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Bajaba las escaleras tan rápido como mis pies me lo permitían, temiendo en cada paso que estos mismos me provocaran una caída que muy probablemente me hiciera rodar por los escalones de concreto y mármol, terminando con mi espina dorsal partida en cinco. Hacía siete meses y medio había comenzado a asistir a una academia de actuación, la cual me podía pagar gracias al aumento que me había dado Jean, mi jefa. Aumento que reduciría si llegaba tarde otra vez.

Maldición.

Corría por las calles céntricas con mis papeles y notas entre mis brazos, el bolso, donde llevaba mi uniforme, rebotaba de un lado al otro por mi paso apurado. Dos calles más, a la izquierda y a la derecha otra vez y finalmente llegaría.

Hacía una semana estaba llegando tarde todos los días y Jean ya me había advertido de una resta en mi pago. No podía darme el lujo de permitir eso, debía pagar cuentas, ayudar a mi madre y a mis hermanos, ¡pagar la escuela de actuación! El último mes había estado pensando si haberme comprometido con mis profesores como encargada de la fiesta de bienvenida para el fundador y dueño de la escuela había sido lo correcto.

El sudor había comenzado a bañar mi frente y lo sentía correr por mi espalda hasta perderse entre los hilos de mi pantalón de segunda mano. Necesitaba llegar a horario lo antes posible, sólo tenía cinco minutos para estar allí y aún me faltaba recorrer toda una calle. Tomé aire y comencé a trotar levemente, sin embargo cuando llegué frente a la edificación con un llamativo cartel verde manzana, rosa y blanco con la inscripción Winter Spa, habían pasado quince minutos de mi horario de entrada.

— Llegas tarde, otra vez.

Giré la cabeza sin detener mi paso hacia los vestidores para empleadas y contesté a Ally, la recepcionista, con mi más despectivo y desinteresado tono.

— Cállate, ya lo sé.

Rogaba no encontrarme con Jean por el camino, si me veía me mataba de eso estaba segura, así como también estaba segura que la  falsa de Allyson me tiraría de cabeza a la hoguera si le fuera posible. Saqué mi uniforme del bolso, dejé mis apuntes en este y me desvestí quedando solo en ropa interior; me puse el gigantesco, pero cómodo, pantalón blanco y la chaqueta del mismo color la cual tenía un cuello en V y finas líneas verdes claro y rosa, até mi pelo en un moño alto y salí a la sala principal a verificar mis turnos.

— ¿Tarde una vez más, Ann?

Cerré el libro cubierto de cuero sintético y detalles florales, tomé aire disimuladamente y giré para despedir a mi reciente aumento.

— Lo siento, Jean, te juro intenté llegar antes pero…

— Tranquila, Ann, tu madre me llamó hace media hora —mis mejillas enrojecieron, me sentía una niña de jardín de niños ¡otra vez! — Me dijo de la fiesta que tienes a cargo, no te descontaré nada, ni te quitaré el aumento —sentí un peso enorme caer de mis hombros y el aire circuló una vez más por mi cuerpo—, por ahora. En cuanto pase el sábado no te perdonaré ni cinco minutos tarde, ¿entendido?

— Entendido, Jean. —La elegante mujer me sonrió y caminó en sus tacones importados y exclusivos hacia la oficina de gerencia. — ¡Jean! Muchas gracias —le dediqué de mis más sinceras sonrisas y vi una hilera de dientes blancos dirigida a mí.

— Dáselas a tu madre, Ann.

La mujer finalmente se perdió tras la puerta de roble. Solté todo el aire que tenía atorado en el pecho y caminé en mis viejos tacones hacia la sala D. Encendí en reproductor de música y clásicos de los 90 se escuchaban de trasfondo. Ambienté la sala lo más natural, fresco y relajante posible, después de todo para eso era que las personas pagaban miles de dólares: relajarse.

— ¡Jesús, María y José! —Fruncí mi ceño al ver entrar a Ally desesperada, con la mano en el pecho y una tonta sonrisa remarcada por sus pómulos ruborizados.

— ¿Qué sucede? —La castaña caminó hasta en frente de la camilla, que se encontraba en el medio de la habitación de paredes púrpura, y acarició esta con ambas manos.

— Afuera hay un bombón de película, literalmente —elevé una de mis cejas mostrando desinterés frente a su argumentación—. ¡Hay mujer! Si no me crees velo por ti misma, está esperando a ser atendido y tú serás la afortunada —se dirigió a la puerta a paso apresurado y en cuanto estaba por retirarse giró y me dijo—: lo pido para esta noche.

— Hazlo si quieres, después de todo sería raro que no andes de putas, como siempre. —Sonreí a la chica que me miraba ofendida.

— Idiota.

Puse mis ojos en blanco al escuchar la puerta cerrarse y continué acomodando la habitación. La puerta nuevamente se abrió y al girar me quedé petrificada ante tal grado de hermosura. Después de todo tenía razón la muy zorra.

— Buenas noches.

— Buenas noches, —las palabras rasparon mi garganta que había quedado seca en el instante que vio entrar a Don Adonis— por favor, pase detrás de ese biombo donde puede desvestirse, tiene una bata ahí atrás, colóquesela y salga. Enseguida vuelvo. —Vi a Adonis asentir y dedicarme una educada sonrisa.

En cuanto él se perdió tras el biombo me dirigí al baño para empleados, tomé aire y mojé mis manos. Mi cara ardía a cincuenta grados centígrados, mis mejillas y todo mi rostro estaba ardiendo de sorpresa y… ¿vergüenza? Tal vez, un poco. Miré mi maquillaje, estaba un desastre. Corrí por mi bolso y me retoqué lo más natural posible, suspiré al ver el acabado, podía ser mejor pero para eso necesitaría una cirugía plástica y no tenía dinero para tanto. Tomé aire una vez más, junté coraje y me encaminé mostrándome lo más segura de mí misma posible. Al entrar en la habitación me encontré con Adonis acomodando una toalla blanca alrededor de sus caderas. Disfruté y durante un momento examiné el cuerpo glorioso que tenía en frente: una V marcada por músculos se dejaba ver por encima del algodón, ante esta se abrían paso una serie de fuertes abdominales los cuales daban la impresión de ser una tableta de chocolate blanco; las ganas de pasar mis manos por ellos se hicieron presentes dejando escapar una sonrisa de mis labios. Continué subiendo por el torso de Adonis y mi vista chocó con unos pectorales cubiertos por una leve sombra de vello color rubio; mis ojos se posaron en su rostro y de manera casi automática me encontré con su mirada azulina y una sonrisa de autosuficiencia. Aclaré mi garganta y le devolví el gesto, siendo consciente de mi obvio sonrojo por haber sido atrapada en tal situación. Caminé hasta la camilla, interponiendo la misma entre ambos y le hice señas para que subiera en ella y pudiéramos comenzar con la sesión.

—   ¿Aquí? —Mi pulso se aceleró ante escuchar el grosor de su voz. Logré asentir y en cuanto su cabeza se hundió en el pequeño hueco de uno de los extremos de la camilla solté el aire de golpe, ahora que tenía frente a mí su ancha espalda marcada con pequeñas pecas por los hombros, y su trasero desnudo sólo cubierto por una toalla las cosas se habían vuelto más fáciles de llevar.

Puse un poco de aceite de frutos ojos en mis manos y comencé a pasarlas por sus hombros, desanudando los puntos de tensión que rodeaban la anatomía de Adonis y disfrutando del tacto de su piel con la mía. Sonidos guturales salían de su garganta en cada movimiento que realizaba por toda su musculatura y espina dorsal; ya estaba acostumbrada ellos, sin embargo escucharlos de este hombre hacía que pensamientos incorrectos inunden mi cabeza. Movía las palmas de mis manos por su espalda baja haciendo movimientos circulares en la columna y en centros duros. Pasé mis manos a sus brazos y masajeé los grandes bíceps de Adonis.

 — Oh, sí… que delicia, continúa linda.

Mordí mi labio al escuchar tal oración y una oleada de calor recorrió todo mi cuerpo. Sacudí mi cabeza, quitando ciertos pensamientos que no eran dignos de una señorita.

Mi difunto padre siempre se opuso a que me dedicara a trabajar medio tiempo de masajista, para tener mi propio dinero, pues en cuanto se lo mencioné me dejó muy en claro que las masajistas no tenían muy buena reputación. Después de su muerte mi madre no tuvo otra opción que aceptar que tomara dicho trabajo ya que tenía talento con las manos para esta clase de trabajos y no con la peluquería, como ella. Entonces mis estudios fueron ayudados en gran parte por el trabajo que me dio Jean y pude terminarlos para dejar a mi madre orgullosa y la memoria de mi padre en lo más alto, aunque estoy casi segura que en estos momentos su cadáver debe estar revolcándose en su lecho eterno.

— Hazlo, si quieres, —miré la nuca de Adonis y entrecerré mis ojos ante tal descaro— por mi no hay problema. Pero, claro que va a tener un precio.

Lentamente fui levantando la toalla blanca, sentía el algodón deslizarse por la tersa piel del trasero de Adonis, finalmente el blanco trasero del chico quedó sumido ante mí. Subí mis manos por la pierna derecha hasta el muslo, sin tocar los glúteos y repetí la misma acción con la otra pierna. Escuché una risa desde lo bajo de la camilla, lo cual me enfureció, sabía lo que esa risita significaba. Coloqué ambas manos en el trasero de Adonis y lo masajeé lentamente, subiendo por su espalda y bajando nuevamente hasta sus duros muslos. Sentí la excitación llegar a cada punto de mi cuerpo y mi respiración acelerada era casi notable, al igual que las subidas y bajadas del pecho del chico. Sentí una mano rodear mi nalga izquierda, mis ojos casi cayeron de sus cuencas. Nunca antes había vivido tal situación en el trabajo.

El gigantesco cuerpo se enderezó quedando sentado frente a mí totalmente desnudo, con una erección de 24 centímetros y del ancho y grosor de mí muñeca. Tragué duro al ver aquel cuerpo tallado a mano y dado a vida tal cual Pandora y los Dioses del Olimpo. Miré esta vez su rostro de  manera mucho más detenida y recordé lo que había dicho Ally sobre «el bombón de película» y lo cierto era que ya podía identificar vagamente al galán de tantas escenas de la pantalla grande.

Me alejé sin dejar de mirarlo, pues no quería llegar a hacer algo de lo cual luego me arrepentiría. Adonis se bajó de la camilla, con los pies descalzos y su erección apuntando al cielo.

— Quédate quieta. —Como por arte de magia dejé de carminar de espaldas justo como él dijo y de repente lo tuve prácticamente encima de mí rozando con su miembro el uniforme y apretando mis nalgas en sus grandes manos— Creo que ya es hora de recibir mi paga por haberte dejado amasar mi trasero. —Tomó mi cabeza por detrás y sentí su lengua llegar a mi garganta, mis labios estaban siendo duramente succionados y mordidos, lo que provocaba aún más excitación en mí, si es que era posible.

— ¡¿Quién demonios se piensa usted que es?! —Empujé a Adonis por el torso y sacudí mi uniforme de manera desesperada— ¿Qué diablos está haciendo?

— Vamos, —miró mi prendedor de identificación y continuó— Annalise, ¿puedo decirte así? Ambos sabemos que esto de las masajistas es solo un pretexto, ahora quiero que me des lo que busco: un buen masaje seguido por un buen polvo. Tuve lo primero, me falta lo último.

Mi mandíbula se encontraba totalmente fuera de lugar, bufé incrédula y caminé hasta la camilla, tomé la toalla del suelo y se la tiré encima para tapar la erección que colgaba del cuerpo de Adonis. Giré con la ira desbordando de mí ser.

— Escuche, señor, si usted está buscado esa clase de cosas, le aviso que está en el lugar equivocado y con la masajista equivocada. —Llevé mis manos ami cintura y tomé aire en un intento por mantenerme calmada.

— ¿Y si te doy un pago extra?

— Suficiente. —Caminé hasta la puerta ahora con la cara completamente roja pero de furia, no dejaría que un hombre me humille de esta manera—, Le agradecemos por habernos elegido y esperamos vuelva muy pronto, en busca de otra masajista que sí quiera deshonrar su lugar de trabajo y pisotear su dignidad. Por favor, vístase y le cobrarán su monto en la recepción, gracias.

Cerré la puerta tras de mí y caminé hasta la cocina.

Probablemente en la vida un hombre tan perfecto quiera acostarse conmigo y me arrepienta toda la vida, pero ahora tenía cosas mucho más importantes que pensar en lugar del polvo de mi vida que nunca se repetirá; como la fiesta para el dueño de la academia de actuación Hard Dreams Academy.