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Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
:o como la dejas ahii !!! se supieron todos los secretos D: probre flyn nanai para su brazo
mfsuarez09
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Chicas ¿han leído el libro "no me olvides"?
Es un libro cortito de 10 capitulo que esta HERMOSO, lloré como nunca y me dio mucho coraje hahaha, pero hermoso.
¿quieren que se los suba con Joe?
Es un libro cortito de 10 capitulo que esta HERMOSO, lloré como nunca y me dio mucho coraje hahaha, pero hermoso.
¿quieren que se los suba con Joe?
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Primero ..... Felicidades!!!!
Segundo.... No... No lo e leído ni escuchado de el!!!
Tercero joe la perderá para siempre!!!
Segundo.... No... No lo e leído ni escuchado de el!!!
Tercero joe la perderá para siempre!!!
chelis
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Siii suubee otra novela❤ y tambn sube cap!!
mfsuarez09
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Hola soy yo la desaparecida!
Lo siento es que ando haciendo una tarea que me dejaron de la escuela y de repente se me olvida entrar al foro!
Aparte de que me distraigo con animes!
Ok, pero ya me reporto!
No puedo creer todo lo que está pasando!
Espero que se arreglen las cosas!
Sobre el libro mmmm.... Me suena pero no me acuerdo si ya lo leí?
Así que sí quieres subirle yo me pasare por el tema!
Síguela pronto
Lo siento es que ando haciendo una tarea que me dejaron de la escuela y de repente se me olvida entrar al foro!
Aparte de que me distraigo con animes!
Ok, pero ya me reporto!
No puedo creer todo lo que está pasando!
Espero que se arreglen las cosas!
Sobre el libro mmmm.... Me suena pero no me acuerdo si ya lo leí?
Así que sí quieres subirle yo me pasare por el tema!
Síguela pronto
aranzhitha
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Capitulo Treinta y seis
A la mañana siguiente, cuando bajo a la cocina, están sentadas a la mesa Marta, Joe y Sonia. Discuten. Cuando yo entro, se callan, y eso me hace sentir fatal.
Simona, con cariño, me prepara una taza de café. Con su mirada me pide tranquilidad. Conoce a Joe y sabe que está furioso, y me conoce a mí. Cuando me siento a la mesa miro a Joe y pregunto:
—¿Cómo está Flyn?
Con una mirada dura que no me gusta, sisea:
—Gracias a ti, dolorido.
Sonia mira a su hijo y gruñe:
—¡Maldita sea, Joe!, no es culpa de _____. ¿Por qué te empeñas en culpabilizarla?
—Porque ella sabía que no debía enseñarle a utilizar el skate. Por eso la culpabilizo —responde, furioso.
Me tiemblan las piernas. No sé qué decir.
—Pero ¿tú eres tonto o te lo haces? —interviene Marta.
—Marta... —sisea Joe.
—¿Qué es eso de que ella no debía? Pero ¿no ves que el niño ha cambiado gracias a ella? ¿No ves que Flyn ya no es el niño introvertido que era antes de que ella llegara? —Joe no responde, y Marta continúa—: Deberías darle las gracias por ver a Flyn sonreír y comportarse como un crío de su edad. Porque, ¿sabes, hermanito?, los críos se caen, pero se levantan y aprenden, algo que por lo visto tú todavía no has aprendido.
No responde. Se levanta y sin mirarme se marcha de la cocina. Mi corazón se encoge, pero tras echar una mirada a las tres mujeres que me observan, murmuro:
—Tranquilas, hablaré con él.
—Dale un pescozón. Es lo que se merece —sisea Marta.
Sonia me mira, toca mi mano y murmura:
—No te culpabilices de nada, tesoro. Tú no tienes la culpa de nada. Ni siquiera de tener la moto de Hannah y salir con Jurgen y sus amigos.
—Tenía que habérselo dicho —declaro.
—Sí, claro, ¡como si fuera tan fácil decirle algo a don Gruñón! —protesta Marta—. Demasiada paciencia tienes con él. Mucho le tienes que querer porque, si no, es incomprensible que lo soportes. Yo lo quiero, es mi hermano, pero te aseguro que no lo soporto.
—Marta... —susurra Sonia—, no seas tan dura con Joe.
Se levanta y se enciende un cigarrillo. Yo le pido otro. Necesito fumar.
Cuando salgo de la cocina veinte minutos después, me acerco hasta la puerta del despacho de Joe. Tomo aire y entro. Al verme, clava sus acusadores ojos en mí y sisea:
—¿Qué quieres, _____?
Me acerco a él.
—Lo siento. Siento no haberte dicho lo...
—No me valen tus disculpas. Has mentido.
—Tienes razón. Te he ocultado cosas, pero...
—Me has mentido todo este tiempo. Me has ocultado cosas importantes cuando tú sabías que no debías hacerlo. ¿Tan ogro soy que no puedes decirme las cosas?
No respondo. Silencio. Nos miramos y, finalmente, pregunta:
—¿Qué significado tiene para ti eso de ahora y siempre? ¿Qué significa para ti el compromiso de estar juntos?
Sus preguntas me descolocan. No sé qué responder. Silencio. Al final, él dice:
—Mira, _____, estoy muy cabreado contigo y conmigo mismo. Mejor sal del despacho y déjame tranquilo. Quiero pensar. Necesito relajarme o, tal y como estoy, voy a hacer o decir algo de lo que me voy a arrepentir.
Sus palabras me sublevan y, sin hacerle caso, siseo:
—¿Ya me estás echando de tu vida como haces siempre que te enfadas?
No responde. Me mira, me mira, me mira, y yo decido darme la vuelta y salir de la habitación.
Con lágrimas en los ojos me dirijo hacia mi cuarto. Entro y cierro la puerta. Sé que su enfado es justificado. Sé que yo me lo he buscado, pero él tiene que darse cuenta de que si no le he dicho nada ha sido porque todos temíamos su reacción. Estoy arrepentida. Muy arrepentida, pero ya nada se puede hacer.
Diez minutos después, Marta y Sonia pasan a despedirse de mí. Están preocupadas. Yo sonrío y les indico que se marchen tranquilas. La sangre no llegará al río.
Cuando se van, me siento en la mullida alfombra de mi habitación. Durante horas pienso y me lamento. ¿Por qué lo he hecho tan mal? De pronto, oigo que un coche se marcha. Me asomo a la ventana y me quedo sin palabras al ver que quien se va es Joe. Salgo de la habitación, busco a Simona, y ésta, antes de que yo pregunte, me explica:
—Ha ido a ver a Zayn. Ha dicho que no tardará.
Cierro los ojos y suspiro. Subo a la habitación de Flyn, y el pequeño, al verme, sonríe. Su aspecto es mejor que el de la noche anterior. Me siento en su cama y murmuro, tocándole la cabeza.
—¿Cómo estás?
—Bien.
—¿Te duele el brazo?
El crío asiente y, al sonreír, digo:
—¡Aisss, Dios!, cariño, pero ¡si te has roto también un diente!
La alarma en mi cara es tal que Flyn murmura:
—No te preocupes. La abuela Sonia dice que es de leche.
Asiento, y me sorprende con sus palabras:
—Siento que el tío esté tan enfadado. No cogeré el skate. Me advertiste de que nunca lo usara sin estar tú delante. Pero me aburría y...
—No te preocupes, Flyn. Estas cosas pasan. ¿Sabes?, yo cuando era pequeña me rompí una vez una pierna al saltar en moto y, años después, un brazo. Las cosas pasan porque tienen que pasar. De verdad, no le des más vueltas.
—¡No quiero que te vayas, _____!
Eso me descoloca.
—¿Y por qué me voy a marchar? —pregunto.
No contesta. Me mira, y entonces murmuro con un hilo de voz:
—¿Te ha dicho tu tío que me voy a ir?
El crío niega con la cabeza, pero yo saco mis propias conclusiones.
Dios, no. ¡Otra vez no!
Trago el nudo de emociones que en mi garganta pugna por salir. Respiro y susurro:
—Escucha, cielo. Tanto si me voy como si me quedo, seguiremos siendo amigos, ¿vale? —Asiente, y yo con el corazón dolorido cambio de tema—: ¿Te apetece que juguemos a las cartas?
El niño accede, y yo me trago las lágrimas. Juego con él mientras mi cabeza piensa en lo que ha dicho. ¿Querrá Joe que me vaya?
Tras la comida, Joe regresa. Va directo a la habitación de su sobrino, y yo me abstengo de entrar. Durante horas me tiro en el sillón del salón y veo la televisión, hasta que no puedo más, y salgo al exterior con Susto y Calamar. Me doy una vuelta por la urbanización y tardo más de la cuenta con la esperanza de que Joe me busque o me llame al móvil. Pero nada de eso ocurre, y cuando regreso, Simona sale de su casa y me indica que el señor ya se ha ido a dormir.
Miro mi reloj. Las once y media de la noche.
Confusa porque Joe se acueste sin regresar yo, entro en la casa y, tras dar de beber a los animales, subo la escalera con cuidado. Me asomo al cuarto de Flyn y el pequeño duerme. Voy hasta él, le doy un beso en la frente y me encamino a mi habitación. Al entrar, miro hacia la cama. La oscuridad no me deja ver con claridad a Joe, pero sé que el bulto que vislumbro es él. En silencio, me desnudo y me meto en la cama. Tengo los pies congelados. Quiero abrazarlo y, cuando me acerco a él, se da la vuelta.
Su desprecio me duele, pero decidida a hablar con él, murmuro:
—Joe, lo siento, cariño. Por favor, perdóname.
Sé que está despierto. Lo sé. Y sin moverse responde:
—Estás perdonada. Duérmete. Es tarde.
Con el corazón roto me acurruco en la cama y, sin tocarlo intento dormirme. Doy mil vueltas y al final lo consigo.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Treinta y Siete
Cuando me despierto al día siguiente estoy sola en la cama. Eso no me extraña, pero cuando bajo a la cocina y Simona me indica que el señor se ha ido a trabajar, resoplo de indignación. ¿Por qué me he dormido justo hoy?
Como puedo paso el día junto a Flyn. El pequeño está irascible. Le duele el brazo y su buen rollo conmigo es nulo.
Desesperada me siento con Simona a ver “Locura esmeralda”. Ese día Luis Alfredo Quiñones, el amor de Esmeralda Mendoza, cree que ella lo engaña con Rigoberto, el mozo de cuadras de los Halcones de San Juan, y cuando el capítulo acaba Simona y yo nos miramos desesperadas. ¿Cómo nos pueden dejar así?
Joe no viene a comer, y al regresar bien entrada la tarde de la oficina, cuando me ve, no me besa. Me saluda con un seco movimiento de cabeza y se va a ver a su sobrino. Cena con él, y cuando llega la hora de dormir, hace lo mismo de la noche anterior. Se da la vuelta y no me habla. No me abraza.
Durante cuatro días soporto ese trato. No me habla. No me mira. Y el jueves me sorprende cuando me busca en mi cuartito y me espeta:
—Tenemos que hablar.
¡Uf!, qué mal suena esa frase. Es asoladora, pero asiento.
Me indica que pase a su despacho. Va a ver a su sobrino. Hago lo que me pide. Lo espero. Espero durante más de dos horas. Me está provocando. Cuando entra en el despacho mis nervios están por todo lo alto. Él se sienta a su mesa. Me mira como llevaba días sin mirarme y se repanchinga en su sillón.
—Tú dirás.
Boquiabierta, le miro y siseo:
—¡¿Yo diré?!
—Sí, tú dirás. Te conozco, y sé que tendrás mucho que decir.
Como un huracán me cambia el gesto. Su chulería en ocasiones me puede y, sin más, me explayo:
—¿Cómo puedes ser tan frío? ¡Por favor! Estamos a jueves y llevas desde el sábado sin hablarme. ¡Oh, Dios!, me estaba volviendo loca. ¿Acaso pretendes no hablarme nunca más? ¿Martirizarme? ¿Clavarme en una cruz y ver cómo me desangro delante de ti? Frío..., frío..., eso es lo que eres: un alemán frío. Todos sois iguales. No tenéis sentido del humor. Pero si cuando os cuento un chiste ni os reís, y si soy simpática os creéis que estoy flirteando. Por favor, ¿en qué mundo vivimos? Me tienes aburrida, ¡aburrida! ¿Cómo puedes ser tan..., tan... gilipollas? —grito—. ¡Harta! ¡Estoy harta! En momentos así no sé qué hacemos tú y yo juntos. Somos fuego contra hielo, y me estoy cansando de intentar que no me consumas con tu puñetera frialdad.
No responde. Sólo me mira y prosigo:
—Tu hermana Hannah murió, y tú te ocupas de su hijo. ¿Crees que ella aprobaría lo que estás haciendo con él? —Joe resopla—. Yo no la conocí, pero por lo que sé de ella, estoy segura de que hubiera enseñado a hacer a Flyn todo lo que tú le niegas. Como dijo tu hermana la otra noche, los niños aprenden. Se caen, pero se levantan. ¿Cuándo te vas a levantar tú?
—¿A qué te refieres? —murmura con furia.
—Me refiero a que dejes de preocuparte por las cosas cuando aún no han pasado. Me refiero a que dejes vivir a los demás y entiendas que no a todos nos gusta lo mismo. Me refiero a que aceptes que Flyn es un niño y que debe aprender cientos de cosas que...
—¡Basta!
Me retuerzo las manos. Estoy muy nerviosa, y al ver su gesto contrariado, pregunto:
—Joe, ¿no me extrañas? ¿No me echas de menos?
—Sí.
—¿Y por qué? Estoy aquí. Tócame. Abrázame. Bésame. ¿A qué esperas para hablar conmigo e intentar perdonarme de corazón? ¡Joder!, que no he matado a nadie. Que soy humana y cometo errores. Vale, acepto lo de la moto. Te lo tenía que haber dicho. Pero vamos a ver, ¿te he prohibido yo a ti que vayas al tiro olímpico? No, ¿verdad? ¿Y por qué no te lo he prohibido a pesar de que odio las armas? Pues muy fácil, Joe, porque te quiero y respeto que te guste algo que a mí no me gusta. En cuanto a Flyn, efectivamente, tú me dijiste que no al skateboard, pero el niño quería. El niño necesitaba hacer lo que hacen sus compañeros para demostrar a esos que lo llaman “chino, miedica y gallina” que puede ser uno de ellos y tener un puñetero skateboard. ¡Ah!, y eso por no hablar de que al niño le gusta una chica de su clase y la quiere impresionar. ¿A que no lo sabías? —Niega con la cabeza, y continúo—: En cuanto a lo de tu madre y tu hermana, ellas me pidieron que no dijera nada, que les guardara el secreto. Y la pregunta es: cuando mi padre te guardó el secreto de que habías comprado la casa de Jerez, ¿me tenía que haber enfadado con él?, ¿le tenía que haber lapidado por ello? Venga ya, por favor... Yo sólo he hecho lo que las familias hacen: guardarse pequeños secretos e intentar ayudarse. Y en cuanto a Betta, ¡oh, Dios!, cada vez que pienso que te tocó delante de mí, se me llevan los demonios. Si lo llego a saber, le corto las zarpas porque....
—¡Cállate! —grita Joe, acalorado—. Ya he escuchado bastante.
Eso me subleva, y soy incapaz de hacerlo.
—Estás esperando a que me vaya, ¿verdad?
Mi pregunta lo sorprende. Lo conozco y sus ojos me lo dicen. Y sin darle tregua porque estoy histérica, pregunto:
—¿Por qué le has dicho a Flyn que a lo mejor me voy de aquí? ¿Acaso es lo que me vas a pedir que haga y ya estás preparando al niño?
Se queda sorprendido.
—Yo no le he dicho eso a Flyn. ¿De qué hablas?
—No te creo.
No responde. Me mira, me mira y me mira, pero al final dice:
—No sé qué hacer contigo, _____. Te quiero, pero me vuelves loco. Te necesito, pero me desesperas. Te adoro, pero...
—¡Serás gilipollas...!
Se levanta de la mesa y exclama con el gesto contraído:
—¡Basta! No me vuelvas a insultar.
—Gilipollas, gilipollas y gilipollas.
¡Madre mía, cómo me estoy pasando! Pero tras tantos días sin hablarme, soy un tsunami.
Me mira, furioso. Yo me envalentono y, con chulería, le recrimino:
—Te deberían cambiar el nombre y llamarte don Perfecto. ¿Qué pasa? ¿Tú no cometes errores? ¡Oh, no!, el señor Zimmerman es ¡Dios!
—¿Quieres callarte y escucharme? Necesito decirte algo y quiero pedirte que...
—Quieres pedirme que me vaya, ¿verdad? Sólo te falta que incumpla alguna norma más para echarme de nuevo de tu vida.
No responde. Nos miramos como rivales.
Le quiero besar. Lo deseo. Pero no es momento para ello. Entonces se abre la puerta del despacho y aparece Zayn con una botella de champán en las manos. Nos mira, y antes de que diga nada, me acerco a él. Le agarro del cuello y le beso en los labios. Meto mi lengua en su boca, y sus ojos me miran extrañados. No entiende qué estoy haciendo. Cuando me separo de él, con furia, miro a Joe y digo ante el gesto de incredulidad de Zayn:
—Acabo de incumplir tu gran norma: desde este instante mi boca ya no es tuya.
El gesto de Joe es indescriptible. Sé que no esperaba eso de mí. Y ante la expresión alucinada de Zayn, explico:
—Te lo voy a facilitar. No hace falta que me eches, porque ahora la que se va soy yo. Recogeré todas mis cosas y desapareceré de tu casa y de tu vida para siempre. Me tienes aburrida. Aburrida de tener que ocultarte las cosas. Aburrida por tus normas. ¡Aburrida! —grito. Pero antes de salir y con la respiración entrecortada siseo—: Sólo te voy a pedir un último favor: necesito que tu avión me lleve a mí, a Susto y a mis cosas hasta Madrid. No quiero meter a Susto en una jaula en la bodega de un avión y...
—¿Por qué no te callas? —maldice, furioso, Joe.
—Porque no me da la real gana.
—Chicos, por favor, serenaos —pide Zayn—. Creo que estáis exagerando las cosas y...
—He estado callada —prosigo, obviando a Zayn y mirando a Joe— cuatro días y a ti no te ha importado lo que yo pudiera pensar o sentir. No te ha importado mi dolor, mi furia o mi frustración. Por lo tanto, no me pidas ahora que me calle porque no lo voy a hacer.
Zayn, alucinado, nos observa, y Joe murmura:
—¿Por qué estás diciendo tantas tonterías?
—Para mí no lo son.
Tensión. Nos miramos airados, y mi alemán pregunta:
—¿Por qué te vas a llevar a Susto?
Enardecida, me acerco a él.
—¿Qué pasa, vas a luchar por su custodia?
—Ni él ni tú os vais a ir. ¡Olvídate de ello!
Tras su grito, levanto el mentón, me retiro el pelo de la cara y musito:
—De acuerdo. Ya veo que no me vas a ayudar en lo referente a tu puñetero jet privado. ¡Perfecto! Susto se queda contigo. Ya encontraré la manera de llevármelo porque me niego a meterlo en la bodega de un avión. Pero que sepas que yo el domingo ¡me voy!
—Pues vete, ¡maldita sea! ¡Márchate! —grita, descontrolado.
Sin más, salgo del despacho mientras siento que de nuevo tengo el corazón partido.
Por la noche duermo en mi cuartito. Joe no me busca. No se preocupa por mí, y eso me desmotiva total y completamente. He cumplido su objetivo. Le he facilitado que no fuera él quien me echara de su casa y de su vida. Tumbada en la mullida alfombra junto a Susto, miro por la cristalera mientras soy consciente de que mi bonita historia de amor con este alemán se ha acabado.
Al día siguiente, cuando Joe se marcha a trabajar, estoy molida. La alfombra es la bomba, pero tengo la espalda destrozada. Cuando entro en la cocina, Simona, ajena a mi pena, me saluda. Tomo el café en silencio, hasta que le pido que se siente a mi lado. Cuando le cuento que me marcho, su rostro se contrae y, por primera vez en todo el tiempo que llevo aquí, veo a la mujer llorar con desconsuelo. Me abraza, y yo la abrazo.
Durante horas recojo todas las cosas que hay mías por la casa. Guardo fotos, libros, CD en cajas, y cada vez que cierro una con cinta, el corazón se me encoge. Por la tarde, quedo con Marta en el bar de Arthur, y cuando le digo que me marcho, sorprendida, dice:
—Pero ¿mi hermano es imbécil?
Su expresividad me hace sonreír y, tras tranquilizarla, murmuro:
—Es lo mejor, Marta. Está visto que tu hermano y yo nos queremos mucho, pero somos totalmente incapaces de arreglar nuestros problemas.
—Mi hermano y tú, no. ¡Mi hermano! —insiste ella—. Conozco a ese cabezón, y si tú te vas es, seguro, porque él no te lo ha puesto fácil. Pero te juro por mi madre que me va a oír. Le voy a poner verde por ser como es. ¿Cómo puede dejarte ir? ¿¡Cómo!?
Frida se suma a nuestro duelo y, durante horas, charlamos. Nos consolamos mutuamente, mientras Arthur se acerca a nosotras para traernos bebidas frescas. No sabe qué nos pasa. Lo único que sabe es que tan pronto lloramos como reímos.
De pronto, recuerdo algo. Miro el reloj. Es viernes, y son las siete y veinte.
—¿Sabéis dónde está la Trattoria de Vicenzo?
—¿Tienes hambre? —pregunta Marta.
Niego con la cabeza y les comento que a esa hora sé que Betta estará en ese lugar.
—¡Ah, no! —dice Frida al ver mi mirada—. ¡Ni se te ocurra! Si Joe se entera se enfadará más y...
—¿Y qué? —pregunto—. ¿Qué importa ya?
Las tres nos miramos y, como brujas, nos partimos de risa. Nos montamos en el coche de Marta y veinte minutos después estamos frente a ese lugar. Entre risas, urdimos un plan. Esa Betta se va a enterar de quién es _____ Flores.
Cuando entramos en el bonito restaurante, escaneo el local en busca de ella. Como imaginaba, está sentada a una mesa con varias personas. Durante un rato la observo. Parece encantada y feliz.
—_____, si quieres, lo dejamos —susurra Marta.
Yo niego con la cabeza. Mi venganza se va a completar. Camino con decisión hasta la mesa, y Betta, cuando nos ve a las tres, se queda blanca. Yo sonrío, y le guiño un ojo. Para mala, ¡yo! Cuando estamos a su lado, Frida dice:
—Hombre, Betta. ¿Tú aquí?
—¡Vaya, vaya, qué casualidad! —digo, riendo, y Betta se descompone.
Todos los comensales que hay a la mesa nos miran, y yo me presento.
—Soy _____ Flores, española como Betta. —Todos asienten, y murmuro con una sonrisa encantadora y angelical—: Encantada de conocerlos.
Los comensales sonríen, y sin perder tiempo, pregunto:
—Un pajarito me ha dicho que hoy alguien te iba a preguntar algo importante. ¿Es cierto que te han pedido matrimonio?
Con una descolocada sonrisa, asiente, y su prometido, un hombre entradito en años, afirma, feliz:
—Sí, señorita. Y esta preciosidad ha dicho que sí. —Y cogiéndole la mano, añade—: De hecho, mi madre le acaba de dar el anillo de pedida de la familia, una verdadera joya.
Los invitados aplauden, y Marta, Frida y yo también. Todos sonríen mientras nos ofrecen unas copas de champán y, encantadas de la vida, las aceptamos y bebemos. Nos hacen hueco. Nos sentamos con ellos a la mesa, y Betta me observa. Yo sonrío y, mirando al futuro marido de ella, digo:
—Raimon, ella sí que es una joya..., una auténtica joyita.
El hombre asiente, orgulloso, y, divertida, junto a mis dos compinches, los animamos a que todos griten: “¡Que se besen!”
Betta me mira furiosa y, yo, encantada, aplaudo hasta que por fin se besan. Cuando lo hacen, cabeceo, y con una angelical voz, vuelvo a preguntar:
—¿Y quién es el primo Alfred?
Un joven de mi edad levanta la mano, y mirándolo, pregunto:
—¿Le has dicho a Raimon que tú te acuestas con Betta también? Creo que merece saberlo, aunque todo quede en familia.
Las caras de todos cambian. Raimon, el novio, se levanta y pregunta:
—¿Cómo dice, joven?
Con pesar, asiento. Toco en el hombro al pobre Raimon, me levanto y cuchicheo:
—Vamos, Alfred, ¡cuéntaselo!
Todos miran al abochornado joven, y Frida insiste:
—Venga, Alfred..., es tu primo. Es lo mínimo que puedes hacer.
Betta está roja. No sabe dónde meterse mientras los que iban a convertirse en sus suegros le exigen que les devuelva el anillo de la familia. Encantada por ver aquello, miro al descolorido Raimon y murmuro:
—Sé que es una putada lo que te estoy contando, pero a la larga me lo vas a agradecer, Raimon. Esta joyita sólo se casa contigo por tu dinero. En la cama, no le pones nada y se acuesta con media Alemania. Y antes de que lo preguntes, sí, lo puedo demostrar.
Fuera de sí, Betta se levanta y grita mientras la madre de Raimon le estira del dedo para recuperar su anillo:
—¡Mentira, eso es mentira! ¡Raimon, no la escuches!
Marta, que ha estado callada hasta este instante, sonríe con malicia y apunta:
—Betta..., Betta..., que te conocemos. —Y mirando a los comensales, añade—: Mi hermano se llama Joe Zimmerman, salió con ella un tiempo, pero la dejó cuando la encontró con su propio padre retozando en la cama. ¿Qué les parece? Feo, ¿verdad?
Alucinados, todos se levantan para pedir explicaciones, y Frida murmura:
—¡Aisss, Betta, cuándo aprenderás!
Raimon está furioso y sus padres, junto a otras personas, no dan crédito a lo que escuchan. Alfred no sabe dónde meterse. Todos gritan. Todos opinan. Betta no sabe qué decir y, entonces, sin tocarla, me acerco a ella y murmuro en español:
—Te lo dije. Te dije que conmigo no se jugaba, ¡zorra! Vuelve a acercarte a Joe, a su familia, a sus amigos o a mí, y te juro que te echan de Alemania.
Dicho esto, Frida, Marta y yo salimos del restaurante. Mi venganza con esa idiota ha finalizado. Con la adrenalina por los aires, decidimos ir a bailar al Guantanamera. No quiero regresar a casa. No quiero ver a Joe, y un poquito de salsa cubana y ¡azúcar! me vendrá bien.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Chicas espero les gusten los capis porque después de que la rayis se va, pasa algo *0*
Y acá les dejo el link de NO ME OLVIDES: https://onlywn.activoforo.com/t82881-no-me-olvides#4675341
Espero verlas por haya ñ_ñ
Saludos a todas
Y gracias por comentar xD
Y acá les dejo el link de NO ME OLVIDES: https://onlywn.activoforo.com/t82881-no-me-olvides#4675341
Espero verlas por haya ñ_ñ
Saludos a todas
Y gracias por comentar xD
Monse_Jonas
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