Around the world.

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Lixon McDougall | Alaska Murray | Crawford Ross | Neil Fletcher |

Dios Santo, jamás había sido tan difícil llevar una maleta con ruedas. Realmente pesaba como si ahí dentro llevara todo el orgullo y valor que había empleado para irse por fin de casa; Aunque tampoco hubiera necesitado utilizar ni un tercio de ellos, dado que a sus padres les importaba bien poco el motivo por el que se iba de sus vidas. De hecho, Derek McDougall, su padre, era el motivo esencial por el que había aceptado la propuesta de Harry Murray. Tampoco es que conociera muy bien a ese chico de rizado pelo castaño, pero si Alaska — hermana de Harry y amiga de Lixon — estaba de acuerdo con la idea, claramente no iba a desechar la oportunidad.
El aeropuerto en el que se encontraba era tan grande y lujoso como en los que siempre había estado yendo. Cansada de tanto glamour y tan poca humanidad, Lixon McDougall detuvo su paso un segundo y se planteó el ir de viaje alrededor del mundo.  Dicho así no sonaba tan mal, pero ¿realmente estaba dispuesta a dejar todo cuanto tenía en Londres e irse con un montón de personas que no conocía? Oh, golpe bajo. La única a la que iba a conocer allí era a Alaska, pero ella era tan sociable que probablemente ya conociera a cada uno de los que iban en el viaje, además ¡había sido su hermano quién había planeado todo! Ella probablemente era la más informada.
Pero, ¿qué era peor? Si se quedaba en casa tenía la sebera obligación de asistir a los eventos que su madre organizaba, salir de casa cada vez que su padre invitaba a gente importante y ser parte de las tan fatídicas cenas en las que su madre tan sólo miraba el teléfono móvil y su padre se quedaba en impecable silencio, quizá pensando un nuevo modo de industrialización. Pero si se iba, si se marchaba de todo aquello que conocía e iba a ver mundo, a conocer nuevos países y ciudades, podría ser ella misma; la verdadera Lixon McDougall sin ninguna clase de etiqueta colgando de su cuello. ¿Realmente era tan estúpida como para estar dudando de aquello? No importaba si no conocía a nadie, si tenía que convivir con aquellos muchachos durante Dios sabe cuánto tiempo, probablemente acabaría por saber más de ellos de lo que realmente quería.


Alaska Murray estaba sentada a pocos metros de donde el tumulto de chicos estaba dejando sus maletas, jamás pensó que el estúpido plan de Harry fuera a tener éxito. Simplemente se veía como una buena idea sin destino alguno, sin beneficios. Aunque al fin y al cabo todo estaba yendo bien. Lixon McDougall, amiga de Alaska, había tardado lo suyo en venir, pero no era de extrañar con su enorme maleta de ruedas siendo empujada por sus cortos brazos de atleta acrobática. Y eso era lo que más sorprendía a la chica, porque inclusive Lixon estaba decidida a venir. Aunque si echaba la vista atrás, no se arrepentía de nada. Quizá de dejar a Kétchup en las manos de su tía Rita, pero estaba segura de que el gato estaría bien.

— ¿Estás bien? — Le preguntó Lixon sentándose a su lado.  — En verdad te ves como si fueras a potar o algo.  — Rió, a lo que Alaska tubo que soltar una sebera carcajada.  
— Es que, de verdad nos vamos de viaje por el mundo.  — Suspiró, llenándose de valor para no parecer vulnerable ante la idea de irse.  — Por cierto, ¿a donde vamos?  — Rió, sintiéndose completamente estúpida al preguntarlo.
— Harry está medio gritando que nos vamos a Hawaii, no sé como no pudiste enterarte.  — Se burló la chica levantándose de su asiento y tendiéndole una mano a Alaska.
— Está bien. — Dijo mientras Lixon la acompañaba hacia donde los chicos y chicas estaban amontonándose para entregar sus pasaportes.— Pero quiero que sepas que me pido ventanilla.


— Está cerca, Neil. — Dijo el muchacho viendo la pantalla del teléfono móvil. — Puedo sentirlo.
A su lado, el joven Neil Fletcher se reía estrepitosamente mientras veía a su mejor amigo andar por el suelo del bus como si en verdad estuviera rastreando algo. No era como si nunca actuase como un estúpido enfrente suyo, pero las veces en las que podía burlarse de él por algo tan infantil eran pocas contra una gran lista de las suyas.
— Enserio, Craw. — Se quejó, intentado dejar de reírse ante la cara de horror que el otro muchacho ponía al oír los pitidos del aparato en sus manos.
— ¡Shhh! — Le calló con un violento movimiento. — Está aquí. — Susurró frente la nevera del bus.
— Estúpido degenerado... — Murmuró burlonamente en su dirección.
Crawford Ross incluso parecía estar desarrollando un agudo sentido para las tonterías, y es que cinco horas de viaje en autobús le hacían daño a todo el mundo.
— ¿En verdad crees que haya un fantasma aquí, tío? — Le preguntó burlón, cansado de su poco uso de razón.
— Ya te lo he dicho, Neil. — Respondió Crawford guardando el teléfono en su bolsillo trasero. Apartó varias cosas de enfrente del electrodoméstico y sonrió (así como lo hacía cada vez que descubría un nuevo modo de fastidiar a su hermana menor). — Tus baquetas no pudieron haberse caído solas.
— ¿Y si fue el viento? — Preguntó Neil, jugando con lo primero que encontró sobre la cama en la que estaba tumbado.
— ¿El viento?
— Ya sabes, aire en movimiento.
— ¡Ya sé lo que es el viento! — Exclamó el pelinegro.
— ¿Y porqué preguntas? — Se encogió de hombros Neil, absolutamente divertido por la expresión en el rostro de Crawford.
— El viento no pudo tirar tus baquetas, ¿ves alguna ventana por aquí, idiota?
— La que...
— No, esa no cuenta. — Rechazó Crawford con un suave golpe de muñeca. Neil rió, completamente aturdido por la seguridad que tenía su mejor amigo con respecto al fantasma del bus.
— ¿Por qué no cuenta?
— Mira, el viento no pudo tirar tus baquetas. ¿De acuerdo? — Afirmó Crawford moviendo las manos para explicarse mejor. — Es decir, que no pudieron haberse caído solas.
— O sí. — Interrumpió Neil. — ¿Sabes? Creo que la teoría de que las baquetas decidieran suicidarse es mejor que la de que hay un fantasma rondando por el bus.
— Definitivamente estarás bromeando.
— Sabes que yo no bromeo respecto a mis baquetas, Crawford Ross. — Dijo Neil, actuando debidamente ofendido.


Neil Fletcher llevaba sentado frente a la barra de aquel local aproximadamente una hora y veintidós minutos exactos, contemplando su derretido helado de vainilla en el que reposaba una pequeña flor caribeña. Hawaii era tan extraño y tropical como se lo había imaginado, aunque no todo era exactamente como su mente había planeado.
En su cabeza, al plantearse el largo viaje, se veía a sí mismo acompañado de su mejor amigo y rodeado de todo tipo de lujos y prejuicios que una estrella pudiera desear. Pero, tras sentarse completamente solo en la barra, observó como la idea de dinero y fama se le era cruelmente arrebatada.
— ¿Vas a tomar algo o te quedarás ahí contemplando como se evapora tu helado? — Le preguntó una de las camareras del lujar, llevaba un diminuto traje de baño que apenas cubría nada de lo que su anatomía pudiera avergonzarse. El pelo largo que caía en cascada sobre los hombros se veía demasiado desarreglado, pero tras unas copas demás, el suave mareo del alcohol le condujo a verla como la chica perfecta para pasar la noche.
— En realidad, quería saber cuando termina tu turno.