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El Acompañante (Joe & Tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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El Acompañante (Joe & Tú)
HOLA CHICAS :D
VUELVO A TRAERLES UNA HISTORIA QUE LEÍ YA HACE UN TIEMPO Y ME DEJÓ TOTALMENTE FASCINADA ASÍ ESPERO QUE DISFRUTEN LEYENDO TANTO COMO YO!
TAMBIÉN QUIERO ACLARAR QUE LA NOVE NO ES MIA, ES SOLO UNA ADAPTACIÓN.
ESPERO QUE LES GUSTE Y DJEN MUCHOS COMENTARIOS :D
PD: SI QUIEREN LEER ALGUNAS DE MIS ANTERIORES NOVELAS PUEDEN ENCONTRAR LOS LINKS EN MI FIRMA (TODAS ESTÁN TERMINADAS)
BEEEEEEEEEEEEEEEEEESOS ♥
Nombre: El Acompañante
Autor: Evangeline Collins
Adaptación: Sí
Género: Romance Histórico
Advertencias: Contiene contenido sexual explícito
Otras Páginas: -
«Su trabajo era darle placer, no robarle el corazón»
Lady _________ acepta casarse con lord Stirling para evitar un escándalo que arruinaría la reputación de su familia. Forzada a vivir un matrimonio sin amor y confinada en una hacienda de la campiña escocesa, _________ lleva una solitaria existencia. Pero un día recibe la visita de su prima, y ésta le sugiere que se busque un amante que apacigüe las pasiones que arden en el fondo de su ser. _________ se niega, hasta que aparece Joseph Jonas, el hombre más sexy y atractivo que ha visto jamás, y le dice que estará a su servicio durante dos semanas.
Lo que tenía que ser un coqueteo inocente resultará ser un juego peligroso cuando _________ se da cuenta de que se ha enamorado perdidamente de Joe.
Londres, Inglaterra, mayo de 1811
Medianoche. Faltaba tan poco para la cita convenida, que _________ casi podía saborear los besos que la aguardaban. Incluso la suave brisa nocturna que se colaba por la ventanilla del carruaje parecía transportar aroma a caballos, heno y cuero. Un aroma que relacionaba íntimamente con él.
—Y su nieto regresó de la guerra con una esposa. ¿Lo puede creer, lady ________? Una muchacha italiana, y él...
________ esbozó una leve sonrisa y adoptó una expresión de cortés atención. No le costaba nada fingir un poco de interés por el chismorreo que le estaba relatando su carabina. Era la misma expresión que había exhibido durante toda la velada. La que se había dedicado a perfeccionar en los últimos dieciocho años de su vida. Y lo cierto era que, gracias a ella, conseguía enmascarar con gran eficacia los pensamientos tan inapropiados para una dama, que en realidad ocupaban su mente.
«Medianoche. Los establos.» El recuerdo de la voz de Conor se coló en su mente. El potente deseo contenido en esas palabras pronunciadas entre susurros la hizo estremecer. Unas palabras inesperadas. Nada más ayudarla a montar, antes de que ella se fuera a dar su paseo de las cinco por Hyde Park con el anodino caballero de turno, se las había susurrado al oído. Y no había podido olvidarlas en toda la tarde.
La había citado a medianoche. Nunca antes siete horas se le habían hecho tan largas.
Sus hombros, siempre erguidos, rozaron la pared forrada del carruaje cuando el cochero giró por Grosvenor Street. La expectación que no había dejado de bullir en su interior estaba a punto de desbordarse. Embriagadora y desenfrenada, parecía tensar todos los nervios de su cuerpo.
Le temblaron las comisuras de los labios. Casi habían llegado a casa.
Tras lo que se le antojó una eternidad, el carruaje se detuvo a la puerta de Mayburn House, la residencia londinense de su hermano, el nuevo conde de Mayburn. Recurriendo a una tremenda fuerza de voluntad, _________ consiguió mantenerse quieta en el asiento de cuero del coche, con las manos recatadamente enlazadas sobre el regazo, esperando a que el lacayo les abriera la portezuela.
—Confío en que se encuentre mejor por la mañana. —La luz procedente de la farola cercana iluminó el rostro arrugado de su carabina, que reflejaba una genuina preocupación—. Lady Knolwood celebra un recital mañana por la tarde al que asistirá todo el mundo.
La punzada de culpabilidad por engañar a la amable mujer no podía competir con la perspectiva de ver a Conor. Le había bastado comentar de pasada que le dolía la cabeza a causa del calor que hacía en el abarrotado salón de baile para asegurarse de que lo abandonaran en el momento apropiado.
—Estoy segura de que sólo me hace falta descansar un poco. Buenas noches, señoría. —_________ hizo una inclinación de cabeza y salió del carruaje.
La puerta delantera de la imponente casa se abrió mientras se acercaba. No había nadie más que los sirvientes, pero así y todo, trató de subir la escalera con calma, pese a que el ansia casi irrefrenable que sentía de correr a encontrarse con él, de arrojarse en sus brazos, cobraba vigor dentro de su cuerpo con cada uno de sus comedidos pasos.
Cuando llegó al descansillo, echó un vistazo por encima del hombro. El mayordomo de su hermano estaba de espaldas, cerrando la puerta. Era su oportunidad. Bella se recogió la falda con una mano y salió corriendo por la galería en dirección a la angosta escalera del servicio.
Con el pulso desbocado y respirando de manera entrecortada, abrió la puerta de los establos y entró. Se llevó una trémula mano al pecho y notó el latido desenfrenado de su corazón. Un farol colgado en el pasillo daba un resplandor dorado, pero aparte de eso, la oscuridad era casi completa. A excepción de los caballos, que se movían y hacían ruido dentro de sus cubículos, el establo parecía vacío.
—¿Conor? —susurró, con la esperanza de que no fuera demasiado tarde.
Una brisa fresca se coló por la puerta abierta, pegándole la falda a las piernas y agitando las hojas del árbol del patio. Miró hacia atrás por encima del hombro, hacia los muros de estuco blanco de Mayburn House. Tal vez lo mejor sería darse media vuelta y...
—Lady _________. —La voz baja y penetrante, con su deliciosa musicalidad irlandesa, llegó flotando en la oscuridad, venciendo la aprensión que había comenzado a instalarse en su vientre—. Estoy aquí.
Una estremecedora oleada de alivio la invadió. _________ se precipitó hacia adelante, entre el repiqueteo de sus escarpines sobre el suelo, dejándose guiar por el sonido de la voz de Conor que la llamaba desde de un cubículo vacío.
La luz de la luna que se colaba por una ventana del fondo de la cuadra perfilaba el contorno de sus anchos hombros y proporcionaba a su cabello negro un tono azulado. Alto y de rasgos bien definidos, poseía la constitución del hombre que realiza un trabajo físico exigente, de alguien que se pasa el día ejercitando los músculos.
—¿Qué trae a una dama como usted a los establos a estas horas de la noche? —Conor se le acercó bajando ligeramente la cabeza, con su mirada azul oscuro fija en ella. La paja crujía bajo sus botas polvorientas a cada lento y depredador paso que daba.
_________ no se ofendió por la pregunta burlona. De no haber sido por su arrogancia, por aquella engreída confianza en sí mismo, ella aún seguiría fantaseando con lo que sería que un hombre la besara en vez de haberlo experimentado. Y lo que más deseaba en el mundo era volver a experimentarlo de nuevo esa noche.
—Tú —contestó, elevando la barbilla mientras retrocedía, manteniendo la distancia entre los dos hasta que su espalda se topó con una pared.
Él continuó avanzando, acercándose más de lo que hasta entonces se había atrevido a hacer ningún caballero. Apoyó una mano en la pared, a la altura del hombro de ella, mientras con la otra le acariciaba el brazo desnudo, haciendo que se le pusiera la piel de gallina. Se estremeció.
Los labios de Conor esbozaron una pícara sonrisa.
—Me siento honrado —contestó, tan cerca que los senos de _________ rozaban la camisa cada vez que su pecho subía y bajaba atropelladamente.
Entonces, Conor reclamó su boca como sólo él sabía hacerlo, como sólo él lo había hecho. Con audacia y agresividad, tomó lo que deseaba, y ella se lo entregó de buena gana. ________ lanzó cualquier resto de moderación por la borda y le rodeó el cuello con los brazos, deleitándose en la ávida exigencia de sus besos. Conor enredó la lengua con la suya, ladeó la cabeza para poder imprimir más intensidad al beso y la rodeó con su enorme cuerpo mientras una abrumadora oleada de pasión embriagadora se apoderaba de ella.
Con un gemido gutural, él tiró del escote bajo de su vestido y _________ notó la fresca brisa acariciándole los senos, endureciéndole los pezones. Cerró los ojos al sentir que el recato trataba de abrirse paso a través de aquella deliciosa bruma de sensaciones, pero entonces Conor abandonó sus labios y comenzó a descender, incendiándole el cuello con su aliento, mordisqueándole la piel, enviando una nueva oleada de deseo a través de sus venas.
Bajó la cabeza sobre el pecho de ella, y su barba de un día estimuló de manera inesperada la tersa piel de la parte baja de los senos de _________, que abrió la boca para tomar aire, hundiendo los dedos en su abundante mata de pelo negro y removiéndose debajo de él, ardiendo de excitación. Al instante siguiente, él le levantó la falda y metió la mano debajo, para acariciarle la piel del muslo con sus dedos encallecidos, al tiempo que se metía un erguido y cálido pezón entre los labios y empezaba a succionar.
_________ abrió súbitamente los ojos al notar la intensa descarga de placer y su mirada se posó entonces en la figura que permanecía de pie en la puerta del cubículo abierto. El abrigo negro magnificaba su envergadura, ya impresionante de por sí, proporcionándole un aspecto aún más imponente. En una mano sujetaba una alforja de cuero, y en la otra las riendas de su caballo.
La luz proveniente del único farol, a tres cubículos de distancia, bastó para que _________ reconociera el rostro de su hermano mayor, boquiabierto de horror. Pero éste desapareció bruscamente para ser reemplazado por una indignación tal, que todo vestigio de deseo que _________ pudiera haber sentido se esfumó. Su piel, antes enfebrecida y ruborizada, se quedó fría.
Por un momento, no pudo hacer nada más que mirar sin dar crédito los ojos entornados de Phillip. ¿Qué estaba haciendo allí? Había dicho que estaría fuera una semana y no hacía más que unos pocos días que se había ido.
—Apártate de ella.
El tono bajo y hostil la sacó de su obnubilación, igual que a Conor, que se separó de ella lanzando una imprecación. Con manos temblorosas, con una mezcla casi paralizante de humillación y pánico, ________ se subió el escote del vestido y se alisó la falda.
Conor se volvió apresuradamente hacia el conde.
—Señoría... yo... yo...
—Tú a mi estudio. _________, a tu habitación —gruñó.
Ella se sintió terriblemente culpable. Incapaz de pensar en nada que decir, porque no había palabras que pudieran justificar su conducta, se fue corriendo del lado de ambos hombres, pasó junto al musculoso caballo negro de caza que aguardaba pacientemente en el pasillo del establo y salió del mismo para meterse en la casa.
Lady ________ Riley se detuvo delante de la puerta de roble. Phillip llevaba dos días sin dirigirle la palabra. Ni siquiera lo había visto. _________ se había quedado en su habitación, sin tener contacto con nadie más que con los sirvientes que le llevaban bandejas de comida que después volvían a llevarse sin que ella hubiera probado bocado. Se había perdido un recital y una reunión para tomar el té, pero no había recibido ninguna nota de su carabina preguntando por el motivo de su ausencia. Lo que significaba que Phillip había hablado con la anciana viuda o, de alguna forma, se había corrido el rumor de su indiscreción. Y si eso había sucedido, su reputación estaba absolutamente arruinada, por lo que no le sería a Phillip de ninguna utilidad.
Todos los años que había pasado perfeccionando su barniz de dama de la buena sociedad, puliendo la imagen que todo el mundo quería y esperaba de ella, habían sido en vano. En su interior siempre había sabido de su carácter apasionado, y había hecho todo lo posible por resistirse a él, por ahogarlo, por negárselo a la luz del día. Pero cuando había llegado el momento de la verdad, había fallado. Le había fallado a Phillip, a sus hermanas pequeñas, Kitty y Liv, a su travieso hermano pequeño, Jules. Les había fallado a todos.
Si la verdad había llegado a oídos de algún miembro de la buena sociedad londinense, no habría manera de reparar el daño. Los chismorreos y rumores determinaban la reputación de una dama. La virginidad que había conseguido mantener intacta habría perdido todo su valor. Ningún caballero respetable se casaría con ella. Phillip había confiado en que conseguiría atraer al marido adecuado al término de la primera Temporada. Las riquezas de éste ayudarían a Phillip a tapar los agujeros de su título de conde y aseguraría el futuro de sus hermanos menores. Ahora, las enormes deudas que habían heredado de su padre seguirían sin pagar. Podían perderlo todo, y todo porque ella no había tenido la fuerza de voluntad suficiente para resistirse al placer carnal.
Conor había sido el primer hombre que no se había dejado engañar por su gélida fachada, por las defensas que ella había levantado a su alrededor. El primero con valor suficiente para ponerla a prueba, para besarla. Y ese beso, cobrado la fatídica mañana en que se aventuró sola en los establos, fue el principio de su caída. Con Conor había podido ser ella misma por primera vez en toda su vida. Y su mente no había logrado pensar nada más que en él, ni siquiera en las consecuencias de que la pillaran con uno de los mozos de cuadra.
Con el corazón en un puño, ________ reprimió las lágrimas que amenazaban con derramarse de sus ojos. Phillip la estaba esperando, tal como le había dicho en una escueta nota en la que requería su presencia. Sintió como si el brazo le pesara una tonelada cuando lo levantó para llamar a la puerta de madera maciza.
—Adelante.
_________ abrió y entró en el que había sido el estudio de su padre. El hecho de que Phillip no la mirase la entristeció profundamente. Temblando por dentro, se detuvo ante el escritorio de roble; con las manos entrelazadas delante, levantó la barbilla y aguardó.
Cuando su hermano terminó la carta que estaba escribiendo, devolvió la pluma a su portaplumas de plata. Daba la impresión de que hubiera estado mesándose el corto cabello castaño, seguramente de frustración, a causa de los imprudentes actos de ella. Phillip sólo tenía veinte años, pero el peso del título que había heredado hacía unos pocos meses, ya le habían puesto años encima. En vez de proporcionar una suerte de indulto para la familia, ella sólo había conseguido asestarle un duro revés más a la lucha constante por mantenerlos a flote.
El tenso silencio pesaba como una losa sobre ella, una fuerza casi material que le oprimía los pulmones.
—Phillip, yo...
—Te casarás con lord Stirling —dijo él. En su voz no había ninguna inflexión, ni rastro de la habitual y fraternal camaradería.
_________ tragó con dificultad el nudo que se le formó en la garganta.
—Sí, Phillip.
Cuando éste la miró con sus ojos azul verdoso, ella deseó que volviera a la carta. Podía soportar su ira, pero no su decepción. Ni su tan ejercitada calma podía soportar algo así. Salió corriendo de la habitación antes de desplomarse en el suelo y ponerse a suplicar que la perdonara.
La frialdad que había visto en sus ojos le decía que jamás podría compensarlo por lo que había hecho. El vínculo que una vez compartieron había quedado irrevocablemente hecho añicos, sin posibilidad de arreglo. La única esperanza que le quedaba era casarse con un desconocido, ese tal lord Stirling, el esposo que Phillip le había buscado, y tratar de volver a ser una hermana digna de él.
VUELVO A TRAERLES UNA HISTORIA QUE LEÍ YA HACE UN TIEMPO Y ME DEJÓ TOTALMENTE FASCINADA ASÍ ESPERO QUE DISFRUTEN LEYENDO TANTO COMO YO!
TAMBIÉN QUIERO ACLARAR QUE LA NOVE NO ES MIA, ES SOLO UNA ADAPTACIÓN.
ESPERO QUE LES GUSTE Y DJEN MUCHOS COMENTARIOS :D
PD: SI QUIEREN LEER ALGUNAS DE MIS ANTERIORES NOVELAS PUEDEN ENCONTRAR LOS LINKS EN MI FIRMA (TODAS ESTÁN TERMINADAS)
BEEEEEEEEEEEEEEEEEESOS ♥
Nombre: El Acompañante
Autor: Evangeline Collins
Adaptación: Sí
Género: Romance Histórico
Advertencias: Contiene contenido sexual explícito
Otras Páginas: -
~ El Acompañante ~
«Su trabajo era darle placer, no robarle el corazón»
Lady _________ acepta casarse con lord Stirling para evitar un escándalo que arruinaría la reputación de su familia. Forzada a vivir un matrimonio sin amor y confinada en una hacienda de la campiña escocesa, _________ lleva una solitaria existencia. Pero un día recibe la visita de su prima, y ésta le sugiere que se busque un amante que apacigüe las pasiones que arden en el fondo de su ser. _________ se niega, hasta que aparece Joseph Jonas, el hombre más sexy y atractivo que ha visto jamás, y le dice que estará a su servicio durante dos semanas.
Lo que tenía que ser un coqueteo inocente resultará ser un juego peligroso cuando _________ se da cuenta de que se ha enamorado perdidamente de Joe.
PRÓLOGO
Londres, Inglaterra, mayo de 1811
Medianoche. Faltaba tan poco para la cita convenida, que _________ casi podía saborear los besos que la aguardaban. Incluso la suave brisa nocturna que se colaba por la ventanilla del carruaje parecía transportar aroma a caballos, heno y cuero. Un aroma que relacionaba íntimamente con él.
—Y su nieto regresó de la guerra con una esposa. ¿Lo puede creer, lady ________? Una muchacha italiana, y él...
________ esbozó una leve sonrisa y adoptó una expresión de cortés atención. No le costaba nada fingir un poco de interés por el chismorreo que le estaba relatando su carabina. Era la misma expresión que había exhibido durante toda la velada. La que se había dedicado a perfeccionar en los últimos dieciocho años de su vida. Y lo cierto era que, gracias a ella, conseguía enmascarar con gran eficacia los pensamientos tan inapropiados para una dama, que en realidad ocupaban su mente.
«Medianoche. Los establos.» El recuerdo de la voz de Conor se coló en su mente. El potente deseo contenido en esas palabras pronunciadas entre susurros la hizo estremecer. Unas palabras inesperadas. Nada más ayudarla a montar, antes de que ella se fuera a dar su paseo de las cinco por Hyde Park con el anodino caballero de turno, se las había susurrado al oído. Y no había podido olvidarlas en toda la tarde.
La había citado a medianoche. Nunca antes siete horas se le habían hecho tan largas.
Sus hombros, siempre erguidos, rozaron la pared forrada del carruaje cuando el cochero giró por Grosvenor Street. La expectación que no había dejado de bullir en su interior estaba a punto de desbordarse. Embriagadora y desenfrenada, parecía tensar todos los nervios de su cuerpo.
Le temblaron las comisuras de los labios. Casi habían llegado a casa.
Tras lo que se le antojó una eternidad, el carruaje se detuvo a la puerta de Mayburn House, la residencia londinense de su hermano, el nuevo conde de Mayburn. Recurriendo a una tremenda fuerza de voluntad, _________ consiguió mantenerse quieta en el asiento de cuero del coche, con las manos recatadamente enlazadas sobre el regazo, esperando a que el lacayo les abriera la portezuela.
—Confío en que se encuentre mejor por la mañana. —La luz procedente de la farola cercana iluminó el rostro arrugado de su carabina, que reflejaba una genuina preocupación—. Lady Knolwood celebra un recital mañana por la tarde al que asistirá todo el mundo.
La punzada de culpabilidad por engañar a la amable mujer no podía competir con la perspectiva de ver a Conor. Le había bastado comentar de pasada que le dolía la cabeza a causa del calor que hacía en el abarrotado salón de baile para asegurarse de que lo abandonaran en el momento apropiado.
—Estoy segura de que sólo me hace falta descansar un poco. Buenas noches, señoría. —_________ hizo una inclinación de cabeza y salió del carruaje.
La puerta delantera de la imponente casa se abrió mientras se acercaba. No había nadie más que los sirvientes, pero así y todo, trató de subir la escalera con calma, pese a que el ansia casi irrefrenable que sentía de correr a encontrarse con él, de arrojarse en sus brazos, cobraba vigor dentro de su cuerpo con cada uno de sus comedidos pasos.
Cuando llegó al descansillo, echó un vistazo por encima del hombro. El mayordomo de su hermano estaba de espaldas, cerrando la puerta. Era su oportunidad. Bella se recogió la falda con una mano y salió corriendo por la galería en dirección a la angosta escalera del servicio.
Con el pulso desbocado y respirando de manera entrecortada, abrió la puerta de los establos y entró. Se llevó una trémula mano al pecho y notó el latido desenfrenado de su corazón. Un farol colgado en el pasillo daba un resplandor dorado, pero aparte de eso, la oscuridad era casi completa. A excepción de los caballos, que se movían y hacían ruido dentro de sus cubículos, el establo parecía vacío.
—¿Conor? —susurró, con la esperanza de que no fuera demasiado tarde.
Una brisa fresca se coló por la puerta abierta, pegándole la falda a las piernas y agitando las hojas del árbol del patio. Miró hacia atrás por encima del hombro, hacia los muros de estuco blanco de Mayburn House. Tal vez lo mejor sería darse media vuelta y...
—Lady _________. —La voz baja y penetrante, con su deliciosa musicalidad irlandesa, llegó flotando en la oscuridad, venciendo la aprensión que había comenzado a instalarse en su vientre—. Estoy aquí.
Una estremecedora oleada de alivio la invadió. _________ se precipitó hacia adelante, entre el repiqueteo de sus escarpines sobre el suelo, dejándose guiar por el sonido de la voz de Conor que la llamaba desde de un cubículo vacío.
La luz de la luna que se colaba por una ventana del fondo de la cuadra perfilaba el contorno de sus anchos hombros y proporcionaba a su cabello negro un tono azulado. Alto y de rasgos bien definidos, poseía la constitución del hombre que realiza un trabajo físico exigente, de alguien que se pasa el día ejercitando los músculos.
—¿Qué trae a una dama como usted a los establos a estas horas de la noche? —Conor se le acercó bajando ligeramente la cabeza, con su mirada azul oscuro fija en ella. La paja crujía bajo sus botas polvorientas a cada lento y depredador paso que daba.
_________ no se ofendió por la pregunta burlona. De no haber sido por su arrogancia, por aquella engreída confianza en sí mismo, ella aún seguiría fantaseando con lo que sería que un hombre la besara en vez de haberlo experimentado. Y lo que más deseaba en el mundo era volver a experimentarlo de nuevo esa noche.
—Tú —contestó, elevando la barbilla mientras retrocedía, manteniendo la distancia entre los dos hasta que su espalda se topó con una pared.
Él continuó avanzando, acercándose más de lo que hasta entonces se había atrevido a hacer ningún caballero. Apoyó una mano en la pared, a la altura del hombro de ella, mientras con la otra le acariciaba el brazo desnudo, haciendo que se le pusiera la piel de gallina. Se estremeció.
Los labios de Conor esbozaron una pícara sonrisa.
—Me siento honrado —contestó, tan cerca que los senos de _________ rozaban la camisa cada vez que su pecho subía y bajaba atropelladamente.
Entonces, Conor reclamó su boca como sólo él sabía hacerlo, como sólo él lo había hecho. Con audacia y agresividad, tomó lo que deseaba, y ella se lo entregó de buena gana. ________ lanzó cualquier resto de moderación por la borda y le rodeó el cuello con los brazos, deleitándose en la ávida exigencia de sus besos. Conor enredó la lengua con la suya, ladeó la cabeza para poder imprimir más intensidad al beso y la rodeó con su enorme cuerpo mientras una abrumadora oleada de pasión embriagadora se apoderaba de ella.
Con un gemido gutural, él tiró del escote bajo de su vestido y _________ notó la fresca brisa acariciándole los senos, endureciéndole los pezones. Cerró los ojos al sentir que el recato trataba de abrirse paso a través de aquella deliciosa bruma de sensaciones, pero entonces Conor abandonó sus labios y comenzó a descender, incendiándole el cuello con su aliento, mordisqueándole la piel, enviando una nueva oleada de deseo a través de sus venas.
Bajó la cabeza sobre el pecho de ella, y su barba de un día estimuló de manera inesperada la tersa piel de la parte baja de los senos de _________, que abrió la boca para tomar aire, hundiendo los dedos en su abundante mata de pelo negro y removiéndose debajo de él, ardiendo de excitación. Al instante siguiente, él le levantó la falda y metió la mano debajo, para acariciarle la piel del muslo con sus dedos encallecidos, al tiempo que se metía un erguido y cálido pezón entre los labios y empezaba a succionar.
_________ abrió súbitamente los ojos al notar la intensa descarga de placer y su mirada se posó entonces en la figura que permanecía de pie en la puerta del cubículo abierto. El abrigo negro magnificaba su envergadura, ya impresionante de por sí, proporcionándole un aspecto aún más imponente. En una mano sujetaba una alforja de cuero, y en la otra las riendas de su caballo.
La luz proveniente del único farol, a tres cubículos de distancia, bastó para que _________ reconociera el rostro de su hermano mayor, boquiabierto de horror. Pero éste desapareció bruscamente para ser reemplazado por una indignación tal, que todo vestigio de deseo que _________ pudiera haber sentido se esfumó. Su piel, antes enfebrecida y ruborizada, se quedó fría.
Por un momento, no pudo hacer nada más que mirar sin dar crédito los ojos entornados de Phillip. ¿Qué estaba haciendo allí? Había dicho que estaría fuera una semana y no hacía más que unos pocos días que se había ido.
—Apártate de ella.
El tono bajo y hostil la sacó de su obnubilación, igual que a Conor, que se separó de ella lanzando una imprecación. Con manos temblorosas, con una mezcla casi paralizante de humillación y pánico, ________ se subió el escote del vestido y se alisó la falda.
Conor se volvió apresuradamente hacia el conde.
—Señoría... yo... yo...
—Tú a mi estudio. _________, a tu habitación —gruñó.
Ella se sintió terriblemente culpable. Incapaz de pensar en nada que decir, porque no había palabras que pudieran justificar su conducta, se fue corriendo del lado de ambos hombres, pasó junto al musculoso caballo negro de caza que aguardaba pacientemente en el pasillo del establo y salió del mismo para meterse en la casa.
Lady ________ Riley se detuvo delante de la puerta de roble. Phillip llevaba dos días sin dirigirle la palabra. Ni siquiera lo había visto. _________ se había quedado en su habitación, sin tener contacto con nadie más que con los sirvientes que le llevaban bandejas de comida que después volvían a llevarse sin que ella hubiera probado bocado. Se había perdido un recital y una reunión para tomar el té, pero no había recibido ninguna nota de su carabina preguntando por el motivo de su ausencia. Lo que significaba que Phillip había hablado con la anciana viuda o, de alguna forma, se había corrido el rumor de su indiscreción. Y si eso había sucedido, su reputación estaba absolutamente arruinada, por lo que no le sería a Phillip de ninguna utilidad.
Todos los años que había pasado perfeccionando su barniz de dama de la buena sociedad, puliendo la imagen que todo el mundo quería y esperaba de ella, habían sido en vano. En su interior siempre había sabido de su carácter apasionado, y había hecho todo lo posible por resistirse a él, por ahogarlo, por negárselo a la luz del día. Pero cuando había llegado el momento de la verdad, había fallado. Le había fallado a Phillip, a sus hermanas pequeñas, Kitty y Liv, a su travieso hermano pequeño, Jules. Les había fallado a todos.
Si la verdad había llegado a oídos de algún miembro de la buena sociedad londinense, no habría manera de reparar el daño. Los chismorreos y rumores determinaban la reputación de una dama. La virginidad que había conseguido mantener intacta habría perdido todo su valor. Ningún caballero respetable se casaría con ella. Phillip había confiado en que conseguiría atraer al marido adecuado al término de la primera Temporada. Las riquezas de éste ayudarían a Phillip a tapar los agujeros de su título de conde y aseguraría el futuro de sus hermanos menores. Ahora, las enormes deudas que habían heredado de su padre seguirían sin pagar. Podían perderlo todo, y todo porque ella no había tenido la fuerza de voluntad suficiente para resistirse al placer carnal.
Conor había sido el primer hombre que no se había dejado engañar por su gélida fachada, por las defensas que ella había levantado a su alrededor. El primero con valor suficiente para ponerla a prueba, para besarla. Y ese beso, cobrado la fatídica mañana en que se aventuró sola en los establos, fue el principio de su caída. Con Conor había podido ser ella misma por primera vez en toda su vida. Y su mente no había logrado pensar nada más que en él, ni siquiera en las consecuencias de que la pillaran con uno de los mozos de cuadra.
Con el corazón en un puño, ________ reprimió las lágrimas que amenazaban con derramarse de sus ojos. Phillip la estaba esperando, tal como le había dicho en una escueta nota en la que requería su presencia. Sintió como si el brazo le pesara una tonelada cuando lo levantó para llamar a la puerta de madera maciza.
—Adelante.
_________ abrió y entró en el que había sido el estudio de su padre. El hecho de que Phillip no la mirase la entristeció profundamente. Temblando por dentro, se detuvo ante el escritorio de roble; con las manos entrelazadas delante, levantó la barbilla y aguardó.
Cuando su hermano terminó la carta que estaba escribiendo, devolvió la pluma a su portaplumas de plata. Daba la impresión de que hubiera estado mesándose el corto cabello castaño, seguramente de frustración, a causa de los imprudentes actos de ella. Phillip sólo tenía veinte años, pero el peso del título que había heredado hacía unos pocos meses, ya le habían puesto años encima. En vez de proporcionar una suerte de indulto para la familia, ella sólo había conseguido asestarle un duro revés más a la lucha constante por mantenerlos a flote.
El tenso silencio pesaba como una losa sobre ella, una fuerza casi material que le oprimía los pulmones.
—Phillip, yo...
—Te casarás con lord Stirling —dijo él. En su voz no había ninguna inflexión, ni rastro de la habitual y fraternal camaradería.
_________ tragó con dificultad el nudo que se le formó en la garganta.
—Sí, Phillip.
Cuando éste la miró con sus ojos azul verdoso, ella deseó que volviera a la carta. Podía soportar su ira, pero no su decepción. Ni su tan ejercitada calma podía soportar algo así. Salió corriendo de la habitación antes de desplomarse en el suelo y ponerse a suplicar que la perdonara.
La frialdad que había visto en sus ojos le decía que jamás podría compensarlo por lo que había hecho. El vínculo que una vez compartieron había quedado irrevocablemente hecho añicos, sin posibilidad de arreglo. La única esperanza que le quedaba era casarse con un desconocido, ese tal lord Stirling, el esposo que Phillip le había buscado, y tratar de volver a ser una hermana digna de él.
F l ♥ r e n c i a.
Re: El Acompañante (Joe & Tú)
Segunda lectora!
No sesi te acuerdes de mi!
Yo lei la de nueve reglas para conquistar a un libertino fue increible esa novela!
Tienes que seguir esta de aca por favor!:D
No sesi te acuerdes de mi!
Yo lei la de nueve reglas para conquistar a un libertino fue increible esa novela!
Tienes que seguir esta de aca por favor!:D
Invitado
Invitado
Re: El Acompañante (Joe & Tú)
BIENVENIDAS A LA NOVE CHICAS! :happy:
ME ALEGRA MUCHISIMO VERLAS POR ACÁ!
MÁS TARDE HAY CAP ;)
GRACIAS POR SUS COMENTARIOS
PD: CANDE_MELI AMÉ TU FIRMA
ME ALEGRA MUCHISIMO VERLAS POR ACÁ!
MÁS TARDE HAY CAP ;)
GRACIAS POR SUS COMENTARIOS
PD: CANDE_MELI AMÉ TU FIRMA
F l ♥ r e n c i a.
Re: El Acompañante (Joe & Tú)
NUeva lectora :) aca estoy como te prometi
siguela si es como la otra tambien me ba a encantar :)
siguela si es como la otra tambien me ba a encantar :)
zai
Re: El Acompañante (Joe & Tú)
zaijonas escribió:NUeva lectora :) aca estoy como te prometi
siguela si es como la otra tambien me ba a encantar :)
BIENVENIDA A LA NOVE :happy:
QUE LINDO VERTE POR ACÁ :D
AHORA SUBO CAP!
F l ♥ r e n c i a.
Re: El Acompañante (Joe & Tú)
Capítulo 1
Bowhill Park, Selkirk, Escocia, abril de 1816
Con los labios fruncidos, __________ ladeó la cabeza, dándole vueltas a la pieza de lino blanco que tenía extendido sobre el regazo. «Otra vez hilo rojo, no.» Ya tenía demasiadas de ésas. En los últimos cinco años, casi todas las toallas, servilletas y fundas de almohada de Bowhill Park llevaban el mismo adorno, una rosa roja. Su mano se detuvo momentáneamente en el aire, sobre la caja de metal que reposaba a su lado en el sofá antes de decidirse por un hilo de seda de color amarillo. Enhebró la aguja.
El fuego crepitaba en la chimenea, caldeando el ambiente del saloncito en aquella fresca tarde de primavera. El leve crujido de las páginas de un libro al pasar apenas la distraían de su concentración en el bordado. Atravesar el lino con la aguja, tensar la hebra, dar la siguiente puntada en el lugar exacto. Una tarea lenta y meticulosa, que no requería apresuramiento.
Un ritual bien conocido que repetía casi todas las tardes, aunque esa tarde en concreto no estaba sola. La presencia de su prima, tan infrecuente, constituía un preciado bálsamo para sus largos y solitarios días.
—Necesitas un hombre.
—¿Cómo dices? —_________ dejó de bordar y miró a su prima, madame Esmé Marceau, sentada frente a ella.
Reclinada con elegancia en un sillón tapizado de cretona con motivos florales, Esmé cerró el librito de poesía encuadernado en piel que estaba leyendo —obras de Anacreonte y Safo— y lo depositó en el extremo de la mesa, junto a su copa de vino mediada.
—Necesitas un hombre, __________.
A ésta le pareció un gracioso comentario. Definitivamente, Esmé no encajaba en el modelo inglés de recato y decoro. Viuda a los diecinueve y acostumbrada desde hacía mucho a dirigir su vida como mejor le placiera, su prima no tenía reparos en decir lo que pensaba. Vestida siempre a la última moda y respaldada por la riqueza de su difunto esposo, aquella llamativa morena casi no tenía rival en ingenio. _________ era una de las pocas personas.
—¿Lo necesito? ¿Ahora?
Lo cierto era que sí que necesitaba un hombre, pero no estaba dispuesta a admitirlo, y menos aún el motivo.
—Te hace falta un poco de coqueteo. Estás siempre demasiado melancólica. Es justo lo que necesitas para levantarte el ánimo.
Sus ojos, de un azul cobalto tirando a violeta, exactamente el mismo tono que los de _________, no mostraban su habitual brillo pícaro, aquella mirada que hacía que a los demás les pareciera que conocía sus secretos más íntimos. Ella retomó el bordado con un leve temblor en las manos. Su prima no bromeaba. No se comportaba con la audacia y la actitud juguetona de siempre. Al contrario. Estaba muy seria, detalle que preocupaba a Bella más que su perspicaz sugerencia.
—Esmé. —Se obligó a transmitir serenidad a su voz, para disimular el nerviosismo que había hecho que se pusiera rígida—. No necesito coquetear con nadie y no estoy melancólica.
—Pues te encuentro considerablemente más apagada que la última vez que estuve aquí de visita. En las últimas dos semanas, no he sido capaz de arrancarte más que un puñado de sonrisas.
Reacia a revelar el origen del mal que la aquejaba, _________ bajó la vista y estudió con detenimiento la rosa a medio bordar.
—Últimamente ha hecho muy mal tiempo. Creo que no he visto el sol en días. Y ayer se pasó todo el día lloviendo.
—¿Qué tontería es esa del mal tiempo? —Esmé la miró con evidente decepción—. ¿De verdad crees que eso te va a funcionar conmigo? Mi querida __________, seguro que eres capaz de inventar una excusa mejor.
Debería haber sabido que su intento de aparentar normalidad no engañaría a su prima.
Ésta soltó un suspiro y tomó la copa de burdeos.
—Te he invitado innumerables veces, pero tú te niegas a venir a Francia a verme. —Su leve acento francés proporcionaba a su voz un aire sofisticado—. Si lo que te desanima es el largo viaje, ¿por qué no a Londres al menos? Aunque no lo hayas utilizado todavía, puedo dar fe de la calidad de tu carruaje de viaje.
—Me doy por satisfecha con tu palabra.
Transportar un carruaje a través del Canal debía de ser un asunto de lo más engorroso, aunque __________ no había tenido que vivirlo personalmente. Sin embargo, era el motivo de que Esmé alquilara en los muelles un vehículo que la llevara hasta Escocia y luego allí tomaba prestado el de __________ para deshacer el camino cuando terminaba su visita. Pero el largo viaje no era la causa de que __________ se mostrara tan reticente a abandonar Bowhill.
—He oído que Julien está en la ciudad. Se alegraría mucho de verte.
Lo más probable era que Jules tuviera a toda la población femenina de Londres a sus pies. Pensar en su pícaro hermanito hizo que __________ esbozara una sonrisa, aunque ésta no duró mucho.
—Pero no puede decirse lo mismo de Phillip.
Esmé frunció el cejo, pero afortunadamente no se lo discutió.
—Entonces no te hospedes en Mayburn House. Alquila una suite en el Pulteney y ve al teatro. Una vez allí, elige uno de los muchos caballeros que sin duda se disputarán tu atención y pasa unos días con él.
—No tengo ganas de ir a la ciudad. Prefiero quedarme en Bowhill. —Era mucho más fácil comportarse debidamente y resistir la tentación si se quedaba donde su esposo había dispuesto que estuviera.
—Pero aquí vives demasiado aislada. Sólo tus criados te hacen compañía.
—Tengo muchas visitas —contestó __________, haciendo todo lo posible por mostrarse indignada.
Esmé se incorporó con el frufrú de la seda de su vestido color amatista acompañándola.
—¿Quién te visita?
—Los vecinos, el señor y la señora Tavisham vienen a cenar de vez en cuando.
—Son una pareja de ancianos —respondió Esmé, descartándolos con un gesto de la mano—. Necesitas a alguien de tu edad. Alguien con quien entretenerte, además de todas esas rosas.
—Me gusta la jardinería. Ocuparme de las rosas es una tarea plácida y satisfactoria —contestó ella, reiterando las palabras que tantas veces se había dicho a sí misma, cuando la soledad y el aislamiento amenazaban con aplastarla—. No necesito un hombre. Y, además, estoy casada. Tengo un esposo. —Elevó el mentón.
Su prima aceptó el desafío, como siempre.
—¿Cuándo lo viste por última vez?
Esforzándose por mantener los hombros erguidos a pesar del escalofrío que le recorrió la espina dorsal, _________ hizo una levísima pausa antes de contestar.
—Antes de las Navidades.
—¿Y cuánto tiempo duró la estancia de ese esposo tuyo?
—Un día —confesó ella, dejando caer el mentón. Un día demasiado largo.
La expresión de Esmé se endureció y apretó los carnosos labios convirtiéndolos en una delgada línea.
—No se comporta como un esposo. Las dos sabemos que tu matrimonio no fue por amor. Y antes de que se te ocurra decirlo, un hombre que abandona a su esposa en el campo durante años no puede esperar que le sea fiel. Sabe Dios que él no se ha comportado como un monje.
Acobardada ante sus palabras, __________ no intentó contradecirla.
—Aunque quisiera darme el gusto de coquetear con alguien, no podría. No puedo salir y reclutar a alguien de los alrededores. Los hombres hablan, se jactan de sus proezas, y el rumor llegaría a oídos de Stirling.
Los ojos de su prima resplandecieron con maliciosa determinación.
—Ya que no piensas salir de Bowhill, yo me encargaré de contratar a un hombre y hacer que venga hasta aquí, si te parece bien.
__________ tomó aire muy de prisa, y completamente atónita.
Esmé chasqueó la lengua, irritada.
—No finjas escandalizarte. No eres ninguna jovencita inocente.
—Pero Esmé, ¿cómo puedes sugerir...?
La joven interrumpió sus protestas.
—La mayoría de los caballeros casados acude a los burdeles y lo mismo ocurre con algunas damas también casadas. Tú eres una mujer y eres mi prima, _________. Llevamos la misma sangre. Y sé bien lo que digo, necesitas un hombre —dijo, pronunciando la última frase con deliberada claridad.
Esmé la conocía bien. Mejor que sus propios hermanos, mejor incluso que Phillip. La conocía lo bastante como para adivinar lo que se escondía bajo su fachada de recato. Por eso, había sido la única persona a quien no había sorprendido ni horrorizado el verdadero motivo de su exilio de Londres. El único comentario que hizo al respecto fue: «Tal vez los establos no fueran el lugar más adecuado. Yo siempre he sentido más inclinación por la comodidad de puertas adentro, si bien es innegable que el tacto tibio de la hierba sobre la piel tiene su atractivo».
__________ debería sentirse escandalizada. Debería mirar a su prima a la cara y decirle que esa vez había ido demasiado lejos. Pero así y todo, no podía negar que su audaz sugerencia había prendido la mecha de esa parte de ella que llevaba encerrada bajo llave durante tanto tiempo.
—Pero no puedo hacer que un hombre venga hasta aquí. Los criados murmurarán y entonces... —Dejó las palabras en suspenso y apretó los labios con preocupación. Estaba casada, tal como acababa de recordarle a Esmé.
Ésta negó con la cabeza, quitándole importancia a sus recelos.
—Los criados te adoran. No le dirían una palabra a Stirling. Pero si tanto te preocupa, le dejaré caer al ama de llaves que en breve no seré el único miembro de tu familia que te visita en Bowhill. Le diré que por fin he conseguido convencer a otro de tus primos para que venga.
—Pero es que la idea de que un desconocido venga a mi casa y tenga que pagarle, me resulta...
—Ahí radica lo bueno, querida. ¿Por qué crees que hay tantos hombres que pagan por estar con mujeres? Es algo sencillo, sin complicaciones, sin motivos ocultos, ni expectativas más allá de lo que es obvio. Confía en mí. Te encontraré al hombre adecuado. Y no tiene por qué hospedarse aquí. Puedes hacer que se instale en Garden House. Si no te gusta, lo mandas de vuelta a Londres, pero si te atrae... —Se interrumpió, al tiempo que enarcaba una ceja y sonreía—. Ni siquiera tienes que llevártelo a la cama. Lo único que necesitas es un hombre. Uno deliciosamente guapo. Alguien que te preste un poco de atención, que te recuerde que eres una mujer hermosa. Y no tendrás que preocuparte de que el hombre en cuestión no se sienta atraído por ti.
_________ frunció los labios.
—Ya se cuidará de fingir que le gusto. Para eso le vas a pagar.
—No es eso. Contigo, tendría que ser de piedra para no sentirse atraído.
__________ cerró los ojos y negó con la cabeza. No debería aceptar la idea. No debería. Pero hacía mucho tiempo que un hombre no la miraba, que no miraban a la mujer que se ocultaba bajo la dama. Había pasado demasiado tiempo desde que notó el cálido roce de unos labios contra los suyos, la caricia de admiración de una mano fuerte y el fuego que prendía inmediatamente en sus venas en respuesta. Un fuego tan abrasador que la consumía.
El pulso se le aceleró y se le entrecortó la respiración cuando los recuerdos empezaron a bailotear en su mente. Por un momento, saboreó el acaloramiento de la excitación. El ligero mareo, la forma en que su zona íntima le suplicaba que apretara las piernas ejerciendo un poco de presión, porque lo que más necesitaba...
—__________.
Ésta abrió los ojos de golpe, disimulando de inmediato la lujuria que se había apoderado de ella.
—No hace falta que me contestes esta noche. Piénsatelo hasta mañana. —Esmé dejó la copa vacía sobre la mesa que había junto a su sillón, volvió a coger el delgado tomo de poesía y se levantó—. Pero no te lo pienses demasiado o acabarás convenciéndote de no hacerlo. Y deberías. Necesitas a alguien, porque eso es lo que tú quieres. No hay necesidad de que sigas castigándote, _________. Cinco años es bastante tiempo.
Ella no se levantó inmediatamente después de que su prima saliera por la puerta, sino que aguardó inmóvil como una estatua, debatiéndose. Al cabo de un buen rato, dejó la labor y entró en su dormitorio, contiguo al salón. El cobertor color rosa oscuro estaba doblado a los pies de la cama con dosel, dejando a la vista las sábanas blancas. Un generoso fuego ardía en la chimenea de mármol. Su joven doncella de cabello color jengibre, Maisie, de pie junto al tocador, le hizo una pequeña reverencia.
Cuando vio el sencillo camisón blanco que la chica tenía doblado sobre el brazo, preparado para ponérselo, _________ dijo:
—Ése no. El de color marfil. —Se sentó en el taburete delante del tocador mientras Maisie atravesaba la estancia hasta la cómoda y buscaba la prenda solicitada.
Una a una, la joven le retiró las numerosas horquillas hasta liberar la pesada cabellera rubio pálido de _________, que se desplomó como una cascada por su espalda. Ella cerró los ojos y se relajó con las hechizantes pasadas del cepillo y el roce de las púas en el cuero cabelludo. No lo bastante como para que fuera evidente, pero sí lo justo como para aliviar un poco la constante tensión. Finalmente, abrió los ojos con reticencia al oír el golpecito seco del cepillo de plata sobre el tocador, y se levantó para que Maisie pudiera ayudarla a desvestirse y ponerle el camisón.
El tacto frío de la seda se caldeó al instante con el calor de su cuerpo. El camisón de profundo escote se sujetaba en los hombros gracias a unos lazos y el elaborado dobladillo de encaje le acariciaba los tobillos desnudos. El delgado tejido de seda dejaba adivinar el contorno de su cuerpo. Era el tipo de prenda diseñada teniendo en cuenta los gustos de un hombre. Provocativa, tentadora y fácil de quitar. Ningún hombre había puesto las manos ni los ojos en aquel camisón, pero a ella le encantaba. Y había noches, como aquélla, en las que no era capaz de resistir la tentación de ponérselo.
Con un pequeño asentimiento de cabeza, despidió a la doncella y se metió bajo las sábanas de su solitaria cama.
Bowhill Park, Selkirk, Escocia, abril de 1816
Con los labios fruncidos, __________ ladeó la cabeza, dándole vueltas a la pieza de lino blanco que tenía extendido sobre el regazo. «Otra vez hilo rojo, no.» Ya tenía demasiadas de ésas. En los últimos cinco años, casi todas las toallas, servilletas y fundas de almohada de Bowhill Park llevaban el mismo adorno, una rosa roja. Su mano se detuvo momentáneamente en el aire, sobre la caja de metal que reposaba a su lado en el sofá antes de decidirse por un hilo de seda de color amarillo. Enhebró la aguja.
El fuego crepitaba en la chimenea, caldeando el ambiente del saloncito en aquella fresca tarde de primavera. El leve crujido de las páginas de un libro al pasar apenas la distraían de su concentración en el bordado. Atravesar el lino con la aguja, tensar la hebra, dar la siguiente puntada en el lugar exacto. Una tarea lenta y meticulosa, que no requería apresuramiento.
Un ritual bien conocido que repetía casi todas las tardes, aunque esa tarde en concreto no estaba sola. La presencia de su prima, tan infrecuente, constituía un preciado bálsamo para sus largos y solitarios días.
—Necesitas un hombre.
—¿Cómo dices? —_________ dejó de bordar y miró a su prima, madame Esmé Marceau, sentada frente a ella.
Reclinada con elegancia en un sillón tapizado de cretona con motivos florales, Esmé cerró el librito de poesía encuadernado en piel que estaba leyendo —obras de Anacreonte y Safo— y lo depositó en el extremo de la mesa, junto a su copa de vino mediada.
—Necesitas un hombre, __________.
A ésta le pareció un gracioso comentario. Definitivamente, Esmé no encajaba en el modelo inglés de recato y decoro. Viuda a los diecinueve y acostumbrada desde hacía mucho a dirigir su vida como mejor le placiera, su prima no tenía reparos en decir lo que pensaba. Vestida siempre a la última moda y respaldada por la riqueza de su difunto esposo, aquella llamativa morena casi no tenía rival en ingenio. _________ era una de las pocas personas.
—¿Lo necesito? ¿Ahora?
Lo cierto era que sí que necesitaba un hombre, pero no estaba dispuesta a admitirlo, y menos aún el motivo.
—Te hace falta un poco de coqueteo. Estás siempre demasiado melancólica. Es justo lo que necesitas para levantarte el ánimo.
Sus ojos, de un azul cobalto tirando a violeta, exactamente el mismo tono que los de _________, no mostraban su habitual brillo pícaro, aquella mirada que hacía que a los demás les pareciera que conocía sus secretos más íntimos. Ella retomó el bordado con un leve temblor en las manos. Su prima no bromeaba. No se comportaba con la audacia y la actitud juguetona de siempre. Al contrario. Estaba muy seria, detalle que preocupaba a Bella más que su perspicaz sugerencia.
—Esmé. —Se obligó a transmitir serenidad a su voz, para disimular el nerviosismo que había hecho que se pusiera rígida—. No necesito coquetear con nadie y no estoy melancólica.
—Pues te encuentro considerablemente más apagada que la última vez que estuve aquí de visita. En las últimas dos semanas, no he sido capaz de arrancarte más que un puñado de sonrisas.
Reacia a revelar el origen del mal que la aquejaba, _________ bajó la vista y estudió con detenimiento la rosa a medio bordar.
—Últimamente ha hecho muy mal tiempo. Creo que no he visto el sol en días. Y ayer se pasó todo el día lloviendo.
—¿Qué tontería es esa del mal tiempo? —Esmé la miró con evidente decepción—. ¿De verdad crees que eso te va a funcionar conmigo? Mi querida __________, seguro que eres capaz de inventar una excusa mejor.
Debería haber sabido que su intento de aparentar normalidad no engañaría a su prima.
Ésta soltó un suspiro y tomó la copa de burdeos.
—Te he invitado innumerables veces, pero tú te niegas a venir a Francia a verme. —Su leve acento francés proporcionaba a su voz un aire sofisticado—. Si lo que te desanima es el largo viaje, ¿por qué no a Londres al menos? Aunque no lo hayas utilizado todavía, puedo dar fe de la calidad de tu carruaje de viaje.
—Me doy por satisfecha con tu palabra.
Transportar un carruaje a través del Canal debía de ser un asunto de lo más engorroso, aunque __________ no había tenido que vivirlo personalmente. Sin embargo, era el motivo de que Esmé alquilara en los muelles un vehículo que la llevara hasta Escocia y luego allí tomaba prestado el de __________ para deshacer el camino cuando terminaba su visita. Pero el largo viaje no era la causa de que __________ se mostrara tan reticente a abandonar Bowhill.
—He oído que Julien está en la ciudad. Se alegraría mucho de verte.
Lo más probable era que Jules tuviera a toda la población femenina de Londres a sus pies. Pensar en su pícaro hermanito hizo que __________ esbozara una sonrisa, aunque ésta no duró mucho.
—Pero no puede decirse lo mismo de Phillip.
Esmé frunció el cejo, pero afortunadamente no se lo discutió.
—Entonces no te hospedes en Mayburn House. Alquila una suite en el Pulteney y ve al teatro. Una vez allí, elige uno de los muchos caballeros que sin duda se disputarán tu atención y pasa unos días con él.
—No tengo ganas de ir a la ciudad. Prefiero quedarme en Bowhill. —Era mucho más fácil comportarse debidamente y resistir la tentación si se quedaba donde su esposo había dispuesto que estuviera.
—Pero aquí vives demasiado aislada. Sólo tus criados te hacen compañía.
—Tengo muchas visitas —contestó __________, haciendo todo lo posible por mostrarse indignada.
Esmé se incorporó con el frufrú de la seda de su vestido color amatista acompañándola.
—¿Quién te visita?
—Los vecinos, el señor y la señora Tavisham vienen a cenar de vez en cuando.
—Son una pareja de ancianos —respondió Esmé, descartándolos con un gesto de la mano—. Necesitas a alguien de tu edad. Alguien con quien entretenerte, además de todas esas rosas.
—Me gusta la jardinería. Ocuparme de las rosas es una tarea plácida y satisfactoria —contestó ella, reiterando las palabras que tantas veces se había dicho a sí misma, cuando la soledad y el aislamiento amenazaban con aplastarla—. No necesito un hombre. Y, además, estoy casada. Tengo un esposo. —Elevó el mentón.
Su prima aceptó el desafío, como siempre.
—¿Cuándo lo viste por última vez?
Esforzándose por mantener los hombros erguidos a pesar del escalofrío que le recorrió la espina dorsal, _________ hizo una levísima pausa antes de contestar.
—Antes de las Navidades.
—¿Y cuánto tiempo duró la estancia de ese esposo tuyo?
—Un día —confesó ella, dejando caer el mentón. Un día demasiado largo.
La expresión de Esmé se endureció y apretó los carnosos labios convirtiéndolos en una delgada línea.
—No se comporta como un esposo. Las dos sabemos que tu matrimonio no fue por amor. Y antes de que se te ocurra decirlo, un hombre que abandona a su esposa en el campo durante años no puede esperar que le sea fiel. Sabe Dios que él no se ha comportado como un monje.
Acobardada ante sus palabras, __________ no intentó contradecirla.
—Aunque quisiera darme el gusto de coquetear con alguien, no podría. No puedo salir y reclutar a alguien de los alrededores. Los hombres hablan, se jactan de sus proezas, y el rumor llegaría a oídos de Stirling.
Los ojos de su prima resplandecieron con maliciosa determinación.
—Ya que no piensas salir de Bowhill, yo me encargaré de contratar a un hombre y hacer que venga hasta aquí, si te parece bien.
__________ tomó aire muy de prisa, y completamente atónita.
Esmé chasqueó la lengua, irritada.
—No finjas escandalizarte. No eres ninguna jovencita inocente.
—Pero Esmé, ¿cómo puedes sugerir...?
La joven interrumpió sus protestas.
—La mayoría de los caballeros casados acude a los burdeles y lo mismo ocurre con algunas damas también casadas. Tú eres una mujer y eres mi prima, _________. Llevamos la misma sangre. Y sé bien lo que digo, necesitas un hombre —dijo, pronunciando la última frase con deliberada claridad.
Esmé la conocía bien. Mejor que sus propios hermanos, mejor incluso que Phillip. La conocía lo bastante como para adivinar lo que se escondía bajo su fachada de recato. Por eso, había sido la única persona a quien no había sorprendido ni horrorizado el verdadero motivo de su exilio de Londres. El único comentario que hizo al respecto fue: «Tal vez los establos no fueran el lugar más adecuado. Yo siempre he sentido más inclinación por la comodidad de puertas adentro, si bien es innegable que el tacto tibio de la hierba sobre la piel tiene su atractivo».
__________ debería sentirse escandalizada. Debería mirar a su prima a la cara y decirle que esa vez había ido demasiado lejos. Pero así y todo, no podía negar que su audaz sugerencia había prendido la mecha de esa parte de ella que llevaba encerrada bajo llave durante tanto tiempo.
—Pero no puedo hacer que un hombre venga hasta aquí. Los criados murmurarán y entonces... —Dejó las palabras en suspenso y apretó los labios con preocupación. Estaba casada, tal como acababa de recordarle a Esmé.
Ésta negó con la cabeza, quitándole importancia a sus recelos.
—Los criados te adoran. No le dirían una palabra a Stirling. Pero si tanto te preocupa, le dejaré caer al ama de llaves que en breve no seré el único miembro de tu familia que te visita en Bowhill. Le diré que por fin he conseguido convencer a otro de tus primos para que venga.
—Pero es que la idea de que un desconocido venga a mi casa y tenga que pagarle, me resulta...
—Ahí radica lo bueno, querida. ¿Por qué crees que hay tantos hombres que pagan por estar con mujeres? Es algo sencillo, sin complicaciones, sin motivos ocultos, ni expectativas más allá de lo que es obvio. Confía en mí. Te encontraré al hombre adecuado. Y no tiene por qué hospedarse aquí. Puedes hacer que se instale en Garden House. Si no te gusta, lo mandas de vuelta a Londres, pero si te atrae... —Se interrumpió, al tiempo que enarcaba una ceja y sonreía—. Ni siquiera tienes que llevártelo a la cama. Lo único que necesitas es un hombre. Uno deliciosamente guapo. Alguien que te preste un poco de atención, que te recuerde que eres una mujer hermosa. Y no tendrás que preocuparte de que el hombre en cuestión no se sienta atraído por ti.
_________ frunció los labios.
—Ya se cuidará de fingir que le gusto. Para eso le vas a pagar.
—No es eso. Contigo, tendría que ser de piedra para no sentirse atraído.
__________ cerró los ojos y negó con la cabeza. No debería aceptar la idea. No debería. Pero hacía mucho tiempo que un hombre no la miraba, que no miraban a la mujer que se ocultaba bajo la dama. Había pasado demasiado tiempo desde que notó el cálido roce de unos labios contra los suyos, la caricia de admiración de una mano fuerte y el fuego que prendía inmediatamente en sus venas en respuesta. Un fuego tan abrasador que la consumía.
El pulso se le aceleró y se le entrecortó la respiración cuando los recuerdos empezaron a bailotear en su mente. Por un momento, saboreó el acaloramiento de la excitación. El ligero mareo, la forma en que su zona íntima le suplicaba que apretara las piernas ejerciendo un poco de presión, porque lo que más necesitaba...
—__________.
Ésta abrió los ojos de golpe, disimulando de inmediato la lujuria que se había apoderado de ella.
—No hace falta que me contestes esta noche. Piénsatelo hasta mañana. —Esmé dejó la copa vacía sobre la mesa que había junto a su sillón, volvió a coger el delgado tomo de poesía y se levantó—. Pero no te lo pienses demasiado o acabarás convenciéndote de no hacerlo. Y deberías. Necesitas a alguien, porque eso es lo que tú quieres. No hay necesidad de que sigas castigándote, _________. Cinco años es bastante tiempo.
Ella no se levantó inmediatamente después de que su prima saliera por la puerta, sino que aguardó inmóvil como una estatua, debatiéndose. Al cabo de un buen rato, dejó la labor y entró en su dormitorio, contiguo al salón. El cobertor color rosa oscuro estaba doblado a los pies de la cama con dosel, dejando a la vista las sábanas blancas. Un generoso fuego ardía en la chimenea de mármol. Su joven doncella de cabello color jengibre, Maisie, de pie junto al tocador, le hizo una pequeña reverencia.
Cuando vio el sencillo camisón blanco que la chica tenía doblado sobre el brazo, preparado para ponérselo, _________ dijo:
—Ése no. El de color marfil. —Se sentó en el taburete delante del tocador mientras Maisie atravesaba la estancia hasta la cómoda y buscaba la prenda solicitada.
Una a una, la joven le retiró las numerosas horquillas hasta liberar la pesada cabellera rubio pálido de _________, que se desplomó como una cascada por su espalda. Ella cerró los ojos y se relajó con las hechizantes pasadas del cepillo y el roce de las púas en el cuero cabelludo. No lo bastante como para que fuera evidente, pero sí lo justo como para aliviar un poco la constante tensión. Finalmente, abrió los ojos con reticencia al oír el golpecito seco del cepillo de plata sobre el tocador, y se levantó para que Maisie pudiera ayudarla a desvestirse y ponerle el camisón.
El tacto frío de la seda se caldeó al instante con el calor de su cuerpo. El camisón de profundo escote se sujetaba en los hombros gracias a unos lazos y el elaborado dobladillo de encaje le acariciaba los tobillos desnudos. El delgado tejido de seda dejaba adivinar el contorno de su cuerpo. Era el tipo de prenda diseñada teniendo en cuenta los gustos de un hombre. Provocativa, tentadora y fácil de quitar. Ningún hombre había puesto las manos ni los ojos en aquel camisón, pero a ella le encantaba. Y había noches, como aquélla, en las que no era capaz de resistir la tentación de ponérselo.
Con un pequeño asentimiento de cabeza, despidió a la doncella y se metió bajo las sábanas de su solitaria cama.
F l ♥ r e n c i a.
Re: El Acompañante (Joe & Tú)
aaiii que primaaaaa mas inteligente tenemooosss!!!
jejeje siguela porfaaaa
jejeje siguela porfaaaa
chelis
Re: El Acompañante (Joe & Tú)
Nueva y fiel lectora!!
Dios he amado todas tus adaptaciones, son maravillosas!
Bueno, espero que subas capi ponto! la nove esta estupenda!! :D
Dios he amado todas tus adaptaciones, son maravillosas!
Bueno, espero que subas capi ponto! la nove esta estupenda!! :D
StayMemiFaither
Re: El Acompañante (Joe & Tú)
jonatica_smiley escribió:Nueva y fiel lectora!!
Dios he amado todas tus adaptaciones, son maravillosas!
Bueno, espero que subas capi ponto! la nove esta estupenda!! :D
BIENVENIDA LINDA! :happy:
MUCHISIMAS GRACIAS POR PASAR POR ESTA NUEVA NOVE!
F l ♥ r e n c i a.
Re: El Acompañante (Joe & Tú)
DENTRO DE UN RATO VOY A ESTAR SUBIENDO CAP!
GRACIAS POR SUS COMENTARIOS ;D
BEEEEEEEEEEEEEEEEEEESOS ♥
GRACIAS POR SUS COMENTARIOS ;D
BEEEEEEEEEEEEEEEEEEESOS ♥
F l ♥ r e n c i a.
Re: El Acompañante (Joe & Tú)
El tacto frío de la seda se caldeó al instante con el calor de su cuerpo. El camisón de profundo escote se sujetaba en los hombros gracias a unos lazos y el elaborado dobladillo de encaje le acariciaba los tobillos desnudos. El delgado tejido de seda dejaba adivinar el contorno de su cuerpo. Era el tipo de prenda diseñada teniendo en cuenta los gustos de un hombre. Provocativa, tentadora y fácil de quitar. Ningún hombre había puesto las manos ni los ojos en aquel camisón, pero a ella le encantaba. Y había noches, como aquélla, en las que no era capaz de resistir la tentación de ponérselo.
Con un pequeño asentimiento de cabeza, despidió a la doncella y se metió bajo las sábanas de su solitaria cama.
Continuación del capítulo 1
El sol se filtraba a través de las altas ventanas de arco, bañando el salón del desayuno en una luz de un dorado intenso. Pequeñas espirales de vapor se elevaban de la taza de marfil frente a su plato. __________ dio un respingo y sacudió levemente la cabeza para liberarse de la cautivadora imagen. Después de pasar la noche sin dormir, los párpados le pesaban una tonelada.
Ya era por la mañana y seguía sin tomar una decisión. Había pasado las interminables horas de la noche despierta en la cama, censurándose a ratos y fantaseando otros sobre el tipo de hombre que le buscaría Esmé. Se preguntaba si sería un Adonis de cabello claro o un perverso ejemplar de ojos oscuros. Ante su mente, desfilaron todos los hombres en los que se había fijado. ¿Sería como él? ¿O como ése? ¿O como aquel otro?
Y cuando se demoraba demasiado en alguno, cuando sus terminaciones nerviosas parecían por fin a punto de despertar, borraba la tentadora imagen de su mente recordándose enérgicamente lo que había ocurrido la última vez que se dejó dominar por la parte carnal de su ser. Era una dama, y las damas no contemplaban la posibilidad de pagarle a un hombre para que les hiciera cosas, por maravillosas, tentadoras y decadentes que éstas fueran. Cosas en definitiva que alimentaban aquella parte de la persona de _________ que con tanto ahínco ésta trataba de anular.
Desechó el pensamiento por completo. Los últimos cinco años habían sido ciertamente muy difíciles, pero si Phillip o su esposo llegaran a enterarse de que tenía a un desconocido en Bowhill... No sabía cómo soportaría los próximos cinco años si éstos resultaban peores que los pasados hasta el momento.
Pero la perspectiva le resultaba de lo más tentadora. Había sido una dama buena y recatada, se había esforzado al máximo por ser perfecta. No se había quejado ni una sola vez sobre Stirling, ni siquiera con Esmé. Seguro que eso merecía una recompensa. Sólo un vistazo. Unos cuantos días de su vida de verdad para sí misma. Para darse el lujo y el placer de experimentar la pasión y después, después no volvería a hacerlo.
Frunciendo levemente el cejo, __________ esparció el huevo revuelto por el plato con el tenedor. No debería costarle tanto tomar la decisión cuando era algo que deseaba fervientemente. Deseaba no, necesitaba. Al principio, la perspectiva de permanecer virgen el resto de su vida se le había hecho más dolorosa que las consecuencias de la ira de Stirling. Su alma se había rebelado con agonía al pensar que no iba a volver a recibir los besos y las caricias de un hombre. El tiempo había logrado mitigar el dolor, reduciéndolo a una punzada que podía pasarse por alto, una sensación a la que hacía tiempo que se había resignado. Sin embargo, la licenciosa oferta de Esmé...
Si no le hubiera hablado del asunto, ella ni siquiera habría sabido de su existencia. Pero ahora que lo sabía no podía ignorarlo. No podía descartarlo alegremente como si fuera algo ridículo e inaudito, una idea totalmente inconcebible e inverosímil.
—Prefiero parar en Langholm a pasar la noche, Porter —oyó decir a Esmé un momento antes de que su prima apareciera por la puerta—. Allí hay una posada mucho más adecuada. —La joven entró en la habitación ataviada con un vestido de viaje de color azul ribeteado de amarillo claro. Su sirviente entró inmediatamente detrás de ella.
—Sí, madame —replicó Porter con el tono calmado y neutro del perfecto criado. Alto, ancho de espaldas y parco en palabras, siempre la acompañaba cuando iba de visita a Bowhill Park, para ocuparse de que todo estuviera en orden y no le ocurriera nada. Aunque había algo en la forma en que el inglés se movía cuando Esmé estaba cerca que hacía que __________ se preguntara si habría entre ellos algo más.
—Bonjour, _________—saludó su prima con una sonrisa, mientras se acercaba a la mesa del desayuno.
_________ dejó el tenedor junto al plato.
—Buenos días.
Porter retiró la silla contigua y Esmé se sentó.
—Informaré al cochero de sus deseos, madame —murmuró, inclinándose por encima del hombro de ella. Con el movimiento, un mechón de cabello castaño pulcramente recortado le cayó sobre un ojo mientras hablaba al oído de su señora. A continuación, se dio un enérgico tirón de la sencilla chaqueta marrón y salió de la estancia con largas zancadas que ponían de relieve una levísima cojera.
El camarero que aguardaba de pie junto a la pared, le sirvió a Esmé una taza de café con un chorrito de leche, lo justo para dar al líquido negro un tono de chocolate intenso. La joven despidió luego al criado con un silencioso chasquido de los dedos, y las dos primas se quedaron a solas. Quería preguntarle qué había decidido, pero __________ seguía indecisa. La ansiedad y el desasosiego se concentraban en la parte baja de su vientre mientras Esmé se llevaba la taza de marfil a los labios y clavaba en ella su mirada.
—Me tengo que ir. El carruaje está listo. Me gustaría poder quedarme más, pero... —Levantó uno de sus esbeltos hombros.
Su prima nunca se quedaba más de unas pocas semanas, pero el hecho de que hiciera un viaje tan largo para verla, significaba mucho para _________. Sus infrecuentes visitas era lo único que esperaba con ansia, aparte de que constituían el único vínculo físico que conservaba con su familia.
—¿Hay algún motivo por el que deba hacer una parada en Londres?
__________ estrujó la esquina de la servilleta de lino que tenía sobre el regazo.
—Esmé, yo...
—Di que sí. Confía en mí. No lo niegues, sabes que tengo razón. Necesitas un hombre, Isabella —dijo, con un brillo juguetón en sus ojos azules tirando a violeta, sus labios esbozando una sonrisa de complicidad.
—¿Cuánto tiempo se quedaría? —preguntó ella con evasivas.
—Una quincena.
__________ enarcó las cejas.
—¿Tanto?
—Acostumbrarte a él te llevará unos días y, además, tendrá que hacer el viaje desde Londres. Debería quedarse lo bastante como para que el viaje le salga rentable —explicó Esmé con despreocupación, como si contratar a un hombre para que te proporcionara placer fuera algo normal y corriente. Y probablemente para ella lo fuera. A __________ no le costaba imaginar a su prima estudiando detenidamente una larga hilera de atractivos hombres y eligiendo uno como quien elige un par de zapatos. «El rubio. Y que me lo entreguen hoy.»
—Oh, yo...
—Di que sí —repitió Esmé en voz baja, tentándola. Posó la mano encima de la que ella tenía sobre la mesa y le dio un cariñoso apretón—. Déjame hacer esto por ti. Deja que te regale un motivo para sonreír. Sólo lo sabremos tú, yo y tu invitado. Yo me ocuparé de todo. Sólo tienes que esperar aquí, en Bowhill, donde estás siempre.
__________ cerró los ojos mientras una batalla tenía lugar en su interior. Apretó los labios para impedirse decir la palabra. La tenía en la punta de la lengua, exigiendo que le diera voz. Esmé había refutado todos sus argumentos, despejando el camino y ofreciéndole aquella última oportunidad. La ocasión que jamás pensó que se le presentaría.
Pero no podía aceptar. Hacerlo iría en contra de todo lo que era esa persona que tanto se esforzaba por llegar a ser. Sería burlarse de todas las promesas que se había hecho a sí misma acerca de que no volvería a caer en la tentación. Que no volvería a cometer una insensatez. Pero, por encima de todo, podría terminar con sus esperanzas de ganarse el perdón de Phillip.
De modo que se tragó la palabra que tan desesperadamente quería pronunciar y, en su lugar, dijo otra que arrancó un agónico lamento a su necesitada alma.
—No.
-
El alto reloj de pared situado en un rincón de la estancia dio las tres. El eco de la última campanada se quedó flotando un momento antes de desvanecerse en el silencio. Joseph Jonas se arrellanó en el sillón de cuero y alzó el periódico para poder leer aprovechando la luz del sol que se colaba por la ventana que tenía a su espalda.
Mansión, terreno con ingresos por valor de £4 000, a 8 kilómetros de Reading...
—Demasiado cerca de Londres —masculló.
Mansión, terreno con ingresos por valor de £1 000, norte de Brighton...
Negó con la cabeza con el cejo fruncido. Cerca de Brighton rotundamente no. Demasiadas damas acudían a esa ciudad a pasar las vacaciones. Además, la propiedad no proporcionaba ingresos suficientes. Leyó por encima el resto de la primera página del Times y se detuvo en el último anuncio.
Casa con 6 habitaciones de calidad superior y 280 m2 de terreno, Derbyshire, sur de Hartington. Arriendo...
Ni siquiera se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento hasta que lo soltó con un suspiro de abatimiento tras leer la última palabra.
No. Ésa tampoco. Le costaría mucho convencer a alguien de que le alquilara una propiedad a él. La única alternativa que tenía era comprar, pero una compra costaba mucho más que un arrendamiento y desde luego no era el mejor momento para pensar en llevarla a cabo. No tenía sentido hacerse ilusiones con algo que no podía ser, al menos de momento.
Tomó un alto vaso de cristal tallado de la mesa y dio un largo trago. El whisky envejecido le abrasó agradablemente la garganta y le proporcionó el empujón que necesitaba para dedicarse a otros temas menos descorazonadores. Dejó el vaso en la mesa y abrió el periódico.
Una súbita llamada a la puerta reverberó en el silencioso salón, distrayéndolo de las noticias sobre los recientes debates parlamentarios. Dobló el periódico, se levantó y lo dejó encima del sillón de cuero marrón. Al abrir la puerta, le entregaron una nota.
Jonas: necesito que vengas de inmediato a mi oficina para conocer a una posible cliente.
La misiva no iba firmada, pero el criado con librea color carmesí y negro que aguardaba en el umbral bastaba para identificar al remitente.
Ahogó un suspiro de resignación y dejó la nota sobre la consola que había junto a la puerta. ¿Cuándo se había convertido la perspectiva de una nueva cliente en una carga para él? A decir verdad, eso no era totalmente cierto. Lo que le representaba una carga era tener que verla a ella.
—En seguida voy.
—Será mejor que se dé prisa —le dijo el criado esbozando una hosca mueca con la boca.
Haciendo caso omiso del comentario, Joe cruzó su cómodo y bien equipado salón, atravesó el comedor formal y entró en su dormitorio. No tardó ni un minuto en ponerse la chaqueta azul marino que su sastre de Bond Street le había entregado el día anterior. Era exactamente lo que le había pedido: una prenda sencilla, de líneas puras, y confeccionada para que le quedara lo bastante holgada como para poder ponérsela él solo. No se detuvo a mirarse en el espejo ovalado que había sobre la cómoda. Tan sólo agarró de ella su reloj de plata y se lo guardó en el bolsillo del chaleco color gris acero.
Cerró con llave la puerta de su apartamento, se la guardó en el bolsillo y siguió al criado escaleras abajo. Un tibio sol de media tarde le dio la bienvenida al salir por el portal de la exclusiva residencia de solteros.
Ella no utilizaba el término «de inmediato» a la ligera. Un coche negro con molduras de color carmesí lo esperaba en la acera. Las mantas negras de los cuatro caballos del tiro resplandecían tanto como el lacado vehículo. No recordaba la última vez que se había tomado tantas molestias como para incluso enviarle su carruaje. Aquella nueva cliente debía de ser alguien muy importante y con mucha prisa como para no querer esperar los diez minutos que tardaría en llegar a pie.
El arrogante criado no se molestó en abrirle la puerta, ni Joe esperaba que lo hiciera. El interior del carruaje era un ejemplo de opulencia, lo mismo que su dueña. Los bancos acolchados estaban tapizados de terciopelo color carmesí. Por dentro, las paredes eran de satín de color intenso y todos los accesorios estaban fabricados en latón bien pulido. Joe bajó la cortina para dejar el interior en semipenumbra, y en cuestión de minutos el carruaje se detuvo delante del jardín trasero de una casa.
Tomó el camino habitual que conducía al despacho privado, subió la escalera trasera y atravesó el corredor del servicio, pero se detuvo al tomar la curva. Había un hombre de pie en la puerta del despacho, los hombros cuadrados, las manos entrelazadas a la espalda, las piernas ligeramente separadas. El abrigo y los pantalones ceñidos de color marrón le decían que no era uno de los empleados del burdel. Y tampoco un cliente. El abrigo era demasiado sencillo, su expresión demasiado distante, todo su aspecto era demasiado...
Un antiguo soldado. Joe había visto a muchos por la ciudad desde que terminó la guerra. Aquél debía de estar al servicio de su posible nueva cliente.
«Maravilloso.» Una mujer con un criado excesivamente protector.
La mirada del hombre se encontró con la suya y se la sostuvo sin flaquear; sus ojos grises fijos en los suyos.
Joe sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Cuadró los hombros y, estaba a punto de exigirle que se hiciera a un lado —no a pedirle, pues su mirada no justificaba la gentileza— cuando el hombre abrió la puerta.
Sin decir una palabra, Joe entró en la habitación y la puerta se cerró a su espalda. Una mujer de cabello oscuro peinado en un elaborado recogido aguardaba sentada en uno de los sillones de cuero color carmesí que había frente a la mesa de teca, de espaldas a Joe. Éste se detuvo unos cuantos pasos por detrás, ligeramente a la izquierda.
Ella no se volvió a mirarlo, sino que levantó una pequeña mano con piel de alabastro y chasqueó los dedos.
—Acércate para que pueda verte.
Francesa. Interesante. Aunque, según su experiencia, solían ser bastante altaneras. Joe rodeó el sillón y se detuvo junto a la mesa.
La potencial cliente estaba sentada con la naturalidad propia de quienes se sienten cómodos en su piel y son perfectamente conscientes de su atractivo. Decirle que era hermosa sería una obviedad y su expresión distante y un poco aburrida le decía que no era de las que agradecían los halagos gratuitos.
Recorrió con la mirada el cuerpo de Joe. Éste no dudó en ningún momento de que aquellos ojos de color azul violáceo no habían pasado por alto ni el más mínimo detalle de su persona.
Joe miró entonces a la mujer que estaba sentada al otro lado de la mesa, pidiéndole en silencio que hiciera las presentaciones.
Ataviada con uno de sus habituales vestidos ceñidos de seda carmesí, madame Rubicon se limitó a enarcar una ceja. La melena rubia recogida en lo alto de la cabeza dejaba a la vista las joyas que adornaban su cuello, y que él sabía que eran sólo bisutería. Llevaba unos pocos mechones sueltos enmascarándole el rostro, para llamar la atención sobre su escote apenas cubierto. Era la viva imagen de una proveedora de prostitutas de lujo y, desafortunadamente, era su patrona.
Rubicon se llevó un vaso de sencillo cristal a los labios y apuró de un sorbo la ginebra que le quedaba.
—Éste es el señor Joseph Jonas. Tal como puede ver es, sencillamente, perfecto.
Madre de Dios, cómo la odiaba cuando hacía esos comentarios. Intentó por todos los medios no ponerse rígido, pero se dio cuenta de que no lo había logrado al ver cómo la francesa entornaba los ojos.
—Madame tiene algunos requisitos específicos y en seguida he pensado en ti, Joe.
La boca excesivamente pintada de la mujer esbozó una sonrisa, pero no así sus ojos perfilados con kohl. Joe se percató de la muda advertencia y aguardó a ver qué tenía que decir la francesa.
—Ante todo, ¿está usted libre para las próximas semanas? —preguntó ésta.
«¿Las próximas semanas?» Joe vaciló antes de contestar.
—Sí.
—¿Qué opina de las damas?
La pregunta lo tomó por sorpresa, pero respondió con sinceridad.
—Siento un profundo respeto por las mujeres. Creo que es lo que merecen.
La francesa elevó una de sus cejas perfectamente depiladas en señal de interés ante la respuesta.
—¿Y qué opina de los caballeros?
¿Por qué le preguntaba tal cosa? Joe frunció el cejo, pensando en el antiguo soldado que esperaba en la puerta, en su actitud protectora y la dureza de su mirada. ¿Un trío? ¿Cómo decir que no sin decir no?
—No tengo opinión al respecto. —Fue lo más neutro que se le ocurrió.
Los ojos violáceos resplandecieron. Era evidente que la mujer no esperaba esa respuesta, pero su gesto de sorpresa mal disimulada era comprensible. Joe era una rareza en un mundo en que jóvenes como él debían el grueso de sus ganancias al servicio que prestaban a hombres... Su dedicación exclusiva al sexo femenino le había ganado la animosidad de otros empleados de Rubicon. Los celos y el rencor habían puesto fin a varias amistades de la juventud, pero no le importaba. O no mucho, al menos.
La mujer se recobró de su asombro rápidamente y continuó con el interrogatorio.
—¿Qué hace con sus clientes cuando va a visitarlas?
—Lo que ellas quieran. Siempre y cuando sea algo razonable. Jamás lastimaría a una mujer, aunque me lo pidiera.
Esta vez, la respuesta de Joe sólo arrancó una leve inclinación de la cabeza perfectamente acicalada.
—¿Y qué medidas toma para evitar embarazos?
—Preservativos —respondió como si tal cosa. A esa pregunta al menos sí estaba acostumbrado.
—¿Siempre?
—Siempre y sin fallos.
La francesa lo escrutó entornando los ojos y frunciendo sus carnosos labios. Con las manos enlazadas a la espalda, Joe esperó a que emitiera su juicio. Ninguna mujer lo había rechazado hasta la fecha; aun así, el momento de la espera siempre se le antojaba de lo más incómodo.
—Antes de que tome una decisión, he de advertirle —dijo Rubicon, rompiendo el silencio— que Joe tiene una excentricidad: exige alojamiento independiente. Será mejor que la mujer no espere de él que interprete al esposo enamorado, sino más bien al tradicional.
«¿Es que siempre tiene que hablar de mí como si no estuviera presente?»
La otra restó importancia al asunto con un gesto de la mano.
—Hay una casa de invitados dentro de la propiedad que podría ajustarse a sus necesidades. Es independiente e íntima, y no está muy lejos de la mansión. —Se detuvo y dio un repaso a Joe de arriba abajo—. ¿Cuánto?
Aunque lo estaba mirando, él sabía que la pregunta no le iba dirigida. Rubicon sacó un pliego de papel del cajón de su escritorio, garabateó una cifra y se la pasó a la francesa por encima de la mesa.
—Como verá, el precio por la perfección es totalmente... razonable.
La mujer tomó el papel y leyó la cifra. Después escribió algo y le pasó la nota a Rubicon de nuevo sobre la superficie pulida de la mesa. A Joe no le pasó desapercibido el cejo fruncido y el gesto desdeñoso de Rubicon.
—¿Cuándo podría estar listo para partir?
—En media hora. —Joe tenía siempre el baúl preparado, por si se presentaba una ocasión como aquélla.
—Acepto —le dijo la mujer a Rubicon mientras dejaba sobre la mesa un abultado fajo de billetes que se había sacado de la pequeña bolsa—. Porter —añadió a continuación, en un tono no más alto que el que había empleado durante la conversación. Con todo y con eso, la puerta se abrió en cuanto el nombre salió de sus labios.
—Sí, madame.
—Acompaña al señor Jonas al carruaje y dale sus instrucciones.
«¿Sus instrucciones?»
—Sí, madame. —Y sin mirarlo siquiera giró sobre sus talones y salió de la habitación.
Joe fue detrás, con un sentimiento de recelo. El hombre no giró hacia la izquierda, en dirección a la escalera trasera que él siempre utilizaba, sino que continuó recto y bajó por la escalinata principal, que conducía al vestíbulo de la casa. El sonido de gruñidos sordos y jadeos femeninos llegó a sus oídos antes de que sus pies tocaran la lujosa alfombra. Dos bellezas flanqueaban a un joven dandy, repantigado sobre un sofá de terciopelo rojo. Los chales de seda transparente de vivos colores no ocultaban los encantos de las chicas. El hombre acariciaba el triángulo íntimo cubierto de vello color miel de una de ellas mientras besaba a la otra, de cabello negro azabache, que a su vez le tenía la mano metida en la bragueta de los pantalones. Un joven de edad parecida, obviamente amigo del primero, a juzgar por la similitud en gustos a la hora de divertirse, ocupaba el sofá de enfrente.
Joe torció el gesto. Muchachos impacientes. Rubicon tenía un montón de habitaciones. No era necesario dar rienda suelta a su placer allí en medio.
Otra belleza aguardaba a que llegara su próximo cliente echada en un diván cercano. Al ver al antiguo soldado, abandonó su lánguida pose y adoptó una actitud provocativa. Se echó detrás de los delgados hombros los bucles color caoba y mostró unos pezones endurecidos que se marcaban agresivamente contra el chal transparente de color marfil.
—Señor —dijo, levantándose para interceptarlo.
Joe ahogó un gemido y se detuvo un paso por detrás de él.
La chica colocó su blanca mano en el antebrazo del soldado y le dedicó una sensual caída de párpados.
—No se irá tan pronto, ¿verdad? —ronroneó, algo que irritó a Joe. Entonces se fijó en él y su mirada de deseo se tornó burlona—. Puedo darte tanto placer como él, y más —le dijo al llamado Porter.
Joe mantuvo el mentón alto y trató de ignorarla, tanto a ella como los espectáculos que tenían lugar a ambos lados. El característico olor de la excitación masculina flotaba en el aire. A los gruñidos complacidos se añadió entonces el inconfundible sonido que se hace cuando se chupa algo. Su miembro se excitó, envidioso. Hacía siglos que nadie le proporcionaba placer de ese modo.
El hombre se quitó del brazo la mano de la chica.
—No, gracias, señorita.
Con un mohín ofendido, ella se hizo a un lado. El hombre continuó su camino hasta salir del recibidor. El mohín se volvió una mueca de asco cuando Joe pasó junto a la joven.
—Ya me dirás a qué sabe.
Él apretó los dientes. La hiriente pulla que la malvada criatura masculló era lo último que le faltaba para poner la guinda a un día absolutamente desagradable. En cuestión de minutos, por todo el burdel se correría la voz de quién se suponía que era su nuevo cliente. Como las semanas que tenía por delante fueran en algo similares a los últimos veinte minutos, iban a ser muy largas.
Los dos corpulentos hombres, ambos ex púgiles, que montaban guardia en la puerta del decadente burdel del West End se sorprendieron al verlo, pero Joe siguió hasta el carruaje aparcado delante de las puertas dobles de color carmesí. Un hombre fornido con una llamativa cabellera roja alborotada bajó de un salto del pescante para abrirle la portezuela. Él entró detrás del ex soldado y se sentaron el uno frente al otro.
—Este coche lo llevará a Selkirk, Escocia. Allí conocerá a _________, lady Stirling. Su estancia en Bowhill Park será de dos semanas, a menos que la condesa decida enviarlo antes de vuelta a Londres. El personal de lady Stirling espera la visita de su primo. El cochero pertenece al servicio de la condesa, pero ya se han ocupado de que guarde silencio. Él se hará cargo de todos los gastos que se ocasionen durante el viaje a Escocia y la posterior vuelta a Londres. —Su tono era enérgico y minucioso, como si estuviera cerrando las condiciones de una transacción económica normal y corriente—. ¿Alguna pregunta?
Joe necesitó un momento para que sus palabras calaran en su mente. Así pues, la mujer que había conocido en el despacho de Rubicon no era su cliente, sino sólo una intermediaria. Su verdadera cliente era una tal lady Stirling. ¡Maldita Rubicon! La muy zorra lo había sabido todo el tiempo. Sólo quería hacerlo pasar por una situación incómoda.
—No —respondió Joe en tono agrio.
Aunque el hombre no movió ni un solo músculo, el aire del interior del carruaje pareció transformarse de forma sutil, haciendo que se le erizaran los pelos de la nuca, igual que cuando lo vio por primera vez en la puerta del despacho.
—Si me entero de que ofende a lady Stirling de algún modo, lo lamentará. Tiene media hora. Avise al cochero cuando esté listo para partir.
Con esas palabras y una última mirada penetrante y hosca, el ex soldado se apeó del carruaje.
El golpe de la portezuela provocó en Joe una oleada de potente indignación y lo hizo torcer la boca en una mueca de desdén. No necesitaba la advertencia de aquel hombre y, desde luego, no por ella iba a variar un ápice su comportamiento con lady Stirling. Pero en vez de contestarle de forma imprudente, la perspectiva de recibir la mitad del fajo de billetes que la francesa había puesto sobre la mesa de Rubicon lo instó a guardar silencio. Podía aguantar a una nueva cliente, porque eso significaba que estaría un paso más cerca de dejar atrás aquella vida.
Con un pequeño asentimiento de cabeza, despidió a la doncella y se metió bajo las sábanas de su solitaria cama.
Continuación del capítulo 1
El sol se filtraba a través de las altas ventanas de arco, bañando el salón del desayuno en una luz de un dorado intenso. Pequeñas espirales de vapor se elevaban de la taza de marfil frente a su plato. __________ dio un respingo y sacudió levemente la cabeza para liberarse de la cautivadora imagen. Después de pasar la noche sin dormir, los párpados le pesaban una tonelada.
Ya era por la mañana y seguía sin tomar una decisión. Había pasado las interminables horas de la noche despierta en la cama, censurándose a ratos y fantaseando otros sobre el tipo de hombre que le buscaría Esmé. Se preguntaba si sería un Adonis de cabello claro o un perverso ejemplar de ojos oscuros. Ante su mente, desfilaron todos los hombres en los que se había fijado. ¿Sería como él? ¿O como ése? ¿O como aquel otro?
Y cuando se demoraba demasiado en alguno, cuando sus terminaciones nerviosas parecían por fin a punto de despertar, borraba la tentadora imagen de su mente recordándose enérgicamente lo que había ocurrido la última vez que se dejó dominar por la parte carnal de su ser. Era una dama, y las damas no contemplaban la posibilidad de pagarle a un hombre para que les hiciera cosas, por maravillosas, tentadoras y decadentes que éstas fueran. Cosas en definitiva que alimentaban aquella parte de la persona de _________ que con tanto ahínco ésta trataba de anular.
Desechó el pensamiento por completo. Los últimos cinco años habían sido ciertamente muy difíciles, pero si Phillip o su esposo llegaran a enterarse de que tenía a un desconocido en Bowhill... No sabía cómo soportaría los próximos cinco años si éstos resultaban peores que los pasados hasta el momento.
Pero la perspectiva le resultaba de lo más tentadora. Había sido una dama buena y recatada, se había esforzado al máximo por ser perfecta. No se había quejado ni una sola vez sobre Stirling, ni siquiera con Esmé. Seguro que eso merecía una recompensa. Sólo un vistazo. Unos cuantos días de su vida de verdad para sí misma. Para darse el lujo y el placer de experimentar la pasión y después, después no volvería a hacerlo.
Frunciendo levemente el cejo, __________ esparció el huevo revuelto por el plato con el tenedor. No debería costarle tanto tomar la decisión cuando era algo que deseaba fervientemente. Deseaba no, necesitaba. Al principio, la perspectiva de permanecer virgen el resto de su vida se le había hecho más dolorosa que las consecuencias de la ira de Stirling. Su alma se había rebelado con agonía al pensar que no iba a volver a recibir los besos y las caricias de un hombre. El tiempo había logrado mitigar el dolor, reduciéndolo a una punzada que podía pasarse por alto, una sensación a la que hacía tiempo que se había resignado. Sin embargo, la licenciosa oferta de Esmé...
Si no le hubiera hablado del asunto, ella ni siquiera habría sabido de su existencia. Pero ahora que lo sabía no podía ignorarlo. No podía descartarlo alegremente como si fuera algo ridículo e inaudito, una idea totalmente inconcebible e inverosímil.
—Prefiero parar en Langholm a pasar la noche, Porter —oyó decir a Esmé un momento antes de que su prima apareciera por la puerta—. Allí hay una posada mucho más adecuada. —La joven entró en la habitación ataviada con un vestido de viaje de color azul ribeteado de amarillo claro. Su sirviente entró inmediatamente detrás de ella.
—Sí, madame —replicó Porter con el tono calmado y neutro del perfecto criado. Alto, ancho de espaldas y parco en palabras, siempre la acompañaba cuando iba de visita a Bowhill Park, para ocuparse de que todo estuviera en orden y no le ocurriera nada. Aunque había algo en la forma en que el inglés se movía cuando Esmé estaba cerca que hacía que __________ se preguntara si habría entre ellos algo más.
—Bonjour, _________—saludó su prima con una sonrisa, mientras se acercaba a la mesa del desayuno.
_________ dejó el tenedor junto al plato.
—Buenos días.
Porter retiró la silla contigua y Esmé se sentó.
—Informaré al cochero de sus deseos, madame —murmuró, inclinándose por encima del hombro de ella. Con el movimiento, un mechón de cabello castaño pulcramente recortado le cayó sobre un ojo mientras hablaba al oído de su señora. A continuación, se dio un enérgico tirón de la sencilla chaqueta marrón y salió de la estancia con largas zancadas que ponían de relieve una levísima cojera.
El camarero que aguardaba de pie junto a la pared, le sirvió a Esmé una taza de café con un chorrito de leche, lo justo para dar al líquido negro un tono de chocolate intenso. La joven despidió luego al criado con un silencioso chasquido de los dedos, y las dos primas se quedaron a solas. Quería preguntarle qué había decidido, pero __________ seguía indecisa. La ansiedad y el desasosiego se concentraban en la parte baja de su vientre mientras Esmé se llevaba la taza de marfil a los labios y clavaba en ella su mirada.
—Me tengo que ir. El carruaje está listo. Me gustaría poder quedarme más, pero... —Levantó uno de sus esbeltos hombros.
Su prima nunca se quedaba más de unas pocas semanas, pero el hecho de que hiciera un viaje tan largo para verla, significaba mucho para _________. Sus infrecuentes visitas era lo único que esperaba con ansia, aparte de que constituían el único vínculo físico que conservaba con su familia.
—¿Hay algún motivo por el que deba hacer una parada en Londres?
__________ estrujó la esquina de la servilleta de lino que tenía sobre el regazo.
—Esmé, yo...
—Di que sí. Confía en mí. No lo niegues, sabes que tengo razón. Necesitas un hombre, Isabella —dijo, con un brillo juguetón en sus ojos azules tirando a violeta, sus labios esbozando una sonrisa de complicidad.
—¿Cuánto tiempo se quedaría? —preguntó ella con evasivas.
—Una quincena.
__________ enarcó las cejas.
—¿Tanto?
—Acostumbrarte a él te llevará unos días y, además, tendrá que hacer el viaje desde Londres. Debería quedarse lo bastante como para que el viaje le salga rentable —explicó Esmé con despreocupación, como si contratar a un hombre para que te proporcionara placer fuera algo normal y corriente. Y probablemente para ella lo fuera. A __________ no le costaba imaginar a su prima estudiando detenidamente una larga hilera de atractivos hombres y eligiendo uno como quien elige un par de zapatos. «El rubio. Y que me lo entreguen hoy.»
—Oh, yo...
—Di que sí —repitió Esmé en voz baja, tentándola. Posó la mano encima de la que ella tenía sobre la mesa y le dio un cariñoso apretón—. Déjame hacer esto por ti. Deja que te regale un motivo para sonreír. Sólo lo sabremos tú, yo y tu invitado. Yo me ocuparé de todo. Sólo tienes que esperar aquí, en Bowhill, donde estás siempre.
__________ cerró los ojos mientras una batalla tenía lugar en su interior. Apretó los labios para impedirse decir la palabra. La tenía en la punta de la lengua, exigiendo que le diera voz. Esmé había refutado todos sus argumentos, despejando el camino y ofreciéndole aquella última oportunidad. La ocasión que jamás pensó que se le presentaría.
Pero no podía aceptar. Hacerlo iría en contra de todo lo que era esa persona que tanto se esforzaba por llegar a ser. Sería burlarse de todas las promesas que se había hecho a sí misma acerca de que no volvería a caer en la tentación. Que no volvería a cometer una insensatez. Pero, por encima de todo, podría terminar con sus esperanzas de ganarse el perdón de Phillip.
De modo que se tragó la palabra que tan desesperadamente quería pronunciar y, en su lugar, dijo otra que arrancó un agónico lamento a su necesitada alma.
—No.
-
El alto reloj de pared situado en un rincón de la estancia dio las tres. El eco de la última campanada se quedó flotando un momento antes de desvanecerse en el silencio. Joseph Jonas se arrellanó en el sillón de cuero y alzó el periódico para poder leer aprovechando la luz del sol que se colaba por la ventana que tenía a su espalda.
Mansión, terreno con ingresos por valor de £4 000, a 8 kilómetros de Reading...
—Demasiado cerca de Londres —masculló.
Mansión, terreno con ingresos por valor de £1 000, norte de Brighton...
Negó con la cabeza con el cejo fruncido. Cerca de Brighton rotundamente no. Demasiadas damas acudían a esa ciudad a pasar las vacaciones. Además, la propiedad no proporcionaba ingresos suficientes. Leyó por encima el resto de la primera página del Times y se detuvo en el último anuncio.
Casa con 6 habitaciones de calidad superior y 280 m2 de terreno, Derbyshire, sur de Hartington. Arriendo...
Ni siquiera se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento hasta que lo soltó con un suspiro de abatimiento tras leer la última palabra.
No. Ésa tampoco. Le costaría mucho convencer a alguien de que le alquilara una propiedad a él. La única alternativa que tenía era comprar, pero una compra costaba mucho más que un arrendamiento y desde luego no era el mejor momento para pensar en llevarla a cabo. No tenía sentido hacerse ilusiones con algo que no podía ser, al menos de momento.
Tomó un alto vaso de cristal tallado de la mesa y dio un largo trago. El whisky envejecido le abrasó agradablemente la garganta y le proporcionó el empujón que necesitaba para dedicarse a otros temas menos descorazonadores. Dejó el vaso en la mesa y abrió el periódico.
Una súbita llamada a la puerta reverberó en el silencioso salón, distrayéndolo de las noticias sobre los recientes debates parlamentarios. Dobló el periódico, se levantó y lo dejó encima del sillón de cuero marrón. Al abrir la puerta, le entregaron una nota.
Jonas: necesito que vengas de inmediato a mi oficina para conocer a una posible cliente.
La misiva no iba firmada, pero el criado con librea color carmesí y negro que aguardaba en el umbral bastaba para identificar al remitente.
Ahogó un suspiro de resignación y dejó la nota sobre la consola que había junto a la puerta. ¿Cuándo se había convertido la perspectiva de una nueva cliente en una carga para él? A decir verdad, eso no era totalmente cierto. Lo que le representaba una carga era tener que verla a ella.
—En seguida voy.
—Será mejor que se dé prisa —le dijo el criado esbozando una hosca mueca con la boca.
Haciendo caso omiso del comentario, Joe cruzó su cómodo y bien equipado salón, atravesó el comedor formal y entró en su dormitorio. No tardó ni un minuto en ponerse la chaqueta azul marino que su sastre de Bond Street le había entregado el día anterior. Era exactamente lo que le había pedido: una prenda sencilla, de líneas puras, y confeccionada para que le quedara lo bastante holgada como para poder ponérsela él solo. No se detuvo a mirarse en el espejo ovalado que había sobre la cómoda. Tan sólo agarró de ella su reloj de plata y se lo guardó en el bolsillo del chaleco color gris acero.
Cerró con llave la puerta de su apartamento, se la guardó en el bolsillo y siguió al criado escaleras abajo. Un tibio sol de media tarde le dio la bienvenida al salir por el portal de la exclusiva residencia de solteros.
Ella no utilizaba el término «de inmediato» a la ligera. Un coche negro con molduras de color carmesí lo esperaba en la acera. Las mantas negras de los cuatro caballos del tiro resplandecían tanto como el lacado vehículo. No recordaba la última vez que se había tomado tantas molestias como para incluso enviarle su carruaje. Aquella nueva cliente debía de ser alguien muy importante y con mucha prisa como para no querer esperar los diez minutos que tardaría en llegar a pie.
El arrogante criado no se molestó en abrirle la puerta, ni Joe esperaba que lo hiciera. El interior del carruaje era un ejemplo de opulencia, lo mismo que su dueña. Los bancos acolchados estaban tapizados de terciopelo color carmesí. Por dentro, las paredes eran de satín de color intenso y todos los accesorios estaban fabricados en latón bien pulido. Joe bajó la cortina para dejar el interior en semipenumbra, y en cuestión de minutos el carruaje se detuvo delante del jardín trasero de una casa.
Tomó el camino habitual que conducía al despacho privado, subió la escalera trasera y atravesó el corredor del servicio, pero se detuvo al tomar la curva. Había un hombre de pie en la puerta del despacho, los hombros cuadrados, las manos entrelazadas a la espalda, las piernas ligeramente separadas. El abrigo y los pantalones ceñidos de color marrón le decían que no era uno de los empleados del burdel. Y tampoco un cliente. El abrigo era demasiado sencillo, su expresión demasiado distante, todo su aspecto era demasiado...
Un antiguo soldado. Joe había visto a muchos por la ciudad desde que terminó la guerra. Aquél debía de estar al servicio de su posible nueva cliente.
«Maravilloso.» Una mujer con un criado excesivamente protector.
La mirada del hombre se encontró con la suya y se la sostuvo sin flaquear; sus ojos grises fijos en los suyos.
Joe sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Cuadró los hombros y, estaba a punto de exigirle que se hiciera a un lado —no a pedirle, pues su mirada no justificaba la gentileza— cuando el hombre abrió la puerta.
Sin decir una palabra, Joe entró en la habitación y la puerta se cerró a su espalda. Una mujer de cabello oscuro peinado en un elaborado recogido aguardaba sentada en uno de los sillones de cuero color carmesí que había frente a la mesa de teca, de espaldas a Joe. Éste se detuvo unos cuantos pasos por detrás, ligeramente a la izquierda.
Ella no se volvió a mirarlo, sino que levantó una pequeña mano con piel de alabastro y chasqueó los dedos.
—Acércate para que pueda verte.
Francesa. Interesante. Aunque, según su experiencia, solían ser bastante altaneras. Joe rodeó el sillón y se detuvo junto a la mesa.
La potencial cliente estaba sentada con la naturalidad propia de quienes se sienten cómodos en su piel y son perfectamente conscientes de su atractivo. Decirle que era hermosa sería una obviedad y su expresión distante y un poco aburrida le decía que no era de las que agradecían los halagos gratuitos.
Recorrió con la mirada el cuerpo de Joe. Éste no dudó en ningún momento de que aquellos ojos de color azul violáceo no habían pasado por alto ni el más mínimo detalle de su persona.
Joe miró entonces a la mujer que estaba sentada al otro lado de la mesa, pidiéndole en silencio que hiciera las presentaciones.
Ataviada con uno de sus habituales vestidos ceñidos de seda carmesí, madame Rubicon se limitó a enarcar una ceja. La melena rubia recogida en lo alto de la cabeza dejaba a la vista las joyas que adornaban su cuello, y que él sabía que eran sólo bisutería. Llevaba unos pocos mechones sueltos enmascarándole el rostro, para llamar la atención sobre su escote apenas cubierto. Era la viva imagen de una proveedora de prostitutas de lujo y, desafortunadamente, era su patrona.
Rubicon se llevó un vaso de sencillo cristal a los labios y apuró de un sorbo la ginebra que le quedaba.
—Éste es el señor Joseph Jonas. Tal como puede ver es, sencillamente, perfecto.
Madre de Dios, cómo la odiaba cuando hacía esos comentarios. Intentó por todos los medios no ponerse rígido, pero se dio cuenta de que no lo había logrado al ver cómo la francesa entornaba los ojos.
—Madame tiene algunos requisitos específicos y en seguida he pensado en ti, Joe.
La boca excesivamente pintada de la mujer esbozó una sonrisa, pero no así sus ojos perfilados con kohl. Joe se percató de la muda advertencia y aguardó a ver qué tenía que decir la francesa.
—Ante todo, ¿está usted libre para las próximas semanas? —preguntó ésta.
«¿Las próximas semanas?» Joe vaciló antes de contestar.
—Sí.
—¿Qué opina de las damas?
La pregunta lo tomó por sorpresa, pero respondió con sinceridad.
—Siento un profundo respeto por las mujeres. Creo que es lo que merecen.
La francesa elevó una de sus cejas perfectamente depiladas en señal de interés ante la respuesta.
—¿Y qué opina de los caballeros?
¿Por qué le preguntaba tal cosa? Joe frunció el cejo, pensando en el antiguo soldado que esperaba en la puerta, en su actitud protectora y la dureza de su mirada. ¿Un trío? ¿Cómo decir que no sin decir no?
—No tengo opinión al respecto. —Fue lo más neutro que se le ocurrió.
Los ojos violáceos resplandecieron. Era evidente que la mujer no esperaba esa respuesta, pero su gesto de sorpresa mal disimulada era comprensible. Joe era una rareza en un mundo en que jóvenes como él debían el grueso de sus ganancias al servicio que prestaban a hombres... Su dedicación exclusiva al sexo femenino le había ganado la animosidad de otros empleados de Rubicon. Los celos y el rencor habían puesto fin a varias amistades de la juventud, pero no le importaba. O no mucho, al menos.
La mujer se recobró de su asombro rápidamente y continuó con el interrogatorio.
—¿Qué hace con sus clientes cuando va a visitarlas?
—Lo que ellas quieran. Siempre y cuando sea algo razonable. Jamás lastimaría a una mujer, aunque me lo pidiera.
Esta vez, la respuesta de Joe sólo arrancó una leve inclinación de la cabeza perfectamente acicalada.
—¿Y qué medidas toma para evitar embarazos?
—Preservativos —respondió como si tal cosa. A esa pregunta al menos sí estaba acostumbrado.
—¿Siempre?
—Siempre y sin fallos.
La francesa lo escrutó entornando los ojos y frunciendo sus carnosos labios. Con las manos enlazadas a la espalda, Joe esperó a que emitiera su juicio. Ninguna mujer lo había rechazado hasta la fecha; aun así, el momento de la espera siempre se le antojaba de lo más incómodo.
—Antes de que tome una decisión, he de advertirle —dijo Rubicon, rompiendo el silencio— que Joe tiene una excentricidad: exige alojamiento independiente. Será mejor que la mujer no espere de él que interprete al esposo enamorado, sino más bien al tradicional.
«¿Es que siempre tiene que hablar de mí como si no estuviera presente?»
La otra restó importancia al asunto con un gesto de la mano.
—Hay una casa de invitados dentro de la propiedad que podría ajustarse a sus necesidades. Es independiente e íntima, y no está muy lejos de la mansión. —Se detuvo y dio un repaso a Joe de arriba abajo—. ¿Cuánto?
Aunque lo estaba mirando, él sabía que la pregunta no le iba dirigida. Rubicon sacó un pliego de papel del cajón de su escritorio, garabateó una cifra y se la pasó a la francesa por encima de la mesa.
—Como verá, el precio por la perfección es totalmente... razonable.
La mujer tomó el papel y leyó la cifra. Después escribió algo y le pasó la nota a Rubicon de nuevo sobre la superficie pulida de la mesa. A Joe no le pasó desapercibido el cejo fruncido y el gesto desdeñoso de Rubicon.
—¿Cuándo podría estar listo para partir?
—En media hora. —Joe tenía siempre el baúl preparado, por si se presentaba una ocasión como aquélla.
—Acepto —le dijo la mujer a Rubicon mientras dejaba sobre la mesa un abultado fajo de billetes que se había sacado de la pequeña bolsa—. Porter —añadió a continuación, en un tono no más alto que el que había empleado durante la conversación. Con todo y con eso, la puerta se abrió en cuanto el nombre salió de sus labios.
—Sí, madame.
—Acompaña al señor Jonas al carruaje y dale sus instrucciones.
«¿Sus instrucciones?»
—Sí, madame. —Y sin mirarlo siquiera giró sobre sus talones y salió de la habitación.
Joe fue detrás, con un sentimiento de recelo. El hombre no giró hacia la izquierda, en dirección a la escalera trasera que él siempre utilizaba, sino que continuó recto y bajó por la escalinata principal, que conducía al vestíbulo de la casa. El sonido de gruñidos sordos y jadeos femeninos llegó a sus oídos antes de que sus pies tocaran la lujosa alfombra. Dos bellezas flanqueaban a un joven dandy, repantigado sobre un sofá de terciopelo rojo. Los chales de seda transparente de vivos colores no ocultaban los encantos de las chicas. El hombre acariciaba el triángulo íntimo cubierto de vello color miel de una de ellas mientras besaba a la otra, de cabello negro azabache, que a su vez le tenía la mano metida en la bragueta de los pantalones. Un joven de edad parecida, obviamente amigo del primero, a juzgar por la similitud en gustos a la hora de divertirse, ocupaba el sofá de enfrente.
Joe torció el gesto. Muchachos impacientes. Rubicon tenía un montón de habitaciones. No era necesario dar rienda suelta a su placer allí en medio.
Otra belleza aguardaba a que llegara su próximo cliente echada en un diván cercano. Al ver al antiguo soldado, abandonó su lánguida pose y adoptó una actitud provocativa. Se echó detrás de los delgados hombros los bucles color caoba y mostró unos pezones endurecidos que se marcaban agresivamente contra el chal transparente de color marfil.
—Señor —dijo, levantándose para interceptarlo.
Joe ahogó un gemido y se detuvo un paso por detrás de él.
La chica colocó su blanca mano en el antebrazo del soldado y le dedicó una sensual caída de párpados.
—No se irá tan pronto, ¿verdad? —ronroneó, algo que irritó a Joe. Entonces se fijó en él y su mirada de deseo se tornó burlona—. Puedo darte tanto placer como él, y más —le dijo al llamado Porter.
Joe mantuvo el mentón alto y trató de ignorarla, tanto a ella como los espectáculos que tenían lugar a ambos lados. El característico olor de la excitación masculina flotaba en el aire. A los gruñidos complacidos se añadió entonces el inconfundible sonido que se hace cuando se chupa algo. Su miembro se excitó, envidioso. Hacía siglos que nadie le proporcionaba placer de ese modo.
El hombre se quitó del brazo la mano de la chica.
—No, gracias, señorita.
Con un mohín ofendido, ella se hizo a un lado. El hombre continuó su camino hasta salir del recibidor. El mohín se volvió una mueca de asco cuando Joe pasó junto a la joven.
—Ya me dirás a qué sabe.
Él apretó los dientes. La hiriente pulla que la malvada criatura masculló era lo último que le faltaba para poner la guinda a un día absolutamente desagradable. En cuestión de minutos, por todo el burdel se correría la voz de quién se suponía que era su nuevo cliente. Como las semanas que tenía por delante fueran en algo similares a los últimos veinte minutos, iban a ser muy largas.
Los dos corpulentos hombres, ambos ex púgiles, que montaban guardia en la puerta del decadente burdel del West End se sorprendieron al verlo, pero Joe siguió hasta el carruaje aparcado delante de las puertas dobles de color carmesí. Un hombre fornido con una llamativa cabellera roja alborotada bajó de un salto del pescante para abrirle la portezuela. Él entró detrás del ex soldado y se sentaron el uno frente al otro.
—Este coche lo llevará a Selkirk, Escocia. Allí conocerá a _________, lady Stirling. Su estancia en Bowhill Park será de dos semanas, a menos que la condesa decida enviarlo antes de vuelta a Londres. El personal de lady Stirling espera la visita de su primo. El cochero pertenece al servicio de la condesa, pero ya se han ocupado de que guarde silencio. Él se hará cargo de todos los gastos que se ocasionen durante el viaje a Escocia y la posterior vuelta a Londres. —Su tono era enérgico y minucioso, como si estuviera cerrando las condiciones de una transacción económica normal y corriente—. ¿Alguna pregunta?
Joe necesitó un momento para que sus palabras calaran en su mente. Así pues, la mujer que había conocido en el despacho de Rubicon no era su cliente, sino sólo una intermediaria. Su verdadera cliente era una tal lady Stirling. ¡Maldita Rubicon! La muy zorra lo había sabido todo el tiempo. Sólo quería hacerlo pasar por una situación incómoda.
—No —respondió Joe en tono agrio.
Aunque el hombre no movió ni un solo músculo, el aire del interior del carruaje pareció transformarse de forma sutil, haciendo que se le erizaran los pelos de la nuca, igual que cuando lo vio por primera vez en la puerta del despacho.
—Si me entero de que ofende a lady Stirling de algún modo, lo lamentará. Tiene media hora. Avise al cochero cuando esté listo para partir.
Con esas palabras y una última mirada penetrante y hosca, el ex soldado se apeó del carruaje.
El golpe de la portezuela provocó en Joe una oleada de potente indignación y lo hizo torcer la boca en una mueca de desdén. No necesitaba la advertencia de aquel hombre y, desde luego, no por ella iba a variar un ápice su comportamiento con lady Stirling. Pero en vez de contestarle de forma imprudente, la perspectiva de recibir la mitad del fajo de billetes que la francesa había puesto sobre la mesa de Rubicon lo instó a guardar silencio. Podía aguantar a una nueva cliente, porque eso significaba que estaría un paso más cerca de dejar atrás aquella vida.
F l ♥ r e n c i a.
Re: El Acompañante (Joe & Tú)
F l r e n c i a. escribió:zaijonas escribió:NUeva lectora :) aca estoy como te prometi
siguela si es como la otra tambien me ba a encantar :)
BIENVENIDA A LA NOVE
QUE LINDO VERTE POR ACÁ :D
AHORA SUBO CAP!
Gracias!!! :D :D
Me encanto el capi ya quiero ver la cara q pone cuando lo vea porq le habia dicho q no.. pero q bueno q la prima no le hizo caso :twisted:
zai
Re: El Acompañante (Joe & Tú)
me encanto el cap !!!!
perdon por no pasar !
desde ahora paso todos los dias XD
siguela me encanta tu nove, en realidad
amo todas la novelas que escribes XD
perdon por no pasar !
desde ahora paso todos los dias XD
siguela me encanta tu nove, en realidad
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# TeamBullshit
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