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Primordials.
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Re: Primordials.
DEBO TANTO POR ACÁ ESPERO NO ESTÉN MOLESTAS, TRATARÉ SUBIR LO MÁS PRONTO POSIBLE ah por qué gritaba (? LAS QUIERO. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
katara.
------
Re: Primordials.
HAHAHAHAHAHA ESE GIF DE GLEE ES VIDA
✦ ausente.✦
pixie.
Re: Primordials.
NO DESESPERÉIS (?) ahq estoy escribiendo, el jueves si puedo lo termino
katara.
------
pixie.
Re: Primordials.
.
Capítulo 014
Calíope Allete & Jareth Winter || Grey Lady.
La realidad puede transformarse en una pesadilla en tan solo segundos. Mi pesadilla comenzó al instante en el que Liam Wollat traspasó la puerta de la cabaña. Al borde de la inconsciencia, Kayden y Emmet lo sostenían fuertemente mientras lo arrastraban lo más rápido que podían hacia la habitación más próxima. Tras ellos, una estela de sangre brillaba tenuemente en el piso de la cabaña.
Por primera vez en años, no tuve la fuerza para manipular las sombras y largarme de allí. Retrocedí lentamente para no ser visto y me adentré en la cocina con la intención de desaparecer. La conmoción trajo consigo un terremoto de emociones en medio de la marea de imágenes que se agolpaban en mi mente. Como consecuencia, un tsunami de memorias barrió mi compostura tan solo en segundos.
El campo de batalla, las trincheras, el líquido rojizo tiñendo la tierra estéril. Los alaridos de dolor, mis manos sosteniendo con fuerza un par de pinzas improvisadas, la daga ardiente a mi lado. Un proyectil solitario, un soldado caído.
Intenté con todas mis fuerzas sostenerme contra la mesada de la cabaña. Parecía un pez fuera del agua, inseguro, sin una bocanada de aire. La imagen de Liam se coló nuevamente en mi mente. No estaba solo, detrás, cientos de soldados me observaban con sus cuencas vacías. No pude salvarlos.
- Jareth – su voz retumbó en mi cráneo seguida de palpitaciones – Jareth sabe.
Me llevé una mano al pecho mientras recobraba el aliento. Al momento en el que una melena rubia se acercaba, yo estaba como si nada sentado en la mesa. Como si no hubiese vivido.
Alaska se materializó frente mí de un momento a otro. Sus ojos azules destellaban con intensidad como los relámpagos.
- Sácale la bala ― bramó frente a mí.
No quería derrumbarme. Alcé un muro lo suficientemente grueso como para que ella no perciba mi miedo. Me enderecé lo más que pude en la silla y levanté el mentón desafiante.
- Hazlo tú – respondí fingiendo desinterés.
Con la intención de largarme de allí lo antes posible, me levanté rápidamente. Sin embargo, Alaska tenía otros planes. De un momento a otro, ella estaba sobre mí, dispuesta a ahorcarme si seguía negándome.
Podría haberme desecho de ella en tan solo segundos. Su cuerpo podría haber estado levitando, y su rostro podría haber metamorfoseado, simplemente podría haber desecho sus partículas manejarlas a mi antojo. Alaska ya no sería Alaska si yo no me hubiese controlado.
- ¡Alaska, suéltalo! ― gritó Calíope con el miedo borboteando de sus ojos. Estaba detrás de Jules, quien le impedía ir por nosotros.
Le brindé una mirada llena de odio y desprecio. No necesitaba que nadie se interponga en mi camino, y mucho menos que intente defenderme. Y ella era la menos indicada para hacerlo.
- Sácale la bala, maldito hijo de perra. ― Alaska se derrumbó frente a mí, y sin aviso previo las lágrimas comenzaron a surgir de sus pozos azules ―. Por favor…
Me soltó bruscamente y se quedó observándome. El muro que había alzado se debilitaba segundo a segundo, ladrillo por ladrillo, hasta quedar en simples escombros. Sus ojos me infundían valor, y la situación me debilitaba progresivamente. En mis oídos retumbaban las explosiones y el sonido de cientos de proyectiles, y mi mente colapsaba de imágenes que creí nunca volver a recordar.
Negué lentamente con la certeza de que podría dejar de lado todo lo que me atormentaba. A fin de cuentas, podía ser un cínico, un desinteresado y carecer de humanidad. Pero poder serlo, no significaba que lo fuese en verdad.
«Lo que me debes, Wollat…» Pensé para mis adentros.
Finalmente, me adentré a la habitación sin saber con qué encontrarme.
Cada vez que observaba a Liam veía en él cientos de rostros diferentes. Él sufría el mismo dolor que muchos soldados más sintieron antes. Yo tenía su vida en mis manos, como tuve la de otras personas mucho antes que él.
El proceso lo realicé como un autómata. Al introducirme en la enfermería improvisada, dejé atrás al Jareth de los miedos, la soledad y la autodestrucción. En su lugar, surgió una figura de pensamientos y no de sentimientos.
La herida de Liam era profunda, pero no tanto como para que la bala atravesara su cuerpo. Extirparle el proyectil no era difícil, el momento crítico residía en el segundo exacto en el cual éste abandonaba el cuerpo. Tardé cuatro horas en detener el sangrado. La transfusión me tomó una hora más.
Repetí hasta el cansancio que sin Calíope todo esto no hubiese sido necesario. Cada uno de nosotros sería libre, y muchos otros estarían vivos. Tendríamos una vida normal dentro de lo que cabía, podríamos haber sido humanos y no animales. Toda la responsabilidad recaía en ella y en su fatídico defecto: la soledad. Porque creía fervientemente que cada una de sus acciones habían sido dominadas por el miedo, el terror de morir sola y no ser recordada. Entonces, por cada miedo suyo, uno de nosotros sufría la soledad.
Éramos libres, pero aún así estábamos condenados a huir por el resto de nuestras vidas.
La vida es un barco en el océano. No sabes cuándo tiras el ancla al fondo, cuándo arrastran tu navío a la orilla o cuándo arrasas con fuerza en contra de la corriente o las olas. No tienes idea si mañana cruzarás otras embarcaciones, si alguien se unirá a tu tripulación, o si simplemente estarás solo. Para Liam Wollat, este barco impertinente colgaba de un péndulo. Débil, frágil, moribundo.
Alaska se había perdido hacía minutos en la habitación de Liam mientras yo, del lado opuesto de la cabaña, seguía a Jareth intentando conseguir, sin éxito, lo que necesitaba para mantener a Liam con vida.
Sus ojos me evadían con una destreza alcanzada con los años de práctica. Hacía años que no me miraba. Y no, no hablo a hacer contacto visual. Me refiero a mirar, hablar con los ojos tanto como con las cuerdas vocales, a despedazar cada centímetro de mi piel con tan solo una búsqueda de sus ojos con los míos. Así me sentía yo cuando solía mirarme de esa manera tan intensa. Era indestructible, pasara lo que pasase.
- Que no falte nada – me dijo hosco tendiéndome un pedazo de papel. Lo guardé inmediatamente en la bandolera que llevaba colgando.
- ¿No confías en nosotros? –interrogó Alaska con sarcasmo a mi lado, sin saber yo que ella se encontraba allí.
¿Cuánto tiempo había estado observándolo?
«El suficiente, Calíope» me respondí huyendo de los ojos críticos de Kayden quien posaba su mirada de uno a otro.
- Normalmente no – comenzó Jareth fulminando a Alaska con la mirada. Inconscientemente posó su mano en su cuello allí donde horas antes ella había forzado sus brazos con intención de ahorcarlo.
- El monstruo desalmado eres tú – apuntó con su dedo índice el pecho del susodicho – no nosotros – terminó con una voz melosa como si estuviera enseñándole una lección a un niño. Si Alaska quería, podía despedazar tu orgullo, ánimo y el resto de tu existencia.
- Cuando quieras puedo entrar y deshacer el trabajo – respondió Jareth con cinismo señalando el cuarto donde descansaba Liam a la vez que le sostenía la mirada a Alaska, quien temblaba de furia –. Por lo menos yo sí sé arrepentirme.
El comentario pasó desapercibido por Alaska. Sin embargo, Kayden analizaba a Jareth con una expresión indescifrable. ¿Pensaba indagar sobre nosotros?
«Por favor no, por favor no, por favor no… » Me repetí hasta la insistencia.
¿Hasta qué punto podía Jareth destruirme?
Nos montamos al coche pasada la noche. Sobre nosotros se extendía un silencio sepulcral, digno de la situación en la que nos encontrábamos. Alaska se había situado en el lugar del copiloto y acariciaba el cuero del asiento con desasosiego mientras su mirada se perdía entre las copas de los árboles, o en la luz plateada de la luna. Por otro lado, Kayden conducía sumido en el trayecto, que por la noche parecía bifurcarse más y más, aunque solo era la oscuridad que nos parecía tan inmensa. De vez en cuando, cruzaba alguna que otra mirada conmigo, como si intentase entrar en mi mente. Quien parecía ajena a todos nosotros, era Jules que se mantenía con la vista fija en la nada misma e ignoraba nuestras miradas.
Yo por mi parte, activé mis poderes lo más rápido posible. El todo terreno pareció acelerar a una velocidad vertiginosa a la vista de todos, pero solo yo podía percibirlo. Había acelerado el tiempo por solo unos segundos, que podían ser valiosos en otro momento.
El pueblo comenzó a visualizarse poco a poco. Las luces eran escasas y el único sonido que se percibía era el de las campanillas de las tiendas que chocaban unas con otras a causa del viento que se había comenzado a alzar. Situamos el todo terreno entre la maleza cercana a las tiendas.
Ni bien pisamos tierra, todos nuestros sentidos se pusieron en alerta. Alaska observaba con ferocidad cada recoveco del bosque y de vez en cuando se escuchaban truenos a la lejanía. Kayden buscaba con la mirada la tienda y Jules miraba a su alrededor atenta a cada sonido y movimiento.
Caminamos en silencio un par de metros sin detenernos ni pronunciar una palabra, cada uno iba en lo suyo.
- Tengo un mal presentimiento – me comentó Alaska por lo bajo. El único sonido que ahogaba la conversación eran nuestras pisadas.
- ¿A qué te refieres? – indagué en susurros.
- Aquí no hay nadie Cali – señaló con la barbilla a nuestro alrededor -. Hoy no se veía tan demacrado, puede que no sea una ciudad, pero había varios coches y el centro turístico estaba atiborrado de personas.
Un nudo se formó en la boca de mi estómago. Todo lo que decía Alaska era cierto. Las tiendas estaban la mayoría cerradas, o en algunos casos, abiertas y desoladas. No había un alma en la calle y las casas estaban silenciosas y a oscuras completamente.
- Por ahora estemos alerta, ¿sí? – intenté tranquilizarla, pero yo me sentía cada vez más nerviosa, más aprisionada y vigilada – estaremos bien, te lo prometo.
Alaska me dirigió una última mirada, sus ojos destellaron bajo la luz de la luna con añoranza. Antes de poder pensar en algo más, Kayden se detuvo.
La tienda estaba a nuestra derecha. Las luces se encontraban encendidas y no había movimiento por ningún lado. Mis nervios se acrecentaron. Kayden y Jules se adelantaron, Alaska y yo los seguimos con precaución.
- Ustedes dos – habló Kayden dirigiéndose a Jules y a mí –quédense aquí, yo entraré con Alaska y saldremos rápido.
Ambas asentimos, y con nerviosismo nos posicionamos frente a la puerta de vidrio. Dentro, el mostrador solitario llamó mi atención. Sobre él, reposaba una boina verde oliva, un logo azulado se imprimía en su lateral derecho. Las luces parpadeaban y las campanillas tintinearon en cuanto Kayden y Alaska atravesaron la puerta. El miedo se palpaba por donde se escuchasen nuestros corazones tamborilear a un ritmo alarmante.
Las moléculas a mí alrededor se dispararon. Ante mi visión, un montón de pelotitas oscuras se amontonaban y cada vez aumentaban más su movimiento y cambiaban de color. Hasta que de pronto, muchas de ellas chocaron y la velocidad y la temperatura se elevaron en éstas a límites inimaginables. Una llama se encendió en la palma de mi mano. Estaba preparada.
Jules había abierto sus ojos como un búho y miraba más allá de lo que yo podía siquiera pensar. Mientras, el sonido de los truenos y un par de relámpagos se aproximaban.
En un abrir y cerrar de ojos, la tienda se sumió en la oscuridad.
- ¿Qué carajo está pasando? – grité alterada.
La única luz que rompía con la oscuridad, era la tintineante llama rojiza que danzaba en la palma de mi mano.
- ¡No los puedo ver! – me respondió Jules aún más alterada que yo. Nada tenía sentido, si ella no podía verlos…
- Yo me ocuparé – le informé.
Mis pies se movieron con rapidez y mi pecho subía y bajaba a una velocidad alarmante. Visualicé aún más moléculas. El fuego apareció en ambas manos y se acrecentó.
- ¿Alaska? – mi voz se perdió en la oscuridad. Allí parecía no haber nadie.
Los medicamentos en las estanterías estaban a mi disposición. Alumbré unos pocos desde lejos para saber de qué se trataban. Ibuprofenos, antihistamínicos, laxantes... Hasta que frente a mí aparecieron los indicados. Tomé un par de analgésicos y antibióticos para prevenir o contraatacar posibles infecciones, y otros antipiréticos a una velocidad vertiginosa (luego de haber apagado las llamas de mi mano derecha), y los guardé en la bandolera donde aún llevaba la lista de Jareth que me sabía de memoria.
A mi mente acudió la imagen de Liam. Si nosotros nos encontrábamos en una encrucijada, él estaba en una carrera a contra reloj, y su adversario era la muerte.
Continué caminando lentamente, intentando observar algo más de lo que la oscuridad me impedía ver. Tropecé contra el mostrador segundos después. La madera roída acarició mis dedos en cuanto me aferré de éste para no caer. Tomé también una caja de pañuelos descartables y un par de jeringas exhibidas en el mueble. Sin embargo, faltaba algo.
La boina verde ya no estaba sobre el mostrador.
¿Dónde la había visto? ¿Por qué me era tan familiar?
Suspiré pesadamente intentando controlar los nervios. Fuera, los ojos de Jules me seguían con precaución. La culpa comenzó a carcomerme por dentro, todo esto sucedía por mí.
No había tiempo para compadecerme. Alaska y Kayden me necesitaban.
Una luz verde parpadeante llamó mi atención en el fondo de la tienda. Dejé atrás los medicamentos y me adentré al siguiente cuarto detrás del mostrador. Atravesé las cortinas sin precaución alguna, algo me indicaba que haga lo que haga no podría salir ilesa de lo que estaba por pasar. Y tal vez no estaba tan equivocada.
Unos ojos azules brillaron en la oscuridad. Alaska me observaba semi inconsciente sosteniendo su cabeza con ambas manos desde el piso a unos metros de Kayden, quien, un poco más lúcido intentaba utilizar sus poderes para escapar. El corazón se me encogió al verlos de aquella manera, pero rápidamente se colmó de odio al ver el rostro del subordinado de Longaster.
Kane Acker llevaba el cabello recogido hacia atrás con una boina. La boina del mostrador. Sus ojos azules eléctricos parecían destellar con cada horror que cometía y sus facciones angelicales no eran nada más ni nada menos que una máscara que ocultaba su verdadera apariencia. Él, quien ya me conocía más de lo que otros lo hacían, me sonrió con sorna y me hizo un ademán desinteresado.
«Contrólate, no hagas volar el lugar en pedazos»
- Antes de saludar con formalidad, es mi deber anunciarte que estos dos tanques de aquí – señala con su dedo índice los anteriormente nombrados – están llenos de combustible. Por si se te ocurre algún truco de magia.
- Maldito embustero – escupí con odio las palabras - ¿qué haces aquí?
- ¿No es obvio? – me miró fingiendo interés – Vengo a vengar el asesinato Longaster.
- ¿Asesinato? – pregunté estupefacta.
Alaska ahogó un pequeño grito como el resto de nosotros. La noticia no me regocijó, ni me llenó de paz o me calmó cada célula. Estaba clavada al suelo con miles de cuchillos imaginarios y la cabeza solo me daba vueltas. Si habíamos provocado a la MEA con el escape, el asesinato de Longaster era el empuje necesario para que nunca nos dejen libres o en paz.
- Así como has escuchado - comenzó feroz - está muerto, y ninguno de nosotros dejará que su muerte sea en vano. Terminaremos con lo que él ha continuado.
No había nada para hacer. Kayden aún intentaba librarse de las ataduras, pero la noticia lo había dejado en el limbo. Alaska recobraba poco a poco las fuerzas pero todavía no tenía las necesarias como para utilizar sus poderes, y en el caso en el que pudiera hacerlo, una sola chispa volaría el lugar en mil pedazos, y con éste, nosotros incluidos.
- Todos volverán al lugar de donde nunca debieron escapar - comentó con la voz tomada por la emoción -. Y tú - me señaló ufano -, me conducirás al resto de los monstruos si no quieres que estos dos se conviertan en una barbacoa.
La sangre me hervía. No podía hacer nada, el ciclo se volvía a repetir. Una decisión, el miedo y la impotencia en una mezcla homogénea, las personas que más quería se transformaban en la manzana de la discordia. Los estaba condenando, otra vez, al encierro, al ultimátum.
Kayden me suplicaba que los sacase de allí vivos, Alaska tenía los ojos levemente empañados y me observaba rendida, su mirada me decía «haz lo que tengas que hacer». Jules todavía vigilaba el exterior, sin noción de lo que ocurría dentro, de la importancia de la decisión que iba a tomar.
Las llamas en mis manos se acrecentaron. Kane posicionó los tanques cerca del cuerpo de Alaska con una sonrisa asquerosa plasmada en su rostro.
- Te llevaré hasta el resto.
Salimos de la tienda con una lentitud agobiante. Acker iba detrás de los tres junto a dos integrantes más de la MEA, quienes cargaban con los tanques. Jules se apresuró a ponerse en defensa en cuanto nos vio salir, y aunque con su mirada audaz estaba preparada para todo, bajó la guardia ante nosotros y la risa estridente de Kane que cortaba el silencio.
¿Dónde estaban las personas?
- Y dime, ¿cómo has logrado crear un pueblo fantasma en pocas horas? - hablé con tranquilidad bajo la atenta mirada de mis compañeros.
Necesitaba tiempo. El tiempo era la clave y siempre lo había sido. En mi mente, comencé a maquinar un plan.
- No fue difícil, son aún más inútiles que ustedes - sonreí fingiendo que nada me estaba afectando, ni los nervios, ni el enfado o el odio -. Con un solo disparo todos corrieron a refugiarse como ratas asquerosas.
«Contrólate mierda, Calíope contrólate» me dije apretando los puños con tanta fuerza que ahogué las llamas.
- Son débiles - comencé con mi estrategia -, un par de armas y los manejas, imagínate el poder que podrías tener con nuestras habilidades.
Kane carecía de impedimentos para el deseo, de forma tal que se nublaba con la mención del mismo. Él quería ser como nosotros, quería poder, todos lo quieren.
- Nos vamos entendiendo, Alette - me respondió seducido por el deseo y la tentación. Tan centrado en sí mismo que no observó ninguno de nuestros rostros, ni escuchó los susurros que salían de nuestros labios. Tampoco sintió la esperanza latente en el ambiente.
Llegamos al todoterreno y nuestros rostros se contrajeron de la desesperación. El momento exacto había llegado.
Jules, Alaska y Kayden se posicionaros detrás de mí con la intención de subir al coche. Mientras, Acker y sus dos secuaces estaban a tan solo unos pocos metros. Los tanques al parecer eran bastante pesados y Kane no quería moverse ni dos centímetros sin tenerlos más cerca de nosotros y más lejos de él.
«Solo unos centímetros más… » Rezaba en mi interior.
- Oye, ¿qué tan inflamable son los tanques?
- Lo suficiente como para parecer ramas secas en segundos.
- Oh, qué pena que queden restos de ti.
Las moléculas se aceleraron alrededor de mis manos con tan solo pensarlo. Dos llamas del tamaño de una fogata aparecieron, y con estas, la tranquilidad se esfumó. Segundos, aún guardaba segundos dentro de mí.
Kane Acker gritó una orden que no entendí con el rostro crispado por el miedo y el desconcierto. Los jóvenes a su lado hicieron rodar los tanques. Para los demás, debieron haber volado a una velocidad alarmante, para mí, fueron lo suficientemente lentos como para concretar mi plan. Me rodeé de fuego, y ni bien el combustible me alcanzó con suma lentitud, ambos tanques explotaron.
Las llamas me envolvieron desde los pies hasta la cabeza, y sin darme cuenta, era un ser humano de fuego. Si yo podía crearlo y controlarlo, yo podía ser él. En esos momentos el fuego había fundido mi interior, consumiendo de mí hasta la más mínima gota de sufrimiento.
No escuchaba nada más que el crepitar de las llamas. Mi visión se teñía de colores azules, rojizos, anaranjados. Danzaba con el fuego bajo la luz de la luna.
Dejé en él todo lo que había guardado esos años de penas. El dolor, el sufrimiento, la impotencia, la soledad agobiante. Y de repente, con una fuerza vigorosa, las llamas escaparon de mí hasta ellos.
Volví a ser la misma Calíope, casi bajo la inconsciencia y el regocijo.
Lo último que supe fue que dos personas me cargaban a la fuerza arriba del todoterreno.
Antes de cerrar los ojos por completo, mi vista encontró el fuego. Debajo de este, Kane y sus secuaces intentaban apaciguar el fuego.
La madrugada consumió nuestra tranquilidad. Liam estaba en un estado crítico y necesitábamos los medicamentos con urgencia. Todos corrían de un lado a otro desesperados, despotricando e imaginando calamidades.
Yo, por mi parte, me había sentado en una mecedora en la habitación donde estaba Liam. Esperaba lo peor para él. A veces, es mejor imaginar todo lo que pueda salir mal, ya que cuando sucede no nos choca tanto, y si las cosas salen bien, podemos respirar sin dificultad y felicitarnos por nuestra suerte.
Cambié por vez consecutiva el pañuelo mojado sobre la frente de Wollat antes de escuchar los frenos apresurados del todoterreno fuera de la cabaña. Respiré con tranquilidad, aún teníamos tiempo.
Salí del cuarto en una pose desinteresada. A mí lo único que me afectaba era ver morir a Liam. El resto me traía sin cuidado. Nos odiaba a todos, y el resto de los sentimientos estaban anulados por el odio.
Marysa acudió a mí sumida en la desesperación.
- ¡Cali esta inconsciente! – gritó con un deje de preocupación en su voz.
- Oh mira, ¿trajeron los medicamentos?
- ¡Jareth Winter! Irás en este instante a suministrarle los medicamentos a Liam y luego irás con Cali – me acusó y en su mirada pude ver tanta furia que de momento dudé en no hacerle caso - ¿me entendiste?
- ¡Alguien que me traiga los malditos medicamentos! – gruñí con desesperación haciendo caso omiso a la orden de Marysa.
A su lado, Alaska me tendió una bandolera y prosiguió a seguirme hasta el cuarto donde estaba Wollat. Inconsciente, sudado y con un dolor terrible se retorcía en la cama en un intento en vano de alejar el sufrimiento.
- ¿Te quedarás parada ahí o ayudarás?
- Trátame bien, idiota – me respondió mordaz.
- Asique su alteza, ¿podría alcanzarme el antipirético, o es mucho pedir? – pregunté nervioso mientras preparaba la jeringa. Una caja voló sin cuidado y se estrelló contra mi frente.
- ¡Puedes romper el frasco, inútil! – despotriqué contra Alaska con el miedo borboteando en mi interior – ahora cállate necesito concentrarme.
- Como diga doctor Winter – dijo sarcásticamente.
Rodé los ojos intentando no mostrar cuánto me había afectado su comentario. Cuando estaba en el ejército, la mayoría de los pacientes se burlaban de mí llamándome de aquella manera.
- ¿Crees que estará bien? – indagó después de unos minutos en silencio.
- No soy un maldito oráculo Fears.
- ¿Puedes dejar de ser tan irritante por una puta vez en tu vida?
Me incorporé con la intención de sacarla de la habitación, cuando vi en sus ojos algo que hacía tiempo no veía en nadie. Alaska desprendía un aura de preocupación que me erizaba los vellos del cuerpo. La idiota seguramente no sabía hasta qué punto le importaba Wollat como para mirarlo de aquella manera.
- Mira, ha superado demasiado hasta ahora – dije sinceramente con el recuerdo de muchos otros que no habían llegado a soportar ni el tercio del dolor - . Y conocemos a Liam, no nos dejará de joder la existencia tan fácil.
- ¡Eres un…! – comenzó con furia alzándose delante de mí.
Por suerte, unos pasos resonaron en el exterior de la habitación, y antes de que el cuarto estallara con un rayo, la puerta se abrió.
- ¿Puedo pasar? – preguntó Kayden observando a Liam.
- Mejor te la llevas y se van los dos – dije ensimismado en suministrarle el resto de los antibióticos. No podía ver los ojos de Alaska, pero un trueno sacudió la cabaña.
La puerta se cerró estrepitosamente, sin embargo, una sombra se cernió sobre mí.
- ¿Qué es lo que quieres? - pregunté cansado. Quería estar solo y poder pensar con tranquilidad, uno no salva a alguien tan fácilmente como creen.
- ¿Qué sucede entre Calíope y tú?
- Nada que te interese a ti – respondí con un suspiro. Cuando conseguía alejarme de Calíope, luego venía otro preguntándome por ella. Era como un secreto, cuando lo olvidas, alguien o algo te lo recuerda para mortificarte una vez más.
- He visto cómo se observan – se acerca a mí lentamente –, y tú siempre la evades, es como si la odiaras.
- De hecho, la odio – hablo con sinceridad sin una pizca de pudor. Las cosas eran de esa manera y ella había logrado que sean así.
- No deberías, siempre se preocupa por todos y nos ha salvado innumerables veces – me comentó admirándola. Mis nervios se estaban alterando, sostenía la jeringa con una presión alarmante y mi mente no podía controlarse.
«Díselo, solo tienes que decirlo y todos sabrán quién es en verdad»
- Cásate con ella si tanto la admiras.
- Hoy nos ha salvado, pudo habernos entregado pero se sacrificó por nosotros, ella…
- ¡Ella no es más que una farsante! ¿Quieres saber por qué la odio? ¿Eso quieres? – las palabras se escaparon con desenfreno. No podía más con la mentira, no podía. El recuerdo me oprimía con fiereza, el dolor me estaba consumiendo una vez más. Mi visión se alteraba, estaba volviendo. Volvía al pasado. Tenía que decirlo, no quería volver, no.
- ¡Ella nos ha encerrado en la base, maldita sea!
El peso que llevaba dentro aumentó. Levanté la vista para observar a Kayden, pero en cambio, Alaska me devolvió la mirada desde la puerta.
- ¿Cómo dices?
No lo sabía entonces, pero el error que había cometido tendría innumerables consecuencias.
Por primera vez en años, no tuve la fuerza para manipular las sombras y largarme de allí. Retrocedí lentamente para no ser visto y me adentré en la cocina con la intención de desaparecer. La conmoción trajo consigo un terremoto de emociones en medio de la marea de imágenes que se agolpaban en mi mente. Como consecuencia, un tsunami de memorias barrió mi compostura tan solo en segundos.
El campo de batalla, las trincheras, el líquido rojizo tiñendo la tierra estéril. Los alaridos de dolor, mis manos sosteniendo con fuerza un par de pinzas improvisadas, la daga ardiente a mi lado. Un proyectil solitario, un soldado caído.
Intenté con todas mis fuerzas sostenerme contra la mesada de la cabaña. Parecía un pez fuera del agua, inseguro, sin una bocanada de aire. La imagen de Liam se coló nuevamente en mi mente. No estaba solo, detrás, cientos de soldados me observaban con sus cuencas vacías. No pude salvarlos.
- Jareth – su voz retumbó en mi cráneo seguida de palpitaciones – Jareth sabe.
Me llevé una mano al pecho mientras recobraba el aliento. Al momento en el que una melena rubia se acercaba, yo estaba como si nada sentado en la mesa. Como si no hubiese vivido.
Alaska se materializó frente mí de un momento a otro. Sus ojos azules destellaban con intensidad como los relámpagos.
- Sácale la bala ― bramó frente a mí.
No quería derrumbarme. Alcé un muro lo suficientemente grueso como para que ella no perciba mi miedo. Me enderecé lo más que pude en la silla y levanté el mentón desafiante.
- Hazlo tú – respondí fingiendo desinterés.
Con la intención de largarme de allí lo antes posible, me levanté rápidamente. Sin embargo, Alaska tenía otros planes. De un momento a otro, ella estaba sobre mí, dispuesta a ahorcarme si seguía negándome.
Podría haberme desecho de ella en tan solo segundos. Su cuerpo podría haber estado levitando, y su rostro podría haber metamorfoseado, simplemente podría haber desecho sus partículas manejarlas a mi antojo. Alaska ya no sería Alaska si yo no me hubiese controlado.
- ¡Alaska, suéltalo! ― gritó Calíope con el miedo borboteando de sus ojos. Estaba detrás de Jules, quien le impedía ir por nosotros.
Le brindé una mirada llena de odio y desprecio. No necesitaba que nadie se interponga en mi camino, y mucho menos que intente defenderme. Y ella era la menos indicada para hacerlo.
- Sácale la bala, maldito hijo de perra. ― Alaska se derrumbó frente a mí, y sin aviso previo las lágrimas comenzaron a surgir de sus pozos azules ―. Por favor…
Me soltó bruscamente y se quedó observándome. El muro que había alzado se debilitaba segundo a segundo, ladrillo por ladrillo, hasta quedar en simples escombros. Sus ojos me infundían valor, y la situación me debilitaba progresivamente. En mis oídos retumbaban las explosiones y el sonido de cientos de proyectiles, y mi mente colapsaba de imágenes que creí nunca volver a recordar.
Negué lentamente con la certeza de que podría dejar de lado todo lo que me atormentaba. A fin de cuentas, podía ser un cínico, un desinteresado y carecer de humanidad. Pero poder serlo, no significaba que lo fuese en verdad.
«Lo que me debes, Wollat…» Pensé para mis adentros.
Finalmente, me adentré a la habitación sin saber con qué encontrarme.
Cada vez que observaba a Liam veía en él cientos de rostros diferentes. Él sufría el mismo dolor que muchos soldados más sintieron antes. Yo tenía su vida en mis manos, como tuve la de otras personas mucho antes que él.
El proceso lo realicé como un autómata. Al introducirme en la enfermería improvisada, dejé atrás al Jareth de los miedos, la soledad y la autodestrucción. En su lugar, surgió una figura de pensamientos y no de sentimientos.
La herida de Liam era profunda, pero no tanto como para que la bala atravesara su cuerpo. Extirparle el proyectil no era difícil, el momento crítico residía en el segundo exacto en el cual éste abandonaba el cuerpo. Tardé cuatro horas en detener el sangrado. La transfusión me tomó una hora más.
Repetí hasta el cansancio que sin Calíope todo esto no hubiese sido necesario. Cada uno de nosotros sería libre, y muchos otros estarían vivos. Tendríamos una vida normal dentro de lo que cabía, podríamos haber sido humanos y no animales. Toda la responsabilidad recaía en ella y en su fatídico defecto: la soledad. Porque creía fervientemente que cada una de sus acciones habían sido dominadas por el miedo, el terror de morir sola y no ser recordada. Entonces, por cada miedo suyo, uno de nosotros sufría la soledad.
Éramos libres, pero aún así estábamos condenados a huir por el resto de nuestras vidas.
Calíope
La vida es un barco en el océano. No sabes cuándo tiras el ancla al fondo, cuándo arrastran tu navío a la orilla o cuándo arrasas con fuerza en contra de la corriente o las olas. No tienes idea si mañana cruzarás otras embarcaciones, si alguien se unirá a tu tripulación, o si simplemente estarás solo. Para Liam Wollat, este barco impertinente colgaba de un péndulo. Débil, frágil, moribundo.
Alaska se había perdido hacía minutos en la habitación de Liam mientras yo, del lado opuesto de la cabaña, seguía a Jareth intentando conseguir, sin éxito, lo que necesitaba para mantener a Liam con vida.
Sus ojos me evadían con una destreza alcanzada con los años de práctica. Hacía años que no me miraba. Y no, no hablo a hacer contacto visual. Me refiero a mirar, hablar con los ojos tanto como con las cuerdas vocales, a despedazar cada centímetro de mi piel con tan solo una búsqueda de sus ojos con los míos. Así me sentía yo cuando solía mirarme de esa manera tan intensa. Era indestructible, pasara lo que pasase.
- Que no falte nada – me dijo hosco tendiéndome un pedazo de papel. Lo guardé inmediatamente en la bandolera que llevaba colgando.
- ¿No confías en nosotros? –interrogó Alaska con sarcasmo a mi lado, sin saber yo que ella se encontraba allí.
¿Cuánto tiempo había estado observándolo?
«El suficiente, Calíope» me respondí huyendo de los ojos críticos de Kayden quien posaba su mirada de uno a otro.
- Normalmente no – comenzó Jareth fulminando a Alaska con la mirada. Inconscientemente posó su mano en su cuello allí donde horas antes ella había forzado sus brazos con intención de ahorcarlo.
- El monstruo desalmado eres tú – apuntó con su dedo índice el pecho del susodicho – no nosotros – terminó con una voz melosa como si estuviera enseñándole una lección a un niño. Si Alaska quería, podía despedazar tu orgullo, ánimo y el resto de tu existencia.
- Cuando quieras puedo entrar y deshacer el trabajo – respondió Jareth con cinismo señalando el cuarto donde descansaba Liam a la vez que le sostenía la mirada a Alaska, quien temblaba de furia –. Por lo menos yo sí sé arrepentirme.
El comentario pasó desapercibido por Alaska. Sin embargo, Kayden analizaba a Jareth con una expresión indescifrable. ¿Pensaba indagar sobre nosotros?
«Por favor no, por favor no, por favor no… » Me repetí hasta la insistencia.
¿Hasta qué punto podía Jareth destruirme?
Nos montamos al coche pasada la noche. Sobre nosotros se extendía un silencio sepulcral, digno de la situación en la que nos encontrábamos. Alaska se había situado en el lugar del copiloto y acariciaba el cuero del asiento con desasosiego mientras su mirada se perdía entre las copas de los árboles, o en la luz plateada de la luna. Por otro lado, Kayden conducía sumido en el trayecto, que por la noche parecía bifurcarse más y más, aunque solo era la oscuridad que nos parecía tan inmensa. De vez en cuando, cruzaba alguna que otra mirada conmigo, como si intentase entrar en mi mente. Quien parecía ajena a todos nosotros, era Jules que se mantenía con la vista fija en la nada misma e ignoraba nuestras miradas.
Yo por mi parte, activé mis poderes lo más rápido posible. El todo terreno pareció acelerar a una velocidad vertiginosa a la vista de todos, pero solo yo podía percibirlo. Había acelerado el tiempo por solo unos segundos, que podían ser valiosos en otro momento.
El pueblo comenzó a visualizarse poco a poco. Las luces eran escasas y el único sonido que se percibía era el de las campanillas de las tiendas que chocaban unas con otras a causa del viento que se había comenzado a alzar. Situamos el todo terreno entre la maleza cercana a las tiendas.
Ni bien pisamos tierra, todos nuestros sentidos se pusieron en alerta. Alaska observaba con ferocidad cada recoveco del bosque y de vez en cuando se escuchaban truenos a la lejanía. Kayden buscaba con la mirada la tienda y Jules miraba a su alrededor atenta a cada sonido y movimiento.
Caminamos en silencio un par de metros sin detenernos ni pronunciar una palabra, cada uno iba en lo suyo.
- Tengo un mal presentimiento – me comentó Alaska por lo bajo. El único sonido que ahogaba la conversación eran nuestras pisadas.
- ¿A qué te refieres? – indagué en susurros.
- Aquí no hay nadie Cali – señaló con la barbilla a nuestro alrededor -. Hoy no se veía tan demacrado, puede que no sea una ciudad, pero había varios coches y el centro turístico estaba atiborrado de personas.
Un nudo se formó en la boca de mi estómago. Todo lo que decía Alaska era cierto. Las tiendas estaban la mayoría cerradas, o en algunos casos, abiertas y desoladas. No había un alma en la calle y las casas estaban silenciosas y a oscuras completamente.
- Por ahora estemos alerta, ¿sí? – intenté tranquilizarla, pero yo me sentía cada vez más nerviosa, más aprisionada y vigilada – estaremos bien, te lo prometo.
Alaska me dirigió una última mirada, sus ojos destellaron bajo la luz de la luna con añoranza. Antes de poder pensar en algo más, Kayden se detuvo.
La tienda estaba a nuestra derecha. Las luces se encontraban encendidas y no había movimiento por ningún lado. Mis nervios se acrecentaron. Kayden y Jules se adelantaron, Alaska y yo los seguimos con precaución.
- Ustedes dos – habló Kayden dirigiéndose a Jules y a mí –quédense aquí, yo entraré con Alaska y saldremos rápido.
Ambas asentimos, y con nerviosismo nos posicionamos frente a la puerta de vidrio. Dentro, el mostrador solitario llamó mi atención. Sobre él, reposaba una boina verde oliva, un logo azulado se imprimía en su lateral derecho. Las luces parpadeaban y las campanillas tintinearon en cuanto Kayden y Alaska atravesaron la puerta. El miedo se palpaba por donde se escuchasen nuestros corazones tamborilear a un ritmo alarmante.
Las moléculas a mí alrededor se dispararon. Ante mi visión, un montón de pelotitas oscuras se amontonaban y cada vez aumentaban más su movimiento y cambiaban de color. Hasta que de pronto, muchas de ellas chocaron y la velocidad y la temperatura se elevaron en éstas a límites inimaginables. Una llama se encendió en la palma de mi mano. Estaba preparada.
Jules había abierto sus ojos como un búho y miraba más allá de lo que yo podía siquiera pensar. Mientras, el sonido de los truenos y un par de relámpagos se aproximaban.
En un abrir y cerrar de ojos, la tienda se sumió en la oscuridad.
- ¿Qué carajo está pasando? – grité alterada.
La única luz que rompía con la oscuridad, era la tintineante llama rojiza que danzaba en la palma de mi mano.
- ¡No los puedo ver! – me respondió Jules aún más alterada que yo. Nada tenía sentido, si ella no podía verlos…
- Yo me ocuparé – le informé.
Mis pies se movieron con rapidez y mi pecho subía y bajaba a una velocidad alarmante. Visualicé aún más moléculas. El fuego apareció en ambas manos y se acrecentó.
- ¿Alaska? – mi voz se perdió en la oscuridad. Allí parecía no haber nadie.
Los medicamentos en las estanterías estaban a mi disposición. Alumbré unos pocos desde lejos para saber de qué se trataban. Ibuprofenos, antihistamínicos, laxantes... Hasta que frente a mí aparecieron los indicados. Tomé un par de analgésicos y antibióticos para prevenir o contraatacar posibles infecciones, y otros antipiréticos a una velocidad vertiginosa (luego de haber apagado las llamas de mi mano derecha), y los guardé en la bandolera donde aún llevaba la lista de Jareth que me sabía de memoria.
A mi mente acudió la imagen de Liam. Si nosotros nos encontrábamos en una encrucijada, él estaba en una carrera a contra reloj, y su adversario era la muerte.
Continué caminando lentamente, intentando observar algo más de lo que la oscuridad me impedía ver. Tropecé contra el mostrador segundos después. La madera roída acarició mis dedos en cuanto me aferré de éste para no caer. Tomé también una caja de pañuelos descartables y un par de jeringas exhibidas en el mueble. Sin embargo, faltaba algo.
La boina verde ya no estaba sobre el mostrador.
¿Dónde la había visto? ¿Por qué me era tan familiar?
Suspiré pesadamente intentando controlar los nervios. Fuera, los ojos de Jules me seguían con precaución. La culpa comenzó a carcomerme por dentro, todo esto sucedía por mí.
No había tiempo para compadecerme. Alaska y Kayden me necesitaban.
Una luz verde parpadeante llamó mi atención en el fondo de la tienda. Dejé atrás los medicamentos y me adentré al siguiente cuarto detrás del mostrador. Atravesé las cortinas sin precaución alguna, algo me indicaba que haga lo que haga no podría salir ilesa de lo que estaba por pasar. Y tal vez no estaba tan equivocada.
Unos ojos azules brillaron en la oscuridad. Alaska me observaba semi inconsciente sosteniendo su cabeza con ambas manos desde el piso a unos metros de Kayden, quien, un poco más lúcido intentaba utilizar sus poderes para escapar. El corazón se me encogió al verlos de aquella manera, pero rápidamente se colmó de odio al ver el rostro del subordinado de Longaster.
Kane Acker llevaba el cabello recogido hacia atrás con una boina. La boina del mostrador. Sus ojos azules eléctricos parecían destellar con cada horror que cometía y sus facciones angelicales no eran nada más ni nada menos que una máscara que ocultaba su verdadera apariencia. Él, quien ya me conocía más de lo que otros lo hacían, me sonrió con sorna y me hizo un ademán desinteresado.
«Contrólate, no hagas volar el lugar en pedazos»
- Antes de saludar con formalidad, es mi deber anunciarte que estos dos tanques de aquí – señala con su dedo índice los anteriormente nombrados – están llenos de combustible. Por si se te ocurre algún truco de magia.
- Maldito embustero – escupí con odio las palabras - ¿qué haces aquí?
- ¿No es obvio? – me miró fingiendo interés – Vengo a vengar el asesinato Longaster.
- ¿Asesinato? – pregunté estupefacta.
Alaska ahogó un pequeño grito como el resto de nosotros. La noticia no me regocijó, ni me llenó de paz o me calmó cada célula. Estaba clavada al suelo con miles de cuchillos imaginarios y la cabeza solo me daba vueltas. Si habíamos provocado a la MEA con el escape, el asesinato de Longaster era el empuje necesario para que nunca nos dejen libres o en paz.
- Así como has escuchado - comenzó feroz - está muerto, y ninguno de nosotros dejará que su muerte sea en vano. Terminaremos con lo que él ha continuado.
No había nada para hacer. Kayden aún intentaba librarse de las ataduras, pero la noticia lo había dejado en el limbo. Alaska recobraba poco a poco las fuerzas pero todavía no tenía las necesarias como para utilizar sus poderes, y en el caso en el que pudiera hacerlo, una sola chispa volaría el lugar en mil pedazos, y con éste, nosotros incluidos.
- Todos volverán al lugar de donde nunca debieron escapar - comentó con la voz tomada por la emoción -. Y tú - me señaló ufano -, me conducirás al resto de los monstruos si no quieres que estos dos se conviertan en una barbacoa.
La sangre me hervía. No podía hacer nada, el ciclo se volvía a repetir. Una decisión, el miedo y la impotencia en una mezcla homogénea, las personas que más quería se transformaban en la manzana de la discordia. Los estaba condenando, otra vez, al encierro, al ultimátum.
Kayden me suplicaba que los sacase de allí vivos, Alaska tenía los ojos levemente empañados y me observaba rendida, su mirada me decía «haz lo que tengas que hacer». Jules todavía vigilaba el exterior, sin noción de lo que ocurría dentro, de la importancia de la decisión que iba a tomar.
Las llamas en mis manos se acrecentaron. Kane posicionó los tanques cerca del cuerpo de Alaska con una sonrisa asquerosa plasmada en su rostro.
- Te llevaré hasta el resto.
Salimos de la tienda con una lentitud agobiante. Acker iba detrás de los tres junto a dos integrantes más de la MEA, quienes cargaban con los tanques. Jules se apresuró a ponerse en defensa en cuanto nos vio salir, y aunque con su mirada audaz estaba preparada para todo, bajó la guardia ante nosotros y la risa estridente de Kane que cortaba el silencio.
¿Dónde estaban las personas?
- Y dime, ¿cómo has logrado crear un pueblo fantasma en pocas horas? - hablé con tranquilidad bajo la atenta mirada de mis compañeros.
Necesitaba tiempo. El tiempo era la clave y siempre lo había sido. En mi mente, comencé a maquinar un plan.
- No fue difícil, son aún más inútiles que ustedes - sonreí fingiendo que nada me estaba afectando, ni los nervios, ni el enfado o el odio -. Con un solo disparo todos corrieron a refugiarse como ratas asquerosas.
«Contrólate mierda, Calíope contrólate» me dije apretando los puños con tanta fuerza que ahogué las llamas.
- Son débiles - comencé con mi estrategia -, un par de armas y los manejas, imagínate el poder que podrías tener con nuestras habilidades.
Kane carecía de impedimentos para el deseo, de forma tal que se nublaba con la mención del mismo. Él quería ser como nosotros, quería poder, todos lo quieren.
- Nos vamos entendiendo, Alette - me respondió seducido por el deseo y la tentación. Tan centrado en sí mismo que no observó ninguno de nuestros rostros, ni escuchó los susurros que salían de nuestros labios. Tampoco sintió la esperanza latente en el ambiente.
Llegamos al todoterreno y nuestros rostros se contrajeron de la desesperación. El momento exacto había llegado.
Jules, Alaska y Kayden se posicionaros detrás de mí con la intención de subir al coche. Mientras, Acker y sus dos secuaces estaban a tan solo unos pocos metros. Los tanques al parecer eran bastante pesados y Kane no quería moverse ni dos centímetros sin tenerlos más cerca de nosotros y más lejos de él.
«Solo unos centímetros más… » Rezaba en mi interior.
- Oye, ¿qué tan inflamable son los tanques?
- Lo suficiente como para parecer ramas secas en segundos.
- Oh, qué pena que queden restos de ti.
Las moléculas se aceleraron alrededor de mis manos con tan solo pensarlo. Dos llamas del tamaño de una fogata aparecieron, y con estas, la tranquilidad se esfumó. Segundos, aún guardaba segundos dentro de mí.
Kane Acker gritó una orden que no entendí con el rostro crispado por el miedo y el desconcierto. Los jóvenes a su lado hicieron rodar los tanques. Para los demás, debieron haber volado a una velocidad alarmante, para mí, fueron lo suficientemente lentos como para concretar mi plan. Me rodeé de fuego, y ni bien el combustible me alcanzó con suma lentitud, ambos tanques explotaron.
Las llamas me envolvieron desde los pies hasta la cabeza, y sin darme cuenta, era un ser humano de fuego. Si yo podía crearlo y controlarlo, yo podía ser él. En esos momentos el fuego había fundido mi interior, consumiendo de mí hasta la más mínima gota de sufrimiento.
No escuchaba nada más que el crepitar de las llamas. Mi visión se teñía de colores azules, rojizos, anaranjados. Danzaba con el fuego bajo la luz de la luna.
Dejé en él todo lo que había guardado esos años de penas. El dolor, el sufrimiento, la impotencia, la soledad agobiante. Y de repente, con una fuerza vigorosa, las llamas escaparon de mí hasta ellos.
Volví a ser la misma Calíope, casi bajo la inconsciencia y el regocijo.
Lo último que supe fue que dos personas me cargaban a la fuerza arriba del todoterreno.
Antes de cerrar los ojos por completo, mi vista encontró el fuego. Debajo de este, Kane y sus secuaces intentaban apaciguar el fuego.
Jareth.
La madrugada consumió nuestra tranquilidad. Liam estaba en un estado crítico y necesitábamos los medicamentos con urgencia. Todos corrían de un lado a otro desesperados, despotricando e imaginando calamidades.
Yo, por mi parte, me había sentado en una mecedora en la habitación donde estaba Liam. Esperaba lo peor para él. A veces, es mejor imaginar todo lo que pueda salir mal, ya que cuando sucede no nos choca tanto, y si las cosas salen bien, podemos respirar sin dificultad y felicitarnos por nuestra suerte.
Cambié por vez consecutiva el pañuelo mojado sobre la frente de Wollat antes de escuchar los frenos apresurados del todoterreno fuera de la cabaña. Respiré con tranquilidad, aún teníamos tiempo.
Salí del cuarto en una pose desinteresada. A mí lo único que me afectaba era ver morir a Liam. El resto me traía sin cuidado. Nos odiaba a todos, y el resto de los sentimientos estaban anulados por el odio.
Marysa acudió a mí sumida en la desesperación.
- ¡Cali esta inconsciente! – gritó con un deje de preocupación en su voz.
- Oh mira, ¿trajeron los medicamentos?
- ¡Jareth Winter! Irás en este instante a suministrarle los medicamentos a Liam y luego irás con Cali – me acusó y en su mirada pude ver tanta furia que de momento dudé en no hacerle caso - ¿me entendiste?
- ¡Alguien que me traiga los malditos medicamentos! – gruñí con desesperación haciendo caso omiso a la orden de Marysa.
A su lado, Alaska me tendió una bandolera y prosiguió a seguirme hasta el cuarto donde estaba Wollat. Inconsciente, sudado y con un dolor terrible se retorcía en la cama en un intento en vano de alejar el sufrimiento.
- ¿Te quedarás parada ahí o ayudarás?
- Trátame bien, idiota – me respondió mordaz.
- Asique su alteza, ¿podría alcanzarme el antipirético, o es mucho pedir? – pregunté nervioso mientras preparaba la jeringa. Una caja voló sin cuidado y se estrelló contra mi frente.
- ¡Puedes romper el frasco, inútil! – despotriqué contra Alaska con el miedo borboteando en mi interior – ahora cállate necesito concentrarme.
- Como diga doctor Winter – dijo sarcásticamente.
Rodé los ojos intentando no mostrar cuánto me había afectado su comentario. Cuando estaba en el ejército, la mayoría de los pacientes se burlaban de mí llamándome de aquella manera.
- ¿Crees que estará bien? – indagó después de unos minutos en silencio.
- No soy un maldito oráculo Fears.
- ¿Puedes dejar de ser tan irritante por una puta vez en tu vida?
Me incorporé con la intención de sacarla de la habitación, cuando vi en sus ojos algo que hacía tiempo no veía en nadie. Alaska desprendía un aura de preocupación que me erizaba los vellos del cuerpo. La idiota seguramente no sabía hasta qué punto le importaba Wollat como para mirarlo de aquella manera.
- Mira, ha superado demasiado hasta ahora – dije sinceramente con el recuerdo de muchos otros que no habían llegado a soportar ni el tercio del dolor - . Y conocemos a Liam, no nos dejará de joder la existencia tan fácil.
- ¡Eres un…! – comenzó con furia alzándose delante de mí.
Por suerte, unos pasos resonaron en el exterior de la habitación, y antes de que el cuarto estallara con un rayo, la puerta se abrió.
- ¿Puedo pasar? – preguntó Kayden observando a Liam.
- Mejor te la llevas y se van los dos – dije ensimismado en suministrarle el resto de los antibióticos. No podía ver los ojos de Alaska, pero un trueno sacudió la cabaña.
La puerta se cerró estrepitosamente, sin embargo, una sombra se cernió sobre mí.
- ¿Qué es lo que quieres? - pregunté cansado. Quería estar solo y poder pensar con tranquilidad, uno no salva a alguien tan fácilmente como creen.
- ¿Qué sucede entre Calíope y tú?
- Nada que te interese a ti – respondí con un suspiro. Cuando conseguía alejarme de Calíope, luego venía otro preguntándome por ella. Era como un secreto, cuando lo olvidas, alguien o algo te lo recuerda para mortificarte una vez más.
- He visto cómo se observan – se acerca a mí lentamente –, y tú siempre la evades, es como si la odiaras.
- De hecho, la odio – hablo con sinceridad sin una pizca de pudor. Las cosas eran de esa manera y ella había logrado que sean así.
- No deberías, siempre se preocupa por todos y nos ha salvado innumerables veces – me comentó admirándola. Mis nervios se estaban alterando, sostenía la jeringa con una presión alarmante y mi mente no podía controlarse.
«Díselo, solo tienes que decirlo y todos sabrán quién es en verdad»
- Cásate con ella si tanto la admiras.
- Hoy nos ha salvado, pudo habernos entregado pero se sacrificó por nosotros, ella…
- ¡Ella no es más que una farsante! ¿Quieres saber por qué la odio? ¿Eso quieres? – las palabras se escaparon con desenfreno. No podía más con la mentira, no podía. El recuerdo me oprimía con fiereza, el dolor me estaba consumiendo una vez más. Mi visión se alteraba, estaba volviendo. Volvía al pasado. Tenía que decirlo, no quería volver, no.
- ¡Ella nos ha encerrado en la base, maldita sea!
El peso que llevaba dentro aumentó. Levanté la vista para observar a Kayden, pero en cambio, Alaska me devolvió la mirada desde la puerta.
- ¿Cómo dices?
No lo sabía entonces, pero el error que había cometido tendría innumerables consecuencias.
Sigue: Megara (Ems ♥)
katara.
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Re: Primordials.
LA ESPERA VAILÓ LA PENA. MUCHO. AUNQUE ME HAYAS DEJADO MAL. COMENTARÉ LINDO MÁS TARDE PERO MILU TE APLAUDO
hange.
pixie.
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