The fallens.

La fría noche se extendía por todo el Edén, el silencio reinaba en todo el lugar, y la angustia, esa llenaba cada espacio de la sala mayor.

En aquella enorme sala se encontraban nada más y nada menos que los diez arcángeles, sentados cada uno en sus respectivos sitios alrededor de la mesa sagrada.

Una decisión debía ser tomada pronto. El tiempo corría a toda prisa, burlándose de ellos. Todos aguardaban, en silencio, aunque ninguno sabía en realidad qué era lo que esperaban. Si bien, como las divinidades que eran, resultaba ilógico y absurdo esperar alguna señal divina que les guiara o aconsejara. Pero entonces, justo cuando la esperanza empezaba a esfumarse, fue el quinto arcángel, Thomas, quien habló.

— No podemos dejar que esto continúe —sus manos golpearon la fina mesa hecha de oro puro, sobresaltando a los demás en la sala— ¿es acaso qué ninguno se da cuenta que cada minuto que llevamos aquí, él avanza cada vez más? No sé qué es lo que ronda por sus cabezas en estos momentos, pero sí algo sé, es que nunca nos hemos quedado sin hacer nada cuando el peligro acechaba. No es sólo la Tierra la que corre peligro, no es el Edén todo lo que importa. Mi hijo, sus hijos, están ahí afuera. No sé ustedes, pero no dejaré que él muera.

Sin embargo, no hacía falta esperar una respuesta de los demás. Él, y todos los presentes en la sala lo sabían, una decisión había sido tomada.

No dejarían a sus primogénitos ahí afuera sin más, y si fuera necesario, darían su vida por ellos.