The fallens.

Uno.
Dos.
Tres.
Cuatro fajos de billetes descansan sobre mi bolso de entrenamiento. Verdes, sólidos y completamente utilizables para mi beneficio. No fue fácil vencer a mi contrincante, de hecho, por un momento pensé que todo estaba perdido. Quinientos dólares a la basura. Sin embargo, en los últimos rounds decidí que no sería para nada fácil y acabaría con él de una buena vez. Entre sudor y un esfuerzo no relevante, me llevé el premio mayor. Y, por supuesto, sostén para por lo menos el próximo mes. 
Salgo caminando de aquel ring clandestino. En los bajos suburbios de la ciudad, uno puede encontrarse con miles de oportunidades. No son las mejores, pero significan algo. 
—¡Doom!— mi apodo es pronunciado. "Doom" es un sobrenombre que, con el empeño de los años, logré hacerme. Quizás es más que nada una identidad. El motivo de éste es que, según quienes me he enfrentado, uno se encuentra condenado apenas se para enfrente mío. Mientras prendo un cigarrillo, cuidándolo del viento que azota mi cara ni bien salgo, me doy vuelta para encarar a quien me llama. 
—Mad dog— pronuncio. Aquel castaño viene trotando hacia mí, con una sonrisa en la cara, y me palmea la espalda mientras empezamos a caminar juntos.
—Vaya pelea la de allá atrás, ¿Verdad? Aprendes rápido— ruedo los ojos y silencio durante unos segundos.
—De quién, ¿De tí?— pregunto, dándole una calada al cigarillo entre mis dedos. Jev ríe y se encoge de hombros.
—¿De quién más, Zaeth, si no?— inclino la cabeza, ante su curiosa confesión. Debe ser joda.
—Seguro— ambos reímos, y seguimos con nuestro camino. Mi medio de transporte está a una cuadra y supongo que la de él también, guiándome por el camino que toma. Durante eso cien metros, nos damos el lujo de hablar de algunos tópicos típicos. Los rivales de hoy, los futuros rivales, y, en ocasiones, las chicas que van a vernos. Durante ésta transición, observo que la temática no se aleja mucho de lo que, básicamente, consta nuestra vida: El dinero. Eso es todo. Nada más, ni nada menos. 
A pesar de que tenga una familia, no me puedo proveer del esfuerzo de los demás. Cuando dejé que me adoptaran, años atrás, decidí que no me dejaría llevar por eso. Desprecio a aquellos que dependen de las decisiones de otros. A pesar de que sea una idea libertadora, fue un error aplicar éste modo de vida allá arriba. Un error que nunca debí cometer. 
No obstante, no me va mal acá abajo. Tengo "trabajo", una moto, muchas chicas y algunos amigos. Jev es uno. Luego Kira semi-completa aquel círculo que define mi cerradura. No soy muy abierto con los demás, y no creo que eso vaya a cambiar. 
Cuando ambos llegamos al lugar que nos corresponde, agarro el casco y me lo coloco. Sin embargo, cuando estoy a mitad de camino, Jev me toma por el ante-brazo y me detiene, antes de que complete la acción propuesta.
Lo miro con cautela y puedo observar algo que no he visto en mucho tiempo. El brillo de sus ojos se ha atenuado, su postura es firme y tensa, y su mandíbula parece comprimirse. Respiro. Jev piensa algo durante unos segundos y debate internamente. Puedo ver la manera en que se pierde. 
Lo juro. 
Finalmente, se rinde.
—Zaeth, ten cuidado— sé a lo que se refiere. La sensación parece haberse roto y distribuido. Se otorgó para que la percibiéramos. No hay duda de que ambos somos caídos. 
Sin decir una sola palabra, asiento con la cabeza y me libero de su agarre. Me coloco el casco y me subo a la moto, para arrancarla posteriormente. 
Me alejo por las calles, preso de la velocidad y el temor casi inexistente. No quiero negarlo, por mucho que desee. Algo viene.
Algo grande
La noche se ha presentado bastante extensa. Las horas se han arrastrado y hecho de rogar. 
Recién ahora la luz de Rick, mi hermano menor de dieciseis años, recién se apaga a las tres de la mañana. Estoy seguro que ha estado con su computadora o algo por el estilo. Olivia y Wilde han salido, según sus palabras distantes, tienen una reunión de trabajo. 
Yo, por mi lado, me encuentro en el techo de mi casa. Respiro la brisa nocturna y aprecio cada constelación posible. De vez en cuando, doy una mirada hacia arriba. Más arriba de lo que algún humano está enterado. Muy dentro, quiero recuperar mis alas. Quiero recuperar todo lo que alguna vez fuí. Sin embargo, no puedo hacerlo si no cambio mis actitudes. Y no estoy dispuesto a hacerlo, si ésto recae en manos externas que no respeto. 
Me sueno los nudillos, mis manos están entrelazadas entre mis rodillas. Fijo la mirada en un punto y mi cuerpo se tensa cuando siento una presencia detrás mío. Inmediatamente, me levanto y piso el tejado con fuerza. Sorpresa mía encontrarme con alguien que parece asistir a un casamiento formal, todo de negro y con un tapado de la misma tonalidad.
—Siempre has tenido un excelente instinto, Zaeth— una sonrisa torcida se estampa en su cara y alza una ceja, mientra me apunta con su dedo índice. —Puedo jurar que horas atrás ya habías averiguado el discurso que te daré— indica. Aprieto mis puños y le entrego una mueca cordial.
—Rafael— saludo, sin ninguna clase de emoción. —Soy muy bueno, ¿Qué quieres que le haga?— alabo, cruzándome de brazos. Rafael sonríe, con mucha apatía y coloca sus manos en sus bolsillos. Dejando de lejos la falsa simpatía y el sarcasmo presente, decido ir directo al grano y preguntarle que es lo quiere. —Dime, ¿Qué te trae por acá?
—Necesitamos tu ayuda, Zaeth. No vendría acá, si no fuera urgente— lo observo durante segundos. A pesar de que sus expresiones siempre son nulas y analíticas, logro ver un atisbo de desesperación en ellas. 
—¿Qué es lo que requieren?
—Trasladar a una chica. Sana y salva hasta el Edén. Si resulta, podrás beneficiarte tanto tú como nosotros— achico la mirada y agilizo mis sentidos. De verdad es de importancia. De lo contrario, nunca hubieran mandado un arcángel a buscarme. 
—¿Y cómo es eso? ¿Cómo me beneficiaré?— echo la cabeza hacia atrás, en un gesto de simplicidad. Trato de no mostrarme interesado, pero la realidad es que sí lo estoy. Más que nunca. Deben estar bastante jodidos para realizar éste pedido. Me pregunto que es lo que sucede.
—Tus alas. Te las devolveremos como si nunca se hubieran ido— Me enderezo. Sus palabras rebotan cual pelota dentro de mi cabeza.
"Tus alas"
"Mis alas"
Parece una jodida broma, pero la oportunidad que creí que nunca se presentaría, está acá, servida en bandeja de oro. No necesito debatir tanto. Durante todos éstos años me pregunté, si se presentaba, como sería ésta situación. Y a pesar de estar anonado, sé que no estoy dispuesto a rechazar ésto. Después de todo, ¿Qué tan difícil puede ser? Trasladar a una chica y listo. He tratado con miles de ellas antes, no puede ser distinta o variada. 
Sonrío. 
Al fin. 
Me acerco, y con un apretón de manos, sello mi futuro durante las próximas semanas.
—Trato hecho.

leed. juro que es cortito: