—Historias de San Valentín.

 
Ellos vivían en una casa muy grande de la ciudad de Hawaii, cerca del océano.


La casa era cómoda, de ambientes amplios y paredes lisas. Grandes sofás y objetos rústicos que adornaban toda la casa. En la planta alta, un pequeño cuarto donde ella podía pintar cuadros sin sentido alguno. Nadie conocía exactamente que había dentro, y en qué pasaba el tiempo allí. En toda la casa se sentía un lugar acogedor; cuando Liam no se encontraba ahí, claro está. Para ser concretos, la casa era muy bella.


Está rodeada por un gran parque, y en la parte de adelante hay diferentes tipos de plantas. Justo en el centro, una bella fuente color grisácea. Siempre se la pasaba sentada frente a ella en aquel sillón de madera, mientras leía algún libro, o simplemente pensaba en cómo sería su próxima pintura.


Su relación con Liam no era del todo maravillosa. Aunque le hacía creer a los padres de él que era todo lo contrario. El señor y la señora Bradwell, eran unos suegros muy apegados a la forma antigua. Siempre consideraban que en una familia lo primordial era el amor. Que la mujer es la que debe encargarse de los hijos y él es el que debe trabajar. Que ella debe ser sumisa y digna del amor del hombre.


No podía con toda esa carga.


Lo único que la hacía feliz, era saber que gracias a ese negocio, sus padres no estaban en la calle. No se podía imaginar tan siquiera un segundo, que su padre tuviera que endeudarse para pagar sus operaciones. Después de todo, lo hacía por ellos.


Su padre siempre fue el padre perfecto. Amor, cariño, regalos. Todo lo que una hija pudiera obtener. Siendo hija única, sus padres le dieron todo, hasta por demás. Tal vez no era culpa suya que sus propio padres hayan despilfarrado todo su dinero, pero tenía que ver por ellos.


Fue cuando decidió casarse con un hombre que no amaba.


Teniendo solo un mes para conocer al que sería su esposo, y al mismo tiempo preparar una boda con alguien que no amaba; tuvo la oportunidad de conocer a Matthew, un joven trabajador de la empresa de los “Bradwell”. Después de todo, no perdería la oportunidad de estar con alguien de quien de verdad se sentía atraída y sentía amar verdaderamente.


Y así fue que tuvo que pasar momentos desagradables con alguien de quien se sentía amada, pero no amaba. Salir de viaje, abrazar, besar, tener relaciones sexuales y un sinfín de cosas más que parecían no tener sentido. Quizá hubiese sido mejor escapar el día de su boda. Con aquel que piensa es el amor de su vida, pero sería tan tonto. Odiaba no poder enfrentarse a alguna situación. Era algo más que orgullo.


Con el pasar del tiempo (unos cuantos meses quizá) las cosas fueron de mal en peor. No soportaba los detalles de él hacia ella. Tener que tomarlos y luego echarlos a la basura.  Aunque el amor con Matthew seguía fortaleciéndose cada día más.


Pasados siete meses luego del matrimonio, se enteró por su doctor que estaba embarazada. No tenía que dudar que fuera de Liam, pues con el tenía se veía en la obligación de no usar preservativos; era su esposo.


Pasado un año de matrimonio —Cuando al parecer las cosas se volvían mejor— Liam perdió parte de su herencia y todos los lujos a los que estaban acostumbrados se fueron al borde. Ya no habría más casas grandes ni viajes a Londres. Mucho menos Ferrari deportivo de en sueño. —El cual se vendió— Ahora se mudarían a Long Beach, a un departamento de la ciudad donde Liam trataría de levantar la empresa, de nuevo.


 
Jaló de su maleta. Con todo y cinco meses de embarazo cargó de ella sin ninguna complicación. Caminaría justo hasta dónde su esposo se encontraba en la recepción, registrándose. Se acomodó en la sala de estar y lo espero solo unos minutos.


Lo miraba y reía entre dientes. »Que tonto« Hubiera sido bueno que este le coqueteara a esa chica, o que al menos se notara que le gustase. Liam podría ser feliz a lado de alguien que si le quisiera, eso era lo que ella quería.
 
—No subirás escaleras— Mencionó él. Justo en el instante en que Sia se dirigía a ellas.
 
Tenía una fobia a los lugares pequeños en lo que podía sentirse acalorada y encerrada. Odiaba subir a los elevadores, así que prefería hacerlo subiendo las escaleras. Pero ahora eran otras sus condiciones, y Liam no le permitiría subir ni siquiera un escalón.


Cuando estaban dentro de aquella enorme caja de espanto. Se tomó del brazo de él y un soltó un fuerte respiro. El elevador comenzó a subir y fuerte mareo —De esos insoportables—llegó a ella.


Liam apresuró el paso para abrir la puerta del apartamento. En un instante ella ya estaba dentro y buscando en dónde se encontraba el baño.


Uno, dos, tres, cuatro golpes a la puerta.
 
—Mi vida, ¿Estás bien? — Escuchó la voz paciente de Liam hablar detrás de la puerta.
 
—Si— respondió.
 
Dos minutos después estaba saliendo del baño con un botella de alcohol de heridas en su mano, mientras olía un poco de estas para no sentir más ascos.
 
 
Con todo el mareo y las náuseas no había percatado lo lindo que era ese apartamento. Había una sala justo al entrar por la puerta, con hermosos sillones color café y una pantalla plana justo enfrente. Las paredes eran un poco rusticas con un tono café chocolate. Con solo pensar eso, le daba más apetito. Miró las puertas de la cocina y la recamara, todo eso era muy lindo. Aunque no habían muchos lujos, se sentía cómoda allí.
 
Entró a la que era ahora su nueva recamara y observó a Liam haciendo una llamada parado frente a una gran ventana que daba una linda vista a lo que era la ciudad.
 
Pasó de él. Tomó su celular y mando un mensaje a su querido Matt.
 
“Estoy aquí. No sé cuánto tiempo más podré estar sin ti. Tienes que venir a verme de cualquier forma”.
 
—¿Vas a ir a la oficina? —Preguntó.
 
No tenía ningún interés en saberlo realmente, pero necesitaba al menos un tiempo para estar a solas. Todo esto le causaba dolor de cabeza.
 
—Prefiero quedarme con tigo— él caminó hasta ella. Trató de tomarla pero esta se negó.
 
—Entonces descansaré un poco, ¿No te molesta?
 
El negó un poco frustrado. Hace mucho tiempo que deseaba poder sentir una caricia de amor de su esposa. Había pasado varios meses que no tenían relaciones y mucho menos algún tipo de afecto. Su lucha constante le estaba costando más de lo que imaginó.
 
¿Por qué no le quería?
 
Desde que la conoció sintió un especial afecto. Después se enamoró, como cualquier persona lo haría. No era su culpa que ella fuera así. Tan inexplicable y explicable al mismo tiempo. No sabía que era lo que le había atraído de ella. Tal vez su sonrisa, sus lindos labios o esa forma tan suya de hacer el amor.



—¿Por qué hay tanto ruido afuera?— Preguntó ella. Quería descansar pero al parecer los vecinos movían muebles de un lugar a otro.


—Son los vecinos de enfrente— respondió—. Al igual que nosotros se acaban de mudar.