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Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Capitulo Treinta y Dos
Una tarde en la que Flyn y yo patinamos en el garaje cogidos de la mano, de pronto, la puerta mecánica comienza a abrirse. Joe llega antes de su hora. Los dos nos quedamos paralizados.
¡Menuda pillada, y menuda bronca que nos va a caer!
Rápidamente, reacciono, tiro del muchacho y salimos del garaje. Pero Joe nos pisa los talones y no sé qué hacer. No nos da tiempo a quitarnos los patines ni a llegar a ningún sitio.
Como una loca, abro la puerta que lleva a la piscina cubierta. El niño me mira, y yo pregunto:
—¿Bronca, o piscina?
No hay nada que pensar. Vestidos y con patines nos tiramos a la piscina. Según sacamos nuestras cabezas del agua, la puerta se abre, y Joe nos mira. Con disimulo, los dos nos apoyamos en el borde de la piscina. Nuestros pies con los patines sumergidos no se ven.
Asombrado, Joe se acerca hasta nosotros y pregunta:
—¿Desde cuándo uno se mete en la piscina con ropa?
Flyn y yo nos miramos, reímos, y respondo:
—Ha sido una apuesta. Hemos jugado a la Play, y el perdedor lo tenía que hacer.
—¿Y por qué estáis los dos en el agua? —insiste, divertido, Joe.
—Porque ____ es una tramposa —se queja Flyn—. Y como yo la he ganado, cuando se ha tirado ella, me ha tirado a mí.
Joe ríe. Le encanta ver el buen rollo que hay últimamente entre su sobrino y yo. Con dulzura, dejo que me bese sin mostrar mis pies. Le doy un beso en los labios.
—¿Cómo está el agua? —pregunta.
—¡Estupenda! —decimos al unísono Flyn y yo.
Encantado, toca la cabeza mojada de su sobrino y, antes de salir por la puerta, indica:
—Poneos un bañador si queréis seguir en el agua.
—Vamos, cariño. ¡Anímate y ven!
Iceman me mira, y antes de desaparecer por la puerta, contesta con gesto cansado:
—Tengo cosas que hacer, ____.
En cuanto Joe cierra la puerta, nos sentamos en el borde de la piscina. Rápidamente, nos quitamos los patines y los escondemos en un armario que hay al fondo.
—Ha faltado poco —murmuro, empapada.
El pequeño ríe, yo también, y sin más nos volvemos a tirar a la piscina. Cuando salimos una hora después de ella, Flyn se agarra a mi cintura.
—No quiero que te vayas nunca, ¿me lo prometes?
Emocionada por el cariño que el niño me demuestra, le beso en la cabeza.
—Prometido.
Esa tarde, Flyn se marcha a casa de Sonia. Según él, tiene cosas que hacer. Su secretismos me hacen gracia. Joe está serio. No está enfadado, pero su gesto me demuestra que le ocurre algo. Intento hablar con él y al final consigo saber que le duele la cabeza. Eso me alarma. ¡Sus ojos! Sin decir nada se va a descansar a nuestra habitación. No lo sigo. Quiere estar solo.
Sobre las seis de la tarde, Susto, aburrido porque Flyn se ha llevado a Calamar, me pide a su manera que vayamos a dar su paseo. Joe ya ha salido de nuestra habitación y está en su despacho. Tiene mejor aspecto. Sonríe. Eso me tranquiliza. Intento que me acompañe, que le dé el aire. Pero se niega. Al final, desisto.
Abrigada con mi plumón rojo, gorro, guantes y bufanda, salgo al exterior de la casa. No hace frío. Susto corre, y yo corro tras él. Cuando traspasamos la verja negra, comienzo a tirarle bolas de nieve. El perro, divertido, corre y corre mientras da vueltas a mi alrededor.
Durante un buen rato, paseamos por la carretera. La urbanización donde vivimos es enorme y decido disfrutar de la tarde y caminar aunque ya ha anochecido. De pronto, veo un coche parado en la cuneta. Con curiosidad me acerco. Un hombre trajeado de unos cuarenta años habla por teléfono con el cejo fruncido.
—Llevo esperando la jodida grúa más de una hora. Mándela ¡ya!
Dicho esto cuelga y me mira. Yo sonrío y pregunto:
—¿Problemas?
El trajeado asiente y, sin muchas ganas de hablar, contesta:
—Las luces del coche.
Curiosa, miro el coche. Un Mercedes.
—¿Puedo echarle un ojo a su automóvil?
—¿Usted?
Ese «¿usted?» con sonrisita de superioridad no me gusta, pero suspiro, lo miro y respondo:
—Sí, yo. —Y al ver que no se mueve, insisto—. No tiene nada que perder, ¿no cree?
Boquiabierto, asiente. Susto está a mi lado. Le pido que abra el capó, y lo hace desde el interior del coche. Una vez abierto, cojo la varilla y lo aseguro para que no se cierre. Mi padre siempre me ha dicho que lo primero que tengo que mirar cuando me fallan las luces del coche son los fusibles. Con la mirada, busco dónde está la caja de fusibles en ese modelo de coche, y cuando la localizo, la abro. Miro un par de ellos y encuentro lo que pasa.
—Tiene un fusible fundido.
El hombre me mira como si le estuviera explicando la teoría del calamar adobado.
—¿Ve esto? —digo, enseñándole el fusible de color azul. El hombre asiente—. Si se fija, verá que está fundido. No se preocupe, la luz de su coche está bien. Sólo hay que cambiar el fusible para que la bombilla del coche vuelva a funcionar.
—Increíble —asiente el hombre, mirándome.
¡Oh, Dios!, cómo me gusta dejar a los hombres boquiabiertos por estas cosas. ¡Gracias, papá! Cuánto agradezco que mi padre me enseñara a ser algo más que una princesa.
Separándome de él, que se ha acercado más de la cuenta, pregunto:
—¿Tiene fusibles?
Vuelvo a darme cuenta de que no tiene ni idea de lo que le pregunto y, divertida, insisto:
—¿Sabe dónde tiene la caja de herramientas del coche?
El guapo trajeado abre el portón trasero del vehículo y me entrega lo que le pido. Bajo su atenta mirada, busco el fusible del amperaje que necesito y, tras encontrarlo, lo introduzco donde corresponde, y dos segundos después la luz delantera del coche vuelve a funcionar.
La cara del tipo es increíble. Le acabo de dejar alucinado. Que una desconocida, una mujer, se le acerque y le arregle el coche en un pispás le ha dejado totalmente descolocado. Y acercándose a mí, dice:
—Muchas gracias, señorita.
—De nada —sonrío.
Me mira con sus ojos claros y, tendiéndome la mano, dice:
—Mi nombre es Leonard Guztle, ¿y usted es?
Le doy la mano, y respondo:
—____. _____Flores.
—¿Española?
—Sí —sonrío, encantada.
—Me encantan los españoles, sus vinos y la tortilla de patatas.
Asiento y suspiro. Éste, al menos, no ha dicho “¡olé!”.
—¿Puedo tutearla?
—Por supuesto, Leonard.
Durante unos segundos, siento que recorre con sus claros ojos mi cara, hasta que pregunta:
—Me gustaría invitarte a una copa. Después de lo que has hecho por mí, es lo mínimo que puedo hacer para agradecértelo.
¡Vaya!, ¿está ligando conmigo?
Pero dispuesta a cortar eso de raíz, sonrío y respondo:
—Gracias, pero no. Llevo algo de prisa.
—¿Puedo llevarte donde me digas? —insiste.
En ese momento, Susto da un ladrido y corre hacia un coche que se acerca a nosotros. Es Joe. Su mirada y la mía se cruzan, y ¡guau!, está serio. Para el coche, se baja y, acercándose a mí, murmura tras besarme y agarrarme por la cintura.
—Estaba preocupado. Tardabas demasiado. —Después, mira al hombre, que nos observa, y dice, tendiéndole la mano—. ¡Hola, Leo!, ¿qué tal?
¡Vaya, se conocen!
Sorprendido por la presencia de Joe, el hombre nos mira y mi chico aclara:
—Veo que has conocido a mi novia.
Un silencio tenso toma el lugar, y yo no entiendo nada, hasta que Leonard, repuesto por encontrarse con Joe, asiente y da un paso atrás.
—No sabía que _____ fuera tu novia. —Ambos cabecean, y Leonard prosigue—: Pero quiero que sepas que ella solita me acaba de arreglar el coche.
—Venga, ya..., si sólo te he cambiado un fusible.
Leonard sonríe, y murmura mientras toca con su dedo la congelada punta de mi nariz:
—Has sabido hacer algo que yo no sabía, y eso, jovencita, me ha sorprendido.
Tensión. Joe no sonríe.
—¿Cómo está tu madre? —pregunta el hombre.
—Bien.
—¿Y el pequeño Flyn?
—Perfecto —responde Joe con sequedad.
¿Qué ocurre? ¿Qué les pasa? No entiendo nada. Al final nos despedimos. Leornard arranca su Mercedes, encience las luces y se va. Joe, Susto y yo nos montamos en el coche. Arranca, pero sin moverse de su sitio, pregunta:
—¿Qué hacías con Leo a solas?
—Nada.
—¿Cómo que nada?
—Venga, va..., estaba sin luces en el coche y le he cambiado un fusible. Sólo he hecho eso, no te enfades.
—¿Y por qué has tenido que hacerlo?
Atónita por esa absurda pregunta, murmuro:
—Pues, Joe..., porque me ha salido así. Mi padre me ha educado de esta manera. Por cierto, ¿de qué lo conoces?
Joe me mira.
—Ese imbécil al que le has arreglado el coche es Leo, el que era el novio de Hannah cuando ocurrió todo y el que se desprendió de Flyn sin pensar en él.
¡Las carnes se me abren!
¿Ese idiota es quien no quiso saber de Flyn cuando Hannah murió? Si lo sé, le arregla el fusible a ese estúpido su tía la del pueblo.
Los ojos de Joe escupen fuego. Está muy enfadado. Con frustración por los recuerdos que esto le trae, da un golpe al volante con las manos.
—Parecías muy a gusto con él.
No quiero discutir e, intentando mantener el control, murmuro:
—Oye, cariño, yo no sabía quién era ese hombre. Solamente he sido simpática y...
—Pues no lo seas —me corta—. A ver cuándo te das cuenta de que aquí, si eres tan simpática con un hombre, se creen que estás ligando.
Eso me hace sonreír. Los alemanes son algo particulares en muchas cosas, y ésa es una de ellas.
—¿Estás celoso?
Joe no responde. Me mira con esos ojazos que me tienen loca. Al final, sisea:
—¿He de estarlo?
Niego con la cabeza mientras le doy al botón de los CD del coche y me sorprendo al ver que Joe escucha mi música. Mientras Joe protesta y yo sonrío, Luis Miguel canta:
Tanto tiempo disfrutamos de este amor, nuestras almas se acercaron tanto así, que yo guardo tu sabor, pero tú llevas también, sabor a mí.
¡Oh, Dios, qué bolero más romántico!
Miro a Joe. Su ceño fruncido me hace suspirar, y sin dejarle continuar con sus quejas, pregunto:
—¿Estás mejor de tu dolor de cabeza?
—Sí.
Tengo que hacer algo. Tengo que relajarlo y hacerlo sonreír. Por ello, digo:
—Sal del coche.
Sorprendido, me mira y pregunta:
—¿Cómo?
Abro la puerta del coche y repito:
—Sal del coche.
—¿Para qué?
—Sal del coche, y lo sabrás —insisto.
Cuando lo hace, da un portazo. En su línea. Antes de salir yo subo la música a tope y dejo mi puerta abierta. Susto sale también. Después, camino hacia donde está mi gruñón preferido y, abrazándolo, digo ante su cara de mosqueo:
—Baila conmigo.
—¡¿Qué?!
—Baila conmigo —insisto.
—¿Aquí?
—Sí.
—¿En medio de la calle?
—Sí... Y bajo la nieve. ¿No te parece romántico e ideal?
Joe maldice. Yo sonrío. Va a darse la vuelta, pero dándole un tirón del brazo, le exijo tras propinarle un fuerte azote:
—¡Baila conmigo!
Duelo de titanes. Alemania contra España. Al final, cuando arrugo la nariz y sonrío, claudica.
¡Olé la fuerza española!
Me abraza. Es un momento mágico. Un instante irrepetible. Baila conmigo. Se relaja. Cierro los ojos en los brazos de mi amor mientras la voz de Luis Miguel dice:
Pasarán más de mil años, muchos más.
Yo no sé si tendrá amor la eternidad.
Pero allá, tal como aquí, en la boca llevarás sabor a mí.
—Tiene su puntillo verte celoso, cariño, pero no has de estarlo. Tú para mí eres único e irrepetible —murmuro sin mirarlo, abrazada a él.
Noto que sonríe. Yo lo hago también. Bailamos en silencio, y cuando la canción termina, lo miro y pregunto:
—¿Más tranquilo? —No responde. Sólo me observa, y añado mientras le pongo caritas—: Te quiero, Iceman.
Joe me besa. Devora mis labios y murmura sobre mi boca:
—Yo sí que te quiero, cuchufleta.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Capitulo treinta y tres
Llega mi cumpleaños, el 4 de marzo. Veintiséis añazos. Hablo con mi familia, y todos me felicitan con alegría. Los añoro. Tengo ganas de verlos y achucharlos, y prometo ir pronto a visitarlos. Sonia, la madre de Joe, da una cena en su casa por mi cumpleaños. Ha invitado a Frida, Andrés y a los amigos que conoce. Estoy feliz.
Flyn me ha regalado un colgante muy bonito de cristal que luzco con orgullo. Que el pequeño me haya buscado y me haya dado ese regalo ha sido especial. Muy especial. Joe me regala una preciosa pulsera de oro blanco. En ella está grabado su nombre y el mío, y me emociona. Es maravillosa. Pero el regalo que me pone la carne de gallina es cuando mi amor me dice que me quite el anillo que me regaló y me obliga a leer lo que hay en su interior: “Pídeme lo que quieras, ahora y siempre”.
—Pero ¿cuándo has puesto esto? —pregunto boquiabierta.
Joe ríe. Está feliz.
—Una noche mientras dormías. Te lo quité. Norbert lo llevó a un joyero amigo y cuando lo trajo en un par de horas te lo puse. Sabía que no te lo quitarías y que no lo verías.
Lo abrazo. Ese tipo de sorpresas son las que me gustan, las que no me espero, y más cuando con voz ronca me besa y murmura sobre mi boca:
—No lo olvides, pequeña, ahora y siempre.
Una hora después, tras arreglarme, me miro en el espejo. Me gusta mi imagen. El vestido de gasa negro que Joe me compró me encanta. Observo mi pelo. Decido dejármelo suelto. A Joe le gusta mi pelo. Le gusta tocarlo, olerlo, y eso me excita.
La puerta de la habitación se abre y el dueño de mis deseos aparece. Está guapísimo con su esmoquin oscuro y su pajarita.
“¡Mmm!, ¡¿pajarita?! Qué sexy. Cuando regresemos le quiero desnudo con la pajarita”, pienso, pero mirándole pregunto:
—¿Qué te parezco?
Joe recorre mi cuerpo con su mirada y en su escaneo siento el ardor de lo que le parezco. Finalmente, ladea la boca y, con una peligrosa sonrisa, murmura:
—Sexy. Excitante. Maravillosa.
Por favor..., ¡¡¡que me lo como!!!
Acalorada, dejo que me abrace. Sus manos tocan mi desnuda espalda y yo sonrío cuando su boca encuentra la mía. Ardor. Durante unos segundos, nos besamos, nos disfrutamos, nos excitamos, y cuando estoy a punto de arrancarle el esmoquin, se separa de mí.
—Vamos, morenita. Mi madre nos espera.
Miro el reloj. Las cinco.
—¿Tan pronto vamos a ir a la casa de tu madre?
—Mejor pronto que tarde, ¿no crees?
Cuando me suelta, sonrío. ¡Malditas prisas alemanas!
—Dame cinco minutos y bajo.
Joe asiente. Vuelve a darme otro beso en los labios y desaparece de la habitación dejándome sola. Sin tiempo que perder, me pongo los zapatos de tacón, me vuelvo a mirar en el espejo y me retoco los labios. Una vez que termino, sonrío, cojo el bolsito que hace juego con el vestido y, encantada y dispuesta a pasarlo bien, salgo de la habitación.
Cuando bajo la bonita escalera, Simona acude a mi encuentro.
—Está usted bellísima, señorita ____.
Contenta, sonrío y le doy un achuchón. Necesito achucharla. Susto y Calamar vienen a saludarme. Una vez que suelto a Simona, con una candorosa sonrisa, me mira y dice mientras se lleva a los perros:
—El señor y el pequeño Flyn la esperan en el salón.
Encantada de la vida y con una gran sonrisa en los labios, me dirijo hacia allí. Cuando abro la puerta, una corriente eléctrica recorre todo mi cuerpo y, contrayéndoseme la cara, me llevo la mano a la boca y, emocionada como pocas veces en mi vida, me pongo a llorar.
—¡Cuchufletaaaaaaaaaaa! —grita mi hermana.
Ante mí están mi padre, mi hermana y mi sobrina.
No puedo hablar. No puedo andar. Sólo puedo llorar mientras mi padre corre hacia mí y me abraza. Calidez. Eso siento al tenerlo cerca. Finalmente, sólo puedo decir:
—¡Papá! ¡Papá, qué bien que estés aquí!
—¡Titaaaaaaaaaaaa!
Mi sobrina corre a besuquearme junto a mi hermana. Todos me abrazan y durante unos minutos un caos de risas, lloros y gritos impera en el salón, en tanto observo el gesto serio de Flyn y la emoción de Joe.
Cuando me repongo de esa estupenda sorpresa, me retiro los lagrimones de las mejillas y pregunto:
—Pero..., pero ¿cuándo habéis llegado?
Mi padre, más emocionado que yo, responde:
—Hace una hora. Menudo frío hace en Alemania.
—¡Aisss, cuchu, estás preciosa con ese vestido!
Me doy una vueltecita ante mi hermana y, divertida, respondo:
—Es un regalo de Joe. ¿A que es precioso?
—Alucinante.
Al no ver a mi cuñado en el salón, pregunto:
—¿Jesús no ha venido?
—No, cuchu...Ya sabes, el trabajo.
Asiento y mi hermana sonríe. La beso. La quiero. Mi sobrina, que está como loca agarrada a mi cintura, grita:
—¡No veas cómo mola el avión del tito Joe! La azafata me ha dado chocolatinas y batidos de vainilla.
Joe se acerca a nosotros y, tomándome de la mano, dice tras besármela:
—Hablé con tu padre y tu hermana hace un par de días y les pareció estupendo venir a pasar el cumpleaños contigo. ¿Estás contenta?
Me lo como.
¡Yo me lo como a besos!
Y como una niña chica, sonrío y respondo:
—Mucho. Es el mejor regalo.
Durante unos instantes, nos miramos a los ojos. Amor. Eso es lo que Joe me da. Pero el momento se rompe cuando Flyn exige:
—¡Quiero ir ya a casa de Sonia!
Sorprendida, lo miro. ¿Qué le pasa? Pero al ver su ceño fruncido lo entiendo. Está celoso. Tanta gente desconocida para él de golpe no es bueno. Joe, conocedor del estado de su sobrino, se aleja de mí, le toca la cabeza y murmura:
—En seguida iremos. Tranquilo.
El crío se da la vuelta y se sienta en el sofá, dándonos a todos la espalda. Joe resopla, y mi hermana, para desviar la atención, interviene:
—Esta casa es una preciosidad.
Joe sonríe.
—Gracias, Raquel. —Y mirándome, dice—: Enséñales la casa e indícales cuáles son sus habitaciones. En dos horas tenemos que salir todos para la casa de mi madre.
Sonrío, encantada de la vida, y junto a mi familia, salgo del salón. En grupo vamos a la cocina, les presento a Simona, Norbert y a Susto y Calamar. Después vamos al garaje, donde silban al ver los cochazos que tenemos allí aparcados.
Cuando salimos del garaje les enseño los baños, los despachos, y mi hermana, como es de esperar, no para de soltar grititos de satisfacción mientras lo observa todo. Y ya cuando abro una puerta y aparece la enorme piscina cubierta, se vuelve loca.
—¡Aisss, cuchuuuuuuuuuuuuu, esto es una pasada!
—¡Cómo molaaaaaaaaaaaaa! —grita Luz—. Ostras, tita, ¡tienes piscina y todo!
La pequeña va hasta el borde y toca el agua. Su abuelo, divertido, la avisa:
—Luz de mi vida..., aléjate del borde que te vas a caer.
Con rapidez mi padre la agarra de la mano, pero la pequeña se suelta y, poniéndose junto a mi hermana y a mí, cuchichea con cara de pilla:
—¿A que os tiro a la pisci?
—¡Luz! —grita mi hermana, mirando mi vestido.
—Esta niña es ver un charco con agua y volverse loca —se mofa mi padre.
De todos es bien conocido que estar con la pequeña cerca del agua es acabar empapado. Me entra la risa. Si me moja el precioso vestido será un drama, por ello miro a mi sobrina con complicidad y murmuro:
—Si me tiras con el vestido que Joe me regaló, me enfadaré. Y si no me tiras, prometo que mañana estaremos mucho tiempo en la piscina. ¿Qué prefieres?
Rápidamente mi sobrina pone su dedo frente al mío. Es nuestra manera de estar de acuerdo. Pongo mi dedo junto al de ella, y ambas guiñamos un ojo y nos sonreímos.
—Vale, tita, pero mañana nos bañaremos, ¿vale?
—Prometido, cariño —sonrío, encantada.
Levantamos nuestros pulgares, los unimos, y después nos damos una palmada. Ambas sonreímos.
—Recuerda, Luz, que mañana por la tarde regresamos a casa —insiste mi hermana.
Una vez que salimos de la zona de la piscina, subo con mi familia a la primera planta de la casa. Tengo que reprimir mis ganas de reír a carcajadas ante los gestos de admiración de mi hermana por todo lo que ve. Flipa hasta con el papel de las paredes, ¡increíble!
Tras acomodarlos en las habitaciones, les apremio para que se vistan. En una hora tenemos que salir hacia la cena en casa de la madre de Joe. Cuando regreso sola al salón, Joe y Flyn juegan con la PlayStation, como siempre a todo volumen. Al entrar ninguno de los dos me oye, y acercándome a ellos, escucho al niño decir:
—No me gusta esa niña parlanchina.
—Flyn..., basta.
Sin hacer ruido me paro para escucharlos mientras ellos siguen:
—Pero yo no quiero que ella...
—Flyn...
El pequeño resopla mientras maneja el mando de la Play e insiste:
—Las chicas son un rollo, tío.
—No lo son —responde mi Iceman.
—Son torpes y lloronas. Sólo quieren que les digas cosas bonitas y que las besuquees, ¿no lo ves?
Incapaz de contener la risa, me acerco con precaución hasta la oreja de Flyn y murmuro:
—Algún día te encantará besuquear a una chica y decirle cosas bonitas, ¡ya lo verás!
Joe suelta una carcajada, mientras Flyn deja ir el mando de la Play enfadado y se va del salón. Pero ¿qué le pasa? ¿Dónde está todo nuestro buen rollo? Una vez que nos quedamos solos, apago la música del juego, me acerco a mi chico y, sentándome en sus piernas con cuidado de no arrugar mi bonito vestido, murmuro feliz:
—Te voy a besar.
—Perfecto —asiente mi Iceman.
Enredo mis dedos entre su pelo y susurro con pasión:
—Te voy a dar un beso ¡explosivo!
—¡Mmm!, me gusta la idea —sonríe.
Arrimo mis labios a su boca, lo tiento y murmuro:
—Hoy me has hecho muy feliz trayendo a mi familia a tu casa.
—Nuestra casa, pequeña —corrige.
No digo más. Con mis manos, agarro su nuca y lo beso. Introduzco mi lengua en su boca con posesión. Él responde. Y tras un increíble, maravilloso, sabroso y excitante beso, lo suelto. Me mira.
—¡Guau!, me encantan tus besos explosivos.
Ambos reímos y, llena de sensualidad, digo:
—Tú nunca has oído eso de que cuando la española besa es que besa de verdad.
Joe vuelve a reír.
Me encanta verlo tan feliz y, cuando vamos a besarnos de nuevo, aparece Flyn ante nosotros con los brazos cruzados. Parece enfadado. Tras él asoma mi sobrina con un vestido de terciopelo azul y, mirándome, pregunta:
—¿Por qué el chino no me habla?
¡Uisss, lo que acaba de decir! ¡Le ha llamado chino!
Flyn frunce más el ceño y resopla. ¡Aisss, pobre! Con rapidez me levanto de las piernas de Joe y regaño a mi sobrina.
—Luz, se llama Flyn. Y no es chino, es alemán.
La cría lo mira. Después mira a Joe, que se ha levantado y está junto a su sobrino, luego me mira a mí y, finalmente, con su característico pico de oro insiste:
—Pero si tiene los ojos como los chinos. ¿Tú lo has visto, tita?
¡Oh, Dios!, me quiero morir.
Qué situación más embarazosa. Al final, Joe se agacha, mira a mi sobrina a los ojos y le dice:
—Cielo, Flyn nació en Alemania y es alemán. Su papá era coreano y su mamá alemana como yo, y...
—Y si es alemán, ¿por qué no es rubio como tú? —insiste la jodía.
—Te lo acaba de explicar, Luz —intercedo yo—. Su papá era coreano.
—¿Y los coreanos son chinos?
—No, Luz —respondo mientras la miro para que se calle.
Pero no. Ella es preguntona.
—¿Y por qué tiene los ojos así?
Estoy a punto de matarla. ¡La mato! Entonces, entran en el salón mi padre y mi hermana con sus mejores galas. ¡Qué guapos están!
Mi padre, al ver mi mirada de ¡socorro!, rápidamente intuye que pasa algo con la niña. La coge entre sus brazos y la incita a mirar por la ventana. Yo respiro, aliviada. Miro a Flyn, y éste sisea en alemán:
—Esa niña no me gusta.
Joe y yo nos miramos. Pongo cara de horror, y él me guiña un ojo con complicidad. Diez minutos después, todos en el Mitsubishi de Joe, nos dirigimos a la casa de Sonia.
Cuando llegamos, la casa está iluminada y hay varios coches aparcados en un lateral. Mi padre, sorprendido por la grandiosidad de la vivienda, me mira y susurra:
—Estos alemanes, ¡qué bien se lo montan!
Eso me hace sonreír, pero la sonrisa se me corta cuando veo el gesto de Flyn. Está muy incómodo.
Una vez que entramos en la casa, Sonia y Marta saludan a mi familia con cariño, y ambas me dicen lo guapa que estoy con ese vestido. Flyn se aleja y veo que mi sobrina va tras él. No es nadie la canija. Diez minutos después, encantada, sonrío mientras me siento la mujer más dichosa del planeta rodeada por las personas que más me quieren y me importan en el mundo. Soy feliz.
Conozco al hombre con el que Sonia sale. ¡Vaya con Trevor! No es guapo. Ni siquiera atractivo. Pero cinco minutos con él me hacen ver el magnetismo que tiene. Hasta mi hermana, que no sabe alemán, le sonríe como tonta. Joe, por el contrario, lo observa. Lo mira y saca sus conclusiones. Que su madre tenga un nuevo novio no le hace mucha gracia, pero lo respeta.
Frida y mi hermana hablan. Se recuerdan de cuando se vieron en la carrera de motocross. Ambas son madres y hablan de niños. Yo las escucho durante un rato, y cuando mi hermana se aleja, Frida me dice al oído:
—Pronto habrá una fiestecita privada en el Natch.
—¡Guau, qué interesante!
—Muy..., muy interesante —se mofa Frida, divertida.
Sonrío mientras la sangre se me sube a la cabeza. ¡Sexo!
Diez minutos después, me estoy partiendo de risa con mi hermana. Es una criticona incansable y las valoraciones que me hace en referencia a algunas cosas son dignas de escuchar. Sonia, encantada de organizar esa fiesta para mí, en un momento dado me lleva a un lateral del salón.
—Hija, qué alegría poder celebrar la fiesta de cumpleaños en mi casa con tu familia.
—Gracias, Sonia. Has sido muy amable por recibirnos a todos.
La mujer sonríe y, señalando al pequeño Flyn, murmura:
—¿Te ha gustado su regalo?
Me toco el cuello y se lo enseño.
—Es precioso.
Sonia sonríe y cuchichea:
—Quiero que sepas que el otro día, cuando mi nieto me llamó por teléfono para pedirme que lo llevara a un centro comercial y le ayudara a comprarte un regalo de cumpleaños, no me lo podía creer. ¡Salté de alegría! Me emocionó que me llamara y me pidiera ayuda. Es la primera vez que lo hace. Y en el camino, conversó conmigo como no lo había hecho nunca. Incluso me preguntó por su madre y si quería que me llamara “abuela”.
La mujer se emociona, y tras mover la cabeza en señal de “¡no quiero llorar!”, prosigue:
—También me dijo lo feliz que está porque tú estás viviendo con él.
—¿En serio?
—Sí, cielo. No me caí de culo porque estaba sentada.
Ambas nos reímos, y Sonia, emocionada, indica:
—Te lo dije una vez cuando te conocí: eres lo mejor que le ha podido ocurrir a Joe.
—Y tu hijo es lo mejor que me ha podido ocurrir a mí —insisto.
Sonia cabecea. Asiente y cuchichea.
—Este hijo mío, con lo cabezota y mandón que es, ha tenido mucha suerte por encontrarte. Y Flyn, ya ni te cuento. Eres perfecta para ellos. —Sonrío, y dice—: Por cierto, Jurgen me ha dicho que eres una maravillosa corredora de motocross. Estoy deseando ir un día a verte. ¿Cuándo te apuntarás a una carrera?
Me encojo de hombros. De momento, no me he apuntado a nada. No quiero que Joe se entere.
—Cuando lo haga, te avisaré. Y gracias por la moto. ¡Es estupenda!
Ambas nos reímos.
—A riesgo de la bronca que me caerá cuando Joe se entere y del enfado que se cogerá conmigo, me alegra saber que te lo pasas genial. Estoy segura de que Hannah estará sonriendo al ver que su querida moto vuelve a tener vida y que está bien cuidada en tu casa.
“Mi casa”. Qué bien suenan esas palabras. No he discutido de nuevo con Joe por aquello. Tras la última discusión nunca más ha vuelto a referirse a su casa como tal, y ahora Sonia hace lo mismo. Emocionada, le doy un beso.
—Ya sabes, si tu hijo me echa cuando se entere, necesitaré una habitación.
—Tienes la casa entera, cariño. Mi casa es tu casa.
—Gracias. Es bueno saberlo.
Las dos nos reímos, y Joe se acerca a nosotras.
—¿Qué planean las dos mujeres más importantes de mi vida?
Sonia le da un beso en la mejilla y, divertida, se mofa mientras se aleja:
—Conociéndote, cariño, un disgusto para ti.
Joe la mira descolocado; después clava sus impactantes ojos en mí y, encogiéndome de hombros, respondo con voz angelical:
—No entiendo por qué ha dicho eso. —Y para cambiar de tema, susurro—: Frida me ha comentado que se está organizando otra fiestecita privada en el Natch.
Mi amor sonríe, acerca su boca a la mía y murmura:
—Sí, pequeña.
Nos dirigimos a la mesa y Joe, con galantería, retira la silla para que me siente, y cuando lo hago, me besa el hombro desnudo. Ambos sonreímos, y toma asiento frente a mí, justo al lado de mi padre y Flyn.
De pronto, mi hermana, que está sentada a mi lado, cuchichea:
—Cuchufleta, ¿te puedo hacer una pregunta?
—Y cincuenta —contesto.
Raquel mira con disimulo a su izquierda y, aproximándose de nuevo a mí, murmura:
—Estoy perdida con tanto tenedor, tanto cuchillo y tanta gaita. Lo de los cubiertos, ¿cómo se usaba?, ¿de fuera adentro o de dentro afuera?
La entiendo perfectamente. Yo aprendí el protocolo en las comidas de empresa. En nuestra casa, como en la gran mayoría de las casas del mundo, sólo utilizamos un cuchillo y un tenedor para toda la comida. Sonrío y respondo:
—De fuera adentro.
Con rapidez observo que se lo indica a mi padre, y éste, aliviado, asiente. ¡Qué mono es! Yo sonrío cuando mi hermana vuelve al ataque:
—¿Y cuál es mi pan?
Miro los cacitos que hay frente a nosotras y respondo:
—El de la izquierda.
Raquel sonríe de nuevo. Joe se da cuenta de todo, me mira con complicidad, y yo me pongo bizca. Su carcajada me toca el alma tanto como sé que mi gesto a él el corazón.
Por la noche, tras una velada estupenda, en la que me cantan el cumpleaños feliz y me hacen preciosos regalos, cuando regresamos a casa, todos estamos encantados y agotados. Sonia es una estupenda organizadora de fiestas y lo ha dejado patente.
Todos se acuestan, y Joe y yo entramos en nuestra habitación y cerramos la puerta. Sin encender las luces, nos miramos. La luz de la farola que entra por la ventana es lo único que nos deja ver nuestros rostros. Incapaz de permanecer más tiempo sin tocarlo, me acerco a él y, mimosa, le paso mis brazos por el cuello mientras le susurro:
—Pídeme lo que quieras, ahora y siempre.
Joe me besa, asiente y, sobre mi boca, repite:
—Ahora y siempre.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Jajajaja, yo busqué la novela porque también soy de México y nunca la había escuchado y al parecer si, si existió pero es viejita xD
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Oh Flyn esta celoso!!
Joe es un amor!
Es él mejor!
Síguela!
Joe es un amor!
Es él mejor!
Síguela!
aranzhitha
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
el que aigue pprfiiiisss... porfiiisss....
y buscare la nove tambien!!!
y buscare la nove tambien!!!
chelis
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
yo ya me leí un pdf de la nove y quede así
es una nove muy hermosa
es una nove muy hermosa
kathe hernandez
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Capitulo Treinta y Cuatro
Tras una estupenda mañana en la piscina como le prometí a mi sobrina, por la tarde mi familia debe regresar a España. Lo hacen en el avión privado de Joe. Verlos marchar me apena, me entristece, pero estoy feliz por haber estado esas horas con ellos. —Venga, pequeña, sonríe —murmura Joe, cogiéndome el moflete cuando para en un semáforo—. Ellos están bien. Tú estás bien. No tienes por qué estar triste.
—Lo sé. Pero los echo mucho de menos —murmuro.
El semáforo se pone verde, y Joe arranca. Miro por la ventanilla y, de pronto, la música suena a todo volumen. Alucinada, observo a mi chico y lo veo cantando a pleno pulmón Highway to Hell de los AC/DC:
Living easy, living free,
Season ticket on a on-way ride
Asking nothing leave me be
Taking everything in my stride...
Sorprendida, pestañeo.
Es la primera vez que lo veo cantar así. Me río y exagera los movimientos de malote. ¡Me encanta su lado salvaje! Joe mueve la cabeza al compás de la música y me incita con la mano para que cante y haga lo mismo. Divertida, comienzo a cantar con él a voz en grito. Nos miramos y reímos. De pronto, aparca el coche. Continuamos cantando, y cuando la canción acaba, ambos soltamos una carcajada.
—Siempre me ha gustado esta canción —dice Joe.
Me quedo boquiabierta porque esa cañera canción le guste.
—¿Te gustaban los AC/DC?
Sonríe, sonríe..., baja el volumen de la música y confiesa:
—Por supuesto. No siempre he sido tan serio.
Durante unos minutos, me explica su roquera vida de jovencito, y yo lo escucho sorprendida. ¡Vaya con Iceman! Pero cuando finaliza su relato, mi sonrisa ha desaparecido. Joe me mira. Sabe que pienso de nuevo en mi familia. Ve el dolor que tengo en la mirada por su marcha y dice:
—Sal del coche.
—¿Qué?
—Sal del coche —insiste.
Cuando lo hago, sonrío. Sé lo que va a hacer. Suena en la radio You are the sunshine of my life de Stevie Wonder. Joe sube el volumen a tope, sale del coche y camina hacia mí.
Dios, ¿lo va a hacer?
¿Va a bailar conmigo en medio de la calle?
¡Increíble!
Con decisión, se para frente a mí y murmura:
—Baila conmigo.
Me tiro a sus brazos. Esto me hace feliz. Ver que es capaz de parar el coche en medio de una calle muy transitada y bailar conmigo sin ningún pudor es maravilloso.
—Como dice la canción eres el sol de mi vida y, si te veo triste, yo no puedo ser feliz —susurra en mi oído—. Te prometo, pequeña, que iremos a España siempre que quieras, que tu familia vendrá a nuestra casa siempre que quiera, pero, por favor, sonríe; si yo no te veo sonreír, no puedo ser feliz.
Sus palabras me tocan de lleno el corazón. Me emocionan. Lo abrazo y asiento. Bailo con él y disfruto de ese momento mágico. La gente que pasa por nuestro lado nos mira. No entiende que hagamos eso. Sonrío. No importa lo que piensen, y sé que a Joe tampoco le importa. Cuando la canción acaba, lo miro y susurro, dichosa y feliz:
—Te quiero con toda mi alma, tesoro.
Asiente. Disfruta con mis palabras.
—Sigo esperando que quieras casarte conmigo.
Eso me hace sonreír. Y aclaro.
—Cariño..., eso fue un impulso. ¿No lo habrás tomado en serio?
Mi Iceman me mira..., me mira y, finalmente, dice:
—Sí.
—Pero, Joe, ¿de qué hablas? Yo no soy de casarme ni esas cosas.
Mi loco amor me besa.
—En casa tenemos en el frigorífico una estupenda botella de Moët Chandon rosado. ¿Qué te parece si nos la bebemos y hablamos de ese impulso?
Calor. Emoción. Nerviosismo.
¿De verdad está hablando de matrimonio?
Pero conteniendo mis nervios, sonrío y pregunto mimosa:
—¿Moët Chandon rosado?
—¡Ajá! —sonríe.
—Ese de las pegatinas rosas que huele a fresas silvestres —me mofo al recordar la primera vez que llevó esa botella a mi casa de Madrid.
—Sí, pequeña.
Suelto una carcajada y murmuro, sin separarme de él:
—De momento, vayamos a por la botella
De pronto, suena el móvil de Joe. Ha recibido un mensaje. Me besa. Devora mi boca y, cuando ambos nos damos por satisfechos, entramos en el coche. Hace frío. Mira su móvil y dice:
—Cielo, tengo que pasar un momento por la oficina, ¿te importa?
Enamorada hasta las trancas de ese hombre, niego con la cabeza y sonrío. Veinte minutos después, llegamos hasta la mismísima puerta. Son las diez de la noche y poca gente se ve en la calle. Cuando entramos en el hall, los guardias de seguridad nos saludan. Me miran con sorpresa y sonrío. Ellos no sonríen.
¡Aisss, madre!, lo que les cuesta a los alemanes sonreír.
Cuando llegamos a la planta presidencial, observo que no hay nadie. La oficina está completamente vacía. Tengo que ir al baño.
—Joe, ¿dónde están los baños aquí?
Señala a mi derecha y corro hacia ellos, mientras él dice:
—Te espero en mi despacho.
Una vez que hago lo que tengo que hacer, me miro al espejo y me coloco el pelo. Mi aspecto es dulce y jovial. Vestida con aquel jersey rosa que me ha regalado mi padre y los vaqueros parezco más joven de lo que soy.
Pienso en lo que Joe me ha dicho minutos antes. ¿Boda? ¿Realmente deberíamos casarnos?
Sonrío, sonrío, sonrío.
Con una esplendorosa sonrisa salgo del baño y me encamino hacia el despacho de Joe. Cuando abro la puerta me quedo con la boca abierta y mi sonrisa desaparece al ver a Amanda frente a Joe ataviada con un sexy y sugerente vestido rojo. ¡Lagarta!
Durante unos segundos, ellos no me ven. Observo cómo se agacha hacia Joe mientras le enseña unos papeles. Sus pechos están demasiado cerca de él e intuyo que busca algo más que trabajo. Joe sonríe. Ella le toca el hombro, y él no dice nada. ¡Los mato!
Sigo observándolos unos minutos. Hablan. Miran papeles. Al final, Amanda, con coquetería, se sienta en la mesa y cruza las piernas ante mi Iceman. Mis celos son intensos. Demasiado intensos. Peligrosos. Cuando no puedo más cierro con fuerza la puerta del despacho, y ambos me miran.
Mi cara ya no es la de la dulce jovencita del baño. Estoy por gritar como Shakira. ¡Rabiosa! Lo que acabo de ver me subleva. Esa mujer y sus artimañas sacan lo peor de mí. La cara de sorpresa de Amanda lo dice todo. No me esperaba aquí. Con decisión y cierta chulería me acerco hasta donde ellos están. Joe me mira. Tiene una ceja arqueada.
—Hombre, Amanda, ¡cuánto tiempo sin verte!
Ella se baja de la mesa, se recompone el vestido y se aleja unos pasos de Joe. Se toca su cuidadísimo pelo rubio, clava su impersonal mirada en mí y responde con una prefabricada sonrisa:
—Querida _____, qué alegría verte.
¡Será mentirosa...!
Se acerca para saludarme, pero yo prefiero las cosas claritas. La detengo y digo con voz de enfado:
—Ni se te ocurra tocarme, ¿entendido?
Joe se levanta. Prevé problemas, y antes de que abra la boca, digo señalándole:
—Tú, cállate. Estoy hablando con Amanda. Después hablaré contigo.
La mujer sonríe. Se siente bien ante el gesto de disgusto de Joe. Nos miramos con odio. Está claro que nunca seremos amigas. Soy consciente de que en ese momento nuestras pintas nada tienen que ver. Ella va vestida con un sexy y rojo vestido ceñido y unos taconazos de infarto, y yo voy con jersey rosita, vaqueros y botas planas. Vamos..., imposible competir.
Ella es consciente de esto. Lo sé por cómo me mira. Pero estoy dispuesta a dejar claro lo que pasa por mi cabeza, así que digo con seguridad:
—No necesito ir vestida de fulana para volver loco a un hombre. Empezando porque ya tengo pareja, que, mira por dónde, ¡qué casualidad!, es la misma a la que te estabas insinuando, ¡so perra!
Amanda va a protestar cuando, levantando un dedo, la hago callar.
—Trabajas para Joe. Para mi novio. Limítate a eso, a trabajar, y no busques nada más.
—_____... —gruñe Joe.
Pero, sin hacerle caso, continúo:
—Si vuelvo a ver que intentas con él cualquier otra cosa, te juro que lo vas a lamentar. Esta vez no va a ocurrir como la última en que nos vimos. En esta ocasión, yo no me voy a ir. Si alguien se va a marchar, vas a ser tú, ¿me has entendido?
Joe se mueve de su silla. Amanda nos mira y responde:
—Creo..., creo que te estás equivocando, querida.
Dispuesta a marcar mi territorio, le doy con el dedo en el prominente canalillo, y siseo:
—Déjate de “querida” y de gilipolleces. Aléjate de Joe, pedazo de zorra, ¿de acuerdo?
—_____... —me regaña Joe, incrédulo.
Amanda, humillada, recoge sus cosas y se va, aunque antes mira hacia atrás y dice:
—Mañana te llamaré.
Joe asiente. Ella se va, y yo, enfadada, siseo:
—Como me digas que no te has dado cuenta de cómo esa tiparraca se te insinuaba hace unos segundos, te juro que cojo esa estatuilla que hay encima de tu mesa y te abro la cabeza. —No responde, y prosigo—: Me acabas de decepcionar, ¡imbécil! Esta idiota te estaba poniendo las tetas en la cara, y tú lo estabas permitiendo.
—Te equivocas.
—No, no me equivoco. Entre Amanda y tú hay tal familiaridad que no te das cuenta, ¿verdad? Pues genial... ¡sigamos por ese camino! Cuando vea a Fernando la próxima vez, como hay familiaridad entre nosotros, sin importarme lo que tú pienses o sientas, me voy a sentar en sus piernas para hablar con él, o le voy a poner mis tetas en la cara, ¿te parece bien?
—Te estás pasando, _____ —sisea furioso.
—¡Y una mierda! —grito—. Te has pasado tú.
Su cara de cabreo es un poema. Sé que estoy exagerando; lo que he visto ha sido tonteo por parte de Amanda y no de Joe, pero ya no puedo parar.
—Tú deberías haber cortado ya el rollo con Amanda. Os he visto. ¡Joder! He visto cómo te miraba ella, y..., y... si yo no te hubiera acompañado, habrías terminado tirándotela sobre la mesa como otras veces, ¿no crees?
—Yo que tú no continuaría por ese camino... —insiste con frialdad.
—¿A cuento de qué te tiene que hacer venir a la oficina a estas horas? —No contesta—. Pero ¿no has visto cómo iba vestida? Simplemente buscaba sexo. Ni más ni menos. Y tú eres tan idiota que no te das cuenta, ¿verdad?
Joe no contesta. Mis palabras lo molestan. Recoge los papeles que Amanda ha dejado sobre la mesa y dice:
—Entre Amanda y yo no existe absolutamente nada. No te voy a negar que ella continúa su seducción, pero yo no le hago caso y...
—¡Serás gillipollas! —grito, descompuesta—. Tú sabes que ella lo sigue intentando, pero no le haces caso. ¡Genial, Joe! El próximo día que vea al tal Leonard ese al que arreglé el coche, aunque intente seducirme, lo voy a dejar. Eso sí, tranquilo, que no le voy a hacer caso aunque lo intente. Total, a ti no te importa, ¿verdad?
Eso lo enfurece. Mete los papeles en su maletín y sin mirarme sale del despacho. Lo sigo. Bajamos en el ascensor en silencio. Lo sigo hasta el coche. Nos montamos y hacemos todo el camino en silencio. Los celos y las inseguridades nos matan, y cuando llegamos a la casa y mete el coche en el garaje, nos bajamos y cada uno toma diferente camino. Él se mete en su despacho, y yo me voy a mi cuartito. Doy un portazo y me siento sobre la mullida alfombra.
¡Echo humo por las orejas!
Miro hacia el ventanal. Sólo se ve oscuridad. Enciendo mi portátil, miro mis correos, hablo con mis amigas de Facebook y su charla me relaja.
Pasan las horas, y ninguno de los dos busca al otro. Ninguno quiere hablar. Ninguno piensa en esa conversación ante la botella de Moët Chandon rosado. El reloj marca las dos de la madrugada y nuestros orgullos están heridos. De pronto, la lucecita de mis e-mails parpadea. He recibido un mensaje.
¡Joe! Con el corazón a mil, lo abro y leo:
De: Joe Zimmerman
Fecha: 6 de marzo de 2013 02.11
Para: _____ Flores
Asunto: No puedo continuar sin hablarte
Cariño, soy consciente de que tienes razón en todo lo que has dicho, pero NUNCA te engañaría ni con Amanda ni con ninguna otra.
Te quiero loca y apasionadamente.
Joe. El gilipollas.
Cuando lo leo, una sonrisita tonta se me instala en la cara.
¿Por qué ya me ha ganado con este e-mail?
Durante un rato me tienta el contestarle. Sé que lo espera. Pero no. No pienso hacerlo. Me niego. Diez minutos después, llega otro e-mail.
De: Joe Zimmerman
Fecha: 6 de marzo de 2013 02.21
Para: _____ Flores
Asunto: Pídeme lo que quieras
Pequeña, la sinceridad y la confianza entre nosotros es primordial. Las palabras “Pídeme lo que quieras, AHORA Y SIEMPRE” engloban absolutamente todo entre nosotros.
Piénsalo.
Te quiero.
Joe. Un atormentado gilipollas.
Vuelvo a sonreír.
Desde luego no puedo negar que en esos meses Joe se ha vuelto más chispeante y divertido. Voy a contestar, pero mis dedos parecen no querer hacerlo, cuando llega otro e-mail.
De: Joe Zimmerman
Fecha: 6 de marzo de 2013 02.30
Para: _____ Flores
Asunto: Dime que sí
¿Te apetece una copa de Moët Chandon rosado? Te espero en el despacho.
Joe. Un loco, apasionado y atormentado gilipollas.
Suelto una carcajada. Adoro que me haga reír.
Pasa más de media hora. Leo los e-mails como cien veces y cien veces sonrío. No vuelve a enviar ninguno más. Las tripas me rugen. Tengo hambre. Camino hacia la cocina y al entrar me encuentro a Joe sentado a la mesa ante la botella de Möet Chandon rosado junto a Susto. El perro se acerca a mí y me saluda. Yo le toco su huesuda cabecita y Joe me mira. Sabe que he leído los e-mails y espera que yo dé el segundo paso. Yo retiro la vista. No quiero mirarlo o le abrazaré.
Camino hacia el frigorífico y, cuando voy a abrirlo, noto el cuerpo de mi amor detrás de mí. Se me eriza todo el vello del cuerpo. No me muevo. No respiro. Siento cómo pasa sus fuertes manos por mi cintura; me pega a su cuerpo y, cuando cierro los ojos y apoyo mi nuca en su pecho, murmura en mi oído:
—No quiero. No puedo. No deseo estar enfadado contigo.
—Yo tampoco.
Silencio. Estoy tan emocionada porque me abrace que no puedo hablar. Joe mordisquea el lóbulo de mi oreja.
—Nunca caería en el juego de Amanda. Te quiero demasiado como para perderte.
Sus palabras me enloquecen. Sigo sin moverme, y entonces me da la vuelta. Con sus manos coge mi rostro y besa mi frente, mis ojos, las mejillas, la punta de la nariz, la barbilla, y cuando va a besarme la boca, hace eso que tanto me gusta. Chupa mi labio superior, después el inferior, me da un mordisquito, y luego asalta mi boca. Con su mano me coge por la nuca mientras yo salto para estar a su altura. Me agarra con sus fuertes brazos y no me suelta. Cuando separa su boca de la mía, me mira y murmura:
—Ahora y siempre. No lo olvides pequeña.
Asiento y lo beso. Lo deseo. Sin más y en sus brazos, llegamos hasta nuestra habitación. Allí mi amor, mi loco amor, echa el pestillo en tanto yo me desnudo sin dejar de mirarle. Sobre la cama, instantes después, hacemos el amor como nos gusta. Fuerte y salvaje.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Capitulo Treinta y Cinco
No volvemos a comentar nada del tema boda. Se lo agradezco. A pesar del amor que nos tenemos, somos dos titanes y nuestros encontronazos sé que nos asustan. Nos desorientan. Sé por Joe que Amanda se marcha de nuevo a Londres. Cuanto más lejos esté de mí, mejor.
Simona y yo seguimos disfrutando de “Locura esmeralda”. Estoy enganchadísima al culebrón. Joe, cuando se entera, se mofa de mí. No puede creer que yo esté enganchada a algo así. Yo tampoco. Pero lo cierto es que deseo que Carlos Alfonso Halcones de San Juan reciba su merecido a manos de Luis Alfredo Quiñones, y que Esmeralda Mendoza recupere a su bebé, se case con su amor y sea por fin feliz. ¡Pa matarme!
Una tarde, cuando llega Joe a casa, estoy trabajando en mi moto. Cuando oigo el coche rápidamente le echo el plástico azul por encima y salgo del garaje. Corro a mi habitación, pero antes me lavo las manos. Él no se percata de nada. Donde está la moto no se ve, ya aunque yo respiro aliviada, cada día me es más difícil ocultarle el secreto. Mi conciencia me dice que hago mal. Me martirizo, pero no sé cómo decírselo.
El sábado, Joe y yo nos dirigimos por la noche a la fiestecita privada del Natch. Por fin voy a conocer ese conocido bar de intercambio de parejas. Cuando entramos Joe me presenta a Heidi y Luigi. Frida y Andrés se unen a nosotros, y poco después, Zayn llega con una amiga. Divertidos, tomamos algo cuando veo que aparece Dexter. Me saluda y en mi oído murmura:
—Diosa, qué chévere. Muero por verte sometida entre dos hombres.
Mi estómago se contrae, y Joe, al imaginar lo que me ha dicho el otro, sonríe.
Una copa tras otra, y el local se llena de gente. Todos parecen conocerse y charlan con afabilidad. Le he prohibido a Joe que mencione que soy española. No soporto que nadie más diga aquello de “¡olé, paella, torero!”. Joe, risueño, me propone bailar. Accedo. Entramos en un cuarto oscuro con una escasa luz violeta.
—No te soltaré. Tranquila.
Suena Cry me a river en la voz de Michael Bublé. Joe me besa, y yo disfruto de su cercanía. Bailamos casi a oscuras. Noto su excitación entre mis piernas y en cómo besa mi cuello. De pronto siento unas manos detrás de mí. Alguien me toca la cintura. No veo su rostro. Pero rápidamente sé quién es cuando escucho en mi oído:
—Suena nuestra canción, preciosa.
Sonrío. Es Zayn. Al compás de la música bailamos como hicimos aquel día en su casa, mientras yo dejo que sus manos vuelen por todo mi cuerpo. Sexy. Aquella canción es sexy, excitante, y mis dos hombres me vuelven loca. Joe me besa, y con posesión mete su mano por debajo de mi vestido, llega hasta mi tanga y de un tirón lo arranca. Sonrío, y más cuando susurra en mi boca:
—Aquí no lo necesitas.
¡Glups y reglups!
Sonrío y disfruto. Me siento lasciva. Caliente.
En ese momento, Zayn me da la vuelta y mis pechos quedan a su disposición. Pasea su boca por el escote de mi vestido y me muerde los pezones a través de él. Duros. Así los pone. Después su boca besa mi cuello, mis mejillas, mi nariz, pero cuando llega a la comisura de mi boca se para. No traspasa el límite que sabe que no debe. Mientras, Joe me sube el vestido y toca mi trasero en la oscuridad. Me aprieta contra él. Zayn, excitado, hace lo mismo. Joe vuelve a darme la vuelta, y ahora es Zayn quien me aprieta las nalgas.
Calor..., tengo un calor tremendo.
El cuarto oscuro se comienza a llenar de gente. La música cambia y la voz de Mariah Carey cantando My All llena la estancia. Las manos de Zayn desaparecen mientras Joe continúa mordisqueándome los labios. Escucho gemidos a nuestro alrededor. Imagino lo que la gente hace y me excita, en tanto mi hombre, mi Iceman, mi amor, susurra:
—Eres muy excitante, cariño. Estoy tan duro que creo que voy a hacerte mía aquí mismo.
Sonrío y, sin ver por la oscuridad que nos rodea, murmuro:
—Soy tuya. Haz conmigo lo que quieras.
Escucho su risa en mi oreja.
—Cuidado, pequeña. Oírte decir eso es peligroso. Ya me he dado cuenta de que el sexo, el morbo y los juegos te gustan tanto o más que a mí, ¿verdad?
Asiento. Tiene razón.
—Esta noche estoy muy caliente.
—Me gusta saberlo. Yo también —consigo decir mientras respiro con dificultad.
—Eres mi fantasía, morenita. Mi loca fantasía.
Superexcitada por lo que me dice, le agarro las nalgas, le aprieto contra mí y murmuro, deseosa de juegos calientes y morbosos:
—Me gusta ser tu fantasía. ¿Qué quieres probar hoy conmigo?
El pene de Joe está duro. Tremendo. Enorme. Lo siento contra mi tripa y, tras besarme, dice sobre mi boca mientras bailamos al compás de la música:
—Quiero hacer de todo. ¿Estás dispuesta? —Asiento, y murmura, acalorándome más—: Deseo verte con otra mujer. Te miraré. Te observaré. Y cuando tus gemidos me enloquezcan te follaré, y después haré que dos hombres te follen mientras yo miro y me follo a esa mujer. ¿Qué te parece?
Jadeo..., cierro los ojos.
Me humedezco, y cuando voy a responder, siento unas manos alrededor de la cintura de Joe. Son finas y cuidadas. Una mujer. Las toco. Me toca, y noto un anillo grande que parece una margarita.
¿Será ésta la mujer con la que Joe quiere verme?
En la oscuridad, dejo que la desconocida recorra el cuerpo de mi amor mientras él me besa. Le excita tener dos mujeres a su alrededor. Su excitación es mi excitación, y disfruto mientras siento cómo la desconocida toca su erección. Cojo su mano y hago que le apriete. Las dos le apretamos, y Joe jadea.
Así estamos durante un buen rato. Pero Joe en ningún momento se da la vuelta. Deja que ella lo toque, pero se recrea en mi boca, en apretar mi trasero. Se recrea sólo en mí. Cuando la canción acaba, olvidándonos de la mujer salimos del cuarto oscuro y enramos en otra sala diferente de la primera.
Veo a Zayn con la chica que ha venido y sonrío al ver cómo él y Dexter la hacen reír mientras los dos le tocan los pechos. Joe me lleva hasta la barra. Miro alrededor y no veo a Frida ni a Andrés. Pedimos algo de beber. Tengo la boca seca. Con mimo, mi amor me mira. Pasea sus nudillos por mi rostro y leo su boca cuando dice «te quiero». Después acerca un taburete y me siento.
Segundos más tarde, varias personas se acercan a nosotros. Joe me los presenta. Una de ellas, al escucharme hablar, se da cuenta de que soy española y dice “¡olé!”.
¡Qué cansinos, por favor!
En un momento dado, una de las mujeres sonríe ante algo que comenta Joe, y mi amor me ordena:
—Abre las piernas, _____.
Lo hago. Aquella desconocida toca mis piernas. Sube su mano por mis muslos hasta llegar a mi vagina, donde posa su palma, y musita.
—Me gustan depiladas.
Joe asiente, y tras dar un trago a su bebida, añade:
—Está totalmente depilada.
La mujer se pasa la lengua por la boca, sonríe y, llevando su otra mano a uno de mis pechos, los toca por encima del vestido y murmura mientras los aprieta:
—Tú y yo lo vamos a pasar muy bien.
El morbo me puede. Asiento.
—Me gustan mucho..., mucho las mujeres. Y tú me gustas —insiste ella.
Abro más las piernas y la mujer mete un dedo en mí sin importarme que lo haga en esa sala llena de gente. Levanto el mentón. Me echo hacia adelante en el taburete para que ella tenga más accesibilidad, y Joe murmura en mi oído:
—Ésta va a ser la mujer que va a jugar contigo, ¿te gusta?
Paseo mi mirada por ella y asiento. La otra saca su mano de entre mis piernas, se chupa el dedo que ha estado en mi interior y sonríe.
Yo hago lo mismo y escucho decir a mi chico:
—Os esperamos en la habitación negra.
Sin más, la mujer se aleja, y mi chico, mirándome, pregunta:
—¿Dispuesta a jugar?
Asiento.
Estoy tan excitada que los labios me tiemblan al sonreír. De su mano, camino por el local.
Traspasamos una puerta, caminamos por un pasillo y veo a Frida y a Andrés sobre la cama de una habitación abierta. Frida no me ve, está totalmente entregada disfrutando entre las piernas de una mujer, mientras ella le hace una felación a Andrés y otro hombre penetra a Frida.
Excitante.
Joe y yo los miramos. Seguimos nuestro camino. Él abre una puerta. Entramos en la habitación. No veo nada, y mi amor dice:
—No te muevas.
Instantes después, la habitación se ilumina tenuemente en lila al proyectarse en una de sus paredes una película porno. Curiosa, observo la estancia. Hay una cama redonda, un sillón, una especie de encimera y, al fondo, una mampara con una ducha. Joe me abraza. Me besa la oreja y me la chupa mientras observamos las imágenes calientes que se proyectan en la pared. Cinco minutos después, la puerta se abre. Aparece la mujer que anteriormente me ha tocado, desnuda y con un vibrador doble en sus manos. Entra y nos comunica:
—Ahora vienen.
Joe asiente. Yo no sé quiénes vienen, pero no me importa. Mi respiración entrecortada me hace saber lo excitada que estoy cuando Joe se sienta en la cama.
—Diana, desnuda a mi mujer —dice.
No me muevo.
Me dejo hacer.
Me excita esa sensación.
Los ojos de mi amor se nublan de deseo mientras la mujer me desabrocha el vestido. Las manos de ella vuelan por todo mi cuerpo en tanto Joe nos observa. Mi vestido cae al suelo y quedo sólo vestida con las medias de liguero, los tacones y el sujetador. El tanga me lo ha roto Joe minutos antes.
La mujer me toca. Pasea sus manos por mi cuerpo y me pide que me siente en la encimera que hay en un lateral. Joe se levanta, me coge en brazos y me sube. Me tumba en ella y me separa los muslos. La boca de la mujer va directa a mi vagina y, con brusquedad, mete su lengua dentro de mí.
Exige. Exige mucho mientras me abre la vagina con sus manos y me devora.
Joe nos observa. Yo lo miro y jadeo mientras veo que se desnuda. Se toca su duro pene y grito de placer al sentir lo que la mujer me hace. Me acaba de meter uno de los lados del doble consolador. ¡Calor!
Lo mueve con destreza y práctica mientras su boca juguetea con mi clítoris. Cierro los ojos. Disfruto..., me abro para ella... y muevo las caderas en busca de más. La mujer sabe lo que se hace y estoy disfrutando mucho. Muchísimo.
Abro los ojos. Joe nos observa y, de pronto, ella se sube a la encimera de un salto, sin sacar el consolador de mi cuerpo, se introduce la otra parte y con maestría y técnica se tumba sobre mí, me coge por las caderas y me comienza a follar. El consolador doble entra en mí y en ella al mismo tiempo, y nuestros jadeos son acompasados. Su ritmo se intensifica mientras mi excitación se acrecienta. Como si de un hombre se tratara, toma mi cuerpo, mientras sin apenas moverme yo tomo el suyo, hasta que las dos nos arqueamos y nuestros orgasmos nos hacen gritar.
Miro a mi amor. No se mueve, y Diana, con maña, saca el consolador doble de ambas, se baja de la encimera y dice, abriéndome a tope las piernas:
—Dame tu jugo..., dámelo.
Su boca ansiosa me lame. Quiere mi orgasmo. Me chupa con poseía, y yo me vuelvo loca de nuevo. Nunca me ha pasado eso anteriormente. Nunca habría imaginado que una mujer pudiera hacer que me corriera dos veces en menos de dos minutos. Pero ella, Diana, con desenvoltura, lo consigue, y yo me entrego a ella dispuesta a que lo logre mil veces más. Joe se acerca; yo extiendo la mano y me la besa mientras ella disfruta de mí.
Me siento como una muñeca entre sus brazos cuando mi amor me agarra y me baja de la encimera. Su duro pene choca con mis piernas y sonrío. Me posa en la cama. Se sienta a mi lado, y la mujer al otro. Me tocan. Cuatro manos recorren mi cuerpo, y yo jadeo. La puerta se abre y entra un hombre desnudo. Observa nuestro juego mientras yo me fijo en cómo su pene crece mientras nos contempla.
Paramos. El recién llegado se presenta como Jefrey, y Joe se agacha y pregunta:
—¿Te ha gustado Diana?
—Sí... —susurro como puedo.
Sonríe. Me besa, y cuando abandona mi boca, pregunto, extasiada:
—¿Puedo pedirte algo?
Mi amor me retira el pelo de la frente y asiente.
—Lo que quieras.
Acalorada, me levanto de la cama. Tumbo a Joe y, sentándome sobre él, murmuro:
—Quiero que Jefrey te masturbe.
Jefrey accede al segundo. Mi alemán no dice nada. Tumbado me mira. Su gesto me muestra que eso no le gusta, y entonces susurro antes de besarlo:
—Soy tu mujer, ¿verdad? —Joe asiente—. Y tú eres mi marido, ¿verdad?
Vuelve a asentir y con sensualidad le beso los labios.
—Entrégate a mí y a mis fantasías, cariño. Sólo te masturbará. Te lo prometo.
Veo que cierra los ojos. Piensa en mi proposición, y cuando los abre, asiente. Lo beso. Sé lo que supone eso para él y me agrada. Me siento a un lado, le toco los pezones y murmuro:
—Jefrey, haz que disfrute mi marido.
Sin dudar un segundo, Jefrey se arrodilla en la cama, coge el duro pene de Joe y lo masajea. Lo mueve de arriba abajo, y Joe cierra los ojos. No quiere verlo. La mujer se pone a mi lado y toca mis pechos. Le gusto y me lo hace saber mientras él sigue masturbando a mi amor. Le toca, tira de él, hasta que se mete la totalidad del pene en la boca. Joe se arquea. Jadea. Gustosa de ver aquello, me acerco a su boca.
—Abre las piernas, cariño.
Me hace caso. Jefrey se acomoda entre las piernas de Joe para lamer, chupar y excitar al hombre al que amo. Indico a la mujer que me toca que le chupe los pezones. Lo hace y asiento, gozosa de controlar la situación. Me gusta ordenar, tanto como ser ordenada. Jefrey, con la boca ocupada, pasea sus manos libres por el trasero de mi amor, y éste se contrae. Disfruta con las caricias. Cierra los ojos, y yo exijo:
—Mírame.
Obedece. Clava su azulada mirada en mí mientras siento que el vello del cuerpo se le eriza ante lo que ese hombre le hace. Joe se arquea. El placer rudo que le ocasiona Jefrey y que nunca había probado lo aviva. De pronto, soy consciente de que Joe tiene una de sus manos sobre la cabeza de Jefrey. Lo empuja a bajar sobre su pene. Quiere más. Sonrío. Mi amor jadea y, loca de excitación, hago que Jefrey se quite, me siento a horcajadas sobre él y me empalo.
Joe coge mis caderas y me aprieta contra él en busca de su loco orgasmo, mientras Jefrey y la mujer nos observan. Cuando mi amor da un sórdido gemido, me aprieto contra él, y entonces, sólo entonces, se deja ir.
Tumbada sobre él lo abrazo. Lo beso y pregunto:
—¿Todo bien, cariño?
Joe me mira. Cabecea y murmura:
—Sí, pequeña. Al final, lo has conseguido.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Capitulo Treinta y Cinco Segunda Parte
Eso me hace reír. De pronto, la puerta se abre. Dexter entra con un hombre desnudo. Joe se levanta y se mete en la ducha mientras yo me quedo sentada en la cama. La mujer que está a mi lado no se puede resistir y comienza a tocarme. El mexicano sonríe, se acerca a mí y me enseña la cadenita de los pezones. Sin necesidad de que me lo pida, acerco mis pechos a él y los pellizca con las pinzas. Luego, tira de las cadenas y murmura:
—Diosa..., hazme disfrutar.
Joe regresa con nosotros y se sienta en una butaca. Sé que quiere observar. Lo sé. La mujer que está a mi lado me susurra que quiere de nuevo mi vagina. Accedo. Abro mis piernas tumbada en la cama y guío su cabeza hasta ella. Con exigencia, la agarro por el pelo mientras me chupa, y soy yo la que en ese momento marca la intensidad. Ella coge la cadena que hay entre mis pechos y cada vez que con sus labios tira de mi clítoris tira de la cadena, y yo grito.
Somos el espectáculo caliente y morboso de cuatro hombres. Me gusta serlo. Ellos nos miran, y observo que Jefrey y el otro se ponen preservativos. Dexter respira con irregularidad, y Joe me come con la mirada. Los hombres disfrutan de lo que ven entre nosotras, y yo disfruto de ser mirada.
Cuando el orgasmo me hace convulsionar, la mujer vuelve a chuparme con avidez. Desea mi esencia. Yo dejo que tome toda la que quiera. Venero cómo me chupa. Joe la llama, la aleja de mí y le pide que se siente a horcajadas sobre él.
Como un dios, todopoderoso mi dueño me mira. Yo lo miro y lo oigo decir:
—Quiero ver cómo te follan.
Miro a los dos hombres que me observan. Ambos se suben a la cama y comienzan a tocarme mientras Joe se deja hacer por la mujer.
Dexter se acerca a mí, me agarra de la cadenita y, tirando de ella hasta estirarme los pezones al máximo, sisea, quitándomela:
—... déjame ponerte el trasero rojo.
Me doy la vuelta, le ofrezco mi culo y, tras besarlo, me da seis azotes. Tres en cada lado. Después, acerca su cara a las cachas de mi trasero y, al sentir su calor, murmura:
—Ahora sí, diosa..., ahora ya estás preparada.
Jefrey me tumba en la cama. Se pone sobre mí y me chupa mis doloridos pezones. Por extraño que parezca a pesar de estar doloridos el hormigueo que siento ante los lametazos me hace disfrutar. La demanda de Jefrey en sus movimientos es excitante, y cuando él lo considera oportuno, me pone sobre él. Yo me dejo.
—Ofrécele tus pechos —pide Joe.
Me agacho sobre Jefrey y mis pechos van a su boca. Los chupa, los lame y los endurece, mientras el otro hombre me toca la cintura y me muerde con mimo las costillas. Así estamos unos minutos, hasta que Jefrey, ante la atenta mirada de mi amor, me penetra. A su antojo me zarandea y yo jadeo. Agarrado a mi cintura me desplaza de adelante atrás, y su pene entra sin piedad en mí. Disfruto. Me sofoco, y Joe no me quita ojo.
De pronto, siento que el otro hombre me da un azote, me abre las nalgas y me llena de lubricante. Con firmeza, mete un dedo en mi ano y lo comienza a mover mientras Jefrey me penetra sin parar. Yo jadeo. Joe se levanta. Se sube a la cama y, acercándose a mí, murmura:
—¿Estás preparada, cariño?
Ardorosa, asiento, y entonces aquel desconocido pone su erección en el agujero de mi ano y comienza a entrar en mí hasta que me empala completamente. Yo resoplo al sentirme totalmente follada ante los ojos de mi amor. Mi ano está dilatado. No hay dolor. Sólo placer. Una y otra vez aquellos hombres entran y salen de mí, y yo disfruto. Diana se tumba en la cama, coge la enorme erección de Joe y se la mete en la boca. Lo chupa. Lo disfruta.
—Así, cariño..., así..., arquéate... —murmura Joe extasiado por lo que ve, hasta que da un grito varonil y se corre en la boca de aquella mujer.
Esos desconocidos continúan hundiéndose en mí y mi cuerpo los acepta. Dexter pide a Jefrey que me muerda los pezones y, al que está detrás, que me azote. Lo hacen al mismo tiempo que me follan. Una vez..., y otra..., y otra más, hasta que me corro y ellos también.
Tras eso, Joe me besa. Hace salir de mí a los hombres, me coge de la cintura y me lleva entre sus brazos hasta la ducha. El agua cae sobre nuestros cuerpos y no hablamos. Mi vagina y mi ano aún tiemblan. Todo ha sido tan morboso y excitante que apenas puedo pronunciar palabra. Mi Iceman pasa su mano por mi cara y murmura:
—¿Todo bien, cariño?
Asiento y sonrío. Ha sido alucinante.
Nuestras bocas se encuentran. Se devoran, y Joe, embravecido me vuelve a penetrar. Se ha recuperado y su erección me necesita. Me coge entre sus brazos y, bajo el chorro de la ducha, me hace suya. Aprisionada contra la pared, mi amor se hunde en mí, una y otra vez, mientras mis piernas se enredan en su cintura deseosa de más y más. Nos decimos al oído palabras calientes, y acrecentamos nuestro deseo. Palabras salvajes, mirándonos a los ojos para enloquecernos más. Y cuando nuestro orgasmo nos hace gritar, nos quedamos apoyados en la pared, y Joe murmura en mi oído:
—Me vas a matar, pequeña...
Yo sonrío. Me muevo, y Joe me posa en el suelo. El agua sigue cayendo sobre nuestros cuerpos. Nos miramos y sonreímos. Cuando salimos de la ducha me fijo en las otras personas que están en la habitación, y al ver que es ahora la mujer la que está en la cama con los otros dos y Dexter la toca enloquecido, pregunto:
—¿Esto es siempre así?
Joe asiente, y acercándome a su cuerpo, murmura:
—Siempre. Uno encuentra lo que desea. Son fantasías. Recuérdalo.
Diez minutos después, Joe y yo, vestidos, regresamos a la segunda sala donde hemos estado. Me besa, disfruta de mí y yo disfruto de él. Somos felices. Estamos compenetrados ¿Qué más puedo pedir?
Tras beber un par de cubatas mi vejiga está que explota. Le indico que tengo que ir al baño. Me dice dónde está y me encamino a él. Al entrar hay dos mujeres besándose, me miran, las miro y sonrío. Entro en una de las cabinas y suspiro gustosa mientras hago pis. Oigo entrar más gente al baño. Risas. Unas mujeres cuchichean y escucho:
—¡Oh, sí! El viernes que viene tengo una cena con Raimon Grüher y sus padres. Por fin, he conseguido mi objetivo. Me va a pedir que me case con él.
Chilliditos de satisfacción. Me río. Y otra voz dice:
—¿Dónde has quedado con ellos?
—A las siete en la Trattoria de Vicenzo. Un sitio ideal, ¿verdad?
—Maravilloso.
—Y exclusivo.
—Y carísimo.
Risas de nuevo.
—Pero, oye, creía que Raimon no era tu tipo. A ti te gustan más jovencitos.
—Y no lo es, querida, pero su dinero sí. —Ambas ríen, y yo resoplo. ¡Menuda lagarta!—. No es un hombre que me vuelva loca en la cama. A su edad, ¿qué esperas? Pero eso ya lo he solucionado con su primo Alfred y mis propios amigos. Al fin y al cabo, todo queda en familia, ¿no crees?
—¡Oh, Betta! Eres terrible.
¡¿Betta?!
¿Ha dicho Betta?
El corazón me comienza a palpitar cuando oigo:
—Mira quién va a hablar. Ni que tú fueras una santa cuando te lo pasas de vicio en este local sin tu marido. Si Stephen se enterara te iba a dar lo tuyo.
La risa me confirma que es ella. ¡Betta! Su risa de cerdo pachón es indiscutible. Me bajo el vestido, ya que bragas no llevo, pues Joe me las ha roto, y abro la puerta del baño. Ellas me miran y observo que Betta no se sorprende al verme en el local. Por su gesto, intuyo que ya sabía que yo estaba allí. Y antes de que yo pueda hacer nada, me da un empujón que me lanza contra la pared. Pero yo soy rápida, la agarro del vestido y tiro de ella. Cae de bruces contra el suelo. Su amiga comienza a chillar y sale en busca de auxilio. Las dos mujeres que se besaban salen corriendo. Nos dejan solas.
Al caer a mi lado miro su mano. Veo un anillo en forma de margarita y, furiosa, grito:
—Le has tocado, maldita cerda. ¿Has tocado a Joe?
Sonríe con malicia.
—Me ha parecido que os gustaba a los dos cuando lo he hecho, ¿no?
Su afirmación me deja sin palabras. ¡La mato! Le propino un bofetón y después otro ante la cara de horror de una mujer que entra en ese momento en el aseo. Betta se levanta del suelo, y yo la sigo. Ella es más alta que yo, pero yo soy mucho más ágil y rápida que ella, y cuando va a escapar, la tiro contra la pared y, aprisionándola contra ella, siseo:
—¿Cómo te atreves a tocarlo? —grito.
Ella no responde. Sólo ríe, y acalorada siseo:
—Te dije que no te quería ver cerca de Joe.
—Lo que tú me digas me importa bien poco.
¡Oh, Dios, le arranco las extensiones! Y mirándola, clamo muy enfadada:
—Te dije que si me buscabas, me encontrarías, ¡zorra!
Betta grita. Se asusta cuando le retuerzo el brazo y, de pronto, Joe me agarra y, separándome de ella, pregunta:
—¡Por el amor de Dios, _____!, ¿qué estás haciendo?
Betta, con el semblante arrugado y con una recriminadora mirada, chilla.
—Tu novia es una asesina.
—¡Serás zorra...! —grito, descompuesta.
—Me ha visto y me ha atacado.
—Eres una sinvergüenza. Tú me has atacado primero a mí.
—Mentirosa. —Y mirando a Joe, murmura—: Cariño, no la creas. Yo estaba en el baño, y ella llegó y...
—¡Cállate, Betta! —sisea Joe, enfurecido.
—¡¿Cariño?! ¿Le has dicho “cariño”? —grito, deshaciéndome de los brazos de Joe—. No le llames “cariño”, ¡perra!
Joe me vuelve a sujetar. Soy una fiera. Me mira y dice:
—No entres en su juego, cielo. Mírame, _____. Mírame.
Pero yo, dispuesta a sacarle los ojos a esa que me mira con diversión, grito:
—¿Cómo has podido tocarnos? ¿Cómo has podido acercarte a él? ¿A nosotros?
—Éste es un local público, bonita. No es un lugar exclusivo para Joe y para ti.
—Betta, ¡basta! —grita Joe sin entender a lo que nos referimos.
La mato. ¡Yo la mato!
Joe, furioso, intenta tranquilizarme. No le presta atención a Betta, no le interesa;
sólo me la presta a mí, hasta que ella grita:
—Ya es la segunda vez que me ataca en Múnich. ¿Qué le pasa a tu novia? ¿Es un animal?
Eso llama la atención de Joe y me pregunta:
—¿La segunda vez?
No respondo. Resoplo, y ella insiste:
—Sí. En la tienda de Anita. Estaba tu hermana Marta, y ella también me atacó. Entre las dos me acosaron y pegaron, y...
—¿Tú hiciste eso? —pregunta Joe, airado.
Avergonzada por reconocerlo y, en especial por cómo me mira, respondo:
—Sí. Se la debía. Por su culpa tú y yo rompimos, y...
Joe me suelta y se lleva las manos a la cabeza.
—¡Por el amor de Dios, _____!, somos adultos ¿Cómo se te ocurre hacer algo así?
Asombrada por cómo él se lo está tomando, lo miro y siseo:
—El que me la juega me la paga. Y esta zorra me la jugó.
Frida, alertada, entra en el baño. Al ver a Betta no lo piensa. Se acerca a ella y le da un bofetón.
—¡Zorra!, ¿qué haces aquí? —grita.
Betta mira a su alrededor. Nadie la ayuda. Todos conocen su historia con Joe y nos amenaza a gritos, mirándonos:
—Voy a llamar a la policía y os voy a denunciar a las dos.
—Llámala —gritamos al unísono Frida y yo.
Esa imbécil saca su móvil de última generación y, tras intentarlo, chilla con frustración:
—¿Por qué aquí no hay cobertura?
Frida y yo reímos, e indico con chulería:
—Sal del local. Seguro que fuera tienes. Vamos..., llama a la policía. Será genial que tus futuros suegros y maridito se enteren de que estabas aquí.
Andrés llega, sujeta a su mujer y la reprende al verla chillar. Frida protesta y sale del baño, enfadada. No soporta a Betta. Zayn, que hasta el momento había permanecido en un lateral de la puerta, al ver a su amigo tan enfadado, murmura:
—Esto se acabó. Vamos, regresemos al local.
Joe, sin decirme nada, sale del baño. Betta sonríe. Y yo, incapaz de sujetar mi instinto, le doy un empujón que la empotra contra los lavabos.
—Te juro por mi padre que esto no se va a quedar aquí.
Una vez que salgo del baño muy enfadada, Zayn me agarra del brazo, me hace mirarlo y murmura:
—Así no se arreglan las cosas, preciosa.
—¿De qué hablas? ¡Yo no quiero arreglar nada con esa zorra!
Y tras contarle lo que me había hecho en Madrid y la ruptura que había originado entre Joe y yo, dice:
—No me extraña que le pase lo que le pasa. Es más, estoy por entrar y darle yo también otra bofetada.
Eso me hace reír. Zayn, al ver mi gesto, sonríe y me abraza. En ese momento, Joe llega hasta nosotros y, con furia en su mirada, sisea:
—Me voy a casa. ¿Te vienes conmigo, o te quedas con Zayn para que continuéis jugando?
Sorprendidos lo miramos, y digo:
—Serás gilipollas.
—_____... —sisea Joe.
—Ni _____ ni leches. ¿Qué estás queriendo insinuar con lo que has dicho?
Joe no responde. Zayn, divirtiéndose, me empuja hacia Joe y añade.
—Vamos, tortolitos, ¡terminad la discusión en la cama de vuestra casa!
En el coche no nos hablamos.
Ambos estamos enfadados y no entiendo por qué él tiene ese enfado. Al fin y al cabo, Betta se lo merecía. Y encima ha tenido la poca vergüenza de tocarlo. De tocarnos. De acercarse a nosotros. ¡Maldita mujer!
En el camino, nuestros móviles pitan. Hemos recibido varios mensajes. Ninguno de los dos los mira. No estamos de humor. Seguro que son Frida y Zayn para ver cómo estamos. Cuando llegamos a casa y metemos el coche en el garaje, doy tal portazo que Joe me mira, y yo, deseosa de montar gresca, grito:
—¿Qué pasa?
Joe se acerca a grandes zancadas a mí.
—Podrías no ser tan bruta y cerrar con cuidado.
—No.
Levanta una ceja sorprendido y repite:
—¡¿No?!
—Exacto. ¡No, no quiero tener cuidado! Y no quiero tenerlo porque estoy muy enfadada contigo. Primero, por gritarme delante de la subnormal esa de Betta, y segundo por la idiotez que has dicho en referencia a Zayn.
Joe cierra los ojos.
—¿Por qué no me contaste lo de Betta?
—Porque no lo vi necesario. Es algo entre ella y yo.
—¿Entre tú y ella?
—Exacto. Y antes de que añadas nada más, déjame decirte que mi padre me enseñó a...
—¿Ya estamos con tu padre? ¿Quieres dejar a tu padre al margen de todo esto?
Indignada por su furia, grito:
—Pero bueno..., ¿y por qué no voy a poder hablar de mi padre cuando me dé la gana?
—Porque estamos hablando de Betta, no de tu padre.
—Eres un imbécil, ¿lo sabías?
Joe no contesta. Y cuando no puedo retener lo que pienso, lo dejo ir:
—Iba a decir que mi padre me enseñó a no dejarme avasallar por las malas personas. Esa imbécil, por no decir algo peor, me la jugó. Fue una arpía y buscó complicarme la vida. ¿Qué pretendes?, ¿que cuando la vea la felicite? Mira, no..., eso no te lo crees tú ni ¡jarto de Moët del rosa!
Sin mirarme, se toca la frente.
—No pretendo que la aplaudas. Sólo pretendo que no tengas nada que ver con ella. Aléjate de Betta, y podremos vivir en paz.
—¿Y qué me dices de esta noche? Esa..., esa... zorra ha tenido la poca vergüenza de acercarse a nosotros en el cuarto oscuro. Te ha tocado. Ha pasado sus sucias manos por tu cuerpo, y yo la he incitado sin darme cuenta de que era ella. Te ha tocado delante de mí. Me ha vuelto a provocar. De nuevo ella ha jugado sucio. ¿Crees que debo perdonárselo otra vez?
Joe no contesta. Lo que acaba de escuchar lo sorprende.
—Ella ha sido la mujer que...
—Sí, ella. Esa asquerosa. ¡Ella ha sido la del cuarto oscuro! —grito, desesperada.
Lo oigo maldecir. Camina hacia un lado; después, hacia otro, y al final, murmura:
—Es tarde. Vámonos a la cama.
—Y una mierda. Estamos hablando. Me da igual la hora que sea. Tú y yo estamos teniendo una conversación de adultos, y no voy a dejar que la cortes porque tú no quieras seguir hablando del tema. Te acabo de decir que esa zorra ha vuelto a engañarnos. Ha jugado sucio.
Nervioso, se mueve por el garaje. Blasfema.
De pronto, se fija en algo. Veo mi casco amarillo de la moto. ¡Oh, no! Cierro los ojos y maldigo. ¡Dios, ahora no! Joe camina hacia su objetivo y grita cuando quita el plástico azul.
—¿Qué hace esta moto aquí?
Resoplo. La noche va de mal en peor. Me acerco hasta él y respondo:
—Es mi moto.
Incrédulo, me mira, mira la moto y sisea:
—Es la moto de Hannah. ¿Qué hace aquí?
—Me la ha regalado tu madre. Ella sabe que hago motocross y...
—¡Esto es increíble! ¡Increíble!
Consciente de lo que piensa, suavizo mi tono de voz.
—Escucha, Joe. A Hannah le gustaba el mismo deporte que a mí, y yo aquí no tengo mi moto, y...
—Tú no necesitas esa moto porque aquí no vas a hacer motocross. ¡Te lo prohíbo!
Eso me subleva. Me pica el cuello.
¿Quién es él para prohibirme nada? Y dispuesta a presentar batalla, contesto:
—Te equivocas, chato. Voy a seguir haciendo motocross. Aquí, allí y donde me dé la real gana. Y para que lo sepas: he ido alguna mañana con tu primo Jurgen y sus amigos a correr. ¿Me ha pasado algo? Nooooooooooooo..., pero tú, como siempre, tan dramático.
Sus ojos echan fuego. No lo estoy haciendo bien. Sé que estoy metiendo la pata hasta el fondo, pero ya nada puedo hacer. ¡Soy una bocazas! Joe me mira. Asiente con la cabeza. Se muerde el labio.
—¿Has estado ocultándomelo?
—Sí.
—¿Por qué? Creo que lo primero que nos pedimos cuando retomamos nuestra relación fue sinceridad, ¿no, _____?
No respondo. No puedo. Tiene razón. Soy lo peor. Me pica el cuello. ¡Los ronchones! De pronto, la puerta del garaje se abre y aparecen Sonia y Marta. Nos miran, y Sonia dice:
—Vosotros, ¿para qué tenéis los móviles?
Me sorprendo al verlas aquí. ¿Qué hora es? Pero Joe grita:
—¡Mamá, ¿cómo has podido darle la moto a _____?!
La mujer me mira. Yo suspiro.
—Hijo, vamos a ver, relájate. Esa moto en casa no hacía nada, y cuando _____ me dijo que ella hacía motocross como Hannah, lo pensé y decidí regalársela.
Joe resopla y grita otra vez:
—¡¿Cómo tengo que deciros que no os metáis en mi vida?! ¡¿Cómo?!
—Perdona, Joe... ¡Es mi vida! —aclaro ofendida.
Marta, al ver el genio de su hermano, lo mira y grita, señalándole:
—Punto uno: a mamá no le grites así. Punto dos: _____ es mayorcita para saber lo que puede o no puede hacer. Punto tres: que tú quieras vivir en una burbuja de cristal no quiere decir que los demás lo tengamos que hacer.
—¡Cállate, Marta! ¡Cállate! —sisea Joe.
Pero su hermana se acerca a él, y añade:
—No me voy a callar. Os hemos estado escuchando desde el interior de la casa. Y te tengo que decir que es normal que _____ no te contara ni lo de la moto ni otras cosas. ¿Cómo te lo iba a contar? Contigo no se puede hablar. Eres don Ordeno y Mando. Hay que hacer lo que a ti te gusta, o montas la de Dios. —Y mirándome, dice—: ¿Le has contado lo mío y lo de mamá?
Niego con la cabeza, y Sonia, llevándose las manos a la boca, susurra:
—Hija, por Dios..., cállate.
Joe, sin dar crédito, nos mira. Su gesto cada vez es más oscuro. Finalmente, se quita el abrigo. Tiene calor. Lo deja sobre el capó del coche, se pone las manos en la cintura y, mirándome intimidatoriamente, pregunta:
—¡¿Qué es eso de si me has contado lo de mi madre y mi hermana?! ¡¿Qué más secretos me ocultas?!
—Hijo, no grites así a _____. Pobrecilla.
No puedo hablar. Tengo la lengua pegada al paladar, y Marta, ni corta ni perezosa, dice:
—Para que lo sepas, mamá y yo llevamos meses recibiendo un curso de paracaidismo. ¡Ea!, ya te lo he dicho. Ahora enfádate y grita; eso se te da de lujo, hermanito.
La cara de Joe es todo un poema.
—¡¿Paracaidismo?! ¿Os habéis vuelto locas?
Las dos niegan con la cabeza y, de pronto, Simona, con gesto descompuesto, entra en el garaje.
—Señor, Flyn está llorando. Quiere que suba usted.
Joe mira a la mujer y dice:
—¿Qué hace Flyn despierto a estas horas? —Da un paso, pero se para en seco. Mira a su hermana y a su madre, y pregunta—: ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estáis aquí vosotras a estas horas?
No les da tiempo a contestar. Sale escopeteado hacia la habitación de Flyn. Sonia va tras él. Marta me mira y, asustada, pregunto:
—¿Qué pasa?
Marta suspira y me mira.
—Cielo, siento decirte que mi sobrino se ha caído con el skate y se ha roto un brazo.
Cuando escucho eso las piernas se me doblan. No. ¡No puede ser verdad!
—¿Cómo?
—Os hemos llamado por teléfono mil veces, pero no lo cogíais.
Blanca como la pared, miro a Marta.
—No había cobertura donde estábamos. ¿Está bien?
—Sí, aunque no hace más que repetir que Joe se va a enfadar contigo.
Mientras entramos en el interior de la casa, mi corazón bombea con fuerza. Joe no me perdonará nada de todo esto. Todos los secretos que me martirizaban han salido a la luz al mismo tiempo. Eso le enfadará mucho. Lo sé. Lo conozco.
Cuando entro en la habitación de Flyn, el pequeño está escayolado. Me mira, y cuando me voy a acercar a él, Joe se pone delante y sisea:
—¿Cómo has podido desobedecerme? Te dije que no al skate.
Tiemblo. Tiemblo descontroladamente y con un hilo de voz susurro:
—Lo siento, Joe.
Con el gesto totalmente desencajado, me mira con desprecio.
—No lo dudes, _____. Por supuesto que lo vas a sentir.
Cierro los ojos.
Sabía que esto sucedería algún día, pero jamás pensé que Joe reaccionaría tan a la tremenda. Estoy tan desorientada que no sé qué decir. Sólo veo su fría mirada. Echándome a un lado, me acerco al niño y le beso en la frente.
—¿Estás bien?
El crío asiente.
—Perdóname, _____. Me aburría, cogí el skate y me caí.
Con cariño, sonrío y murmuro:
—Lo siento, cielo.
El pequeño asiente con tristeza. Joe me coge del brazo, me saca de la habitación junto a su madre y a su hermana, y dice con furia:
—Idos a dormir. Ya hablaré con vosotras. Yo me quedo con Flyn. Esa noche, cuando entro en nuestra habitación, no sé qué hacer. Me siento en la cama y me desespero. Quiero estar con Joe y con Flyn. Quiero acompañarlos, pero Joe no me lo permite.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Pasamos de esto:
A esto:
Saludos chicas!!!
Gracias por comentar
Y ya tengo TRABAJO!!!
Espero seguir publicandoles segido xD
A esto:
Saludos chicas!!!
Gracias por comentar
Y ya tengo TRABAJO!!!
Espero seguir publicandoles segido xD
Monse_Jonas
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