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Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
claro que me gusta!!!!...
pero debo confesar que ya no soy la misma!!!... estoy mas triste!!!... y todo en mi casa me recuerda a mi mami!!!.... pero con ustedes me distraigo!!... asi que no la dejes de escribir!!...
pero debo confesar que ya no soy la misma!!!... estoy mas triste!!!... y todo en mi casa me recuerda a mi mami!!!.... pero con ustedes me distraigo!!... asi que no la dejes de escribir!!...
chelis
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Capitulo Catorce
Cuando me despierto por la mañana me cuesta reconocer dónde estoy, pero el olor de Joe inunda mis fosas nasales y, cuando abro totalmente los ojos, está tumbado a mi lado.
—Buenos días, preciosa.
Encantada con su presencia en la cama a esas horas, sonrío.
—Buenos días, precioso.
Joe se acerca para besarme en la boca, pero le paro. Su cara es un poema, hasta que digo:
—Déjame que me lave los dientes, al menos. Al despertar me doy asco a mí misma.
Sin esperar respuesta, abandono la cama, entro en el baño, me lavo los dientes en cero coma un segundo y, sin preocuparme de mi pelo, salgo del baño, salto de nuevo a la cama y lo abrazo.
—Ahora sí. Ahora bésame.
No se hace de rogar. Me besa mientras sus manos se enredan en mi cuerpo, y yo, encantada, me enredo en el suyo. Varios besos después, murmuro:
—Oye, cariño, he estado pensando...
—¡Hum, qué peligro cuando piensas! —se mofa Joe.
Divertida, le pellizco en el culo y, al ver que me sonríe, prosigo:
—He pensado que como ahora yo estoy aquí no hace falta que contrates a nadie para que acompañe a Flyn cuando tú no estás. ¿Qué te parece la idea?
Joe me mira, me mira, me mira..., y contesta:
—¿Estás segura, pequeña?
—Sí, grandullón. Estoy segura.
Durante un buen rato, charlamos abrazados en la cama, hasta que de pronto se abre la puerta.
¡Adiós intimidad!
Flyn aparece con el gesto fruncido. No se sorprende al verme e imagino que Joe ya le ha dicho que estaba aquí. Sin mirarme se acerca a la cama.
—Tío, tu móvil suena.
Joe me suelta, coge el móvil y, levantándose de la cama, se acerca a la ventana para hablar. Flyn sigue sin mirarme, pero yo estoy dispuesta a ganármelo.
—¡Hola, Flyn!, qué guapo estás hoy.
El crío me mira, ¡oh, sí!, pasea sus achinados ojos por mi cara y suelta:
—Tú tienes pelos de loca.
Y sin más, se da la vuelta y se marcha.
¡Olé el chino! ¡Uisss, no...!, coreano-alemán.
Convencida de que el pequeño va a ser duro de roer, me levanto, voy al baño y me miro en el espejo. Realmente, ¡tengo pelos de loca! Mi pelo se mojó anoche y no es ni ondulado ni liso; es un refrito.
Joe entra en el baño, me abraza por detrás y, mientras lo observo a través del espejo, apoya su barbilla en mi coronilla.
—Pequeña..., debes vestirte. Nos esperan.
—¿Nos esperan? —pregunto, asombrada—. ¿Quién nos espera?
Pero Joe no responde y me da un nuevo beso en la coronilla antes de marcharse.
—Te espero en el salón. Date prisa.
Cuando me quedo sola en el baño, me miro en el espejo. ¡Joe y sus secretitos! Al final, decido darme una ducha. Al entrar de nuevo en el dormitorio, sonrío al ver que Joe ha dejado sobre la cama mis pantalones vaqueros secos y mi camisa. ¡Qué mono! Una vez vestida, recojo mi melena en una coleta alta y, cuando llego al salón, Joe se levanta y me entrega un abrigo azulón que no es mío, pero sí de mi talla.
—Tu abrigo continúa húmedo. Ponte éste. Vamos....
Voy a preguntar adónde vamos cuando aparece Flyn con su abrigo, gorro y guantes puestos. Sin abrir la boca y cogida de la mano de Joe, llego hasta el garaje. Nos montamos en el Mitsubishi los tres y nos ponemos en camino. Al pasar junto a los cubos de basura de la calle, miro con curiosidad y veo tumbado en un lateral, sobre la nieve, un perro. Me da penita. ¡Pobrecito, qué frío debe de tener!
Suena la radio, pero para mi disgusto ¡no conozco esas canciones ni esos grupos alemanes!
Media hora después, tras aparcar el coche en un parking privado, entramos en un ascensor. Se abren las puertas en el quinto piso y un hombre alto, de aspecto impoluto, grita, abriendo los brazos:
—¡Joe! ¡Flyn!
El pequeño se tira a sus brazos, y Joe le da la mano, sonriendo. Segundos después, los tres me miran.
—Orson, ella es _____, mi novia —me presenta Joe.
El tal Orson es un tiarrón rubio y descolorido. Vamos, alemán, alemán, de esos que en verano se ponen del color de la sandía. Dejando a Flyn en el suelo, se acerca a mí.
—Encantado de conocerte.
—Lo mismo digo —respondo con educación.
El hombre me observa y sonríe.
—¿Española? —pregunta, dirigiéndose a Joe. Mi amor asiente, y el otro dice—: ¡Oh, España! ¡Olé, toro, castañetas!
Ahora sonrío yo. Escuchar eso me hace gracia.
—¡Qué española más guapa!
—Es preciosa, entre otras muchas cosas —asegura Joe, fusionando su mirada con la mía, sonriente.
Voy a decir algo cuando Orson me agarra por la cintura.
—Ésta es tu casa desde este instante. —Y, sin dejarme responder, prosigue—: Ahora ya sabes, relájate y disfruta. Desnúdate, y yo te proporcionaré todo lo que necesites.
Sin entender nada, miro a Joe. ¿Que me desnude?
Joe sonríe ante mi gesto.
¡Por el amor de Dios, Flyn está con nosotros!
Quiero hablar, protestar, pero mi gigante se acerca a mí y con complicidad me besa en los labios.
—Deseo que lo pases bien, pequeña. Vamos..., desnúdate y disfrútalo.
Me va a dar un patatús. Pero ¿se ha vuelto loco? ¿Qué pretende que haga?
—Vamos, sígueme, preciosa —me apremia Orson. Y mirando a Joe y Flyn, dice—: Vosotros si queréis os podéis marchar. Yo me ocupo de ella y de todas sus necesidades.
Calor. Me va a dar algo. Estoy indignada. Voy a gritar, a explotar como una posesa, cuando aparece una joven con un perchero lleno de ropa. Mira a Joe y se ruboriza; después, me mira a mí y pregunta:
—Ella es la clienta que viene a probarse ropa, ¿verdad?
Joe suelta una carcajada, y yo, al aclarar de pronto todo el entuerto que me estaba formando yo solita en mi cabeza, le doy un puñetazo en el estómago y me río. Joe coge de la mano a su sobrino y me da un beso en los labios.
—Necesitas ropa, cuchufleta. Vamos, ve con Orson y Ariadna, y cómprate todo, absolutamente todo, lo que tú quieras. Flyn y yo tenemos cosas que hacer.
Encantada de la vida, le devuelvo el beso y sigo a Orson y a la chica del perchero.
Entramos en una habitación con grandes espejos y varios percheros con todo tipo de ropa. Sorprendida, miro a mi alrededor.
—Joe me ha dicho que necesitas de todo —me informa Orson—. Por lo tanto, disfruta. Pruébate todo lo que quieras, y si no te convence nada, avísame y te traeremos más.
Boquiabierta, veo que el hombre se marcha. La joven me mira y sonríe.
—¡Empezamos! —exclama.
Durante más de dos horas me pruebo toda clase de pantalones, vestidos, faldas, camisas, botas, zapatos, abrigos y conjuntos de lencería. Todo es precioso, y lo peor, ¡tiene un precio prohibitivo!
Suenan unos golpes en la puerta. Instantes después se abre y aparece Joe. Estoy vestida con un sexy vestido negro de gasa muy parecido al que luce Shakira en su canción Gitana. Me encanta el vestido y a Joe, por su gesto, veo que también. Eso me hace sonreír. Ariadna, al verlo entrar, desaparece de la habitación, y nos quedamos los dos solos.
Con coquetería me doy una vueltecita ante él.
—¿Qué te parece?
Joe se acerca..., se acerca..., me agarra por la cintura y sonríe.
—Que no veo el momento de arrancártelo, pequeña.
Voy a protestar pero me besa. ¡Oh, Dios, cómo me gustan sus besos!
—Estás preciosa con este vestido —afirma cuando se separa de mí—. Cómpralo.
Inconscientemente, miro la etiqueta y me escandalizo.
—Joe es un... ¡Dios! Pero si cuesta dos mil seiscientos euros. ¡Ni loca! Vamos, por favor, no gano yo eso ni echando tropecientas mil horas extras.
Él sonríe y me agarra de la barbilla.
—Sabes que el dinero no es un problema para mí. Cómpralo.
—Pero...
—Necesitas un vestido para la fiesta de mi madre del día cinco, y con éste estás increíblemente bella.
La puerta se vuelve a abrir. Entran Ariadna y Orson. Este último me mira y da un silbido de aprobación.
—Este vestido está hecho para ti, _____.
Sonrío. Joe sonríe.
—Bueno, _____, ¿has visto cosas que te gusten? —inquiere Orson.
Boquiabierta, miro a mi alrededor. Todo es fantástico.
—Creo que me gusta todo —contesto con gesto de guasa.
Orson y Joe se miran, y mi Iceman dice:
—Envíanoslo todo a casa.
Horrorizada, intervengo rápidamente.
—Joe, ¡por Dios, ni se te ocurra! ¿Cómo vas a comprar todo esto?
Divirtiéndose con mis caras, el hombre que me tiene completamente enamorada acerca su rostro al mío y susurra:
—Pues si no quieres que lo envíen todo a casa, elige algo. Y cuando digo algo, me refiero a... ¡varias prendas, incluidos zapatos y botas! Las necesitas hasta que lleguen tus cosas desde España, ¿de acuerdo?
¡Guau! Eso me puede volver loca. Me encanta la ropa.
—Pero ¿estás seguro, Joe? —insisto.
—Totalmente seguro, pequeña.
—Joe..., me da apuro. Es mucho dinero.
Mi Iceman sonríe y me besa la punta de la nariz.
—Tú vales muchísimo más, cariño. Vamos, dame el gusto de verte disfrutar de esto. Coge absolutamente todo lo que tú quieras sin mirar el precio. Sabes que puedo permitírmelo. Por favor, hazme feliz.
De reojo, miro a Orson, y éste sonríe. ¡Vaya pedazo de compra que Joe le va a hacer! Finalmente, claudico. Estoy viviendo el sueño que cualquier mujer de la Tierra quisiera vivir. ¡Comprar sin mirar el precio! Tomo aire, me vuelvo hacia las cosas que me han cautivado, dispuesta a darle el gusto, aunque mejor dicho el gustazo me lo voy a dar yo. ¡Madre..., madre..., qué peligro tengo!
Ariadna se pone a mi lado para que le pase lo que quiero, y entonces lo hago. Sin pensar en el precio, cojo varios vaqueros, camisetas, vestidos, faldas largas y cortas, zapatos, botas, medias, bolsos, ropa interior, un abrigo largo, gorros, bufandas, guantes, un plumón rojo y varios pijamas.
Una vez que acabo, con el corazón acelerado, miro a Joe.
—Deseo todo esto, incluido el vestido que llevo.
Joe sonríe. Está encantado, feliz.
—Deseo concedido.
Última edición por Monse_Jonas el Mar 10 Jun 2014, 11:08 pm, editado 1 vez
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Capitulo Quince
Ataviada con un bonito vestido rojo que me he comprado esta tarde, me miro en el espejo de la habitación. Me he hecho un moño alto, y mi apariencia es sofisticada. Llueve una barbaridad. Hay una tormenta tremenda, y los truenos me hacen encogerme. No soy miedosa, pero los truenos nunca me han gustado.
Llamo a mi padre por teléfono a Jerez y hablo con él y con mi hermana. De fondo escucho las risotadas de mi sobrina y se me encoge el corazón. Mientras charlamos por teléfono, todos parecemos felices, a pesar de que sabemos que nos echamos mucho de menos. Muchísimo.
Tras colgar el teléfono algo emocionada, decido retocarme el maquillaje. He llorado, tengo la nariz como un tomate y necesito una puesta a punto. Cuando creo que ya estoy totalmente presentable otra vez, salgo de la habitación y, tras bajar por la presidencial escalera, aparezco en el salón. Es la última noche del año y quiero pasarlo bien con Joe y Flyn. Joe, al verme aparecer, se levanta y camina hacia mí. Está guapísimo con su traje oscuro y su camisa celeste.
—Estás preciosa, ____. Preciosa.
Me besa en los labios y su beso me sabe a deseo y amor. Durante una fracción de segundo nos miramos a los ojos, hasta que una vocecita protesta.
—Dejad de besaros ya. ¡Qué asco!
Flyn no soporta nuestras demostraciones de afecto, y eso nos hace sonreír, aunque al niño no le parece gracioso. Cuando me fijo en él, va vestido como Joe, pero ¡en miniatura! Asiento con aprobación.
—Flyn, así vestido, te pareces mucho a tu tío. Estás muy guapo.
El crío me mira y esboza una sonrisita. Le ha gustado mi comentario sobre que se parece a su tío, pero, aun así, me apremia para cenar.
—Vamos..., llegas tarde y tengo hambre.
Miro el reloj. ¡No son ni las siete!
¡Por Dios!, pero ¿cómo pueden cenar tan pronto?
Este horario guiri me va a matar. Joe parece leer mis pensamientos y sonríe. Cuando me recompongo, contemplo la preciosa y engalanada mesa que Simona y Norbert nos han preparado y pregunto mientras Joe me guía hacia una de las sillas:
—Bueno, y en Alemania, ¿qué se cena la última noche del año?
Pero antes de que me puedan responder se abre la puerta y aparecen Simona y Norbert con dos soperas que dejan sobre la bonita mesa. Sorprendida, observo que en una de las soperas hay lentejas, y en otra, sopa.
—¿Lentejas? —digo entre risas.
—¡Puag! —gesticula Flyn.
—Es tradición en Alemania, al igual que en Italia —contesta Joe, feliz.
—La sopa es de chicharrones con salchichas, señorita _____, y está muy sabrosa —indica Simona—. ¿Le pongo un poquito?
—Sí, gracias.
Simona llena mi plato, y todos me miran. Esperan que la pruebe. Cojo mi cuchara y hago lo que desean. Efectivamente, está muy buena. Sonrío, y los demás también lo hacen.
Incapaz de callar lo que pienso, mientras Norbert bromea con Flyn y Simona le llena el plato de sopa, miro a Joe y cuchicheo:
—¿Por qué no les dices a Simona y Norbert que se sienten con nosotros a cenar?
Mi propuesta en un principio le sorprende, pero tras entender lo que pretendo finalmente accede.
—Simona, Norbert, ¿les apetece cenar con nosotros?
El matrimonio se mira. Por su cara imagino que es la primera vez que Joe les propone algo así.
—Señor —responde Norbert—, se lo agradecemos mucho, pero ya hemos cenado.
Joe me mira. Como estoy dispuesta a conseguir mi propósito, digo sonriente:
—Me encantaría que para el postre se sentaran con nosotros, ¿me lo prometen?
El matrimonio se vuelve a mirar, y al final, ante la insistencia de Flyn, Simona sonríe y asiente.
Diez minutos después, tras acabar la sopa, Simona y Norbert entran con más platitos. Me quedo mirando fijamente uno.
—Eso es verdura. Se llama sauerkraut —indica Joe—. Es col agria. Pruébala.
—Sí. Está muy rico —señala Flyn.
Su gesto me demuestra que no le gusta y, por la pinta que tiene, no me llama. Decido declinar la oferta con la mejor de mis sonrisas y cojo un panecillo con algo que parece una salchicha blanca.
De pronto, veo que Norbert deja unas bandejas sobre la mesa. Aplaudo. Langostinos, queso y jabón ibérico. ¡Olé! Joe, al ver mi gesto, coge mi mano.
—No olvides que mi madre es española y tenemos muchas costumbres que ella nos ha inculcado.
—¡Mmm, me encanta el jamón! —añade el pequeño.
El jamoncito está de vicio. ¡Dios, qué maravilla! Y cuando traen el asado de pato, ya no puedo más. Pero como no quiero hacer un feo, me sirvo un poquito, y la verdad, ¡está exquisito!
También pruebo un queso alemán fundido y col con zanahoria. Me dicen que son comidas tradicionales para traer la estabilidad financiera, y como estoy en paro, ¡me pongo morada!
La cena es en todo momento amena, aunque me doy cuenta de que soy yo quien lleva el hilo de la conversación. Joe, con mirarme y sonreír, tiene bastante. Flyn intenta obviarme, pero la edad es un grado, y cuando hablo de juegos de la Wii o la PlayStation, es incapaz de no sumarse a la conversación. Joe sonríe y, acercándose a mí, murmura:
—Eres increíble, cariño.
Cuando decido que no voy a comer nada más para no reventar, aparecen Simona y Norbert con un postre que tiene una pinta maravillosa y que con sólo verlo ya lo quiero devorar.
—Bienenstich de Simona. ¡Qué rico! —aplaude Flyn, emocionado.
Sin que pueda apartar mis ojos de ese pastel con tan buena pinta, pregunto:
—¿Qué es eso?
—Es un postre alemán, señorita —indica Norbert—, que a mi Simona le sale de maravilla.
—¡Oh, sí! Es el mejor bienenstich que comerás en tu vida —me asegura Joe, divertido.
La mujer, emocionada al sentirse el centro de atención de todos, en especial de los tres hombres de la casa, sonríe y se dirige a mí:
—Es una receta que ha pasado de mi abuela a mi madre, y de mi madre a mí. El bienenstich está confeccionado por capas. La de abajo es masa quebrada con levadura; la segunda es un relleno de azúcar, mantequilla y crema de almendras que yo trituro hasta hacerla cremosa, y la de arriba es de nuevo masa quebrada con almendras caramelizadas.
—¡Mmm, qué rico! —susurro. Y levantándome con decisión, añado—: Como éste es el postre, se tienen que sentar con nosotros a comerlo. —Simona y Norbert se miran, y antes de que digan nada, les recuerdo—: ¡Me lo han prometido!
Joe sigue mi ejemplo; se levanta, retira una silla y le dice a la mujer:
—Simona, ¿serías tan amable de sentarte?
La mujer, casi sin respirar, se sienta, y junto a ella, su marido, y yo, acercándome, pregunto:
—Esto se corta como si fuera una tarta, ¿verdad?
Simona asiente.
—Muy bien, pues seré yo quien os sirva a todos este fantástico bienenstich. —Luego, miro al niño y le pido—: Flyn, ¿podrías traer dos platitos más para Simona y Norbert?
El pequeño, dichoso, se levanta, corre hacia la cocina y regresa con los dos platos. Con decisión, corto cinco trozos y los reparto, y una vez que me siento en mi silla, Joe me mira, satisfecho.
—Vamos..., atacadlo antes de que yo me lo coma todo —murmuro, haciéndoles reír a todos.
Entre risas y ocurrencias devoramos el maravilloso postre. Sorprendida, observo cómo las cuatro personas que me rodean disfrutan del momento como algo único, y yo soy tremendamente feliz. Entonces, les propongo que me canten un villancico alemán, y rápidamente Norbert se arranca con el tradicional O Tannenbaum.
O Tannenbaum, O Tannenbaum,
wie treu sind deine Blätter.
Du grünst nicht nur zur Sommerzeit,
nein auch im Winter, wenn es schneit.
O Tannenbaum, O Tannenbaum,
wie grün sind deine Blätter!
Los escucho, maravillada. Joe, con su sobrino sentado en su regazo, también canta ese villancico tan alemán que me pone la carne de gallina. Ver a esas cuatro personas unidas por la música me hace recordar a mi familia. Con seguridad, mi padre y mi hermana estarán rebañando el cordero, y mi sobrina y mi cuñado riendo por las bromas. Eso me emociona, y los ojos se me llenan de lágrimas.
Pero cuando acaban la canción aplaudo, y rápidamente Flyn, que ha entrado en el juego que yo quería, pide que yo cante uno en español. Mi mente va rápida, e intento pensar qué villancico él ha podido escucharle a Sonia y me arranco con Los peces en el río. Acierto, y el niño y Joe me siguen, y cantamos entre palmas.
Pero mira cómo beben los peces en el río,
pero mira cómo beben por ver a Dios nacido
Beben, y beben, y vuelven a beber,
los peces en el río por ver a Dios nacer.
Cuando acabamos, esta vez son Simona y Norbert quienes nos aplauden, y nosotros nos sumamos a los aplausos.
¡Qué momento tan bonito y familiar!
Joe descorcha una botella de champán, llena todas las bonitas copas y a Flyn le pone zumo de piña. Todos brindamos por san Silvestre.
Cuando Simona se empeña en recoger la mesa, quiero ayudarla. Al principio, ella y Norbert se quejan, pero al final desisten al escuchar a Joe decir:
—Simona, si ____ ha dicho que te ayuda, nada la va a detener.
La mujer se da por vencida y, encantada, la ayudo. Consigo que Norbert se quede con Joe y Flyn en el salón, hablando. Cuando regreso para quitar los últimos platos, Simona me susurra:
—No, señorita _____..., esos platos hay que dejarlos sobre la mesa hasta bien entrada la madrugada. En Alemania es tradición dejar las sobras de lo cenado en la mesa. Eso nos asegura que el año que viene tendremos la despensa bien llena.
Inmediatamente, suelto los platos con alegría.
—Pues ¡ea! ¡Todo sea por la despensa llena!
Durante un rato los cinco nos reímos mientras contamos anécdotas graciosas. Entre risas me comentan que allí es tradición un juego llamado Bleigiessen, y sorprendida escucho que se venden kits de Bleigiessen con los significados.
El Bleigiessen es un ritual para predecir o adivinar el futuro. Se funde plomo en una cuchara con el fuego de una vela y, una vez fundido, las gotas de plomo se echan a un recipiente con agua fría y se deja que endurezcan. Cada persona coge luego una de esas formas y, con la ayuda del kit, predice su futuro.
—Si el plomo tiene forma de mapa —dice Flyn, gozoso—, es que vas a viajar mucho.
—Si tiene forma de flor —indica Norbert—, significa que habrá nuevos amigos.
—Y si sale en forma de corazón —explica sonriendo Simona—, es que el amor llegará pronto.
Joe está disfrutando. Lo veo en su cara y en su forma de sonreír. Finalmente, se levanta de la mesa, nos invita a todos a sentarnos en el sillón y dice mientras pone la televisión:
—_____, en Alemania hay otra tradición. Resulta algo extraña, pero es una tradición.
—¿Ah, sí? ¿Y cuál es? —pregunto, curiosa.
Todos sonríen, y Joe, tras darme un dulce beso en la mejilla, indica:
—Los alemanes, después de la cena de Nochevieja y antes de salir a admirar los fuegos artificiales, solemos ver un vídeo cómico, bastante antiguo, en blanco y negro, llamado Dinner for One. Mira..., empieza tras los anuncios.
Los demás asienten y se acomodan, y Joe, al ver que me río, murmura:
—No te rías, morenita. ¡Es una tradición! Todos los canales de televisión lo emiten año tras año el 31 de diciembre. Pero lo más curioso de todo es que es un sketch en inglés, aunque en algunos canales lo ponen con subtítulos en alemán.
—¿Y de qué trata?
Joe me acomoda entre sus brazos y, mientras comienza el sketch, susurra en mi oreja:
—La señora Sophie celebra su noventa cumpleaños en compañía de James, su mayordomo, y varios amigos que ya no están porque han muerto. Lo gracioso es ver cómo el mayordomo, durante la velada, se hace pasar por cada uno de los amigos de la señora.
De pronto, para de hablar porque comienza a reír por lo que ve en la televisión. En el tiempo que dura el vídeo los miro con sorpresa a todos. Se divierten tanto que hasta Flyn abandona su habitual ceño fruncido para reír abiertamente ante las cosa que hace el mayordomo de la televisión.
Cuando acaba el sketck, Simona va a la cocina y regresa con cinco vasitos con uvas. Miro la fruta con asombro.
—Recuerda que mi madre es española —señala Joe—. Las uvas nunca han faltado en una noche así.
Emocionada, atontada y feliz por unas simples uvas, grito cuando Joe pone el canal internacional y conecta con la Puerta del Sol de Madrid.
¡¡Aisss, mi España!!
¡Viva España!
Me siento más española que nunca.
Quedan quince minutos para que acabe el año y ver en la televisión mi querido Madrid hace que me emocione. Flyn me mira sorprendido, y Joe se acerca a mí para decir en mi oreja:
—No me llores, cariño.
Me trago las lágrimas y sonrío.
—Tengo que ir al baño un segundito.
Desaparezco todo lo rápidamente que puedo.
Cuando entro en el baño y cierro la puerta, mi boca se contrae y lloro. Pero mis lágrimas son extrañas. Estoy feliz porque sé que mi familia está bien. Estoy feliz porque Joe está a mi lado. Pero las puñeteras lágrimas se empeñan en salir.
Lloro, lloro y lloro, hasta que consigo controlar el llanto. Me echo agua en la cara y, después de unos minutos en el baño, suenan unos golpecitos en la puerta. Salgo y Joe, preocupado, me pregunta:
—¿Estás bien?
—Sí —afirmo con un hilo de voz—, sólo que es la primera vez que estoy lejos de mi familia en una noche tan especial.
Mi cara y, sobre todo, mis ojos le indican lo que me pasa y me abraza.
—Lo siento, cariño. Siento que, por estar aquí conmigo, estés pasando un mal rato.
Sus palabras, de pronto, me reconfortan, me hacen sonreír, y le beso en los labios.
—No lo sientas, cielo. Está siendo una Navidad muy mágica para mí.
No muy convencido con lo que he dicho, clava sus impactantes ojos en mí y cuando
va a añadir algo más, le doy un rápido beso en los labios.
—Vamos..., regresemos al salón. Flyn, Simona y Norbert nos esperan.
Cuando el reloj de la Puerta del Sol comienza a sonar, les indico que ésos son los cuartos. Y cuando comienzan las verdaderas campanadas los animo a todos a meterse una uva en la boca. Para Flyn y Joe eso es algo que ya han hecho en otras ocasiones, pero para Norbert y Simona no, y me río al ver sus caras.
Uva a uva, mi carácter se refuerza.
Una. Dos. Tres. Papá, Raquel, Luz y mi cuñado están bien.
Cuatro. Cinco. Seis. Yo soy feliz.
Siete. Ocho. Nueve. ¿Qué más puedo pedir?
Diez. Once. Doce. ¡Feliz 2013!
Tras el último campanazo, Joe me va a abrazar, pero Flyn se mete entre los dos y nos separa. Yo sonrío y le guiño un ojo. Es normal. El pequeño quiere ser el primero. Norbert y Simona, al ser testigos de lo ocurrido, me abrazan y dicen en alemán:
—Gutes Neues Jahr!
Incapaz de contener mis impulsos, los besuqueo y, entre risas, les hago repetir en español:
—¡Feliz Año Nuevo!
El matrimonio se divierte repitiendo lo que yo les digo, riendo y dando muestras de su felicidad. Norbert y Simona después le dan la mano a Joe y se desean un Feliz Año mientras Flyn no se separa de su lado. Me agacho para estar a su altura y, sin que él proteste, le beso en la mejilla.
—Feliz Año, precioso. Que este año que comienza sea maravilloso y espectacular.
El pequeño me devuelve el beso y, para mi asombro, sonríe. Norbert lo coge entre sus brazos, y Joe rápidamente me mira, me abraza y con todo su amor murmura en mi oído, poniéndome la carne de gallina:
—Feliz Año Nuevo, mi amor. Gracias por hacer de esta noche algo muy especial para todos nosotros.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Espero les gusten los capis!!!
mañana les subo más xD
Gracias por comentar y saludotes
mañana les subo más xD
Gracias por comentar y saludotes
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
:O ohh Chelis, no sé que pasó, pero ANIMO chica, que aquí estamos ñ_ñ para lo que necesiteschelis escribió:claro que me gusta!!!!...
pero debo confesar que ya no soy la misma!!!... estoy mas triste!!!... y todo en mi casa me recuerda a mi mami!!!.... pero con ustedes me distraigo!!... asi que no la dejes de escribir!!...
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Oh me encanto. Siguelaaaaa por favoooor!!!!!!
JB&1D2
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Capitulo Dieciséis
Los días pasan y estar junto a Joe es lo mejor que me ha ocurrido. Me quiere, me mima y está pendiente de todo lo que necesito. Flyn es otro cantar. Rivaliza conmigo en todo, y yo intento hacerle ver que no soy su adversario. Si hago una tortilla de patatas, no le gusta. Si bailo y canto, me mira con desprecio. Si veo algo en la televisión, se queja. Directamente no me soporta y no lo disimula. Eso me pone cada día más frenética.
Hablo con mi familia en Jerez, y todos están bien. Eso me reconforta. Mi hermana me cuenta lo cansadísima que está con el embarazo y la guerra que le da mi sobrina. Yo sonrío. Imagino a Luz histérica en espera de que los Reyes Magos la visiten. ¡Qué linda que es mi Luz!
Una mañana llego a la cocina y pillo a Simona mirando la televisión. Está tan concentrada en lo que ve que no me oye. Cuando estoy ya a su lado, la veo angustiada, asustada.
—¡Dios mío, ¿qué te ocurre?!
La mujer se seca los ojos con una servilleta y mirándome murmura.
—Estoy viendo “Locura esmeralda”, señorita.
Sorprendida, miro la tele y veo que se trata de una telenovela. ¿En Alemania ven culebrones mexicanos? Se me escapa una sonrisa, y Simona me imita.
—Creo que a usted también le gustaría, señorita _____. ¿En España no conocen esta novela?
—No me suena, pero estos culebrones no me van.
—Créame que a mí tampoco, pero en Alemania está causando furor. Todo el mundo ve “Locura esmeralda”.
Cuando estoy a punto de reírme, una vez superado el asombro, ella añade:
—Trata sobre la joven Esmeralda Mendoza. Ella es una bella joven que trabaja de sirvienta para los señores Halcones de San Juan. Pero todo se complica cuando regresa de Estados Unidos el hijo pródigo Carlos Alfonso Halcones de San Juan y se encapricha de Esmeralda Mendoza. Pero ella ama en secreto a Luis Alfredo Quiñones, el hijo bastardo del señor Halcones de San Juan, y ¡oh, Dios!, es todo tan difícil...
Boquiabierta y divertida, escucho con atención lo que la mujer me dice. ¡Vaya pedazo de culebrón que me está contando! A mi hermana le encantaría. Al final, sin saber por qué, me siento con ella y, de pronto, estoy sumergida en la historia.
Marta, la hermana de Joe, pasa a buscarme el día 2 de enero. Le he comentado que necesito hacer unas compras navideñas y gustosa se ofrece a acompañarme. Joe, encantado por verme sonreír, me da un beso en los labios cuando me voy.
—Pásalo bien, cariño.
Hace un frío que pela. Estamos a 2 grados bajo cero a las once y media de la mañana. Pero me siento feliz por la compañía de Marta y sus divertidas ocurrencias. Llegamos hasta la plaza central de Múnich, Marienplatz, una plaza majestuosa, rodeada de edificios impresionantes. Aquí hay un enorme y precioso mercadillo callejero donde hago varias compras.
—¿Ves aquel balcón? —Asiento, y Marta prosigue—: Es el balcón del ayuntamiento y desde ahí todos las tardes tocan música en vivo.
De pronto, un puesto multicolor con infinidad de árboles de Navidad llama mi atención. Los hay rojos, azules, blancos, verdes y de distintos tamaños. En su mayoría están decorados con fotografías, notitas con deseos, macarrones o CD de plásticos. ¡Me encanta! Miro a Marta y pregunto:
—¿Qué crees que pensará tu hermano si pongo un árbol de éstos en su salón?
Marta enciende un cigarrillo y se ríe.
—Le horrorizará.
—¿Por qué?
Acepto un cigarrillo mientras Marta mira los coloridos árboles artificiales.
—Porque estos árboles son demasiado modernos para él y, sobre todo, porque nunca lo he visto poner un árbol de Navidad en su casa.
—¿En serio? —Estoy perpleja y a la vez convencida de lo que quiero hacer—. Pues lo siento por él, pero yo no puedo vivir sin tener mi árbol de Navidad. Por lo tanto, le horrorice o no, se tendrá que aguantar.
Marta suelta una carcajada, y sin más, decido comprar un árbol rojo de dos metros. ¡La bomba! Compro también infinidad de cintas de colores con campanillas colgando. Quiero decorar la casa como se merece. ¡Aún es Navidad! Lo dejo pagado y prometemos regresar al final del día a recogerlo.
Durante más de una hora las dos seguimos comprando regalitos y, cuando nuestras narices están rojas por el frío, Marta me propone ir a tomar algo. Acepto. Estoy muerta de frío, hambre y sed. Me dejo guiar por ella por las bonitas calles de Múnich.
—Te voy a llevar a un sitio muy especial. Otro día que salgamos te llevaré a comer al restaurante que hay en la Torre Olímpica. Es giratorio, y verás unas maravillosas vistas de Múnich.
Congelada, asiento mientras observo que allí todos los taxis son de color crema y la mayoría Mercedes-Benz. ¡Vaya lujazo! Pocos minutos después, cuando entramos en un enorme lugar, Marta indica con orgullo:
—Querida _____, como buena muniquesa que soy, tengo el orgullo de decirte que estás en la Hofbräuhaus, la cervecería más antigua de mundo.
Entusiasmada, miro a mi alrededor. El lugar es precioso. Con solera. Observo los techos abovedados recubiertos de curiosas pinturas y los largos y grandes bancos de madera donde la gente se divierte bebiendo y comiendo.
—Ven, ___, vamos a tomar algo —insiste Marta, cogiéndome del brazo.
Diez minutos después, estamos sentadas en uno de los bancos de madera junto a otras personas. Durante una hora hablamos y hablamos mientras disfruto de una estupenda cerveza Spatenbräu.
El hambre aprieta y decidimos pedir varias cosas y comer para después proseguir con nuestras compras. Dejo a Marta que elija, y pide leberkäs, que es embutido caliente, albóndigas de harina con carne picada y tocino, y una crujiente rosquilla salada en forma de ocho a la que se le pueden untar salsas. ¡Todo exquisito!
—Bueno, ¿qué te parece Múnich?
Una vez que mastico y trago un trozo de la crujiente rosquilla, respondo:
—Lo poco que he visto hasta ahora, majestuoso. Creo que es una ciudad muy señorial.
Marta sonríe.
—¿Sabías que a los de Múnich se nos conoce como los mediterráneos de Europa?
—No.
Ambas nos reímos.
—¿Has venido para quedarte con Joe?
¡Vaya, directa y al grano!, como a mí me gusta. Y dispuesta a ser sincera, digo:
—Sí. Somos como el fuego y el hielo, pero nos queremos y deseamos intentarlo.
Marta aplaude, feliz, y los que están a nuestro lado la miran extrañados. Pero sin importarle en absoluto las miradas de los otros, cuchichea:
—Me encanta. ¡Me encanta! Espero que mi hermanito aprenda que la vida es algo más que trabajo y seriedad. Creo que tú vas a abrirle los ojos en muchos sentidos, pero siento decirte que eso te va a traer más de un problema. Lo conozco muy bien.
—¿Problema?
—¡Ajá!
—Pues yo no quiero problemas. —Al decir eso me acuerdo de la canción de David de María e inevitablemente sonrío—. ¿Por qué crees que voy a tener problemas con Joe?
Marta se limpia los labios con una servilleta y contesta:
—Joe nunca ha vivido con nadie, excepto estos últimos años con Flyn. Se independizó muy pronto, y si hay algo que no soporta es que se inmiscuyan en su vida y en sus decisiones. Es más, me encantaría contemplar su cara cuando vea el árbol de Navidad rojo y las cintas de colores que has comprado. —Ambas nos reímos, y prosigue—: Conozco a ese cabezón muy bien y estoy segura de que vas a discutir con él. Por cierto, en lo referente a la educación de Flyn, es una cosa mala. Lo tiene sobreprotegido. Sólo le falta meterlo en una urna de cristal.
Eso me provoca risa.
—No te rías. Tú misma lo vas a comprobar. Y fíjate lo que te digo: mi hermano no aprobará el regalo que le has comprado a Flyn.
Miro hacia la bolsa que Marta está señalando y, sorprendida, pregunto:
—¿Que no aprobará el skateboard?
—No.
—¿Por qué? —inquiero al pensar en cómo me divierto con mi sobrina y su skate.
—Joe rápidamente valorará los peligros. Ya lo verás.
—Pero si le he comprado casco, rodilleras y coderas para que cuando se caiga no se haga daño...
—Da igual, _____. En ese regalo, Joe sólo verá peligro y se lo prohibirá.
Media hora después salimos del local y nos dirigimos hacia la calle Maximilianstrasse, considerada la milla de oro de Múnich. Entramos en la tienda de D&G y aquí Marta se lanza a por unos vaqueros. Mientras ella se los prueba, rápidamente le compro una camiseta que he visto que le ha gustado. Visitamos infinidad de tiendas exclusivas, a cuál más cara, y cuando entramos en Armani, decido comprarle una camisa blanca con rayitas azules a Joe. Va a estar guapísimo.
Una vez que finalizamos las compras, regresamos a la plaza del ayuntamiento a recoger mi bonito árbol de Navidad. Marta se ríe. Yo también, aunque ya comienzo a dudar de si he hecho bien al comprarlo.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Oooohh!!!... Creo que poco a poco se esta gnando a ese chiquitín!!!!!....
Y gracias por los ánimos!!!.... Es difícil y se llevara muchos días .... Meses y hasta años superar la ausencia de mi mami!!!!!... Y de nuevo gracias!!...
Y gracias por los ánimos!!!.... Es difícil y se llevara muchos días .... Meses y hasta años superar la ausencia de mi mami!!!!!... Y de nuevo gracias!!...
chelis
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Ese Flyn es un chino del demonio!
La madre que lo parió!
No lo aguanta nadie!! Enano gruñón!!
Pero esperemos que la rayiz lo cambie!!
Y que sea más amable con ella!
Síguela!
La madre que lo parió!
No lo aguanta nadie!! Enano gruñón!!
Pero esperemos que la rayiz lo cambie!!
Y que sea más amable con ella!
Síguela!
aranzhitha
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Capitulo Diecisiete
Una tormenta toma el cielo de Múnich y decidimos poner fin al día de compras. Cuando a las seis de la tarde Marta me deja en la casa, Joe no está. Simona me indica que ha ido a la oficina, pero que no tardará en llegar. Rápidamente subo las compras a la habitación y las escondo en el fondo del armario. No quiero que las vea. Pero antes de cambiarme miro por la ventana. Diluvia y recuerdo haber visto junto a los cubos de basura al perro abandonado.
Sin pensarlo dos veces, voy a la habitación de invitados y cojo una manta. Ya compraré otra. Bajo a la cocina, cojo un poco de estofado de la nevera, lo pongo en un recipiente de plástico, lo caliento en el microondas y salgo de la casa. Camino con gusto entre los árboles hasta llegar a la verja; la abro y me acerco a los cubos de basura.
—Susto... —Le he bautizado con ese nombre—. Susto, ¿estás ahí?
La cabeza de un delgado galgo color canela y blanco aparece tras el cubo. Tiembla. Está asustado y, por su aspecto, debe de tener hambre y mucho..., mucho frío. El animal, receloso, no se acerca, y dejo el estofado en el suelo mientras lo animo a comer.
—Vamos, Susto, come. Está rico.
Pero el perro se esconde y, antes de que yo le pueda tocar, huye despavorido. Eso me entristece. Pobrecito. Qué miedo tiene a los humanos. Pero sé que va a volver. Ya son muchas las veces que lo he visto junto a los contenedores de basura, y dispuesta a hacer algo por él, con unas maderas y unas cajas, levanto una especie de improvisada caseta en un lateral. En el centro de la caja meto la manta que llevo y el estofado, y me voy. Espero que regrese y coma.
Ya en la casa, subo de nuevo a mi habitación, me cambio de ropa y regreso al salón con la caja del árbol de Navidad. Flyn está jugando con la PlayStation. Me siento a su lado y dejo la enorme y colorida caja ante mis piernas. Seguro que eso llamará su atención.
Durante más de veinte minutos lo observo jugar sin decir una sola palabra, mientras la puñetera música atronadora del videojuego me destroza los tímpanos. Al final, claudico y pregunto a voz en grito:
—¿Te apetece poner el árbol de Navidad conmigo?
Flyn me mira ¡por fin! Para la música. ¡Oh..., qué gusto! Después observa la caja.
—¿El árbol está ahí metido? —pregunta, sorprendido.
—Sí. Es desmontable, ¿qué te parece? —contesto, abriendo la tapa y sacando un trozo.
Su cara es un poema.
—No me gusta —afirma rápidamente.
Sonrío, o le doy un pescozón. Decido sonreír.
—He pensado en crear nuestro propio árbol de Navidad. Y para ser originales y tener algo que nadie tiene, lo decoraremos con deseos que leeremos cuando quitemos el árbol. Cada uno de nosotros escribirá cinco deseos. ¿Qué te parece?
Flyn pestañea. He logrado atraer su atención, y enseñándole un cuaderno, un par de bolígrafos y cinta de colores, añado:
—Montamos el árbol y luego en pequeños papelitos escribimos deseos. Los enrollamos y los atamos con la cinta de colores. ¿A que es una buena idea?
El pequeño mira el cuaderno. Después, me mira fijamente con sus ojazos oscuros y sisea:
—Es una idea horrible. Además, los árboles de Navidad son verdes, no rojos.
Las carnes se me encogen. ¡Qué poca imaginación! Si ese pequeño enano dice eso, ¿qué dirá su tío? Vuelve al juego y la música atruena de nuevo. Pero dispuesta a poner el árbol y disfrutar de ello, me levanto y con seguridad grito para que me oiga:
—Lo voy a poner aquí, junto a la ventana —digo mientras observo que sigue diluviando y espero que Susto haya regresado y esté comiendo en la caseta—. ¿Qué te parece?
No contesta. No me mira. Así pues, decido ponerme manos a la obra.
Pero la música chirriante me mata y opto por mitigarla como mejor puedo. Enciendo el iPod que llevo en el bolsillo de mi vaquero, me pongo los auriculares y, segundos después, tarareo:
Euphoria
An everlasting piece of art
A beating love within my heart.
We’re going up-up-up-up-up-up-up
Encantada con mi musiquita, me siento en el suelo, saco el árbol, lo desparramo a mi alrededor y miro las instrucciones. Soy la reina del bricolaje, por lo que en diez minutos ya está montado. Es una chulada. Rojo..., rojo brillante. Miro a Flyn. Él sigue jugando ante el televisor.
Cojo el bolígrafo y el cuaderno y comienzo a escribir pequeños deseos. Una vez que tengo varios, arranco las hojas y las corto con cuidado. Hago dibujitos navideños a su alrededor. Con algo me tengo que entretener. Cuando estoy satisfecha enrollo mis deseos y los ato con la cinta dorada. Así estoy durante más de una hora, hasta que de pronto veo unos pies a mi lado, levanto la cabeza y me encuentro con el cejo fruncido de mi Iceman.
¡Vaya tela!
Rápidamente me levanto y me quito los auriculares.
—¿Qué es eso? —dice mientras señala el árbol rojo.
Voy a responder cuando el enano de ojos achinados se acerca a su tío y, con el mismo gesto serio de él, responde:
—Según ella, un árbol de Navidad. Según yo, una caca.
—Que a ti te parezca una ¡caca! mi precioso árbol no significa que se lo tenga que parecer a él —contesto con cierta acritud. Después miro a Joe y añado—: Vale..., quizá no pegue con tu salón, pero lo he visto y no me he podido resistir. ¿A que es bonito?
—¿Por qué no me has llamado para consultármelo? —suelta mi alemán favorito.
—¿Para consultarlo? —repito, sorprendida.
—Sí. La compra del árbol.
¡Flipante!
¿Lo mando a la mierda, o lo insulto?
Al final, decido respirar antes de decir lo que pienso, pero, molesta, siseo:
—No he creído que tuviera que llamarte para comprar un árbol de Navidad.
Joe me mira..., me mira y se da cuenta de que me estoy enfadando, y para intentar aplacarme me coge la mano.
—Mira, ____, la Navidad no es mi época preferida del año. No me gustan los árboles ni los ornamentos que en estas fechas todo el mundo se empeña en poner. Pero si querías un árbol, yo podía haber encargado un bonito abeto.
Los tres volvemos a mirar mi colorido árbol rojo y, antes de que Joe vuelva a decir algo, replico:
—Pues siento que no te guste el período navideño, pero a mí me encanta. Y por cierto, no me gusta que se talen abetos por el simple hecho de que sea Navidad. Son seres vivos que tardan muchos años en crecer para morir porque a los humanos nos gusta decorar nuestro salón con un abeto en Navidad. —Tío y sobrino se miran, y yo prosigo—: Sé que luego algunos de esos árboles son replantados. ¡Vale!, pero la mayoría de ellos terminan en el cubo de la basura, secos. ¡Me niego! Prefiero un árbol artificial, que lo uso y cuando no lo necesito lo guardo para el año siguiente. Al menos sé que mientras está guardado ni se muere ni se seca.
La comisura de los labios de Joe se arquea. Mi defensa de los abetos le hace gracia.
—¿De verdad que no te parece precioso y original tener este árbol? —pregunto aprovechando el momento.
Con su habitual sinceridad, levanta las cejas y responde:
—No.
—Es horrible —cuchichea Flyn.
Pero no me rindo. Obvio la respuesta del niño y, mimosa, miró a mi chicarrón.
—¿Ni siquiera te gusta si te digo que es nuestro árbol de los deseos?
—¿Árbol de los deseos? —pregunta Joe.
Yo asiento, y Flyn contesta mientras toca uno de los deseos que yo ya he colgado en el árbol:
—Ella quiere que escribamos cinco deseos, los colguemos y después de las Navidades los leamos para que se cumplan. Pero yo no quiero hacerlo. Ésas son cosas de chicas.
—Faltaría más que tú quisieras —susurro demasiado alto.
Joe me reprocha mi comentario con la mirada y, el pequeño, dispuesto a hacerse notar, grita:
—Además, los árboles de Navidad son verdes y se decoran con bolas. No son rojos ni se adornan con tontos deseos.
—Pues a mí me gusta rojo y decorarlo con deseos, mira por dónde —insisto.
Joe y Flyn se miran. En sus ojos veo que se comunican. ¡Malditos! Pero consciente de que quiero mi árbol ¡rojo! y lo mucho que voy a tener que bregar con estos dos gruñones, intento ser positiva.
—Venga, chicos, ¡es Navidad!, y una Navidad sin árbol ¡no es Navidad!
Joe me mira. Yo lo miro y le pongo morritos. Al final, sonríe.
¡Punto para España!
Flyn, mosqueado, se va a alejar cuando Joe lo agarra del brazo y dice, señalándole el cuaderno:
—Escribe cinco deseos, como ____ te ha pedido.
—No quiero.
—Flyn...
—¡Jolines, tío! No quiero.
Joe se agacha. Su cara queda frente a la del pequeño.
—Por favor, me haría mucha ilusión que lo hicieras. Esta Navidad es especial para todos y sería un buen comienzo con ____ en casa, ¿vale?
—Odio que ella me tenga que cuidar y mandar cosas.
—Flyn... —insiste Joe con dureza.
La batalla de miradas entre ambos es latente, pero al final la gana mi Iceman. El pequeño, furioso, coge el cuaderno, rasga una hoja y agarra uno de los bolis. Cuando se va a marchar, le digo:
—Flyn, toma la cinta verde para que los ates.
Sin mirarme, coge la cinta y se encamina hacia la mesita que hay frente a la tele, donde veo que comienza a escribir. Con disimulo me acerco a Joe y, poniéndome de puntillas, cuchicheo:
—Gracias.
Mi alemán me mira. Sonríe y me besa.
¡Punto para Alemania!
Durante un rato hablamos sobre el árbol y tengo que reír ante los comentarios que él hace. Es tan clásico para ciertas cosas que es imposible no reír. Segundos después, Flyn llega hasta nosotros, cuelga en el árbol los deseos que ha escrito y, sin mirarnos, regresa al sillón. Coge el mando de la Play, y la música chirriante comienza a sonar. Joe, que no me quita ojo, recoge el cuaderno del suelo y el bolígrafo, y pregunta cerca de mi oído:
—¿Puedo pedir cualquier deseo?
Sé por dónde va.
Sé lo que quiere decir y, melosa, murmuro acercándome más a él:
—Sí, señor Zimmerman, pero recuerde que pasadas las Navidades los leeremos todos juntos.
Joe me observa durante unos instantes, y yo sólo pienso sexo..., sexo..., sexo. ¡Dios mío! Mirarlo me excita tanto que me estoy convirtiendo en una ¡esclava del sexo! Al final, mi morboso novio asiente, se aleja unos metros y sonríe.
¡Guau! Cómo me pone cuando me mira así. Esa mezcla de deseo, perdonavidas y mala leche ¡me encanta! Soy así de masoca.
Durante un rato, le veo escribir apoyado en la mesita del comedor. Deseo saber sus deseos, pero no me acerco. Debo aguantar hasta el día que he señalado para leerlos. Cuando acaba, los dobla y le doy la cinta plateada para que los ate. Tras colgarlos él mismo en el árbol, me mira con picardía y, acercándose a mí, mete algo dentro del bolsillo delantero de mi sudadera. Después, me besa en la punta de la nariz y apunta:
—No veo el momento de cumplir este deseo.
Divertida, sonrío. Calor.. .¡Dios, qué calor! Y poniéndome de puntillas le doy un beso en la boca mientras mi corazón va a tropecientos por hora. Tras un cómplice azotito en mi trasero que me hace saber lo mucho que me desea, Joe se sienta junto a su sobrino. Yo aprovecho, saco la pequeña caja que ha metido en mi bolsillo junto a un papel y leo:
—Mi deseo es tenerte desnuda esta noche en mi cama para usar tu regalo.
Sonrío. ¡SEXO!
Con curiosidad, abro la cajita y observo algo metálico con una piedra verde. ¡Qué mono! ¿Para qué será? Y mi cara de sorpresa es para verla cuando leo que en el papel pone: «Joya anal Rosebud».
¡Vaya..., no sabía que hubiera joyas para el culo!
Me entra la risa.
Alegre, camino hacia la ventana mientras el calor toma mi cara, y continúo leyendo: «Joya anal de acero quirúrgico con cristal de Swarovski. Ideal para decorar el ano y estimular la zona anal».
¡Qué fuerteeeeee!
Observo, acalorada, que Joe me mira. Veo la guasa en sus gestos. Con comicidad levanto el pulgar en señal de que me ha gustado, y ambos nos reímos. Esta noche ¡será genial!
Tras la cena, propongo jugar una partida al Monopoly de la Wii. Tirada a tirada nos vamos animando. Al final, dejamos que Flyn gane y se va pletórico a dormir. Cuando nos quedamos solos en el salón, Joe me mira. Su mirada lo dice todo. Impaciencia. Lo beso y murmuro en su oído:
—Te quiero en cinco minutos en la habitación.
—Tardaré dos —contesta con autoridad.
—¡Mejor!
Dicho esto, salgo del salón. Corro escaleras arriba, entro en nuestra habitación, quito el nórdico, me desnudo, dejo la joya anal junto al lubricante sobre la almohada y me tiro sobre la cama a esperarlo. No hay tiempo para más.
La puerta se abre, y mi corazón late con fuerza. Excitación. Joe entra, cierra la puerta, y sus ojos ya están sobre mí. Camina hacia la cama y lo observo mientras se quita la camiseta gris por la cabeza.
—Tu deseo está esperándote donde lo querías.
—Perfecto —responde con voz ronca.
Como un lobo hambriento, me mira. Veo que echa un vistazo a la joya anal y sonríe. El deseo me consume. Tira la camiseta al suelo y se pone a los pies de la cama.
—Flexiona las piernas y ábrelas.
¡Dios..., Dios...!, ¡qué calor!
Hago lo que me pide y siento que comienzo a respirar ya con dificultad. Joe se sube a la cama y lleva su boca hasta la cara interna de mis muslos. Los besa. Los besa con delicadeza, y yo siento que me deshago. Él, con su habitual erotismo, continúa su reguero de besos sobre mí. Ahora sube. Me besa la cadera, luego el ombligo, después uno de mis pechos, y cuando su boca está sobre la mía y me mira a los ojos, susurra con voz cargada de morbo y erotismo:
—Pídeme lo que quieras.
¡Oh, Dios!
¡Oh, Dios mío!
Mi respiración se acelera. Mi vagina se contrae y mi estómago se derrite.
Joe, mi Joe, saca su lengua. Me chupa el labio superior, después el inferior, y antes de besarme me da su típico mordisquito en el labio que me hace abrir la boca para facilitarle su posesión. Adoro sus besos. Adoro su exigencia. Adoro cómo me toca. Le adoro a él.
Una vez que finaliza su beso, me mira a la espera de que le pida algo y, consciente de lo que deseo, musito:
—Devórame.
Su reguero de besos ahora baja por mi cuerpo. Cuando me besa el monte de Venus, pasa con sensualidad su dedo por mi tatuaje.
—Ábrete con tus dedos para mí. Cierra los ojos y fantasea. Ofrécete como cuando hemos estado con otra gente.
«¡Ofrécete! ¡Otra gente!»
¡Dios, qué morbo!
Sus palabras me provocan un calentamiento tremendo y mis manos vuelan a mi vagina. Agarro los pliegues de mi sexo, los abro y me expongo totalmente a él, deseosa de que me devore mientras mi mente imagina que no sólo estamos él y yo en esta habitación. Sin demora, su lengua toca mi clítoris, ¡oh, sí!, ¡sí!, y yo me consumo ante él.
El fuego abrasador de mis fantasías y la excitación que Joe me provoca me dejan sin fuerzas. Desnuda y tumbada en la cama, sus ávidos lametazos me vuelven loca mientras sus manos suben por mi trasero. Mi morboso hombre me coge por las caderas para tener más accesibilidad a mi interior.
—Ofrécete, _____.
Avivada, activada, provocada y alterada por lo que imagino y lo que me dice, acerco mi húmeda vagina a su boca. Sin ningún pudor, me aprieto sobre ella y me ofrezco gustosa, deseosa de disfrutar y de que me disfrute. Su boca rápidamente me chupa, sus dientes se lanzan a mi clítoris, y yo jadeo y busco más y más.
La piel me arde mientras un loco y salvaje placer toma mi cuerpo. Me retuerzo en su boca a cada toque de su lengua y le exijo más.
Mi clítoris húmedo e hinchado está a punto de explotar. Eso lo provoca. Lo sé. Pero cuando levanta la cabeza y me mira con los labios húmedos de mis fluidos, me incorporo como una bala y le beso. Su sabor es mi sabor. Mi sabor es su sabor.
—Fóllame —le exijo.
Joe sonríe, me muerde la barbilla y vuelve a dominarme. Me tumba con rudeza, y esa vez mi cuerpo cae por el lateral de la cama mientras me abre de nuevo las piernas, me da un azotito y continúa su asolador ataque. Noto algo húmedo en el orificio de mi ano que rápidamente identifico como el lubricante. Joe con su dedo me dilata e instantes después noto que introduce mi regalo. La joya anal.
—Precioso —le escucho decir mientras me besa las cachetas del culo.
Desde mi posición, no puedo verle la cara. Pero su respiración y su ronca voz me indican que le gusta lo que ve y lo que hace. Durante varios minutos, las paredes de mi ano se contraen. ¡Qué delicia! Después, mete primero un dedo en mi vagina y luego dos.
—Mírame, ____.
Con la cabeza colgando por el lateral, vuelvo mis ojos hacia él, que murmura con la voz rota por el momento:
—La joya es bonita, pero tu trasero es espectacular.
Eso me hace sonreír.
—Prefiero la carne al acero quirúrgico.
—¿Ah, sí?
Asiento.
—¿Prefieres que otra persona y yo tomemos tu cuerpo?
Al asentir de nuevo, sus dedos se hunden más en mí. ¡Locura! Arrebatado por la excitación, insiste:
—¿Seguro, pequeña?
—Sí —jadeo.
Sus dedos entran y salen de mí una y otra vez, mientras con la otra mano aprieta la joya anal y yo me vuelvo loca. Tras soltar un gemido, abro los ojos, y Joe me está mirando.
—Pronto seremos dos quienes te follaremos, pequeña... primero uno, luego el otro, y después los dos. Te aprisionaré entre mis brazos y abriré tus muslos. Dejaré que otro te folle mientras yo te miro, y sólo permitiré que te corras para mí, ¿entendido?
—Sí..., sí... —vuelvo a jadear, extasiada con lo que dice.
Joe sonríe, y yo tengo un espasmo de placer. Mi vagina se contrae y sus dedos lo notan. Con rapidez, cambia su pene por los dedos, y yo ahogo un grito al notar su impresionante erección entrar en mí.
¡Oh, Dios, cómo me gusta!
Con manos expertas, me agarra por la cintura y me levanta. Me sienta sobre él en la cama y murmura cerca de mi boca mientras me aprieta contra él:
—Seremos tres la próxima vez.
Entre jadeos, asiento.
—Sí..., sí..., sí.
Joe me besa. Su pasión me vuelve loca cuando jadea.
—Muévete, pequeña.
Mis caderas le hacen caso a un ritmo profundo y lento. Creo que voy a explotar. La fricción del juguete anal es tremenda. Nos miramos a los ojos mientras me clavo una y otra vez en él.
—Bésame —le pido.
Mi Iceman me satisface, y yo acreciento mi ritmo volviéndole loco. Una y otra vez, entro y salgo de él hasta que se para. Con un movimiento, me posa sobre la cama, me hace dar la vuelta y me pone a cuatro patas.
—¿Qué haces? —pregunto.
Joe no contesta, mete su duro y erecto pene en la vagina, y tras un par de empellones que me hacen jadear, susurra en mi oído:
—Quiero tu precioso culito, cariño. ¿Puedo?
Calor... Mucho calor. Excitada en extremo, le enseño el anillo de mi mano.
—Soy toda tuya.
Saca con cuidado la joya anal y unta más lubricante. Estoy impaciente y deseosa de sexo. Quiero más. Necesito más. Joe, al ver mi impaciencia, mientras unta el lubricante en su pene, me muerde las costillas. Nervios. Mis sentimientos son contradictorios. No he vuelvo a practicar sexo anal desde el último día en que lo hice con él y con aquella mujer. Pero Joe sabe lo que hace y, poco a poco, introduce su pene en mí. Me dilato. Mi mente se vuelve loca, y el morbo puede conmigo cuando pido al notar cómo me empala:
—Fuerte..., fuerte, Joe.
Pero él no me hace caso. No quiere dañarme. Va poco a poco, y cuando está totalmente dentro de mí, se agacha sobre mi espalda y, abrazándome con amor, susurra en mi oído:
—¡Dios, pequeña, qué apretada estás!
Me acomodo a la nueva situación, dichosa del placer que siento, mientras él entra y sale de mí y yo jadeo. Ardo. Me quemo. Me entrego al gustoso placer del sexo anal y lo disfruto. Me siento perversa. Practicar sexo caliente con Joe me vuelve perversa. Loca.
Desinhibida. Estoy a cuatro patas ante él, con el culo en pompa, desesperada porque me folle, porque me haga suya una y otra vez.
—Joe..., me gusta —aseguro mientras clavo mi trasero en su cuerpo, deseosa de más profundidad.
Durante varios minutos nuestro juego continúa. Él me penetra, me agarra por la cintura, y yo me muestro receptiva. Un..., dos..., tres... ¡Ardor! Cuatro..., cinco..., seis... ¡Placer! Siete..., ocho..., nueve... ¡Necesidad! Diez..., once..., doce... ¡Joe!
Pero mi Iceman ya no puede contenerse más y su lado salvaje le hace penetrarme con más profundidad, mientras mi cara cae sobre la cama. Un grito ahogado con el colchón sale de mi boca, y mi alemán sabe que mi placer ha culminado. Entonces, clava sus dedos en mis caderas y se lanza hacia mi dilatado trasero a un ataque infernal.
¡Oh, sí! ¡Oh, sí!
—Más..., más, Joe... —suplico, estimulada.
El placer que esto le ocasiona y el deseo que ve en mí lo vuelven loco y, cuando no puede más, un gutural gemido sale de su boca y cae contra mi cuerpo.
Así estamos unos segundos. Unidos, calientes y excitados. El sexo entre nosotros es electrizante y nos gusta. Instantes después, Joe sale de mi trasero y nos dejamos caer en la cama felices, cansados y sudorosos.
—¡Dios, pequeña!, me vas a matar de placer.
Su comentario me hace reír. Me abrazo a él, y él me abraza. Sin hablar, nuestro abrazo lo dice todo, mientras en el exterior llueve con fuerza. De pronto, se oye un trueno, y Joe se mueve.
—Vamos a lavarnos y a vestirnos, pequeña.
—¿Vestirnos?
—Ponernos algo de ropa. Un pijama, o algo así.
—¿Por qué? —pregunto, deseosa de seguir jugando con él.
Pero Joe parece tener prisa.
—Vamos, coge tu ropa interior de la mesilla —me exige.
Pienso en protestar, pero opto por hacerle caso. Cojo mi ropa interior y un pijama. Pero no me quiero vestir. ¡Vaya cortada de rollo!
Joe, al ver mi ceño fruncido, me besa animadamente mientras coge la joya anal y guarda el lubricante en la mesilla. Después, se levanta, y justo cuando me coge en brazos, la puerta de la habitación se abre de par en par. Flyn, con cara de sueño y su pijama de rayas, nos mira boquiabierto. Me tapo con mi ropa como puedo y gruño:
—Pero ¿tú no sabes llamar a la puerta?
El niño, por una vez, no sabe qué responder.
—Flyn, ahora volvemos —dice Joe.
Sin más, entramos en el baño. Una vez dentro lo miro en espera de una explicación por esa aparición y murmura cerca de mi boca:
—Desde pequeño le asustan los truenos, pero no le digas que te lo he dicho. —Me besa y cuando se separa prosigue—: Sabía que iba a venir a la cama cuando he oído el trueno. Siempre lo hace.
Ahora quien lo besa soy yo. ¡Dios, cómo me gusta su sabor! Y cuando abandono con pereza su boca, pregunto:
—¿Siempre va a tu cama?
—Siempre —asegura, divertido.
Su gesto me hace sonreír. ¡Qué lindo que es mi alemán!
Un nuevo trueno nos hace regresar a la realidad, y Joe me posa en el suelo. Deja la joya anal sobre la encimera del baño y se lava. Después, se seca, se pone los calzoncillos y dice antes de salir:
—No tardes, pequeña.
Cuando me quedo sola, cojo la joyita y la meto bajo el chorro del agua para lavarla. Pienso en Susto. Pobrecillo. Con la que está cayendo, y él en la calle. Luego, me aseo, y una vez que me pongo el pijama, me miro en el espejo y, mientras peino mi alocado pelo, sonrío.
¡Vaya tela tiene la historia donde me estoy metiendo!
Pero segundos después, recuerdo que cuando yo era pequeña me pasaba igual que a Flyn. Me daban miedo los truenos, esos ruidos infernales que me hacían pensar que demonios feos y de uñas largas surcaban los cielos para llevarse a los niños. Fueron muchas noches durmiendo en la cama con mis padres, aunque al final mi madre, con paciencia y alguna ayuda extra, consiguió quitarme ese miedo.
Al salir del baño, Joe está tumbado en la cama charlando con Flyn. El pequeño, al verme, me sigue con la mirada; abro la mesilla y con disimulo dejo la joya anal. Después, cuando me meto en la cama, el enano gruñón pregunta a su tío:
—¿Ella tiene que dormir con nosotros?
Joe hace un gesto afirmativo, y yo murmuro, tapándome con el edredón:
—¡Oh, sí! Me dan miedo las tormentas, sobre todo los truenos. Por cierto, ¿os gustan los perros?
—No —contestan los dos al unísono.
Voy a decir algo cuando Flyn puntualiza:
—Son sucios, muerden, huelen mal y tienen pulgas.
Boquiabierta por lo que ha dicho, respondo:
—Estás equivocado, Flyn. Los perros no suelen morder y, por supuesto, no huelen mal ni tienen pulgas si están cuidados.
—Nunca hemos tenido animales en casa —explica Joe.
—Pues muy mal —cuchicheo, y veo que sonríe—. Tener animales en casa te da otra perspectiva de la vida, en especial a los niños. Y, sinceramente, creo que a vosotros dos os vendría muy bien una mascota.
—Ni hablar —se niega Joe.
—Me mordió el perro de Leo y me dolió —dice el niño.
—¿Te mordió un perro?
El crío asiente, se levanta la manga del pijama y me enseña una marca en el brazo. Archivo esa información en mi cabeza e imagino el pavor que debe de tener a los animales. He de quitárselo.
—No todos los perros muerden, Flyn —le indico con cariño.
—No quiero un perro —insiste.
Sin decir más, me tumbo de lado para mirar a Joe a los ojos. Flyn está en medio y rápidamente me da la espalda. ¡Faltaría más! Joe me pide disculpas con la mirada, y yo le guiño un ojo. Minutos después, mi chico apaga la luz y, aun en la oscuridad, sé que sonríe y me mira. Lo sé.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)
Espero les guste el capi chicas!!!
Gracias por comentar.
P.D. Animo chelis, desde donde esté tu Mami te esta cuidando.
Gracias por comentar.
P.D. Animo chelis, desde donde esté tu Mami te esta cuidando.
Monse_Jonas
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