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Double Rainbow
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Double Rainbow
STEPH, DIOS, TU COMENTARIO LO AME POR COMPLETO JDBHJKSHJD ME ALEGRASTE LA. NOCHE Y EL DIA, LO ANDO LEYENDO ACA POR EL CEL y adecir vdd esperaba tu comen bc los tuyos son vida para mi ;_; en serio lo ame muchas gracias
Atenea.
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Re: Double Rainbow
Bueno, chicas, steph no se conectara por un par de días y me dejo a cargo así que Mily, esperamos tu cap
Atenea.
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Re: Double Rainbow
me dan ataques al corazón cuando veo los users cambiando :gatosho:
✦ ausente.✦
pixie.
SOY MUY INCUMPLIDA, PERDÓN.
- Spoiler:
- Bueno, debía subir hace semanas así que perdón por eso. Luego se supone que subiría a principios de esta semana, pero me quedé si internet hasta hoy, claro.SIGUE: Tessa.
“Un matrimonio sin amor me resulta tan real como la nariz y los senos de Tyra.” comentó su madre mirando divertida a la mujer a unos metros de ambas. Para ese momento no comprendía exactamente a lo que se refería por lo que la pequeña castaña se limitó a asentir y sonreír. Esto no tendría importancia alguna de no ser porque 1) más tarde ese día se enteró que a aquella mujer le habían pagado dos rinoplastias y un agrandamiento de busto, 2) Tyra era la asistente de su padre (y una de varias amantes también) y 3) las pocas cosas reflexivas que su madre alguna vez le dijo tenían estas comparaciones físicas.
De todas formas, su madre tenía razón, es decir, la mujer era una experta en el asunto. Incluso cuando su padre murió, Amara no había presenciado señal alguna de amor verdadero entre sus padres. Las pocas veces que decían quererse eran cuando a) su padre depositaba más fondos en las decenas de tarjetas de su madre o b) cuando esta descubría otra infidelidad por parte del hombre y la dejaba pasar con el típico “superaremos esto como pareja” que para Amara era más como “me haré de la vista gorda otra vez simplemente porque no sabría cómo sobrevivir sin el dinero que me proporcionas”.
Incluso con el mal ejemplo de padre que tuvo, ella lo quería (lo quiere).
Cuando le tocó hablar en el ostentoso, pero privado, funeral del hombre, se ganó varias miradas de sorpresa, una risa de Dante y que su madre casi la abofeteara delante de todos. Supongo que decir algo como: “Roger Beckett fue un hombre que cometió varios errores, pero siempre estuvo para su hija. Espero sea recordado por la dedicación a su trabajo y, porque a pesar de haberse revolcado con cuanta zorra pudo, nunca faltó a los viernes de padre e hija… excepto, bueno, el día que murió.” no es bien recibido por muchos.
De todo lo que aquel hombre pudo enseñarle, Amara era la mejor en tácticas de encubrimiento. Tal como su padre lo hizo, ella podía engañar al novio en turno sin que este siquiera llegara a sospechar o pensar algo erróneo de ella. Y con tanto daño causado, la culpa es algo que puedes evitar, pero que con el tiempo llega más y más fuerte.
En los dos años que llevaba de novia con Ayrton, le había sido infiel unas once veces, nada duradero, la mayoría fueron rollos de una noche y solo este último había durado dos semanas. Este chico, Adam, también tenía novia a la que por cierto decía querer mucho, entonces ambos habían acordado terminar con el asunto. Llevaban tres semanas sin verse, tres semanas en las que Amara quiso contarle todo a Ayrton y aceptar lo que viniese… pero no, él debía proponerle matrimonio y hacer todo más complicado. Digo, no puedes responder a eso con algo como: “Sí, acepto. Te quiero, Ayrton, pero debes saber que en estos años te he engañado varias veces. Aun así, eres muy importante para mí y no soportaría perderte.”
Su miedo al compromiso, que siempre salía a relucir, estuvo ausente durante esa noche y se encontraba atascada. Es tan fácil atascarse, en especial para Amara, ella podía hacerlo de una forma tan sencilla como le resultaba el hecho de respirar. Constantemente se veía atrapada en el intento de ser algo, ser especial o guay o lo que sea, hasta el punto de no saber por qué lo necesitaba; solo pensaba que lo necesitaba. Necesitaba importar.
Fijó la vista en la alegre pareja frente a ella. Felicity resplandecía en ese vestido de novia y la forma en la que su, ahora esposo, la miraba y cómo ella respondía a ese acto resultaba hermoso. Fue una encantadora ceremonia, la recepción era encantadora y todo lo que tuviera que ver con la pareja le resultaba tan asquerosamente encantador que simplemente no lo podía soportar. Se sentía mareada y juraba que si Ayrton no la estuviera abrazando por la cintura, se desvanecería en cualquier momento. Quizá haber ido no fue la mejor decisión, pero Ayrton lucía tan emocionado cuando Felicity les dio la invitación que decirle “no”, no estaba entre las opciones.
Amara odiaba las bodas. Le asustaba y encantaba a la vez el hecho de que dos personas estuvieran dispuestas a comprometerse de tal forma que estarían el uno con el otro por el resto de sus vidas. “Por siempre es mucho tiempo ¿no lo crees?” le había comentado a Dante la primera vez que asistió a una boda después de lo de su padre. La prima del chico estaba casándose y este quería llevarla para distraerla un rato. “No lo suficiente cuando lo que más deseas es que esa persona jamás se aleje de ti.” Respondió el castaño sonriéndole. Entonces Amara solo pudo pensar en que la única persona a la que en la vida quisiera dejar era Dante.
―¿Sucede algo? ―Comentó su novio al darse cuenta de lo inquieta que estaba.
―Nada. ―Mintió. ―Pensaba en lo felices que se ven.
―Solo imagina que, en unos meses, nosotros estaremos así. ―Dijo Ayrton para luego besarle el hombro desnudo.
―Sobre eso. ―Tragó duro. ―Unos meses pasan muy rápido, a lo mejor y necesitamos más tiempo.
―No me dirás que estás arrepintiéndote ¿verdad? ―Bromeó el rubio.
―No. Para nada, lo decía porque… una boda requiere de mucha planeación y no sé si pueda hacerlo. ―Atentos a esto, Amara no se refería al hecho de planear la boda, lo que ella quiso decir es que realmente no podía casarse. Les he cambiado la vida, lo sé.
―Oh, linda. No te preocupes, sé que Bunny, mi hermana y mi tía estarán más que dispuestas a ayudar. ―Ayrton tomó su mano temblorosa y la besó. ―Y también tienes a Dante.
Definitivamente no debió decir eso, el corazón de Amara se estrujó al percatarse que con mucha más razón, lo que sentía por su amigo debía desaparecer. No iba a funcionar de todos modos. Dante jamás lo sabría y ella nunca había pensado en decírselo. Miró a Ayrton esforzándose por sonreír y le dio un rápido beso.
―Cierto. Siempre tienes razón. ―Expresó levantándose tomando de la mano al rubio. ―Vamos a bailar, Sr. Dzvezda.
―Solo si la futura Sra. Dzvezda promete correr y ponerse en primera fila cuando repartan el pastel.
―Tendrás el pedazo con más flores de azúcar, lo prometo.
Después de que Ayrton la dejara en su casa, la oji-verde se debatía entre a) subir a su habitación, encerrarse y llorar mojando su costoso vestido o b) ir a la cocina, tomar un buen pote de helado, llamar a Bunny para que se quedara esa noche con ella, encerrarse en su habitación y llorar. Por lo general hubiera llamado a Dante, pero este aún seguía molesto así que no quiso aburrir a Bunny y simplemente se quedó llorando a oscuras en su habitación.
Por buena o mala suerte tenemos el hecho de que la habitación de Amara esta convenientemente frente a la de su castaño amigo así que este pudo escucharla perfectamente. Ah, estas casas de Chicago, separadas por un metro o menos.
―¿Amara? ―La llamó. Ella asomó su castaña cabellera por la ventana. ―¿Todo bien? ―La escuchó sollozar más fuerte. ―No. Por supuesto que no estás bien. ―Entonces abrió por completo su ventana saliendo por esta y saltando hasta la de Amara, de todos modos el espacio era muy corto entre ambos. ―Tu tejado, ahora. ―Y con esto dicho Amara lo siguió.
A penas subió, Dante la estrechó entre sus brazos. Se quedaron así hasta que ella se tranquilizó lo suficiente como para hablar sin comenzar a llorar otra vez.
Ya sentados en el tejado, aun abrazándola, él dijo: ―Aun no me creo que vayas a casarte con Ayrton.
―Pues ya somos dos. ―Siseó la oji-verde con la cabeza en el duro pecho del chico.
―No tiene sentido. ―Y Dante tenía razón, maldita sea, claro que era así.
―¿Por qué lo dices? ―Levantó la vista para encontrarse con la mirada del chico perdida en la fila de casas delante de ellos.
―Creo conocerte lo suficiente como para asegurarte que está mal, todo esto… es simplemente absurdo.
―¿Por qué es absurdo?
―Amy, no lo amas. Lo sé. ―Dijo mirándola con lástima o cariño, no lo pudo distinguir.
―¿Por qué estás tan seguro de que no lo amo?
―Haces muchas preguntas.
―Responde, por favor. ―Amara debía encontrarse muy mal como para pedir por favor algo.
―Demonios. No lo sé. ―Se pasó la mano impaciente por su castaña cabellera. ―Es este algo que me dice que mientras más quieras seguir con esa relación, más daño te harás. Y no puedo permitir eso. Me importas demasiado como para dejar que eso pase. ―Solo eso necesitaba para que los latidos de su corazón apresuraran el ritmo y sintiera esas inusuales punzadas de alegría en el vientre. Besó la mejilla de su amigo sin importarle que su reciente barba le picara.
A la mañana siguiente pegó un gritito chillón al ver su reflejo en el espejo del baño, Dante le había advertido la noche anterior que no lo hiciera, pero es Amara de quien estamos hablando, necesita hacerlo tanto como los demás necesitan parpadear.
Tenía los párpados hinchadísimos y los ojos rojos. Rebuscó entre los cajones las gotas para el enrojecimiento, no las encontraba, entonces recordó que se las había prestado a Dante porque este tenía los ojos rojos por no dormir. Iba camino a su ventana para pedirle a su amigo las gotas cuando el sonido del timbre la fastidió. Eran las seis cuarenta de la mañana, nadie debía tocar el timbre a las seis cuarenta de la mañana. Es algo como un crimen. Su madre no se levantaría para atender, era seguro.
Bajó maldiciendo porque quien fuese que estuviera en la puerta, tocaba cada cinco segundos. Su madre había gritado su nombre quejándose por el timbre, pero ni se dignó en moverse de la cama. Cuando abrió la puerta este muchacho exageradamente feliz, rubio y con ojos azules se le abalanzó y la abrazó sin más. No sabía cómo responder ante esto, no lucía peligroso así que no lo golpearía, pero tampoco lo conocía como para que este se le haya acercado con tanta confianza… a todo esto ¿quién demonios era este tío?
―Huh. ¿Hola? ―Saludó ella mirándolo confundida. El rubio se separó sin dejar de sonreírle. ―¿Nos conocemos? ―Él negó divertido. ―¿Entonces…?
―Amara, soy tu hermano. Mitchell Beckett, es un gusto. ―Quiso abrazarla de nuevo, pero ella se escabulló bajo sus brazos cambiando lugares con el chico.
―Tú. ―Lo señaló a modo de advertencia. ―No te muevas, volveré en unos minutos. ―Estaba por salir cuando vio las maletas del chico y eso no pudo asustarla más. Estaba de broma ¿no? ―¿Me lo prestas? ―Preguntó refiriéndose al paraguas de quien decía llamarse Mitchell, este asintió sonriente. Si no dejaba de sonreír lo abofetearía.
Apresuró su paso a la casa de los Gaskarth, ambas mujeres le abrieron para nada sorprendidas de verla. Amara las saludó educadamente y les prometió ir a cenar en la noche. Subió de prisa a la habitación de su amigo. Como lo imaginó, Dante estaba profundamente dormido.
―¡Dante, levanta! ―Exclamó. Él despertó sobresaltado. ―Hay un tipo en mi casa y dice que es mi hermano.
―Uh, pero tú eres hija única. ―Reprimió un bostezo.
―Exactamente. ―Encontró el bate de béisbol que el chico tenía como simple adorno pues solo asistió a una clase.
―Amara, ¿qué haces? ―le quitó el bate. ―¿vas a golpearlo solo por decir que son familia?
―Podría ser peligroso… y por eso, tú irás primero.
―Estás alterada, digo ¿qué tan grave puede ser?
Sentados en la sala de estar de la casa de Amara, esta se encontraba escondida tras Dante con tremenda desconfianza hacia el sujeto rubio. No es como si le hubiera sorprendido o algo, se lo esperaba, pero no precisamente ahora. Desde que su padre murió, alrededor de unas cinco mujeres habían llegado a su puerta exigiendo dinero u otras cosas, pero ningún supuesto hijo había aparecido. Hasta ahora, claro.
―Bien. Sí. Es muy, uh, alegre. ―le susurró a la chica tras él.
―Uh-oh. Lo siento, es solo que estoy muy feliz de haberte encontrado. ―quizá Dante no sea muy bueno murmurando. ―Si me dejan explicarles sé que tendrá sentido. ―Amara y Dante asintieron.
Según dijo le muchacho, era Mitchell Beckett (aunque eso ya lo sabía), tenía veintiún años y hasta hace poco vivía con su madre en New Jersey. La madre de Mitch, Vivien, era una de las socias de su padre en New Jersey con la cual engañó a su madre a penas Amara hubiera cumplido los siete meses de nacida. Esa aventura de una semana trajo como resultado a Mitch, pero Vivien no quería que el hombre dejara a su familia o algo, ella sabía que era casado cuando aceptó revolcarse con él, tampoco es como si lo necesitara para mantenerse, tenía el dinero suficiente y le dio dos opciones 1) estaría presente en la vida del niño y lo reconocería como tal o 2) desaparecería como un cobarde.
―Entonces siempre supiste todo ¿huh? ―preguntó Amara.
―Síp. Solía hablarme mucho de ti y de que cuando cumpliera la mayoría de edad me vendría a vivir con ustedes acá, a Chicago, solo los tres. ―el tono de Mitch contenía autentica melancolía, no había forma de que mintiera. ―Pero entonces pasó lo feo, el infarto. ―sacó del bolsillo de su abrigo una fotografía. ―Esta es del fin de semana anterior a su muerte, ―le extendió la foto y ella pudo ver a su padre y Mitch sonrientes al lado de una camioneta gris. ―Me llevó a mi primera clase de conducción, derribé tres conos de tránsito pero aun así dijo que lo hice excelente. Debo admitir que siempre fue muy bueno mintiendo.
Amara secó las lágrimas que dejó caer sin darse cuenta: ―Era el mejor, sin duda. ―le devolvió la foto al rubio. ―¿viniste al funeral y escuchaste mi maravilloso discurso?
―No. Es triste porque de verdad quería hacerlo, pero mamá no me dejó. Pensó que sería el peor escenario para aparecerme y que debía esperar a que estuvieras más calmada.
―¿Por qué apareces después de tantos años?
―No quiero dinero si es lo que piensas. ―aclaró Mitch.
―En absoluto, sé que no es por dinero.
―Vale, pedí una transferencia desde New Jersey a la universidad de Chicago, es un poco solitario estar allá… y más ahora que mamá se tomó un crucero por todo un año.
―Amara, Dante. ―Su madre apareció en bata. ―¿Quién es su amigo?
―Es mi hermano, Mitch. ―a lo mejor y debió explicarlo de una forma más delicada.
―Oh, las sorpresas nunca terminan con un hombre como tu padre. ―dijo caminando despreocupada hasta la cocina para servirse café. ―Si se va a quedar debe ayudar con los quehaceres y saber que no le daré un quinto, Dios sabe que estoy arruinada. ―y era cierto, el sustento y buena vida de Amara y su madre estaba en el dinero que el abuelo de la chica les daba. ―Si me disculpan, volveré a la cama. Mitch ¿cierto? ―el rubio asintió. ―Puedes acomodar tus cosas en la habitación de invitados. ―dicho esto subió las escaleras con su taza de café.
―Se lo ha tomado bien. ―indicó Dante.
―Estas cosas ya no le afectan. ―dijo Amara encogiéndose de hombros.
✦ ✧ ✦ ✧ ✦ ✧
Según lo veía, tenía dos opciones: 1) o controlaba los problemas o 2) dejaba que estos la controlaran. No le gustaba catalogarse como una maniática del control, pero tenía esta necesidad de controlar sus problemas hasta minimizarlos y deshacerse de ellos o lograr ignorarlos hasta que desaparecían, le había funcionado bastante bien hasta ahora. Usualmente no existía día en que Airi Thredson estuviera relajada, es decir, lucía sonriente y con esta aura pacífica, pero si conversabas con ella era como si una ola de estrés arrasara contigo a penas ella abría la boca. Afortunadamente no muchas personas eran arrastradas a excepción de Declan, Michael y pocas veces Grayson.
La morena era excelente en varias cosas como dar órdenes, ser persuasiva, sociable (lo cual no implica que necesariamente deba tener cientos de amigos, digamos que se le da bien entablar conversaciones), soportar las exigencias de su jefa (vaya mujer molesta), organizar el día a día y demás. Acá viene un dato interesante, Airi planea cada día desde la noche anterior y, por lo general, llega a cumplirlo en un noventa y nueve por ciento. Ser espontanea fue algo que dejó hace años. Pongámoslo de esta forma, algunas personas lidian con las tragedias a su estilo.
Caminaba intentando recogerse el cabello en una coleta alta mientras el semi-rubio le contaba sobre este seminario con un fotógrafo profesional al que había asistido la noche anterior. Ella planeaba ir, pero las cosas se habían puesto intensas y cuando se dio cuenta estaba sentada completamente sola en el sofá de su departamento.
―Es increíble lo que se puede lograr con la enfocación correcta. ―Decía él apuntando la cámara hacia Airi.
―Bote de basura. ―Le advirtió divertida al ver que estaba por tropezar.
―Me has salvado la vida ¿cómo puedo pagarte? ―Bromeó esquivando el contenedor.
―Almorcemos juntos, te dejaré escoger el lugar.
―Pensé que comerías con, uh, ese tipo. ―Dijo haciendo una mueca de asco.
―Cambio de planes. ―se encogió de hombros.
―¿Qué pasó con Chase? Creí que te gustaba. ―Preguntó Declan.
―Sí, bueno, no pudo seguirme el ritmo.
―Oh no. ¿Qué pasó?
―Es lo de siempre, Declan. ―Tenía razón, esto pasaba una y otra y otra y otra vez. ―Dijo que debía comprometerme más con la relación, dejar de intentar controlar todo y blah, blah, blah. ¿Puedes creerlo?
―¿Honestamente? Sí, pero exagera. Tus novios siempre exageran.
―Como sea, creo que fue mejor así. No le veía futuro alguno, de todos modos.
―Que bien que lo dices porque era exactamente lo que creí desde el principio. ―Expresó abrazándola por los hombros.
Airi sonrió ante esto, una auténtica sonrisa. ―Declan, no le ves futuro a ninguna de mis cortas relaciones.
―Exactamente por eso resultan cortas. ―Touché. ―Si fuéramos novios hay un 0,0000 por ciento de probabilidades que las cosas terminen mal. Piénsalo. ―Explicó aun con su brazo por sobre los hombros de Airi.
―Tendríamos bebés hermosos ¿no lo crees? ―Le siguió el juego.
―Serían extremadamente listos, nuestro orgullo. ―Se llevó la mano libre a la altura del corazón. ―¿Nos imaginas envejeciendo juntos? ―Preguntó sonriéndole.
―Sería interesante ver cómo te dejas crecer el cabello.
―Pero no me gustaría aburrirte con mis problemas, como lo hago ahora, y es por eso que te dejo libre para salir con chicos como, ugh, Chase. ―Imitó muy mal la voz de Airi al mencionar el nombre de su, gracias a Dios, ex-novio.
―No eres aburrido, Declan. Tienes que parar de decir eso, o la gente empezará a creerte. ―Se detuvo frente a la oficina del psicólogo que el rector le había ordenado ver. ―Bien, nos separamos aquí.
―¿Estarás bien?
―Solo debo hablar con el tipo este, no creo que sea cosa de otro mundo. ―Se encogió de hombros.
―¡Ese es el espíritu! ―Exclamó el semi-rubio caminando hacia atrás. ―Nos vemos en el estacionamiento.
―Declan, bote de― No fue lo suficientemente rápida y su amigo terminó tropezando y cayendo cubierto de envolturas de la máquina dispensadora que estaba a unos pasos de él.
―Estoy bien, estoy bien. Sigue sin mí. ―Dijo mientras Airi contenía las ganas de reír.
Respiró profundamente una vez más antes de entrar a la oficina de, según leía en la puerta, Zeevth Zdunich. Vaya nombre. “Calma, Airi. Ya sabes cómo es esto, solo completas la información que tiene sobre ti, te diagnostica con insensibilidad y no lo vuelves a ver.” repitió por segunda vez su subconsciente. Respiró de nuevo y abrió la puerta. El salón no tenía este aire agobiante que solían tener los otros, y vaya que ella había visitado a muchos psicólogos. Saludó al tipo detrás del escritorio, no era más que un par de años mayor que ella, incluso menos. Este le pidió que tomara asiento y el dolor de cabeza apenas comenzaba.
―Airi, ya esperaba que vinieras a verme. ―Indicó el peli-negro. Se preguntó quién tenía el cabello más largo, si Declan o este tío. ―Como sabrás, también estoy tratando a tu hermano, Michael. Es un chico muy agradable, algo torpe, pero una buena persona a fin de cuentas.
―Creo que habernos mudado a Chicago le sentó bien, necesitaba un cambio para recuperar, en parte, al hermano de antes.
―Aunque no es ni la mitad del chico que era antes del-
―Accidente, sí. ―Se apresuró a responder por él.
―Ya que entramos al tema, te diré lo que tengo en tu historial. Cuando quieras que me detenga, solo dilo. ―La morena asintió neutral. ―Airi Thredson, veintidós años, originaria de Canadá. Te mudaste junto a tu hermano hace poco más de un año. Cuando tenías quince toda tu familia se vio envuelta en un accidente de tránsito, ocasionado por un ebrio, del cual solo tu hermano y tú sobrevivieron. Estuviste en coma por tres semanas, ambos quedaron al cuidado de una tía y durante los meses siguientes no presentaste síntomas de-
―¿Debilidad? ―Volvió a interrumpir a Zeth.
―Airi, demostrar lo que sientes no te convierte en alguien débil.
―Quizás, pero no le vi sentido a lamentarme por mis padres. ―Comenzó a jugar con sus dedos. ―Si lloraba, eso no los traería de regreso, debía ser fuerte... no solo por mí, igual Michael me necesitaba y él estaba mucho más afectado.
―Pero eso no quiere decir que debías minimizar lo que te ocurrió. ―Airi se quedó en silencio por unos segundos. ―Entonces, Airi ¿tienes novio? ¿alguna relación importante?
―¿Quieres invitarme a salir? ―Bromeó ocasionando que a Zeth se le dibujara media sonrisa. ―Uh, tenía novio, hasta ayer.
―¿Qué pasó?
―No lo sé, realmente, parece que siempre es culpa mía. ―Continuó jugando con sus dedos.
―¿Por qué es culpa tuya?
―Hace muchas preguntas, Sr. Zdunich.
―Es parte de mi trabajo. Llega a ser molesto, pero funciona.
―Vale, la excusas de mis ex-novios siempre son las mismas. Que si no les presto la atención suficiente, que si intento controlarlo todo y ugh, más tonterías.
Zeth, que había estado tomando notas, se detuvo ―¿Y lo haces? Digo, lo de controlarlo todo.
―Sí, pero no creo que sea para tanto. A Declan no le molesta.
―¿Declan es…? ―Dijo haciendo ademanes pidiendo que continuara.
―Mi mejor amigo, honestamente no sé qué haría sin él. Creo que es la relación más larga que he tenido con un chico en años.
―No has considerado, y disculpa si te suena inapropiado, ¿intentar algo más con este amigo? ―Cuidado, Zeth, estas pisando terreno peligroso.
―Oh no, él no merece que lo arrastre a mi pesadilla personal, merece algo más que el desastre de persona que soy.
Anotó un par de cosas más antes de cerrar su libreta. ―Lunes, miércoles y jueves en este mismo horario. ¿No tienes problemas con eso?
―Espere ¿debo regresar?
―Airi, una sola sesión no es suficiente para tratar todo lo que ocurre contigo.
Suspiró derrotada, se puso de pie y le extendió la mano a Zeth.―Entonces supongo que lo veo el miércoles.
✦ ✧ ✦ ✧ ✦ ✧
Relacionarse con quienes le rodeaban usualmente se le daba o simplemente no. Por ejemplo, sus hermanos, podrían verse veinticuatro horas al día, los sietes días a la semana y aun así sus conversaciones se limitarían a un simple “¿qué hay?”. De no ser por la tía Emma, ni siquiera se darían cuenta de que están en la misma habitación. No los culpaba, en absoluto. Hace ya varios años que la pequeña chispa de hermandad entre los Dzvezda se había esfumado y solo se veían como simples compañeros de casa… lo cual era bastante deprimente, le hubiera gustado hablar con Ayrton sobre su relación con Paige o haberle pedido consejos a Heath acerca de qué detalles aprecian las chicas, pero simplemente no podía.
Ahora, Grayson solía hablar con medio mundo, pero eso no significaba que les cayera bien a todos o que tuviera cientos de personas como amigos, sencillamente hablaba y bromeaba y decía malos chistes o alguna gilipollés y esto molestaba a otros y se alejaban. Sus padres intentaron volverlo en alguien “querible”, pero con un niño que fue educado en casa hasta los ocho años es algo complicado llevarlo a cualquier lugar para que haga nuevas amistades. No tenía conocimiento de que existiese un libro de “Cómo llevar a tus hijos que estudian en casa a parques para que aprendan a cómo ser menos raros.” Así que los intentos de sus padres eran una pérdida de tiempo y estos se dieron cuenta por lo que dejaron que Grayson fuera Grayson.
Sentado en el campus escuchando a Michael hablar sobre esta pésima película que Airi lo obligó a ver, no pudo evitar pensar en que a personas como Michael, que lograban hacerse querer sin siquiera intentarlo, los demás no se esforzaban en llamar su atención; entonces, agradeció tener pocos amigos que claramente eran muy exclusivos como para mezclarse con simples mortales.
―Rubio ruso, colega de ADN. ―se vio interrumpido por la reconocible voz de la menor de los Thredson.
―Soy tu hermano, Airi. ―Corrigió el castaño junto a él.
―Eso fue lo que dije, hombre.
―Nada te cuesta decirme hermano.
―Dios. Concéntrense. Les traje un obsequio. ―Grayson dirigió curioso la mirada al rubio platinado que estaba parado entre Declan y la morena. ―Este es Mitchell Beckett. ¿No es adorable?
―Airi, no puedes regalar gente. ―Bromeó Grayson.
―No puede ser. Por unos minutos ¿podrías comportarte? ― sonrió al verla irritada. ―En fin, traje a Mitch para que seáis amigos, ambos necesitan a alguien más que, bueno, a ustedes mismos. Pueden agradecerme luego.
―Lo dices como si no tuviéramos otros amigos. ―El rubio de ojos verdes se cruzó de brazos.
―Porque no los tienen.
―Salgo con otras personas además de tu hermano.
―¿En serio? ―dijo sarcástica.
―Sí, en serio. Tengo a Caprice y Capuccine y… Caprice y… Capuccine.
―Exacto. Ambos tienen más amigas que amigos. ―Airi estaba en lo correcto, Michael se juntaba con Ava, Zarina y Jo; y, Grayson, solo tenía a Caprice y Capuccine (como ya lo mencionó).
―¡Hey! ―reclamaron ambos.
―Eso no es cierto, también hablamos con Declan. ¿Verdad? ―Explicó clavando la vista en el chico en cuestión.
―Yo. Uh, estaré en el estacionamiento. ―dijo alejándose del grupo.
―¡Traidor! ―exclamó Grayson.
―Ya debo irme. Prometan que lo mantendrán vivo. ―dicho esto los con dejó el tal Mitch y como era de esperarse, Michael y el chico comenzaron a platicar de inmediato.
Después de quince minutos de escucharlos hablar decidió que Mitch le agradaba, parecía un buen chico y todo el asunto. Su castaño amigo llevó a Mitch a conseguir algo de beber, Grayson no quiso ir porque debía esperar a que Caprice saliera de su sesión con el psicólogo, habían quedado en ir a comer algo después de eso.
Para cuando la peli-negra-con-puntas-azules estuvo con él, se dedicaron a quejarse de los escasos rayos de sol de ese día. Según ambos o este salía por completo o se escondía de una buena vez entre las nubes. Pero la curiosidad lo invadió de nuevo, necesitaba preguntárselo porque hasta ahora ella no le había mencionado mucho sobre esas sesiones con Zeth.
―¿Cómo te está yendo con el psicólogo? ―Inquirió tocando las puntas coloridas de Caprice.
―Deja eso. ―Apartó las manos del rubio de su cabello.
―Qué sensibles andamos. ―La miró divertido. ―Pero anda, ¿qué te dijo sobre cómo apareciste en la fiesta? … Courtney y Kurt, muy astuta, C.C.
―Está molesto, pero no lo dice. También ha estado distante, me preocupa. ―Se quedó callada mordiéndose la mejilla interiormente.
―Oh por… te gusta ¿no es así? ―Al no recibir respuesta alguna de la chica, siguió. ―Caprice y Zeth sentados en un árbol besán― No pudo seguir pues recibió un golpe por parte de su amiga.
―Dios. Grayson, madura.
El resto del día siguió su curso normal y por normal me refiero a que antes de llegar al hospital (porque su tía fue en busca de unos papeles ya que su padre no estaba) discutió con Paige al recogerla del centro comercial, fue bastante estúpido, la verdad; pero, entonces, todas las discusiones que tenía con la chica eran por razones estúpidas. Casi pareciese que ella se esforzaba por molestar al rubio, por buscarle pelea. Intentaba ser amable y comprensivo, pero no funcionaba.
Subió hasta el pabellón de psiquiatría con su tía y no se dio cuenta que maldecía entre dientes hasta que la rubia mujer junto lo detuvo por el brazo mirándole con preocupación.
―¿Qué ocurre, Grayson? ¿Paige y tú discutieron de nuevo? ―Al parecer era muy evidente.
―Es lo mismo de siempre. ―admitió restándole importancia al asunto.
―Ya te he dicho que lo mejor para ambos sería terminar.
―Nunca nos llevamos bien. Quiero decir, ni siquiera en un principio me gustó. ―admitió sentándose en uno de los varios asientos vacíos del pasillo. ―Creo que sigo con ella porque ella sigue conmigo y eso no es sencillo. Soy un mal novio y ella es una pésima novia. Nos merecemos el uno al otro.
―Grayson, si hay una cosa que sé, ―y Grayson pensó que a las personas mayores (o personas de la edad de su tía, que realmente no era mayor de lo que se dice mayor) siempre les gusta decirte esas cosas que saben. ―es que hay gente en este mundo a la que puedes querer, querer y querer sin importar nada, pero lo que tu sientes por Paige no tiene nada que ver con eso. ―Él asintió y dejó que su tía siguiera sola porque comenzó a sentirse mal, le dijo que la esperaría en el ala de terminales, no sabía por qué lo dijo, simplemente pasó.
Así como no supo por qué esperaría a la tía Emma en ese lugar, se dirigió a la habitación 8B como por inercia. Interiormente rogaba porque siguiera ahí, faltaba como media hora para que el horario de visitas terminara así que a lo mejor aún tenía oportunidad de verla. Por suerte divina ella seguía ahí. Observó cómo se despedía del chico en cama y sintió que el corazón se le oprimía por el dolor que emanaba la castaño-rojiza, era como si de alguna forma extra-corporal pudiese sentir el sufrimiento de la chica como si fuera suyo. Esperó hasta que cerrara la puerta de la habitación para hablarle.
―Breenya ¿cierto? ―por supuesto sabía que ese era su nombre.
―Grayson. ―expresó recogiéndose un mechó de cabello tras la oreja.
―Así que ya sabes quién soy.
―No precisamente, pero es algo que llega a saberse. ―Bree escuchó a una chillona muchacha llamarlo así en la fiesta a la que los invitaron.
―¿Dónde está Clyde? ―Preguntó refiriéndose al hermano de la chica, en la fiesta de Ayrton los había visto disfrazados como Bonnie y Clyde.
―Se fue hace un par de horas, tenía muchos deberes.
―Oye, quería pedirte disculpas por cualquier tontería que pude haber dicho la primera vez que hablamos. ―se llevó una mano a la nuca apenado. ―Iba a disculparme en la fiesta esa pero-
―Pero tu novia de seguro se molestaba. ―Lo interrumpió. ―Sí, no hay problema. De todos modos ya lo estaba olvidando.
―¿Estamos bien? ―Bree asintió. ―¿Cómo van las cosas con…? ―Inquirió señalando con la barbilla la habitación de Xavier. Ante el silencio de la chica, continuó. ―Si no quieres hablar de eso, lo entiendo. Hay como mil temas más.
―No. Está bien. ―Se sentó en una de las sillas junto a la puerta, Grayson junto a ella.
―Debe ser difícil tener a alguien con cáncer ¿huh?
―Dios. ―Bufó. ―No tiene cáncer. No sé por qué las personas asumen que lo tiene, digo, hay más enfermedades mortales que el cáncer. ―Tomó su bufanda nerviosa. ―Pero no es culpa tuya, no lo sabías. Como sea, lo que tiene Xavier es insuficiencia cardiaca terminal. Se supone que es algo poco común en personas de su edad, pero ya ves.
―¿No hay nada que se pueda hacer? ¿un trasplante de corazón, quizá?
―Tal vez antes, pero cuando nos enteramos la enfermedad estaba muy avanzada y lo que era insuficiencia cardíaca congestiva pasó a la etapa terminal. ―retorcía la bufanda con ansiedad. ―El doctor de Xavier nos dijo que a estas alturas un trasplante, como dices, sería muy riesgoso. El tratamiento dejó de ser funcional y bueno, ahora solo nos queda esperar.
Observó las manos temblorosas de Bree, sus delgados y finos dedos. Detuvo la mirada en su dedo índice de la mano derecha. El trazo de un pequeño sol acompañado de un cuarto de luna lo hicieron estremecerse. No le gustaban los tatuajes, pero ella tenía uno que, si bien era sencillo, era bonito. Ladeó la cabeza intentando concentrarse en otra cosa que no fuera ella. Además estaba el hecho de que a Grayson, técnicamente, no le gustaba Bree. Ni siquiera la conocía. El tipo de Grayson es un poco más niña. Y, honestamente, ni siquiera le gusta mucho su tipo, entre los otros tipos. No es que fuese asexual, es sólo que encuentra insoportable el drama-romance, pero entonces le llega la ironía de que sigue soportando la relación que tiene con Paige.
―Iré en busca de una religión con fuertes esperanzas de milagros. ―se puso de pie tomando su bufanda. ―¿Alguna sugerencia?
―Los budistas creen que todas las cosas están interrelacionadas. ―explicó Grayson.
―Eso significaría que hay una razón por la cual Buda quiere que mi novio muera.
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Si Capuccine estaba en lo correcto, un encuentro casual y falsamente accidental, era lo que necesitaba para acercarse a su crush. Por lo que después de sus clases de fotografía, condujo hasta el hospital donde estaba Xavier y… se acobardó cuando la vio dirigirse a los elevadores así que decidió que sería mejor esperar un poco más y por el resto de las dos últimas horas se quedó escuchando las historias de los pacientes mayores en el área de geriatría. Le resultó fascinante descubrir lo que una persona con más de sesenta años ha vivido.
―Siento mucho decirlo, pero Molly, jaque-mate. ―la mujer canosa frente a él sonrió enternecida.
―Muy astuto, hijo. ―comenzó a recoger los peones. ―Espero regreses a visitarnos pronto.
―Oh, Molly. ¿Ya quiere que me vaya?
―Nada de eso. Pero si la vista no me falla, allá va tu chica. ―siguió la dirección de la mujer y sí, Bree se dirigía a la puerta.
Algo le pasó por la mente. Los nervios explotaron en escalofríos bajo su piel. Su diafragma se revoloteó. ―Nos vemos otro día, Molly. ―se despidió sonriéndole nervioso.
Debió seguirla por como cinco calles, esto no iba en sus planes, pero fue un simple impulso que obedeció ciegamente. Se detuvo al verla entrar a esta construcción que tenía aire antiguo, pero que necesariamente no significa que lo fuera. Si Ava lo viera, de seguro se burlaría de él por la siguiente semana, pero él sacaría el tema de Zeth y quedarían a mano.
Si lo tenía bien planeado, se sentaría junto a ella y la miraría por el rabillo del ojo esperando a que lo notara y cuando eso pasara la saludaría como si no tuviera la menor idea de que ella era la persona junto a él. Tal vez un casual “Oh, Breenya ¿eres tú?” sería el mejor inicio. Entonces ella sonreiría y él intentaría controlar la masa que nublaba su cerebro cada que la veía. Comenzarían a hablar, con suerte intercambiarían números, y ese sería de los mejores momentos de su vida.
Agradeció que estuviera sentada en la fila cercana a la puerta. Tragó duro y se le acercó intentando hacer el menor ruido posible, tampoco es como si fueran a escucharlo, la mayoría parecía estar muy concentrados en sus oraciones y las personas más cercanas a ellos estaban a cinco filas. Tomó asiento a pocos centímetros de ella.
―Hola, Lenny. ―Musitó sin mirarlo, aún tenía la vista fija en el rabino.
El moreno abrió los ojos sorprendido. Le estaba hablando. Breenya Sunday lo había saludado y sabía su nombre. Buscó ayuda en su cerebro intentando que algo mínimamente inteligente le saliera a modo de respuesta.
―¿Sa-sabes mi nombre? ―Preguntó rogando por una respuesta positiva, esperaba no habérselo imaginado solamente.
―Supongo que a estas alturas, mínimamente debería saber eso. ―la miró esperando que se explicara. ―Venga, Lennox Newton, fuimos juntos a la secundaria y asistimos a la misma universidad. No me hagas ver como una loca. ―Bree volteó a verlo impasible.
―Lo siento, es que creí que no tenías ni idea de quién era.
―¿Cómo olvidaría a mi compañero de disección? ―Entonces lo recordó. Qué memoria la suya, algo de lo que presumía le había fallado en grande. Ante el silencio del chico, Bree explicó que: ―Cuando íbamos en segundo año, el maestro de biología nos puso juntos a diseccionar una rana. ¿Recuerdas? Me negué porque el pobre animal seguía vivo, entonces, me ayudaste a aflojar los alfileres que tenía en sus patas y para cuando el maestro se acercó este le saltó en la calva y luego hacia la ventana. Entonces tú dijiste que-
―Debía eximirnos del proyecto porque nuestra rana había huido y que si nos obligaba a repetirlo, esta volvería liderando un ejército de anfibios molestos por la matanza de sus iguales. ―Continuó Lenny sonriendo porque ella recordaba ese pequeño momento de interacción entre ambos. Él tenía borrosos recuerdos sobre ese día porque 1) había amanecido con fiebre y 2) cuando el maestro regresó a su escritorio Bree puso su mano sobre la suya feliz por la pequeña victoria activista, entonces se desmayó y al despertar Ava le dijo que se había golpeado muy duro, así que creyó que el día en cuestión no había sucedido y que todo fue producto de las alucinaciones causadas por la fiebre.
―Me alegra que no lo hayas olvidado, ese día tiene un lugar en mi lista de días memorables. ―confesó mirando de nuevo al frente.
Se quedaron callados por unos minutos para no molestar a los demás. Pero no pudo evitar decirlo: ―No creí que fueras judía. ―la miró por el rabillo del ojo.
―No lo soy y lo sabes.
―Entonces ¿por qué vinimos a esta sinagoga? ―preguntó removiéndose nervioso, Bree sabía que él sabía cosas sobre ella (¿qué tan enredado puede ser esto?)
―Lenny, yo vine. Tú me seguiste. ―Sonrió mirándolo y mostrando sus perfectas hileras de dientes. Qué tan lista era Bree como para saber que la siguió ¿huh? O tal vez era muy obvio.
―Uh, no vayas a pensar que soy un acosador. ―Explicó más nervioso. ―Ava y yo hemos hablado sobre convertirnos al judaísmo. Su-supongo que tú igual ¿no?
―No, nada de eso. ―Suspiró agotada. ―Es solo que he intentado creer en varias cosas últimamente. Ya sabes, milagros.
―Oh. ―De las cientos de cosas que pudo haber dicho, Oh, fue el monosílabo que su cerebro le ordenó decir.
Escucharon al rabino leer unas cosas en hebreo y en eso, Breenya tomó la mano de Lenny y se levantó arrugando la nariz. No podía pensar en otra cosa más que en lo adorable que se veía haciendo eso, luego se dio cuenta de lo que acababa de hacer y cada vez creía más que todo este encuentro no era más que un truco de su cabeza que se estaba vengando por todas esas noches sin dormir a causa de estar estudiando.
―Quizá el judaísmo no sea lo mío. ―indicó cuando él se puso de pie.―Vamos por algo de comer. Me gustaría escuchar más de ti.
―Bueno no puedo imaginarme, ―dijo Lenny,― por qué alguien en la tierra querría escucharme. Pero estoy feliz por esta charla.
Caminaron por las frías calles de Chicago hasta una de esas casas rodantes que en realidad son puestos de comida móviles. Durante todo el camino, ella jamás lo calló porque se estuviera cansando, no demostró desagrado ni le hizo muecas feas como otras chicas. Breenya Sunday resultó ser mejor de lo que pudo imaginarse y vaya que Lenny se lo había imaginado muchas veces. Pero la mayoría de esas veces, las cosas terminaban mal, ella se aburriría de él en cualquier momento, era algo inevitable. Se mentalizaba por no decir alguna idiotez lo suficientemente, bueno, idiota, como para que ella lo dejase.
Hicieron la fila mientras Bree escuchaba atenta todo lo que Lenny decía, estaba fascinada por todo lo que sabía, que para algunos hubiera parecido aburrido y fastidioso, a ella le pareció interesante y como una bocanada de aire fresco. “Debemos hablar más seguido.” le había dicho hundiéndose en su bufanda. Lenny no pudo evitar golpearse interiormente, durante tantos años intentó hablarle cuando, un noche cualquiera, ella le hizo las cosas más sencillas.
―Si llegara a descubrir algo que cambiase al mundo como la cura a una enfermedad, la clave de la vida eterna o resolver un problema científico, arrasaría con varias categorías del premio Nobel. ―decía el peli-negro pagando por su pizza, ella se había negado rotundamente a que le pagara la comida.
―¿Sabes por qué no hay un premio nobel a las matemáticas? ―Indicó Bree dejándolo completamente descolocado. ―Porque, quiero decir, supongo que no les gusta premiar el sufrimiento colectivo, algo como que, no premiarían a un esclavista ¿o sí?
―¿Alguien como Hitler? ―Pregunta capciosa. A pesar de que Hitler haya sido de los grandes racistas de la historia, su odio se concentraba más en las personas judías que en gente de color (aunque de todos modos fue racismo), el partido nacional-socialista se declaraba enemigo del sistema económico capitalista por su explotación de quien era económicamente débil, con sus salarios injustos e indecente evaluación del ser humano según su riqueza y propiedades en lugar de su responsabilidad y sus logros (nótese que ambos admiran a Hitler); ahora, por esclavista Bree y Lenny se refieren a algo como la corte británica. El daño causado por Hitler fue solo una brisa de verano comparada con las atrocidades de los ingleses en África, Asia, Oceanía y América.
―No. Él sí merecía un premio, digo, era increíble. ―Le dio una mordida a su trozo de pizza. Terminó de tragar para seguir. ―Seguramente no era candidato para el premio Nobel de la paz, pero en alguna otra categoría quizá.
―Era excelente convocando masas.
―De los mejores oradores de la historia. ―dijo Bree levantando su lata de coca-cola.
―No podría estar más de acuerdo. ―acotó chocando su lata de refresco con la de Bree.
―Lennox Newton, eres de lejos la persona más interesante que haya conocido en mucho tiempo.
De todas formas, su madre tenía razón, es decir, la mujer era una experta en el asunto. Incluso cuando su padre murió, Amara no había presenciado señal alguna de amor verdadero entre sus padres. Las pocas veces que decían quererse eran cuando a) su padre depositaba más fondos en las decenas de tarjetas de su madre o b) cuando esta descubría otra infidelidad por parte del hombre y la dejaba pasar con el típico “superaremos esto como pareja” que para Amara era más como “me haré de la vista gorda otra vez simplemente porque no sabría cómo sobrevivir sin el dinero que me proporcionas”.
Incluso con el mal ejemplo de padre que tuvo, ella lo quería (lo quiere).
Cuando le tocó hablar en el ostentoso, pero privado, funeral del hombre, se ganó varias miradas de sorpresa, una risa de Dante y que su madre casi la abofeteara delante de todos. Supongo que decir algo como: “Roger Beckett fue un hombre que cometió varios errores, pero siempre estuvo para su hija. Espero sea recordado por la dedicación a su trabajo y, porque a pesar de haberse revolcado con cuanta zorra pudo, nunca faltó a los viernes de padre e hija… excepto, bueno, el día que murió.” no es bien recibido por muchos.
De todo lo que aquel hombre pudo enseñarle, Amara era la mejor en tácticas de encubrimiento. Tal como su padre lo hizo, ella podía engañar al novio en turno sin que este siquiera llegara a sospechar o pensar algo erróneo de ella. Y con tanto daño causado, la culpa es algo que puedes evitar, pero que con el tiempo llega más y más fuerte.
En los dos años que llevaba de novia con Ayrton, le había sido infiel unas once veces, nada duradero, la mayoría fueron rollos de una noche y solo este último había durado dos semanas. Este chico, Adam, también tenía novia a la que por cierto decía querer mucho, entonces ambos habían acordado terminar con el asunto. Llevaban tres semanas sin verse, tres semanas en las que Amara quiso contarle todo a Ayrton y aceptar lo que viniese… pero no, él debía proponerle matrimonio y hacer todo más complicado. Digo, no puedes responder a eso con algo como: “Sí, acepto. Te quiero, Ayrton, pero debes saber que en estos años te he engañado varias veces. Aun así, eres muy importante para mí y no soportaría perderte.”
Su miedo al compromiso, que siempre salía a relucir, estuvo ausente durante esa noche y se encontraba atascada. Es tan fácil atascarse, en especial para Amara, ella podía hacerlo de una forma tan sencilla como le resultaba el hecho de respirar. Constantemente se veía atrapada en el intento de ser algo, ser especial o guay o lo que sea, hasta el punto de no saber por qué lo necesitaba; solo pensaba que lo necesitaba. Necesitaba importar.
Fijó la vista en la alegre pareja frente a ella. Felicity resplandecía en ese vestido de novia y la forma en la que su, ahora esposo, la miraba y cómo ella respondía a ese acto resultaba hermoso. Fue una encantadora ceremonia, la recepción era encantadora y todo lo que tuviera que ver con la pareja le resultaba tan asquerosamente encantador que simplemente no lo podía soportar. Se sentía mareada y juraba que si Ayrton no la estuviera abrazando por la cintura, se desvanecería en cualquier momento. Quizá haber ido no fue la mejor decisión, pero Ayrton lucía tan emocionado cuando Felicity les dio la invitación que decirle “no”, no estaba entre las opciones.
Amara odiaba las bodas. Le asustaba y encantaba a la vez el hecho de que dos personas estuvieran dispuestas a comprometerse de tal forma que estarían el uno con el otro por el resto de sus vidas. “Por siempre es mucho tiempo ¿no lo crees?” le había comentado a Dante la primera vez que asistió a una boda después de lo de su padre. La prima del chico estaba casándose y este quería llevarla para distraerla un rato. “No lo suficiente cuando lo que más deseas es que esa persona jamás se aleje de ti.” Respondió el castaño sonriéndole. Entonces Amara solo pudo pensar en que la única persona a la que en la vida quisiera dejar era Dante.
―¿Sucede algo? ―Comentó su novio al darse cuenta de lo inquieta que estaba.
―Nada. ―Mintió. ―Pensaba en lo felices que se ven.
―Solo imagina que, en unos meses, nosotros estaremos así. ―Dijo Ayrton para luego besarle el hombro desnudo.
―Sobre eso. ―Tragó duro. ―Unos meses pasan muy rápido, a lo mejor y necesitamos más tiempo.
―No me dirás que estás arrepintiéndote ¿verdad? ―Bromeó el rubio.
―No. Para nada, lo decía porque… una boda requiere de mucha planeación y no sé si pueda hacerlo. ―Atentos a esto, Amara no se refería al hecho de planear la boda, lo que ella quiso decir es que realmente no podía casarse. Les he cambiado la vida, lo sé.
―Oh, linda. No te preocupes, sé que Bunny, mi hermana y mi tía estarán más que dispuestas a ayudar. ―Ayrton tomó su mano temblorosa y la besó. ―Y también tienes a Dante.
Definitivamente no debió decir eso, el corazón de Amara se estrujó al percatarse que con mucha más razón, lo que sentía por su amigo debía desaparecer. No iba a funcionar de todos modos. Dante jamás lo sabría y ella nunca había pensado en decírselo. Miró a Ayrton esforzándose por sonreír y le dio un rápido beso.
―Cierto. Siempre tienes razón. ―Expresó levantándose tomando de la mano al rubio. ―Vamos a bailar, Sr. Dzvezda.
―Solo si la futura Sra. Dzvezda promete correr y ponerse en primera fila cuando repartan el pastel.
―Tendrás el pedazo con más flores de azúcar, lo prometo.
Después de que Ayrton la dejara en su casa, la oji-verde se debatía entre a) subir a su habitación, encerrarse y llorar mojando su costoso vestido o b) ir a la cocina, tomar un buen pote de helado, llamar a Bunny para que se quedara esa noche con ella, encerrarse en su habitación y llorar. Por lo general hubiera llamado a Dante, pero este aún seguía molesto así que no quiso aburrir a Bunny y simplemente se quedó llorando a oscuras en su habitación.
Por buena o mala suerte tenemos el hecho de que la habitación de Amara esta convenientemente frente a la de su castaño amigo así que este pudo escucharla perfectamente. Ah, estas casas de Chicago, separadas por un metro o menos.
―¿Amara? ―La llamó. Ella asomó su castaña cabellera por la ventana. ―¿Todo bien? ―La escuchó sollozar más fuerte. ―No. Por supuesto que no estás bien. ―Entonces abrió por completo su ventana saliendo por esta y saltando hasta la de Amara, de todos modos el espacio era muy corto entre ambos. ―Tu tejado, ahora. ―Y con esto dicho Amara lo siguió.
A penas subió, Dante la estrechó entre sus brazos. Se quedaron así hasta que ella se tranquilizó lo suficiente como para hablar sin comenzar a llorar otra vez.
Ya sentados en el tejado, aun abrazándola, él dijo: ―Aun no me creo que vayas a casarte con Ayrton.
―Pues ya somos dos. ―Siseó la oji-verde con la cabeza en el duro pecho del chico.
―No tiene sentido. ―Y Dante tenía razón, maldita sea, claro que era así.
―¿Por qué lo dices? ―Levantó la vista para encontrarse con la mirada del chico perdida en la fila de casas delante de ellos.
―Creo conocerte lo suficiente como para asegurarte que está mal, todo esto… es simplemente absurdo.
―¿Por qué es absurdo?
―Amy, no lo amas. Lo sé. ―Dijo mirándola con lástima o cariño, no lo pudo distinguir.
―¿Por qué estás tan seguro de que no lo amo?
―Haces muchas preguntas.
―Responde, por favor. ―Amara debía encontrarse muy mal como para pedir por favor algo.
―Demonios. No lo sé. ―Se pasó la mano impaciente por su castaña cabellera. ―Es este algo que me dice que mientras más quieras seguir con esa relación, más daño te harás. Y no puedo permitir eso. Me importas demasiado como para dejar que eso pase. ―Solo eso necesitaba para que los latidos de su corazón apresuraran el ritmo y sintiera esas inusuales punzadas de alegría en el vientre. Besó la mejilla de su amigo sin importarle que su reciente barba le picara.
A la mañana siguiente pegó un gritito chillón al ver su reflejo en el espejo del baño, Dante le había advertido la noche anterior que no lo hiciera, pero es Amara de quien estamos hablando, necesita hacerlo tanto como los demás necesitan parpadear.
Tenía los párpados hinchadísimos y los ojos rojos. Rebuscó entre los cajones las gotas para el enrojecimiento, no las encontraba, entonces recordó que se las había prestado a Dante porque este tenía los ojos rojos por no dormir. Iba camino a su ventana para pedirle a su amigo las gotas cuando el sonido del timbre la fastidió. Eran las seis cuarenta de la mañana, nadie debía tocar el timbre a las seis cuarenta de la mañana. Es algo como un crimen. Su madre no se levantaría para atender, era seguro.
Bajó maldiciendo porque quien fuese que estuviera en la puerta, tocaba cada cinco segundos. Su madre había gritado su nombre quejándose por el timbre, pero ni se dignó en moverse de la cama. Cuando abrió la puerta este muchacho exageradamente feliz, rubio y con ojos azules se le abalanzó y la abrazó sin más. No sabía cómo responder ante esto, no lucía peligroso así que no lo golpearía, pero tampoco lo conocía como para que este se le haya acercado con tanta confianza… a todo esto ¿quién demonios era este tío?
―Huh. ¿Hola? ―Saludó ella mirándolo confundida. El rubio se separó sin dejar de sonreírle. ―¿Nos conocemos? ―Él negó divertido. ―¿Entonces…?
―Amara, soy tu hermano. Mitchell Beckett, es un gusto. ―Quiso abrazarla de nuevo, pero ella se escabulló bajo sus brazos cambiando lugares con el chico.
―Tú. ―Lo señaló a modo de advertencia. ―No te muevas, volveré en unos minutos. ―Estaba por salir cuando vio las maletas del chico y eso no pudo asustarla más. Estaba de broma ¿no? ―¿Me lo prestas? ―Preguntó refiriéndose al paraguas de quien decía llamarse Mitchell, este asintió sonriente. Si no dejaba de sonreír lo abofetearía.
Apresuró su paso a la casa de los Gaskarth, ambas mujeres le abrieron para nada sorprendidas de verla. Amara las saludó educadamente y les prometió ir a cenar en la noche. Subió de prisa a la habitación de su amigo. Como lo imaginó, Dante estaba profundamente dormido.
―¡Dante, levanta! ―Exclamó. Él despertó sobresaltado. ―Hay un tipo en mi casa y dice que es mi hermano.
―Uh, pero tú eres hija única. ―Reprimió un bostezo.
―Exactamente. ―Encontró el bate de béisbol que el chico tenía como simple adorno pues solo asistió a una clase.
―Amara, ¿qué haces? ―le quitó el bate. ―¿vas a golpearlo solo por decir que son familia?
―Podría ser peligroso… y por eso, tú irás primero.
―Estás alterada, digo ¿qué tan grave puede ser?
Sentados en la sala de estar de la casa de Amara, esta se encontraba escondida tras Dante con tremenda desconfianza hacia el sujeto rubio. No es como si le hubiera sorprendido o algo, se lo esperaba, pero no precisamente ahora. Desde que su padre murió, alrededor de unas cinco mujeres habían llegado a su puerta exigiendo dinero u otras cosas, pero ningún supuesto hijo había aparecido. Hasta ahora, claro.
―Bien. Sí. Es muy, uh, alegre. ―le susurró a la chica tras él.
―Uh-oh. Lo siento, es solo que estoy muy feliz de haberte encontrado. ―quizá Dante no sea muy bueno murmurando. ―Si me dejan explicarles sé que tendrá sentido. ―Amara y Dante asintieron.
Según dijo le muchacho, era Mitchell Beckett (aunque eso ya lo sabía), tenía veintiún años y hasta hace poco vivía con su madre en New Jersey. La madre de Mitch, Vivien, era una de las socias de su padre en New Jersey con la cual engañó a su madre a penas Amara hubiera cumplido los siete meses de nacida. Esa aventura de una semana trajo como resultado a Mitch, pero Vivien no quería que el hombre dejara a su familia o algo, ella sabía que era casado cuando aceptó revolcarse con él, tampoco es como si lo necesitara para mantenerse, tenía el dinero suficiente y le dio dos opciones 1) estaría presente en la vida del niño y lo reconocería como tal o 2) desaparecería como un cobarde.
―Entonces siempre supiste todo ¿huh? ―preguntó Amara.
―Síp. Solía hablarme mucho de ti y de que cuando cumpliera la mayoría de edad me vendría a vivir con ustedes acá, a Chicago, solo los tres. ―el tono de Mitch contenía autentica melancolía, no había forma de que mintiera. ―Pero entonces pasó lo feo, el infarto. ―sacó del bolsillo de su abrigo una fotografía. ―Esta es del fin de semana anterior a su muerte, ―le extendió la foto y ella pudo ver a su padre y Mitch sonrientes al lado de una camioneta gris. ―Me llevó a mi primera clase de conducción, derribé tres conos de tránsito pero aun así dijo que lo hice excelente. Debo admitir que siempre fue muy bueno mintiendo.
Amara secó las lágrimas que dejó caer sin darse cuenta: ―Era el mejor, sin duda. ―le devolvió la foto al rubio. ―¿viniste al funeral y escuchaste mi maravilloso discurso?
―No. Es triste porque de verdad quería hacerlo, pero mamá no me dejó. Pensó que sería el peor escenario para aparecerme y que debía esperar a que estuvieras más calmada.
―¿Por qué apareces después de tantos años?
―No quiero dinero si es lo que piensas. ―aclaró Mitch.
―En absoluto, sé que no es por dinero.
―Vale, pedí una transferencia desde New Jersey a la universidad de Chicago, es un poco solitario estar allá… y más ahora que mamá se tomó un crucero por todo un año.
―Amara, Dante. ―Su madre apareció en bata. ―¿Quién es su amigo?
―Es mi hermano, Mitch. ―a lo mejor y debió explicarlo de una forma más delicada.
―Oh, las sorpresas nunca terminan con un hombre como tu padre. ―dijo caminando despreocupada hasta la cocina para servirse café. ―Si se va a quedar debe ayudar con los quehaceres y saber que no le daré un quinto, Dios sabe que estoy arruinada. ―y era cierto, el sustento y buena vida de Amara y su madre estaba en el dinero que el abuelo de la chica les daba. ―Si me disculpan, volveré a la cama. Mitch ¿cierto? ―el rubio asintió. ―Puedes acomodar tus cosas en la habitación de invitados. ―dicho esto subió las escaleras con su taza de café.
―Se lo ha tomado bien. ―indicó Dante.
―Estas cosas ya no le afectan. ―dijo Amara encogiéndose de hombros.
Según lo veía, tenía dos opciones: 1) o controlaba los problemas o 2) dejaba que estos la controlaran. No le gustaba catalogarse como una maniática del control, pero tenía esta necesidad de controlar sus problemas hasta minimizarlos y deshacerse de ellos o lograr ignorarlos hasta que desaparecían, le había funcionado bastante bien hasta ahora. Usualmente no existía día en que Airi Thredson estuviera relajada, es decir, lucía sonriente y con esta aura pacífica, pero si conversabas con ella era como si una ola de estrés arrasara contigo a penas ella abría la boca. Afortunadamente no muchas personas eran arrastradas a excepción de Declan, Michael y pocas veces Grayson.
La morena era excelente en varias cosas como dar órdenes, ser persuasiva, sociable (lo cual no implica que necesariamente deba tener cientos de amigos, digamos que se le da bien entablar conversaciones), soportar las exigencias de su jefa (vaya mujer molesta), organizar el día a día y demás. Acá viene un dato interesante, Airi planea cada día desde la noche anterior y, por lo general, llega a cumplirlo en un noventa y nueve por ciento. Ser espontanea fue algo que dejó hace años. Pongámoslo de esta forma, algunas personas lidian con las tragedias a su estilo.
Caminaba intentando recogerse el cabello en una coleta alta mientras el semi-rubio le contaba sobre este seminario con un fotógrafo profesional al que había asistido la noche anterior. Ella planeaba ir, pero las cosas se habían puesto intensas y cuando se dio cuenta estaba sentada completamente sola en el sofá de su departamento.
―Es increíble lo que se puede lograr con la enfocación correcta. ―Decía él apuntando la cámara hacia Airi.
―Bote de basura. ―Le advirtió divertida al ver que estaba por tropezar.
―Me has salvado la vida ¿cómo puedo pagarte? ―Bromeó esquivando el contenedor.
―Almorcemos juntos, te dejaré escoger el lugar.
―Pensé que comerías con, uh, ese tipo. ―Dijo haciendo una mueca de asco.
―Cambio de planes. ―se encogió de hombros.
―¿Qué pasó con Chase? Creí que te gustaba. ―Preguntó Declan.
―Sí, bueno, no pudo seguirme el ritmo.
―Oh no. ¿Qué pasó?
―Es lo de siempre, Declan. ―Tenía razón, esto pasaba una y otra y otra y otra vez. ―Dijo que debía comprometerme más con la relación, dejar de intentar controlar todo y blah, blah, blah. ¿Puedes creerlo?
―¿Honestamente? Sí, pero exagera. Tus novios siempre exageran.
―Como sea, creo que fue mejor así. No le veía futuro alguno, de todos modos.
―Que bien que lo dices porque era exactamente lo que creí desde el principio. ―Expresó abrazándola por los hombros.
Airi sonrió ante esto, una auténtica sonrisa. ―Declan, no le ves futuro a ninguna de mis cortas relaciones.
―Exactamente por eso resultan cortas. ―Touché. ―Si fuéramos novios hay un 0,0000 por ciento de probabilidades que las cosas terminen mal. Piénsalo. ―Explicó aun con su brazo por sobre los hombros de Airi.
―Tendríamos bebés hermosos ¿no lo crees? ―Le siguió el juego.
―Serían extremadamente listos, nuestro orgullo. ―Se llevó la mano libre a la altura del corazón. ―¿Nos imaginas envejeciendo juntos? ―Preguntó sonriéndole.
―Sería interesante ver cómo te dejas crecer el cabello.
―Pero no me gustaría aburrirte con mis problemas, como lo hago ahora, y es por eso que te dejo libre para salir con chicos como, ugh, Chase. ―Imitó muy mal la voz de Airi al mencionar el nombre de su, gracias a Dios, ex-novio.
―No eres aburrido, Declan. Tienes que parar de decir eso, o la gente empezará a creerte. ―Se detuvo frente a la oficina del psicólogo que el rector le había ordenado ver. ―Bien, nos separamos aquí.
―¿Estarás bien?
―Solo debo hablar con el tipo este, no creo que sea cosa de otro mundo. ―Se encogió de hombros.
―¡Ese es el espíritu! ―Exclamó el semi-rubio caminando hacia atrás. ―Nos vemos en el estacionamiento.
―Declan, bote de― No fue lo suficientemente rápida y su amigo terminó tropezando y cayendo cubierto de envolturas de la máquina dispensadora que estaba a unos pasos de él.
―Estoy bien, estoy bien. Sigue sin mí. ―Dijo mientras Airi contenía las ganas de reír.
Respiró profundamente una vez más antes de entrar a la oficina de, según leía en la puerta, Zeevth Zdunich. Vaya nombre. “Calma, Airi. Ya sabes cómo es esto, solo completas la información que tiene sobre ti, te diagnostica con insensibilidad y no lo vuelves a ver.” repitió por segunda vez su subconsciente. Respiró de nuevo y abrió la puerta. El salón no tenía este aire agobiante que solían tener los otros, y vaya que ella había visitado a muchos psicólogos. Saludó al tipo detrás del escritorio, no era más que un par de años mayor que ella, incluso menos. Este le pidió que tomara asiento y el dolor de cabeza apenas comenzaba.
―Airi, ya esperaba que vinieras a verme. ―Indicó el peli-negro. Se preguntó quién tenía el cabello más largo, si Declan o este tío. ―Como sabrás, también estoy tratando a tu hermano, Michael. Es un chico muy agradable, algo torpe, pero una buena persona a fin de cuentas.
―Creo que habernos mudado a Chicago le sentó bien, necesitaba un cambio para recuperar, en parte, al hermano de antes.
―Aunque no es ni la mitad del chico que era antes del-
―Accidente, sí. ―Se apresuró a responder por él.
―Ya que entramos al tema, te diré lo que tengo en tu historial. Cuando quieras que me detenga, solo dilo. ―La morena asintió neutral. ―Airi Thredson, veintidós años, originaria de Canadá. Te mudaste junto a tu hermano hace poco más de un año. Cuando tenías quince toda tu familia se vio envuelta en un accidente de tránsito, ocasionado por un ebrio, del cual solo tu hermano y tú sobrevivieron. Estuviste en coma por tres semanas, ambos quedaron al cuidado de una tía y durante los meses siguientes no presentaste síntomas de-
―¿Debilidad? ―Volvió a interrumpir a Zeth.
―Airi, demostrar lo que sientes no te convierte en alguien débil.
―Quizás, pero no le vi sentido a lamentarme por mis padres. ―Comenzó a jugar con sus dedos. ―Si lloraba, eso no los traería de regreso, debía ser fuerte... no solo por mí, igual Michael me necesitaba y él estaba mucho más afectado.
―Pero eso no quiere decir que debías minimizar lo que te ocurrió. ―Airi se quedó en silencio por unos segundos. ―Entonces, Airi ¿tienes novio? ¿alguna relación importante?
―¿Quieres invitarme a salir? ―Bromeó ocasionando que a Zeth se le dibujara media sonrisa. ―Uh, tenía novio, hasta ayer.
―¿Qué pasó?
―No lo sé, realmente, parece que siempre es culpa mía. ―Continuó jugando con sus dedos.
―¿Por qué es culpa tuya?
―Hace muchas preguntas, Sr. Zdunich.
―Es parte de mi trabajo. Llega a ser molesto, pero funciona.
―Vale, la excusas de mis ex-novios siempre son las mismas. Que si no les presto la atención suficiente, que si intento controlarlo todo y ugh, más tonterías.
Zeth, que había estado tomando notas, se detuvo ―¿Y lo haces? Digo, lo de controlarlo todo.
―Sí, pero no creo que sea para tanto. A Declan no le molesta.
―¿Declan es…? ―Dijo haciendo ademanes pidiendo que continuara.
―Mi mejor amigo, honestamente no sé qué haría sin él. Creo que es la relación más larga que he tenido con un chico en años.
―No has considerado, y disculpa si te suena inapropiado, ¿intentar algo más con este amigo? ―Cuidado, Zeth, estas pisando terreno peligroso.
―Oh no, él no merece que lo arrastre a mi pesadilla personal, merece algo más que el desastre de persona que soy.
Anotó un par de cosas más antes de cerrar su libreta. ―Lunes, miércoles y jueves en este mismo horario. ¿No tienes problemas con eso?
―Espere ¿debo regresar?
―Airi, una sola sesión no es suficiente para tratar todo lo que ocurre contigo.
Suspiró derrotada, se puso de pie y le extendió la mano a Zeth.―Entonces supongo que lo veo el miércoles.
Relacionarse con quienes le rodeaban usualmente se le daba o simplemente no. Por ejemplo, sus hermanos, podrían verse veinticuatro horas al día, los sietes días a la semana y aun así sus conversaciones se limitarían a un simple “¿qué hay?”. De no ser por la tía Emma, ni siquiera se darían cuenta de que están en la misma habitación. No los culpaba, en absoluto. Hace ya varios años que la pequeña chispa de hermandad entre los Dzvezda se había esfumado y solo se veían como simples compañeros de casa… lo cual era bastante deprimente, le hubiera gustado hablar con Ayrton sobre su relación con Paige o haberle pedido consejos a Heath acerca de qué detalles aprecian las chicas, pero simplemente no podía.
Ahora, Grayson solía hablar con medio mundo, pero eso no significaba que les cayera bien a todos o que tuviera cientos de personas como amigos, sencillamente hablaba y bromeaba y decía malos chistes o alguna gilipollés y esto molestaba a otros y se alejaban. Sus padres intentaron volverlo en alguien “querible”, pero con un niño que fue educado en casa hasta los ocho años es algo complicado llevarlo a cualquier lugar para que haga nuevas amistades. No tenía conocimiento de que existiese un libro de “Cómo llevar a tus hijos que estudian en casa a parques para que aprendan a cómo ser menos raros.” Así que los intentos de sus padres eran una pérdida de tiempo y estos se dieron cuenta por lo que dejaron que Grayson fuera Grayson.
Sentado en el campus escuchando a Michael hablar sobre esta pésima película que Airi lo obligó a ver, no pudo evitar pensar en que a personas como Michael, que lograban hacerse querer sin siquiera intentarlo, los demás no se esforzaban en llamar su atención; entonces, agradeció tener pocos amigos que claramente eran muy exclusivos como para mezclarse con simples mortales.
―Rubio ruso, colega de ADN. ―se vio interrumpido por la reconocible voz de la menor de los Thredson.
―Soy tu hermano, Airi. ―Corrigió el castaño junto a él.
―Eso fue lo que dije, hombre.
―Nada te cuesta decirme hermano.
―Dios. Concéntrense. Les traje un obsequio. ―Grayson dirigió curioso la mirada al rubio platinado que estaba parado entre Declan y la morena. ―Este es Mitchell Beckett. ¿No es adorable?
―Airi, no puedes regalar gente. ―Bromeó Grayson.
―No puede ser. Por unos minutos ¿podrías comportarte? ― sonrió al verla irritada. ―En fin, traje a Mitch para que seáis amigos, ambos necesitan a alguien más que, bueno, a ustedes mismos. Pueden agradecerme luego.
―Lo dices como si no tuviéramos otros amigos. ―El rubio de ojos verdes se cruzó de brazos.
―Porque no los tienen.
―Salgo con otras personas además de tu hermano.
―¿En serio? ―dijo sarcástica.
―Sí, en serio. Tengo a Caprice y Capuccine y… Caprice y… Capuccine.
―Exacto. Ambos tienen más amigas que amigos. ―Airi estaba en lo correcto, Michael se juntaba con Ava, Zarina y Jo; y, Grayson, solo tenía a Caprice y Capuccine (como ya lo mencionó).
―¡Hey! ―reclamaron ambos.
―Eso no es cierto, también hablamos con Declan. ¿Verdad? ―Explicó clavando la vista en el chico en cuestión.
―Yo. Uh, estaré en el estacionamiento. ―dijo alejándose del grupo.
―¡Traidor! ―exclamó Grayson.
―Ya debo irme. Prometan que lo mantendrán vivo. ―dicho esto los con dejó el tal Mitch y como era de esperarse, Michael y el chico comenzaron a platicar de inmediato.
Después de quince minutos de escucharlos hablar decidió que Mitch le agradaba, parecía un buen chico y todo el asunto. Su castaño amigo llevó a Mitch a conseguir algo de beber, Grayson no quiso ir porque debía esperar a que Caprice saliera de su sesión con el psicólogo, habían quedado en ir a comer algo después de eso.
Para cuando la peli-negra-con-puntas-azules estuvo con él, se dedicaron a quejarse de los escasos rayos de sol de ese día. Según ambos o este salía por completo o se escondía de una buena vez entre las nubes. Pero la curiosidad lo invadió de nuevo, necesitaba preguntárselo porque hasta ahora ella no le había mencionado mucho sobre esas sesiones con Zeth.
―¿Cómo te está yendo con el psicólogo? ―Inquirió tocando las puntas coloridas de Caprice.
―Deja eso. ―Apartó las manos del rubio de su cabello.
―Qué sensibles andamos. ―La miró divertido. ―Pero anda, ¿qué te dijo sobre cómo apareciste en la fiesta? … Courtney y Kurt, muy astuta, C.C.
―Está molesto, pero no lo dice. También ha estado distante, me preocupa. ―Se quedó callada mordiéndose la mejilla interiormente.
―Oh por… te gusta ¿no es así? ―Al no recibir respuesta alguna de la chica, siguió. ―Caprice y Zeth sentados en un árbol besán― No pudo seguir pues recibió un golpe por parte de su amiga.
―Dios. Grayson, madura.
El resto del día siguió su curso normal y por normal me refiero a que antes de llegar al hospital (porque su tía fue en busca de unos papeles ya que su padre no estaba) discutió con Paige al recogerla del centro comercial, fue bastante estúpido, la verdad; pero, entonces, todas las discusiones que tenía con la chica eran por razones estúpidas. Casi pareciese que ella se esforzaba por molestar al rubio, por buscarle pelea. Intentaba ser amable y comprensivo, pero no funcionaba.
Subió hasta el pabellón de psiquiatría con su tía y no se dio cuenta que maldecía entre dientes hasta que la rubia mujer junto lo detuvo por el brazo mirándole con preocupación.
―¿Qué ocurre, Grayson? ¿Paige y tú discutieron de nuevo? ―Al parecer era muy evidente.
―Es lo mismo de siempre. ―admitió restándole importancia al asunto.
―Ya te he dicho que lo mejor para ambos sería terminar.
―Nunca nos llevamos bien. Quiero decir, ni siquiera en un principio me gustó. ―admitió sentándose en uno de los varios asientos vacíos del pasillo. ―Creo que sigo con ella porque ella sigue conmigo y eso no es sencillo. Soy un mal novio y ella es una pésima novia. Nos merecemos el uno al otro.
―Grayson, si hay una cosa que sé, ―y Grayson pensó que a las personas mayores (o personas de la edad de su tía, que realmente no era mayor de lo que se dice mayor) siempre les gusta decirte esas cosas que saben. ―es que hay gente en este mundo a la que puedes querer, querer y querer sin importar nada, pero lo que tu sientes por Paige no tiene nada que ver con eso. ―Él asintió y dejó que su tía siguiera sola porque comenzó a sentirse mal, le dijo que la esperaría en el ala de terminales, no sabía por qué lo dijo, simplemente pasó.
Así como no supo por qué esperaría a la tía Emma en ese lugar, se dirigió a la habitación 8B como por inercia. Interiormente rogaba porque siguiera ahí, faltaba como media hora para que el horario de visitas terminara así que a lo mejor aún tenía oportunidad de verla. Por suerte divina ella seguía ahí. Observó cómo se despedía del chico en cama y sintió que el corazón se le oprimía por el dolor que emanaba la castaño-rojiza, era como si de alguna forma extra-corporal pudiese sentir el sufrimiento de la chica como si fuera suyo. Esperó hasta que cerrara la puerta de la habitación para hablarle.
―Breenya ¿cierto? ―por supuesto sabía que ese era su nombre.
―Grayson. ―expresó recogiéndose un mechó de cabello tras la oreja.
―Así que ya sabes quién soy.
―No precisamente, pero es algo que llega a saberse. ―Bree escuchó a una chillona muchacha llamarlo así en la fiesta a la que los invitaron.
―¿Dónde está Clyde? ―Preguntó refiriéndose al hermano de la chica, en la fiesta de Ayrton los había visto disfrazados como Bonnie y Clyde.
―Se fue hace un par de horas, tenía muchos deberes.
―Oye, quería pedirte disculpas por cualquier tontería que pude haber dicho la primera vez que hablamos. ―se llevó una mano a la nuca apenado. ―Iba a disculparme en la fiesta esa pero-
―Pero tu novia de seguro se molestaba. ―Lo interrumpió. ―Sí, no hay problema. De todos modos ya lo estaba olvidando.
―¿Estamos bien? ―Bree asintió. ―¿Cómo van las cosas con…? ―Inquirió señalando con la barbilla la habitación de Xavier. Ante el silencio de la chica, continuó. ―Si no quieres hablar de eso, lo entiendo. Hay como mil temas más.
―No. Está bien. ―Se sentó en una de las sillas junto a la puerta, Grayson junto a ella.
―Debe ser difícil tener a alguien con cáncer ¿huh?
―Dios. ―Bufó. ―No tiene cáncer. No sé por qué las personas asumen que lo tiene, digo, hay más enfermedades mortales que el cáncer. ―Tomó su bufanda nerviosa. ―Pero no es culpa tuya, no lo sabías. Como sea, lo que tiene Xavier es insuficiencia cardiaca terminal. Se supone que es algo poco común en personas de su edad, pero ya ves.
―¿No hay nada que se pueda hacer? ¿un trasplante de corazón, quizá?
―Tal vez antes, pero cuando nos enteramos la enfermedad estaba muy avanzada y lo que era insuficiencia cardíaca congestiva pasó a la etapa terminal. ―retorcía la bufanda con ansiedad. ―El doctor de Xavier nos dijo que a estas alturas un trasplante, como dices, sería muy riesgoso. El tratamiento dejó de ser funcional y bueno, ahora solo nos queda esperar.
Observó las manos temblorosas de Bree, sus delgados y finos dedos. Detuvo la mirada en su dedo índice de la mano derecha. El trazo de un pequeño sol acompañado de un cuarto de luna lo hicieron estremecerse. No le gustaban los tatuajes, pero ella tenía uno que, si bien era sencillo, era bonito. Ladeó la cabeza intentando concentrarse en otra cosa que no fuera ella. Además estaba el hecho de que a Grayson, técnicamente, no le gustaba Bree. Ni siquiera la conocía. El tipo de Grayson es un poco más niña. Y, honestamente, ni siquiera le gusta mucho su tipo, entre los otros tipos. No es que fuese asexual, es sólo que encuentra insoportable el drama-romance, pero entonces le llega la ironía de que sigue soportando la relación que tiene con Paige.
―Iré en busca de una religión con fuertes esperanzas de milagros. ―se puso de pie tomando su bufanda. ―¿Alguna sugerencia?
―Los budistas creen que todas las cosas están interrelacionadas. ―explicó Grayson.
―Eso significaría que hay una razón por la cual Buda quiere que mi novio muera.
Si Capuccine estaba en lo correcto, un encuentro casual y falsamente accidental, era lo que necesitaba para acercarse a su crush. Por lo que después de sus clases de fotografía, condujo hasta el hospital donde estaba Xavier y… se acobardó cuando la vio dirigirse a los elevadores así que decidió que sería mejor esperar un poco más y por el resto de las dos últimas horas se quedó escuchando las historias de los pacientes mayores en el área de geriatría. Le resultó fascinante descubrir lo que una persona con más de sesenta años ha vivido.
―Siento mucho decirlo, pero Molly, jaque-mate. ―la mujer canosa frente a él sonrió enternecida.
―Muy astuto, hijo. ―comenzó a recoger los peones. ―Espero regreses a visitarnos pronto.
―Oh, Molly. ¿Ya quiere que me vaya?
―Nada de eso. Pero si la vista no me falla, allá va tu chica. ―siguió la dirección de la mujer y sí, Bree se dirigía a la puerta.
Algo le pasó por la mente. Los nervios explotaron en escalofríos bajo su piel. Su diafragma se revoloteó. ―Nos vemos otro día, Molly. ―se despidió sonriéndole nervioso.
Debió seguirla por como cinco calles, esto no iba en sus planes, pero fue un simple impulso que obedeció ciegamente. Se detuvo al verla entrar a esta construcción que tenía aire antiguo, pero que necesariamente no significa que lo fuera. Si Ava lo viera, de seguro se burlaría de él por la siguiente semana, pero él sacaría el tema de Zeth y quedarían a mano.
Si lo tenía bien planeado, se sentaría junto a ella y la miraría por el rabillo del ojo esperando a que lo notara y cuando eso pasara la saludaría como si no tuviera la menor idea de que ella era la persona junto a él. Tal vez un casual “Oh, Breenya ¿eres tú?” sería el mejor inicio. Entonces ella sonreiría y él intentaría controlar la masa que nublaba su cerebro cada que la veía. Comenzarían a hablar, con suerte intercambiarían números, y ese sería de los mejores momentos de su vida.
Agradeció que estuviera sentada en la fila cercana a la puerta. Tragó duro y se le acercó intentando hacer el menor ruido posible, tampoco es como si fueran a escucharlo, la mayoría parecía estar muy concentrados en sus oraciones y las personas más cercanas a ellos estaban a cinco filas. Tomó asiento a pocos centímetros de ella.
―Hola, Lenny. ―Musitó sin mirarlo, aún tenía la vista fija en el rabino.
El moreno abrió los ojos sorprendido. Le estaba hablando. Breenya Sunday lo había saludado y sabía su nombre. Buscó ayuda en su cerebro intentando que algo mínimamente inteligente le saliera a modo de respuesta.
―¿Sa-sabes mi nombre? ―Preguntó rogando por una respuesta positiva, esperaba no habérselo imaginado solamente.
―Supongo que a estas alturas, mínimamente debería saber eso. ―la miró esperando que se explicara. ―Venga, Lennox Newton, fuimos juntos a la secundaria y asistimos a la misma universidad. No me hagas ver como una loca. ―Bree volteó a verlo impasible.
―Lo siento, es que creí que no tenías ni idea de quién era.
―¿Cómo olvidaría a mi compañero de disección? ―Entonces lo recordó. Qué memoria la suya, algo de lo que presumía le había fallado en grande. Ante el silencio del chico, Bree explicó que: ―Cuando íbamos en segundo año, el maestro de biología nos puso juntos a diseccionar una rana. ¿Recuerdas? Me negué porque el pobre animal seguía vivo, entonces, me ayudaste a aflojar los alfileres que tenía en sus patas y para cuando el maestro se acercó este le saltó en la calva y luego hacia la ventana. Entonces tú dijiste que-
―Debía eximirnos del proyecto porque nuestra rana había huido y que si nos obligaba a repetirlo, esta volvería liderando un ejército de anfibios molestos por la matanza de sus iguales. ―Continuó Lenny sonriendo porque ella recordaba ese pequeño momento de interacción entre ambos. Él tenía borrosos recuerdos sobre ese día porque 1) había amanecido con fiebre y 2) cuando el maestro regresó a su escritorio Bree puso su mano sobre la suya feliz por la pequeña victoria activista, entonces se desmayó y al despertar Ava le dijo que se había golpeado muy duro, así que creyó que el día en cuestión no había sucedido y que todo fue producto de las alucinaciones causadas por la fiebre.
―Me alegra que no lo hayas olvidado, ese día tiene un lugar en mi lista de días memorables. ―confesó mirando de nuevo al frente.
Se quedaron callados por unos minutos para no molestar a los demás. Pero no pudo evitar decirlo: ―No creí que fueras judía. ―la miró por el rabillo del ojo.
―No lo soy y lo sabes.
―Entonces ¿por qué vinimos a esta sinagoga? ―preguntó removiéndose nervioso, Bree sabía que él sabía cosas sobre ella (¿qué tan enredado puede ser esto?)
―Lenny, yo vine. Tú me seguiste. ―Sonrió mirándolo y mostrando sus perfectas hileras de dientes. Qué tan lista era Bree como para saber que la siguió ¿huh? O tal vez era muy obvio.
―Uh, no vayas a pensar que soy un acosador. ―Explicó más nervioso. ―Ava y yo hemos hablado sobre convertirnos al judaísmo. Su-supongo que tú igual ¿no?
―No, nada de eso. ―Suspiró agotada. ―Es solo que he intentado creer en varias cosas últimamente. Ya sabes, milagros.
―Oh. ―De las cientos de cosas que pudo haber dicho, Oh, fue el monosílabo que su cerebro le ordenó decir.
Escucharon al rabino leer unas cosas en hebreo y en eso, Breenya tomó la mano de Lenny y se levantó arrugando la nariz. No podía pensar en otra cosa más que en lo adorable que se veía haciendo eso, luego se dio cuenta de lo que acababa de hacer y cada vez creía más que todo este encuentro no era más que un truco de su cabeza que se estaba vengando por todas esas noches sin dormir a causa de estar estudiando.
―Quizá el judaísmo no sea lo mío. ―indicó cuando él se puso de pie.―Vamos por algo de comer. Me gustaría escuchar más de ti.
―Bueno no puedo imaginarme, ―dijo Lenny,― por qué alguien en la tierra querría escucharme. Pero estoy feliz por esta charla.
Caminaron por las frías calles de Chicago hasta una de esas casas rodantes que en realidad son puestos de comida móviles. Durante todo el camino, ella jamás lo calló porque se estuviera cansando, no demostró desagrado ni le hizo muecas feas como otras chicas. Breenya Sunday resultó ser mejor de lo que pudo imaginarse y vaya que Lenny se lo había imaginado muchas veces. Pero la mayoría de esas veces, las cosas terminaban mal, ella se aburriría de él en cualquier momento, era algo inevitable. Se mentalizaba por no decir alguna idiotez lo suficientemente, bueno, idiota, como para que ella lo dejase.
Hicieron la fila mientras Bree escuchaba atenta todo lo que Lenny decía, estaba fascinada por todo lo que sabía, que para algunos hubiera parecido aburrido y fastidioso, a ella le pareció interesante y como una bocanada de aire fresco. “Debemos hablar más seguido.” le había dicho hundiéndose en su bufanda. Lenny no pudo evitar golpearse interiormente, durante tantos años intentó hablarle cuando, un noche cualquiera, ella le hizo las cosas más sencillas.
―Si llegara a descubrir algo que cambiase al mundo como la cura a una enfermedad, la clave de la vida eterna o resolver un problema científico, arrasaría con varias categorías del premio Nobel. ―decía el peli-negro pagando por su pizza, ella se había negado rotundamente a que le pagara la comida.
―¿Sabes por qué no hay un premio nobel a las matemáticas? ―Indicó Bree dejándolo completamente descolocado. ―Porque, quiero decir, supongo que no les gusta premiar el sufrimiento colectivo, algo como que, no premiarían a un esclavista ¿o sí?
―¿Alguien como Hitler? ―Pregunta capciosa. A pesar de que Hitler haya sido de los grandes racistas de la historia, su odio se concentraba más en las personas judías que en gente de color (aunque de todos modos fue racismo), el partido nacional-socialista se declaraba enemigo del sistema económico capitalista por su explotación de quien era económicamente débil, con sus salarios injustos e indecente evaluación del ser humano según su riqueza y propiedades en lugar de su responsabilidad y sus logros (nótese que ambos admiran a Hitler); ahora, por esclavista Bree y Lenny se refieren a algo como la corte británica. El daño causado por Hitler fue solo una brisa de verano comparada con las atrocidades de los ingleses en África, Asia, Oceanía y América.
―No. Él sí merecía un premio, digo, era increíble. ―Le dio una mordida a su trozo de pizza. Terminó de tragar para seguir. ―Seguramente no era candidato para el premio Nobel de la paz, pero en alguna otra categoría quizá.
―Era excelente convocando masas.
―De los mejores oradores de la historia. ―dijo Bree levantando su lata de coca-cola.
―No podría estar más de acuerdo. ―acotó chocando su lata de refresco con la de Bree.
―Lennox Newton, eres de lejos la persona más interesante que haya conocido en mucho tiempo.
Última edición por Healy Sykes. el Vie 16 Ene 2015, 8:16 pm, editado 1 vez
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SIGO SIENDO INCUMPLIDA.
No le gustaba etiquetarse como un maniático del orden, pero si no veía mínimamente un lugar limpio, sentía la necesidad de corregirlo de inmediato. A lo mejor y esto estaba asociado con su necesidad de reparar a las personas. Sí, eso es algo que él mismo se hubiese diagnosticado. Regresando con lo de la limpieza, desde que Faith se fue y después de los primeros tres meses, intentó limpiar cualquier recuerdo que le quedase de su, ahora sí, ex-esposa. Necesitó la ayuda de Hattie y Zarina para lograrlo porque cada cosa que le perteneciese a esa mujer, lo hacía querer desmoronarse y volverse a encerrar.
El único lugar en todo el departamento que no se atrevió a tocar era el armario al final del pasillo, un pequeño lugar de tres metros de altura por uno y medio de ancho, resultaba insignificante, pero si lo pensaba, y lo hacía mucho, tenía gran significado. Algunas de sus cosas de seguro seguían ahí. Cuando se mudaron y guardaron la última caja en ese armario fue cuando él dijo: “Seremos muy felices aquí.” Ahora le resultaba tonto haber creído que funcionaría. Que podría arreglar a Faith.
Inspiró aire cansado una vez más antes de sujetar el pomo carente de brillo. Jaló de la delgada cadena que encendía el único foco… y sí, efectivamente aún quedaban cosas de ella. Tres cajas con ropa, discos de pésimas bandas y un par de botellas de wisky. Al tomar la caja que estaba hasta arriba, una foto cayó a la altura de su pecho, eran Faith y él en un concierto-homenaje a Nirvana. Los recuerdos comenzaron a nublarle la mente, ella solía referirse a ambos como Courtney y Kurt, fue por lo que se conocieron y congeniaron en ese entonces. Esa fue la razón por la que se molestó con Caprice el día de la fiesta cuando la vio vestida así.
Dejó la caja en el piso y se quedó observando la desgastada imagen, entonces pensó que quizás no se había acabado, y quizás podría sentir su mano en la suya otra vez y escuchar su alta y demandante voz al decirle te quiero rápida y silenciosamente como siempre lo decía. Ella decía te quiero como si fuera un secreto, y uno grande. Sacó su teléfono celular sin dejar de observar la foto, presionó el dos de marcado rápido y se llevó el aparato hasta la oreja. Escuchó el tono de llamada dos veces y ella contestó.
―¿Zeth? ―maldijo el hecho de que aún lograra estremecerlo al decir su nombre, pero ya no era una sacudida como las de antes, faltaba algo. ―¿Qué ha pasado?
―Uh. Nada. Solo, ―se llevó la mano con la foto a la frente. ―solo estaba limpiando el armario donde solíamos guardar las-
―Zeth, ya hemos hablado de esto. Sé que me extrañas, pero yo-
―No había terminado. ―La interrumpió así como ella hizo hace instantes. Quiso reírse de él mismo por haber pensado que aún podían solucionarlo. ―Bien, lo que quería decir es que encontré más basura que dejaste, ―cerró la puerta del armario. ―así que si aún te interesa recuperarla, estará por un día con el conserje y si no vienes por ella tiene órdenes de donarla a los indigentes. Era eso, adiós. ―No dejó que le respondiera y colgó de inmediato.
Esa mañana en especial no tenía ganas de ir a la universidad o de respirar, si quiera. Otro año más, vaya pérdida de tiempo. Pero debía entregar un reporte importante en el que había trabajo todo el fin de semana y tenía sesiones con alrededor de tres personas, no podía quedarles mal. Ordenó sus cosas en el maletín y salió sin desayunar como siempre. No desayuna nada. Nunca desayuna nada. No desayuna desde que es capaz de salir por la puerta sin desayunar antes.
El camino a la universidad y la forma en la que las clases trascurrieron le pareció eterno, en lo que iba del día, nadie le había acercado si quiera a darle un abrazo (aunque le parecía incómodo). No los culpaba, él jamás había contado mucho sobre sí. Para la hora de sus sesiones agradeció estar solo (literalmente ser el único en su oficina) aunque sea por unos breves minutos. Su primer paciente no llegaba hasta dentro de diez minutos. Se recostó en el sillón de cuero mirando el techo sin razón alguna, entonces la puerta del salón se abrió.
―¡Feliz cumpleaños, Zeth! ―Exclamó una entusiasmada Zarina entrando a su oficina. Se paró como un resorte por la sorpresa. ―El pastel es de parte de Ava, realmente no quería envenenarte así que decidimos que era mejor que ella se encargara de esto. ―continuó dejando el pastel sobre el escritorio del peli-negro.
―Gracias, Zarina. ¿Cómo lo supiste? ―aunque llevaba tiempo conociendo a la semi-rubia, no recordaba haberle mencionado cuándo cumplía años.
―Costó mucho, sí. Pero es increíble lo fácil que es acceder a la información de las personas en este campus. ―explicó abrazándolo rápido. ―A Ava le hubiera gustado estar aquí para felicitarte, pero iba tarde a sus clases de cocina.
―Es muy dulce. ―comentó porque de verdad le agradaba la castaña, durante el tiempo que la trató y las veces que se veían, la chica lograba contagiarle la buena vibra y no podría estar más agradecido por eso.
―Siento que algo ha pasado. ―se acomodó en el sillón de cuero frente al escritorio de Zeth.
―Es sorprendente, desde que tuviste a Harlow parece que logras ver a través de las personas. ―la examinó detenidamente. ―Debería creer más en lo que llaman instinto de madre.
―Cosas así te cambian. Pero dime ¿cuál es el problema?
―El problema, exactamente, es que me ha dejado. ―se sentó frente a la semi-rubia. ―Que estoy solo. Oh Dios mío, estoy solo otra vez. Y no solo eso, sino que soy un desastre total en el caso de que no te hayas dado cuenta. ―sacó un cigarro de uno de los cajones de su escritorio y comenzó a fumar cerca de la ventana. ―Tengo que dejar esto. ―dijo refiriéndose al cigarrillo. ―Pero no puedo. Hay mucho de mi madre en mí.
Cuando Zarina lo dejó cayó en cuenta que su siguiente paciente era Caprice, no tenía ánimos para tratar con ella, no ahora. Estaba con buen humor y a la vez no se había sentido deprimido a ese nivel en semanas. Debía ser profesional por lo que se dedicaría a hacer su trabajo. Tuvo un gran avance con la chica y no lo echaría a perder por una simple discusión que no incluyó palabras sino evasiones. Dio inicio a la sesión como ya estaba acostumbrado, se dio cuenta que ella no dejaba de mirarlo y comenzaba a sentirse incómodo. No había necesidad, de verdad que no.
―¿Crees estar lista para hablar sobre tu familia? ―Preguntó con la vista en su libreta.
―Me gustaría hablar sobre otra cosa, si te parece. ―se limitó a asentir. ―Esto es extraño, pero solo lo diré una vez. ¿Qué pude haber hecho como para que me odies?
―No te odio.
―Me parece que sí.
―¿Y por qué piensas eso? ―levantó la vista para encontrarse con una Caprice exasperada.
―La fiesta a la que me llevaste, a la que por cierto no quería ir en un principio. Desde esa noche has estado alejado. ―Se removió en su lugar. ―Ni siquiera estuviste conmigo como lo prometiste.
―No es cierto.
―¡Claro que sí! ―elevó el tono de voz. ―Te la pasaste con Avalanna Newton. Se supone que me invitaste, no a ella.
―Hubo algo, sí. Es personal, algún otro día te lo diré. ―admitió tomando su libreta de nuevo. ―Pero ahora estamos para saber de tus problemas, no los míos.
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Lidiar con gente molesta (bullies) era cosa de la prepa, o eso pensaba. No creía que alguien con las neuronas suficientes siguiera con esas estupideces aun en la universidad, pero esto probaba que de nuevo se equivocaba en sus aceleradas conclusiones. Según su hermano, debía ignorarlo, se cansaría en algún momento. Para Ryan, si lo ignoraba, esto le daría más ganas para joderle la condenada paciencia… y ambos tenían razón. Pero por qué, entre todas las personas molestables, le tocaba a Nixon lidiar con tipos como ese. Existían Lennox Newton’s para fastidiar. Él simple y llanamente intentaba pasar bajo el radar y aun así no era lo suficientemente bueno en aquello.
Según lo veía, Nyx estaba constantemente dividido entre matarse o matar a todos los que le rodean. Esas parecían ser sus dos opciones. Respiró profundo de nuevo, este tipo no valía su tiempo y, honestamente, prefería ver a este tío que se daba las de psicólogo que a seguir escuchando las estupideces de este grandulón.
―¿Has terminado? Tengo cosas que hacer. ―comentó agachándose para recoger su maletín.
―¿Iras con tu novio, marica? ―se burló pateando el maletín del pelirrojo.
―Oh, Trevor. Si fuera así, créeme que ni tendría tiempo para nuestros siempre dulces encuentros.
El corpulento chico frente a él se echó a reír ruidosamente. ―Te dejaré solo para que vayas a ser gay con tu gay hermano y tu gay familia que, oh, cierto. No tienes familia.
Fue todo, la tolerancia de Nixon rebasó su límite. Agarró al chico por el cuello de su barata imitación de camiseta polo. Lo estampó contra el muro y observó que este ni se lo esperaba.
―Hey, tranquilo Nixon. Solo estaba jugando. ―siseó nervioso al ver la vena palpitante en el cuello del pálido chico.
― ¿Alguna vez se te ha ocurrido por un brevísimo puto momento que mi vida quizás sea peor que la tuya? ―Sacudió una vez más al chico, viró los ojos y dejó que se fuera.
Cansado recogió sus cosas y apresuró el pasó revisando su teléfono celular en el camino. Declan le dejó un mensaje avisándole que llegaría tarde y que no olvidara alimentar a los peces. Se encontraba tan absorto en sus cosas que chocó con alguien ocasionando que los celulares de ambos cayeran.
―Lo siento. ―Se apresuró a recoger su teléfono.
―Descuida. ―Masculló la rubia frente a él buscando el suyo en el piso. ―Cosas así pasan. ―Nixon se limitó a soltar un “ajá” en respuesta y dio media vuelta a la oficina del psicólogo-consejero-etc.
No se consideraba fiel creyente de la terapia, pero el decano había sido muy claro al ordenarle que fuera en busca de ayuda. “Como si necesitara esta mierda.” De todos modos le parecía buena forma de pasar su tiempo después de clases y su hermano también le dijo que sería útil de alguna forma.
―Nyx. ¿Puedo decirte Nyx? No importa, de todos modos te diré así. ―Tan rápido como lanzó la pregunta, Zeth se apresuró a responderla sin darle tiempo al falso pelirrojo para siquiera abrir la boca. ―Entonces. La melancolía es algo demasiado doloroso y que penetra con demasiada profundidad en las raíces de nuestra existencia humana como para que podamos abandonarla sólo en manos de los psiquiatras o psicólogos, pero de ninguna forma digo que no funcione. ―Se removió en el diván de cuero negro. ―Pero si nos interrogamos aquí entonces, acerca de su sentido, no queremos decir con esto que se trate para nosotros de una cuestión psicológica o psiquiátrica sino de orden espiritual. Creemos que se trata de algo relacionado con las profundidades de nuestra naturaleza humana.
―¿No debes ser loquero para esto? ―El pelirrojo se subió las mangas de su chaqueta. ―Porque digo, eres un consejero, eso dice en la puerta.
―No me gusta definirme por lo que dice un cartel. ―lo miró apacible ―A la mayoría de quienes vienen aquí les gusta decir que van al psicólogo, no sé por qué. ―Se encogió de hombros. ―Y, por cierto, tengo estudios en psicología y psiquiatría. ―terminó apuntándolo con el lapicero.
―Oh. Entendido.
―Así que Nyx. ¿Cómo tomaste lo ocurrido con tu familia?
―Fue divertido. No me refiero a que la muerte me cause gracia. ―se apresuró a corregirse. ―Quiero decir que la atención que Declan y yo recibimos, de la noche a la mañana, fue algo digno de risa. Épico.
―Épico ¿huh? ―anotó algo en su libreta y volvió a mirarlo. ―¿Por qué crees que fue digno de risa?
―Porque a personas a quienes les importábamos una reverenda mierda, de repente comenzaron a vernos con compasión.
―¿Crees que sintieron pena porque… ? ―Se detuvo, no estaba seguro si el oji-verde estaba listo para hablar del tema, aunque en lo que llevaba hablando con Nixon, le pareció que se lo tomaba muy bien.
―Anda Zeth, dilo sin pena. ―lo animó. ―Mi padre fue un polígamo que trajo a su otra mujer y a mi hermano a vivir con nosotros y, como si no fuera suficiente, se cortó la garganta frente a mí. ―frunció los labios en una línea fina mientras asentía. ―¿Si creo que les dimos pena por eso? Por supuesto. La gente está tan ocupada en sus aburridas vidas que escándalos como el de mi familia, les dan energía para seguir con lo suyo.
―Me entusiasma que seas tan abierto con el tema, es un buen inicio. ― dijo complacido. ―Supongo que la gente está como “por lo menos no nos ha pasado a nosotros.” Es la naturaleza humana egoísta y reconfortante.
―Exacto. ―afirmó sonriente. ―Pero nosotros les dimos un gran espectáculo. Digo, ¿qué tan seguido presencias un homicidio-suicidio-suicidio? Son cosas que solo ves en Discovery Investigation. Por cierto, amo ese canal. ―Hizo una mueca como de haber recordado algo desagradable. ―Mi hermano y yo fuimos famosos por meses, supongo que debí haberlo aprovechado más.
―¿Qué hiciste con esa fama?
―Bueno, durante una entrevista pedí que dejaran de cazar ballenas. ―aceptó soltando una pequeña risa. ―En mi defensa, en ese momento me pareció buena idea y algo sumamente inteligente.
Puede que haya subestimado la idea de la terapia y a Zeth, pero en todos los años en los que fue a diferentes psicólogos, estos resultaban aburridos. La misma monótona charla de siempre. El chico de ahora era alguien con quien podía hablar sin sentir ganas de matarse cada cinco segundos. Seguiría yendo porque, como lo mencioné antes, no tenía nada mejor que hacer al terminar las clases. Su teléfono sonó, pero lo dejó algo descolocado ver el nombre de “Grayson”. Él no conocía a nadie llamado así. Contestó curioso.
―¿Heath? ―habló el tal Grayson.
―Nop. Número equivocado. ―Colgó sin darle importancia, incluso aunque odiase que las personas lo llamaran buscando a otros. Sonó de nuevo y era el mismo tipo. ―¡Que no soy Heath! ―Cortó molesto. El aparato debió sonar unas tres veces más hasta que Nixon revisó por qué lo confundían con una chica. ―Oh, al parecer sí soy Heath. ―Habló consigo mismo al darse cuenta que no era su teléfono, aunque era idéntico al suyo. Seguro lo cambió al chocar con la rubia de hace rato.
Se pasó el resto de la tarde y buena parte de la noche revisando el celular de Heath. Nixon creía en cosas como la privacidad y demás chorradas, pero las ganas de curiosear podían más así que, después de una hora pensando en ver lo que contenía, lo dejó a la moneda y se quedó despierto investigando sobre esta chica. Le resultaba interesante. Los libros que tenía, todos estaban en ruso (gracias a que un verano cuando era niño, aprendió el idioma, pudo leerlos) y terminó dos mientras escuchaba las canciones que había descargado.
No fue hasta las tres cuarenta de la madrugada cuando los ojos comenzaron a arderle, tenía esta mala costumbre de leer a oscuras y era molesto detenerse por eso. Había decidido que llamaría a Heath en la mañana, ya se inventaría algo por no haberlo hecho a penas se dio cuenta que el aparato no era suyo. Lo dejó sobre la mesita de noche y se acomodó la almohada para descansar cuando este sonó asustándolo porque no quería despertar a Declan. Se apresuró a contestar con el corazón acelerado por el sobresalto, era él, osea, Heath lo estaba llamando desde su celular (se tomó la molestia de guardar su número en el teléfono de la rubia)
―¿No pensabas recuperar tu teléfono? ―Preguntó una suave y cansada voz.
―Iba a llamar, de verdad, ―dijo Nyx reprimiendo un bostezo. ―pero tienes muchas cosas interesantes aquí, aunque no precisamente lo que esperaba, quiero decir, por lo general las chicas como tú tendrían cientos y cientos de fotos de ellas mismas al natural.
―¿Chicas como yo?
―Sí, ya sabes, ―Nyx dibujó la silueta de una mujer con su mano libre, quiso darse un zape al darse cuenta que ella no podía verlo. ―acabo de dibujar la figura de una chica.
―Tiene sentido. ―no supo si era sarcástica, pero tampoco le importó. ―Y lamento decepcionarte, pero si me invitas unos shots quizás eso cambie, salvo que, claro, la cuestión es que yo acepte.
― ¿Me estás proponiendo algo?
―Ya te dije, primero debo aceptar.
―Entonces ¿Puedo pasar por ti? ―dijo con la vista en el techo.
―Son casi las cuatro am.
―¿Entonces sí?
La escuchó reírse al otro lado de la línea, no en forma de burla, una risa inocente. ―Mejor duerme ya, podemos hablar de esto luego. ―bostezó agotada. ―Me he divertido revisando lo que tenías.
―Somos dos.
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Podría ser por su apariencia. No, ella era realmente muy bonita; a lo mejor y no les parecía muy inteligente… bah, esta chica era una genio (igual no exageremos); entonces, quizá estaba en su actitud y el poco esfuerzo que ponía para caerle bien a los demás. No le importaba y jamás le importó… excepto, bueno, esa vez cuando tenía ocho años, aunque eso no cuenta, hace como si no contara porque fueron sus primeros años. Así que para Stevie Rhodes, eso de gustarle a la gente, iba último entre sus prioridades.
Cuando era pequeña, su papá solía decirle que podía escoger a sus amigos, y podía beber café, pero no podía llevarle café a sus amigos. Esa parecía una astuta y sensata observación cuando tenía once años, pero resultó ser incorrecta en ciertos aspectos. Para empezar, no es posible escoger a tus amigos, o de lo contrario nunca habría terminado con alguien como Avery. En cierta forma sonaba patético el hecho de no tener amigo alguno además de ese muchacho de ojos azules al que le había llevado café por casi cinco años, pero le gustaba y se sentía cómoda así. Su padre debía agradecer que no lo molestaba pidiéndole las llaves del coche para ir a una fiesta o que tuviera que lidiar con un grupo de niñas hormonales. Solo estaba Avery aka alérgico a los deportes y cosas relacionadas con la segunda mitad del siglo XX.
Cerró la llave de la ducha y se envolvió en una toalla cuidando dónde pisaba para no resbalar, le impresionaba la cifra de accidentes y/o muertes ocasionadas por resbalar en la ducha, casi tanto como las relacionadas por electrocutarse al tocar objetos con las manos mojadas. Su teléfono sonó inundando el lugar con la melodiosa voz de Laura O’Connell.
― ¿Estás en una piscina? ―preguntó desesperado.
―Estoy en el baño. ―de mala gana limpió el espejo empañado por el vapor de la ducha.
― ¿Sola?
― ¡Pues claro!
―No pierdas los estribos, solo preguntaba.
― ¿Qué quieres, Avery? ―buscó entre las cajas el hilo dental.
―Tengo examen dentro de tres horas y no comprendo nada sobre, uh. ―escuchó cómo pasaba las hojas. ―¿Lo ves? Ni siquiera recuerdo de qué va la cosa sobre la que no tengo idea.
―Esta es una buena forma de iniciar mis mañanas. ―esto contenía, y a la vez no, sarcasmo. ―Quince minutos en la parada de autobuses.
―No olvides el café.
―Entonces veinticinco.
―Bien, podemos comprarlo camino a la universidad. ―la escuchó reír y antes de que colgara dijo: ―Realmente no sé qué haría sin ti, Stevie.
La forma en la que Avery y ella se habían convertido en esta especie de amigos no fue la más común, ni la más graciosa, ni la más… a decir verdad fue raro. Cuando Stevie tenía quince años, su padre y ella se mudaron a Chicago para estar más cerca de la poca familia que le quedaba. Entonces, si en la anterior secundaria no hizo amigo alguno (y eso que conocía a la mayoría desde primaria), aquí le resultaría mucho más difícil. Las chicas que iban con ella la habían catalogado como friki desde el primer día y así siguió hasta el siguiente año en el que, un mañana, mientras iba camino a la parada de autobuses, un chico al que siempre veía (pues vivían en el mismo vecindario y era compañero de clases) apareció junto a ella como si no hubiese dormido en años y recientemente hubiese explotado de ira. Hacía mucho frío y este chico apareció con una camiseta de mangas cortas por lo que ella notó que temblaba cuando se paró junto a ella. Stevie lo miró unos segundos entrecerrando los ojos, luego al vaso de café que tenía entre sus guantes y le tomó menos de tres segundos acercarle la bebida, este lo aceptó y esa fue toda la conversación-no-existente. Al día siguiente ella trajo dos vasos de café y así siguió por semanas y semanas hasta que una mañana por fin le habló, pero para pedirle ayuda sobre un trabajo que les habían dejado.
Sentía como si su vida estuviera tan dispersa. Como si todo fueran pequeños pedazos de papel y alguien se ensañaba con soplar estos pedazos lejos de ella. Pero al hablarle, sentía como si ese molesto soplido parara por un momento. Como si las cosas pudieran tener sentido. La volvía a unir completamente, apreciaba mucho eso. Agradecía por tener a alguien como Avery.
En quince minutos exactos la rubia apareció en la parada de autobuses con los auriculares puestos tarareando algo de la mejor amiga de su padre (y suya), Stevie Nicks. La maravillosa mujer por la que se llamaba así.
―Aun no comprendo la fascinación de tu padre con Fleetwood Mac. ―Comentó el chico junto a ella quitándole uno de los auriculares.
Pausó la canción sonriendo al verlo. ―Insiste con que te eduque sobre la cultura de esa época.
―Ha intentado eso por muchos años, quizá me rinda. ―comenzaron a caminar rumbo al Ragsdale Sweet Corner.
―Eso lo haría muy feliz.
En el camino Stevie volvió a darle el discurso sobre que debía concentrarse más, Avery se defendió argumentando que le gustaba que ella lo ayudase a estudiar. Stevie le preguntó “¿qué pasaría si algún día estoy tan ocupada con mi novio y no tengo tiempo para ti?”. Entonces el oji-azul la miró preocupado y ella se limitó a reírse por la expresión del chico y porque no creía que cosa más absurda pasara. Stevie con novio. De ser por ella hubiese entrado a un convento, pero la iglesia la aburre y no la dejarían escuchar su música ni vestirse como le gusta, así que esa idea estaba por demás desestimada.
Mientras esperaban por los cafés, Stevie se dedicó a darle unas notas a Avery. Ella sonreía y escribía tímidamente. Resultaba absolutamente increíble, todo el asunto. Sus omóplatos eran increíbles. Su irónico amor apasionado por las cosas relacionadas con los 70’s, 80’s y 90’s… es increíble. La forma en que se ríe tan fuerte de los malos chistes de Avery es increíble, todo eso sólo hace que sea aún más sorprendente.
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A estas alturas le resultaba tedioso seguir decaída por la separación. Las dos primeras semanas lloró hasta que una noche, mientras Jo le preparaba un té, intentó seguir llorando, pero nada. Literalmente nada, no salían más lágrimas y comenzó a preocuparse seriamente por estar deshidratada. Esto debe ser lo que su madre sintió cuando su padre dijo que habían terminado, cuando dejó que se fuera sin saber que estaba embarazada. Ahora lo entendía. Lo entendía. Las cosas en las que tienes puestas más esperanzas son las cosas que te destruyen al final. Todo lo que quería era un maldito descanso, una estúpida cosa buena, y eso fue claramente pedir demasiado, querer demasiado.
Se quitó los lentes de lectura y comenzó a masajearse las sienes, estaba cansada, pero por lo menos ya había terminado todos los deberes. Sentía que el estómago se le revolvía y no sabía si era por el hambre o por los nervios porque él vendría. Lo maldijo por ser descuidado, desde que lo conocía, siempre había sido un niño distraído y en todo ese tiempo jamás le importo, era uno de esos detalles que le gustaba, pero justo ahora no necesitaba verlo. ¿Quién mandaba a Killian a dejar su libreta de notas en la pañalera de Harlow?
Escuchó que tocaban, se levantó de golpe sintiendo que las piernas le temblaban con cada paso que daba hasta la puerta. Antes de abrirla respiró profundo una vez más y sonrió falsamente como lo hacía cuando le tomaban las fotos escolares.
―Uh. Hola. ―saludó extendiéndole la mano. La oji-azul lo observó extrañada y al ver que no se movía, él retiró su mano incómodo.
―Pasa, Killian. ―se hizo a un lado dejando el especio suficiente como para que ni rozara un milímetro de ella.
―Así que este es el lugar ¿huh? ―comentó balanceándose hacia delante y atrás sobre sus talones. ―Es… lindo.
―No hay necesidad de ser sarcástico.
―Lo decía en serio, es… ―hizo una mueca frunciendo el entrecejo.―bien, sabes que la casa de huéspedes de mis padres es mucho más grande y está mejor que este lugar.
―Puede que sí, pero esto me gusta. Soy feliz aquí.
―Pues a mí no me gusta.
―¡Entonces lárgate! ―exclamó Jo desde su habitación.
El rizado abrió la boca indignado ―¿Vas a dejar que me trate así? ―trató de sonar ofendido.
―Jo, querida. ―miró a Killian. ― ¡Me encanta tu espíritu, no te reprimas!
―Increíble. ―dejó caer sus brazos exasperado.
―Uh, tu cuaderno. Dame un minuto, ya regreso. ―se dio media vuelta rumbo a la habitación de Harlow.
―¡Te dije que quemaras esa cosa! ―soltó su compañera de departamento.
―Zarina, puedes decirle a Jordan que nadie ha pedido su opinión.
Entró al cuarto del niño cuidando no hacer algún ruido que lo despertara, le había costado ponerlo a dormir y no quería pasar por semejante trabajo otra vez. Gracias a alguna divinidad, Harlow permaneció plácidamente dormido y ni sintió cuando Zarina le acomodó las mantas. Le enterneció ver a su hijo tan… lleno de paz, entonces cayó en cuenta que tenía a Killian en la sala.
Le entregó la libreta evitando mirarlo y procedió a cerrar los libros que dejó sobre la mesa.
―Así que… ¿cómo has estado? ―dijo él abriendo el cuaderno.
―De verdad no has preguntado eso.
― ¿Muy pronto? ―Zarina asintió comenzando a recoger sus cosas.
―Pero dime, ¿qué hay de ti? ―acomodó unos papeles. ―Me han dicho que has estado saliendo.
―Uh-oh. Sí. ―Killian pasó una mano por su creciente mata de rizos. ―Intento recuperar algo de normalidad.
―Eso es bueno, me alegro por ti. ―Medio sonrió intentando que su ansiedad no se notara. El chico la miró dándole a entender qué quería saber lo mismo.
― ¿Yo? ―él asintió. ―No. En absoluto, no he tenido el tiempo ni las ganas.
―Deberías hacerlo.
―Suerte con eso, ―Jo pasó junto a ellos con una taza de chocolate. ―he intentado convencerla para salir esta noche. Su madre se ofreció para cuidar a Harlow.
―No lo creo, estoy bien, ―miró a ambos. ―de verdad.
―Solo piénsalo. ―Killian estuvo por tocar la mano de Zarina, pero se detuvo y desvió la mirada a un punto cualquiera de la pared. Es como si él supiese que si la tocaba, probablemente Zarina perdería el control con él, comenzaría a golpearlo y a llorar y a pedirle que regresarán y a decirle lo mucho que lo extrañaba, y no querría verlo nunca más. Así que en lugar de eso, Killian sólo tomó sus cosas y se fue mientras la chica se cubría los ojos, como si estuviese literalmente tratando de volverse invisible.
Jordan se pasó la siguiente media hora convenciéndola de que salir le ayudaría a despejar su mente e incluso ya había llamado a la madre de la semi-rubia para que pasara a recoger a Harlow. Por más que no quisiera salir, le debía a su amiga una noche de tranquilidad y bueno, está el hecho de que no le puede negar nada a Jo. Venga, es Jo de quien estamos hablando, la chica que la ayudó la noche que se fue de ese lugar, quien aguantó sus meses depresivos, todas las noches y días de llanto.
Se encontraban en la fila de, según parecía, un bar. El viento helado de Chicago abofeteaba su rostro burlándose de ella por haber obedecido a su castaña amiga y salido con un vestido ceñido. Los pies le dolían, hace mucho que no usaba tacones tan altos.
―Recuérdame, ¿por qué hago esto? ―expresó avanzando hacia la entrada.
―Porque me adoras y me lo agradecerás algún día.
―Debo agradecerte por muchas cosas.
―Estamos a mano, tú me ayudaste cuando lo necesité ―el tono de Jo disminuyó al decir lo último. ―Pero no nos pongamos sentimentales ahora.
Repasando la noche, Zarina había bebido como no lo hacía desde la noche en la que Killian y ella concibieron a Harlow. Puede que su amiga haya tenido razón y en serio necesitaba esto. Cerca de la una de la madrugada no soportó seguir de pie y fue a sentarse a la barra mientras Jo llamaba un taxi. Dejó su bebida y se echó a reír sin razón alguna. El tío sentado junto a ella la miró detenidamente, ella se disculpó por si lo había molestado, el chico de la sonrisa brillante y cabello color miel le dijo que no se preocupara y le invitó otro trago.
Las cosas iban bien hasta que él dijo: ― ¿Quieres tener una aventura?
―Primero dime ¿qué entiendes por aventura? ―Zarina no lo tomó en serio y le dio otro sorbo a su bebida.
―Algo como ir a mi departamento, ya sabes.
―Ni siquiera sé cómo te llamas.
―Red. Mucho gusto. ―le extendió la mano y eso le recordó a lo sucedido con Killian hace unas horas. Ladeó la cabeza y le respondió al saludo.
―Zarina. ―se presentó. ―Debo estar muy desesperada, ―dijo dejando escapar una risilla. ―o ebria… porque creo que aceptaré.
En eso llegó Jo tomándola del brazo. ―Vamos, Zarina. Te arrepentirás en la mañana, créeme.
―Míralo, no creo que haya forma de que me arrepienta. ―con su brazo libre apuntó a Red.
―Muévete. ―Tomó el bolso de la semi-rubia y volvió a jalarla.
El chico este, Red, tomó una de las servilletas de la barra y anotó su número, Zarina hizo lo mismo porque su teléfono estaba en su bolso y era más que seguro que Jo no le dejaría sacarlo.
―¡Te llamaré! ―Exclamó tambaleándose hacia la puerta.
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Las personas suelen decir que las fiestas universitarias son descontroladas y todo el asunto. No pueden estar más de acuerdo. Al irse a vivir a ese lugar supuso que cosas así pasarían, debía intentar dejar de ser tan raro y convivir más con sus compañeros. Alex, el chico de primer año con el que compartía habitación (y que gracias a las deidades pasaba la mayor parte de su tiempo fuera del cuarto), lo había invitado a una fiesta de un tipo del que ni se tomó la molestia de aprender el nombre. Al repasar sus opciones pensó en lo patético que era que un crio de primer año lo invitase a una fiesta para que hiciera más amigos. Él tenía amigos, la mayoría ficticios, pero los reales eran guays. En fin, Ace solía ser un chico bastante peculiar.
Entonces se encontraba ahí, con un vaso de vodka en la mano riéndose de la sarta de estupideces que personas de su edad hacían en esas fiestas. Se preguntó por qué él no podía dejarse llevar y hacer lo mismo, pero se dio cuenta que ese deseo era absurdo. Unas chicas se subieron a la mesa de pool a bailar semi-desnudas y la rubia resbaló cayendo sobre un trío de chicos ebrios. No es como si le gustase el dolor ajeno, simplemente encontraba fascinante el comportamiento humano.
Quiso huir al ver que la pelirroja esta, Marny, de su clase de historia romana, se le acercaba casi cayéndose. Según escuchó a unas chicas, a Marny le gustaba Ace, otras más honestas decían que solo quería cogérselo y entonces pensó en lo bizarro que sonaba. Pero el sentimiento no era mutuo, ya le había insinuado que no quería nada con ella, quizá no era el mejor dando indirectas.
―¡Ace! ―Gritó sobre la ensordecedora música, su aliento impregnado de alcohol. ―Estaba pensando en que tal vez, después de la fiesta, quisieras que nos vayamos a mi dormitorio. ―arrastraba cada palabra.
―¿Siempre dices lo que piensas? ―Tan pronto como se lo dijo, Marny perdió el equilibrio y Ace no tuvo más remedio que sostenerla. Mientras intentaba que la pelirroja se mantuviera de pie, algo en la entrada capturó su atención. Una delgada chica de pelo negro y con las piernas más largas que haya visto, entró junto a una rubia que a los segundos la dejó sola. ―Te la encargo. ―les dijo a unas chicas junto a él antes de pasarles a Marny.
Siguió de lejos a la muchacha observando cómo tipos ebrios intentaban conseguir algo y ella se les negaba de inmediato. Rio ante esto. Una pareja calenturienta le obstruyó la vista y cuando se los quitó del camino, ella ya no estaba, la buscó desesperado con la mirada y reconoció su melena negra dirigirse a una de las salidas de emergencia. Algo en él lo empujó a seguirla.
Al fondo del callejón los botes de basura chocando contra los muros retumbaron en los oídos de Ace. Pudo asegurar que estaban arrojando un cuerpo hacia estos… no es como si supiera exactamente cómo suena un cuerpo contra botes de basura, pero había visto demasiadas series y películas como para sospecharlo. Su hermana solía decirle que programas así no le traían beneficio alguno, así que desde que se mudó al campus, podía verlos sin ser molestado y esto era algo que agradecía cada día.
El grito agudo de una chica activó la chispa de inquietud en él por lo que rápidamente abrió el portón de metal. Viro a ambos lados encontrándose con un tipo tirado al fondo del callejón, otro corriendo de la escena y a la chica de hace rato acurrucada entre unos botes de basura. Se esforzaba por cerrar los ojos, como cuando eres niño y piensas que al hacerlo, todas las cosas malas van a desaparecer. Corrió a ver si el muchacho del fondo estaba herido o algo, cuando se le acercó, este le dijo que lo habían jodido, Ace lo miró confundido y él tío este le dijo, a penas, “me han apuñalado, hombre, necesito ayuda.” El castaño asintió, escuchó el llanto de la peli-negra y se dirigió hacia ella arrodillándose para verla mejor.
―¿Estás bien? ¿te hizo algo? ―preguntó inquieto. Ella negó con los ojos cerrados.
Sacó su teléfono celular y marco el novecientos once pidiendo ayuda por el chico herido. La monótona voz de la mujer lo irritó de sobremanera, casi le gritó la dirección y colgó enojado. “Dios, es una emergencia. No puede ser que se lo tomen tan a la ligera.” pensó articulando una expresión de molestia. Dirigió su atención a la indefensa chica junto a él.
―Tranquila. ―Estrechó en sus brazos a la delgada chica. Esta temblaba y sus sollozos se hacían más fuertes. ―Ya pasó. Ya pasó. Estarás bien. ―Hizo que se parara e inspeccionando el lugar por seguridad, comenzó a caminar agarrando a la chica para que no se cayera. ― ¿Recuerdas tu nombre? ¿Dónde vives o algo? ―ella asintió varias veces.
―So-soy Vanilla. ―Siseó. Él se detuvo haciendo que ella lo siguiera.
―Ace. ―dijo sonriéndole, una autentica sonrisa.
―Vanilla-Ace. ―Repitió intentando sonreír y limpiándose las lágrimas.
―Pues concéntrate en eso, solo piensa en lo irónico y gracioso de esta coincidencia.
El único lugar en todo el departamento que no se atrevió a tocar era el armario al final del pasillo, un pequeño lugar de tres metros de altura por uno y medio de ancho, resultaba insignificante, pero si lo pensaba, y lo hacía mucho, tenía gran significado. Algunas de sus cosas de seguro seguían ahí. Cuando se mudaron y guardaron la última caja en ese armario fue cuando él dijo: “Seremos muy felices aquí.” Ahora le resultaba tonto haber creído que funcionaría. Que podría arreglar a Faith.
Inspiró aire cansado una vez más antes de sujetar el pomo carente de brillo. Jaló de la delgada cadena que encendía el único foco… y sí, efectivamente aún quedaban cosas de ella. Tres cajas con ropa, discos de pésimas bandas y un par de botellas de wisky. Al tomar la caja que estaba hasta arriba, una foto cayó a la altura de su pecho, eran Faith y él en un concierto-homenaje a Nirvana. Los recuerdos comenzaron a nublarle la mente, ella solía referirse a ambos como Courtney y Kurt, fue por lo que se conocieron y congeniaron en ese entonces. Esa fue la razón por la que se molestó con Caprice el día de la fiesta cuando la vio vestida así.
Dejó la caja en el piso y se quedó observando la desgastada imagen, entonces pensó que quizás no se había acabado, y quizás podría sentir su mano en la suya otra vez y escuchar su alta y demandante voz al decirle te quiero rápida y silenciosamente como siempre lo decía. Ella decía te quiero como si fuera un secreto, y uno grande. Sacó su teléfono celular sin dejar de observar la foto, presionó el dos de marcado rápido y se llevó el aparato hasta la oreja. Escuchó el tono de llamada dos veces y ella contestó.
―¿Zeth? ―maldijo el hecho de que aún lograra estremecerlo al decir su nombre, pero ya no era una sacudida como las de antes, faltaba algo. ―¿Qué ha pasado?
―Uh. Nada. Solo, ―se llevó la mano con la foto a la frente. ―solo estaba limpiando el armario donde solíamos guardar las-
―Zeth, ya hemos hablado de esto. Sé que me extrañas, pero yo-
―No había terminado. ―La interrumpió así como ella hizo hace instantes. Quiso reírse de él mismo por haber pensado que aún podían solucionarlo. ―Bien, lo que quería decir es que encontré más basura que dejaste, ―cerró la puerta del armario. ―así que si aún te interesa recuperarla, estará por un día con el conserje y si no vienes por ella tiene órdenes de donarla a los indigentes. Era eso, adiós. ―No dejó que le respondiera y colgó de inmediato.
Esa mañana en especial no tenía ganas de ir a la universidad o de respirar, si quiera. Otro año más, vaya pérdida de tiempo. Pero debía entregar un reporte importante en el que había trabajo todo el fin de semana y tenía sesiones con alrededor de tres personas, no podía quedarles mal. Ordenó sus cosas en el maletín y salió sin desayunar como siempre. No desayuna nada. Nunca desayuna nada. No desayuna desde que es capaz de salir por la puerta sin desayunar antes.
El camino a la universidad y la forma en la que las clases trascurrieron le pareció eterno, en lo que iba del día, nadie le había acercado si quiera a darle un abrazo (aunque le parecía incómodo). No los culpaba, él jamás había contado mucho sobre sí. Para la hora de sus sesiones agradeció estar solo (literalmente ser el único en su oficina) aunque sea por unos breves minutos. Su primer paciente no llegaba hasta dentro de diez minutos. Se recostó en el sillón de cuero mirando el techo sin razón alguna, entonces la puerta del salón se abrió.
―¡Feliz cumpleaños, Zeth! ―Exclamó una entusiasmada Zarina entrando a su oficina. Se paró como un resorte por la sorpresa. ―El pastel es de parte de Ava, realmente no quería envenenarte así que decidimos que era mejor que ella se encargara de esto. ―continuó dejando el pastel sobre el escritorio del peli-negro.
―Gracias, Zarina. ¿Cómo lo supiste? ―aunque llevaba tiempo conociendo a la semi-rubia, no recordaba haberle mencionado cuándo cumplía años.
―Costó mucho, sí. Pero es increíble lo fácil que es acceder a la información de las personas en este campus. ―explicó abrazándolo rápido. ―A Ava le hubiera gustado estar aquí para felicitarte, pero iba tarde a sus clases de cocina.
―Es muy dulce. ―comentó porque de verdad le agradaba la castaña, durante el tiempo que la trató y las veces que se veían, la chica lograba contagiarle la buena vibra y no podría estar más agradecido por eso.
―Siento que algo ha pasado. ―se acomodó en el sillón de cuero frente al escritorio de Zeth.
―Es sorprendente, desde que tuviste a Harlow parece que logras ver a través de las personas. ―la examinó detenidamente. ―Debería creer más en lo que llaman instinto de madre.
―Cosas así te cambian. Pero dime ¿cuál es el problema?
―El problema, exactamente, es que me ha dejado. ―se sentó frente a la semi-rubia. ―Que estoy solo. Oh Dios mío, estoy solo otra vez. Y no solo eso, sino que soy un desastre total en el caso de que no te hayas dado cuenta. ―sacó un cigarro de uno de los cajones de su escritorio y comenzó a fumar cerca de la ventana. ―Tengo que dejar esto. ―dijo refiriéndose al cigarrillo. ―Pero no puedo. Hay mucho de mi madre en mí.
Cuando Zarina lo dejó cayó en cuenta que su siguiente paciente era Caprice, no tenía ánimos para tratar con ella, no ahora. Estaba con buen humor y a la vez no se había sentido deprimido a ese nivel en semanas. Debía ser profesional por lo que se dedicaría a hacer su trabajo. Tuvo un gran avance con la chica y no lo echaría a perder por una simple discusión que no incluyó palabras sino evasiones. Dio inicio a la sesión como ya estaba acostumbrado, se dio cuenta que ella no dejaba de mirarlo y comenzaba a sentirse incómodo. No había necesidad, de verdad que no.
―¿Crees estar lista para hablar sobre tu familia? ―Preguntó con la vista en su libreta.
―Me gustaría hablar sobre otra cosa, si te parece. ―se limitó a asentir. ―Esto es extraño, pero solo lo diré una vez. ¿Qué pude haber hecho como para que me odies?
―No te odio.
―Me parece que sí.
―¿Y por qué piensas eso? ―levantó la vista para encontrarse con una Caprice exasperada.
―La fiesta a la que me llevaste, a la que por cierto no quería ir en un principio. Desde esa noche has estado alejado. ―Se removió en su lugar. ―Ni siquiera estuviste conmigo como lo prometiste.
―No es cierto.
―¡Claro que sí! ―elevó el tono de voz. ―Te la pasaste con Avalanna Newton. Se supone que me invitaste, no a ella.
―Hubo algo, sí. Es personal, algún otro día te lo diré. ―admitió tomando su libreta de nuevo. ―Pero ahora estamos para saber de tus problemas, no los míos.
Lidiar con gente molesta (bullies) era cosa de la prepa, o eso pensaba. No creía que alguien con las neuronas suficientes siguiera con esas estupideces aun en la universidad, pero esto probaba que de nuevo se equivocaba en sus aceleradas conclusiones. Según su hermano, debía ignorarlo, se cansaría en algún momento. Para Ryan, si lo ignoraba, esto le daría más ganas para joderle la condenada paciencia… y ambos tenían razón. Pero por qué, entre todas las personas molestables, le tocaba a Nixon lidiar con tipos como ese. Existían Lennox Newton’s para fastidiar. Él simple y llanamente intentaba pasar bajo el radar y aun así no era lo suficientemente bueno en aquello.
Según lo veía, Nyx estaba constantemente dividido entre matarse o matar a todos los que le rodean. Esas parecían ser sus dos opciones. Respiró profundo de nuevo, este tipo no valía su tiempo y, honestamente, prefería ver a este tío que se daba las de psicólogo que a seguir escuchando las estupideces de este grandulón.
―¿Has terminado? Tengo cosas que hacer. ―comentó agachándose para recoger su maletín.
―¿Iras con tu novio, marica? ―se burló pateando el maletín del pelirrojo.
―Oh, Trevor. Si fuera así, créeme que ni tendría tiempo para nuestros siempre dulces encuentros.
El corpulento chico frente a él se echó a reír ruidosamente. ―Te dejaré solo para que vayas a ser gay con tu gay hermano y tu gay familia que, oh, cierto. No tienes familia.
Fue todo, la tolerancia de Nixon rebasó su límite. Agarró al chico por el cuello de su barata imitación de camiseta polo. Lo estampó contra el muro y observó que este ni se lo esperaba.
―Hey, tranquilo Nixon. Solo estaba jugando. ―siseó nervioso al ver la vena palpitante en el cuello del pálido chico.
― ¿Alguna vez se te ha ocurrido por un brevísimo puto momento que mi vida quizás sea peor que la tuya? ―Sacudió una vez más al chico, viró los ojos y dejó que se fuera.
Cansado recogió sus cosas y apresuró el pasó revisando su teléfono celular en el camino. Declan le dejó un mensaje avisándole que llegaría tarde y que no olvidara alimentar a los peces. Se encontraba tan absorto en sus cosas que chocó con alguien ocasionando que los celulares de ambos cayeran.
―Lo siento. ―Se apresuró a recoger su teléfono.
―Descuida. ―Masculló la rubia frente a él buscando el suyo en el piso. ―Cosas así pasan. ―Nixon se limitó a soltar un “ajá” en respuesta y dio media vuelta a la oficina del psicólogo-consejero-etc.
No se consideraba fiel creyente de la terapia, pero el decano había sido muy claro al ordenarle que fuera en busca de ayuda. “Como si necesitara esta mierda.” De todos modos le parecía buena forma de pasar su tiempo después de clases y su hermano también le dijo que sería útil de alguna forma.
―Nyx. ¿Puedo decirte Nyx? No importa, de todos modos te diré así. ―Tan rápido como lanzó la pregunta, Zeth se apresuró a responderla sin darle tiempo al falso pelirrojo para siquiera abrir la boca. ―Entonces. La melancolía es algo demasiado doloroso y que penetra con demasiada profundidad en las raíces de nuestra existencia humana como para que podamos abandonarla sólo en manos de los psiquiatras o psicólogos, pero de ninguna forma digo que no funcione. ―Se removió en el diván de cuero negro. ―Pero si nos interrogamos aquí entonces, acerca de su sentido, no queremos decir con esto que se trate para nosotros de una cuestión psicológica o psiquiátrica sino de orden espiritual. Creemos que se trata de algo relacionado con las profundidades de nuestra naturaleza humana.
―¿No debes ser loquero para esto? ―El pelirrojo se subió las mangas de su chaqueta. ―Porque digo, eres un consejero, eso dice en la puerta.
―No me gusta definirme por lo que dice un cartel. ―lo miró apacible ―A la mayoría de quienes vienen aquí les gusta decir que van al psicólogo, no sé por qué. ―Se encogió de hombros. ―Y, por cierto, tengo estudios en psicología y psiquiatría. ―terminó apuntándolo con el lapicero.
―Oh. Entendido.
―Así que Nyx. ¿Cómo tomaste lo ocurrido con tu familia?
―Fue divertido. No me refiero a que la muerte me cause gracia. ―se apresuró a corregirse. ―Quiero decir que la atención que Declan y yo recibimos, de la noche a la mañana, fue algo digno de risa. Épico.
―Épico ¿huh? ―anotó algo en su libreta y volvió a mirarlo. ―¿Por qué crees que fue digno de risa?
―Porque a personas a quienes les importábamos una reverenda mierda, de repente comenzaron a vernos con compasión.
―¿Crees que sintieron pena porque… ? ―Se detuvo, no estaba seguro si el oji-verde estaba listo para hablar del tema, aunque en lo que llevaba hablando con Nixon, le pareció que se lo tomaba muy bien.
―Anda Zeth, dilo sin pena. ―lo animó. ―Mi padre fue un polígamo que trajo a su otra mujer y a mi hermano a vivir con nosotros y, como si no fuera suficiente, se cortó la garganta frente a mí. ―frunció los labios en una línea fina mientras asentía. ―¿Si creo que les dimos pena por eso? Por supuesto. La gente está tan ocupada en sus aburridas vidas que escándalos como el de mi familia, les dan energía para seguir con lo suyo.
―Me entusiasma que seas tan abierto con el tema, es un buen inicio. ― dijo complacido. ―Supongo que la gente está como “por lo menos no nos ha pasado a nosotros.” Es la naturaleza humana egoísta y reconfortante.
―Exacto. ―afirmó sonriente. ―Pero nosotros les dimos un gran espectáculo. Digo, ¿qué tan seguido presencias un homicidio-suicidio-suicidio? Son cosas que solo ves en Discovery Investigation. Por cierto, amo ese canal. ―Hizo una mueca como de haber recordado algo desagradable. ―Mi hermano y yo fuimos famosos por meses, supongo que debí haberlo aprovechado más.
―¿Qué hiciste con esa fama?
―Bueno, durante una entrevista pedí que dejaran de cazar ballenas. ―aceptó soltando una pequeña risa. ―En mi defensa, en ese momento me pareció buena idea y algo sumamente inteligente.
Puede que haya subestimado la idea de la terapia y a Zeth, pero en todos los años en los que fue a diferentes psicólogos, estos resultaban aburridos. La misma monótona charla de siempre. El chico de ahora era alguien con quien podía hablar sin sentir ganas de matarse cada cinco segundos. Seguiría yendo porque, como lo mencioné antes, no tenía nada mejor que hacer al terminar las clases. Su teléfono sonó, pero lo dejó algo descolocado ver el nombre de “Grayson”. Él no conocía a nadie llamado así. Contestó curioso.
―¿Heath? ―habló el tal Grayson.
―Nop. Número equivocado. ―Colgó sin darle importancia, incluso aunque odiase que las personas lo llamaran buscando a otros. Sonó de nuevo y era el mismo tipo. ―¡Que no soy Heath! ―Cortó molesto. El aparato debió sonar unas tres veces más hasta que Nixon revisó por qué lo confundían con una chica. ―Oh, al parecer sí soy Heath. ―Habló consigo mismo al darse cuenta que no era su teléfono, aunque era idéntico al suyo. Seguro lo cambió al chocar con la rubia de hace rato.
Se pasó el resto de la tarde y buena parte de la noche revisando el celular de Heath. Nixon creía en cosas como la privacidad y demás chorradas, pero las ganas de curiosear podían más así que, después de una hora pensando en ver lo que contenía, lo dejó a la moneda y se quedó despierto investigando sobre esta chica. Le resultaba interesante. Los libros que tenía, todos estaban en ruso (gracias a que un verano cuando era niño, aprendió el idioma, pudo leerlos) y terminó dos mientras escuchaba las canciones que había descargado.
No fue hasta las tres cuarenta de la madrugada cuando los ojos comenzaron a arderle, tenía esta mala costumbre de leer a oscuras y era molesto detenerse por eso. Había decidido que llamaría a Heath en la mañana, ya se inventaría algo por no haberlo hecho a penas se dio cuenta que el aparato no era suyo. Lo dejó sobre la mesita de noche y se acomodó la almohada para descansar cuando este sonó asustándolo porque no quería despertar a Declan. Se apresuró a contestar con el corazón acelerado por el sobresalto, era él, osea, Heath lo estaba llamando desde su celular (se tomó la molestia de guardar su número en el teléfono de la rubia)
―¿No pensabas recuperar tu teléfono? ―Preguntó una suave y cansada voz.
―Iba a llamar, de verdad, ―dijo Nyx reprimiendo un bostezo. ―pero tienes muchas cosas interesantes aquí, aunque no precisamente lo que esperaba, quiero decir, por lo general las chicas como tú tendrían cientos y cientos de fotos de ellas mismas al natural.
―¿Chicas como yo?
―Sí, ya sabes, ―Nyx dibujó la silueta de una mujer con su mano libre, quiso darse un zape al darse cuenta que ella no podía verlo. ―acabo de dibujar la figura de una chica.
―Tiene sentido. ―no supo si era sarcástica, pero tampoco le importó. ―Y lamento decepcionarte, pero si me invitas unos shots quizás eso cambie, salvo que, claro, la cuestión es que yo acepte.
― ¿Me estás proponiendo algo?
―Ya te dije, primero debo aceptar.
―Entonces ¿Puedo pasar por ti? ―dijo con la vista en el techo.
―Son casi las cuatro am.
―¿Entonces sí?
La escuchó reírse al otro lado de la línea, no en forma de burla, una risa inocente. ―Mejor duerme ya, podemos hablar de esto luego. ―bostezó agotada. ―Me he divertido revisando lo que tenías.
―Somos dos.
Podría ser por su apariencia. No, ella era realmente muy bonita; a lo mejor y no les parecía muy inteligente… bah, esta chica era una genio (igual no exageremos); entonces, quizá estaba en su actitud y el poco esfuerzo que ponía para caerle bien a los demás. No le importaba y jamás le importó… excepto, bueno, esa vez cuando tenía ocho años, aunque eso no cuenta, hace como si no contara porque fueron sus primeros años. Así que para Stevie Rhodes, eso de gustarle a la gente, iba último entre sus prioridades.
Cuando era pequeña, su papá solía decirle que podía escoger a sus amigos, y podía beber café, pero no podía llevarle café a sus amigos. Esa parecía una astuta y sensata observación cuando tenía once años, pero resultó ser incorrecta en ciertos aspectos. Para empezar, no es posible escoger a tus amigos, o de lo contrario nunca habría terminado con alguien como Avery. En cierta forma sonaba patético el hecho de no tener amigo alguno además de ese muchacho de ojos azules al que le había llevado café por casi cinco años, pero le gustaba y se sentía cómoda así. Su padre debía agradecer que no lo molestaba pidiéndole las llaves del coche para ir a una fiesta o que tuviera que lidiar con un grupo de niñas hormonales. Solo estaba Avery aka alérgico a los deportes y cosas relacionadas con la segunda mitad del siglo XX.
Cerró la llave de la ducha y se envolvió en una toalla cuidando dónde pisaba para no resbalar, le impresionaba la cifra de accidentes y/o muertes ocasionadas por resbalar en la ducha, casi tanto como las relacionadas por electrocutarse al tocar objetos con las manos mojadas. Su teléfono sonó inundando el lugar con la melodiosa voz de Laura O’Connell.
― ¿Estás en una piscina? ―preguntó desesperado.
―Estoy en el baño. ―de mala gana limpió el espejo empañado por el vapor de la ducha.
― ¿Sola?
― ¡Pues claro!
―No pierdas los estribos, solo preguntaba.
― ¿Qué quieres, Avery? ―buscó entre las cajas el hilo dental.
―Tengo examen dentro de tres horas y no comprendo nada sobre, uh. ―escuchó cómo pasaba las hojas. ―¿Lo ves? Ni siquiera recuerdo de qué va la cosa sobre la que no tengo idea.
―Esta es una buena forma de iniciar mis mañanas. ―esto contenía, y a la vez no, sarcasmo. ―Quince minutos en la parada de autobuses.
―No olvides el café.
―Entonces veinticinco.
―Bien, podemos comprarlo camino a la universidad. ―la escuchó reír y antes de que colgara dijo: ―Realmente no sé qué haría sin ti, Stevie.
La forma en la que Avery y ella se habían convertido en esta especie de amigos no fue la más común, ni la más graciosa, ni la más… a decir verdad fue raro. Cuando Stevie tenía quince años, su padre y ella se mudaron a Chicago para estar más cerca de la poca familia que le quedaba. Entonces, si en la anterior secundaria no hizo amigo alguno (y eso que conocía a la mayoría desde primaria), aquí le resultaría mucho más difícil. Las chicas que iban con ella la habían catalogado como friki desde el primer día y así siguió hasta el siguiente año en el que, un mañana, mientras iba camino a la parada de autobuses, un chico al que siempre veía (pues vivían en el mismo vecindario y era compañero de clases) apareció junto a ella como si no hubiese dormido en años y recientemente hubiese explotado de ira. Hacía mucho frío y este chico apareció con una camiseta de mangas cortas por lo que ella notó que temblaba cuando se paró junto a ella. Stevie lo miró unos segundos entrecerrando los ojos, luego al vaso de café que tenía entre sus guantes y le tomó menos de tres segundos acercarle la bebida, este lo aceptó y esa fue toda la conversación-no-existente. Al día siguiente ella trajo dos vasos de café y así siguió por semanas y semanas hasta que una mañana por fin le habló, pero para pedirle ayuda sobre un trabajo que les habían dejado.
Sentía como si su vida estuviera tan dispersa. Como si todo fueran pequeños pedazos de papel y alguien se ensañaba con soplar estos pedazos lejos de ella. Pero al hablarle, sentía como si ese molesto soplido parara por un momento. Como si las cosas pudieran tener sentido. La volvía a unir completamente, apreciaba mucho eso. Agradecía por tener a alguien como Avery.
En quince minutos exactos la rubia apareció en la parada de autobuses con los auriculares puestos tarareando algo de la mejor amiga de su padre (y suya), Stevie Nicks. La maravillosa mujer por la que se llamaba así.
―Aun no comprendo la fascinación de tu padre con Fleetwood Mac. ―Comentó el chico junto a ella quitándole uno de los auriculares.
Pausó la canción sonriendo al verlo. ―Insiste con que te eduque sobre la cultura de esa época.
―Ha intentado eso por muchos años, quizá me rinda. ―comenzaron a caminar rumbo al Ragsdale Sweet Corner.
―Eso lo haría muy feliz.
En el camino Stevie volvió a darle el discurso sobre que debía concentrarse más, Avery se defendió argumentando que le gustaba que ella lo ayudase a estudiar. Stevie le preguntó “¿qué pasaría si algún día estoy tan ocupada con mi novio y no tengo tiempo para ti?”. Entonces el oji-azul la miró preocupado y ella se limitó a reírse por la expresión del chico y porque no creía que cosa más absurda pasara. Stevie con novio. De ser por ella hubiese entrado a un convento, pero la iglesia la aburre y no la dejarían escuchar su música ni vestirse como le gusta, así que esa idea estaba por demás desestimada.
Mientras esperaban por los cafés, Stevie se dedicó a darle unas notas a Avery. Ella sonreía y escribía tímidamente. Resultaba absolutamente increíble, todo el asunto. Sus omóplatos eran increíbles. Su irónico amor apasionado por las cosas relacionadas con los 70’s, 80’s y 90’s… es increíble. La forma en que se ríe tan fuerte de los malos chistes de Avery es increíble, todo eso sólo hace que sea aún más sorprendente.
A estas alturas le resultaba tedioso seguir decaída por la separación. Las dos primeras semanas lloró hasta que una noche, mientras Jo le preparaba un té, intentó seguir llorando, pero nada. Literalmente nada, no salían más lágrimas y comenzó a preocuparse seriamente por estar deshidratada. Esto debe ser lo que su madre sintió cuando su padre dijo que habían terminado, cuando dejó que se fuera sin saber que estaba embarazada. Ahora lo entendía. Lo entendía. Las cosas en las que tienes puestas más esperanzas son las cosas que te destruyen al final. Todo lo que quería era un maldito descanso, una estúpida cosa buena, y eso fue claramente pedir demasiado, querer demasiado.
Se quitó los lentes de lectura y comenzó a masajearse las sienes, estaba cansada, pero por lo menos ya había terminado todos los deberes. Sentía que el estómago se le revolvía y no sabía si era por el hambre o por los nervios porque él vendría. Lo maldijo por ser descuidado, desde que lo conocía, siempre había sido un niño distraído y en todo ese tiempo jamás le importo, era uno de esos detalles que le gustaba, pero justo ahora no necesitaba verlo. ¿Quién mandaba a Killian a dejar su libreta de notas en la pañalera de Harlow?
Escuchó que tocaban, se levantó de golpe sintiendo que las piernas le temblaban con cada paso que daba hasta la puerta. Antes de abrirla respiró profundo una vez más y sonrió falsamente como lo hacía cuando le tomaban las fotos escolares.
―Uh. Hola. ―saludó extendiéndole la mano. La oji-azul lo observó extrañada y al ver que no se movía, él retiró su mano incómodo.
―Pasa, Killian. ―se hizo a un lado dejando el especio suficiente como para que ni rozara un milímetro de ella.
―Así que este es el lugar ¿huh? ―comentó balanceándose hacia delante y atrás sobre sus talones. ―Es… lindo.
―No hay necesidad de ser sarcástico.
―Lo decía en serio, es… ―hizo una mueca frunciendo el entrecejo.―bien, sabes que la casa de huéspedes de mis padres es mucho más grande y está mejor que este lugar.
―Puede que sí, pero esto me gusta. Soy feliz aquí.
―Pues a mí no me gusta.
―¡Entonces lárgate! ―exclamó Jo desde su habitación.
El rizado abrió la boca indignado ―¿Vas a dejar que me trate así? ―trató de sonar ofendido.
―Jo, querida. ―miró a Killian. ― ¡Me encanta tu espíritu, no te reprimas!
―Increíble. ―dejó caer sus brazos exasperado.
―Uh, tu cuaderno. Dame un minuto, ya regreso. ―se dio media vuelta rumbo a la habitación de Harlow.
―¡Te dije que quemaras esa cosa! ―soltó su compañera de departamento.
―Zarina, puedes decirle a Jordan que nadie ha pedido su opinión.
Entró al cuarto del niño cuidando no hacer algún ruido que lo despertara, le había costado ponerlo a dormir y no quería pasar por semejante trabajo otra vez. Gracias a alguna divinidad, Harlow permaneció plácidamente dormido y ni sintió cuando Zarina le acomodó las mantas. Le enterneció ver a su hijo tan… lleno de paz, entonces cayó en cuenta que tenía a Killian en la sala.
Le entregó la libreta evitando mirarlo y procedió a cerrar los libros que dejó sobre la mesa.
―Así que… ¿cómo has estado? ―dijo él abriendo el cuaderno.
―De verdad no has preguntado eso.
― ¿Muy pronto? ―Zarina asintió comenzando a recoger sus cosas.
―Pero dime, ¿qué hay de ti? ―acomodó unos papeles. ―Me han dicho que has estado saliendo.
―Uh-oh. Sí. ―Killian pasó una mano por su creciente mata de rizos. ―Intento recuperar algo de normalidad.
―Eso es bueno, me alegro por ti. ―Medio sonrió intentando que su ansiedad no se notara. El chico la miró dándole a entender qué quería saber lo mismo.
― ¿Yo? ―él asintió. ―No. En absoluto, no he tenido el tiempo ni las ganas.
―Deberías hacerlo.
―Suerte con eso, ―Jo pasó junto a ellos con una taza de chocolate. ―he intentado convencerla para salir esta noche. Su madre se ofreció para cuidar a Harlow.
―No lo creo, estoy bien, ―miró a ambos. ―de verdad.
―Solo piénsalo. ―Killian estuvo por tocar la mano de Zarina, pero se detuvo y desvió la mirada a un punto cualquiera de la pared. Es como si él supiese que si la tocaba, probablemente Zarina perdería el control con él, comenzaría a golpearlo y a llorar y a pedirle que regresarán y a decirle lo mucho que lo extrañaba, y no querría verlo nunca más. Así que en lugar de eso, Killian sólo tomó sus cosas y se fue mientras la chica se cubría los ojos, como si estuviese literalmente tratando de volverse invisible.
Jordan se pasó la siguiente media hora convenciéndola de que salir le ayudaría a despejar su mente e incluso ya había llamado a la madre de la semi-rubia para que pasara a recoger a Harlow. Por más que no quisiera salir, le debía a su amiga una noche de tranquilidad y bueno, está el hecho de que no le puede negar nada a Jo. Venga, es Jo de quien estamos hablando, la chica que la ayudó la noche que se fue de ese lugar, quien aguantó sus meses depresivos, todas las noches y días de llanto.
Se encontraban en la fila de, según parecía, un bar. El viento helado de Chicago abofeteaba su rostro burlándose de ella por haber obedecido a su castaña amiga y salido con un vestido ceñido. Los pies le dolían, hace mucho que no usaba tacones tan altos.
―Recuérdame, ¿por qué hago esto? ―expresó avanzando hacia la entrada.
―Porque me adoras y me lo agradecerás algún día.
―Debo agradecerte por muchas cosas.
―Estamos a mano, tú me ayudaste cuando lo necesité ―el tono de Jo disminuyó al decir lo último. ―Pero no nos pongamos sentimentales ahora.
Repasando la noche, Zarina había bebido como no lo hacía desde la noche en la que Killian y ella concibieron a Harlow. Puede que su amiga haya tenido razón y en serio necesitaba esto. Cerca de la una de la madrugada no soportó seguir de pie y fue a sentarse a la barra mientras Jo llamaba un taxi. Dejó su bebida y se echó a reír sin razón alguna. El tío sentado junto a ella la miró detenidamente, ella se disculpó por si lo había molestado, el chico de la sonrisa brillante y cabello color miel le dijo que no se preocupara y le invitó otro trago.
Las cosas iban bien hasta que él dijo: ― ¿Quieres tener una aventura?
―Primero dime ¿qué entiendes por aventura? ―Zarina no lo tomó en serio y le dio otro sorbo a su bebida.
―Algo como ir a mi departamento, ya sabes.
―Ni siquiera sé cómo te llamas.
―Red. Mucho gusto. ―le extendió la mano y eso le recordó a lo sucedido con Killian hace unas horas. Ladeó la cabeza y le respondió al saludo.
―Zarina. ―se presentó. ―Debo estar muy desesperada, ―dijo dejando escapar una risilla. ―o ebria… porque creo que aceptaré.
En eso llegó Jo tomándola del brazo. ―Vamos, Zarina. Te arrepentirás en la mañana, créeme.
―Míralo, no creo que haya forma de que me arrepienta. ―con su brazo libre apuntó a Red.
―Muévete. ―Tomó el bolso de la semi-rubia y volvió a jalarla.
El chico este, Red, tomó una de las servilletas de la barra y anotó su número, Zarina hizo lo mismo porque su teléfono estaba en su bolso y era más que seguro que Jo no le dejaría sacarlo.
―¡Te llamaré! ―Exclamó tambaleándose hacia la puerta.
Las personas suelen decir que las fiestas universitarias son descontroladas y todo el asunto. No pueden estar más de acuerdo. Al irse a vivir a ese lugar supuso que cosas así pasarían, debía intentar dejar de ser tan raro y convivir más con sus compañeros. Alex, el chico de primer año con el que compartía habitación (y que gracias a las deidades pasaba la mayor parte de su tiempo fuera del cuarto), lo había invitado a una fiesta de un tipo del que ni se tomó la molestia de aprender el nombre. Al repasar sus opciones pensó en lo patético que era que un crio de primer año lo invitase a una fiesta para que hiciera más amigos. Él tenía amigos, la mayoría ficticios, pero los reales eran guays. En fin, Ace solía ser un chico bastante peculiar.
Entonces se encontraba ahí, con un vaso de vodka en la mano riéndose de la sarta de estupideces que personas de su edad hacían en esas fiestas. Se preguntó por qué él no podía dejarse llevar y hacer lo mismo, pero se dio cuenta que ese deseo era absurdo. Unas chicas se subieron a la mesa de pool a bailar semi-desnudas y la rubia resbaló cayendo sobre un trío de chicos ebrios. No es como si le gustase el dolor ajeno, simplemente encontraba fascinante el comportamiento humano.
Quiso huir al ver que la pelirroja esta, Marny, de su clase de historia romana, se le acercaba casi cayéndose. Según escuchó a unas chicas, a Marny le gustaba Ace, otras más honestas decían que solo quería cogérselo y entonces pensó en lo bizarro que sonaba. Pero el sentimiento no era mutuo, ya le había insinuado que no quería nada con ella, quizá no era el mejor dando indirectas.
―¡Ace! ―Gritó sobre la ensordecedora música, su aliento impregnado de alcohol. ―Estaba pensando en que tal vez, después de la fiesta, quisieras que nos vayamos a mi dormitorio. ―arrastraba cada palabra.
―¿Siempre dices lo que piensas? ―Tan pronto como se lo dijo, Marny perdió el equilibrio y Ace no tuvo más remedio que sostenerla. Mientras intentaba que la pelirroja se mantuviera de pie, algo en la entrada capturó su atención. Una delgada chica de pelo negro y con las piernas más largas que haya visto, entró junto a una rubia que a los segundos la dejó sola. ―Te la encargo. ―les dijo a unas chicas junto a él antes de pasarles a Marny.
Siguió de lejos a la muchacha observando cómo tipos ebrios intentaban conseguir algo y ella se les negaba de inmediato. Rio ante esto. Una pareja calenturienta le obstruyó la vista y cuando se los quitó del camino, ella ya no estaba, la buscó desesperado con la mirada y reconoció su melena negra dirigirse a una de las salidas de emergencia. Algo en él lo empujó a seguirla.
Al fondo del callejón los botes de basura chocando contra los muros retumbaron en los oídos de Ace. Pudo asegurar que estaban arrojando un cuerpo hacia estos… no es como si supiera exactamente cómo suena un cuerpo contra botes de basura, pero había visto demasiadas series y películas como para sospecharlo. Su hermana solía decirle que programas así no le traían beneficio alguno, así que desde que se mudó al campus, podía verlos sin ser molestado y esto era algo que agradecía cada día.
El grito agudo de una chica activó la chispa de inquietud en él por lo que rápidamente abrió el portón de metal. Viro a ambos lados encontrándose con un tipo tirado al fondo del callejón, otro corriendo de la escena y a la chica de hace rato acurrucada entre unos botes de basura. Se esforzaba por cerrar los ojos, como cuando eres niño y piensas que al hacerlo, todas las cosas malas van a desaparecer. Corrió a ver si el muchacho del fondo estaba herido o algo, cuando se le acercó, este le dijo que lo habían jodido, Ace lo miró confundido y él tío este le dijo, a penas, “me han apuñalado, hombre, necesito ayuda.” El castaño asintió, escuchó el llanto de la peli-negra y se dirigió hacia ella arrodillándose para verla mejor.
―¿Estás bien? ¿te hizo algo? ―preguntó inquieto. Ella negó con los ojos cerrados.
Sacó su teléfono celular y marco el novecientos once pidiendo ayuda por el chico herido. La monótona voz de la mujer lo irritó de sobremanera, casi le gritó la dirección y colgó enojado. “Dios, es una emergencia. No puede ser que se lo tomen tan a la ligera.” pensó articulando una expresión de molestia. Dirigió su atención a la indefensa chica junto a él.
―Tranquila. ―Estrechó en sus brazos a la delgada chica. Esta temblaba y sus sollozos se hacían más fuertes. ―Ya pasó. Ya pasó. Estarás bien. ―Hizo que se parara e inspeccionando el lugar por seguridad, comenzó a caminar agarrando a la chica para que no se cayera. ― ¿Recuerdas tu nombre? ¿Dónde vives o algo? ―ella asintió varias veces.
―So-soy Vanilla. ―Siseó. Él se detuvo haciendo que ella lo siguiera.
―Ace. ―dijo sonriéndole, una autentica sonrisa.
―Vanilla-Ace. ―Repitió intentando sonreír y limpiándose las lágrimas.
―Pues concéntrate en eso, solo piensa en lo irónico y gracioso de esta coincidencia.
bxmbshell.
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