la vida de ruthless door.

Me preparé para llevar el libro a una editorial, sí, tenía que parecer profesional, no un simple psicólogo. Mientras caminaba tranquilo y paciente por las calles vi algo que me sorprendió, era Finnick, el hijo de Ruth pero, ¿qué hacia solo? Él tenía un chocolate en la mano, y a decir verdad estaba que se lo terminaba, miraba con sus ojos entre cerrados a la gente que pasaba cerca de él, algo confundido. Me acerqué con cuidado hacía el pequeño pero aún así no notaba mi presencia.

—¿Finnick?—dije para arrodillarme a su altura.
—Mamá dice que no debo hablar con extraños.—frustrado respondió, molesto por seguir reglas.
—Descuida, soy amigo de tu madre y hablando de ella, ¿dónde esta?—lo levanté para llevarlo entre mis brazos, a pesar de tener 4 años era pequeño, muy pequeño.
—En casa, discutiendo con papá.—dijo algo apenado y eso hizo que cobrara sentido la razón por la cual estaba solo.
—Espera, ¿ella esta sola con ese hombre?—tragué saliva mientras dejaba al pequeño en el suelo.
—Sí.—sonreía como si nada iba a pasar, y estaba equivocado. 
—Oh.. bien, sabes, ¿ves ese editorial de allá?—señalé un edificio para que el luego asintiera con la cabeza.—Ve hasta allí con este libro y no te muevas ¿ok? Vuelvo en seguida a recogerte ¿vale?—él prometió que no se movería y así se fue directamente para allá.

Corrí hasta la casa de Ruth, cual no era una gran casa pero aún así era un lindo hogar, esas casas que acostumbras a ver en las granjas, con escalones al inicio. Toqué la puerta unas cuatro veces, pero sabía que no iría a tener respuestas si un hombre como él estaba dentro, con Ruth sola. Di vuelta la casa y encontré una de las ventanas abiertas, tal vez era ilegal hacer esto, pero quería saber el estado en el se encontraba Ruth.  Y costo entrar pero lo hice, llamé un par de veces a la joven, pero ella no respondía, y lo único que escuché fueron llantos. Allí estaba, tan débil, vulnerabilidad en una sola chica, me acerqué y me senté en la cama, cerca de ella para que me reconociera y no fue así, seguía con la cabeza metida entre sus piernas. Llevaba un vestido blanco que parecía de los 60, sí, parecía un camisón. Su cabello estaba desalineado y notaba ese estado desde hace mucho, se sentía muy mal y eso lograba que me sintiera mal. Posé mi mano en su hombro, pero ella inmediatamente la quito, ella siempre había sido insegura, pero necesitaba hablar con ella, debía.

—Ruth.. Ruth querida, soy yo.—y así ella levanto la cara, cual estaba mojada de lágrimas y pintura corrida.
—Hola.—comentó con la voz cristalizada, sinceramente era una pena verla así.
—¿Estas bien? Acababa de encontrar a tu hijo solo y él me dijo que estabas aquí. ¿Él te ha hecho algo?—pregunté y recogí su mano entre la mía, me lastimaba ver a alguien así de importante en un estado como este.
—¿Esta es una de nuestras clases de psicología?—dijo con una sonrisa enorme, olvidando el dolor, no sé cómo lo hacía pero si fuese por mi estaría llorando terriblemente. 

Nos acercábamos a la editorial, le había contado donde se encontraba Finn, para sacar un peso de su espalda y que además de olvidar el dolor, olvidara la preocupación. Ella volvió a ser.. ¿ella? Sonreía, bailaba, saltaba, era increíble, ella era increíble. Pero sí, tenía ese peso, su hijo, y ella no lo notaba. Su hijo sufría los dolores que ella sentía, ambos estaban conectados en cierta forma, pero también ambos eran igual. Sonreían, despreocupados, únicos, y había algo en Finnick que inspiraba mucho. Se ve que le gustaban los cuentos, las aventuras y demás porque cuando entramos, él estaba jugando con un hombre a ser piratas. Sí, daba gracias aquella escena porque la cara de fastidio del hombre era incomparable a la del pequeño, él vivía en los cuentos. Ella corrió hacía él y lo cargo entre sus brazos, ambos sonreían, era como una película vieja, llena de felicidad. Les pedí que esperaran sentados mientras iba a hablar con la mujer en la mesa de la sala, para poder pedir que publicaran el libro.

—Linda familia eh, ¿su mujer y su hijo?—preguntó ella mientras preparaba el libro y revisaba los códigos y demás, yo volteé un poco y fijé mi mirada en ellos, ojalá, ojalá tuviera una familia así.
—Eh-eh nono, es una amiga y él es su hijo.—dije con una media sonrisa, y ella respondió a lo mismo. Terminó la revisión del libro y lo aprobó, por suerte. Luego se lo entregué para que fuera con su jefe y lo imprimieran, esperaba tener suerte pero dentro de mi, algo, quería seguir escribiendo.

Para entonces, comenzamos a caminar hacia un puerto, Ruth se saco los zapatos de seda y se sentó en el muelle para poder posar sus pies en el agua y formar simples círculos con sus dedos. Finnick volvió a jugar a los piratas, se lo veía tan interesado en esa idea tanto como yo. Saqué mi pequeña libreta de cuero y mi lápiz negro y así comencé a escribir, lo mismo que veía. Era impresionante el cambio que esta familia habían hecho en mi, ella jugaba con él mientras mis ojos posaban la escena, ya no era más un triste e idiota joven que no tenía nada en su vida, no, ya no lo era. Ahora tenía a mi paciente favorita al cuidado, y me encantaba.

Al terminar el día, obviamente hoy me quedaría en la casa de Ruth, no iba a dejar que le pasara nada, así que decidí quedarme en su casa con Finnick, y por supuesto ella. Ya en la noche ambos cayeron dormido y me dispuse a terminar lo que llevaba escribiendo, era raro, ya llevaba el gusto de escribir inspirándome en ella, pero ahora con su hijo, era algo loco si me preguntaran. Se suponía que debía ser psicólogo, para eso estudie, pero ¿escritor? Nunca nadie se lo había imaginado, bueno de hecho sí, sólo mamá. Y justo hablando de ella, me llamaba, seguramente para saber si publiqué el libro.

—¡Hijo! ¿Cómo has estado? ¿El libro? ¿Cómo va?—preguntó ella de la otra línea, y se la veía entusiasmada por saber.
—Em, sí, hoy fui justamente a publicarlo a una editorial y espero que todo salga bien.—le dije mientras ella reía de felicidad. Le encantaba verme feliz y triunfando, y si se enterara de que estoy escribiendo otro, vendría a verme corriendo. Así fue como terminamos de hablar, unas risas y fui hacía el cuarto de Ruth. Ahí estaban, ambos, ella y su hijo dormidos como simples ángeles. Una escena que daba ternura, porque Finnick llevaba un traje de pirata, no me pregunten cuándo se lo puso pero Ruth también tenía uno, habían estado jugando como en el puerto. 
Y así pasaron las semanas, el libro aún estaba en proceso y el cuento cual estaba escribiendo gracias a Ruth y su hijo, estaba listo. Sí, Peter Pan.

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