Adicción (Damon Salvatore)

Mi mente se fue aclarando poco a poco, como si las últimas semanas hubieran transcurrido tras una cortina de humo que no me permitía ver con claridad lo que sucedía a mi alrededor. Era una sensación similar a despertar luego de una larga y reparadora siesta, donde tuviste muchos sueños hermosos que lamentablemente no logras recordar con claridad.

Aradia me observaba expectante, con la ansiedad reflejada en sus ojos, como si temiera que sus acciones no surtieran efecto. La verdad es que aún no comprendía del todo lo que estaba sucediendo y atribuía al té bebido, las sensaciones que ocurrían en mi interior.
-¿Y?¿Cómo te sientes?- me preguntó la muchacha algo nerviosa, pasados unos minutos.
-Me siento… me siento…- en ese momento mi mente se terminó de aclarar y lo entendí todo, había pasado las últimas semanas conformándome con las sobras de Katherine y obedeciendo sus ordenes al pie de la letra. ¿Por qué lo había hecho? Era un misterio que pronto me encargaría de resolver, pero ahora solo una emoción se agitaba en mi interior… rabia. No en contra de Katherine, sino conmigo mismo, no entendía como podía haberme resignado a ser el segundo dentro de la vida de una mujer y había pasado a llevar todos los ideales que me había llevado una vida construir. –Estoy bien…- concluí dedicándole una sonrisa torcida. –Mejor que nunca- agregué mientras salía de la habitación.

No había avanzado más de medio metro cuando Katherine salió a mi camino, tenía el ceño fruncido y algo que pude reconocer como desprecio adornaba su rostro. Tomándome con mucha fuerza –más de la que esperaba encontrar en una chica- me arrastró escaleras arriba, rumbo a su habitación.
-Siéntate aquí- ordenó empujándome sobre su cama, obedecí en silencio mientras la contemplaba cerrar las cortinas y ponerle llave a la puerta. –Perfecto, ahora mírame y no pestañees- la curiosidad de saber que haría a continuación me instó a obedecerle sin rechistar. Una inusual maldad adornaba sus facciones e hizo que un escalofrío recorriera toda mi columna vertebral, por primera vez no podía reconocer la belleza en su rostro y una extraña y desconocida sensación de temor se agitaba en mi interior, aquella sensación de temer por tu vida. –Dime ¿qué te dijo Aradia?- preguntó sin dejar de observarme.
-No es algo le interese, fueron cosas de amigos.- respondí desviando la mirada.

Mi respuesta pareció confirmar algo porque con furia se levantó del suelo y me miró de manera calculadora. –Lo lamento- susurró- no quería llegar a este punto tan pronto pero no me dejas opción. Podríamos haber sido felices, solo Stefan, tú y yo…-
-¡Estás loca!- la interrumpí levantándome de la cama- Jamás habríamos sido felices nosotros tres, en ninguna mente coherente y sana puede tener cabida semejante idea- la sola mención de tener una feliz vida en trío se me hacía repugnante y completamente inadecuada.
-Shh…-murmuró con calma y pena, poniendo uno de sus delicados dedos en mis labios- no hables, que con cada palabra que pronuncias siendo la necesidad de arrancarte la tráquea. Ahora, esto puede ser algo asqueroso pero verás que todo tiene su recompensa.-
Confundido retrocedí pegando mi espalda a la pared, no sabía con qué clase de persona estaba tratando y ni siquiera estaba seguro de su estabilidad mental, por lo que realmente asustado intenté encontrar la manera de abandonar la habitación. Pero parecía ser una tarea imposible, ya que la fiereza en el rostro de Katherine me indicaba que no era buena idea intentar escapar y estaba completamente seguro de poder confiar en mis instintos.

Con estupefacción contemplé como deslizaba con delicadeza una de sus uñas por su muñeca derecha, generando una decena de pequeños hilillos de sangre. Los observó con adoración y levantó la vista hacia mí, con un brillo de malicia en sus pupilas. –Bebe-
-¿Perdón?- pregunté con rostro de perplejidad, ¿había escuchado bien?
-Bebe- volvió a ordenar con total naturalidad, mientras acercaba su muñeca a mi boca.
-No voy a beber sangre, estás enferma- comenté muy nervioso y asustado de su actuar, estar en una habitación, encerrado con una psicótica no era mi idea de una tarde agradable.
-No era una pregunta, te lo ordené- indicó, la tranquilidad aparente que lucía se había esfumado completamente y con fiereza dejó caer sangre dentro de mi boca. Lo que sucedió a continuación es difícil de explicar.