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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
Hola mis niñas, mil perdones por no aber subidos todos días, pero ahora mismo la sigo. Se viene un capitulo especial ♥
ForJoeJonas
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
· Capítulo 4
Con el ceño fruncido, Meg la ayudó a acostarse.
—Es la última noche que te pones este camisón, pequeña.
________ miró la prenda, un camisón sin mangas y que sólo le llegaba a medio muslo.
—Supongo que tienes razón. No es algo adecuado para una señora.
—No. Además, te he hecho unos camisones preciosos. Y ahora descansa, que mañana te espera un día muy ajetreado.
Cuando Meg se marchó, _________ se dijo que recordárselo no la ayudaría a conciliar el sueño. Aunque, para ser justa, se dijo que no necesitaba los recordatorios de Meg puesto que ella tampoco podía pensar en otra cosa. Al día siguiente se casaría con Joe MacLagan y tenía miedo, aunque no del matrimonio y de todo lo que conllevaba. Tenía miedo de fallarle y fallarse a sí misma.
De vez en cuando, Joe bajaba la guardia y no se mostraba tan distante, aunque enseguida la recuperaba, y a veces incluso más fuerte que antes. Tenía miedo de que aquel distanciamiento se convirtiera en la tónica habitual de su carácter, de que ella nunca lograra conocer a la persona que él tanto se esforzaba por esconder. Y aquel fracaso la dejaría casada con un completo extraño que tenía prisionero al hombre que ella quería.
Y encima estaba lo de su secreto. Sería imposible esconderlo en la intimidad del matrimonio. Había reunido el coraje para decírselo en varias ocasiones, pero, en cuanto lo había mirado a la cara, no había podido. Durante un tiempo, había considerado que la mejor opción era mantenerlo en secreto y que fuera una sorpresa, pero ahora empezaba a tener sus dudas. No sólo era injusto con Joe sino que, además, ella no podría soportar su rechazo cuando lo descubriera. Le rompería el corazón que él la rechazara en su noche de bodas, la misma noche que debía tomarla como esposa.
Tomó una decisión, se levantó y buscó la hopalanda. Era mejor decepcionarlo ahora, antes de que hubieran intercambiado sus votos. Si era necesario, ya se encargaría alguien de anular la boda. Mientras comprobaba por última vez que llevaba la hopalanda bien puesta, se dijo que ojalá Joe, en el peor de los casos, insistiera en apagar todas las velas porque así quizá no parecería tan horrible. Convenciéndose de que la única solución, lo único justo, era revelarle ahora su secreto, salió al pasillo y se dirigió hacia la habitación de Joe.
Aunque ya era tarde, el camino no estaba desierto, y le sorprendió la cantidad de gente que se encontró. No había que esforzarse mucho para adivinar que se trataba de encuentros amorosos. Además, el hecho de que nadie quisiera que lo vieran le facilitó las cosas. La primera y única dificultad llegó cuando apenas estaba a dos puertas de su objetivo. Una mujer que _________ sabía que estaba casada se encontró con un hombre, también casado, lo que provocó que tuviera que esconderse en un nicho a la sombra desde donde, para su mayor incomodidad, pudo ver y oír el encuentro de la pareja, que demostró que las camas no eran necesarias.
Cuando, al final, llegó a la puerta de Joe, se detuvo con la mano en el aire, dispuesta a llamar. Quizá fuera lo correcto, pero no le resultó fácil. A nadie le gustaba exponer un defecto o un fallo. Sin embargo, Joe merecía conocer todos sus defectos y fallos antes de verse irrevocablemente ligado a ellos, se dijo con firmeza. Decidida, golpeó la puerta con la certeza de que el latido de su corazón se oía desde cualquier rincón del pasillo.
Joe estaba tendido en la cama. Se estaba esforzando por emborracharse, y mucho, pero no lo estaba consiguiendo. No estaba completamente sobrio, pero no había conseguido alcanzar el olvido etílico que pretendía. Maldijo ampliamente al destino, que parecía ir siempre en su contra. Y ahora tenía la sensación de que privarlo de la capacidad de caer rendido al alcohol era un castigo excesivamente cruel. Y también una forma muy triste de desperdiciar un buen vino.
Después de admitir que emborracharse no solucionaría nada, se bebió otro trago. Últimamente, nada le había salido bien. Estaba enfurruñado, casi revolcándose en la autolamentación. Sin embargo, ni siquiera eso funcionó.
El rey había estropeado su intención de casarse con _________ lejos de la corte, como él quería, para así evitar la consumación de la unión. Si no aparecía la mancha de sangre virginal en las sábanas, las doncellas informarían al monarca de inmediato. Y como no tenía ninguna explicación satisfactoria, se dijo que tendría que acostarse con la chica. Aunque tuviera mucho cuidado, siempre cabía la posibilidad de que concibiera, y más teniendo en cuenta la familia tan prolífica de donde procedía.
Por un segundo, se preguntó si aquello importaría. Había oído miles de historias sobre su menuda madre y había visto, con sus propios ojos, a siete de sus hijos, sanos y fuertes. Seguramente, ella podría hacer lo mismo.
Pero entonces meneó la cabeza. No podía correr ese riesgo. Admitió su cobardía sin ningún tipo de pudor. Independientemente del pasado de los antecedentes de la chica, no pondría en juego la vida de otra mujer.
Gruñó y se sirvió otra jarra de vino. Como si lo viera con sus propios ojos, imaginó a _________ retorciéndose en la cama, dando a luz, mientras sus gritos llenaban los pasillos de la casa durante horas hasta que él estuviera a punto de volverse loco. Cuando terminara, sólo quedaría una cama empapada de sangre y un dolor inmenso por ella y su hijo. Vio a ________ y a Catalina como a una sola mujer, con aquella cara menuda todavía deformada por la agonía, el cuerpo pálido y sin vida ensangrentado y el bebé todavía húmedo del útero, azul por la falta de aire que lo había matado y el cordón, que hasta hacía poco lo había mantenido con vida, envuelto alrededor del cuello.
Catalina lo había maldecido, y con razón, mientras se moría de dolor en la cama. Nunca debería haberse acostado con ella, por mucho que fuera su esposa. Ella no lo había disfrutado y bendijo el embarazo que acabó matándola porque así evitó que él volviera a meterse en su lecho. Aquella voz agonizando todavía lo perseguía en sueños, una voz que lo culpaba de su cruel y temprana muerte. Sólo tenía veinte años, demasiado joven para morir o que alguien la empujara a la tumba, como había hecho él. Recordó que __________ sólo tenía diecinueve años y tuvo ganas de echarse a llorar.
—Dios mío —susurró—, apiádate de mí. Haz que la chica sea estéril. Dios, no me hagas volver a pasar por lo mismo. No podría soportarlo.
Un suave golpe en la puerta lo sacó de sus mórbidos pensamientos. Cuando la abrió, lo primero que le vino a la cabeza fue volver a cerrarla. Entonces se dio cuenta de que __________ no era la visión propia de una mente ebria, como él creía, la hizo pasar a la habitación, se asomó al pasillo para comprobar que nadie la había visto y cerró la puerta.
Y luego maldijo la lujuria que se apoderó de su cuerpo, debilitado por el alcohol. A pesar de que pareciera lo contrario, estaba seguro de que la chica no había acudido a su habitación a tener un encuentro sexual con él. Parecía demasiado solemne, incluso algo asustada.
___________ le vio el gesto serio y oscuro y estuvo a punto de dibujar una mueca de dolor. Iba a ser suficientemente difícil sin tener que verlo así de enfadado incluso antes de que empezara. Aunque le costó, evitó mirar por la habitación para ver si el enfado se debía a haber interrumpido una última diversión de soltero. A pesar de los rumores sobre su vida monástica, no le extrañaría algo así, ya que Joe no quería casarse, sólo obedecía al rey.
Y otro motivo que la incomodaba era la vestimenta de su prometido o, mejor dicho, la ausencia de la misma. Sólo llevaba los calzones. El pecho al descubierto le permitió ver lo corpulento y musculoso que era. Tenía el pecho cubierto por una fina capa de pelo oscuro que se estrechaba en la parte baja y se perdía en los calzones. Viviendo con tantos hermanos, era inevitable haber visto ya a varios de ellos semidesnudos o desnudos del todo, pero nunca había sentido aquella calidez. Ni había experimentado aquella urgencia por acariciar el pecho de un hombre. Se obligó a levantar la vista y mirarlo a la cara.
Joe estaba lo suficientemente ebrio como para no preocuparse por su vestimenta ante la presencia de su joven prometida.
—¿Estás loca? ¿Qué estás haciendo aquí?
—Tenía que hablar contigo —respondió ella, mientras lo seguía hasta la mesa que había junto a la cama, donde él recuperó la jarra de vino.
Joe se sentó en la cama y bebió un buen sorbo antes de mirarla.
—¿No podías esperar a mañana? ¿Y si te hubiera visto alguien?
—No me han visto y los que me he encontrado tampoco querían que los viera. Lo que tengo que decirte no podía esperar más.
Aquella frase lo hizo ponerse en alerta. Quizás había venido a decirle que tenía un amante y que estaba embarazada de otro. Aunque tuvo que admitir que era imposible, la idea no le complació, a pesar de que sabía que el rey no lo obligaría a casarse en aquellas circunstancias. Meneó la cabeza para olvidarse de todas aquellas ideas y esperó a que ella continuara.
—Hay algo que tienes que saber antes de que nos casemos. Bueno, en realidad tienes que verlo. No soy lo que parezco, sir MacLagan.
«¿Deformada?», se dijo, aunque no podía creerlo.
—Difícilmente podría rechazarte por alguna marca o cicatriz, jovencita —dijo, con sequedad, mientras se acariciaba la mejilla.
—No es una marca o una cicatriz, señor. —Empezó a desatarse la hopalanda—. No puedo seguir engañándote. Es injusto y desleal contigo.
Después de ver cómo la hopalanda caía a sus delicados pies, Joe la observó. El camisón apenas era una camisa corta y dejaba al descubierto gran parte de sus preciosas piernas. También había algo distinto en ella, pero no sabía el qué. Sin embargo, no podía pensar demasiado bien cuando se sentía tan atraído por ella; notaba la entrepierna tan tersa y le dolían las manos de las ganas que tenía de enterrarlas en su preciosa y larga melena.
Para ser una chica tan menuda, tenía la increíble capacidad de hacerle hervir la sangre. Le iba a costar mucho controlarse. Incluso más cuando era consciente de que gran parte de él no quería controlarse, quería saborearlo al máximo. Había podido controlar, y con relativa facilidad, la necesidad de una mujer, cualquiera, por indiscriminado que fuera. Sin embargo, lo que _________ despertaba en él se mezclaba con quién era, su aspecto, su carácter e incluso su olor. No era algo fácil de rechazar. En realidad, empezaba a resultarle imposible.
—Sé que mi camisón no es el adecuado para una señora, pero Meg me ha preparado algunos más apropiados —murmuró mientras intentaba desatarse el cordón del camisón y notaba cómo se sonrojaba al mismo tiempo que el corazón le latía cada vez más deprisa.
Cuando se dio cuenta de que la chica iba a desnudarse delante de sus ojos, Joe dijo, con voz ronca:
—No te preocupes. Podemos apagar las velas.
Se sintió al borde del pánico y, de hecho, estuvo a punto de salir corriendo de la habitación por estúpido que pareciera. Por desgracia, su cuerpo no obedeció las órdenes urgentes de desaparecer. Su cuerpo pretendía quedarse donde estaba, pretendía comprobar si la imagen que estaba a punto de ver encajaba con la mental que hasta hacía poco lo había estado persiguiendo en sueños.
—No servirá de nada, señor. Seguirás viendo mi engaño. No tengas miedo de herir mis sentimientos. Si no puedes soportarlo, lo entenderé. Soy muy consciente de mi fealdad. Por eso la he ocultado. No podía soportar la idea de revelar mi defecto al mundo entero.
Dejó resbalar el camisón por los hombros y cruzó los brazos sobre el pecho, lo único que la separaba de la exposición total. Joe se quedó observando, boquiabierto, los preciosos pechos de color marfil con la cresta rosada que se endurecía bajo su mirada. Entonces obligó a su mirada a desviarse de aquella belleza y a buscar el defecto del que ella hablaba. Casi deseaba encontrar alguna cosa horrible que le impidiera pensar en aquella delicia que tenía tan cerca de los labios, pero, aparte de descubrir que el resto de su cuerpo era muy menudo, no encontró nada. Aunque su intención había sido mirarla a la cara, sus ojos se desviaron hasta los pechos de nuevo. Aparte de unas cuantas pecas que a él le parecieron deliciosamente atractivas, era perfecta. Gruñó y su mano se movió como si tuviera vida propia y acarició uno de esos firmes pechos que casi parecían demasiado grandes para aquel cuerpo.
Su mente le advirtió a gritos del peligro que corría, pero le hizo caso omiso. Estaba hechizado. Parecía que no quedaba una parte de su cuerpo que no la deseara.
El contacto de la piel sedosa y cálida debajo de su mano lo hizo estremecerse de deseo. Sabía que no podía huir ahora, no podía recurrir a la cordura. Sólo podía tocarla, saborear su caricia y rezar para que ella lo detuviera, o que se marchara. Una pequeña parte de su mente obnubilada por la pasión admitió, a regañadientes, que era casi imposible. Parecía que _______ no era consciente del peligro que corría.
A pesar de que aquella caricia le estaba enviando agujas de fuego por las venas, __________ intentó hablar:
—¿Lo ves? He quedado desproporcionada. No tienes que fingir; entenderé si no puedes casarte con una mujer así.
—Dios mío. —Eso fue todo lo que Joe pudo decir mientras dejaba la jarra que tenía en la otra mano y acercaba la palma al otro pecho.
_________ había previsto cualquier reacción menos aquella. Al tocarla de aquella manera, y juguetear con los pezones endurecidos, parecía que no sentía ninguna repulsión. Sin embargo, tenía una mirada extraña, un fuego extraño en los ojos que los había vuelto de color verde, y cierto tic en las mejillas que le costaba descifrar, y más con la mente cada vez más confusa, fruto del creciente calor que estaba experimentando.
—Joe —susurró ella cuando él bajó una de sus manos por el estómago, arrastrando con él sus dos brazos—. ¿No vas a decir nada? ¿La boda sigue en pie?
Preso de una fuerza que no podía resistir, sencillamente repitió:
—Dios mío.
Acercó la boca a ella y acarició los dos erguidos pezones con la lengua. Las manos de __________ se apoyaron en sus hombros en una reacción natural ante la sacudida de deseo que se apoderó de ella. Aquella acción los liberó del camisón que se unió a la hopalanda en el suelo. Distraído por un momento, Joe la recorrió de arriba abajo con la mirada con apasionada gula. Estaba preso del deseo mientras miraba su estrecha cintura, las delgadas y redondeadas caderas, las esbeltas y perfectas piernas y el triángulo de vello rojizo entre los preciosos muslos. La agarró por la delgada cintura y la atrajo hacia él.
—Dios mío, _________ —gruñó un segundo antes de pegar la boca a uno de los erguidos pezones.
A _________ le temblaron las piernas por las oleadas de deseo que la sacudieron entera. No dijo nada cuando Joe la tendió en la cama y cubrió parte de su cuerpo con el suyo. La besó con pasión y se adentró en su virginal boca con la lengua. El pelo del pecho le excitaba todavía más los senos mientras las manos de Joe exploraban cada curva y cada rincón. Ella le acarició la espalda y los músculos tensos mientras iba cayendo víctima de la incontrolable pasión de Joe. Tuvo un momento de lucidez cuando notó que él empezaba a penetrarla, pero no fue lo suficientemente intenso como para detenerlo. Con un pequeño gemido, le entregó su inocencia y, a cambio, él le ofreció el éxtasis, levantándola hasta las alturas, donde se reunió con ella en la deliciosa caída hasta el abismo del deseo.
Se quedaron unidos y en silencio unos minutos, con las respiraciones tranquilizándose y recuperando el latido normal de los corazones. A __________ la sorprendió descubrir que el peso de Joe era agradable; no era ligero pero tampoco algo que no pudiera soportar, o incluso disfrutar. Una vocecita en su cabeza murmuró algo acerca del pecado, pero la ignoró sin mayores dificultades. Era el hombre con el que iba a casarse dentro de unas horas o, al menos, eso esperaba. Se preguntó si era presuntuoso de su parte asumir que él no consideraba repulsiva su forma tan extraña sólo por lo que había pasado.
Según Meg, y muchas otras mujeres, cuando un hombre tenía una urgencia, no era demasiado selectivo a la hora de acostarse con alguien.
Joe estaba mortificado. Se había vuelto loco. Y el problema era que estaba dispuesto a volver a hacerlo. Peor, se había derramado dentro de ella y tenía la sensación que aquello también sería algo complicado de controlar. Con aquella sombría idea en la cabeza, se separó ligeramente de ella y la miró sin ser consciente de la mirada torturada de sus ojos, una mirada que confirmó los peores temores de él.
Ella lo miró con el corazón encogido:
—No puedes soportarlo, ¿verdad? Me lo temía.
Maldiciéndose en silencio y haciendo un enorme esfuerzo por contener las lágrimas, __________ deseó no haber ido a su habitación. No le había servido de nada. Él le había enseñado lo que podían tener juntos y ahora iba a quitárselo. El peor de sus temores se había hecho realidad. Se movió debajo de él e intentó marcharse, pero él la retuvo.
Con un suspiro, Joe dejó de lado sus miedos. Alguien había conseguido inculcar en la cabeza de esa chica que era deforme. Era importante hacerle ver que era mentira, pero no sabía cómo hacerlo.
—__________, no eres extraña, y mucho menos fea. ¿De dónde has sacado esa idea?
—Pero si estoy desproporcionada. No está bien estar gorda de un sitio y esquelética de otros.
—Eres menuda, no esquelética. —Le acarició el muslo y dejó allí la mano—. Hay carne de sobra para atraer a un hombre. ¿Quién te ha hecho creer que eres extraña o fea?
—Meg dice que parezco una vaca, todo ubres y poco más —respondió ella con un hilo de voz.
—Yo no me llevaría a una vaca a la cama y me colocaría encima de ella. Sí, es cierto que tienes más de lo que cualquiera creería para una chica tan menuda, pero no eres fea —acercó la mano a sus pechos.
—Oh —suspiró ella, mientras aquella caricia volvía a encender las llamas en su cuerpo—. No me molesta cuando haces eso, señor MacLagan.
Él reprimió una carcajada.
—Me parece que ya puedes llamarme Joe. Pequeña, cualquier hombre desearía estar ahora mismo en mi lugar, tocando tanta perfección. Sí, son grandes, pero no excesivas a pesar de tu cuerpo menudo. Y luego bajar y encontrarme con una cintura que puedo abarcar entera con las dos manos es delicioso. —Sus manos descendieron siguiendo el ritmo de sus palabras—. Estas nalgas redondeadas son exquisitas bajo mis manos, igual que estas delicadas caderas. Preciosa, estos esbeltos muslos esconden un agujero en la parte superior que casi implora a un hombre que entre. Meg es una vaca celosa.
Ella lo miró maravillada y sin palabras. Parecía que era totalmente sincero. Por motivos que a ella se le escapaban, parecía que el cuerpo que tanto tiempo había escondido le interesaba. Sin embargo, las dudas todavía no habían desaparecido porque tampoco podía entender por qué Meg iba a mentirle. Aunque tampoco entendía por qué iba a hacerlo Joe. Quería creer que a él le resultaba atractiva, pero llevaba demasiado tiempo convenciéndose de lo contrario. Se dio cuenta de que cada vez estaba más confundida y decidió volver al principio.
—Bueno, es lógico que no quiera creerme que, de golpe, me he convertido en una belleza, pero ¿significa esto que la boda sigue en pie?
—Sí. —Joe escondió su desacuerdo con la boda por primera vez—. Acabo de robarte lo que deberías haber guardado hasta tu noche de bodas.
—Da igual, Joe —respondió ella, con la voz debilitada por las caricias de los labios de él en sus senos—. Si no puedes hacerlo, lo entenderé.
—Dulce y estúpida __________, no puedo mantener las manos y la boca lejos de ti. ¿Lo haría si me resultaras tan repulsiva?
—No, quizá no. Oh. —Contuvo el aliento cuando él cerró los labios alrededor de un pezón y, con la mano, le acarició el estómago, acercándose peligrosamente al triángulo rojizo que quería volver a hacer suyo—. ¿Cómo lo haces? ¿Cómo consigues que mi cuerpo arda y se derrita?
Aquellas palabras lo sacudieron y deslizó la mano entre sus muslos.
—No lo sé. ¿Cómo haces para que quiera más de esto cuando sé que es lo único que no debería desear? ¿Cómo consigues que rompa todos los votos que había hecho conmigo mismo?
Una vez superada la vergonzosa tensión del principio, __________ se encendía bajo sus manos.
—¿Qué votos? —gimió ella mientras se arqueaba bajo su caricia.
—No volver a tocar a ninguna mujer. Ah, me encanta que me acaricies —dijo, mientras ella le tocaba la espalda—. Prometí ir con cuidado cuando nos casáramos para que no te quedaras embarazada. No mataré a otra mujer. —Le agarró la mano y se la deslizó hacia la prueba física de su intenso e incontrolable deseo por ella—. Tócame aquí. Descubre lo que le haces a un hombre.
Los largos dedos de __________ se aferraron a él y empezaron a acariciarlo y a explorarlo. Ella entendió lo que quería decir, pero no sabía cómo hacerlo entrar en razón. Sólo había una forma de hacerlo. Enseguida descubrió que Joe no tenía ninguna intención de dejarla embarazada, de modo que tampoco podría demostrarle que se equivocaba.
Costaba hablar cuando aquella delicada mano lo estaba acariciando. Joe quería dejarse llevar por los intensos y exquisitos sentimientos que __________ despertaba en él, pero resistió la tentación. Más adelante, cuando la hubiera convencido, cuando consiguiera de sus labios la promesa que tanto ansiaba, daría rienda suelta a su pasión.
Se obligó a pensar e intentó encontrar las palabras que necesitaba para explicarse sin ofenderla. Decir a una mujer que podía tener el matrimonio pero no los hijos no era fácil. Algunas mujeres respirarían tranquilas, pero Joe se temía que _________ no sería de esas. De hecho, no se lo había parecido el primer día que habían hablado en el jardín.
Cuando la miró a los ojos descubrió que él también tenía que volver a convencerse. Sólo podía pensar en una hija pequeña, dulce y alegre, con los preciosos ojos de __________. Ansiaba tener una familia, pero intentó luchar contra aquella debilidad. Aquellos pensamientos lo confundieron tanto que decidió no explicarse. Sólo le diría lo que tendría que hacer. Al fin y al cabo, era su derecho como marido.
—Al menos, puedo intentar mantener la promesa de no dejarte embarazada. Una forma es derramarme fuera de ti —contuvo el aliento cuando sus naturalmente expertos dedos localizaron los pliegues de su sexo—, pero sé que será muy complicado, así que tendrás que hacerlo tú por mí. —Ignorando el rostro sonrojado de ___________, le explicó el método de las esponjas—. Prométemelo. —La miró con una repentina fiereza—. Prométemelo o nunca volveremos a estar así, lo juro.
___________ se lo quedó mirando unos instantes. No podía creer lo que le estaba pidiendo. Por un segundo, cuando la amenazó con no volverse a acostar con ella, creía que lo decía en broma, pero aquella esperanza se desvaneció cuando lo miró a los ojos. Lo decía muy en serio.
Era pecado, lo que le pedía y lo que ella decidió que tendría que hacer. Pero él no tenía derecho a pedirle que cometiera el pecado de impedir la concepción, ni negarle el derecho que, como mujer y ante los ojos de Dios, tenía a tener hijos. Rezó una oración para pedir perdón y suplicó que, al final, su decisión no sirviera para añadir más angustia y culpa a la vida de Joe. Después, lo miró fijamente a los ojos, se aferró a sus caderas para tenerlo más cerca y mintió:
—Sí, te lo prometo, Joe. Si es lo que quieres.
—Es lo que quiero —gruñó él, y la besó con pasión.
La respuesta a la promesa de __________ era todo lo que ella podía desear. Cuando empezaron a subir juntos hasta las alturas y luego descendieron unidos hasta el abismo de la pasión, se olvidó de su culpa. Saciados, se quedaron abrazados. Joe sabía que debería hacerla volver a su habitación pero, en lugar de eso, sólo le dio un pequeño respiro antes de volver a hacerle el amor. Cuando sucumbieron al agotamiento, con la cabeza de Joe apoyada encima de los grandes pechos que tanto tiempo habían acomplejado a su propietaria, estaba amaneciendo.
ForJoeJonas
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
ayy siento haber desaperecidoo u.u
peroo aa ya estoyy la me pondre ala dia xcon la nove :D
peroo aa ya estoyy la me pondre ala dia xcon la nove :D
next to you
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
SISTEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEER
Al fin pude pasar por tu nueva nove!!!
Y te tengo que decir que me ENCANTÓ, es hermosa :inlove:
Me quedé super enganchada con la historia porque como ya sabés me fascinan las noves de época
Seguramente mañana lea el nuevo cap que subiste porque dentro de un rato ya me tengo que ir y no me queda tiempo.
Pero como siempre te digo...... Te super mega archi quieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeero :hug:
PD: Subí otro caaaaaaaaaaaaaaap :face: ?)
Al fin pude pasar por tu nueva nove!!!
Y te tengo que decir que me ENCANTÓ, es hermosa :inlove:
Me quedé super enganchada con la historia porque como ya sabés me fascinan las noves de época
Seguramente mañana lea el nuevo cap que subiste porque dentro de un rato ya me tengo que ir y no me queda tiempo.
Pero como siempre te digo...... Te super mega archi quieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeero :hug:
PD: Subí otro caaaaaaaaaaaaaaap :face: ?)
F l ♥ r e n c i a.
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
wow...la rayis y joe lo hicieron
y el le pidio que utilizaran un metodo anticonceptivo
siguela...
y el le pidio que utilizaran un metodo anticonceptivo
siguela...
jamileth
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
F l r e n c i a. escribió:SISTEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEER
Al fin pude pasar por tu nueva nove!!!
Y te tengo que decir que me ENCANTÓ, es hermosa :inlove:
Me quedé super enganchada con la historia porque como ya sabés me fascinan las noves de época
Seguramente mañana lea el nuevo cap que subiste porque dentro de un rato ya me tengo que ir y no me queda tiempo.
Pero como siempre te digo...... Te super mega archi quieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeero :hug:
PD: Subí otro caaaaaaaaaaaaaaap :face: ?)
SISTEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEER!
SÉ BIENVENIDA A MI HUMILDE NOVELA, ESTOY TAN CONTENTA DE TENERTE POR ACÁ :P
ESPERO VER MAS COMENTARIOS TUYOS POR AQUÍ Y EL SIGUIENTE CAPÍTULO ESTARÁ DEDICADO FOR YOU!
TE SUPER MEGA ARCHI QUIEROOOO!!!
ForJoeJonas
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
Hola a todas mis queridas lectoras! Como andan?
Quería decirles que hoy tendrán su capi ^^ Asi que no se desesperen mucho! Un besoteeeee
Quería decirles que hoy tendrán su capi ^^ Asi que no se desesperen mucho! Un besoteeeee
ForJoeJonas
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
meeeeeeee encaaaaaatoooooooooo
el cappppppppppppppppppp
:twisted:
joe no se agunto
siguelaaaaa
el cappppppppppppppppppp
:twisted:
joe no se agunto
siguelaaaaa
andreita
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
ACABO DE TERMINAR DE LEER EL CAP Y
NO LO PUEDO CREEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEER
FUE TREMENDO!
TE JURO QUE ME ENCANTA Y ME HICE TOTALMENTE ADICTA A LA NOVE :cheers:
SUBÍ EL CAP CUANTO ANTEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEES SISTER!!!!
PD: TE SUPER MEGA ARCHI QUIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEERO
NO LO PUEDO CREEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEER
FUE TREMENDO!
TE JURO QUE ME ENCANTA Y ME HICE TOTALMENTE ADICTA A LA NOVE :cheers:
SUBÍ EL CAP CUANTO ANTEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEES SISTER!!!!
PD: TE SUPER MEGA ARCHI QUIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEERO
F l ♥ r e n c i a.
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
Mis niñas siento mucho no haber subido ayer pero no pude así que hoy les voy a subir dos capís, que les parece? :D
ForJoeJonas
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
· Capítulo 5
El frío acero contra la piel no era el despertar más agradable. Cuando Joe lo notó, se le heló la sangre. Entonces, muy despacio, levantó la cabeza de los pechos de una __________ dormida, y sintió una mezcla de alivio y preocupación. Por un momento, había temido que el amante de Catalina lo hubiera encontrado, lo que hubiera podido significar también la muerte de __________. Los ocho MacRoth que rodeaban su cama no parecían contentos pero, al menos, ellos no le harían nada a la chica. Además, la boda los tranquilizaría.
—Si te estás preguntando por qué tu escudero no nos ha detenido es porque está atado ante la puerta.
La frialdad de la voz de Alaistair MacRoth provocó que Joe hiciera una mueca interna. No era muy positivo enemistarse con su futuro suegro. Ni entablar una mala relación con los hermanos de tu futura mujer, y menos cuando eran once.
—Será mejor que empieces a explicarte, joven. Y deprisa.
—¿Padre? —balbuceó __________, mientras empezaba a despertarse y a darse cuenta de que Joe y ella ya no estaban solos.
Aquello provocó que todos los ojos de los MacRoth se posaran en ella. Joe vio cómo esos mismos ojos se abrían con incredulidad y siguió la dirección de sus miradas. Los preciosos pechos de __________ estaban al descubierto. Al ver aquellas expresiones en las caras de sus hermanos, la chica se sonrojó. Su desarrollo había sido un secreto para mucha gente. Joe estuvo a punto de echarse a reír cuando todos los hombres se volvieron hacia él, con la acusación reflejada en sus rostros.
__________ se tapó con la sábana. Tenía la intención de hablar con su padre, de confesarle lo que le había escondido durante tanto tiempo. Era terrible que el pobre descubriera así que su propia hija lo había tenido engañado durante años.
—¿Qué le has hecho? —preguntó Alaistair, dirigiendo toda su ira hacia Joe.
—Señor, creo que si se para a pensar un segundo, verá que yo no he tenido nada que ver con eso. Lo que ha pasado esta noche puede que haya cambiado a su hija, pero no tanto. Lo que ve no es obra de ningún hombre.
—Sí, sí. Ya lo sé. Estoy confundido. —Se echó el pelo hacia atrás y miró a su hija con el ceño fruncido—. ¿Cuándo te ha salido eso, hija? Me has ocultado tu cambio y no llego a entender por qué.
Avergonzada de que estuvieran hablando tan abiertamente de una parte tan íntima de su anatomía, __________ hizo un esfuerzo por contestar a su padre con sinceridad:
—Cambié poco después de… bueno, de convertirme en mujer.
—¿A los trece años? —preguntó él, con voz ronca, absolutamente alucinado por la duración del engaño.
—Sí —admitió ella a regañadientes, temerosa de haber herido a su padre con su silencio.
—Llevo seis años esperando a que crecieras y ya lo habías hecho. ¿Por qué me lo habías ocultado?
Ver que su familia la miraba como si estuviera loca la enfureció y espetó:
—¿Por qué no cuando lo único que querías era ponerme en el mercado como a una preciada cerda?
—Espera un momento —gritó Alaistair, irguiendo la espalda preparándose para discutir con su hija.
Antes de que la discusión pasara a mayores, Joe los interrumpió:
—¿Puedo hablar con usted?
—Sí, yo también tengo que decirte un par de cosas —dijo Alaistair entre dientes, volviendo a dirigir toda su ira hacia Joe—. Si pretendes decirme que no era casta y anular la boda, será mejor que te lo pienses dos veces.
—Papá —protestó _________, que tenía la sensación de que era muy injusto insultar a Joe de aquella manera antes incluso de haberle dado la oportunidad de explicarse.
—Pretendo casarme con ella, señor. No ha cambiado nada —dijo Joe con calma, aunque con una firmeza que no admitía dudas.
Cuando comprobó que todos los MacRoth relajaban su expresión, se puso los calzones. Luego, le dio el camisón a _________. Y lanzándole una tranquilizadora sonrisa, se volvió hacia Alaistair.
—¿Podríamos hablar aquí un momento, señor? —Joe se desplazó hasta un rincón de la habitación.
Cuando _________ hizo ademán de seguirlos, su padre gruñó:
—Tú te quedas donde estás. Chicos, vigilad que no se mueva.
__________ se sentó en la cama a regañadientes. Se preguntó de qué hablarían, pero sabía que no tenía ninguna posibilidad de escuchar la conversación. Sus hermanos estaban decididos a no quitarle el ojo de encima.
—Creo que no tengo que decirte que no estoy demasiado contento con lo que acabo de ver —dijo Alaistair en voz baja cuando llegaron a un rincón de la habitación.
—Lo entiendo, señor. No tiene explicación ni excusa. Me volví loco. —Lo dijo con una nota de desaprobación en la voz—. Acudió a mi habitación para revelarme el secreto que llevaba tanto tiempo escondiendo.
—¿Revelarlo? —preguntó Alaistair, con los ojos muy abiertos, cuando empezó a entender qué había pasado.
—Sí, eso es, señor. Hacía casi dos años y medio que no estaba con una mujer. Y no es excusa, lo sé, pero cuando me colocó ese material delante… —Meneó la cabeza—. Además, había estado bebiendo.
—¿Le has hecho daño? —preguntó Alaistair, algo tenso, y acercó la mano a la empuñadura de la espada para reforzar la amenaza.
—No, estoy seguro de que no. Sinceramente, no se lo puedo decir con exactitud porque, como ya le he dicho, me he vuelto loco.
—A decir verdad, entiendo lo que ha pasado. Un hombre puede resistirse a la tentación sólo hasta cierto punto, y luego sucumbe, y más si es joven y se ha privado de ella durante mucho tiempo. Confiaré en que, si ella se hubiera resistido o hubiera dicho que no, la habrías dejado ir.
—Sí, pero, para ser honesto, creo que lo ha hecho únicamente porque no sabía qué iba a pasar hasta que ha pasado.
—Quizá. Lo que no entiendo es por qué ha ocultado su forma, por qué ha dejado que pensara que tenía el cuerpo de una niña y no el de una mujer. Jamás pensé que fuera infeliz por ser una chica, a pesar de que a veces se ha quejado.
—No es eso, señor. Cree que su cuerpo es feo.
—Esta niña es boba. Ni yo ni sus hermanos le habríamos transmitido nunca una idea como esa.
—No. Esa mujer, Meg, tuvo la sensación de que __________ estaba desproporcionada, y la chica se lo ha creído. Acudió a mí porque realmente creía que me parecería una mujer deforme y la rechazaría. Y quería hacerlo antes de intercambiar los votos.
—Pero ahora ya debe pensar de otra forma —dijo Alaistair, arrastrando las palabras—. Los hombres no se vuelven locos, como tú dices, ante una chica fea.
—Sabe que a mí me parece perfecta, pero no estoy seguro de si se ha olvidado por completo de que su cuerpo es extraño, raro.
—Mataré a esa bruja de Meg.
—Yo creo que lo hizo por amor, señor. No quería que nadie ridiculizara a ____________.
—Sí —asintió Alaistair—. ___________ es la hija que Meg nunca tuvo. Jamás le haría daño a propósito. Sin embargo, hablaré con ella. Tiene que haber una forma de explicar el repentino cambio de la chica. No puede volver a como estaba antes —dijo, pensando en voz alta, mientras fruncía el ceño hacia su hija.
—Podría esperar hasta que nos fuéramos a Caraidland. Casi nadie de los que están aquí la verían allí y más adelante, cuando volvieran a verla, pensarían que les fallaba la memoria o que el matrimonio la había hecho madurar.
—Sí, o la maternidad.
Joe fue incapaz de mirar a los ojos a ese hombre cuando asintió.
—Sí, o eso.
—Y ahora llegamos al siguiente problema que hay que solucionar. Ya no es virgen.
—La prueba de su castidad es bien visible en las sábanas. —Con un movimiento de la mano, Joe invitó a Alaistair a comprobarlo, pero el hombre no se movió.
—Sí, unas sábanas que cambiarán hoy mismo y una prueba que desaparecerá a menos que los ojos indicados la vean hoy mismo. Robert, ve a buscar al rey. Tiene que ver que todo está en orden, a pesar de que la noche de bodas se haya producido antes del intercambio de votos. No quiero que esto esté en boca de todo el mundo, pero es preferible a que digan que mi hija no ha ido casta al matrimonio. El rey ha promovido este matrimonio, así que será mejor que lo vea con sus propios ojos y quizá nos aconseje algo.
_________ gruñó avergonzada y se ganó las miradas de compasión de sus hermanos. Tenía la estúpida esperanza de que el desliz quedara en la familia. Sin embargo, la implicación del rey a la hora de concertar el matrimonio convertía su castidad en un asunto de mayor importancia. Tenía que saber todo lo que había sucedido. __________ lo entendía, pero no le gustaba demasiado.
El hecho de que fuera el día de la boda que tanto ansiaba provocó que el rey acudiera enseguida a la habitación de Joe. No quería que nada saliera mal, pero una llamada de Alaistair a esas horas sólo podía significar problemas. Pero cuando entró en la habitación, vio la cama revuelta, la poca ropa que llevaban los prometidos y a los hermanos MacRoth armados hasta las cejas, comprendió lo que había pasado y se relajó. Parecía algo de fácil solución y que no ponía en peligro la unión que tanto ansiaba materializar.
—Vaya, esto sí que es una sorpresa —murmuró el rey, mirando a Joe con una ligera condena en los ojos.
—Sí, yo mismo me he sorprendido —farfulló éste, mientras se echaba el pelo hacia atrás.
—Bueno, Robbie, no toda la culpa es del chico. Mi hija lo tentó hasta un extremo inimaginable.
El trato tan familiar que Alaistair utilizó para dirigirse al rey sorprendió a Joe. Y cuando el rey no protestó, y lo aceptó como algo natural, se quedó boquiabierto. No se había dado cuenta de lo cercanos que estaban los MacRoth a la corona. Y ahora no podía evitar pensar si tendría que añadir al mismísimo rey a la lista de personas que querrían cortarle la cabeza si no hacía feliz a ___________.
—¿La pequeña ___________? —preguntó el rey, con sorpresa—. No, la chica en sí no supone una gran tentación, Alaistair.
—Abiertamente, no. _________, acércate —ordenó Alaistair, y la miró con severidad cuando ella dudó unos segundos.
Con las mejillas sonrojadas, ___________ obedeció a su padre a regañadientes. Entonces su padre dirigió la atención del rey hacia sus pechos, el rostro del monarca reflejó su sorpresa, y ella estuvo a punto de derretirse de la vergüenza. Incapaz de seguir soportando aquel escrutinio, se escondió detrás de Joe y utilizó su enorme cuerpo como escudo.
—Estoy seguro de que este cambio no se ha producido en una noche —murmuró el rey, confundido.
—No, nos lo escondió. Su tía la convenció de que era algo raro, extraño, incluso feo. Y la chica quería compartir su secreto con Joe y que él mismo juzgara, así que se presentó en su habitación y le enseñó todo lo que había estado escondiendo.
—¿Se lo enseñó? —La voz del rey se sacudió con la risa y miró a Joe con compasión—. ¿Ha habido prueba mayor para un hombre? Joe, hijo, parece que, al fin y al cabo, eres humano. Muchos lo dudaban.
—Por el bien de ___________, quisiera que mi debilidad no saliera de estas cuatro paredes. Ella acudió a mí con toda su inocencia. El hecho de que ya no lo sea sólo es culpa mía.
—¿Estás diciendo que la has forzado?
—Si lo hubiera hecho, estaría muerto —gruñó Alaistair.
Al mismo tiempo, __________ se asomó por detrás de Joe y miró al rey.
—No, señor. No he protestado ni una vez.
—¿Ni una vez? —bromeó él, sonriendo cuando incluso Joe parecía ligeramente desconcertado.
___________ gruñó y volvió a esconderse detrás de Joe, con la sonrojada mejilla pegada a su espalda. Tenía la sensación de que aquello era un bochorno como nadie tendría que sufrir en la vida. Se moría de ganas de que terminaran con todo y solucionaran el problema que había provocado su impetuosidad para poder volver a su habitación e intentar recomponerse. Quizás, el frenesí de actividad y celebración que traería la boda le haría olvidar aquella complicada mañana.
—De modo que el matrimonio se ha consumado antes de intercambiar los votos —dijo el rey, pensando en voz alta—. No es la primera vez que sucede. Muchas parejas de prometidos saborean las mieles del matrimonio antes de casarse.
—Sí, pero me temo que el rumor que correrá por la corte es que mi __________ no era casta cuando sir Joe la tomó en la noche de bodas.
—Ah, y eso podría implicar que Joe no haya sido el primero. Ahora lo comprendo todo. Robert, ve a buscar a la reina. Seguro que está esperando noticias mías. Que vengan ella y su doncella. Y esa tal Meg. Ellas nos ayudarán a solucionar esto. Relaja el gesto, Alaistair. Esto no supone ningún problema mayor.
Cuando las mujeres llegaron, __________ comprobó que el bochorno podía ser todavía mayor. Inspeccionaron las sábanas, confirmaron su castidad y discutieron sobre qué hacer a continuación. __________ intentó distanciarse de todo aquello observando a su padre y a Meg, y vio cómo él la reprendía. Intentó averiguar qué problemas podría tener Meg.
Se decidió que la ceremonia nupcial y la visita matutina a los novios la harían el matrimonio real, la doncella de la reina, Meg y dos hermanos de __________, así como Alexander MacDubh en representación de la familia ausente de Joe. Dicho esto, la familia de __________ se llevó a la chica a su habitación.
Cuando Joe se aseguró de que su escudero no estaba herido, lo envió a buscar a Alexander MacDubh. Y en cuanto este llegó, le explicó por encima lo que había pasado. También le explicó lo que tendría que hacer por la mañana. El ataque de risa de Alexander no mejoró el humor de Joe. Agradecía los esfuerzos que se estaban haciendo para que todo se mantuviera en secreto. Joe no tenía ningún deseo de situarse en el ojo del huracán de los chismes de la corte.
—Venga, Joe, seguro que a ti también te hace gracia —dijo Alexander al final, cuando consiguió controlar el ataque de risa.
—Quizá me ría cuando esté convencido de que todos hemos salido ilesos de esto —admitió.
—Aunque viven lejos, los MacRoth están cerca de la corona y el rey los aprecia a su manera. No permitirá que nada mancille su nombre.
—¿Soy el único que desconocía esta relación tan cercana?
—Bueno, eres el primero de tu familia que pasa tantos días en la corte, y el vínculo se estableció hace tiempo y todos los presentes fueron testigos. Si prestaras atención a los chismes te habrías enterado antes.
—Pensaba que venías a la corte a hacer otras cosas, no a hablar.
—Es cierto que vengo por las mujeres, pero ellas también hablan de vez en cuando. Los hombres deberían prestarles más atención. Es increíble lo que saben, aunque no siempre son conscientes de la importancia de la información que tienen en su poder.
—Lo tendré en cuenta. Venga, será mejor que me vista. Pronto esto estará lleno de gente.
—Amigo, deberías estar más contento. Te llevas a una buena chica. —Cuando no vio ningún atisbo de alegría en la cara de Joe, suspiró—. Bueno, al menos tu cama ya no estará vacía y quizás esta chica consiga hacerte cambiar de opinión sobre algunas cosas.
—Sospecho que, ahora mismo, ya tiene suficiente en qué pensar sin pararse a reflexionar sobre mí o mis pensamientos.
__________ hizo una mueca cuando Meg le frotó la espalda. La mujer lo estaba haciendo con mucha más fuerza de lo habitual. Sospechaba que su padre le había echado una buena reprimenda. Al cabo de un momento, decidió que ella no tenía por qué pagar la discusión que su padre y Meg hubieran tenido. Le quitó la esponja de la mano y se preguntó cómo era posible que algo tan blando pudiera hacer tanto daño.
—Si no paras, me quedaré sin piel —se quejó, mirando fijamente a Meg, que le devolvió la mirada.
—No te preocupes. Ese hombre igualmente se acostará contigo —farfulló ésta y se volvió, furiosa, a buscar la ropa que __________ tenía que ponerse.
—Madre mía, estás de mal humor, ¿verdad? —murmuró _________ mientras siguió bañándose—. Tenía que decírselo, Meg. No podía dejarlo para la noche de bodas. No era lo correcto.
—Tampoco era correcto lanzarte a la cama de ese hombre.
—Bueno, en realidad no me lancé. Me caí. Nunca pensé que reaccionaría así. —___________ seguía hablando con un toque de sorpresa en la voz.
—Si una mujer va enseñando su cuerpo a un hombre, es así como todos reaccionan —dijo Meg, convencida.
Conteniendo una carcajada provocada por las palabras de Meg, __________ dijo:
—Ahora ya lo sé. Pero igualmente va a casarse conmigo.
—Porque debe hacerlo. Venga, ya te has lavado suficiente. —Meg sujetó un paño seco—. ¿O acaso intentas borrar su recuerdo?
—No —respondió __________ con firmeza mientras salía del baño—. Me gusta que me toque y no me avergüenzo de decirlo. Pero hay algo que me preocupa y te lo digo con la esperanza de que quede como el mayor secreto entre las dos.
—¿Secreto también para tu padre?
—Sí, me entristece decirlo, pero no debe saberlo.
—Está bien. No lo sabrá.
—¿Sabes que la primera mujer de Joe murió dando a luz? —Meg asintió—. Fue un parto largo y doloroso y el hijo también murió. Joe tiene miedo de que se repita, un miedo pertinaz. A pesar de que la mujer de su hermano ha tenido varios hijos y todo ha salido bien, él ve el embarazo y el parto como una sentencia de muerte para la mujer. Y no puedo convencerlo de lo contrario. No quiere que me quede en estado.
—¿Cómo pretende impedirlo, a menos que no se meta en tu cama? Es decisión de Dios, no suya.
—Hay una forma de seguir durmiendo juntos y no dejarme embarazada… Las esponjas.
—Es un pecado —dijo Meg, casi sin aliento.
—Es un pecado impedirme tener hijos, sí, pero creo que ese truco de las esponjas podría ser útil. No es bueno que una mujer dé a luz a un hijo cada año. Así es imposible que recupere las fuerzas. Y creo que mi madre las utilizó porque todos nos llevamos más o menos dos años. Me parece demasiada coincidencia.
Meg frunció el ceño pensativa mientras la ayudaba a vestirse.
—Sí, puede que tengas razón. Si es pecado, es uno de los pequeños. Sigue, hija. Sé que me quieres explicar más cosas. ¿Te ha pedido que las utilices?
—Sí. De hecho, me ha amenazado con no volver a acostarse conmigo si me niego. No podía permitirlo, Meg. Me da igual que no estés de acuerdo conmigo, pero pienso intentar tener el matrimonio más pleno posible. Y no lo tendré si no compartimos cama.
—No. Acabaríais siendo más extraños de lo que lo sois ahora. Más de un matrimonio se salva o se pierde en la habitación.
—Es lo que yo pensaba, y por eso le prometí que utilizaría esas cosas.
—Entonces, ¿pretendes ser estéril y no tener hijos? —preguntó Meg, dejando claro en la voz y en el rostro su sorpresa y su enfado—. Te marchitarás en un matrimonio así.
—Lo sé. Quiero tener hijos. Me encantan y quiero tenerlos. En realidad, creo que odiaría a Joe si me lo negara, pero entiendo su miedo. Mentí, Meg. Le miré a los ojos y mentí.
Al reconocer el dolor y la culpa en su voz, Meg le acarició la mejilla.
—No es un pecado tan grande, hija.
—No es como me hubiera gustado empezar mi matrimonio, pero sabía que tenía que hacerlo. Algún día le explicaré la verdad. Quiero tener hijos, Meg y, con ello, pretendo dilapidar todos los miedos de Joe. Y te lo explico porque quizá necesite tu ayuda en esta farsa. Sobre todo el día que me quede embarazada. Sólo rezo para no añadir preocupaciones a la vida de Joe.
—No lo harás. Las mujeres de tu familia son muy fértiles y no sufren demasiado. ¿Por qué quieres seguir guardando silencio incluso cuando estés en estado? ¿No puedes decirle la verdad cuando estés segura?
—No. Tiene mucho miedo, Meg. Para que un hombre se niegue la posibilidad de tener un heredero ha de tener mucho miedo. Cuanto más tiempo pueda mantener en secreto mi estado, menos tiempo lo haré sufrir sobre mi destino. Cuando tenga un hijo y le demuestre que no todas las mujeres tienen por qué morir en el parto, le explicaré la mentira. Y si noto algo extraño durante el embarazo, también se lo diré, porque no quiero que sufra ni se sienta culpable.
—Muchacha, creo que te espera un largo camino por delante. Tendrás que ir con mucho cuidado para no cometer errores.
—Sí, ya lo sé. Pretendo curarlo aunque sé que podría empeorarlo todo. No tengo la sensación de que mi destino sea perecer en el parto. No puedo estar segura, pero presiento que lo haré bien, como mi madre y las demás mujeres de la familia. ¿Crees que me aferro a una falsa esperanza? No puedo correr el riesgo de equivocarme.
—No te equivocas.
—Perfecto, es una lástima que no haya venido nadie de la familia de Joe —continuó—. Me gustaría haberlos conocido antes de formar parte de la familia. De hecho, no sé cuándo voy a conocerlos. Sé muy poco acerca de los MacLagan. Creo que son un pequeño clan como el nuestro.
—Yo sé poco más. He oído pocas cosas malas, y eso es bueno. Yo no me preocuparía, hija.
Mientras Meg la peinaba con vigor, Meg pensó que aquello era más fácil de decir que de hacer. A menos que consiguiera derribar el muro que Joe había levantado alrededor de su corazón, tendría que hacer frente a muchos extraños cuando llegaran a su casa. Ella apenas se había separado del lado de su padre y, las pocas veces que lo había hecho, siempre había ido acompañada de algún miembro de su numerosa familia. A Caraidland, sólo la acompañaría Meg. Decidió que lo mejor sería convencer a Joe para que le explicara algo acerca de su familia y de Caraidland. Quizás así no se sentiría tan perdida cuando llegara. Y quizá tuviera la suficiente información para no dar pasos en falso. Su apuesta por ganarse el afecto de Joe nunca sería ganadora si ofendía a algún miembro de su familia, aunque fuera fruto de la ignorancia. El instinto le decía que era un hombre muy unido a su familia.
Cuando Meg terminó, __________ dejó que la acompañara hasta un espejo, algo que, en su opinión, abundaba en demasía en la corte. Se observó con cautela. Deseaba con todas sus fuerzas verse guapa el día de su boda y, con sorpresa en los ojos, decidió que Meg había hecho lo posible para hacer realidad su deseo. De hecho, ___________ no sabía si la reconocerían, pero entonces sonrió. El color del pelo la delataría.
Fijándose en el corsé del vestido dorado, se preguntó qué aspecto tendría si no llevara los pechos atados, pero luego hizo una mueca. Puede que Joe le hubiera dicho que no le importara el tamaño de sus pechos, pero todavía no estaba preparada para revelar a todos su auténtica figura. Estaba segura de que concentraría muchas más miradas de las que era capaz de tolerar. Estaba contenta de que Joe hubiera propuesto que siguiera llevando la venda hasta que llegaran a Caraidland. No obstante, si alguien se fijaba muy bien, diría que Meg no se la había apretado tanto como siempre.
—Bueno, ha llegado la hora de que vayas con la reina. ¿Te apetece un reconfortante sorbo de vino antes? —le preguntó Meg, con dulzura, e __________ asintió.
Después de vaciar el vaso casi de golpe, respiró hondo para intentar aplacar una repentina oleada de nervios.
—No sé por qué estoy temblando. Si ya he tenido mi noche de bodas.
—Sí, pero pronto dejarás la casa de tu padre y pertenecerás únicamente a sir Joe MacLagan y a nadie más.
—Sólo rezo para que me deje pertenecerle.
El frío acero contra la piel no era el despertar más agradable. Cuando Joe lo notó, se le heló la sangre. Entonces, muy despacio, levantó la cabeza de los pechos de una __________ dormida, y sintió una mezcla de alivio y preocupación. Por un momento, había temido que el amante de Catalina lo hubiera encontrado, lo que hubiera podido significar también la muerte de __________. Los ocho MacRoth que rodeaban su cama no parecían contentos pero, al menos, ellos no le harían nada a la chica. Además, la boda los tranquilizaría.
—Si te estás preguntando por qué tu escudero no nos ha detenido es porque está atado ante la puerta.
La frialdad de la voz de Alaistair MacRoth provocó que Joe hiciera una mueca interna. No era muy positivo enemistarse con su futuro suegro. Ni entablar una mala relación con los hermanos de tu futura mujer, y menos cuando eran once.
—Será mejor que empieces a explicarte, joven. Y deprisa.
—¿Padre? —balbuceó __________, mientras empezaba a despertarse y a darse cuenta de que Joe y ella ya no estaban solos.
Aquello provocó que todos los ojos de los MacRoth se posaran en ella. Joe vio cómo esos mismos ojos se abrían con incredulidad y siguió la dirección de sus miradas. Los preciosos pechos de __________ estaban al descubierto. Al ver aquellas expresiones en las caras de sus hermanos, la chica se sonrojó. Su desarrollo había sido un secreto para mucha gente. Joe estuvo a punto de echarse a reír cuando todos los hombres se volvieron hacia él, con la acusación reflejada en sus rostros.
__________ se tapó con la sábana. Tenía la intención de hablar con su padre, de confesarle lo que le había escondido durante tanto tiempo. Era terrible que el pobre descubriera así que su propia hija lo había tenido engañado durante años.
—¿Qué le has hecho? —preguntó Alaistair, dirigiendo toda su ira hacia Joe.
—Señor, creo que si se para a pensar un segundo, verá que yo no he tenido nada que ver con eso. Lo que ha pasado esta noche puede que haya cambiado a su hija, pero no tanto. Lo que ve no es obra de ningún hombre.
—Sí, sí. Ya lo sé. Estoy confundido. —Se echó el pelo hacia atrás y miró a su hija con el ceño fruncido—. ¿Cuándo te ha salido eso, hija? Me has ocultado tu cambio y no llego a entender por qué.
Avergonzada de que estuvieran hablando tan abiertamente de una parte tan íntima de su anatomía, __________ hizo un esfuerzo por contestar a su padre con sinceridad:
—Cambié poco después de… bueno, de convertirme en mujer.
—¿A los trece años? —preguntó él, con voz ronca, absolutamente alucinado por la duración del engaño.
—Sí —admitió ella a regañadientes, temerosa de haber herido a su padre con su silencio.
—Llevo seis años esperando a que crecieras y ya lo habías hecho. ¿Por qué me lo habías ocultado?
Ver que su familia la miraba como si estuviera loca la enfureció y espetó:
—¿Por qué no cuando lo único que querías era ponerme en el mercado como a una preciada cerda?
—Espera un momento —gritó Alaistair, irguiendo la espalda preparándose para discutir con su hija.
Antes de que la discusión pasara a mayores, Joe los interrumpió:
—¿Puedo hablar con usted?
—Sí, yo también tengo que decirte un par de cosas —dijo Alaistair entre dientes, volviendo a dirigir toda su ira hacia Joe—. Si pretendes decirme que no era casta y anular la boda, será mejor que te lo pienses dos veces.
—Papá —protestó _________, que tenía la sensación de que era muy injusto insultar a Joe de aquella manera antes incluso de haberle dado la oportunidad de explicarse.
—Pretendo casarme con ella, señor. No ha cambiado nada —dijo Joe con calma, aunque con una firmeza que no admitía dudas.
Cuando comprobó que todos los MacRoth relajaban su expresión, se puso los calzones. Luego, le dio el camisón a _________. Y lanzándole una tranquilizadora sonrisa, se volvió hacia Alaistair.
—¿Podríamos hablar aquí un momento, señor? —Joe se desplazó hasta un rincón de la habitación.
Cuando _________ hizo ademán de seguirlos, su padre gruñó:
—Tú te quedas donde estás. Chicos, vigilad que no se mueva.
__________ se sentó en la cama a regañadientes. Se preguntó de qué hablarían, pero sabía que no tenía ninguna posibilidad de escuchar la conversación. Sus hermanos estaban decididos a no quitarle el ojo de encima.
—Creo que no tengo que decirte que no estoy demasiado contento con lo que acabo de ver —dijo Alaistair en voz baja cuando llegaron a un rincón de la habitación.
—Lo entiendo, señor. No tiene explicación ni excusa. Me volví loco. —Lo dijo con una nota de desaprobación en la voz—. Acudió a mi habitación para revelarme el secreto que llevaba tanto tiempo escondiendo.
—¿Revelarlo? —preguntó Alaistair, con los ojos muy abiertos, cuando empezó a entender qué había pasado.
—Sí, eso es, señor. Hacía casi dos años y medio que no estaba con una mujer. Y no es excusa, lo sé, pero cuando me colocó ese material delante… —Meneó la cabeza—. Además, había estado bebiendo.
—¿Le has hecho daño? —preguntó Alaistair, algo tenso, y acercó la mano a la empuñadura de la espada para reforzar la amenaza.
—No, estoy seguro de que no. Sinceramente, no se lo puedo decir con exactitud porque, como ya le he dicho, me he vuelto loco.
—A decir verdad, entiendo lo que ha pasado. Un hombre puede resistirse a la tentación sólo hasta cierto punto, y luego sucumbe, y más si es joven y se ha privado de ella durante mucho tiempo. Confiaré en que, si ella se hubiera resistido o hubiera dicho que no, la habrías dejado ir.
—Sí, pero, para ser honesto, creo que lo ha hecho únicamente porque no sabía qué iba a pasar hasta que ha pasado.
—Quizá. Lo que no entiendo es por qué ha ocultado su forma, por qué ha dejado que pensara que tenía el cuerpo de una niña y no el de una mujer. Jamás pensé que fuera infeliz por ser una chica, a pesar de que a veces se ha quejado.
—No es eso, señor. Cree que su cuerpo es feo.
—Esta niña es boba. Ni yo ni sus hermanos le habríamos transmitido nunca una idea como esa.
—No. Esa mujer, Meg, tuvo la sensación de que __________ estaba desproporcionada, y la chica se lo ha creído. Acudió a mí porque realmente creía que me parecería una mujer deforme y la rechazaría. Y quería hacerlo antes de intercambiar los votos.
—Pero ahora ya debe pensar de otra forma —dijo Alaistair, arrastrando las palabras—. Los hombres no se vuelven locos, como tú dices, ante una chica fea.
—Sabe que a mí me parece perfecta, pero no estoy seguro de si se ha olvidado por completo de que su cuerpo es extraño, raro.
—Mataré a esa bruja de Meg.
—Yo creo que lo hizo por amor, señor. No quería que nadie ridiculizara a ____________.
—Sí —asintió Alaistair—. ___________ es la hija que Meg nunca tuvo. Jamás le haría daño a propósito. Sin embargo, hablaré con ella. Tiene que haber una forma de explicar el repentino cambio de la chica. No puede volver a como estaba antes —dijo, pensando en voz alta, mientras fruncía el ceño hacia su hija.
—Podría esperar hasta que nos fuéramos a Caraidland. Casi nadie de los que están aquí la verían allí y más adelante, cuando volvieran a verla, pensarían que les fallaba la memoria o que el matrimonio la había hecho madurar.
—Sí, o la maternidad.
Joe fue incapaz de mirar a los ojos a ese hombre cuando asintió.
—Sí, o eso.
—Y ahora llegamos al siguiente problema que hay que solucionar. Ya no es virgen.
—La prueba de su castidad es bien visible en las sábanas. —Con un movimiento de la mano, Joe invitó a Alaistair a comprobarlo, pero el hombre no se movió.
—Sí, unas sábanas que cambiarán hoy mismo y una prueba que desaparecerá a menos que los ojos indicados la vean hoy mismo. Robert, ve a buscar al rey. Tiene que ver que todo está en orden, a pesar de que la noche de bodas se haya producido antes del intercambio de votos. No quiero que esto esté en boca de todo el mundo, pero es preferible a que digan que mi hija no ha ido casta al matrimonio. El rey ha promovido este matrimonio, así que será mejor que lo vea con sus propios ojos y quizá nos aconseje algo.
_________ gruñó avergonzada y se ganó las miradas de compasión de sus hermanos. Tenía la estúpida esperanza de que el desliz quedara en la familia. Sin embargo, la implicación del rey a la hora de concertar el matrimonio convertía su castidad en un asunto de mayor importancia. Tenía que saber todo lo que había sucedido. __________ lo entendía, pero no le gustaba demasiado.
El hecho de que fuera el día de la boda que tanto ansiaba provocó que el rey acudiera enseguida a la habitación de Joe. No quería que nada saliera mal, pero una llamada de Alaistair a esas horas sólo podía significar problemas. Pero cuando entró en la habitación, vio la cama revuelta, la poca ropa que llevaban los prometidos y a los hermanos MacRoth armados hasta las cejas, comprendió lo que había pasado y se relajó. Parecía algo de fácil solución y que no ponía en peligro la unión que tanto ansiaba materializar.
—Vaya, esto sí que es una sorpresa —murmuró el rey, mirando a Joe con una ligera condena en los ojos.
—Sí, yo mismo me he sorprendido —farfulló éste, mientras se echaba el pelo hacia atrás.
—Bueno, Robbie, no toda la culpa es del chico. Mi hija lo tentó hasta un extremo inimaginable.
El trato tan familiar que Alaistair utilizó para dirigirse al rey sorprendió a Joe. Y cuando el rey no protestó, y lo aceptó como algo natural, se quedó boquiabierto. No se había dado cuenta de lo cercanos que estaban los MacRoth a la corona. Y ahora no podía evitar pensar si tendría que añadir al mismísimo rey a la lista de personas que querrían cortarle la cabeza si no hacía feliz a ___________.
—¿La pequeña ___________? —preguntó el rey, con sorpresa—. No, la chica en sí no supone una gran tentación, Alaistair.
—Abiertamente, no. _________, acércate —ordenó Alaistair, y la miró con severidad cuando ella dudó unos segundos.
Con las mejillas sonrojadas, ___________ obedeció a su padre a regañadientes. Entonces su padre dirigió la atención del rey hacia sus pechos, el rostro del monarca reflejó su sorpresa, y ella estuvo a punto de derretirse de la vergüenza. Incapaz de seguir soportando aquel escrutinio, se escondió detrás de Joe y utilizó su enorme cuerpo como escudo.
—Estoy seguro de que este cambio no se ha producido en una noche —murmuró el rey, confundido.
—No, nos lo escondió. Su tía la convenció de que era algo raro, extraño, incluso feo. Y la chica quería compartir su secreto con Joe y que él mismo juzgara, así que se presentó en su habitación y le enseñó todo lo que había estado escondiendo.
—¿Se lo enseñó? —La voz del rey se sacudió con la risa y miró a Joe con compasión—. ¿Ha habido prueba mayor para un hombre? Joe, hijo, parece que, al fin y al cabo, eres humano. Muchos lo dudaban.
—Por el bien de ___________, quisiera que mi debilidad no saliera de estas cuatro paredes. Ella acudió a mí con toda su inocencia. El hecho de que ya no lo sea sólo es culpa mía.
—¿Estás diciendo que la has forzado?
—Si lo hubiera hecho, estaría muerto —gruñó Alaistair.
Al mismo tiempo, __________ se asomó por detrás de Joe y miró al rey.
—No, señor. No he protestado ni una vez.
—¿Ni una vez? —bromeó él, sonriendo cuando incluso Joe parecía ligeramente desconcertado.
___________ gruñó y volvió a esconderse detrás de Joe, con la sonrojada mejilla pegada a su espalda. Tenía la sensación de que aquello era un bochorno como nadie tendría que sufrir en la vida. Se moría de ganas de que terminaran con todo y solucionaran el problema que había provocado su impetuosidad para poder volver a su habitación e intentar recomponerse. Quizás, el frenesí de actividad y celebración que traería la boda le haría olvidar aquella complicada mañana.
—De modo que el matrimonio se ha consumado antes de intercambiar los votos —dijo el rey, pensando en voz alta—. No es la primera vez que sucede. Muchas parejas de prometidos saborean las mieles del matrimonio antes de casarse.
—Sí, pero me temo que el rumor que correrá por la corte es que mi __________ no era casta cuando sir Joe la tomó en la noche de bodas.
—Ah, y eso podría implicar que Joe no haya sido el primero. Ahora lo comprendo todo. Robert, ve a buscar a la reina. Seguro que está esperando noticias mías. Que vengan ella y su doncella. Y esa tal Meg. Ellas nos ayudarán a solucionar esto. Relaja el gesto, Alaistair. Esto no supone ningún problema mayor.
Cuando las mujeres llegaron, __________ comprobó que el bochorno podía ser todavía mayor. Inspeccionaron las sábanas, confirmaron su castidad y discutieron sobre qué hacer a continuación. __________ intentó distanciarse de todo aquello observando a su padre y a Meg, y vio cómo él la reprendía. Intentó averiguar qué problemas podría tener Meg.
Se decidió que la ceremonia nupcial y la visita matutina a los novios la harían el matrimonio real, la doncella de la reina, Meg y dos hermanos de __________, así como Alexander MacDubh en representación de la familia ausente de Joe. Dicho esto, la familia de __________ se llevó a la chica a su habitación.
Cuando Joe se aseguró de que su escudero no estaba herido, lo envió a buscar a Alexander MacDubh. Y en cuanto este llegó, le explicó por encima lo que había pasado. También le explicó lo que tendría que hacer por la mañana. El ataque de risa de Alexander no mejoró el humor de Joe. Agradecía los esfuerzos que se estaban haciendo para que todo se mantuviera en secreto. Joe no tenía ningún deseo de situarse en el ojo del huracán de los chismes de la corte.
—Venga, Joe, seguro que a ti también te hace gracia —dijo Alexander al final, cuando consiguió controlar el ataque de risa.
—Quizá me ría cuando esté convencido de que todos hemos salido ilesos de esto —admitió.
—Aunque viven lejos, los MacRoth están cerca de la corona y el rey los aprecia a su manera. No permitirá que nada mancille su nombre.
—¿Soy el único que desconocía esta relación tan cercana?
—Bueno, eres el primero de tu familia que pasa tantos días en la corte, y el vínculo se estableció hace tiempo y todos los presentes fueron testigos. Si prestaras atención a los chismes te habrías enterado antes.
—Pensaba que venías a la corte a hacer otras cosas, no a hablar.
—Es cierto que vengo por las mujeres, pero ellas también hablan de vez en cuando. Los hombres deberían prestarles más atención. Es increíble lo que saben, aunque no siempre son conscientes de la importancia de la información que tienen en su poder.
—Lo tendré en cuenta. Venga, será mejor que me vista. Pronto esto estará lleno de gente.
—Amigo, deberías estar más contento. Te llevas a una buena chica. —Cuando no vio ningún atisbo de alegría en la cara de Joe, suspiró—. Bueno, al menos tu cama ya no estará vacía y quizás esta chica consiga hacerte cambiar de opinión sobre algunas cosas.
—Sospecho que, ahora mismo, ya tiene suficiente en qué pensar sin pararse a reflexionar sobre mí o mis pensamientos.
__________ hizo una mueca cuando Meg le frotó la espalda. La mujer lo estaba haciendo con mucha más fuerza de lo habitual. Sospechaba que su padre le había echado una buena reprimenda. Al cabo de un momento, decidió que ella no tenía por qué pagar la discusión que su padre y Meg hubieran tenido. Le quitó la esponja de la mano y se preguntó cómo era posible que algo tan blando pudiera hacer tanto daño.
—Si no paras, me quedaré sin piel —se quejó, mirando fijamente a Meg, que le devolvió la mirada.
—No te preocupes. Ese hombre igualmente se acostará contigo —farfulló ésta y se volvió, furiosa, a buscar la ropa que __________ tenía que ponerse.
—Madre mía, estás de mal humor, ¿verdad? —murmuró _________ mientras siguió bañándose—. Tenía que decírselo, Meg. No podía dejarlo para la noche de bodas. No era lo correcto.
—Tampoco era correcto lanzarte a la cama de ese hombre.
—Bueno, en realidad no me lancé. Me caí. Nunca pensé que reaccionaría así. —___________ seguía hablando con un toque de sorpresa en la voz.
—Si una mujer va enseñando su cuerpo a un hombre, es así como todos reaccionan —dijo Meg, convencida.
Conteniendo una carcajada provocada por las palabras de Meg, __________ dijo:
—Ahora ya lo sé. Pero igualmente va a casarse conmigo.
—Porque debe hacerlo. Venga, ya te has lavado suficiente. —Meg sujetó un paño seco—. ¿O acaso intentas borrar su recuerdo?
—No —respondió __________ con firmeza mientras salía del baño—. Me gusta que me toque y no me avergüenzo de decirlo. Pero hay algo que me preocupa y te lo digo con la esperanza de que quede como el mayor secreto entre las dos.
—¿Secreto también para tu padre?
—Sí, me entristece decirlo, pero no debe saberlo.
—Está bien. No lo sabrá.
—¿Sabes que la primera mujer de Joe murió dando a luz? —Meg asintió—. Fue un parto largo y doloroso y el hijo también murió. Joe tiene miedo de que se repita, un miedo pertinaz. A pesar de que la mujer de su hermano ha tenido varios hijos y todo ha salido bien, él ve el embarazo y el parto como una sentencia de muerte para la mujer. Y no puedo convencerlo de lo contrario. No quiere que me quede en estado.
—¿Cómo pretende impedirlo, a menos que no se meta en tu cama? Es decisión de Dios, no suya.
—Hay una forma de seguir durmiendo juntos y no dejarme embarazada… Las esponjas.
—Es un pecado —dijo Meg, casi sin aliento.
—Es un pecado impedirme tener hijos, sí, pero creo que ese truco de las esponjas podría ser útil. No es bueno que una mujer dé a luz a un hijo cada año. Así es imposible que recupere las fuerzas. Y creo que mi madre las utilizó porque todos nos llevamos más o menos dos años. Me parece demasiada coincidencia.
Meg frunció el ceño pensativa mientras la ayudaba a vestirse.
—Sí, puede que tengas razón. Si es pecado, es uno de los pequeños. Sigue, hija. Sé que me quieres explicar más cosas. ¿Te ha pedido que las utilices?
—Sí. De hecho, me ha amenazado con no volver a acostarse conmigo si me niego. No podía permitirlo, Meg. Me da igual que no estés de acuerdo conmigo, pero pienso intentar tener el matrimonio más pleno posible. Y no lo tendré si no compartimos cama.
—No. Acabaríais siendo más extraños de lo que lo sois ahora. Más de un matrimonio se salva o se pierde en la habitación.
—Es lo que yo pensaba, y por eso le prometí que utilizaría esas cosas.
—Entonces, ¿pretendes ser estéril y no tener hijos? —preguntó Meg, dejando claro en la voz y en el rostro su sorpresa y su enfado—. Te marchitarás en un matrimonio así.
—Lo sé. Quiero tener hijos. Me encantan y quiero tenerlos. En realidad, creo que odiaría a Joe si me lo negara, pero entiendo su miedo. Mentí, Meg. Le miré a los ojos y mentí.
Al reconocer el dolor y la culpa en su voz, Meg le acarició la mejilla.
—No es un pecado tan grande, hija.
—No es como me hubiera gustado empezar mi matrimonio, pero sabía que tenía que hacerlo. Algún día le explicaré la verdad. Quiero tener hijos, Meg y, con ello, pretendo dilapidar todos los miedos de Joe. Y te lo explico porque quizá necesite tu ayuda en esta farsa. Sobre todo el día que me quede embarazada. Sólo rezo para no añadir preocupaciones a la vida de Joe.
—No lo harás. Las mujeres de tu familia son muy fértiles y no sufren demasiado. ¿Por qué quieres seguir guardando silencio incluso cuando estés en estado? ¿No puedes decirle la verdad cuando estés segura?
—No. Tiene mucho miedo, Meg. Para que un hombre se niegue la posibilidad de tener un heredero ha de tener mucho miedo. Cuanto más tiempo pueda mantener en secreto mi estado, menos tiempo lo haré sufrir sobre mi destino. Cuando tenga un hijo y le demuestre que no todas las mujeres tienen por qué morir en el parto, le explicaré la mentira. Y si noto algo extraño durante el embarazo, también se lo diré, porque no quiero que sufra ni se sienta culpable.
—Muchacha, creo que te espera un largo camino por delante. Tendrás que ir con mucho cuidado para no cometer errores.
—Sí, ya lo sé. Pretendo curarlo aunque sé que podría empeorarlo todo. No tengo la sensación de que mi destino sea perecer en el parto. No puedo estar segura, pero presiento que lo haré bien, como mi madre y las demás mujeres de la familia. ¿Crees que me aferro a una falsa esperanza? No puedo correr el riesgo de equivocarme.
—No te equivocas.
—Perfecto, es una lástima que no haya venido nadie de la familia de Joe —continuó—. Me gustaría haberlos conocido antes de formar parte de la familia. De hecho, no sé cuándo voy a conocerlos. Sé muy poco acerca de los MacLagan. Creo que son un pequeño clan como el nuestro.
—Yo sé poco más. He oído pocas cosas malas, y eso es bueno. Yo no me preocuparía, hija.
Mientras Meg la peinaba con vigor, Meg pensó que aquello era más fácil de decir que de hacer. A menos que consiguiera derribar el muro que Joe había levantado alrededor de su corazón, tendría que hacer frente a muchos extraños cuando llegaran a su casa. Ella apenas se había separado del lado de su padre y, las pocas veces que lo había hecho, siempre había ido acompañada de algún miembro de su numerosa familia. A Caraidland, sólo la acompañaría Meg. Decidió que lo mejor sería convencer a Joe para que le explicara algo acerca de su familia y de Caraidland. Quizás así no se sentiría tan perdida cuando llegara. Y quizá tuviera la suficiente información para no dar pasos en falso. Su apuesta por ganarse el afecto de Joe nunca sería ganadora si ofendía a algún miembro de su familia, aunque fuera fruto de la ignorancia. El instinto le decía que era un hombre muy unido a su familia.
Cuando Meg terminó, __________ dejó que la acompañara hasta un espejo, algo que, en su opinión, abundaba en demasía en la corte. Se observó con cautela. Deseaba con todas sus fuerzas verse guapa el día de su boda y, con sorpresa en los ojos, decidió que Meg había hecho lo posible para hacer realidad su deseo. De hecho, ___________ no sabía si la reconocerían, pero entonces sonrió. El color del pelo la delataría.
Fijándose en el corsé del vestido dorado, se preguntó qué aspecto tendría si no llevara los pechos atados, pero luego hizo una mueca. Puede que Joe le hubiera dicho que no le importara el tamaño de sus pechos, pero todavía no estaba preparada para revelar a todos su auténtica figura. Estaba segura de que concentraría muchas más miradas de las que era capaz de tolerar. Estaba contenta de que Joe hubiera propuesto que siguiera llevando la venda hasta que llegaran a Caraidland. No obstante, si alguien se fijaba muy bien, diría que Meg no se la había apretado tanto como siempre.
—Bueno, ha llegado la hora de que vayas con la reina. ¿Te apetece un reconfortante sorbo de vino antes? —le preguntó Meg, con dulzura, e __________ asintió.
Después de vaciar el vaso casi de golpe, respiró hondo para intentar aplacar una repentina oleada de nervios.
—No sé por qué estoy temblando. Si ya he tenido mi noche de bodas.
—Sí, pero pronto dejarás la casa de tu padre y pertenecerás únicamente a sir Joe MacLagan y a nadie más.
—Sólo rezo para que me deje pertenecerle.
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