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El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Hola! :)
Me encantaron los capítulos!
No puedo comprender por que Christa es tan malvada, no tiene motivos para serlo. Además, ¿que le ha hecho Julia? No se merece ese odio.
Estoy de acuerdo con Julia en que Paulina se esta aprovechando de Louis, sólo que él no puede verlo por la culpa que siente por la perdida de la bebé. :(
Seguilaa! :)
Besos.
Me encantaron los capítulos!
No puedo comprender por que Christa es tan malvada, no tiene motivos para serlo. Además, ¿que le ha hecho Julia? No se merece ese odio.
Estoy de acuerdo con Julia en que Paulina se esta aprovechando de Louis, sólo que él no puede verlo por la culpa que siente por la perdida de la bebé. :(
Seguilaa! :)
Besos.
ᴍᴀʀ.
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
.
Holaaaa!!
¿Qué tal les pareció el capítulo?
Espero que les haya gustadoooo
Perdón por no responder los comentarios.
Comente mucho
BESOSS, las adoroooo
la sigo pronto bye!
Capítulo Cinco
A la mañana siguiente, una limusina fue a buscar a la feliz pareja a la estación de tren de Perugia. El chófer los condujo por una carretera de curvas hasta una finca cercana a Todi, un pueblo medieval.
—¿Es aquí? ¿Es ésta la casa? —preguntó Julia, maravillada, mientras recorrían el sendero privado que llevaba a una mansión situada en lo alto de una colina.
Era una construcción de piedra de tres plantas, rodeada por varios acres de tierra salpicada por cipreses y olivos.
Mientras avanzaban, Louis le señaló un huerto de árboles frutales que, cuando llegara el verano, proporcionaría a los habitantes de la casa higos, melocotones y granadas. A un lado había una piscina llena, casi un estanque sin bordes que parecía fundirse con el horizonte. La piscina estaba rodeada por arbustos de lavanda. Julia casi podía oler su aroma desde el interior del coche. Se dijo que iría a buscar unas ramitas para perfumar las sábanas.
—¿Te gusta? —le preguntó Louis, esperando su aprobación con ansiedad.
—Me encanta. Cuando dijiste que habías alquilado una casa, no pensaba que fuera a ser tan magnífica.
—Espera a ver el interior. Hay una chimenea y un jacuzzi en la terraza.
—No he traído bañador.
—¿Y quién ha dicho que nos vaya a hacer falta bañador? —Louis movió las
cejas insinuante y Julia se echó a reír.
Un Mercedes negro los aguardaba aparcado frente a la casa, para que con él pudieran ir a visitar los pueblos cercanos, incluido Asís, un lugar que a Julia le interesaba particularmente.
La encargada de la casa se había ocupado de llenar la cocina de comida y vino, por si llegaban con hambre. Julia puso los ojos en blanco al descubrir varias botellas de zumo de arándanos de importación en la despensa.
«El profesor Louis Tomlinson , también conocido como el Sobreprotector, ataca de nuevo.»
—¿Qué te parece? —le preguntó él, abrazándola por la cintura en el centro de la gran cocina, totalmente equipada.
—Es perfecta.
—Me preocupaba que no te apeteciera venir a Umbría, pero pensé que nos vendrían bien unos días de calma y aislamiento. -Julia alzó una ceja.
—Nuestros días de aislamiento no son especialmente calmados, profesor.
—Eso es porque me vuelves loco de deseo. —Louis la besó apasionadamente—. Quedémonos en casa esta noche. Podemos preparar algo juntos, si quieres, y relajarnos ante el fuego.
—Suena bien. —Julia le devolvió el beso.
—Llevaré el equipaje al piso de arriba mientras exploras la casa. El jacuzzi está en la terraza del dormitorio principal. Nos vemos allí dentro de un cuarto de hora. -Ella aceptó la invitación con una sonrisa. —Ah, y... ¿señorita Mitchell?
—¿Sí?
—Nada de ropa durante el resto de la velada.
Con un grito excitado, Julia echó a correr escaleras arriba.
La casa estaba decorada con un gusto exquisito. Las paredes estaban pintadas en varios tonos de blanco y crema, pero lo que más llamaba la atención era el dormitorio principal y su romántica cama con dosel. No pudo resistir la tentación de probarla un momento antes de entrar en el baño con el neceser.
Sacó sus productos de maquillaje, dejó su jabón y su shampoo en la gran ducha abierta, se recogió el pelo en un moño alto y se quitó la ropa, envolviéndose en una toalla grande de color marfil. Nunca se había bañado desnuda al aire libre, pero le apetecía mucho probarlo.
Mientras doblaba la ropa, oyó música procedente del dormitorio. Reconoció la canción. Era Don’t Know Why , de Nora Jones. Louis no dejaba nada al azar.
Él mismo se lo confirmó desde el otro lado de la puerta:
—He subido unos antipasti y una botella de vino por si tienes hambre. Te espero fuera.
—Salgo en un minuto —respondió ella.
Se miró en el espejo. Tenía los ojos brillantes de excitación y las mejillas con un saludable tono rosado. Estaba enamorada. Era feliz. Y estaba a punto (o eso creía) de estrenar el jacuzzi con su amado bajo el sol del crepúsculo italiano.
De camino a la terraza, vio la ropa de Louis tirada sobre una silla. La fría brisa del atardecer se colaba por la puerta abierta, despeinándola y aumentando el rojo de sus mejillas. Louis la estaba esperando... desnudo.
Salió a la terraza y esperó hasta que él se dio cuenta de su presencia. Sólo entonces dejó caer la toalla.
Cerca de Burlington, Vermont, Paul Virgilio Norris estaba envolviendo regalos de Navidad en la mesa de la cocina de sus padres. Había regalos para su familia, para su hermana y para la mujer por la que latía su corazón.
Era una escena curiosa, la de aquel jugador de rugby de noventa kilos rodeado de rollos de papel de regalo y cinta adhesiva, tomando medidas con precisión antes de usar las tijeras. En la mesa había una botella de sirope de arce, una vaca Holstein de peluche y dos figuritas. Estas últimas eran una curiosidad. Las había encontrado en una tienda de cómics antiguos de Toronto. Se suponía que una de ellas representaba a Dante, vestido de cruzado con la cruz de san Jorge en la cota de malla. La otra era una anacrónica Beatriz vestida de princesa medieval, con una larga melena rubia y los ojos azules. Por desgracia, la empresa de juguetes se había olvidado de hacer una figurita de Virgilio. (Al parecer, Virgilio no cumplía los requisitos necesarios para convertirse en una figura de acción.) Paul no estaba de acuerdo. Él estaba más que preparado para un poco de acción. Por eso decidió escribir a la empresa de juguetes y alertarlos de su lamentable descuido.
Tras envolver cada regalo cuidadosamente, los colocó en una caja de cartón y los cubrió con papel protector de burbujas. Le escribió a Julia cuatro palabras en una postal, tratando desesperadamente de sonar desenfadado, para disimular sus sentimientos cada vez más intensos; cerró la caja con cinta adhesiva ancha y la dirigió a la señorita Julianne Mitchell.
Tras un rato muy agradable en el jacuzzi, Louis preparó una cena típica de Umbría. Bruschetta con pomodoro y basilico, tagliatelle con aceite de oliva y trufas de la propia finca, pan y varios quesos artesanos de la región. Comieron hasta hartarse, riendo y bebiendo un vino blanco muy bueno de Orvieto a la luz de las velas. Después de cenar, Louis hizo un nido con mantas y almohadones en el suelo, frente a la chimenea.
Conectó el iPhone al sistema de sonido para seguir disfrutando de su lista de reproducción «Amando a Julia». Sentados en el suelo, Louis la rodeó con sus brazos y siguieron bebiendo hasta acabarse el vino, mientras a su alrededor sonaba música medieval. Estaban desnudos, envueltos en mantas, sin sentir ninguna vergüenza.
—La música es preciosa. ¿Qué es? —Julia cerró los ojos, concentrándose en las voces femeninas que cantaban a cappella.
—Gaudete, de The Mediaeval Baebes. Es una canción navideña.
—Qué buen nombre para un grupo musical.
—Son muy buenas. Las vi en directo la última vez que actuaron en Toronto.
—¿Ah, sí? -Él sonrió.
—¿Está celosa, señorita Mitchell?
—¿Debería estarlo?
—No. Tengo las manos llenas. Literalmente.
Con las voces celestiales de fondo, los amantes dejaron de hablar y empezaron a
besarse. Pronto les sobraron las mantas, a medida que sus cuerpos se acaloraban frente al fuego.
A la luz de las llamas anaranjadas, Julia empujó a Louis hasta que quedó tumbado y se sentó a horcajadas sobre él, que sonrió cediéndole el control, encantado con la confianza que ella estaba adquiriendo.
—Estar encima no es tan terrorífico, ¿no?
—No, sobre todo ahora que ya me siento más cómoda contigo. Creo que el polvo contra la pared me liberó de todas las inhibiciones.
Louis se preguntó de qué otras inhibiciones podría librarla gracias a otras posturas y otros escenarios... como, por ejemplo, la ducha. O el santo grial del sexo doméstico: la mesa de la cocina. La voz de Julia lo sacó de sus pensamientos.
—Quiero darte placer.
—Ya lo haces. No te imaginas cuánto. -Ella echó un brazo hacia atrás y le acarició la ingle.
—Con la boca quiero decir. Me siento mal por no haberte devuelto el favor. Eres tan generoso conmigo...
El cuerpo de Louis reaccionó ante sus palabras susurradas y su mano insegura.
—Julianne, aquí no hay quid pro quo. Hago lo que hago porque me apetece hacerlo. —Esbozó una media sonrisa—. Pero ya que te ofreces tan amablemente...
—Sé que los hombres lo prefieren. -Él negó con la cabeza.
—No es verdad. El sexo compartido siempre es mejor. Al lado de un orgasmo de dos, todo lo demás palidece. Podría decirse que es un aperitivo o, como dirían los franceses, un amuse bouche —bromeó, guiñándole un ojo y apretándole la cadera.
—¿En esta postura te va bien? ¿O prefieres...?
—Es perfecto —la interrumpió él, con los ojos brillantes.
—Supongo que prefieres esto a que me ponga de rodillas. —Julia observó su reacción con el rabillo del ojo.
—Exacto. Aunque yo estoy encantado de arrodillarme ante mi princesa para darle placer. Como ya te he demostrado. -Ella se echó a reír, pero de pronto la sonrisa se le borró de la cara.
—Tengo que decirte una cosa. - Él la miró expectante. —A veces, me vienen arcadas. -Louis frunció el cejo.
—Es normal, no serías humana si no fuera así. -Julia evitó mirarlo a los ojos.
—Las mías son especialmente fuertes. -Él le agarró la mano.
—Ya verás como no tendrás ningún problema, cariño. Te lo prometo —añadió, apretándole los dedos.
Ella descendió un poco por su cuerpo y Louis enredó los dedos en su pelo. Julia se quedó quieta.
Durante unos segundos, Louis no fue consciente de ello y siguió jugando con su sedosa melena. Finalmente, se dio cuenta de que no se movía.
—¿Qué pasa?
—Por favor, no me sujetes la cabeza.
—No pensaba hacerlo —replicó él, preocupado. Ella permaneció inmóvil. ¿A qué estaba esperando? Louis le alzó la barbilla para mirarle los ojos. —¿Cariño?
—Es que... noquierovomitarteencima.
—¿Cómo? No te he entendido. -Julia bajó la cabeza.
—No sería la primera vez que vomito. -Louis la miró incrédulo.
—No lo entiendo. ¿Después?
—No... -La miró entornando los ojos.
—¿Vomitaste porque ese hijo de puta te agarró la cabeza? -Julia se encogió, pero asintió débilmente con la cabeza.
Louis maldijo furioso. Se sentó y se frotó la cara con las manos. En el pasado, no siempre había sido delicado con sus conquistas, pero se enorgullecía de haber observado unas mínimas reglas de educación. Cuando estaba drogado menos.
Pero a pesar de haber participado en bacanales que habrían rivalizado con las decadentes fiestas romanas, nunca —¡nunca! — le había aguantado la cabeza a una mujer contra su voluntad hasta hacerla vomitar.
¿Quién hacía algo así? Ni siquiera los cocainómanos ni los traficantes con los que había ido de fiesta hacían algo así y no es que fueran tipos con demasiados remilgos. Sólo alguien increíblemente retorcido, un cabrón misógino, podía excitarse humillando a una mujer de esa manera.
¿Cómo podía nadie hacerle algo así a una criatura tan dulce como Julianne, con sus ojos amables y su preciosa alma? Una criatura tímida que se avergonzaba de vomitar.
El hijo del senador tenía suerte de estar en arresto domiciliario en la casa de sus padres, en Georgetown, sino Louis se habría plantado en su puerta para seguir con su altercado. Y esa vez habría habido algo más que cuatro puñetazos.
Sacudiendo la cabeza para librarse de esos fieros pensamientos, se levantó, ayudó a Julia a hacerlo también y la cubrió con una manta.
—Vamos arriba.
—¿Por qué?
—Porque no puedo quedarme aquí después de lo que me has contado -Ella se ruborizó, avergonzada, y los ojos se le llenaron de lágrimas. —¡Eh! —Louis la besó en la frente—. No es culpa tuya. ¿Lo entiendes? Tú no has hecho nada malo.
Julia trató de sonreír, pero estaba claro que no se lo creía.
Él la guió al piso de arriba y la llevó hasta el baño del dormitorio.
—¿Qué haces?
—Algo agradable, espero —respondió, acariciándole la mejilla con el pulgar. Luego abrió el agua de la ducha y comprobó la temperatura hasta que quedó satisfecho. A continuación colocó el chorro en la modalidad lluvia tropical y ajustó la intensidad. Tras ayudar a Julia a quitarse la manta, le sostuvo la puerta de la ducha abierta para que entrara antes que él.
Ella lo miró confusa. —Quiero demostrarte que te quiero. Sin necesidad de llevarte a la cama.
—Llévame a la cama —le rogó ella sin embargo—. Así no habré estropeado del todo la velada.
—La velada no se ha estropeado en absoluto —le rebatió él con firmeza—, pero
te juro que nadie va a volver a hacerte daño. -Le acarició el cabello con ambas manos, metiendo los dedos entre sus mechones.
—Me encuentras sucia.
—En absoluto. —Cogiéndole una mano, se la puso sobre el tatuaje—. Eres lo más parecido a un ángel que voy a tocar en toda mi vida. —La miró sin pestañear—. Pero creo que los dos tenemos un pasado que limpiar.
Echándole el pelo a un lado, le besó el cuello. Luego se puso una generosa cantidad de shampoo de vainilla en la mano y le enjabonó el pelo, frotándole el cuero cabelludo lentamente. Era muy cuidadoso, como si con cada movimiento y cada acto quisiera demostrarle que su amor por ella iba mucho más allá del mero deseo.
Cuando Julia se empezó a relajar, se acordó de uno de los pocos recuerdos felices que tenía de su madre. Era pequeña y ella le lavaba el pelo en la bañera. Las dos se reían. Recordó la sonrisa de su madre.
Pero que Louis le lavara el pelo era mucho más agradable. Era una experiencia muy íntima, cargada de simbolismo. Estaba desnuda ante él, que la limpiaba hasta hacer que desapareciera la vergüenza.
Él también estaba desnudo, pero se esforzaba en no apabullarla, procurando que su discreta erección no la rozara. Aquello no tenía nada que ver con el sexo. Se trataba de que se sintiera amada.
—Lamento haberme dejado arrastrar por las emociones —murmuró Julia.
—Es muy difícil separar el sexo de los sentimientos. No debes esconderlos cuando estés conmigo. —Le rodeó la cintura con los brazos y la estrechó contra su cuerpo—. Yo también tengo sentimientos muy intensos sobre nosotros. Estos últimos días han sido los más felices de mi vida. —Le apoyó la barbilla en el hombro—. Recuerdo que a los diecisiete años eras tímida, pero no me pareció que estuvieras tan herida.
—Debí librarme de él la primera vez que me trató con crueldad —admitió Julia con voz temblorosa—. Pero no lo hice. No me defendí y las cosas cada vez fueron a peor.
—No fue culpa tuya. -Ella se encogió de hombros.
—Permanecí a su lado. Me aferré a los momentos en que se mostraba encantador y considerado, esperando que los malos momentos pasaran. Sé que lo que te he contado te ha descompuesto, pero te aseguro que nadie se siente tan asqueado conmigo como yo misma. -Louis gruñó.
—Julia —dijo, obligándola a mirarlo a los ojos—, no me das ningún asco. No me importa lo que hicieras. Nadie se merece que lo traten así. ¿Lo entiendes? — preguntó, con un brillo peligroso en la mirada. Ella ocultó la cara entre las manos.
—Quería hacer algo por ti, pero ni siquiera he sido capaz de eso. -Él la agarró de las muñecas y se las apartó de la cara.
—Escúchame. Nos amamos y, ya sólo por eso, todo lo que sucede entre nosotros, incluido el sexo, es un regalo. No un derecho, ni un privilegio, ni una transacción. Es un regalo. Ahora estás conmigo. Sácalo de tu vida.
—Sigo oyendo sus palabras en mi mente —confesó ella, secándose una lágrima.
Louis negó con la cabeza y movió un poco a Julia para que volviera a quedar bajo el chorro del agua. El agua caliente se deslizó sobre los dos.
—¿Recuerdas lo que dije en la conferencia sobre La primavera de Botticelli? -Ella asintió. —Algunas personas consideran que el cuadro es una representación del
despertar sexual. Que parte del mismo es una alegoría de un matrimonio de conveniencia. Al principio, Flora es virgen y está asustada. Luego, ya embarazada, se la ve serena.
—Pensaba que Céfiro la había violado. -Louis apretó los dientes.
—Así es. Pero luego se enamoró y se casó con ella, transformándola en la diosa de las flores.
—No es una gran alegoría del matrimonio.
—Estoy de acuerdo. —Tragó saliva ruidosamente—. Lo que trato de decirte es
que, aunque hayas tenido algunas experiencias traumáticas, nada impide que puedas tener una vida sexual plena a partir de ahora. Quiero que sepas que conmigo estás a salvo. No quiero que hagas nada que no te apetezca y eso incluye el sexo oral.
Le rodeó la cintura con un brazo y contempló el agua que se deslizaba entre sus cuerpos hasta estrellarse contra el suelo.
—Sólo llevamos una semana acostándonos. Tenemos toda la vida por delante para amarnos de todas las maneras que queramos.
Guardó silencio mientras le enjabonaba cariñosamente la nuca y los hombros con una esponja. Luego se la pasó cuidadosamente por cada vértebra, deteniéndose para besarla cada vez que aclaraba el jabón.
Le enjabonó también la parte baja de la espalda, prestando especial atención a los hoyuelos que marcaban la frontera con el culo. Sin dudarlo, le pasó la esponja por las nalgas y le masajeó la parte de atrás de los muslos. Incluso le lavó los pies, poniendo la mano de ella sobre su hombro para que no resbalara.
Julia nunca se había sentido tan cuidada y protegida.
Luego, Louis le dio la vuelta y le lavó la parte delantera del cuello y los hombros. Dejando la esponja a un lado, le enjabonó y acarició los pechos con las manos, antes de besárselos. A continuación la acarició entre las piernas, no de un modo sexual, sino respetuoso, para quitar el jabón que se le había acumulado allí. También de esa zona se despidió con un beso.
Cuando se dio por satisfecho, la tomó entre sus brazos y le dio un beso sencillo y casto, como el de un adolescente tímido.
—Tú me estás enseñando a amar y supongo que yo también te estoy enseñando a hacerlo, a mi manera —dijo y se apartó un poco para mirarla a los ojos—. No somos perfectos, pero eso no tiene por qué impedirnos ser felices, ¿no crees?
—Sí, tienes razón —murmuró Julia, con los ojos llenos de lágrimas. Louis la estrechó contra su pecho y ella escondió la cara en su hombro, mientras el agua caía sobre los dos.
Emocionalmente exhausta, Julia durmió hasta el mediodía del día siguiente. Louis había sido amable y considerado y había renunciado a lo que ella siempre había pensado que era la necesidad sexual básica de todo hombre: el sexo oral. A cambio, le había ofrecido lo que podía considerarse una limpieza de la vergüenza. Su amor y su aceptación habían logrado su objetivo.
Al abrir los ojos, Julia se sintió más ligera, más fuerte, más feliz. Guardarse el secreto de la humillación a la que él la había sometido era una carga muy pesada. Una vez liberada del peso de la culpabilidad, se sentía una persona nueva.
Le parecía una blasfemia comparar su experiencia con la de Cristiano, el protagonista de El progreso del peregrino, pero encontraba bastantes similitudes entre sus experiencias. La verdad nos hace libres, pero el amor vence al miedo.
En sus veintitrés años de vida, Julia no se había dado cuenta de lo omnipresente que era la gracia. Era curioso pensar que Louis, que se consideraba un gran pecador, podía ser el conducto de ella. Todo formaba parte de la comedia divina. El sentido del humor de Dios afianzaba el funcionamiento del universo. Los pecadores jugaban un papel en la redención de otros pecadores. La fe, la esperanza y la caridad triunfaban sobre la incredulidad, la desesperación y el odio, mientras Él observaba y sonreía.
—¿Es aquí? ¿Es ésta la casa? —preguntó Julia, maravillada, mientras recorrían el sendero privado que llevaba a una mansión situada en lo alto de una colina.
Era una construcción de piedra de tres plantas, rodeada por varios acres de tierra salpicada por cipreses y olivos.
Mientras avanzaban, Louis le señaló un huerto de árboles frutales que, cuando llegara el verano, proporcionaría a los habitantes de la casa higos, melocotones y granadas. A un lado había una piscina llena, casi un estanque sin bordes que parecía fundirse con el horizonte. La piscina estaba rodeada por arbustos de lavanda. Julia casi podía oler su aroma desde el interior del coche. Se dijo que iría a buscar unas ramitas para perfumar las sábanas.
—¿Te gusta? —le preguntó Louis, esperando su aprobación con ansiedad.
—Me encanta. Cuando dijiste que habías alquilado una casa, no pensaba que fuera a ser tan magnífica.
—Espera a ver el interior. Hay una chimenea y un jacuzzi en la terraza.
—No he traído bañador.
—¿Y quién ha dicho que nos vaya a hacer falta bañador? —Louis movió las
cejas insinuante y Julia se echó a reír.
Un Mercedes negro los aguardaba aparcado frente a la casa, para que con él pudieran ir a visitar los pueblos cercanos, incluido Asís, un lugar que a Julia le interesaba particularmente.
La encargada de la casa se había ocupado de llenar la cocina de comida y vino, por si llegaban con hambre. Julia puso los ojos en blanco al descubrir varias botellas de zumo de arándanos de importación en la despensa.
«El profesor Louis Tomlinson , también conocido como el Sobreprotector, ataca de nuevo.»
—¿Qué te parece? —le preguntó él, abrazándola por la cintura en el centro de la gran cocina, totalmente equipada.
—Es perfecta.
—Me preocupaba que no te apeteciera venir a Umbría, pero pensé que nos vendrían bien unos días de calma y aislamiento. -Julia alzó una ceja.
—Nuestros días de aislamiento no son especialmente calmados, profesor.
—Eso es porque me vuelves loco de deseo. —Louis la besó apasionadamente—. Quedémonos en casa esta noche. Podemos preparar algo juntos, si quieres, y relajarnos ante el fuego.
—Suena bien. —Julia le devolvió el beso.
—Llevaré el equipaje al piso de arriba mientras exploras la casa. El jacuzzi está en la terraza del dormitorio principal. Nos vemos allí dentro de un cuarto de hora. -Ella aceptó la invitación con una sonrisa. —Ah, y... ¿señorita Mitchell?
—¿Sí?
—Nada de ropa durante el resto de la velada.
Con un grito excitado, Julia echó a correr escaleras arriba.
La casa estaba decorada con un gusto exquisito. Las paredes estaban pintadas en varios tonos de blanco y crema, pero lo que más llamaba la atención era el dormitorio principal y su romántica cama con dosel. No pudo resistir la tentación de probarla un momento antes de entrar en el baño con el neceser.
Sacó sus productos de maquillaje, dejó su jabón y su shampoo en la gran ducha abierta, se recogió el pelo en un moño alto y se quitó la ropa, envolviéndose en una toalla grande de color marfil. Nunca se había bañado desnuda al aire libre, pero le apetecía mucho probarlo.
Mientras doblaba la ropa, oyó música procedente del dormitorio. Reconoció la canción. Era Don’t Know Why , de Nora Jones. Louis no dejaba nada al azar.
Él mismo se lo confirmó desde el otro lado de la puerta:
—He subido unos antipasti y una botella de vino por si tienes hambre. Te espero fuera.
—Salgo en un minuto —respondió ella.
Se miró en el espejo. Tenía los ojos brillantes de excitación y las mejillas con un saludable tono rosado. Estaba enamorada. Era feliz. Y estaba a punto (o eso creía) de estrenar el jacuzzi con su amado bajo el sol del crepúsculo italiano.
De camino a la terraza, vio la ropa de Louis tirada sobre una silla. La fría brisa del atardecer se colaba por la puerta abierta, despeinándola y aumentando el rojo de sus mejillas. Louis la estaba esperando... desnudo.
Salió a la terraza y esperó hasta que él se dio cuenta de su presencia. Sólo entonces dejó caer la toalla.
* * * *
Cerca de Burlington, Vermont, Paul Virgilio Norris estaba envolviendo regalos de Navidad en la mesa de la cocina de sus padres. Había regalos para su familia, para su hermana y para la mujer por la que latía su corazón.
Era una escena curiosa, la de aquel jugador de rugby de noventa kilos rodeado de rollos de papel de regalo y cinta adhesiva, tomando medidas con precisión antes de usar las tijeras. En la mesa había una botella de sirope de arce, una vaca Holstein de peluche y dos figuritas. Estas últimas eran una curiosidad. Las había encontrado en una tienda de cómics antiguos de Toronto. Se suponía que una de ellas representaba a Dante, vestido de cruzado con la cruz de san Jorge en la cota de malla. La otra era una anacrónica Beatriz vestida de princesa medieval, con una larga melena rubia y los ojos azules. Por desgracia, la empresa de juguetes se había olvidado de hacer una figurita de Virgilio. (Al parecer, Virgilio no cumplía los requisitos necesarios para convertirse en una figura de acción.) Paul no estaba de acuerdo. Él estaba más que preparado para un poco de acción. Por eso decidió escribir a la empresa de juguetes y alertarlos de su lamentable descuido.
Tras envolver cada regalo cuidadosamente, los colocó en una caja de cartón y los cubrió con papel protector de burbujas. Le escribió a Julia cuatro palabras en una postal, tratando desesperadamente de sonar desenfadado, para disimular sus sentimientos cada vez más intensos; cerró la caja con cinta adhesiva ancha y la dirigió a la señorita Julianne Mitchell.
* * * *
Tras un rato muy agradable en el jacuzzi, Louis preparó una cena típica de Umbría. Bruschetta con pomodoro y basilico, tagliatelle con aceite de oliva y trufas de la propia finca, pan y varios quesos artesanos de la región. Comieron hasta hartarse, riendo y bebiendo un vino blanco muy bueno de Orvieto a la luz de las velas. Después de cenar, Louis hizo un nido con mantas y almohadones en el suelo, frente a la chimenea.
Conectó el iPhone al sistema de sonido para seguir disfrutando de su lista de reproducción «Amando a Julia». Sentados en el suelo, Louis la rodeó con sus brazos y siguieron bebiendo hasta acabarse el vino, mientras a su alrededor sonaba música medieval. Estaban desnudos, envueltos en mantas, sin sentir ninguna vergüenza.
—La música es preciosa. ¿Qué es? —Julia cerró los ojos, concentrándose en las voces femeninas que cantaban a cappella.
—Gaudete, de The Mediaeval Baebes. Es una canción navideña.
—Qué buen nombre para un grupo musical.
—Son muy buenas. Las vi en directo la última vez que actuaron en Toronto.
—¿Ah, sí? -Él sonrió.
—¿Está celosa, señorita Mitchell?
—¿Debería estarlo?
—No. Tengo las manos llenas. Literalmente.
Con las voces celestiales de fondo, los amantes dejaron de hablar y empezaron a
besarse. Pronto les sobraron las mantas, a medida que sus cuerpos se acaloraban frente al fuego.
A la luz de las llamas anaranjadas, Julia empujó a Louis hasta que quedó tumbado y se sentó a horcajadas sobre él, que sonrió cediéndole el control, encantado con la confianza que ella estaba adquiriendo.
—Estar encima no es tan terrorífico, ¿no?
—No, sobre todo ahora que ya me siento más cómoda contigo. Creo que el polvo contra la pared me liberó de todas las inhibiciones.
Louis se preguntó de qué otras inhibiciones podría librarla gracias a otras posturas y otros escenarios... como, por ejemplo, la ducha. O el santo grial del sexo doméstico: la mesa de la cocina. La voz de Julia lo sacó de sus pensamientos.
—Quiero darte placer.
—Ya lo haces. No te imaginas cuánto. -Ella echó un brazo hacia atrás y le acarició la ingle.
—Con la boca quiero decir. Me siento mal por no haberte devuelto el favor. Eres tan generoso conmigo...
El cuerpo de Louis reaccionó ante sus palabras susurradas y su mano insegura.
—Julianne, aquí no hay quid pro quo. Hago lo que hago porque me apetece hacerlo. —Esbozó una media sonrisa—. Pero ya que te ofreces tan amablemente...
—Sé que los hombres lo prefieren. -Él negó con la cabeza.
—No es verdad. El sexo compartido siempre es mejor. Al lado de un orgasmo de dos, todo lo demás palidece. Podría decirse que es un aperitivo o, como dirían los franceses, un amuse bouche —bromeó, guiñándole un ojo y apretándole la cadera.
—¿En esta postura te va bien? ¿O prefieres...?
—Es perfecto —la interrumpió él, con los ojos brillantes.
—Supongo que prefieres esto a que me ponga de rodillas. —Julia observó su reacción con el rabillo del ojo.
—Exacto. Aunque yo estoy encantado de arrodillarme ante mi princesa para darle placer. Como ya te he demostrado. -Ella se echó a reír, pero de pronto la sonrisa se le borró de la cara.
—Tengo que decirte una cosa. - Él la miró expectante. —A veces, me vienen arcadas. -Louis frunció el cejo.
—Es normal, no serías humana si no fuera así. -Julia evitó mirarlo a los ojos.
—Las mías son especialmente fuertes. -Él le agarró la mano.
—Ya verás como no tendrás ningún problema, cariño. Te lo prometo —añadió, apretándole los dedos.
Ella descendió un poco por su cuerpo y Louis enredó los dedos en su pelo. Julia se quedó quieta.
Durante unos segundos, Louis no fue consciente de ello y siguió jugando con su sedosa melena. Finalmente, se dio cuenta de que no se movía.
—¿Qué pasa?
—Por favor, no me sujetes la cabeza.
—No pensaba hacerlo —replicó él, preocupado. Ella permaneció inmóvil. ¿A qué estaba esperando? Louis le alzó la barbilla para mirarle los ojos. —¿Cariño?
—Es que... noquierovomitarteencima.
—¿Cómo? No te he entendido. -Julia bajó la cabeza.
—No sería la primera vez que vomito. -Louis la miró incrédulo.
—No lo entiendo. ¿Después?
—No... -La miró entornando los ojos.
—¿Vomitaste porque ese hijo de puta te agarró la cabeza? -Julia se encogió, pero asintió débilmente con la cabeza.
Louis maldijo furioso. Se sentó y se frotó la cara con las manos. En el pasado, no siempre había sido delicado con sus conquistas, pero se enorgullecía de haber observado unas mínimas reglas de educación. Cuando estaba drogado menos.
Pero a pesar de haber participado en bacanales que habrían rivalizado con las decadentes fiestas romanas, nunca —¡nunca! — le había aguantado la cabeza a una mujer contra su voluntad hasta hacerla vomitar.
¿Quién hacía algo así? Ni siquiera los cocainómanos ni los traficantes con los que había ido de fiesta hacían algo así y no es que fueran tipos con demasiados remilgos. Sólo alguien increíblemente retorcido, un cabrón misógino, podía excitarse humillando a una mujer de esa manera.
¿Cómo podía nadie hacerle algo así a una criatura tan dulce como Julianne, con sus ojos amables y su preciosa alma? Una criatura tímida que se avergonzaba de vomitar.
El hijo del senador tenía suerte de estar en arresto domiciliario en la casa de sus padres, en Georgetown, sino Louis se habría plantado en su puerta para seguir con su altercado. Y esa vez habría habido algo más que cuatro puñetazos.
Sacudiendo la cabeza para librarse de esos fieros pensamientos, se levantó, ayudó a Julia a hacerlo también y la cubrió con una manta.
—Vamos arriba.
—¿Por qué?
—Porque no puedo quedarme aquí después de lo que me has contado -Ella se ruborizó, avergonzada, y los ojos se le llenaron de lágrimas. —¡Eh! —Louis la besó en la frente—. No es culpa tuya. ¿Lo entiendes? Tú no has hecho nada malo.
Julia trató de sonreír, pero estaba claro que no se lo creía.
Él la guió al piso de arriba y la llevó hasta el baño del dormitorio.
—¿Qué haces?
—Algo agradable, espero —respondió, acariciándole la mejilla con el pulgar. Luego abrió el agua de la ducha y comprobó la temperatura hasta que quedó satisfecho. A continuación colocó el chorro en la modalidad lluvia tropical y ajustó la intensidad. Tras ayudar a Julia a quitarse la manta, le sostuvo la puerta de la ducha abierta para que entrara antes que él.
Ella lo miró confusa. —Quiero demostrarte que te quiero. Sin necesidad de llevarte a la cama.
—Llévame a la cama —le rogó ella sin embargo—. Así no habré estropeado del todo la velada.
—La velada no se ha estropeado en absoluto —le rebatió él con firmeza—, pero
te juro que nadie va a volver a hacerte daño. -Le acarició el cabello con ambas manos, metiendo los dedos entre sus mechones.
—Me encuentras sucia.
—En absoluto. —Cogiéndole una mano, se la puso sobre el tatuaje—. Eres lo más parecido a un ángel que voy a tocar en toda mi vida. —La miró sin pestañear—. Pero creo que los dos tenemos un pasado que limpiar.
Echándole el pelo a un lado, le besó el cuello. Luego se puso una generosa cantidad de shampoo de vainilla en la mano y le enjabonó el pelo, frotándole el cuero cabelludo lentamente. Era muy cuidadoso, como si con cada movimiento y cada acto quisiera demostrarle que su amor por ella iba mucho más allá del mero deseo.
Cuando Julia se empezó a relajar, se acordó de uno de los pocos recuerdos felices que tenía de su madre. Era pequeña y ella le lavaba el pelo en la bañera. Las dos se reían. Recordó la sonrisa de su madre.
Pero que Louis le lavara el pelo era mucho más agradable. Era una experiencia muy íntima, cargada de simbolismo. Estaba desnuda ante él, que la limpiaba hasta hacer que desapareciera la vergüenza.
Él también estaba desnudo, pero se esforzaba en no apabullarla, procurando que su discreta erección no la rozara. Aquello no tenía nada que ver con el sexo. Se trataba de que se sintiera amada.
—Lamento haberme dejado arrastrar por las emociones —murmuró Julia.
—Es muy difícil separar el sexo de los sentimientos. No debes esconderlos cuando estés conmigo. —Le rodeó la cintura con los brazos y la estrechó contra su cuerpo—. Yo también tengo sentimientos muy intensos sobre nosotros. Estos últimos días han sido los más felices de mi vida. —Le apoyó la barbilla en el hombro—. Recuerdo que a los diecisiete años eras tímida, pero no me pareció que estuvieras tan herida.
—Debí librarme de él la primera vez que me trató con crueldad —admitió Julia con voz temblorosa—. Pero no lo hice. No me defendí y las cosas cada vez fueron a peor.
—No fue culpa tuya. -Ella se encogió de hombros.
—Permanecí a su lado. Me aferré a los momentos en que se mostraba encantador y considerado, esperando que los malos momentos pasaran. Sé que lo que te he contado te ha descompuesto, pero te aseguro que nadie se siente tan asqueado conmigo como yo misma. -Louis gruñó.
—Julia —dijo, obligándola a mirarlo a los ojos—, no me das ningún asco. No me importa lo que hicieras. Nadie se merece que lo traten así. ¿Lo entiendes? — preguntó, con un brillo peligroso en la mirada. Ella ocultó la cara entre las manos.
—Quería hacer algo por ti, pero ni siquiera he sido capaz de eso. -Él la agarró de las muñecas y se las apartó de la cara.
—Escúchame. Nos amamos y, ya sólo por eso, todo lo que sucede entre nosotros, incluido el sexo, es un regalo. No un derecho, ni un privilegio, ni una transacción. Es un regalo. Ahora estás conmigo. Sácalo de tu vida.
—Sigo oyendo sus palabras en mi mente —confesó ella, secándose una lágrima.
Louis negó con la cabeza y movió un poco a Julia para que volviera a quedar bajo el chorro del agua. El agua caliente se deslizó sobre los dos.
—¿Recuerdas lo que dije en la conferencia sobre La primavera de Botticelli? -Ella asintió. —Algunas personas consideran que el cuadro es una representación del
despertar sexual. Que parte del mismo es una alegoría de un matrimonio de conveniencia. Al principio, Flora es virgen y está asustada. Luego, ya embarazada, se la ve serena.
—Pensaba que Céfiro la había violado. -Louis apretó los dientes.
—Así es. Pero luego se enamoró y se casó con ella, transformándola en la diosa de las flores.
—No es una gran alegoría del matrimonio.
—Estoy de acuerdo. —Tragó saliva ruidosamente—. Lo que trato de decirte es
que, aunque hayas tenido algunas experiencias traumáticas, nada impide que puedas tener una vida sexual plena a partir de ahora. Quiero que sepas que conmigo estás a salvo. No quiero que hagas nada que no te apetezca y eso incluye el sexo oral.
Le rodeó la cintura con un brazo y contempló el agua que se deslizaba entre sus cuerpos hasta estrellarse contra el suelo.
—Sólo llevamos una semana acostándonos. Tenemos toda la vida por delante para amarnos de todas las maneras que queramos.
Guardó silencio mientras le enjabonaba cariñosamente la nuca y los hombros con una esponja. Luego se la pasó cuidadosamente por cada vértebra, deteniéndose para besarla cada vez que aclaraba el jabón.
Le enjabonó también la parte baja de la espalda, prestando especial atención a los hoyuelos que marcaban la frontera con el culo. Sin dudarlo, le pasó la esponja por las nalgas y le masajeó la parte de atrás de los muslos. Incluso le lavó los pies, poniendo la mano de ella sobre su hombro para que no resbalara.
Julia nunca se había sentido tan cuidada y protegida.
Luego, Louis le dio la vuelta y le lavó la parte delantera del cuello y los hombros. Dejando la esponja a un lado, le enjabonó y acarició los pechos con las manos, antes de besárselos. A continuación la acarició entre las piernas, no de un modo sexual, sino respetuoso, para quitar el jabón que se le había acumulado allí. También de esa zona se despidió con un beso.
Cuando se dio por satisfecho, la tomó entre sus brazos y le dio un beso sencillo y casto, como el de un adolescente tímido.
—Tú me estás enseñando a amar y supongo que yo también te estoy enseñando a hacerlo, a mi manera —dijo y se apartó un poco para mirarla a los ojos—. No somos perfectos, pero eso no tiene por qué impedirnos ser felices, ¿no crees?
—Sí, tienes razón —murmuró Julia, con los ojos llenos de lágrimas. Louis la estrechó contra su pecho y ella escondió la cara en su hombro, mientras el agua caía sobre los dos.
Emocionalmente exhausta, Julia durmió hasta el mediodía del día siguiente. Louis había sido amable y considerado y había renunciado a lo que ella siempre había pensado que era la necesidad sexual básica de todo hombre: el sexo oral. A cambio, le había ofrecido lo que podía considerarse una limpieza de la vergüenza. Su amor y su aceptación habían logrado su objetivo.
Al abrir los ojos, Julia se sintió más ligera, más fuerte, más feliz. Guardarse el secreto de la humillación a la que él la había sometido era una carga muy pesada. Una vez liberada del peso de la culpabilidad, se sentía una persona nueva.
Le parecía una blasfemia comparar su experiencia con la de Cristiano, el protagonista de El progreso del peregrino, pero encontraba bastantes similitudes entre sus experiencias. La verdad nos hace libres, pero el amor vence al miedo.
En sus veintitrés años de vida, Julia no se había dado cuenta de lo omnipresente que era la gracia. Era curioso pensar que Louis, que se consideraba un gran pecador, podía ser el conducto de ella. Todo formaba parte de la comedia divina. El sentido del humor de Dios afianzaba el funcionamiento del universo. Los pecadores jugaban un papel en la redención de otros pecadores. La fe, la esperanza y la caridad triunfaban sobre la incredulidad, la desesperación y el odio, mientras Él observaba y sonreía.
Holaaaa!!
¿Qué tal les pareció el capítulo?
Espero que les haya gustadoooo
Perdón por no responder los comentarios.
Comente mucho
BESOSS, las adoroooo
la sigo pronto bye!
Última edición por karencita__mb el Vie 22 Ago 2014, 4:42 pm, editado 2 veces
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Louis es un completo amor, en cambio el otro es un gran hijo de su madre ¿cómo pudo hacerle algo así? cochino
Adoro a Louis con toda mi alma, es adorable
me encantó el capítulo, espero que puedas seguirla pronto
Adoro a Louis con toda mi alma, es adorable
me encantó el capítulo, espero que puedas seguirla pronto
Anna.
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
¿Por qué? Solo puedo preguntar eso, ¿por qué? ¿Por qué Simón no es capaz de amar? ¿Capaz de respetar a otro ser humano? No lo entiendo sé que hay gente horrible en el mundo, de hecho conozco a muchos pero no significa que entienda por qué hacen lo que hacen. A mi no me gusta hacer daño a la gente, todos gwnemos morl yse supone que la moral hace que nos sintamos mal cuanxo hacemos algo que está mal, cuando hacemos daño a otros seres humanos.
El capítulo me ha encantado. Louis es simplembte un amor, me parece fascinante ver cuanto h cambiado por Julianne, es simplemnte increible ver como ha cambiado toda su vida y su manera de er por ella.
Espero que sigas pronto la.novela porque esta super interesante.
Besos xxx
bye!!!
El capítulo me ha encantado. Louis es simplembte un amor, me parece fascinante ver cuanto h cambiado por Julianne, es simplemnte increible ver como ha cambiado toda su vida y su manera de er por ella.
Espero que sigas pronto la.novela porque esta super interesante.
Besos xxx
bye!!!
Rachel116
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
.
Capítulo Seis
Louis se despertó en mitad de la noche. Era su última noche en Umbría. Adormilado, tardó unos instantes en darse cuenta de que estaba solo. Alargando el brazo, comprobó que las sábanas estaban frías.
Bajó los pies al suelo, estremeciéndose al notar la piedra helada. Tras ponerse unos bóxers, bajó la escalera, rascándose la cabeza. La luz de la cocina estaba encendida, pero Julia no estaba allí. Junto a un vaso medio vacío de zumo de arándanos, había restos de pan y de queso. Parecía como si un ratón hubiese decidido darse un festín nocturno, pero hubiera salido huyendo al verse descubierto.
Al entrar en el salón, vio la cabeza de Julia apoyada en el brazo de una butaca, al lado de la chimenea. Dormida parecía más joven y muy relajada. Aunque estaba pálida, sus labios y sus mejillas tenían un saludable tono rosado.
Louis sintió el impulso de componerle un poema a su boca y se dijo que un día lo haría. De hecho, toda ella le recordaba al poema de Frederick Leighton Flaming June.
Llevaba un elegante camisón de color marfil y uno de los tirantes se le había caído, dejando su precioso hombro totalmente al descubierto. Su piel pálida, delicada y suave lo llamaba. Sin poder resistirse, se puso en cuclillas a su lado y le besó el hombro, mientras le acariciaba el pelo. Julia abrió los ojos y se desperezó. Parpadeó un par de veces antes de reconocerlo y sonreír.
Su sonrisa, dulce y serena, encendió el corazón de Louis como si fuera una hoguera. La respiración se le aceleró. Nunca había sentido nada parecido por otra mujer. La intensidad de los sentimientos que Julia le despertaba no dejaba de sorprenderlo.
—Hola —susurró, apartándole el pelo de la cara—. ¿Estás bien?
—Por supuesto.
—Al no encontrarte en la cama me he preocupado.
—He bajado a picar algo.
—¿Aún tienes hambre? —preguntó Louis, frunciendo el cejo y apoyándole la mano suavemente en la cabeza.
—No de comida.
—No te lo había visto puesto —dijo él, resiguiendo el escote del camisón con un dedo y rozándole la parte superior de los pechos.
—Lo compré para la primera noche que pasamos juntos.
—Es precioso. ¿Por qué no te lo habías puesto hasta ahora?
—Porque me he estado poniendo todas las cosas que me compraste en Florencia.
¿Cómo las llamó el dependiente? ¿Bustiers? Tu gusto en cuanto a lencería femenina es extremadamente pasado de moda, profesor Tomlinson. Si me descuido, acabarás regalándome corsés. -Él se echó a reír y la besó.
—No entiendo cómo es que aún no te he comprado uno. Tienes razón. Me gusta verte con prendas que dejan lugar a la imaginación. Así es mucho más agradable «desenvolverte». Aunque admito que me gustas con cualquier cosa que te pongas. O que no te pongas.
Alargando la mano, Julia lo agarró por la nuca y lo acercó para besarlo apasionadamente. Recorriéndole la mandíbula con los labios, le susurró al oído:
—Ven a la cama.
Cogiéndolo de la mano, lo guió hacia el dormitorio. Al pasar por delante de la mesa de la cocina, intercambiaron una mirada cómplice y, tras hacer que Louis se sentara en el borde de la cama, Julia se quedó de pie ante él.
Lentamente, se bajó los tirantes del camisón, que cayó al suelo, dejándola desnuda. En la penumbra de la habitación, él contempló sus tentadoras curvas con avidez.
—Eres un argumento que demuestra la existencia de Dios —murmuró.
—¿Qué?
—Tu rostro, tus pechos, tu preciosa espalda... Santo Tomás de Aquino te habría añadido como sexta vía para demostrar la existencia de Dios si hubiera tenido el privilegio de conocerte. Es evidente que alguien te ha diseñado, no se ha limitado a crearte. -Bajando la vista, Julia se ruborizó. Louis sonrió. —¿Aún te ruborizas, a estas alturas?
Como respuesta, ella dio un paso adelante y, cogiéndole una mano, se cubrió un pecho con ella. Él se lo apretó suavemente.
—Túmbate a mi lado y te abrazaré.
—No quiero que me abraces. Quiero que me hagas el amor.
Louis se quitó los bóxers rápidamente y se hizo a un lado para dejarle sitio. Volviendo a acariciarle el pecho, la besó dulcemente, enredando la lengua con la suya.
—Te respiro —susurró—. Eres mi aire. Lo eres todo.
Le acarició los pezones con los dedos y le besó el cuello con besos ligeros como plumas, mientras ella lo animaba con atrevidas caricias.
Julia lo empujó hasta que Louis quedó tumbado de espaldas y entonces se sentó a horcajadas sobre sus caderas. Él le besó los pechos y se metió un pezón en la boca, mientras con una mano comprobaba si estaba preparada para recibirlo. Soltándole el pecho, negó con la cabeza.
—No estás lista.
—Pero te deseo.
—Yo también te deseo. Pero antes quiero encender tu cuerpo.
El deseo sexual de Julia encontró una barrera en el compromiso que Louis había asumido consigo mismo. Se había jurado asegurarse de que todos sus encuentros resultaran igual de placenteros para ambos. No le importaba hacer esperar a su cuerpo para asegurarse de que el de Julia estaba loco de deseo antes de recibirlo en su interior.
Cuando finalmente la penetró, ella lo miró fijamente. Él tenía los ojos muy abiertos y estaban tan cerca que sus narices casi se tocaban. Julia se movía sobre su cuerpo con una lentitud desesperante.
Ella cerró los ojos un instante para disfrutar de las sensaciones, pero en seguida volvió a abrirlos. Su conexión era tan intensa...
Los azules ojos de Louis, cargados de emoción, no se apartaban de los enormes ojos castaños de ella. Cada movimiento, cada deseo, se reflejaba en la mirada de los amantes.
—Te amo.
Gabriel le acarició la nariz con la suya, mientras ella incrementaba el ritmo gradualmente.
—Yo también te am... —Las palabras de Julia quedaron interrumpidas por un gemido.
Aumentó la velocidad de sus movimientos y capturó la boca de Louis. Sus lenguas se enredaron mientras se exploraban, una exploración que se interrumpía de vez en cuando con gemidos y alguna que otra confesión.
Él le acarició la cintura y las costillas y, agarrándole el culo, la levantó ligeramente para poder llegar más adentro.
Julia se había vuelto adicta a aquello, a él. Adoraba su manera de mirarla en los momentos más íntimos y cómo el resto del mundo se desvanecía a su alrededor. Le gustaba sentirlo moviéndose en su interior cuando le hacía el amor, porque siempre la hacía sentir hermosa. Los orgasmos eran casi un regalo adicional, porque lo más valioso era lo que sentía cuando estaban unidos.
Hacer el amor, igual que la música, o el respirar, o el latido del corazón, eran cosas que se basaban en un ritmo primordial y Louis había aprendido a leer el cuerpo de Julia; a conocer su ritmo, como el guante que encaja a la perfección en la mano de una dama. Era un conocimiento primario pero muy personal, el tipo de conocimiento al que se referían los traductores de la Biblia del rey Jacobo cuando decían que Adán había conocido a su esposa. El conocimiento misterioso y sagrado que un amante tiene de su amada, conocimiento que quedaba pervertido y difamado en encuentros sexuales menos sagrados. Un conocimiento propio de un matrimonio auténtico, no sólo de nombre.
Julia hizo buen uso de sus nuevos conocimientos, deleitando a Louis con su cuerpo una y otra vez. Cuando estaba dentro de ella, para él todo era cálido, excitante, tropical... perfecto.
Estaba cerca, muy cerca. Al mirarla a los ojos, vio que ella le estaba devolviendo la mirada. Cada vez que Julia se movía, Louis hacía el mismo movimiento. La cadencia conjunta de ambos les proporcionaban un gran placer a los dos.
Mientras se miraban, un gemido brotó de la garganta de Julia, que de repente, echó la cabeza hacia atrás y gritó su nombre. Fue algo glorioso de ver y oír. Por fin había gritado su nombre.
Louis no tardó en seguirla. Su cuerpo se tensó con un gruñido y luego se relajó. Las venas de su frente y cuello empezaron a deshincharse.
Una vez más, su encuentro había sido tierno y alegre.
Julia no quería apartarse. No quería sentir cómo abandonaba su cuerpo. Por eso se dejó caer sobre él, mirándolo fijamente.
—¿Siempre será así? -Louis le besó la punta de la nariz.
—No lo sé. Pero si tomamos a Grace y a Richard como ejemplo, con el tiempo las cosas mejorarán. Yo veré nuestras vivencias compartidas reflejadas en tus ojos y tú verás la felicidad reflejada en los míos. La experiencia hará que nuestros encuentros sean cada vez más profundos y mejores. -Sonriendo, Julia asintió, pero al cabo de unos instantes, su expresión se ensombreció. —¿Qué pasa?
—Estoy preocupada. No sé qué pasará el año que viene.
—¿Por qué?
—¿Y si no me aceptan para el programa de doctorado en Toronto? -Louis frunció el cejo.
—No sabía que hubieras presentado una solicitud.
—No quiero separarme de ti.
—Yo tampoco quiero separarme de ti, Julianne, pero no creo que la Universidad de Toronto sea la más adecuada para ti. Yo no podré supervisar tu tesis y dudo que Katherine quiera comprometerse durante más de un año. -El rostro de ella se ensombreció aún más. Louis le acarició la mejilla con un dedo. —Pensaba que querías ir a Harvard.
—Pero es que está tan lejos.
—A pocas horas de vuelo. —La miró pensativo—. Podemos vernos los fines de semana y los festivos. Pediré un año sabático. Podría mudarme a Harvard contigo durante el primer año.
—Pasaré allí por lo menos seis años. Si no más. -Estaba a punto de llorar y al ver que le brillaban los ojos, a Louis se le encogió el corazón.
—Haremos que funcione —le aseguró, con la voz ronca—. Ahora mismo hemos de disfrutar del tiempo que nos queda juntos. Deja que sea yo quien me preocupe del futuro. Me aseguraré de que no nos separen. -Ella abrió la boca para protestar, pero Louis se lo impidió besándola. —La ventaja de salir con un hombre más mayor y establecido es que te permite centrarte en tu carrera. Ya encontraré la manera de conseguir que mi trabajo se ajuste al tuyo.
—Pero no es justo.
—Lo que sería injusto sería esperar que tú renunciaras a tu sueño de ser profesora universitaria. O permitir que te inscribieras en una universidad por debajo de tus capacidades. No dejaré que sacrifiques tus sueños por mí. —Sonrió—. Ahora bésame para que vea que confías en mí.
—Confío en ti.
Louis la abrazó, suspirando cuando ella apoyó la cabeza sobre su pecho.
Bajó los pies al suelo, estremeciéndose al notar la piedra helada. Tras ponerse unos bóxers, bajó la escalera, rascándose la cabeza. La luz de la cocina estaba encendida, pero Julia no estaba allí. Junto a un vaso medio vacío de zumo de arándanos, había restos de pan y de queso. Parecía como si un ratón hubiese decidido darse un festín nocturno, pero hubiera salido huyendo al verse descubierto.
Al entrar en el salón, vio la cabeza de Julia apoyada en el brazo de una butaca, al lado de la chimenea. Dormida parecía más joven y muy relajada. Aunque estaba pálida, sus labios y sus mejillas tenían un saludable tono rosado.
Louis sintió el impulso de componerle un poema a su boca y se dijo que un día lo haría. De hecho, toda ella le recordaba al poema de Frederick Leighton Flaming June.
Llevaba un elegante camisón de color marfil y uno de los tirantes se le había caído, dejando su precioso hombro totalmente al descubierto. Su piel pálida, delicada y suave lo llamaba. Sin poder resistirse, se puso en cuclillas a su lado y le besó el hombro, mientras le acariciaba el pelo. Julia abrió los ojos y se desperezó. Parpadeó un par de veces antes de reconocerlo y sonreír.
Su sonrisa, dulce y serena, encendió el corazón de Louis como si fuera una hoguera. La respiración se le aceleró. Nunca había sentido nada parecido por otra mujer. La intensidad de los sentimientos que Julia le despertaba no dejaba de sorprenderlo.
—Hola —susurró, apartándole el pelo de la cara—. ¿Estás bien?
—Por supuesto.
—Al no encontrarte en la cama me he preocupado.
—He bajado a picar algo.
—¿Aún tienes hambre? —preguntó Louis, frunciendo el cejo y apoyándole la mano suavemente en la cabeza.
—No de comida.
—No te lo había visto puesto —dijo él, resiguiendo el escote del camisón con un dedo y rozándole la parte superior de los pechos.
—Lo compré para la primera noche que pasamos juntos.
—Es precioso. ¿Por qué no te lo habías puesto hasta ahora?
—Porque me he estado poniendo todas las cosas que me compraste en Florencia.
¿Cómo las llamó el dependiente? ¿Bustiers? Tu gusto en cuanto a lencería femenina es extremadamente pasado de moda, profesor Tomlinson. Si me descuido, acabarás regalándome corsés. -Él se echó a reír y la besó.
—No entiendo cómo es que aún no te he comprado uno. Tienes razón. Me gusta verte con prendas que dejan lugar a la imaginación. Así es mucho más agradable «desenvolverte». Aunque admito que me gustas con cualquier cosa que te pongas. O que no te pongas.
Alargando la mano, Julia lo agarró por la nuca y lo acercó para besarlo apasionadamente. Recorriéndole la mandíbula con los labios, le susurró al oído:
—Ven a la cama.
Cogiéndolo de la mano, lo guió hacia el dormitorio. Al pasar por delante de la mesa de la cocina, intercambiaron una mirada cómplice y, tras hacer que Louis se sentara en el borde de la cama, Julia se quedó de pie ante él.
Lentamente, se bajó los tirantes del camisón, que cayó al suelo, dejándola desnuda. En la penumbra de la habitación, él contempló sus tentadoras curvas con avidez.
—Eres un argumento que demuestra la existencia de Dios —murmuró.
—¿Qué?
—Tu rostro, tus pechos, tu preciosa espalda... Santo Tomás de Aquino te habría añadido como sexta vía para demostrar la existencia de Dios si hubiera tenido el privilegio de conocerte. Es evidente que alguien te ha diseñado, no se ha limitado a crearte. -Bajando la vista, Julia se ruborizó. Louis sonrió. —¿Aún te ruborizas, a estas alturas?
Como respuesta, ella dio un paso adelante y, cogiéndole una mano, se cubrió un pecho con ella. Él se lo apretó suavemente.
—Túmbate a mi lado y te abrazaré.
—No quiero que me abraces. Quiero que me hagas el amor.
Louis se quitó los bóxers rápidamente y se hizo a un lado para dejarle sitio. Volviendo a acariciarle el pecho, la besó dulcemente, enredando la lengua con la suya.
—Te respiro —susurró—. Eres mi aire. Lo eres todo.
Le acarició los pezones con los dedos y le besó el cuello con besos ligeros como plumas, mientras ella lo animaba con atrevidas caricias.
Julia lo empujó hasta que Louis quedó tumbado de espaldas y entonces se sentó a horcajadas sobre sus caderas. Él le besó los pechos y se metió un pezón en la boca, mientras con una mano comprobaba si estaba preparada para recibirlo. Soltándole el pecho, negó con la cabeza.
—No estás lista.
—Pero te deseo.
—Yo también te deseo. Pero antes quiero encender tu cuerpo.
El deseo sexual de Julia encontró una barrera en el compromiso que Louis había asumido consigo mismo. Se había jurado asegurarse de que todos sus encuentros resultaran igual de placenteros para ambos. No le importaba hacer esperar a su cuerpo para asegurarse de que el de Julia estaba loco de deseo antes de recibirlo en su interior.
Cuando finalmente la penetró, ella lo miró fijamente. Él tenía los ojos muy abiertos y estaban tan cerca que sus narices casi se tocaban. Julia se movía sobre su cuerpo con una lentitud desesperante.
Ella cerró los ojos un instante para disfrutar de las sensaciones, pero en seguida volvió a abrirlos. Su conexión era tan intensa...
Los azules ojos de Louis, cargados de emoción, no se apartaban de los enormes ojos castaños de ella. Cada movimiento, cada deseo, se reflejaba en la mirada de los amantes.
—Te amo.
Gabriel le acarició la nariz con la suya, mientras ella incrementaba el ritmo gradualmente.
—Yo también te am... —Las palabras de Julia quedaron interrumpidas por un gemido.
Aumentó la velocidad de sus movimientos y capturó la boca de Louis. Sus lenguas se enredaron mientras se exploraban, una exploración que se interrumpía de vez en cuando con gemidos y alguna que otra confesión.
Él le acarició la cintura y las costillas y, agarrándole el culo, la levantó ligeramente para poder llegar más adentro.
Julia se había vuelto adicta a aquello, a él. Adoraba su manera de mirarla en los momentos más íntimos y cómo el resto del mundo se desvanecía a su alrededor. Le gustaba sentirlo moviéndose en su interior cuando le hacía el amor, porque siempre la hacía sentir hermosa. Los orgasmos eran casi un regalo adicional, porque lo más valioso era lo que sentía cuando estaban unidos.
Hacer el amor, igual que la música, o el respirar, o el latido del corazón, eran cosas que se basaban en un ritmo primordial y Louis había aprendido a leer el cuerpo de Julia; a conocer su ritmo, como el guante que encaja a la perfección en la mano de una dama. Era un conocimiento primario pero muy personal, el tipo de conocimiento al que se referían los traductores de la Biblia del rey Jacobo cuando decían que Adán había conocido a su esposa. El conocimiento misterioso y sagrado que un amante tiene de su amada, conocimiento que quedaba pervertido y difamado en encuentros sexuales menos sagrados. Un conocimiento propio de un matrimonio auténtico, no sólo de nombre.
Julia hizo buen uso de sus nuevos conocimientos, deleitando a Louis con su cuerpo una y otra vez. Cuando estaba dentro de ella, para él todo era cálido, excitante, tropical... perfecto.
Estaba cerca, muy cerca. Al mirarla a los ojos, vio que ella le estaba devolviendo la mirada. Cada vez que Julia se movía, Louis hacía el mismo movimiento. La cadencia conjunta de ambos les proporcionaban un gran placer a los dos.
Mientras se miraban, un gemido brotó de la garganta de Julia, que de repente, echó la cabeza hacia atrás y gritó su nombre. Fue algo glorioso de ver y oír. Por fin había gritado su nombre.
Louis no tardó en seguirla. Su cuerpo se tensó con un gruñido y luego se relajó. Las venas de su frente y cuello empezaron a deshincharse.
Una vez más, su encuentro había sido tierno y alegre.
Julia no quería apartarse. No quería sentir cómo abandonaba su cuerpo. Por eso se dejó caer sobre él, mirándolo fijamente.
—¿Siempre será así? -Louis le besó la punta de la nariz.
—No lo sé. Pero si tomamos a Grace y a Richard como ejemplo, con el tiempo las cosas mejorarán. Yo veré nuestras vivencias compartidas reflejadas en tus ojos y tú verás la felicidad reflejada en los míos. La experiencia hará que nuestros encuentros sean cada vez más profundos y mejores. -Sonriendo, Julia asintió, pero al cabo de unos instantes, su expresión se ensombreció. —¿Qué pasa?
—Estoy preocupada. No sé qué pasará el año que viene.
—¿Por qué?
—¿Y si no me aceptan para el programa de doctorado en Toronto? -Louis frunció el cejo.
—No sabía que hubieras presentado una solicitud.
—No quiero separarme de ti.
—Yo tampoco quiero separarme de ti, Julianne, pero no creo que la Universidad de Toronto sea la más adecuada para ti. Yo no podré supervisar tu tesis y dudo que Katherine quiera comprometerse durante más de un año. -El rostro de ella se ensombreció aún más. Louis le acarició la mejilla con un dedo. —Pensaba que querías ir a Harvard.
—Pero es que está tan lejos.
—A pocas horas de vuelo. —La miró pensativo—. Podemos vernos los fines de semana y los festivos. Pediré un año sabático. Podría mudarme a Harvard contigo durante el primer año.
—Pasaré allí por lo menos seis años. Si no más. -Estaba a punto de llorar y al ver que le brillaban los ojos, a Louis se le encogió el corazón.
—Haremos que funcione —le aseguró, con la voz ronca—. Ahora mismo hemos de disfrutar del tiempo que nos queda juntos. Deja que sea yo quien me preocupe del futuro. Me aseguraré de que no nos separen. -Ella abrió la boca para protestar, pero Louis se lo impidió besándola. —La ventaja de salir con un hombre más mayor y establecido es que te permite centrarte en tu carrera. Ya encontraré la manera de conseguir que mi trabajo se ajuste al tuyo.
—Pero no es justo.
—Lo que sería injusto sería esperar que tú renunciaras a tu sueño de ser profesora universitaria. O permitir que te inscribieras en una universidad por debajo de tus capacidades. No dejaré que sacrifiques tus sueños por mí. —Sonrió—. Ahora bésame para que vea que confías en mí.
—Confío en ti.
Louis la abrazó, suspirando cuando ella apoyó la cabeza sobre su pecho.
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Oh, oh.... ¿qué va a pasar el curso que viene? Bueno, en realidad que a Juianne le cojan en Toronto es lo de menos porque estoy cnvencida de que esa arpía de Christa chantajeará a Louis con el secreto de que está con Julianne para que tengan una relación amorosa y conociendo a Louis será capaz de dejar su trabajo por ella.... ¡Arrggg! ¿Por qué tiene que ser todo tan complicado? Y bueno, aun queda Paulina, estoy segura de que ella también va a colaborar revolviendo la mierda, (lo siento si ha sonado vulgar, es una expresión española, Dios, que vulgares podemos llegar a ser los españoles...)
Me ha encantado el capítulo, sigue pronto la novela, ¿vale?
Besos xxx
Bye!!!
Me ha encantado el capítulo, sigue pronto la novela, ¿vale?
Besos xxx
Bye!!!
Rachel116
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Me ha encantado el capítulo, a mi también me preocupa lo que pueda pasar el curso que viene, por culpa de Christa, además de que si van a estar separados la arpía esa podría aprovecharse de la situación para volver a intentar algo con Louis...
Espero que puedas seguirla pronto!!
Besos :)
Espero que puedas seguirla pronto!!
Besos :)
Anna.
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
ᴍᴀʀ. escribió:Hola! :)
Me encantaron los capítulos!
No puedo comprender por que Christa es tan malvada, no tiene motivos para serlo. Además, ¿que le ha hecho Julia? No se merece ese odio.
Estoy de acuerdo con Julia en que Paulina se esta aprovechando de Louis, sólo que él no puede verlo por la culpa que siente por la perdida de la bebé. :(
Seguilaa! :)
Besos.
Tampoco entiendo por que es así!!
Cuídate
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Anna. escribió:Louis es un completo amor, en cambio el otro es un gran hijo de su madre ¿cómo pudo hacerle algo así? cochino
Adoro a Louis con toda mi alma, es adorable
me encantó el capítulo, espero que puedas seguirla pronto
Tarde o temprano el pagara todo lo q le hizo a Julia
Louisssss :luuv:
Cuídate
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Rachel116 escribió:¿Por qué? Solo puedo preguntar eso, ¿por qué? ¿Por qué Simón no es capaz de amar? ¿Capaz de respetar a otro ser humano? No lo entiendo sé que hay gente horrible en el mundo, de hecho conozco a muchos pero no significa que entienda por qué hacen lo que hacen. A mi no me gusta hacer daño a la gente, todos gwnemos morl yse supone que la moral hace que nos sintamos mal cuanxo hacemos algo que está mal, cuando hacemos daño a otros seres humanos.
El capítulo me ha encantado. Louis es simplembte un amor, me parece fascinante ver cuanto h cambiado por Julianne, es simplemnte increible ver como ha cambiado toda su vida y su manera de er por ella.
Espero que sigas pronto la.novela porque esta super interesante.
Besos xxx
bye!!!
Lo mismo que puse arriba, tarde o temprano el pagara tooooodoooo
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Rachel116 escribió:Oh, oh.... ¿qué va a pasar el curso que viene? Bueno, en realidad que a Juianne le cojan en Toronto es lo de menos porque estoy cnvencida de que esa arpía de Christa chantajeará a Louis con el secreto de que está con Julianne para que tengan una relación amorosa y conociendo a Louis será capaz de dejar su trabajo por ella.... ¡Arrggg! ¿Por qué tiene que ser todo tan complicado? Y bueno, aun queda Paulina, estoy segura de que ella también va a colaborar revolviendo la mierda, (lo siento si ha sonado vulgar, es una expresión española, Dios, que vulgares podemos llegar a ser los españoles...)
Me ha encantado el capítulo, sigue pronto la novela, ¿vale?
Besos xxx
Bye!!!
Porque así es la vida De complicada
Jajajjaja revólver la mierda
Ya la sigoooo
Besos
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Anna. escribió:Me ha encantado el capítulo, a mi también me preocupa lo que pueda pasar el curso que viene, por culpa de Christa, además de que si van a estar separados la arpía esa podría aprovecharse de la situación para volver a intentar algo con Louis...
Espero que puedas seguirla pronto!!
Besos :)
Ya veremos que pasa en el sgte curso
Besos gracias por comentar
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
.
Holaaaa!!
¿Qué tal les pareció el capítulo?
Espero que les haya gustadoooo
Muchas gracias a Anna y Rachel por siempre comentar :luuv:
Comente mucho
BESOSS, las adoroooo
la sigo pronto bye!
Capítulo Siete
Christa Peterson estaba en casa de sus padres, al norte de Toronto, revisando su correo electrónico unos días antes de Navidad. Llevaba una semana sin mirarlo. Una relación que había ido cultivando paralelamente a su intento de seducción del profesor Tomlinson había llegado a su fin, lo que significaba que no iría a esquiar a Whistler, en la Columbia británica, con su ex amante durante las vacaciones.
El banquero en cuestión había roto con ella con un mensaje de texto, lo que demostraba una falta de gusto evidente, pero lo peor estaba por llegar. Estaba convencida de que, como una bomba de relojería, en la bandeja de entrada la estaría esperando un correo electrónico de gusto aún más dudoso.
Se había dado ánimos con un par de copas de champán Bollinger añejo, que había comprado como regalo de Navidad para el gilipollas que se suponía que iba a llevarla a esquiar. Y, efectivamente, en la bandeja de entrada había una bomba, aunque no era la que había estado esperando.
Decir que el contenido del mensaje del profesor Pacciani la sorprendió sería quedarse muy corto. Sería más acertado decir que sintió que el suelo se abría bajo sus pies.
La única mujer canadiense por la que el profesor Tomlinson había mostrado algún
interés era la profesora Ann Singer. Christa lo había visto en Lobby con varias mujeres, pero nunca repetía con ninguna. Tenía una relación cordial con varios miembros femeninos del profesorado y del personal no docente de la universidad, pero era una relación estrictamente profesional, como demostraban los firmes apretones de mano con que las saludaba. En cambio a la profesora Singer siempre la saludaba con dos besos, como en su última conferencia.
A Christa no le apetecía nada retomar su relación con el profesor Pacciani. Estaba tristemente poco dotado en el aspecto físico, así que qué interés podía tener ella en repetir unos encuentros físicos que la dejaban siempre frustrada. Después de todo, tenía sus baremos. Cualquier hombre que no estuviera como mínimo a la altura de su consolador, no merecía la pena. (Y no le importaba decirlo en público.)
Pero quería obtener más información sobre la prometida del profesor, así que fingió estar interesada en la cita de primavera con el profesor Pacciani y trató de ser lo más sutil posible al preguntarle el nombre de la acompañante de Tomlinson. Luego bajó a la cocina y se acabó el resto del champán.
La víspera de Navidad, Julia estaba en la barra del restaurante Kinfolks, en Selinsgrove, comiendo con su padre. Louis estaba haciendo unas compras de última hora con Richard, mientras Rachel y Aaron habían ido a buscar el pavo y Scott estaba en Filadelfia con su novia.
Tom acababa de darle el regalo de Paul. Ella lo había dejado a sus pies y, desde allí, el paquete la miraba, reclamando su atención como un cachorrillo.
Julia pensó que sería mejor que lo abriera allí, delante de su padre, en vez de más tarde, delante de su novio. Con una sonrisa, le regaló la botella de sirope de arce a Tom. Al ver la vaca de peluche, se echó a reír y le dio un beso, pero al ver las figuras de Dante y Beatriz palideció. ¿Sabía Paul más de lo que Julia creía? No, era imposible que supiera que Louis y ella eran Dante y Beatriz en la intimidad.
Mientras Tom se comía su plato combinado a base de pavo, mezcla de relleno y puré de patatas, Julia abrió la felicitación navideña. Mostraba una típica estampa de niños en medio de una guerra de bolas de nieve, sobre los que se leían las palabras «Feliz Navidad». Pero fueron las palabras de Paul las que le pusieron un nudo en la garganta.
Feliz Navidad, Conejito.
Sé que este primer semestre no ha sido fácil y siento no haberte ayudado más cuando lo necesitabas. Estoy orgulloso de que no abandonaras. Un abrazo fuerte de tu amigo de Vermont,
Paul
Posdata: No sé si conoces la canción de Sarah McLachlan Wintersong, pero un trozo de esa canción me hizo pensar en ti.
Julia no sabía a qué canción se refería, así que las estrofas que había omitido en la carta no resonaron en su cabeza mientras examinaba la postal más detenidamente. En el centro de la guerra de bolas de nieve había una niña pequeña con el pelo largo y oscuro y un abrigo rojo, riendo contenta.
La canción, el dibujo, el texto de la postal, el regalo... Paul trataba de ocultar sus auténticos sentimientos, pero no lo conseguía. La imagen de la niña riendo y la letra de la canción, que escucharía más tarde, lo delataban. Suspirando, lo guardó todo en la caja y volvió a dejarla a sus pies.
—Entonces —dijo su padre, entre bocado y bocado de pavo—, ¿Louis te está tratando bien?
—Me ama, papá. Es muy bueno conmigo.
Tom negó con la cabeza, pensando en el contraste entre Simon —que había aparentado ser bueno para Julia— y Louis —que era bueno con ella sin aparentarlo— y en cómo él había podido dejarse engañar por las apariencias.
—Si deja de serlo en algún momento, dímelo en seguida —dijo, probando el puré de patata.
Julia casi puso los ojos en blanco. Era un poco tarde para jugar a ser un padre protector, pero suponía que era mejor tarde que nunca.
—Esta mañana hemos pasado por delante de la casa. He visto el cartel en el césped. -Él se limpió con la servilleta.
—La puse en venta hará un par de semanas.
—¿Por qué?
—No puedo vivir en un sitio donde mi hija no se siente segura.
—Pero tú creciste en esa casa. ¿Qué opina Deb? -Tom se encogió de hombros y escondió la cara tras la taza de café.
—Hemos terminado. -Julia ahogó una exclamación.
—No lo sabía. Lo siento. -Él bebió el café estoicamente.
—Tuvimos algunas diferencias. Además, sus hijos no me aprecian. -Julia jugueteó con los cubiertos, igualándolos.
—¿Deb se puso del lado de Natalie y Simon? -Su padre volvió a encogerse de hombros.
—Tenía que pasar tarde o temprano. La verdad es que me he quitado un peso de encima. Me gusta sentirme libre de nuevo. —Le guiñó un ojo con complicidad—. Estoy buscando una casa más pequeña. Me gustaría usar parte del dinero que saque de la venta para colaborar en tu educación.
Julia se sorprendió, pero pronto la sorpresa dejó paso al enfado. Su relación con Simon les había costado demasiado. Unos antecedentes penales y una sentencia de trabajos comunitarios no compensaban lo que su padre y ella habían perdido por su culpa. Julia tenía el alma llena de cicatrices y su padre había perdido su pareja y su casa de toda la vida.
—Papá, deberías guardar el dinero para la jubilación.
—Estoy seguro de que llegará para todo. Si no quieres usarlo en tu educación, gástatelo en cerveza. Desde ahora, lo importante somos tú y yo —concluyó, alargando la mano para revolverle el pelo, su gesto cariñoso preferido.
Cuando Tom fue un momento al servicio, Julia se quedó contemplando su hamburguesa de queso a medio comer y pensando en su transformado padre.
Estaba perdida en sus pensamientos, acariciando el borde del vaso de ginger ale, cuando alguien ocupó el taburete vecino.
—Hola, Jules.
Sorprendida, Julia se volvió hacia la voz y se encontró con su antigua compañera de habitación, Natalie Lundy.
Hubo un tiempo en que Julia llamaba a su amiga Jolene, ya que sus rasgos hermosos y su cuerpo voluptuoso encajaban a la perfección con la mujer descrita en la canción del mismo nombre. Pero eso fue antes de que ella la traicionara. Ahora su belleza le parecía dura y fría.
Al mirarla con más atención, algo le llamó la atención en su modo de vestir. El abrigo de estilo vintage tenía las mangas gastadas y sus botas parecían caras, pero de segunda mano. A primera vista, parecía ir bien vestida, pero si uno se fijaba, tras la ropa veía a una chica de pueblo que quería dejar atrás sus orígenes humildes.
—Feliz Navidad, Natalie. ¿Qué te traigo? —preguntó Diane, la camarera, inclinándose sobre la barra. Julia observó cómo se trasformaba su antigua amiga. De fría y dura, pasó a ser alegre y chispeante. Hasta el acento le cambió.
—Feliz Navidad, Diane. Sólo café. No puedo quedarme mucho rato.
Sonriendo, la camarera le llenó el vaso y luego se acercó a un grupo de bomberos voluntarios amigos de Tom. En cuanto se hubo alejado, la actitud de Natalie cambió de nuevo bruscamente. Miró a Julia con ojos llenos de odio.
—Tengo que hablar contigo.
—Nada de lo que puedas decirme me interesa. -Trató de levantarse, pero Natalie se lo impidió sujetándola por la muñeca.
—Siéntate y escucha o montaré un número —la amenazó en voz baja, casi susurrando, mientras esbozaba una falsa sonrisa.
Nadie que las mirase podría adivinar que la estaba amenazando. Julia tragó saliva y se sentó. Natalie le soltó el brazo, no sin antes castigarla con un apretón.
—Tenemos que hablar de Simon. -Ella miró hacia los servicios, esperando que su padre apareciera pronto.
—Quiero creer que tu reciente malentendido con él no fue intencionado. Estabas
disgustada, Simon dijo cosas que no debió decir y llamaste a la policía. Pero por culpa de esa llamada, ahora tiene antecedentes penales. Supongo que entenderás que deberás retirar la denuncia antes de que sean las elecciones para el Senado. Tienes que aclarar el malentendido. Hoy mismo. -Y dicho esto, sonrió y le retiró el pelo por encima del hombro, como si estuvieran manteniendo una conversación entre amigas.
—No puedo hacer nada —murmuró Julia—. Ya se ha declarado culpable. -Natalie bebió un sorbo de café.
—No me trates como si fuera idiota, Jules. Ya lo sé. Obviamente, tienes que decirle al fiscal del distrito que mentiste. Explícale que no fue más que una riña de enamorados. Que ya conseguiste lo que querías, que era vengarte de él, y que ahora te arrepientes de habértelo inventado todo. —Se rió exageradamente—. Aunque, francamente, no entiendo qué ve Simon en ti. Mírate, por el amor de Dios. Tienes un aspecto espantoso. -Ella se mordió la lengua para no decirle lo que opinaba. El silencio le pareció lo más prudente.
Natalie se inclinó y le apartó un poco el cuello alto del jersey con dedos helados. —No te quedan marcas. Muéstrale el cuello al fiscal y dile que te lo inventaste todo.
—No.
Julia se apartó, resistiendo la tentación de enseñarle la cicatriz, que llevaba cubierta con maquillaje. Se subió el cuello del jersey aún más arriba, llevándose una mano al lugar donde Simon la había mordido. Sabía que era un dolor fantasma, pero eso no hacía que dejara de sentir sus dientes desgarrándole la piel. Natalie bajó la voz todavía más.
—No te equivoques. No te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando. —Abrió su enorme bolso y sacó su BlackBerry, que dejó en la barra, entre las dos—. Esperaba no tener que recurrir a esto, pero no me dejas elección. Tengo fotos tuyas, fotos que te hizo Simon. Son muy... explícitas.
Ella miró el teléfono con desconfianza. Trató de tragar saliva, pero se le había secado la boca. Se llevó el vaso a los labios, procurando que la mano no le temblara. Natalie sonrió, disfrutando de la reacción de su antigua amiga y ahora rival. Cogió el teléfono y empezó a pasar las fotos.
—No entiendo cómo pudo tomarlas sin que te enteraras. O tal vez lo sabías y no te importaba. —La miró ladeando la cabeza y entornando los ojos—. ¿Te gustaría que las viera todo Selinsgrove?
Julia miró a su alrededor, esperando que nadie hubiera oído su amenaza. Al menos, nadie las estaba mirando. Su primer impulso fue salir corriendo y esconderse, pero esa estrategia no le había dado buenos resultados en el pasado. Su madre siempre la encontraba. Y Simon la habría alcanzado si Louis no lo hubiera impedido enfrentándose a él. Y además estaba harta de esconderse. Sintió que la espalda se le enderezaba.
—Que Simon tenga antecedentes es culpa tuya. Vino a verme buscando esas fotos, pero las tenías tú. -Natalie sonrió con dulzura, sin molestarse en negar sus acusaciones. —Y ahora quieres que yo te saque las castañas de fuego. Pues no pienso hacerlo —añadió ella.
La otra se echó a reír.
—Oh, sí. Sí que lo harás. —Volvió a mirar a la pantalla, acercándosela a los ojos exageradamente—. ¡Dios, qué tetas tan pequeñas tienes!
—¿Sabías que el senador Talbot quiere presentarse a la presidencia del país? — contraatacó Julia. Natalie se echó el pelo hacia atrás.
—Por supuesto que lo sé. Voy a colaborar en su campaña.
—Claro, ahora lo entiendo. La denuncia contra Simon supondrá un borrón en el expediente del senador, así que ahora quieres hacerla desaparecer. Pues la has jodido bien.
—¿A qué te refieres?
—Si cuelgas esas fotos en Internet, Simon te dejará tan rápidamente que ni lo verás alejarse. Y con él se irá tu oportunidad de salir de este pueblo. -Natalie le quitó importancia a sus palabras con un gesto de la mano.
—No me dejará. Y el senador nunca se enterará.-A Julia se le aceleró el corazón.
—Si yo salgo en esas fotos, Simon tiene que salir también. ¿Qué crees que opinará su padre?
—¿No has oído hablar del Photoshop? Puedo borrar a Simon y poner la cara de
otra persona. Pero no va a hacer falta, porque te vas a portar como una niña buena y vas a hacer lo correcto. ¿No es cierto, Jules? -Con una sonrisa condescendiente, Natalie se guardó el teléfono en el bolso y se levantó para irse.
—Nunca te presentará a su familia —le advirtió Julia—. Me lo dijo él mismo. No pierdas el tiempo siendo el secreto sucio de Simon. Puedes aspirar a algo mejor. -Natalie pareció dudar, pero en seguida se recuperó.
—No sabes lo que dices —exclamó—. Simon va a hacer exactamente lo que yo le diga. Igual que tú. Si no arreglas esto hoy mismo, colgaré las fotos. Que tengas felices fiestas. -Y se dirigió hacia la puerta.
—¡Espera! —la llamó Julia. Natalie se volvió y la miró sin disimular su desprecio. Ella respiró hondo y le pidió que se acercara. —Dile a Simon que se asegure de que el senador tiene al día su suscripción de The Washington Post.
—¿Por qué?
—Porque si subes esas fotos a Internet, llamaré a Andrew Sampson, del Post. ¿Te acuerdas de él? El año pasado escribió un artículo sobre la detención de Simon por conducir borracho y la posterior intervención del senador. -Natalie negó con la cabeza.
—No te creo. -Julia apretó los puños con decisión.
—Si cuelgas las fotos, no tendré nada que perder. Contaré al periódico la historia completa del asalto de Simon, sin olvidarme de que luego mandó a su chica a chantajearme. -Su antigua amiga abrió mucho los ojos, pero luego volvió a cerrarlos tanto que se le convirtieron en dos rendijas.
—No te atreverías —musitó con los dientes apretados.
—Ponme a prueba. -La otra la miró con una mezcla de furia y sorpresa.
—La gente lleva años pisoteándote y no has movido un dedo para defenderte. No me creo que vayas a llamar a un periodista para contarle tus intimidades. -Julia levantó la barbilla.
—Tal vez me he hartado de que me pisoteen —Se encogió de hombros, concentrándose en que no le temblara la voz—. Tú eliges. Si cuelgas las fotos, nunca trabajarás para el senador. Sólo formarás parte de un escándalo que se apresurarán a esconder debajo de la alfombra.
La piel de Natalie pasó de su tono marfileño habitual a un rojo encendido. Julia aprovechó su silencio para seguir hablando.
—Si me dejas en paz, me olvidaré de ustedes. Pero nunca mentiré sobre lo que me hizo Simon. Ya he mentido demasiadas veces para cubrir sus errores. No pienso hacerlo nunca más.
—Estás furiosa porque él me eligió a mí —exclamó Natalie, olvidándose de hablar en voz baja—. ¡No eres más que una niñata débil y patética, que ni siquiera sabe hacer una mamada en condiciones!
El profundo silencio que se hizo en el restaurante les indicó que los demás clientes habían oído esas últimas palabras.
Al mirar a su alrededor y ver que todas las miradas estaban clavadas en ella, Julia se sintió profundamente humillada. Todos los presentes habían oído la acusación de Natalie, incluida la esposa del pastor baptista, que estaba sentada tranquilamente en un rincón, tomando un té con su hija adolescente.
—Ya no te sientes tan segura, ¿no? -Antes de que Julia pudiera responder, Diane apareció a su lado.
—Natalie, vete a casa. No puedes hablar así en mi restaurante. -La chica se alejó no sin antes mascullar unas cuantas maldiciones.
—Esto no quedará así.
—Si sabes lo que te conviene —contestó Julia levantando la barbilla—, así es
exactamente como quedará. Eres demasiado inteligente como para arriesgar tu futuro por una estupidez. Vuelve con él y déjame en paz. -Natalie la fulminó una última vez con la mirada antes de salir del local dando un portazo.
—¿Qué pasa? —preguntó su padre, a su espalda—. ¿Jules? ¿Qué ha pasado?
Diane respondió por ella, ofreciéndole a Tom una versión algo cambiada de lo sucedido. Maldiciendo entre dientes, él apoyó una mano en el hombro de su hija.
—¿Estás bien? -Ella asintió débilmente antes de desaparecer en el servicio de señoras.
No sabía cómo iba a ser capaz de mirar a la cara a la gente del pueblo después de lo que Natalie había dicho. Se agarró al lavabo con ambas manos para contener las náuseas.
Diane la siguió. Mojó una toalla en agua fría y se la dio.
—Lo siento, Jules. Le tendría que haber dado una bofetada. No me puedo creer lo que ha dicho. -Julia se mojó la cara con la toalla, en silencio.—Cariño, nadie más que yo la ha oído. Estaban todos muy ocupados comentando que el Papá Noel del centro comercial se emborrachó ayer a la hora de la comida y trató de meterle mano a uno de los elfos. -Julia se encogió. La mujer le dedicó una sonrisa comprensiva. —¿Quieres que te prepare una infusión? -Ella negó con la cabeza y respiró hondo.
«Si hay algún dios por aquí cerca, por favor, que toda la gente que está en el restaurante sufra de amnesia temporal. Con los últimos quince minutos me sirve.» Poco después, volvió a sentarse junto a su padre a la barra. Mantuvo la cabeza baja, tratando de evitar el contacto visual con nadie. Era demasiado fácil imaginárselos a todos comentando sus pecados y juzgándola.
—Lo siento, papá —dijo en voz muy baja. Frunciendo el cejo, Tom pidió más café y un donuts relleno de mermelada.
—¿Qué es lo que sientes? —preguntó malhumorado.
Tras llenar la taza de Tom, Diane le apretó el brazo a Julia para darle ánimos, antes de irse a servir las mesas para que ellos dos pudieran hablar tranquilos.
—Todo es culpa mía. Lo de Deb, lo de Natalie, lo de la casa... —No quería llorar, pero no pudo evitarlo—. Te he avergonzado delante de todo el pueblo. -Tom se inclinó hacia ella.
—Eh, no quiero oírte decir esas tonterías. Nunca me has avergonzado. Al contrario, estoy muy orgulloso de ti. —La voz se le quebró un poco y carraspeó para disimular -Protegerte era mi responsabilidad y no lo hice. -Julia se secó una lágrima.
—Pero te he estropeado la vida. -Él resopló.
—Tampoco es que mi vida fuera gran cosa. Prefiero perder la casa y perder a Deb que perderte a ti. No hay color. -Empujó el donuts hasta que quedó frente a Julia y aguardó hasta que ella le dio un mordisco.
—Cuando conocí a tu madre, fui muy feliz. Pasamos unos cuantos años muy buenos juntos. Pero el mejor día de todos fue cuando tú naciste. Yo siempre había querido tener una familia. No voy a permitir que nada ni nadie vuelva a separarme de ti. Te doy mi palabra. -Cuando Julia sonrió, Tom se inclinó hacia ella y le revolvió el pelo. —Me gustaría pasar un momento por casa de Deb para contarle lo que ha pasado. Tiene que enseñar a su hija a comportarse en público. ¿Por qué no llamas a ese novio tuyo para que venga a buscarte? Nos vemos en casa de Richard dentro de un rato.
Secándose las lágrimas, Julia asintió. No quería que Louis se diera cuenta de que había estado llorando.
—Te quiero, papá. -Él se aclaró la garganta, con la cabeza baja.
—Yo también. Y ahora, acábate el donuts antes de que Diane empiece a cobrarnos alquiler.
El banquero en cuestión había roto con ella con un mensaje de texto, lo que demostraba una falta de gusto evidente, pero lo peor estaba por llegar. Estaba convencida de que, como una bomba de relojería, en la bandeja de entrada la estaría esperando un correo electrónico de gusto aún más dudoso.
Se había dado ánimos con un par de copas de champán Bollinger añejo, que había comprado como regalo de Navidad para el gilipollas que se suponía que iba a llevarla a esquiar. Y, efectivamente, en la bandeja de entrada había una bomba, aunque no era la que había estado esperando.
Decir que el contenido del mensaje del profesor Pacciani la sorprendió sería quedarse muy corto. Sería más acertado decir que sintió que el suelo se abría bajo sus pies.
La única mujer canadiense por la que el profesor Tomlinson había mostrado algún
interés era la profesora Ann Singer. Christa lo había visto en Lobby con varias mujeres, pero nunca repetía con ninguna. Tenía una relación cordial con varios miembros femeninos del profesorado y del personal no docente de la universidad, pero era una relación estrictamente profesional, como demostraban los firmes apretones de mano con que las saludaba. En cambio a la profesora Singer siempre la saludaba con dos besos, como en su última conferencia.
A Christa no le apetecía nada retomar su relación con el profesor Pacciani. Estaba tristemente poco dotado en el aspecto físico, así que qué interés podía tener ella en repetir unos encuentros físicos que la dejaban siempre frustrada. Después de todo, tenía sus baremos. Cualquier hombre que no estuviera como mínimo a la altura de su consolador, no merecía la pena. (Y no le importaba decirlo en público.)
Pero quería obtener más información sobre la prometida del profesor, así que fingió estar interesada en la cita de primavera con el profesor Pacciani y trató de ser lo más sutil posible al preguntarle el nombre de la acompañante de Tomlinson. Luego bajó a la cocina y se acabó el resto del champán.
* * * *
La víspera de Navidad, Julia estaba en la barra del restaurante Kinfolks, en Selinsgrove, comiendo con su padre. Louis estaba haciendo unas compras de última hora con Richard, mientras Rachel y Aaron habían ido a buscar el pavo y Scott estaba en Filadelfia con su novia.
Tom acababa de darle el regalo de Paul. Ella lo había dejado a sus pies y, desde allí, el paquete la miraba, reclamando su atención como un cachorrillo.
Julia pensó que sería mejor que lo abriera allí, delante de su padre, en vez de más tarde, delante de su novio. Con una sonrisa, le regaló la botella de sirope de arce a Tom. Al ver la vaca de peluche, se echó a reír y le dio un beso, pero al ver las figuras de Dante y Beatriz palideció. ¿Sabía Paul más de lo que Julia creía? No, era imposible que supiera que Louis y ella eran Dante y Beatriz en la intimidad.
Mientras Tom se comía su plato combinado a base de pavo, mezcla de relleno y puré de patatas, Julia abrió la felicitación navideña. Mostraba una típica estampa de niños en medio de una guerra de bolas de nieve, sobre los que se leían las palabras «Feliz Navidad». Pero fueron las palabras de Paul las que le pusieron un nudo en la garganta.
Feliz Navidad, Conejito.
Sé que este primer semestre no ha sido fácil y siento no haberte ayudado más cuando lo necesitabas. Estoy orgulloso de que no abandonaras. Un abrazo fuerte de tu amigo de Vermont,
Paul
Posdata: No sé si conoces la canción de Sarah McLachlan Wintersong, pero un trozo de esa canción me hizo pensar en ti.
Julia no sabía a qué canción se refería, así que las estrofas que había omitido en la carta no resonaron en su cabeza mientras examinaba la postal más detenidamente. En el centro de la guerra de bolas de nieve había una niña pequeña con el pelo largo y oscuro y un abrigo rojo, riendo contenta.
La canción, el dibujo, el texto de la postal, el regalo... Paul trataba de ocultar sus auténticos sentimientos, pero no lo conseguía. La imagen de la niña riendo y la letra de la canción, que escucharía más tarde, lo delataban. Suspirando, lo guardó todo en la caja y volvió a dejarla a sus pies.
—Entonces —dijo su padre, entre bocado y bocado de pavo—, ¿Louis te está tratando bien?
—Me ama, papá. Es muy bueno conmigo.
Tom negó con la cabeza, pensando en el contraste entre Simon —que había aparentado ser bueno para Julia— y Louis —que era bueno con ella sin aparentarlo— y en cómo él había podido dejarse engañar por las apariencias.
—Si deja de serlo en algún momento, dímelo en seguida —dijo, probando el puré de patata.
Julia casi puso los ojos en blanco. Era un poco tarde para jugar a ser un padre protector, pero suponía que era mejor tarde que nunca.
—Esta mañana hemos pasado por delante de la casa. He visto el cartel en el césped. -Él se limpió con la servilleta.
—La puse en venta hará un par de semanas.
—¿Por qué?
—No puedo vivir en un sitio donde mi hija no se siente segura.
—Pero tú creciste en esa casa. ¿Qué opina Deb? -Tom se encogió de hombros y escondió la cara tras la taza de café.
—Hemos terminado. -Julia ahogó una exclamación.
—No lo sabía. Lo siento. -Él bebió el café estoicamente.
—Tuvimos algunas diferencias. Además, sus hijos no me aprecian. -Julia jugueteó con los cubiertos, igualándolos.
—¿Deb se puso del lado de Natalie y Simon? -Su padre volvió a encogerse de hombros.
—Tenía que pasar tarde o temprano. La verdad es que me he quitado un peso de encima. Me gusta sentirme libre de nuevo. —Le guiñó un ojo con complicidad—. Estoy buscando una casa más pequeña. Me gustaría usar parte del dinero que saque de la venta para colaborar en tu educación.
Julia se sorprendió, pero pronto la sorpresa dejó paso al enfado. Su relación con Simon les había costado demasiado. Unos antecedentes penales y una sentencia de trabajos comunitarios no compensaban lo que su padre y ella habían perdido por su culpa. Julia tenía el alma llena de cicatrices y su padre había perdido su pareja y su casa de toda la vida.
—Papá, deberías guardar el dinero para la jubilación.
—Estoy seguro de que llegará para todo. Si no quieres usarlo en tu educación, gástatelo en cerveza. Desde ahora, lo importante somos tú y yo —concluyó, alargando la mano para revolverle el pelo, su gesto cariñoso preferido.
Cuando Tom fue un momento al servicio, Julia se quedó contemplando su hamburguesa de queso a medio comer y pensando en su transformado padre.
Estaba perdida en sus pensamientos, acariciando el borde del vaso de ginger ale, cuando alguien ocupó el taburete vecino.
—Hola, Jules.
Sorprendida, Julia se volvió hacia la voz y se encontró con su antigua compañera de habitación, Natalie Lundy.
Hubo un tiempo en que Julia llamaba a su amiga Jolene, ya que sus rasgos hermosos y su cuerpo voluptuoso encajaban a la perfección con la mujer descrita en la canción del mismo nombre. Pero eso fue antes de que ella la traicionara. Ahora su belleza le parecía dura y fría.
Al mirarla con más atención, algo le llamó la atención en su modo de vestir. El abrigo de estilo vintage tenía las mangas gastadas y sus botas parecían caras, pero de segunda mano. A primera vista, parecía ir bien vestida, pero si uno se fijaba, tras la ropa veía a una chica de pueblo que quería dejar atrás sus orígenes humildes.
—Feliz Navidad, Natalie. ¿Qué te traigo? —preguntó Diane, la camarera, inclinándose sobre la barra. Julia observó cómo se trasformaba su antigua amiga. De fría y dura, pasó a ser alegre y chispeante. Hasta el acento le cambió.
—Feliz Navidad, Diane. Sólo café. No puedo quedarme mucho rato.
Sonriendo, la camarera le llenó el vaso y luego se acercó a un grupo de bomberos voluntarios amigos de Tom. En cuanto se hubo alejado, la actitud de Natalie cambió de nuevo bruscamente. Miró a Julia con ojos llenos de odio.
—Tengo que hablar contigo.
—Nada de lo que puedas decirme me interesa. -Trató de levantarse, pero Natalie se lo impidió sujetándola por la muñeca.
—Siéntate y escucha o montaré un número —la amenazó en voz baja, casi susurrando, mientras esbozaba una falsa sonrisa.
Nadie que las mirase podría adivinar que la estaba amenazando. Julia tragó saliva y se sentó. Natalie le soltó el brazo, no sin antes castigarla con un apretón.
—Tenemos que hablar de Simon. -Ella miró hacia los servicios, esperando que su padre apareciera pronto.
—Quiero creer que tu reciente malentendido con él no fue intencionado. Estabas
disgustada, Simon dijo cosas que no debió decir y llamaste a la policía. Pero por culpa de esa llamada, ahora tiene antecedentes penales. Supongo que entenderás que deberás retirar la denuncia antes de que sean las elecciones para el Senado. Tienes que aclarar el malentendido. Hoy mismo. -Y dicho esto, sonrió y le retiró el pelo por encima del hombro, como si estuvieran manteniendo una conversación entre amigas.
—No puedo hacer nada —murmuró Julia—. Ya se ha declarado culpable. -Natalie bebió un sorbo de café.
—No me trates como si fuera idiota, Jules. Ya lo sé. Obviamente, tienes que decirle al fiscal del distrito que mentiste. Explícale que no fue más que una riña de enamorados. Que ya conseguiste lo que querías, que era vengarte de él, y que ahora te arrepientes de habértelo inventado todo. —Se rió exageradamente—. Aunque, francamente, no entiendo qué ve Simon en ti. Mírate, por el amor de Dios. Tienes un aspecto espantoso. -Ella se mordió la lengua para no decirle lo que opinaba. El silencio le pareció lo más prudente.
Natalie se inclinó y le apartó un poco el cuello alto del jersey con dedos helados. —No te quedan marcas. Muéstrale el cuello al fiscal y dile que te lo inventaste todo.
—No.
Julia se apartó, resistiendo la tentación de enseñarle la cicatriz, que llevaba cubierta con maquillaje. Se subió el cuello del jersey aún más arriba, llevándose una mano al lugar donde Simon la había mordido. Sabía que era un dolor fantasma, pero eso no hacía que dejara de sentir sus dientes desgarrándole la piel. Natalie bajó la voz todavía más.
—No te equivoques. No te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando. —Abrió su enorme bolso y sacó su BlackBerry, que dejó en la barra, entre las dos—. Esperaba no tener que recurrir a esto, pero no me dejas elección. Tengo fotos tuyas, fotos que te hizo Simon. Son muy... explícitas.
Ella miró el teléfono con desconfianza. Trató de tragar saliva, pero se le había secado la boca. Se llevó el vaso a los labios, procurando que la mano no le temblara. Natalie sonrió, disfrutando de la reacción de su antigua amiga y ahora rival. Cogió el teléfono y empezó a pasar las fotos.
—No entiendo cómo pudo tomarlas sin que te enteraras. O tal vez lo sabías y no te importaba. —La miró ladeando la cabeza y entornando los ojos—. ¿Te gustaría que las viera todo Selinsgrove?
Julia miró a su alrededor, esperando que nadie hubiera oído su amenaza. Al menos, nadie las estaba mirando. Su primer impulso fue salir corriendo y esconderse, pero esa estrategia no le había dado buenos resultados en el pasado. Su madre siempre la encontraba. Y Simon la habría alcanzado si Louis no lo hubiera impedido enfrentándose a él. Y además estaba harta de esconderse. Sintió que la espalda se le enderezaba.
—Que Simon tenga antecedentes es culpa tuya. Vino a verme buscando esas fotos, pero las tenías tú. -Natalie sonrió con dulzura, sin molestarse en negar sus acusaciones. —Y ahora quieres que yo te saque las castañas de fuego. Pues no pienso hacerlo —añadió ella.
La otra se echó a reír.
—Oh, sí. Sí que lo harás. —Volvió a mirar a la pantalla, acercándosela a los ojos exageradamente—. ¡Dios, qué tetas tan pequeñas tienes!
—¿Sabías que el senador Talbot quiere presentarse a la presidencia del país? — contraatacó Julia. Natalie se echó el pelo hacia atrás.
—Por supuesto que lo sé. Voy a colaborar en su campaña.
—Claro, ahora lo entiendo. La denuncia contra Simon supondrá un borrón en el expediente del senador, así que ahora quieres hacerla desaparecer. Pues la has jodido bien.
—¿A qué te refieres?
—Si cuelgas esas fotos en Internet, Simon te dejará tan rápidamente que ni lo verás alejarse. Y con él se irá tu oportunidad de salir de este pueblo. -Natalie le quitó importancia a sus palabras con un gesto de la mano.
—No me dejará. Y el senador nunca se enterará.-A Julia se le aceleró el corazón.
—Si yo salgo en esas fotos, Simon tiene que salir también. ¿Qué crees que opinará su padre?
—¿No has oído hablar del Photoshop? Puedo borrar a Simon y poner la cara de
otra persona. Pero no va a hacer falta, porque te vas a portar como una niña buena y vas a hacer lo correcto. ¿No es cierto, Jules? -Con una sonrisa condescendiente, Natalie se guardó el teléfono en el bolso y se levantó para irse.
—Nunca te presentará a su familia —le advirtió Julia—. Me lo dijo él mismo. No pierdas el tiempo siendo el secreto sucio de Simon. Puedes aspirar a algo mejor. -Natalie pareció dudar, pero en seguida se recuperó.
—No sabes lo que dices —exclamó—. Simon va a hacer exactamente lo que yo le diga. Igual que tú. Si no arreglas esto hoy mismo, colgaré las fotos. Que tengas felices fiestas. -Y se dirigió hacia la puerta.
—¡Espera! —la llamó Julia. Natalie se volvió y la miró sin disimular su desprecio. Ella respiró hondo y le pidió que se acercara. —Dile a Simon que se asegure de que el senador tiene al día su suscripción de The Washington Post.
—¿Por qué?
—Porque si subes esas fotos a Internet, llamaré a Andrew Sampson, del Post. ¿Te acuerdas de él? El año pasado escribió un artículo sobre la detención de Simon por conducir borracho y la posterior intervención del senador. -Natalie negó con la cabeza.
—No te creo. -Julia apretó los puños con decisión.
—Si cuelgas las fotos, no tendré nada que perder. Contaré al periódico la historia completa del asalto de Simon, sin olvidarme de que luego mandó a su chica a chantajearme. -Su antigua amiga abrió mucho los ojos, pero luego volvió a cerrarlos tanto que se le convirtieron en dos rendijas.
—No te atreverías —musitó con los dientes apretados.
—Ponme a prueba. -La otra la miró con una mezcla de furia y sorpresa.
—La gente lleva años pisoteándote y no has movido un dedo para defenderte. No me creo que vayas a llamar a un periodista para contarle tus intimidades. -Julia levantó la barbilla.
—Tal vez me he hartado de que me pisoteen —Se encogió de hombros, concentrándose en que no le temblara la voz—. Tú eliges. Si cuelgas las fotos, nunca trabajarás para el senador. Sólo formarás parte de un escándalo que se apresurarán a esconder debajo de la alfombra.
La piel de Natalie pasó de su tono marfileño habitual a un rojo encendido. Julia aprovechó su silencio para seguir hablando.
—Si me dejas en paz, me olvidaré de ustedes. Pero nunca mentiré sobre lo que me hizo Simon. Ya he mentido demasiadas veces para cubrir sus errores. No pienso hacerlo nunca más.
—Estás furiosa porque él me eligió a mí —exclamó Natalie, olvidándose de hablar en voz baja—. ¡No eres más que una niñata débil y patética, que ni siquiera sabe hacer una mamada en condiciones!
El profundo silencio que se hizo en el restaurante les indicó que los demás clientes habían oído esas últimas palabras.
Al mirar a su alrededor y ver que todas las miradas estaban clavadas en ella, Julia se sintió profundamente humillada. Todos los presentes habían oído la acusación de Natalie, incluida la esposa del pastor baptista, que estaba sentada tranquilamente en un rincón, tomando un té con su hija adolescente.
—Ya no te sientes tan segura, ¿no? -Antes de que Julia pudiera responder, Diane apareció a su lado.
—Natalie, vete a casa. No puedes hablar así en mi restaurante. -La chica se alejó no sin antes mascullar unas cuantas maldiciones.
—Esto no quedará así.
—Si sabes lo que te conviene —contestó Julia levantando la barbilla—, así es
exactamente como quedará. Eres demasiado inteligente como para arriesgar tu futuro por una estupidez. Vuelve con él y déjame en paz. -Natalie la fulminó una última vez con la mirada antes de salir del local dando un portazo.
—¿Qué pasa? —preguntó su padre, a su espalda—. ¿Jules? ¿Qué ha pasado?
Diane respondió por ella, ofreciéndole a Tom una versión algo cambiada de lo sucedido. Maldiciendo entre dientes, él apoyó una mano en el hombro de su hija.
—¿Estás bien? -Ella asintió débilmente antes de desaparecer en el servicio de señoras.
No sabía cómo iba a ser capaz de mirar a la cara a la gente del pueblo después de lo que Natalie había dicho. Se agarró al lavabo con ambas manos para contener las náuseas.
Diane la siguió. Mojó una toalla en agua fría y se la dio.
—Lo siento, Jules. Le tendría que haber dado una bofetada. No me puedo creer lo que ha dicho. -Julia se mojó la cara con la toalla, en silencio.—Cariño, nadie más que yo la ha oído. Estaban todos muy ocupados comentando que el Papá Noel del centro comercial se emborrachó ayer a la hora de la comida y trató de meterle mano a uno de los elfos. -Julia se encogió. La mujer le dedicó una sonrisa comprensiva. —¿Quieres que te prepare una infusión? -Ella negó con la cabeza y respiró hondo.
«Si hay algún dios por aquí cerca, por favor, que toda la gente que está en el restaurante sufra de amnesia temporal. Con los últimos quince minutos me sirve.» Poco después, volvió a sentarse junto a su padre a la barra. Mantuvo la cabeza baja, tratando de evitar el contacto visual con nadie. Era demasiado fácil imaginárselos a todos comentando sus pecados y juzgándola.
—Lo siento, papá —dijo en voz muy baja. Frunciendo el cejo, Tom pidió más café y un donuts relleno de mermelada.
—¿Qué es lo que sientes? —preguntó malhumorado.
Tras llenar la taza de Tom, Diane le apretó el brazo a Julia para darle ánimos, antes de irse a servir las mesas para que ellos dos pudieran hablar tranquilos.
—Todo es culpa mía. Lo de Deb, lo de Natalie, lo de la casa... —No quería llorar, pero no pudo evitarlo—. Te he avergonzado delante de todo el pueblo. -Tom se inclinó hacia ella.
—Eh, no quiero oírte decir esas tonterías. Nunca me has avergonzado. Al contrario, estoy muy orgulloso de ti. —La voz se le quebró un poco y carraspeó para disimular -Protegerte era mi responsabilidad y no lo hice. -Julia se secó una lágrima.
—Pero te he estropeado la vida. -Él resopló.
—Tampoco es que mi vida fuera gran cosa. Prefiero perder la casa y perder a Deb que perderte a ti. No hay color. -Empujó el donuts hasta que quedó frente a Julia y aguardó hasta que ella le dio un mordisco.
—Cuando conocí a tu madre, fui muy feliz. Pasamos unos cuantos años muy buenos juntos. Pero el mejor día de todos fue cuando tú naciste. Yo siempre había querido tener una familia. No voy a permitir que nada ni nadie vuelva a separarme de ti. Te doy mi palabra. -Cuando Julia sonrió, Tom se inclinó hacia ella y le revolvió el pelo. —Me gustaría pasar un momento por casa de Deb para contarle lo que ha pasado. Tiene que enseñar a su hija a comportarse en público. ¿Por qué no llamas a ese novio tuyo para que venga a buscarte? Nos vemos en casa de Richard dentro de un rato.
Secándose las lágrimas, Julia asintió. No quería que Louis se diera cuenta de que había estado llorando.
—Te quiero, papá. -Él se aclaró la garganta, con la cabeza baja.
—Yo también. Y ahora, acábate el donuts antes de que Diane empiece a cobrarnos alquiler.
Holaaaa!!
¿Qué tal les pareció el capítulo?
Espero que les haya gustadoooo
Muchas gracias a Anna y Rachel por siempre comentar :luuv:
Comente mucho
BESOSS, las adoroooo
la sigo pronto bye!
Última edición por karencita__mb el Mar 16 Dic 2014, 10:37 pm, editado 1 vez
karencita__mb
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Sintiéndolo mucho no tengo mucho tiempo para comentar así que trataré de ser breve. El capítulo me ha encantado pero Natalie me ha puesto de los nervios, estoy mirando el bolígrafo que tengo al lado mío y me están dando unas ganas terribles de clavársela en la mano, no voy a decir que se la voy a clavar en la cabeza, no soy tan cruel, a pesar de que ella sí que lo sea.
Espero que no cometa la estupidez de publicar esas fotos porque tiene todas las de perder.
En fin, el capítulo ha estado genial y espero que muy prontito sigas la novela.
Besos xxx
Bye!!!
PD: Ni nos des las gracias por comentar, adoramos la novela y siempre estaremos aquí comentando.
Espero que no cometa la estupidez de publicar esas fotos porque tiene todas las de perder.
En fin, el capítulo ha estado genial y espero que muy prontito sigas la novela.
Besos xxx
Bye!!!
PD: Ni nos des las gracias por comentar, adoramos la novela y siempre estaremos aquí comentando.
Rachel116
Re: El ÉXTASIS de Louis [Hot-Erotica] 2da Temporada [TERMINADA]
Entra la zorra de Natalie y la zorra de Christa me han puesto de los nervios, menudo par de brujas oportunistas, ojalá la vida les cobre todo el daño que hacen.
No puedo creer que sean tan arpías.
Ojalá Louis se entere de todo y ponga a Natalie en su sitio por bitch. Y de paso que le deje las cosas bien claras a Christa para que deje de acosarlo de una vez por todas. Me pareció muy fuerte que vaya a acostarse otra vez con el profesor imbécil solo para sacarle el nombre de la nueva amante de Louis.
Me encantó el capítulo, aunque esas dos me has puesto de los nervios
Síguela pronto
PD: gracias a ti por subir esta maravillosa adaptación
No puedo creer que sean tan arpías.
Ojalá Louis se entere de todo y ponga a Natalie en su sitio por bitch. Y de paso que le deje las cosas bien claras a Christa para que deje de acosarlo de una vez por todas. Me pareció muy fuerte que vaya a acostarse otra vez con el profesor imbécil solo para sacarle el nombre de la nueva amante de Louis.
Me encantó el capítulo, aunque esas dos me has puesto de los nervios
Síguela pronto
PD: gracias a ti por subir esta maravillosa adaptación
Anna.
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