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Primordials.
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Re: Primordials.
AYYYYYY CAP C: LO LEO AHORA AHORA AHORAAAAAA !!!!!
PD: cambié mi turno con kate asiq sigue ella y luego sigo yooo c:
PD: cambié mi turno con kate asiq sigue ella y luego sigo yooo c:
katara.
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Re: Primordials.
- #PrimordialsForFreedom:
- Buenoooo, como dije esta nc es vida y me inspira y no puedo con los feels La dinámica del capítulo es similar en casi todas sus partes, pero creo que es algo que Alaska necesitaba Tuve que escribir la mitad del capítulo desde el móvil porque mI portátil pasó a una mejor vida Y el corrector me odia así que a lo mejor hay palabras sin sentido. Espero que os guste
Pd: Cuando leáis el capítulo os comento la trama que sigue
Capítulo 017
Alaska Fears & Liam Wollatt || wanheda.
Tenía la sensación de que el universo no dejaba de darme patadas. Y ya no me veía con ánimos de devolvérselas. Estaba tan cansada que podría tenderme a dormir toda la eternidad. Olvidarme de todos. De los recuerdos inoportunos. De las traiciones.
Un único pensamiento ocupaba mi cerebro: «Debiste irte antes de que la bomba explotara». Pero ahora estaba ahí, dentro de la explosión. Con la boca llena de ceniza y tratando de juntar los pedazos que quedaban de mí. Que ya no volverían a encajar, no como antes.
Kayden y yo nos observábamos como estatuas, sentados con las piernas cruzadas en el suelo de la pequeña habitación. En cuanto había tenido la oportunidad, lo había arrastrado hasta allí de nuevo. Donde pudiéramos hablar sin oídos indiscretos. Sin traidoras que…«Después», me azucé, procurando no atragantarme con la rabia. Los problemas de uno en uno.
Liam volvía a dormir, revuelto entre pesadillas. Aunque las medicinas lo habían librado de una muerte inevitable, seguía muy débil. Era todo un alivio, porque todavía no estaba segura de poder enfrentarme a él.
―Habla, Kayden ―lo exhorté.
Se revolvió el pelo con la mano, suspirando. Vi cómo los años de mentiras se le escapaban en ese suspiro. Notaba su crispación fluir hasta la mía. Tenía la mandíbula apretada y no me miraba a los ojos. Ya no era el chico risueño y optimista que había conocido. Ése chico que no temía mirarte a los ojos porque era transparente como el cielo en un buen día.
Pero finalmente lo hizo, me miró con sus grandes ojos de gato.
―¿Ya lo recuerdas todo? ―preguntó, frotándose las manos y cruzándose de brazos.
Asentí. Al principio los recuerdos cayeron sobre mí como un chaparrón inesperado. Pero a lo largo de la noche habían amainado, encontrando su lugar en mi cerebro. Ahora los sentía míos, no como los recuerdos podridos y olvidados de otra persona.
―Uno de mis poderes es la amnepatía ―Se me condensó el aire en los pulmones. No me gustaban los derroteros que tomaba la conversación―. Cuando desperté en los laboratorios, después de capturarnos, Longaster estaba allí. Y me dijo que tenía que borraros la memoria de los tres últimos años.
Otra patada del universo para la colección… Mi cuerpo bullía electricidad, notaba su fuerza bajo mi piel, como un cable de alta tensión sobrecargándose. Tuve que obligarme a respirar hondo, otra vez. Mi vida estaba llena de traidores, mentirosos, ¿para qué seguir enfadándome?
―Es obvio que no te negaste ―espeté entre dientes.
Kayden recibió el comentario en silencio. Culpable. Para mí era bastante malo que sabiendo la verdad hubiera callado. Pero que él fuese el causante, era demasiado. Jamás me esperé pensando esto, pero comenzaba a entender la actitud de Jareth. Así de mala era la situación, que empezaba a sentir empatía hacia él.
―Claro que me negué, Alaska. ―Me importó un pepino su tono dolido, ya iba siendo hora que alguien aparte de mí se sintiese pateado―. Ya sabes cómo funciona esto. Era borraros la memoria o dejaros morir. ¿Qué hubieses hecho tú?
Bueno, a lo mejor estaba siendo un poco injusta. Pero Dios sabía lo cansada que estaba de las sorpresas desagradables.
―Vale, lo siento ―accedí, pasándome una mano por el pelo―. Sigue hablando.
―Mi plan era devolveros la memoria en cuanto tuviese una oportunidad. ―Se llevó las rodillas al pecho y apoyó la barbilla. Dejó la vista clavada en el suelo, como si la historia estuviese escrita en el suelo―. Después estalló la guerra y no supe nada de vosotros en años. Me reencontré con Liam un año después de escapar de los laboratorios. Pero no sabía qué había sido de ti…
―Y ya no tenía sentido hacerlo ―concluí por él.
Le lanzó una mirada de soslayo a su mejor amigo.
―Es un completo desastre, no ha parado de cagarla en los últimos noventa años, una y otra vez―. Una sonrisa añorante se le formó en los labios―. Tú le hacías mejor. Habría sido tan distinto sino os hubiera borrado la memoria.
No paraba de preguntármelo. Qué habría sido de mí de haber podido conservar a Liam en mi vida. Recordaba la paz que me transmitía su presencia. Las ganas de vivir que despertaba en mí, en las condiciones que fueran, a pesar de todo. No me habría sentido sola. No habría conocido a Pável, ni me habría partido el corazón.
Mejor, ésa era la palabra. Ya no maravilloso, ni fácil. Sino mejor. Como había dicho Kayden.
―Todo podría haber sido diferente a como es ahora ―respondí, dándole vueltas a mi diente de cocodrilo entre los dedos. Su tacto pulido me calmaba. Y si me concentraba lo suficiente, la retrocognición me permitía revivir el momento en el que mi hermano me lo regaló.
―Entonces acabamos en la Base. Ahí estábamos los tres otra vez―. Kayden retomó la historia. A medida que hablaba parecía más relajado. Ya era capaz de sostenerme la mirada―. Por lo menos, la segunda vez tuviste el buen juicio de no enamorarte de él.
Los dos reímos, casi sin fuerzas. Me tocó a mí levantar la vista hacia la cama.
―Es que es más imbécil que hace noventa años.
Kayden me miró con cariño, como quien mira a su hermana pequeña. Crédula e ingenua.
―Como todos nosotros ―dijo―. Pero sigue ahí dentro, sólo le hacía falta un empujón.
Noté cómo se me encogía el corazón. Me ponía enferma reencontrarme con él. Porque yo no estaba segura de querer ser como antes.
Carraspeé, para deshacer el nudo que se me había formado en la garganta.
―¿Hace cuánto que nos devolviste los recuerdos? ―pregunté.
―La noche que escapamos ―explicó―. Hasta entonces no estuve seguro, porque habían pasado muchos años. Pero comprendí que podía ser mi última oportunidad para remediar lo que hice―. Se encogió de hombros, frotándose los ojos. Al igual que yo, tenía unas ojeras como puñetazos.
El silencio nos arropó. Fuera, las nubes parecían haber engullido toda la luz del bosque. El frío se colaba por las paredes y me entumecía los músculos. Pero no me moví. Fuera de aquélla habitación me esperaban horrores que trataba de ahuyentar de mis pensamientos hasta que fueran inevitables.
Unos minutos después, me di cuenta de que no había hecho la pregunta más importante de todas. Estiré la pierna y le di a Kayden en la espinilla con la zapatilla, que se encontraba medio adormilado con la cabeza apoyada en la mesilla de noche. Aguardó a que hablara:
―¿Por qué Longaster te obligó a borrarnos la memoria?
No encontraba la razón por la que se había tomado tantas molestias con nosotros. Matarnos habría más sencillo.
―Porque el amor es peligroso, Alaska. Por amor haces cosas que no creías posibles. Y el vuestro es tan fuerte que Longaster no podía arriesgarse. ¿Qué no hubieras hecho por volver con él?
No pude responder nada porque en ese momento Liam comenzó a gritar:
―¡No! ¡Basta!
Me levanté como un resorte para calmarlo. Se revolvía entre las sábanas y daba puñetazos al aire descontrolado. Se le iban a saltar los puntos sino paraba. Maniobré para agarrarle los brazos, con la ayuda de Kayden.
―¡Liam! ―grité, forcejeando con él.
Abrió los ojos, traspasándome con la mirada, todavía preso del mal sueño que lo había hecho gritar. Pero al menos dejó de revolverse. Me quedé paralizada, con el corazón latiendo a su máxima velocidad en todo mi cuerpo. Ahí estaba, lo que más había temido.
Lo supe de inmediato. Cuando se le enfocó la vista y me miró, de verdad. No podía quererlo. No soportaba la idea de que ese sentimiento que me erizaba la piel, que me estaba volviendo loca, me hiciera daño. Ésa era mi verdad: el amor era una puta puñalada en el pecho para mí. Me había destruido tantas veces que sentía pavor hacia él. Kayden tenía razón, nos llevaba a hacer cosas inimaginables. Como recibir una bala en el estómago. Y ése era mi motivo: lo quería tanto que sabía que no soportaría volver a perderlo, como a todas las personas que había querido. Y si para ello debía fingir que todo seguía igual, que los últimos acontecimientos no habían tenido lugar, lo haría.
Porque por el momento, tal y como estaban las cosas: una realidad con Liam no tenía sentido, ni lugar.
Consciente.
Dolor y sangre.
Inconsciente.
Recuerdos perdidos.
Consciente.
Dolor.
Inconsciente.
Pesadillas.
Aterrizo en el sofá de la sala de estar de la cabaña. A un lado, Maryssa. Al otro, Kayden. El resto, alrededor, cernidos sobre la mesa de café: repleta de mapas, documentos y recortes de periódicos que mis ojos no alcanzan a leer.
La oscuridad helada que se cuela por las ventanas atenúa la luz de las lámparas. Jules propina golpes molestos a la pata de la mesa, viste la misma ropa que esta mañana. «Estoy cerca del presente», proceso. Por eso y porque la herida me arde como si me estuvieran apuntando con un soplete.
―¿Estamos todos de acuerdo? ―giro la cabeza y me encuentro con Alaska, sentada al lado de Dael, en el lado izquierdo de la mesa. Siento un dolor mucho peor que el de una bala cuando la observo.
Confirmamos al unísono. Aunque no sé a qué se refieren.
―Que sea Argentina, entonces ―concluye Katrina.
El mundo daba vueltas. Lentas, rápidas. Arriba, abajo. Como si me encontrase en una nada absoluta, ardiente y dolorosa. Atrapado y a oscuras. Y, por momentos, pequeños destellos de cordura que me propulsaban hacia un futuro que no quería conocer.
Una y otra vez.
Todo sigue oscuro. Mi respiración choca contra algo y devuelve el aire a mi cara. Deben de haberme tapado la cabeza con algo. Hace calor. Trato de mover las manos pero están amordazadas. Siento que una mano me arranca lo que sea que tenga en la cabeza y la luz me abrasa las retinas momentáneamente.
Trato de romper la cuerda de mis manos. Mis instintos están disparados y la ceguera agudiza mi alerta. Cuando empiezo a recuperar la vista, una figura toma consistencia ante mí. Parece una mujer.
Parpadeo varias veces para acelerar el proceso. En efecto, es una mujer. Menuda, bastante entrada en años y con el pelo blanco que le baja como trozos de tela hasta los hombros. Tiene los ojos azules y grandes, rodeados por arrugas y manchas de la edad. Viste una camisa ancha y unos vaqueros. Está sonriendo al estilo «abuela», aunque a mí me pone nervioso.
―¿Dónde estoy? ―pregunto, revolviéndome entre mis ataduras.
Es una habitación pequeña, de cemento, con una bombilla
desnuda que ilumina la estancia. La mujer está sentada en una silla de plástico, frente a mí, que estoy en el suelo.
―Ya sabes dónde estás ―su voz es tenue, pero clara. Cruza las manos en el regazo y sonríe.
―¿Quién eres? ―estoy a punto de preguntar por los demás, pero un nombre acude a mi cerebro: «Alaska» y me trago la pregunta. El futuro Liam tiene dos dedos de frente por una vez, sopesando la posibilidad de que sólo él esté allí atrapado.
La anciana se levanta con lentitud, todavía con las manos entrelazadas. Vuelve a sonreír y se agacha frente a mí. Huele a lavanda.
―Somos algo así como La Rosa Blanca de vuestra especie.
Oscuridad. Destellos. Premoniciones.
Una y otra vez.
Corro por un sendero rodeado de árboles, el polvo se levanta bajo mis pies y se mete por mi nariz y mi boca. Las piedras se clavan a mis pies, ralentizándome. El sol se cuela por los huecos que dejan las ramas de los árboles.
No sé dónde estoy. Adónde quiero llegar. Sólo sé que tengo que alejarme todo lo posible.
La imagen cambia, el tiempo avanza.
Me detengo en una explana de tierra, rodeada por precipicios rocosos que parecen tocar el cielo con sus cumbres. Sudoroso y exhausto, me apoyo en las rodillas para retomar un poco de aire. Sigo notando la tensión que sufro. Necesito averiguar qué ocurre. Porque si lo estoy soñando, es importante.
―¡Liam, cuidado! ―la voz se convierte en un eco reverberante que se expande hacia todas partes, desde todas partes.
Alzo la vista, Maryssa está en uno de los salientes del precipicio que hay frente a mí, a unos tres metros de altura. A su lado están Jareth, Kayden y Dael.
Sé lo que va a pasar porque éste Liam ya ha tenido la premonición. Pero lejos de poder hacer algo, se queda quieto. Cuando suena el disparo, una silueta aparece por la derecha, de entre una formación de rocas y se pone delante de Liam para frenar el disparo, que llega desde lo alto del precipicio.
Una chica de pelo rubio y rizado…
El mundo da vueltas… y todo cambia.
Sigo en el mismo sitio. De pie, paralizado por un millón de emociones que no me dejan respirar. Un dolor que sólo sentí cuando me enteré que Theressa había muerto se adueña de mí. Están todos aquí, rodean el cuerpo que yace a mis pies. Lo observo todo desde fuera, como si estuviese en un segundo plano. Sigo sin poder verle la cara, sólo su pelo, rubio, que parece haber perdido tonalidad en cuestión de segundos. Maryssa y Cali lloran, desconsoladas. Dael está quieto, con una expresión desolada que debe parecerse mucho en la mía.
―No… no ―murmura Cali, agachada frente al cuerpo.
«Es tu culpa». «Alaska está muerta por tu culpa», me repito.
No puede estar pasando. Esto no puede pasar. No, no y no.
«Liam», me llama una voz. Pero no le hago caso, no puedo dejar de mirar.
«¡Liam!»
La voz me traga…
Incluso cuando pude abrir los ojos, aterrizando en la realidad. Seguía viendo el cadáver. Tuve que recordarme cómo respirar. Convencerme que lo que acababa de ver, no había pasado. Que estaba en una cabaña, tumbado en una cama, delirando por la fiebre y los medicamentos que había tenido que tomar habían propiciado ésos sueños.
Y que la Alaska que me sujetaba las muñecas, era real. Que su piel fría, estaba fría por una razón distinta a la muerte.
Cerré los ojos y respiré hondo varias veces. Sentí cómo los puntos de la herida se me tensaban. Traté de obviar que Alaska seguía agarrándome, así como las ganas de darle un beso que compensara todos los que la MEA nos había arrebatado. Porque no podía hacerlo. Porque lo que acababa de vivir no era una pesadillas común. Era una premonición que estaba destinada a ocurrir sino hacía algo al respecto. Pensarlo me ponía más enfermo de lo que ya estaba.
No podía permitir que Alaska muriera por salvarme. Tenía que hacer todo lo posible por fingir que no me acordaba de nosotros. Estaba dispuesto a morir por ella, pero no a que ella muriese por mí.
Abrí los ojos y deshice nuestro contacto para incorporarme un poco sobre la cama. Tenía todo el cuerpo entumecido. En el proceso, sentí sus ojos clavados en mí como alambre de espino. Kayden estaba a su lado. Parecían estar esperando a ver qué hacía.
―Hey, Rambo ―solté en un carraspeo, porque fue lo primero que se me ocurrió.
Alaska trató de sonreír, pero sólo logró una mueca cansada. Cruzó una mirada fugaz con Kayden, que supe descifrar. Los conocía tanto que era capaz de leer sus expresiones. «¿Es posible que no recuerde nada?». Lo que me llevaba a preguntarme a mí si Alaska había recordado ya. Parecía estar comportándose con cautela, como si le diese miedo respirar. Aunque bien podría ser porque es un poco incómodo que alguien haya estado a punto de morir por ti.
―¿Cómo te sientes? ―preguntó Kayden.
―Como si alguien hubiese estado jugando un partido de fútbol con mis intestinos ―respondí, intentando vencer el sueño. Estaba hasta los cojones de tener premoniciones.
―Voy a preguntarle a Jareth si tienes que tomar más medicinas ―soltó Alaska a la carrerilla, abandonando la habitación.
Conseguí destensarme un poco con su ausencia. Kayden tomó el lugar que ella había ocupado a mi lado y me miró con la ceja alzada, expectante. Aquélla mañana, cuando había vuelto medio zombi del mundo de los muertos, no habíamos podido hablar. Demasiados espectadores.
―Ni una palabra, feo del culo ―lo advertí, aunque como me temblaba la voz soné más como un niño asustado que como un tío amenazante.
―¿Sobre qué?
―Cuando salgas de aquí, le dirás a Alaska que a mí no me han vuelto los recuerdos. Invéntate lo que quieras, que puede que hicieras mal el proceso conmigo y que mi memoria sigue en blanco.
―Sabes que fui yo… ―murmura y aparta la mirada.
Tan sólo había tenido que sumar dos más dos para averiguarlo. Hasta mi cerebro podía conseguirlo.
―Tío, si tú te hubieras enfadado conmigo por todas las gilipolleces que he hecho, ahora no estaríamos aquí ―expuse, calmando los ánimos.
Sonrió y pudo volver a mirarme a la cara sin sentirse culpable.
―¿Estás seguro de que quieres que se lo diga? ―preguntó.
La imagen de Alaska muerta a mis pies apareció con claridad en mi cerebro. Tuve que echarla a puñetazos. Y recordarme que por mucho que deseara que las cosas no fueran así, debía hacer lo mejor para ella. No pude salvarla de la MEA en Nueva Orleans, pero podía salvarla ahora.
―Si cree que yo no sé nada, no hará nada. ―Ahora que conocía todas las versiones de Alaska, pudiendo observar la pizarra completa, podía hacer esa afirmación sin equivocarme―. Fingirá que tampoco se acuerda, porque está cagada de miedo.
―Parece que estar al borde de la muerte te sienta bien ―bromeó―. Vuelves menos gilipollas.
Por suerte, él nunca hacía preguntas. Si le pedía algo lo hacía. Era una de las cualidades que más molaban de Kayden.
Alaska abrió la puerta en ese momento. Ahora que podía fijarme bien en ella, me di cuenta que estaba guapísima. Totalmente despeinada, con unas ojeras que le llegaban casi hasta la parte superior de los pómulos y una sudadera vieja y raída. Pues eso, guapísima.
Llevaba un vaso de agua y varias pastillas en la otra mano. Me lo tendió todo sin pronunciar palabra y cuidándose de que nuestras manos se rozasen. Lo entendía. Mínimo contacto. Mínimo dolor.
Tragué las drogas, no sin dudas. Las drogas me habían dejado en ése estado de semiinconsciencia lleno de premoniciones que me volvían loco.
Iba a soltar algún comentario para romper la tensión cuando Alaska habló:
―Gracias por no morirte. ―Respiraba con dificultad, incapaz de sostenerme la mirada.
Quise agarrarla la mano que caía cerca de mí. Así sería todo a partir de ahora un «un quiero y no puedo».
―Bueno, ¿con quién te ibas a pelear sino?―. Comportarme como un narcisista condescendiente era fácil. Sino me salía del guion habitual no la cagaría.
―Jareth es un buen candidato. ―Pareció pensar lo mismo.
Bufé, emulando mi mejor sonrisa de gilipollas.
―Mis insultos tienen más estilo.
Alaska soltó una carcajada. Qué queréis que os diga: funcionó mejor que todos los antibióticos que me acababa de tragar.
Su rostro adquirió sus sombras habituales. Con una expresión adusta y agotada. No me quedaron dudas. Casi podía ver nuestro pasado tatuado en sus ojos. Inoportuno y agotador.
―Hablando del rey de Roma, tengo que hablar con él. ―Kayden le lanzó una mirada significativa que no supe interpretar―. Descansa―. Me dijo, antes de salir de la habitación.
Kayden soltó un soplido y me miró con fastidio.
―¿Puedo preguntar por qué estás fingiendo?
Suspiré.
―No, no puedes.
Después me quedé dormido. Por suerte, sin premoniciones que me amargasen más la existencia. Ya tenía suficientes con las últimas.
Al abandonar la habitación, tras llevar acabo la mejor actuación de mi vida, recordé algo que solía decirme Dael con frecuencia cuando estábamos en el calabozo: «Todos los días te dices que no puedes encajar más golpes. Pero aquí sigues». Sabía que podía. En eso consiste nuestra condición: un ring eterno en el que tenemos las apuestas en contra y los golpes a favor.
Sin embargo, necesitaba un momento antes de enfrentar a Jareth. Dos minutos para respirar hondo y reestructurarme.
Ninguno de los presentes en la sala me prestó atención, afortunadamente. Me dirigí a la cocina para prepararme un café. Abrí la puerta y me lo encontré. Con las manos apoyadas en una de las encimeras, los hombros tensos y la cabeza hundida entre ellos.
Por lo visto no iba a tener un segundo para mentalizarme. Se percató de mi presencia cuando cerré la puerta a mi espalda.
Formó una expresión solemne, acunada por el arrepentimiento, aunque también por el alivio. Mi primer impulso fue lanzarme a su garganta por calumniar a Calíope de aquélla manera. Pero no lo hice, porque lo que mi sentimentalismo se negaba a procesar, mi cabeza lo hizo enseguida. Jareth no estaba mintiendo. Lo que nos había confesado a Kayden y a mí explicaba muchas cosas. De él. De ella.
Calíope, a quien yo había considerado una hermana, en quien me había apoyado cuando las sombras de la madrugada me daban caza, por quien había estado dispuesta a dar la vida una y mil veces. Era la causante de todas las torturas a las que nos habían sometido.
Las cicatrices de Maryssa, la ceguera de Jules e incluso la bala de Liam, recaían sobre sus hombros. Sus labios nos habían condenado a una cadena perpetua.
―Imagino que no estás aquí para merendar ―declamó Jareth, colocándose de espaldas a la encimera y cruzando los brazos sobre el pecho.
Caminé hasta la pequeña mesa que había frente a él. Me subí a ella de un salto y me arrastré sobre la superficie hasta que mi espalda chocó contra la pared.
―Te creo ―dije. Y era muy probable que fuese una de las afirmaciones más duras de mi vida―. Pero necesito que me cuentes todo para poder hacer algo al respecto.
Jareth alzó una ceja y ladeó levemente la cabeza.
―¿Eso qué significa?
―Significa que es hora de que todos lo sepan ―respondí, metiendo las manos en el bolsillo de la sudadera.
―No sé si…
Impedí que terminase la frase. No iba a cargar con ése secreto. Me negaba a formar parte de una farsa que me tuvo diez años encerrada. Podía entender los motivos de Jareth, pero no los compartía.
―Tienen derecho a conocer la verdad, lo sabes tan bien como yo.
Despegó los labios para replicar. Éstos se sellaron un segundo después al darse cuenta que no tenían argumentos.
Pude ver muchas emociones cruzando su rostro, en una carrera en la que todas luchaban por ser la ganadora. A mí poco me importaba el resultado. Contaría la verdad sobre Calíope así tuviera que amordazar a Jareth en el sótano.
―Está bien ―accedió. A continuación, se dejó caer hasta el suelo.
―¿Desde cuando lo sabes?
―Casi desde el principio. ―Se miraba las palmas de las manos y tuve que forzar el oído para entenderlo―. Sus reuniones habituales en la sala Alfa me hacían sospechar. Aunque me engañé a mí mismo diciéndome que habían decidido ensañarse con ella más que con el resto―. Chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
»Pero no podía pasar por alto que pocos días después de las reuniones llegaba un Primordial nuevo. Trataba de que me contara qué hacían en las reuniones, pero ella cambiaba de tema o fingía que no me escuchaba.
¿Cómo no me había dado cuenta de todo esto? Siempre me pareció sospechoso el interés especial que tenían por Calíope. ¿Tantas ganas había tenido de confiar en ella que no presté atención a las señales?
―Entonces, un año después, me llevaron a la sala Alfa. Pensé que iban a torturarme, como de costumbre. Fue peor… Longaster me dijo que Cali era la causante de que estuviéramos allí. ―Rechinó los dientes y apretó la mandíbula con tanta fuerza que pensé que le explotaría la cabeza―. Me puso una grabación de voz en la que se escuchaba a Cali decir que le daría nuestros nombres para encontrarnos.
Ésa sensación, tan familiar, luchó por apoderarse de mí. La sensación de que todo lo que había en el mundo, estaba destinado a herirme, de una forma u otra. La certeza de que alejarse de las personas te proporciona supervivencia. Y quedarse con ella entraña dolor.
―¿Hablaste con ella de esto? ―pregunté, manteniendo mi careta de indiferencia.
El dolor era inevitable, sí, al igual que los golpes y las patadas del universo. Pero dejar que me destrozasen una vez más dependía enteramente de mí. Calíope no lo merecía.
―Sí, ella asegura que no tenía otra opción. Ya sabes, lo que suele decirse en estos casos.
Asentí en acuerdo con él. Ninguno de los dos lo creíamos. Me quedé un rato observando sus facciones. Hasta que la última pieza del rompecabezas encajó por fin.
―¿Estuvisteis juntos, verdad? Por eso tú la odias tanto y ella arriesga la vida por ti con tanto ahínco. Intenta que la perdones, remediar al daño.
Jareth quiso fulminarme con la mirada. Pero era yo la que tenía la habilidad de fulminar a la gente, así que se quedó en un intento.
―No es asunto tuyo.
―Verás, cara culo. Esto hace rato que es asunto mío. Además, sé cómo miran los ojos de un corazón traicionado.
Jareth trató de fulminarme de nuevo. Pero se notaba que lo que le había dicho le afectaba.
―¿Edgar Allan Poe? ―preguntó burlándose.
―Ni de lejos―me acerqué al borde de la mesa y dejé las piernas colgando―: Alaska Fears.
Negó con la cabeza, adquirió un gesto adusto de
inmediato. Ni siquiera sabía por qué me interesaban sus sentimientos. Supongo que quería retrasar mi próxima conversación todo lo posible.
―Lo que sintiese por ella hace mucho que dejó de importar.
Yo deduje que no era cierto. Habían pasado treinta años desde que Pável me rompió el corazón. Las siguientes decisiones de mi vida las basé en lo que me hizo. Incluso ahora que Liam era algo más que un grano en el culo, no dejaba de importar. Que te traicionen nunca deja de importar.
Sabía que mucho de lo que veíamos de Jareth era a causa de Calíope. Y puede que me cayera mal y que muchos astros en el cielo tuvieran que alinearse para que nos pusiéramos de acuerdo en algo. Pero ahora entendía a Jareth. Compartíamos una traición y la decepción en la que desembocaba.
―Espera hasta que decidamos adónde iremos para contárselo a lo demás ―sonó como una petición.
―¿Vienes con nosotros?
Jareth se incorporó y se limpió la suciedad ficticia de sus pantalones.
―¿Quién le va a sacar la bala a tu novio la próxima vez sino?
Sonrió con lascivia antes de dirigirse a la puerta.
―No es mi novio ―reclamé.
Me lanzó una mirada por encima del hombro.
―Yo también sé cómo miran unos ojos enamorados, Fears.
En mi camino hacia el Tártaro, Kayden me interceptó. Salía de la habitación de Liam, bastante más relajado que cuando lo arrastré hasta allí.
―¿Cómo está? ―Quise saber.
Anduvo a mi encuentro, rascándose la cabeza a la vez que reprimía un bostezo.
―Conserva la habilidad de sacar a uno de quicio, yo diría que bastante bien.
Sonreí, recordando nuestra conversación de hacía un rato. Si que parecía estar bien, como siempre. Quizá demasiado «como siempre».
―¿Y de lo otro…? ―modulé la voz al mínimo. Jules y Colette, parecían estar a lo suyo, pero por si acaso. Cuantas menos personas lo supieran, mejor.
Me pareció adivinar un titubeo en sus labios, un leve temblor.
―No ha dicho nada, puede que su memoria haya rechazado los recuerdos. La verdad es que no tengo un conocimiento muy amplio de cómo funciona.
Me sentí aliviada y decepcionada a partes iguales. Así y todo, esto facilitaba mi decisión. Dudaba que estuviese dispuesto a llevarse un disparo por mí una segunda vez.
Kayden tuvo el buen juicio de no decir más al respecto. En su lugar, preguntó:
―¿Has sacado algo en claro? ―señaló la habitación en la que Calíope seguía recuperándose.
―Demasiado ―suspiré―. Reúne al grupo, tenemos que hablar.
―No hay tiempo para un siesta, ¿eh?
Le palmeé el hombro con comprensión. Di media vuelta sobre mis pies para enfrentarme a Calíope. Mientras mantenía a raya la electricidad que se concentraba en mis manos. Abrí la puerta sin titubeos. Como si fuese una tirita. Mejor arrancarla de un solo tirón.
Sin embargo, la habitación estaba vacía. Volví a la sala de estar.
―¿Alguna ha visto a Calíope? ―pregunté a las chicas.
Colette ni siquiera apartó los ojos de sus uñas, que estaba pintando en ése momento.
―Está en el lago, creo ―respondió Jules, en su lugar. Su ceño fruncido y su mirada ágil me advertían que notaba el olor a chamusquina en el ambiente.
―Los otros están en el garaje, contando la provisiones ―intervino Colette, aunque no era eso lo que había preguntado.
Me despedí de ellas. Salí al frío crepúsculo del día sólo con una sudadera y una mala hostia que bien podría calentar el Polo Norte. Caminé a paso lento, recelosa de llegar. No me apetecía hablar con ella, porque nada de lo que dijese podría rellenar el agujero que su traición había dejado en mí. Pero por otra lado: sentía, a pesar de todo, que tenía el derecho de explicarse antes de que la echara a los leones.
Llegué al lago poco después. Calíope estaba de espaldas, recortada por la sombra que dejaba el sol al esconderse por la montaña al otro lado del lago. Tenía una manta echada sobre los hombros que ondeaba al ritmo del viento. Los colores naranjas del atardecer se reflejaban en la superficie del lago, brindándole un aspecto ardiente, como si estuviese en llamas.
Parecía mentira que fuese ayer mismo, en el mismo suelo que pisaba, cuando Calíope me consoló y me aseguró que todo iría bien. A la luz de los últimos acontecimientos, parecían haber transcurrido años. Quizá porque lo que me transmitió su presencia fue muy distinto a lo que solía transmitirme.
Se dio la vuelta. Una sonrisa deslumbrante se formó en su rostro de niña. Reprimí las arcadas.
―Alaska…
Tuvo la intención de reunirse conmigo. Pero era incapaz de aceptar su cercanía. Nunca más.
―¡No te acerques a mí! ―exclamé, alzando una mano como barrera.
Primero, experimentó una incomprensión absoluta. Tras la cual, mi expresión le dijo lo que estaba pasando sin palabras. Y se le cayeron los hombros hasta el suelo y los ojos se le llevaron de lágrimas y yo no podía creer que hubiese confiado en ella.
―Puedo explicarlo…, sólo deja que... ―La manta cayó de sus hombros y dio un paso en mi dirección y yo otro, hacia atrás.
Sabía que no merecía la pena gritar, ni ensañarme con ella. Pero exploté sin remedio.
―¿Qué vas a explicarme? Que por tu culpa he estado diez años encerrada. Que me han torturado y atosigado hasta la locura. ―Escupía, temblando de pies a cabeza―. He estado dispuesta a matar por ti, Calíope. Cuando tú eras la única a la que debía haber matado.
Mi última frase pudo ser fruto de la rabia, tanto daba.
Calíope prorrumpió en lágrimas.
―¡Iban a mataros, no tuve opción! ―sollozó.
Un relámpago estalló en nuestras cabezas. Fue demasiado.
―Siempre hay una opción.
Calíope acortó las distancias, en ésa ocasión, no tuve fuerzas para apartarme. El viento nos revolvía el pelo, la hojarasca se juntaba en remolinos y las aguas del lago se mecían con tanta fuerza que el agua alcanzaba el suelo de tierra que lo bordeaba.
―No… ―repitió.
―Me hice pasar por muerta, me aseguré de que no me buscaran. Como todos los demás. Y por tu culpa, nos encontraron. Nos dibujaste una diana en la frente. Todo lo que nos ha pasado desde entonces es tu culpa.
Quería que le quedase bien claro. Que la palabra se le tatuada bajo la piel, en los músculos, en los huesos.
―Yo sólo quería protegernos. ―Trató de tocarme el brazo, pero la aparté de un manotazo.
La tormenta que estaba formando, cesó de pronto. Junto con mi rabia. Calíope ya no la propiciaba. Todo lo que sentía al mirarla era decepción.
―No, fuiste egoísta ―rebatí, con más calma de la que cualquiera, incluso yo misma, habría esperado por mi parte―. Tomaste una decisión por nosotros y nos condenaste a todos.
Calíope había dejado de llorar, me miraba abatida, impotente. Como quien observa el hundimiento de un barco desde la costa.
―Lo siento, siento muchísimo lo que hice. ―Seguramente estaba siendo sincera, pero conmigo había perdido ése privilegio. Todo lo que pronunciasen sus labios a partir de ahora, serían una mentira―. Pero sigo siendo tu amiga, siempre lo he sido.
Solté una carcajada amarga que se expandió entre los árboles.
―Estás muerta para mí ―dije entre dientes.
―No digas eso, por favor.
Se nos hubiese ido la noche allí. Ella exponiendo sus motivos y yo los míos. Unos que me daban igual, siendo sincera.
―Hay una reunión, tienes hasta el final de ésta para contarles a todos lo que hiciste, porque sino lo haré yo. ―Comencé a retroceder por donde había venido―. Es lo último que hago por ti.
Y me fui y me dio igual. Ignoré sus súplicas, sus gritos. Porque así era más fácil. Porque era Alaska Fears, la que hacía cualquier cosa por sobrevivir.
Cuando llegué a la cabaña, ya estaban todos allí. Desperdigados entre el sofá y el suelo alrededor de la mesa de café, donde habían dispuesto toda la información que Dael había conseguido a lo largo de los años. Liam estaba sentado entre Maryssa y Kayden. Traté de no mirarle más de lo necesario. Me senté al lado de Dael, con las rodillas pegadas al pecho.
―Falta Cali ―se percató Mary.
―Ahora viene ―respondí, esforzándome por mantener una expresión neutra.
Me hice una promesa. Que sería fuerte por Maryssa. Para que ella pudiese maldecir y llorar la traición de Calíope en paz. Una que sabía que iba a destrozarla. Puede que eso fuese lo que más me dolió, saber que Maryssa sufriría.
Miré a Dael. Sus ojos me penetraban en lo más profundo. Sus labios sellados formulaban una pregunta: «¿Todo bien?». Me encogí de hombros y suspiré. Dael me dio un apretón en el hombro. «Estoy contigo. Seguimos siendo un equipo». Fue cuanto necesité, así de mágico era Dael: sus ojos bastaban para recordarme que valía pena seguir adelante.
Por él, por Maryssa y, ahora, también por Liam.
―Ya podemos empezar.
Calíope se materializó en la estancia como surgida de la tierra. Rehusé de mirarla. Como todos, tenía que estar centrada en la reunión. Mis demonios personales no podían interferir.
―Vale, creo que lo principal es esto ―comenzó a hablar Jules―. ¿Todos de acuerdo en permanecer juntos?
Asentimos sin titubeos. La unidad era peligrosa y segura a partes iguales. Llamaríamos la atención, pero juntos aumentaban nuestras posibilidades de supervivencia.
Katrina y Emmet, sentados al otro lado de la mesa, frente a Dael y a mí, hablaban entre ellos con la mirada. Llenos de dudas. Y como no teníamos tiempo para ellas, dije:
―Huir es vuestra única opción. ―Voltearon a mirarme. Traté de sonar amable, comprensiva―. Si la MEA os encuentra aquí, os torturará para que delatéis nuestro paradero.
―Y después os matará, porque sabéis demasiado ―concluyó Jareth, todo tacto.
―¿Pero adónde iremos? ―preguntó Katrina, mirándonos a todos―. Somos demasiados, no tenemos dinero e imagino que vuestro pasaporte caducó en los años cincuenta.
Se la notaba cansada, al mismo tiempo que asustada. Me sentí culpable, les habíamos destrozado el futuro a dos personas buenas, les habíamos condenado a una carrera de fondo para salvar la vida.
―Kayden y yo conocemos a un tipo, puede conseguir pasaportes e identidades falsas ―habló Liam. El sonido agravado de su voz se me encajó en los huesos.
―Alaska puede duplicar todo el dinero que queramos, ya lo visteis ―dijo Jules.
Katrina y Emmet parecieron relajarse un poco. Más la primera que el segundo.
―Pero seguimos sin tener idea de dónde ir y yo no estoy dispuesta a vivir como una vagabunda. ―Todas las miradas se dirigieron a Colette, lanzando dardos envenenados.
Reprimí mis ganas de darme cabezazos contra la mesa.
―Entonces espera aquí hasta que la MEA llegue ―la exhortó Calíope.
«O hasta que tú la delates, otra vez», pensé. Se había quedado quieta detrás de Jules y Jareth. Pude ver cómo se tensaba el cuerpo de éste al escucharla.
Se instauró un silencio paralizante. Fuera ya había anochecido y los sonidos de los animales noctámbulos comenzaron su cantinela.
No tenía ninguna idea formada de cuál podía ser nuestro destino. La MEA contaba con activos en todos los estados, en todo el mundo.
―Argentina ―soltó Dael de súbito, que se había mantenido callado y meditabundo. Su voz llamó la atención de todos los presentes.
―Estás hablando de cambiar de continente ―rebatió Maryssa, dando vueltas entre las manos a sus pelotas de felpa.
―Ya lo sé. ―Dael se removió sobre su cuerpo y se tomó unos segundos antes de responder―. Veréis, oí rumores sobre la existencia de una organización en oposición a la MEA.
Nos quedamos helados. Pues ninguno tenía constancia de algo como aquéllo. Recelosos e incrédulos porque sobaba como un cuento de hadas.
―¿Estás de broma, verdad? ―bufó Jareth, con las cejas alzadas hasta el nacimiento del cabello.
Dael se frotó la cara con las manos.
―Son rumores, como he dicho ―realizó un gesto con la mano, como para espantar una mosca―. Pero de ser ciertos, la organización está en Argentina.
Volvimos a quedarnos en silencio, ninguno sabía qué opinar al respecto. Bajo mi experiencia, sabía que si Dael se tomaba el tiempo para hablar de algo, era porque tenía sus certezas.
―No tenemos nada que perder ―rompí el silencio.
―Yo creo que sí ―rebatió Colette, siempre tan oportuna.
―Vayamos a donde vayamos, tenemos mucho que perder ―la recordé.
Colette frunció los labios y apretó los puños. Le hubiese sacado la lengua, pero estábamos siendo serios.
―Estoy con Alaska ―dijo Maryssa. Los demás murmuraron en aprobación.
―¿Y cómo se supone que vamos a llegar a Argentina? ―preguntó Emmet, todavía escéptico.
Kayden apoyó los codos en las rodillas y pidió la palabra, alzando la mano.
―Nos separaremos, llamaremos menos la atención y duplicamos las posibilidades de que unos escapen.
―Vale, hacemos lo que decís y, después, ¿qué? ―Fue Jules la que preguntó en esta ocasión.
Evité bostezar, todo el cansancio de los dos últimos días cayó sobre mis hombros.
―Podemos dirigirnos hacia Canadá por los Parques Nacionales y por los bosques, tardaremos más pero a penas tendremos que ir por carreteras ―propuse.
―Y allí coger un avión hasta Argentina. ―Jareth adivinó mis pensamientos.
―Exacto ―confirmé.
―¿Y cómo encontramos al chico que puede conseguirnos identidades? ―preguntó Maryssa.
―Podemos llamarle, tiene varios amigos que se dedican a lo mismo. ―No pude evitar mirarle medio embobada. Estaba guapísimo, a pesar del aspecto enfermizo que tenía. Y de pronto, caí en la cuenta de algo.
―Liam todavía no puede viajar ―dije y, era un problema.
―Si vamos a separarnos, tendremos que dejar unos días de margen entre grupo y grupo. ―Me encantó ver de nuevo a la Katrina que se había mostrado estos días; resolutiva y participativa.
―Estoy bien ―gruñó Liam. Pero no lo estaba del todo. Se le veía cansado y tembloroso.
―¿Cómo nos dividimos? ―intervino Calíope, muy a mi pesar.
Hablé antes de Maryssa pudiese decir que las tres tendríamos que ir juntas.
―Dael, Maryssa, Kayden, Jareth y yo, por un lado ―propuse, casi sin pensarlo―. Saldremos pasado mañana, el resto, dentro de tres días.
Nadie se opuso a la distribución. No me apetecía separarme de Liam, pero de alguna forma sabía que era lo mejor. Así no me distraería con él y podría concentrarme a tiempo completo en sobrevivir.
―¿Estamos todos de acuerdo? ―repetí para cerciorarme.
―Que sea Argentina, entonces ―murmuró Katrina.
Pasamos la siguiente hora ultimando detalles. Teníamos suficiente comida para el viaje, aun así, me propuse voluntaria para tratar de duplicarla, como haría con el dinero. No presté demasiada atención, me distraía constantemente mirando a Liam o, a Calíope.
Cuando la reunión finalizó, alrededor de la medianoche, supe que había llegado el momento.
―Ahora, Calíope tiene que contaros un cosa.
Me levanté del suelo y con una mano la indiqué que empezase a hablar.
Un único pensamiento ocupaba mi cerebro: «Debiste irte antes de que la bomba explotara». Pero ahora estaba ahí, dentro de la explosión. Con la boca llena de ceniza y tratando de juntar los pedazos que quedaban de mí. Que ya no volverían a encajar, no como antes.
Kayden y yo nos observábamos como estatuas, sentados con las piernas cruzadas en el suelo de la pequeña habitación. En cuanto había tenido la oportunidad, lo había arrastrado hasta allí de nuevo. Donde pudiéramos hablar sin oídos indiscretos. Sin traidoras que…«Después», me azucé, procurando no atragantarme con la rabia. Los problemas de uno en uno.
Liam volvía a dormir, revuelto entre pesadillas. Aunque las medicinas lo habían librado de una muerte inevitable, seguía muy débil. Era todo un alivio, porque todavía no estaba segura de poder enfrentarme a él.
―Habla, Kayden ―lo exhorté.
Se revolvió el pelo con la mano, suspirando. Vi cómo los años de mentiras se le escapaban en ese suspiro. Notaba su crispación fluir hasta la mía. Tenía la mandíbula apretada y no me miraba a los ojos. Ya no era el chico risueño y optimista que había conocido. Ése chico que no temía mirarte a los ojos porque era transparente como el cielo en un buen día.
Pero finalmente lo hizo, me miró con sus grandes ojos de gato.
―¿Ya lo recuerdas todo? ―preguntó, frotándose las manos y cruzándose de brazos.
Asentí. Al principio los recuerdos cayeron sobre mí como un chaparrón inesperado. Pero a lo largo de la noche habían amainado, encontrando su lugar en mi cerebro. Ahora los sentía míos, no como los recuerdos podridos y olvidados de otra persona.
―Uno de mis poderes es la amnepatía ―Se me condensó el aire en los pulmones. No me gustaban los derroteros que tomaba la conversación―. Cuando desperté en los laboratorios, después de capturarnos, Longaster estaba allí. Y me dijo que tenía que borraros la memoria de los tres últimos años.
Otra patada del universo para la colección… Mi cuerpo bullía electricidad, notaba su fuerza bajo mi piel, como un cable de alta tensión sobrecargándose. Tuve que obligarme a respirar hondo, otra vez. Mi vida estaba llena de traidores, mentirosos, ¿para qué seguir enfadándome?
―Es obvio que no te negaste ―espeté entre dientes.
Kayden recibió el comentario en silencio. Culpable. Para mí era bastante malo que sabiendo la verdad hubiera callado. Pero que él fuese el causante, era demasiado. Jamás me esperé pensando esto, pero comenzaba a entender la actitud de Jareth. Así de mala era la situación, que empezaba a sentir empatía hacia él.
―Claro que me negué, Alaska. ―Me importó un pepino su tono dolido, ya iba siendo hora que alguien aparte de mí se sintiese pateado―. Ya sabes cómo funciona esto. Era borraros la memoria o dejaros morir. ¿Qué hubieses hecho tú?
Bueno, a lo mejor estaba siendo un poco injusta. Pero Dios sabía lo cansada que estaba de las sorpresas desagradables.
―Vale, lo siento ―accedí, pasándome una mano por el pelo―. Sigue hablando.
―Mi plan era devolveros la memoria en cuanto tuviese una oportunidad. ―Se llevó las rodillas al pecho y apoyó la barbilla. Dejó la vista clavada en el suelo, como si la historia estuviese escrita en el suelo―. Después estalló la guerra y no supe nada de vosotros en años. Me reencontré con Liam un año después de escapar de los laboratorios. Pero no sabía qué había sido de ti…
―Y ya no tenía sentido hacerlo ―concluí por él.
Le lanzó una mirada de soslayo a su mejor amigo.
―Es un completo desastre, no ha parado de cagarla en los últimos noventa años, una y otra vez―. Una sonrisa añorante se le formó en los labios―. Tú le hacías mejor. Habría sido tan distinto sino os hubiera borrado la memoria.
No paraba de preguntármelo. Qué habría sido de mí de haber podido conservar a Liam en mi vida. Recordaba la paz que me transmitía su presencia. Las ganas de vivir que despertaba en mí, en las condiciones que fueran, a pesar de todo. No me habría sentido sola. No habría conocido a Pável, ni me habría partido el corazón.
Mejor, ésa era la palabra. Ya no maravilloso, ni fácil. Sino mejor. Como había dicho Kayden.
―Todo podría haber sido diferente a como es ahora ―respondí, dándole vueltas a mi diente de cocodrilo entre los dedos. Su tacto pulido me calmaba. Y si me concentraba lo suficiente, la retrocognición me permitía revivir el momento en el que mi hermano me lo regaló.
―Entonces acabamos en la Base. Ahí estábamos los tres otra vez―. Kayden retomó la historia. A medida que hablaba parecía más relajado. Ya era capaz de sostenerme la mirada―. Por lo menos, la segunda vez tuviste el buen juicio de no enamorarte de él.
Los dos reímos, casi sin fuerzas. Me tocó a mí levantar la vista hacia la cama.
―Es que es más imbécil que hace noventa años.
Kayden me miró con cariño, como quien mira a su hermana pequeña. Crédula e ingenua.
―Como todos nosotros ―dijo―. Pero sigue ahí dentro, sólo le hacía falta un empujón.
Noté cómo se me encogía el corazón. Me ponía enferma reencontrarme con él. Porque yo no estaba segura de querer ser como antes.
Carraspeé, para deshacer el nudo que se me había formado en la garganta.
―¿Hace cuánto que nos devolviste los recuerdos? ―pregunté.
―La noche que escapamos ―explicó―. Hasta entonces no estuve seguro, porque habían pasado muchos años. Pero comprendí que podía ser mi última oportunidad para remediar lo que hice―. Se encogió de hombros, frotándose los ojos. Al igual que yo, tenía unas ojeras como puñetazos.
El silencio nos arropó. Fuera, las nubes parecían haber engullido toda la luz del bosque. El frío se colaba por las paredes y me entumecía los músculos. Pero no me moví. Fuera de aquélla habitación me esperaban horrores que trataba de ahuyentar de mis pensamientos hasta que fueran inevitables.
Unos minutos después, me di cuenta de que no había hecho la pregunta más importante de todas. Estiré la pierna y le di a Kayden en la espinilla con la zapatilla, que se encontraba medio adormilado con la cabeza apoyada en la mesilla de noche. Aguardó a que hablara:
―¿Por qué Longaster te obligó a borrarnos la memoria?
No encontraba la razón por la que se había tomado tantas molestias con nosotros. Matarnos habría más sencillo.
―Porque el amor es peligroso, Alaska. Por amor haces cosas que no creías posibles. Y el vuestro es tan fuerte que Longaster no podía arriesgarse. ¿Qué no hubieras hecho por volver con él?
No pude responder nada porque en ese momento Liam comenzó a gritar:
―¡No! ¡Basta!
Me levanté como un resorte para calmarlo. Se revolvía entre las sábanas y daba puñetazos al aire descontrolado. Se le iban a saltar los puntos sino paraba. Maniobré para agarrarle los brazos, con la ayuda de Kayden.
―¡Liam! ―grité, forcejeando con él.
Abrió los ojos, traspasándome con la mirada, todavía preso del mal sueño que lo había hecho gritar. Pero al menos dejó de revolverse. Me quedé paralizada, con el corazón latiendo a su máxima velocidad en todo mi cuerpo. Ahí estaba, lo que más había temido.
Lo supe de inmediato. Cuando se le enfocó la vista y me miró, de verdad. No podía quererlo. No soportaba la idea de que ese sentimiento que me erizaba la piel, que me estaba volviendo loca, me hiciera daño. Ésa era mi verdad: el amor era una puta puñalada en el pecho para mí. Me había destruido tantas veces que sentía pavor hacia él. Kayden tenía razón, nos llevaba a hacer cosas inimaginables. Como recibir una bala en el estómago. Y ése era mi motivo: lo quería tanto que sabía que no soportaría volver a perderlo, como a todas las personas que había querido. Y si para ello debía fingir que todo seguía igual, que los últimos acontecimientos no habían tenido lugar, lo haría.
Porque por el momento, tal y como estaban las cosas: una realidad con Liam no tenía sentido, ni lugar.
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Consciente.
Dolor y sangre.
Inconsciente.
Recuerdos perdidos.
Consciente.
Dolor.
Inconsciente.
Pesadillas.
Aterrizo en el sofá de la sala de estar de la cabaña. A un lado, Maryssa. Al otro, Kayden. El resto, alrededor, cernidos sobre la mesa de café: repleta de mapas, documentos y recortes de periódicos que mis ojos no alcanzan a leer.
La oscuridad helada que se cuela por las ventanas atenúa la luz de las lámparas. Jules propina golpes molestos a la pata de la mesa, viste la misma ropa que esta mañana. «Estoy cerca del presente», proceso. Por eso y porque la herida me arde como si me estuvieran apuntando con un soplete.
―¿Estamos todos de acuerdo? ―giro la cabeza y me encuentro con Alaska, sentada al lado de Dael, en el lado izquierdo de la mesa. Siento un dolor mucho peor que el de una bala cuando la observo.
Confirmamos al unísono. Aunque no sé a qué se refieren.
―Que sea Argentina, entonces ―concluye Katrina.
El mundo daba vueltas. Lentas, rápidas. Arriba, abajo. Como si me encontrase en una nada absoluta, ardiente y dolorosa. Atrapado y a oscuras. Y, por momentos, pequeños destellos de cordura que me propulsaban hacia un futuro que no quería conocer.
Una y otra vez.
Todo sigue oscuro. Mi respiración choca contra algo y devuelve el aire a mi cara. Deben de haberme tapado la cabeza con algo. Hace calor. Trato de mover las manos pero están amordazadas. Siento que una mano me arranca lo que sea que tenga en la cabeza y la luz me abrasa las retinas momentáneamente.
Trato de romper la cuerda de mis manos. Mis instintos están disparados y la ceguera agudiza mi alerta. Cuando empiezo a recuperar la vista, una figura toma consistencia ante mí. Parece una mujer.
Parpadeo varias veces para acelerar el proceso. En efecto, es una mujer. Menuda, bastante entrada en años y con el pelo blanco que le baja como trozos de tela hasta los hombros. Tiene los ojos azules y grandes, rodeados por arrugas y manchas de la edad. Viste una camisa ancha y unos vaqueros. Está sonriendo al estilo «abuela», aunque a mí me pone nervioso.
―¿Dónde estoy? ―pregunto, revolviéndome entre mis ataduras.
Es una habitación pequeña, de cemento, con una bombilla
desnuda que ilumina la estancia. La mujer está sentada en una silla de plástico, frente a mí, que estoy en el suelo.
―Ya sabes dónde estás ―su voz es tenue, pero clara. Cruza las manos en el regazo y sonríe.
―¿Quién eres? ―estoy a punto de preguntar por los demás, pero un nombre acude a mi cerebro: «Alaska» y me trago la pregunta. El futuro Liam tiene dos dedos de frente por una vez, sopesando la posibilidad de que sólo él esté allí atrapado.
La anciana se levanta con lentitud, todavía con las manos entrelazadas. Vuelve a sonreír y se agacha frente a mí. Huele a lavanda.
―Somos algo así como La Rosa Blanca de vuestra especie.
Oscuridad. Destellos. Premoniciones.
Una y otra vez.
Corro por un sendero rodeado de árboles, el polvo se levanta bajo mis pies y se mete por mi nariz y mi boca. Las piedras se clavan a mis pies, ralentizándome. El sol se cuela por los huecos que dejan las ramas de los árboles.
No sé dónde estoy. Adónde quiero llegar. Sólo sé que tengo que alejarme todo lo posible.
La imagen cambia, el tiempo avanza.
Me detengo en una explana de tierra, rodeada por precipicios rocosos que parecen tocar el cielo con sus cumbres. Sudoroso y exhausto, me apoyo en las rodillas para retomar un poco de aire. Sigo notando la tensión que sufro. Necesito averiguar qué ocurre. Porque si lo estoy soñando, es importante.
―¡Liam, cuidado! ―la voz se convierte en un eco reverberante que se expande hacia todas partes, desde todas partes.
Alzo la vista, Maryssa está en uno de los salientes del precipicio que hay frente a mí, a unos tres metros de altura. A su lado están Jareth, Kayden y Dael.
Sé lo que va a pasar porque éste Liam ya ha tenido la premonición. Pero lejos de poder hacer algo, se queda quieto. Cuando suena el disparo, una silueta aparece por la derecha, de entre una formación de rocas y se pone delante de Liam para frenar el disparo, que llega desde lo alto del precipicio.
Una chica de pelo rubio y rizado…
El mundo da vueltas… y todo cambia.
Sigo en el mismo sitio. De pie, paralizado por un millón de emociones que no me dejan respirar. Un dolor que sólo sentí cuando me enteré que Theressa había muerto se adueña de mí. Están todos aquí, rodean el cuerpo que yace a mis pies. Lo observo todo desde fuera, como si estuviese en un segundo plano. Sigo sin poder verle la cara, sólo su pelo, rubio, que parece haber perdido tonalidad en cuestión de segundos. Maryssa y Cali lloran, desconsoladas. Dael está quieto, con una expresión desolada que debe parecerse mucho en la mía.
―No… no ―murmura Cali, agachada frente al cuerpo.
«Es tu culpa». «Alaska está muerta por tu culpa», me repito.
No puede estar pasando. Esto no puede pasar. No, no y no.
«Liam», me llama una voz. Pero no le hago caso, no puedo dejar de mirar.
«¡Liam!»
La voz me traga…
Incluso cuando pude abrir los ojos, aterrizando en la realidad. Seguía viendo el cadáver. Tuve que recordarme cómo respirar. Convencerme que lo que acababa de ver, no había pasado. Que estaba en una cabaña, tumbado en una cama, delirando por la fiebre y los medicamentos que había tenido que tomar habían propiciado ésos sueños.
Y que la Alaska que me sujetaba las muñecas, era real. Que su piel fría, estaba fría por una razón distinta a la muerte.
Cerré los ojos y respiré hondo varias veces. Sentí cómo los puntos de la herida se me tensaban. Traté de obviar que Alaska seguía agarrándome, así como las ganas de darle un beso que compensara todos los que la MEA nos había arrebatado. Porque no podía hacerlo. Porque lo que acababa de vivir no era una pesadillas común. Era una premonición que estaba destinada a ocurrir sino hacía algo al respecto. Pensarlo me ponía más enfermo de lo que ya estaba.
No podía permitir que Alaska muriera por salvarme. Tenía que hacer todo lo posible por fingir que no me acordaba de nosotros. Estaba dispuesto a morir por ella, pero no a que ella muriese por mí.
Abrí los ojos y deshice nuestro contacto para incorporarme un poco sobre la cama. Tenía todo el cuerpo entumecido. En el proceso, sentí sus ojos clavados en mí como alambre de espino. Kayden estaba a su lado. Parecían estar esperando a ver qué hacía.
―Hey, Rambo ―solté en un carraspeo, porque fue lo primero que se me ocurrió.
Alaska trató de sonreír, pero sólo logró una mueca cansada. Cruzó una mirada fugaz con Kayden, que supe descifrar. Los conocía tanto que era capaz de leer sus expresiones. «¿Es posible que no recuerde nada?». Lo que me llevaba a preguntarme a mí si Alaska había recordado ya. Parecía estar comportándose con cautela, como si le diese miedo respirar. Aunque bien podría ser porque es un poco incómodo que alguien haya estado a punto de morir por ti.
―¿Cómo te sientes? ―preguntó Kayden.
―Como si alguien hubiese estado jugando un partido de fútbol con mis intestinos ―respondí, intentando vencer el sueño. Estaba hasta los cojones de tener premoniciones.
―Voy a preguntarle a Jareth si tienes que tomar más medicinas ―soltó Alaska a la carrerilla, abandonando la habitación.
Conseguí destensarme un poco con su ausencia. Kayden tomó el lugar que ella había ocupado a mi lado y me miró con la ceja alzada, expectante. Aquélla mañana, cuando había vuelto medio zombi del mundo de los muertos, no habíamos podido hablar. Demasiados espectadores.
―Ni una palabra, feo del culo ―lo advertí, aunque como me temblaba la voz soné más como un niño asustado que como un tío amenazante.
―¿Sobre qué?
―Cuando salgas de aquí, le dirás a Alaska que a mí no me han vuelto los recuerdos. Invéntate lo que quieras, que puede que hicieras mal el proceso conmigo y que mi memoria sigue en blanco.
―Sabes que fui yo… ―murmura y aparta la mirada.
Tan sólo había tenido que sumar dos más dos para averiguarlo. Hasta mi cerebro podía conseguirlo.
―Tío, si tú te hubieras enfadado conmigo por todas las gilipolleces que he hecho, ahora no estaríamos aquí ―expuse, calmando los ánimos.
Sonrió y pudo volver a mirarme a la cara sin sentirse culpable.
―¿Estás seguro de que quieres que se lo diga? ―preguntó.
La imagen de Alaska muerta a mis pies apareció con claridad en mi cerebro. Tuve que echarla a puñetazos. Y recordarme que por mucho que deseara que las cosas no fueran así, debía hacer lo mejor para ella. No pude salvarla de la MEA en Nueva Orleans, pero podía salvarla ahora.
―Si cree que yo no sé nada, no hará nada. ―Ahora que conocía todas las versiones de Alaska, pudiendo observar la pizarra completa, podía hacer esa afirmación sin equivocarme―. Fingirá que tampoco se acuerda, porque está cagada de miedo.
―Parece que estar al borde de la muerte te sienta bien ―bromeó―. Vuelves menos gilipollas.
Por suerte, él nunca hacía preguntas. Si le pedía algo lo hacía. Era una de las cualidades que más molaban de Kayden.
Alaska abrió la puerta en ese momento. Ahora que podía fijarme bien en ella, me di cuenta que estaba guapísima. Totalmente despeinada, con unas ojeras que le llegaban casi hasta la parte superior de los pómulos y una sudadera vieja y raída. Pues eso, guapísima.
Llevaba un vaso de agua y varias pastillas en la otra mano. Me lo tendió todo sin pronunciar palabra y cuidándose de que nuestras manos se rozasen. Lo entendía. Mínimo contacto. Mínimo dolor.
Tragué las drogas, no sin dudas. Las drogas me habían dejado en ése estado de semiinconsciencia lleno de premoniciones que me volvían loco.
Iba a soltar algún comentario para romper la tensión cuando Alaska habló:
―Gracias por no morirte. ―Respiraba con dificultad, incapaz de sostenerme la mirada.
Quise agarrarla la mano que caía cerca de mí. Así sería todo a partir de ahora un «un quiero y no puedo».
―Bueno, ¿con quién te ibas a pelear sino?―. Comportarme como un narcisista condescendiente era fácil. Sino me salía del guion habitual no la cagaría.
―Jareth es un buen candidato. ―Pareció pensar lo mismo.
Bufé, emulando mi mejor sonrisa de gilipollas.
―Mis insultos tienen más estilo.
Alaska soltó una carcajada. Qué queréis que os diga: funcionó mejor que todos los antibióticos que me acababa de tragar.
Su rostro adquirió sus sombras habituales. Con una expresión adusta y agotada. No me quedaron dudas. Casi podía ver nuestro pasado tatuado en sus ojos. Inoportuno y agotador.
―Hablando del rey de Roma, tengo que hablar con él. ―Kayden le lanzó una mirada significativa que no supe interpretar―. Descansa―. Me dijo, antes de salir de la habitación.
Kayden soltó un soplido y me miró con fastidio.
―¿Puedo preguntar por qué estás fingiendo?
Suspiré.
―No, no puedes.
Después me quedé dormido. Por suerte, sin premoniciones que me amargasen más la existencia. Ya tenía suficientes con las últimas.
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Al abandonar la habitación, tras llevar acabo la mejor actuación de mi vida, recordé algo que solía decirme Dael con frecuencia cuando estábamos en el calabozo: «Todos los días te dices que no puedes encajar más golpes. Pero aquí sigues». Sabía que podía. En eso consiste nuestra condición: un ring eterno en el que tenemos las apuestas en contra y los golpes a favor.
Sin embargo, necesitaba un momento antes de enfrentar a Jareth. Dos minutos para respirar hondo y reestructurarme.
Ninguno de los presentes en la sala me prestó atención, afortunadamente. Me dirigí a la cocina para prepararme un café. Abrí la puerta y me lo encontré. Con las manos apoyadas en una de las encimeras, los hombros tensos y la cabeza hundida entre ellos.
Por lo visto no iba a tener un segundo para mentalizarme. Se percató de mi presencia cuando cerré la puerta a mi espalda.
Formó una expresión solemne, acunada por el arrepentimiento, aunque también por el alivio. Mi primer impulso fue lanzarme a su garganta por calumniar a Calíope de aquélla manera. Pero no lo hice, porque lo que mi sentimentalismo se negaba a procesar, mi cabeza lo hizo enseguida. Jareth no estaba mintiendo. Lo que nos había confesado a Kayden y a mí explicaba muchas cosas. De él. De ella.
Calíope, a quien yo había considerado una hermana, en quien me había apoyado cuando las sombras de la madrugada me daban caza, por quien había estado dispuesta a dar la vida una y mil veces. Era la causante de todas las torturas a las que nos habían sometido.
Las cicatrices de Maryssa, la ceguera de Jules e incluso la bala de Liam, recaían sobre sus hombros. Sus labios nos habían condenado a una cadena perpetua.
―Imagino que no estás aquí para merendar ―declamó Jareth, colocándose de espaldas a la encimera y cruzando los brazos sobre el pecho.
Caminé hasta la pequeña mesa que había frente a él. Me subí a ella de un salto y me arrastré sobre la superficie hasta que mi espalda chocó contra la pared.
―Te creo ―dije. Y era muy probable que fuese una de las afirmaciones más duras de mi vida―. Pero necesito que me cuentes todo para poder hacer algo al respecto.
Jareth alzó una ceja y ladeó levemente la cabeza.
―¿Eso qué significa?
―Significa que es hora de que todos lo sepan ―respondí, metiendo las manos en el bolsillo de la sudadera.
―No sé si…
Impedí que terminase la frase. No iba a cargar con ése secreto. Me negaba a formar parte de una farsa que me tuvo diez años encerrada. Podía entender los motivos de Jareth, pero no los compartía.
―Tienen derecho a conocer la verdad, lo sabes tan bien como yo.
Despegó los labios para replicar. Éstos se sellaron un segundo después al darse cuenta que no tenían argumentos.
Pude ver muchas emociones cruzando su rostro, en una carrera en la que todas luchaban por ser la ganadora. A mí poco me importaba el resultado. Contaría la verdad sobre Calíope así tuviera que amordazar a Jareth en el sótano.
―Está bien ―accedió. A continuación, se dejó caer hasta el suelo.
―¿Desde cuando lo sabes?
―Casi desde el principio. ―Se miraba las palmas de las manos y tuve que forzar el oído para entenderlo―. Sus reuniones habituales en la sala Alfa me hacían sospechar. Aunque me engañé a mí mismo diciéndome que habían decidido ensañarse con ella más que con el resto―. Chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
»Pero no podía pasar por alto que pocos días después de las reuniones llegaba un Primordial nuevo. Trataba de que me contara qué hacían en las reuniones, pero ella cambiaba de tema o fingía que no me escuchaba.
¿Cómo no me había dado cuenta de todo esto? Siempre me pareció sospechoso el interés especial que tenían por Calíope. ¿Tantas ganas había tenido de confiar en ella que no presté atención a las señales?
―Entonces, un año después, me llevaron a la sala Alfa. Pensé que iban a torturarme, como de costumbre. Fue peor… Longaster me dijo que Cali era la causante de que estuviéramos allí. ―Rechinó los dientes y apretó la mandíbula con tanta fuerza que pensé que le explotaría la cabeza―. Me puso una grabación de voz en la que se escuchaba a Cali decir que le daría nuestros nombres para encontrarnos.
Ésa sensación, tan familiar, luchó por apoderarse de mí. La sensación de que todo lo que había en el mundo, estaba destinado a herirme, de una forma u otra. La certeza de que alejarse de las personas te proporciona supervivencia. Y quedarse con ella entraña dolor.
―¿Hablaste con ella de esto? ―pregunté, manteniendo mi careta de indiferencia.
El dolor era inevitable, sí, al igual que los golpes y las patadas del universo. Pero dejar que me destrozasen una vez más dependía enteramente de mí. Calíope no lo merecía.
―Sí, ella asegura que no tenía otra opción. Ya sabes, lo que suele decirse en estos casos.
Asentí en acuerdo con él. Ninguno de los dos lo creíamos. Me quedé un rato observando sus facciones. Hasta que la última pieza del rompecabezas encajó por fin.
―¿Estuvisteis juntos, verdad? Por eso tú la odias tanto y ella arriesga la vida por ti con tanto ahínco. Intenta que la perdones, remediar al daño.
Jareth quiso fulminarme con la mirada. Pero era yo la que tenía la habilidad de fulminar a la gente, así que se quedó en un intento.
―No es asunto tuyo.
―Verás, cara culo. Esto hace rato que es asunto mío. Además, sé cómo miran los ojos de un corazón traicionado.
Jareth trató de fulminarme de nuevo. Pero se notaba que lo que le había dicho le afectaba.
―¿Edgar Allan Poe? ―preguntó burlándose.
―Ni de lejos―me acerqué al borde de la mesa y dejé las piernas colgando―: Alaska Fears.
Negó con la cabeza, adquirió un gesto adusto de
inmediato. Ni siquiera sabía por qué me interesaban sus sentimientos. Supongo que quería retrasar mi próxima conversación todo lo posible.
―Lo que sintiese por ella hace mucho que dejó de importar.
Yo deduje que no era cierto. Habían pasado treinta años desde que Pável me rompió el corazón. Las siguientes decisiones de mi vida las basé en lo que me hizo. Incluso ahora que Liam era algo más que un grano en el culo, no dejaba de importar. Que te traicionen nunca deja de importar.
Sabía que mucho de lo que veíamos de Jareth era a causa de Calíope. Y puede que me cayera mal y que muchos astros en el cielo tuvieran que alinearse para que nos pusiéramos de acuerdo en algo. Pero ahora entendía a Jareth. Compartíamos una traición y la decepción en la que desembocaba.
―Espera hasta que decidamos adónde iremos para contárselo a lo demás ―sonó como una petición.
―¿Vienes con nosotros?
Jareth se incorporó y se limpió la suciedad ficticia de sus pantalones.
―¿Quién le va a sacar la bala a tu novio la próxima vez sino?
Sonrió con lascivia antes de dirigirse a la puerta.
―No es mi novio ―reclamé.
Me lanzó una mirada por encima del hombro.
―Yo también sé cómo miran unos ojos enamorados, Fears.
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En mi camino hacia el Tártaro, Kayden me interceptó. Salía de la habitación de Liam, bastante más relajado que cuando lo arrastré hasta allí.
―¿Cómo está? ―Quise saber.
Anduvo a mi encuentro, rascándose la cabeza a la vez que reprimía un bostezo.
―Conserva la habilidad de sacar a uno de quicio, yo diría que bastante bien.
Sonreí, recordando nuestra conversación de hacía un rato. Si que parecía estar bien, como siempre. Quizá demasiado «como siempre».
―¿Y de lo otro…? ―modulé la voz al mínimo. Jules y Colette, parecían estar a lo suyo, pero por si acaso. Cuantas menos personas lo supieran, mejor.
Me pareció adivinar un titubeo en sus labios, un leve temblor.
―No ha dicho nada, puede que su memoria haya rechazado los recuerdos. La verdad es que no tengo un conocimiento muy amplio de cómo funciona.
Me sentí aliviada y decepcionada a partes iguales. Así y todo, esto facilitaba mi decisión. Dudaba que estuviese dispuesto a llevarse un disparo por mí una segunda vez.
Kayden tuvo el buen juicio de no decir más al respecto. En su lugar, preguntó:
―¿Has sacado algo en claro? ―señaló la habitación en la que Calíope seguía recuperándose.
―Demasiado ―suspiré―. Reúne al grupo, tenemos que hablar.
―No hay tiempo para un siesta, ¿eh?
Le palmeé el hombro con comprensión. Di media vuelta sobre mis pies para enfrentarme a Calíope. Mientras mantenía a raya la electricidad que se concentraba en mis manos. Abrí la puerta sin titubeos. Como si fuese una tirita. Mejor arrancarla de un solo tirón.
Sin embargo, la habitación estaba vacía. Volví a la sala de estar.
―¿Alguna ha visto a Calíope? ―pregunté a las chicas.
Colette ni siquiera apartó los ojos de sus uñas, que estaba pintando en ése momento.
―Está en el lago, creo ―respondió Jules, en su lugar. Su ceño fruncido y su mirada ágil me advertían que notaba el olor a chamusquina en el ambiente.
―Los otros están en el garaje, contando la provisiones ―intervino Colette, aunque no era eso lo que había preguntado.
Me despedí de ellas. Salí al frío crepúsculo del día sólo con una sudadera y una mala hostia que bien podría calentar el Polo Norte. Caminé a paso lento, recelosa de llegar. No me apetecía hablar con ella, porque nada de lo que dijese podría rellenar el agujero que su traición había dejado en mí. Pero por otra lado: sentía, a pesar de todo, que tenía el derecho de explicarse antes de que la echara a los leones.
Llegué al lago poco después. Calíope estaba de espaldas, recortada por la sombra que dejaba el sol al esconderse por la montaña al otro lado del lago. Tenía una manta echada sobre los hombros que ondeaba al ritmo del viento. Los colores naranjas del atardecer se reflejaban en la superficie del lago, brindándole un aspecto ardiente, como si estuviese en llamas.
Parecía mentira que fuese ayer mismo, en el mismo suelo que pisaba, cuando Calíope me consoló y me aseguró que todo iría bien. A la luz de los últimos acontecimientos, parecían haber transcurrido años. Quizá porque lo que me transmitió su presencia fue muy distinto a lo que solía transmitirme.
Se dio la vuelta. Una sonrisa deslumbrante se formó en su rostro de niña. Reprimí las arcadas.
―Alaska…
Tuvo la intención de reunirse conmigo. Pero era incapaz de aceptar su cercanía. Nunca más.
―¡No te acerques a mí! ―exclamé, alzando una mano como barrera.
Primero, experimentó una incomprensión absoluta. Tras la cual, mi expresión le dijo lo que estaba pasando sin palabras. Y se le cayeron los hombros hasta el suelo y los ojos se le llevaron de lágrimas y yo no podía creer que hubiese confiado en ella.
―Puedo explicarlo…, sólo deja que... ―La manta cayó de sus hombros y dio un paso en mi dirección y yo otro, hacia atrás.
Sabía que no merecía la pena gritar, ni ensañarme con ella. Pero exploté sin remedio.
―¿Qué vas a explicarme? Que por tu culpa he estado diez años encerrada. Que me han torturado y atosigado hasta la locura. ―Escupía, temblando de pies a cabeza―. He estado dispuesta a matar por ti, Calíope. Cuando tú eras la única a la que debía haber matado.
Mi última frase pudo ser fruto de la rabia, tanto daba.
Calíope prorrumpió en lágrimas.
―¡Iban a mataros, no tuve opción! ―sollozó.
Un relámpago estalló en nuestras cabezas. Fue demasiado.
―Siempre hay una opción.
Calíope acortó las distancias, en ésa ocasión, no tuve fuerzas para apartarme. El viento nos revolvía el pelo, la hojarasca se juntaba en remolinos y las aguas del lago se mecían con tanta fuerza que el agua alcanzaba el suelo de tierra que lo bordeaba.
―No… ―repitió.
―Me hice pasar por muerta, me aseguré de que no me buscaran. Como todos los demás. Y por tu culpa, nos encontraron. Nos dibujaste una diana en la frente. Todo lo que nos ha pasado desde entonces es tu culpa.
Quería que le quedase bien claro. Que la palabra se le tatuada bajo la piel, en los músculos, en los huesos.
―Yo sólo quería protegernos. ―Trató de tocarme el brazo, pero la aparté de un manotazo.
La tormenta que estaba formando, cesó de pronto. Junto con mi rabia. Calíope ya no la propiciaba. Todo lo que sentía al mirarla era decepción.
―No, fuiste egoísta ―rebatí, con más calma de la que cualquiera, incluso yo misma, habría esperado por mi parte―. Tomaste una decisión por nosotros y nos condenaste a todos.
Calíope había dejado de llorar, me miraba abatida, impotente. Como quien observa el hundimiento de un barco desde la costa.
―Lo siento, siento muchísimo lo que hice. ―Seguramente estaba siendo sincera, pero conmigo había perdido ése privilegio. Todo lo que pronunciasen sus labios a partir de ahora, serían una mentira―. Pero sigo siendo tu amiga, siempre lo he sido.
Solté una carcajada amarga que se expandió entre los árboles.
―Estás muerta para mí ―dije entre dientes.
―No digas eso, por favor.
Se nos hubiese ido la noche allí. Ella exponiendo sus motivos y yo los míos. Unos que me daban igual, siendo sincera.
―Hay una reunión, tienes hasta el final de ésta para contarles a todos lo que hiciste, porque sino lo haré yo. ―Comencé a retroceder por donde había venido―. Es lo último que hago por ti.
Y me fui y me dio igual. Ignoré sus súplicas, sus gritos. Porque así era más fácil. Porque era Alaska Fears, la que hacía cualquier cosa por sobrevivir.
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Cuando llegué a la cabaña, ya estaban todos allí. Desperdigados entre el sofá y el suelo alrededor de la mesa de café, donde habían dispuesto toda la información que Dael había conseguido a lo largo de los años. Liam estaba sentado entre Maryssa y Kayden. Traté de no mirarle más de lo necesario. Me senté al lado de Dael, con las rodillas pegadas al pecho.
―Falta Cali ―se percató Mary.
―Ahora viene ―respondí, esforzándome por mantener una expresión neutra.
Me hice una promesa. Que sería fuerte por Maryssa. Para que ella pudiese maldecir y llorar la traición de Calíope en paz. Una que sabía que iba a destrozarla. Puede que eso fuese lo que más me dolió, saber que Maryssa sufriría.
Miré a Dael. Sus ojos me penetraban en lo más profundo. Sus labios sellados formulaban una pregunta: «¿Todo bien?». Me encogí de hombros y suspiré. Dael me dio un apretón en el hombro. «Estoy contigo. Seguimos siendo un equipo». Fue cuanto necesité, así de mágico era Dael: sus ojos bastaban para recordarme que valía pena seguir adelante.
Por él, por Maryssa y, ahora, también por Liam.
―Ya podemos empezar.
Calíope se materializó en la estancia como surgida de la tierra. Rehusé de mirarla. Como todos, tenía que estar centrada en la reunión. Mis demonios personales no podían interferir.
―Vale, creo que lo principal es esto ―comenzó a hablar Jules―. ¿Todos de acuerdo en permanecer juntos?
Asentimos sin titubeos. La unidad era peligrosa y segura a partes iguales. Llamaríamos la atención, pero juntos aumentaban nuestras posibilidades de supervivencia.
Katrina y Emmet, sentados al otro lado de la mesa, frente a Dael y a mí, hablaban entre ellos con la mirada. Llenos de dudas. Y como no teníamos tiempo para ellas, dije:
―Huir es vuestra única opción. ―Voltearon a mirarme. Traté de sonar amable, comprensiva―. Si la MEA os encuentra aquí, os torturará para que delatéis nuestro paradero.
―Y después os matará, porque sabéis demasiado ―concluyó Jareth, todo tacto.
―¿Pero adónde iremos? ―preguntó Katrina, mirándonos a todos―. Somos demasiados, no tenemos dinero e imagino que vuestro pasaporte caducó en los años cincuenta.
Se la notaba cansada, al mismo tiempo que asustada. Me sentí culpable, les habíamos destrozado el futuro a dos personas buenas, les habíamos condenado a una carrera de fondo para salvar la vida.
―Kayden y yo conocemos a un tipo, puede conseguir pasaportes e identidades falsas ―habló Liam. El sonido agravado de su voz se me encajó en los huesos.
―Alaska puede duplicar todo el dinero que queramos, ya lo visteis ―dijo Jules.
Katrina y Emmet parecieron relajarse un poco. Más la primera que el segundo.
―Pero seguimos sin tener idea de dónde ir y yo no estoy dispuesta a vivir como una vagabunda. ―Todas las miradas se dirigieron a Colette, lanzando dardos envenenados.
Reprimí mis ganas de darme cabezazos contra la mesa.
―Entonces espera aquí hasta que la MEA llegue ―la exhortó Calíope.
«O hasta que tú la delates, otra vez», pensé. Se había quedado quieta detrás de Jules y Jareth. Pude ver cómo se tensaba el cuerpo de éste al escucharla.
Se instauró un silencio paralizante. Fuera ya había anochecido y los sonidos de los animales noctámbulos comenzaron su cantinela.
No tenía ninguna idea formada de cuál podía ser nuestro destino. La MEA contaba con activos en todos los estados, en todo el mundo.
―Argentina ―soltó Dael de súbito, que se había mantenido callado y meditabundo. Su voz llamó la atención de todos los presentes.
―Estás hablando de cambiar de continente ―rebatió Maryssa, dando vueltas entre las manos a sus pelotas de felpa.
―Ya lo sé. ―Dael se removió sobre su cuerpo y se tomó unos segundos antes de responder―. Veréis, oí rumores sobre la existencia de una organización en oposición a la MEA.
Nos quedamos helados. Pues ninguno tenía constancia de algo como aquéllo. Recelosos e incrédulos porque sobaba como un cuento de hadas.
―¿Estás de broma, verdad? ―bufó Jareth, con las cejas alzadas hasta el nacimiento del cabello.
Dael se frotó la cara con las manos.
―Son rumores, como he dicho ―realizó un gesto con la mano, como para espantar una mosca―. Pero de ser ciertos, la organización está en Argentina.
Volvimos a quedarnos en silencio, ninguno sabía qué opinar al respecto. Bajo mi experiencia, sabía que si Dael se tomaba el tiempo para hablar de algo, era porque tenía sus certezas.
―No tenemos nada que perder ―rompí el silencio.
―Yo creo que sí ―rebatió Colette, siempre tan oportuna.
―Vayamos a donde vayamos, tenemos mucho que perder ―la recordé.
Colette frunció los labios y apretó los puños. Le hubiese sacado la lengua, pero estábamos siendo serios.
―Estoy con Alaska ―dijo Maryssa. Los demás murmuraron en aprobación.
―¿Y cómo se supone que vamos a llegar a Argentina? ―preguntó Emmet, todavía escéptico.
Kayden apoyó los codos en las rodillas y pidió la palabra, alzando la mano.
―Nos separaremos, llamaremos menos la atención y duplicamos las posibilidades de que unos escapen.
―Vale, hacemos lo que decís y, después, ¿qué? ―Fue Jules la que preguntó en esta ocasión.
Evité bostezar, todo el cansancio de los dos últimos días cayó sobre mis hombros.
―Podemos dirigirnos hacia Canadá por los Parques Nacionales y por los bosques, tardaremos más pero a penas tendremos que ir por carreteras ―propuse.
―Y allí coger un avión hasta Argentina. ―Jareth adivinó mis pensamientos.
―Exacto ―confirmé.
―¿Y cómo encontramos al chico que puede conseguirnos identidades? ―preguntó Maryssa.
―Podemos llamarle, tiene varios amigos que se dedican a lo mismo. ―No pude evitar mirarle medio embobada. Estaba guapísimo, a pesar del aspecto enfermizo que tenía. Y de pronto, caí en la cuenta de algo.
―Liam todavía no puede viajar ―dije y, era un problema.
―Si vamos a separarnos, tendremos que dejar unos días de margen entre grupo y grupo. ―Me encantó ver de nuevo a la Katrina que se había mostrado estos días; resolutiva y participativa.
―Estoy bien ―gruñó Liam. Pero no lo estaba del todo. Se le veía cansado y tembloroso.
―¿Cómo nos dividimos? ―intervino Calíope, muy a mi pesar.
Hablé antes de Maryssa pudiese decir que las tres tendríamos que ir juntas.
―Dael, Maryssa, Kayden, Jareth y yo, por un lado ―propuse, casi sin pensarlo―. Saldremos pasado mañana, el resto, dentro de tres días.
Nadie se opuso a la distribución. No me apetecía separarme de Liam, pero de alguna forma sabía que era lo mejor. Así no me distraería con él y podría concentrarme a tiempo completo en sobrevivir.
―¿Estamos todos de acuerdo? ―repetí para cerciorarme.
―Que sea Argentina, entonces ―murmuró Katrina.
Pasamos la siguiente hora ultimando detalles. Teníamos suficiente comida para el viaje, aun así, me propuse voluntaria para tratar de duplicarla, como haría con el dinero. No presté demasiada atención, me distraía constantemente mirando a Liam o, a Calíope.
Cuando la reunión finalizó, alrededor de la medianoche, supe que había llegado el momento.
―Ahora, Calíope tiene que contaros un cosa.
Me levanté del suelo y con una mano la indiqué que empezase a hablar.
Sigue: Grey Lady (Multiapodo)
indigo.
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Re: Primordials.
No podía permitir que Alaska muriera por salvarme. Tenía que hacer todo lo posible por fingir que no me acordaba de nosotros. Estaba dispuesto a morir por ella, pero no a que ella muriese por mí.
Me sentí aliviada y decepcionada a partes iguales. Así y todo, esto facilitaba mi decisión. Dudaba que estuviese dispuesto a llevarse un disparo por mí una segunda vez.
No podré comentar bien todavía, pero te dejo esto. no sé qué te hice para que me hagas sufrir
―Lo siento, siento muchísimo lo que hice. ―Seguramente estaba siendo sincera, pero conmigo había perdido ése privilegio. Todo lo que pronunciasen sus labios a partir de ahora, serían una mentira―. Pero sigo siendo tu amiga, siempre lo he sido.
Solté una carcajada amarga que se expandió entre los árboles.
―Estás muerta para mí ―dije entre dientes.
Estoy sufriendo casi tanto como cuando Liam se tiró en frente de Alaska O IGUAL. ya no sé qué sentir
hange.
Re: Primordials.
soy muy mala mhysa chicas i know, pero me encargaré de mi capítulo bebé ahora que tengo inspiración (? NO ME MATEN JE
katara.
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Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
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Mar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon
» —Hot clown shit
Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.