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El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Hace mucho que no actualizas la novela, ¿dónde andas Karen?
Rachel116
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Anna. escribió:Christa más zorra no puede ser ¿eh? las cosas que hace por culpa de su obsesión con Louis...
Julia y Louis son la pareja perfecta, me encantan. Louis es un cielo cuando quiere, y me alegro mucho de que se haya deshecho de esa cama. Una pena que no haya quemado el apartamento directamente, pero bueno.
Me encantó el capítulo.
Espero que puedas seguirla pronto!!
Besos :)
Las cosas que hace por esa obsesión
M alegra saber que te encanto el capítulo
Ahora la sigo
Cuídate, besos
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Rachel116 escribió:Cada vez alucino más con Christa... ¿se ha acostado con ese chico con el único fin de conseguir información sobre Louis?
Jajajajaj ¡lo sabía! Sabía que acabaría deshaciéndose de todo y que seguiría con la intención de comprar un nuevo apartamento.
Me ha gustado muchísimo el capítulo. Espero que la sigas prontito.
¡Un beso!
Sip
Me alegra que te haya gustado el capítulo
Ya la sigo
Besos
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Rachel116 escribió:Hace mucho que no actualizas la novela, ¿dónde andas Karen?
Estoy aquí
Ya subo el sgte cap
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
.
Holaaaa!!
¿Qué tal les pareció el capítulo?
Espero que les haya gustadoooo
Comente mucho
BESOSS, las adoroooo
bye!
Capítulo Catorce
A medida que el semestre avanzaba, la presión para completar el proyecto de tesis fue en aumento. Katherine Picton le pidió a Julia que le entregara los capítulos más rápidamente. Cuanto antes tuviera capítulos completos, más fácil le sería hablarle a Greg Matthews, el catedrático del Departamento de Lenguas Románicas y de Literatura en Harvard, en caso de que éste se interesara por su solicitud.
Pero Julia no podía concentrarse en su trabajo cuando Louis estaba cerca. Cuando le explicó que sus ojos azules, combinados con la pirotecnia sexual y con la química que vibraba entre ellos, le impedían concentrarse en temas académicos, él se sintió muy halagado.
Así que la feliz pareja llegó a un compromiso. Se llamarían por teléfono, se enviarían mensajes de texto o correos electrónicos, pero aparte de una comida o una cena entre semana, Julia viviría en su apartamento. Los viernes por la noche, se trasladaría a casa de Louis para pasar el fin de semana juntos.
Un miércoles por la noche de mediados de enero, Julia lo llamó por teléfono una vez hubo acabado el trabajo.
—Hoy ha sido un día duro —dijo. Sonaba cansada.
—¿Qué ha pasado?
—La profesora Picton me ha hecho repetir tres cuartas partes de un capítulo, porque la ha parecido que estaba ofreciendo una visión demasiado romántica de Dante.
—¡Uf!
—Ella odia a los románticos, así que ya te puedes imaginar cómo se ha puesto. Me ha soltado un sermón larguísimo. Me he sentido muy idiota.
—Tú no tienes nada de idiota —la animó Louis, riéndose—. A veces, la profesora Picton me hace sentir idiota a mí también.
—Me cuesta de creer.
—Deberías haberme visto la primera vez que fui a su casa. Estaba más nervioso que el día que leí la tesis. Casi me olvidé de ponerme los pantalones. -Julia se echó a reír.
—Me imagino que si hubieras llegado sin pantalones habría estado encantada.
—Por suerte, no tuve que averiguarlo.
—Me ha dicho que mi fuerte ética del trabajo suple mis ocasionales carencias de
razonamiento.
—Eso es un gran halago, viniendo de ella. Para Katherine, casi nadie es capaz de
razonar correctamente. Cuando habla del mundo actual, lo define como una sociedad de monos vestidos con ropa. -Gruñendo, Julia se tumbó en la cama.
—¿Sería mucho pedir que de vez en cuando me dijera que le gusta mi proyecto? ¿O que estoy haciendo un buen trabajo?
—Katherine nunca te dirá que le gusta tu trabajo. Cree que ese tipo de comentarios son condescendientes. Los viejos y presumidos profesores formados en Oxford son así. No hay nada que hacer.
—Tú no eres así, profesor Tomlinson. -Louis sintió que el miembro se le ponía alerta al oír el cambio en su tono de voz.
—Oh, sí, soy así, señorita Mitchell. Lo que pasa es que se ha olvidado.
—Porque ahora me tratas muy bien. Eres muy dulce conmigo.
—Por supuesto —susurró él—, pero es que ahora ya no eres mi alumna, eres mi amante. —Con una sonrisa traviesa, añadió—: Bueno, puedo seguir siendo tu maestro en el arte del amor, si quieres. Ella se echó a reír y él se unió a su risa.
—He acabado de leer el libro que me dejaste, A Severe Mercy.
—Qué rápida. ¿Cómo lo has hecho?
—Por las noches me siento sola y leo para conciliar el sueño.
—No tienes por qué sentirte sola. Hay taxis. Ven a mi casa y yo te haré compañía. -Julia puso los ojos en blanco.
—Sí, profesor.
—De acuerdo, señorita Mitchell. ¿Qué le ha parecido el libro?
—No acabo de entender qué era lo que le gustaba tanto a Grace.
—¿Por qué?
—Bueno, es una historia de amor romántico, pero cuando se convierten al cristianismo, los protagonistas deciden que su sentimiento era pagano, que se habían vuelto ídolos el uno para el otro. Me ha parecido muy triste.
—Lo siento. No he leído el libro, pero Grace hablaba de él a menudo.
—¿Cómo puede ser pagano el amor, Louis? No lo entiendo.
—¿Y tú me lo preguntas? Pensaba que yo era el pagano en esta relación.
—No eres pagano. Me lo dijiste. -Él suspiró, pensativo.
—Cierto, lo hice. Sabes tan bien como yo que, para Dante, Dios es la única realidad que puede satisfacer los deseos del alma. Es su manera implícita de criticar la relación entre Paolo y Francesca. Para él, éstos renuncian a un bien superior, el amor de Dios, por el amor a otro ser humano. Por supuesto, eso es un pecado.
—Paolo y Francesca eran adúlteros. No deberían haberse enamorado.
—Es verdad, pero aunque no hubieran estado casados, la crítica de Dante sería la misma. Si se aman tanto que se olvidan de todo lo demás, su amor es pagano. Se convierten en ídolos el uno para el otro. Y su sentimiento también adquiere carácter de idolatría. Y eso no es muy inteligente por su parte, ya que ningún ser humano puede hacer feliz del todo a otro ser humano. Todos somos demasiado imperfectos.
Julia estaba atónita. Aunque algunas de las cosas que él acababa de decir ya las sabía, no había esperado escucharlas de labios de Louis.
Al parecer, el amor que ella sentía era pagano y ni siquiera se había dado cuenta. Pero es que, además, si Louis creía en lo que acababa de decir, la visión que él tenía de su relación era mucho menos intensa y positiva que la suya. Era una auténtica sorpresa.
—Julianne, ¿sigues ahí? -Ella carraspeó.
—Sí.
—No es más que una teoría. No tiene nada que ver con nosotros.
Su puntualización no logró tranquilizarla. Louis era consciente de que había convertido a Julianne, su Beatriz, en su ídolo y por mucha retórica que usara ahora, esa verdad no cambiaba. Dada la cantidad de tiempo que llevaba siguiendo un programa de doce pasos que lo ayudara a centrarse en un poder superior que no fuera él mismo, sus amantes o su familia, no podía decir lo contrario.
—Pero entonces, ¿qué era lo que le gustaba a Grace de este libro? Sigo sin entenderlo.
—No lo sé —admitió él—. Tal vez cuando se enamoró de Richard lo vio como a un salvador. Se casó con ella y se marcharon juntos, cabalgando hacia el anochecer de Selinsgrove.
—Richard es un buen hombre —murmuró Julia.
—Lo es. Pero no es un dios. Si Grace se hubiera casado con él pensando que todos sus problemas desaparecerían gracias a su perfección, su relación no habría durado. Tarde o temprano se habría desencantado y lo habría abandonado para buscar a otra persona que la hiciera feliz. Tal vez la razón del éxito de su matrimonio fuera que sus expectativas eran realistas. No esperaban que el otro fuera la respuesta a todas sus necesidades. También explicaría que la espiritualidad fuera importante en la vida de ambos.
—Puede ser. Este libro es muy distinto de la novela de Graham Greene que tú estabas leyendo.
—No tan distintos.
—Tu novela hablaba de una aventura amorosa y un hombre que odia a Dios. Lo busqué en Wikipedia. -Louis reprimió las ganas de gruñir.
—No busques cosas en Wikipedia, Julianne. Ya sabes que esa página es poco de fiar.
—Sí, profesor Tomlinson —canturreó ella. Louis resopló.
—¿Por qué crees que el protagonista de Greene odia a Dios? Porque su amante lo abandonó, cambiándolo por Él. Las dos novelas tratan de amores paganos, Julianne. Lo único distinto es el final.
—Ni siquiera el final es tan distinto. -Louis sonrió.
—Creo que es un poco tarde para mantener esta conversación. Tú debes de estar
cansada y a mí me quedan papeles por mirar.
—Te amo. Locamente. -Algo en la voz de Julia hizo que se le acelerara el corazón.
—Yo también te amo. Te amo demasiado, estoy seguro, pero no sé amarte de otra manera. —Sus palabras finales no fueron más que un susurro, pero se quedaron colgando entre ellos como una amenaza.
—Yo tampoco sé amarte de otra manera —murmuró ella. —En ese caso, que Dios se apiade de nosotros.
Si le hubieran preguntado a Louis si quería ir a terapia, habría dicho que no. Odiaba hablar sobre sus sentimientos o sobre su infancia casi tanto como hablar sobre lo sucedido con Paulina. Tampoco le apetecía nada hablar de sus adicciones ni sobre la profesora Singer ni sobre la infinidad de otras mujeres que había conocido.
Pero quería una relación duradera con Julia y quería que ella se sintiera fuerte. Quería que floreciera del todo, no sólo parcialmente. En el fondo, tenía miedo de que por su culpa Julia no pudiera acabar de florecer, precisamente por ser él como era.
Por eso se había jurado hacer todo lo que estuviera en su mano para ayudarla, incluso si para lograrlo tenía que cambiar de hábitos y centrarse en las necesidades de ella y no en las suyas. Le pareció que le vendría bien oír una opinión experta sobre hasta dónde llegaba su egoísmo y unos cuantos consejos prácticos para superarlo. Por todo ello, había dejado las dudas y la vergüenza a un lado y había decidido acudir a terapia una vez a la semana.
A medida que enero iba avanzando, tanto Louis como Julia se dieron cuenta de que habían tenido suerte con sus respectivos terapeutas. Los doctores Nicole y Winston Nakamura eran un matrimonio que trabajaba con sus pacientes en un plano psicológico y
personal, integrando esos aspectos con consideraciones existenciales y espirituales.
A Nicole le preocupaba la naturaleza de la relación de Julia con su novio. Le preocupaba que la diferencia de poder en esa relación, unida a la fuerte personalidad de Louis y a la falta de autoestima de ella, convirtiera su sentimiento en un riesgo para la salud mental de su paciente.
Pero Julia afirmaba que estaba enamorada de Louis y que era muy feliz a su lado. Era innegable que su relación le aportaba mucho placer y también mucha seguridad. Pero tanto la extraña historia de su encuentro y su reencuentro como el historial de adicciones de él hacían sonar todas las alarmas de Nicole. Y el hecho de que Julia no viera nada preocupante en todo ello le parecía lo más preocupante de todo.
Winston, por su parte, no se mordió la lengua. Informó a Louis de que estaba poniendo en peligro su rehabilitación al beber alcohol y saltarse las reuniones de Narcóticos Anónimos. Lo que se suponía que iba a ser una toma de contacto, acabó siendo una confrontación directa, que terminó con Louis saliendo malhumorado de la consulta. Sin embargo, a la semana siguiente regresó a la terapia y prometió que volvería a las sesiones de Narcóticos Anónimos. Y de hecho llegó a ir un par de veces, pero luego no volvió más.
Pero Julia no podía concentrarse en su trabajo cuando Louis estaba cerca. Cuando le explicó que sus ojos azules, combinados con la pirotecnia sexual y con la química que vibraba entre ellos, le impedían concentrarse en temas académicos, él se sintió muy halagado.
Así que la feliz pareja llegó a un compromiso. Se llamarían por teléfono, se enviarían mensajes de texto o correos electrónicos, pero aparte de una comida o una cena entre semana, Julia viviría en su apartamento. Los viernes por la noche, se trasladaría a casa de Louis para pasar el fin de semana juntos.
Un miércoles por la noche de mediados de enero, Julia lo llamó por teléfono una vez hubo acabado el trabajo.
—Hoy ha sido un día duro —dijo. Sonaba cansada.
—¿Qué ha pasado?
—La profesora Picton me ha hecho repetir tres cuartas partes de un capítulo, porque la ha parecido que estaba ofreciendo una visión demasiado romántica de Dante.
—¡Uf!
—Ella odia a los románticos, así que ya te puedes imaginar cómo se ha puesto. Me ha soltado un sermón larguísimo. Me he sentido muy idiota.
—Tú no tienes nada de idiota —la animó Louis, riéndose—. A veces, la profesora Picton me hace sentir idiota a mí también.
—Me cuesta de creer.
—Deberías haberme visto la primera vez que fui a su casa. Estaba más nervioso que el día que leí la tesis. Casi me olvidé de ponerme los pantalones. -Julia se echó a reír.
—Me imagino que si hubieras llegado sin pantalones habría estado encantada.
—Por suerte, no tuve que averiguarlo.
—Me ha dicho que mi fuerte ética del trabajo suple mis ocasionales carencias de
razonamiento.
—Eso es un gran halago, viniendo de ella. Para Katherine, casi nadie es capaz de
razonar correctamente. Cuando habla del mundo actual, lo define como una sociedad de monos vestidos con ropa. -Gruñendo, Julia se tumbó en la cama.
—¿Sería mucho pedir que de vez en cuando me dijera que le gusta mi proyecto? ¿O que estoy haciendo un buen trabajo?
—Katherine nunca te dirá que le gusta tu trabajo. Cree que ese tipo de comentarios son condescendientes. Los viejos y presumidos profesores formados en Oxford son así. No hay nada que hacer.
—Tú no eres así, profesor Tomlinson. -Louis sintió que el miembro se le ponía alerta al oír el cambio en su tono de voz.
—Oh, sí, soy así, señorita Mitchell. Lo que pasa es que se ha olvidado.
—Porque ahora me tratas muy bien. Eres muy dulce conmigo.
—Por supuesto —susurró él—, pero es que ahora ya no eres mi alumna, eres mi amante. —Con una sonrisa traviesa, añadió—: Bueno, puedo seguir siendo tu maestro en el arte del amor, si quieres. Ella se echó a reír y él se unió a su risa.
—He acabado de leer el libro que me dejaste, A Severe Mercy.
—Qué rápida. ¿Cómo lo has hecho?
—Por las noches me siento sola y leo para conciliar el sueño.
—No tienes por qué sentirte sola. Hay taxis. Ven a mi casa y yo te haré compañía. -Julia puso los ojos en blanco.
—Sí, profesor.
—De acuerdo, señorita Mitchell. ¿Qué le ha parecido el libro?
—No acabo de entender qué era lo que le gustaba tanto a Grace.
—¿Por qué?
—Bueno, es una historia de amor romántico, pero cuando se convierten al cristianismo, los protagonistas deciden que su sentimiento era pagano, que se habían vuelto ídolos el uno para el otro. Me ha parecido muy triste.
—Lo siento. No he leído el libro, pero Grace hablaba de él a menudo.
—¿Cómo puede ser pagano el amor, Louis? No lo entiendo.
—¿Y tú me lo preguntas? Pensaba que yo era el pagano en esta relación.
—No eres pagano. Me lo dijiste. -Él suspiró, pensativo.
—Cierto, lo hice. Sabes tan bien como yo que, para Dante, Dios es la única realidad que puede satisfacer los deseos del alma. Es su manera implícita de criticar la relación entre Paolo y Francesca. Para él, éstos renuncian a un bien superior, el amor de Dios, por el amor a otro ser humano. Por supuesto, eso es un pecado.
—Paolo y Francesca eran adúlteros. No deberían haberse enamorado.
—Es verdad, pero aunque no hubieran estado casados, la crítica de Dante sería la misma. Si se aman tanto que se olvidan de todo lo demás, su amor es pagano. Se convierten en ídolos el uno para el otro. Y su sentimiento también adquiere carácter de idolatría. Y eso no es muy inteligente por su parte, ya que ningún ser humano puede hacer feliz del todo a otro ser humano. Todos somos demasiado imperfectos.
Julia estaba atónita. Aunque algunas de las cosas que él acababa de decir ya las sabía, no había esperado escucharlas de labios de Louis.
Al parecer, el amor que ella sentía era pagano y ni siquiera se había dado cuenta. Pero es que, además, si Louis creía en lo que acababa de decir, la visión que él tenía de su relación era mucho menos intensa y positiva que la suya. Era una auténtica sorpresa.
—Julianne, ¿sigues ahí? -Ella carraspeó.
—Sí.
—No es más que una teoría. No tiene nada que ver con nosotros.
Su puntualización no logró tranquilizarla. Louis era consciente de que había convertido a Julianne, su Beatriz, en su ídolo y por mucha retórica que usara ahora, esa verdad no cambiaba. Dada la cantidad de tiempo que llevaba siguiendo un programa de doce pasos que lo ayudara a centrarse en un poder superior que no fuera él mismo, sus amantes o su familia, no podía decir lo contrario.
—Pero entonces, ¿qué era lo que le gustaba a Grace de este libro? Sigo sin entenderlo.
—No lo sé —admitió él—. Tal vez cuando se enamoró de Richard lo vio como a un salvador. Se casó con ella y se marcharon juntos, cabalgando hacia el anochecer de Selinsgrove.
—Richard es un buen hombre —murmuró Julia.
—Lo es. Pero no es un dios. Si Grace se hubiera casado con él pensando que todos sus problemas desaparecerían gracias a su perfección, su relación no habría durado. Tarde o temprano se habría desencantado y lo habría abandonado para buscar a otra persona que la hiciera feliz. Tal vez la razón del éxito de su matrimonio fuera que sus expectativas eran realistas. No esperaban que el otro fuera la respuesta a todas sus necesidades. También explicaría que la espiritualidad fuera importante en la vida de ambos.
—Puede ser. Este libro es muy distinto de la novela de Graham Greene que tú estabas leyendo.
—No tan distintos.
—Tu novela hablaba de una aventura amorosa y un hombre que odia a Dios. Lo busqué en Wikipedia. -Louis reprimió las ganas de gruñir.
—No busques cosas en Wikipedia, Julianne. Ya sabes que esa página es poco de fiar.
—Sí, profesor Tomlinson —canturreó ella. Louis resopló.
—¿Por qué crees que el protagonista de Greene odia a Dios? Porque su amante lo abandonó, cambiándolo por Él. Las dos novelas tratan de amores paganos, Julianne. Lo único distinto es el final.
—Ni siquiera el final es tan distinto. -Louis sonrió.
—Creo que es un poco tarde para mantener esta conversación. Tú debes de estar
cansada y a mí me quedan papeles por mirar.
—Te amo. Locamente. -Algo en la voz de Julia hizo que se le acelerara el corazón.
—Yo también te amo. Te amo demasiado, estoy seguro, pero no sé amarte de otra manera. —Sus palabras finales no fueron más que un susurro, pero se quedaron colgando entre ellos como una amenaza.
—Yo tampoco sé amarte de otra manera —murmuró ella. —En ese caso, que Dios se apiade de nosotros.
* * * *
Si le hubieran preguntado a Louis si quería ir a terapia, habría dicho que no. Odiaba hablar sobre sus sentimientos o sobre su infancia casi tanto como hablar sobre lo sucedido con Paulina. Tampoco le apetecía nada hablar de sus adicciones ni sobre la profesora Singer ni sobre la infinidad de otras mujeres que había conocido.
Pero quería una relación duradera con Julia y quería que ella se sintiera fuerte. Quería que floreciera del todo, no sólo parcialmente. En el fondo, tenía miedo de que por su culpa Julia no pudiera acabar de florecer, precisamente por ser él como era.
Por eso se había jurado hacer todo lo que estuviera en su mano para ayudarla, incluso si para lograrlo tenía que cambiar de hábitos y centrarse en las necesidades de ella y no en las suyas. Le pareció que le vendría bien oír una opinión experta sobre hasta dónde llegaba su egoísmo y unos cuantos consejos prácticos para superarlo. Por todo ello, había dejado las dudas y la vergüenza a un lado y había decidido acudir a terapia una vez a la semana.
A medida que enero iba avanzando, tanto Louis como Julia se dieron cuenta de que habían tenido suerte con sus respectivos terapeutas. Los doctores Nicole y Winston Nakamura eran un matrimonio que trabajaba con sus pacientes en un plano psicológico y
personal, integrando esos aspectos con consideraciones existenciales y espirituales.
A Nicole le preocupaba la naturaleza de la relación de Julia con su novio. Le preocupaba que la diferencia de poder en esa relación, unida a la fuerte personalidad de Louis y a la falta de autoestima de ella, convirtiera su sentimiento en un riesgo para la salud mental de su paciente.
Pero Julia afirmaba que estaba enamorada de Louis y que era muy feliz a su lado. Era innegable que su relación le aportaba mucho placer y también mucha seguridad. Pero tanto la extraña historia de su encuentro y su reencuentro como el historial de adicciones de él hacían sonar todas las alarmas de Nicole. Y el hecho de que Julia no viera nada preocupante en todo ello le parecía lo más preocupante de todo.
Winston, por su parte, no se mordió la lengua. Informó a Louis de que estaba poniendo en peligro su rehabilitación al beber alcohol y saltarse las reuniones de Narcóticos Anónimos. Lo que se suponía que iba a ser una toma de contacto, acabó siendo una confrontación directa, que terminó con Louis saliendo malhumorado de la consulta. Sin embargo, a la semana siguiente regresó a la terapia y prometió que volvería a las sesiones de Narcóticos Anónimos. Y de hecho llegó a ir un par de veces, pero luego no volvió más.
Holaaaa!!
¿Qué tal les pareció el capítulo?
Espero que les haya gustadoooo
Comente mucho
BESOSS, las adoroooo
bye!
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Me encantó, por dios, cada día me gusta más, si eso es posible. Quiero un Louis, no, quiero A Louis para mi solita.
Espero que puedas seguirla pronto
Espero que puedas seguirla pronto
Anna.
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Siento muchísimo no haber comentado antes, esta semana ha sido horrible, he estado super ajetreada y no he tenido tiempo para absolutamente nada en lo que respecta a vida social. El capítulo me ha gustado muchísimo. Amo cada día más y más a Louis pero me preocupa que haya vuelto a dejar de ir a las reuniones cuando le habían advertido de que estaba poniéndose en riesgo al beber alcohol...
Sigue pronto la novela, ¡por favor!
¡Un beso!
Sigue pronto la novela, ¡por favor!
¡Un beso!
Rachel116
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
.
¿Qué tal les pareció el capítulo?
Espero que les haya gustadoooo
Comente mucho
BESOSS, las adoroooo
bye!
Capítulo Quince
«La nieve en la ciudad no se parece en nada a la nieve en el campo», pensó Julia mientras acompañaba a Louis a buscar el coche a su casa, bajo una intensa nevada. Esa noche iban a cenar a un elegante restaurante francés, el Auberge du Pommier.
Él tiró del brazo de ella y la acorraló contra el escaparate de una tienda para besarla apasionadamente. Cuando acabó, Julia se echó a reír casi sin aliento. Esa vez, fue ella la que lo arrastró hasta la acera para disfrutar de los copos de nieve.
En el campo se podía oír el susurro de los copos al caer. Nada los molestaba en su descenso, ni rascacielos ni siquiera los edificios más bajos. En la ciudad, en cambio, el viento encarrilaba la nieve entre las casas, haciendo que cayera de manera menos armónica y uniforme. O eso le parecía a Julia.
Al llegar al edificio de Louis, se detuvo un momento a mirar el escaparate de la gran tienda de vajillas de la planta baja. Aunque lo que le interesaba no eran los artículos expuestos, sino el guapísimo hombre reflejado a su lado.
Louis llevaba un abrigo largo de lana negra, con solapas de terciopelo también negro y una bufanda Burberry alrededor del cuello, como si fuera un pañuelo. Asimismo llevaba guantes de piel negros, pero lo que en realidad la fascinaba era el sombrero.
El profesor Tomlinson llevaba una boina.
A Julia, su elección de accesorios le pareció curiosamente atractiva. Louis se había negado a unirse a la moda local de llevar gorros de lana. Una boina de lana negra complementaba su aspecto de un modo mucho más original y elegante.
—¿Qué pasa? —preguntó él, con una sonrisa.
—Eres muy guapo —contestó ella, sin poder apartar la mirada de su reflejo.
—Tú sí que eres hermosa. Por dentro y por fuera. Eres un precioso polo helado. -Y la besó sin prisas frente a un centenar de platos de porcelana china. —Mejor tomemos un taxi para ir al restaurante. Así podré dedicarme a ti durante el trayecto. Voy un momento a sacar dinero del cajero automático. Vuelvo en seguida. Puedes esperarme aquí, a no ser que quieras acompañarme. -Julia negó con la cabeza.
—Prefiero disfrutar de la nieve mientras dure. -Él se echó a reír.
—Estamos en Canadá. No te preocupes por eso. La nieve durará bastante. —Le
apartó un momento la pashmina para besarla en el cuello, antes de desaparecer en el edificio Manulife riendo para sus adentros.
Ella se volvió entonces hacia el escaparate. Una de las vajillas le llamó la atención y se preguntó cómo quedaría en el comedor de Louis.
—¿Julia?
Al volverse, se encontró con el pecho de Paul a la altura de los ojos. Con una gran sonrisa, él le dio un cariñoso abrazo.
—¿Cómo estás?
—Bien, muy bien —respondió nerviosa, preocupada por la reacción de Louis si los encontraba así.
—Tienes muy buen aspecto. ¿Han ido bien las fiestas?
—Muy bien. Te he traído un recuerdo de Pensilvania. Te lo dejaré en tu casillero, en el departamento. Y a ti, ¿qué tal te han ido?
—Bien. Muy ajetreadas, pero bien. ¿Cómo te van las clases?
—Muy bien, aunque la profesora Picton me tiene muy ocupada.
—Me lo creo. —Paul se echó a reír—. Tal vez podríamos tomar café alguna tarde de la semana que viene para ponernos al día.
—Tal vez. —Julia sonrió, luchando contra el impulso de volverse en busca de Louis.De repente, la sonrisa desapareció de la cara de Paul. Frunciendo el cejo, dio un paso hacia ella con expresión amenazadora.
—¿Qué demonios te ha pasado?
Ella miró hacia abajo, pero no se vio nada raro en el abrigo. Se pasó la mano por la mejilla, pensando que tal vez tuviese pintalabios. Pero Paul estaba mirando más abajo. Le estaba mirando el cuello. Se acercó aún más, invadiendo su espacio personal y le apartó un poco más la pashmina lila con su manaza de oso.
—Por el amor de Dios, Julia, ¿qué demonios es eso?
Ella se encogió al notar que uno de sus dedos, áspero por el trabajo en la granja, le rozaba la marca del mordisco. Al parecer, esa mañana se había olvidado de aplicarse maquillaje. Maldijo el despiste para sus adentros.
—No es nada. Estoy perfectamente —dijo, dando un paso atrás y rodeándose el cuello con dos vueltas de la pashmina para no tener que mirarlo a la cara.
—No me digas que no es nada, Julia. Eso es claramente algo. ¿Te lo hizo tu novio?
—Por supuesto que no. Él nunca me haría daño. -Paul ladeó la cabeza.
—Una vez me contaste que te lo había hecho. Pensaba que por eso lo habías dejado con él la otra vez.
Julia se encontró presa en la trampa construida con sus propias mentiras. Abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla. Tenía que pensarlo bien antes.
—¿Es un mordisco de pasión o de enfado? —insistió Paul, tratando de mantener
la calma.
Estaba furioso con la persona que había tratado a Julia con tanta violencia. Nada
le apetecía más que descubrir quién había sido y partirle la cara. Varias veces.
—William nunca haría algo así. Nunca me ha levantado la mano.
—Entonces, ¿qué pasó? -Sorprendida por la intensidad del disgusto de su amigo, se miró las botas. —Y no me mientas —añadió él.
—Alguien entró en casa de mi padre durante Acción de Gracias y me atacó. Sé que la cicatriz es espantosa, pero voy a hacer que me la quiten. -Paul reflexionó unos instantes antes de replicar:
—Un mordisco es algo muy personal para un ladrón de casas, ¿no te parece? -Julia desvió la vista. —¿Y por qué te avergüenza que alguien te asaltara? No es culpa tuya. —Paul le cogió la mano—. No quieres contarme lo que pasó, ya lo veo. —Le acarició la palma con el pulgar—. Si necesitas ayuda, cuenta conmigo.
—Eres muy amable, pero la policía lo detuvo. No podrá volver a atacarme. -Él relajó los hombros.
—Soy tu amigo, Conejito. Me preocupo por ti. Deja que te ayude antes de que las cosas se pongan más feas. -Julia retiró la mano bruscamente.
—No soy un conejo y no necesito tu ayuda.
—No te ofendas. No quería faltarte al respeto. —Paul la miró, arrepentido—. ¿Por qué no te ayudó William? Yo habría destrozado al ladrón de una paliza.
Ella pensó en contarle que eso era exactamente lo que había pasado, pero decidió no hacerlo.
—No debe de ser un gran novio, si permite que te traten así.
—Estaba sola en casa. Nadie se podía imaginar que un ladrón entraría y me atacaría. No soy una damisela en apuros, Paul, por mucho que te cueste aceptarlo —se defendió ella con los ojos brillantes. Él entornó los ojos.
—Nunca he dicho que lo seas, pero eso que tienes en el cuello no es algo que un ladrón suela dejar de recuerdo. Es lo que haría alguien que quisiera marcarte. Y tienes que admitir que no es la primera vez que alguien te maltrata. En el poco tiempo que hace que te conozco, te he visto maltratada por Christa, por la profesora Dolor, por Tomlinson...
—Esto no tiene nada que ver.
—Mereces que te traten mejor —añadió él, bajando tanto el tono de voz que Julia se estremeció—. Yo nunca te trataría así.
Ella lo miró a los ojos sin decir nada, esperando que Louis no apareciera justo en ese momento. Metiéndose las manos en los bolsillos, Paul se balanceó sobre las puntas de los
pies.
—Voy a Yonge Street a cenar con unos amigos. ¿Quieres venir?
—Llevo todo el día fuera de casa. Tengo ganas de volver ya. -Él asintió.
—Se me ha hecho un poco tarde, si no, te acompañaría. ¿Necesitas dinero para un taxi?
—No, ya tengo, gracias. —Julia jugueteó con sus guantes—. Eres un buen amigo.
—Ya nos veremos —dijo él, despidiéndose con una sonrisa triste. Ella se volvió hacia el interior del edificio, pero no vio a Louis. —¿Julia? —la llamó Paul.
—¿Sí?
—Ten cuidado, por favor. -Asintió y lo despidió con la mano, mientras él se alejaba calle abajo.
A las dos de la mañana, Julia se despertó sobresaltada. Estaba en la cama de Louis, a oscuras, pero él no estaba. Poco después de que Paul se marchara, Louis había vuelto. Si los había visto hablando, no comentó nada, pero estuvo bastante serio durante la cena. Luego, cuando Julia se acostó, él le dio un beso en la coronilla y le dijo que no tardaría en acompañarla. Pero horas más tarde aún no se había acostado.
Se dirigió al salón sin hacer ruido. El piso estaba a oscuras. Sólo se veía un hilo de luz procedente de debajo de la puerta del estudio de Louis. Julia se detuvo en el pasillo, escuchando. Cuando finalmente lo oyó tecleando en el ordenador, entró.
Decir que Louis se sorprendió al verla sería quedarse muy corto. Se volvió hacia ella bruscamente y la miró con desconfianza.
—¿Qué haces? —le preguntó, levantándose de golpe y tapando con un gran diccionario Oxford los papeles que tenía desperdigados por la mesa.
—Yo... nada. —Julia se miró las piernas desnudas y movió los dedos de los pies, tratando de agarrar con ellos la alfombra persa. Él se acercó rápidamente a su lado.
—¿Te pasa algo?
—No. Es que no venías a la cama y me he preocupado. -Louis se quitó las gafas y se frotó los ojos.
—No tardaré, te lo prometo. Sólo tengo que acabar unas cosas que no pueden esperar. -Julia se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla antes de irse. —Espera. Te acompañaré.
Y, dándole la mano, fue con ella hasta el dormitorio.
La gran cama medieval había desaparecido, igual que los muebles oscuros y la ropa de cama de color azul hielo. Louis había contratado a un diseñador de interiores para que reprodujera el dormitorio de la casa de Umbría. Ahora las paredes estaban pintadas de color crema y de la cama con dosel colgaban unas cortinas de gasa.
A Julia le habían encantado los cambios y, sobre todo, la intención que había detrás. Aquélla ya no era sólo la habitación de Louis. Era la habitación de los dos.
—Felices sueños —le deseó él, dándole un casto beso, como un padre besando a su hija, antes de marcharse y cerrar la puerta.
Julia permaneció un rato despierta, preguntándose qué le estaría ocultando. No sabía qué sería mejor, si tratar de averiguarlo o confiar ciegamente en él. Finalmente, incapaz de decidirse, cayó en un sueño intranquilo.
Holaaaa!!Él tiró del brazo de ella y la acorraló contra el escaparate de una tienda para besarla apasionadamente. Cuando acabó, Julia se echó a reír casi sin aliento. Esa vez, fue ella la que lo arrastró hasta la acera para disfrutar de los copos de nieve.
En el campo se podía oír el susurro de los copos al caer. Nada los molestaba en su descenso, ni rascacielos ni siquiera los edificios más bajos. En la ciudad, en cambio, el viento encarrilaba la nieve entre las casas, haciendo que cayera de manera menos armónica y uniforme. O eso le parecía a Julia.
Al llegar al edificio de Louis, se detuvo un momento a mirar el escaparate de la gran tienda de vajillas de la planta baja. Aunque lo que le interesaba no eran los artículos expuestos, sino el guapísimo hombre reflejado a su lado.
Louis llevaba un abrigo largo de lana negra, con solapas de terciopelo también negro y una bufanda Burberry alrededor del cuello, como si fuera un pañuelo. Asimismo llevaba guantes de piel negros, pero lo que en realidad la fascinaba era el sombrero.
El profesor Tomlinson llevaba una boina.
A Julia, su elección de accesorios le pareció curiosamente atractiva. Louis se había negado a unirse a la moda local de llevar gorros de lana. Una boina de lana negra complementaba su aspecto de un modo mucho más original y elegante.
—¿Qué pasa? —preguntó él, con una sonrisa.
—Eres muy guapo —contestó ella, sin poder apartar la mirada de su reflejo.
—Tú sí que eres hermosa. Por dentro y por fuera. Eres un precioso polo helado. -Y la besó sin prisas frente a un centenar de platos de porcelana china. —Mejor tomemos un taxi para ir al restaurante. Así podré dedicarme a ti durante el trayecto. Voy un momento a sacar dinero del cajero automático. Vuelvo en seguida. Puedes esperarme aquí, a no ser que quieras acompañarme. -Julia negó con la cabeza.
—Prefiero disfrutar de la nieve mientras dure. -Él se echó a reír.
—Estamos en Canadá. No te preocupes por eso. La nieve durará bastante. —Le
apartó un momento la pashmina para besarla en el cuello, antes de desaparecer en el edificio Manulife riendo para sus adentros.
Ella se volvió entonces hacia el escaparate. Una de las vajillas le llamó la atención y se preguntó cómo quedaría en el comedor de Louis.
—¿Julia?
Al volverse, se encontró con el pecho de Paul a la altura de los ojos. Con una gran sonrisa, él le dio un cariñoso abrazo.
—¿Cómo estás?
—Bien, muy bien —respondió nerviosa, preocupada por la reacción de Louis si los encontraba así.
—Tienes muy buen aspecto. ¿Han ido bien las fiestas?
—Muy bien. Te he traído un recuerdo de Pensilvania. Te lo dejaré en tu casillero, en el departamento. Y a ti, ¿qué tal te han ido?
—Bien. Muy ajetreadas, pero bien. ¿Cómo te van las clases?
—Muy bien, aunque la profesora Picton me tiene muy ocupada.
—Me lo creo. —Paul se echó a reír—. Tal vez podríamos tomar café alguna tarde de la semana que viene para ponernos al día.
—Tal vez. —Julia sonrió, luchando contra el impulso de volverse en busca de Louis.De repente, la sonrisa desapareció de la cara de Paul. Frunciendo el cejo, dio un paso hacia ella con expresión amenazadora.
—¿Qué demonios te ha pasado?
Ella miró hacia abajo, pero no se vio nada raro en el abrigo. Se pasó la mano por la mejilla, pensando que tal vez tuviese pintalabios. Pero Paul estaba mirando más abajo. Le estaba mirando el cuello. Se acercó aún más, invadiendo su espacio personal y le apartó un poco más la pashmina lila con su manaza de oso.
—Por el amor de Dios, Julia, ¿qué demonios es eso?
Ella se encogió al notar que uno de sus dedos, áspero por el trabajo en la granja, le rozaba la marca del mordisco. Al parecer, esa mañana se había olvidado de aplicarse maquillaje. Maldijo el despiste para sus adentros.
—No es nada. Estoy perfectamente —dijo, dando un paso atrás y rodeándose el cuello con dos vueltas de la pashmina para no tener que mirarlo a la cara.
—No me digas que no es nada, Julia. Eso es claramente algo. ¿Te lo hizo tu novio?
—Por supuesto que no. Él nunca me haría daño. -Paul ladeó la cabeza.
—Una vez me contaste que te lo había hecho. Pensaba que por eso lo habías dejado con él la otra vez.
Julia se encontró presa en la trampa construida con sus propias mentiras. Abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla. Tenía que pensarlo bien antes.
—¿Es un mordisco de pasión o de enfado? —insistió Paul, tratando de mantener
la calma.
Estaba furioso con la persona que había tratado a Julia con tanta violencia. Nada
le apetecía más que descubrir quién había sido y partirle la cara. Varias veces.
—William nunca haría algo así. Nunca me ha levantado la mano.
—Entonces, ¿qué pasó? -Sorprendida por la intensidad del disgusto de su amigo, se miró las botas. —Y no me mientas —añadió él.
—Alguien entró en casa de mi padre durante Acción de Gracias y me atacó. Sé que la cicatriz es espantosa, pero voy a hacer que me la quiten. -Paul reflexionó unos instantes antes de replicar:
—Un mordisco es algo muy personal para un ladrón de casas, ¿no te parece? -Julia desvió la vista. —¿Y por qué te avergüenza que alguien te asaltara? No es culpa tuya. —Paul le cogió la mano—. No quieres contarme lo que pasó, ya lo veo. —Le acarició la palma con el pulgar—. Si necesitas ayuda, cuenta conmigo.
—Eres muy amable, pero la policía lo detuvo. No podrá volver a atacarme. -Él relajó los hombros.
—Soy tu amigo, Conejito. Me preocupo por ti. Deja que te ayude antes de que las cosas se pongan más feas. -Julia retiró la mano bruscamente.
—No soy un conejo y no necesito tu ayuda.
—No te ofendas. No quería faltarte al respeto. —Paul la miró, arrepentido—. ¿Por qué no te ayudó William? Yo habría destrozado al ladrón de una paliza.
Ella pensó en contarle que eso era exactamente lo que había pasado, pero decidió no hacerlo.
—No debe de ser un gran novio, si permite que te traten así.
—Estaba sola en casa. Nadie se podía imaginar que un ladrón entraría y me atacaría. No soy una damisela en apuros, Paul, por mucho que te cueste aceptarlo —se defendió ella con los ojos brillantes. Él entornó los ojos.
—Nunca he dicho que lo seas, pero eso que tienes en el cuello no es algo que un ladrón suela dejar de recuerdo. Es lo que haría alguien que quisiera marcarte. Y tienes que admitir que no es la primera vez que alguien te maltrata. En el poco tiempo que hace que te conozco, te he visto maltratada por Christa, por la profesora Dolor, por Tomlinson...
—Esto no tiene nada que ver.
—Mereces que te traten mejor —añadió él, bajando tanto el tono de voz que Julia se estremeció—. Yo nunca te trataría así.
Ella lo miró a los ojos sin decir nada, esperando que Louis no apareciera justo en ese momento. Metiéndose las manos en los bolsillos, Paul se balanceó sobre las puntas de los
pies.
—Voy a Yonge Street a cenar con unos amigos. ¿Quieres venir?
—Llevo todo el día fuera de casa. Tengo ganas de volver ya. -Él asintió.
—Se me ha hecho un poco tarde, si no, te acompañaría. ¿Necesitas dinero para un taxi?
—No, ya tengo, gracias. —Julia jugueteó con sus guantes—. Eres un buen amigo.
—Ya nos veremos —dijo él, despidiéndose con una sonrisa triste. Ella se volvió hacia el interior del edificio, pero no vio a Louis. —¿Julia? —la llamó Paul.
—¿Sí?
—Ten cuidado, por favor. -Asintió y lo despidió con la mano, mientras él se alejaba calle abajo.
A las dos de la mañana, Julia se despertó sobresaltada. Estaba en la cama de Louis, a oscuras, pero él no estaba. Poco después de que Paul se marchara, Louis había vuelto. Si los había visto hablando, no comentó nada, pero estuvo bastante serio durante la cena. Luego, cuando Julia se acostó, él le dio un beso en la coronilla y le dijo que no tardaría en acompañarla. Pero horas más tarde aún no se había acostado.
Se dirigió al salón sin hacer ruido. El piso estaba a oscuras. Sólo se veía un hilo de luz procedente de debajo de la puerta del estudio de Louis. Julia se detuvo en el pasillo, escuchando. Cuando finalmente lo oyó tecleando en el ordenador, entró.
Decir que Louis se sorprendió al verla sería quedarse muy corto. Se volvió hacia ella bruscamente y la miró con desconfianza.
—¿Qué haces? —le preguntó, levantándose de golpe y tapando con un gran diccionario Oxford los papeles que tenía desperdigados por la mesa.
—Yo... nada. —Julia se miró las piernas desnudas y movió los dedos de los pies, tratando de agarrar con ellos la alfombra persa. Él se acercó rápidamente a su lado.
—¿Te pasa algo?
—No. Es que no venías a la cama y me he preocupado. -Louis se quitó las gafas y se frotó los ojos.
—No tardaré, te lo prometo. Sólo tengo que acabar unas cosas que no pueden esperar. -Julia se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla antes de irse. —Espera. Te acompañaré.
Y, dándole la mano, fue con ella hasta el dormitorio.
La gran cama medieval había desaparecido, igual que los muebles oscuros y la ropa de cama de color azul hielo. Louis había contratado a un diseñador de interiores para que reprodujera el dormitorio de la casa de Umbría. Ahora las paredes estaban pintadas de color crema y de la cama con dosel colgaban unas cortinas de gasa.
A Julia le habían encantado los cambios y, sobre todo, la intención que había detrás. Aquélla ya no era sólo la habitación de Louis. Era la habitación de los dos.
—Felices sueños —le deseó él, dándole un casto beso, como un padre besando a su hija, antes de marcharse y cerrar la puerta.
Julia permaneció un rato despierta, preguntándose qué le estaría ocultando. No sabía qué sería mejor, si tratar de averiguarlo o confiar ciegamente en él. Finalmente, incapaz de decidirse, cayó en un sueño intranquilo.
¿Qué tal les pareció el capítulo?
Espero que les haya gustadoooo
Comente mucho
BESOSS, las adoroooo
bye!
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Anna. escribió:Me encantó, por dios, cada día me gusta más, si eso es posible. Quiero un Louis, no, quiero A Louis para mi solita.
Espero que puedas seguirla pronto
Ya somos dos
Ya la seguí
Espero también te guste
Cuídate
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Rachel116 escribió:Siento muchísimo no haber comentado antes, esta semana ha sido horrible, he estado super ajetreada y no he tenido tiempo para absolutamente nada en lo que respecta a vida social. El capítulo me ha gustado muchísimo. Amo cada día más y más a Louis pero me preocupa que haya vuelto a dejar de ir a las reuniones cuando le habían advertido de que estaba poniéndose en riesgo al beber alcohol...
Sigue pronto la novela, ¡por favor!
¡Un beso!
Ohhh ok no te preocupes
Ya la seguí
Espero te guste
Cuidateeee
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Paul parece buen amigo pero es un poco metiche, ¿por qué no entiende que no fue Louis (o William) el que le hizo daño a Julia?
Bueno ¿Y a Louis que le pasa? me he quedado con la intriga, espero que puedas seguirla pronto.
Besos :)
Bueno ¿Y a Louis que le pasa? me he quedado con la intriga, espero que puedas seguirla pronto.
Besos :)
Anna.
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Paul, siempre me has caído bien y te he querido pero no me gusta que no le creas, si Julianne te dice que no le ha mordido su novio tienes que creerla. Sé que estás enamorado de ella, es bastante evidente pero tienes que dejar de acosarla y de intentar cuidarla constantemente o se sentirá extorsionada.
En cualquier caso me ha gustado muchísimo el capítulo y espero que sigas pronto la novela porque quiero saber cuanto antes más sobre Julianne y Louis, y también sobre esas dos zorras....
¡Un beso!
En cualquier caso me ha gustado muchísimo el capítulo y espero que sigas pronto la novela porque quiero saber cuanto antes más sobre Julianne y Louis, y también sobre esas dos zorras....
¡Un beso!
Rachel116
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Anna. escribió:Paul parece buen amigo pero es un poco metiche, ¿por qué no entiende que no fue Louis (o William) el que le hizo daño a Julia?
Bueno ¿Y a Louis que le pasa? me he quedado con la intriga, espero que puedas seguirla pronto.
Besos :)
Jajaja esta enamorado de ella por eso es así...
Mmmm ya sabremos que psa con Lou
Ya la sigooo
Gracias por comentar
Cuídate
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Rachel116 escribió:Paul, siempre me has caído bien y te he querido pero no me gusta que no le creas, si Julianne te dice que no le ha mordido su novio tienes que creerla. Sé que estás enamorado de ella, es bastante evidente pero tienes que dejar de acosarla y de intentar cuidarla constantemente o se sentirá extorsionada.
En cualquier caso me ha gustado muchísimo el capítulo y espero que sigas pronto la novela porque quiero saber cuanto antes más sobre Julianne y Louis, y también sobre esas dos zorras....
¡Un beso!
Le daré a Paul tu consejo.
,e alegra que te haya gustado
En el cap que se viene nos dicen algo de las zorras
Cuídate
Gracias por comentar
Byeee!
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
.
Holaaaa!!
¿Qué tal les pareció el capítulo?
Espero que les haya gustadoooo
Comente mucho
BESOSS, las adoroooo
bye!
Capítulo Dieciséis
Paul no podía dormir. Si hubiera sido una persona propensa al melodrama, habría descrito su estado de ánimo como «una noche oscura del alma». Pero Paul era de Vermont, así que no era propenso al melodrama. Sin embargo, tras una noche de cervezas con sus compañeros del equipo de rugby, seguía sin poder quitarse de la cabeza la imagen del cuello marcado de Julia.
Él tenía ideas muy claras sobre cómo un hombre debía tratar a una mujer, ideas basadas sobre todo en su experiencia directa. Sus padres no eran particularmente cariñosos, ni dados a demostraciones de afecto en público, pero siempre se trataban con respeto. Su madre le había enseñado a tratar a las chicas como a damas y su padre había reforzado la idea, diciéndole que si alguna vez se enteraba de que había tratado mal a una, tendría que responder de sus actos ante él.
Paul recordó su primera fiesta en la Universidad Saint Michael. Se había encontrado con una chica que volvía a su habitación con la camisa rota. La había tranquilizado y le había pedido que le dijera el nombre de su atacante. Entonces, Paul lo fue a buscar y lo retuvo hasta que llegó la policía. Antes, no obstante, se encargó de darle un ligero escarmiento.
Cuando su hermana pequeña, Heather, le contó que chicos de su clase la atormentaban con comentarios obscenos y tirándole de la goma del sujetador, Paul los esperó a la salida de clase y los amenazó. Heather acabó los estudios sin más percances.
Para Paul, la violencia contra las mujeres era algo inconcebible. Se habría gastado todos sus ahorros en un billete de avión para ir a buscar a la persona que había marcado a Julia, si hubiera sabido dónde localizarlo.
Había metido la pata, reflexionó, con la mirada clavada en la pared de su sencillo apartamento. Se había acercado a ella como un caballero de brillante armadura y ella se había metido en su caparazón. Si se hubiera mostrado menos agresivo y más receptivo, tal vez Julia habría confiado en él. Pero se había sentido presionada y ahora iba a costar mucho más que se abriera y le contara lo que había pasado en realidad.
«¿Debo respetar su voluntad y mantenerme al margen? ¿O debo ayudarla incluso en contra de su voluntad?»
Paul no sabía qué decisión acabaría tomando, pero si algo tenía claro era que no iba a perderla de vista. Y a ver si alguien se atrevía a atacarla mientras él estuviera cerca.
A la mañana siguiente, poco antes de las once, Julia apartó el brazo de Louis y se levantó de la cama. Se puso una de las camisas blancas de él y se la abrochó frente a la fotografía ampliada y enmarcada de Louis besándole el cuello. Aunque esa foto le gustaba mucho, le había extrañado encontrarla tan ampliada y expuesta en un lugar tan prominente. Se acordó de la primera vez que había entrado en el dormitorio, cuando vio las fotos en blanco y negro que colgaban de las paredes. Fue la noche en que Louis le vomitó encima. Bueno, encima de ella y de su jersey color verde botella.
Louis tenía mucho estilo para el vestir. Habría estado elegante aunque llevara puesta sólo una bolsa de papel. (Julia se quedó unos instantes con esa imagen en la cabeza y una sonrisa en los labios.)
Lo dejó en la habitación, roncando suavemente, y se dirigió a la cocina. Mientras se preparaba el desayuno, recordó su comportamiento de la noche anterior.
«¿Qué estaba haciendo en su despacho tan tarde un viernes por la noche?»
Sin plantearse las consecuencias de sus actos, se encaminó hacia el despacho. La
mesa estaba casi despejada, el portátil apagado y los papeles recogidos. No pensaba encender el ordenador ni abrir los cajones para descubrir sus secretos. Sin embargo, encontró algo inesperado: un pequeño marco de plata con una imagen en blanco y negro.
«Maia.»
Julia cogió el marco y observó la imagen, maravillada de la rápida progresión de Louis. Permaneció así, absorta, un buen rato.
—¿Has encontrado lo que has venido a buscar?
Julia se volvió hacia la puerta, desde donde Louis la observaba apoyado en el marco. Con sólo unos bóxers a rayas y una camiseta, tenía los brazos cruzados a la altura del pecho.
Se quedó mirando un poco más de lo necesario el escote y las piernas de Julia, pero al ver lo que tenía en la mano, la expresión le cambió.
—Lo siento —se disculpó ella, dejando el marco donde lo había encontrado. Louis se le acercó.
—Aún no he decidido dónde ponerlo. —Mirando la imagen, añadió—: Pero no quiero guardarlo en un cajón.
—Por supuesto. Es un marco precioso.
—Lo compré en Tiffany. -Julia ladeó la cabeza.
—Sólo a ti se te ocurre comprar un marco en Tiffany. Yo lo habría comprado en
un Walmart.
—No fui a Tiffany para eso —replicó él, mirándola fijamente. A ella le dio un vuelco el corazón.
—¿Y encontraste lo que habías ido a buscar allí?
—Desde luego —respondió él, sosteniéndole la mirada—. Hace ya tiempo. -Julia parpadeó como si estuviera sumida en una especie de niebla, hasta que Louis se inclinó sobre ella y la besó.
Fue un beso extraordinario. Le sujetó la cara con ambas manos y unió sus labios unos instantes antes de empezar a moverse dentro de su boca. Momentos después, Julia se había olvidado de qué la había llevado hasta el despacho. Louis le acarició la lengua tiernamente con la suya mientras le retiraba el pelo de la cara y la sujetaba por la nuca. Cuando se retiró, le dio un último beso en la mejilla.
—Ojalá te hubiera conocido antes. Ojalá las cosas hubieran sido distintas.
—Ahora estamos juntos.
—Tienes razón. Y tú estás preciosa con mi camisa —dijo él con la voz súbitamente ronca—. Había pensado llevarte a desayunar fuera. Hay una pequeña crepería en la esquina que creo que te podría gustar. -Cogidos de la mano, regresaron al dormitorio para ducharse juntos y empezar el día.
Esa tarde trabajaron en el despacho. Louis leía un artículo, mientras Julia revisaba su correo sentada en la butaca de terciopelo rojo.
Al levantar los ojos, vio a Louis absorto en el artículo. Sin decirle nada, escribió la respuesta:
Katherine Picton llevaba una vida tranquila. Tenía una bonita casa en el barrio de Toronto conocido como The Annex, al que podía irse andando desde la universidad, pasaba los veranos en Italia y las Navidades, en Inglaterra. Dedicaba casi todo el tiempo a escribir y publicar artículos y monografías sobre Dante. En otras palabras, llevaba la vida típica de la respetable académica solterona, aunque no era aficionada a la jardinería ni a coleccionar amantes, ni vivía rodeada de una docena de gatos. (Por desgracia.)
A pesar de su edad, estaba muy solicitada. Le ofrecían dar muchas conferencias y más de una universidad había tratado de atraerla para dar clases, con promesas de salarios desorbitados y escasa responsabilidad académica. Pero Katherine habría preferido excavar el canal de Panamá con las uñas sufriendo al mismo tiempo de fiebre amarilla antes que renunciar a la investigación. No quería oír hablar de clases ni de reuniones académicas.
Y eso fue exactamente lo que le dijo a Greg Matthews cuando éste la llamó para comunicarle que había quedado una plaza de catedrático especializado en Dante vacante en Harvard. Él tardó unos segundos en reaccionar.
—Pe... pero, profesora Picton —titubeó, buscando argumentos para convencerla—, podríamos arreglarlo. No tendría que dar clases. Sólo un par de conferencias al semestre, estar en la universidad unas horas a la semana y supervisar alguna tesis doctoral. Eso sería todo.
—No quiero tener que trasladar todos mis libros.
—Contrataremos a una empresa de mudanzas.
—Los mezclarán todos y luego será imposible encontrar nada.
—Contrataremos una empresa especializada. Una acostumbrada a hacer traslados de libros. Los sacarán, los embalarán en orden y los dejarán aquí exactamente igual que estaban. No tendrá que mover ni un dedo.
—Las empresas de mudanzas no saben tratar los libros —se burló ella—. ¿Y si pierden algo? Tengo miles de volúmenes en mi biblioteca. No volvería a recuperarlos nunca más. ¡Algunos son irreemplazables!
—Profesora Picton, si acepta la plaza, iré a Toronto y me ocuparé de trasladar sus libros personalmente. -Katherine esperó un instante, hasta que se convenció de que Greg estaba hablando en serio. Entonces se echó a reír a carcajadas.
—Sí que está servicial Harvard últimamente.
—Ni se lo imagina —murmuró él, esperando haberla hecho cambiar de opinión.
—No estoy interesada. Hay un montón de personas más jóvenes que yo a las que
tendría que estar ofreciéndoles ese puesto y no a una jubilada de sesenta y ocho años. Pero ya que lo tengo a mano, quería hablarle de una estudiante, Julianne Mitchell. Creo que deberían admitirla en su programa de doctorado.
Y pasó diez minutos explicándole a Greg por qué había sido un error no darle una beca completa a Julia el año anterior. Luego insistió para que le concedieran una a partir de setiembre. Finalmente, cuando acabó de decirle lo que tenía que hacer para ser un buen director de estudios de posgrado (lo que, en realidad, quedaba fuera de sus responsabilidades), le colgó el teléfono bruscamente.
Greg se quedó mirando el aparato sin dar crédito.
Durante la última semana de enero, Julia estaba tan contenta que en vez de caminar, le parecía que flotaba a medio metro del suelo. Gracias a los avances médicos, su piel volvía a estar perfecta. Le habían quitado la cicatriz y nadie sabría que la habían marcado. Su terapia iba estupendamente, igual que su relación con Louis, aunque, en ocasiones, éste parecía distraído y tenía que llamarlo más de una vez.
Acababa de tomar café con Paul y se dirigía a la biblioteca tras haber comentado con él el inexplicable reciente buen humor de Christa, cuando recibió una llamada telefónica que le cambiaría la vida. Era Greg Matthews ofreciéndole entrar en el programa de doctorado en Lenguas Románicas y Literatura de Harvard, con una generosa beca, a partir del siguiente setiembre.
Para ello tenía que acabar de manera satisfactoria los cursos que estaba haciendo, pero como el mismo profesor Matthews comentó, dadas sus cartas de recomendación y las palabras elogiosas de la profesora Picton, estaba seguro de que eso no supondría ningún obstáculo.
Aunque el hombre parecía impaciente porque le diera una respuesta, era consciente de que casi todos los estudiantes necesitaban unos días para pensar en su futuro, así que le pidió que lo telefoneara al cabo de una semana.
Julia se sorprendió de lo calmada y profesional que había sonado al teléfono. Aunque la verdad era que apenas dijo nada. Después de colgar, le envió un mensaje a Louis, con dedos temblorosos.
[quote] Me acaban de llamar de Harvard. ¡Me quieren! Depende de que apruebe los cursos. Te quiero, J. [quote]
Poco después, le llegó la respuesta:
Julia sonrió y completó su tarea en la biblioteca rápidamente, antes de dirigirse al edificio Manulife. Estaba emocionada, pero también preocupada. Por un lado, entrar en Harvard suponía la culminación de sus sueños tras muchos años de duro trabajo. Pero por otro, representaba separarse de Louis.
Siguiendo los consejos de la doctora Nicole, decidió mimarse un poco. Se daría un baño caliente y pensaría en la bañera. Le dejó una nota a Louis en la mesita del recibidor donde él siempre colocaba las llaves y se metió en el espacioso cuarto de baño. Quince minutos más tarde, estaba medio dormida bajo el chorro de la ducha tropical
—. Ésta sí que es una buena bienvenida a casa —susurró Louis, abriendo la puerta de la ducha—. Una Julia desnuda, húmeda y calentita.
—Hay sitio de sobra para un Louis desnudo, húmedo y calentito —replicó ella, agarrándolo de la mano. Él sonrió.
—Ahora no. Tenemos que celebrarlo. ¿Dónde quieres ir a cenar?
En otra época, Julia habría aceptado su sugerencia sólo para hacerlo feliz, pero ahora se sentía más segura de sí misma.
—¿No podríamos quedarnos en casa? Me apetece más que estemos a solas.
—Por supuesto. Me cambio y vuelvo en seguida.
Cuando regresó, ella ya había salido de la bañera y se había tapado con una toalla. Él le alargó una copa de champán para brindar por las buenas noticias.
—Tengo una cosa para ti —le dijo, desapareciendo un momento en el dormitorio. Regresó con una sudadera color carmesí, que levantó a la altura de los ojos de ella para que leyera las letras—. Era mía. Me gustaría que la tuvieras tú ahora.
Le quitó la copa de la mano y la dejó al lado de la suya, en la encimera del lavabo. Luego tiró de la toalla hasta que ésta cayó al suelo. Con la sudadera puesta, Julia parecía una estudiante de alguna hermandad de Harvard que acabara de levantarse de la cama de su novio.
—Estás preciosa —susurró él, abrazándola y besándola con entusiasmo—. Es un logro muy importante y sé que has trabajado mucho para conseguirlo. Estoy muy orgulloso de ti.
-Julia sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Aparte de Grace, nadie le había dicho nunca que estuviera orgulloso de ella.
—Gracias. ¿Estás seguro de que quieres desprenderte de tu sudadera?
—Claro, chica lista.
—Todavía no he decidido si voy a aceptar su oferta.
—¿Cómo? —Louis dio un paso atrás para verla mejor. Tenía el cejo fruncido.
—Me acaban de llamar. Tengo una semana para decidirme.
—¿Qué es lo que tienes que pensar? Sería una locura rechazar esa oferta.
Julia jugueteó con sus manos. Pensaba que Louis estaría triste ante la perspectiva de tener que separarse de ella. No había esperado una reacción tan entusiasta. Él empezó a recorrer el cuarto de baño a grandes zancadas.
—¿No te han ofrecido suficiente dinero? Ya sabes que yo puedo ocuparme de los gastos. Te compraré un piso cerca de Harvard Square, por el amor de Dios.
—No quiero ser una mantenida.
—¿De qué estás hablando? —preguntó, volviéndose hacia ella bruscamente. Julia enderezó la espalda y levantó la barbilla.
—Yo quiero pagar mis cosas. -Con un gruñido de frustración, él le sujetó la cara entre las manos.
—Julianne, nunca seremos iguales. Tú eres mucho mejor que yo. -Sus ojos tenían un brillo especial, el brillo de la sinceridad. La besó antes de abrazarla y decirle al oído: —Tengo más vicios y más dinero que tú. Me niego a compartir mis vicios, pero mi dinero es tuyo. Tómalo.
—No lo quiero.
—Entonces deja que te ayude a conseguir un crédito. Por favor, no malgastes esta oportunidad por culpa del dinero. No después de todo lo que has trabajado.
—El dinero no es el problema. Matthews me ha ofrecido una beca muy generosa, que cubrirá mis gastos sobradamente. -Tirando del bajo de la sudadera, Julia trató de cubrirse un poco más con ella. —Lo que me preocupa es saber qué será de nosotros si yo me marcho.
—¿Quieres ir?
—Sí, pero no quiero perderte.
—¿Por qué ibas a perderme? -Julia ocultó la cara contra su pecho.
—Las relaciones a distancia son siempre difíciles. Y eres muy guapo. Las mujeres harán cola para ocupar mi lugar. -Él frunció el cejo.
—No estoy interesado en las demás mujeres. Sólo me interesas tú. He pedido un año sabático. Y si con eso no es suficiente, pediré una excedencia. Me irá bien pasar un año en Harvard para acabar mi libro de una vez. Podemos mudarnos en setiembre y ya decidiremos qué hacemos más adelante.
—No puedo permitirlo. Tu carrera está aquí.
—Los académicos se toman años sabáticos constantemente. Pregúntaselo a Katherine.
—¿Y si te arrepientes y me lo echas en cara?
—Es más probable que te arrepientas tú de estar atada a un hombre mayor, cuando deberías estar saliendo con jóvenes de tu edad. Y encima a un hombre mayor que es un egoísta sabelotodo que no deja de decirte lo que debes hacer en todo momento. -Julia puso los ojos en blanco.
—El hombre que amo no se parece en nada a la persona que has descrito. Ya no. Además, sólo nos llevamos diez años. -Él sonrió irónicamente.
—Gracias. No hace falta que vivamos juntos si no quieres. Podemos ser vecinos. Aunque, si prefieres que no te acompañe... —Louis tragó saliva y aguardó su respuesta. Ella le echó los brazos al cuello.
—Claro que quiero que vengas.
—Bien —susurró él, arrastrándola hacia el dormitorio.
Cuando Julia regresó a su apartamento al día siguiente, Louis se pasó la tarde trabajando en su despacho. Estaba a punto de llamarla por teléfono para proponerle cenar juntos, cuando alguien lo llamó al móvil. Al ver que era Paulina, no respondió. Minutos más tarde, el conserje llamó al interfono.
—¿Sí?
—Profesor Tomlinson, hay una mujer que dice que necesita hablar con usted.
—¿Cómo se llama?
—Paulina Gruscheva. -Louis maldijo en voz baja.
—Dígale que se vaya. -El hombre bajó el tono de voz hasta convertirlo en un susurro.,
—Sí, profesor, pero le advierto que parece muy alterada. Y está usando su nombre de manera poco discreta.
—De acuerdo —dijo él, apretando los dientes—. Ahora bajo.
Louis cogió las llaves y salió del apartamento maldiciendo.
Él tenía ideas muy claras sobre cómo un hombre debía tratar a una mujer, ideas basadas sobre todo en su experiencia directa. Sus padres no eran particularmente cariñosos, ni dados a demostraciones de afecto en público, pero siempre se trataban con respeto. Su madre le había enseñado a tratar a las chicas como a damas y su padre había reforzado la idea, diciéndole que si alguna vez se enteraba de que había tratado mal a una, tendría que responder de sus actos ante él.
Paul recordó su primera fiesta en la Universidad Saint Michael. Se había encontrado con una chica que volvía a su habitación con la camisa rota. La había tranquilizado y le había pedido que le dijera el nombre de su atacante. Entonces, Paul lo fue a buscar y lo retuvo hasta que llegó la policía. Antes, no obstante, se encargó de darle un ligero escarmiento.
Cuando su hermana pequeña, Heather, le contó que chicos de su clase la atormentaban con comentarios obscenos y tirándole de la goma del sujetador, Paul los esperó a la salida de clase y los amenazó. Heather acabó los estudios sin más percances.
Para Paul, la violencia contra las mujeres era algo inconcebible. Se habría gastado todos sus ahorros en un billete de avión para ir a buscar a la persona que había marcado a Julia, si hubiera sabido dónde localizarlo.
Había metido la pata, reflexionó, con la mirada clavada en la pared de su sencillo apartamento. Se había acercado a ella como un caballero de brillante armadura y ella se había metido en su caparazón. Si se hubiera mostrado menos agresivo y más receptivo, tal vez Julia habría confiado en él. Pero se había sentido presionada y ahora iba a costar mucho más que se abriera y le contara lo que había pasado en realidad.
«¿Debo respetar su voluntad y mantenerme al margen? ¿O debo ayudarla incluso en contra de su voluntad?»
Paul no sabía qué decisión acabaría tomando, pero si algo tenía claro era que no iba a perderla de vista. Y a ver si alguien se atrevía a atacarla mientras él estuviera cerca.
* * * *
A la mañana siguiente, poco antes de las once, Julia apartó el brazo de Louis y se levantó de la cama. Se puso una de las camisas blancas de él y se la abrochó frente a la fotografía ampliada y enmarcada de Louis besándole el cuello. Aunque esa foto le gustaba mucho, le había extrañado encontrarla tan ampliada y expuesta en un lugar tan prominente. Se acordó de la primera vez que había entrado en el dormitorio, cuando vio las fotos en blanco y negro que colgaban de las paredes. Fue la noche en que Louis le vomitó encima. Bueno, encima de ella y de su jersey color verde botella.
Louis tenía mucho estilo para el vestir. Habría estado elegante aunque llevara puesta sólo una bolsa de papel. (Julia se quedó unos instantes con esa imagen en la cabeza y una sonrisa en los labios.)
Lo dejó en la habitación, roncando suavemente, y se dirigió a la cocina. Mientras se preparaba el desayuno, recordó su comportamiento de la noche anterior.
«¿Qué estaba haciendo en su despacho tan tarde un viernes por la noche?»
Sin plantearse las consecuencias de sus actos, se encaminó hacia el despacho. La
mesa estaba casi despejada, el portátil apagado y los papeles recogidos. No pensaba encender el ordenador ni abrir los cajones para descubrir sus secretos. Sin embargo, encontró algo inesperado: un pequeño marco de plata con una imagen en blanco y negro.
«Maia.»
Julia cogió el marco y observó la imagen, maravillada de la rápida progresión de Louis. Permaneció así, absorta, un buen rato.
—¿Has encontrado lo que has venido a buscar?
Julia se volvió hacia la puerta, desde donde Louis la observaba apoyado en el marco. Con sólo unos bóxers a rayas y una camiseta, tenía los brazos cruzados a la altura del pecho.
Se quedó mirando un poco más de lo necesario el escote y las piernas de Julia, pero al ver lo que tenía en la mano, la expresión le cambió.
—Lo siento —se disculpó ella, dejando el marco donde lo había encontrado. Louis se le acercó.
—Aún no he decidido dónde ponerlo. —Mirando la imagen, añadió—: Pero no quiero guardarlo en un cajón.
—Por supuesto. Es un marco precioso.
—Lo compré en Tiffany. -Julia ladeó la cabeza.
—Sólo a ti se te ocurre comprar un marco en Tiffany. Yo lo habría comprado en
un Walmart.
—No fui a Tiffany para eso —replicó él, mirándola fijamente. A ella le dio un vuelco el corazón.
—¿Y encontraste lo que habías ido a buscar allí?
—Desde luego —respondió él, sosteniéndole la mirada—. Hace ya tiempo. -Julia parpadeó como si estuviera sumida en una especie de niebla, hasta que Louis se inclinó sobre ella y la besó.
Fue un beso extraordinario. Le sujetó la cara con ambas manos y unió sus labios unos instantes antes de empezar a moverse dentro de su boca. Momentos después, Julia se había olvidado de qué la había llevado hasta el despacho. Louis le acarició la lengua tiernamente con la suya mientras le retiraba el pelo de la cara y la sujetaba por la nuca. Cuando se retiró, le dio un último beso en la mejilla.
—Ojalá te hubiera conocido antes. Ojalá las cosas hubieran sido distintas.
—Ahora estamos juntos.
—Tienes razón. Y tú estás preciosa con mi camisa —dijo él con la voz súbitamente ronca—. Había pensado llevarte a desayunar fuera. Hay una pequeña crepería en la esquina que creo que te podría gustar. -Cogidos de la mano, regresaron al dormitorio para ducharse juntos y empezar el día.
Esa tarde trabajaron en el despacho. Louis leía un artículo, mientras Julia revisaba su correo sentada en la butaca de terciopelo rojo.
Querida Julia:
Te debo una disculpa. Siento muchísimo haberte disgustado cuando nos encontramos ayer. No era mi intención. Estaba preocupado por ti.
Si alguna vez necesitas hablar con alguien, sólo tienes que llamarme. Espero que sigamos siendo amigos,
Paul
Posdata: Christa ha estado preguntando por ahí por qué la profesora Picton es tu
directora de proyecto.
Al levantar los ojos, vio a Louis absorto en el artículo. Sin decirle nada, escribió la respuesta:
Hola, Paul:
Por supuesto que seguimos siendo amigos. Lo que pasó en Selinsgrove fue bastante traumático y estoy tratando de olvidarlo.
Debo insistir en que mi novio me rescató, en más de un sentido.
Un día me gustaría presentártelo. Es maravilloso.
No entiendo el interés de Christa en mi director de proyecto. Sólo soy una estudiante de doctorado. Gracias por el aviso.
Te dejaré tu regalo de Navidad en el casillero el lunes. Es pequeño, pero espero que te guste.
Y gracias,
Julia
* * * *
Katherine Picton llevaba una vida tranquila. Tenía una bonita casa en el barrio de Toronto conocido como The Annex, al que podía irse andando desde la universidad, pasaba los veranos en Italia y las Navidades, en Inglaterra. Dedicaba casi todo el tiempo a escribir y publicar artículos y monografías sobre Dante. En otras palabras, llevaba la vida típica de la respetable académica solterona, aunque no era aficionada a la jardinería ni a coleccionar amantes, ni vivía rodeada de una docena de gatos. (Por desgracia.)
A pesar de su edad, estaba muy solicitada. Le ofrecían dar muchas conferencias y más de una universidad había tratado de atraerla para dar clases, con promesas de salarios desorbitados y escasa responsabilidad académica. Pero Katherine habría preferido excavar el canal de Panamá con las uñas sufriendo al mismo tiempo de fiebre amarilla antes que renunciar a la investigación. No quería oír hablar de clases ni de reuniones académicas.
Y eso fue exactamente lo que le dijo a Greg Matthews cuando éste la llamó para comunicarle que había quedado una plaza de catedrático especializado en Dante vacante en Harvard. Él tardó unos segundos en reaccionar.
—Pe... pero, profesora Picton —titubeó, buscando argumentos para convencerla—, podríamos arreglarlo. No tendría que dar clases. Sólo un par de conferencias al semestre, estar en la universidad unas horas a la semana y supervisar alguna tesis doctoral. Eso sería todo.
—No quiero tener que trasladar todos mis libros.
—Contrataremos a una empresa de mudanzas.
—Los mezclarán todos y luego será imposible encontrar nada.
—Contrataremos una empresa especializada. Una acostumbrada a hacer traslados de libros. Los sacarán, los embalarán en orden y los dejarán aquí exactamente igual que estaban. No tendrá que mover ni un dedo.
—Las empresas de mudanzas no saben tratar los libros —se burló ella—. ¿Y si pierden algo? Tengo miles de volúmenes en mi biblioteca. No volvería a recuperarlos nunca más. ¡Algunos son irreemplazables!
—Profesora Picton, si acepta la plaza, iré a Toronto y me ocuparé de trasladar sus libros personalmente. -Katherine esperó un instante, hasta que se convenció de que Greg estaba hablando en serio. Entonces se echó a reír a carcajadas.
—Sí que está servicial Harvard últimamente.
—Ni se lo imagina —murmuró él, esperando haberla hecho cambiar de opinión.
—No estoy interesada. Hay un montón de personas más jóvenes que yo a las que
tendría que estar ofreciéndoles ese puesto y no a una jubilada de sesenta y ocho años. Pero ya que lo tengo a mano, quería hablarle de una estudiante, Julianne Mitchell. Creo que deberían admitirla en su programa de doctorado.
Y pasó diez minutos explicándole a Greg por qué había sido un error no darle una beca completa a Julia el año anterior. Luego insistió para que le concedieran una a partir de setiembre. Finalmente, cuando acabó de decirle lo que tenía que hacer para ser un buen director de estudios de posgrado (lo que, en realidad, quedaba fuera de sus responsabilidades), le colgó el teléfono bruscamente.
Greg se quedó mirando el aparato sin dar crédito.
* * * *
Durante la última semana de enero, Julia estaba tan contenta que en vez de caminar, le parecía que flotaba a medio metro del suelo. Gracias a los avances médicos, su piel volvía a estar perfecta. Le habían quitado la cicatriz y nadie sabría que la habían marcado. Su terapia iba estupendamente, igual que su relación con Louis, aunque, en ocasiones, éste parecía distraído y tenía que llamarlo más de una vez.
Acababa de tomar café con Paul y se dirigía a la biblioteca tras haber comentado con él el inexplicable reciente buen humor de Christa, cuando recibió una llamada telefónica que le cambiaría la vida. Era Greg Matthews ofreciéndole entrar en el programa de doctorado en Lenguas Románicas y Literatura de Harvard, con una generosa beca, a partir del siguiente setiembre.
Para ello tenía que acabar de manera satisfactoria los cursos que estaba haciendo, pero como el mismo profesor Matthews comentó, dadas sus cartas de recomendación y las palabras elogiosas de la profesora Picton, estaba seguro de que eso no supondría ningún obstáculo.
Aunque el hombre parecía impaciente porque le diera una respuesta, era consciente de que casi todos los estudiantes necesitaban unos días para pensar en su futuro, así que le pidió que lo telefoneara al cabo de una semana.
Julia se sorprendió de lo calmada y profesional que había sonado al teléfono. Aunque la verdad era que apenas dijo nada. Después de colgar, le envió un mensaje a Louis, con dedos temblorosos.
[quote] Me acaban de llamar de Harvard. ¡Me quieren! Depende de que apruebe los cursos. Te quiero, J. [quote]
Poco después, le llegó la respuesta:
Felicidades, cariño. En una reunión. ¿En mi casa dentro de una hora? L.
Julia sonrió y completó su tarea en la biblioteca rápidamente, antes de dirigirse al edificio Manulife. Estaba emocionada, pero también preocupada. Por un lado, entrar en Harvard suponía la culminación de sus sueños tras muchos años de duro trabajo. Pero por otro, representaba separarse de Louis.
Siguiendo los consejos de la doctora Nicole, decidió mimarse un poco. Se daría un baño caliente y pensaría en la bañera. Le dejó una nota a Louis en la mesita del recibidor donde él siempre colocaba las llaves y se metió en el espacioso cuarto de baño. Quince minutos más tarde, estaba medio dormida bajo el chorro de la ducha tropical
—. Ésta sí que es una buena bienvenida a casa —susurró Louis, abriendo la puerta de la ducha—. Una Julia desnuda, húmeda y calentita.
—Hay sitio de sobra para un Louis desnudo, húmedo y calentito —replicó ella, agarrándolo de la mano. Él sonrió.
—Ahora no. Tenemos que celebrarlo. ¿Dónde quieres ir a cenar?
En otra época, Julia habría aceptado su sugerencia sólo para hacerlo feliz, pero ahora se sentía más segura de sí misma.
—¿No podríamos quedarnos en casa? Me apetece más que estemos a solas.
—Por supuesto. Me cambio y vuelvo en seguida.
Cuando regresó, ella ya había salido de la bañera y se había tapado con una toalla. Él le alargó una copa de champán para brindar por las buenas noticias.
—Tengo una cosa para ti —le dijo, desapareciendo un momento en el dormitorio. Regresó con una sudadera color carmesí, que levantó a la altura de los ojos de ella para que leyera las letras—. Era mía. Me gustaría que la tuvieras tú ahora.
Le quitó la copa de la mano y la dejó al lado de la suya, en la encimera del lavabo. Luego tiró de la toalla hasta que ésta cayó al suelo. Con la sudadera puesta, Julia parecía una estudiante de alguna hermandad de Harvard que acabara de levantarse de la cama de su novio.
—Estás preciosa —susurró él, abrazándola y besándola con entusiasmo—. Es un logro muy importante y sé que has trabajado mucho para conseguirlo. Estoy muy orgulloso de ti.
-Julia sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Aparte de Grace, nadie le había dicho nunca que estuviera orgulloso de ella.
—Gracias. ¿Estás seguro de que quieres desprenderte de tu sudadera?
—Claro, chica lista.
—Todavía no he decidido si voy a aceptar su oferta.
—¿Cómo? —Louis dio un paso atrás para verla mejor. Tenía el cejo fruncido.
—Me acaban de llamar. Tengo una semana para decidirme.
—¿Qué es lo que tienes que pensar? Sería una locura rechazar esa oferta.
Julia jugueteó con sus manos. Pensaba que Louis estaría triste ante la perspectiva de tener que separarse de ella. No había esperado una reacción tan entusiasta. Él empezó a recorrer el cuarto de baño a grandes zancadas.
—¿No te han ofrecido suficiente dinero? Ya sabes que yo puedo ocuparme de los gastos. Te compraré un piso cerca de Harvard Square, por el amor de Dios.
—No quiero ser una mantenida.
—¿De qué estás hablando? —preguntó, volviéndose hacia ella bruscamente. Julia enderezó la espalda y levantó la barbilla.
—Yo quiero pagar mis cosas. -Con un gruñido de frustración, él le sujetó la cara entre las manos.
—Julianne, nunca seremos iguales. Tú eres mucho mejor que yo. -Sus ojos tenían un brillo especial, el brillo de la sinceridad. La besó antes de abrazarla y decirle al oído: —Tengo más vicios y más dinero que tú. Me niego a compartir mis vicios, pero mi dinero es tuyo. Tómalo.
—No lo quiero.
—Entonces deja que te ayude a conseguir un crédito. Por favor, no malgastes esta oportunidad por culpa del dinero. No después de todo lo que has trabajado.
—El dinero no es el problema. Matthews me ha ofrecido una beca muy generosa, que cubrirá mis gastos sobradamente. -Tirando del bajo de la sudadera, Julia trató de cubrirse un poco más con ella. —Lo que me preocupa es saber qué será de nosotros si yo me marcho.
—¿Quieres ir?
—Sí, pero no quiero perderte.
—¿Por qué ibas a perderme? -Julia ocultó la cara contra su pecho.
—Las relaciones a distancia son siempre difíciles. Y eres muy guapo. Las mujeres harán cola para ocupar mi lugar. -Él frunció el cejo.
—No estoy interesado en las demás mujeres. Sólo me interesas tú. He pedido un año sabático. Y si con eso no es suficiente, pediré una excedencia. Me irá bien pasar un año en Harvard para acabar mi libro de una vez. Podemos mudarnos en setiembre y ya decidiremos qué hacemos más adelante.
—No puedo permitirlo. Tu carrera está aquí.
—Los académicos se toman años sabáticos constantemente. Pregúntaselo a Katherine.
—¿Y si te arrepientes y me lo echas en cara?
—Es más probable que te arrepientas tú de estar atada a un hombre mayor, cuando deberías estar saliendo con jóvenes de tu edad. Y encima a un hombre mayor que es un egoísta sabelotodo que no deja de decirte lo que debes hacer en todo momento. -Julia puso los ojos en blanco.
—El hombre que amo no se parece en nada a la persona que has descrito. Ya no. Además, sólo nos llevamos diez años. -Él sonrió irónicamente.
—Gracias. No hace falta que vivamos juntos si no quieres. Podemos ser vecinos. Aunque, si prefieres que no te acompañe... —Louis tragó saliva y aguardó su respuesta. Ella le echó los brazos al cuello.
—Claro que quiero que vengas.
—Bien —susurró él, arrastrándola hacia el dormitorio.
Cuando Julia regresó a su apartamento al día siguiente, Louis se pasó la tarde trabajando en su despacho. Estaba a punto de llamarla por teléfono para proponerle cenar juntos, cuando alguien lo llamó al móvil. Al ver que era Paulina, no respondió. Minutos más tarde, el conserje llamó al interfono.
—¿Sí?
—Profesor Tomlinson, hay una mujer que dice que necesita hablar con usted.
—¿Cómo se llama?
—Paulina Gruscheva. -Louis maldijo en voz baja.
—Dígale que se vaya. -El hombre bajó el tono de voz hasta convertirlo en un susurro.,
—Sí, profesor, pero le advierto que parece muy alterada. Y está usando su nombre de manera poco discreta.
—De acuerdo —dijo él, apretando los dientes—. Ahora bajo.
Louis cogió las llaves y salió del apartamento maldiciendo.
Holaaaa!!
¿Qué tal les pareció el capítulo?
Espero que les haya gustadoooo
Comente mucho
BESOSS, las adoroooo
bye!
karencita__mb
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