme se iba dando cuenta del cuarto lleno de guerreros, sus amigos parados y horrorizados alrededor de él, y finalmente: Clary, en el trono.
—¿Te gustaría intentar asesinarme? Tienes más que suficientes armas aquí. Si te sientes con las ganas de matarme con el fuego celestial, ahora es tu oportunidad —abrió sus brazos en un gesto grande—. No voy a luchar.
Jace se puso de pie enfrentando a Sebastian. Estaban a la misma altura, casi de la misma constitución aunque Sebastian era más delgado, más nervudo. Jace estaba sucio y manchado de sangre, su uniforme roto, su cabello enredado. Sebastian se veía elegante en rojo; incluso su mano ensangrentada parecía
intencional. Las muñecas de Sebastian estaban desnudas; alrededor de la muñeca izquierda de Jace, un pequeño círculo de plata resplandecía.
—Estás usando mi brazalete —observó Sebastian—. Si no puedo alcanzar el Cielo, levantaré el Infierno. Adecuado, ¿no lo crees?
—Jace —siseó Isabelle—. Jace, hazlo. Apuñálalo. Hazl…
Pero Jace estaba sacudiendo la cabeza. Su mano había estado sobre su cinturón de armas; lentamente la bajó a su costado. Isabelle soltó un grito de desesperación; la mirada en la cara de Alec era desalentadora, aunque se mantuvo silencioso.
Sebastian bajó sus brazos a sus costados y alzó una mano.
—Creo que ya es el momento de que me devuelvas mi brazalete, hermano. Tiempo de que devuelvas lo que es del César al César. Devuélveme mis posesiones, incluyendo a mi hermana. ¿Renuncias a ella ante mi cuidado?
—¡No! —no fue Jace, sino Jocelyn. Se alejó de Luke y se lanzó hacia delante, sus manos tratando de alcanzar a Sebastian—. Es a mí a quien odias, así que mátame. Tortúrame. ¡Haz lo que quieras conmigo pero deja a Clary fuera de esto!
Sebastian rodó sus ojos.
—Te estoy torturando.
—Es sólo una niña —jadeó Jocelyn—. Mi niña, mi hija…
La mano de Sebastian se disparó, aferrándose a la mandíbula de Jocelyn, medio alzándola del suelo.
—Yo era tu hijo —dijo—, Lilith me dio un reino; tú me diste tu maldición. Tú no eres ninguna madre, y te mantendrás alejada de mi hermana. Estás viva por su tolerancia. Todos vosotros lo estais. ¿Lo entendeis? —Dejó ir a Jocelyn, ella se tambaleó hacia atrás, la mancha de su mano ensangrentada en su cara. Luke la atrapó—. Todos vosotros estais vivos porque Clarissa os quiere así. No hay otra razón.
—Le dijiste que no nos matarías si ella ascendía a ese trono —dijo Jace, desabrochando el brazalete de plata de alrededor de su muñeca. Su voz no tenía ninguna inflexión. Su mirada sin encontrar la de Clary—. ¿No es así?
—No exactamente —dijo Sebastian—. Le ofrecí algo mucho más… substancial que eso.
El mundo —dijo Magnus. Parecía mantenerse de pie a pura fuerza de voluntad. Su voz sonaba como grava rompiendo su garganta—. Estás sellando los bordes entre nuestro mundo y éste, ¿verdad? Eso es por lo que está este círculo de runas, no sólo para protección. Así podrías hacer tu embrujo. Eso es lo que has estado haciendo. Si cierras la puerta, ya no tendrás que dividir tus poderes entre dos mundos. Toda tu fuerza estará concentrada aquí. Con todo tu poder concentrado en esta dimensión, serás lo más cercano a ser invencible.
—Si él cierra los bordes, ¿cómo regresará a nuestro mundo? —demandó Isabelle. Se había levantado sobre sus pies, su látigo brillaba en su muñeca, pero no hizo ningún movimiento para usarlo.
—No lo hará —dijo Magnus—. Ninguno de nosotros volverá. Las puertas entre los mundos se cerrarán para siempre, y nosotros estaremos atrapados aquí.
—Atrapados —musitó Sebastian—. Es una palabra tan fea. Sereis… invitados —sonrió—. Invitados atrapados.
—Eso es lo que le ofreciste —dijo Magnus, alzando sus ojos hacia Clary—. Le dijiste que si accedía a gobernar al lado de ti aquí, cerrarías los bordes y dejarías nuestro mundo en paz. Gobernar en Edom, salvar la Tierra. ¿Cierto?
—Eres muy perceptivo —dijo Sebastian después de una breve pausa—. Es molesto.
—¡Clary, no! —chilló Jocelyn, Luke la tiró hacia atrás, pero ella no puso atención a nada más que su hija—. No hagas esto…
—Tengo que hacerlo —dijo Clary, hablando por primera vez. Su voz guardada y acarreada, increíblemente alta en la habitación de piedra. De
repente todos la estaban mirando. Todos excepto Jace. Él estaba mirando hacia abajo al brazalete que sostenía entre sus dedos.
Ella se enderezó.
—Tengo que hacerlo. ¿No lo entiendes? Si no lo hago, matará a todos en nuestro mundo. Destruirá todo. Millones, billones de personas. Convertirá nuestro mundo en esto —hizo un gesto hacia la ventana que miraba hacia afuera, a las llanuras quemadas de Edom—. Vale la pena. Tiene que valerlo. Aprenderé a amarlo. No me herirá. Le creo.
—Crees que puedes cambiarlo, atemperarlo, hacer de él alguien mejor, porque eres lo único que le importa —dijo Jocelyn—. Yo conozco a los hombres Morgenstern. No funcionará. Te arrepentirás.
—Nunca antes sostuviste el peso de la vida de todo un planeta en tu mano, mamá —dijo Clary con infinita ternura y dolor—. No hay mucho que puedas aconsejarme —miró a Sebastian—. Elijo lo que él elija. El regalo que me ha dado. Lo acepto.
Vio a Jace tragar saliva. Él dejó caer el brazalete en la palma abierta de Sebastian.
—Clary es tuya —dijo y dio un paso hacia atrás.
Sebastian tronó sus dedos.
La habeis escuchado —dijo—. Todos vosotros. Arrodillaos ante vuestra Reina.
¡No! Pensó Clary. Pero se forzó a sí misma a mantenerse quieta, silenciosa. Vio cómo los Cazadores Oscuros empezaron a arrodillarse, uno por uno, sus cabezas inclinadas; la última en arrodillarse fue Amatis, y ella no inclinó la cabeza. Luke estaba mirando hacia su hermana, su rostro completamente abierto. Era la primera vez que la había visto de esta manera, Clary se dio cuenta, aunque ya lo había escuchado.
Amatis giró la cabeza y miró sobre su hombro hacia los Cazadores de Sombras. Su mirada atrapó la de su hermano por un momento; sus labios se curvaron. Era una mirada viciosa.
—Hazlo —dijo ella—. Arrodíllate o te mato.
Magnus se arrodilló primero. Clary jamás lo habría visto venir. Magnus era tan orgulloso, pero sólo era la clase de orgullo que trascendía lo vacío de los gestos. Dudaba que le importara algo el arrodillarse cuando no significaba nada para él. Se bajó sobre sus rodillas, elegantemente, y Alec lo siguió abajo; luego Isabelle, después Simon, entonces Luke tirando a la madre de Clary abajo junto a él. Y por último, Jace, su cabeza rubia agachada, se puso de rodillas, y Clary escuchó la ventana detrás de ella romperse en mil pedazos. Sonaba como su corazón rompiéndose.
Cristales llovían por todas partes y detrás de ellos, solo una pared desnuda. Ya no había ninguna ventana que llevara a Alicante.
—Está hecho. Los caminos entre mundos están cerrados —Sebastian no sonreía pero se veía… incandescente. Como si estuviera en llamas. El círculo de runas en el suelo brillaba con un fuego azul. Corrió hacia la plataforma tomando de a dos los escalones y trató de alcanzar la mano de Clary, ella le dejó bajarla del trono hasta que estuvo parada frente a él. Él aún la sostenía. Sus manos se sentían como brazaletes de fuego alrededor de sus muñecas.
— ¿La aceptas —preguntó—, aceptas tu decisión?
La acepto —dijo ella, forzándose a sí misma a mirarlo con absoluta franqueza—. Sí.
—Entonces bésame —dijo él—. Bésame como si me amaras.
Su estómago se contrajo. Había estado esperando esto pero era como esperarse un puñetazo en la cara: nada podría prepararte. Su rostro buscó el de él; en algún otro mundo, algún otro tiempo, algún otro hermano estaba sonriendo a través del pasto hacia ella, con ojos tan verdes como la primavera. Ella trató de sonreír.
—¿Enfrente de todos? No creo que…
—Tenemos que enseñarles —dijo él y su rostro estaba totalmente inamovible como el de un ángel dictando sentencia—, que estamos unidos. Muestra tu valía, Clarissa.
Ella se inclinó hacia él y él tembló.
—Por favor —dijo ella—. Pon tus brazos alrededor de mí.
Ella captó un destello de algo en sus ojos: vulnerabilidad, sorpresa, de que le pidiera hacerlo antes de que sus brazos se pusieran a su alrededor. Él la atrajo y ella puso una mano en su hombro. Su otra mano se deslizó a su cintura, donde Eósforo descansaba en su funda metida en el cinturón de su uniforme. Sus dedos enroscados en la parte de atrás de su cuello. Sus ojos estaban ampliamente abiertos, ella podía escuchar sus latidos, pulsando en su garganta.
—Ahora, Clary —dijo él y ella se alzó, tocando su rostro con sus labios. Lo sintió temblar mientras ella murmuraba con sus labios moviéndose contra su mejilla.
—¡Salve, maestro! —dijo ella y vio sus ojos ampliarse justo cuando sacaba a Eósforo y lo traía en un arco brillante con la hoja impactando a través de su caja torácica, la punta posicionada para perforar sus corazón.
Sebastian jadeó, y empezó a convulsionar en sus brazos; se tambaleó hacia atrás, la empuñadura de la daga sobresaliendo de su pecho. Sus ojos estaban muy abiertos y por un momento vio la conmoción de la traición en ellos, conmoción y dolor, y de verdad que dolió, dolió en alguna parte dentro del lugar que ella creyó haber enterrado hace tiempo, un lugar donde lamentaba por el hermano que pudo haber sido.
—Clary —jadeó, empezando a enderezarse, y ahora la mirada de traición en sus ojos se difundía, y ella vio el inicio de una chispa de rabia. No había funcionado, pensó con terror; no había funcionado y aunque los bordes de los mundos estuvieran cerrados ahora él se vengaría de ella, de sus amigos, de su familia, de Jace.
—Deberías haber aprendido —dijo alcanzando la empuñadura de la espada en su mano—, que no puedo ser herido, por ningún arma debajo del Cielo…
Él jadeó, y cortó la frase. Sus manos se habían cerrado sobre la empuñadura, precisamente sobre la herida en su pecho. No había sangre, pero había un destello rojo, una chispa de fuego. La herida había empezado a arder.
— ¿Qué-es-esto? —demandó a través de dientes entrecerrados.
Y yo le daré la Estrella del Mañana —dijo Clary—. No es un arma que fuera hecha por el Cielo. Es el Fuego Celestial.
Con un alarido se sacó la espada. Vio la empuñadura, con su estampado de estrellas, una mirada incrédula antes de que ardiera como un cuchillo serafín. Clary se tambaleó hacia atrás, chocando sobre el borde de los escalones del trono, y puso un brazo parcialmente sobre su rostro. Él estaba ardiendo, ardiendo como el pilar de fuego que perseguía a los Israelitas. Aún podía ver a Sebastian dentro de las llamas, pero estaban alrededor de él, consumiéndolo en su luz blanca, convirtiéndolo en un contorno oscuro carbonizado dentro de una llama tan brillante que quemaba sus ojos.
Clary miró hacia otra parte, enterrando su cara en su brazo. Su mente recorría los eventos de esa noche cuando había ido a Jace en medio de las llamas, y lo había besado pidiéndole que confiara en ella. Y él lo había hecho, aun cuando ella se había arrodillado en frente de él y movido la punta de Eósforo hacia el suelo. Alrededor de ellos había dibujado la misma runa una y otra vez con su estela, la runa que había visto una vez, ahora parecía hace mucho tiempo, en un techo en Manhattan: la empuñadura alada de la espada de un ángel.
Un regalo de Ithuriel, pensó, quien le había dado tantos regalos. La imagen había permanecido en su mente hasta que ella la necesitara. La runa para dar forma al Fuego Celestial. Esa noche en el valle demoniaco, el resplandor alrededor de ellos se había evaporado, recogido dentro de la hoja de Eósforo, hasta que el metal se había quemado y había cantado cuando ella lo tocó, el sonido de coros angelicales. El fuego había dejado sólo un círculo de
arena convertido en cristal, una sustancia que brillaba como el lago con el que tanto había soñado, el lago congelado donde Jace y Sebastian se batían en batalla hasta la muerte en sus pesadillas.
Esta arma podría matar a Sebastian, había dicho. Jace había estado más dudoso, cuidadoso. Había tratado de tomarla, pero la luz había muerto en ella cuando él la había tocado. Sólo reaccionaba con ella, la que la había creado. Habían acordado que tenían que ser precavidos, en caso de que no funcionara. Parecía demasiado engreído el que hubiera atrapado un fuego santo en un arma, de la manera en que el fuego se había atrapado en la hoja de Gloriosa…
Pero el ángel te ha dado este don de crear, había dicho Jace. ¿Y no tenemos su sangre en nuestras venas?
Cualquier cosa con la que la hoja había cantado, se había ido ahora, hacia su hermano. Clary podía escuchar a Sebastian gritar, y sobre esto, los gritos de los Cazadores Oscuros. Un viento abrasador pasó más allá de ella, cargado con el sabor fuerte de desiertos antiguos, de un lugar donde los milagros eran la norma y lo divino se manifestaba en fuego.
El sonido se detuvo tan de repente como había comenzado. La tarima se sacudió debajo de Clary cuando un peso cayó contra ella. Clary miró hacia arriba y vio que la figura se había ido, aunque el suelo estaba chamuscado y ambos tronos se veían ennegrecidos, el oro ya no brillaba, más bien estaba quemado y derretido.
Sebastian yacía a algunos metros de donde ella estaba, sobre su espalda. Había un gran hoyo negro sobre su pecho. Giró su cabeza hacia ella, su rostro tenso y adolorido y su corazón se contrajo.
Sus ojos eran verdes.
La fuerza de sus piernas se desvaneció. Ella colapsó contra la tarima en sus rodillas.
—Tú —susurró él, y ella se le quedó mirando con horrorizada fascinación, incapaz de mirar hacia otra parte sobre lo que lo había causado. Su rostro estaba totalmente falto de color, como un papel estirado sobre hueso. Ella
no podía atreverse a mirar hacia su pecho, donde su chaqueta se había caído; podía ver la mancha oscura a través de su camisa, como un derrame de ácido—. Pusiste… el fuego celestial… dentro de la hoja de la espada —dijo—. Fue… algo muy listo.
—Sólo fue una runa, sólo eso —contestó ella, arrodillándose sobre él, sus ojos buscandolo. Se veía diferente, no sólo sus ojos sino toda la forma de su cara, su mentón más suave, su boca sin una mueca cruel—. Sebastian…
—No. No soy él. Soy, Jonathan —susurró—. Soy Jonathan.
—¡Id hacia Sebastian! —era Amatis, levantándose con todos los Cazadores Oscuros detrás de ella. Había dolor en su rostro, y enfado—. ¡Matad a la chica!
Jonathan se esforzó para sentarse recto.
—¡No! —Gritó con fuerza—. ¡Retroceded!
Los Cazadores Oscuros, que habían empezado a moverse hacia adelante, se detuvieron confundidos. Después, empujando entre ellos, venía Jocelyn; quien lanzó hacia a un lado a Amatis sin mirar y subió los escalones a toda prisa hacia la tarima. Se movió hacia Sebastian, Jonathan, y entonces se detuvo, parada sobre él, mirando fijamente abajo con una mirada de asombro, combinada con un terrible horror.
—¿Madre? —dijo Jonathan. La miraba fijo, casi como si no pudiera enfocar sus ojos en ella. Empezó a toser. Sangre corría desde su boca. Su aliento hacía temblar a sus pulmones.
Algunas veces sueño con un chico de ojos verdes, un chico que nunca fue envenenado con sangre de demonio, un chico que podría reír y amar y ser humano, y ese es el chico por el que lloro, un niño que jamás existió.
La cara de Jocelyn se endureció, como si se estuviera preparando para hacer algo. Se arrodilló a un lado de la cabeza de Jonathan y lo acercó a su regazo. Clary se le quedó mirando, no creía que pudiera haber hecho eso ella misma. El haberse atrevido a tocarlo de esa forma. Pero entonces su madre siempre se había culpado por la existencia de Jonathan. Había algo en suexpresión determinada que decía que ella lo había traído al mundo y ella lo despediría del mismo.
En el momento en que había sido levantado, la respiración de Jonathan se había igualado. Había espuma sangrienta en sus labios.
—Lo siento —dijo con un jadeo—. Lo siento mucho… —sus ojos se dirigieron a Clary—. Sé que no hay nada que pudiera decir o hacer ahora que me permitiera irme con un poco de honra —dijo— y no podría culparte ahora si me cortaras la garganta. Pero estoy… me arrepiento. Lo… siento.
Clary se quedó sin palabras. ¿Qué podría haber dicho? ¿No hay problema? Pero no está bien. Nada de lo que él había hecho estaba bien, ni con el mundo ni con ella. Había cosas que no podías perdonar.
Y aun así no era él quien las había hecho, no exactamente. Esta persona, el chico que su madre estaba sosteniendo como si fuera su penitencia, no era Sebastian, quien había atormentado y asesinado y provocado tanta destrucción. Ella recordaba lo que Luke le había dicho, en lo que parecía hace años: La Amatis que sirve a Sebastian ya no es mi hermana como el Jace que sirvió a Sebastian no era el chico que amaste. Ya no es mi hermana como Sebastian no es el hijo que tu madre debió haber tenido.
—No lo hagas —dijo y entrecerró sus ojos—. Te veo tratando de resolver tu confusión, hermana. Sobre si debería ser perdonado de la manera en que Luke perdonaría a su hermana si la Copa Infernal la liberara ahora mismo. Pero tienes que ver, ella fue su hermana alguna vez. Ella fue humana una vez. Yo… —y él tosió, más sangre apareciendo en sus labios—. Yo nunca existí. El fuego celestial quema todo aquello que es malvado. Jace sobrevivió a Gloriosa porque es bueno. Había suficiente de él para sobrevivir. Pero yo nací totalmente corrupto. No hay suficiente de mí para sobrevivir. Lo que ves es el fantasma de alguien que pudo haber sido, eso es todo.
Jocelyn lloraba, lágrimas cayendo silenciosamente de su rostro mientras se sentaba muy quieta. Su espalda recta.
—Debo decirtelo —murmuró—. Cuando muera, los Cazadores Oscuros se lanzarán sobre vosotros. No podré retenerlos —su mirada se dirigió hacia Clary—. ¿Dónde está Jace?
—Estoy aquí —dijo Jace. Y ahí estaba, ya en la tarima, su expresión dura, desconcertada y triste. Clary encontró sus ojos. Sabía lo difícil que había de haber sido el actuar junto con ella, el dejar pensar a Sebastian que la tenía, dejar que Clary se pusiera en peligro en el último momento. Y ella sabía cómo debía ser esto para él, Jace quien había querido la venganza tan desesperadamente; el ver a Jonathan y darse cuenta de que la parte de Sebastian que podría haber, debería, haber sido castigado, se había ido. Aquí estaba otra persona, alguien totalmente diferente, alguien quien nunca había recibido la oportunidad de vivir, y ahora nunca lo haría.
—Toma mi espada —le dijo Jonathan, su aliento saliendo en jadeos, señalando a Paésforo, que había caído a unos centímetros—. Ábre… ábrelo.
—¿Que habrá qué? —preguntó Jocelyn, pero Jace ya se estaba moviendo, inclinándose para alzar a Paésforo, bajando de la tarima. Se movió a través de la habitación más allá de los Cazadores Oscuros amontonados, pasando el anillo de runas, a donde el demonio Behemoth yacía en su icor.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Clary, aunque cuando Jace levantó la espada y cortó limpiamente el cuerpo del demonio, pareció obvio—. ¿Cómo supo…?
—Él… me conoce —suspiró Jonathan.
Una corriente de entrañas de demonio se derramó sobre el suelo, la expresión de Jace retorcida en disgusto, luego sorpresa y después comprensión. Se agachó y con sus manos desnudas levantó algo grumoso, levantó algo que brillaba con icor, y Clary reconoció la Copa Infernal.
Ella miró a Jonathan. Sus ojos rodando hacia atrás, temblores atravesando su cuerpo.
—Dile… dile que lo tire al anillo de runas.
Clary levantó su cabeza.
—¡Tíralo dentro del círculo! —le gritó a Jace, y Amatis se dio la vuelta.
—¡No! —gritó— Si la Copa se quiebra, ¡todos nosotros moriremos! —Se dio la vuelta hacia la tarima—. ¡Lord Sebastian! ¡No deje que su ejército sea destruido! ¡Somos leales!
Jace miró a Luke. Luke quien veía a su hermana con una expresión de máxima tristeza, una tristeza tan profunda como la muerte. Luke había perdido a su hermana para siempre y Clary acababa de recuperar a su hermano, el hermano que no había estado nunca en su vida, y aun así era la muerte para ambos.
Jonathan, medio apoyado sobre el hombro de Jocelyn, miró a Amatis; sus ojos verdes eran como luces.
—Lo siento —le dijo—. Nunca debí haberte Convertido.
Y volteó su cabeza.
Luke dio un asentimiento y Jace tiró la Copa lo más fuerte que pudo hacia el círculo de runas. Ésta golpeó el suelo y se partió en mil pedazos.
Amatis dio un jadeo, y se puso la mano sobre el pecho. Por un momento, tan sólo un momento, se quedó mirando a Luke con una mirada de reconocimiento en sus ojos, una mirada de reconocimiento, incluso amor.
—Amatis —suspiró él.
Su cuerpo cayó sobre el suelo. Los otros Cazadores Oscuros le siguieron, uno a uno, colapsando donde estaban, hasta que la habitación estuvo llena de cadáveres.
Luke se dio la vuelta, había demasiado dolor en sus ojos que hacía que Clary fuera incapaz de verlo. Escuchó un llanto, distante y severo, y se preguntó por un momento si era Luke, o quizás los otros, horrorizados de ver a tantos Nefilim caer, pero el lamento aumentó y aumentó, convirtiéndose en un gran alarido que rompía el vidrio y revolvía el polvo fuera de la ventana que miraba hacia Edom. El cielo se tornó de un rojo como la sangre, y el chillido
siguió, desvaneciéndose ahora, una exhalación jadeante de dolor como si el
universo estuviera llorando.
—Lilith —murmuró Jonathan—. Llora por sus hijos muertos, por los
hijos de su sangre. Ella llora por ellos y por mí.
***
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 4 Empty RE: Ciudad del fuego celestial

Mensaje por StephRG14 Mar 19 Mayo 2015, 6:55 pm

Capitulo 23
El beso de Judas Parte 2


***
Emma liberó a Cortana del cuerpo del guerrero Hada muerto, a pesar de
la sangre que escurría de sus manos. Su único pensamiento era llegar a Julian,
pues había visto la terrible mirada en su rostro mientras se deslizaba hacia el
suelo, y si Julian estaba destrozado, entonces el mundo entero lo estaba y nada
estaría bien de nuevo.
El público ya estaba dando vueltas alrededor de ella; apenas los vio
mientras se abría paso entre los Blackthorn. Dru estaba acurrucada contra el
pilar junto a Jules, su cuerpo doblado de manera protectora alrededor de
Tavvy; Livia seguía sosteniendo a Ty por la muñeca, pero ahora estaba mirando
más allá de él, con la boca abierta. Y Jules… Jules todavía estaba desplomado
contra el pilar, pero había empezado a levantar la cabeza y cuando Emma se dio
cuenta de que él la estaba mirando, se volvió para ver lo que estaba mirando.
Todos los Cazadores Oscuros alrededor de la sala habían empezado a
desplomarse. Caían como piezas de ajedrez, en silencio y sin gritar. Caían
bloqueando la batalla con los Nefilim, y sus hermanos Hadas se volvían para
mirar cómo uno a uno los cuerpos de los Cazadores Oscuros caían al suelo.
Un áspero grito de victoria aumentó de las gargantas de los Cazadores
de Sombras, pero Emma apenas lo oyó. Se tambaleó hacia Julian y se puso de
rodillas a su lado; la miraba a ella, sus ojos azul-verdosos miserables.
—Em —dijo con voz ronca. —Pensaba que las Hadas iban a matarte.
Pensé…
—Estoy bien —susurró—. ¿Y tú?
Él negó con la cabeza.
—Lo maté —dijo—. He matado a mi padre.
—Ese no era tu padre. —su garganta estaba demasiado seca para hablar
más; en lugar de eso extendió la mano y la puso en el dorso de su mano. Ni una
palabra, sino un signo mágico: la runa por su valentía, y después de él, un
corazón torcido.
Él negó con la cabeza como diciendo: no, no, no me lo merezco, pero ella lo
dibujó de nuevo, y luego se inclinó hacia él, aún cubierto de sangre como
estaba, y puso la cabeza en su hombro.
Las Hadas estaban huyendo de la Sala, abandonando las armas a su
paso. Más y más Nefilim estaban inundando el Salón de la plaza exterior.
Emma vio a Helen en dirección a ellos, Aline a su lado, y, por primera vez
desde que habían dejado la casa de los Penhallow, Emma creyó que podrían
sobrevivir.
***—Están muertos —dijo Clary, mirando alrededor de la habitación con
asombro los restos del ejército de Sebastian—. Están todos muertos.
Jonathan soltó una risa medio asfixiada.
—Algo bueno hago a pesar de mi propia naturaleza —murmuró, y Clary
reconoció la cita de la clase de inglés. Rey Lear. La más trágica de todas las
tragedias—. Eso es algo. Los Cazadores Oscuros se han ido.
Clary se inclinó sobre él, la urgencia en su voz.
—Jonathan —dijo—. Por favor. Cuéntanos cómo abrir la frontera. Cómo
ir a casa. Debe haber alguna manera.
—No hay manera —susurró Jonathan—. Rompí la puerta de entrada. El
camino a la Corte de la Luz está cerrado; todos los caminos lo están. Es… es
imposible. —Exhaló—. Lo siento.
Clary no dijo nada. Podía saborear sólo la amargura en su boca. Lo había
arriesgado todo, había salvado al mundo, pero todos a los que amaba morirían.
Por un momento su corazón se hinchó de odio.
—Bien —dijo Jonathan, con los ojos en su cara—. Ódiame. Alégrate cuando muera. La última cosa que quiero ahora es traerte más lástima.
Clary miró a su madre; Jocelyn estaba quieta y en posición erguida, sus lágrimas cayendo silenciosamente.
Clary aspiró profundamente. Recordó una plaza de París, frente a Sebastian alrededor de una pequeña mesa, le había dicho: ¿Crees que puedas perdonarme? Quiero decir, ¿crees que el perdón es posible para alguien como yo? ¿Qué hubiera pasado si Valentine te hubiera criado conmigo? ¿Me hubieras amado? —No te odio —dijo finalmente—. Odio a Sebastian. A ti no te conozco.
Los ojos de Jonathan se cerraron. —Soñé con un lugar verde una vez —susurró—. Una casa solariega y una niña con el pelo rojo, y los preparativos para una boda. Si hay otros mundos, entonces tal vez hay uno donde yo era un buen hermano y un buen hijo.
Tal vez, pensó Clary, y anheló ese mundo por un momento, por su madre, y por sí misma. Era consciente de Luke de pie junto a la tarima, observándolos, consciente de que había lágrimas en el rostro de Luke. Jace, los Lightwood y Magnus se encontraban también atrás, y Alec tenía su mano en la de Isabelle. A su alrededor yacían los cadáveres de los Cazadores Oscuros. —No pensé que podías soñar —dijo Clary, tomando una respiración profunda—. Valentine llenó tus venas con veneno, y entonces te crió para odiar, nunca tuviste una elección. Pero la espada ha quemado todo eso. Tal vez ésto es lo que realmente eres.
Él tomó una respiración entrecortada. —Eso sería una hermosa mentira para creer —dijo, y, aunque pareciera increíble, el fantasma de una sonrisa, amarga y dulce, pasó por su rostro—. El fuego de Gloriosa ha quemado la sangre del demonio. Toda mi vida se ha quemado en mis venas y ha cortado a mi corazón como cuchillas, agobiando toda mi vida como plomo, y yo no lo sabía. Nunca supe la diferencia. Nunca me
había sentido así... tan iluminado —dijo en voz baja, y luego sonrió, cerró los
ojos, y murió.
***
Clary se puso lentamente de pie. Miró hacia abajo. Su madre estaba de
rodillas, sujetando el cuerpo de Jonathan tumbado en su regazo.
—Mamá —susurró Clary, pero Jocelyn no levantó la vista. Un momento
después, alguien cepilló el pelo de Clary: Era Luke. Le dio a su mano un
apretón, y luego se arrodilló junto a Jocelyn, posando su mano gentilmente en
el hombro.
Clary se dio la vuelta; ella no podía soportarlo más. La tristeza se sentía
como un gran peso. Oyó la voz de Jonathan en la cabeza mientras bajaba las
escaleras: Nunca me he sentido tan iluminado.
Avanzó a través de los cadáveres, entumecida y pesada con el
conocimiento de su fracaso. Después de todo lo que había hecho, todavía no
había manera de salvarlos. Ellos la estaban esperando: Jace y Simon, Isabelle,
Alec y Magnus.
Magnus parecía enfermo, pálido y muy, muy cansado.
—Sebastian está muerto —dijo, y todos la miraron, con el rostro cansado,
sucio, como si estuvieran demasiado exhaustos y agotados para sentir nada por
las noticias, incluso alivio. Jace se adelantó y le cogió las manos, la levantó y la
besó con rapidez; ella cerró los ojos, sintiendo como si sólo una fracción del
calor y la luz hubiera vuelto a ella.
—Manos de guerrero —dijo él en voz baja, y la dejó ir. Ella miró hacia
abajo a sus dedos, tratando de ver lo que él vio. Sus manos eran sólo sus manos,
pequeñas y callosas, teñidas con suciedad y sangre.
—Jace nos estaba diciendo —dijo Simon—. Lo que hiciste, con la espada
Morgenstern. Que estabas fingiendo seguir a Sebastian todo el tiempo.
—No hasta el final —dijo—. No cuando él se convirtió en Jonathan.
—Me gustaría que nos lo hubieras dicho —dijo Isabelle. —Acerca de tu plan. —Lo siento —susurró Clary. —Tenía miedo de que no funcionara. Eso sólo los habría decepcionado. Pensé que sería mejor… no tener demasiada esperanza. —La esperanza es lo único que nos mantiene a veces, galletita —dijo Magnus, sin sonar resentido. —Necesitaba que lo creyera —dijo Clary. —Así que necesitaba que lo creyeran también. Él Tenía que ver sus reacciones y pensar que había ganado. —Jace lo sabía —dijo Alec, mirando hacia ella; no sonaba enojado tampoco, sólo aturdido. —Y yo nunca la miré desde el momento en que se levantó en el trono hasta que le apuñaló a ese hijo de puta en el corazón —dijo Jace. —No podía. Yo… —Se interrumpió—. Lo siento. No debería haberlo llamado un hijo de puta. Sebastian lo era, pero Jonathan no, no eran la misma persona… y tu madre. —Es como perder un hijo dos veces —dijo Magnus—. Se me ocurren pocas cosas peores. —¿Qué te parece estar atrapado en un reino demoniaco y no tener forma de salir? —dijo Isabelle. —Clary, tenemos que volver a Idris. Odio preguntar, pero ¿Sebasti… Jonathan dijo algo de cómo quitar el sello de las fronteras?
Clary tragó. —Dijo que no era posible. Que estamos atrapados para siempre. —Así que estamos atrapados aquí —dijo Isabelle, sus oscuros ojos asombrados—. ¿Para siempre? Eso no puede ser. Tiene que haber un hechizo… Magnus…
—No estaba mintiendo —dijo Magnus—. No hay forma de volver a abrir los caminos de aquí a Idris.
Hubo un silencio espantoso. Entonces Alec, cuya mirada había estado descansando en Magnus, dijo: —¿No hay forma? —Eso es lo que dije —respondió Magnus—. No hay forma de que nosotros abramos las fronteras. —No —dijo Alec, y había una nota peligrosa en su voz—. Dijiste que no hay forma de salir para nosotros, lo que significa que podría haber alguien que sí podría.
Magnus se apartó de Alec y miró a su alrededor. Su expresión era vigilante, despojado de su distancia habitual, y se veía a la vez muy joven y muy, muy viejo. Su cara era la cara de un hombre joven, pero sus ojos habían visto siglos pasar y Clary nunca fue más consciente de ello. —Hay cosas peores que la muerte —dijo Magnus. —Tal vez deberías dejar que seamos nosotros los jueces de eso —dijo Alec y Magnus pasó una mano desesperada en su rostro diciendo—: Dios mío, Alexander, he pasado toda mi vida sin tener que recurrir a ese camino, salvo una vez, cuando aprendí mi lección. No es una lección que quiero que el resto de vosotros aprenda. —Pero estás vivo —dijo Clary. —Sobreviviste a la lección.
Magnus sonrió con una sonrisa horrible. —No sería una gran lección si no lo estuviera —dijo—. Pero estaba debidamente advertido. Jugar con mi vida es una cosa, jugar con la vuestra es otra cosa. —Nos vamos a morir aquí de todos modos —dijo Jace—. Es un juego amañado. Tomemos nuestras posibilidades.
—Estoy de acuerdo—dijo Isabelle, y los otros estuvieron de acuerdo también. Magnus miró hacia el estrado, donde Luke y Jocelyn seguían arrodillados, y suspiró. —La mayoría votó—dijo—. ¿Sabías que hay un viejo refrán del Submundo acerca de nunca hacerles caso a las advertencias de los perros locos y de los Nefilim? —Magnus —comenzó Alec, pero él se limitó a sacudir la cabeza y se irguió débilmente en sus pies. Todavía llevaba los harapos de la ropa que debía haberse puesto para la cena de hace mucho tiempo en el refugio de las Hadas en Idris: los jirones de una chaqueta de un traje y una corbata. Los anillos brillaban en sus dedos mientras él juntaba las manos, como si fuese a orar, y cerraba los ojos. —Padre mío —dijo, y Clary oyó a Alec absorber el aliento con un jadeo—. Padre, que estás en el infierno, impíado sea tu nombre. Venga tu reino, hágase tu voluntad, en Edom, como en el infierno. No perdones mis pecados, pues en el fuego de los fuegos no habrá misericordia, ni compasión, ni redención. Padre mío, que haces la guerra en las regiones celestes y en las bajas, ven a mí ahora; Te llamo como tu hijo, e incurro en mí la responsabilidad de tu convocatoria.
Magnus abrió los ojos. Estaba inexpresivo. Cinco rostros sorprendidos se volvieron hacia él. —Por el Ángel…—comenzó Alec. —No —dijo una voz apenas más allá del grupo acurrucado—. Definitivamente no es por tu ángel.
Clary miró. Al principio no vio nada, sólo un parche en la sombra, y luego una figura surgió de la oscuridad. Un hombre alto, pálido como un hueso, con un traje de color blanco puro; gemelos de plata brillaban en sus muñecas, tallados en forma de moscas. Su rostro era un rostro humano, piel pálida, pómulos afilados como cuchillos. No tenía pelo, llevaba una corona brillante de alambres de púas. Sus ojos eran dorados y verdes, sus pupilas como las de un gato.
—Padre —dijo Magnus, y la palabra fue una exhalación de tristeza—. Has venido.
El hombre sonrió. Sus dientes delanteros eran agudos, parecidos a los dientes de un felino. —Hijo mio —dijo—. Ha pasado mucho tiempo desde que me llamaste. Estaba empezando a pensar que jamás lo harías de nuevo. —No lo había planeado —dijo Magnus con sequedad—. Te llamé una vez, para saber si eras mi padre. Con una vez fue suficiente. —Me hieres —dijo el hombre, mostrando una sonrisa de dientes afilados a los demás—. Soy Asmodeo —dijo—. Uno de los Nueve Príncipes del Infierno. Deberíais saber mi nombre.
Alec hizo un sonido corto, amortiguándolo rápidamente. —Fui un serafín una vez, un ángel, de hecho —continuó Asmodeo, pareciendo complacido consigo mismo—. Parte de una compañía innumerable. Luego vino la guerra, y caí como las estrellas del cielo. Seguí a la Luz-Bringer descender, la Estrella de la Mañana, pues yo fui uno de sus principales consejeros, y al caer, me quedé con él. Él me levantó en el infierno y me hizo uno de los nueve gobernantes. En caso de que os lo preguntéis, es preferible gobernar en el Infierno que servir en el Cielo, pues he hecho ambas cosas. —¿Tú eres el padre de Magnus? —Dijo Alec con voz ahogada. Se volvió hacia Magnus. —Cuando usaste la luz mágica en el túnel del metro, que estalló en colores, ¿era debido a él? —Señaló a Asmodeo. —Sí —dijo Magnus. Se veía muy cansado—. Te lo advertí Alexander, que se trataba de algo que no te gustaría. —No veo por qué tanto alboroto. Yo he sido el padre de muchos brujos —dijo Asmodeo—. Magnus me ha hecho sentir muy orgulloso. —¿Quiénes son los otros? —Preguntó Isabelle, sus ojos oscuros sospechando.
—Lo que no dice es que están casi muertos —dijo Magnus. Encontró los ojos de su padre y luego desvió la mirada, como si no pudiese soportar el contacto visual prolongado. Su delgada, sensible boca se convirtió en una línea dura—. Tampoco dice que todos los príncipes del infierno tienen un reino qué gobernar, éste es el suyo. —Este lugar… Edom… es tu reino—dijo Jace—. ¿Entonces tú eres el responsable de lo que pasó aquí? —Este es mi reino, aunque no estoy casi nunca aquí—dijo Asmodeo con un suspiro martirizado—. Solía ser un lugar emocionante. Los Nefilim de este reino dieron una buena batalla. Cuando inventaron el skeptron, me gustaría pensar que querían ganar en el último momento, pero el Jonathan Cazador de Sombras de este mundo fue un separatista, no un unificador y, al final, se destruyeron a sí mismos. Todo el mundo lo hace, ya sabeis. Nosotros los demonios, sólo abrimos la puerta. Es la humanidad quien da los pasos y la atraviesa. —No te excuses —chasqueó Magnus—. Pues igual asesinaste a mi madre... —Ella estaba dispuesta, te lo aseguro —dijo Asmodeo, Magnus sonrojándose alrededor de sus pómulos. Clary sintió una punzada al ver a Magnus herido por su familia. Había pasado tanto tiempo, y aun le seguía doliendo.
Pero entonces, tal vez tus padres siempre podían hacerte daño, sin importa la edad que tuvieras. —Vamos a zanjar esto —dijo Magnus—. Puedes abrir una puerta, ¿correcto? ¿Enviarnos a Idris, de vuelta a nuestro mundo? —¿Quieres una demostración? —preguntó Asmodeo, chasqueando los dedos hacia la tarima, Luke de pie, mirando hacia ellos. Jocelyn parecía a punto de levantarse también. Clary podía ver la expresión de preocupación en el rostro de ambos… justo antes de que se apagara su existencia. Hubo un destello en el aire y ambos desaparecieron, tomando el cuerpo de Jonathan con ellos. Cuando desaparecieron, por un momento, Clary vislumbró el interior del Salón
de los Acuerdos, la fuente de la sirena y el suelo de mármol, y luego se fue, volviendo a como estaba antes.
Un grito brotó de la garganta de Clary. —¡Mamá! —Los envié de vuelta a su mundo —dijo Asmodeo—. Ahora ya lo sabes. —Examinó sus uñas.
Clary estaba jadeando, la mitad de pánico y la mitad de rabia. —¿Cómo te atreves? —Bueno, es lo que querías, ¿no? —dijo Asmodeo—. Tienes los dos primeros de forma gratuita. El resto, bueno, te costará. —suspiró ante las miradas en los rostros que lo rodeaban—. Soy un demonio —dijo mordazmente—. En serio, ¿qué es lo que les enseñan a los Nefilim en estos días? —Yo sé lo que quieres —dijo Magnus con voz tensa—. Y puedes tenerlo. Pero tendrás que jurar sobre la estrella de la mañana que enviarás a todos mis amigos de vuelta a Idris, a todos ellos y nunca les molestaras de nuevo. Ellos no te deben nada.
Alec dio un paso adelante. —Detente —dijo—. No… Magnus, ¿qué quieres decir, con lo que quiere? ¿Por qué hablas así, como si no fueras a volver a Idris con nosotros? —Hay una época —dijo Asmodeo—, cuando todos tenemos que volver a vivir en las casas de nuestros padres. Ahora es el momento de Magnus. —En la casa de mi padre hay muchas moradas —susurró Jace, se veía muy pálido, como si fuera a vomitar—. Magnus. Él no estará diciendo… él no te querrá de vuelta en el… Volver al… —¿Al infierno? No exactamente —dijo Asmodeo—. Como dijo Magnus, Edom es mi reino. Yo lo comparto con Lilith. Entonces, su mocoso se hizo cargo y arrasaron las instalaciones. Y luego tú mataste a la mitad de la población con
el eskeptron —se dirigió hacia a Jace, con petulancia—. Se necesita mucha energía para alimentar un reino. Sacamos poder de lo que hemos dejado atrás, de la gran ciudad Pandemonium, del fuego que caía allí, pero hay un momento en que la vida nos tiene que alimentar. Y la vida inmortal es la mejor de todas.
La pesadez que entumecía los miembros de Clary se desvaneció mientras se situaba, con un movimiento delante de Magnus. Estuvo a punto de chocar con los demás. Todos se habían movido, para bloquear al brujo de su padre demonio, incluso Simon. —¿Deseas tomar su vida? —preguntó Clary—. Eso es cruel y estúpido, incluso si eres un demonio. ¿Cómo puedes querer matar a tu propio hijo?
Asmodeo se rió. —Una delicia —dijo—. ¡Míralos, Magnus, estos niños te aman y quieren protegerte! ¿Quién lo hubiera pensado? Cuando estés enterrado, me aseguraré de que graben en tu tumba: Magnus Bane, amado por Nefilim. —No lo va a tocar —dijo Alec, su voz como el hierro—. Tal vez se te ha olvidado qué es lo que hacemos, los Nefilim, pero matamos a demonios. Incluso a los príncipes del infierno. —Oh, sé bien lo que haceia, matasteis a mi pariente Abbadon, y a nuestra princesa Lilith la esparcisteis en el viento, a pesar de que volverá. Ella siempre tendrá un lugar en Edom. Por eso permití que su hijo se instalara aquí, aunque admito que no me di cuenta del lío que haría —Asmodeo puso los ojos en blanco, Clary contuvo un estremecimiento. Alrededor de sus pupilas verde-oro, la esclerótica era tan negra como el petróleo—. Y no pienso matar a Magnus. Eso sería desagradable y tonto, además puedo tener su muerte concertada en cualquier momento. Es su vida dada libremente lo que quiero, pues la vida de un ser inmortal tiene un poder, un gran poder, que me ayudará a mantener en funcionamiento mi reino. —Pero él es tu hijo —protestó Isabelle. —Y él se quedará conmigo —dijo Asmodeo con una sonrisa—. En espíritu, debería decir.
Alec se volvió hacia Magnus, que estaba de pie con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido. —¿Él quiere llevarse tu inmortalidad? —Exactamente —dijo Magnus. —Pero… ¿Sobrevivirás? ¿Simplemente no siendo inmortal? —Alec le miró preocupado, Clary no pudo evitar sentirse mal por él. Después de todo era la razón por la que Alec y Magnus habían roto, Alec ciertamente no quería o necesitaba que se le recordara que una vez había querido quitarle la inmortalidad a Magnus. —Mi inmortalidad se iría —dijo Magnus—. Todos los años de mi vida me vendrían al momento. Sería poco probable que sobreviva a eso. Casi 400 años es mucho para tomar, incluso si te hidratas regularmente. —No puedes —dijo Alec, y había una súplica en su voz—. Él dijo “una vida entregada de buena gana” di no.
Magnus levantó la cabeza, levantó la mirada hacia Alec, era una mirada que hizo a Clary apartar sus ojos. Había tanto amor en él, mezclado con exasperación, orgullo y desesperación. Era una mirada espontánea y se sentía mal al verlo. —No puedo decir que no, Alexander —dijo—. Si lo hago, todos nos quedamos aquí, vamos a morir de todos modos. Nos moriremos de hambre, nuestras cenizas se convertirán en polvo para molestar a los demonios del reino. —Bien —dijo Alec—. No hay ninguno de nosotros que daría tu vida para salvar la nuestra.
Magnus miró a los rostros de sus compañeros, sucio, exhausto y brutalmente desesperado, y Clary vio cómo cambiaba la cara de Magnus cuando se dio cuenta de que Alec tenía razón. Ninguno de ellos renunciaría a su vida para salvar la suya, incluso la totalidad de ellos.
—He vivido un largo tiempo —dijo Magnus—. Tantos años, y no, no se siente como si fuera suficiente. No voy a mentir y decir que sí. Quiero vivir en parte debido… a ti, Alec. Nunca quise vivir tanto como lo he hecho en estos últimos meses, con todos vosotros.
Alec lo miró afectado. —Moriremos juntos —dijo—. Deja que me quede por lo menos, contigo. —Tienes que irte. Tienes que volver al mundo. —No quiero al mundo. Te quiero a ti —dijo Alec y Magnus cerró los ojos, como si las palabras le dolieran. Asmodeo observó mientras hablaban, con avidez y Clary recordó que los demonios se alimentaban de las emociones humanas, del miedo, de la alegría, del amor y del dolor.
Por encima de todo, del dolor. —No te puedes quedar conmigo —dijo Magnus después de una pausa—. No habrá un yo, el demonio tomará mi vida, y mi cuerpo se va a derrumbar. Cuatrocientos años, recuerda. —“El demonio” —dijo Asmodeo, y olfateó—. Podrías decir mi nombre, por lo menos, pues me estás aburriendo.
Clary decidió entonces que ella podría odiar a Asmodeo más que a cualquier otro demonio que jamás hubiese conocido. —Sigue adelante con eso, hijo mío —añadió Asmodeo—. No tengo toda la eternidad para esperar y tú tampoco, nunca más. —Tengo que salvarte, Alec, —dijo Magnus—. A ti y a todos los que amas, es un pequeño precio a pagar, ¿no es así, el final, para todo esto? —No a todas las personas que amo —susurró Alec, y Clary sintió que las lágrimas apremiaban detrás de sus ojos. Lo había intentado, intentado tan duro, debía ser ella quién pagara el precio. No era justo que fuera Magnus, Magnus, quien tuvo la menor parte en la historia de Nefilim y ángeles, de demonios y venganzas, en comparación con cualquiera del resto de ellos; Magnus, que sólo era parte de todo esto porque amaba a Alec—. No, —dijo Alec. A través de sus
lágrimas Clary pudo ver que ellos se aferraban el uno al otro; no había ternura incluso en la curva de los dedos de Magnus sobre los hombros de Alec mientras se inclinaba para darle un beso. Fue un beso de desesperación y de pasión, Magnus se agarró con fuerza suficiente a los brazos de Alec, pero al final se apartó, y se volvió hacia su padre. —Muy bien, —dijo Magnus, y Clary podía decir que se estaba preparando a sí mismo, como si estuviera a punto de tirar su cuerpo en una pira—. Está bien, llévame. Te doy mi vida. Yo estoy…
Simon… Simon, que había permanecido en silencio hasta ese momento; Simon, que Clary casi había olvidado que estaba allí… dio un paso adelante. —Yo estoy dispuesto.
Las cejas de Asmodeo se dispararon. —¿Cómo es eso?
Isabelle parecía más asombrada que nadie. Ella palideció y dijo: —No, Simon, ¡no! —pero Simon continuó, con la espalda recta, y la barbilla levantada. —Yo también tengo una vida inmortal —dijo—. Magnus no es el único. Toma la mía, toma mi inmortalidad. —Ahhhh —sopló Asmodeo, con los ojos brillando de repente—. Azazel me habló de ti. Un vampiro no es interesante, pero un vampiro diurno… Tú llevas el poder del sol en tus venas. La luz del sol y la vida eterna, que es un gran poder. —Sí —dijo Simon—. Si vas a tomar mi inmortalidad en lugar de la de Magnus, entonces te la doy a ti. Yo estoy… —¡Simon! —dijo Clary, pero ya era demasiado tarde. —Estoy dispuesto —terminó, y con una mirada alrededor al resto del grupo, apretó la mandíbula, con una mirada que decía: Lo he dicho. Ya está hecho.
—Dios, Simon, no —dijo Magnus, con una voz de terrible tristeza y cerró sus ojos. —Solo tengo diecisiete años —dijo Simon—. Si él toma mi inmortalidad, voy a vivir mi vida… no voy a morir aquí. Nunca quise la inmortalidad, nunca quise ser un vampiro, nunca quise nada de eso. —¡No vas a vivir tu vida! —hubo lágrimas en los ojos de Isabelle—. Si Asmodeo toma tu inmortalidad, entonces serás un cadáver, Simon. Tú eres… un no muerto.
Asmodeo hizo un ruido grosero. —Eres una chica muy estúpida —dijo—. Yo soy un príncipe del Infierno. Puedo derribar los muros entre los mundos. Puedo construir mundos y destruirlos. ¿Crees que no puedo revertir la transformación que convierte a un ser humano en un vampiro? ¿Crees que no puedo hacer latir su corazón de nuevo? Un juego de niños. —Pero, ¿por qué harías eso? —dijo Clary, desconcertada—. ¿Por qué harías eso para que viviera? Eres un demonio. No te importa… —No me importa. Pero quiero hacerlo —dijo Asmodeo—. Hay una cosa más que quiero de ti. Una cosa más para endulzar el trato —sonrió, y sus dientes brillaron como afilados cristales. —¿Qué? —la voz de Magnus se sacudió—. ¿Qué es lo que quieres? —Sus recuerdos —dijo Asmodeo. —Azazel tomó una memoria de cada uno de nosotros, como el pago de un favor—dijo Alec—. ¿Qué es lo que les pasa a los demonios con los recuerdos? —Los recuerdos humanos, dados gratuitamente, son como comida para nosotros —dijo Asmodeo—, Los demonios viven de los gritos y de la agonía de los condenados atormentados. Imagínate entonces, qué bonito sería un cambio de ritmo, una fiesta con recuerdos felices. Mezclados entre sí, son deliciosos, el amargo y el dulce —miró a su alrededor, con los ojos relucientes de un gato—.
Y yo ya puedo decir que habrá muchos buenos recuerdos para llevar, pequeño vampiro, porque eres muy querido, ¿no?
Simon tenso, dijo: —¿Pero si tomas mis recuerdos, que va a pasar? Yo no… —Bueno —dijo Asmodeo—. Podría tomar cada recuerdo que tienes y dejarte como un bebe idiota, supongo, pero realmente, ¿quién quiere los recuerdos de un bebé? La pregunta es, ¿cuál sería el más divertido? Los recuerdos son deliciosos, pero también lo es el dolor. ¿Qué causaría el mayor daño a tus amigos aquí? ¿Cuál sería para recordarles temer el poder y el ingenio de los demonios? —juntó las manos en la espalda. Cada uno de los botones de su traje blanco estaba tallado con la forma de una mosca. —Te prometí mi inmortalidad —dijo Simon—. No mis recuerdos. Has dicho “dados libremente.” —“Dios en el infierno,” la banalidad —dijo Asmodeo, y se movió, a tal velocidad como una llama de un fuego, para apoderarse de Simon por el antebrazo. Isabelle se lanzó hacia delante, como para agarrarse a Simon, y luego se echó hacia atrás con un jadeo. Una roncha roja apareció en su mejilla. Se puso una mano, mirando sorprendida. —Déjala en paz —gritó Simon, y arrancó su brazo del agarre del demonio. —Subterráneo —respiró el demonio y puso sus largos dedos de araña en la mejilla de Simon—. Debiste haber tenido un corazón que latía tan fuerte en ti, cuando aún latía. —Dejalo ir —dijo Jace, desenvainando su espada—. Él es nuestro, no tuyo, los Nefilim protegemos a los que nos pertenecen. —¡No! —dijo Simon. Estaba temblando por todas partes, pero su espalda aun recta—. Jace, no lo hagas. Esta es la única forma. —De hecho lo es —dijo Asmodeo—. Porque ninguno de vosotros puede luchar contra un príncipe del infierno en su lugar de poder; ni siquiera tú, Jace
Herondale, hijo de los ángeles, o tú, Clarissa Fairchild, con tus trucos y runas —movió los dedos un poco. La espada de Jace cayó al suelo, y Jace hizo un gesto con la mano hacia atrás, haciendo una mueca de dolor como si se hubiera quemado. Asmodeo le lanzó sólo un vistazo antes de levantar la mano otra vez. —Ahí está la puerta de entrada. Mirad —hizo un gesto hacia la pared, que brillaba y se volvió clara. Por ella Clary podía ver los contornos borrosos del Salón de los Acuerdos. Estaban los cuerpos de los Cazadores Oscuros, tendidos en el suelo en un montón escarlata, y a los Cazadores de Sombras, corriendo, tropezando, abrazandose unos a otros por la victoria después de la batalla.
Y estaban su madre y Luke, mirando a su alrededor con desconcierto. Todavía en la misma posición que habían estado en el estrado: Luke de pie, de rodillas con Jocelyn y el cuerpo de su hijo en brazos. Otros Cazadores de Sombras estaban sólo comenzando a mirar hacia ellos, sorprendidos, como si hubieran aparecido de la nada. —Allí está todo lo que quieres —dijo Asmodeo, mientras la puerta vacilaba y se oscurecía—. Y a cambio, tomaré la inmortalidad del vampiro diurno, y junto con él, los recuerdos del mundo de los Cazadores de Sombras, todos sus recuerdos de vosotros, de todo lo que ha aprendido, de todo lo que él ha sido. Ese es mi deseo.
Los ojos de Simon se abrieron; Clary sintió que su corazón daba un tremendo vuelco. Magnus miró como si alguien lo hubiera apuñalado. —Ahí está —susurró—. El truco en el juego. Siempre hay uno con los demonios.
Isabelle miró con incredulidad. —¿Estás diciendo que quieres que nos olvide? —Todo acerca de ti, y que nunca te conoció —dijo Asmodeo—. Te ofrezco esto y a cambio él vivirá. Tendrá la vida de un mundano ordinario. Tendrá que volver con su familia: su madre, su hermana, amigos, la escuela, toda la parafernalia de un ser humano normal.
Clary miró a Simon desesperadamente. Estaba temblando, abriendo y cerrando sus manos, sin decir nada. —Absolutamente no —dijo Jace. —Está bien. Entonces todos morireis aquí. Realmente no teneis mucha elección, pequeño Cazador de Sombras. ¿Qué son los recuerdos cuando se compara con un gran coste como la vida? —Estás hablando de lo que Simon es —dijo Clary—. Estás hablando de llevarlo lejos de nosotros para siempre. —Sí. ¿No es delicioso? —sonrió Asmodeus. —Esto es ridículo —dijo Isabelle—. Digamos que tomas sus recuerdos. ¿Qué nos impide localizarle y hablarle del Mundo de las Sombras? Mostrarle la magia. Lo hicimos antes, podemos hacerlo de nuevo. —Antes de que te conociera, conocía y confiaba en Clary, —dijo Asmodeo—. Ahora no os conocerá a ninguno. Todos vosotros lo extrañareis, y ¿por qué debería él escuchar algo loco de unos extraños? Además, conocéis la Ley del Pacto, así como yo. Estaríais violándola, al hablarle sobre el Mundo de las Sombras sin ninguna razón en absoluto, poniendo en peligro su vida. Había circunstancias especiales antes. Ahora no las habrá. La Clave os quitará todas las runas si se enterara.
—Hablando de la Clave —dijo Jace—. Ellos no van a estar muy contentos si lanzas a un mundano de vuelta a una vida donde todo el mundo piensa que es un vampiro. Todos los amigos de Simon lo saben, ¡su familia lo sabe! ¡Su hermana, su madre! Se lo van a decir, incluso si no lo hacemos nosotros. —Ya veo —Asmodeo pareció disgustado—. Eso complica las cosas. Quizás debo tener la inmortalidad de Magnus después de todo. —No —dijo Simon. Parecía sorprendido, enfermo de pie, pero su voz era determinada. Asmodeo le miró con ojos codiciosos. —Simon, cállate —dijo Magnus desesperadamente—. Llévame a cambio, Padre…
—Quiero al vampiro diurno —dijo Asmodeo—. Magnus, Magnus. Nunca entenderás qué significa ser un demonio, ¿verdad? ¿Alimentarse del dolor? Pero, ¿qué es el dolor? Físico tormento, eso es tan aburrido, cualquier demonio puede hacer eso. Para ser un artista del dolor, para crear agonía, para ennegrecer el alma, para convertir motivos puros en perversos, y el amor en la lujuria y luego al odio, a su vez una fuente de alegría en una fuente de tortura, eso es lo que hacemos —su voz se cortó—, voy a salir al mundo terrenal. Voy a quitar los recuerdos de las personas cercanas al vampiro diurno. Ellos lo recordarán sólo como mortal. No van a recordar a Clary en absoluto. —¡No! —gritó Clary, y Asmodeo echó la cabeza hacia atrás riendo, una deslumbrante risa que le hizo recordar que una vez había sido un ángel. —No puedes tomar nuestros recuerdos —dijo Isabelle con furia—. Somos Nefilim. Equivaldría a un ataque. La Clave… —Mantendreis vuestros recuerdos —dijo Asmodeo—. Nada acerca de vosotros recordando a Simon me metería en problemas con la Clave, y además, vuestro tormento duplicara mi placer —sonrió—. Voy a rasgar un agujero en el corazón de vuestro mundo, y cuando lo sintais, vais a pensar en mí y me recordareis. ¡Recuerdadlo!
Asmodeus tiró a Simon cerca, su mano se deslizó hacia arriba para presionarla contra el pecho de Simon, como si pudiera llegar a través de su caja torácica a su corazón. —Comenzamos aquí. ¿Estás listo, Vampiro Diurno? —¡Alto! —Isabelle dio un paso adelante, su látigo en la mano, con los ojos en llamas—. Sabemos tu nombre, demonio. ¿Crees que tengo miedo de matar incluso a un príncipe del infierno? Me gustaría colgar tu cabeza en mi pared como un trofeo, y si te atreves a tocar a Simon, te perseguiré. Pasaré mi vida cazándote.
Alec envolvió sus brazos alrededor de su hermana y la abrazó con fuerza.
—Isabelle —dijo en voz baja—. No.
—¿Qué quieres decir, con no? —exigió Clary—. No podemos permitir que esto suceda… Jace… —Esta es la elección de Simon. —Jace se quedó inmóvil; estaba pálido pero inmóvil. Sus ojos estaban fijos en los de Simon—. Tenemos que respetarlo.
Simon miró a Jace, e inclinó la cabeza. Su mirada se movió lentamente sobre todos ellos, pasando de Magnus a Alec, a Jace, a Isabelle, donde se detuvo y descansó, y estaba tan lleno de posibilidades rotas que Clary sintió que su propio corazón se rompía.
Y luego su mirada se trasladó a Clary, y ella sintió que se hacía añicos. Había tanto en su expresión, de tantos años de mucho amor, tantos secretos susurrados y promesas y sueños compartidos. Lo vio llegar a abajo y luego algo brillante arqueó en el aire hacia ella. Levantó la mano y la tomó, por reflejo. Era el anillo de oro que Clary le había dado. Su mano se apretó alrededor de él, sintiendo la picadura de metal contra su palma, dando la bienvenida al dolor. —Basta ya —dijo Asmodeo—. Odio las despedidas —aumentando la presión sobre Simon.
Simon se quedó sin aliento, con los ojos bien abiertos, su mano fue a su pecho. —Mi corazón —se quedó sin aliento, y Clary sabía, sabía por la expresión de su rostro, que había empezado a latir de nuevo. Parpadeó contra sus lágrimas mientras una niebla blanca explotó alrededor de ellos. Oyó a Simon gritar de dolor. Sus pies se movían sin voluntad y ella corrió hacia adelante, sólo para ser arrojada hacia atrás como si hubiera golpeado una pared invisible. Alguien la atrapó, Jace, pensó. Había unos brazos alrededor de ella, incluso cuando la niebla rodeó a Simon y al demonio como un pequeño tornado. Formas comenzaron a aparecer en la niebla. Clary se vio a sí misma y a Simon cuando eran niños, de la mano, cruzando una calle en Brooklyn, llevaba broches en el pelo y Simon era adorable, sus gafas se deslizaban fuera de su nariz. Allí estaban de nuevo, lanzando bolas de nieve en el parque; y la granja de Luke, bronceándose en verano, colgando boca abajo de las ramas de los árboles. Los vio en Java Jones, escuchando a Eric decir una poesía terrible, y en
la parte trasera de una moto voladora, estrellándose en un estacionamiento, con Jace allí, mirándolos con los ojos contra el sol. Y allí estaba con Simon e Isabelle, sus manos se curvaban alrededor de su rostro besándola, y pudo ver cómo Simon veía a Isabelle: frágil, fuerte, y tan, tan hermosa. Y allí estaba el barco de Valentine, Simon arrodillado junto a Jace, con sangre en su boca y en su camisa, con sangre en la garganta de Jace, y allí estaba la celda en Idris, y el curtido rostro de Hodge, Simon y Clary de nuevo. Clary grabando la Marca de Caín en la frente. Maureen y su sangre en el suelo, con su pequeño sombrero rosa, y el tejado en Manhattan, donde Lilith había dejado a Sebastian, y Clary le estaba pasando un anillo de oro a través de una mesa, y un ángel se levantaba de un lago en frente de él, y él besando a Isabelle. . .
Todos los recuerdos de Simon, sus recuerdos de la magia, sus recuerdos de todos ellos, siendo borrados y absorbidos en una niebla. Brillaba, blanca y dorada como la luz del día. Había un sonido a su alrededor, como si una tormenta se avecinara, pero Clary apenas lo oía. Ella alcanzó sus manos, suplicante, aunque sin saber que estaba rogando. —Por favor…
Sintió los brazos de Jace apretarse a su alrededor, y luego el borde de la tormenta la atrapó.
Se levantó, apartándose. Vio la habitación de piedra retroceder en la distancia a una gran velocidad, y la tormenta se llevó sus gritos por Simon y los convirtieron en un sonido como el desgarro irregular del viento. Las manos de Jace fueron arrancadas de sus hombros. Estaba sola en el caos, y por un momento pensó que Asmodeo les había mentido después de todo, que no había puerta de entrada, y que iban a flotar en esa nada para siempre hasta que murieran.
Y entonces el suelo se acercaba, rápido. Vio el suelo del Salón de los Acuerdos, duro mármol veteado de oro, antes de que lo golpease. El choque fue duro, haciendo sonar sus dientes; se enrolló de forma automática, como le habían enseñado, y llegó a parar a un lado de la sirena de la fuente en el centro de la habitación.
Se incorporó y miró a su alrededor. La habitación estaba llena de absoluto silencio, mirando fijamente rostros, pero eso no importaba. Ella no buscaba a extraños, vio primero a Jace, quien había aterrizado agachado, preparado para luchar. Vio sus hombros relajarse mientras miraba alrededor, dándose cuenta de dónde estaban, que estaban en Idris, y que la guerra había terminado. Y luego estaba Alec, quien tenía su mano aún en Magnus. Magnus quien parecía enfermo y agotado, pero vivo.
Y allí estaba Isabelle. Era la más cercana a Clary, sólo a un pie más o menos de distancia. Ella ya estaba de pie, con la mirada escaneando la habitación, una vez, dos veces, una desesperada tercera vez. Todos estaban allí, todos ellos, con excepción de uno.
Bajó la mirada a Clary, sus ojos brillaban con lágrimas. —Simon no está aquí —dijo—. Realmente se ha ido.
El silencio que se había celebrado en la asamblea de los Cazadores de Sombras se rompió como una ola: De repente hubo Nefilim corriendo hacia ellos. Clary vio a su madre y a Luke, Robert y Maryse, Aline y Helen, incluso Emma Carstairs, moviéndose para rodearlos, abrazarlos, curarlos y ayudarlos. Clary sabía que sus intenciones eran buenas, que fueron corriendo al rescate, pero ella no sintió alivio. Su mano se apretó sobre el anillo de oro en su palma, se acurrucó contra el suelo y finalmente se permitió llorar.
StephRG14
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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 4 Empty RE: Ciudad del fuego celestial

Mensaje por StephRG14 Mar 19 Mayo 2015, 7:02 pm

Capitulo 24
Llámalo Paz Parte 1


—¿Quién está entonces para representar a la Corte de las Hadas? —dijo Jia Penhallow.
El Salón de los Acuerdos estaba cubierto con las banderas azules de la victoria. Parecían piezas cortadas del cielo. Cada una sellada con una runa de oro del triunfo. Era un claro día de invierno fuera y la luz que entraba por las ventanas brillaba a través de las largas filas de sillas que se habían establecido en el estrado en el centro de la habitación, donde el Cónsul y el Inquisidor se sentaban en una mesa larga. La mesa en sí estaba decorada con más oro y azul; enormes candelabros de oro que casi oscurecían la visión de Emma de los Subterráneos, quienes también compartían la mesa. Luke, que representa a los hombres lobo; una joven mujer llamada Lily, que representa a los vampiros; y el muy famoso Magnus Bane, el representante de los brujos.
Ningún asiento había sido ocupado por el representante de las Hadas. Poco a poco, de entre la multitud, una mujer joven se puso de pie. Sus ojos eran del todo azul con blanco, sus orejas puntiagudas como las de Helen.
—Soy Kaelie Whitewillow —dijo ella—. Voy a representar a la Corte de la Luz.
—¿Pero no a la Corte Oscura? —cuestionó Jia, su bolígrafo flotando por encima de un rollo de papel.
Kaelie negó con la cabeza, con los labios apretados. Un murmullo recorrió la sala.
Para todo el brillo de las banderas, el estado de ánimo en la sala era tenso, no alegre. En la fila de asientos delanteros estaban sentados los Lightwood: Maryse con la espalda recta, junto a ella, Isabelle y Alec, sus cabezas oscuras dobladas juntas, susurrando.
Jocelyn Fairchild se sentó junto a Maryse, pero no había ninguna señal en cualquier lugar de Clary Fray o Jace Lightwood.
La Corte Oscura declina un representante —dijo Jia, y señaló hacia abajo con su pluma. Miró a Kaelie por encima de la montura de sus gafas—. ¿Qué palabras nos traes de la Corte de la Luz? ¿Están de acuerdo con nuestros términos?
Emma oyó a Helen, al final de su fila de asientos, tomar una respiración profunda. Dru, Tavvy y los gemelos se habían considerado demasiado jóvenes para asistir a la reunión; técnicamente ningún menor de dieciocho años estaba permitido, pero consideraciones especiales se habían hecho para aquellos que, como ella y Julian, habían sido directamente afectados por lo que se denominó como la Guerra Oscura.
Kaelie se trasladó al pasillo entre las filas de asientos y comenzó a caminar hacia la tarima, Robert Lightwood se puso en pie.
—Tiene que pedir permiso para acercarse a la Cónsul —comentó con su voz grave.
—No se le da permiso —dijo Jia fuertemente—. Quédate donde estás, Kaelie Whitewillow. Puedo oírte perfectamente bien.
Emma sintió una breve ráfaga repentina de lástima por el Hada, todo el mundo estaba mirándola con ojos como cuchillos. Todo el mundo excepto Aline y Helen, que estaban sentadas juntas; estaban tomadas de la mano de cada uno, y sus nudillos estaban blancos.
La Corte de las Hadas pide su misericordia —dijo Kaelie, juntando las manos delgadas en frente a ella—. Los términos que se han establecido son demasiado duros. Las Hadas siempre han tenido su propia soberanía, nuestros
reyes y reinas. Siempre hemos tenido guerreros. Somos un pueblo antiguo. Lo que nos pedis nos aplastará completamente.
Un murmullo corrió por la habitación. No era un ruido del ambiente. Jia cogió el periódico de la mesa delante de ella.
—¿Deberíamos revisarlo? —preguntó—. Pedimos que la Corte de las Hadas acepté toda responsabilidad por la pérdida de vidas y los daños sufridos por los Cazadores de Sombras y los Subterráneos de la Guerra Oscura. El Pueblo de la Hadas será responsable de los costos de la reconstrucción de las salas rotas, para el restablecimiento del Praetor Lupus en Long Island, y la reconstrucción de lo que ha sido destruido en Alicante. Usaréis vuestras propias riquezas para ello. Tanto como Cazadores de Sombras nos han sido arrebatados…
—Si te refieres a Mark Blackthorn, fue tomado por La Caza Salvaje —dijo Kaelie—. Nosotros no tenemos jurisdicción sobre ellos. Tendreis que negociar con ellos mismos, aunque no vamos a impedirlo.
—Él no es todo lo que nos fue arrebatado —dijo Jia—. Para aquellos que no pueden volver a respirar… la pérdida de la vida sostenida por los Cazadores de Sombras y los hombres lobo en la batalla, aquellos que nos fueron arrancados por la Copa Infernal.
—Ese fue Sebastian Morgenstern, no la Corte… —protestó Kaelie—. Él era un Cazador de Sombras.
Y es por eso que no os estamos castigando con una guerra que os haría perder —dijo Jia con frialdad—. En vez de eso insistimos simplemente en que disolváis vuestros ejércitos. No más Guerreros del Pueblo de las Hadas. Ya no podéis llevar armas. Cualquier Hada que lleve un arma sin una dispensa de la Clave se le matara en el acto.
—Las condiciones son muy graves —protestó Kaelie—. El Pueblo de las Hadas no las soportará. ¡Si estamos sin armas, no podemos defendernos!
—Vamos a ponerlo a votación, entonces —dijo Jia, poniendo el papel hacia abajo—. Cualquiera que no esté a favor de los términos establecidos por las Hadas, por favor, que hable ahora.
Hubo un largo silencio. Emma pudo ver los ojos de Helen escanear la sala, con la boca muriéndose en los lados, Aline estaba sosteniendo su muñeca con fuerza. Finalmente se oyó el ruido de una silla rascando la espalda, haciendo eco en el silencio, y una figura solitaria se puso en pie.
Magnus Bane. Todavía estaba pálido por su terrible experiencia en Edom, pero sus ojos de verde-dorados quemaban con una intensidad que Emma podía ver desde el otro lado de la habitación.
—Sé que lo mundano de la historia no es de enorme interés para la mayoría de los Cazadores de Sombras —dijo—. Pero hubo un tiempo antes de los Nefilim. Un tiempo en que Roma luchó contra la ciudad de Cartago, y en el transcurso de muchas guerras salió victorioso. Después de una de las guerras, Roma exigió un pago a Cartago, un tributo, que Cartago abandonara su ejército, y que en la tierra de Cartago se le echara sal. El historiador Tácito dijo de los romanos que hacen un desierto y lo llaman paz. —Se volvió hacia Jia—. Los cartagineses nunca lo olvidaron. Su odio por Roma provocó otra guerra al final, y la guerra terminó en la muerte y la esclavitud. Eso no era la paz. Esto no es paz.
En ese momento, hubo silbidos de la asamblea.
—¡Tal vez no queremos la paz, brujo! —gritó alguien.
—¿Cuál es tu solución, entonces? —gritó alguien más.
La cooperación, —dijo Magnus—.El Pueblo de las Hadas ha odiado a los Nefilim por su dureza. ¡Mostrádles algo que no sea dureza, y recibiréis algo aparte de odiar a cambio!
El ruido estalló de nuevo, más fuerte que nunca en esta ocasión; Jia levantó una mano, y la multitud se tranquilizó.
—¿Hay alguien más que hable por las Hadas? —preguntó.
Magnus, tomó su asiento, miró de reojo a sus compañeros de los subterráneos, pero Lily estaba sonriendo y Luke estaba mirando hacia abajo a la mesa con una mirada fija en su rostro. Era de conocimiento público que su hermana había sido la primera tomada y la primera Cazadora Oscura por Sebastian Morgenstern, que muchos de los lobos del Praetor habían sido sus amigos, incluyendo a Jordan Kyle, sin embargo, había duda en su rostro.
—Luke —dijo Magnus con una voz suave que de alguna manera se las arregló para hacerse eco a través de la habitación—. Por favor.
La duda se desvaneció. Luke meneó la cabeza con gravedad.
—No pidas lo que no puedo dar —dijo—. Todo el Praetor fue sacrificado, Magnus. Como representante de los hombres lobo, no puedo hablar en contra de lo que todos quieren. Si lo hiciera, se volverían en contra de la Clave, y nada se lograría con eso.
—Eso es todo, entonces —dijo Jia—. Habla, Kaelie Whitewillow. ¿Estás de acuerdo con los términos, o habrá guerra entre nosotros?
La chica de las Hadas inclinó la cabeza.
—Estamos de acuerdo con los términos.
La asamblea estalló en aplausos. Sólo unos pocos no aplaudieron: Magnus, los Blackthorn, los Lightwood, y la propia Emma. Estaba demasiado ocupada viendo a Kaelie mientras se sentaba. Su cabeza podría haberse inclinado con sumisión, pero su rostro estaba lleno de un rojo de rabia.
—Está hecho —continuó Jia, claramente satisfecha—. Ahora pasamos al tema del…
—Espera. —Una Cazadora de Sombras delgada con el pelo oscuro se había puesto en pie. Emma no lo reconoció. Podría haber sido cualquiera. ¿Un Cartwright? ¿Un Pontmercy?—. Queda la cuestión de Mark y Helen Blackthorn.
Los ojos de Helen se cerraron. Tenía el aspecto de alguien que había medio esperado la condena en un juicio y medio esperando un indulto, y éste era el momento en que la sentencia culpable había sido dictada.
Jia hizo una pausa, con la pluma en la mano.
—¿Qué quieres decir, Balogh?
Balogh se irguió.
—Ya ha habido discusión sobre el hecho de que las fuerzas de los Morgenstern penetraron en el Instituto de Los Angeles tan fácilmente. Tanto Mark como Helen Blackthorn tienen sangre de Hadas en ellos. Sabemos que el chico ya está unido a La Caza Salvaje, así que está más allá de nosotros, pero la chica no debería estar entre los Cazadores de Sombras. No es decente.
Aline se puso de pie.
—¡Eso es ridículo! —escupió—. Helen es una Cazadora de Sombras; siempre ha sido una! ¡Tiene sangre de Ángel, no se puede dar la espalda a eso!
Y sangre de Hadas —dijo Balogh—. Ella puede mentir. Ya hemos sido engañados por uno de su clase, a nuestro pesar. Yo digo que la despojemos de sus Marcas…
Luke llevó la mano sobre la mesa con un golpe fuerte; Magnus estaba encorvado hacia adelante, sus manos de largos dedos cubriendo su cara, los hombros caídos.
La chica no ha hecho nada —dijo Luke—. No la puedes castigar por un accidente en su nacimiento.
—Los accidentes de nacimiento nos hacen lo que somos —dijo Balogh obstinadamente—. No se puede negar la sangre de las Hadas en ella. No se puede negar que puede mentir. Si hay una guerra de nuevo, ¿dónde estará su lealtad?
Helen se puso de pie.
—Dónde estuvieron esta vez —dijo—. Luché en el Burren, y en la Ciudadela, y en Alicante, para proteger a mi familia y proteger a los Nefilim. Nunca le he dado motivos a nadie para cuestionar mi lealtad.
—Esto es lo que pasa —comentó Magnus, levantando su cara—. ¿No podéis ver, que esta es la forma en que comienza de nuevo?
—Helen tiene razón —dijo Jia—. No ha hecho nada malo.
Otro Cazador de Sombras se puso de pie, una mujer con el pelo oscuro.
—Disculpe, Cónsul, pero no son objetivos —mencionó—. Todos sabemos de su relación con la hija de la chica de las Hadas. Debería abstenerse en esta discusión.
—Helen Blackthorn es necesaria, Señora Sedgewick —dijo Diana Wrayburn, de pie.
La miró indignado, Emma la recordó en el Salón de los Acuerdos, la forma en que había tratado de llegar a ella, para ayudarla.
—Sus padres han sido asesinados, tiene cinco hermanos y hermanas menores para cuidar…
—No es necesaria —espetó Sedgewick—. Estamos reabriendo la Academia… los niños pueden ir allí, o se pueden dividir entre los diversos Institutos.
—No —susurró Julian. Tenía las manos en puños sobre sus rodillas.
—Absolutamente no —gritó Helen—. Jia, debes…
Jia la miró a los ojos y asintió con la cabeza, lentamente.
—Arthur Blackthorn —dijo.
—Por favor levántate.
Emma sintió que Julian, junto a ella, se congelaba en estado de shock mientras un hombre al otro lado de la habitación, se ponía en pie. Era delgado, pálido. La versión más pequeña del padre de Julian, con el pelo marrón y los ojos de los Blackthorn, medio escondido detrás de las gafas. Él se apoyó pesadamente en un bastón de madera, con una molestia que le hizo pensar que la lesión era reciente.
—Me hubiera gustado esperar hasta después de esta reunión, para que los niños pudieran conocer a su tío adecuadamente —dijo Jia—. Lo llamamos inmediatamente después de la noticia del atentado contra el Instituto de Los Ángeles, por supuesto, pero fue herido en Londres. Llegó a Idris justo está mañana. —Suspiró—. Señor Blackthorn, puede presentarse.
El hombre tenía una cara redonda, agradable, y parecía estar muy incómodo al estar mirado por tanta gente.
—Yo soy Arthur Blackthorn, el hermano de Andrew Blackthorn —dijo. Su acento era inglés; Emma siempre olvidaba que el padre de Julián había venido originalmente desde Londres. Había perdido con los años el acento—. Voy a mudarme a Los Angeles. Tan pronto como sea posible y llevar a mis sobrinas y sobrinos conmigo. Los niños estarán bajo mi protección.
—¿Es realmente tu tío? —murmuró Emma, mirándole.
—Sí, es él —susurró Julian a su vez, claramente agitado—. Es sólo que yo lo estaba esperando, quiero decir, estaba empezando a pensar que no llegaría. Preferiría que Helen cuidara de nosotros.
—Aunque estoy seguro de que todos estamos enormemente aliviados de que cuidaras de los chicos Blackthorn —dijo Luke—. Helen es una de ellas. ¿Está diciendo… al reclamar la responsabilidad de los hermanos menores, que acepta que se le quiten sus Marcas?
Arthur Blackthorn le miró horrorizado.
—No, en absoluto —dijo—. Mi hermano no puede haber cometido errores en sus... con las Hadas... pero todos los registros muestran que los hijos
de los Cazadores de Sombras son Cazadores de Sombras. Como se suele decir, ut incepit fidelis sic permanet.
Julian se deslizó en su asiento.
—Más latín —murmuró—. Al igual que papá.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Emma.
—Comienza leal y termina leal… o algo así. —Los ojos de Julian se encendieron alrededor de la habitación; todo el mundo estaba murmurando y mirando. Jia estaba en conferencia silenciado con Robert y los representantes de los Subterráneos. Helen aún estaba en pie, pero parecía como si Aline era lo único que sostenía.
El grupo en el estrado se desintegró, y Robert Lightwood se adelantó. Su rostro era atronador.
—Así que no hay discusión de que la amistad personal de Jia con Helen
—Blackthorn habrá influido en su decisión, ella se ha abstenido—dijo.
El resto de nosotros hemos decidido que, como Helen tiene dieciocho años, y es la época en la que muchos jóvenes Cazadores de Sombras son enviados a otros Institutos para aprender sus maneras, ella será enviada a la isla de Wrangel para estudiar en las salas.
—¿Por cuánto tiempo? —dijo Balogh inmediatamente.
—Indefinidamente —dijo Robert, y Helen se sentó en su silla, Aline a su lado, su rostro era una máscara de dolor y conmoción. La Isla Wrangel podría ser la sede de todas las salas que protegían el mundo, un puesto de prestigio en muchos sentidos, pero también era una pequeña isla en el mar ártico congelada al norte de Rusia, a miles de millas de Los Angeles.
—¿Eso es lo suficientemente bueno para ustedes? —dijo Jia en una voz fría—. ¿Señor Balogh? ¿Señora Sedgewick? ¿Vamos a votar sobre el mismo?
Todos a favor del envió de Helen Blackthorn a la isla de Wrangel hasta que se determine su lealtad, decid “sí.”
Un coro de “sí,” y un coro silencioso de “no,” corrieron alrededor de la habitación. Emma no dijo nada, y tampoco lo hizo Jules, ambos eran demasiado jóvenes para votar. Emma llegó al lado de Julian y le tomó la mano, la apretó con fuerza, sus dedos eran como el hielo. Tenía el aspecto de alguien que había sido golpeado tantas veces que ya ni siquiera quería levantarse.
Helen estaba sollozando suavemente en los brazos de Aline.
—Queda la cuestión de Mark Blackthorn —dijo Balogh.
—¿Qué cuestión? —exigió Robert Lightwood, sonando exasperado—. ¡El chico ha sido tomado por La Caza Salvaje! En el caso improbable de que seamos capaces de negociar su libertad, ¿no habría algo de lo que preocuparse entonces?
—De eso se trata —dijo Balogh—. Siempre y cuando no negociamos su liberación, no habrá problema. El chico probablemente se sienta mejor con los de su propia especie de todos modos.
La cara redonda de Arthur Blackthorn palideció.
—No —dijo—. Mi hermano no querría eso. Hubiera querido que el chico estuviera en casa con su familia. —Hizo un gesto hacia donde estaban Emma y Julian y el resto sentados—. Se les ha quitado mucho. ¿Cómo podríamos quitarles más?
—Los estamos protegiendo —espetó Sedgewick—. De un hermano y una hermana que les traicionarían a medida que pasase el tiempo y se den cuenta de que su verdadera lealtad están con las Cortes. Todos a favor de abandonar permanentemente la búsqueda de Mark Blackthorn, decid “sí.”
Emma cogió a Julian mientras él se inclinaba hacia delante en su silla. Se aferró torpemente a su lado. Todos sus músculos estaban rígidos, tan duro como el hierro, como si se estuviera preparando para evitar una caída o un
golpe. Helen se inclinó hacia él, susurrándole y murmurándole, su propio
rostro surcado de lágrimas. Mientras Aline pasó a Helen para acariciar el
cabello de Julian, Emma pudo ver el anillo de los Blackthorn en su dedo. A
medida que el coro de “sí” se fue apagando alrededor de la habitación en una
terrible sinfonía, el brillo hizo que Emma pensara en el brillo de una señal en
alta mar, donde nadie podía verlo, donde no había nadie para cuidar de ellos.
Si se trataba de la paz y la victoria, pensó Emma, quizás la guerra y la
lucha fuera mejor después de todo.
***
Jace se deslizó de la parte posterior del caballo y alzó una mano para
ayudar a Clary.
—Aquí estamos —dijo, volviéndose hacia el lago.
Estaban de pie en una playa poco profunda de rocas frente al extremo
oeste del lago Lyn. No era la misma playa donde Valentine había estado cuando
se había convocado al Ángel Raziel, no era la misma playa donde Jace se había
desangrado y luego revivió, pero Clary no había vuelto al lago desde ese
momento, y la vista de todo lo que ocurrió todavía producía un escalofrío a
través de sus huesos.
Era un lugar precioso, no había ninguna duda al respecto. El lago se
extendía hacia la distancia, teñido con el color del cielo de invierno, con la plata,
la superficie fluía y se ondulaba, en lo que parecía un pedazo de papel plegable
metálico y desplegado bajo el toque del viento. Las nubes eran blancas y altas, y
las colinas alrededor de ellas estaban desnudas.
Las nubes eran blancas y altas, y las colinas alrededor de ellos estaban
descubiertas.
Clary se movió hacia delante, hasta el borde del agua. Había pensado
que su madre vendría con ellas, pero en el último momento se había negado,
diciendo que había dicho adiós a su hijo hace mucho tiempo y que este era el
momento de Clary. La Clave había quemado su cuerpo, a petición de Clary.
Quemar un cuerpo era un honor, y aquellos que habían muerto en desgracia estaban enterrados enteros en intersecciones y no quemados, como la madre de Jace. Quemarlo había sido más que un favor, era un camino seguro de la Clave para estar absolutamente seguros de que estaba muerto. Pero aun así las cenizas de Jonathan nunca se llevarían a la residencia de los Hermanos Silenciosos. Nunca formaría parte de Ciudad de Hueso; nunca sería un alma entre otras almas Nefilim.
Él no querría ser enterrado entre aquellos de los que había causado su asesinato, eso, pensó Clary, era justo y equitativo. Los Cazadores Oscuros habían sido quemados, y sus cenizas enterradas en el cruce cerca de Brocelind. Habría un monumento allí, una necrópolis para recordar aquellos que alguna vez fueron Cazadores de Sombras, pero no habría monumento para recordar a Jonathan Morganstern, a quién nadie quería recordar. Incluso Clary deseaba olvidar, pero nada era tan fácil.
El agua del lago era clara, con un ligero brillo del arco iris en ella, como una mancha de aceite. Volvió sobre los bordes de las botas de Clary mientras ella abría la caja de plata que sostenía. Dentro había cenizas, polvorientas y grises, con toques de trozos de hueso carbonizado. Entre las cenizas estaba el anillo Morgenstern, resplandeciente y plateado. Había estado en una cadena alrededor del cuello de Jonathan cuando fue quemado, y se había mantenido, intacto y sin daños por el fuego.
—Nunca tuve un hermano —dijo ella—. No realmente.
Sintió a Jace colocar su mano en la espalda, entre los omóplatos.
—Lo tenías —dijo—. Tuviste a Simon. Él fue tu hermano de todas las maneras que importan. Vio como crecías, te defendió, lucho con y para ti, se preocupó por ti toda la vida. Era el hermano que elegiste. Incluso si él se ha… ido ahora, nadie ni nada puede quitarte eso.
Clary respiró hondo y lanzó la caja lo más lejos que pudo. Voló lejos, sobre el arcoíris del agua, las cenizas negras describiendo un arco como la nube de humo de un avión de reacción, y el anillo cayó junto con él, dando vueltas y
vueltas, enviando chispas de plata mientras caía y caía y desapareció bajo el
agua.
—Ave atque vale —dijo, hablando las líneas completas del antiguo
poema—. Ave atque vale in perpetuum, frater. Saludo y despedida, mi hermano.
El viento del lago era frío, lo sentía en la cara, helando sus mejillas, y sólo
entonces se dio cuenta que había estado llorando, y que su rostro estaba frío
porque estaba mojado por las lágrimas. Se había preguntado desde que se
enteró que su hermano estaba vivo por qué su madre lloraba en el día de su
cumpleaños cada año. ¿Por qué llorar, si lo odiaba? Pero Clary lo entendió
ahora. Su madre lloraba por el hijo que nunca tendría, por todos los sueños que
se habían enfrascado en su imaginación de tener un hijo, su imaginación de lo
que ese niño sería. Y había llorado por la amarga probabilidad de destruir a un
niño antes incluso de haber nacido. Y así, mientras Jocelyn lo hizo durante
muchos años, Clary se situó en un lado del Espejo Mortal y lloró por el
hermano que nunca tendría, por el niño al que nunca le habían dado la
oportunidad de vivir. Y se echó a llorar así por los otros perdidos en la Guerra
Oscura, y lloró por su madre y la pérdida que había sufrido, y lloró por Emma y
los Blackthorn, recordando cómo había luchado por contener las lágrimas
cuando le había dicho que vio a Marcus en los túneles de las Hadas, y como él
pertenecía a la ahora Caza, y lloró por Simon y el agujero en su corazón que
había dejado, y la forma en que lo echaría de menos cada día hasta que muriera
y lloró por sí misma y los cambios que en ella se había forjado, porque a veces
incluso cambiar para mejor se sentía como una pequeña muerte.
Jace se mantuvo a su lado mientras lloraba, y le tomó la mano
silenciosamente, hasta que las cenizas de Jonathan se hundieron bajo la
superficie del agua sin dejar rastro.
***
—No escuches a escondidas —dijo Julian.
Emma lo miró. Muy bien, así que podía oír las voces que se alzaban a
través de la puerta de madera gruesa de la oficina del Concejo, ahora cerrada
excepto por una grieta. Y puede que se hubiera inclinado hacia la puerta,
atormentada por el hecho de que podía oír las voces, casi podía hacerlo, pero no del todo. ¿Y qué? ¿No era mejor saber las cosas que no saberlas?
Ella pronunció un “¿y qué?” a Julian, quién levantó las cejas. A Julian no le gustaban exactamente las reglas, pero las obedecía. Emma pensaba que las reglas estaban para romperlas, o saltarlas por lo menos.
Además, estaba aburrida. Ellos la habían llevado hasta la puerta y dejado allí por uno de los miembros del Concejo, al final del largo pasillo que se extendía casi hasta la longitud del Gard. Tapices colgados alrededor de toda la entrada de la oficina, raídas por el paso de los años. La mayoría de ellos mostraban pasajes de la historia de los Cazadores de Sombras: el Ángel elevándose desde el lago con los tres Instrumentos Mortales, el Ángel pasando el Libro Gris a Jonathan Cazador de Sombras, los Primeros Acuerdos, la Batalla de Shanghai, el Concejo de Buenos Aires. Había otro tapiz así, luciendo como nuevo y recién colgado, que mostraba el Ángel saliendo del lago, esta vez sin los Instrumentos Mortales. Un hombre rubio de pie en el borde del lago, y cerca suyo, casi invisible, estaba la figura de una pequeña chica con el pelo rojo, sosteniendo una estela…
—Habrá un tapiz sobre ti algún día —dijo Jules.
Emma movió los ojos hacia él.
—Hay que hacer algo realmente grande para conseguir un tapiz sobre ti. Como ganar una guerra.
—Tú podrías ganar una guerra —dijo con confianza. Emma sintió un pequeño apretón en su corazón. Cuando Julian la miraba de esa manera, como si fuera brillante y sorprendente, hacía que el dolor en su corazón por haber perdido a sus padres fuera menor. Había algo cuando alguien se preocupaba por ti que te hace sentir como que nunca estarás totalmente solo.
A menos que ellos decidieran separarla de Jules, por supuesto. Trasladarla a Idris, o a alguno de los Institutos dónde ella tenía parientes lejanos, en Inglaterra, China o Irán. De repente, entrando en pánico, sacó su
estela y talló una runa de audio en su brazo antes de presionar la oreja en la madera de la puerta, ignorando la mirada de Julian.
Las voces inmediatamente se volvieron claras. Reconoció primero a Jia, y después al segundo en un latido: el Cónsul estaba hablando con Luke Garroway.
—¿Zachariah? Ya no es un Cazador de Sombras activo —decía Jia—. Salió hoy antes de la reunión, diciendo que tenía algunos cabos sueltos que atar, y después una cita urgente en Londres a principios de enero, algo a lo que no podía faltar.
Luke murmuró una respuesta que Emma no escuchó; ella no sabía que Zachariah se marchaba, y deseó haber podido agradecerle la ayuda que le había prestado la noche de la batalla. Y preguntarle cómo había sabido que su segundo nombre era Cordelia.
Se inclinó más cerca de la puerta, y oyó a Luke en mitad de una frase.
—Debería decirte algo primero —decía—. Tengo la intención de dimitir como representante. Maia Roberts ocupará mi lugar.
Jia hizo un ruido de sorpresa.
—¿No es demasiado joven?
—Es muy capaz —dijo Luke—. Casi no necesita mi apoyo.
—No. —Jia estuvo de acuerdo—. Sin su advertencia antes del ataque de Sebastian, habríamos perdido muchos más Cazadores de Sombras de los que han muerto.
Y como va a liderar la manada de Nueva York desde ahora, tiene más sentido que sea ella la representante y no yo. —Suspiró—. Además, Jia. He perdido a mi hermana. Jocelyn ha perdido a su hijo, de nuevo. Y Clary sigue devastada por lo que pasó con Simon. Me gustaría estar ahí para mi hija.
Jia hizo un ruido infeliz.
—Quizás no debería haber dejado que tratara de llamarlo.
—Tenía que saberlo —dijo Luke—. Es una pérdida. Tienen que llegar a un acuerdo con él. Tiene que llorar. Me gustaría estar ahí para ayudar con eso. Me gustaría casarme. Me gustaría estar ahí para mi familia. Necesito alejarme.
—Bien, tienes mi bendición, por supuesto —dijo Kia—. A pesar de que podría haber usado tu ayuda para la reapertura de la Academia. Hemos perdido a tantos. Ha pasado mucho tiempo desde que la muerte desató tantos Nefilim. Debemos buscar en el mundo humano, encontrar aquellos que podrían ascender, enseñarles y entrenarlos. Habrá mucho que hacer.
Y muchos para ayudarte a hacerlo. —El tono de Luke era inflexible.
Jia suspiró.
—Daré la bienvenida a Maia, no tengas miedo. Pobre Magnus, rodeado de mujeres.
—Dudó que le importe o lo critique —dijo Luke—. Sin embargo, debo decir que sabes que él tenía razón, Jia. Abandonar de la búsqueda de Mark Blackthorn, mandar a Helen Blackthorn a la isla de Wrangel, eso fue una crueldad inconcebible.
Hubo una pausa, y luego…
—Lo sé —dijo Jia en voz baja—. ¿Crees que no sé lo que le hice a mi propia hija? Pero al dejar a Helen quedarse, vi el odio en los ojos de mis propios Cazadores de Sombras, y tuve miedo de Helen. Asustada por Mark, debemos ser capaces de encontrarlo.
—Bueno, yo vi la de devastación en los ojos de los niños Blackthorn —dijo Luke.
—Los niños son resistentes.
—Han perdido a su hermano y a su padre, y ahora los vas a dejar ser criados por un tío que solo han visto un par de veces.
—Van a llegar a conocerlo, es un buen hombre. Diana Wrayburn ha solicitado la posición de su tutora también, y me inclino a dárselo a ella. Ella quedó impresionada por su valentía.
—Pero no es su madre. Mi madre se fue cuando era un niño —dijo Luke—. Se convirtió en una Hermana de Hierro. Cleophas. Nunca la volví a ver. Amatis me crió. No sé lo que habría hecho sin ella. Ella fue… todo lo que tuve.
Emma miró rápidamente por encima de Julian para ver si lo había oído. Ella pensó que no; no la miraba pero tenía la mirada perdida, los ojos azul verdosos tan distantes como el océano al que se parecían. Se preguntó si estaba recordando el pasado o temía por el futuro; deseó poder retroceder el tiempo, obtener a sus padres de vuelta, devolverle su padre a Jules y a Helene y a Mark, reparar lo que estaba roto.
—Siento lo de Amatis —dijo Jia—. Y estoy preocupada por los niños Blackthorn, créeme. Pero siempre hemos tenido huérfanos, somos Nefilim. Lo sabes tanto como yo. En cuanto a la chica Carstairs, será llevada a Idris, me preocupa que pueda ser un poco testaruda…
Emma empujó la puerta de la oficina abriéndola, con mucha más facilidad de la que había previsto, y medio cayó dentro. Oyó a Jules dar un grito sobresaltado y después seguirla, agarrando la parte posterior de la cinta de los vaqueros para tirar de ella arriba.
—¡No! —gritó.
Tanto Jia como Luke la miraron con sorpresa: la boca de Jia parcialmente abierta, Luke empezando a esbozar una sonrisa.
—¿Un poco? —dijo.
—Emma Carstairs —empezó Jia, poniéndose de pie—, ¿cómo te atreves?
—Cómo te atreves tú. —Y Emma se sorprendió por completo al ver que era Julian el que había hablado, con sus ojos verdosos ardiendo. En cinco
segundos se había convertido de un chico preocupado a un joven hombre furioso, su pelo castaño permaneciendo salvaje como si estuviera enfadado también—. Cómo te atreves a gritar a Emma cuando tú eres la que loprometió. Prometiste que la Clave nunca abandonaría a Mark mientras viviera, ¡lo prometiste!
Jia tuvo la decencia de parecer avergonzada.
—Él ahora es uno de la Caza Salvaje —dijo—. No está ni muerto ni vivo.
—Así que lo sabías —dijo Julian—. Sabías cuando lo prometiste que no significaba nada.
—Significó salvar Idris —dijo Jia—. Lo siento. Os necesitábamos a los dos, y yo… —Sonaba como si se estuviera ahogando en las palabras—. Cumpliría la promesa, si pudiera. Si hubiera algún modo, si se pudiera hacer, miraría para que se hiciera.
—Entonces nos lo debes —dijo Emma, plantando sus pies firmemente frente al escritorio del Cónsul—. Nos debes una promesa rota. Así que lo vas a hacer ahora.
—¿Hacer qué? —Jia la miró desconcertada.
—No seré trasladada a Idris. No lo haré. Pertenezco a Los Ángeles.
Emma sintió a Jules congelarse detrás de ella.
—Por supuesto que no serás trasladada a Idris —dijo—. ¿De qué estás hablando?
Emma señaló con un dedo acusador a Jia.
—Ella lo dijo.
—Absolutamente no —dijo Julian—. Emma vive en Los Ángeles, es su hogar. Puede quedarse en el Instituto. Eso es lo que los Cazadores de Sombras hacen. Se supone que el Instituto es un refugio.
—Tu tío va a llevar el Instituto —dijo Jia—. Todo depende de él.
—¿Qué dijo él? —exigió Julian, y detrás de esas cuatro palabras había gran cantidad de sentimientos. Cuando amaba a la gente, los amaba para siempre; cuando él los odiaba, los odiaba para siempre. Emma tenía la sensación de que la cuestión de si iba a odiar para siempre a su tío estaba en juego en este momento.
—Él dijo que podría tomarla —dijo Jia—. Pero realmente, pienso que hay un lugar para Emma en la Academia de Cazadores de Sombras aquí en Idris. Es un talento excepcional, estará rodeada por los mejores instructores, hay muchos otros estudiantes allí que han sufrido pérdidas y que podrían ayudarla en su pena.
Su pena. La mente de Emma de repente nadó a través de imágenes: las fotos de los cuerpos de sus padres en la playa, cubiertos de marcas. La clara falta de interés de la Clave en lo que le había sucedido. Su padre inclinándose para besarla antes de marcharse al coche donde su madre esperaba. Sus risas en el viento.
—He sufrido pérdidas —dijo Julian con los dientes apretadas—. Puedo ayudarla.
—Tienes doce años —dijo Jia, como si eso respondiese todo.
—¡No los tendré siempre! —gritó Julian—. Emma y yo, nos conocemos toda la vida del otro. Ella es… ella es como…
—Vamos a ser parabatai —dijo Emma de pronto, antes de que Julian dijera que era como su hermana. Por alguna razón, no quería oír eso.
Los ojos de todos estaban abiertos, incluido los de Julian.
—Julian me lo preguntó y le dije que sí —dijo—. Tenemos doce años, somos lo suficientemente mayores para tomar esa decisión.
Los ojos de Luke chispearon cuando la miró.
—No puedes dividir a los parabatai —dijo él—. Va en contra de la Ley.
—Tenemos que ser capaces de entrenar juntos —intervino Emma—. Para
presentarnos a las pruebas juntos, hacer el ritual juntos…
—Sí, sí, lo entiendo —dijo Jia—. Muy bien. A tu tío no le importa, Julian,
si Emma vive en el Instituto, y la institución de parabatai supera cualquier otra
consideración. —Miró de Emma a Julian, cuyos ojos brillaban. Él parecía feliz,
realmente feliz, por primera vez en tanto tiempo que Emma no podría recordar
la última vez que lo había visto sonreír así.
—¿Estáis seguros? —añadió el Cónsul—. Convertirse en parabatai es un
asunto serio, nada para tomarse a la ligera. Es un compromiso. Vais a cuidaros
el uno al otro, protegeros el uno al otro, cuidar del otro más que de ti mismo.
—Ya lo hacemos —dijo Julian con confianza. Le tomó a Emma un
momento más para hablar. Ella seguía viendo a sus padres en la cabeza. Los
Ángeles tenía las respuestas a lo que les había pasado. Respuestas que
necesitaba. Si nadie vengaba su muerte, sería como si nunca hubieran vivido.
Y no es como si ella no quisiera ser la parabatai de Jules. El pensamiento
de toda una vida pasándola sin separarse nunca de él. La promesa de que
nunca volvería a estar sola, triunfó sobre la voz en la parte posterior de su
cabeza que le susurraba: Espera…
Asintió con firmeza.
—Absolutamente —dijo—. Estamos absolutamente seguros.
***
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 4 Empty RE: Ciudad del fuego celestial

Mensaje por StephRG14 Mar 19 Mayo 2015, 7:04 pm

Capitulo 24
Llámalo Paz Parte 2


***
Idris había sido verde, rojo y marrón rojizo en otoño, cuando Clary había
estado allí por primera vez. Tenía una grandeza austera a finales de invierno,
tan cerca de Navidad: Las montañas levantándose en la distancia, con la punta
blanca con nieve, y los árboles de la orilla de la carretera que conducían de
regreso a Alicante desde el lago se desnudaban, sus ramas deshojadas hacía
como lazos contra el cielo brillante.
Viajaron sin prisas, Wayfarer pisando ligeramente a lo largo del camino, Clary detrás de Jace, sus brazos alrededor de su torso. A veces él conducía lento el caballo para señalar las casas señoriales de las familias ricas de Cazadores de Sombras, escondidas de la carretera cuando los árboles están llenos, pero revelados ahora. Ella sintió sus hombros tensos mientras pasaban por una de piedra cubierta de hiedra casi cercada por el bosque alrededor de ella. Estaba claro que había sido quemada hasta los cimientos y reconstruida.
La casa solariega de los Blackthorn —dijo—. Lo que significa que alrededor de esta curva del camino esta… —Él paró cuando Wayfarer llegó paró en una pequeña colina, y entonces Jace tiró de las riendas para que pudieran mirar abajo dónde había un camino que se dividía en dos. Una dirección llevaba de vuelta a Alicante, Clary podía ver las torres de los demonios en la distancia, mientras que el otro camino se curvaba hacia abajo, hacia un gran edificio de suave piedra de oro rodeada de un bajo muro.
La casa solariega de los Herondale —terminó Jace.
El viento se levantó, helado, revolvió el pelo de Jace. Clary tenía la capucha, pero fue con las manos y cabeza descubiertas, habiendo dicho que odiaba el uso de los guantes para montar a caballo. Le gustaba sentir las riendas en su mano.
—¿Quieres ir a verla? —preguntó.
Su aliento era un vaho blanco.
—No estoy seguro.
Se acercó a él, temblando.
—¿Estás preocupado por perderte la reunión del Concejo? —Lo estaba, a pesar de que volverían a Nueva York mañana y no tendría ningún otro momento para poner en secreto las cenizas de su hermano a descansar, era Jace quien había sugerido tomar el caballo de los establos y pasear por el lago Lyn cuando casi todos los demás en Alicante estaban seguros en el Salón de los
Acuerdos. Jace entendía lo que significaba para ella enterrar la idea de su hermano, a pesar de que había sido difícil de explicárselo a alguien más.
Él negó con la cabeza.
—Somos demasiado jóvenes para votar. Además, creo que pueden manejarlo sin nosotros. —Frunció el ceño—. Tendríamos que entrar —dijo—. El Cónsul me dijo que a pesar de que quiero llamarme a mí mismo Jace Lightwood, tengo derecho legal a las propiedades de los Herondale. Yo ni siquiera tengo un anillo de Herondale. Ni siquiera existe. Las Hermanas de Hierro tendrían que hacer uno nuevo. Cuando llegue a los dieciocho años, voy a perder el derecho al nombre por completo.
Clary se quedó quieta, aferrándose sin fuerza a su cintura. Había momentos en que quería ser incitado y que le hicieran preguntas, y momentos en los que él no quería; este era uno de los últimos. Él llegaría allí por su cuenta. Ella lo abrazó, y respiró en silencio hasta que de repente se puso tenso bajo su agarre y clavó los talones en los flancos de Wayfarer.
El caballo se dirigió, al trote, por el camino hacia la casa solariega. El bajo de las puertas, estaba decorada con un motivo de hierro de pájaros volando, estaban abiertas y el camino se abría en un camino de grava circular, en cuyo centro había una fuente de piedra, ahora seca. Jace se paró frente a los amplios escalones que conducían a la puerta principal, y se quedó mirando a las blancas ventanas.
—Aquí es donde yo nací —dijo—. Aquí es donde mi madre murió, Valentine me sacó de su cuerpo. Y Hodge me tomó y me escondió, para que nadie lo supiera. En ese momento también era invierno.
—Jace… —Extendió sus manos sobre su pecho, sintiendo el latido de su corazón bajo sus dedos.
—Creo que quiero ser un Herondale —dijo bruscamente.
—Entonces, se un Herondale.
—No quiero traicionar a los Lightwood —dijo—. Ellos son mi familia.
Pero me di cuenta de que si no tomo el nombre Herondale, eso terminará
conmigo.
—No es tu responsabilidad…
—Lo sé —dijo—. En la caja, la que Amatis me dio, había una carta de mi
padre para mí. Él lo escribió antes de que yo naciera. La he leído unas pocas
veces. Las primeras veces que la leí, simplemente lo odiaba, a pesar de que me
decía que me amaba. Pero hubo un par de frases que no podía sacar de mi
cabeza. Decía: “Quiero que seas un mejor hombre que yo. No dejes que nadie te
diga quién eres y quién debes ser.” —Echó la cabeza hacia atrás, como si
pudiera leer su futuro en el bucle de los aleros de la mansión—. Cambiar tu
nombre, no es cambiar tú naturaleza. Mira a Sebastian, Jonathan. Llamarse a sí
mismo Sebastian no hizo ninguna diferencia en el final. Yo quería despreciar el
nombre Herondale porque pensé que odiaba a mi padre, pero no lo odio.
Podría haber sido débil y haber tomado las decisiones equivocadas, pero él lo
supo. No hay ninguna razón para que yo lo odie. Y ha habido generaciones de
Herondales antes él, es una familia que ha hecho muchas cosas bien, y dejar que
toda la casa se venga abajo solo por mi padre, sería un desperdicio.
—Está es la primera vez que he oído que lo llamas tu padre y suena
como eso —dijo Clary—. Por lo general, sólo lo dices acerca de Valentine.
Lo sintió suspirar y luego su mano cubrió la de ella donde reposaba
sobre su pecho. Sus dedos eran fríos, largos y delgados, tan familiar, que los
habría conocido en la oscuridad.
—Podríamos vivir aquí algún día —dijo—. Juntos.
Ella sonrió, sabiendo que no podía verla, pero no pudo evitarlo.
—¿Crees que puedes ganarme solo con una casa de lujo? —dijo—. No te
adelantes, Jace. Jace Herondale, —añadió, envolvió sus brazos alrededor de él
en el frío.
***
Alec se sentó en el borde del techo, colgando de sus pies por el borde. Supuso que si cualquiera de sus padres regresaba a lacasa y miraba hacia arriba, se daría cuenta de él y conseguiría un grito, pero dudaba que Maryse o Robert volvieran pronto. Habían sido llamados a la oficina del Cónsul después de la reunión y estaban probablemente todavía allí. El nuevo tratado con el Pueblo de las Hadas se elaboraría durante la próxima semana, en la que se quedarían en Idris, mientras el resto de los Lightwood regresaban a Nueva York y celebraban el Año Nuevo sin ellos. Alec estaría, técnicamente, llevando el funcionamiento del Instituto durante esa semana. Se sorprendió al descubrir que era algo que estaba esperando.
La responsabilidad era una buena manera de dejar de pensar en otras cosas. Cosas como la manera en que Jocelyn se había mirado, cuando su hijo había muerto, o la forma en que Clary había ahogado sus sollozos en silencio contra el suelo cuando se dio cuenta de que habían de regresar de Edom, pero sin Simon. La forma en que Mangus se veía, triste por la desesperación, cuando había dicho el nombre de su padre.
La pérdida era parte de ser un Cazador de Sombras, tenías que esperararla, pero eso no ayudó a la manera en que Alec se había sentido cuando había visto la expresión de Helen en el Salón del Concejo, mientras ella era exiliada a la Isla Wrangel.
—No podrías haber hecho nada. No te castigues a ti mismo. —La voz detrás de él era familiar, Alec cerró los ojos, tratando de calmar su respiración antes de responder.
—¿Cómo llegaste hasta aquí ? —preguntó. Hubo un susurro de tela cuando Magnus se dejó caer junto a Alec en el borde de la azotea. Alec se arriesgó a mirarle de reojo.
Había visto a Magnus sólo dos veces, brevemente, desde que habían regresado de Edom, una vez cuando los Hermanos Silenciosos los habían liberado de la cuarentena, y una vez más hoy en el Salón del Concejo. En ningún momento habían sido capaces de hablar. Alec lo miró con un anhelo que sospechaba estaba mal disimulado. Magnus había recuperado su color, tras
el drenado que había sufrido en Edom, sus heridas se curaron en gran medida, y sus ojos eran brillantes de nuevo, brillando bajo el cielo oscurecido.
Alec recordó haber lanzado sus brazos alrededor de Magnus en el reino de los demonios, cuando lo había encontrado encadenado, y se preguntó por qué ese tipo de cosas siempre eran mucho más fácil de hacer cuando pensabas que estabas a punto de morir.
—Debería haber dicho algo —dijo Alec—. Yo voté en contra de expulsarla.
—Lo sé —dijo Magnus—. Tú y otras diez personas. Fue abrumante estar a favor. —Negó con la cabeza—. La gente se asusta, y echan a cualquiera creen que es diferente. Es el mismo ciclo que he visto una y mil veces.
—Me hace sentir tan inútil.
—Tú eres cualquier cosa menos inútil. —Magnus echó la cabeza hacia atrás, sus ojos buscando el cielo cuando las estrellas comenzaron a hacer sus apariciones, una por una—. Me salvaste la vida.
—¿En Edom? —dijo Alec—. Ayudé, pero en realidad, te salvaste tú mismo.
—No sólo en Edom —dijo Magnus—. Yo tengo… tengo casi cuatrocientos años, Alexander. Los brujos, a medida que crecen, comienzan a calcificarse. Dejan de ser capaces de sentir cosas. De preocuparse, de estar emocionados o sorprendidos. Siempre me dije que nunca me pasaría a mí. Que iba a tratar de ser como Peter Pan, nunca crecer, siempre manteniendo un sentido de la maravilla de las cosas.
<< Siempre enamorarme, sorprenderme, dejar la puerta abierta a ser lastimado, al igual que estaba abierto a ser feliz. Pero en los últimos veinte años o así no me he sentido cercano a nadie. No ha habido nadie antes que tú en mucho tiempo. Nadie me enamoró. Nadie me sorprendió o me dejó sin aliento. Hasta que entraste en mi fiesta, estaba empezando a pensar que nunca sentiría algo tan fuerte de nuevo. >>
Alec se quedó sin aliento y se miró las manos.
—¿Qué estás diciendo? —Su voz era desigual—. ¿Que quieres que volvamos a estar juntos?
—Si quieres —dijo Magnus, de hecho parecía incierto, lo suficiente para que Alec lo mirara con sorpresa. Magnus parecía muy joven, los ojos muy abiertos y de color el oro-verdoso, su pelo rojo con mechones de negro—. Si…
Alec se sentó, congelado. Durante semanas se había sentado y soñaba con Magnus diciendo estas palabras exactas, pero ahora que Magnus lo estaba diciendo, no se sentía como había pensado. No había fuegos artificiales en el pecho; se sentía vacío y frío.
—No lo sé —comentó.
La luz desapareció de los ojos de Magnus. Él dijo:
—Bueno, puedo entender que… No he sido muy amable contigo.
—No —dijo Alec sin rodeos—. No lo has sido, pero supongo que es difícil romper con alguien amablemente. La cosa es, lamento lo que hice. Estaba equivocado. Increíblemente equivocado. Pero la razón por la que lo hice, eso no va a cambiar. No puedo pasar por mi vida sintiendo que no te conozco del todo. Continúas diciendo que el pasado es el pasado, pero el pasado te hizo quien eres. Quiero saber sobre tu vida. Y si no estás dispuesto a hablarme de ella, entonces no debería estar contigo. Porque me conozco y sé que nunca estaré bien con eso. Así que no debería hacernos pasar a los dos por eso otra vez.
Magnus tiró de sus rodillas hacia su pecho. En el crepúsculo parecía desgarbado contra las sombras, las piernas y los brazos largos y delgados dedos brillando con anillos.
—Te quiero —dijo en voz baja.
—No… —intervino Alec—. No lo hagas. No es justo. Además… —Miró hacia otro lado—. Estoy dudoso. Soy el primero que te rompió el corazón.
—Mi corazón ha sido roto más veces de las que la ley de la Clave sobre Cazadores de Sombras no pudiendo tener romances con los Subterráneos —dijo Magnus, pero su voz sonaba frágil—. Alec… tienes razón.
Alec miró al lado. No creía que nunca hubiera visto al brujo parecer tan vulnerable.
—No es justo para ti —dijo Magnus—. Siempre me dije que iba a estar abierto a nuevas experiencias, y así cuando empecé a endurecerme me sorprendió. Pensé que había hecho todo bien, no cerrando mi corazón. Y luego pensé en lo que dijiste, y me di cuenta de por qué me estaba empezando a morir por dentro. Si nunca le dices a nadie la verdad acerca de ti mismo, al final empiezas a olvidar. El amor, el desamor, la alegría, la desesperación, las cosas que hice que eran buenas, las cosas que hice que eran una vergüenza, si las guardaba dentro de mí, mis recuerdos de ellos comenzarían a desaparecer. Y luego me gustaría desaparecer.
—Yo… —Alec no estaba seguro de qué decir.
—Tuve un montón de tiempo para pensar, después de que nos separamos —dijo Magnus—. Y escribí esto. —Sacó una libreta del bolsillo interior de su chaqueta: sólo un cuaderno de espira normal, pero cuando el viento lo abrió, Alec pudo ver que las páginas estaban cubiertas de fina letra. La letra de Magnus—. Escribí mi vida
Los ojos de Alec se abrieron.
—¿Toda tu vida?
—No toda —dijo Magnus con cuidado—. Pero algunos de los incidentes que me han dado forma. Cómo conocí por primera vez a Raphael, cuando era muy joven —continuó y sonaba triste—. Cómo me enamoré de Camille. La historia del hotel Dumort, aunque Catarina tuvo que ayudarme con eso. Algunos de mis primeros amores, y algunos de mis posteriores. Nombres que posiblemente conozcas, Herondale.
—Will Herondale —dijo Alec—. Camille lo mencionó. —Tomó el cuaderno; las finas páginas se sentían duras, como si Magnus hubiera presionado el lápiz muy duro en el papel mientras escribía—. ¿Estuviste… con él?
Magnus se rió y negó con la cabeza.
—No… sin embargo, hay una gran cantidad de Herondales en las páginas. El hijo de Will, James Herondale, fue extraordinario, y también lo era la hermana de James, Lucie, pero tengo que decir que Stephen me sacó de la familia hasta que Jace llegó. Ese tipo era una lata. —Se dio cuenta de Alec mirándolo fijamente, y se apresuró a añadir—: No Herondales. No hay Cazadores de Sombras en absoluto, de hecho.
—¿No hay Cazadores de Sombras?
—Nadie en mi corazón como tú lo estás —dijo Magnus. Cogió el cuaderno.
—Considera esto una primera entrega de todo lo que quiero decirte. No estaba seguro, pero si quieres estar conmigo, como yo quiero estar contigo, puedes tomar esto como una prueba. Una prueba de que estoy dispuesto a darte algo que nunca he dado a nadie: mi pasado, la verdad de mí mismo. Quiero compartir mi vida contigo, y eso significa mi presente, mi futuro y todo mi pasado, si lo quieres. Si me quieres.
Alec abrió el bloc de notas. Había algo escrito en la primera página, una inscripción garabateada: Querido Alec…
Él podía ver el camino delante de él con toda claridad: Podía devolver el libro, alejarse de Magnus, encontrar a alguien más, algún Cazador de Sombras al que amar, compartir los días y las noches, la poesía de una vida ordinaria, predecible.
O podría dar el paso hacia la nada y elegir a Magnus, la poesía extraña de él, su brillantez y la ira, su malhumor y alegrías, las extraordinarias
capacidades de su magia y la no menos impresionante magia de la forma
extraordinaria con la que amaba.
No era una opción en absoluto. Alec respiró hondo, y saltó.
—Está bien, —dijo.
Magnus se acercó a él en la oscuridad, con toda su energía. Ahora, los
pómulos y brillantes ojos.
—¿En serio?
—En serio, —dijo Alec. Extendió una mano y entrelazado los dedos con
los de Magnus. Hubo un resplandor que despertó en el pecho de Alec, donde
todo había sido oscuro. Magnus ahuecó sus largos dedos por debajo de su
mandíbula y lo besó, su toque ligero contra la piel de Alec: un beso lento y
suave, un beso que prometía más, más tarde, cuando no estuvieran en un techo
y pudieran ser visto por cualquiera que pasata por allí.
—Así que yo soy tu primer Cazador de Sombras, ¿eh? —dijo Alec
cuando se separaron por fin.
—Tú eres mi primero en muchas cosas, Alec Lightwood —dijo Magnus.
***
El sol se estaba poniendo cuando Jace dejó a Clary en casa de Amatis, la
besó, se dirigido de nuevo por el canal hacia el Inquisidor. Clary lo vio alejarse
antes de volverse a la casa con un suspiro; se alegró de que se fueran al día
siguiente.
Había cosas que amaba de Idris. Alicante seguía siendo la ciudad más
hermosa que ella hubiera visito: Sobre las casas, ahora, podía ver la
impresionante puesta de sol descendiendo sobre las torres de los demonios. Las
hileras de casas a lo largo del canal se quedaron en la sombra, como siluetas de
terciopelo. Pero era de corazón, dolorosamente triste estar en la casa de Amatis,
sabiendo ahora, con certeza, de que nunca iba a volver a ella.
En el interior, la casa era cálida y con poca luz. Luke estaba sentado en el sofá, leyendo un libro. Jocelyn estaba dormida a su lado, acurrucada con una manta sobre ella. Le sonrió mientras Clary entraba, y señaló hacia la cocina, haciendo un gesto extraño que se tradujo como una indicación de que había comida allí si quería. Ella asintió y salió de puntillas por las escaleras, con cuidado de no despertar a su madre. Entró en su habitación ya quitándose el abrigo; tardó un momento en darse cuenta de que había alguien más allí.
La habitación estaba fría, el aire frío que entraba por la ventana entreabierta. En el alféizar estaba sentada Isabelle. Llevaba botas altas con cremallera y unos vaqueros; Llevaba el pelo suelto, moviéndose ligeramente por la brisa. Miró a Clary cuando entró en la habitación, y sonrió con dificultad.
Clary se acercó a la ventana y se sentó junto a Izzy. Había suficiente espacio para las dos, pero apenas; los dedos del pie de sus zapatos se rozaban con la pierna de Izzy. Ella cruzó las manos sobre las rodillas y esperó.
—Lo siento —dijo Isabelle, por fin—. Probablemente debería haber entrado por la puerta delantera, pero no quería hacer frente a tus padres.
—¿Fue todo bien en la reunión del Concejo? —preguntó Clary—. Ocurrió algo que…
Isabelle lanzó una breve carcajada.
—Las Hadas acordaron los términos de la Clave.
—Bueno, eso es bueno, ¿verdad?
—Quizás. Magnus no parecía pensar así —exhaló Isabelle—. Sólo hubo pedacitos de enfado en algunas partes. Eso no parecía una victoria. Y enviaron a Helen Blackthorn a la Isla Wrangel a “estudiar las guardas.” Eso es todo. Quieren alejarla porque tiene sangre de Hadas.
—¡Eso es horrible! ¿Qué pasa con Aline?
—Aline va con ella. Ella se lo dijo a Alec —dijo Isabelle—. Hay un tío que irá a cuidar a los niños Blackthorn yla chica que os gusta a ti y a Jace.
—Su nombre es Emma —dijo Clary, dando un golpecito a la pierna de Isabelle con la punta del pie—. Podrías tratar de recordarlo. Nos ayudó.
—Sí, es un poco difícil para mí estar agradecida en estos momentos. —Isabelle pasó las manos por sus piernas con vaqueros y respiró hondo—. Sé que no había otra manera de que hubiera terminado. Sigo tratando de imaginar una, pero no puedo pensar en nada. Tuvimos que ir detrás de Sebastian, y tuvimos que salir de Edom o todos habríamos muerto de todos modos, pero sólo echo de menos a Simon. Lo echo de menos todo el tiempo, y yo vine aquí porque tú eres la única que le echa de menos tanto como yo lo hago.
Clary se quedó inmóvil. Isabelle estaba jugando con la piedra roja en su cuello, mirando por la ventana con el tipo de mirada fija que Clary estaba familiarizada. Era la clase de mirada que decía, estoy tratando de no llorar.
—Lo sé —dijo Clary—. Lo echo de menos todo el tiempo también, sólo que de una manera diferente. Se siente como despertar sin un brazo o una pierna, como si hubiera algo que siempre ha estado ahí y ahora ya no.
Isabelle seguía mirando por la ventana.
—Háblame de la llamada telefónica —dijo.
—No lo sé. —Vaciló Clary—. Fue malo, Iz. No creo que realmente quieras…
—Dimelo —dijo Isabelle a través de sus dientes, Clary suspiró y asintió.
No era como si no lo recordara; cada segundo de lo que había sucedido fue grabado en su cerebro.
Habían pasado tres días desde que habían regresado, tres días durante los cuales todos habían sido puestos en cuarentena. Ningún Cazador de Sombras había sobrevivido a un viaje a una dimensión demoníaca antes, y los
Hermanos Silenciosos habían querido estar absolutamente seguros de que no tenían ninguna magia oscura con ellos. Habían pasado tres días para Clary gritando a los Hermanos Silenciosos que ella quería su estela, que quería el Portal, que quería ver a Simon, que quería a alguien que viera cómo estaba y asegurarse de que estaba bien. No había visto a Isabelle o a cualquiera de los demás durante esos días, ni siquiera a su madre o Luke, pero debían haber tenido su propia cuota de gritos, porque en el momento que todo había sido aprobado por los Hermanos, un guardia había aparecido y guiado a Clary a la oficina del Cónsul.
Dentro de la oficina del Cónsul, en la cima de la Colina del Gard, estaba el único teléfono que funcionaba en Alicante.
Había sido encantado, para que funcionara alrededor de la mitad del siglo pasado por el brujo Ragnor Fell, un poco antes del desarrollo de los mensajes de fuego. Había sobrevivido a varios intentos de eliminación debido a la teoría de que esto podría quebrar las guardas, algo que no se había demostrado.
La única otra persona en la habitación era Jia Penhallow, y ella hizo un gesto a Clary para que se sentara.
—Magnus Bane me ha informado sobre lo que pasó con tu amigo Simon Lewis en los reinos demoníacos —dijo—. Yo quería decirte que siento mucho tu pérdida.
—Él no está muerto —dijo Clary a través de sus dientes—. Por lo menos no se supone que deba estarlo. ¿Ha ido alguien a comprobar? ¿Alguien ha mirado para ver si él está bien?
—Sí —dijo Jia, de forma inesperada—. Él está muy bien, vive en su casa con su madre y su hermana. Parece del todo bien: ya no es un vampiro, por supuesto, sino simplemente un mundano, lleva una vida muy normal. Parece que no tiene ningún recuerdo del Mundo de las Sombras.
Clary se estremeció, luego se enderezó.
—Quiero hablar con él.
Jia apretó los labios.
—Conoces la Ley. No puedes decirle a un mundano sobre el Mundo de las Sombras a menos que esté en peligro. No puedes revelarle la verdad, Clary. Magnus dijo que el demonio que te liberó te dijo mucho.
El demonio que te libero. Así que Magnus no había mencionado que era su padre, no es que Clary lo culpara. Ella no quiso revelar su secreto tampoco.
—No voy a decirle a Simon nada, ¿vale? Sólo quiero oír su voz. Necesito saber que está bien.
Jia suspiró y apartó el teléfono hacia ella. Clary lo agarró, preguntándose cómo marcar fuera de Idris ¿cómo se pagan sus facturas de teléfono? Entonces decidió fingir, marcaría como si estuviera en Brooklyn y ya. Si eso no funcionaba, podría pedir ayuda.
Para su sorpresa, el teléfono sonó, y lo cogió casi de inmediato, la familiar voz de la madre de Simon hizo eco en la línea.
—¿Hola?
—Hola. —El teléfono casi se cayó de la mano de Clary; la palma de su mano estaba húmeda de tanto sudar—. ¿Está Simon?
—¿Qué? Oh, sí, él está en su habitación —dijo Elaine—. ¿Puedo decirle quién está llamando?
Clary cerró los ojos.
—Es Clary.
Se produjo un breve silencio y luego Elaine dijo:
—Lo siento, ¿quién?
—Clary Fray. —Probó metálico amargo en la parte posterior de su garganta—. Yo… yo voy a Sanint Xavier. Se trata de nuestros deberes de inglés.
—¡Oh! Bueno, está bien, entonces —dijo Elaine—. Voy a ir a buscarlo. —Colgó el teléfono, Clary esperó, esperó a la mujer que había arrojado a Simon fuera de su casa y le llamó monstruo, lo había dejado vomitar sangre en sus rodillas en la cuneta, para ir a ver si cogería una llamada telefónica como un adolescente normal.
No fue su culpa. Era la marca de Caín, que actaba sobre ella sin su conocimiento, convirtiendo a Simon en un vagabundo, cortándolo lejos de su familia, Clary se dijo a sí misma, pero no impidió que la quemadura de la ira y la ansiedad inundaran sus venas. Oyó los pasos de Elaine desaparecer, el murmullo de voces, más pasos…
—¿Hola? —La voz de Simon, a Clary casi se le cayó el teléfono. Su corazón estaba golpeando contra su pecho. Ella lo imaginó tan claramente, delgado y de pelo castaño, apoyándose en la mesa en el pasillo estrecho un poco más allá de la puerta frontal de los Lewis.
—Simon —dijo—. Simon, soy yo. Soy Clary.
Se produjo una pausa. Cuando volvió a hablar, su voz sonaba perpleja.
—Yo… ¿Nos conocemos?
Cada palabra se sentía como un clavo siendo golpeado en su piel.
—Tenemos la clase de inglés juntos —dijo ella, lo cual era bastante cierto ya que habían tenido la mayor parte de sus clases juntos cuando Clary todavía había ido a la escuela secundaria mundana—. El Señor Price.
—Oh, cierto —No sonaba hostil; bastante alegre, pero desconcertado—. Estoy muy… Lo siento. Tengo un bloqueo mental total de caras y nombres. ¿Qué pasa? Mamá dijo que era algo acerca de la tarea, pero no creo que tengamos ninguna tarea esta noche.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo Clary.
—¿Sobre Historia de dos ciudades? —Sonaba divertido—. Mira, yo no lo he leído todavía. Prefiero las cosas más modernas, como la trampa 22 o el Cazador Oculto. Cualquier cosa que contenga "captura"29 en el título, supongo. —Estaba coqueteando un poco, pensó Clary. Debió de pensar que lo había llamado porque creía que era guapo. Una chica al azar de la escuela cuyo nombre que ni siquiera conocía.
—¿Quién es tu mejor amigo? —preguntó—. ¿Tu mejor amigo en todo el mundo?
Se quedó en silencio por un momento, y luego se echó a reír.
—Debí haber adivinado que esto iba para Eric —dijo—. Ya sabes, si querías su número de teléfono, podrías habérmelo pedido…
Clary colgó el teléfono y se quedó mirandolo como si fuera una serpiente venenosa. Estaba al tanto de la voz de Jia, preguntandole si se encontraba bien, preguntando qué había pasado, pero no contestó, simplemente apretó la mandíbula, absolutamente decidida a no llorar delante del Cónsul.
—¿No crees que tal vez sólo estaba fingiendo? —dijo ahora Isabelle.
—¿Fingir que no sabías quién eras, ya sabes, porque sería peligroso? —Clary vaciló. La voz de Simon había sido tan alegre, tan banal, tan completamente normal.
Nadie podría fingir eso.
—Estoy totalmente segura —dijo—. No nos recuerda. No puede.
Izzy apartó la vista de la ventana, y Clary pudo ver claramente las lágrimas en sus ojos.—Quiero decirte algo —dijo Isabelle—. Y no quiero que me odies.
—No podría odiarte —dijo Clary—. No es posible.
—Es casi peor —espetó Isabelle—. Que si estuviera muerto. Si estuviera muerto, podría lamentarlo, pero no sé qué pensar, que está a salvo, está vivo, debería estar agradecida. Ya no es un vampiro, y él odiaba ser un vampiro. Debería estar feliz. Pero no estoy feliz. Me dijo que me amaba. Me dijo que me amaba, Clary, y ahora no sabe ni quién soy. Si estuviera de pie delante de él, no reconocería mi cara. Se siente como que nunca le he importado. Pero nada de eso importaba ni nunca sucedió. Él nunca me quiso en absoluto. —Golpeó con enojo a su cara—. ¡Lo odio! —estalló repentinamente—. No me gusta este sentimiento, como si hubiera algo asentado en mi pecho.
—¿Falta alguien?
—Sí —dijo Isabelle—. Nunca pensé que me sentiría así por un chico.
—No es un chico —dijo Clary—. Es Simon. Y él te quería. Y si importa. Tal vez él no lo recuerda, pero tú sí. Yo también. El Simon que está viviendo en Brooklyn ahora, es como solía ser hace seis meses. Y eso no es una cosa terrible. Él era maravilloso. Pero cambió cuando lo conociste: Él se hizo más fuerte, y se hirió, y era diferente. Y ese Simon es del que te enamoraste y el que se enamoró de ti, pero lo lamentas porque se ha ido. Pero puedes mantenerlo con vida, recordándolo. Ambas podemos.
Isabelle hizo un sonido ahogado.
—Odio perder gente —dijo, y había una borde salvaje en su voz, la desesperación de alguien que había perdido demasiado, demasiado joven—. Lo odio.
Clary extendió la mano y tomó la de Izzy, la pequeña mano derecha, la que tiene la runa de la Visión a través de sus nudillos.
—Lo sé —dijo Clary—. Pero acuérdate de la gente que también has ganado. Yo te he ganado. Estoy muy agradecida por eso. —Apretó la mano de
Izzy, duro, y por un momento no hubo respuesta. Entonces los dedos de
Isabelle apretaron los de ella.
Se sentaron en silencio en el alféizar de la ventana, con las manos
cerradas a través de la distancia entre ellas.
***
Maia se sentó en el sofá en el apartamento, suyo ahora. Ser líder de la
manada daba un pequeño salario, y ella había decidido utilizarlo en alquiler,
para mantener lo que había sido la casa de Jordan y Simon, para evitar que sus
cosas fueran arrojadas a la calle por un enfadado arrendador. Al final, ella iría a
través de sus pertenencias, empacaría todo lo que pudiera, iría a través de los
recuerdos. Expulsaría a los fantasmas.
Pero hoy, sin embargo, se contentó con sentarse y mirar lo que había
llegado para ella de Idris en un pequeño paquete de Jia Penhallow. El Cónsul
no le había dado las gracias por el aviso que le habían dado, a pesar de que le
había dado la bienvenida como nuevo y permanente líder de la manada de
Nueva York. Su tono había sido frío y distante. Pero envuelta en la carta había
un sello de bronce, el sello de la cabeza del Praetor Lupus, el sello con el que la
familia Scott siempre firmaba sus cartas. Se había recuperado de las ruinas en la
Long Island. Había una pequeña nota adjunta, con dos palabras escritas en una
cuidadosa mano de Jia.
Comenzando de nuevo.
***
—Vais a estar bien. Lo prometo.
Probablemente fue la sexcentésima vez que Helen había dicho lo mismo,
pensó Emma. Seguramente hubiera ayudado más si ella no hubiera sonado
como tratando de convencerse a sí misma.
Helen casi había terminado de empacar las pertenencias que había traído
con ella a Idris. Tío Arthur (le había dicho a Emma que lo llamara así también)
le había prometido que le enviaría lo demás. Él estaba esperando abajo con
Aline para escoltar a Helen al Gard, donde tomaría el Portal a la Isla Wrangel; la seguiría la próxima semana, después de los últimos tratados y los votos en Alicante.
Todo sonaba aburrido y complicado y horrible para Emma. Lo único que sabía era que sentía pena porque Helen y Aline eran unas sensibleras. Helen no le parecía sensible ahora, sólo triste, con los ojos enrojecidas y sus manos temblando, mientras subía las cremallera de su bolso y se dirigía a la cama.
Era una cama enorme, lo suficientemente grande para seis personas. Julian estaba sentado contra el cabecero en un lado, y Emma estaba en el otro. Podría haber puesto al resto de la familia entre medias, pensó Emma, pero Dru, los gemelos y Tavvy estaban dormidos en sus habitaciones. Dru y Livvy se pusieron a llorar, Tiberius había aceptado la noticia de la partida de Helen con confusión con los ojos abiertos, como si no supiera lo que estaba pasando o cómo se esperaba que reaccionara. Al final solo había sacudido la mano y le deseó buena suerte, como si fuera un colega que saliera en un viaje de negocios. Ellá había roto a llorar.
—Oh, Ty. —Había dicho, y él se escabulló, pareciendo horrorizado.
Helen se arrodilló, con lo que estaba casi el nivel de los ojos de Jules, donde se sentó en la cama.
—Recuerda lo que te dije, ¿de acuerdo?
—Vamos a estar bien —repitió Julian.
Helen apretó la mano.
—No me gusta dejarte —dijo ella—. Me ocuparía de ti si pudiera. Ya lo sabes, ¿verdad? Me gustaría tener el Instituto. Os quiero mucho a todos.
Julian se retorció en la forma que sólo un niño de doce años de edad podría retorcerse sobre la palabra "querer."
—Lo sé. —Se las arregló.
La única razón por la que puedo dejar todo esto, es porque sé que estaréis en buenas manos —dijo, con los ojos clavados en los suyos.
—Tío Arthur, ¿quieres decir?
—Me refiero a ti —dijo ella, y los ojos de Jules se ensancharon—. Sé que es mucho pedir —añadió—. Pero también sé que puedo confiar en ti. Sé que tú puedes ayudar a Dru con sus pesadillas, y cuidar de Livia y Tavvy, y tal vez incluso el tío Arthur pueda hacer eso, también. Es un hombre bastante agradable. Sabio, pero parece que quiere probar… —Su voz se apagó—. Pero Ty es… —Suspiró—. Ty es especial. Él… ve el mundo de manera diferente al resto de nosotros. No todo el mundo puede hablar su idioma, pero tú puedes. Ocúpate de él por mí, ¿de acuerdo? Él va a ser algo increíble. Sólo tenemos que mantener a la Clave ajena de lo especial que es. No les gusta la gente que es diferente —terminó, y no había amargura en su tono.
Julian estaba sentado con la espalda recta ahora, con cara de preocupación.
—Ty me odia —dijo—. Pelea conmigo todo el tiempo.
—Ty te quiere —dijo Helen—. Duerme con esa abeja que le diste. Te mira todo el tiempo. Quiere ser como tú. El solo… es difícil —terminó, sin saber cómo decir lo que quería: que Ty estaba celoso de la forma en que Julian andaba tan fácilmente por el mundo, la facilidad con la que hace que la gente le quiera, eso es lo que Julian hace todos los días sin pensar y para Ty parecía un truco de magia—. A veces es difícil cuando quieres ser como alguien pero no sabes cómo hacerlo.
Una profunda arruga de confusión apareció entre las cejas de Julian, pero él levantó la mirada hacia Helen y asintió.
—Yo me encargo de Ty —dijo—. Lo prometo.
—Bien. —Helen se levantó y besó a Julian rápidamente en la parte superior de la cabeza—. Ya que él es increíble y especial. Todos vosotros lo sois.
—Sonrió por encima de su cabeza a Emma—. Tú también, Emma —dijo, y su voz se tensó sobre el nombre de Emma, como si estuviera a punto de llorar.
Cerró los ojos, abrazó a Julian una vez más, y huyó de la habitación, agarrando la maleta y el abrigo mientras se iba. Emma podía oírla correr escaleras abajo, y luego la parte delantera se cerró en medio de un murmullo de voces.
Emma miró a Julian. Estaba sentado rígidamente en posición vertical, su pecho subiendo y bajando como si hubiera estado corriendo. Ella se acercó rápidamente y le cogió la mano, trazando dentro de su palma: ¿QUÉ ESTÁ MAL?
—Ya has oído a Helen —dijo en voz baja—. Ella confía en mí para cuidar de ellos. Dru, Tavvy, Livvy, Ty. Toda mi familia, básicamente. Tendré… Sólo tengo doce años, Emma, y ¡voy a tener cuatro hijos!
Ansiosamente comenzó a escribir: NO TÚ NO…
—No tienes que hacer eso —interrumpió—. No es como si hubiera algún padre que pudiera oírnos. —Fue algo inusualmente amargo lo que Jules dijo, y Emma tragó con fuerza.
—Lo sé —dijo finalmente—. Pero me gusta tener un lenguaje secreto contigo. Es decir, ¿con quién más podemos hablar de estas cosas, si no hablamos el uno al otro?
Él se dejó caer contra el respaldo, volviéndose hacia ella.
La verdad es que no conozco a Tío Arthur en absoluto. Sólo lo he visto en los días festivos. Sé que Helen dice que ella sí, y que él es genial y bueno y todo, pero son mis hermanos y hermanas. Yo los conozco. Él no lo hace. —Curvó sus manos en puños—. Yo los cuidaré. Voy a asegurarme de que tienen todo lo que quieren y nunca volverán a perder nada.
Emma tomó su brazo, y esta vez se lo dio, dejando que sus ojos estuvieran medio cerrados mientras escribía en la parte interior de su muñeca con el dedo índice.
TE AYUDARÉ.
Él le sonrió, pero ella podía ver la tensión detrás de sus ojos.
—Sé que lo harás —dijo. Él extendió la mano y estrechó la de ella alrededor—. ¿Sabes lo último que Mark me dijo antes de que lo llevaran? —preguntó, apoyado contra la cabecera. Se veía absolutamente agotado—. Me dijo: “Quédate con Emma”. Así que nos quedaremos juntos. Porque eso es lo que hacen los parabatai.
Emma sintió como si el aliento se le hubiera salido de los pulmones. Parabatai. Era una gran palabra para los Cazadores de Sombras, una de las más grandes, el compromiso más importante que podrías hacer a otra persona que no fuera sobre el amor romántico o el matrimonio.
Ella había querido decirle a Jules cuando regresaron a casa, que cuando habían oído en la oficina del Cónsul que serían parabatai había esperado ser más que su parabatai.
Díselo, dijo una pequeña voz en su cabeza. Dile que lo hiciste porque necesitabas quedarte en Los Ángeles; dile que lo hiciste porque tienes que estar allí para saber lo que le pasó a tus padres. Para vengarte.
—Julian —dijo en voz baja, pero él no se movió. Sus ojos estaban cerrados, sus pestañas oscuras tocaban sus mejillas. La luz de la luna que entraba por la ventana le mostró en blanco y plata. Los huesos de su rostro ya empezaban a afinarse, a perder la suavidad de la infancia. De repente se podía imaginar cómo sería cuando fuera mayor, más ampliom, alto y delgado, un Julian adulto. Iba a ser muy guapo, pensó; las chicas estarían sobre él, y una de ellas lo llevaría lejos de ella para siempre, porque Emma era su parabatai, y eso significaba que nunca podría ser una de esas chicas. Nunca podría amarle de esa manera.
Jules murmuró y se movió en su sueño inquieto. Su brazo se estiró hacia ella, sus dedos no llegaron a tocar su hombro. Su manga se arrugó hasta el codo. Ella alargó la mano y cuidadosamente garabateó en la piel desnuda de su antebrazo, donde la piel estaba pálida y tierna, sin marcar aún, sin cicatrices.
LO SIENTO JULES, escribió, y luego se echó hacia atrás, conteniendo la respiración, pero él no lo sintió, y no se despertó.
StephRG14
StephRG14


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Mensaje por StephRG14 Mar 19 Mayo 2015, 7:24 pm

Epilogo
La belleza de miles de estrellas
Parte 1


Mayo de 2008.
El aire estaba empezando a mostrar la primera promesa cálida de verano: El sol brillaba, caliente y radiante, bajo la esquina de la Calle Carroll y la Sexta Avenida, y los árboles que bordeaban el bloque de arenisca estaban con abundantes hojas verdes.
Clary se había quitado su ligero abrigo en la salida del metro y se quedó en vaqueros y camisa sin mangas en frente de la entrada a St. Xavier, mirando como las puertas se abrían y los estudiantes salían al pavimento.
Isabelle y Magnus estaban recostados contra el árbol opuesto a ella, Magnus en una chaqueta de terciopelo y vaqueros e Isabelle en un corto vestido de fiesta plateado que mostraba sus Marcas. Clary suponía que sus propias Marcas también eran bastante visibles: a lo largo de sus brazos, en su vientre donde la camiseta sin mangas se subía, en la parte trasera de su cuello. Algunas permanentes, algunas temporales. Todas ellas marcándola como diferente, no solo distinta a los estudiantes que deambulaban alrededor de la entrada de la escuela, intercambiando despedidas por el día, haciendo planes para caminar al parque o para encontrarse más tarde en Java Jones, sin embargo distintos a lo que ella había sido una vez. El ella que había sido uno de ellos.
Una anciana con un poodle y un sombrero sin alas estaba silbando camino abajo en el sol. El poodle caminó por el árbol donde Isabelle y Magnus estaban reclinados; la anciana se detuvo, silbando. Isabelle, Clary y Magnus eran completamente invisibles para ella.
Magnus le dio al poodle una mirada feroz y éste retrocedió con un gimoteo, medio arrastrando a su dueña calle abajo. Magnus miró detrás de ellos.
El glamour de invisibilidad tiene sus desventajas —comentó.
Isabelle arqueó una sonrisa, la cual casi desapareció inmediatamente. Su voz cuando habló era tensa con un sentimiento reprimido.
—Ahí esta él.
La cabeza de Clary se precipitó hacia arriba. Las puertas de la escuela se habían abierto de nuevo y tres chicos habían salido a las escaleras del frente. Ella los reconoció incluso desde el otro lado de la calle. Kirk, Eric y Simon. Nada había cambiado sobre Eric o Kirk; sentía la runa de Visión Lejana chispear en su brazo mientras sus ojos saltaban sobre ellos. Miró fijamente a Simon, tomando cada detalle.
Había sido Diciembre cuando lo vio por última vez, pálido, sucio y ensangrentado en el reino de los demonios. Ahora estaba envejeciendo, volviéndose viejo, no más congelado en el tiempo. Su cabello se había alargado. Éste le caía sobre la frente, bajo la parte de atrás de su cuello. Tenía color en sus mejillas. Él se quedó con un pie sobre el último peldaño de las escaleras, su cuerpo delgado y anguloso como siempre, tal vez un poco más gordo de lo que ella recordaba. Vestía una camiseta azul desteñida que había tenido durante años. Se subió el marco de las gafas cuadradas con borde mientras hacía gestos animadamente con la otra mano, en la cual sostenía un montón de papeles enrollados.
Sin quitar los ojos de él, Clary cogió la estela de su bolsillo y se dibujó en el brazo, anulando sus runas de glamour. Ella escuchó a Magnus murmurar
algo sobre ser más cuidadoso. Si alguien hubiese estado mirando, la habría visto aparecer repentinamente a la existencia entre los árboles. Nadie parecía estarlo, sin embargo Clary metió la estela de vuelta en su bolsillo. Su mano estaba temblando.
—Buena suerte —dijo Isabelle sin preguntarle qué era lo que estaba haciendo. Clary supuso que era obvio. Isabelle aún estaba apoyada contra el árbol; lucia demacrada y tensa, su espalda muy recta. Magnus estaba ocupado girando un anillo de topacio azul en su mano izquierda; solo le guiñó un ojo a Clary mientras ella bajaba el bordillo.
Isabelle nunca iría a hablar con Simon, pensó Clary, empezando a cruzar la calle. Nunca se arriesgaría a la mirada en blanco, la escasez de reconocimiento. Nunca resistirá la prueba que ella había olvidado. Clary se preguntó si no era alguna clase de masoquista, por arrojarse en el camino a sí misma.
Kirk se había alejado, pero Eric la vio antes de que Simon lo hiciera; ella se tensó por un momento, pero era claro que el recuerdo de ella también había sido eliminado. Le dio una confusa y apreciativa mirada, claramente preguntándose si ella estaba dirigiéndose hacia él. Ella sacudió su cabeza y apunto con su barbilla a Simon; Eric alzó una ceja y le dio a Simon una palmada en el hombro antes de largarse.
Simon se giró para mirar a Clary y ella lo sintió como un golpe en el estómago. Él estaba sonriendo, el cabello café volando a través de su cara. Uso su mano libre para echarlo hacia atrás.
—Hola —dijo, parando en frente de él—. Simon.
Sus ojos café oscuro se oscurecieron por la confusión.
—¿Te… nos conocemos?
Ella tragó el repentino sabor amargo en su boca
—Solíamos ser amigos —dijo y luego aclaró—. Fue hace mucho tiempo. En el jardín de infancia.
Simon alzó una ceja dudosa.
—Tuve que haber sido realmente encantador a los seis años, si aún me recuerdas.
—Te recuerdo —dijo—. Recuerdo a tu madre, Elaine, y a tu hermana, Rebecca también. Rebecca solía dejarnos jugar con ella a Hungry Hungry Hippos30, pero te comías todas las canicas.
Simon se había puesto un poco pálido tras su leve bronceado.
—¿Cómo…? Eso oscurrió, pero estaba solo —dijo, su tono de voz pasó de desconcierto a algo más.
—No lo estabas. —Ella busco sus ojos, dispuesta a hacerlo recordar, recordar algo—. Te lo estoy diciendo, éramos amigos.
—Solo… creo que no… lo recuerdo —dijo él lentamente, aunque había sombras, una oscuridad en sus ojos ya oscuros, lo que le hizo dudar.
—Mi madre se casará esta noche —dijo ella—. Esta noche. Estoy de camino allí, de hecho.
Él frotó su sien con su mano libre.
—¿Y necesitas una cita para la boda?
—No. Tengo una. —No podía decir si lucía decepcionado o mucho más confuso, como si la única lógica razón que él pudiese imaginar para que ella hablara con él hubiese desaparecido. Podía sentir sus mejillas ardiendo. De alguna manera humillarse a sí misma así, era más difícil que enfrentar una manada de demonios de Husa en Glick Park. (Debería saberlo; lo había hecho la noche anterior)—. Yo solo, mi madre y tú soliais ser cercanos. Pensé que debías saberlo. Es un día importante y si las cosas estuviesen bien, tú habrías estado allí.
—Yo… —Simon tragó—. ¿Lo siento?
—No es tu culpa —dijo ella—. Nunca fue tu culpa. No algo así. —Se apoyó en puntillas, la parte trasera de sus parpados ardiendo, y lo besó rápidamente en la mejilla—. Se feliz —dijo y se dio la vuelta. Ella podía ver las confusas figuras de Isabelle y Magnus, esperándola al otro lado de la calle.
—¡Espera!
Se giró. Simon se había apurado tras ella. Estaba tendiéndole algo. Un folleto que había tomado de la enrollada pila que estaba llevando.
—Mi banda… —dijo, medio arrepentido—. Deberías venir al espectáculo. Alguna vez.
Ella tomó el folleto con un silencioso asentimiento y corrió de vuelta a través de la calle. Podía sentirlo mirándola fijamente tras ella, pero no podía aguantar el girarse y ver la mirada en su cara: medio confuso, medio apenado.
Isabelle se desprendió del árbol mientras Clary se precipitaba hacia ellos. Clary desaceleró solo lo suficiente para recuperar su estela y cortó la runa de glamour de vuelta en su brazo; dolía, pero le dio la bienvenida al ardor.
—Estabas en lo correcto —le dijo a Magnus—. Fue inútil.
—No dije que fuese inútil —dijo él, extendiendo ampliamente sus manos—. Dije que no te recordaría. Que debías hacerlo solo si estabas bien con ello.
—Nunca estaré bien con ello —espetó Clary y luego tomó una dura y
profunda respiración—. Lo siento —dijo—. Lo siento. No es tu culpa, Magnus.
Y, Izzy, esto tampoco pudo haber sido gracioso para ti. Gracias por venir
conmigo.
Magnus se encogió de hombros.
—No necesitas disculparte, panecillo.
Los oscuros ojos de Isabelle escanearon a Clary rápidamente; ella estiró el
brazo.
—¿Qué es eso?
El folleto de una banda —dijo Clary y lo empujó hacia Isabelle. Izzy lo
tomó con una ceja arqueada—. No puedo mirarlo. Solía ayudarlo a
fotocopiarlos y a repartirlos. —Hizo un gesto de dolor—. No importa. Tal vez
estaré feliz de ir, después. —Le dio una sonrisa insegura, encogiéndose en su
chaqueta de nuevo—. Me marcho. Chicos, os veo en la granja.
***
Isabelle observó a Clary irse, una pequeña figura haciendo su camino
calle arriba, pasando inadvertida por los otros peatones. Luego miro hacia
abajo, al folleto en su mano.

SIMON LEWIS, ERIC HILLCHURCH, KIRK DUPLESSE Y MATT
CHARLTON.
“LOS INSTRUMENTOS MORTALES”
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La respiración de Isabelle se trabó en su garganta.
—Magnus.
Él, que también había estado mirando a Clary; ojeó por encima ahora y
su mirada cayó en el folleto. Los dos lo miraron fijamente.
Magnus silbó entre dientes.
—¿Los Instrumentos Mortales?
El nombre de su banda. —El papel se agitó en las manos de Isabelle—.
Ok, Magnus, tenemos que, tú dijiste que si recordaba algo.
Magnus miró tras Clary, pero se había ido lejos.
—Muy bien —dijo—. Pero si no funciona, si él no lo quiere, nunca se lo
diremos a ella.
Isabelle estaba arrugando el papel en su puño, ya buscando su estela con
la otra mano.
—Lo que digas. Pero por lo menos tenemos que intentarlo.
Magnus asintió, sombras persiguiendo sombras en sus ojos dorados
verdosos. Isabelle podía decir que estaba preocupado por ella, asustado de que
saliera herida, decepcionada y quisiera estar enofadada y agradecida con él a la
vez.
—Lo haremos.
***
Había sido otro día extraño, pensó Simon. Primero la dama tras el
mostrador en el Java Jones, quien le había preguntado donde estaba su amiga,
la chica bonita que siempre venía con él y siempre ordenaba café negro. Simon
la había mirado fijamente. Realmente no tenía ninguna amiga cercana,
ciertamente no una cuya preferencia de café que se suponía que tendría que
saber. Cuando le había dicho a la camarera que tenía que estar pensando en
alguien más, lo había mirado como si estuviese loco.
Y luego la chica pelirroja que se le había acercado en las escaleras de St. Xavier.
El frente de la escuela estaba desierto ahora. Se suponía que Eric lo llevaría a casa pero había desaparecido cuando la chica se le había y no había reaparecido. Fue bueno cuando Eric pensó que podía recoger chicas con descuidada facilidad, pensó Simon, pero era irritante cuando significaba que tendría que tomar el metro a casa.
Simon incluso no había pensado en tratar de ligar con ella, no realmente. Ella había lucido tan frágil, a pesar de los tatuajes bastante intensos que adornaban sus brazos y clavícula. Tal vez estaba loca, la evidencia apuntaba a eso, pero sus ojos verdes habían estado enormes y tristes cuando lo había mirado; le había hecho recordar la forma como se había mirado a sí mismo el día del funeral de su padre. Como algo que le había perforado justo a través de sus costillas y apretado su corazón. Una pérdida como esa, no, ella no había estado ligando con él. Ella realmente había creído que ellos habían significado algo importante para el otro, una vez.
Tal vez había conocido a esa chica, pensó. Tal vez fue algo que había olvidado. ¿Quién recordaba a los amigos que tenía en el jardín de infancia? Y ahora no podía quitarse la imagen de ella ya no luciendo triste, sino sonriendo sobre su hombro hacia él, algo en su mano, ¿un cuadro? Sacudió la cabeza en frustración. La imagen se había ido como un rápido pez plateado escabulléndose de una cuerda. Trató de recordar, desesperadamente trato de acordarse. Se encontró a si mismo haciéndolo demasiado últimamente. Pedazos de recuerdos venían a él, fragmentos de poesía que no sabía cómo había aprendido, oblicuos recuerdos de voces, sueños de los que se había despertado temblando y sudando, no siendo capaz de evocar lo que había pasado en ellos. Sueños de paisajes desérticos, de ecos, el sabor de la sangre, un arco y una flecha en sus manos. Había aprendido arquería en el campamento de verano, pero nunca le había importado mucho, entonces ¿por qué estaba soñando sobre eso? No siendo capaz de volver a dormir, la dolorosa sensación de que faltaba algo, no sabía que pero algo, como un peso en la mitad de su pecho. Había reprimido muchas campañas de D&D en la noche, estrés de último año y
preocupaciones sobre las universidades. Como su madre decía, una vez empiezas a preocuparte por el futuro, empiezas a obsesionarte sobre el pasado.
—¿Alguien está sentado aquí? —dijo una voz. Simon miró hacia arriba y vio a un hombre alto con un puntiagudo pelo negro vigilándolo. Vestía una chaqueta de terciopelo de escuela preparatoria con una cresta adornada en un reluciente hilo y por lo menos una docena de anillos. Había algo extraño con sus rasgos…
—¿Qué? Yo, uh. No —dijo Simon, preguntándose cuantos extraños lo iban a acosar hoy—. Puedes sentarte si quieres.
El hombre miró hacia abajo e hizo una mueca.
—Veo que muchas palomas han hecho popó sobre estas escaleras —comentó—. Permaneceré de pie, si eso no es muy irrespetuoso.
Simon sacudió la cabeza silenciosamente.
—Soy Magnus. —Sonrió, mostrando sus deslumbrantes dientes blancos—. Magnus Bane.
—¿Somos amigos lejanos perdidos, por casualidad? —dijo Simon—. Solo preguntando.
—No, nunca nos llevamos tan bien —dijo Magnus—. ¿Conocidos lejanos perdidos? ¿Compadres? Le gustabas a mi gato.
Simon restregó sus manos sobre su cara.
—Creo que me volveré loco —comentó, a nadie en particular.
—Bueno, entonces, deberías estar bien con lo que voy a contarte —Magnus giró un poco la cabeza hacia un lado—. ¿Isabelle?
De la nada, apareció una chica. Tal vez la chica más hermosa que alguna vez Simon había visto. Tenía el pelo negro y largo que caía sobre su vestido plateado y lo hacía querer escribir malas canciones sobre noches llenas de
estrellas. También tenía tatuajes: los mismos que la otra chica había llevado, negros y arremolinados, cubriendo sus brazos y sus piernas desnudas.
—Hola, Simon —dijo.
Simon solo se quedo mirando. Estaba completamente fuera del ámbito de cualquier cosa que alguna vez hubiese imaginado que una chica que lucia así alguna vez diría su nombre así. Como si fuese el único nombre que importara. Su cerebro escupió un alto como un coche viejo.
—¿Mgh? —dijo.
Magnus tendió una mano con largos dedos, y la chica colocó algo en ella. Un libro, cubierto en cuero con el título estampado en oro. Simon no podía ver de cerca las palabras, pero estaban grabadas en una elegante caligrafía.
—Esto —dijo Magnus—. Es un libro de hechizos.
Ahí no parecía estar una respuesta para ello, así que Simon no trató de encontrar una.
El mundo está lleno de magia —dijo Magnus, y sus ojos estaban centelleando—. Demonios y ángeles, hombres lobo, Hadas y vampiros. Lo supiste una vez. Tenías magia, pero te la quitaron. La idea fue que vivirías el resto de tu vida sin ella, sin recordarla. Que olvidarías las personas que amabas, si estas sabían sobre la magia. Que pasarías el resto de tu vida ordinariamente —Giró el libro sobre sus delgados dedos y Simon atrapó un vistazo de un título en latín. Algo sobre el vistazo envió una chispa de energía a través de su cuerpo—. Y hay algo que decir sobre esto, por ser aliviado de la carga de la grandeza. Porque eras bueno, Simon. Eras un Vampiro Diurno. Salvaste vidas y mataste demonios, la sangre de los ángeles iba como un cohete a través de tus venas como luz solar. —Magnus estaba sonriendo ahora, un poco como un loco—. Y no lo sé, solo me hace parecer un poco fascista el llevar todo eso lejos.
Isabelle tiró de su oscuro cabello negro. Algo brilló en el hueco de su garganta. Un rubí rojo. Simon sintió la misma chispa de energía, más fuerte esta
vez, como si su cuerpo estuviese anhelando algo que su mente no podía recordar.
—¿Fascista? —repitió ella.
—Sí —dijo Magnus—. Clary nació especial. Simon tenía una especialidad forzada sobre él. Se adaptó. Porque el mundo no está dividido en el especial y el ordinario. Todo el mundo tiene el potencial para ser extraordinario. Siempre y cuando tengas alma y libre albedrío, puedes ser cualquier cosa, hacer cualquier cosa, escoger lo que quieras. Simon debía dar para escoger.
Simon tragó contra su garganta seca.
—Lo siento —dijo—, pero ¿de qué estais hablando?
Magnus golpeteó el libro en sus manos.
—He estado buscando una forma de quitar este hechizo, esta maldición en ti —dijo y Simon casi protestó que no estaba maldito, sino subsidiado—. Esta cosa que te hizo olvidar. Luego me di cuenta. Me debí haberme dado cuenta mucho antes, pero siempre han sido tan estrictos sobre las Ascensiones. Tan exigentes. Pero luego Alec me lo mencionó: Ellos ahora están desesperados por nuevos Cazadores de Sombras. Perdieron muchos en la Guerra Oscura, sería fácil. Has tenido mucha gente que ha respondido por ti. Puedes ser un Cazador de Sombras, Simon. Como Isabelle. Puedo hacer poco con este libro; no puedo arreglarlo completamente y no puedo volverte a lo que eras antes, pero puedo prepararte para ser capaz de Ascender y una vez lo hagas, una vez que seas un Cazador de Sombras, él no podrá tocarte. Tendrás la protección de la Clave y las reglas sobre no decirte nada sobre el Mundo de las Sombras se habrán ido.
Simon miró a Isabelle. Fue un poco como mirar al sol, pero la manera en que ella lo miraba de vuelta lo hacía más fácil. Lo miraba como si lo hubiese extrañado, aunque sabía que no era posible
—¿Realmente hay magia? —preguntó—. Vampiros, hombres lobo y magos…
—Brujos —le corrigió Magnus.
—¿Y todo eso, existe?
—Existe —dijo Isabelle. Su voz era dulce, un poco ronca y familiar. De
repente le recordó al olor de la luz del sol y las flores, un sabor como a cobre en
su boca. Vio un paisaje desértico extendiéndose bajo un sol demoniaco y una
ciudad con torres que brillaban como si estuviesen echas de hielo y vidrio—. No
es un cuento de Hadas, Simon. Ser un Cazador de Sombras significa ser un
guerrero. Es peligroso, pero si está bien para ti, es fantástico. No he querido ser
otra cosa.
—Es tu decisión, Simon Lewis —dijo Magnus—. Permanecer en la
existencia que tienes, ir a la universidad, estudiar música, casarte. Vivir tu vida.
O, puedes tener una vida incierta de sombras y peligros. Puedes tener el placer
de leer historias de hechos increíbles o puedes ser parte de la historia. —Se
inclinó más cerca y Simon vio la luz encenderse en sus ojos y se dio cuenta
porque había pensado que eran extraños. Eran dorados verdosos y la pupila
cortada como la de un gato. No eran ojos humanos en absoluto—. La decisión
depende de ti.
***
Siempre sería sorprendente que los hombres lobo resultaban ser tan
hábiles en el tacto con los arreglos florales, pensó Clary. La vieja manada de
Luke, ahora la de Maia, le habían echado una mano para decorar los terrenos
alrededor de la granja, donde sería la recepción y el viejo granero donde la
ceremonia tendría lugar. La manada había reparado la estructura entera. Clary
recordaba jugar con Simon en el viejo pajar que rechinaba, la agrietada y
descascarada pintura, las desniveladas tablas del suelo. Ahora todo había sido
pulido y restaurado, y la sala del poste y la viga brillaba con el suave brillo de la
madera vieja. Alguien había tenido sentido del humor, también; las vigas
habían sido envueltas con cadenas de lobo salvaje.
Grandes jarrones de madera sostenían diversidad de totoras, varas de
San José y lirios. El propio ramillete de Clary tenía flores silvestres, aunque se
habían vuelto un poco flojas al llevarlas en sus manos por tantas horas. Toda la
ceremonia había transcurrido como algo borroso: votos, flores, luz de vela, la cara de felicidad de su madre, el brillo en los ojos de Luke. Al final Jocelyn había renunciado a un sofisticado vestido y salió con un sencillo vestido blanco sin mangas y su cabello arriba en un desordenado moño con, sí, un lápiz de color metido a través de este. Luke, guapo en su gris perla, no parecía molesto del todo.
Los invitados estaban todos deambulando ahora. Varios hombres lobo estaban eficientemente organizando filas de sillas y apilando los regalos en una mesa larga. El regalo de Clary, un retrato que ella había pintado de su madre y Luke, estaba colgado en una pared. Había amado el dibujarlo; había amado tener el pincel y las pinturas en sus manos de nuevo; dibujando no para hacer runas, sino solo para hacer algo bonito que alguien tal vez un día disfrutaría.
Jocelyn estaba ocupada abrazando a Maia, quien lucía entretenida por el entusiasmo de Jocelyn. Bat estaba hablando con Luke, quien lucía aturdido, pero de buena manera. Clary sonrió en su dirección y se deslizó fuera del granero, en el camino afuera.
La luna estaba arriba, brillando en el lago al pie de la propiedad, haciendo brillar al resto de la granja. Las linternas habían sido colgadas en todos los árboles y se balanceaban con el débil viento. Los caminos estaban alineados con pequeños cristales brillantes, una de las contribuciones de Magnus, aunque ¿dónde estaba Magnus? Clary no lo había visto entre la multitud en la ceremonia, aunque apenas había visto a todos los demás: Maia y Bat, Isabelle en plateado, Alec muy serio en un traje oscuro y Jace habiendo insolentemente desechado su corbata en alguna parte, probablemente en algún follaje cercano. Incluso Robert y Marysa estaban ahí, apropiadamente elegantes; Clary no tenía idea de que estaba pasando en su relación y no quería preguntarle a alguien.
Se dirigió hacia la más larga de las tiendas blancas; la estación del DJ fue armada por Bat y algunos de la manada y otros invitados estaban ocupados despejando el espacio para bailar. Las mesas estaban adornadas con largos tejidos blancos y puestas con vieja porcelana de la granja, conseguida por Luke en sus años de búsqueda en los mercados de pulgas en los pequeños pueblos
alrededor de la granja. Ninguna de estas combinaba: las copas eran viejos frascos de mermelada, los centros de mesa eran margaritas azules recogidas a mano y tréboles flotando en discordantes tazones de cerámica, y Clary pensó que era la boda más bella que alguna vez había visto.
Una mesa fue puesta con vasos de champan; Jace estaba cerca de ésta y mientras la vio, alzó su vaso de champan y guiñó. Se había ido por la ruta desaliñada: chaqueta arrugada, pelo enredado y ahora sin corbata, su piel estaba dorada por el comienzo del verano, y estaba tan hermoso que le hacia doler el corazón.
Estaba con Isabelle y Alec; Isabelle lucia despampanante con su cabello barrido en un flojo nudo. Clary sabía que ella nunca sería capaz de sacar esa clase de elegancia ni en un millón de años, y no le importaba. Isabelle era Isabelle y Clary estaba agradecida de que existiera, haciendo el mundo un poco más fiero con cada una de sus sonrisas. Isabelle silbó ahora, lanzando una mirada a través de la carpa.
—Mirad eso. —Clary miró y miró de nuevo. Vio a una chica que parecía cerca de los diecinueve años; tenia el cabello café suelto y una cara dulce. Vestía un vestido verde, un poco anticuado en su estilo y un collar de jade alrededor de su garganta. Clary la había visto antes, en Alicante, hablándole a Magnus en la fiesta de la Clave en la Plaza del Ángel.
Ella estaba sosteniendo la mano de un chico muy familiar, y muy apuesto con el cabello oscuro desordenado; lucia alto y larguirucho en un elegante traje negro y una camiseta blanca que hacia resaltar su cara de altos pómulos. Mientras Clary miraba, él se agachó para susurrarle algo en la oreja y ella sonrió, su cara iluminándose.
El Hermano Zachariah —dijo Isabelle—. Los meses de Enero a Diciembre del calendario Caliente de los Hermanos Silenciosos. ¿Qué está haciendo aquí?
—¿Hay un calendario Caliente de los Hermanos Silenciosos? —dijo Alec—. ¿Lo venden?
—Deja eso. —Isabelle lo codeó—. Magnus estará aquí en cualquier minuto.
—¿Dónde está Magnus? —preguntó Clary.
Isabelle sonrió a su champan.
—Tuvo que hacer un recado.
Clary miro de vuelta hacia Zachariah y la chica, pero ellos se habían disuelto de vuelta en la multitud. Ella deseo que no lo hubiesen hecho, había algo sobre la mujer que la fascinaba, pero un momento después la mano de Jace estaba alrededor de su muñeca y dejó su vaso.
—Ven y baila conmigo —dijo.
Clary inspeccionó la plataforma. Bat había tomado su lugar en la cabina de DJ, pero no había música aun. Alguien había colocado un piano vertical en la esquina y Catarina Loss, con su piel brillando, estaba tintineando las teclas.
—No hay música —dijo.
Jace le sonrió.
—No la necesitamos.
Y esta es nuestra señal de salida —dijo Isabelle, cogiendo a Alec por el codo y tirando de él dentro de la multitud. Jace sonrió tras ella.
El sentimentalismo le da a Isabelle urticaria —dijo Clary—. Pero, en serio, no podemos bailar sin música. Todo el mundo se nos quedara mirando.
—Entonces vamos donde no puedan vernos —dijo Jace y la alejó de la carpa. Eso fue lo que Jocelyn llamaba “La hora azul” ahora, todo empapado en el crepúsculo, la carpa blanca como una estrella y el pasto suave, cada hoja brillando como plata.
Jace atrajo su espalda contra él, adecuándose a su cuerpo, enrollando sus brazos alrededor de su cintura, sus labios tocando la parte trasera de su cuello.
—Podemos ir a la granja —dijo—. Allí hay habitaciones.
Ella se giró en sus brazos y le dio un golpecito en el pecho, firmemente.
—Es la boda de mi madre —dijo—. No vamos a tener sexo. En absoluto.
—Pero “en absoluto” es mi forma favorita de tener sexo.
La casa está llena de vampiros —le dijo alegremente—. Fueron invitados y vinieron la pasada noche. Han estado esperando a que el sol descienda.
—¿Luke invito vampiros?
—Maia lo hizo. Gesto de paz. Están tratando de llevarse todos bien.
—Seguramente los vampiros respetarían nuestra privacidad
—Seguramente no —dijo Clary, y lo alejo firmemente del camino a la granja, a un bosquecillo de árboles. Estaba sombreado allí, y oculto, el suelo todo hecho de tierra y raíces, menta de montaña con sus brillantes flores blancas creciendo alrededor de los troncos de los árboles en grupos.
Retrocedió contra el tronco de un árbol tirando a Jace, entonces él se inclinó contra ella, sus manos a ambos lados de sus hombros; y ella descansó en la jaula de sus brazos. Clary alisó sus manos sobre el suave tejido de su chaqueta.
—Te amo —dijo.
Él la miró.
—Creo que sé lo que Madame Dorothea quería decir —dijo él—, cuando dijo que me enamoraría de la persona equivocada.
Los ojos de Clary se ampliaron. Se preguntó si estaba a punto de romper con ella. De ser así, tenía una cosa o dos que decirle a Jace sobre la elección del momento, después de ahogarlo en el lago.
Él tomo una respiración profunda.
—Me haces cuestionarme a mí mismo —dijo—. Todo el tiempo, cada día. Fui criado para creer que tenía que ser perfecto. Un guerrero perfecto, un hijo perfecto. Incluso cuando llegue a vivir con los Lightwood, pensé que tenía que ser perfecto, porque si no lo era me enviarían lejos. No pensé que el amor viniese con el perdón. Y luego apareces tú y rompes todo en lo que creía en pedazos, y empiezo a ver todo de una manera diferente. Tú tenías, tanto amor, tanto perdón y tanta fe. Así que empecé a pensar que tal vez estaba valorando esa fe. Que no necesitaba ser perfecto; tuve que intentarlo y eso fue bastante bueno. —Bajo sus parpados; ella podía ver el débil pulso en su sien, sentir la tensión en él—. Así que pienso que eres la persona equivocada para el Jace que era, pero no para el Jace que soy ahora, el Jace que me ayudaste a hacer. Quien es, casualmente, un Jace que me gusta mucho más que el viejo. Me has cambiado para bien e incluso si me dejas, aun tendría eso. —Se detuvo—. No es que debas dejarme —agregó apresuradamente, y apoyo su cabeza contra la de ella, así sus frentes se tocaron—. Di algo Clary.
Sus manos estaban en los hombros de ella, caliente contra la fría piel de ella; podía sentirlas temblando. Sus ojos eran dorados incluso en la luz azul del ocaso. Recordó cuando lo había encontrado rígido y distante, incluso aterrador, antes de que ella se hubiese dado cuenta de que lo que estaba mirando era la experta armadura de diecisiete años de auto protección. Diecisiete años protegiendo su corazón.
—Estas temblando —dijo, con un poco de asombro.
—Tú me haces —dijo, su aliento contra la mejilla de ella y deslizó sus manos por sus brazos desnudos—. Cada vez esto, siempre.
—¿Puedo contarte un hecho aburrido de la ciencia? —susurró ella—. Apuesto a que no lo aprendiste en la clase de historia de los Cazadores de Sombras.
—Si estás tratando de distraerme de hablar sobre mis sentimientos, no estas siendo muy hábil en ello. —Tocó su cara—. Sabes que hago discursos. Está bien. No tienes que devolverlos. Solo dime que me amas.
—No estoy tratando de distraerte. —Ella sostuvo su mano y contoneó los dedos—. Hay cientos de trillones de células en el cuerpo humano —dijo—, y cada una de la células de mi cuerpo te ama, mudamos células, y hacemos nuevas y mis nuevas células te aman más que las viejas, que es el porqué te amo cada día más de lo que lo hice anteriormente. Es ciencia. Y cuando muera, quemen mi cuerpo y me vuelva cenizas que se mezclan con el aire, y parte de la tierra, los árboles y las estrellas, todo el mundo que respire ese aire o vea esas flores que crecen en el suelo o miren a las estrellas te recordarán y amarán, porque yo te amo mucho. —Ella sonrió—. ¿Cómo estuvo eso para un discurso?
Él la miro fijamente, sin palabras por una vez de las primeras veces en su vida. Antes de que pudiese responder, ella alargo el brazo para besarlo, un casto toque de labios a labios primero, pero se intensificó rápidamente, y después él estaba separando sus labios con los suyos, su lengua acariciando dentro de su boca y ella podía degustarlo: la dulzura de Jace enriquecida con un poco de champaña. Sus manos estaban yendo febrilmente de arriba a abajo de su espalda, sobre las protuberancias de su columna, los tirantes de seda de su vestido, los desnudos extremos de sus omoplatos, presionándola contra él. Ella deslizó sus manos bajo su chaqueta, preguntándose si tal vez debieron haberse ido a la granja después de todo, incluso si estaba llena de vampiros.
—Interesante —dijo una entretenida voz y Clary se retiró rápidamente de Jace para ver a Magnus, que estaba en el espacio entre dos árboles. Su alta figura descrita a la luz de la luna; había evitado algo particularmente extravagante y estaba vestido en un traje negro perfectamente cortado que lucía como un derrame de tinta contra el cielo oscureciéndose.
—¿Interesante? —repitió Jace—. ¿Magnus, que estás haciendo aquí?
—Vine por vosotros —dijo Magnus—. Hay algo que creo que debeis ver.
Jace cerró los ojos como si rezara por paciencia.
—ESTAMOS OCUPADOS.
—Claramente —dijo Magnus—. Sabes, dicen que la vida es corta, pero
no es tan corta. Puede ser bastante larga y vosotros teneis toda la vida para
pasarla juntos, así que realmente sugiero que vengais conmigo, porque vais a
lamentarlo si no lo hacen.
Clary se separó del árbol, su mano todavía en Jace.
—Está bien —dijo.
—¿Esta bien? —dijo Jace, siguiéndola—. ¿En serio?
—Confio en Magnus —dijo Clary—. Si es importante, es importante.
Y si no lo es, lo voy a ahogar en el lago —dijo Jace, repitiendo el
pensamiento no expresado de Clary antes. Ella escondió su sonrisa en la
oscuridad.
***
Alec estaba en el borde de la carpa, viendo el baile. El sol estaba lo
bastante bajo ahora para simplemente ser una franja roja pintada a través del
distante cielo y los vampiros ya habían salido de la granja y unido a la fiesta.
Alguna discreta acomodación había sido hecha para su gusto y se mezclaron
entre los otros sosteniendo brillantes copas de champan de metal, agarradas de
la mesa de champan, cuya opacidad escondía el líquido de adentro.
Lily, la cabeza del clan vampiro de New York, estaba junto a las teclas de
marfil del piano, llenando la sala con el sonido del Jazz. Sobre la música una
voz dijo en la oreja de Alec:
—Creo que es una agradable ceremonia.
Alec se giró y vio a su padre, su gran mano alrededor una frágil copa de champan, mirando fijamente a los invitados. Robert era un hombre grande, amplio de hombros, nunca en su mejor momento con un traje: lucía como un descuidado chico de escuela que había sido forzado en ese traje por su irritante padre.
—Hola —dijo Alec. Podía ver a su madre, a través de la habitación, hablando con Jocelyn. Maryse tenía más rayos grises en su oscuro cabello de lo que recordaba; lucia elegante, como siempre lo hizo—. Fue bueno que vinieras —agregó de mala gana. Sus padres habían estado casi dolorosamente agradecidos de que Isabelle y él hubiesen retornado a ellos después de la Guerra Oscura. Demasiado agradecidos para estar enfadados o regañarlos. Tan agradecidos con Alec por decirle más que nada a ambos sobre Magnus; cuando su madre había vuelto a New York él había recogido el resto de sus cosas del Instituto y se había mudado a un apartamento en Brooklyn. Aunque estaba en el Instituto cada día aun visitaba a su madre frecuentemente, pero Robert había permanecido en Alicante y Alec no había tratado de contactarlo—. Fingiendo ser civilizado con mamá y todo eso, muy bueno.
Alec vio a su padre encogerse de dolor. Él fingió ser gracioso, pero nunca se le había dado bien ser gracioso. Siempre lucia falso.
—No fingimos ser civilizados —dijo Robert—. Aún amo a tu madre; nos preocupamos el uno por el otro. Simplemente… no podemos estar casados. Debimos haber terminado esto antes. Pensamos que estábamos haciendo lo correcto. Nuestras intenciones eran buenas.
—Camino al Infierno —dijo Alec, concisamente y miro hacia su vaso.
—Algunas veces —dijo Robert—, escoges con quien quieres estar cuando eres muy joven, luego cambias, y ellos no cambian contigo.
Alec tomo una lenta respiración; sus venas estaban repentinamente crepitando con rabia.
—Si eso significa una indirecta para Magnus y para mí, puedes metértela por el culo —dijo—. Perdiste el derecho de tener alguna jurisdicción sobre mí y mi relación cuando dejaste claro lo poco que a ti te importaba, un Cazador de Sombras gay no era realmente un Cazador de Sombras. —Él puso su copa en un altavoz cercano—. No estoy interesado.
—Alec. —Algo en la voz de Robert hizo a Alec girarse; no sonaba enfadado, solo… entrecortado—. Lo hice, dije cosas imperdonables. Lo sé —dijo—, pero siempre había estado orgulloso de ti, y no estoy menos orgulloso ahora.
—No te creo.
—Cuando tenía tu edad, más joven, tenía un parabatai —dijo Robert.
—Sí, Michael Wayland —dijo Alec, no preocupándose si sonaba cortante, ni por la mirada en la cara de su padre—. Lo sé. Es por eso qué tomaste a Jace. Siempre pensé que no habíais sido particularmente cercanos. No parecías extrañarlo demasiado o recordar que él estaba muerto.
—No creía que estaba muerto —dijo Robert—. Sé que puede parecer difícil de imaginar; nuestro vinculo había sido sentenciado al exilio legado por la Clave, pero incluso antes de eso, habíamos crecido aparte. Hubo un tiempo, sin embargo, cuando éramos cercanos, los mejores amigos; hubo una vez cuando me dijo que me amaba.
Algo sobre el peso que su padre puso en las palabras trajo a Alec cerca.
—¿Michael Wayland estaba enamorado de ti?
—No fui comprensivo con él sobre ello —dijo Robert—. Le dije que nunca me dijese esas palabras de nuevo. Estaba asustado, y lo deje solo con sus pensamientos, sentimientos y temores, nunca volvimos a ser cercanos como lo habíamos sido. Tome a Jace para hacer las paces, en una pequeña medida, por lo que había hecho, pero sabía que no había reconciliación para ello. —Miró a Alec y sus oscuros ojos azules estaban inalterables—. Crees que estoy avergonzado de ti, pero estoy avergonzado de mí mismo. Te miro y veo el
reflejo de mi propia crueldad hacia alguien que nunca la mereció. Nos
encontramos a nosotros mismos en nuestros niños de nuevo, quienes tienen que
ser mejores de lo que somos. Alec eres mejor persona de lo que yo fui alguna
vez, o seré.
Alec se quedó congelado. Recordó su sueño en las tierras de los
demonios, su padre diciéndole a todo el mundo cuan valiente era, cuan buen
Cazador de Sombras y guerrero era, pero nunca se había imaginado a su padre
diciéndole que era un buen hombre.
De alguna manera, era algo mucho mejor.
Robert lo estaba mirando con líneas de tensión a la vista alrededor de sus
ojos y boca. Alec no podía ayudar pero si preguntarse si alguna vez le había
dicho a alguien más sobre Michael y cuanto le había costado decirlo justo ahora.
Él tocó el brazo de su padre ligeramente, la primera vez que lo había
tocado por propia voluntad en meses, y luego dejó caer su mano.
—Gracias —dijo—. Por decirme la verdad.
No era una absolución, no exactamente, pero era un comienzo.
***
La hierba estaba húmeda por el frío de la noche próxima, Clary podía
sentir el frío empapándole los pies a través de sus sandalias cuando volvió
hacia la tienda de campaña con Jace y Magnus. Podía ver las filas de mesas,
vajillas y cubiertos de plata. Cada uno se había lanzado a echar una mano,
incluso la gente que se solía considerar casi inexpugnable en su reserva: Kadir,
Jia, Maryse.
Música provenía de la tienda de campaña. Bat estaba descansando en la
estación de DJ, pero alguien tocaba jazz en el piano. Pudo ver a Alec parado
frente a su padre, hablando atentamente, a continuación, la multitud se separó
y vió un borrón de otras caras conocidas: Maia y Aline charlando, Isabelle junto
a Simon, de aspecto torpe…
Simon.
Clary se detuvó en seco. Su corazón dio un salto y luego otro; se sentía caliente y fría, como si estuviera a punto de desmayarse. No podía ser Simon; tenía que ser otra persona. Otro chico flaco con pelo castaño desordenado y gafas, pero llevaba la misma camiseta descolorida que le había visto en la mañana, y su pelo que era todavía demasiado largo le cubría parte de la cara, y sonreía con ella con un poco de incertidumbre a través de la multitud, era Simon, era Simon y era Simon.
No se acordó de comenzar a correr, pero de repente la mano de Magnus estuvo en su hombro, un apretón de hierro sosteniéndole la espalda.
—Ten cuidado —dijo—. No recuerda todo. Pude darle algunos recuerdos, no muchos. El resto tendrá que esperar, pero, Clary, recuerda que él no recuerda. No esperes todo.
Ella debió haber asentido, porque la dejó ir, y luego corrió a través del césped en la tienda de campaña, ella misma lanzándose a Simon tan fuerte que se tambaleó, casi cayéndose. No tiene fuerza de vampiro Tranquila, tranquila, dijo en su mente, pero el resto de ella no quería escuchar. Tenía los brazos alrededor de él, estaba medio-abrazándolo y medio-sollozando en la parte delantera de su abrigo.
Era consciente de que Isabelle, Jace y Maia estaban de pie cerca de ellos y Jocelyn, también, apresurándose se separó. Clary retrocedió lo suficiente como para mirarle a la cara. Y sin duda era Simon. Estaba tan cerca que podía ver las pecas en su pómulo izquierdo, la pequeña cicatriz en el labio de un accidente de fútbol en el octavo grado.
—Simon —susurró—, ¿me conoces? ¿Sabes quién soy?
El empujó sus gafas hasta el puente de su nariz. Su mano temblaba ligeramente.
—Yo... —miró a su alrededor—. Es como una reunión familiar donde apenas conozco a alguien, pero todo el mundo me conoce —dijo—. Es...
—¿Abrumador? —preguntó Clary. Intentó ocultar el timbre de
decepción, profunda abajo en el pecho, no la reconoció—. Está bien si no me
reconoces. Hay tiempo.
Miró hacia abajo. Había incertidumbre y esperanza en su expresión, una
mirada un poco aturdida, como si hubiera despertado de un sueño y no estaba
completamente seguro donde estaba. Luego sonrió.
—No recuerdo todo —dijo—. Todavía no. Pero me acuerdo de ti —Él
tomó su mano, tocó el anillo de oro en su dedo índice derecho, el metalico anillo
de Hadas caliente al tacto—. Clary —dijo—. Eres Clary. Tú eres mi mejor
amiga.
***


Última edición por StephRG14 el Mar 19 Mayo 2015, 7:27 pm, editado 1 vez
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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 4 Empty RE: Ciudad del fuego celestial

Mensaje por StephRG14 Mar 19 Mayo 2015, 7:26 pm

Epilogo
La belleza de miles de estrellas
Parte 2


***
Alec hizo su camino hasta la colina donde Magnus se encontraba en el
camino con vistas a la tienda. Él estaba apoyado contra un árbol, con las manos
en los bolsillos, y Alec se unió a ver como Simon, viendose tan desconcertado
como un patito recién nacido, rodeado de amigos: Jace, Maia, Luke, y Jocelyn,
incluso llorando de felicidad cuando lo abrazaron, manchándolo con su
maquillaje. Isabelle sólo estaba parada aparte del grupo, las manos cruzadas
delante de ella, y su rostro casi inexpresivo.
—Casi pensarías que no le importa —dijo Alec mientras Magnus se
acercó a enderezar su corbata. Magnus le había ayudado a elegir el traje que
llevaba y estaba muy orgulloso del hecho de que tenía una delgada franja azul
que combinaba con los ojos de Alec—. Pero estoy seguro de que lo hace.
—Tienes razón —dijo Magnus—. Le preocupa demasiado; por eso está
parada aparte.
—Quisiera preguntarte lo que hiciste, pero no estoy seguro de querer
saberlo —dijo Alec, inclinando su espalda contra Magnus, tomando la
comodidad en el calor del solido cuerpo detrás de él. Magnus bajo la barbilla al
hombro de Alec, y por un momento permanecieron juntos sin moverse,
mirando hacia abajo a la tienda y la escena del feliz caos abajo—. Fue bueno.
—Hacer la elección que se tiene que hacer en el momento adecuado —susurro Magnus en su oreja—. Esperando que no hayan consecuencias, y si las hay que no sean graves.
—¿No crees que tu padre estará enojado, verdad? —dijo Alec y Magnus se río en seco.
—Él tiene mucho más a lo que prestar atención a que mí —dijo Magnus—. ¿Y tú? Te vi hablando con Robert.
Alec sintió la postura de Magnus tensa ya que repitió lo que su padre le había dicho.
—Sabes, no lo hubiera adivinado —dijo Magnus cuándo Alec estaba terminando—. Y he conocido a Michael Wayland. —Alec sintió el encogimiento de hombros—. Ve al espectáculo. “El corazón es para siempre inexperto” y todo eso.
—¿Qué crees? ¿Debería perdonarle?
—Creo que lo que te dijo fue una explicación, pero no es una excusa para cómo se comportó. Si lo perdonas, hazlo por ti mismo, no por él. Es una pérdida de tiempo estar enfadado —dijo Magnus—, cuando eres una de las personas más cariñosa que he conocido.
—¿Es por eso que me perdonaste? ¿Por mí, o por ti? —dijo Alec, no estaba enfadado, sólo curioso.
—Te perdone porque te amo y odio estar sin ti. Lo odio, mi gato lo odia. Y porque Catarina me convenció de que estaba siendo estúpido.
—Mmm. Me gusta ella. —Las manos de Magnus rodearon a Alec y las aplastó contra su pecho, como si quisiera sentir los latidos de su corazón—. Y que me perdonas —dijo—. Por no ser capaz de hacerte inmortal, o terminar mi propia inmortalidad.
—No hay nada que perdonar —dijo Alec—. No quiero vivir para
siempre. —Él puso una de sus manos sobre la de Magnus, entrelazando los
dedos—. Quizá no tengamos mucho tiempo —dijo Alec—. Yo envejeceré y
moriré. Pero te prometo que no te abandonaré hasta entonces. Es lo único que te
puedo prometer.
—Muchos Cazadores de Sombras no se hacen viejos —dijo Magnus. Alec
podía sentir el tintineo de su pulso. Fue extraño, Magnus, sin palabras que
usualmente le salían con facilidad.
Alec giró en el abrazo de Magnus de modo que estuvieran uno enfrente
del otro, tomando todos los detalles de los cuales nunca se cansaba: los huesos
agudos de la cara de Magnus, el dorado-verdoso de sus ojos, la boca que
siempre parecía a punto de sonreír, aunque ahora parecía preocupado.
—Incluso si fuese tan sólo unos días, querría pasarlos todos a tu lado.
¿Eso significa algo?
—Sí —dijo Magnus—. Significa que de ahora en adelante hagamos que
cada día importe.
***
Estaban bailando.
Lily estaba tocando algo lento y suave en el piano, y Clary fue a la deriva
entre los otros invitados de boda, los brazos de Jace alrededor de ella. Era
exactamente el tipo de baile que le gustaba: no es muy complicado, sobre todo
el hecho de aferrarse a su pareja y no hacer nada para hacerlos tropezar.
Tenía la mejilla contra el pecho de Jace, la tela arrugada y suave bajo la
piel. Su mano ociosamente jugando con los rizos que habían caído de su moño,
dedos rastreando la parte posterior de su cuello. No podía dejar de recordar el
sueño que había tenido hace mucho tiempo, en el que había estado bailando
con Jace en el Salón de los Acuerdos. Había sido tan lejano en ese entonces, tan
a menudo frío; le sorprendía a veces cuando lo miraba que éste fuera el mismo
Jace. El Jace que me ayudaste a ser, dijo. Un Jace que me gusta mucho más.
Pero él no era el único que había cambiado, ella también había cambiado.
Clary abrió su boca para decirle eso, cuando alguien la toco en el hombro. Ella
se volvió para ver a su madre, sonriéndole a ambos.
—Jace —dijo Jocelyn—. ¿Puedo pedirte un favor?
Jace y Clary habían dejado de bailar; ninguno dijo nada. A Jocelyn le
había llegado a gustar Jace mucho más en los últimos seis meses de lo que le
había gustado antes; estaba incluso, Clary se atrevería a decir, encariñada con
él, pero aún no estaba del todo encantada de que el novio de Clary fuera un
Cazador de Sombras.
—Lily está cansada de tocar, pero todo el mundo está disfrutando mucho
el piano, y tocas, ¿no? Clary me dijo lo talentoso que eres. ¿Quieres tocar para
nosotros?
Jace arrasó con la mirada a Clary, tan rápido que solo ella lo vio ya que lo
conocía lo suficiente para saberlo. Tenía modales exquisitos, sin embargo, elegía
cuando usarlos. Él sonrió a Jocelyn como un ángel y luego pasó al piano. Un
momento después el sonido de la música clásica llenaba la carpa.
***
Tessa Gray y el muchacho que había sido el Hermano Zachariah se
sentaron en la mesa de la esquina más lejana y observaron cómo los dedos
dorados de Jace Herondale bailaban sobre las teclas del piano.
Jace no llevaba corbata y la mayor parte de su camisa estaba
desabrochada, su cara en una estudiada concentración de abandono con pasión
en la música.
—Chopin. —Tessa identificó la música con una suave sonrisa—. Me
pregunto si Emma Carstairs, tocara el violín algún día.
—Cuidado —dijo su compañero con una sonrisa en su voz—. No se
puede forzar estas cosas.
—Es difícil —dijo, dándose la vuelta para mirarlo con seriedad—. Lamento no poder decirle más sobre la conexión entre vosotras dos, así no se sentiría tan sola.
La tristeza apareció en las esquinas de su delicada boca.
—Tú sabes que no puedo. Todavía no. Insinuárselo. Eso fue todo lo que podía hacer.
—Mantendremos un ojo sobre ella —dijo Tessa—. Siempre mantendremos un ojo sobre ella. —Tocó las marcas en las mejillas, los restos de su tiempo como un Hermano Silencioso, casi con reverencia—. Recuerdo que dijiste que esta guerra fue una historia de Lightwoods, Herondales, Fairchilds, Blackthorns y Carstairs también, y es asombroso verlos. Pero cuando lo hago, es como si viera el pasado que se estira detrás de ellos. Miro a Jace Herondale tocar, y veo a los fantasmas que se levantan en la música. ¿Oh, no?
—Los fantasmas son recuerdos, y les llevamos porque no queremos que las personas que amamos dejen el mundo.
—Sí —dijo—. Ojalá él estuviera aquí para ver esto con nosotros, sólo aquí con nosotros una vez más.
Sintió la seda áspera de su pelo negro cuando se dobló para besar sus dedos ligeramente, un gesto fino de una edad pasada.
—Está con nosotros, Tessa. Nos puede ver. Lo creo. Lo siento, la forma en que solía conocer a veces si estaba triste o enfadado o solo y feliz.
Tocó la pulsera de la perla en su muñeca, y luego su rostro, con luz, con los dedos llenos de adoración.
—¿Y como está ahora? —susurró ella—. ¿Feliz o algo melancólico o triste o solo? No me digas que se siente solo. Pues debes saberlo. Siempre supiste.
—Él está feliz, Tessa. Le da alegría vernos juntos, como siempre me dio alegría veros a los dos. —Él sonrió, esa sonrisa que tenía toda la verdad del
mundo en ella, y deslizó los dedos con los de él cuando se recostó. Dos figuras
se acercan a la mesa: una mujer alta, pelirroja y una niña con el mismo color de
cabello y ojos verdes—. Y hablando del pasado —dijo—, creo que hay alguien
que quiere hablar contigo.
***
Clary estaba viendo a Iglesia con diversión cuando su madre se acercó
hasta ella. El gato había sido adornado por docenas de diminutas campanas de
bodas de plata, con una rabia vengativa, roía un agujero en una de las patas del
piano.
—Mamá —dijo Clary sospechosamente—. ¿Que estás haciendo?
Su madre acariciaba su cabello, de forma cariñosa.
—Hay alguien que debes conocer —dijo, tomando la mano de Clary—.
Ya es la hora.
—¿Hora? ¿Hora para qué? —Clary se dejó llevar a lo largo, medioprotestando,
a una mesa blanca en la esquina de la carpa. En la que estaba
sentada la chica de pelo castaño que había visto antes. La chica miró como
Clary se acercaba. El Hermano Zachariah se levantó de su lado; dio a Clary una
suave sonrisa y se movió a través de la habitación para hablar con Magnus,
quien había bajado de la montaña de la mano con Alec.
—Clary —dijo Jocelyn—. Me gustaría que conozcas a Tessa.
***
—Isabelle.
Alzó la vista; se había estado apoyando a un lado del piano, dejando a
Jace tocar el piano, y el sonido débil de Iglesia al roer la madera, le calmaban.
Era la música que le recordaba su infancia, Jace pasando horas en el cuarto de
música, llenando los pasillos del Instituto con una cascada de notas.
Era Simon. Se había desabrochado la chaqueta vaquera por el calor de la carpa, podía ver el rubor torpe que causaba el calor a través de sus pómulos. Había algo extraño en ello, un Simon que se sonrojaba, que era frío y caliente, que se apartaba más y más de ella.
Sus ojos oscuros eran curiosos cuando descansaron en ella; vio un poco de reconocimiento en ellos, pero no era total. No era la forma en que Simon la había mirado antes, anhelo y ese dulce dolor y la sensación de que había alguien que la miraba, veía a Isabelle, la Isabelle que le presentó al mundo y la Isabelle que se ocultó, escondida en las sombras donde sólo muy pocos podían verla.
Simon había sido uno de aquellos pocos. Ahora él era algo más.
—Isabelle —dijo otra vez, y sintió a Jace mirando a través de ella, sus ojos curiosos como sus manos al moverse sobre las teclas del piano—. ¿Bailarías conmigo? —Ella suspiró y asintió con la cabeza.
—Está bien —dijo, y se dejó llevar a la pista de baile. En sus tacones altos, sus ojos estaban al mismo nivel. Detrás de las gafas eran del mismo marrón oscuro.
—Me han dicho —dijo y se aclaró la garganta—, o por lo menos, me da la sensación, de que tú y yo…
—No —dijo—. No hablemos de ello. Si no lo recuerdas, entonces no quiero escuchar esto.
Una de sus manos estaba en su hombro, el otro en su cintura. Su piel estaba caliente contra la suya, no era como lo recordaba. Parecía muy humano y frágil.
—Pero quiero recordarlo —dijo, y recordó lo terco que había sido siempre; que, por lo menos, no había cambiado—. Recuerdo un poco de ello, no es como si no supiera quién eres, Isabelle.
—Me llamabas Izzy —dijo, de repente sintiéndose muy cansada—. Izzy, no Isabelle.
Él se inclinó, y sintió su aliento contra su pelo.
—Izzy —dijo—. Me acuerdo de besarte.
Tembló.
—No, no lo haces.
—Sí, lo hago —dijo. Sus manos se deslizaron a su espalda, los dedos, acariciando el espacio justo por debajo del omóplato que siempre le hacía estremecer—. Ya han pasado meses —dijo, en voz baja—, y nada se ha sentido absolutamente correcto. Siempre he sentido que algo fallaba. Y ahora sé que era esto, todo esto, pero también eras tú. No te recuerdo durante el día. Pero he soñado en la noche sobre ti, Isabelle.
—¿Soñantes con nosotros?
—Sólo contigo. La muchacha de cabello y ojos oscuros. —Tocó el borde de su cabello con dedos ligeros—. Magnus me dice que soy un héroe —dijo—. Y veo en tu rostro cuando estás mirándome que estás buscando a ese tipo. El chico que conocías, el que era un héroe, el que hizo grandes cosas. No me acuerdo de hacer aquellas cosas. No sé si eso hace que no sea un héroe. Pero me gustaría intentar volver a ser ese tipo. El tipo que quiere darte un beso porque se lo ha ganado. Si tú tuvieras la suficientemente paciencia para dejarme intentarlo.
Era Simon el que siempre tenía algo que decir. Ella lo miró, y por primera vez sintió un oleaje de esperanza en el pecho y no se movió inmediatamente para aplastarlo abajo.
—Podría dejarte —dijo—. Intentalo, eso es. No puedo prometer nada.
—No me lo esperaba. —Su rostro se iluminó, y vio la sombra de un
recuerdo detrás de sus ojos—. Eres una rompecorazones, Isabelle Lightwood —
dijo—. Recuerdo eso mucho, por lo menos.
***
—Tessa es una bruja —dijo Jocelyn—, aunque un tipo muy inusual de
bruja. ¿Recuerdas lo que te dije sobre que yo estaba en pánico acerca de cómo
ponerte el hechizo que todos los Cazadores de Sombras reciben al nacer? ¿El
hechizo de protección? ¿Y que el Hermano Zachariah y una bruja nos ayudaron
con la ceremonia? Esta es la bruja de la que estaba hablando. Tessa Gray.
—Tú me dijiste que era de dónde sacaste la idea para el nombre de Fray.
—Clary se hundió en el asiento de enfrente de Tessa en la mesa redonda—. F
por Fairchild —dijo, al darse cuenta en voz alta—. Y el resto por Gris.
Tessa sonrió, y su rostro se iluminó.
—Fue un honor.
—Eras un bebé; no lo recordarías —dijo Jocelyn, pero Clary pensó en el
modo en que Tessa le había parecido familiar la primera vez que la había visto
y se había preguntado.
—¿Por qué me lo dices ahora? —exigió Clary, mirando a su madre, quien
estaba de pie junto a su silla, girando ansiosamente su nuevo anillo alrededor
de su dedo—. ¿Por qué no antes?
—Había pedido estar allí cuando te lo dijera, si se decidía —dijo Tessa;
su voz era musical, suave y dulce, con el rastro de un acento inglés—. Y temo
que me haya separado mucho tiempo del mundo de los Cazadores de Sombras.
Mis recuerdos de ello son dulces y amargos, a veces más amargos que dulces.
Jocelyn dejó caer un beso en la cabeza de Clary.
—¿Por qué no hablais las dos? —dijo y se alejó hacia Luke, quien
charlaba con Kadir.
Clary miró la sonrisa de Tessa, y le dijo:
—Eres una bruja, pero eres amiga de un Hermano Silencioso. Más que amigos, es un poco extraño, ¿no?
Tessa apoyó los codos en la mesa. Una pulsera de perla brilló alrededor de su muñeca izquierda; la tocó ociosamente, como a través de la fuerza del hábito.
—Todo sobre mi vida se sale completamente de lo normal, pero entonces, lo mismo se podría decir de ti, ¿verdad? —Sus ojos centellearon—. Jace Herondale toca el piano muy bien.
Y lo sabe.
—Eso suena como un Herondale. —Tessa se rió—. Debo decirte, Clary, que sólo recientemente descubrí que Jace decidió que deseaba ser un Herondale y no un Lightwood. Ambas son familias honorables y tanto que las he conocido, pero mi destino siempre ha estado más entrelazado con el de los Herondales. —Miró Jace, y había una especie de melancolía en su expresión—. Hay familias como los Blackthorn, los Herondale, los Carstairs, por las que siempre he sentido una afinidad especial: le he observado desde la distancia, aunque he aprendido a no interferir. Esto es en parte por lo que me retiré al Laberinto en Espiral después del Levantamiento. Es un lugar tan lejos alejado del mundo, tan escondido, pensé que podría encontrar la paz de mi conocimiento sobre lo que le había sucedido a los Herondales. Y entonces después de la Guerra Mortal le pregunté Magnus si debería acercarme a Jace, hablar con él del pasado de los Herondales, pero me dijo que le diera tiempo. La carga del conocimiento del pasado es pesada. Así que volví al Laberinto. —Tragó saliva—. Este fue un año oscuro, un año tan oscuro para los Cazadores de Sombras, para los Subterráneos, para todos nosotros. Tanta pérdida y dolor. En el Laberinto en Espiral oímos rumores y luego los Cazadores Oscuros, y pensé que lo mejor que podía hacer era ayudar a encontrar una cura, pero no había ninguna. Me gustaría que pudiéramos haber encontrado una. A veces no hay siempre una cura. —Miraba hacia Zachariah con una luz en sus ojos—. Pero entonces, a veces hay milagros. Zachariah me dijo la manera en que se convirtió en mortal.
Dijo que era una historia de Lightwoods, Herondales y Fairchilds. —Miró a Zachariah, quien estaba ocupado dando palmaditas a Iglesia. El gato se había subido en la mesa del champan y saltaba alegremente en sus patas. Su mirada era una mezcla de exasperación y cariño—. No sabes lo que significa para mí, cuán agradecida estoy por lo que hiciste por mí, por Zachariah, lo que todos vosotros hicisteis por él.
—Fue Jace, más que cualquier otro. Fue… ¿Zachariah cogió a Iglesia? —Clary miro fijamente con asombro. Zachariah estaba sosteniendo el gato, quien se había dejado, su cola encrespada alrededor del brazo del ex Hermano Silencioso—. ¡Ese gato odia a todo el mundo!
Tessa dio una pequeña sonrisa.
—Yo no diría que a todos.
—¿Por lo tanto Zachariah ahora es un mortal? —preguntó Clary—. ¿Sólo un Cazador de Sombras ordinario?
—Sí —dijo Tessa—. Él y yo nos hemos conocido desde hace mucho tiempo. Tuvimos una reunión permanente cada año a principios de enero. Este año, cuando llegó él, para mi sorpresa, era mortal.
—¿Y no lo sabías antes de que apareciera? Lo habría matado.
Tessa sonrió.
—Bueno, eso tendría un poco derrotado el punto. Y creo que él no estaba seguro de cómo lo recibiría, mortal como es, cuando yo no soy mortal. —Su expresión le recordó a Clary la de Magnus, esa mirada anciana, ojos viejos en un rostro joven, le recordaba a un dolor que también era todavía demasiado profundo de entender para aquellos con cortas vidas humanas—. Él envejecerá, morirá y yo seguiré siendo como soy. Pero ha tenido una larga vida, más que la mayoría y me entiende. Ni él ni yo somos de la edad que parece. Y nos amamos. Eso es lo importante.
Tessa cerró los ojos y por un momento pareció que las notas de la música de piano se colaban en ella.
—Tengo algo para ti —dijo, abriendo los ojos, grises, del color del agua de lluvia—. Para los dos, para ti y para Jace. —Ella deslizó algo de su bolsillo y se lo tendió a Clary. Era un aro plateado opaco, un anillo familiar, con el patrón grabado de aves en vuelo—. Este anillo perteneció a James Herondale —dijo—. Es un verdadero anillo Herondale, de muchos años. Si Jace ha decidido que quiere ser un Herondale, lo debería usar.
Clary tomó el anillo; simplemente encajaba en su pulgar.
—Gracias —dijo—. Aunque podrías dárselo a él mismo. Tal vez ahora es el momento para hablar con él.
Tessa meneó la cabeza.
—Mira lo feliz que es —dijo—. Está decidiendo quién es, quién quiere ser y encuentra alegría en ello. Que tenga un poco más de tiempo, para ser feliz, antes de que recoja cualquier carga otra vez. —Ella tomó algo que había sido dejado en una silla junto a ella y se lo tendió a Clary. Era una copia del Codex de los Cazadores de Sombras, encuadernado en terciopelo azul—. Esto es para ti —dijo—. Estoy segura de que tienes uno propio, pero este es tan querido por mí. Hay una inscripción en la parte trasera para ver. —Y volcó el libro, de modo que Clary pudiera ver donde las palabras se habían sellado en oro contra el terciopelo.
—“Libremente servimos, porque libremente amamos.” —Leyó Clary en voz alta, y miró a Tessa—. Gracias; Esto es una cosa encantadora. ¿Seguro que quieres regalarlo?
Tessa sonrió.
—Los Fairchilds, también, han sido en mi vida muy queridos para mí —dijo ella—. Su pelo rojo y su obstinación me recuerdan a gente que una vez ame. Clary —dijo, y se inclinó hacia adelante sobre la mesa, dejando que su colgante de jade girara libre—. Siento un parentesco contigo, también, tu que has
perdido tanto a tu hermano como a tu padre. Sé que se te ha juzgado como la hija de Valentine Morgenstern, y ahora la hermana de Jonathan. Siempre habrá aquellos que querrán decirte que eres tu nombre o la sangre en tus venas. No permitas que otras personas decidan quién eres. Decide por ti misma. —Miró Jace, cuyas manos estaban bailando sobre las teclas del piano. La luz de los cirios había quedado atrapada como estrellas en su cabello y hacia que su piel brillara—. La libertad no es un regalo; es un derecho de nacimiento. Espero que tú y Jace lo useis.
—Parece muy grave, Tessa. No la asustes. —Era Zachariah, viniendo para estar de pie detrás de la silla de Tessa.
—No lo hago —dijo Tessa con una sonrisa; tenía la cabeza inclinada hacia atrás, y Clary se preguntó si así era cómo ella misma se veía, mirando a Jace. Esperaba que sí. Era una mirada segura y feliz, la mirada de alguien que confiaba en el amor que daba y recibía—. Sólo estaba dándole consejos.
—Suena aterrador. —Era extraño cómo la voz de Zachariah sonaba tan diferente de su voz en la mente de Clary, la vida de su acento inglés era más fuerte que el de Tessa. También había risas en su voz mientras alcanzó y ayudó a Tessa a ponerse en pie—. Me temo que debemos irnos; tenemos un largo camino por delante.
—¿Adónde vais? —preguntó Clary, sosteniendo el Codex cuidadosamente en su regazo.
—Los Ángeles —dijo Tessa, y Clary recordó diciéndole que los Blackthorn eran una familia en la que tenía un interés particular. Clary se alegró de oírlo. Sabía que Emma y los otros vivían en el Instituto con el tío de Julian, pero la idea de que pudieran tener alguien especial para cuidarlos, una especie de ángel de la guarda, era tranquilizadora.
—Fue bueno conocerles —dijo Clary—. Gracias por todo.
Tessa sonrió radiante y desapareció entre la multitud, diciendo que iba a despedirse de Jocelyn; Zachariah recogió su abrigo y el de ella, Clary viéndolo curiosamente.
—Recuerdo que me dijo una vez —dijo—, que había amado a dos personas más que nada en el mundo. ¿Era Tessa una de ellas?
—Es una de ellas —dijo agradablemente, encogiéndose en sí mismo dentro de su abrigo—. No he dejado de amarla, ni a mi parabatai; el amor no se detiene cuando alguien muere.
—¿Tu parabatai? ¿Has perdido a tu parabatai? —dijo Clary, experimentó una sensación de dolor por él; sabía lo que significaba para los Nefilim.
—No en mi corazón, porque no lo he olvidado —dijo, y oyó un murmullo de tristeza de las edades en su voz y lo recordó en la Ciudad del Silencio, un espectro de pergamino humo—. Somos todas las piezas de lo que recordamos. Tenemos en nosotros mismos las esperanzas y los temores de quienes nos aman. Mientras hay amor y memoria, no hay verdadera pérdida.
Clary pensó en Max, Amatis, Raphael y Jordan e incluso en Jonathan y sintió el aguijonazo de lágrimas en la garganta.
Zachariah se colgó la bufanda de Tessa alrededor de los hombros.
—Dile a Jace Herondale que toca el concierto Nº 2 de Chopin muy bien —dijo y desapareció detrás de Tessa, en la multitud. Ella miró detrás de él, sujetando el anillo y el Codex.
—¿Alguien ha visto a Iglesia? —dijo una voz en su oído. Era Isabelle, sus dedos ubicados alrededor del brazo de Simon. Maia estaba parada al lado de ellos, jugando con un broche de oro en su cabello rizado—. Creo que Zachariah nos robó el gato. Juro que lo vi poner a Iglesia en el asiento trasero de un coche.
—Es imposible —dijo Jace, apareciendo al lado de Clary; tenía las mangas arremangadas hasta los codos y estaba sudando por el esfuerzo de tocar—. Iglesia odia a todos.
—No a todo el mundo —murmuró Clary con una sonrisa.
Simon estaba mirando Jace como si fuese fascinante y también un poco alarmante.
—¿Hiciste… que te mordiera… una vez?
Jace se tocó la cicatriz en el cuello.
—No puedo creer que recuerdes eso.
—¿Nosotros… rodamos por la parte inferior de un barco?
—Sí, me mordiste, sí, me gustó, sí, no vamos hablar sobre ello —dijo Jace—. No eres un vampiro ahora. Centrate.
—Para ser justos, mordiste a Alec, también —dijo Isabelle.
—¿Cuándo fue eso? —preguntó Maia, su cara iluminándose con diversión cuando Bat apareció detrás de ella; sin decir palabra tomó el clip de su mano y lo deslizó en su cabello. Cerró el corchete eficientemente. Sus manos se quedaron un momento, contra su suave cabello.
—Lo que pasa en los reinos de los demonios se queda en los reinos de los demonios —dijo Jace. Miró a Clary—. ¿Quieres ir a dar un paseo?
—¿Una caminata o un paseo? —preguntó Isabelle—. Como vas a…
—Creo que todos deberíamos ir al lago —dijo Clary, de pie, el Codex en una mano y el anillo en la otra—. Es bonito allí. Especialmente durante la noche. Me gustaría verlo con mis amigos.
—Lo recuerdo —dijo Simon y le dio una sonrisa que le hizo sentir que el corazón se le iba expandiendo por el pecho. La granja donde había ido cada verano; siempre estaría atada en la mente de Simon. Cosa que la hizo más feliz de lo que podría haber imaginado en esa mañana.
Deslizó su mano en la de Jace cuando todos se dirigieron hacia afuera de
la tienda, Isabelle corrió a decirle a su hermano que también fuese a buscar a
Magnus. Clary quería estar a solas con Jace antes; ahora quería estar con todo el
mundo.
Había amado a Jace por lo que parecía ser un largo tiempo, le amó tanto
que a veces se sentía como que podía morir, porque era algo que necesitaba y
no podía tener. Pero ahora que se había ido: la desesperación se sustituyó por la
paz y la felicidad apacible. Ahora que ya no sentía que cada momento con él era
arrebatado con la posibilidad de un desastre, ahora que podía imaginar toda
una vida de veces con él, pacífico o gracioso o casual o relajado o amable, no
quería nada más que caminar hasta el lago de la granja con todos sus amigos y
celebrar el día.
Cuando pasaron por la cresta de camino al lago, miró detrás de ella. Vio
a Jocelyn y Luke que estaban apoyados en la tienda de campaña, mirandoles.
Vio a Luke reírse de ella y a su madre levantar la mano en un saludo antes de
bajarlo para abrazar a su nuevo marido. Había sido lo mismo para ellos, pensó,
años de separación y tristeza, y ahora tenían una vida. Una vida entera. Levantó
la mano en un hola para contestar y luego corrió para alcanzar a sus amigos.
***
Magnus estaba apoyado contra la parte exterior del granero, viendo la
conversación de Clary y Tessa, cuando Catarina se acercó a él. Tenía flores
azules en el pelo que resaltaban su piel azul zafiro. Miró hacia fuera a través de
la huerta, abajo hacia donde el lago relucía como agua en la copa sostenida por
una mano.
—Pareces preocupado —dijo Catarina, colocando la mano sobre su
hombro amigablemente—. ¿Qué es? Te vi besando antes a ese chico tuyo, el
Cazador de Sombras, así que eso no puede ser.
Magnus sacudió la cabeza.
—No. Todo con Alec está bien.
—Te vi hablando con Tessa, también —dijo Catarina, estirando el cuello para mirar—. Es extraño que ella este aquí. ¿Es eso lo que te preocupa? Pasado y futuro chocando; se debe sentir un poco extraño.
—Tal vez —dijo Magnus, aunque no creía que era eso—. Viejos fantasmas, las sombras de su poder. Aunque siempre me gustaron Tessa y sus hijos.
—Su hijo era un trabajo —dijo Catarina.
—Al igual que lo fue su hija. —Magnus se rió, aunque era tan frágil como las ramas en invierno—. Siento que el pasado pesa sobre mí fuertemente en estos días, Catarina. La repetición de viejos errores. Oigo cosas, rumores de los Subterráneos, el rumor de la próxima contienda. La Corte de las Hadas son un pueblo orgulloso, el más orgulloso; no temen vengarse de la Clave, ni a sus represalias.
—Son orgullosos pero pacientes —dijo Catarina—. Puede pasar mucho tiempo, generaciones, antes de la venganza. No puedes tenerle miedo al venir ahora, cuando la sombra no puede descender por años.
Magnus no la miró; miraba abajo a la tienda de campaña, donde Clary estaba sentada conversando con Tessa, donde Alec estaba de pie al lado de Maia y Bat, riendo, donde Isabelle y Simon bailaban con la música que Jace sacaba del piano, las inquietantes notas dulces de Chopin recordándole otro tiempo y el sonido de un violín en Navidad.
—Ah —dijo Catarina—. Te preocupas por ellos; te preocupas por la sombra que desciende sobre aquellos que amas.
—Ellos o sus hijos. —Alec se había separado de los otros y se dirigía hacia la colina hasta el granero. Magnus lo vió venir, una sombra oscura contra el oscuro cielo.
—Es mejor el amor y el miedo que no sentir nada. Es eso o petrificarse —dijo Catarina, y tocó su brazo—. Lo siento por Raphael, por cierto. Nunca tuve la oportunidad de decirlo. Sé que una vez te salvó la vida.
—Me salvó la vida —dijo Magnus y miró como Alec llegaba. Alec dio a
Catarina un guiño cortés.
—Magnus, vamos hacia abajo hasta el lago —dijo—. ¿Quieres venir?
—¿Por qué? —preguntó Magnus.
Alec se encogió de hombros.
—Clary dice que es bonito —dijo—. Quiero decir, lo he visto antes, pero
había un ángel enorme que se levantaba y que me distraía. —Extendió la
mano—. Vamos. Todo el mundo va.
Catarina sonrió.
—Carpe diem —le dijo ella a Magnus—. No pierdas el tiempo
preocupándote. —Recogió su falda y vagó hacia los árboles, sus pies como
flores azules en la hierba.
Magnus tomo la mano de Alec.
***
Allí estaban las luciérnagas junto al lago. Iluminando las noches con sus
destellos de luz como un guiño, el grupo extendió chaquetas y mantas, que
Magnus produjo en el aire, aunque Clary sospechaba que habían sido
ilegalmente convocadas de Bed Bath & Beyond.
El lago era una moneda de plata, reflejaba el cielo y todas sus miles de
estrellas. Clary podía oír a Alec decirle los nombres de las constelaciones a
Magnus: el León, el Arco, el Caballo Alado. Maia se había sacado sus zapatos y
caminaba descalza por la orilla del lago. Bat la había seguido, y como Clary
miraba, tomó su mano tímidamente.
Ella los dejó.
Simon e Isabelle se inclinaron juntos, susurrando. De vez en cuando
Isabelle se reía. Su cara era más brillante de lo que lo había sido en meses.
Jace se sentó en una de las mantas y atrajo a Clary con él, sus piernas a ambos lados de ella. Ella inclinó la espalda contra él, sintiendo el consolador latido de su corazón contra su columna vertebral. Sus brazos estaban a su alrededor y sus dedos tocaron el Codex en su regazo.
—¿Qué es esto?
—Un regalo, para mí. Y hay uno para ti, también —dijo y tomó su mano, desplegando los dedos uno tras otro hasta que su mano estuviera abierta. Colocó el anillo de plata ligeramente maltratada sobre él.
—¿Un anillo Herondale? —Parecía desconcertado—. De dónde lo sacaste...
—Solía pertenecer a James Herondale —dijo—. No tengo un árbol genealógico, así que no sé qué significa eso exactamente, pero claramente fue uno de tus antepasados. Recuerdo que les dijiste a las Hermanas de Hierro que tendrían que hacerte un anillo nuevo porque Stephen no te había dejado uno, pero ahora ya tienes uno.
Lo deslizó hacia el dedo anular de su mano derecha.
—Cada vez —dijo en voz baja—. Cada vez que creo que estoy perdiendo una parte de mí, me la das.
No había palabras, así que no dijo nada; se giró en sus brazos y lo besó en la mejilla. Era hermoso bajo el cielo de la noche, las estrellas derramando su luz hacia él, contra su pelo brillante y los ojos, el anillo Herondale brillando en su dedo, un recordatorio de todo lo que había sido, y todo lo que es.
Todos somos piezas de lo que recordamos. Tenemos en nosotros mismos las esperanzas y los temores de los que nos aman. En la medida en que es el amor y la memoria, no hay una verdadera pérdida.
—¿Te gusta el nombre Herondale? —preguntó.
—Es tu nombre, así que me encanta —dijo.
—Hay algunos nombres de Cazadores de Sombras realmente malos con los que podría haber terminado —dijo—. Bloodstick31. Ravenhaven32.
—Bloodstick no puede ser un nombre.
—Puede haber caído en desgracia —reconoció—. Herondale, por el contrario, es melódico. Uno podría decir que dulce. Piensa en el sonido de “Clary Herondale.”
—¡Oh, mi Dios, eso suena horrible!
—Todos tenemos que sacrificarnos por amor —sonrió, y extendió el brazo alrededor de ella para recoger el Codex—. Esto es viejo. Una edición antigua —dijo dándole la vuelta—. La inscripción en la parte trasera es de Milton.
—Claro —dijo con cariño y se apoyó contra él cuando le puso el libro en las manos. Magnus había comenzado un fuego, y se quemaba alegremente en la orilla del lago, haciendo subir chispas al cielo. El reflejo del fuego se precipitó por el colgante escarlata de Isabelle mientras se daba la vuelta para decirle algo a Simon y brilló en los gatunos ojos de Magnus y a lo largo del agua del lago, convirtiendo las ondulaciones en líneas de oro. Iluminó la inscripción escrita en la parte posterior del Codex, mientras Jace leía las palabras en voz alta a Clary, su voz tan suave como la música en la brillante oscuridad.

" Servimos libremente,
Porque amamos libremente, como en nuestra voluntad
Amar o no; en esto nos mantendremos o nos caeremos"
StephRG14
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Mensaje por StephRG14 Vie 22 Mayo 2015, 6:45 pm

Pasaje de Lady Midnight
Una Carta de la Corte de las Hadas para el Instituto de Los Ángeles



Para Arthur Blackthorn, director del Instituto de Los Ángeles.
Le suplicamos una vez más por cuestiones de gran importancia. Como sabe, en meses anteriores, los cuerpos marcados y mutilados tanto de nuestras gentes como de las suyas han sido encontrados alrededor de toda la ciudad de Los Ángeles. Esto es de su dominio, y una vez más nos degradamos ante usted y pedimos ayuda. Tras los eventos de la Guerra Oscura, el Pueblo de las Hadas no cayó más bajo su protección y la protección de los Acuerdos, pero todavía tenemos esperanza. Es extraño para las Hadas admitir el estar desesperadas, pero ahora estamos desesperadas.
Si no nos da ayuda, entonces al menos tal vez negociará con nosotros. Investigue las muertes de nuestras gentes y le concederemos el devolverle a su sobrino, el hermano de los niños ahora viviendo en su casa. La Caza Salvaje no devuelve lo que le pertenece, pero nosotros le devolveremos a Mark Blackthorn.
Esperamos su respuesta.



Adelantos Lady Midnight


Emma tragó. Estaba recordando a Julian, hace dos años, de pie en los círculos de fuego superpuestos, donde el ritual de parabatai se estaba realizando. La mirada en el rostro de él, mientras ambos entraban en el círculo central y el fuego se elevaba a su alrededor, y él desabotonandose la camisa para dejarla poner la estela en su piel y esculpir la runa que los ataría juntos durante todas sus vidas. Por entonces ella sabía que si extendía el brazo, podría tocarla, tocar la runa grabada en su hombro, la runa que ella había puesto allí...
—Sí, —dijo él, los parpados bajando mientras su mirada trazaba el movimiento de los dedos de ella—. Me duele estar lejos de ti. Se siente como que hay un gancho escarbando`por debajo de mis costillas, y hay algo tirandome hacia el otro extremo. Como que soy atado a ti, sin importar la distancia.
Mark les dio la vuelta. Sus ojos estaban cegados, sin ver—. Trajiste a los gemelos frente a mí y los mataste una y otra vez. Mi Ty, no entiende porque no puedo salvarlo. Me tragiste a Dry y cuando se rió al ver el castillo de cuento de Hadas, todo se rodeó con setos, la arrojaste contra ellos hasta que perforaron su pequeño cuerpo. Y me ofreces limpiar la sangre de Octavian con la sangre de un niño inocente que tiene magia bajo la Colina.
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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 4 Empty Los orígenes- Ángel mecánico

Mensaje por StephRG14 Mar 26 Mayo 2015, 6:24 pm

Sinopsis



La magia es peligrosa… pero el amor lo es aún más.
Cuando Tessa Gray de dieciséis años, cruza el océano para encontrar a su hermano, su
destino es la Inglaterra Victoriana, y algo aterrador le espera en el Submundo de Londres,
donde los vampiros, brujos y seres sobrenaturales acechan las calles alumbradas con gas.
Sólo los Cazadores de Sombras, guerreros dedicados a librar al mundo de los demonios,
mantienen orden en medio del caos.
Secuestrada por las misteriosas Hermanas Oscuras, los miembros de una organización
secreta llamada El Club Pandemonium, Tessa pronto descubrirá que ella misma es un
Submundo con una extraña habilidad: el poder de transformarse a voluntad, en otra
persona. Es más, el maestro, la figura sombría que dirige el Club, no se detendrá ante nada
para reclamar el poder de Tessa por su cuenta.
Sin amigos y cazada, Tessa se refugia con los Cazadores de Sombrasen el Instituto de
Londres, quienes juran encontrar a su hermano si ella usa su poder para ayudarles. Ella
pronto se encuentra fascinada por, y dividida entre, dos mejores amigos: James, cuya frágil
belleza esconde un secreto mortal, y de ojos azules Will, cuyo ingenio mordaz y estado de
ánimo volátil mantiene a todos en su vida distantes, todo el mundo excepto a Tessa.
En su búsqueda, se van directo al corazón de un misterioso complot, que amenaza con
destruir a los Cazadores de Sombras, Tessa se da cuenta que debe tener que escoger entre
salvar a su hermano y ayudar a sus nuevos amigos a salvar el mundo. . . Y que el amor
puede ser la magia más peligrosa de todas.



Canción den Río Tamesis 


Una nota de sal
Se desliza y el río sube,
oscureciéndose del color del té,
creciendo hasta encontrar el verde.
Por encima de su orilla los engranajes y ruedas
de máquinas monstruosas
suenan y giran, el fantasma dentro
desaparece en sus bobinas,
dusurrando misterios.
Cada pequeño engranaje de oro tiene su diente,
cada gran rueda se mueve
un par de manos que toman
el agua del río,
la devoran, convirtiéndola en vapor,
forzando a la gran máquina a correr
a la fuerza de su disolusión.
Gentilmente, la marea está subiendo,
corrompiendo el mecanismo.
Sal, óxido y limo
pausando los engranajes.
bajando en las orillas
los depósitos de hierro
meciéndose en sus amarras
con el hueco estampido
de una campana gigante,
de un tambor y un cañón
que gritan en una lengua de trueno
y el río onduló debajo.
—Elka Cloke
StephRG14
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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 4 Empty LOS ORÍGENES- ÁNGEL MECÁNICO

Mensaje por StephRG14 Mar 26 Mayo 2015, 6:27 pm

Prologo 


Londres, Abril 1878.
El demonio explotó en una lluvia de icor y tripas.
William Herondale tiró hacia atrás la daga que estaba sosteniendo, pero era demasiado
tarde. El ácido viscoso de la sangre del demonio ya había empezado a carcomer la brillante
hoja.
Juró y echó a un lado el arma; aterrizó en un charco sucio y comenzó a arder sin llama,
como una cerilla apagada. El propio demonio, por supuesto, había desaparecido, enviado de
vuelta a cualquiera haya sido el mundo infernal del que había venido, aunque no sin dejar
un lío detrás.
“¡Jem!” llamó Will, dando la vuelta. “¿Dónde estás? ¿Viste eso? ¡Matado con un golpe!
No está mal, ¿eh?”
Pero no hubo respuesta a los gritos de Will; su compañero de caza había estado detrás de él,
en la húmeda y sucia calle algunos momentos antes, cuidando su espalda. Will era positivo,
pero ahora Will estaba solo en las sombras. Frunció el ceño a nadie, era mucho menos
divertido presumir, sin Jem para presumirle.
Miró detrás de él, donde la calle se estrechaba en un pasillo que daba al agua negra del
Támesis que subía y bajaba en la distancia.
A través de la brecha, Will podía ver las oscuras siluetas de los barcos atracados en el
muelle, un río de mástiles como un huerto sin hojas.
No estaba Jem ahí; tal vez había vuelto a Narrow Street en busca de mejor iluminación.
Con un encogimiento de hombros, Will regresó por donde había venido.
Narrow Street cruzaba Limehouse, entre los muelles detrás del río y los barrios bajos
propagados hacia el oeste de Whitechapel. Era tan angosta como su nombre lo sugería,
bordeada de almacenes y edificios de madera torcida.
Por el momento estaba desierta; incluso los borrachos habían ido tambaleándose a casa
desde Grapes hacia la carretera, encontrando un lugar donde colapsar por la noche.
A Will le gustaba Limehouse, le gustaba el sentimiento de estar en la orilla del mundo,
donde los barcos se iban cada día a puertos inimaginablemente lejanos.
Que esa área fuera guarida de marineros, y por lo tanto, estuviera llena de garitos de juego,
fumadores de opio, y burdeles, no dañaba tampoco. Era fácil perderte a ti mismo en un
lugar como este. Ni siquiera le molestaba el olor de éste; humo y cuerda1 y alquitrán,
especias extranjeras mezcladas con el olor de agua sucia del río Támesis.
Mirando arriba y abajo en la calle vacía, restregó la manga de su abrigo a través de su
rostro, intentando frotar el icor que escocía y quemaba su piel.
La tela quedó teñida de verde y negro. Había un corte en el dorso de su mano también, uno
feo.
Podía usar una runa de curación. Una de las de Charlotte, preferentemente. Ella era
particularmente buena dibujando iratzes2.
Una sombra se desprendió de las sombras y se movió hacia Will. Él comenzó a avanzar,
luego se detuvo. Ese no era Jem, era más bien un policía mundano usando un casco con
forma de campana, un abrigo pesado y una expresión de desconcierto.
Se quedó mirando a Will, o más bien a través de Will.
No obstante, Will estaba usando un glamour, siempre era extraño que vieran a través de él,
como si no estuviera ahí. Will fue cogido por la repentina urgencia de agarrar la porra del
policía y observar mientras el hombre aleteaba alrededor, intentando averiguar donde había
ido; pero Jem lo había regañado las pocas veces que había hecho eso antes, y aunque Will
nunca pudo entender realmente las objeciones de Jem de toda la iniciativa, no valía la pena
molestarlo.
Con un encogimiento de hombros y un parpadeo, el policía se desplazó más allá de Will,
moviendo la cabeza y murmurando algo en voz baja sobre renunciar a la ginebra antes de
que realmente empezara a ver cosas. Will dio un paso a un lado para dejar pasar al hombre,
luego aumentó su voz a un grito:
“¡James Carstairs! ¡Jem! ¿Dónde estás, tú, bastardo desleal?”
Esta vez una débil réplica le respondió. “Por aquí. Sigue la luz mágica.”
Will se movió hacia el sonido de la voz de Jem. Parecía venir de una oscura abertura entre
dos almacenes.
Un débil destello era visible entre las sombras, como la luz lanzada de un fuego fatuo3.
“¿Me oíste antes? Ese demonio Shax pensó que podría cogerme con sus grandes pinzas
sangrientas, pero lo acorralé en un callejón…”
“Sí, te oí.” El joven que apareció en la boca del callejón estaba pálido a la luz de la
lámpara, más pálido incluso de lo que era normalmente, lo que era bastante, en realidad.
Tenía la cabeza descubierta, lo que atrajo inmediatamente la marida a su cabello. Éste era
de un extraño color plata brillante, como un lustroso chelín4. Sus ojos eran de la misma plata, y su rostro de huesos finos, era angular, la delicada curva de sus ojos la única pista de
su herencia.
Había una mancha oscura a través del frente de su camisa, y sus manos estaban densamente
manchadas con rojo.
Will se tensó. “Estás sangrando. ¿Qué pasó?”
Jem despidió con un gesto la preocupación de Will. “No es mi sangre.” Volvió la cabeza
hacia el callejón detrás de él. “Es de ella.”
Will miró más allá de su amigo, dentro de las espesas sombras del callejón. En la esquina
lejana de éste, había una forma arrugada, sólo una sombra en la oscuridad, pero cuando
Will miró de cerca, pudo distinguir la forma de una mano pálida, y un mechón de cabello
rubio.
“¿Una mujer muerta?” Will preguntó. “¿Una mundana?”
“Una niña, en realidad. No más de catorce.”
A eso, Will maldijo a un gran volumen y expresión. Jem esperó pacientemente a que
terminara.
“Si sólo hubiéramos pasado un poco más temprano,” dijo Will finalmente. “Ese sangriento
demonio…”
“Esa es la cosa peculiar. No creo que esto sea trabajo del demonio.” Jem frunció el ceño.
“Los demonios Shax son parásitos, progenie de parásitos. Hubiera querido arrastrar a su
víctima de vuelta a su guarida para poner huevos en su piel mientras ella seguía viva. Pero
esta chica fue apuñalada, repetidamente. Y no creo que haya sido aquí, tampoco.
Simplemente no hay suficiente sangre en el callejón. Creo que ella fue atacada en otro
lugar, y que se arrastró aquí para morir de sus heridas.”
“Pero el demonio Shax…”
“Te estoy diciendo, no creo que fuera el Shax. Creo que el Shax la persiguió, cazándola
para algo, o alguien, más.”
“Los Shaxes tienen un agudo sentidos del olfato,” admitió Will. “He oído de brujos que los
utilizan para seguir las pistas de desaparecidos. Y éste parecía moverse con una extraña
clase de propósito.” Miró más allá de Jem, a la lamentable pequeñez de la forma arrugada
en el callejón.
“No encontraste el arma, ¿lo hiciste?”
“Toma.” Jem sacó algo desde el interior de su chaqueta, un cuchillo envuelto en tela blanca.
“Es una especie de misericordia5, o daga de caza. Mira cuan delgada es la hoja.”
Will lo tomó. La hoja era bastante delgada, terminada en una empuñadura echa de hueso
pulido. La hoja y la empuñadura estaban manchadas con sangre seca. Con el ceño fruncido
limpió lo plano del cuchillo a través de áspero tejido de su manga, raspando limpio, hasta
que un símbolo, quemado en la hoja, se volvió visible. Dos serpientes, mordiéndose la cola
la una a la otra, formando un perfecto círculo.
“Ouroboros6,” dijo Jem, inclinándose más cerca para mirar el cuchillo. “Uno doble. Ahora,
¿qué crees que significa?”
El fin del mundo,” dijo Will, todavía mirando la daga, una pequeña sonrisa jugó en su
boca, “y el principio.”
Jem frunció el ceño. “Entiendo la simbología, William. Quiero decir, ¿Qué crees que su
presencia en la daga significa?”
El viento del río alborotó el cabello de Will; lo cepilló fuera de sus ojos con gesto
impaciente y volvió a estudiar el cuchillo. “Es un símbolo alquímico, no uno brujo o uno
Submundo. Eso normalmente quiere decir humanos; el tipo de mundanos tontos que creen
que tratar con magia es el boleto para ganar fama y riqueza.”
El tipo que normalmente termina en una pila de sangrientos harapos dentro de algún
pentagrama.” Jem sonaba sombrío.
El tipo que le gusta estar al acecho por las partes del Submundo de nuestra bella ciudad.”
Después de envolver el pañuelo alrededor de la hoja cuidadosamente, la deslizó dentro del
bolsillo de su chaqueta. “¿Crees que Charlotte me dejará mantener la investigación?”
“¿Crees que deberías confiar en los Submundo? Los garitos de juego, los antros de vicios
mágicos, las mujeres de moral relajada…”
Will sonrió de la forma en que Lucifer debía sonreír, momentos antes de caer del Cielo.
“Mañana sería demasiado pronto para empezar a buscar, ¿lo crees?
Jem suspiró. “Has lo que quieras, William. Siempre lo haces.”

Southampton, Mayo.
Tessa no podía recordar un momento en que no hubiera amado el ángel mecánico. Éste
había pertenecido a su madre una vez, y su madre lo había estado llevando cuando murió.
Después de eso, éste se había quedado en el joyero de su madre, hasta que su hermano,
Nathaniel, lo sacó un día para ver si todavía funcionaba.
El ángel no era más grande que el dedo meñique de Tessa, una pequeña estatuilla hecha de
latón, con las plegadas alas de bronce no más grandes que las de un grillo. Tenía un
delicado rostro de metal con párpados de medialuna cerrados, y manos cruzadas sobre una
espada en el frente. Una delgada cadena que serpenteaba debajo de las alas permitía que el
ángel fuera usado alrededor del cuello como un medallón.
Tessa sabía que el ángel fue hecho con mecanismo de relojería porque si lo acercaba a su
oído, podía oír el sonido de su mecanismo, como el sonido de un reloj. Nate había
exclamado sorprendido que eso seguía funcionando después de tantos años, y había
buscado en vano una perilla o un tornillo, o algún otro método por el que al ángel se le
pudiera dar cuerda. Pero ahí no había nada que encontrar. Con un encogimiento de hombros
él le dio el ángel a Tessa. Desde ese momento ella nunca se lo quitó; incluso en la noche, el
ángel yacía contra su pecho mientras ella dormía, sus constantes tic-tac, tic-tac como el
latido de un segundo corazón.
Lo sostuvo ahora, asiéndolo entre sus dedos, mientras el Main husmeaba en su camino
entre otros masivos busques de vapor para encontrar un lugar en el muelle de Southampton.
Nate había insistido en que ella llegara a Southampton en lugar de Liverpool, donde
llegaban más trasatlánticos a vapor. Había afirmado que era porque Southampton era un
lugar mucho más placentero para arribar, por lo que Tessa no pudo dejar de estar un poco
decepcionada por esto, su primera visita a Inglaterra. Estaba tristemente gris. La lluvia
tamborileaba en la torre de una iglesia lejana, mientras humo negro ascendía de las
chimeneas de los barcos y teñía el cielo ya opaco. Una multitud de gente en ropa oscura,
sosteniendo paraguas, estaba en los muelles.
Tessa se esforzaba por ver si su hermano estaba entre ellos, pero la niebla y la rociada de
los barcos eran muy espesas para que ella distinguiera cualquier persona en gran detalle.
Tessa tembló. El viento del mar era frío. Todas las cartas de Nate afirmaban que Londres
era hermoso, el sol brillaba cada día. Bien, pensó Tessa, esperaba que el clima allí fuera
mejor de lo que era aquí, porque no tenía ropa abrigada con ella, nada más sustancial que
un chal de lana que había pertenecido a Tía Harriet, y un par de delgados guantes. Había
tenido que vender la mayoría de su ropa para pagar el funeral de su tía, con la certeza de
que su hermano le compraría más cuando llegara a Londres para vivir con él.
Un grito se elevó. El Main, su casco pintado de negro brillante, centelleó mojado por la
lluvia, había anclado, y remolcadores estaban arando su camino en el agua gris que subía y
bajaba, listos para cargar equipaje y pasajeros a la orilla.
Los pasajeros fluyeron del barco, claramente desesperado por sentir tierra bajo sus pies.
Tan diferente de su salida de Nueva York.
El cielo era azul entonces, y una banda había estado tocando. Aunque, sin nadie ahí para
despedirla, esa no había sido una ocasión alegre.
Encorvando los hombros, Tessa se unió a la multitud que desembarcaba. Gotas de lluvia
aguijonearon su desprotegidos cabeza y cuello, como pequeños pinchazos de hielo, y sus
manos, dentro de sus insustanciales guantes, estaban frías y húmedas con la lluvia.
Al llegar al muelle, miró a su alrededor con impaciencia, buscando una visión de Nate.
Hacía casi dos semanas desde que hablaba con el alma, manteniéndose casi en su totalidad
a sí misma a bordo del Main. Sería maravilloso tener de nuevo a su hermano para hablar.
Él no estaba ahí. Los muelles estaban repletos con montones de equipajes y todo tipo de
cajas y cargas, incluso montones de frutas y vegetales se marchitaban y disolvían en la
lluvia.
Un vapor partía de Le Havre nearby, y marineros de aspecto húmedo pululaban cerca de
Tessa, gritando en francés. Intentó moverse a un lado, sólo para ser casi pisoteada por una
multitud de pasajeros que desembarcaban apresurados para refugiarse en la estación de
trenes.
Pero Nate no se veía por ninguna parte.
“¿Usted es la Señorita Gray?” La voz era gutural, con pesado acento. Un hombre se había
movido para ponerse en frente de Tessa. Era alto, y llevaba un majestuoso abrigo negro y
un sombrero alto, el ala de su sombrero colectaba agua de lluvia como una cisterna.
Sus ojos eran peculiarmente saltones, casi protuberantes, como los de una rana, su piel de
aspecto áspero como el tejido de una cicatriz.
Tessa tuvo que luchar con la urgencia de encogerse lejos de él. Pero él sabía su nombre.
¿Quién podría saber su nombre aquí salvo alguien que conociera a Nate, también?
“¿Si?”
“Su hermano me envió. Venga conmigo.”
“¿Dónde está él?” Tessa demandó, pero el hombre ya se estaba alejando. Su paso era
desigual, como si tuviera cojera de una vieja herida.
Después de un momento, Tessa recogió su falda y corrió tras él.
Él serpenteó a través de la multitud, avanzó con determinada velocidad. La gente saltaba a
un lado, murmurando sobre su mala educación cuando él los empujaba con sus hombros al
pasar, con Tessa corriendo para mantener su paso. Se volvió abruptamente en torno a un
montón de cajas, y se detuvo en frente de un gran coche negro brillante.
Letras doradas estaban pintadas a través de su costado, pero la lluvia y la niebla eran muy
espesas para que Tessa las leyera claramente.
La puerta del carruaje se abrió y una mujer se asomó. Usaba un enorme sombrero de Tessa asintió. El hombre de ojos saltones se apresuró a ayudar a salir a la mujer del
carruaje, y luego otra mujer la siguió. Cada una de ellas inmediatamente abrió un paraguas
y los levantaron, refugiándose de la lluvia. Entonces fijaron sus ojos en Tessa.
Eran un extraño par, las mujeres. Una era muy alta y delgada, con un huesudo y ojeroso
rostro. Su pelo sin color estaba arrastrado en un moño atrás de su cabeza. Usaba un vestido
de seda violeta brillante, ya salpicado aquí y allá con manchas de lluvia, y guantes violetas
a juego.
La otra mujer era baja y rolliza, con pequeños ojos hundidos profundamente en su cabeza;
sus brillantes guantes rosa estirados sobre sus grandes manos, las hacían verse como patas
de colores.
“Theresa Gray,” dijo la más pequeña de las dos. “Qué delicia conocerla al fin. Soy la Sra.
Black, y esta es mi hermana, la Sra. Dark. Su hermano nos envió para acompañarla a
Londres.”
Tessa, mojada, helada, y desconcertada, cogió su chal más ajustado a su alrededor. “No lo
entiendo. ¿Dónde está Nate? ¿Por qué no vino él mismo?”
“Fue inevitablemente detenido por negocios en Londres. Mortmain no podía prescindir de
él. Antes envió una nota para usted, sin embargo.” La Sra. Black extendió un poco de papel
enrollado, ya humedecido por la lluvia.
Tessa lo tomó y se dio la vuelta para leerlo. Era una pequeña nota para ella de su hermano
disculpándose por no estar en los muelles para encontrarla, y dejándole saber que confiaba
en la Sra. Black y la Sra. Dark (las llamo las hermanas Oscuras7 Tessie, por obvias
razones, ¡y ellas parecen encontrar el nombre agradable!), para traerla a salvo a su casa en
Londres.
Eran, como su nota decía, sus patronas y también amigas de confianza, y tenían su más alta
recomendación.
Eso la decidió. La carta era sin duda de Nate. Era su letra, y nadie más la llamaba Tessie.
Tragó fuerte y deslizó la nota en su manga, girándose para hacer frente a las hermanas.
“Muy bien,” dijo, luchando con su persistente sensación de decepción, había estado tan
ansiosa por ver a su hermano. “¿Vamos a llamar a un mozo para que traiga mi baúl?”
“No es necesario, no es necesario.” El tono alegre de la Sra. Dark estaba en desacuerdo con
sus grises facciones ojerosas. “Ya hemos arreglado que la envíen por adelantado.”
Chasqueó los dedos y el hombre de ojos saltones se subió en el asiento del conductor del
frente del carruaje. Ella puso su mano en el hombro de Tessa. “Vamos, hija; vamos a
sacarte de la lluvia.”
Cuando Tessa se movió hacia el carruaje, impulsada por el huesudo agarre de la Sra. Dark,
la niebla clareó, revelando la reluciente imagen dorada pintada al costado de la puerta. Las
palabras “El Club Pandemónium” se enroscaban intrincadamente en torno a dos serpientes mordiéndose las colas la una a la otra, formando un círculo. Tessa frunció el ceño. “¿Qué
significa eso?”
“Nada de lo que tengas que preocuparte,” dijo la Sra. Black, quien ya había subido al
interior y tenía la falda extendida a través de uno de los asientos de aspecto cómodo. El
interior del carruaje estaba ricamente decorado con lujosos asientos de terciopelo púrpura,
frente el uno del otro, y borlas de oro colgando de las cortinas en las ventanas.
La Sra. Dark ayudó a Tessa a subir al carruaje, luego se encaramó detrás de ella.
Mientras Tessa se acomodaba en el asiento, la Sra. Black se estiró para cerrar la portezuela
del coche detrás de su hermana, cerrando el cielo gris. Cuando sonrió, sus dientes brillaron
en la penumbra como si estuvieran hechos de metal. “Ponte cómoda, Theresa. Tenemos un
gran viaje por delante.”
Tessa puso una mano en el ángel mecánico en su garganta, tomando consuelo de su
constante tic-tac, mientras el carruaje daba bandazos hacia delante en la lluvia.
StephRG14
StephRG14


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Mensaje por StephRG14 Mar 26 Mayo 2015, 6:31 pm

Capitulo 1
La casa oscura


- Seis semanas después -

Más allá de este lugar de lágrimas e ira
Yacen los Horrores de la sombra
—William Ernest Henley, “Invicto”




“A las hermanas les gustaría verla en su sala, Señorita Gray.”
Tessa dejó el libro que había estado leyendo sobre la mesita de noche, y se volvió para ver
a Miranda de pie en la puerta de su pequeña habitación, como lo había hecho todos los días
a la misma hora, entregando el mismo mensaje que entregaba todos los días.
En un momento Tessa le pediría que esperara en el pasillo, y Miranda dejaría la habitación.
Diez minutos después, ella volvería y diría lo mismo de nuevo. Si Tessa no venía
obedientemente después de algunos de esos intentos, Miranda la cogería y la arrastraría,
pataleando y gritando, bajaría las escaleras al caliente y apestoso cuarto donde las
Hermanas Ocuras espereban.
Había pasado todos los días de la primera semana que Tessa había estado en la Casa
Oscura, como ella había venido a llamar el lugar en que la mantenían prisionera, hasta que
eventualmente Tessa se dio cuenta de que gritar y patalear no hacían mucho, simplemente,
gastar su energía. Energía que probablemente era mejor reservar para otras cosas.
“Un momento, Miranda,” dijo Tessa. La criada se balanceó icómodadamente en una
reverencia y salió de la habitación, cerrando la puerta tras ella.
Tessa se puso en pie, mirando alrededor de la pequeña habitación que había sido su celda
de prisión por seis semanas. Ésta era pequeña, con empapelado de flores y con pocos
muebles, una simple mesa de pino con un paño de encaje blanco sobre ésta, donde ella
comía sus comidas; la estrecha cama de latón donde ella dormía; el lavabo agrietado y la
jarra de porcelana para su limpieza; el alfeizar de la ventana donde ella apilaba sus libros, y
la pequeña silla donde se sentaba cada noche y escribía cartas a su hermano, cartas que ella
sabía nunca podría enviar, cartas que ella mantenía ocultas bajo su colchón donde las
Hermanas Oscuras no pudieran encontralas.
Era su forma de mantener un diario y de asegurarse a sí misma, que de alguna forma, vería
a Nate de nuevo algún día y sería capaz de dárselas.
Cruzó la habitación hasta el espejo que colgaba contra la pared, y alisó su cabello.
Las Hermanas Oscuras, como de hecho les gustaba ser llamadas, preferían que ella no
luciera desaliñada, aunque no parecía importarles su apariencia de una manera u otra más

allá de eso, lo que era una suerte, porque su reflejo la hizo estremecerse. Allí estaba su pálido rostro ovalado dominado por huecos ojos grises, un rostro en sombras, sin color en
sus mejillas o esperanza en su expresión.
Llevaba el vestido negro poco favorecedor que las hermanas le habían dado una vez que
había llegado; su baúl nunca la había seguido, a pesar de sus promesas, y éste era ahora la
única pieza de ropa que tenía. Apartó la mirada rápidamente.
No tenía para siempre para estremecerse por su reflejo. Nate, con su bello aspecto, era el
único en la familia que por acuerdo general había heredado la belleza de su madre, pero
Tessa siempre había estado plenamente satisfecha con su liso cabello castaño y sus sensatos
ojos grises.
Jane Eyre tenía el pelo castaño, además de muchas otras heroínas. Y no era tan malo ser
alta, tampoco, más alta que la mayoría de los chicos de su edad, es verdad, pero Tía Harriet
siempre había dicho que cuando una mujer alta se conduciera bien, siempre se vería regia.
No se veía regia ahora, pensó. Se veía ojerosa y sucia y en conjunto como un
espantapájaros usado. Se preguntó si Nate la reconocería si la viera hoy en día.
Ante ese pensamiento su corazón pareció encogerse dentro de su pecho. Nate. Él era lo
único por el que ella estaba haciendo todo esto, pero a veces lo extrañaba tanto que sentía
como si estuviera tragando cristal roto. Sin él, estaba completamente sola en el mundo. No
había nadie en absoluto para ella. Nadie en el mundo que se preocupara de si ella estaba
viva o muerta. Aveces el horror de ese pensamiento la amenazaba con abrumarla y hundirla
en una oscuridad sin fondo de la que no habría retorno. Si nadie en el mundo se preocupa
por ti en absoluto, ¿realmente existes?
El chasquido de la cerradura cortó sus pensamientos abruptamente. La puerta se abrió;
Miranda estaba en el umbral.
“Es tiempo de que venga conmigo,” dijo. “La Sra. Black y la Sra. Dark están esperando.”
Tessa la miró disgustada. No podía adivinar la edad de Miranda. ¿Diecinueve?
¿Veinticinco? Había algo eterno en su rostro redondeado y sin arrugas. Su cabello era del
color del agua de arroyo, tirado hacia atrás con dureza detrás de las orejas. Tenía ojos
protuberantes como los de una rana y la hacía parecer permanentemente sorprendida,
exactamente como el cochero de las Hermanas Oscuras. Tessa pensó que ellos debían estar
relacionados.
A medida que bajaban juntas las escaleras, Miranda marchaba con su andar desgarbado,
una marcha acortada, Tessa levantó su mano para tocar la cadena dónde el ángel mecánico
colgaba alrededor de su garganta. Era un hábito, algo que hacía cada vez que era forzada a
ver a las Hermanas Oscuras.
De alguna forma, la sensación del colgante alrededor de su cuello la tranquilizó. Siguió
sosteniéndolo mientras pasaban rellano tras rellano. Había varios niveles de corredores en
la Casa Oscura, aunque Tessa no había visto ninguno de ellos, salvo las salas de las
Hermanas Oscuras, los pasillos y su propia habitación. Finalmente alcanzaron el sótano en
sombras. Era húmedo ahí abajo, los muros estaban pegajosos con desagradable humedad,
aunque aparentemente a las Hermanas no les importaba.
Su oficina estaba adelante, a través de un conjunto de amplias puertas dobles. Un angosto
corredor llevaba en otra dirección, desapareciendo en la oscuridad; Tessa no tenía idea de
qué se apostaba en ese vestíbulo, pero algo en el espesor de las sombras la hacía feliz de
nunca descubrirlo.
Las puertas de la oficina de las Hermanas estaban abiertas. Miranda no dudó, sino que
entró, Tessa la siguió con gran renuencia. Odiaba esta habitación más que cualquier otro
lugar en el mundo.
Para empezar, siempre estaba caliente y húmeda por dentro, como un pantano, incluso
cuando los cielos fuera eran grises y lluviosos. Las paredes parecían rezumar humedad, y el
tapizado en los asientos y sofás siempre tenían moho floreciendo. Olía extraño también,
como la ribera del Hudson8 en un día caluroso: agua y basura y fango.
Las Hermanas ya estaban allí, como siempre estaban, sentadas detrás de su enorme
escritorio alzado. Con sus habituales coloridos, la Sra. Black en un vestido de vibrante rosa
salmón y la Sra. Dark en uno azul pavo real.
Por encima de los satenes brillantemente coloridos, sus rostros estaban como desinflados
globos grises. Ambas usaban guantes a pesar de lo caliente que estaba la habitación.
“Déjanos, Miranda,” dijo la Sra. Black, mientras le daba vueltas al pesado globo terráqueo
de bronce que mantenían en el escritorio, con un regordete dedo enguantado en blanco.
Tessa muchas veces había intentando tener un buen vistazo del globo; algo en la forma en
que los continentes estaban establecidos, nunca se había visto correcto para ella,
especialmente el espacio en el centro de Europa, pero las hermanas siempre lo mantenían
fuera de su alcance. “Y cierra la puerta tras de ti.”
Inexpresiva, Miranda hizo lo que le pidieron. Tessa intentó no estremecerse cuando la
puerta se cerró tras ella, cortando lo poco de brisa que había en ese lugar sin aire.
La Sra. Dark ladeó la cabeza hacia un lado. “Ven aquí, Theresa.” De las dos mujeres, ella
era la más amable, probablemente engatusaba y persuadía mejor que su hermana, a quien le
gustaba convencer con bofetadas y amenazas silbadas. “Y toma esto.”
Sostenía algo: un trozo de deteriorada tela rosa atada en un lazo, del tipo usado como la
cinta del pelo de una niña.
Estaba acostumbrada a las cosas que las Hermanas Oscuras le entregaban ahora. Cosas que
una vez pertenecieron a personas: alfileres de corbata y relojes, joyas de luto, y juguetes de
niños. Una vez los cordones de una bota; otra un solo pendiente, manchado con sangre.
“Toma esto,” dijo la Sra. Dark de nuevo, un atisbo de impaciencia en su voz. “Y Cambia.”
Tessa tomó el lazo. Estaba en su mano, tan ligero como el ala de una mariposa y las
Hermanas Oscuras la miraban impasible. Recordó los libros que había leído, novelas en
donde sus personajes estaban siendo juzgados, de pie temblado en el banquillo de Old Bailey9
y rezando por un veredicto no culpable. A menudo sentía que ella misma estaba
siendo juzgada en esta habitación, sin saber por qué crimen estaba siendo acusada.
Giró el lazo en su mano, recordando la primera vez que las Hermanas Oscuras le tendieron
un objeto, un guante de mujer, con botones de perlas en la muñeca. Le habían gritado que
Cambiara, la habían abofeteado y sacudido mientras ella les decía una y otra vez con
creciente histeria que no tenía idea de qué estaban hablando, no tenía idea de qué le estaban
pidiendo que hiciera.
No había llorado, incluso cuando lo quería. Tessa odiaba llorar, especialmente en frente de
personas en que no confiaba. Y de las únicas dos personas en que ella confiaba, una estaba
muerta y la otra aprisionada. Ellas le habían dicho eso, las Hermanas Oscuras, le habían
dicho que tenían a Nate, y si ella no hacía lo que le decían, él moriría. Le habían mostrado
su anillo, el que había sido de su padre, manchado con sangre ahora, para probárselo. No la
habían dejado sostenerlo o tocarlo, se lo habían arrebatado cuando ella se había estirado por
él, pero ella lo había reconocido. Era de Nate.
Después de eso, había hecho todo lo que le habían pedido. Había bebido las pociones que le
habían dado, hecho las horas de agonizantes ejercicios, obligándose a sí misma a pensar en
la forma en que ellas querían que lo hiciera. Le habían dicho que se imaginara a sí misma
como arcilla, siendo modelada y moldeada en el torno del alfarero, su forma amorfa y
cambiable.
La habían dicho que se extendiera a los objetos que le habían dado, que los imaginara como
cosas vivientes, y que sacara el espíritu que los animaba.
Eso había tomado semanas, y la primera vez que había Cambiado, había sido tan
cegadoramente doloroso que había vomitado y desmayado. Cuando despertó, yacía en uno
de los sofás con moho de la habitación de las Hermanas Oscuras, con una esponjosa toalla
húmeda a través de su rostro. La Sra. Black se había inclinado sobre ella, su aliento tan
amargo como el vinagre, sus ojos brillantes. “Hoy lo hiciste muy bien, Theresa,” había
dicho. “Muy bien.”
Esa noche, cuando Tessa se había ido a su habitación, había habido regalos para ella, dos
nuevos libros sobre su mesita de noche. De alguna forma las Hermanas Oscuras se habían
dado cuenta de que la lectura y las novelas eran la pasión de Tessa. Eran copias de Grandes
Expectaciones, y de todas las cosas, Mujercitas. Tessa había abrazado los libros y, sola y
sin vigilancia en su cuarto, se había permitido llorar.
Se había vuelto más fácil desde entonces, el Cambiar. Tessa seguía sin entender qué pasaba
dentro de ella para hacer eso posible, pero había memorizado la serie de pasos que las
Hermanas Oscuras le habían enseñado, de la forma en que una persona ciega memoriza el
número de pasos que debe dar para caminar de su cama a la puerta de su habitación.
No sabía qué había a su alrededor en el extraño lugar oscuro al que ellas le habían pedido
que viajara, pero conocía la vía a él.
Se inspiró en sus recuerdos ahora, apretando su agarre en el andrajoso trozo de tela rosa que
sostenía. Abrió su mente y dejó pasar la oscuridad, dejó que la conexión que la unía a la
cinta de cabello y el espíritu dentro de ésta, el eco fantasmal de la persona que la había
poseído una vez, se deserendara como un dorado hilo conductor a través de las sombras. La
habitación en la que estaba, el calor sofocante, la respiración ruidosa de las Hermanas
Oscuras, todo se desmoronó mientras ella seguía el hilo, la luz se volvía más intensa a su
alrededor y ella se envolvía a sí misma como si se envolviera en una manta.
Su piel comenzó a hormiguar y arder con miles de pequeños golpes. Esta era la peor parte,
una vez esa parte la había convencido de que estaba muriendo. Ahora estaba acostumbrada
a ella, y la llevaba con valor hasta que se estremecía completamente, del cuero cabelludo a
los pies. El ángel mecánico alrededor de su garganta parecía hacer tic-tac más rápido, como
si estuviera a ritmo con la velocidad de su corazón. La presión creció dentro de su piel,
Tessa jadeó, y sus ojos, que habían estado cerrados, se abrieron con la sensación de
crescendo10 en aumento, y luego desaparecieron.
Había terminado.
Tessa parpadeó vertiginosamente. El primer momento después de un Cambio era como si al
parpadear sacara agua de sus ojos después de haberse sumergido en un baño. Se miró. Su
nuevo cuerpo era ligero, casi frágil, y la tela de su vestido colgaba suelta, amontonada en el
suelo a sus pies. Sus manos se juntaban en el frente, eran pálidas y delgadas, con yemas
agrietadas y uñas mordidas. Poco familiares, manos ajenas.
“¿Cuál es tu nombre?” Demandó la Sra. Black. Se había puesto de pie y miraba a Tessa
hacia abajo con sus pálidos ojos en llamas. Casi parecía hambrienta.
Tessa no tuvo que contestar. La chica cuya piel estaba usando contestó por ella, hablando a
través de de la forma en que los espíritus hablababan a través de médiums, pero Tessa
odiaba pensar de esa manera; el Cambio era mucho más íntimo, mucho más espantoso que
eso.
“Emma,” dijo la voz que venía de Tessa. “Señorita Emma Bayliss, señora.”
“¿Y quién eres, Emma Bayliss?”
La voz replicó, las palabras brotando a borbotones de la boca de Tessa, trayendo fuertes
imágenes con ellas. Nacida en Cheapside11, Emma había sido una de seis hijos. Su padre
estaba muerto, su madre vendía agua de menta en un carrito en el East End12. Emma había
aprendido a coser para llevar dinero a casa cuando todavía era una niña pequeña. Las
noches las pasaba sentada en una pequeña mesa en la cocina, haciendo costuras a la luz de una vela de sebo. Aveces, cuando la vela se quemaba completa y no había dinero para otra,
debía salir a las calles y sentarse bajo una de las lámparas de gas municipales, usando esa
luz para zurcir…
“¿Eso lo que estabas haciendo en la calle la noche que moriste, Emma Bayliss?” preguntó
la Sra. Dark. Finalmente estaba sonriendo, pasando su lengua por su labio inferior, como si
pudiera sentir cual sería la respuesta.
Tessa vio calles ocuras y estrechas, envueltas en una espesa niebla, una aguja de plata
trabajando bajo una débil luz de gas amarilla.
Un paso, apagado en la niebla. Manos que se extendieron de las sombras y la asieron por
los hombros, manos que la arrastraron, gritando, en la oscuridad.
La aguja y la costura cayeron de sus manos, el lazo fue arrancado de su cabello mientras
ella luchaba. Una voz ronca gritó algo, enojada. Y entonces la hoja de plata del cuchillo
destelló mientras bajaba a través de la oscuridad, rebanando su piel, extrayendo su sangre.
Dolor que era como fuego, y terror como nada más que ella hubiera conocido. Pateó al
hombre que la sostenía, logrando golpear la daga de su mano; cogió la hoja y corrió,
tropezando mientras se debilitaba, su sangre drenándose rápido, tan rápido.
Se contrajo en un callejón, oyendo el silbante grito de algo a sus espaldas. Sabía que la
estaba siguiendo, y esperaba morir antes de que la alcanzara… El Cambio se destrozó como
cristal. Con un grito, Tessa cayó de rodillas, el lazo un poco destrozado, cayó de su mano.
Era su mano de nuevo. Emma se había ido, como una piel desechada. Tessa una vez más
estaba sola en el interior de su mente.
La voz de la Sra. Black vino de muy lejos. “¿Theresa? ¿Dónde está Emma?”
“Está muerta,” susurró Tessa. “Murió en un callejón, se desangró hasta morir.”
“Bien.” La Sra. Dark exhaló un sonido de satisfacción.
“Bien hecho, Theresa. Eso estuvo muy bien.”
Tessa no dijo nada. El frente de su vestido estaba manchado con sangre, pero no tenía
dolor. Sabía que no era su sangre; no era la primera vez que esto había pasado. Cerró los
ojos, girando en la oscuridad, dispuesta a no desmayarse.
“Debimos haber hecho que hiciera esto antes,” dijo la Sra. Black. “El asunto de la chica
Bayliss había estado molestándome.”
La respuesta de Sra. Dark fue cortante. “No estaba segura de que ella estuviera a la altura.
Recuerdas lo que paso con la mujer Adams.”
Tessa supo inmediatamente de qué estaban hablando. Semanas atrás, tuvo que Cambiar a
un mujer que había muerto de una herida de bala al corazón; la sangre se había derramado
por su vestido y ella había Cambiado de vuelta inmediatamente, gritando histérica,
aterrorizada, hasta que las Hermanas le habían hecho ver que ella estaba ilesa.
“Ha avanzado maravillosamente desde entonces, ¿no te parece, Hermana?” dijo la Sra.
Black.
“Teniendo en cuenta lo que tuvimos que trabajar al principio, ni siquiera sabía lo que ella
era.”
“En realidad, era absolutamente una arcilla sin forma,” estuvo de acuerdo la Sra. Dark.
“Realmente hemos obrado un milagro aquí. No puedo ver como el Maestro podría dejar de
estar satisfecho.”
La Sra. Balck dio un grito ahogado. “Eso quiere decir… ¿Crees que es hora?”
“Oh, absolutamente, mi querida hermana. Está tan lista como podrá estarlo. Es tiempo de
que nuestra Theresa conozca a su maestro.” Había una nota de regodeo en la voz de la Sra.
Dark, un sonido tan desagradable que cortaba a través del ciego mareo de Tessa. ¿De qué
estaban hablando? ¿Quién era el Maestro? Miró a través de las pestañas como la Sra. Dark
sacudía el tirador de seda que convocaba a Miranda para que llevara a Tessa de vuelta a su
habitación. Parecía que la lección había terminado por hoy.
“Tal vez mañana,” dijo la Sra. Black, “o incluso esta noche. Si le contamos al Maestro que
está lista, no puedo imaginar que no se deprisa y esté aquí sin demora.”
La Sra. Dark, saliendo detrás del escritorio, se rió entre dientes. “Entiendo que estés ansiosa
por ser recompensada por todo nuestro trabajo, querida hermana. Pero Theresa no puede
estar simplemente lista. Debe estar… presentable también si es posible. ¿No estás de
acuerdo?”
La Sra. Black, siguiendo a su hermana, murmuró una respuesta que se vio interrumpida
cuando la puera se abrió y Miranda entró. Llevaba el mismo aspecto aburrido de siempre.
La visión de Tessa agachada y ensangrentada en el suelo no causó sorpresa en ella. Por otra
parte, Tessa pensó, probablemente había visto cosas peores en esta habitación.
“Lleva a la chica de vuelta a su habitación, Miranda.” El entusiasmo había desaparecido de
la voz de la Sra. Black, y era toda brusquedad de nuevo. “Consigue las cosas, tú sabes, las
que te mostramos, tenla vestida y preparada.”
“¿Las cosas… que me mostraron?” Miranda sonaba en blanco.
La Sra. Dark y la Sra. Black intercambiaron una mirada de disgusto, y se acercaron a
Miranda, bloqueándole a Tessa la visión de la chica. Tessa oyó que le susurraban, y captó
unas pocas palabras “vestidos” y “sala de vestuario” y “haz lo que puedas para hacerla
verse bonita,” y finalmente, Tessa escuchó el más bien cruel, “No estoy segura de que
Miranda sea lo suficientemente inteligente para obedecer vagas instrucciones de ese tipo,
hermana.”
Hacerla verse bonita. ¿Pero por qué les importaba si ella se veía bonita o no, cuando
podían obligarla a verse de cualquier forma que quisieran? ¿Por qué importaba cuál era su verdadera apariencia? ¿Y por qué le importaría al Maestro? Aunque era muy claro por el
comportamiento de las Hermanas, que creían que sí le importaría.
La Sra. Black salió de la habitación, su hermana siguiéndola, como siempre hacía. En la
puerta la Sra. Dark se detuvo, y se volvió a mirar a Tessa. “Recuerda, Theresa,” dijo, “que
este día, esta misma noche, es para lo que toda nuestra preparación ha sido.” Tomó sus
faldas con ambas manos huesudas. “No nos falles.”
Dejó la puerta cerrada tras ella. Tessa se estremeció al oir el ruido, pero Miranda, como
simpre, parecía absolutamente inafectada. En todo el tiempo que había pasado en la Casa
Oscura, Tessa nunca había sido capaz de asustar a la otra chica, o sacarle una sorpresiva
expresión desprotegida.
“Vamos,” dijo Miranda. “Tenemos que ir arriba.”
Tessa se puso de pie lentamente. Su mente daba vueltas. Su vida en la Casa Oscura había
sido horrible, pero estaba, se daba cuenta ahora, casi acostumbrada. Sabía que esperar cada
día. Sabía que las Hermanas Oscuras la estaban preparando para algo, pero no sabía qué
algo era eso. Había creído, ingenuamente tal vez, que no la matarían. ¿Por qué gastar toda
esta formación en ella si sólo iba a morir? Pero algo en el tono de regodeo de la Sra. Dark
la hizo vacilar. Algo había cambiado. Habían conseguido lo que querían de ella. Serían
“recompensadas”. ¿Pero quién iba a hacer el pago?
“Vamos,” dijo Miranda otra vez. “Debemos alistarte para el Maestro.”
“Miranda,” dijoTessa. Habló suavemenye, de la forma en que le hablaría a un gato
nervioso. Miranda nunca antes había contestado una pregunta de Tessa, pero eso no quería
decir que no valiera la pena probar. “¿Quién es el Maestro?”
Hubo un largo silencio. Miranda miraba fijamente hacia el frente, su pastoso rostro
impacible.
Entonces, para sorpresa de Tessa, habló. “El Maestro es un gran hombre,” dijo. “Será un
honor para usted cuando se case con él.”
“¿Casarme?” Tessa se hizo eco. El golpe fue tan intenso que de pronto podía ver la
habitación completa más claramente. Miranda, la alfombra en el suelo salpicada de sangre,
el pesado globo terráqueo de bronce en el escritorio, todavía inclinado en la posición en que
la Sra. Black lo había dejado. “¿Yo? ¿Pero… quién es él?”
“Él es un gran hombre,” dijo de nuevo Miranda. “Será un honor.” Se movió hacia Tessa.
“Debe venir conmigo ahora.”
“No.” Tessa se apartó de la otra chica, retrocediendo hasta que la parte baja de su espalda
golpeó dolorosomanete contra el escritorio. Miró alrededor desesperadamente. Podía correr,
pero nunca podría pasar a Miranda hacia la puerta; no había ventanas, no había puetas a
otras habitaciones. Si se escondía tras el escritorio, Miranda simplemente la sacaría
arrastrando y la acarrearía a su habitación. “Miranda, por favor.”
“Debe venir conmigo ahora,” Miranda repitió; casi alcanzaba a Tessa. Tessa podía verse a
sí misma reflejada en las negras pupilas de los ojos de la otra chica, podía oler el tenue,
amargo, casi carbonizado olor que se pegaba a la ropa y piel de Miranda. “Debe…”
Con una fuerza que no sabía que poseía, Tessa cogió la base del globo de bronce sobre el
escritotrio, lo levantó, y lo blandió con todas sus fuerzas en la cabeza de Miranda.
Se unieron con un sonido repugnante. Miranda se tambaleó hacia atrás… y luego se
enderezó.
Tessa gritó y dejó caer el globo, mirando fijamente; todo el lado izquierdo del rostro de
Miranda estaba aplastado, como una máscara de papel que había sido aplastada de un lado.
Su mejilla estaba aplanada, su labio hecho puré contra sus dientes. Pero no había sangre,
sangre en absoluto.
“Debe venir conmigo ahora,” dijo Miranda, en el mismo tono plano que siempre usaba.
Tessa jadeó.
“Debe venir… d-debe… de-de-de-deeee….”
La voz de Miranda se estremeció y rompió, degenerando en una corriente de confusión. Se
movió hacia Tessa, luego se hizo a un lado bruscamente, retorciéndose y tropezando. Tessa
se apartó del escritorio y empezó a retroceder cuando la chica herida comenzó a girar, más
rápido y más rápido. Miranda se movió por la habitación como un borracho tambaleante,
todavía chillando, y se estrelló contra la pared de fondo, lo que pareció aturdirla. Se dejó
caer al suelo y se quedó inmóvil.
Tessa corrió a la puerta, salió al corredor más allá, vacilando sólo una vez, justo fuera de la
habitación, para mirar atrás. Pareció en ese breve momento como si un hilo de humo negro
se elevara del cuerpo boca abajo de Miranda, pero no había tiempo para mirar. Tessa se
precipitó por el pasillo, dejando que la puerta colgara abierta tras ella.
Echó a correr por las escaleras y se precipitó por ellas, casi tropezándose con sus faldas y
golpeándose dolorosamente la rodilla en uno de los escalones. Gritó y se revolvió hacia
adelante, hacia el primer rellano, donde se precipitó por el pasillo. Éste se extendía por
delante de ella, largo y curvado, desapareciendo en las sombras. A medida que corría por
él, vio que estaba bordeado con puertas. Se detuvo e intentó con una, pero estaba cerrada, y
también la siguiente, y la siguiente después de esa.
Otra serie de escaleras bajaban al final del pasillo. Tessa corrió por ellas y se encontró en
una entrada. Parecía como si una vez hubiera sigo grandiosa, el piso de mármol estaba roto
y manchado, y los ventanales estaban protegidos con cortinas. Un poco de luz se derramaba
a través del encaje, iluminando una puerta enorme.
El corazón de Tessa dio un brinco. Se zambulló por el pomo, cogiéndolo, y arrojó la puerta
abierta.
Más allá había una estrecha calle adoquinada, con hileras de casas revestidas adosadas a
cada lado. El olor de la ciudad le llegó a Tessa como un golpe, había pasado tanto tiempo desde que había respirado el aire de afuera. Estaba a punto de oscurecer, el cielo de la
luminosidad azul del crepúsculo, oscurecido por las manchas de niebla. En la distancia
podía oír voces, los gritos de los niños jugando, el golpeteo de los cascos de los caballos.
Pero aquí la calle estaba casi desierta, salvo por un hombre apoyado en una lámpara de gas
cercana, leyendo un periódico a esa luz.
Tessa bajó corriendo los escalones y avanzó hacia el extraño, tomándolo por la manga.
“Por favor, señor… si pudiera ayudarme…”
Él se giró, y la miró.
Tessa ahogó un grito. Su rostro era tan blanco y ceroso como lo había sido la primera vez
que lo había visto, en el muelle de Southampton; sus ojos saltones aun le recordaban a los
de Miranda, y sus dientes brillaron como metal cuando sonrió.
Era el cochero de las Hermanas Oscuras.
Tessa se volvió para correr, pero era demasiado tarde.
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 4 Empty LOS ORÍGENES- ÁNGEL MECÁNICO

Mensaje por StephRG14 Mar 26 Mayo 2015, 6:35 pm

Capitulo 2
El infierno es frío


Entre dos mundos la vida se cierne como una estrella,
Entre la noche y la alborada, al borde del horizonte.
¡Qué poco sabemos de lo que somos!
¡Como menos lo que podemos ser!
—Lord Byron, Don Juan






“Tú, estúpida niña,” resopló la Sra. Black mientras apretaba los nudos que mantenían las
muñecas de Tessa sujetas al armazón de la cama. “¿Qué pensaste que ibas a lograr,
huyendo así? ¿Dónde pensabas que podrías ir?”
Tessa no dijo nada¸ simplemente apoyó su mejilla y miró hacia la pared. Se rehusaba a
dejar que la Sra. Black, o su horrible hermana, vieran cuan cerca estaba de las lágrimas, o
cuánto le hería la soga que unía sus tobillos y muñecas a la cama.
“Es completamente insensible al honor que le hemos otorgado,” dijo la Sra. Dark, quien
estaba de pie en la puerta como si se asegurara de que Tessa no rompiera sus ataduras y
escapara. “Es completamente desagradable.”
“Hicimos lo que pudimos para tenerla lista para el Maestro,” dijo la Sra. Black, y suspiró.
“Una lástima que tuviéramos una arcilla tan estúpida para trabajar, a pesar de su talento. Es
una pequeña tonta mentirosa.”
“En efecto,” acordó su hermana. “¿Se dará cuenta de qué le sucederá a su hermano si ella
trata de desobedecernos otra vez, no? Estamos dispuestas a ser clementes esta vez, pero la
próxima…” rechinó sus dientes, un sonido que hizo que los vellos de la nuca de Tessa se
erizasen. “Nathaniel no será tan afortunado.”
Tessa ya no podía soportarlo; incluso sabiendo que no debía hablar, no les daría la
satisfacción, no podría contener las palabras de nuevo.
“Si me dicen quién es el Maestro, o qué quiere de mi…”
“Él quiere casarse contigo, tontita” la Sra. Black, finalizando con los nudos, retrocedió para
admirar su trabajo. “Quiere dártelo todo.”

“¿Pero por qué?” suspiró Tessa. “¿Por qué yo?”
“Por tu talento,” dijo la Sra. Dark. “Por lo que eres y lo que puedes hacer. Lo que te
entrenamos para hacer. Deberías estarnos agradecida.”
“Pero mi hermano.” Las lágrimas quemaban detrás de los ojos de Tessa. No lloraré, no
lloraré, no lloraré, se decía a sí misma. “Ustedes me dijeron que si yo hacia todo lo que
me decían, lo dejarían ir.”
“Una vez que te cases con el Maestro, él te dará cualquier cosa que quieras. Si es tu
hermano, él te lo dará.” No había remordimiento o emoción en la voz de la Sra. Black.
La Sra. Dark se rió entre dientes. “Sé lo que está pensando. Piensa que si pudiera tener
cualquier cosa que quisiera, nos asesinaría.
“No gastes tu energía siquiera imaginando esa posibilidad” la Sra. Dark jaló la barbilla de
Tessa. “Tenemos un contrato protegido con el Maestro. Él nunca nos dañaría, ni aunque lo
quisiera. Nos ha prometido todo, si te ofrecemos a él.” Se inclinó más cerca, bajando su
voz hasta hacerla un susurro. “Te quiere sana e intacta. Si no fuera por él, yo te tendría
desangrada. Si osas desobedecernos de nuevo, desafiaré sus deseos y te azotaré hasta que tu
piel caiga. ¿Entendiste?”
Tessa giró su rostro a la pared.
Hubo una noche en el Main, cuando atravesaban Newfoundland, cuanto Tessa no podía
dormir. Salió del camarote para tomar aire, y vio el mar nocturno en llamas con blancas
montañas brillantes; icebergs, uno de los marineros le dijo mientras pasaba, pedazos
perdidos de masas de hielo del norte rotas por el clima cálido. Se desplazaban lentamente
en el agua oscura, como las torres de una blanca ciudad sumergida. Tessa pensó que nunca
había visto una visión tan solitaria.
Sólo tenía que empezar a imaginarse en la soledad, lo sabía ahora.
Una vez que las Hermanas se fueron, Tessa descubrió que ya no sentía como si quisiera
llorar. La presión detrás de sus ojos se había ido, reemplazado por un opaco sentimiento de
hueca desesperación. La Sra. Dark estaba en lo cierto. Si Tessa pudiera matarlas a las dos,
ya lo habría hecho.
Tiró experimentalmente las sogas que mantenían sus piernas y sus brazos atados a los
postes. Éstos no se movían. Los nudos estaban apretados; lo suficientemente apretados
como para que marcaran su piel e hicieran que sus manos y pies hormiguearan y punzaran
como agujas y alfileres. Tenía pocos minutos, estimaba, antes de que sus extremidades se
durmieran completamente.
Parte de ella, y no una parte pequeña, quería parar de luchar, yacer allí mansamente hasta
que el Maestro viniera a llevársela. El cielo ya estaba oscurecido fuera de la pequeña
ventana, no habría mucho tiempo más. Quizás él realmente quisiera casarse con ella.
Quizás él verdaderamente deseaba darle todo.
Repentinamente oyó la voz de la Tía Harriet en su cabeza. Cuando encuentres un hombre
con el cual desees casarte, Tessa, recuerda esto: sabrás que clase de hombre es, no por las
cosas que dice, sino por las cosas que hace.
La Tía Harriet tenía razón, por supuesto. Ningún hombre con el cual ella desearía casarse
habría dispuesto tratarla como una prisionera y una esclava, aprisionando a su hermano y
torturándola en nombre de su “talento”. Era una parodia y un chiste. Solo el Cielo sabía lo
que el Maestro le haría cuando la tuviera en sus manos. Si sobrevivía, se imaginaba que
pronto estaría deseosa de no estarlo.
Dios, ¿cómo podía ser útil el talento que poseía? ¿El poder de cambiar su apariencia? Si
sólo tuviera el poder de encender cosas, de astillar metal, o provocar que cuchillos le
crecieran de los dedos. O si sólo tuviera el poder de hacerse invisible, o encogerse hasta el
tamaño de un ratón…
Se quedó repentinamente inmóvil, tan silenciosa que podía oír el tic-tac del ángel mecánico
contra su pecho. No tenía que encogerse del tamaño de un ratón, ¿o sí? Todo lo que tenía
que hacer era encogerse lo suficiente como para que las ataduras alrededor de sus muñecas
se aflojaran.
Era posible que Cambiara a una persona, una segunda vez, sin tocar algo que estuviera
relacionado con ellos, siempre y cuando lo hubiera hecho antes. Las Hermanas la hicieron
memorizar como hacerlo. Por primera vez, se alegró por algo que le obligaron a aprender.
Presionó su espalda contra el duro colchón y se obligó a recordar. La calle, la cocina, el
movimiento de la aguja, el brillo de la luz de gas. Lo quería, quería que el Cambio viniera.
¿Cuál es tu nombre? Emma, Emma Bayliss…
El Cambio se abalanzó sobre ella como un tren, casi sacándole la respiración, recambiando
su piel, reformando sus huesos. Ahogó sus miedos y arqueó su espalda.
Y sucedió.
Parpadeando, Tessa se elevó hacia el techo, entonces miró hacia los lados, a sus muñecas,
a la soga alrededor de estas. Eran sus manos, las manos de Emma, delgadas y frágiles, el
círculo de la soga suelto alrededor de sus pequeñas muñecas. Triunfante, Tessa agitó sus
manos libres y se levantó, restregándose las marcas rojas donde la soga había quemado su
piel.
Sus tobillos todavía estaban atados. Se estiró hacia adelante, sus dedos trabajaron rápido en
los nudos. La Sra. Black, apretaba los nudos como un marinero. Los dedos de Tessa
sangraron y dolieron al mismo tiempo que la soga era lanzada lejos y brincaba sobre sus
pies.
El cabello de Emma era tan delgado y fino que se deslizaba de los clips que mantenían el
pelo de Tessa hacia atrás. Tessa batió su cabello impacientemente sobre sus hombros y se
estremeció para librarse de Emma, permitiendo que el Cambio lavara su antiguo yo y su
cabello se deslizara a través de sus dedos, grueso y familiar a su toque. Se miró al espejo a través de la habitación, vio como la pequeña Emma Bayliss se iba y ella volvía a ser la
misma otra vez.
Un sonido detrás de ella la hizo girar. La perilla de la puerta de la habitación giró,
retorciéndose y forzándose como si alguien del otro lado tuviera dificultad para abrirla.
La Sra. Dark, pensó. La mujer había regresado para fustigarla hasta ensangrentarla.
Regresó para llevarla al Maestro. Tessa cruzó la habitación rápidamente, agarró la jarra de
porcelana del lavabo, y entonces echó a correr hacia la puerta, tomando fuertemente la jarra
en su blanquecino puño.
La perilla giró; la puerta se abrió. En las penumbras Tessa podía ver sólo las sombras de
alguien caminando dentro de la habitación. Ella se adelantó, maniobrando la jarra con toda
su fuerza.
La sombra se movió, más rápido que un azote, pero no lo bastante rápido; la jarra cayó
contra el brazo de la figura antes de volar del agarre de Tessa para estrellarse en una pared
lejana. La loza rota llovía sobre el suelo mientras el extraño gritaba.
El extraño era indiscutiblemente masculino. Así como el fluido de maldiciones que
siguieron.
Ella retrocedió, corriendo hacia la puerta, pero estaba cerrada y tiró como pudo la perilla,
ésta no cedió. Luz brillante destelló a través de la habitación como si fuera el sol
levantándose. Tessa giró, parpadeando para alejar las lágrimas de sus ojos y miró.
Había un chico de pie frente a ella. No podía ser mucho mayor que ella, diecisiete o
posiblemente dieciocho. Estaba vestido en lo que parecían ropas de trabajador; una
chaqueta negra raída, pantalones, botas de aspecto rudo. No usaba chaleco y delgadas tiras
de cuero cruzaban su cintura y pecho. Atadas a estas tiras había armas, dagas y cuchillos
plegables y cosas que lucían como hojas de hielo. En su mano derecha tenía una especie de
piedra encendida, la cual brillaba, proveyendo de luz la parte de la habitación cercana a
Tessa. Su otra mano, delgada y con largos dedos, estaba sangrando donde ella lo había
herido con su jarra.
Pero no era eso lo que la había hecho mirar fijamente. Él tenía el rostro más hermoso que
ella hubiera visto alguna vez. Cabello negro enmarañado y ojos como vidrio azul. Pómulos
elegantes, una boca llena y largas gruesas pestañas. Incluso la curva de su garganta era
perfecta. Lucía como un héroe de ficción que ella hubiera conjurado de su cabeza. Sin
embargo, enunca se imaginó a uno de ellos maldiciéndola agitando su mano sangrante en
acusación.
Él la vio darse vuelta para mirarlo, porque las maldiciones se detuvieron.
“Me cortó,” dijo él. Su voz era agradable. Británico. Muy común. El miró su mano con
crítico interés. “Podría ser fatal.”
Tessa lo miró con los ojos desorbitados.
“¿Es usted el Maestro?”
Él inclinó su mano a un lado. La sangre corrió por debajo, desparramándose sobre el suelo.
“Ay, pérdida masiva de sangre. La muerte podría ser inminente.”
“¿Es usted el Maestro?”
“¿Maestro?” él la miró levemente sorprendido por su vehemencia. “Eso significa “maestro”
en latín, ¿no es así?”13
“Yo…” Tessa tenía el sentimiento creciente de que estaba atrapada en un extraño sueño.
“Supongo que sí.”
“He sido maestro de muchas cosas en mi vida. Navegando las calles de Londres, bailando
la Cuadrilla, haciendo arreglos de flores al estilo Japonés, mintiendo en charadas14,
encubriendo un estado altamente intoxicado, deleitando jovencitas con mis encantos.”
Tessa lo observaba. “Ay de mí,” continuó, “nadie se ha referido últimamente a mí como “El
maestro” o “El Magister”, de todos modos. Es una lástima…”
“¿Está altamente intoxicado en este momento?” Tessa dijo la pregunta con toda seriedad,
pero dándose cuenta al mismo tiempo que las palabras salieron de su boca, de que debía
haber sonado terriblemente grosera, o peor, coqueta. Él se veía firme en sus pies para
realmente estar borracho, de todas formas. Había visto a Nate intoxicado bastantes veces
para saber la diferencia. Al parecer, él solamente era demente.
“Muy directa, supongo que todos los Americanos lo son, ¿no?” el muchacho se vio
divertido. “Si, su acento es de lejos. ¿Cuál es su nombre, entonces?”
Tessa lo miró sin creérselo.
“¿Cuál es mi nombre?”
“¿No lo sabe?”
“Usted… irrumpe en mi habitación, asustándome hasta la muerte, y ¿ahora demanda saber
mi nombre? ¿Cuál en la tierra es su nombre? ¿Y quién es usted, de todas formas?
“Mi nombre es Herondale,” dijo el chico, animado. “William Herondale, pero todos me
llaman Will. ¿Ésta es realmente su habitación? No es muy agradable, ¿cierto?” Caminó
hasta la ventana, examinando pausadamente el montón de libros de su mesa de noche, y la
cama misma. Agitó las sogas. “¿Suele dormir atada a la cama?”
Tessa sintió que sus mejillas llameaban y fue sorprendente, dadas las circunstancias, que
todavía tuviera la capacidad de avergonzarse. ¿Debería decirle la verdad? ¿Era posible que fuera el Maestro? Aunque no lucía como alguien que necesitara atar chicas e impresionarlas
para casarse con él.
“Tome, sostenga esto.” Tenía la piedra encendida. Tessa la tomó, medio esperando que
quemara sus dedos, pero era fría al tacto. Al momento que golpeó su palma, la luz se atenuó
a un fugaz parpadeo. Ella miró hacia él desalentada, pero él había caminado hasta la
ventana y miraba hacia afuera, desconcertado. “Lástima que estemos en el tercer piso. Yo
podría arreglármelas con el salto, pero probablemente la mataría. No, debemos ir
atravesando la puerta y aprovechar nuestras oportunidades en la casa.”
“Ir a través... ¿Qué?” Tessa, sintiéndose en estado de semipermanente confusión, agitó su
cabeza. “No entiendo.”
“¿Cómo puede no entender?” apuntó sus libros. “Lee novelas. Obviamente la estoy
rescatando. ¿No luzco como Sir Galahad?” levantó sus brazos dramáticamente. “Mi fuerza
es la fuerza de diez, porque mi corazón es puro…”15
Algo hizo eco, lejos dentro de la casa, el sonido de una puerta cerrándose.
Will dijo una palabra que seguramente Sir Galahad jamás habría dicho, y brincó lejos de la
ventana. Aterrizó con una mueca de dolor, y miró de reojo su mano herida. “Necesitare
ocuparme de esto más tarde. Vamos…” La miró atentamente, con una pregunta en sus ojos.
“Señorita. Gray,” dijo ella débilmente. “Señorita. Theresa Gray.”
“Señorita. Gray,” repitió él. “Vamos, entonces, Señorita. Gray.” Brincó adelantándose,
moviéndose hacia la puerta, encontró la perilla, la giró, tiró...
Nada sucedió.
“No funciona,” dijo ella. “La puerta no puede ser abierta desde adentro.”
Will gruñó, feroz.
“¿No se puede?”
Buscó por su cinturón uno de los objetos que colgaban. Escogió el que lucía como una
larga, delgada ramita, escogiéndola limpiamente de entre pequeñas ramitas, hecha de un
material plateado-blanquecino. Se ubicó al final contra la puerta y dibujó. Gruesas líneas
espirales salieron del tope del cilindro flexible, haciendo un audible sonido silbante,
esparciéndose a través de la superficie de madera como si estuviera vertiendo tinta
directamente.
“¿Está dibujando?” preguntó Tessa. “No veo como eso realmente pueda…”
Hubo un sonido como de vidrio rompiéndose. La perilla de la puerta, sin tocarla, giró
rápido, entonces más rápido y la puerta se abrió, con unas leves volutas de humo
elevándose de sus bisagras.
“Ahora lo hace,” dijo Will y guardándose en bolsillo el extraño objeto, gesticuló a Tessa
para que lo siguiera. “Vamos.”
Ella inexplicablemente, vaciló, viendo hacia la habitación que había sido su prisión por
cerca de dos meses.
“Mis libros…”
“Le daré más libros,” la urgió dentro del corredor, delante de él y cerró la puerta detrás.
Después de atraparla por la muñeca, la arrastró al corredor y giró en una esquina. Allí
estaban las escaleras que ella había descendido muchas veces con Miranda, Will tomó dos a
la vez, empujándola delante de él.
Tessa oyó un grito proveniente de abajo.
Inconfundiblemente de la Sra. Dark.
“Han descubierto que se ha ido,” le dijo Will. Habían llegado al primer rellano, y Tessa
aminoró el paso, sólo para ser tironeada hacia delante por Will, que parecía poco dispuesto
a detenerse.
“¿No vamos por la puerta principal?” preguntó ella.
“No podemos. El edificio está rodeado. Hay una fila de carruajes detenidos enfrente. Me
parece que arribaron en un momento particularmente emocionante.” Will empezó a bajar
las escaleras de nuevo, y Tessa lo siguió. “¿Sabe lo que las Hermanas Oscuras habían
planeado para esta noche?"
“No.”
“¿Pero estaba esperando a alguien llamado el Maestro?” Ahora estaban en el sótano, donde
las paredes de yeso daban paso repentinamente a la piedra húmeda. Sin la linterna de
Miranda estaba muy oscuro. El calor subió a su encuentro como una ola. “Por el Ángel, es
como el noveno círculo del infierno aquí.”
El noveno círculo del infierno es frío,” dijo Tessa automáticamente.
Él se la quedó mirando. “¿Qué?”
“En el Inferno,” le dijo ella. “El infierno es frío. Está cubierto de hielo.”
Él la miró fijamente durante largo rato, con las comisuras de la boca curvándose, entonces
extendió la mano.
“Deme la luz mágica.” A su expresión en blanco él hizo un ruido de impaciencia. “La
piedra. Deme la piedra.”
En el momento en que su mano se cerró sobre la piedra, la luz se encendió de nuevo,
irradiando de entre sus dedos. Por primera vez Tessa vio que tenía un diseño en la parte
posterior de su mano. Parecía un ojo abierto, dibujado como con tinta color negro.
“En cuanto a la temperatura del Infierno, Señorita Gray,” dijo, “déjeme darle un consejo. El
hombre joven y guapo que está tratando de rescatarla de un destino horrible no se equivoca
nunca. Ni siquiera si él dice que el cielo es de color púrpura y está hecho de erizos.”
Realmente está loco, pensó Tessa, pero no lo dijo, estaba demasiado alarmada por el hecho
de que se estaban dirigiendo hacia las amplias puertas dobles de la sala de las Hermanas
Oscuras.
“¡No!” Lo cogió por el brazo, tirándolo hacia atrás. “No por ahí. No hay salida. Es un
callejón sin salida.”
“Corrigiéndome otra vez, ya veo.” Will se volvió y se dirigió hacia otro lado, hacia el
ensombrecido corredor que Tessa siempre había temido. Tragando saliva, lo siguió.
El corredor se estrechaba al atravesarlo, las paredes presionan por ambos lados. El calor era
aún más intenso ahí, haciendo que el cabello de Tessa se rizara y pegara a las sienes y el
cuello. El aire era espeso y era difícil respirar. Durante un rato caminaron en silencio, hasta
que Tessa no pudo aguantar más tiempo. Tuvo que preguntar, a pesar de que sabía que la
respuesta sería no.
“Señor Herondale,” dijo, “¿mi hermano lo envió a buscarme?”
Ella medio temió que hiciera algún comentario loco en respuesta, pero él simplemente la
miró con curiosidad. “Nunca he oído de su hermano,” dijo, y sintió el dolor sordo de la
decepción royendo su corazón. Sabía que Nate no podría haberlo enviado, no conocía su
nombre, entonces, ¿como podría? Pero aún dolía. “Y fuera de los últimos diez minutos,
señorita Gray, nunca había oído hablar de usted, tampoco. He estado siguiendo el rastro de
una niña muerta cerca de dos meses. Ella fue asesinada, abandonada en un callejón
desangrándose hasta morir. Estaba huyendo de... algo.” El corredor había llegado a un
punto de bifurcación, y después de una pausa, Will se dirigió a la izquierda. “Había un
puñal a su lado, cubierto con su sangre. Tenía un símbolo en él. Dos serpientes, tragándose
la cola la una a la otra."
Tessa sintió una sacudida. Abandonada en un callejón desangrándose hasta la muerte.
Había un puñal a su lado.
Seguro que el cuerpo había sido el de Emma.
“Ese es el mismo símbolo que está en el lado del carruaje de Hermanas Oscuras. Así es
como les llamo, la señora Dark y la Señora Black, quiero decir.”
“Usted no es la única que las llama así, los otros Submundos hacen lo mismo,” dijo Will.
“Descubrí este hecho mientras investigaba el símbolo. Debo haber llevado ese cuchillo a
través de un centenar de refugios del Submundo, en busca de alguien que pudiera
reconocerlo. Ofrecí una recompensa por la información. Eventualmente el nombre de las
Hermanas Oscuras vino a mis oídos.”
“¿Submundo?” repitió Tessa, perpleja. “¿Es eso un lugar en Londres?”
“No importa eso,” dijo Will. “Estoy haciendo alarde de mis habilidades de investigación, y
preferiría hacerlo sin interrupción. ¿Dónde estaba?”
La daga…” Tessa se interrumpió cuando una voz resonó por el pasillo, alta y dulce e
inconfundible.
“Señorita Gray,” era la voz de la Sra. Dark. Al parecer viajaba entre las paredes como una
espiral de humo. “Oh, señorita Graaaay. ¿Dónde está?”
Tessa se congeló.
“Oh, Dios, me atraparan con…”
Will cogió su muñeca de nuevo, y se echaron a correr, con la luz mágica en la otra mano
arrojando un patrón salvaje de sombras y luces contra las paredes de piedra, se precipitaron
a través del torcido corredor. El suelo iba en pendiente hacia abajo, las piedras bajo los pies
gradualmente mas resbaladizas y húmedas mientras el aire a su alrededor se volvía más y
más caliente. Era como si se tratara de una carrera hacia abajo del mismo infierno con las
voces de las Hermanas Oscuras rebotando en las paredes.
“¡Señorita Graaaaaay! No la dejaremos huir, lo sabe. No vamos a dejar que se esconda.
Vamos a encontrarla muñequita. Sabe que lo haremos.”
Will y Tessa salieron en una esquina, y se quedaron cortos de miras; el pasillo terminaba en
un par de altas puertas de metal. Liberando a Tessa, Will se arrojó contra ellas. Se abrieron
y se arrojó en el interior, seguido de Tessa, que hizo un trompo para cerrar de golpe detrás
de ella.
El peso era casi demasiado para ella, por lo que tuvo que volver a empujar contra éstas
para obligarlas, finalmente, a cerrarse.
La única iluminación de la habitación era la piedra brillante de Will, su luz arrojaba ahora
una brasa entre sus dedos. Lo iluminaba en la oscuridad, como el centro de la atención en
un escenario, él la rodeó para golpear el cerrojo a la puerta. El cerrojo era pesado y cubierto con óxido, y, de pie tan cerca de él como estaba, podía sentir la tensión en su
cuerpo cuando él lo arrastró al punto inicial y lo dejó caer en su lugar.
“¿Señorita Gray?” Estaba apoyado contra ella, su espalda contra la puerta cerrada. Podía
sentir el ritmo del latido del corazón de él, ¿o era el suyo? La blanca iluminación desigual
emitida por la piedra brillaba contra el ángulo agudo de sus mejillas, el brillo tenue del
sudor en su clavícula. También vio que tenía marcas allí, elevándose del cuello
desabotonado de la camisa, como la marca en la mano, gruesa y negra, como si alguien
hubiera hecho diseños entintados sobre su piel.
“¿Dónde estamos?” susurró. “¿Estamos seguros?”
Sin responder él se apartó, levantando su mano derecha. Cuando la elevó, la luz brilló desde
más alto, iluminando la habitación.
Estaban en una especie de celda, aunque era muy grande. Las paredes, el piso y el techo
estaban hechos de piedra, descendiendo a un gran desagüe en el centro del suelo. Sólo
había una ventana, muy en lo alto de la pared. No había puertas salvo por las que habían
entrado. Pero nada de eso fue lo que hizo que a Tessa se le cortara la respiración.
El lugar era un matadero. Había largas mesas de madera que recorrían la longitud de la
habitación. Yacían cuerpos en una de ellas, cuerpos humanos, desnudos y pálidos. Cada
uno tenía una incisión negra en forma de „Y‟ que marcaba su pecho, y cada cabeza colgaba
hacia atrás del borde de la mesa, el cabello de las mujeres barría el suelo como escobas. En
la mesa de centro había pilas de cuchillos manchados de sangre y dientes de cobre y latón,
maquinaria, engranajes y sierras de metal plateado con dientes afilados.
Tessa se llevó una mano a la boca, ahogando un grito. Saboreó la sangre cuando mordió
sus propios dedos. Will no parecía darse cuenta, tenía el rostro blanco mientras miraba
alrededor, pronunciando en voz baja algo que Tessa no pudo descifrar.
Hubo un estallido y las puertas de metal se estremecieron, como si algo pesado hubiese sido
lanzado contra ellas. Tessa bajó su mano ensangrentada y gritó: “¡Señor Herondale!”
Will se volvió, las puertas se estremecieron de nuevo. Una voz resonó desde el otro lado:
“¡Señorita Gray! ¡Salga ahora, y no le haré daño!”
“Están mintiendo,” dijo Tessa rápidamente.
“Oh, ¿realmente lo cree?” Después de haber empleando tanto sarcasmo en la pregunta
como era humanamente posible, Will se guardó en el bolsillo su brillante luz mágica y saltó
sobre la mesa del centro, la que estaba cubierta con maquinaria ensangrentada. Se agachó y
cogió una sierra de latón que lucia fuerte y pesada en su mano. Con un gruñido de esfuerzo,
la lanzó hacia la alta ventana; los vidrios se rompieron, y Will levantó la voz.
“¡Henry! ¡Algo de ayuda! ¡Por favor! ¡Henry!”
“¿Quién es Henry?” exigió Tessa, pero en ese momento las puertas se estremecieron por
tercera vez, y finas grietas aparecieron en el metal. Evidentemente, no iban a aguantar
mucho más tiempo. Tessa corrió hacia la mesa y se apoderó de un arma, casi al azar, ésta
fue una sierra de metal con dientes irregulares, del tipo utilizadas por los carniceros para
cortar a través del hueso. Se dio la vuelta, apretándola, cuando las puertas se abrieron.
Las Hermanas Oscuras estaban al pie de la puerta, la Sra. Dark tan alta y huesuda como un
rastrillo en su brillante vestido de color verde lima, y la señora Black, con la cara
enrojecida, sus ojos se redujeron a rendijas. Una brillante corona de chispas azules las
rodeaba, como pequeños fuegos artificiales. Sus miradas se deslizaron hacia Will todavía
de pie sobre la mesa, que había tomado uno de sus hojas de hielo de su cinturón y luego se
posaron sobre Tessa. La boca de la señora Black, una barra roja en su pálido rostro, se
estiró en una sonrisa.
“Pequeña Señorita Gray,” dijo ella. “Debería saber correr mejor. Le contamos lo que qué
pasaría si huía de nuevo...”
“¡Entonces hágalo! Azóteme hasta hacerme sangrar. Máteme. ¡No me importa!” gritó
Tessa, y se alegró de ver que las Hermanas Oscuras la miraron al menos un poco
sorprendidas por su arrebato, había estado demasiado aterrorizada como para levantar la
voz ante ellas antes. “¡No dejaré que me entreguen al Maestro! ¡Preferiría morir!"
“Que inesperada lengua afilada tiene usted, querida señorita Gray,” dijo la señora Black.
Con gran parsimonia se sacó el guante de la mano derecha, y por primera vez, Tessa vio a
su mano desnuda. La piel era gris y gruesa, como la de un elefante, sus uñas largas y
oscuras como garras. Se veían tan afiladas como cuchillos. La Sra. Black le brindó a Tessa
una sonrisa fija. “Tal vez si la cortamos de su cabeza, aprendería a cuidar sus modales.”
Se acercó a Tessa… y fue bloqueada por Will que saltó de la mesa para situarse entre ellas.
“Malik,” dijo, y su espada de hielo blanco resplandeció como una estrella.
“¡Fuera de mi camino, pequeño guerrero Nefilim!” dijo la Sra. Black. “Y llévese su espada
serafín con usted. Esta no es su batalla.”
“Se equivoca en eso.” Will entornó los ojos. “He escuchado algunas cosas acerca de usted,
mi señora. Susurros que recorren el Submundo como un río de veneno negro. Me han dicho
que a usted y a su hermana van a pagarles muy bien por los cuerpos de humanos muertos, y
que no importa mucho de qué forma lleguen a estarlo.”
“Tanto escándalo por unos mundanos.” La Sra. Dark rió entre dientes y se trasladó para
estar junto a su hermana, de modo que Will, con su espada en llamas, estaba entre Tessa y ambas damas. “No tenemos un pleito contigo, Cazador de Sombras, a menos que decidas
buscar uno. Invadiste nuestro territorio y rompiste la Ley de la Alianza para hacerlo.
Podríamos reportarlo a la Clave.
“Si bien la Clave desaprueba a los intrusos, curiosamente tienen una visión aún más oscura
respecto a gente decapitada y desollada. Son peculiares a su manera,” dijo Will.
“¿Gente?” La Sra. Dark escupió. “Mundanos. No te preocupas por ellos más de lo que
nosotras lo hacemos,” miró hacia Tessa entonces. “¿Te ha dicho lo que realmente es? Él no
es humano.”
“Tú no eres quien para hablar,” dijo Tessa con voz temblorosa.
“¿Y ella te ha contado lo que es?” Preguntó la Sra. Black a Will. “¿Acerca de su talento?
¿Lo qué puede hacer?"
“Si tuviera que aventurar una conjetura,” respondió Will, “diría que tiene algo que ver con
el Maestro.”
La Sra. Dark lo miró perspicaz.
“¿Sabes del Maestro?" Echó una mirada a Tessa. “Ah, ya veo. Sólo lo que ella te ha dicho.
El Maestro, niño ángel, es más peligroso de lo que tú puedes imaginar. Y ha esperado
mucho tiempo por alguien con la capacidad de Tessa. Incluso podría decirse que él fue
quien la hizo nacer…”
Sus palabras fueron tragadas por un estruendo colosal, toda la pared este de la sala de
repente se derrumbó. Era como la caída de los muros de Jericó de la vieja Biblia ilustrada
de Tessa. Un momento la pared estaba allí, y al siguiente no estaba, había un enorme
agujero rectangular en su lugar, humeando con asfixiantes remolinos de polvo y yeso.
La Sra. Dark dio un leve grito y se tomó las faldas con sus manos huesudas. Evidentemente
no se esperaba el colapso de la pared, al igual que Tessa.
Will agarró la mano de Tessa y la atrajo hacia él, protegiéndola con su cuerpo cuando
trozos de piedra y yeso cayeron sobre ellos. Mientras sus brazos estaban alrededor de ella,
Tessa pudo oír a la Sra. Black gritando.
Tessa se agarró de Will, tratando de ver lo que estaba sucediendo. La señora Dark, señalaba
con los temblorosos dedos enguantados hacia el oscuro agujero en la pared. El polvo había
comenzando a depositarse, apenas lo suficiente para que las figuras que se movían hacia
ellos a través de los restos, comenzaran lentamente a tomar forma. Las ensombrecidas
siluetas de dos figuras humanas se hicieron visibles, cada uno sostenía una espada, y cada
una brillaba con la misma luz azul blanquecina de la cuchilla de Will. Ángeles, pensó
Tessa, preguntándose, pero no lo dijo. Esa luz, tan brillante, ¿qué otra cosa podían ser?
La señora Black dio un chillido y se lanzó hacia adelante. Arrojó sus manos, y de ellas se
dispararon chispas, como fuegos artificiales que estallan. Tessa escuchó a alguien gritar, un
grito muy humano y Will, liberando a Tessa, giró y lanzó su ardiente espada brillante a la
Sra. Black. La blandió por el aire, de punta a punta, y la dirigió a su pecho. Gritando y
retorciéndose, ella se tambaleó hacia atrás y cayó, estrellándose sobre una de las horribles
mesas, que se derrumbaron en un revoltijo de sangre y astillas de madera.
Will sonrió. No era unn tipo de sonrisa agradable. Se volvió para mirar a Tessa entonces.
Por un momento se miraron en silencio, a través del espacio que los separaba y a
continuación, sus otros compañeros llegaron en torno a él, dos hombres con abrigos
oscuros, blandiendo las armas brillantes, y tan rápido que la visión de Tessa se hizo
borrosa.
Tessa retrocedió hacia la pared del fondo, tratando de evitar el caos en el centro de la
habitación, donde la Sra. Dark, gritando imprecaciones, fue al encuentro de sus atacantes
con chispas de energía quemante que volaron de sus manos como lluvia de fuego. La Sra.
Black se retorcía en el suelo, volutas de humo negro salían de su cuerpo como si se
estuviera quemando por dentro. Tessa se dirigió hacia la puerta abierta que conducía al
pasillo y unas manos fuertes la atraparon y tiraron hacia atrás. Tessa gritó y se retorció,
pero las manos rodeando sus antebrazos eran tan fuertes como el hierro. Volvió la cabeza
hacia un lado y hundió sus dientes en la mano que agarraba su brazo izquierdo. Alguien
gritó y la soltó; al girar, ella vio un hombre alto con una desordenada mata de pelo color
rojo, que la miraba con una expresión de reproche, su mano izquierda sangrado acunada
contra su pecho.
“¡Will!,” Gritó. “Will, ¡ella me mordió!”
“¿Lo hizo, Henry?” Will, mirando divertido como de costumbre, parecía un espíritu
convocado del caos y el humo y las llamas. Detrás de él, Tessa podía ver el segundo de sus
compañeros, un joven musculoso de pelo castaño, luchando con la Sra. Dark.
La Sra. Black era una forma oscura jorobada sobre el suelo. Will levantó una ceja en
dirección a Tessa. “Es malo morder,” le informó. “Grosero, ya sabe. ¿Nadie le ha dicho
eso?”
“También es grosero ir agarrando señoras a las que no has sido presentado,” dijo Tessa con
frialdad. “¿Nadie se lo ha dicho?”
El hombre pelirrojo que Will había llamado Henry sacudió su mano ensangrentada con una
sonrisa triste. Tenia una especie de rostro agradable, pensó Tessa, que casi se sentía
culpable por haberlo mordido.
“¡Will! ¡Cuidado!” El hombre de pelo castaño gritó. Will se giró y vio como algo volaba a
través del aire, errando por poco la cabeza de Henry, y se estrelló contra la pared detrás de Tessa. Era una gran cierra de latón, y golpeó la pared con tanta fuerza que se metió ahí
como una canica incrustada en un trozo de pastel. Tessa se volvió y vio a la Sra. Black
avanzando hacia ellos, con los ojos ardiendo como el carbón en su blanco rostro arrugado.
Llamas negras lamían alrededor de la empuñadura de la espada que salía de su pecho.
“Maldita sea...” Will alcanzó la empuñadura del otro cuchillo a través de la correa en su
cintura. “Pensé que había puesto esa cosa…”
La Sra. Black se abalanzó enseñando los dientes. Will saltó fuera de su camino, pero Henry
no fue del todo rápido, ella lo golpeó y lo tiró hacia atrás. Aferrada como una garrapata, lo
montó sobre el suelo, gruñendo, hundiendo sus garras en los hombros mientras él gritaba.
Will se volvió, tenia la espada en la mano ahora, levantándola, le gritó “Uriel,” y esta se
encendió de repente bajo su control como una antorcha ardiente.
Tessa cayó de espaldas contra la pared mientras Will blandía la espada hacia abajo.
La Sra. Black se echó hacia atrás, sus garras se retiraron, extendiéndose por él... y la espada
cortó pulcramente a través de su garganta. Completamente separada, su cabeza cayó contra
el suelo, rodando y chocando, Henry, gritando de asco, empapado en sangre negruzca,
empujó los restos de su cuerpo lejos de él y se puso en pie.
Un terrible grito atravesó la habitación.
“¡Nooooo!”
El grito había venido de la Sra. Dark. El hombre de pelo castaño que la contenía, la soltó
con un grito repentino, ya que ella disparó fuego azul de las manos y los ojos.
Gritando de dolor, él cayó a un lado mientras ella se separaba de él y avanzaba sobre Will y
Tessa, los ojos de la Sra. Dark llameaban como antorchas negras. Silbaba palabras en una
lengua que Tessa nunca había escuchado. Sonaba como el crepitar de las llamas.
Levantando una mano, la mujer arrojó lo que parecía un rayo de luces hacia Tessa. Con un
grito Will saltó frente a ella, su espada resplandeciente extendida. El rayo rebotó en la hoja
y golpeó uno de los muros de piedra, que brilló con una extraña luz repentinamente.
“Henry,” gritó Will, sin volverse, “si llevaras a la Señorita Gray a un lugar seguro,
pronto...”
La mano mordida de Henry cayó sobre el hombro de Tessa, cuando la señora Dark lanzó
otro manojo de rayos hacia ella. ¿Por qué está tratando de matarme? Pensó Tessa
vertiginosamente. ¿Por qué no a Will?
Y entonces, cuando Henry la atrajo hacia él, más luz fue interceptada por la espada de Will,
refractándose en una docena de brillantes fragmentos ardientes. Tessa, los miró por un
momento, atrapada por su improbable belleza y entonces oyó a Henry gritar, diciéndole que se dejara caer al suelo, pero era demasiado tarde. Uno de los fragmentos ardientes se había
clavado en su hombro con una fuerza increíble. Fue como ser golpeado por un tren
precipitándose. Fue apartada por Henry, que la levantó, y la arrojó hacia atrás. Su cabeza
golpeó contra la pared con fuerza cegadora. Fue brevemente consciente sólo de la chirriante
risa de la Sra. Dark, antes de que el mundo se fuera.
StephRG14
StephRG14


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la princesa y el sapo - Cazadores de sombras - Página 4 Empty LOS ORÍGENES- ÁNGEL MECÁNICO

Mensaje por StephRG14 Miér 27 Mayo 2015, 5:51 pm

Capitulo 3
El instituto


Amor, esperanza, fe… éstos hacen la humanidad,
Éstos son su símbolo y nota y carácter
— Robert Browning, Paracelso




En el sueño, Tessa yacía una vez más atada a la estrecha cama de latón en la Casa Oscura.
Las Hermanas se inclinaban sobre ella, chasqueando pares de largas agujas de tejer y riendo
en voz alta estridentemente. Mientras Tessa miraba, sus características cambiaron, sus ojos
se hundieron en sus cabezas, sus cabellos se cayeron, y puntos de sutura aparecieron en sus
labios, cosiéndolos y cerrándolos. Tessa gritaba sin voz, pero no parecían escucharla.
Las Hermanas se desvanecieron por completo a continuación, y la Tía Harriet estaba de pie
frente a Tessa, con la cara enrojecida por la fiebre como lo había estado durante la terrible
enfermedad que la había matado. Miró a Tessa con mucha tristeza. "Lo intenté," dijo.
"Intenté quererte. Pero no es fácil amar a un niño que no es humano en lo más mínimo... "
"¿No humano?" dijo una femenina voz desconocida. “Bueno, si ella no es humana, Enoch,
¿qué es?" La voz estaba afilada con impaciencia. "¿Qué quieres decir con que no sabes?
Todo el mundo es algo. Esta niña no puede ser nada en absoluto... "
Tessa se despertó con un grito, con los ojos volando abiertos, y se encontró mirando a las
sombras. La oscuridad se agrupaba a su alrededor densamente. Apenas podía oír el
murmullo de voces a través de su pánico, y luchó por sentarse, pateando mantas y
almohadas. Vagamente, reconoció que la manta era gruesa y pesada, no la delgada y
trenzada que pertenecía a la Casa Oscura.
Estaba en una cama, tal como ella había soñado, en una gran habitación de piedra, y apenas
había luz. Oyó el roce de su aliento cuando se volvió, y un grito forzó su salida de la
garganta. El rostro de su pesadilla en la oscuridad se cernía ante ella; una gran luna blanca
de un rostro, la blanca cabeza rapada, lisa como el mármol. Donde los ojos deberían haber
estado allí sólo había muescas en la carne, no como si los ojos hubieran sido arrancados, sino como si nunca se hubieran desarrollado allí en absoluto. Los labios estaban marcados
con puntos de sutura negro, la cara garabateada con marcas negras como las que estaban en
la piel de Will, aunque estas se veían como si hubieran sido cortadas allí con cuchillos.
Ella gritó de nuevo y retrocedió gateando, medio cayéndose de la cama. Golpeó el frío piso
de piedra, y a la tela del blanco camisón que llevaba—alguien tuvo que habérselo puesto,
mientras ella estaba inconsciente—se le arrancó el dobladillo cuando ella se puso en pie.
“Señorita Gray." Alguien estaba diciendo a su nombre, pero en su pánico, sólo sabía que la
voz no era familiar. El orador no era el monstruo que se quedó mirándola desde el lado de
la cama, su impasible cara marcada, no se había movido cuando ella lo hizo, y aunque no
mostraba signos de perseguirla, ella comenzó a retroceder, con cuidado, sintiendo tras de sí
una puerta.
La habitación estaba tan oscura, que sólo podía ver que era más o menos ovalada, las
paredes y el suelo todo de piedra. El techo era lo suficientemente alto como para estar en
negra sombra, y había largas ventanas a través de la pared de enfrente, el tipo de ventanas
en arco que podrían haber pertenecido a una iglesia. Muy poca luz se filtraba a través de
ellas, parecía como si el cielo afuera estuviera oscuro. "Theresa Gray…"
Encontró la puerta, la manija de metal; giraba, se aferró a ella agradecida, y tiró. No pasó
nada. Un sollozo se levantó en su garganta.
"¡Señorita Gray!” dijo la voz de nuevo, y de repente la sala se llenó de luz, una luz fuerte,
blanco-plata que ella reconoció. "Señorita Gray, lo siento. No era nuestra intención
asustarla." La voz era de una mujer: todavía desconocida, pero joven y preocupada.
"Señorita Gray, por favor."
Tessa se volvió lentamente y puso su espalda contra la puerta. Podía ver claramente ahora.
Estaba en una habitación de piedra cuyo objetivo central era una gran cama con dosel, su
colcha de terciopelo ahora estaba arrugada y colgando hacia los lados donde la había
arrastrado fuera del colchón. Había cortinas de tapices echadas hacia atrás atrás, y un
elegante tapiz de alfombra, en el por otra parte, desnudo suelo. De hecho, la propia
habitación estaba bastante desnuda. No había imágenes o fotografías colgadas en la pared,
no había adornos que saturaran las superficies de los muebles de madera oscura. Dos sillas
estaban una frente a la otra cerca de la cama, con una pequeña mesa de té entre ellas. Una
pantalla china en un rincón de la habitación escondía lo que probablemente eran una bañera
y un lavabo.
Al lado de la cama había un hombre alto que vestía ropas como de un monje, de un largo
material grueso, del color del pergamino. Runas rojo-marrón circundaban los puños y el dobladillo. Llevaba un báculo de plata, con la cabeza tallada en forma de un ángel y runas
decoraban su longitud. La capucha de su túnica cayó, dejando al descubierto su cara blanca,
ciega y cicatrizada.
Junto a él estaba una mujer muy pequeña, casi de tamaño infantil, con el pelo marrón
grueso anudado en la nuca, y un pequeño rostro limpio, inteligente, con ojos brillantes y
oscuros como los de un pájaro. No era bonita exactamente, pero había una calma, una
expresión de amabilidad en su cara que el dolor del pánico en el estómago de Tessa se
aligeró fácilmente, aunque no habría podido decir exactamente por qué. En su mano
sostenía una brillante piedra blanca como la que Will había sostenido en la Casa Oscura. Su
luz brillaba entre sus dedos, iluminando la habitación.
"Señorita Gray," dijo. "Soy Charlotte Branwell, directora del Instituto de Londres, y este
que está mi lado, es el Hermano Enoch…"
"¿Qué clase de monstruo es él?" susurró Tessa. El Hermano Enoch no dijo nada. Estaba
totalmente inexpresivo. "Sé que hay monstruos en este mundo", dijo Tessa. "Usted no
puede decirme lo contrario. Los he visto. "
"No querría decirle otra cosa,” dijo la Sra. Branwell. "Si el mundo no estuviera lleno de
monstruos, no habría necesidad de Cazadores de Sombras".
Cazador de Sombras. Lo que las Hermanas Oscuras habían llamado a Will Herondale.
Will. "Estaba…Will estaba conmigo," dijo Tessa, con voz temblorosa. "En el sótano. Will
dijo…” se interrumpió y se encogió por dentro. No debería haber llamado a Will por su
nombre de pila, porque implicaba una intimidad entre ellos que no existía. "¿Dónde está el
Sr. Herondale?"
"Él está aquí," dijo la Sra. Branwell con calma. "En el Instituto.”
"¿Me trajo aquí también?" Tessa susurró.
“Sí, pero no hay necesidad de verse traicionada, Señorita Gray. Usted se había golpeado
muy duro en la cabeza, y Will estaba preocupado por usted. El Hermano Enoch, aunque su
aspecto pueda asustarle, es un experto facultativo en medicina. Ha determinado que su
lesión en la cabeza es leve, y que en lo principal sufre un estado de shock y ansiedad
nerviosa. De hecho, podría ser mejor si usted se sienta ahora. Revolotear a pies descalzos
por la puerta de esa forma sólo le hará enfriarse, y eso le hace poco bien."
"¿Quiere decir porque no puedo correr," dijo Tessa, lamiéndose los labios secos. "No puedo escapar.”
"Si demanda escapar, como dice, después de que hayamos hablado, la dejaré ir," dijo la Sra.
Branwell. "Los Nefilim no atrapamos Submundos bajo coacción. Los Acuerdos lo
prohíben. "
"¿Los Acuerdos?”
La señora Branwell vaciló, luego se volvió hacia el Hermano Enoch y le dijo algo en voz
baja. Para gran alivio de Tessa, se puso la capucha de su túnica de color de pergamino,
ocultando su rostro. Un momento después, se movía hacia Tessa; ella dio un paso atrás a
toda prisa y él abrió la puerta, deteniéndose sólo por un momento en el umbral.
En ese momento, le habló a Tessa. O tal vez "hablar" no era la palabra para ello: Oyó su
voz dentro de su cabeza, en lugar de fuera de ella. Eres Eidolon16, Theresa Gray. Una
Cambia-forma. Pero no de un tipo que me sea familiar. No hay ninguna marca de demonio
sobre ti.
Cambia-forma. Él sabía lo que era. Lo miró fijamente, con el corazón desbocado, mientras
él pasaba por la puerta y la cerraba tras de él. Tessa de alguna manera sabía que si corría
hacia la puerta y probaba el tirador, una vez más la encontraría cerrada, pero la urgencia de
escapar la había abandonado. Sus rodillas se sentían como si se hubieran convertido en
agua. Se sentó en uno de los sillones junto a la cama.
"¿Qué es?” Preguntó la Sra. Branwell, pasando a sentarse en la silla frente a Tessa. Su
vestido colgaba tan suelto en su pequeño cuerpo, que era imposible decir si llevaba un corsé
debajo de éste, y los huesos en sus pequeñas muñecas eran como los de un niño. "¿Qué le
dijo?" Tessa sacudió la cabeza, apretando las manos sobre su regazo de modo que la Sra.
Branwell no podía ver sus dedos temblorosos.
La señora Branwell la miró de modo penetrante. "En primer lugar," dijo ella, “por favor
llámeme Charlotte, Señorita Gray. Todos en el Instituto lo hacen. Los Cazadores de
Sombras no son tan formales como la mayoría." Tessa asintió con la cabeza, sintiendo la
sensación de rubor en sus mejillas. Era difícil saber la edad que Charlotte tenía, era tan
pequeña que parecía muy joven en verdad, pero su aire de autoridad la hacía parecer mayor,
lo suficientemente mayor para que la idea de llamarla por su nombre de pila pareciera muy
extraña. Sin embargo, como la Tía Harriet habría dicho, cuando en Roma...
"Charlotte," dijo Tessa, experimentalmente.
Con una sonrisa, la Sra. Branwell, Charlotte, se inclinó un poco hacia atrás en su silla, y
Tessa vio con algo de sorpresa que tenía oscuros tatuajes. ¡Una mujer con tatuajes! Sus
marcas eran como las de Will: visibles en las muñecas por debajo de los puños apretados de
su vestido, con uno como un ojo en la parte posterior de su mano izquierda. "En segundo
lugar, déjeme decirle lo que ya sé sobre usted, Theresa Gray." Habló en el mismo tono
tranquilo en que lo había hecho antes, pero sus ojos, aunque todavía amables, eran agudos
como alfileres. “Usted es americana. Vino aquí desde Nueva York, ya que estaba siguiendo
a su hermano que había enviado un billete de barco de vapor. Su nombre es Nathaniel."
Tessa se sentó petrificada. "¿Cómo sabe todo esto?"
"Sé que Will la encontró en la casa de las Hermanas Oscuras," dijo Charlotte. "Sé que usted
afirmó que alguien llamado el Maestro iba por usted. Sé que no tiene idea de quién es el
Maestro. Y sé que en una batalla con las Hermanas Oscuras, quedó inconsciente y la
trajeron hasta aquí."
Las palabras de Charlotte eran como una llave desbloqueando una puerta. De repente Tessa
recordó. Recordó correr con Will por el pasillo; recordó las puertas de metal y la habitación
llena de sangre en el otro lado, recordó a la Sra. Black, con la cabeza cortada; recordó a
Will arrojando su cuchillo…
La Sra. Black," susurró.
"Muerta," dijo Charlotte. "Mucho." Apoyó sus hombros contra el respaldo de la silla, era
tan ligera que la silla se levantó por encima de ella, como si fuera un niño sentado en la silla
de su padre.
“¿Y la Sra. Dark?”
"Se fue. Se realizaron búsquedas en toda la casa, y el área cercana, pero no se encontró
rastro de ella."
"¿Toda la casa?” la voz de Tessa estaba sacudida, muy ligeramente. "¿Y no había nadie en
ella? ¿No había nadie más con vida, o... o muerto?"
"No hemos encontrado a su hermano, Señorita Gray," dijo Charlotte. Su tono era suave.
"No en la casa, ni en ninguno de los edificios de los alrededores."
"Ustedes… ¿lo buscaron?" Tessa estaba desconcertada.
"No lo encontramos," dijo Charlotte de nuevo. "Pero encontramos sus cartas."
"¿Mis cartas?"
"Las cartas que escribió a su hermano y nunca envió," dijo Charlotte. "Dobladas debajo de
su colchón."
"¿Las leyó?"
"Tuvimos que leerlas," dijo Charlotte en el mismo tono suave. "Me disculpo por eso. No
traemos Submundos al Instituto, o cualquier persona que no sea un Cazador de Sombra, a
menudo. Representa un gran riesgo para nosotros. Teníamos que saber que usted no era un
peligro. "
Tessa volvió la cabeza hacia un lado. Había una terrible violación acerca de esta extraña
leyendo sus pensamientos más íntimos, todos los sueños y las esperanzas y los temores que
había derramado, pensando que nadie nunca las vería. La parte posterior de sus ojos le
ardían, las lágrimas la amenazaban, y ella quiso devolverlas, furiosa consigo misma, con
todo.
"Está tratando de no llorar," dijo Charlotte. "Sé que cuando yo lo hago, a veces ayuda mirar
directamente hacia una luz brillante. Prueba con la luz mágica."
Tessa trasladó su mirada a la piedra en la mano de Charlotte y la miró fijamente. El brillo
de la misma se hinchó delante de sus ojos como un sol en expansión. “Así que,” dijo,
luchando por pasar la opresión en su garganta, "¿decidieron que no soy un peligro,
entonces?"
"Tal vez sólo para usted misma," dijo Charlotte. "Un poder como el suyo, el poder de
cambiar de forma; no es de extrañar que las Hermanas Oscuras quisieran tenerla en sus
manos. Otros lo harán también."
"¿Cómo usted?" dijo Tessa. "¿O va a pretender que me ha dejado entrar a su precioso
Instituto simplemente por caridad?"
Una mirada de dolor cruzó el rostro de Charlotte. Había sido breve, pero era real, e hizo
más para convencer a Tessa de que podría haber estado equivocada acerca de Charlotte,
que cualquier otra cosa que la otra mujer pudiera haber dicho. "No es caridad," dijo. "Es mi
vocación. Nuestra vocación." Tessa simplemente la miró sin comprender. “Tal vez,” dijo
Charlotte, "sería mejor si le explico lo que somos… y lo que hacemos."
"Nefilim," dijo Tessa. "Eso es lo que las Hermanas Oscuras llamaron al señor Herondale.”
Señaló las marcas oscuras en la mano de Charlotte. "Usted es uno también, ¿no? ¿Por eso usted tiene esas…esas marcas?"
Charlotte asintió con la cabeza. "Soy una de los Nefilim, los Cazadores de Sombras.
Somos... una raza, si lo quiere, de personas, personas con habilidades especiales. Somos
más fuertes y más rápidos que la mayoría de los seres humanos. Somos capaces de
ocultarnos con magia llamada glamour. Y estamos especialmente cualificados para matar
demonios."
"Demonios. ¿Quiere decir, como Satanás?"
"Los demonios son criaturas malvadas. Viajan grandes distancias para venir a este mundo y
se alimentan de él. Pueden reducirlo a cenizas y destruir a sus habitantes si no lo evitamos."
Su voz era intensa. "Como el trabajo de la policía humana es proteger a la ciudadanía de
esta ciudad unos de los otros, es nuestro trabajo protegerlos de los demonios y otros
peligros sobrenaturales. Cuando hay delitos que afectan al Mundo de las Sombras, cuando
la Ley de nuestro mundo se ha roto, hay que investigar. Estamos obligados por la Ley, de
hecho, a hacer investigaciones, incluso a un rumor de una infracción a la Ley de la Alianza.
Will le dijo acerca de la niña muerta que encontró en un callejón, fue el único cuerpo, pero
ha habido otras desapariciones, rumores oscuros de niños y niñas mundanos
desapareciendo de la ciudad, de las calles más pobres. Usar magia para asesinar a seres
humanos va en contra de la Ley, y por lo tanto, un asunto de nuestra jurisdicción. "
"El Sr. Herondale parece muy joven para ser una especie de policía."
"Los Cazadores de Sombra crecen con rapidez, y Will no investigó solo." Charlotte no
sonaba como si quisiera entrar en detalles. "Eso no es todo lo que hacemos. Protegemos la
Ley de la Alianza y defendemos los Acuerdos, las leyes que rigen la paz entre Submundos".
Will había utilizado esa palabra también. "¿Submundo? ¿Es eso un lugar?"
"Un Submundo es un ser, una persona, que es parte del origen sobrenatural. Vampiros,
hombres lobo, hadas, brujos, todos ellos son Submundos."
Tessa la miró fijamente. Las hadas eran un cuento para niños, y los vampiros materia de
novelas de muy poca categoría. "¿Esas criaturas existen?"
"Usted es un Submundo," dijo Charlotte. "El Hermano Enoch lo confirmó. Simplemente no
sabemos de qué tipo. Usted ve, el tipo de magia que puede hacer, su capacidad, no es algo
que un ser humano corriente podría hacer. Tampoco es algo que uno de nosotros, un
Cazador de Sombra, podría hacer. Will pensó que era más apropiado una bruja, que es lo
que me habría imaginado, pero todos los brujos tienen algún atributo que los marca como brujos. Alas, o pezuñas, o dedos unidos por membranas o, como vio en el caso de la Sra.
Black, manos con garras. Pero usted, usted es completamente humana en apariencia. Y se
desprende de sus cartas que usted sabe o cree que ambos de sus padres son humanos."
"¿Humanos?" Tessa miró. "¿Por qué no habrían sido humanos?"
Antes de que Charlotte pudiera responder, la puerta se abrió y una esbelta chica de cabello
oscuro en una gorra blanca y delantal, entró llevando una bandeja de té que puso sobre la
mesa entre ellas. "Sophie," dijo Charlotte, sonando aliviada al ver a la muchacha. “Gracias.
Esta es la señorita Gray. Ella será una invitada nuestra esta noche."
Sophie se enderezó, se volvió a Tessa, e hizo una reverencia. “Señorita,” dijo, pero la
novedad de ser reverenciada se perdió en Tessa cuando Sophie levantó la cabeza y su rostro
se hizo completamente visible. Debería haber sido muy bonita, sus ojos eran de un
luminoso avellana oscuro, su piel lisa, sus labios suaves y delicadamente formados, pero
una cicatriz gruesa, corrugada y plateada cortaba desde la esquina izquierda de su boca a su
sien, tirando su rostro hacia los lados y distorsionando sus rasgos en una máscara retorcida.
Tessa trató de ocultar el choque en su propia cara, pero pudo ver en como los ojos de
Sophie se oscurecían, que no había funcionado.
"Sophie," dijo Charlotte, "¿trajiste ese vestido rojo oscuro que más temprano te pedí?
¿Puedes tenerlo cepillado y esponjado para Tessa?" Se volvió hacia Tessa cuando la criada
asintió y se dirigió al armario. "Me tomé la libertad de tener uno de los viejos vestidos de
nuestra Jessamine para usted. La ropa que llevaba quedó en ruinas. "
“Muchas gracias,” dijo Tessa con frialdad. Odiaba tener que estar agradecida. Las
Hermanas habían fingido que estaban haciendo favores, y miren la forma en que había
salido.
“Señorita Gray." Charlotte la miró con seriedad. "Los Cazadores de Sombra y los
Submundos no son enemigos. Nuestro acuerdo puede nunca ser fácil, pero es mi creencia
que los Submundos pueden confiar en que, de hecho, son la clave de nuestro éxito final
contra los reinos de los demonios. ¿Hay algo que pueda hacer para mostrarle que no
planeamos tomar ventaja de usted?"
"Yo..." Tessa respiró hondo. "Cuando las Hermanas Oscuras en primer lugar me hablaron
de mi poder, pensé que estaban locas," dijo. "Les dije que esas cosas no existían. Entonces
pensé que había quedado atrapada en una especie de pesadilla en la que ellas estaban. Pero
entonces el Sr. Herondale vino, y él sabía de magia, y tenía esa piedra brillante, y pensé:
Aquí hay alguien que podría ayudarme." Miró a Charlotte. “Pero usted no parece saber por
qué soy como soy, o incluso qué soy. Y si aun usted no... "
"Puede ser... difícil de aprender cómo funciona el mundo realmente, verlo en su verdadera
forma y condición," dijo Charlotte. "La mayoría de los seres humanos nunca lo hacen. La
mayoría no podría soportarlo. Pero he leído sus cartas. Y sé que es fuerte, Señorita Gray.
Que ha aguantado lo que podría haber matado a otra joven, Submundo o no."
"No tenía otra opción. Lo hice por mi hermano. Ellas le habrían asesinado."
"Algunas personas," dijo Charlotte, "habrían permitido que eso sucediera. Pero sé por leer
sus propias palabras que usted ni siquiera consideró eso." Se inclinó hacia delante. "¿Tiene
usted alguna idea de dónde está su hermano? ¿Cree que más probablemente esté muerto?"
Tessa contuvo el aliento.
“¡Sra. Branwell!" Sophie, que había estado atendiendo el dobladillo de un vestido rojo vino
con un cepillo, levantó los ojos y habló con un tono de reproche que sorprendió a Tessa. No
era el lugar de los funcionarios corregir a sus empleadores, los libros que había leído lo
habían dejado muy claro.
Pero Charlotte sólo se veía compungida. "Sophie es mi ángel bueno," dijo. "Tiendo a ser un
poco demasiado contundente. Pensé que podría ser algo que usted sabía, algo que no estaba
en sus cartas, que tal vez nos pueda dar el conocimiento de su paradero".
Tessa sacudió la cabeza. "Las Hermanas Oscuras me dijeron que estaba encarcelado en un
lugar seguro. Supongo que todavía está allí. Pero no tengo idea de cómo encontrarlo."
"Entonces usted debe estar aquí en el Instituto hasta que pueda ser localizado."
"No quiero su caridad." Tessa dijo tercamente. "Puedo encontrar otro lugar de alojamiento."
"No sería caridad. Estamos obligados por nuestras propias leyes a ayudar y auxiliar a los
Submundos. Enviarle lejos sin tener a donde ir rompería los Acuerdos, que son reglas
importantes que se deben cumplir."
“¿Y usted no me pedirá nada a cambio?" la voz de Tessa era amarga. "¿No me va pedir que
use mi…mi habilidad? ¿No me obligará a Cambiar? "
"Si," dijo Charlotte, "si no desea utilizar su poder, entonces no, no la obligaré. Aunque creo
que le puede beneficiar aprender cómo puede ser controlado y utilizado…"
"¡No!" El grito de Tessa fue tan fuerte que Sophie saltó y dejó caer el cepillo. Charlotte la
miró y luego de nuevo a Tessa. Ella dijo, “Como usted quiera, Señorita Gray. Hay otras
maneras en las que usted podría ayudarnos. Estoy segura de que hay muchas cosas que
usted sabe que no figuraban en sus cartas. Y a cambio, podemos ayudarle a buscar a su
hermano. "
La cabeza de Tessa se levantó. "¿Lo harían?"
"Tiene mi palabra." Charlotte se puso de pie. Ninguna de las dos había tocado el té de su
bandeja. “Sophie, ¿si pudiera ayudar a la Señorita Gray con su vestido, y luego llevarla a
cenar?”
"¿Cena?" Después de escuchar aquel acuerdo sobre Nefilim, y Submundos, y hadas, y
vampiros y demonios, la perspectiva de la cena era casi chocante en su ordinariez.
“Por supuesto. Son casi las siete. Ya ha conocido a Will, puede conocer a todos los demás.
Tal vez usted verá que somos de fiar. "
Y con un gesto enérgico, Charlotte salió de la habitación. Al cerrarse la puerta tras ella,
Tessa sacudió la cabeza en silencio. Tía Harriet había sido mandona, pero no tenía nada de
Charlotte Branwell.
"Tiene una conducta estricta, pero realmente es muy amable," dijo Sophie, tendiendo en la
cama el vestido que Tessa tenía la intención de usar. "Nunca he conocido a nadie con un
corazón mejor."
Tessa tocó la manga del vestido con la punta de su dedo. Era de raso de color rojo oscuro,
como Charlotte había dicho, con una cinta muaré17 negra ajustada alrededor de la cintura y
el dobladillo. Nunca había llevado algo tan bonito.
"¿Quiere que le ayude a vestirse para la cena, señorita?” Preguntó Sophie. Tessa recordó
algo que la Tía Harriet había dicho siempre; que podías conocer a un hombre no por lo que
sus amigos decían de él, sino por cómo trataba a sus criados. Si Sophie pensaba que
Charlotte tenía buen corazón, entonces tal vez lo tenía.
Levantó la cabeza. “Muchas gracias, Sophie. Creo que sí."
Tessa nunca había tenido a nadie que la asistiera en vestirse antes, con excepción de su tía.
Aunque Tessa era delgada, el vestido había sido claramente hecho para una chica más
pequeña, y Sophie tuvo que atar con un cordón el corsé de Tessa fuertemente para que se ajustara. Chasqueó en voz baja, mientras lo hacía. “La Sra. Branwell no cree en apretar con
cordón," explicó. "Dice que causa dolores de cabeza y debilidad nerviosa, y una Cazadora
de Sombras no puede permitirse ser débil. Pero a la señorita Jessamine le gusta la cintura de
sus vestidos muy pequeña, e insiste hacerlo."
“Bueno,” dijo Tessa, un poco sin aliento, "No soy una Cazadora de Sombras, de todos
modos."
"Así es," Sophie concordó, abrochando la parte posterior del vestido con un hábil, pequeño
broche. "Ahí. ¿Qué piensa usted?"
Tessa se miró en el espejo, y quedó desconcertada. El vestido era demasiado pequeño en
ella, y había sido claramente diseñado para estar ceñido al cuerpo, como lo estaba. Se
aferraba casi escandalosamente a su figura hasta las caderas, donde se abultaba juntándose
en la espalda, colgando con un modesto movimiento. Las mangas estaban vueltas,
mostrando volantes de encaje champagne en los puños. Se veía… mayor, pensó, no el
espantapájaros trágico que había visto en la Casa Oscura, pero tampoco alguien
completamente familiar. ¿Qué si una de las veces en que Cambié, cuando volví a mí, no lo
hice del todo bien? ¿Y si ni siquiera es mi verdadero rostro? La idea envió un rayo de
pánico a través de ella que se sentía como si fuera a desmayarse.
"Está un poco pálida," dijo Sophie, examinando el reflejo de Tessa con una mirada juiciosa.
No parecía particularmente impresionada por la estrechez del vestido, por lo menos.
"Podría intentar pellizcarse las mejillas un poco para que le de color. Eso es lo que la
señorita Jessamine hace."
"Fue muy amable de su parte, de la señorita Jessamine, quiero decir, el prestarme este
vestido."
Sophie contuvo una risita en la garganta. "La señorita Jessamine nunca lo ha usado. La Sra.
Branwell se lo dio como un regalo, pero la señorita Jessamine dijo que le hacía verse
cetrina y lo arrojó a la parte posterior de su armario. Ingrata, si usted me pregunta. Ahora,
vaya, y pellízquese las mejillas un poco. Está pálida como la leche. "
Habiendo hecho esto, y tras agradecer a Sophie, Tessa salió de la habitación a un largo
corredor de piedra. Charlotte estaba allí, esperándola. Ella partió de inmediato, con Tessa
detrás, cojeando ligeramente, los zapatos de seda negro no le encajaban, no eran amables
con los pies magullados.
Estar en el Instituto era un poco como estar dentro de un castillo, el techo desaparecía en la
penumbra, los tapices colgaban en las paredes. O al menos esa era la forma en que Tessa imaginaba que el interior de un castillo podía lucir. Los tapices tenían repetidos motivos de
estrellas, espadas, y el mismo tipo de diseños que había visto en tinta en Will y Charlotte.
Había una sola imagen repetida también, de un ángel saliendo de un lago, llevando una
espada en una mano y una copa en la otra. "Este lugar solía ser una iglesia," dijo Charlotte,
respondiendo a la pregunta sin respuesta de Tessa. "La Iglesia de Todos los Santos-el
Menor18. Se quemó en el Gran Incendio de Londres19. Nos tomamos la tierra después de
eso y construimos el Instituto sobre las ruinas de la antigua iglesia. Es útil para nuestro
propósito el permanecer en tierra consagrada."
"¿La gente no piensa que es extraño, que la construyeran en el sitio de una antigua iglesia
como esta?" Preguntó Tessa, apresurándose para mantener el ritmo.
"No lo saben. Los mundanos, eso es lo que llamamos a la gente ordinaria, no son
conscientes de lo que hacemos," explicó Charlotte. "Para ellos, desde el exterior, el lugar
parece un parche vacío de tierra. Más allá de eso, los mundanos no están realmente muy
interesados en lo que no les afecta directamente.” Se volvió haciendo pasar a Tessa a través
de una puerta y a un gran comedor bien iluminado. "Aquí estamos".
Tessa quedó parpadeando en la iluminación repentina. La habitación era enorme, lo
suficientemente grande para una mesa que podría haber sentado a veinte personas. Un
candelabro de gas inmenso colgaba del techo, llenando la habitación con un resplandor
amarillento. Sobre un aparador cargado con porcelana de apariencia cara, un espejo de
marco dorado se extendía a lo largo de la habitación. Un bajo tazón de vidrio con flores
blancas decoraba el centro de la mesa. Todo era de buen gusto, y muy común. No había
nada inusual en la sala, nada que pudiera insinuar la naturaleza de los ocupantes de la casa.
A pesar de que la larga mesa del comedor estaba cubierta con manteles blancos, sólo uno
de los extremos tenía puestas plazas para cinco personas. Sólo dos personas estaban ya
sentadas, Will y una niña de pelo rubio sobre la edad de Tessa en un escotado vestido
brillante. Parecían ignorarse el uno al otro estudiadamente; Will levantó la vista con
aparente alivio cuando Charlotte y Tessa entraron "Will," dijo Charlotte. "¿Recuerdas a la
Señorita Gray?
"Mi recuerdo de ella," dijo Will, "es el más vívido, en realidad." Ya no llevaba la extraña ropa negra que había usado el día anterior, sino que un par de ordinarios pantalones y una
chaqueta gris con cuello de terciopelo negro. El gris hizo que sus ojos se vieran más azules
que nunca. Le sonrió a Tessa, quien se sintió ruborizar y apartó la mirada rápidamente.
"Y Jessamine; Jessie, levanta la vista. Jessie, ésta es la Señorita Theresa Gray; Señorita
Gray, ésta es la Señorita Jessamine Lovelace."
"Encantada de conocerle," murmuró Jessamine. Tessa no podía dejar de mirarla. Era casi
ridículamente linda, lo que una de las novelas de Tessa habría llamado un rosa Inglesa, toda
rubios cabellos plateados, suaves ojos marrones, tez cremosa. Llevaba un vestido azul muy
brillante, y anillos en cada uno de sus dedos. Si tenía las mismas marcas negras en la piel
que Will y Charlotte tenían, no eran visibles.
Will lanzó a Jessamine una evidente mirada de odio, y se volvió hacia Charlotte. “¿Dónde
está tu marido poco ilustrado, entonces?"
Charlotte, tomando asiento, indicó a Tessa a sentarse frente a ella, en la silla junto a Will.
"Henry está en su cuarto de trabajo. He enviado a Thomas a buscarlo. Vendrá en un
momento."
"¿Y Jem?”
La mirada de Charlotte fue de advertencia, pero "Jem no se siente bien," fue todo lo que
dijo. "Está teniendo uno de sus días."
"Él siempre tiene uno de sus días." Jessamine sonaba disgustada.
Tessa estaba a punto de preguntar quién podía ser Jem, cuando Sophie entró seguida por
una mujer regordeta de mediana edad cuyo cabello gris escapaba de un moño en la parte
posterior de su cabeza. Las dos comenzaron a servir comida desde el aparador. Hubo asado
de cerdo, patatas, sopa sabrosa, y esponjosos rollos de comida con cremosa mantequilla
amarilla. Tessa se sintió repentinamente mareada, se había olvidado de lo hambrienta que
estaba. Mordió un rollo, sólo para comprobarse a sí misma cuando vio Jessamine mirando.
"Ya sabe," dijo Jessamine alegremente: "No creo haber visto jamás a una bruja comer
antes. Supongo que ni siquiera necesita contenerse, ¿verdad? Usted sólo puede usar la
magia para hacerse delgada. "
"No sabemos con certeza si ella es una bruja, Jessie," dijo Will.
infierno?" se acercó más a Tessa. "¿Cómo cree usted que es el Diablo?"
Tessa puso su tenedor en el plato. "¿Le gustaría conocerlo? Podría convocarlo en un
instante, si lo quiere. Siendo una bruja, y todo eso.
Will dejó escapar una carcajada. Jessamine entornó los ojos. "No hay ninguna necesidad de
ser grosera…" comenzó, entonces se interrumpió cuando Charlotte se incorporó de golpe
con un grito de asombro.
"¡Henry!"
Un hombre estaba de pie en la puerta en forma de arco del comedor, un hombre alto de
aspecto familiar, con un mechón de cabello rojizo y ojos color avellana. Llevaba una
chaqueta de tweed de Norfolk20 sobre un chaleco a rayas sorprendentemente brillante; sus
pantalones estaban cubiertos de lo que se veía peculiarmente como polvo de carbón. Pero
nada de eso era lo que había hecho gritar a Charlotte, fue el hecho de que su brazo
izquierdo parecía estar en llamas. Pequeñas llamas lamían su brazo de un punto por encima
de su codo, liberando zarcillos de humo negro.
"Charlotte, cariño," dijo Henry a su esposa, que lo miraba con la boca abierta de horror.
Jessamine, a su lado, tenía los ojos muy abiertos. "Siento llegar tarde. Sabes, creo que casi
podría tener el Sensor trabajando…"
Will interrumpió. "Henry," dijo, "estás en llamas. ¿Sabes eso, no?"
"Oh, sí,” dijo Henry con entusiasmo. Las llamas estaban ahora casi hasta el hombro. "He
estado trabajando como un poseso durante todo el día. Charlotte, ¿has oído lo que dije
sobre el Sensor?”
Charlotte dejó caer la mano de su boca. "¡Henry!" Gritó ella. "¡tu brazo!"
Henry miró a su brazo, y se quedó boquiabierto. “Sangriento infierno,” fue todo lo que tuvo
tiempo de decir antes de que Will, exhibiendo una presencia sobrecogedora de ingenio, se
levantara, cogiera el jarrón de flores de la mesa, y arrojara el contenido sobre Henry. Las
llamas se apagaron, con un débil chisporroteo de protesta, dejando a Henry empapado en la
puerta; una manga de su chaqueta negra y una docena de húmedas flores blancas sembradas
a sus pies.
Henry sonrió y dio unas palmaditas en la manga de su chaqueta quemada con una mirada de satisfacción. "¿Sabes lo que esto significa?"
Will bajó el jarrón. "¿Que te pusiste a ti mismo en llamas y ni siquiera lo notaste?”
"¡Que la mezcla de llamas retardantes que desarrollé la semana pasada funciona!” Henry
dijo con orgullo. "Este material debe haber estado quemándose por al menos diez minutos,
¡y no está ni la mitad de quemado!" Miró su brazo. "Tal vez debería poner otra manga en el
fuego y ver cuánto tiempo…"
"Henry," dijo Charlotte, que parecía haberse recuperado del susto, "si te prendes fuego
deliberadamente, iniciaré procedimientos de divorcio. Ahora siéntate y come tu cena. Y
saluda a nuestra invitada.”
Henry se sentó, miró a través de la mesa a Tessa y parpadeó sorprendido. "La conozco,"
dijo. "¡Usted me mordió!" Parecía contento al respecto, como si recordara un grato
recuerdo que ambos habían compartido.
Charlotte lanzó una mirada desesperada a su marido.
"¿Le ha preguntado a la Señorita Gray sobre el Club Pandemónium?" Preguntó Will.
El Club Pandemónium. "Conozco las palabras. Estaban escritas en el costado del carruaje
de las Sras. Oscuras," dijo Tessa.
"Es una organización," dijo Charlotte. "Más bien una antigua organización de mundanos
quienes están interesados en las artes mágicas. En sus reuniones hacen hechizos y tratan de
convocar a demonios y espíritus.” Suspiró.
Jessamine soltó un bufido. "No puedo imaginar por qué se molestan," dijo. "Perder el
tiempo con hechizos y usar túnicas con capucha y encender pequeños fuegos. Es ridículo."
"Oh, hacen más que eso," dijo Will. "Son más poderosos en el Submundo de lo que podrías
pensar. Muchas figuras ricas e importantes en la sociedad mundana son miembros…”
"Eso sólo hace que sea más tonto." Jessamine sacudió su cabello. "Tienen dinero y poder.
¿Por qué están jugando con magia?"
"Una buena pregunta," dijo Charlotte. "Mundanos que se involucran en cosas de las que no
saben nada probablemente, conocerán finales desagradables."
Will se encogió de hombros. "Cuando estaba tratando de localizar la fuente del símbolo en
ese cuchillo que Jem y yo encontramos en el callejón, fui dirigido al club Pandemónium.
Los miembros del mismo, a su vez, me dirigieron a las Hermanas Oscuras. Es su símbolo,
las dos serpientes. Supervisan un conjunto de guaridas de juegos de azar frecuentados por
Submundos. Existen para atraer a mundanos y engañarlos para que pierdan todo su dinero
en juegos mágicos, entonces, cuando los mundanos caen en la trampa, las Hermanas
Oscuras extorsionan la devolución del dinero a tasas ruinosas." Will miró a Charlotte.
"Corrían algunos otros negocios también, los más desagradables. La casa donde mantenían
a Tessa, me habían dicho, era un burdel Submundo, que atendía a mundanos con gustos
inusuales.”
“Will, no estoy del todo segura…” Charlotte comenzó, dubitativa.
"Hmph," dijo Jessamine. "No me extraña que estuvieras tan entusiasta por ir allí, William."
Si tenía la esperanza de molestar a Will, no funcionó; pudo no haber hablado, por toda la
atención que él le prestó. Miraba a Tessa a través de la mesa, las cejas ligeramente
arqueadas. "¿La he ofendido, Señorita Gray? Me imaginaba que después de todo lo que ha
visto, no sería fácil de asombrar."
"No estoy ofendida, Sr. Herondale." A pesar de sus palabras, Tessa sintió que le llamearon
las mejillas. Las jovencitas bien educadas no sabían lo que era un burdel, y desde luego no
dirían la palabra en compañía mixta. El asesinato era una cosa, pero esto... "Yo, ah, no veo
cómo podría haber sido un lugar... así," dijo con tanta firmeza como pudo. "Nunca nadie
iba o venía, que no fuera la sirvienta y el cochero; nunca vi que nadie más viviera allí."
"No, en el momento en que fui allí, estaba abandonado del todo,” Will concordó. "Está
claro que habían decidido suspender los negocios, tal vez en los intereses de mantenerla
aislada." Miró a Charlotte. "¿Crees que el hermano de la señorita Gray tenga la misma
capacidad que ella tiene? ¿Es eso, acaso el por qué las Hermanas Oscuras lo capturaron en
primer lugar?"
Tessa intervino, contenta por el cambio de tema. "Mi hermano nunca mostró ningún signo
de tal cosa… pero, entonces, yo tampoco hasta que las Hermanas Oscuras me encontraron."
"¿Cuál es su capacidad?" Exigió Jessamine. "Charlotte no me dijo."
"¡Jessamine!" Charlotte le frunció el ceño.
"No creo que ella tenga una," Jessamine continuó. "Creo que simplemente es una pequeña soplona que sabe que si creemos que es una Submundo, vamos a tener que tratarla bien, por
los Acuerdos".
Tessa apretó los dientes. Pensó en su Tía Harriet diciendo No pierdas los estribos, Tessa, y
no te pelees con tu hermano, simplemente porque te toma el pelo. Pero no le importaba.
Todos estaban mirándola, Henry con curiosos ojos avellana, Charlotte con una mirada tan
aguda como el cristal, Jessamine con desprecio apenas velado, y Will con fresca diversión.
¿Y si todos piensan lo que Jessamine piensa? ¿Y si todos pensaban que estaba pescando
caridad? Tía Harriet habría odiado aceptar la caridad aún más de lo que habría desaprobado
el temperamento de Tessa.
Fue Will quien habló a continuación, inclinándose hacia delante para mirarla fijamente a la
cara. "Puede mantenerlo en secreto," dijo en voz baja. "Pero los secretos tienen su propio
peso, y éste puede ser muy pesado."
Tessa levantó la cabeza. "No necesita ser un secreto. Pero sería más fácil para mí mostrarles
que contarles."
"¡Excelente!" Henry se veía complacido. "Me gusta que me muestren cosas. ¿Hay algo que
usted requiera, como una lámpara de espíritu, o…"
"No es una sesión de espiritismo, Henry,” dijo Charlotte con cansancio. Se volvió a Tessa.
"No necesita hacer esto si no quiere, Señorita Gray.”
Tessa no le hizo caso. "La verdad, es que requiero algo.” Se volvió hacia Jessamine. "Algo
suyo, por favor. Un anillo, o un pañuelo…”
Jessamine arrugó la nariz. "¡Dios mío, para mí suena más bien como si su poder especial
fuera el hurto!"
Will se veía exasperado. "Dale un anillo, Jessie. Llevas suficiente de ellos."
"Tu dale algo, entonces." Jessamine levantó la barbilla.
“No,” dijo Tessa con firmeza. "Tiene que ser algo suyo." Debido a que de todo el mundo
aquí, eres la más cercana a mí en tamaño y forma. Si me transformara en la pequeña
Charlotte, este vestido simplemente se caería, pensó Tessa. Había considerado intentar usar
el vestido mismo, pero como Jessamine nunca lo había usado, Tessa no estaba segura de
que el Cambio funcionara y no quería correr ningún riesgo.
“Oh, muy bien entonces.” Petulantemente, Jessamine desprendió de su pequeño dedo un anillo con una piedra roja en él, y lo pasó a través la mesa a Tessa. "Más vale que valga la
pena."
Oh, la valdrá. Sin sonreír, Tessa puso el anillo en la palma de su mano izquierda y cerró los
dedos alrededor de él. Luego cerró los ojos.
Era siempre lo mismo: nada al principio, luego la chispa de algo en el fondo de su mente,
como quien enciende una vela en un cuarto oscuro. Buscó a tientas su camino hacia ella,
como las Hermanas Oscuras le habían enseñado. Era difícil despojar el miedo y la timidez,
pero lo había hecho las veces suficientes ahora para saber qué esperar, el extenderse hasta
tocar la luz en el centro de la oscuridad, la sensación de luz y calor envolvente, como si
estuviera tirando una manta, algo grueso y pesado a su alrededor, cubriendo cada capa de
su propia piel, y entonces la luz resplandecía y la rodeaba… y ella estaba en su interior.
Dentro de la piel de otra persona. Dentro de su mente.
La mente de Jessamine.
Estaba solamente en el borde de ésta, sus pensamientos rozando la superficie de Jessamine
como dedos rozando la superficie del agua. Aún así, la dejó sin aliento. Tessa tuvo una
súbita imagen, el parpadeo de una pieza brillante de caramelo con algo oscuro en su centro,
como un gusano en el centro de una manzana. Sentía resentimiento, odio amargo, ira, un
terrible deseo feroz de algo…
Sus ojos se abrieron de golpe. Todavía estaba sentada a la mesa, con el anillo de Jessamine
aferrado a su mano. Su piel protestaba con los afilados alfileres y agujas que siempre
acompañaban a sus transformaciones. Podía sentir la extrañeza de que fuera un peso
diferente, de otro cuerpo, no el suyo; podía sentir el roce de los cabellos claros de
Jessamine contra los hombros. Demasiado espeso para ser sostenido por los pasadores que
habían sostenido el cabello de Tessa, éste había bajado alrededor de su cuello como una
pálida cascada.
"Por el Ángel," respiró Charlotte. Tessa miró alrededor de la mesa. Todos ellos
estaban mirándola, Charlotte y Henry con la boca abierta; Will mudo por una vez, un vaso
de agua congelado a mitad de camino a sus labios. Y Jessamine… Jessamine la miraba con
horror abyecto, como alguien que ha visto una visión de su propio fantasma. Por un
momento, Tessa sintió una punzada de culpabilidad.
Duró sólo un momento, sin embargo. Poco a poco Jessamine bajó la mano de su boca, su
rostro seguía estando muy pálido. "Dios mío, mi nariz es enorme," exclamó. "¿Por qué
nadie me lo dijo?"
StephRG14
StephRG14


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