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Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú) - Página 5 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)

Mensaje por Monse_Jonas Dom 22 Jun 2014, 11:32 pm

Capitulo Veinticuatro
Durante los días del tratamiento no va a trabajar. No puede. Desde casa yo le ayudo con los e-mails y respondo como una buena secretaria a todo lo que él me pide. Cuando recibe algún correo de Amanda, siento ganas de degollarla. ¡Bruja! Con curiosidad cotilleo los mensajes entre ellos dos y me parto de risa al leer uno de meses atrás en el que Joe le exige que cambie su actitud en cuanto a él. Le explica que es un hombre con pareja y que su pareja para él es lo primero. ¡Olé y olé mi Iceman! Me gusta ver que le ha dejado las cosas claras a esa lagarta.
En varias ocasiones, deseo meterle la cabeza en la papelera o graparle las orejas a la mesa cuando se pone tonto y gruñón. ¡Es insoportable! Pero, cuando se le pasa, ¡lo adoro y me lo como a besos!
Sonia, su madre, viene a visitarlo y, cuando Joe no está pendiente de nosotros, me anima para que vaya a por la moto de Hannah. Decididamente, voy a ir a por ella. Tras los días de tensión que estoy pasando con Joe, necesito desfogarme. Y saltar con una moto de motocross, para mí, es la mejor opción.
El día de la operación se acerca. A Joe le sube la tensión y yo intento relajarlo de la mejor manera que sé. ¡Con sexo! Una de las noches en las que mi Iceman está tumbado en la cama con un antifaz de gel frío sobre los ojos para que le descanse la vista, decido sorprenderle para que no piense en la operación. Cariñosa, me tumbo sobre él y susurro sobre su boca:
—¡Hola, señor Zimmerman!
Joe se va a quitar el antifaz y yo le sujeto las manos.
—No..., no te lo quites.
—No te veo, cariño.
Acercando mi boca a su oído, musito para ponerle la carne de gallina:
—Para lo que voy a hacer, no me tienes que ver.
Sonríe, y yo también.
—Vamos a jugar a varios juegos quieras o no quieras.
—Vale..., pues quiero —dice con humor.
Lo beso. Me besa, y paladeo su pasión.
—Te explico cómo se juega, ¿te parece? —Joe asiente—. El primer juego se llama “La pluma”. Yo la paso por tu cuerpo, y si estás más de dos minutos sin reírte, sin hablar y sin quejarte, haré lo que me pidas, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, pequeña.
—El segundo juego se llama “La caja de los deseos y los castigos”.
—Sugerente nombre. Éste creo que me va a gustar —asevera, riendo mientras me agarra por la cintura posesivamente.
Divertida, le quito las manos de mi cintura.
—Céntrate, cariño. En una cajita he metido cinco deseos y cinco castigos. Tú eliges uno, lo leo, y si no me concedes ese deseo, te impongo un castigo. —Joe ríe, y prosigo—: Y el tercer juego trata de que tú te dejes hacer. Por lo tanto, quietecito que yo te hago. ¿Qué te parece?
—Perfecto —dice, alegre.
—Genial. Si veo que no te estás quietecito, te ataré, ¿entendido?
Joe suelta una carcajada y asiente.
—Muy bien, señor Zimmerman, lo primero que voy a hacer es desnudarlo.
Con mimo, le quito la camiseta blanca y el pantalón de algodón negro que lleva. Cuando le voy a quitar los calzoncillos, ¡guau!, ya está empalmado, y la boca se me reseca inmediatamente. Joe es tentador; muy, muy tentador. Sin decirle nada, enciendo la cámara de vídeo; quiero que luego se vea en los juegos. Estoy segura de que le gustará y le hará reír.
Una vez que lo tengo desnudo, cojo una pluma que he encontrado en la cocina. Comienzo a pasársela por el cuerpo. Delicadamente le rozo el cuello, y luego bajo la pluma hasta los pezones, y éstos se ponen duros ante el contacto. Sonrío. La pluma continúa por sus abdominales, rodeo su ombligo, y cuando llego a su pene, un jadeo hueco sale de su boca. Continúo divirtiéndome y los minutos pasan mientras sigo moviendo la pluma por su maravilloso cuerpo. Finalmente, coge mi mano.
—Señorita Flores, creo que he ganado. Ya han pasado más de dos minutos. No sea tramposa.
Miro el reloj y, sorprendida, me doy cuenta de que han pasado siete. ¡Cómo se me pasa el tiempo mientras disfruto de mi adicción! Sonrío y suelto la pluma.
—Tiene razón, señor. ¿Qué desea que haga por usted?
Con un dedo dice que me acerque a él. Sonrío y me agacho.
—Quiero que te desnudes, del todo.
Lo hago. Me quito el pijama y las bragas y, cuando estoy totalmente desnuda, le informo:
—Deseo cumplido, señor.
Sin que pueda verme a causa del antifaz, me busca con las manos, hasta que me encuentra. Su mano toca mi estómago y después sube lentamente hasta mi pecho. Lo rodea y aprieta un pezón con sus dedos.
—Muy bien. Ya he cumplido su deseo. Pasemos al juego siguiente.
—¿El de deseo o castigo? —pregunta.
—¡Ajá!
Cojo la cajita donde he metido varios papelitos y la pongo ante él. Tomo su mano y la introduzco en la caja.
—Coge un deseo, y yo lo leeré.
Joe hace lo que le pido. Suelto la caja e, inventándome lo que pone, digo:
—Deseo una moto. ¿Le importa señor que me traiga la mía de España?
Su gesto cambia.
—Sí, me importa. No quiero que te mates.
Eso me hace soltar una carcajada. Y como no quiero discutir con él, digo rápidamente:
—Muy bien, señor Zimmerman. Como no va a satisfacer mi deseo, le toca coger un papelito de castigo.
Sonríe. Vuelve a hacer lo que le pido y leo:
—Su castigo por no querer cumplir mi deseo es estarse quieto y no tocarme mientras yo hago lo que quiero con su cuerpo.
Asiente. Sé que lo de la moto le ha cortado un poco el rollo, pero así sé yo por dónde cogerlo para cuando me traiga la moto de su hermana.
Con un pincel y chocolate líquido, comienzo a pintarle el cuerpo. La cámara graba, y Joe sonríe mientras yo rodeo sus pezones con chocolate. Luego, hago un camino que rodea sus abdominales, pasa por su ombligo y acaba en sus oblicuos. Mojo el pincel en más chocolate y ahora llego hasta su duro pene. Sonríe y se mueve. Lo pinto con delicadeza y noto su inquietud. Su impaciencia. Una vez que dejo el pincel llevo mi boca hasta sus pezones y los chupo. Paladeo el gusto a chocolate junto a su delicioso sabor. Me deleito. Sigo el sendero que he marcado. Bajo mi lengua por sus abdominales, y Joe hace ademán de tocarme. Cojo sus manos y las retiro de mí mientras me quejo:
—No..., no..., no..., no puede usted tocarme. ¡Recuérdelo!
Joe se mueve nervioso. Le estoy provocando. Rodeo con mi lengua su ombligo, y después, ansiosa, chupo sus oblicuos. Y cuando mi lengua llega a su pene y lo chupo, finalmente jadea. Paso mi lengua con deleite por donde sé que le vuelve loco una y otra vez. Se contrae. Rodeo con mimo su pene y muerdo con delicadeza el aparatito que me hace locamente feliz. Así estoy durante un buen rato, hasta que no puede más y, aún con el antifaz puesto, me exige:
—Fin del juego, pequeña. Ahora fóllame.
Encantada de la vida, hago lo que me pide. Me siento a horcajadas sobre él y, mientras me empalo en su duro, ardiente y maravilloso pene, suspiro; el olor a chocolate y sexo nos rodea. Subo y bajo en busca de nuestro placer con mimo en tanto me abro poco a poco para recibirlo. Pero la impaciencia de mi Iceman puede con él. Se quita el antifaz, lo tira al suelo y, antes de que me dé cuenta, me ha tumbado sobre la cama y, mirándome a los ojos, murmura:
—Ahora el mando lo tomo yo. Pasamos al tercer juego. Ya sabes, amor: estate quietecita o te tendré que atar.
Sonrío. Me besa. Me abre las piernas con sus piernas y sin piedad me vuelve a penetrar, y yo jadeo. Intento moverme, pero su peso me tiene inmovilizada mientras se aprieta con fuerza dentro de mí.
—Una grabación muy excitante —susurra al ver la cámara frente a nosotros.
No puedo hablar. No me deja. Vuelve a meter su lengua en mi boca y me hace suya mientras mueve sus caderas una y otra vez, y yo jadeo enloquecida. El juego le ha sobreexcitado, le ha hecho olvidar la operación y, subiendo mis piernas a sus hombros, comienza a bombear dentro de mí con pasión. Con deleite.
Esa noche Joe duerme abrazado a mí. Hemos visto la grabación y nos hemos reído. Lo he sorprendido con mis juegos y, antes de dormirme, me dice al oído:
—Me debes la revancha.
Dos días después, lo operan.
Marta y su equipo le hacen en los ojos el microbypass trabecular. Sólo decir el nombre me da miedo. Junto a su madre, aguardo en la sala de espera del hospital. Estoy nerviosa. Mi corazón late acelerado. Mi amor, mi chico, mi novio, mi alemán, está sobre la mesa de un quirófano y sé que no lo está pasando bien. No lo dice, pero sé que está asustado.
Sonia me toma las manos, me da fuerzas y yo se las doy a ella. Ambas sonreímos.
Espero..., espero..., espero... El tiempo pasa lentamente, y yo espero.
Cuando para mí ha transcurrido una eternidad, Marta sale del quirófano y nos mira con una amplia sonrisa. Todo ha ido estupendamente bien, y aunque el alta es inmediata, ella ha mentido a Joe y le ha dicho que tiene que pasar la noche allí. Yo asiento. Sonia se relaja, y las tres nos abrazamos.
Insisto en quedarme esta noche con él en el hospital. En la oscuridad de la habitación lo miro. Lo observo. Joe está dormido, y yo no puedo dormir. No me imagino una vida sin él. Estoy tan enganchada a mi amor que pensar en que algún día lo nuestro pueda terminar me rompe el corazón. Cierro los ojos, y finalmente, agotada, me duermo.
Cuando despierto, me encuentro directamente con la mirada de mi chico. Postrado en la cama me observa y, al ver que abro los ojos, sonríe. Yo lo imito.
Esa mañana le dan el alta y regresamos a nuestra casa. A nuestro hogar.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú) - Página 5 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)

Mensaje por Monse_Jonas Dom 22 Jun 2014, 11:38 pm

Capitulo Veinticinco
Con los días, la recuperación de Joe es alucinante. Tiene una fortaleza de hierro y, tras las revisiones pertinentes, sus médicos le dan el alta. Ambos estamos felices y retomamos nuestras vidas.
Una mañana, cuando se va a trabajar, le pido a Joe que me lleve a la casa de su madre. Mi objetivo es ver el estado de la moto de Hannah. A él no le digo nada, o sé que me la va a montar. Cuando Joe se marcha, su madre y yo vamos al garaje. Y tras retirar varias cajas y ponernos de polvo hasta las cejas, aparece la moto. Es una Suzuki amarilla RMZ de 250.
Sonia se emociona, coge un casco amarillo y me dice:
—Tesoro, espero que te diviertas con ella tanto como mi Hannah se divirtió.
La abrazo y asiento. Calmo su angustia, y cuando se marcha y me deja sola en el garaje, sonrío. Como era de esperar, la moto no arranca. La batería, tras tanto tiempo sin ser utilizada, ha muerto. Dos días más tarde aparezco por la casa con una batería nueva. Se la pongo, y la moto arranca al instante. Encantada por estar sobre una moto, me despido de Sonia y me encamino hacia mi nueva casa. Disfruto del pilotaje y tengo ganas de gritar de felicidad. Cuando llego, Simona y Norbert me miran, y este último me avisa:
—Señorita, creo que al señor no le va a gustar.
Me bajo de la moto y, quitándome el casco amarillo, respondo:
—Lo sé. Con eso ya cuento.
Cuando Norbert se marcha refunfuñando, Simona se acerca a mí y cuchichea:
—Hoy, en “Locura esmeralda”, Luis Alfredo Quiñones ha descubierto que el bebé de Esmeralda Mendoza es suyo y no de Carlos Alfonso. Ha visto en su nalguita izquierda la misma marca de nacimiento que tiene él.
—¡Oh, Dios, y me lo he perdido! —protesto, llevándome la mano al corazón.
Simona niega con la cabeza. Sonríe y me confiesa, haciéndome reír:
—Lo he grabado.
Aplaudo, le doy un beso, y corremos juntas al salón para verlo.
Tras ver la horterada de telenovela que me tiene enganchada, regreso al garaje. Quiero hacerle una puesta a punto a la moto antes de usarla con regularidad y acompañar a Jurgen y sus amigos por los caminos de tierra a los que ellos van. Lo primero que he de hacer es cambiarle el aceite. Norbert, a regañadientes, va a comprarme aceite para la moto. Una vez que lo trae me posiciono en un recoveco del garaje de difícil acceso y comienzo a hacerle una estupenda puesta a punto tal como me enseñó mi padre.
Tras la visita a Müller y la operación de Joe, decido que de momento no quiero trabajar. Ahora puedo elegir. Quiero disfrutar de esa sensación de plenitud sin prisas, problemas y cuchicheos empresariales. Demasiada gente desconocida dispuesta a machacarme por ser la extranjera novia del jefazo. No, ¡me niego! Prefiero pasear con Susto, ver “Locura esmeralda”, bañarme en la maravillosa piscina cubierta o irme con Jurgen, el primo de Joe, a correr con la moto. Ésta es una maravilla y tira que da gusto. Joe no sabe nada. Se lo oculto, y Jurgen me guarda el secreto. De momento, mejor que no se entere.
Un miércoles por la mañana me voy con Marta y Sonia al campo, donde siguen el curso de paracaidismo. Entusiasmada veo cómo el instructor les indica lo que tienen que hacer cuando estén en el aire. Me animan a que participe, pero prefiero mirar. Aunque tirarse en paracaídas tiene que ser una chulada, cuando lo veo tan cercano me acojona. Van a hacer su primer salto libre, y están nerviosas. ¡Yo, histérica! Hasta el momento siempre lo han hecho enganchadas a un monitor, pero esta vez es diferente.
Pienso en Joe, en lo que diría si supiera esto. Me siento fatal. No quiero ni imaginar que pueda salir algo mal. Sonia parece leerme el pensamiento y se acerca a mí.
—Tranquila, tesoro. Todo va a salir bien. ¡Positividad!
Intento sonreír, pero tengo la cara congelada por el frío y los nervios.
Antes de subir a la avioneta, ambas me besan.
—Gracias por guardarnos el secreto —dice Marta.
Cuando se montan en la avioneta les digo adiós con la mano. Nerviosa, observo cómo el avión coge altura y desaparece casi de mi vista. Un monitor se ha quedado conmigo y me explica cientos de cosas.
—Mira..., ya están en el aire.
Con el corazón en la boca, veo caer unos puntitos. Angustiada, compruebo cómo los puntitos se acercan..., se acercan..., y, cuando estoy a punto de gritar, los paracaídas se abren y aplaudo al punto del infarto. Minutos después, cuando toman tierra, Sonia y Marta están pletóricas. Gritan, saltan y se abrazan. ¡Lo han conseguido!
Yo aplaudo de nuevo, pero sinceramente no sé si lo hago porque lo han logrado o porque no les ha pasado nada. Sólo con pensar en lo que Joe diría, se me abren las carnes. Cuando me ven, corren hacia mí y me abrazan. Como tres niñas chicas, saltamos emocionadas.
Por la noche, cuando Joe me pregunta dónde he estado con su madre y su hermana, miento. Me invento que hemos estado en un spa dándonos unos masajes de chocolate y coco. Joe sonríe. Disfruta con lo que me invento, y yo me siento mal. Muy mal. No me gusta mentir, pero Sonia y Marta me lo han hecho prometer. No las puedo defraudar.
Una mañana, Frida me llama por teléfono y una hora después llega a casa acompañada por el pequeño Glen. ¡Qué rico está el mocosete! Charlamos durante horas, y me confiesa que es una acérrima seguidora de “Locura esmeralda”. Eso me hace reír. ¡Qué fuerte! No soy la única joven de mi edad que la ve. Al final, Simona va a tener razón en cuanto a que esa telenovela mexicana está siendo un fenómeno de masas en Alemania. Tras varias confidencias, le enseño la moto y a Susto.
—_____, ¿te gusta enfadar a Joe?
—No —respondo, divertida—. Pero tiene que aceptar las cosas que a mí me gustan igual que yo acepto las que le gustan a él, ¿no crees?
—Sí.
—Odio las pistolas, y yo acepto que él haga tiro olímpico —insisto para justificarme.
—Sí, pero lo de la moto no le va a hacer ninguna gracia. Además, era de Hannah y...
—Sea la moto de Hannah o de Pepito Grillo se va a enfadar igual. Lo sé y lo asumo. Ya encontraré el mejor momento para contárselo. Estoy segura de que, con tiento y delicadeza por mi parte, lo entenderá.
Frida sonríe y, mirando a Susto, que nos observa, comenta:
—Más feo el pobrecito no puede ser, pero tiene unos ojitos muy lindos.
Embobada, me río y le doy un beso en la cabeza al animal.
—Es precioso. Guapísimo —afirmo.
—Pero _____, esta clase de perro no es muy bonita. Si quieres un perro, yo tengo un amigo que tiene un criadero de razas preciosas.
—Pero yo no quiero un perro para lucirlo, Frida. Yo quiero un perro para quererlo, y Susto es cariñoso y muy bueno.
—¿Susto? —repite, riendo—. ¿Lo has llamado Susto?
—La primera vez que lo vi me dio un susto tremendo —le aclaro animadamente.
Frida comprende. Repite el nombre, y el animal da un salto en el aire mientras el pequeño Glen sonríe. Tras pasar varias horas juntas, cuando se marcha promete llamarme para vernos otro día.
Por la tarde telefoneo a mi hermana. Llevo tiempo sin hablar con ella y necesito oír su voz.
—Cuchu, ¿qué te ocurre? —pregunta, alertada.
—Nada.
—¡Oh, sí!, algo te ocurre. Tú nunca me llamas —insiste.
Eso me hace reír. Tiene razón, pero, dispuesta a disfrutar del parloteo de mi loca Raquel, contesto:
—Lo sé. Pero ahora que estoy lejos te echo mucho de menos.
—¡Aisss, mi cuchufletaaaaaaaaaaaaaa...! —exclama, emocionada.
Hablamos durante un buen rato. Me pone al día en relación con su embarazo, sus vómitos y sus náuseas, y por extraño que parezca no me habla de sus problemas maritales. Eso me sorprende. Yo no saco el tema. Eso es buena señal.
Cuando cuelgo tras una hora de conversación, sonrío. Me pongo el abrigo y voy al garaje. Susto, a mi silbido, sale de su escondrijo y, encantada, me voy a dar un paseo con él.
Dos días después, una mañana, cuando Flyn y Joe se van al colegio y al trabajo respectivamente, comienzo la remodelación del salón. Pasamos mucho tiempo en él y necesito darle otro aire. Yo misma me encargo de hacer los cambios. Norbert se horroriza por verme encima de la escalera. Dice que si el señor me viera me regañaría. Pero yo estoy acostumbrada a esas cosas, y descuelgo y cuelgo cortinas encantada de la vida. Sustituyo los cojines de cuero oscuro por los míos color pistacho, y el sillón ahora parece moderno y actual, y no soso y aburrido.
Sobre la bonita mesa redonda coloco un jarrón de cristal verde y con unas maravillosas calas rojas. Quito las figuras oscuras que Eric tiene sobre la chimenea y coloco varios marcos con fotografías. Son tanto de mi familia como de la de Joe, y me enternezco al ver a mi sobrina Luz sonreír.
¡Qué linda es! Y cuánto la echo en falta.
Sustituyo varios cuadros, a cuál más feo, y pongo los que yo he comprado. En un lateral del salón, cuelgo un trío de cuadros de unos tulipanes verdes. ¡Queda monísimo!
Por la tarde, cuando Flyn regresa del colegio y entra en el salón, su gesto se contrae. La estancia ha cambiado mucho. Ha pasado de ser un lugar sobrio a uno colorido y lleno de vida. Le horroriza, pero me da igual. Sé que cualquier cosa que haga no le gustará.
Cuando Joe llega por la tarde la impresión de lo que ve le deja mudo. Su sobrio y oscuro salón ha desaparecido para dejar paso a una estancia llena de alegría y luz. Le gusta. Su cara y su gesto me lo dicen y, cuando me besa, yo sonrío ante la cara de disgusto del pequeño.
Al día siguiente Joe decide llevar a Flyn al colegio. Por norma, siempre lo hace Norbert y el niño acepta contento. Los acompaño en el coche. No sé dónde está pero estoy deseosa de dar un paseo por mi cuenta por la ciudad.
A Joe no le hace gracia que yo ande por Múnich sola, pero mi cabezonería puede con la suya y al final accede. En el camino recogemos a dos niños, Robert y Timothy. Son charlatanes y me miran con curiosidad. Yo me percato de que ambos llevan un skate de colores en las manos, justo el juguete que Joe prohíbe a Flyn. Cuando llegamos al colegio, para el coche, los críos abren la puerta y se bajan. Flyn lo hace el último. Después, cierra la puerta.
—¡Vaya!, no me ha dado un besito —me mofo.
Joe sonríe.
—Dale más tiempo.
Suspiro, volteo los ojos y me río.
—¿Tú me das un besito? —pregunto cuando voy a bajarme del coche.
Sonriendo, Joe me atrae hacia él.
—Todos los que tú quieras, pequeña.
Me besa y yo disfruto de su posesivo beso mientras dura.
—¿Estás segura de que sabes regresar tú sola hasta la casa?
Divertida, asiento. No tengo ni idea, pero sé la dirección y estoy segura de que no me perderé. Le guiño un ojo.
—Por supuesto. No te preocupes.
No está muy convencido de dejarme aquí.
—Llevas el móvil, ¿verdad?
Lo saco de mi bolsillo.
—A tope de carga, por si tengo que pedir ¡auxilio! —respondo con guasa.
Al final, mi loco amor sonríe, le doy un beso y me bajo del vehículo. Cierro la puerta, arranca y se va. Sé que me mira por el espejo retrovisor y con la mano digo adiós como una tonta. ¡Madre mía, qué enamoradita estoy!
Cuando el coche tuerce hacia la izquierda y lo pierdo de vista miro hacia el colegio. Hay varios grupos de niños en la entrada y, desde mi posición, observo que Flyn se queda parado en un lateral. Está solo. ¿Dónde están Robert y Timothy? Me quedo parada tras un árbol y observo que con disimulo mira hacia una guapa niña rubia, y me emociono.
¡Aisss, mi pitufo enfadica tiene corazoncito!
Se apoya en la verja del colegio y no le quita la mirada de encima mientras ella juega y habla con otros niños. Sonrío.
Suena un timbre y los críos comienzan a entrar. Flyn no se mueve. Espera a que la niña y sus amigas entren en el colegio, y luego lo hace él. Con curiosidad lo sigo con la mirada y de pronto veo que Robert, Timothy y otros dos chicos con sus skates en las manos se acercan a él y Flyn se para. Hablan. Uno de ellos le quita la gorra y se la tira al suelo. Cuando él se agacha a cogerla, Robert le da una patada en el trasero y Flyn cae de bruces contra el suelo. La sangre se me enciende. ¡Estoy indignada! ¿Qué hacen?
¡Malditos niños!
Los chavales, muertos de risa, se alejan y observo cómo Flyn se levanta y se mira la mano. Veo que tiene sangre. Se la limpia con un kleneex que saca de su abrigo, coge la gorra y, sin levantar la mirada del suelo, entra en el colegio.
Boquiabierta, pienso en lo que ha pasado mientras me pregunto cómo puedo hablar de eso con Flyn.
Una vez que el niño desaparece comienzo a andar, y pronto estoy en la vorágine de las calles de Múnich. Joe me llama. Le indico que estoy bien y cuelgo. Tiendas..., muchas tiendas, y yo, disfrutando, me paro en todos los escaparates. Entro en una tienda de motocross y compro todo lo que necesito. Estoy emocionada. Cuando salgo más feliz que una perdiz, observo a los viandantes. Todos llevan un gesto serio. Parecen enfadados. Pocos sonríen. Qué poquito se parecen a los españoles en eso.
Paso caminando por un puente, el Kabelsteg. Me sorprendo al ver la cantidad de candados de colores que hay en él. Con cariño toco esas pequeñas muestras de amor y leo nombres al azar: Iona y Peter, Benni y Marie. Incluso hay candados a los que se le han sumado pequeños candaditos con otros nombres que imagino que son los hijos. Sonrío. Me parece superromántico, y me encantaría hacerlo con Joe. Se lo tengo que proponer. Pero suelto una carcajada. Con seguridad pensará que me he vuelto loca a la par que ñoña.
Tras visitar una parte bonita de la ciudad, me paro ante una tienda erótica. Suena mi móvil. Joe. Mi loco amor está preocupado por mí. Le aseguro que ninguna banda de albanokosovares me ha raptado, y tras hacerle reír me despido de él. Divertida, entro en la tienda erótica.
Curiosa miro a mi alrededor. Es un local donde venden todo tipo de juguetes eróticos y lencería sexy, y está decorado con gusto y refinamiento. Las paredes son rojas, y todo lo que hay allí llama mi atención. Cientos de vibradores de colores y juguetes de formas increíbles están ante mí y curioseo. Veo unas plumas negras y las cojo. Me servirán para jugar otro día con Joe. También elijo unos cubrepezones de lentejuelas negros de los que cuelgan unas borlas. La dependienta me indica que son reutilizables y que se pegan con unas almohadillas adhesivas al pezón. Me río. Imaginarme con esto puesto ante Joe me da risa. Pero conociéndolo, ¡le gustará! Cuando voy a pagar, me fijo en un lateral de la tienda y suelto una carcajada al ver unos disfraces. Sonrío y cojo uno de policía malota. Lo compro. Esta noche sorprenderé a mi Iceman. Cuando salgo de la tienda con mi bolsa en la mano y una sonrisa de oreja a oreja, paso ante una ferretería. Recuerdo algo. Entro y compro un pestillo para la puerta. Quiero sexo en casa sin invitados imprevistos de ojos rasgados.
Tres horas después, tras patearme las calles de Múnich, cojo un taxi y llego hasta casa. Simona y Norbert me saludan y, mirando al hombre, le pido herramientas. Sorprendido, asiente, pero no pregunta. Me las proporciona.
Encantada de la vida con lo que Norbert me ha traído, subo a la habitación que comparto con Joe y, en la puerta, pongo el pestillo. Espero que no le moleste, pero no quiero que Flyn nos pille mientras estoy vestida de policía malota o hacemos salvajemente el amor. ¿Qué pensaría el crío de nosotros?
Por la tarde, cuando Flyn regresa del colegio, como siempre está taciturno. Se encierra en su cuarto a hacer deberes. Simona le va a llevar la merienda y le pido que me deje hacerlo a mí. Cuando entro en la habitación, el niño está sentado la mesita enfrascado en sus deberes. Le dejo el plato con el sándwich y me fijo en su mano. La herida se ve.
—¿Qué te ha pasado en la mano? —pregunto.
—Nada —responde sin mirarme.
—Para no haberte pasado nada, tienes un buen rasponazo —insisto.
El crío levanta la vista y me escruta.
—Sal de mi cuarto. Estoy haciendo los deberes.
—Flyn..., ¿por qué estás siempre enfadado?
—No estoy enfadado, pero me vas a enfadar.
Su contestación me hace sonreír. Ese pequeño enano es como su tío, ¡hasta responde igual! Al final, desisto y salgo de la habitación. Voy a la cocina y cojo una coca-cola; la abro y doy un trago de la lata. Cuando la estoy tomando, aparece el niño y me mira.
—¿Quieres? —le ofrezco
Niega con la cabeza y se va. Cinco minutos después me siento en el salón y pongo la televisión. Miro la hora. Las cinco. Queda poco para que regrese Joe. Decido ver una película y busco algo que me pueda interesar. No hay nada, pero al final en un canal pasan un episodio de “Los Simpson” y me quedo mirándolo.
Durante un rato, río por las ocurrencias de Bart y, cuando menos me lo espero, aparece Flyn a mi lado. Me mira y se sienta. Doy un trago a mi lata de coca-cola. El pequeño coge el mando con la intención decambiar de canal.
—Flyn, si no te importa, estoy viendo la televisión.
Lo piensa. Deja el mando sobre la mesa, se acomoda en el sillón y, de pronto, dice:
—Ahora sí quiero una coca-cola.
Mi primer instinto es contestarle: “Pues ánimo, chato, tienes dos piernas muy hermosas para ir a por ella”. Pero como quiero ser amable con él, me levanto y me ofrezco a traérsela.
—En un vaso y con hielo, por favor.
—Por supuesto —asiento, encantada por aquel tono tan apaciguado.
Más contenta que unas pascuas llego a la cocina. Simona no está. Cojo un vaso, le pongo hielo, saco la coca-cola del frigorífico y, cuando la abro, ¡zas!, la coca-cola explota. El gas y el líquido me entran en los ojos y nos empapamos la cocina y yo.
Como puedo, suelto la bebida en la encimera y, a tientas, busco el papel de cocina para secarme la cara. ¡Diosssssss, estoy empapada! Pero entonces me percato a través del espejo del microondas de que Flyn me observa con una cruel sonrisa por el hueco de la puerta.
¡La madre que lo parió!
Seguro que ha sido él quien ha movido la coca-cola para que explotara y por eso me la ha pedido con tanta amabilidad.
Respiro..., respiro y respiro mientras me seco, y limpio el suelo de la cocina. ¡Maldito niño! Una vez que termino, salgo como un toro de Osborne, y cuando voy a decirle algo al enano, convencida de que es el culpable de todo, me encuentro en el salón a Joe con él en brazos.
—¡Hola, cariño! —me saluda con una amplia sonrisa.
Tengo dos opciones: borrarle la sonrisa de un plumazo y contarle lo que su riquísimo sobrino acaba de hacer, o disimular y no decir nada del minidelincuente que está en sus brazos. Opto por lo segundo, y entonces mi Iceman deja al crío en el suelo, se acerca a mí y me da un dulce y sabroso beso en los labios.
—¿Estás mojada? ¿Qué te ha pasado?
Flyn me mira, y yo le miro, pero respondo:
—Al abrir una coca-cola me ha explotado y me he puesto perdida.
Joe sonríe y, aflojándose la corbata, señala:
—Lo que no te pase a ti no le pasa a nadie.
Sonrío. No puedo evitarlo. En este momento entra Simona.
—La cena está preparada. Cuando quieran pueden pasar.
Joe mira a su sobrino.
—Vamos, Flyn. Ve con Simona.
El pequeño corre hacia la cocina, y Simona va tras él. Entonces, Joe se acerca a mí y me da un caliente y morboso beso en los labios que me deja ¡atontá!
—¿Qué tal tu día por Múnich?
—Genial. Aunque ya lo sabes. Me has llamado mil veces, ¡pesadito!
Joe se muestra sonriente.
—Pesadito, no. Preocupado. No conoces la ciudad y me inquieta que andes sola.
Suspiro, pero no me da tiempo a responder.
—Pero cuéntame, ¿por dónde has estado?
Le explico a mi manera los lugares que he visitado, todos grandiosos y alucinantes y, cuando le comento lo del puente de los candados, me sorprende.
—Me parece una excelente idea. Cuando quieras, vamos al Kabelsteg a ponerlo. Por cierto, en Múnich hay más puentes de los enamorados. Está el Thalkirchner y el Großhesseloher.
—¿Alguna vez has puesto un candado tú ahí? —pregunto, sorprendida.
Joe me mira..., me mira y, con media sonrisa, cuchichea:
—No, cuchufleta. Tú serás la primera que lo consiga.
Alucinadita me ha dejado. Mi Iceman es más romántico de lo que yo imaginaba. Encantada por su respuesta y su buen humor, pienso en mi disfraz de policía malota. ¡Le va a encantar!
—¿Qué te parece si tú y yo vamos a cenar esta noche a casa de Björn?
¡Glups y reglups!
Desecho rápidamente mi disfraz de poli malota. Mi cuerpo se calienta en cero coma un segundo y me quedo sin aliento. Sé lo que significa esa proposición. Sexo, sexo y sexo. Sin quitarle los ojos de encima, asiento.
—Me parece una fantástica idea.
Joe sonríe, me suelta, entra en la cocina y le oigo hablar con Simona. También escucho las protestas de Flyn. Se enfada porque su tío se marche. Una vez que mi loco amor regresa, me coge de la mano y dice:
—Vamos a vestirnos.
Joe se asombra por el cerrojo que le enseño que he puesto en la habitación. Le prometo que sólo lo utilizaremos en momentos puntuales. Asiente. Lo entiende.
—He comprado algo que te quiero enseñar. Siéntate y espera —le comunico, ansiosa.
Entro presurosa al baño. No le digo lo del disfraz de poli malota. Esa sorpresa la guardo para otro día. Me quito la ropa y me coloco los cubrepezones. ¡Qué graciosos! Divertida, abro la puerta del baño y, en plan Mata Hari, me planto ante él.
—¡Guau, nena! —exclama Joe al verme—. ¿Qué te has comprado?
—Son para ti.
Divertida, muevo mis hombros y las borlas que cuelgan de los pezones se menean. Joe ríe. Se levanta y echa el cerrojo. Yo sonrío. Cuando me acerco hasta él y antes de tumbarme en la cama, mi lobo hambriento murmura:
—Me encantan, morenita. Ahora los disfrutaré yo, pero no te los quites. Quiero que Björn los vea también.
Con una sonrisa acepto su beso voraz.
—De acuerdo, mi amor.
Una hora después, Joe y yo vamos en su coche. Estoy nerviosa, pero esos nervios me excitan a cada segundo más. Mi estómago está contraído. No voy a poder cenar y, cuando llegamos a casa de Zayn, mi corazón late como un caballo desbocado.
Como era de esperar, el guapísimo Zayn nos recibe con la mejor de sus sonrisas. Es un tío muy sexy. Su mirada ya no resulta tan inocente como cuando estamos con más gente. Ahora es morbosa.
Me enseña su espectacular casa y me sorprendo cuando al abrir una puerta me indica que ésas son las oficinas de su despacho particular. Me explica que allí trabajan cinco abogados, tres hombres y dos mujeres. Cuando pasamos junto a una de las mesas, Joe dice:
—Aquí trabaja Helga. ¿Te acuerdas de ella?
Asiento. Joe y Zayn se miran y, dispuesta a ser tan sincera como ellos, explico:
—Por supuesto. Helga es la mujer con la que hicimos un trío aquella noche en el hotel, ¿verdad?
Mi alemán se muestra asombrado por mi sinceridad.
—Por cierto, Joe —dice Zayn—, pasemos un momento a mi despacho. Ya que estás aquí, fírmame los documentos de los que hablamos el otro día.
Sin hablar entramos en un bonito despacho. Es clásico, tan clásico como el que tiene Joe en su casa. Durante unos segundos, ambos ojean unos papeles, mientras yo me dedico a fisgar a su alrededor. Ellos están tranquilos. Yo no. Yo no puedo dejar de pensar en lo que deseo. Los observo, y me caliento. Los cubrepezones me endurecen el pecho mientras los oigo hablar, y me excito. Deseo que me posean. Quiero sexo. Ellos provocan en mí un morbo que puede con mi sentido, y cuando no puedo más, me acerco, le quito los papeles a Joe de la mano y, con un descaro del que nunca me creí capaz, lo beso.
¡Oh, sí! Soy una ¡loba! 
Monse_Jonas
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Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú) - Página 5 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)

Mensaje por Monse_Jonas Dom 22 Jun 2014, 11:39 pm

Capitulo Veinticinco Segunda Parte
Muerdo su boca con anhelo, y Joe responde al segundo. Con el rabillo del ojo veo que Zayn nos mira. No me toca. No se acerca. Sólo nos mira mientras Joe, que ya ha tomado las riendas del momento, pasea sus manos por mi trasero, arrastrando mi vestido hacia arriba. 
Cuando separa sus labios de los míos, soy consciente de lo que he despertado en él y le susurro, extasiada, dispuesta a todo: 
—Desnúdame. Juega conmigo. —Joe me mira, y deseosa de sexo, musito sobre su boca—: Entrégame. 
Su boca vuelve a tomar la mía y siento sus manos en la cremallera de mi vestido. ¡Oh, sí! La baja, y cuando ya ha llegado a su tope, me aprieta las nalgas. Calor. 
Sin hablar, me quita el vestido, que cae a mis pies. No llevo sujetador y mis cubrepezones quedan expuestos para él y su amigo. Excitación 
Zayn no habla. No se mueve. Sólo nos observa mientras Joe me sienta sobre la mesa del despacho vestida solo con un tanga negro y los cubrepezones. Locura. 
Me abre las piernas y me besa. Acerca su erección a mi sexo y lo aprieta. Deseo. 
Me tumba sobre la mesa, se agacha y me chupa alrededor de los cubrepezones. Luego su boca baja hasta mi monte de Venus y, tras besarlo, enloquecido, agarra el tanga y lo rompe. Exaltación. 
Sin más, veo que mira a su amigo y le hace una señal. Ofrecimiento. 
Zayn se acerca a él, y los dos me observan. Me devoran con la mirada. Estoy tumbada en la mesa, desnuda, y con los cubrepezones y el tanga roto aún puesto. Zayn sonríe, y tras pasear su caliente mirada por mi cuerpo, murmura mientras uno de sus dedos tira del tanga roto: 
—Excitante. 
Expuesta ante ellos y deseosa de ser su objeto de locura, subo mis pies a la mesa, me impulso y me coloco mejor. Llevo uno de mis dedos a mi boca, lo chupo y, ante la atenta mirada de los hombres a los que me estoy ofreciendo sin ningún decoro, lo introduzco en mi húmeda vagina. Sus respiraciones se aceleran, y yo meto y saco el dedo de mi interior una y otra vez. Me masturbo para ellos. ¡Oh, sí! 
Sus ojos me devoran. Sus cuerpos están deseosos de poseerme, y yo de que lo hagan. Los tiento. Los reto con mis movimientos. Joe pregunta: 
—____, ¿llevas en el bolso lo...? 
—Sí —le corto antes de que termine la frase. 
Joe coge mi bolso. Lo abre y saca el vibrador en forma de pintalabios, y se sorprende al ver también la joya anal. Sonríe y se acerca a mí. 
—Date la vuelta y ponte a cuatro patas sobre la mesa. 
Hago caso. Mi dueño me ha pedido eso, y yo, gustosa, lo obedezco. Zayn me da un azotito en el trasero, y luego me lo estruja con sus manos mientras Joe mete la joya en mi boca para que la lubrique con mi saliva. Los vuelvo locos, lo sé. Una vez que Joe saca la joya de mi boca, me abre bien las piernas e introduce la joya en mi ano. Entra de tirón. Jadeo, y más cuando noto que la gira produciéndome un placer maravilloso mientras me tocan. 
Con curiosidad miro hacia atrás y observo que los dos miran mi culo, mientras sus alocadas manos se pasean por mis muslos y mi vagina. 
—____ —dice Joe—, ponte como estabas antes. 
Me vuelvo a tumbar sobre la mesa mientras noto la joya en mi interior. Cuando mi espalda descansa de nuevo en el escritorio, Joe me abre las piernas, me expone a los dos, y después se mete entre ellas y besa el centro de mi deseo. Me quemo. 
Su lengua, exigente y dura, toca mi clítoris, y yo salto. 
—No cierres las piernas —pide Zayn. 
Me agarro con fuerza a la mesa y hago lo que me pide, mientras Joe me coge por las caderas y me encaja en su boca. Gemidos de placer salen de mí, y mientras disfruto con ello, observo que Zayn se quita los pantalones y se pone un preservativo. 
De pronto, Joe se para, le entrega a Zayn el pequeño vibrador en forma de pintalabios, sale de entre mis piernas, y su amigo toma su lugar. Joe se pone a mi lado, me echa el pelo hacia atrás y sonríe. Me mima y me besa. Zayn, que ha entendido el mensaje, enciende el vibrador. Joe, cargado de erotismo, murmura: 
—Vamos a jugar contigo y después te vamos a follar como anhelas. 
Las manos de Zayn recorren mis piernas. Las toca. Se acomoda entre ellas y pasa uno de sus dedos por mis húmedos labios vaginales. Después, dos, y cuando los ha abierto para dejar al descubierto mi ya hinchado clítoris, pone el vibrador sobre él, y yo grito. Me muevo. Aquel contacto tan directo me vuelve loca. 
—No cierres las piernas, preciosa —insiste Zayn, y me lo impide. 
Joe me besa. Pone una de sus manos sobre mi abdomen para que no me mueva, mientras Zayn aprieta el vibrador en mi clítoris, y yo grito cada vez más. Esto es asolador. Tremendo. Voy a explotar. Mi ano está lleno. Mi clítoris, enloquecido. Mis pezones, duros. 
Dos hombres juegan conmigo y no me dejan moverme, y creo que no lo voy a poder aguantar. Pero sí..., mi cuerpo acepta las sacudidas de placer que todo esto me provoca y, cuando me he corrido, Zayn me penetra, y Joe mete su lengua en mi boca. 
—Así..., pequeña..., así. 
Ardo. Me quemo. Abraso. 
Entregada a ellos, a lo que me piden, disfruto mientras mi Iceman me hace el amor con su boca, y Zayn se mete en mí una y otra vez. 
Nunca había imaginado que algo así pudiera gustarme tanto. 
Nunca había imaginado que yo pudiera prestarme a algo así. 
Nunca había imaginado que yo iniciaría un juego tan carnal, pero sí, yo lo he comenzado. Me he ofrecido a ellos y ansío que jueguen, me devoren y hagan conmigo lo que quieran. Soy suya. De ellos. Me gusta esa sensación y deseo continuar. Anhelo más. 
El calor es abrasador. Joe, entre beso y beso, dice cosas calientes y morbosas en mi boca, y yo enloquezco de excitación. Mientras, Zayn sigue penetrándome sobre la mesa de su despacho una y otra vez, a la par que me da azotitos en el trasero. 
Me llega el clímax y grito mientras me abro para que Zayn tenga más accesibilidad a mi interior. Joe me muerde la barbilla y, segundos después, es Zayn quien se deja ir. 
Acalorada, excitada, enardecida y con ganas de más juegos respiro con dificultad sobre la mesa. Joe me coge entre sus brazos, y aún con el tanga roto colgando de mi cuerpo, y la joya anal, me saca del despacho. Traspasamos la vacía oficina y entramos en la casa de Zayn. Allí vamos hasta un baño. Éste, que nos sigue, no entra. Sabe cuándo y dónde debe estar, y sabe que ese momento es íntimo entre Joe y yo. 
Cuando entramos en el baño, Joe me deja en el suelo. Me quita los cubrepezones, se agacha y, con delicadeza, retira los restos del tanga. Yo sonrío, y cuando se levanta con él en la mano, suelto: 
—Está claro que te gusta romperme la ropa interior. 
Joe sonríe. Lo tira en una papelera y, mientras se quita la camisa, asegura: 
—Desnuda me gustas más. 
Con la mirada risueña, pregunto: 
—¿La joya? 
Joe sonríe y me da un cachete en el culo. 
—La joya se queda donde está. Cuando la saque lo haré para meter otra cosa, si tú quieres. 
Acto seguido, abre el grifo de la ducha, y ambos nos metemos. El pelo se me empapa y me abraza. No me enjabona. 
—¿Estás bien, cariño? 
Hago un gesto de asentimiento, pero él, deseoso de oír mi voz, se separa de mí unos centímetros. Yo lo miro y murmuro: 
—Deseaba hacerlo, Joe, y aún lo deseo. 
Mi alemán sonríe y levanta una ceja. 
—Me vuelves loco, pequeña. 
Me agarro a su cuello y doy un salto para llegar a su boca. Él me coge en volandas, y mientras el agua corre por nuestros cuerpos, nos besamos. La joya presiona mi ano. 
—Quiero más —le confieso—. Me gusta la sensación que me produce que me ofrezcas y juegues conmigo. Me excita que me hables y digas cosas calientes. Me vuelve loca ser compartida, y quiero que lo vuelvas a hacer una y mil veces. 
Su sonrisa seductora me hace temblar. Su delicadeza mientras me abraza es extrema, y yo me siento pletórica de felicidad. 
Una vez fuera de la ducha, Joe me envuelve en una esponjosa toalla, me coge en brazos de nuevo y, sin secarse y desnudo, me saca del baño. Me lleva hasta una habitación en color burdeos y me posa en la cama. Presupongo que es la habitación de Zayn, que en este mismo momento sale de otro baño, desnudo y húmedo. Se ha duchado como nosotros. 
Veo que ambos se miran y, sin hacer el más mínimo gesto, se han comunicado con la mirada. El juego continúa. Zayn se dirige a un lateral de la habitación y la carne se me pone de gallina cuando escucho sonar la canción Cry me a river en la voz de Michael Bublé. 
—Me comentó Joe que te gusta mucho este cantante, ¿es cierto? —pregunta Zayn 
—Sí, me encanta —le confirmo tras mirar a mi Iceman y sonreír. 
Zayn se acerca. 
—He comprado este CD especialmente para ti. 
Como una gata en celo y dispuesta a excitarlos de nuevo, me pongo de pie. Me quito la toalla, me toco los pechos y juego con ellos al compás de la música. Ellos me comen con la mirada. Tentadora, me revuelvo en la cama y me pongo a cuatro patas. Les enseño mi trasero, donde aún está la joya, y me contoneo al ritmo de la canción. Ambos me miran y veo sus erecciones duras y dispuestas para mí. Me bajo de la cama y, desnuda, los obligo a acercarse. Quiero bailar con los dos. Joe me mira mientras le agarro de la cintura y obligo a Zayn a que me aferre por detrás. Durante unos minutos, los tres, desnudos, mojados y excitados, bailamos esa dulce y sensual melodía. En tanto Joe me devora la boca con pasión, Zayn me besa el cuello y aprieta la joya en mi ano. 
Morbo. Todo es morboso entre los tres en esta habitación. Ambos me sacan una cabeza y sentirme pequeña entre ellos me gusta. Sus erecciones latentes chocan contra mi cuerpo y las deseo. Se me seca la boca y sonrío a Joe. Mi alemán, tras besarme, me da la vuelta, y veo los ojos de Zayn. Su boca desea besarme, ¡lo sé!, pero no lo hace. Se limita a besarme los ojos, la nariz, las mejillas, y cuando sus labios rozan la comisura de mis labios, me mira con deseo. 
—Juega conmigo. Tócame —le susurro. 
Zayn asiente, y una de sus manos baja a mi vagina. La toca. La explora y mete uno de sus dedos en mí, haciéndome gemir. Joe me muerde el hombro mientras sus manos vuelan por mi cuerpo hasta terminar en la joya. Le da vueltas, y las piernas me flaquean. Me agarra por la cintura y me dejo hacer. Soy su juguete. Quiero que jueguen conmigo. 
Bailamos..., nos devoramos..., nos tocamos..., nos excitamos. 
Ser el centro de atención de estos dos titanes me gusta. Me encanta. Sentirme perversa mientras ellos me tocan y desean es lo máximo para mí en este momento. Cierro los ojos, me aprietan contra sus cuerpos y sus erecciones me indican que están preparados para mí. Me enloquece esa sensación. Adoro ser su objeto de deseo. 
La canción acaba, y comienza Kissing a fool, y mi excitación está por las nubes. Joe y Zayn están como yo. Al final, Joe exige con voz cargada de tensión: 
—Zayn, ofrécemela. 
Éste se sienta en la cama, me hace sentar delante de él, pasa sus brazos por debajo de mis piernas y me las abre. ¡Oh, Dios, qué morbo! Mi vagina queda abierta totalmente para mi amor. Joe se agacha entre mis piernas, muerde mi monte de Venus y después mis labios vaginales. Tiemblo. Su ávida lengua me saborea y pronto encuentra mi clítoris. Juega. Lo tortura. Me enloquece, y el remate es cuando sus dedos da vueltas a la joya de mi ano. Grito. 
—Me gusta oírte gritar de placer —cuchichea Zayn en mi oído. 
Joe se levanta. Está enloquecido. Pone su duro pene en mi vagina y me penetra. ¡Oh, sí!... Sus penetraciones son duras y asoladoras mientras Zayn continúa diciendo: 
—Te voy a follar, preciosa. No veo el momento de volver a hundirme en ti. 
Las maravillosas penetraciones de Joe me hacen gritar de placer, mientras se hunde una y otra vez en mí consiguiendo arrancarme cientos de jadeos gustosos. Calientes. Perversos. De pronto, se para y, sin salir de mi interior, me agarra por la cintura y me alza. Me hunde más en él. Zayn se levanta de la cama, y en volandas, como si en una silla invisible estuviera sentada, Joe continúa sus penetraciones mientras los fuertes brazos de Zayn me sujetan y me lanzan una y otra vez contra mi Iceman. 
Soy su muñeca. Me desmadejo entre sus brazos cuando mi chillido placentero le hace saber a Joe que he llegado al orgasmo y sale de mí. Zayn me tumba en la cama, y Joe, con su falo erecto, se acerca, me agarra por la cabeza y con rudeza lo introduce en mi boca. Lo chupo. Lo degusto, enloquecida. Oigo rasgar un preservativo e imagino que Zayn se lo está poniendo. Segundos después, abre mis piernas sin contemplaciones y me penetra. ¡Sí! Extasiada por el momento que estos dos me están proporcionando, disfruto de la erección de Joe. ¡Dios, me encanta!, hasta que segundos después se retira de mi boca y se corre sobre mi pecho. 
Zayn está muy excitado por lo que ve, así que me agarra por las caderas y comienza a bombear dentro de mí con fuerza. ¡Oh, sí! 
Una..., dos..., tres..., cuatro..., cinco..., seis... 
Mis gemidos de placer salen descontrolados de mi boca mientras los dos hombres se hacen con mi cuerpo. Me poseen a su antojo, y yo accedo. Yo quiero. Yo me abro a ellos, hasta que Zayn se corre y yo con él. Joe, tan enloquecido como nosotros, extiende por mis pechos el jugo de su excitación y veo en sus vidriosos ojos que disfruta del momento. Todos disfrutamos. 
La música va in crescendo, y nuestros cuerpos se acompasan. Joe me besa y yo gozo. Tras salir de mí, Zayn mete su cabeza entre mis piernas y busca mi clítoris. Desea más. Lo aprieta entre sus labios y tira de él. Me retuerzo. Mueve la joya en mi ano. Grito. Su boca muerde la cara interna de mis muslos mientras Joe me masajea la cabeza y me mira. Calor..., tengo calor y creo que me voy a correr otra vez. Pero cuando estoy a punto de hacerlo, oigo decir a Joe: 
—Todavía no, pequeña...Ven aquí. 
Se sienta en la cama, me coge de la mano y tira de mí. Me hace sentar a horcajadas sobre él y me penetra de nuevo. Quiero correrme. Necesito correrme. Como loca me muevo en busca de mi placer y, enloquecida, grito: 
—No pares, Joe. Quiero más. Os quiero a los dos dentro. 
A través de las pestañas, veo que Joe asiente. Zayn abre un cajón y saca lubricante. Joe, al verme tan enloquecida, detiene sus penetraciones. 
—Escucha, amor, Zayn va a poner lubricante para facilitar su entrada. —Asiento, y prosigue al ver mi mirada—: Tranquila..., nunca permitiría que nada te doliera. Si te duele, me avisas y paramos, ¿de acuerdo? 
Le digo que sí y me besa; me aprieto contra él y suspiro. 
Joe me acerca más a su cuerpo mientras su erección continúa proporcionándome placer. Zayn, desde atrás, me da uno de sus azotes en el culo. Sonrío. Saca la joya de mi ano y siento que unta algo frío y húmedo mientras me susurra en el oído: 
—No sabes cuánto te deseo, ____. No veía el momento de penetrar este bonito culo tuyo. Voy a jugar contigo. Te voy a follar, y tú me vas a recibir. 
Accedo. Quiero que lo haga, y Joe añade: 
—Eres mía, pequeña, y yo te ofrezco. Hazme disfrutar con tu orgasmo. 
Con el dedo, Zayn juguetea en mi interior, mientras Joe me penetra y me dice cosas calientes. Muy calientes. Ardorosas. Ambos me conocen y saben que eso me excita. Segundos después, Zayn le pide a Joe que me abra para él. Mi Iceman, sin retirar sus preciosos ojos de mí, me agarra de las cachas del culo y me muerde el labio inferior. Sin soltarme noto la punta de la erección de Zayn sobre mi ano y cómo centímetro a centímetro, apretándome, se introduce en mí. 
—Así, cariño..., poco a poco... —murmura Joe tras soltarme el labio—. No tengas miedo. ¿Duele? —Niego con la cabeza, y él sigue—: Disfruta, mi amor..., disfruta de la posesión. 
—Sí..., preciosa..., sí... tienes un culito fantástico... —masculla Zayn, penetrándome—. ¡Oh, Dios!, me encanta. Sí, nena..., sí... 
Abro la boca y gimo. La sensación de esa doble penetración es indescriptible y escuchar lo que cada uno dice me calienta a cada segundo más. Joe me mira con los ojos brillantes por la expectación y, ante mis jadeos, me pide: 
—No dejes de mirarme, cariño. 
Lo hago. 
—Así..., así..., acóplate a nosotros... Despacio..., disfruta... 
Estoy entre dos hombres que me poseen. 
Dos hombres que me desean. 
Dos hombres que deseo. 
Cuatro manos me sujetan desde diferentes sitios, y ambos me llenan con delicadeza y pasión. Siento sus penes casi rozarse en mi interior, y me gusta verme sometida por y para ellos. Joe me mira, toca mi boca con la suya, y cada uno de mis jadeos los toma para él mientras me dice dulces y calientes palabras de amor. Zayn me pellizca los pezones, me posee desde atrás y cuchichea en mi oído: 
—Te estamos follando... Siente nuestras pollas dentro de ti... 
Calor..., tengo un calor horroroso y, de pronto, noto como si toda la sangre de mi cuerpo subiera a la cabeza y grito, extasiada. Estoy siendo doblemente penetrada y enloquezco de placer. Me estrujan contra ellos exigiéndome más, y vuelvo a gritar hasta que me arqueo y me dejo ir. Ellos no paran; continúan con sus penetraciones. Joe...Zayn... Joe... Zayn... Sus respiraciones enloquecidas y sus movimientos me hacen saltar en medio de los dos, hasta que sueltan unos gruñidos varoniles, y sé que el juego, de momento, ha finalizado. 
Con cuidado, Zayn sale de mí y se tumba en la cama. Joe no lo hace y quedo tendida sobre él mientras me abraza. Durante unos minutos, los tres respiramos con dificultad mientras la voz de Michael Bublé resuena en la habitación, y nosotros recuperamos el control de nuestros cuerpos. 
Pasados cinco minutos, Zayn toma mi mano, la besa y susurra con una media sonrisa: 
—Con vuestro permiso, me voy a la ducha. 
Joe sigue abrazándome, y yo lo abrazo a él. Cuando quedamos solos en la cama, lo miro. Tiene los ojos cerrados. Le muerdo el mentón. 
—Gracias, amor. 
Sorprendido, abre los ojos. 
—¿Por qué? 
Le doy un beso en la punta de la nariz que le hace sonreír. 
—Por enseñarme a jugar y a disfrutar del sexo. 
Su carcajada me hace reír a mí, y más cuando afirma: 
—Estás comenzando a ser peligrosa. Muy peligrosa. 


Media hora más tarde, duchados, los tres vamos a la cocina de Zayn. Allí, sentados sobre unos taburetes, comemos y nos divertimos mientras charlamos. Les confieso que sus exigencias y su rudeza en ciertos momentos me excitan, y los tres reímos. Dos horas después, vuelvo a estar desnuda sobre la encimera de la cocina, mientras ellos me vuelven a poseer, y yo, gustosa, me ofrezco.
Monse_Jonas
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Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú) - Página 5 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)

Mensaje por chelis Lun 23 Jun 2014, 4:07 pm

Otroooo!!!!.... Y joe la convirtió en un moustro!!!!!....
Jejejejejeejej ahora que no se queje!!!!
chelis
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Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú) - Página 5 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)

Mensaje por Monse_Jonas Miér 25 Jun 2014, 11:33 pm

Capitulo Veintiséis
La vida con Iceman va viento en poca a pesar de nuestras discusiones. Nuestros encuentros a solas son locos, dulces y apasionados, y cuando visitamos a Zayn, calientes y morbosos. Joe me entrega a su amigo, y yo acepto, gustosa. No hay celos. No hay reproches. Sólo hay sexo, juego y morbo. Los tres hacemos un excepcional trío, y lo sabemos; disfrutamos de nuestra sexualidad plenamente en cada encuentro. Nada es sucio. Nada es oscuro. Todo es locamente sensual.
Flyn es otro cantar. El pequeño no me lo pone fácil. Cada día que pasa lo noto más reticente a ser amable conmigo y a nuestra felicidad. Joe y yo sólo discutimos por él. Él es la fuente de nuestras peleas, y el niño parece disfrutar.
Ahora acompaño a Norbert alguna mañana al colegio. Lo que Flyn no sabe es que cuando Norbert arranca el coche y se va, yo observo sin ser vista. No entiendo qué ocurre. No soy capaz de comprender por qué Flyn es el centro de las burlas de sus supuestos amigos. Lo vapulean, le empujan, y él no reacciona. Siempre acaba en el suelo. He de poner remedio. Necesito que sonría, que tenga confianza en sí mismo, pero no sé cómo lo voy a hacer.
Una tarde, mientras estoy en mi habitación tarareando la canción Tanto de Pablo Alborán, observo a través de los cristales que vuelve a nevar. Nieva sobre lo nevado, y eso me alegra. ¡Qué bonita que es la nieve! Encantada con ello, voy a la habitación de juegos donde Flyn hace deberes y abro la puerta.
—¿Te apetece jugar en la nieve?
El niño me mira y, con su habitual gesto serio, responde:
—No.
Tiene el labio partido. Eso me enfurece. Le cojo la barbilla y le pregunto:
—¿Quién te ha hecho esto?
El crío me mira y con mal genio responde:
—A ti no te importa.
Antes de contestar, decido callar. Cierro la puerta y voy en busca de Simona, que está en la cocina preparando un caldo. Me acerco a ella.
—Simona.
La mujer, secándose las manos en el delantal, me mira.
—Dígame, señorita.
—¡Aisss, Simona, por Dios, que me llames por mi nombre, ¡_____!
Simona sonríe.
—Lo intento, señorita, pero es difícil acostumbrarme a ello.
Comprendo que, efectivamente, debe de ser muy difícil para ella.
—¿Hay algún trineo en la casa? —pregunto.
La mujer lo piensa un momento.
—Sí. Recuerdo que hay uno guardado en el garaje.
—¡Genial! —aplaudo. Y mirándola, digo—: Necesito pedirte un favor.
—Usted dirá.
—Necesito que salgas al exterior de la casa conmigo y juegues a tirarnos bolas.
Incrédula, parpadea, y no entiende nada. Yo, divirtiéndome, le agarro las manos y cuchicheo:
—Quiero que Flyn vea lo que se pierde. Es un niño, y debería querer jugar con la nieve y tirarse en trineo. Vamos, demostrémosle lo divertido que puede ser jugar con algo que no sean las maquinitas.
En un principio, la mujer se muestra reticente. No sabe qué hacer, pero al ver que la espero, se quita el mandil.
—Deme dos segundos que me pongo unas botas. Con el calzado que llevo, no se puede salir al exterior.
—¡Perfecto!
Mientras me pongo mi plumón rojo y los guantes en la puerta de la casa, aparece Simona, que coge su plumón azul y un gorro.
—¡Vamos a jugar! —digo, agarrándola del brazo.
Salimos de la casa. Caminamos por la nieve hasta llegar frente al cuarto de juegos de Flyn, y allí comenzamos nuestra particular guerra de bolas. Al principio, Simona se muestra tímida, pero tras cuatro aciertos míos, ella se anima. Cogemos nieve y, entre risas, las dos nos la tiramos.
Norbert, sorprendido por lo que hacemos, sale a nuestro encuentro. Primero, es reticente a participar, pero dos minutos después, lo he conseguido, y se une a nuestro juego. Flyn nos observa. Veo a través de los cristales que nos está mirando y grito:
—Vamos, Flyn... ¡Ven con nosotros!
El niño niega con la cabeza, y los tres continuamos. Le pido a Norbert que traiga del garaje el trineo. Cuando lo saca, veo que es rojo. Encantada, me subo en él y me tiro por una pendiente llena de nieve. El guarrazo que me meto es considerable, pero la mullida nieve me para y me río a carcajadas. La siguiente en tirarse en Simona, y después lo hacemos las dos juntas. Terminamos rebozadas de nieve, pero felices, pese al gesto incómodo de Norbert. No se fía de nosotras. De pronto, y contra todo pronóstico, veo que Flyn sale al exterior y nos mira.
—¡Vamos, Flyn, ven!
El pequeño se acerca y le invito a sentarse en el trineo. Me mira con recelo, así que le digo:
—Ven, yo me sentaré delante y tú detrás, ¿te parece?
Animado por Simona y Norbert, el niño lo hace y con sumo cuidado me tiro por la pendiente. A mis gritos de diversión se unen los de él, y cuando el trineo se para, me pregunta, extasiado:
—¿Lo podemos repetir?
Encantada de ver un gesto en él que nunca había visto, asiento. Ambos corremos hasta donde está Simona y repetimos la bajada.
A partir de este momento, todo son risas. Flyn, por primera vez desde que estoy en Alemania, se está comportando como un niño, y cuando consigo convencerlo para que baje él solo en el trineo y lo hace, su cara de satisfacción me llena el alma.
¡Sonríe!
Su sonrisa es adictiva, preciosa y maravillosa, hasta que de pronto veo que la cambia, y al mirar en la dirección que él mira, observo que Susto corre hacia nosotros. Norbert se ha dejado el garaje abierto, y, al oír nuestros gritos, el animal no lo ha podido remediar y viene a jugar. Asustado, el niño se paraliza y yo doy un silbido. Susto viene a mí, y cuando le agarro de la cabeza, murmuro:
—No te asustes, Flyn.
—Los perros muerden —susurra, paralizado.
Recuerdo lo que el niño contó aquel día en la cama, y acariciando a Susto, intento tranquilizarlo:
—No, cielo, no todos los perros muerden. Y Susto te aseguro que no lo va a hacer. —Pero el niño no se convence, e insisto mientras alargo la mano—: Ven. Confía en mí. Susto no te morderá.
No se acerca. Sólo me mira. Simona lo anima, y Norbert también, y el niño da un paso adelante pero se para. Tiene miedo. Yo sonrío y vuelvo a decir:
—Te prometo, cariño, que no te va a hacer nada malo.
Flyn me mira receloso, hasta que de pronto Susto se tira en la nieve y se pone patas arriba. Simona, divertida, le toca la barriga.
—Ves, Flyn. Susto sólo quiere que le hagamos cosquillas. Ven...
Yo hago lo que hace Simona, y el animal saca la lengua por un lateral de su boca en señal de felicidad.
De pronto, el niño se acerca, se agacha y, con más miedo que otra cosa, le toca con un dedo. Estoy segura de que es la primera vez que toca a un animal en muchos años. Al ver que Susto sigue sin moverse, Flyn se anima y le vuelve a tocar.
—¿Qué te parece?
—Suave y mojado —murmura el crío, que ya le toca con la palma de la mano.
Media hora después, Susto y Flyn ya son amigos, y cuando nos tiramos en el trineo, Susto corre a nuestro lado mientras nosotros gritamos y reímos.
Todos estamos empapados y rebozados de nieve. Es divertido. Lo estamos pasando bien, hasta que oímos que un coche se acerca. Joe. Simona y yo nos miramos. Flyn, al ver que es su tío, se queda paralizado. Eso me extraña. No corre en su busca. Cuando el vehículo se acerca, compruebo que Joe nos observa y, por su cara, parece estar de mala leche. Vamos, lo normal. Sin que pueda evitarlo murmuro cerca de Simona:
—¡Oh, oh!, nos ha pillado.
La mujer asiente. Joe para el coche. Se baja y da un portazo que me hace estimar el calibre de su enfado mientras camina hacia nosotros intimidatoriamente.
¡Madre mía! ¡Qué rebote tiene mi Iceman!
Cuando quiere ser malote, es el peor. Nadie respira. Yo le miro. Él me mira. Y cuando está cerca de nosotros, grita con gesto reprobador:
—¿Qué hace este perro aquí?
Flyn no dice nada. Norbert y Simona están paralizados. Todos me miran a mí, y yo respondo:
—Estábamos jugando con la nieve, y él está jugando con nosotros.
Joe coge de la mano a Flyn y gruñe:
—Tú y yo tenemos que hablar. ¿Qué has hecho en el colegio?
El tono de voz que emplea con el crío me subleva. ¿Por qué tiene que hablarle así? Pero, cuando voy a decir algo, le escucho decir:
—Me han llamado del colegio otra vez. Por lo visto, has vuelto a meterte en otro lío y esta vez ¡muy gordo!
—Tío, yo...
—¡Cállate! —grita—. Vas a ir derechito al internado. Al final, lo vas a conseguir. Ve a mi despacho y espérame allí.
Simona, Norbert y el pequeño, tras la dura mirada de Joe, se van.
Con gesto de tristeza, la mujer me mira. Yo le guiño un ojo, a pesar de que sé que me va a caer una buena. Telita el mosqueo que tiene el pollo alemán. Una vez solos, Joe ve el trineo y las huellas que hay en la pendiente, y sisea:
—Quiero a ese perro fuera de mi casa, ¿me has oído?
—Pero Joe..., escucha...
—No, no voy a escuchar, _____.
—Pues deberías —insisto.
Tras un duelo de miradas tremendo, finalmente grita:
—¡He dicho fuera!
—Oye, si vienes enfadado de la oficina, no lo pagues conmigo. ¡Serás borde...!
Resopla, se toca el pelo y farfulla:
—Te dije que no quería ver a ese chucho aquí y que yo sepa no te he dado permiso para que mi sobrino se monte en un trineo, y menos al lado de ese animal.
Sorprendida por el arranque de mal humor y dispuesta a presentar batalla, protesto.
—No creo que tenga que pedirte permiso para jugar en la nieve, ¿o sí? Si me dices que así es, a partir de hoy te pediré permiso por respirar. ¡Joder, sólo me faltaba oír esto!
Joe no responde, y añado malhumorada:
—En cuanto a Susto, quiero que se quede aquí. Esta casa es lo bastante grande como para que no tengas que verlo si no quieres. Tienes un jardín que es como un parque de grande. Le puedo construir una caseta para que viva en ella y nos guardará la casa. No sé por qué te empeñas en echarlo con el frío que hace. Pero ¿no lo ves? ¿No te da pena? Pobrecito, hace frío. Nieva, y pretendes que lo deje en la calle. Venga, Joe, por favor.
Mi Iceman, que está impresionante con su traje y su abrigo azulón, mira a Susto. El perro le mueve el rabo, ¡animalillo!
—Pero, _____, ¿tú te crees que yo soy tonto? —dice, sorprendiéndome. Y como no respondo, afirma—: Este animal lleva ya tiempo en el garaje.
Mi corazón se paraliza. ¿Habrá visto también la moto?
—¿Lo sabías?
—Pero ¿me crees tan tonto como para no haberme dado cuenta? Pues claro que lo sabía.
Primero me quedo boquiabierta, y antes de que pueda responder, él insiste:
—Te dije que no lo quería dentro de mi casa, pero, aun así, tú lo metiste y...
—Como vuelvas a decir eso de tu casa..., me voy a enfadar —siseo, sin mencionar la moto. Si él no dice nada, mejor no sacar el tema en este momento—. Llevas tiempo diciéndome que considere esta casa como mía, y ahora, porque he dado cobijo a un pobre animal en tu puñetero garaje para que no se muera de frío y hambre en la calle, te estás comportando como un..., un...
—Gilipollas —acaba él.
—Exacto —asiento—. Tú lo has dicho: ¡un gilipollas!
—Entre mi sobrino y tú vais a...
—¿Qué ha hecho Flyn en el colegio? —le corto.
—Se ha metido en una pelea, y al otro chico le han tenido que dar puntos en la cabeza.
Eso me sorprende. No veo yo a Flyn de ese calibre, aunque tenga el labio roto. Joe se pasa la mano por la cabeza furioso, mira a Susto y grita:
—¡Lo quiero fuera de aquí ya!
Tensión. El frío que hace no es comparable con el frío que siento en mi corazón, y antes de que él vuelva a decir algo, lo amenazo:
—Si Susto se va, yo me voy con él.
Joe levanta las cejas con frialdad, y dejándome con la boca abierta, dice antes de darse la vuelta:
—Haz lo que quieras. Al fin y al cabo, siempre lo haces.
Y sin más, se marcha. Me deja allí plantada, con cara de idiota y con ganas de discutir más. Pasan diez minutos y continúo en el exterior de la casa junto al animal. Joe no sale. No sé qué hacer. Por un lado, entiendo que hice mal al meter a Susto en el garaje, pero por otro no puedo dejar a este pobre animal en la calle.
Veo que Flyn se asoma por la cristalera de su cuarto de juegos y le saludo con la mano. Él hace lo mismo y me salta el corazón. Jugar, el trineo y Susto le han ido bien, pero no puedo dejar al perro en esa casa. Sé que sería otra fuente de problemas. Simona sale y se acerca a mí.
—Señorita, se va a resfriar. Está empapada y...
—Simona, tengo que encontrarle un hogar a Susto. Joe no quiere que esté aquí.
La mujer cierra los ojos y asiente, pesarosa.
—Sabe que me lo quedaría en mi casa, pero el señor se molestaría. Lo sabe, ¿verdad? —Asiento, e indica—: Si quiere, podemos llamar a los de la protectora de animales. Ellos seguro que se lo encuentran.
Le pido que me localice el teléfono. No queda otro remedio. No entro en la casa. Me niego. Si veo a Joe me lo como en el mal sentido de la palabra. Camino con Susto por el sendero hasta llegar a la enorme verja. Salgo al exterior y juego con el animal, que está feliz por estar conmigo. Las lágrimas asoman a mis ojos y dejo que salgan. Contenerlas es peor. Lloro. Lloro desconsoladamente mientras le lanzo piedras al animal para que corra en su busca. ¡Pobrecillo!
Veinte minutos después, aparece Simona y me entrega un papel con un teléfono.
—Norbert dice que llamemos aquí. Que preguntemos por Henry y le digamos que llamamos de su parte.
Le doy las gracias y saco mi móvil del bolsillo y, con el corazón destrozado, hago lo que Simona me dice. Hablo con el tal Henry y me dice que en una hora pasarán a recoger al animal.
Ya es de noche. Obligo a Simona a entrar en la casa para que puedan cenar Joe y Flyn, y yo me quedo en el exterior con Susto. Estoy congelada. Pero eso no es nada para el frío que ha debido de pasar el pobre animal todo este tiempo. Joe me llama al móvil, pero lo corto. No quiero hablar con él. ¡Que le den!
Diez minutos después, unas luces aparecen en el fondo de la calle y sé que es el coche que viene a llevarse al animal. Lloro. Susto me mira. Una furgoneta de recogida de animales llega hasta donde estoy y se para. Me acuerdo de Curro. Él se fue y ahora también se va Susto. ¿Por qué la vida es tan injusta?
Se baja un hombre que se identifica como Henry, mira al animal y le toca la cabeza. Firmo unos papeles que me entrega y, mientras abre las puertas traseras de la furgoneta, me
dice:
—Despídase de él, señorita. Me voy ya. Y, por favor, quítele lo que lleva al cuello.
—Es una bufanda que hice para él. Está resfriado.
El hombre me mira e insiste:
—Por favor, quíteselo. Es lo mejor.
Maldigo. Cierro los ojos y hago lo que me pide. Cuando tengo la bufanda en mis manos resoplo. ¡Uf!, qué momento más triste. Contemplo a Susto, que me mira con sus ojazos saltones y, agachándome, murmuro mientras le toco su huesuda cabeza:
—Lo siento, cariño, pero ésta no es mi casa. Si lo fuera, te aseguro que nadie te sacaría de aquí. —El animal acerca su húmedo hocico a mi cara, me da un lametazo, y yo añado—: Te van a encontrar un bonito hogar, un sitio calentito donde te van a tratar muy bien.
No puedo decir más. El llanto me desencaja el rostro. Esto es como volver a despedirme de Curro. Le doy un beso en la cabeza, y Henry coge a Susto y lo mete en la furgoneta. El animal se resiste, pero Henry está acostumbrado y puede con él. Y cuando cierra las puertas, se despide de mí y se va.
Sin moverme de donde estoy, veo cómo la furgoneta se aleja, y en ella va Susto. Me tapo la cara con la bufanda y lloro. Tengo ganas de llorar. Durante un rato, sola en esa oscura y fría calle, lloro como llevaba tiempo sin hacerlo. Todo es difícil en Múnich. Flyn no me lo pone fácil, y Joe, en ocasiones, es frío como el hielo.
Cuando me doy la vuelta para regresar al interior de la casa, me sorprendo al ver a Joe parado tras la verja. La oscuridad no me deja ver su mirada, pero sé que está clavada en mí. Tengo frío. Camino, y él me abre la puerta. Paso por su lado y no digo nada.
—_____...
Con rabia me vuelvo hacia él.
—Ya está. No te preocupes. Susto ya no está en tu maldita casa.
—Escucha, _____...
—No, no te quiero escuchar. Déjame en paz.
Sin más, comienzo a caminar. Él me sigue, pero andamos en silencio. Cuando llegamos a la casa entramos, nos quitamos los abrigos y me coge de la mano. Rápidamente, me suelto y corro escaleras arriba. No quiero hablar con él. Al subir la escalera, me encuentro de frente con Flyn. El niño me mira, pero yo paso por su lado y me meto en mi habitación, dando un portazo. Me quito las botas y los húmedos vaqueros, y me encamino hacia la ducha. Estoy congelada y necesito entrar en calor.
El agua caliente me hace volver a ser persona, pero irremediablemente vuelvo a llorar.
—¡Mierda de vida! —grito.
Un gemido sale de mi interior y lloro. Tengo el día llorón. Oigo que la puerta del baño se abre y, a través de la mampara, veo que es Joe. Durante unos minutos, nos volvemos a mirar, hasta que sale del baño y me deja sola. Se lo agradezco.
Tras salir de la ducha, me envuelvo en una toalla y me seco el pelo. Después, me pongo el pijama y me meto en la cama. No tengo hambre. Rápidamente, el sueño me vence y me despierto sobresaltada cuando noto que alguien me toca. Es Joe. Pero enfadada, simplemente murmuro:
—Déjame. No me toques. Quiero dormir.

Sus manos se alejan de mi cintura, y yo me doy la vuelta. No quiero su contacto. 
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú) - Página 5 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras Ahora Y Siempre (Joe Y tú)

Mensaje por Monse_Jonas Miér 25 Jun 2014, 11:35 pm

Capitulo Veintisiete
Por la mañana, cuando me levanto, Joe está tomando café en la cocina. Flyn está junto a él, y cuando me ven, los dos me miran.
—Buenos días, _____ —dice Joe.
—Buenos días —respondo.
No me acerco a él. No le doy mi beso de buenos días, y Flyn nos observa. Simona rápidamente me acerca un café y sonrío al ver que me ha hecho churros. Encantada, se lo agradezco y me siento a comérmelos. El silencio es sepulcral en la cocina, cuando por norma soy yo la que habla e intenta sacar tema de conversación.
Joe me mira, me mira y me mira; sé que mi actitud no le gusta. Lo incomoda. Pero me da igual. Quiero incomodarlo, tanto o más como él me incomoda a mí.
Norbert entra en la cocina y le indica a Flyn que se dé prisa o llegará tarde al colegio. Al momento, suena mi teléfono. Es Marta. Sonrío, me levanto y salgo de la cocina. Subo las escaleras y llego hasta mi dormitorio.
—¡Hola, loca! —la saludo.
Marta se ríe.
—¿Cómo va todo por allí?
Resoplo, miro por la ventana y respondo:
—Bien. ¡Ya tú sabes mi amol! Con ganas de matar a tu hermano.
De nuevo, resuena la risa de Marta.
—Entonces, eso significa que todo sigue bien.
Tras hablar con ella durante un rato queda en pasar a recogerme. Quiere que la acompañe a comprarse algo de ropa. Cuando cierro el móvil, al darme la vuelta, Joe está detrás de mí.
—¿Has quedado con mi hermana?
—Sí.
Paso por su lado, y Joe, alargando la mano, me para.
—_____..., ¿no me vas a volver a hablar?
Lo miro y respondo con seriedad:
—Creo que te estoy hablando.
Joe sonríe. Yo no. Joe deja de sonreír. Yo me río por dentro.
Me agarra por la cintura.
—Escucha, cariño. Sobre lo que ocurrió ayer...
—No quiero hablar de ello.
—Tú me has enseñado a hablar de los problemas. Ahora no puedes cambiar de opinión.
—Pues mira —contesto con chulería—, por una vez, voy a ser yo la que no quiera hablar de los problemas. Me tienes harta.
Silencio. Tensión.
—Cariño, discúlpame. Ayer no fue un buen día para mí y...
—Y lo pagaste con el pobre Susto, ¿verdad? Y de paso me recordaste que ésta es tu casa y que Flyn es tu sobrino. Mira, Joe, ¡vete a la mierda!
Lo miro. Me mira. Reto en nuestras miradas, hasta que murmura:
—_____, ésta es tu casa y...
—No, guapito, no. Es tu casa. Mi casa está en España, un lugar del que nunca debería haber salido.
De un tirón, me acerca a él y sisea:
—No sigas por ese camino, por favor.
—Pues cállate, y no hables más sobre lo que ocurrió ayer.
Tensión. El aire se corta con un cuchillo. Pienso en la moto. Cuando se entere, me descuartiza. Nos miramos y, finalmente, mi alemán dice:
—Tengo que marcharme de viaje. Te lo iba a decir ayer, pero...
—¿Que te marchas de viaje?
—Sí.
—¿Cuándo?
—Ahora mismo.
—¿Adónde?
—Tengo que ir a Londres. He de solucionar unos asuntos, pero regresaré pasado mañana.
Londres. Eso me alerta. ¡¡Amanda!!
—¿Verás a Amanda? —pregunto, incapaz de contenerme.
Joe asiente, y yo de un manotazo me retiro de él. Los celos me pueden. Esa bruja no me gusta y no quiero que estén solos. Pero Joe, que sabe lo que pienso, me vuelve a acercar a él.
—Es un viaje de negocios. Amanda trabaja para mí y...
—¿Y con Amanda juegas también? Con ella te lo pasas de vicio en esos viajes y ésta va a ser una de esas veces, ¿verdad?
—Cariño, no...—susurra.
Pero los celos son algo terrible y grito fuera de mí:
—¡Oh, genial! Vete y pásatelo bien con ella. Y no me niegues lo que sé que va a ocurrir porque no me chupo el dedo. ¡Dios, Joe, que nos conocemos! Pero vamos, ¡tranquilo!, estaré esperándote en tu casa para cuando regreses.
—_____...
—¡¿Qué?! —grito totalmente fuera de mí.
Joe me coge en brazos, me tumba en la cama y dice, agarrándome la cara con sus manos:
—¿Por qué piensas que voy a hacer algo con ella? ¿Todavía no te has dado cuenta de que yo sólo te quiero y te deseo a ti?
—Pero ella...
—Pero ella nada —me corta—. Tengo que viajar por trabajo, y ella trabaja conmigo. Pero, cariño, eso no significa que tenga que haber nada entre nosotros. Vente conmigo. Prepara una pequeña maleta y acompáñame. Si realmente no te fías de mí, hazlo, pero no me acuses de cosas que ni hago ni haré.
De pronto, me siento ridícula. Absurda. Estoy tan enfadada por lo de Susto que soy incapaz de razonar. Sé que Joe no me mentiría en algo así y, tras resoplar, murmuro:
—Lo siento, pero yo...
No puedo continuar hablando. Joe toma mi boca y me besa. Me devora, y entonces soy yo la que lo abraza con desesperación. No quiero estar enfadada. Odio cuando nos incomunicamos. Disfruto su beso. Lo aprieto contra mí hasta que mi boca pide...
—Fóllame.
Joe se levanta. Echa el pestillo que yo puse en la puerta y, mientras se quita la corbata, murmura:
—Encantado de hacerlo, señorita Flores. Desnúdese.
Sin perder tiempo me quito la bata y el pijama, y cuando estoy totalmente desnuda ante él, y él ante mí, se sienta en la cama y dice:
—Ven...
Me acerco a él. Aproxima su cara a mi monte de Venus y lo besa. Pasea sus manos por mi cuerpo y susurra mientras me sienta a horcajadas sobre él y con sus manos abre los labios de mi vagina:
—Tú... eres la única mujer que yo deseo.
Su pene entra en mí y lo clava hasta el fondo.
—Tú... eres el centro de mi vida.
Yo me muevo en busca de mi placer y, cuando veo que él jadea, añado:
—Tú... eres el hombre al que quiero y en el que quiero confiar.
Mis caderas van de adelante atrás, y cuando la que jadea soy yo, Joe se levanta de la cama, me posa sobre ella y, tumbándose sobre mí, me penetra profundamente.
—Tú... eres mía como yo soy tuyo. No dudes de mí, pequeña.
Una embestida fuerte hace que su pene entre hasta el útero y yo me arquee.
—Mírame —me ordena.
Lo miro, y mientras profundiza más y más, y yo jadeo, asegura:
—Sólo a ti te puedo hacer el amor así, sólo a ti te deseo y sólo contigo disfruto de los juegos.
Calor..., fogosidad..., exaltación.
Joe me agarra por la cintura, me empala contra él y dice cosas maravillosas y bonitas, y yo, excitada, las disfruto tanto como lo que me hace. Durante varios minutos entra y sale de mí, fuerte..., rápido..., intenso, hasta que me ordena:
—Dime que confías en mí tanto como yo en ti.
Vuelve a hundirse en mi interior y me da un azote a la espera de mi contestación. Yo lo miro. No contesto, y él vuelve a penetrarme mientras me agarra de los hombros para que la embestida sea más atroz.
—¡Dímelo! —exige.
Sus caderas se retuercen antes de volver a lanzarse contra mí, y cuando me contraigo de placer, Joe me aprieta más contra él, y yo, enloquecida, murmuro:
—Confío en ti..., sí..., confío en ti.
Una sonrisa lobuna se dibuja en su rostro; me coge por la cintura y me levanta. Me maneja a su antojo. ¡Lo adoro! Me lleva contra la pared y, enardecido, me penetra con fuerza una y otra vez mientras yo enredo mis piernas en su cintura y me arqueo para recibirlo.
¡Oh, sí, sí, sí!
Mi gemido placentero queda mitigado porque le muerdo el hombro, pero le hace ver que mi disfrute ha llegado, y entonces, sólo entonces, él se deja llevar por su placer. Desnudos y sudorosos, nos abrazamos mientras seguimos contra la pared. Amo a Joe. Lo quiero con toda mi alma.
—Te quiero, _____... —afirma, bajándome al suelo—. Por favor, no lo dudes, cariño.
Cinco minutos después estamos en la ducha. Aquí me vuelve a hacer el amor. Somos insaciables. El sexo entre nosotros es fantástico. Colosal.
Cuando Joe se marcha, le digo adiós con la mano. Confío en él. Quiero confiar en él. Sé lo importante que soy en su vida y estoy segura de que no me decepcionará.
Marta pasa a recogerme y sonrío. Me monto en su coche y nos sumergimos en el tráfico de Múnich.
Llegamos hasta una elegante tienda. Aparcamos el coche, y cuando entramos, veo que es la tienda de Anita, la amiga de Marta que estuvo con nosotras en el bar cubano. Tras elegir varios vestidos, a cuál más bonito y más caro, cuando entramos en el espacioso e iluminado probador cuchichea:
—Tengo que comprarme algo sexy para la cena de pasado mañana.
—¿Tienes una cena con un churri?
—Sí —dice riendo Marta.
—¡Vaya!, ¿y con quién es esa cena?
Divertida, Marta me mira y murmura:
—Con Arthur.
—¿Arthur?, ¿el camarero buenorro?
—Sí.
—¡Guau, genial! —aplaudo.
—Decidí seguir tu consejo y darle una oportunidad. Quizá salga bien, quizá no, pero mira, nunca podré decir que ¡no lo intenté!
—¡Olé, mi chica...! —exclamo, alegre.
Se prueba varios vestidos y al final se decide por uno azul eléctrico. Marta está guapísima con él. De pronto, una voz llama mi atención. ¿Dónde he oído yo esa voz? Salgo del probador y me quedo sin habla. A pocos metros de mí tengo a la persona que he deseado echarme a la cara en estos últimos meses hablando con otra mujer: Betta. La sangre se me enciende y mi sed de venganza me atenaza.
Sin poder contener mis impulsos más asesinos, voy hacia ella y, antes de que Betta pueda reaccionar, ya la tengo cogida por el cuello y siseo en su cara:
—¡Hola, Rebeca!, ¿o mejor te llamo Betta?
Ella se queda blanca como el papel, y su amiga aún más. Está asombrada. No esperaba verme aquí y menos todavía que yo reaccionara así. Soy pequeña, pero matona, y esa imbécil se va a enterar de quién soy yo. Anita, al vernos, se dirige a nosotras. Pero no dispuesta a soltar a mi presa, la meto en un probador.
—Tengo que hablar con ella. ¿Nos dais un momento?
Cierro la puerta del probador, y Betta me mira, horrorizada. No tiene escapatoria. Sin más, le suelto una bofetada que le gira la cara.
—Esto para que aprendas, y esto —digo, y le doy otra bofetada con la mano bien abierta— por si todavía no has aprendido.
Betta grita. Anita grita. La amiga de Betta grita. Todas gritan y aporrean la puerta, y yo, dispuesta a darle su merecido a esta sinvergüenza, le retuerzo un brazo, la hago caer de rodillas ante mí y suelto:
—No soy agresiva ni mala persona, pero cuando lo son conmigo, soy la peor. Me convierto en una bicha muy..., muy mala. Y lo siento, chata, pero tú solita has despertado el monstruo que hay en mí.
—Suéltame..., suéltame que me haces daño —grita Betta desde el suelo.
—¿Daño? —repito con sarcasmo—. Esto no es hacerte daño, ¡so asquerosa! Esto es simplemente un aviso de que conmigo no se juega. Jugaste con ventaja la última vez. Tú sabías quién era yo, pero, en cambio, yo a ti no te conocía. Jugaste sucio conmigo, y yo, tonta de mí, no te vi venir. Pero escucha, conmigo no se juega, y si se hace, hay que estar dispuesta a encontrarse con la revancha.
Marta, asustada por los gritos, se suma a aporrear la puerta con las demás. No entiende lo que pasa. No entiende por qué me he puesto así. Eso me agobia, me desconcentra y, antes de soltar a Betta, siseo en su oído:
—Que sea la última vez que te acercas a Joe o a mí, porque te juro que, si lo vuelves a hacer, esto no se va a quedar en un aviso. Por tu bien, te quiero muy lejos de Joe. Recuérdalo.
Dicho esto la suelto, pero con el pie le doy en el trasero y cae de bruces al suelo. ¡Oh, Dios! ¡Qué subidón! Después, abro la puerta y salgo. Marta me mira asustada. No entiende nada, y entonces ve a Betta y lo comprende todo. Justo cuando la otra se levanta, se acerca a ella y, con toda su rabia, le suelta otro bofetón.
—Esto por mi hermano. ¡¿Cómo pudiste acostarte con su padre, zorra?!
Al momento, Anita deja de pedir explicaciones y entiende de lo que habla Marta. La amiga de Betta, horrorizada, la ayuda.
—Llame a la policía, por favor.
—¿Por qué? —pregunta Anita con indiferencia.
—Esas mujeres han atacado a Rebeca, ¿no lo ha visto?
Anita niega con la cabeza.
—Lo siento, pero yo no he visto nada. Sólo he visto una rata en el suelo.
Más ancha que pancha, me apoyo en el lateral de la puerta y la miro. Me contengo. Quisiera darle una buena paliza, pero tampoco me tengo que pasar aunque se la merezca. Betta está aturdida, no sabe qué hacer y finalmente dice, cogiéndole el brazo a su amiga:
—Vámonos.
Cuando desaparecen de la tienda, Anita y Marta me miran.
—Lo siento. Disculpadme, chicas, pero tenía que hacerlo. Esa mujer nos ha dado muchos problemas a Joe y a mí, y cuando la he visto, no he podido remediarlo. Me ha salido mi carácter y yo, yo...
Anita asiente, y Marta contesta:
—No lo sientas. Se lo merecía por guarra.
Unos segundos después, las tres nos reímos mientras la mano aún me duele por los bofetones que le he dado a Betta. Pero ¡qué a gustito me he quedado!
Cuando salimos de la tienda, decidimos ir a un local a tomar unas cervezas. Lo necesitamos. El encuentro con Betta ha sido algo que ninguna esperaba y nos ha descentrado un poco. Cuando conseguimos relajarnos, Marta me habla de su cita.
—¿Pasado mañana es el día de los Enamorados?
—Sí —afirma Marta—. ¿No lo sabías?
—Pues no... Tengo en la cabeza tantas cosas que sinceramente se me había olvidado. Aunque bueno, conociendo a tu hermano, seguro que tampoco le dará importancia a un día así. Si pasaba de la Navidad, ni te cuento lo que pensará de un día tan romántico y consumista.
—Mujer, de entrada te ha dicho que regresará de su viaje ese día.
—Sí, pero no ha mencionado que haremos nada especial. Aunque hace poco le propuse poner un candado en el puente de los enamorados y respondió que sí.
—¿Mi hermano?
—¡Ajá!
—¿Joe?, ¿don Gruñón dijo que sí a poner un candado del amor?
—Eso dijo —le confirmo, riendo—. Se lo comenté como algo que me había llamado la atención y me dijo que, cuando quisiera, podíamos ir a poner el nuestro. Pero, vamos, no lo ha vuelto a mencionar.
Tras unas risas incrédulas por parte de ambas, Marta cuchichea:
—Sinceramente. Nunca he visto a mi hermano muy romántico para esas cosas. Y que yo recuerde, cuando estaba con la cerda de Betta, nunca le oí que hicieran nada especial el día de los Enamorados.
Mencionarla nos vuelve a mosquear.
—Me imagino que te has puesto así por algo más que por lo que esa sinvergüenza le hizo a mi hermano, ¿verdad? —inquiere Marta.
—Sí.
—¿Me lo puedes contar?
Mi cabeza comienza a funcionar a mil por hora. No puedo contarle la verdad de lo sucedido a Marta. Ella no conoce nuestros juegos sexuales.
—En España se metió en nuestra relación, y tu hermano y yo discutimos y rompimos.
—¿Que mi hermano rompió contigo por esa asquerosa? —pregunta boquiabierta Marta.
—Bueno..., es algo complicado.
—¿Quiso volver con ella? Porque si es así, ¡lo mato!
—No..., no fue por eso. Fue por un malentendido que generó esa innombrable, y él le dio más credibilidad a ella que a mí.
—No me lo puedo creer. ¿Mi hermano es tonto?
—Sí, además de gilipollas.

Ambas nos reímos y decidimos dar la conversación por finalizada y comer algo. Joe me llama y hablo con él. Ha llegado a Londres y omito contarle lo que ha pasado con Betta. Será lo mejor.
Monse_Jonas
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Mensaje por chelis Jue 26 Jun 2014, 6:20 pm

Fiesta!!!.... Fiestaaaaaaaaaaa!!!.... La rayis 1 bruja 0!!!!!!...
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Mensaje por aranzhitha Vie 27 Jun 2014, 11:22 am

Oh lo siento! A veces se me olvida comentar después de leer!
Esa bruja de Betta se llevo su merecido!!
Joe es muy gilipollas a veces!
Oww susto! muack  Te extraño!
Síguela!
aranzhitha
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Mensaje por mfsuarez09 Vie 27 Jun 2014, 12:32 pm

Me encanta siguela!! Porfiis nueva lectora
mfsuarez09
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Mensaje por chelis Vie 27 Jun 2014, 1:01 pm

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Mensaje por imontserrat Sáb 28 Jun 2014, 12:22 am

siempre me tardo en ponerme al corriente, pero espero sigas pronto, me encanta esta novela
imontserrat
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Mensaje por aranzhitha Sáb 28 Jun 2014, 12:51 am

Síguela!
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Mensaje por chelis Sáb 28 Jun 2014, 11:30 am

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Mensaje por Monse_Jonas Sáb 28 Jun 2014, 5:02 pm

Capitulo veintiocho
Tras la comida, Marta me deja en la casa de Joe. Simona me indica que Flyn está haciendo los deberes en su sala de juegos y que ella se va con Norbert al supermercado. Ha grabado el capítulo de «Locura esmeralda” y más tarde lo veremos. Asiento, subo a la habitación y me cambio de ropa. Me pongo una camiseta y un pantalón de algodón gris para estar por casa y decido ir a ver cómo está el niño.
Cuando abro la puerta, me mira. Por su gesto, está enfadado. Pero vamos, eso no me extraña. Vive enfadado. Me acerco a él y le revuelvo el pelo.
—¿Qué tal hoy en el cole?
El crío mueve al cabeza para que lo deje de tocar y responde:
—Bien.
Veo que su labio está mejor que ayer. Niego con la cabeza. Esto no puede continuar así y, agachándome para estar a su altura, murmuro:
—Flyn, no debes permitir que los chicos te sigan haciendo lo que te hacen. Debes defenderte.
—Sí, claro, y cuando lo hago, mi tío se enfada —espeta furioso.
Recuerdo lo que me contó Joe y asiento.
—Vamos a ver, Flyn, entiendo lo que dices. No sé bien qué ocurrió ayer para que a ese muchacho le tuvieran que dar puntos.
El niño no me mira, pero por lo tieso que se ha puesto intuyo que le molesta lo que digo.
—Escucha, tú no debes permitir que...
—¡Cállate! —grita, airado—. No sabes nada. ¡Cállate!
—Vale. Me callaré. Pero quiero que sepas que estoy al corriente de lo que pasa. Lo he visto. He visto cómo esos supuestos amiguitos tuyos que van contigo en el coche, cuando desaparece Norbert, te empujan y se burlan de ti.
—No son mis amigos.
—Eso no hace falta que me lo jures —me mofo—. Ya me he dado cuenta. Lo que no comprendo es por qué no se lo explicas a tu tío.
Flyn se levanta. Me empuja para sacarme de la habitación y me echa. Cuando cierra la puerta en mis narices, mi primer instinto es abrirla y cantarle las cuarenta, pero tras pensarlo decido dejarlo. Ya le he dicho que lo sé. Ahora debo esperar a que me pida ayuda. Mi móvil suena. Es Joe.
Encantada, hablo con él durante más de una hora. Me pregunta por mi día, yo a él por el suyo, y después nos dedicamos a decirnos cosas bonitas y calientes. Lo adoro. Le quiero. Lo echo de menos. Antes de colgar, dice que me volverá a llamar cuando llegue al hotel. ¡Genial!
Cuando cuelgo, aburrida y sin saber qué hacer, me meto en la habitación que Joe dice que es mía y me pongo a sacar de las cajas mis CD de música. Al ver el CD de Malú que tan buenos recuerdos me trae, decido ponerlo en mi pequeño equipo de música.
Sé que faltaron razones..., sé que sobraron motivos.
Contigo porque me matas... y ahora sin ti ya no vivo.
Tú dices blanco..., yo digo negro.
Tú dices voy..., yo digo vengo.
Mientras tarareo esa canción que para mí y mi loco amor es tan importante, continúo sacando cosas de las cajas. Miro con cariño mis libros y comienzo a colocarlos en las estanterías que he comprado para ellos.
De pronto, la puerta de la habitación se abre de par en par, y Flyn dice muy enfadado:
—Quita la música. Me molesta.
Lo miro sorprendida.
—¿Te molesta?
—Sí.
Resoplo. La música no le puede molestar. No está tan alta como para ello, pero dispuesta a ser condescendiente me levanto y bajo dos puntos el volumen del equipo. Regreso junto a la estantería y cojo los libros que he dejado en el suelo. Con el rabillo del ojo, veo que el mocoso se dirige hacia el equipo y, de un manotazo, para la música y se marcha.
“La madre que lo parió. Me está buscando y me va a encontrar.”
Dejo los libros sobre una mesa, me acerco al equipo y pongo de nuevo la música. El niño, que salía por la puerta en ese instante, se para, me mira como si quisiera matarme y grita:
—¡¿Por qué no te vas a tu casa?!
—¡¿Qué?!
—Vete, y deja de molestar.
Me muerdo la lengua. ¡Oh, sí! Mejor me la muerdo porque como me deje llevar por mi genio, ese enano gruñón se va a enterar de cómo se enfada una española. Con mal gesto llega hasta el equipo de música. Lo para. Saca el CD y sin decir nada se encamina hacia la cristalera, abre la puerta y tira el CD al exterior.
¡Dios, mi CD de Malú!
¡Lo mato, lo mato, lo matooooooooooooo!
Sin pensarlo salgo al exterior en su busca. Lo cojo de la nieve como si se tratara de mi bebé, lo limpio con mi camiseta mientras me acuerdo de todos los antepasados de ese pequeño cabroncete y, cuando me doy la vuelta, oigo el clic de la puerta al cerrarse.
Cierro los ojos mientras murmuro:
—¡Por favor, Dios mío, dame paciencia!
Hace frío, mucho frío, y desde el exterior toco a la puerta.
—Flyn, abre ahora mismo, por favor.
El pequeño demonio me mira. Sonríe con maldad, se da la vuelta y tras tirar los libros que he colocado en la estantería y pisotear varios CD de música, veo que sale de la habitación. ¡Será malo el tío! Intento abrir, pero ha cerrado desde dentro.
—¡Joder!
Con ganas de estrangularlo camino hacia la siguiente cristalera mientras mis deportivas empapadas se hunden en la nieve. ¡Dios, qué frío! Llego hasta el exterior de la habitación donde él hace los deberes y veo que entra en ella. Toco el cristal y digo:
—Flyn, por favor, abre la puerta.
Ni me mira. ¡Pasa de mí!
Tiemblo. Hace un frío horroroso e intento que me abra la puerta. Pero nada. No se apiada de mí, y diez minutos después, cuando los dientes me castañetean, el pelo húmedo está tieso en mi cabeza y siento estalactitas debajo de la nariz, grito como una posesa mientras aporreo la puerta.
—¡La madre que te parió, Flyn! ¡Abre la puñetera puerta!
El crío, por fin, me mira. Creo que se va a compadecer de mí. Se levanta, camina hacia la cristalera y, ¡zas!, echa las cortinas. Boquiabierta, sigo aporreando la puerta mientras le digo de todo en español. Absolutamente de todo menos bonito.
Nieva. Estoy en la calle vestida con unas míseras prendas de algodón y las zapatillas de deporte. Tengo frío. Un frío horroroso. Me froto las manos y pienso qué hacer. Corro hacia la puerta de la cocina. Cerrada. Recuerdo que Simona no está. Intento entrar por la puerta del salón. Cerrada. La puerta de la calle. Cerrada. La puerta del despacho de Joe. Cerrada. La ventana del baño. Cerrada.
Tirito. Me estoy congelando por instantes y mi pelo húmedo y tieso me hace estornudar. Menuda pulmonía voy a pillar. Regreso hasta donde sé que está Flyn tras las cortinas. Tengo ganas de asesinarlo. Miro hacia arriba. El balcón de una de las habitaciones. Sin pararme a pensar en el peligro, me subo a un poyete para intentar alcanzar el balcón, pero estoy tan congelada y el poyete tan resbaladizo que voy derechita al suelo. Me levanto e insisto. Me siento en un muro congelado, me levanto y antes de alcanzar el balcón, ¡zaparrás!, mis zapatillas se escurren y voy contra el suelo, aunque antes me doy con el muro. El golpe ha sido horroroso y me duele la barbilla una barbaridad.
Tumbada sobre la nieve me resiento, y cuando me levanto con la cara llena de hielo, grito:
—¡Abre la maldita puerta! Me estoy congelando.
Flyn descorre entonces las cortinas, y su cara ya no es la que era. Dice algo. No lo oigo. Y cuando abre la puerta, grita:
—¡Tienes sangre!
—¿Dónde tengo sangre?
Pero ya no hace falta que me lo diga. Al mirar hacia el suelo, veo la nieve roja a mis pies. Mi camiseta gris es roja y al tocarme la barbilla siento la herida y las manos se llenan de sangre. Flyn, asustado, me mira. No sabe qué hacer, y digo mientras entro en su habitación:
—Dame una toalla o algo, ¡corre!
Sale corriendo y regresa con una toalla, pero el suelo ya está manchado de sangre. Me la pongo en la barbilla e intento tranquilizarme. En la boca siento el sabor metálico de la sangre. Me he mordido el labio también. Estoy sola con Flyn. Simona y Norbert no están, y necesito ir urgentemente a un hospital. Sin más, miro a Flyn, que está desconcertado, y le pregunto:
—¿Sabes dónde está el hospital más cercano?
El crío asiente.
—Vamos, ponte el abrigo y el gorro.
Sin rechistar los dos llegamos a la puerta y cogemos nuestros abrigos. Gotas de sangre caen al suelo y no tengo tiempo para limpiarlas. Cuando voy a ponerme mi abrigo, retiro la toalla de la barbilla; la sangre gotea a chorretones. Me asusto, y Flyn también. Me vuelvo a poner la toalla, y empapada de agua y sangre, le pregunto:
—¿Me ayudas a ponérmelo?
Rápidamente lo hace. Una vez que los dos estamos abrigados, entramos en el garaje. Allí cojo el Mitsubishi, y cuando las puertas del garaje se abren, Flyn sujeta la toalla en mi barbilla para que yo conduzca y me indica por dónde tengo que ir. Me tiemblan las manos y las rodillas, pero intento serenarme mientras estoy al volante.
El hospital no está lejos y cuando llegamos y ven cómo voy rápidamente me atienden. Flyn no se separa de mi lado. Le dice a uno de los doctores que su tía es Marta Grujer y que por favor la llamen a casa y le digan que acuda al hospital. Me sorprende la capacidad que tiene el enano para dar órdenes, pero estoy tan dolorida que me da igual lo que diga. Como si quiere llamar a Mickey Mouse.
Nos pasan a otra sala, y cuando el doctor ve mi herida, me indica que lo del labio sanará solo, pero que me tiene que dar cinco puntos en la barbilla. Eso me asusta. Tengo ganas de llorar. Me asustan los puntos. Una vez de pequeña me dieron cinco en la rodilla y lo recuerdo como un trauma. Miro a Flyn. Está blanco como la nieve. Tiene un susto horroroso. Y me doy cuenta de que no lloro por vergüenza, pero cuando me pinchan la anestesia en la barbilla, inconscientemente, una lágrima sale de mis ojos, y Flyn la ve.
Al momento se levanta de la banqueta donde está sentado, su mano coge la mía y la aprieta. El doctor le ordena que se siente de nuevo, pero el niño se niega. Al final, escucho decir al médico:
—Eres igualito que tu tío.
Eso me sorprende, ¿o no?
—¿Tu nombre es? —pregunta el doctor.
—______ Flores.
—¿Española?
¡Dios, que no diga eso de “¡olé, paella, toro, castañetas!”. No quiero oírlo. Pero cuando asiento, el hombre dice:
—¡Olé, toro!
Ni me inmuto, o le doy un puñetazo. Malditos guiris. Me duele la cabeza, la boca, la barbilla y este idiota sólo dice: “¡Olé, toro!”. Cierro los ojos para no mirarlo y oigo que Flyn le explica:
—Es la novia de mi tío Joe.
Abro los ojos. Me sorprende lo que ha admitido el pequeño.
—Bien, ______, voy a darte los puntos —me informa el doctor—. No te preocupes que con seguridad cuando sequen no se notarán. Pero me temo que mañana y durante unos días tendrás la cara amoratada. Te has dado un buen golpe y ya tienes algún moratón.
—Vale...
Inconscientemente, aprieto la manita de Flyn. Y su energía es de pronto mi energía y me tranquilizo. Cuando el doctor acaba de poner un enorme apósito en mi barbilla, aplica una crema en mi labio y me indica que tengo que regresar en una semana. Asiento. Y cuando pregunto cómo pago la consulta, me dice que ya lo hablará con Marta.
Como no tengo muchas ganas de hablar y me duele la cara, acepto. Cojo el informe que me da el médico y al salir me encuentro con el gesto angustiado de Marta.
—¡Por Dios!, ¿qué te ha pasado, ______? —pregunta horrorizada al ver la pinta que tengo.
Sin querer dar muchas explicaciones, miro a Flyn, que no ha soltado mi mano, y murmuro:
—Al correr por la nieve, me he resbalado, con la mala suerte de que me he dado en la barbilla.
—Deja tu coche aquí —dice Marta con premura—. Luego Norbert vendrá a por él. Vamos, os llevaré en el mío.
Necesito cerrar los ojos y olvidarme del dolor que tengo. Por el camino comienza a llover, y cuando llegamos a casa, diluvia. Al entrar, Simona y Norbert nos esperan con cara de susto. Al regresar del supermercado y ver sangre en el suelo se han imaginado de todo. Lo tranquilizo, y ellos se tranquilizan al vernos al niño y a mí, aunque me miran asustados. Flyn no se separa de mi lado. Parece que le han puesto pegamento. Esto me gusta, pero al mismo tiempo me enfada. Todo lo que me ha ocurrido se lo debo a él.
La cabeza me mata. Me duele horrores y decido irme a la cama. Me tomo lo que el médico me ha dicho, me quito la ropa manchada de sangre y me duermo. Marta indica que dormirá en la habitación de invitados por si necesito algo. De madrugada, un trueno me despierta. Dolorida me doy la vuelta en la cama y toco el lado vacío de Joe. Lo echo de menos. Quiero que regrese. Cierro de nuevo los ojos, me relajo y retumba otro trueno. Abro los ojos. ¡Flyn!
Me levanto y, dolorida, me dirijo a su habitación. La cabeza se me va para los lados. Cuando entro veo que tiene la lamparita encendida y está despierto, sentado en la cama, temblando. Su cara es de susto total. Me acerco a él y pregunto:
—¿Puedo dormir contigo?
El crío me mira alucinado. Debo de tener unos pelos de loca tremendos.
—Flyn —insisto—, los truenos me dan miedo.
Aprueba con un gesto y me meto en la cama. Pone la almohada en medio de los dos. Como siempre marcando las distancias. Sonrío. Cuando consigo que se tumbe, susurro:
—Cierra los ojos y piensa en algo bonito. Verás cómo te duermes y no oyes los truenos.
Durante un rato los dos estamos tumbados en silencio en la habitación, mientras la tormenta descarga con furia en el exterior. Vuelve a sonar un trueno, y Flyn da un salto en la cama. En ese momento, quito la almohada que hay entre los dos, le agarro de la mano y le atraigo hacia mi cuerpo. Está congelado, tembloroso y asustado. Cuando lo acerco a mí no protesta. Es más, noto que se cobija todavía más. Con cariño y cuidado de no golpearme en la barbilla, le beso la coronilla.
—Cierra los ojos, piensa en cosas bonitas y duerme. Juntos nos protegeremos de los truenos.
Diez minutos después, los dos, agotados, dormimos abrazados.
Un golpe en la barbilla me hace despertar. Dolor. Flyn al moverse me ha dado y duele. Me siento en la cama y me toco el mentón. El apósito es enorme y maldigo. La lluvia y los truenos han cesado. Miro el reloj que hay sobre la mesilla, son las cinco y veintisiete minutos de la madrugada.
Vaya, ¡qué pronto es!
Dolorida, voy a tumbarme de nuevo cuando veo que Joe está sentado en una silla en un lateral de la habitación. ¡Joe! Rápidamente, se levanta y se acerca a mí. Sus ojos están preocupados y su rictus es serio. Me da un beso en la frente, me coge entre sus brazos y me saca de la habitación.
Estoy tan adormilada que no sé si es un sueño o es verdad, hasta que me posa en nuestra cama y murmura, preocupado:
—No te preocupes por nada, cariño. He regresado para cuidarte.
Sorprendida, pestañeo, y tras recibir un dulce beso en los labios, pregunto:
—Pero ¿qué haces tú aquí? ¿No regresabas mañana?
Con un gesto asiente, a la vez que observa el apósito que tengo en la barbilla.
—He llamado para hablar contigo, y Simona me ha contado lo ocurrido. He regresado de inmediato. Siento mucho no haber estado aquí, pequeña.
—Tranquilo, estoy bien, ¿no lo ves?
Joe me escruta con la mirada.
—¿Te encuentras bien?
Me encojo de hombros.
—Sí, estoy dolorida, pero bien. No te preocupes.
—¿Qué ha ocurrido?
Tentada estoy de contarle la verdad. Su sobrino es una buena pieza. Pero sé que eso le causaría más quebraderos de cabeza a él y problemas a Flyn. Al final, le explico:
—He salido al jardín, he resbalado y me he dado en la barbilla.
Sus ojos no me creen. Dudan. Pero estoy dispuesta a que me crea.
—Ya sabes que soy algo patosa en la nieve. Pero, tranquilo, estoy bien. Lo malo será la marca que me quede. Espero que no se note mucho.
—Presumida —sonríe Joe.
Yo también sonrío.
—Tengo un novio muy guapo y quiero que esté orgulloso de mí —aclaro.
Joe se tumba a mi lado y me abraza. Noto cómo tiembla su cuerpo.
—Siempre estoy orgulloso de ti, pequeña. —Hunde su cabeza en el hueco de mi cuello, y añade—: No me perdonaré no haber estado aquí. No me lo perdonaré.

Su dramatismo me deja muda. No soporta imaginar lo que ha podido pasar. Cierro los ojos. Estoy cansada y maltrecha. Me acurruco contra él, y entre sus brazos, me duermo. 
Monse_Jonas
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Mensaje por Monse_Jonas Sáb 28 Jun 2014, 5:03 pm

Capitulo Veintinueve
Cuando me despierto a la mañana siguiente me sorprendo. Joe está a mi lado dormido. Son las ocho y media de la mañana y es la primera vez que me despierto antes que él. Sonrío. Con curiosidad lo observo. Es guapísimo. Verlo relajado y dormido es una de las cosas más bonitas que he contemplado en mi vida. No me muevo. Quiero que ese momento dure eternamente. Durante un buen rato, disfruto y me recreo, hasta que abre los ojos y me mira. Sus ojazos azules me impactan.
—Buenos días, mi amor.
Sorprendido, me mira y pregunta:
—¿Qué hora es?
Con curiosidad, vuelvo a mirar el reloj y respondo:
—Casi las nueve.
Joe me mira, me mira y me mira, y al ver su gesto, inquiero:
—¿Qué ocurre?
Pasa su mano por mi pelo y lo retira de mi cara.
—¿Te encuentras bien?
Me desperezo y respondo:
—Sí, cariño, no te preocupes.
Joe se sienta en la cama, y yo hago lo mismo. Después, lo veo que se dirige al lavabo y tras estirarme lo sigo. Pero cuando entro en el baño y me veo reflejada en el espejo, grito:
—¡Dios mío, soy un monstruo!
Mi cara es una paleta de colores. Bajo los ojos, tengo unos cercos rojos y verdes que me dejan sin palabras. Mi chico me sujeta por la cintura y me sienta en la taza del váter. Ver mi horrible aspecto me ha dejado sin habla y, horrorizada, murmuro:
—¡Ay, Dios!, pero si sólo me di contra la nieve.
—Te debiste de dar un buen golpe, pequeña.
Lo sé. Me di contra el muro antes de caer a la nieve. Ahora lo recuerdo con más claridad.
Joe me tranquiliza. Miles de palabras cariñosas salen de su boca y, al final, recuerdo lo que me avisó el médico: moratones. Consciente de que nada puedo hacer contra esto, me levanto y me miro en el espejo. Joe está a mi lado. No me suelta. Resoplo. Muevo la cabeza hacia los lados y musito:
—Estoy horrible.
Joe besa mi cuello. Me agarra por detrás y, apoyando su barbilla en mi cabeza, dice:
—Tú no estás horrible ni queriendo, cariño.
Eso me hace sonreír. Mi pinta es desastrosa. Soy la antítesis de la belleza, y el tío más esplendoroso del mundo me acaba de demostrar su cariño y su amor. Al final, decido ser práctica y me encojo de hombros.
—La parte buena de esto es que en unos días pasará.
Mi Iceman sonríe, y yo me lavo los dientes mientras él se ducha. Cuando acabo me siento en la taza del váter a observarlo. Me encanta su cuerpo. Grande, fuerte y sensual. Recorro sus muslos, su trasero y suspiro al ver su pene. ¡Oh, Dios! Lo que me hace disfrutar. Cuando sale de la ducha coge la toalla que le doy y se seca. Divertida, alargo mi mano y le toco el pene. Joe me mira y, echándose hacia atrás, asegura:
—Pequeña, no estás tú hoy para muchos trotes.
Suelto una carcajada. Tiene razón. Durante un rato lo observo mientras que mi mente calenturienta vuela e imagina. Mi cara es tal que Joe pregunta:
—¿Qué piensas?
Sonrío...
—Vamos, pequeña viciosilla, ¿qué piensas?
Divertida por su comentario, inquiero:
—¿Nunca has tenido ninguna experiencia con un hombre?
Levanta una ceja. Me mira y afirma:
—No me van los hombres, cariño. Ya lo sabes.
—A mí no me van las mujeres tampoco —aclaro—. Pero reconozco que no me importa que jueguen conmigo en ciertos momentos.
Mi Iceman sonríe y, secándose, indica:
—A mí sí me importa que un hombre juegue conmigo.
Ambos nos reímos.
—¿Y si yo deseo ofrecerte a un hombre?
Joe se paraliza, me escruta con la mirada y responde:
—Me negaría.
—¿Por qué? Se trata sólo de un juego. Y tú eres mío.
—______, te he dicho que no me van los hombres.
Cabeceo y sonrío, pero no estoy dispuesta a callar.
—A ti te excita ver cómo una mujer mete su boca entre mis piernas, ¿verdad?
—Sí, mucho, pequeña.
—Pues a mí me gustaría ver a un hombre con su boca entre tus piernas.
Sorprendido, me mira y pregunta:
—¿Te encuentras bien?
—Perfectamente, señor Zimmerman. —Y al ver cómo me mira, añado—: Las mujeres no me van, pero por ti, por tu placer de mirar, he experimentado lo que es que una mujer juegue conmigo, y reconozco que tiene su morbo. Y la verdad, me gustaría que un hombre te hiciera eso mismo a ti. Que metiera su cabeza entre tus piernas y...
—No.
Me levanto y le abrazo por la cintura.
—Recuerda, cariño: tu placer es mi placer y nosotros los dueños de nuestros cuerpos. Tú me has enseñado un mundo que desconocía. Y ahora yo quiero, anhelo y deseo besarte, mientras un hombre te...
—Bueno, ya hablaremos de ello en otro momento —me corta.
Me empino, le doy un beso en los labios y murmuro:
—Por supuesto que hablaremos de esto en otro momento. No lo dudes.
Joe sonríe y menea la cabeza. Luego se anuda la toalla alrededor de la cintura y suelta mientras me coge en brazos:
—¿Sabes, morenita? Comienzas a asustarme.
Después de comer, Joe se marcha a la oficina. Me promete que regresará en un par de horas. Antes de irse, me prohíbe salir a la nieve, y yo me río. Marta, que está todavía aquí, también se marcha, y Sonia, al saber lo ocurrido llama angustiada, aunque al hablar conmigo se tranquiliza.
Simona está preocupada. Vemos juntas nuestro culebrón, pero me mira continuamente el rostro. Yo intento hacerle ver que estoy bien. Ese día, a Esmeralda Mendoza, el malo de Carlos Alfonso Halcones de San Juan, al no conseguir el amor verdadero de la joven, le quita su bebé. Se lo da a unos campesinos para que se lo lleven y lo hagan desaparecer. Simona y yo, horrorizadas, nos miramos. ¿Qué va a pasar con el pequeño Claudito Mendoza? ¡Qué disgusto tenemos!
Cuando Flyn regresa del colegio, yo estoy en mi cuarto. Estoy sentada en la mullida alfombra hablando por el Facebook con un grupo de amigas. Nos denominamos las Guerreras Maxwell, y todas tenemos un punto de locura y diversión que nos encanta.
—¿Puedo pasar?
Es Flyn. Su pregunta me sorprende. Él nunca pregunta. Asiento. El pequeño entra, cierra la puerta y, al levantar mi rostro hacia él, veo que se queda blanco en décimas de segundo. Se asusta. No esperaba verme la cara de mil colores.
—¿Te encuentras bien?
—Sí.
—Pero tu cara...
Al recordar mi rostro sonrío e, intentando quitarle importancia, cuchicheo:
—Tranquilo. Es una acuarela de colores, pero estoy bien.
—¿Te duele?
—No.
Cierro el portátil, y el crío vuelve a preguntar:
—¿Puedo hablar contigo?
Sus palabras y, en especial su interés, me conmueven. Esto es un gran avance, y respondo:
—Por supuesto. Ven. Siéntate conmigo.
—¿En el suelo?
Divertida, me encojo de hombros.
—De aquí seguro que no nos caemos.
El pequeño sonríe. ¡Una sonrisa! Casi aplaudo.
Se sienta frente a mí y nos miramos. Durante más de dos minutos nos observamos sin hablar. Eso me pone nerviosa, pero estoy decidida a aguantar su mirada achinada el tiempo que haga falta como aguanto en ocasiones la de su tío. ¡Vaya dos! Al final, el niño dice:
—Lo siento, lo siento mucho. —Se le llenan los ojos de lágrimas y murmura—: ¿Me perdonas?
Me conmuevo. El duro e independiente Flyn ¡está llorando! No puedo ver llorar a nadie. Soy una blanda. ¡No puedo!
—Claro que te perdono, cielo, pero sólo si dejas de llorar, ¿de acuerdo? —Asiente, se traga las lágrimas y, para quitarle parte de la culpa que siente, digo—: También fue culpa mía. No me tenía que haber subido al muro y...
—Fue sólo mi culpa. Yo cerré las puertas y no te dejé entrar. Estaba enfadado, y yo..., yo... lo que hice está muy mal, y comprenderé que el tío Joe me mande al internado que dicen Sonia y Marta. Me lo advirtió la última vez, y yo le he vuelto a decepcionar.
El dolor y el miedo que veo en sus ojos me destrozan. Flyn no va a ir a ningún internado. No lo voy a permitir. Su inseguridad me da de lleno en el corazón y respondo:
—No se va a enterar porque ni tú ni yo se lo vamos a contar, ¿de acuerdo?
Esa reacción mía Flyn no la espera y, sorprendido, me mira.
—¿No le has contado al tío lo que ha ocurrido?
—No, cielo. Simplemente le he dicho que estaba yo en la nieve, me resbalé y caí.
De pronto, me acuerdo de mi padre. Acabo de sorprender a Flyn, y eso lo debilita. Sonrío. Los hombros del pequeño se relajan. Le acabo de quitar un peso de encima.
—Gracias, ya me veía en el internado.
Su sinceridad me hace sonreír.
—Flyn, me tienes que prometer que no volverás a comportarte así. Nadie quiere que vayas a un internado. Eres tú el que parece, con tus actos, que lo desea, ¿no te das cuenta? —No responde, y pregunto—: ¿Qué ocurrió el otro día en el colegio?
—Nada.
—¡Ah, no, jovencito! ¡Se acabaron los secretos! Si quieres que yo confíe en ti, tú tendrás que confiar en mí y contarme qué narices pasa en el colegio y por qué dicen que tú has comenzado una pelea cuando no creo que sea así.
Él cierra los ojos, calibrando las consecuencias de lo que me va a decir.
—Robert y los otros chicos me empezaron a insultar. Como siempre, me llamaron chino de mierda, gallina, miedica. Ellos se mofan de mí porque no sé hacer nada de lo que ellos hacen con el skateboard, la bicicleta o los patines. Intenté no hacerles caso como siempre, pero cuando George me tiró al suelo y comenzó a darme puñetazos, agarré su skate y se lo estampé en la cabeza. Sé que no lo tenía que haber hecho, pero...
—¿Esas cosas te dicen esos sinvergüenzas?
Flyn asiente.
—Tienen razón. Soy un torpe.
Maldigo a Joe en silencio. Él, con sus miedos a que ocurran cosas, está provocando todo esto. El crío susurra:
—Los profes no me creen. Soy el bicho raro de la clase. Y como no tengo amigos que me defiendan, siempre cargo con las culpas.
—¿Y tu tío no te cree tampoco?
Flyn se encoge de hombros.
—Él no sabe nada. Cree que me meto en problemas porque soy conflictivo. No quiero que sepa que esos chicos se mofan de mí porque soy cobarde. No quiero decepcionarlo.
Eso me duele. No es justo que Flyn cargue con aquello y Joe no lo sepa. Tengo que hablar con él. Pero centrándome en el niño le cojo el óvalo de la cara y murmuro:
—El que le dieras a ese chico con el skate en la cabeza no estuvo bien, cielo. Lo entiendes, ¿verdad? —El pequeño asiente, y dispuesta a ayudarlo sigo—: Pero no voy a consentir que nadie más te vuelva a insultar.
Sus ojitos de pronto se avivan. Me acuerdo de mi sobrina.
—Pon tu pulgar contra el mío. Y una vez que se toquen, nos damos una palmadita en la mano. —Hace lo que le digo y vuelve a sonreír—: Ésta es la contraseña de amistad entre mi sobrina y yo. Ahora será la nuestra también, ¿quieres?
Asiente, sonríe, y yo estoy a punto de saltar de felicidad. Una tregua. Tengo una tregua con Flyn. Y cuando creo que nada mejor puede pasar, dice:
—Gracias por dormir anoche conmigo.
Me encojo de hombros para quitarle importancia a eso.
—¡Ah, no!, gracias a ti por dejarme meterme en tu cama.
Él sonríe y comenta:
—A ti no te dan miedo los truenos. Lo sé. Tú eres mayor.
Eso me hace reír. ¡Qué listo que es el jodío!
—¿Sabes, Flyn? Cuando yo era pequeña, también tenía miedo a los truenos y a los rayos. Cada vez que había una tormenta, yo era la primera en meterme en la cama de mis padres. Pero mi mamá me enseñó que no hay que tener miedo a las inclemencias del tiempo.
—¿Y cómo te enseño tu mamá?
Sonrío. Pensar en mamá, en su cariñosa mirada, en sus manos calentitas y en su sonrisa perpetua me hace decir:
—Me decía que cerrara los ojos y pensara en cosas bonitas. Y un día me compró una mascota. Le llamé Calamar. Fue mi primer perro. Mi superamigo y mi supermascota. Cuando había tormentas, Calamar se subía conmigo a la cama, y el verme acompañada por él me hizo valiente. Ya no necesitaba ir a la cama de mis padres. Calamar me protegía y yo lo protegía a él.
—¿Y dónde está Calamar?
—Murió cuando yo tenía quince años. Está con mamá en el cielo.
Esta revelación de mi madre le sorprende. Omito mencionar a Curro, o todo parecería muy cruel.
—Sí Flyn, mi mamá murió como la tuya. Pero ¿sabes? Ella junto a Calamar desde el cielo me dan fuerzas para que no tenga miedo a nada. Y estoy segura de que tu mamá hace lo mismo contigo.
—¿Tú crees?
—¡Oh, sí!, claro que lo creo.
—Yo no me acuerdo de mi mamá.
Su tristeza me conmueve, y respondo:
—Normal, Flyn. Eras muy pequeño cuando se fue.
—Me hubiera gustado conocerla.
Su pena es mi pena, e incapaz de no profundizar en el tema, murmuro:
—Creo que podrías conocerla a través de los ojos de las personas que la quisieron, como son tu abuela Sonia, la tía Marta y Joe. Hablar con ellos de tu mamá sería recordarla y saber cosas de ella. Estoy segura de que tu abuela estaría encantada de contarte cientos de cosas de tu mamá.
—¿Sonia?
—Sí.
—Ella siempre está muy ocupada —protesta el niño.
—Es lógico, Flyn. Si tú no dejas que ella te cuide ni te mime, tiene que seguir con su vida. Las personas no pueden quedarse sentadas a esperar a que otras las quieran; tienen que continuar viviendo, aunque en su corazón te añoren todos los días. Por cierto, ¿por qué la llamas por su nombre y no abuela?
El crío se encoge de hombros y piensa la respuesta durante un momento.
—No lo sé. Me imagino que es porque su nombre es Sonia.
—¿Y no te gustaría llamarla abuela? Yo estoy segura de que a ella le emocionaría mucho que la llamaras así. Llámala un día por teléfono y vete con ella a merendar, a comer, a cenar. Pídele que te cuente cosas de tu mamá, y estoy convencida de que te darás cuenta de lo importante que eres tú para ella y para tu tía Marta.
El crío asiente. Silencio. Pero de pronto dice:
—Yo moví la coca-cola para que te saltara en la cara el otro día.
Recordarlo me hace reír. ¡Será cabronazo! Pero dispuesta a no tenerle nada en cuenta, asevero:
—Me lo imaginaba.
—¿Te lo imaginabas?
—Sí.
—¿Y por qué no dijiste nada al tío Joe?
—Porque yo no soy una chivata, Flyn. —Y, al ver cómo me mira, le toco su oscuro cabello, y añado—: Pero eso ya no importa. Lo importante es que a partir de ahora intentaremos llevarnos bien y ser amigos, ¿te parece buena idea?
Asiente. Pone su pulgar ante mí y volvemos a hacer nuestro saludo. Yo sonrío.
Sus ojos recorren la habitación con curiosidad y veo que se detienen continuamente en algo que está a la derecha. Con disimulo miro y veo que se trata del skateboard y mis patines. Y sin demora, pregunto:
—Te gustaría aprender a usar el skate o a patinar, ¿verdad? —Flyn no responde, y cuchicheo—: Será algo entre tú y yo. Tu tío, de momento, no tiene por qué enterarse. Aunque tarde o temprano, a riesgo de que nos mate, se lo diremos, ¿vale? ¿Quieres que te enseñe?
Su gesto cambia y acepta. ¡Lo sabía!
Sabía que Flyn quería aprender cosas nuevas. Rápidamente me levanto del suelo. Él lo hace también. Voy hasta donde está el skate y lo pongo en el suelo. Me subo sobre él y le demuestro que sé utilizarlo.
—¿Yo puedo hacer eso también?
Paro, me bajo y digo:
—Pues claro, cielo. —Y guiñándole el ojo, murmuro—: Te enseñaré a hacer cosas que cuando las vea cierta niña rubia de tu cole no podrá dejar de mirarte.
Flyn se pone colorado.
—¿Cómo se llama? —pregunto con complicidad.
—Laura.
Encantada por el momento tan estupendo que estoy viviendo con el niño, le tomo de los hombros y afirmo:
—Te aseguro que en unos meses Laura y esa pandilla de macarras de tu cole van a flipar cuando vean cómo manejas el skate.
El pequeño asiente. Le miro y digo:
—Vamos..., prueba. Primero, sube un pie en el skate y nota cómo se mueve.
Flyn me hace caso. Yo le cojo las manos y, en cuanto el pequeño pone el pie sobre el skate se escurre. Asustado, me mira y yo intento tranquilizarlo:
—Punto uno: nunca lo utilices sin estar yo delante. Punto dos: para no hacerse daño hay que usar rodilleras, coderas y casco. Punto tres, y muy importante: ¿confías en mí?
Hace un gesto afirmativo y me emociono.
De pronto, se oye el ruido de un coche. Miro por la ventana y veo que es Joe que entra en el garaje. Sin necesidad de decir nada, el crío deja el skate donde estaba y se sienta junto a mí de nuevo en el suelo. Disimulamos. Dos minutos después, la puerta de la habitación se abre, y Joe, al vernos a los dos en el suelo sentados, pregunta sorprendido:
—¿Ocurre algo?
Flyn se levanta y abraza a su tío.
—______ me ha ayudado a aprender una cosa del colegio.
Joe me mira. Yo asiento. El pequeño se marcha. Yo me levanto. Me acerco a mi alemán favorito y, agarrándole de la cintura, murmuro:
—Como verás, cualquier día consigo ese besito de tu sobrino.
Joe, asombrado como nunca antes, sonríe. Me coge entre sus brazos, y con cuidado de no darme en la barbilla, susurra buscando mi boca:

—De momento, pequeña, mi beso ya lo tienes.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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