"Never let me go" (Liam Payne y Mary Williams)

699 días

Cuando Mary despertó, la luz pura del sol encendió su mirada. Le dolía el cuello y la espalda y además hacía frío. Buscó las mantas de su cama para cubrirse, pero sólo encontró un brazo rodeando su cintura. Se asustó, no recordaba que había sucedido hasta que un filo atravesó su pecho y le ardió hasta cerrarle completamente la garganta.
April había muerto.
El dolor golpeó sus ojos y se hundió en un llanto silencioso durante algunos minutos. Observó a Liam que seguía durmiendo a su lado y acarició su mejilla con cariño, con temor a que esta estuviera helada como la de April. Él dio un respingo y pegó más su cuerpo al de Mary.
No lo dejaría ir. Había hecho una promesa.
Mary suponía que era día de semana, no lo tenía del todo claro, pero tampoco le apetecía ir a clases y ver como todos seguían con sus vidas como si nada. Prefería quedarse allí, sobre el tejado con Liam.
—No llores, sabes que a April no le gustara —dijo él de pronto en un suave susurro. Mary se limpió las lágrimas y se sentó, Liam hizo lo mismo bostezando y masajeando su cuello.
—Recuérdame subir el colchón para la próxima —dijo.
Mary no le respondió, no hizo ni siquiera un gesto de comprensión, sólo se quedó allí, sentada sin decir palabra alguna. Tal vez era el dolor y el saber que si decía algo se pondría a llorar otra vez, pero no habló.

615 días

Y no habló más.
Cuando pasaban la lista en la escuela y decían su nombre, no contestaba, levantaba la mano y ya. Reprobó algunos trabajos al no abrir la boca en las exposiciones, y sus padres estaban muy disgustados, ya que en el funeral de April, Mary se quedó mirando como bajaban el ataúd sin despedirse, sin nada.
Liam estaba preocupado, y en cierto modo le agradecía internamente a Mary tenerlo así. Si no fuera porque ella ocupaba la mayoría de sus pensamientos en el día, caería en un agujero sin fondo, su enfermedad estaba avanzando y cada vez se ponía peor, pero el tratar de encontrar una manera de que Mary hablara lo mantenía ocupado.
La escuela ya no era importante, pasaba casi todo el tiempo en el hospital y cuando salía se la pasaba con Louis y Niall en su casa viendo televisión o jugando algún deporte que no lo desgastara demasiado.
Se unió con Harry para lograr sacar a Mary de su mudez. Al principio no le gustó la idea, seguía sintiendo que Harry tenía más confianza con ella y se sentía en desventaja, pero después de un tiempo se dio cuenta de que Mary no le prestaba atención a ninguno de los dos, así que inició una amistad con el rizado.
Habían pasado meses los cuales parecieron eternos. Liam aún no olvidaba por completo el cabello y las caricias de Jess, pero ya no tenían tanto poder como antes. Seguía siendo un chico popular, sus compañeros se mostraron comprensivos y lo trataron como si no pasara nada, y eso le alegró.
Pero era Mary quien le seguía importando. Inexplicablemente, cada día se sorprendía pensando en maneras de volver hacerla sonreír, porque para su horror, lo había dejado de hacer al mismo tiempo que guardó silencio.
Añoraba su sonrisa al igual que el escuchar su cantarina y aguda voz deseándole un buen día. También extrañaba su cabello rojo fosforescente y la felicidad que desprendía con sólo una mirada.
Pero nada de eso quedaba, se había reducido a una sombra muda y casi sorda, parecía estar en otro mundo cuando los demás le hablaban y no prestaba atención a su alrededor.
Hasta que Liam se cansó y decidió que debía hacer algo o la perdería por completo. Mary era una de las mejores personas que había conocido y no dejaría que nada la atormentara.
Así que ese día se puso el uniforme del colegio y bajó a desayunar temprano para el asombro de su familia. Lo miraron confundidos, sin saber cómo reaccionar. Mas Liam actuó con normalidad y se despidió de sus padres y de su hermana con un beso en la mejilla y salió de la casa a tomar el autobús.
Sabía, gracias a Louis, Niall y Harry, que Mary seguía yendo a la escuela. Sus padres la obligaban cada mañana a levantarse y la arrastraban hasta su salón, no dejarían que descuidara sus estudios, querían lo mejor para ella y se preocuparían el doble ahora que su hermana no estaba.
Liam pensaba que tal vez esa era una de las razones de la desconexión de Mary, tenía un peso muy grande sobre los hombros como hija única y seguro eso la estaba destrozando.
En el momento en que puso un pie en la escuela, las miradas se giraron hacia él. Algunos lo saludaron y le dijeron que se veía mejor, aunque Liam sabía que mentían y lo decían por educación.
Cuando Louis lo vio entrar a la clase de francés, se volvió loco. No dejó de bromear en toda la mañana y le prestó poca atención a los regaños de la maestra Crowell. Incluso volvió a burlarse de ella en francés.
A la hora de deportes, se puso nervioso. Quería que sus esfuerzos y su entusiasmo despertaran a Mary del letargo en el que estaba, según lo que le contaban sus amigos, cada día se veía más demacrada.
Y les dio la razón cuando la vio.
Tenía el cabello castaño largo y enmarañado, sus ojos estaban adormecidos y parecía estar en trance, los brazos caídos sin energía y las piernas temblorosas cuando se ponía de pie. Se veía incluso más pequeña y delgada de lo que era, parecía una versión en miniatura de Mary, pero una versión desgastada y sin valor.
No se inmutó cuando vio a Liam entrar al gimnasio, soltó un largo suspiro y se dispuso a correr en cuando oyó el silbato. La mayoría se rio de ella, el entrenador había explicado hace unos segundos que tenían que hacer abdominales en cuanto él diera el aviso, aunque eso no pareció importarle a Mary, ya que siguió corriendo a pesar de los gritos del entrenador para que se detuviera.
Liam comenzó a correr también, alcanzó el paso de Mary enseguida, no iba muy rápido. Louis y Niall se miraron entre sí e hicieron lo mismo, bromearon como siempre y corrieron junto a ellos.
El entrenador no pudo detenerlos y los dejó correr alrededor de la cancha, de todas formas correr era ejercicio.
—Hola, Mary —le dijo Liam con la respiración entrecortada.
Ella no lo miró, siguió adelante sin detenerse corriendo a un paso normal, como nunca antes lo había hecho en esa clase. Ahí Liam se dio cuenta de lo mal que estaba en realidad.
Al termino de deportes, Liam intentó conversar con ella. Sin embargo, Mary no oyó nada de lo que dijo, tenía la mirada clavada en el poco cabello que le estaba creciendo a él y se tambaleaba al ritmo de una canción que silbaba. Era el único sonido que hacía y que había hecho durante esos meses, silbar.
—¡Mary, escúchame! —gritó de repente. Hasta él mismo se asustó de su exaltación.
Pero al menos eso hizo reaccionar a Mary. Lo miró como si fuera la primera vez que se conocieran y enarcó las cejas. Y eso fue todo, dio media vuelta y se perdió por los pasillos.
Liam estaba frustrado, Louis y Niall decidieron ayudarle. Luis interceptó a Mary en el descanso y Niall en el almuerzo, pero no tuvieron mucha suerte.
Liam ya estaba cansado, no se había vestido con el ridículo uniforme de la escuela para ser ignorado por Mary, tampoco malgastaría minutos preciados de su vida en hacer que ella lo notase.
Si quería que ella regresara, tendría que usar la artillería pesada. No era la más conveniente ni recomendada, corría el riesgo de ganarse el odio permanente de Mary, pero estaba dispuesto a tomar medidas desesperadas.
En la última clase, donde tuvo un horroroso encuentro con Jess, se sentó lo más alejado de Mary. La observó toda la hora, analizó cada uno de sus movimientos y se focalizó en el plan.
El timbre sonó y todos salieron ansiosos, excepto Mary, Liam y Jess. Esta última se le acercó y comenzó a decirle palabras bonitas, frases que usaba cuando estaban juntos. Mas Liam no les prestó atención, la hizo a un lado y fue hasta Mary.
Ella guardaba sus cosas con lentitud, como si el tiempo no volara. Liam la ayudó a guardar lo que le faltaba y colocándose su mochila al hombro, la agarró del brazo y se la llevó ante la mirada celosa de Jess.
Mary no se resistió ni nada, parecía una muñeca conducida por sus hilos.
Liam la llevó a su casa, evitó encontrarse con su madre y las preguntas incómodas y se encerró en su habitación. Tiró la mochila a un rincón, y miró directo a los ojos a Mary.
—Ahora, iremos al tejado, así que ten cuidado cuando subas —Mary miró hacia el techo y volvió a su mundo. Liam suspiró algo frustrado, más valía que su plan funcionara.
Sacó dos mantas y dos almohadas y con mucha paciencia subió las cosas al tejado, incluida Mary que no tenía intenciones de cooperar.
Una vez allí, Liam esperó.
Debió pasar una hora, el atardecer no tardaría en aparecer y cubrir el cielo de estrellas.
—Mary, ¿sabes para qué te traje aquí? —preguntó finalmente.
Como siempre, no hubo respuesta.
—Te traje porque te quiero dar algo, un regalo muy especial —una brisa fría erizó la nuca de Liam y se aferró más a las mantas. Si se resfriaba, su madre se volvería loca y los médicos histéricos.
—Mary, ¿me escuchaste? Tengo un regalo para ti.
Y otra vez silencio.
Eso enfureció a Liam. Ella debió haberle pedido que nunca la dejara ir, no él. Ahora esa promesa no servía de nada si ella se había ido hace mucho.
—Mary, por favor —suplicó al borde del llanto.
Entonces pensó que si ella seguiría así por siempre, sin despertar del limbo que se había creado, sería mejor entregarle el regalo antes de que empeorara y ni siquiera lo reconociera.
Con mucho cuidado se acercó a ella y la tomó del rostro. Los ojos marrones de Mary no tenían brillo ni expresión, simplemente no estaba allí.
Liam cerró los ojos y juntando valor la besó.
Sus labios estaban fríos, pero eso no le importó. Se dejó llevar también por el letargo de Mary y comenzó a besarla con más ansias sin una respuesta por parte de ella. Acarició su cabello y sus mejillas con ternura, y cuando menos se lo esperaba, Mary reaccionó.
Al principio fue casi imperceptible, pero no cupo duda de que ya no era indiferente a lo que estaba sucediendo. Movió sus labios al ritmo de los de Liam y se dejó recostar sobre el tejado por él.
La besó hasta que oscureció y recordó que su madre no sabía que ya había regresado de la escuela. Se separó de ella y con miedo la miró.
El brillo había vuelto a su mirada y eso lleno el pecho de Liam de algo incomprensible, aunque lo más significativo fue la ancha y hermosa sonrisa que adornaba su rostro, una sonrisa que parecía inalterada, como si nunca se hubiese detenido de hacerla.
—Esa el la Mary que conozco —le dijo Liam, y con cuidado, la ayudó a bajar del tejado.