Ballet shoes {colectiva

Capítulo dos.

Me encontraba totalmente aterrada, mirando aquella enorme montaña rusa. Su estructura parecía que, con solo tocarla, podría derrumbarse. Pero se lo prometí a Kylie, la cual se mudaba de la ciudad a la mañana siguiente y su última petición fue venir al parque de diversiones.

—¡Vamos, Kath, no me digas que tienes miedo! —vociferó Kylie por encima de las demás voces de las personas que también hacían cola.
—No creo que hayan carritos de tres, Ky. —mis brazos estaban cruzados debajo de mi pecho, el frío era infernal— Y no iré sola en uno. —mis excusas eran en vano, sabía que el novio de Kylie, Josh, traería un amigo para presentarme, y tal amigo llegaría en cualquier momento.
—Tranquila, acabo de llamar a Ashton y me dijo que estaba llegando —sonrió, mostrando una blanca hilera de dientes perfectamente parejos— Le encantarás, lo conozco muy bien.
—Uh, espero que no.

La idea de una relación, justamente ahora, no estaba en mis planes. Debía concentrarme en obtener la beca completa en el instituto de ballet, y no podría hacerlo con  una distracción así. Sí, pienso que los chicos y el amor son una enorme distracción, además de ser una pérdida de tiempo. Y sí, jamás me ha ido bien en el tema de los enamorados y sus derivados.

—Aquí estás. —oí la voz de Josh a mis espaldas, estaba demasiado sumida en mis pensamientos— Katherine... —me llamó éste.

Sabía que su amigo, "Ashton", había llegado, pero sinceramente me daba miedo darme la vuelta. Temía encontrarme con un nerd de lentes, o quizás un viejo de treinta y cinco años.

—Kathy —esta vez me llamó Ky. Tuve que darme la vuelta, fingiendo que estaba muy distraída— Él es Ashton. Ashton, ella es Katherine. —nos presentó mi amiga alegremente.
—Hola. —mis ojos contemplaron unos hermosos ojos esmeraldas, fríos como el aire actual.
—Hola. —respondí, un poco ruborizada, aún no sé porque.
—Bueno, creo que es nuestro turno. —anunció la rubia luego de unas miradas rápidas entre los recién conocidos.

Estaba aterrada, y el gélido aire calaba mis huesos. Quería irme, no del parque, si no de aquella peligrosa atracción. Cualquiera que estuviera acompañada de tal hombre, musculoso y rudo, estaría encantada y no le prestaría atención a nada; yo era la excepción.

—¿Vas a subirte, o qué? —preguntó el ruludo, sus rasgos duros y bien definidos me hacían flaquear las piernas.
—Te-tengo miedo. —tartamudeé ajustando más los brazos entrelazados a mi cintura, éstos ya no me brindaban ni un poco de calor.
—Vamos, es solo un juego. —el susurro de sus palabras en mi oído tenían un deje de reto, no podía quedar como una cobarde.

Mis pies subieron los escalones de metal, él me imitó y los otros dos, Kylie y Josh, ya estaban situados en los primeros asientos. Tragué en seco, y mi garganta dolió, pero era en lo que menos podía concentrarme en este preciso momento.
Justo detrás de los chicos, nos sentamos Ashton y yo. Sentía que mi corazón se detendría en cualquier momento, estaba poniendo mi vida en peligro solo por un idiota que sin decirlo, me llamó miedosa.

—Oye, creo que deberíamos salir otro día, cuando estés menos asustada y no parezca que estás a punto de fallecer. —bromeó el castaño a mi lado, a lo que yo sonreí, sin querer hacerlo. ¡Estaba nerviosa, no controlaba mis acciones!
—Eres un idiota —tirité— Además, no eres mi tipo. —mentí, ni siquiera sabía si lo era, pero reitero que el amor no estaba en mi camino.
—Ah, ¿sí? —elevó una de sus cejas, y sonrió, sentía que el calor volvía a mi cuerpo— Pues, debo decirte que soy el tipo de todas. —repitió la acción de hace unos minutos, susurrándome en el oído. Mis mejillas se tornaron de un color rosa fuerte.
—¿Ya se están conociendo? —la voz de Josh me salvó de decir una estupidez— Sabía que le agradarías, Kath. —la sonrisa de los tres hacía que mi gesto no estuviera acorde al de ellos.
—¿Por qué esa cara, Puchi? —mi amiga de la infancia recordó mi antiguo apodo y rió, a lo que yo también lo hice.
—Estoy asustada, y tengo frío. —luego de unos segundos, sentí como la chaqueta del ruludo se posaba en mis hombros, aún tenía la calidez de su cuerpo— Gracias. —por las dudas de que en el trayecto se cayera, me la puse, solo por precaución -creo-.
—De nada.

Las personas terminaron de subirse en el conjunto de asientos unidos en forma de tren, y el juego comenzó.

—Tranquila, Puchi, estás conmigo. —volvió a susurrar. Me encantaba que hiciera eso.
—Como si eso ayudara. —traté de sonar indiferente, pero lo logré a medias.
—Puedes abrazarme si te da miedo, no hay problema. —parecía que la situación le divertía demasiado.
—Déjame en paz, —su sonrisa se extendió mucho más— y no me digas Puchi.
—De acuerdo, —miró hacia adelante— Puchi.

El descenso brusco hizo que mis latidos fueran mucho más rápidos que los anteriores, y un agudo y estruendoso grito surgió de mis cuerdas vocales.
Mis ojos yacían cerrados, sentía que iba a caer en cada giro y en cada vuelta, pero todo empeoró cuando se detuvo y quedamos de cabeza. Mis gritos eran infernales, quería bajar ya, y la situación iba subiendo en la escala de "quiero morir".
Unos brazos me rodearon, cuando la montaña rusa siguió su curso, mas no podía dejar de gritar. Me acurruqué llorando en los brazos de mi compañero de asiento, y esperé que terminara. Cuando lo hizo, fui la primera en salir; sentía que todo daba vueltas, casi caigo un par de veces, y un raro conjunto de emociones mezcladas. Kylie había sido muy egoísta al obligarme a subir, pero ciertamente, lo hice por mi propio consentimiento.

—Hey, Katherine —trató de alcanzarme Ashton— Espera, solo fue una atracción, ya terminó. —volvió a abrazarme, a lo que yo no presenté oposición o, siquiera, resistencia.

Por más extraño que sonase, el contacto de su cuerpo con el mío logró calmarme de una manera única.
Y lo más chistoso de todo, es que terminamos comiendo perritos calientes en un puesto de comida del mismo parque de diversiones.

Spoiler:

Capítulo tres.

–  Luego mamá prometió que me llevaría a comer un helado. – exclamó emocionado Louis.

Ambos caminábamos hacia la escuela de mi hermano. Él no paraba de hablar de las promesas que mamá le había hecho la noche anterior. Simplemente asentí hacia lo que dijo anteriormente y aunque estaba segura que él continuaba hablando, mi mente no lograba enfocarse únicamente en sus palabras. Mamá prometió. Sus palabras deban vueltas en mi cabeza. Mamá siempre prometía, nunca cumplía.

No era que no quisiera llegar a cumplirlas, el problema recaía en que en su sobriedad, nos prometía el cielo a Louis y a mí, pero cuando esa sobriedad acababa, que usualmente sucedía todas las mañanas tardes y noches, parecía importarle más sus propios sueños que cualquier ilusión que haya implantado en la mente de un niño de siete años. Yo, por el lado contrario, ya había aprendido que sus palabras no eran más que mentiras. Pero mi hermano no, él aún tenía esperanza en su madre.

– Bella, Bella, no me estás escuchando – llamó jalando mi mano. Me sonrojé apenada por ignorar a mi propio hermano y me puse en cuclillas para llegar un poco a la estatura de Louis.
– Lo siento. Lou, prométeme algo. – lo miré atento y, cuando el asintió, continué. – Si mamá no está aquí diez minutos luego de que terminen las clases, le dices a tu profesora que me llame. ¿De acuerdo?
– De acuerdo – asintió – pero mamá llegará. – sonrió haciendo que su hoyuelo se marcara. Un parte de mi se estrujo ante la realidad de que al final del día esa sonrisa desaparecería, aunque la otra aún esperaba que mamá cumpliera con su promesa.


– 1, 2, 3, 4,… – remarcaba cada número con una palmada. Revisando que cada una de las once niñas siguiera los pasos que anteriormente les había enseñado.

Desde hace aproximadamente unos cuarenta y cinco minutos que había llegado a la academia de danza. Al igual que siempre, llegué al menos unos cinco minutos antes de que las niñas entraran por la puerta de vidrio que permitía el ingreso al estudio número ocho.

Aunque llevara un año trabajando en el lugar, los impecables pisos y los relucientes ventanales y espejos aún me fascinaban. Además, el sistema de sonido era exquisito. Claramente se remarcaba la diferencia de vecindarios. En mi residencial, se debía agradecer si las casas aún seguían en pie al paso de los días. Acá, todo era maravilloso y se notaba que cada uno de sus residentes no reparaban en gastos. Al igual que tampoco les llegaba a importar la gran y ridícula suma de dinero que tenían que pagar para que sus hijos o hijas asistieran a clases de baile.

La música continuaba sonando y yo continuaba con la misma secuencia de números. Ayudando a corregir a las niñas que se adelantaban o equivocaban y recordando los pasos a aquellas que se les olvidaban.

En mis grupos, todas tenían una edad entre los seis a ocho años. Admiraba tanto su dedicación como el amor que ellas le tenían al ballet. Al igual que admiraba los peinados o la cara vestimenta de ellas.

La ropa que yo usaba este momento era por parte de la academia, de no ser por ello, estoy segura de que jamás podría llegar a costear el conjunto de la blusa de tirantes, las mayas negras y las zapatillas de baile. Bueno, pensándolo bien, si podría costearlo, pero no gastaría esa cantidad de dinero innecesariamente. Tenía cosas más importantes que pagar, la casa, la comida, las deudas de la luz, el teléfono y el agua, la escuela de mi hermano, los pequeños regalos que le podía dar a Louis, bueno, todo lo que mamá no pagaba.

Debía agradecer al generoso sueldo de la academia y a las propinas del restaurante. Era lo único que me ayudaba a salir adelante. Suspiré y aparté mis pensamientos para concentrarme a terminar de enseñar correctamente a mi clase.

Unos quince minutos luego, la clase ya había acabado y la mayoría de las niñas corrían hacia la parte trasera del estudio donde se ubicaban los sillones por si sus familiares deseaban esperar, cosa que la mayoría hacía. Me despedía de cada una de ellas al momento en el que salían, recibiendo tanto sus agradecimientos como los de sus familiares. Me disponía a irme del salón cuando vi una pequeña sombra en el área de los sillones.

Al volverme para ver mejor, vi a una de las niñas aún sentada en el sillón, sola. Ya tenía su abrigo puesto y se había cambiado sus zapatos y mantenía su bolso en sus regazos, expectante de quien sea que fuera por ella. Me alejé de la puerta y me acerqué a ella hasta sentarme a su lado.  

– Corinne – llamé su atención – ¿Tu hermano se atrasó de nuevo?
– Sí – la vi bajar su mirada, pero rápidamente la subió de nuevo. La semana pasada, al salir del estudio, la había encontrado en la recepción esperando a su hermano. Le había dicho que la próxima vez que sucediera que se quedara en el salón esperando.
– Tengo otra clase en quince minutos, ¿te gustaría verla mientras llega tu hermano? – asintió emocionada y se acomodó mejor en el sillón.


Ya eran un poco más de las tres cuando despedí al último grupo. Aparté mi vista de la puerta y la fijé de nuevo el sillón al fondo del estudio. Corinne continuaba ahí, con la única diferencia de que ahora dormía. Aún no podía creer la irresponsabilidad de su hermano. Suspiré ignorando la contracción de mi estómago, implorando comida. A la hora del almuerzo, le había dado mi comida a Corie ya que no estaba dispuesta a dejar que ella pasara hambre, aunque no entendía de que se quejaba mi estómago, ya debería estar acostumbrado a la falta de comida.

Ignoré el pensamiento y me acerqué a mi bolso, revisé mi celular y al ver que no había ninguna llamada de la escuela de mi hermano me tranquilicé al pensar que tal vez mi madre si había cumplido su promesa esta vez. Dejé el teléfono en el mismo lugar de antes y caminé hacia Corinne. Parecía tan serena al dormir, sonreí y acaricié su castaño cabello.

No entendía cómo alguien podría olvidarla, yo nunca me olvidaría de Louis. En todos los momentos libres que tuve fui a recepción a llamar a cualquiera de los teléfonos apuntados en la agenda. Al parecer ambos de sus padres estaban en reuniones y en su casa nadie llegó a contestar el teléfono las veces que llamé. Con un poco de lástima, la desperté, ya que yo tenía que irme y no había forma en que la dejara sola.

– Corinne, Corie – la moví un poco y ella abrió sus ojos, mirándome un poco somnolienta. – Me iré a cambiar de ropa y te llevaré a casa. ¿Me esperas aquí? – ella asintió y pude localizar el destello de desilusión en sus ojos al ver que nadie había venido por ella.

Me cambié de ropa lo más rápido que pude y luego la tomé de la mano para caminar con ella fuera del estudio. Luego de verificar la dirección en los datos de la academia, nos encaminamos hacia su casa. Ni siquiera estaba tan lejos. Unos quince minutos luego llegamos. Me quedé más que sorprendida con el tamaño de ese lugar. Tenía un inmenso jardín y un largo camino de piedras que llegaba a una enorme estructura blanquecina.

– ¿Esa es tu casa? –  le pregunté mirándole sorprendida, ella simplemente asintió.

Caminamos por las piedras hasta llegar a la puerta y al estar frente a ella, toqué dos veces, luego de un rato de esperar, la puerta se abrió. Detrás de la puerta se asomó un muchacho que poseía los mismos rasgos de la niña por lo que supuse, él era su hermano. Al terminar de abrir la puerta, me sonrojé al ver que se encontraba únicamente en pantalones de mezclilla. Sin camisa. Corinne hizo un sonido de asco a mi lado y se tapó los ojos. Reí un poco, pero al evaluar por qué me encontraba aquí, el enojo que sentía minutos antes volvió.

Él me miró y una sonrisa se posó en sus labios, luego pasó su mirada por todo mi cuerpo haciéndome sentir incómoda.

– Hola, soy Noah. – tendió la mano esperando que la tomara y me sorprendió el hecho de que no notara a su hermana.
– Hola, soy la maestra de baile de Corinne. ¿Te suena el nombre? Pequeña, cabello castaño, ojos cafés, tu hermana, no sé. – le pregunté con un tono un poco más enojadizo del que pensaba mostrar y una sonrisa falsa en mis labios, ignorando la mano que tendía. Alzó la ceja incrédulo pero al momento de analizar mis palabras sus ojos se abrieron de golpe y por primera vez en el día miró a la pequeña que aún sostenía mi mano.
–Maldición. Rayos Corie, en serio lo siento. – ella simplemente negó con la cabeza al ver que él se acercaba a ella.
– Nada más te pido que estés ahí la próxima vez. Gracias señorita Bella.
– No hay problema preciosa. – besé su frente y luego vi como desapareció al pasar por la puerta y entrar a su casa. Al ver que él iba a hablar para decirme algo, levanté la mano en señal de que no hablara. – Como ella lo dijo, nada más esté allí la próxima vez. Somos una academia de baile, no una guardería, espero que entienda la diferencia. – le sonreí cínicamente y luego tomé el camino de vuelta. Aún esperaba llegar a tiempo para mi turno en el restaurante.