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"Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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"Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
Hola chicas (:
Aquí les traígo de nuevo una adaptación. Es un poco corta, pero realmente te atrapa. Bueno al menos a mi me ocurrio. Espero que a ustedes igual. Principalmente les dejare la ficha y el argumento.
Una última aclaración.
La protagonista en la novela se llama Snow, que en español es nieve. Lo cambiare como el segundo nombre y en el principal pondre las rayitas, donde ira su nombre (:
Aquí les traígo de nuevo una adaptación. Es un poco corta, pero realmente te atrapa. Bueno al menos a mi me ocurrio. Espero que a ustedes igual. Principalmente les dejare la ficha y el argumento.
Ficha
Nombre: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú)
Autor: Kelly Dreams
Adaptación: Si
Género: De todo un poco.
Advertencias: Es corta y no es tan hot, solo tiene un capítulo, pero como es algo fuerte, lo puse en este género. Puede llegar a tener un lenguaje fuerte.
Otras Páginas: No lose, ya que es una adaptación
Nombre: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú)
Autor: Kelly Dreams
Adaptación: Si
Género: De todo un poco.
Advertencias: Es corta y no es tan hot, solo tiene un capítulo, pero como es algo fuerte, lo puse en este género. Puede llegar a tener un lenguaje fuerte.
Otras Páginas: No lose, ya que es una adaptación
Una última aclaración.
La protagonista en la novela se llama Snow, que en español es nieve. Lo cambiare como el segundo nombre y en el principal pondre las rayitas, donde ira su nombre (:
Última edición por Natuu! el Vie 09 Mar 2012, 2:08 pm, editado 3 veces
Natuu!
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
CUANDO LA NIEVE SE DERRITA
Joe estaba conforme con su papel de profesor en la Academia “Ángeles Caídos”, su vida era buena, su sueldo más que suficiente y los alumnos lo respetaban.
¿Qué más podría pedir un Ángel Caído?
No haber aceptado la apuesta que lo obligaba a viajar a la Tierra, convencer a la primera humana que encontrara de que tenía que darle posada y sobre todo no enamorarse de ella hasta que pudiera regresar a casa… Cuando la nieve se derritiera.
Una peligrosa apuesta que pondría su alma en peligro y convertiría sus días en el peor de los infiernos…
Joe estaba conforme con su papel de profesor en la Academia “Ángeles Caídos”, su vida era buena, su sueldo más que suficiente y los alumnos lo respetaban.
¿Qué más podría pedir un Ángel Caído?
No haber aceptado la apuesta que lo obligaba a viajar a la Tierra, convencer a la primera humana que encontrara de que tenía que darle posada y sobre todo no enamorarse de ella hasta que pudiera regresar a casa… Cuando la nieve se derritiera.
Una peligrosa apuesta que pondría su alma en peligro y convertiría sus días en el peor de los infiernos…
Natuu!
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
nueva lectora wow creo que esta nove me gustara al igual que tus otras noves espero subas pronto el primer cap
DanyelitaJonas
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
ya llegue natu seve muy interesante
sube pronto el primer cap
sube pronto el primer cap
Nani Jonas
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
PRÓLOGO
—¿Crees que he sido blando?
El ángel negro se dio la vuelta y observó a su jefe arqueando una ceja ante la extraña pregunta, haría falta una tonelada de martillos neumáticos y trabajar con ellos hasta el fin de los tiempos para ablandar al jefe y propietario de aquella Academia de Entrenamiento para Ángeles Caídos y aún así ni siquiera estaba seguro de poder asegurar a ciencia cierta que Lucifer llegase a ablandarse, después de todo, el diablo siempre sería el diablo, con o sin traje de faena.
―¿Qué ha hecho esta vez? —Su voz oscura y profunda, un verdadero pecado para oídos puros y una agónica promesa de placer.
Luc, como prefería ser llamado por sus subordinados, se encogió con natural elegancia.
—Es un recién caído —respondió con fastidio, como si aquello lo explicase todo—. Le han dado la patada por algo tan patético como follarse a todo un grupo de animadoras y colgar las imágenes en alguna red social de internet. Patético, de veras. ¿Qué diablos les enseñan en el Haven? ¿Cómo joder su existencia y no morir en el intento? Empiezo a sentirme como una ONG y ni siquiera estamos subvencionados.
Los ojos castaños del caído fueron de su jefe al joven recién llegado que se afanaba en sacar brillo a la placa con el anagrama del complejo: Ángeles Caídos S.A. Lucifer había creído oportuno crear una sociedad, bajo su punto de vista aquello le daba más glamur al ya de por sí mal visto infierno. Era interesante ver como cambiaba la percepción de las cosas cuando las veías desde el otro lado del cristal. Joe lo había comprobado de primera mano, en sus años más jóvenes había sido una de los Puros o Alas Blancas, como se conocía a los moradores del Haven. Había pasado su tiempo como Guardián y ocasionalmente ocupándose del Departamento de Asuntos Sociales que para Humanos. Toda una eternidad al servicio de la comunidad, monitorizando a los humanos, encargándose de aquellos que habían quedado desprotegidos solo para encontrarse a sus dos últimos cargos asesinados por su propio padre después de haber apuñalado repetidas veces a su madre y pegarse posteriormente un tiro él mismo. Había bastado acompañar a las dos almas de aquellos dos niños que había visto crecer para que decidiera entregar sus alas y cobrar venganza. Aquel hijo de puta estaría asándose en el Horno para toda la eternidad.
—Creo que he sido blando —las palabras de su jefe lo sacaron de sus recuerdos—. Le mandaré limpiar también la incineradora.
Joe indicó con un gesto de cabeza hacia el ángel y se volvió hacia su jefe.
—¿Todo el equipo de animadoras?
Lucifer asintió y puso los ojos en blanco.
—Pensarías que tendría mejor criterio que tirarse a una pandilla de adolescentes calentorras, obviamente, lo de pensar no era su fuerte en ese momento —respondió con un ligero encogimiento de hombros, entonces palmeó el hombro del ángel y le señaló al jovenzuelo—. Que le saque brillo a las letras, con la barbacoa de la semana pasada se han quedado un poco negras y que se pase por la cocina, ese jodido suflé ha vuelto a estallar, ¿Por qué no puede simplemente crecer o quedarse desinflado? No, tenía que explotar, mis recetas siempre tienen que explotar.
Joe no dijo nada sobre la reciente afición de su jefe por la repostería, había envenenado a los dos últimos caídos los cuales todavía estaban echando el estómago por la boca y no le apetecía demasiado reemplazar su lugar.
—Me encargaré de que las deje relucientes —aseguró Joe haciendo rodar sus hombros, sus enormes alas negras se movieron con el movimiento arqueándose por encima de estos.
—No te olvides de la cocina, realmente necesita una limpieza —le aseguró con una última mueca antes de darse media vuelta y marcharse mascullando algo sobre la posibilidad de los pasteles de carne y el cianuro.
Joe sacudió la cabeza y volvió a fijarse en el novato, dudaba que el pobre chico supiese exactamente en dónde había ido a caer y que le iba a tocar en suerte, la mayoría de los recién caídos se arrepentían de sus actos casi al instante de cometerlos, lamentablemente lo hacían demasiado tarde para las reglas del Haven: Si habías sido tan tonto para caer una vez, lo serías para siempre. Esa era una de las normas con las que Joe nunca había estado del todo de acuerdo y se había alegrado al darle la espalda por completo cuando había abandonado el Haven.
Podía haber perdido su estatus de Alas Blancas, pero no se arrepentía de haber caído, en realidad, si tuviese que volver a elegir, volvería a elegir su caída. Ningún humano merecía que lo cuidasen, su amor por los demás demasiado a menudo se convertía en odio y ese odio los conducía a tomar las decisiones más estúpidas. No, nunca volvería a permitir que un humano le preocupase hasta el punto de tener que acompañar su alma al más allá.
—Empieza a frotar con más energía o estarás aquí todavía cuando se produzca el fin de los tiempos — Joe se dirigió al joven caído en voz alta, haciéndole dar un respingo sobre el precario taburete, sus alas grisáceas moviéndose a su espalda en un intento de estabilizarle. Las alas de los recién caídos eran de un tono gris claro, volviéndose más oscuro a medida que pasaba el tiempo y sus deseos de volver al Haven desaparecían siendo reemplazados por sus propios deseos y anhelos. En todo el complejo solo había dos de ellos con las alas totalmente negras.
—Preferiría estar en cualquier otra parte cuando eso suceda —respondió el joven dejando caer nuevamente el paño manchado de hollín en el cubo de agua ya ennegrecida—, en realidad, desearía estarlo ahora mismo.
Joe respiró profundamente y se preparó mentalmente para el infantil lloriqueo que vendría tras esas palabras, los recién caídos podían llegar a ser realmente como niños cuando se les metía entre ceja y ceja que no pertenecían a aquel lugar. Nuevamente, que lo hubiesen pensado antes.
—Este no es mi sitio, yo no tengo madera de ángel caído —empezó con su letanía—, ¿Y crees que se han dignado a escucharme? No, nadie lo ha hecho. ¿Y todo por qué? Porque esa calienta braguetas de Dianna apostó a que no sería capaz de acercarme a esas estúpidas hembras y follarme a su capitana. ¡Pues me la follé y me follé también a las demás!
Este chico era realmente tonto, pensó Joe mientras escuchaba con los brazos cruzados sobre el pecho la indignada confesión.
—Esa zorra de alas blancas era la que tenía que estar aquí, no yo —terminó con un puchero.
—¿Te has tirado a todo un equipo de animadoras, porque una de esas estúpidas Alas Blancas te desafió? —la incredulidad goteaba de la sensual voz de Joe.
El joven caído enrojeció, sus labios cerrándose en una fuerte línea antes de mascullar entre dientes.
—Es la jefa de las Guerreras Blancas —se justificó.
—Y tú un auténtico idiota —le aseguró Joe negando con la cabeza para luego señalarle el cubo—. Sigue limpiando. Cuando termines te estará esperando la cocina de Luc.
Refunfuñando el ángel caído se dobló para recoger el paño y volvió al trabajo.
Había ocasiones en las que Joe no estaba seguro de la inteligencia de ciertos ángeles y sus motivos para caer en la perdición, pero lo de este joven caído era demasiado. Pasándose una mano por el largo pelo negro que llevaba atado en una coleta a la altura de la nuca hizo la nota mental de darles una charla a sus alumnos sobre las “estupideces y sus consecuencias”.
—¿Problemas para impartir disciplina a uno de tus nuevos alumnos, Joseph?
La voz femenina procedente del final del corredor llamó su atención, unos hermosos ojos azules le sonreían en un adorable rostro que nada tenía que envidiar al resto de la anatomía del ángel caída que caminaba hacia él. Sus alas profundamente negras rivalizaban con el cuero que envolvía sus largas piernas y llenos pechos, el corsé de corte gótico moldeaba sus formas a la perfección y le daba el único toque de color, rojo sangre, a la indumentaria totalmente negra de ella. Solo su lago pelo castaño cayendo en bucles por sus hombros y que enmarcaba su dulce rostro rompían la armonía de su oscuro atuendo.
—Si fuera uno de mis alumnos estaría limpiando eso con la lengua y no con un paño —le aseguró con suficiencia, sus labios curvándose en una conocedora sonrisa.
Ella se rió delicadamente y se detuvo frente a él.
—Me encanta la manera que tienes de educar a tus alumnos —le respondió con obvia ironía.
Aquella era su mejor amiga, la única que lo había soportado cuando había caído en aquel agujero y prácticamente le había dicho a Luc donde se podía meter su jodida Academia. El resultado había sido un ala parcialmente desgarrada, una cuchillada en la otra y varias quemaduras decorando su piel durante varias semanas y solo Ara se había arriesgado a cuidar de él, haciendo oídos sordos a todo el repertorio de insultos que había lanzado sobre ella y sobre cualquiera que se acercara.
Tenía que admitirlo, había sido un auténtico cabrón idiota en aquella época.
—Es única, lo sé —respondió a su pulla con nada más que un encogimiento de hombros—. ¿Qué haces por aquí? Te hacía en Egipto.
Ella imitó su gesto encogiéndose también de hombros, sus ojos azul claro esquivaron inteligentemente los suyos.
—Acabé antes de lo que había pensado —su mirada fue hacia el joven caído que seguía frotando para devolverle la calidad dorada a la placa.
Joe la estudió durante unos breves instantes conociendo el motivo por el cual ella esquivaba su mirada, sospechando que era el mismo que había motivado su pronto regreso. Faltaban pocos días para la navidad, una época en la que los recuerdos afloraban con más facilidad y para Ara eran unos recuerdos llenos de tragedia y dolor. Como ángel puro había sido destinada a velar por un humano, un joven médico que había sido incapaz de dar con una cura para su propia enfermedad y había caído profundamente enamorada de él. Había roto todas las reglas del Haven por estar con su humano, por compartir con él sus últimos días de vida y finalmente acompañarlo al otro lado. Ara nunca había sido la misma desde entonces.
—¿Cuánto tiempo ha pasado ya? —preguntó directamente, el tacto nunca había sido lo suyo.
La fugaz mirada de dolor que vio en los ojos de ella hizo que le diesen ganas de volver a traer al cabrón de vuelta solo para matarlo de nuevo, no era justo que alguien tan dulce como Ara sufriera así.
—No entiendo porque te empeñas en recordar a ese inútil humano cuando ha sido el único que ha hecho que acabes aquí, aguantándome a mí —Continuó él, buscando el punto de ironía necesario para restar importancia al asunto—. Luc no debería haberte impuesto un castigo tan largo.
Ella puso los ojos en blanco y resopló.
—Sí, realmente eres como una enorme espina en mi trasero la mayoría de las veces, Joe —respondió ella con pura ironía—. No sé que he podido ver en ti para seguir aquí, viendo tu patético rostro todos los días y oírte bufar sobre la inmundicia de la humanidad y lo inservibles que son sus vidas.
Él se rió, su risa una sensual cadencia musical que tenía a sus alumnas absolutamente enamoradas de él.
—Ese es el punto, mi querida caída, sus vidas son inservibles, no conseguirían hacer nada bueno con ellas ni aunque se lo pusieses por escrito —aseguró con mordacidad—. Los humanos son de naturaleza patética, sus mujeres solo parecen servir para una cosa e incluso en eso, no son tan buenas como ellas creen.
Ara levantó la mano y le dio una palmada en la nuca.
—Estás ofendiéndome, señor solo pienso bien con la polla —ella lo apuntó con un dedo, entonces puso los brazos en jarra—. Estás comparando a las mujeres humanas con las calienta braguetas que tienes por alumnas y eso es patético, yo tengo amigas humanas y le dan mil vueltas a esas calentorras con las que te encierras en el armario de las escobas.
Joe frunció el ceño y apuntó lo obvio.
—No tenemos armario de las escobas, cielito.
Ara bufó. Había cosas que simplemente no iban a cambiar por más palabras que utilizase y Joseph era una de ellas. Amaba a su amigo como solo un ángel caído podía hacerlo, en él había encontrado un alma a fin en su tormento pero el dolor que aquejaba a Joe iba mucho más profundo que el suyo, tanto que el propio ángel había olvidado que seguía ahí, pero eso no quitaba que siguiese existiendo, comiéndole desde dentro. Echó un vistazo a sus alas, la oscura pureza de sus plumas la estremeció, entre los suyos él era uno de los más antiguos junto con ella misma y sus alas tenían el negro más brillante que indicaba que había llegado a un punto sin retorno. Los caídos antes o después llegaban a tener ese tono en sus alas, pero nunca tan rápidamente como lo había alcanzado Joe. Y como lo había alcanzado ella misma.
Para ella las alas negras no eran un símbolo de haber fallado a sus deberes, eran el crespón de luto que su alma llevaba por su amado, un recordatorio de que había sido capaz de amar, aunque solo fuera por unos pocos instantes. Joe no sabía que era el amor, ni siquiera creía en él y la idea de que ella hubiese amado a un humano le parecía absolutamente inconcebible.
Quizás fuera hora de demostrarle cuan equivocado estaba.
—Y deberías cuidar tus espaldas si piensas que esos seres inferiores saben siquiera el significado de la palabra amistad —continuó Joe sin darse cuenta el brillo que había prendido en los ojos de Ara—. Esas mujeres, te sacarán los ojos con las uñas antes de que te hayas dado cuenta siquiera y entonces sí que no me vengas llorando, mis advertencias solo surten efecto una vez, la única que las pronuncio.
Ara curvó sus labios en una conocedora sonrisa.
—¿Sacarme los ojos con las uñas? —ella lo miró de arriba abajo—. Te equivocas de género, Joe, eso sin duda lo harían contigo.
Él arqueó una ceja en respuesta.
—No lo pongo en duda, pero me arrancarían la ropa… no los ojos —se rió él con un ligero y desinteresado encogimiento de hombros—. Pero para ello, debería estar interesado en alguna de esas insulsas humanas y no es el caso… se convierten en unas estúpidas balbuceantes después de una ronda en la cama.
Los ojos de Ara brillaron ante tan masculino comentario.
—Por una vez me hubiese gustado verte caer de rodillas ante una mujer —aseguró ella añadiendo una rápida explicación—, y no precisamente para estar a la altura de tus…expectativas con ella.
Él hizo rodar los ojos ante la simple sugerencia.
—Ninguna humana vale tanto como para que ensucie mis plumas —respondió con verdadero desinterés.
Ella se le quedó mirando fijamente y añadió con mucha suavidad.
—En mi caso si lo valió.
Joe se mordió una rápida maldición que brotó desde el fondo de su garganta, no era eso lo que él quería decir y Ara lo sabía perfectamente.
—¿De veras? ¿Incluso cuando él murió en tus brazos y tuviste que acompañarle hasta su siguiente viaje? —Respondió lentamente, con una crudeza que no pensaba que utilizaría nunca con su amiga—. ¿Consideras eso algo que valió la pena?
Ara se puso rígida y apretando los dientes asintió con lentitud.
—Al menos yo sí sé lo que es el amor, pedazo de idiota egoísta —le aseguró ella con rudeza—. Tú no lo reconocerías ni aunque fuera lo primero que vieses al despertarte cada mañana y lo último al acostarte cada noche. Lo único que haces es seducir, follar y largarte, no durarías ni una semana conviviendo con un humano cualquiera.
—¿Crees conocerme tan bien como para poder asegurarlo?
Ara sacudió la cabeza y le apuntó con un dedo.
—Demuéstrame que estoy equivocada —respondió ella en abierto desafío—, y me haré cargo de tus alumnos durante una semana entera.
Joe frunció el ceño y la estudió durante un largo instante, haciendo que ella sonriese todavía más y añadiese.
—¿Dudas, Joseph?
El ángel caído se enderezó en toda su altura, sus alas se extendieron a su espalda con un golpe de aire haciendo volar algunas plumas antes de volver a plegarlas asomando por encima de sus hombros.
—No dudo de mí, Ara, si no de tu buen sentido común el cual parece que acaba de esfumarse por completo —respondió él con un despreocupado encogimiento de hombros—. Sé perfectamente que ninguna humana en esta vida o en las siguientes podría llamar mi atención como para querer hacer algo más después de follarla… eso si llegase a darse el milagro de que me interesara hasta tal punto.
Ara se miró las perfectas uñas y luego a él.
—Mi sentido común está mejor que nunca —aseguró ella con una pacífica sonrisa—. ¿Qué hay de tu sentido de la aventura?
Joe entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.
—Que sean dos semanas de prácticas —respondió él con suficiencia—. Ninguna humana puede ser tan penosa como para soportar su presencia durante unos cuantos días.
Ella se mordió una ilusionada sonrisa.
—Ya que estás tan seguro de ti mismo, permíteme que añada una pequeña cláusula —pidió con estudiada inocencia—, te quedarás con la primera hembra a la que veas.
Él se echó a reír.
—¿Pretendes que cuide de una anciana, un infante?
Ella sonrió en respuesta pero no respondió.
—Llegarás con la primera de las nieves y estarás obligado a regresar cuando la nieve empiece a derretirse —continuó ella marcando las pautas.
—Descartamos entonces la Antártida y Canadá, ¿uh?
—Y si te enamoras de ella… perderás.
—Ahora sí que estoy seguro que has enloquecido —aseguró Joe con una audible carcajada.
Ella sonrió y se encogió de hombros.
—¿Aceptas el trato?
Él sacudió la cabeza y se le quedó mirando, entonces empezó a caminar de un lado para otro.
—Déjame que lo resuma. Bajar con la primera nevada y regresar cuando la nieve empiece a derretirse, seducir a la primera humana con la que me tope… para no morirme de tedio mientras espero, siempre y cuando no sea una anciana o una menor, porque ni siquiera yo puedo caer tan bajo y absolutamente nada de enamorarse —enumeró mirándola a ella después de cada pausa—. Y así te demostraré lo patéticos que son los humanos, lo inservibles que resultan la mayor parte del tiempo. Oh, y tú te ocuparás de mis alumnos durante dos semanas.
Ahora fue el turno de ella de hacer una mueca.
—¿Es realmente necesario? ¿Tus alumnos?
Joe sonrió de oreja a oreja. Los jóvenes caídos que llegaban a manos de Joe eran conocidos por acabar con la paciencia de cualquier otro mentor en la Academia de Ángeles Caídos, ya fuera por su rebeldía, ñoñería o la insistencia en llamar a sus mamás.
—Absolutamente —aseguró él con seguridad.
Él vio suspirar a Ara pero al final la ángel caída asintió y le tendió la mano.
—Acepto tus términos, Joseph —aceptó ella, en su voz parecía haber un deje de resignación.
—Quizás debieras ir conociéndolos, muy pronto, serán todos tuyos —aseguró él estrechando su mano con la de ella en un firme apretón.
Ella sacudió la cabeza y bajando el tono de voz y mirándolo a los ojos le recordó.
—No te enamores, Joe —le recordó la más importante de las cláusulas—. Si lo haces, perderás.
—Oh, pequeña, en el Infierno empezará a hacer frío cuando eso ocurra.
El ángel negro se dio la vuelta y observó a su jefe arqueando una ceja ante la extraña pregunta, haría falta una tonelada de martillos neumáticos y trabajar con ellos hasta el fin de los tiempos para ablandar al jefe y propietario de aquella Academia de Entrenamiento para Ángeles Caídos y aún así ni siquiera estaba seguro de poder asegurar a ciencia cierta que Lucifer llegase a ablandarse, después de todo, el diablo siempre sería el diablo, con o sin traje de faena.
―¿Qué ha hecho esta vez? —Su voz oscura y profunda, un verdadero pecado para oídos puros y una agónica promesa de placer.
Luc, como prefería ser llamado por sus subordinados, se encogió con natural elegancia.
—Es un recién caído —respondió con fastidio, como si aquello lo explicase todo—. Le han dado la patada por algo tan patético como follarse a todo un grupo de animadoras y colgar las imágenes en alguna red social de internet. Patético, de veras. ¿Qué diablos les enseñan en el Haven? ¿Cómo joder su existencia y no morir en el intento? Empiezo a sentirme como una ONG y ni siquiera estamos subvencionados.
Los ojos castaños del caído fueron de su jefe al joven recién llegado que se afanaba en sacar brillo a la placa con el anagrama del complejo: Ángeles Caídos S.A. Lucifer había creído oportuno crear una sociedad, bajo su punto de vista aquello le daba más glamur al ya de por sí mal visto infierno. Era interesante ver como cambiaba la percepción de las cosas cuando las veías desde el otro lado del cristal. Joe lo había comprobado de primera mano, en sus años más jóvenes había sido una de los Puros o Alas Blancas, como se conocía a los moradores del Haven. Había pasado su tiempo como Guardián y ocasionalmente ocupándose del Departamento de Asuntos Sociales que para Humanos. Toda una eternidad al servicio de la comunidad, monitorizando a los humanos, encargándose de aquellos que habían quedado desprotegidos solo para encontrarse a sus dos últimos cargos asesinados por su propio padre después de haber apuñalado repetidas veces a su madre y pegarse posteriormente un tiro él mismo. Había bastado acompañar a las dos almas de aquellos dos niños que había visto crecer para que decidiera entregar sus alas y cobrar venganza. Aquel hijo de puta estaría asándose en el Horno para toda la eternidad.
—Creo que he sido blando —las palabras de su jefe lo sacaron de sus recuerdos—. Le mandaré limpiar también la incineradora.
Joe indicó con un gesto de cabeza hacia el ángel y se volvió hacia su jefe.
—¿Todo el equipo de animadoras?
Lucifer asintió y puso los ojos en blanco.
—Pensarías que tendría mejor criterio que tirarse a una pandilla de adolescentes calentorras, obviamente, lo de pensar no era su fuerte en ese momento —respondió con un ligero encogimiento de hombros, entonces palmeó el hombro del ángel y le señaló al jovenzuelo—. Que le saque brillo a las letras, con la barbacoa de la semana pasada se han quedado un poco negras y que se pase por la cocina, ese jodido suflé ha vuelto a estallar, ¿Por qué no puede simplemente crecer o quedarse desinflado? No, tenía que explotar, mis recetas siempre tienen que explotar.
Joe no dijo nada sobre la reciente afición de su jefe por la repostería, había envenenado a los dos últimos caídos los cuales todavía estaban echando el estómago por la boca y no le apetecía demasiado reemplazar su lugar.
—Me encargaré de que las deje relucientes —aseguró Joe haciendo rodar sus hombros, sus enormes alas negras se movieron con el movimiento arqueándose por encima de estos.
—No te olvides de la cocina, realmente necesita una limpieza —le aseguró con una última mueca antes de darse media vuelta y marcharse mascullando algo sobre la posibilidad de los pasteles de carne y el cianuro.
Joe sacudió la cabeza y volvió a fijarse en el novato, dudaba que el pobre chico supiese exactamente en dónde había ido a caer y que le iba a tocar en suerte, la mayoría de los recién caídos se arrepentían de sus actos casi al instante de cometerlos, lamentablemente lo hacían demasiado tarde para las reglas del Haven: Si habías sido tan tonto para caer una vez, lo serías para siempre. Esa era una de las normas con las que Joe nunca había estado del todo de acuerdo y se había alegrado al darle la espalda por completo cuando había abandonado el Haven.
Podía haber perdido su estatus de Alas Blancas, pero no se arrepentía de haber caído, en realidad, si tuviese que volver a elegir, volvería a elegir su caída. Ningún humano merecía que lo cuidasen, su amor por los demás demasiado a menudo se convertía en odio y ese odio los conducía a tomar las decisiones más estúpidas. No, nunca volvería a permitir que un humano le preocupase hasta el punto de tener que acompañar su alma al más allá.
—Empieza a frotar con más energía o estarás aquí todavía cuando se produzca el fin de los tiempos — Joe se dirigió al joven caído en voz alta, haciéndole dar un respingo sobre el precario taburete, sus alas grisáceas moviéndose a su espalda en un intento de estabilizarle. Las alas de los recién caídos eran de un tono gris claro, volviéndose más oscuro a medida que pasaba el tiempo y sus deseos de volver al Haven desaparecían siendo reemplazados por sus propios deseos y anhelos. En todo el complejo solo había dos de ellos con las alas totalmente negras.
—Preferiría estar en cualquier otra parte cuando eso suceda —respondió el joven dejando caer nuevamente el paño manchado de hollín en el cubo de agua ya ennegrecida—, en realidad, desearía estarlo ahora mismo.
Joe respiró profundamente y se preparó mentalmente para el infantil lloriqueo que vendría tras esas palabras, los recién caídos podían llegar a ser realmente como niños cuando se les metía entre ceja y ceja que no pertenecían a aquel lugar. Nuevamente, que lo hubiesen pensado antes.
—Este no es mi sitio, yo no tengo madera de ángel caído —empezó con su letanía—, ¿Y crees que se han dignado a escucharme? No, nadie lo ha hecho. ¿Y todo por qué? Porque esa calienta braguetas de Dianna apostó a que no sería capaz de acercarme a esas estúpidas hembras y follarme a su capitana. ¡Pues me la follé y me follé también a las demás!
Este chico era realmente tonto, pensó Joe mientras escuchaba con los brazos cruzados sobre el pecho la indignada confesión.
—Esa zorra de alas blancas era la que tenía que estar aquí, no yo —terminó con un puchero.
—¿Te has tirado a todo un equipo de animadoras, porque una de esas estúpidas Alas Blancas te desafió? —la incredulidad goteaba de la sensual voz de Joe.
El joven caído enrojeció, sus labios cerrándose en una fuerte línea antes de mascullar entre dientes.
—Es la jefa de las Guerreras Blancas —se justificó.
—Y tú un auténtico idiota —le aseguró Joe negando con la cabeza para luego señalarle el cubo—. Sigue limpiando. Cuando termines te estará esperando la cocina de Luc.
Refunfuñando el ángel caído se dobló para recoger el paño y volvió al trabajo.
Había ocasiones en las que Joe no estaba seguro de la inteligencia de ciertos ángeles y sus motivos para caer en la perdición, pero lo de este joven caído era demasiado. Pasándose una mano por el largo pelo negro que llevaba atado en una coleta a la altura de la nuca hizo la nota mental de darles una charla a sus alumnos sobre las “estupideces y sus consecuencias”.
—¿Problemas para impartir disciplina a uno de tus nuevos alumnos, Joseph?
La voz femenina procedente del final del corredor llamó su atención, unos hermosos ojos azules le sonreían en un adorable rostro que nada tenía que envidiar al resto de la anatomía del ángel caída que caminaba hacia él. Sus alas profundamente negras rivalizaban con el cuero que envolvía sus largas piernas y llenos pechos, el corsé de corte gótico moldeaba sus formas a la perfección y le daba el único toque de color, rojo sangre, a la indumentaria totalmente negra de ella. Solo su lago pelo castaño cayendo en bucles por sus hombros y que enmarcaba su dulce rostro rompían la armonía de su oscuro atuendo.
—Si fuera uno de mis alumnos estaría limpiando eso con la lengua y no con un paño —le aseguró con suficiencia, sus labios curvándose en una conocedora sonrisa.
Ella se rió delicadamente y se detuvo frente a él.
—Me encanta la manera que tienes de educar a tus alumnos —le respondió con obvia ironía.
Aquella era su mejor amiga, la única que lo había soportado cuando había caído en aquel agujero y prácticamente le había dicho a Luc donde se podía meter su jodida Academia. El resultado había sido un ala parcialmente desgarrada, una cuchillada en la otra y varias quemaduras decorando su piel durante varias semanas y solo Ara se había arriesgado a cuidar de él, haciendo oídos sordos a todo el repertorio de insultos que había lanzado sobre ella y sobre cualquiera que se acercara.
Tenía que admitirlo, había sido un auténtico cabrón idiota en aquella época.
—Es única, lo sé —respondió a su pulla con nada más que un encogimiento de hombros—. ¿Qué haces por aquí? Te hacía en Egipto.
Ella imitó su gesto encogiéndose también de hombros, sus ojos azul claro esquivaron inteligentemente los suyos.
—Acabé antes de lo que había pensado —su mirada fue hacia el joven caído que seguía frotando para devolverle la calidad dorada a la placa.
Joe la estudió durante unos breves instantes conociendo el motivo por el cual ella esquivaba su mirada, sospechando que era el mismo que había motivado su pronto regreso. Faltaban pocos días para la navidad, una época en la que los recuerdos afloraban con más facilidad y para Ara eran unos recuerdos llenos de tragedia y dolor. Como ángel puro había sido destinada a velar por un humano, un joven médico que había sido incapaz de dar con una cura para su propia enfermedad y había caído profundamente enamorada de él. Había roto todas las reglas del Haven por estar con su humano, por compartir con él sus últimos días de vida y finalmente acompañarlo al otro lado. Ara nunca había sido la misma desde entonces.
—¿Cuánto tiempo ha pasado ya? —preguntó directamente, el tacto nunca había sido lo suyo.
La fugaz mirada de dolor que vio en los ojos de ella hizo que le diesen ganas de volver a traer al cabrón de vuelta solo para matarlo de nuevo, no era justo que alguien tan dulce como Ara sufriera así.
—No entiendo porque te empeñas en recordar a ese inútil humano cuando ha sido el único que ha hecho que acabes aquí, aguantándome a mí —Continuó él, buscando el punto de ironía necesario para restar importancia al asunto—. Luc no debería haberte impuesto un castigo tan largo.
Ella puso los ojos en blanco y resopló.
—Sí, realmente eres como una enorme espina en mi trasero la mayoría de las veces, Joe —respondió ella con pura ironía—. No sé que he podido ver en ti para seguir aquí, viendo tu patético rostro todos los días y oírte bufar sobre la inmundicia de la humanidad y lo inservibles que son sus vidas.
Él se rió, su risa una sensual cadencia musical que tenía a sus alumnas absolutamente enamoradas de él.
—Ese es el punto, mi querida caída, sus vidas son inservibles, no conseguirían hacer nada bueno con ellas ni aunque se lo pusieses por escrito —aseguró con mordacidad—. Los humanos son de naturaleza patética, sus mujeres solo parecen servir para una cosa e incluso en eso, no son tan buenas como ellas creen.
Ara levantó la mano y le dio una palmada en la nuca.
—Estás ofendiéndome, señor solo pienso bien con la polla —ella lo apuntó con un dedo, entonces puso los brazos en jarra—. Estás comparando a las mujeres humanas con las calienta braguetas que tienes por alumnas y eso es patético, yo tengo amigas humanas y le dan mil vueltas a esas calentorras con las que te encierras en el armario de las escobas.
Joe frunció el ceño y apuntó lo obvio.
—No tenemos armario de las escobas, cielito.
Ara bufó. Había cosas que simplemente no iban a cambiar por más palabras que utilizase y Joseph era una de ellas. Amaba a su amigo como solo un ángel caído podía hacerlo, en él había encontrado un alma a fin en su tormento pero el dolor que aquejaba a Joe iba mucho más profundo que el suyo, tanto que el propio ángel había olvidado que seguía ahí, pero eso no quitaba que siguiese existiendo, comiéndole desde dentro. Echó un vistazo a sus alas, la oscura pureza de sus plumas la estremeció, entre los suyos él era uno de los más antiguos junto con ella misma y sus alas tenían el negro más brillante que indicaba que había llegado a un punto sin retorno. Los caídos antes o después llegaban a tener ese tono en sus alas, pero nunca tan rápidamente como lo había alcanzado Joe. Y como lo había alcanzado ella misma.
Para ella las alas negras no eran un símbolo de haber fallado a sus deberes, eran el crespón de luto que su alma llevaba por su amado, un recordatorio de que había sido capaz de amar, aunque solo fuera por unos pocos instantes. Joe no sabía que era el amor, ni siquiera creía en él y la idea de que ella hubiese amado a un humano le parecía absolutamente inconcebible.
Quizás fuera hora de demostrarle cuan equivocado estaba.
—Y deberías cuidar tus espaldas si piensas que esos seres inferiores saben siquiera el significado de la palabra amistad —continuó Joe sin darse cuenta el brillo que había prendido en los ojos de Ara—. Esas mujeres, te sacarán los ojos con las uñas antes de que te hayas dado cuenta siquiera y entonces sí que no me vengas llorando, mis advertencias solo surten efecto una vez, la única que las pronuncio.
Ara curvó sus labios en una conocedora sonrisa.
—¿Sacarme los ojos con las uñas? —ella lo miró de arriba abajo—. Te equivocas de género, Joe, eso sin duda lo harían contigo.
Él arqueó una ceja en respuesta.
—No lo pongo en duda, pero me arrancarían la ropa… no los ojos —se rió él con un ligero y desinteresado encogimiento de hombros—. Pero para ello, debería estar interesado en alguna de esas insulsas humanas y no es el caso… se convierten en unas estúpidas balbuceantes después de una ronda en la cama.
Los ojos de Ara brillaron ante tan masculino comentario.
—Por una vez me hubiese gustado verte caer de rodillas ante una mujer —aseguró ella añadiendo una rápida explicación—, y no precisamente para estar a la altura de tus…expectativas con ella.
Él hizo rodar los ojos ante la simple sugerencia.
—Ninguna humana vale tanto como para que ensucie mis plumas —respondió con verdadero desinterés.
Ella se le quedó mirando fijamente y añadió con mucha suavidad.
—En mi caso si lo valió.
Joe se mordió una rápida maldición que brotó desde el fondo de su garganta, no era eso lo que él quería decir y Ara lo sabía perfectamente.
—¿De veras? ¿Incluso cuando él murió en tus brazos y tuviste que acompañarle hasta su siguiente viaje? —Respondió lentamente, con una crudeza que no pensaba que utilizaría nunca con su amiga—. ¿Consideras eso algo que valió la pena?
Ara se puso rígida y apretando los dientes asintió con lentitud.
—Al menos yo sí sé lo que es el amor, pedazo de idiota egoísta —le aseguró ella con rudeza—. Tú no lo reconocerías ni aunque fuera lo primero que vieses al despertarte cada mañana y lo último al acostarte cada noche. Lo único que haces es seducir, follar y largarte, no durarías ni una semana conviviendo con un humano cualquiera.
—¿Crees conocerme tan bien como para poder asegurarlo?
Ara sacudió la cabeza y le apuntó con un dedo.
—Demuéstrame que estoy equivocada —respondió ella en abierto desafío—, y me haré cargo de tus alumnos durante una semana entera.
Joe frunció el ceño y la estudió durante un largo instante, haciendo que ella sonriese todavía más y añadiese.
—¿Dudas, Joseph?
El ángel caído se enderezó en toda su altura, sus alas se extendieron a su espalda con un golpe de aire haciendo volar algunas plumas antes de volver a plegarlas asomando por encima de sus hombros.
—No dudo de mí, Ara, si no de tu buen sentido común el cual parece que acaba de esfumarse por completo —respondió él con un despreocupado encogimiento de hombros—. Sé perfectamente que ninguna humana en esta vida o en las siguientes podría llamar mi atención como para querer hacer algo más después de follarla… eso si llegase a darse el milagro de que me interesara hasta tal punto.
Ara se miró las perfectas uñas y luego a él.
—Mi sentido común está mejor que nunca —aseguró ella con una pacífica sonrisa—. ¿Qué hay de tu sentido de la aventura?
Joe entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.
—Que sean dos semanas de prácticas —respondió él con suficiencia—. Ninguna humana puede ser tan penosa como para soportar su presencia durante unos cuantos días.
Ella se mordió una ilusionada sonrisa.
—Ya que estás tan seguro de ti mismo, permíteme que añada una pequeña cláusula —pidió con estudiada inocencia—, te quedarás con la primera hembra a la que veas.
Él se echó a reír.
—¿Pretendes que cuide de una anciana, un infante?
Ella sonrió en respuesta pero no respondió.
—Llegarás con la primera de las nieves y estarás obligado a regresar cuando la nieve empiece a derretirse —continuó ella marcando las pautas.
—Descartamos entonces la Antártida y Canadá, ¿uh?
—Y si te enamoras de ella… perderás.
—Ahora sí que estoy seguro que has enloquecido —aseguró Joe con una audible carcajada.
Ella sonrió y se encogió de hombros.
—¿Aceptas el trato?
Él sacudió la cabeza y se le quedó mirando, entonces empezó a caminar de un lado para otro.
—Déjame que lo resuma. Bajar con la primera nevada y regresar cuando la nieve empiece a derretirse, seducir a la primera humana con la que me tope… para no morirme de tedio mientras espero, siempre y cuando no sea una anciana o una menor, porque ni siquiera yo puedo caer tan bajo y absolutamente nada de enamorarse —enumeró mirándola a ella después de cada pausa—. Y así te demostraré lo patéticos que son los humanos, lo inservibles que resultan la mayor parte del tiempo. Oh, y tú te ocuparás de mis alumnos durante dos semanas.
Ahora fue el turno de ella de hacer una mueca.
—¿Es realmente necesario? ¿Tus alumnos?
Joe sonrió de oreja a oreja. Los jóvenes caídos que llegaban a manos de Joe eran conocidos por acabar con la paciencia de cualquier otro mentor en la Academia de Ángeles Caídos, ya fuera por su rebeldía, ñoñería o la insistencia en llamar a sus mamás.
—Absolutamente —aseguró él con seguridad.
Él vio suspirar a Ara pero al final la ángel caída asintió y le tendió la mano.
—Acepto tus términos, Joseph —aceptó ella, en su voz parecía haber un deje de resignación.
—Quizás debieras ir conociéndolos, muy pronto, serán todos tuyos —aseguró él estrechando su mano con la de ella en un firme apretón.
Ella sacudió la cabeza y bajando el tono de voz y mirándolo a los ojos le recordó.
—No te enamores, Joe —le recordó la más importante de las cláusulas—. Si lo haces, perderás.
—Oh, pequeña, en el Infierno empezará a hacer frío cuando eso ocurra.
¡Bienvenidas!
Natuu♥!!
Natuu!
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
Natu!!!
Estoy aca de vuelta!!
Nueva lectora :D :D
Estoy aca de vuelta!!
Nueva lectora :D :D
Augustinesg
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
Nueva lectora!!!!!!!!!!!!
Sigue con la nove!!
Sigue con la nove!!
♫ Laura Jonas ♥
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
Waaa es re interesantee!! *-*
siguelaa!!
siguelaa!!
jb_fanvanu
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
nueva lectora
se ve suepr la nove
nani
siguela :)
se ve suepr la nove
nani
siguela :)
andreita
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
CAPÍTULO 1
La vida de una bibliotecaria en el anónimo pueblo de Baldacci en el estado de Maine podía llegar a convertirse en un verdadero aburrimiento si no encontrabas algo en que entretener tus días y para _____ Patterson aquello se había convertido en su ordenador portátil y las extrañas ideas que pasaban a toda velocidad por su cabeza y aún más rápidamente en la hoja en blanco de su ordenador. Si la vida de una bibliotecaria era aburrida, la de una escritora en ciernes era todo un mundo de posibilidades, posibilidades que deberían convertirse en remuneración económica para su bolsillo si tan siquiera pudiera conseguir que alguna editorial se interesara por sus escritos, y quizás las editoriales se interesaran si ella encontrase la valentía suficiente para enviarlos.
_____ deslizó rápidamente los dedos por el teclado, su mirada fija en la pantalla del ordenador, en la hoja en blanco que poco a poco se iba llenando con sus palabras, la espalda empezaba a dolerle por el tiempo que había pasado en aquella posición, las galletas de mantequilla y naranja de alguna marca escocesa que había conseguido milagrosamente en la tienda del pueblo descansaban a medio comer a un lado del viejo escritorio cubierto por libros, registros y más papeleo del que una biblioteca pública en un pequeño pueblo como aquel debiera tener.
Dejó de teclear por un segundo y suspiró leyendo rápidamente lo que acababa de escribir, había algo en aquel nuevo libro que no acababa de cuajar, había escrito aquella escena como diez veces y todavía seguía sin encontrarle sentido o quizás el que no tenía sentido era el satírico humor del protagonista.
El reloj de la sala de lectura empezó a sonar, _____ echó un vistazo al suyo de pulsera y suspiró, no eran más que las seis menos cinco, el estúpido reloj seguía atrasándose y por más que intentaba ponerlo en hora no había forma en que funcionase. Se desperezó echándose hacia atrás en su gastada silla, la tapicería había sufrido por el volcado de café, té e incluso mermelada y con todo seguía resistente, descolorida, pero resistente.
—Necesito terminar este capítulo —murmuró mientras apretaba la tecla de guardar en el ordenador—. Vamos, vamos… solo un poco más… una página más y seré feliz.
Pero la inspiración parecía esquiva a aquella hora de la tarde y _____ se conocía lo suficientemente bien para saber que pasar más tiempo delante de la pantalla esforzándose en algo que no quería salir no solo sería una pérdida de tiempo si no un auténtico dolor de cabeza y no tenía tiempo para eso, no cuando le había prometido a su amiga Arabel acoger a su hermano durante unos días en su pequeña casa.
Había conocido a Arabel en uno de los foros de lectura que frecuentaba en la red, un día estaban chateando y al siguiente se habían reunido en una cafetería para conocerse y charlar largo y tendido de su pasión, la novela romántica. Desde aquel momento se habían convertido en amigas, una amistad que duraba ya cinco años y si bien no se veían muy a menudo, sí se mantenían en contacto por teléfono y por e-mail. En una de sus últimas llamadas, Arabel le había pedido de favor si podía alojar a su hermano durante unos días en su casa, para _____ había sido realmente una sorpresa el saber que Arabel tenía un hermano, ella había insistido en que habían hablado a menudo de él y sabiéndose lo olvidadiza y despistada que era con todo, se había encogido graciosamente de hombros y sin saber todavía como, había acabado accediendo a alojar al desconocido hermano de su amiga en su hogar. _____ había intentado sacarle a Arabel toda la información posible sobre su pariente quien al parecer necesitaba tomarse unos días de tranquilidad lejos de sus alumnos _ya que era profesor_ y de las mujeres en general. Según su amiga estaba un poco harto de las aventuras de una noche, de las mujeres que veían solamente su apostura, así que buscaba un momento de paz y retiro. Ella le había asegurado que estaría totalmente a salvo, pues su preferencia eran las mujeres altas y exuberantes, de cabello rubio y largo y de pechos grandes, es decir todo lo contrario a _____, quien no sobrepasaba el metro sesenta y tres, era ligeramente rellenita, se decantaba por la ropa cómoda y había relegado el maquillaje a aplicarse máscara y lápiz labial una sola vez al año, por la época de Halloween cuando sabía que sus infructuosos intentos por parecer un poco más hermosa irían a corde con el tono oscuro y festivo de la noche.
Un nuevo suspiro escapó de sus labios cuando volvió la mirada hacia una de las ventanas, esta se había condensado por el calor de la estufa de aceite que utilizaba para calentar su pequeña oficina en obvio contraste con el frío de fuera. Se levantó de la silla y rodeó el escritorio para acercarse al cristal en el que ya estaban pegados los adhesivos de navidad, un pequeño Santa Claus sentado en un trineo tirado por renos y una verdosa guirnalda con cintas rojas y doradas. Tal y como había predicho el hombre del tiempo aquella misma mañana en la cadena local, se acercaba un frente frío a la zona noroeste de los Estados Unidos que dejaría fuertes nevadas, a juzgar por el tono azul grisáceo del cielo y los pequeños copos que empezaban a volar ya por el aire, no tardaría nada.
Estremeciéndose ante la perspectiva de tener que coger el coche y conducir los próximos días por la estrecha carretera que llevaba a su casa en las afueras del pueblo dio la espalda a la ventana y volvió hacia su ordenador para guardar el trabajo que acababa de realizar en la carpeta correspondiente y recoger un poco el desorden sobre su mesa antes cruzar el pueblo hasta la pequeña estación de autobuses a donde llegaría el hermano de Arabel. _____ esperaba poder reconocerlo por las indicaciones que le había dado su amiga, después de todo no creía que existieran muchos hombres de más de un metro noventa sueltos por el mundo, o mejor dicho, por aquella parte del mundo.
—Estás loca, _____ —se repitió a si misma por enésima vez—, solo a ti se te ocurre dar cobijo a un hombre raro como ese y en navidad.
Aquello fuera lo que más le había extrañado de todo, cualquiera pensaría que los hermanos querrían pasar las navidades juntos pero entonces, otra vez, la respuesta de Arabel la había sorprendido: “Joseph no siente demasiado aprecio por la navidad y te confieso que yo tampoco”.
Bien, un hombre de más de metro noventa y que no le gustaba la navidad. Sí, sin duda la cosa iba mejorando.
_____ sacudió la cabeza y empezó a recoger sus cosas cuando oyó la campanilla de la puerta de la entrada. Volvió a consultar el reloj y frunció el ceño.
—No puedo creer que haya alguien dispuesto a abandonar el calorcillo de su hogar para devolver un libro a la biblioteca —murmuró apagando su ordenador al tiempo que alzaba la voz—. Ya voy.
Joe miró a su alrededor con incredulidad. ¡La muy zorra lo había vuelto a hacer! No bien había estrechado su mano para cerrar el pacto, ella le había deseado un buen viaje y lo próximo que supo es que estaba de pie delante de las puertas de aquel viejo edificio de ladrillo, mientras el cielo encapotado empezaba a dejar caer la nieve. Sus ojos castaños se entrecerraron, con mucha lentitud empezó a examinar sus alrededores descubriendo lo que parecía ser un pequeño pueblo humano situado en alguna parte del noroeste de los Estados Unidos a juzgar por el estilo de las construcciones y los carteles y decoraciones navideñas que adornaban las casas.
Joe echó un rápido vistazo a su espalda, comprobando que sus alas negras estaban ocultas, a simple vista, cualquiera que lo viese lo confundiría con uno de los muchos insulsos humanos que poblaban esa región. Que amarga ironía. Pero lo importante no era quien lo viese a él, si no la primera mujer con la que él se topase, si tenía que hacer aquella estupidez y demostrarle a Ara que nada de lo que hiciese iba a hacerle cambiar su opinión sobre los humanos al menos podía encontrarse con alguien agradable a la vista o al menos tolerante. El edificio de ladrillo que había ante él parecía ser la mejor de las opciones, había luz en su interior y cuando lo estaba estudiando vio una silueta reflejándose contra una de las ventanas. Desde aquella distancia no podía asegurar si era una mujer o algún niño asomándose, pero cualquier opción parecía mejor que estar allí fuera parado mientras empezaba a nevar.
Echando un último vistazo a su alrededor, echó a andar por la calle hasta los tres peldaños que llevaban a la puerta principal, en uno de los laterales, cobijado dentro de un panel de cristal había un papel que identificaba aquel edificio como:
—Biblioteca Municipal de Baldacci —leyó, y bajo este venía el horario de apertura—. No es un Centro Comercial, pero tendrá que servir.
Un inesperado tintineo sonó sobre su cabeza cuando empujó la puerta para entrar, alzando la mirada vio la campanilla de latón unida a la puerta con algún mecanismo y que sonaba cuando esta se abría y se cerraba.
Joe dejó que se cerrase a sus espaldas con cierta desconfianza y se adelantó, su mirada escaneando todo con mucha atención, como si esperase que de un momento a otro saliese alguien o algo de algún lugar y le saltase encima para atacarle. El interior era una amplia sala, dividida por secciones que parecían estar separadas por tabiques y estanterías de libros por doquier, frente a él se encontraba un pequeño mostrador sobre el que descansaba un antiguo timbre y un pequeño letrero de latón con las letras gastadas donde todavía podía leerse “Recepción”. El agradable calor del interior era un claro contraste contra el frío helado que empezaba a formarse en el exterior con la llegada de la nieve.
—¡Ya voy!
La voz femenina llegó desde algún lugar de la sala, a ella le siguieron varios golpes un par de maldiciones y el ruido de apresurados pasos antes de que ella apareciese en su campo de visión. O más que ella, debería haber dicho “eso”.
Era bajita, en realidad dudaba que le llegase siquiera a mitad del pecho y estaba envuelta en una especie de chaqueta roja con_ ¿renos de nariz roja?_ que a simple vista parecía tres tallas más grande que ella, dos tupidas trenzas adornadas al final con sendos lazos caían por debajo de sus hombros y su pequeño y ovalado rostro estaba oculto tras unas gafas bastante pasadas de moda que le daban un aspecto ratonil y aburrido.
Esta era la primera mujer que había visto nada más llegar, aquella con la que se vería obligado a compartir su tiempo hasta que la nieve se derritiera y de la que nada en el mundo podría hacer que se enamorara.
—Oh… se suponía que no llegarías hasta dentro de dos horas… —la oyó decir, sus ojos realmente enormes tras esas horribles gafas, parecía sorprendida por algo—. Tu hermana comentó que tu vuelo llegaría sobre las 7 y que te llevaría todavía una hora larga llegar hasta aquí —su mirada pasó más allá de él mirando el suelo a sus pies y detrás de él—. ¿Um? ¿Tus maletas? ¿Las dejaste en la entrada? Deberías meterlas para dentro, no es que este pueblo sea peligroso, desde luego a mí nunca me han robado pero nunca se sabe, pero el tiempo se está poniendo bastante inestable…
¿Tendría interruptor de apagado? Se preguntó Joe frunciendo el ceño. La chica parloteaba y parloteaba y no tenía la menor idea de que estaba diciendo, parecía que estaba esperando al hermano de alguien y lo había confundido a él con ese inservible humano.
—Arabel dijo que te quedarías solo cuatro o cinco días —continuó ella, su nerviosismo empezaba a afectarlo a él también hasta que reparó en el nombre que ella había pronunciado—, espero que no te moleste dormir en mi estudio, he vaciado la habitación y…
—¿Arabel? —preguntó en voz alta.
Ella dio un respingo al oír el profundo y sensual tono en su voz.
—Sí… —respondió ella con creciente nerviosismo, tomando nota lentamente de su altura, su pelo largo y negro por encima de los hombros que llevaba medio recogido y los profundos ojos castaños, todo en él casaba con la descripción que le había dado su amiga—. Arabel Soul… es tu hermana, ¿no? Tú eres… Joseph.
—Joe —la corrigió él y asintió con la cabeza.
Joe se adelantó un par de pasos para observarla más de cerca y notó como ella se tensaba e incluso daba un paso atrás.
—Así que… ¿Ara te avisó de mi llegada?
La chica se tensó aún más para fastidio de Joe. Los humanos eran unas criaturas tan cobardes y estúpidas.
—Si eres Joseph y tu hermana es una devoradora de libros de nombre Arabel — dios, deja que lo sea, se encontró rogando _____ cada vez más nerviosa, soy demasiado joven todavía como para morir por mi estupidez—. Sí.
Él se acercaba un paso por cada uno que ella retrocedía.
—En realidad es Jo-se-ph —pronunció él suavemente, como si su lengua envolviera las sílabas—. Y sí, una de mis hermanas es Ara.
—¿Es que tienes más de una? —se encontró preguntando ella.
Él sonrió de medio lado, en realidad tenía más hermanos y hermanas de los que podía contar, si con familia se refería a todos los ángeles caídos que había en la actualidad.
—Podría decirse que sí —continuó él.
_____ llegó a un punto en que ya no pudo retroceder más, su espalda chocó con una de las muchas estanterías de libros que llenaban la sala y el nerviosismo dio paso al completo miedo. ¿Qué en nombre de dios, la había llevado a acceder a dar posada a un completo desconocido? Peor aún, ¿Y si este hombre de casi dos metros, vestido completamente de negro y con el rostro y la voz más sexy que había visto y oído jamás resultaba ser un asesino en serie y no el hermano mujeriego de su amiga? Mil y una posibilidades rondaban en su mente mientras sus ojos se clavaban en él y lo veía torcer los labios en una sonrisa devastadora que al mismo tiempo tenía un tinte de pura decadencia, su espalda quedó tan aplastada contra la estantería que juraría que algunos de los títulos de los libros quedarían impresos en su piel, sus manos manotearon el aire antes de encontrar a donde agarrarse.
—¿Podría? Eso no me parece un sí o un no… tú sabes… una respuesta tan ambigua puede dar lugar a equivocaciones y en este momento, preferiría una respuesta directa y concisa, porque sabes, estoy a nada de que me dé un paro cardíaco y no es para que te compadezcas de mí y no me hagas pedacitos, porque dios sabe que no tienes aspecto de asesino en serie, el negro te queda espléndidamente, realza el tono castaño de tus ojos, unos ojos impresionantes por cierto —_____ hablaba y hablaba sin darse verdadera cuenta de lo que estaba diciendo, su mano derecha había notado algo metálico bajo la yema de sus dedos y se afanaba frenéticamente en llegar a él y asirlo con fuerza—, y no se parecen en nada a los ojos de un asesino… pero claro, tampoco se parecen a los de tu hermana y…
—Calla —fue una orden, seca y precisa que la hizo cerrar la boca al instante. Él suspiró agradecido—. Eso está mejor.
Ella sacudió la cabeza.
—No, no lo está —negó ella con energía.
Solo vio un destello brillante apenas un instante antes de que algo afilado se clavara con fuerza en su hombro izquierdo provocándole un ramalazo de dolor y la pequeña humana, envuelta en aquella cosa roja, saliera corriendo a una velocidad realmente impresionante para un humano en dirección a la puerta por la que él había entrado. La pequeña bola de color rojo tropezó con sus propios pies antes de llegar siquiera al umbral de la puerta cayendo cuan larga era en el suelo con un sonoro golpe, su rostro pareció llevarse la peor parte a juzgar por el sonido de chasquido y el seguido alarido por parte de ella antes de quedarse absolutamente inmóvil en el suelo. Joe bajó entonces la mirada hacia su hombro de donde sobresalía la empuñadura de un pequeño abre cartas en forma de espada, incrédulo miró aquel trozo de metal que había desgarrado su carne y empapado la camisa de sangre y luego a la causante de tal proeza, la cual seguía tirada en el suelo, ahora con ambas manos a la altura del rostro.
Sus alas se desplegaron por sí solas ante el agudo dolor que le ocasionó extraer el objeto enterrado en su hombro desgarrando la parte de atrás de su camiseta y chaqueta de cuero, por poco no había acertado con la articulación de su ala izquierda. Se llevó la mano a la herida e hizo presión, deteniendo el flujo de sangre al tiempo que cerraba los ojos y musitaba unas cuantas palabras en un idioma antiguo. La sangre dejó de manar y el dolor se convirtió en una sorda molestia pero no desaparecieron por completo como debería haber ocurrido.
Tal parecía que sus poderes en la Tierra también habían mermado.
—Eso ha sido un movimiento muy estúpido de tu parte, pequeña humana — murmuró él tirando el abrecartas al suelo, el ruido reverberó por la solitaria biblioteca.
Ella se encogió en el suelo, volviéndose hacia él con los ojos llenos de miedo e inundados de lágrimas, sus manos unidas por encima de la nariz y un pequeño hilillo de sangre bajando por debajo de ellas y cayendo desde su barbilla. Su miedo quedó eclipsado momentáneamente por la sorpresa cuando vio las enormes alas negras totalmente desplegadas a la espalda del asesino, apretó los ojos con fuerza y volvió a abrirlos solo para comprobar que las alas seguían allí y que estaban compuestas con lo que parecían unas sedosas y negras plumas.
—¿Quién… qué… eres tú? —consiguió balbucear. Sus manos dejando su nariz, la cual estaba ligeramente hinchada y empezaba a ponerse de un tono morado en la parte superior del puente, la sangre que había visto manchando su barbilla embadurnaba por completo sus fosas nasales y sus labios. Ella intentó retroceder arrastrándose por el suelo, su mirada era de absoluto terror mezclado con una buena dosis de incredulidad, su corazón latía a tal velocidad que estaba segura que antes o después se le saldría del pecho—. ¿Qué… qué eres? ¡Oh, dios mío! ¿Quién eres tú?
Él caminó directamente hacia ella, quien se desesperó al mismo tiempo por poner tanta distancia como podía entre los dos.
—No… ¡No me toques! ¡Déjame!
Joe dejó escapar una maldición cuando ella consiguió ponerse en pie y se giró dispuesta a salir corriendo de nuevo, pero esta vez no llegó muy lejos cuando uno de los fuertes y musculosos brazos de él la rodearon por la cintura levantándola en vilo para detener su huida.
—Para, quieta —le susurró él al oído, haciendo que se quedara totalmente inmóvil a no ser por el involuntario temblor de su cuerpo—. Ese jueguecito tuyo te va a salir muy caro.
—Lo siento —susurró ella en un hilo de voz, su tono de absoluto terror—. Lo siento mucho.
—Un poquito tarde para eso, pequeña humana —le aseguró girándola en sus brazos para tenerla frente a frente. Sin las horribles gafas cubriendo unos ojos de un tono azul violáceo y con las manchas de sangre embadurnando su cara, su aspecto no mejoraba demasiado a juicio de Joe.
—¿Vas a matarme? ¿A cortarme en pedacitos y enterrarme en el jardín? —respondió ella con unos enormes lagrimones deslizándose por sus sonrojadas mejillas.
Joe solo sonrió con esa fiera mueca que hacía que sus alumnos prefirieran estar en cualquier sitio menos en su presencia y ella se acurrucó un poco más, intentando hacerse más pequeña entre sus poderos brazos. Sus ojos violetas volaron nuevamente hasta clavarse en las alas que se arqueaban a su espalda por encima de sus hombros y finalmente se movieron a los de él.
—Tienes alas —murmuró en voz tan baja que era apenas un susurro.
—Ajá.
—Negras —insistió.
—Eso parece —respondió mirando sobre su hombro.
—¿Plumas?
—La última vez que lo comprobé, lo eran.
—Alas negras —repitió ella atónita.
—¿Estás sorda o te cuesta asimilar las cosas? —Le soltó él sin más—. Sí son alas, sí son negras y sí son mías.
Ella frunció el ceño solo para dejar escapar un lloro de dolor y llevarse a duras penas las manos a la nariz.
—Me la he roto… me he roto la nariz… tienes alas negras… y me he roto la nariz —se echó a llorar ella en sus brazos, la sangre había dejado de manar pero le manchaba la parte de abajo del rostro y las manos, así como la horrible chaqueta de lana.
Joe puso los ojos en blanco un instante antes de aferrarla bien con un brazo y utilizar el otro para levantarle la cara y examinar el daño, con una gentileza que no pensó que tenía para con ningún humano y menos para esta loca, le cubrió la nariz con la mano y recitó las mismas palabras que utilizó en su herida.
_____ se encogió esperando que él le hiciera daño, con lo que no estaba preparada para el calor que la recorrió por entero, centrándose en la dolorosa palpitación que sentía en la nariz hasta que esta empezó a disminuir así como la sensación de hinchazón. En pocos instantes el dolor se había ido del todo.
Ella se llevó lentamente la mano a la nariz cuando él apartó la suya, palpándosela con sumo cuidado esperando recibir un nuevo ramalazo de dolor, pero allí solo permanecía una pequeña molestia. Alzó la mirada hacia él y lo vio frunciendo el ceño en un gesto de dolor antes de sentir como el brazo que la sostenía se aflojaba y se llevaba nuevamente la mano al lugar en el que ella lo había apuñadado.
—Joder —lo oyó mascullar—. Mierda, mierda, mierda.
_____ se quedó mirando a aquel hombre de más de metro noventa, con el pelo parcialmente recogido en la nuca, vestido de cuero negro y unas enormes alas negras que se veían bastante reales a la espalda. Si no supiera que era imposible diría que era:
—Eres un… ángel caído.
Joe la miró e inclinó ligeramente la cabeza en una breve reverencia.
—Después de todo, puede que no seas tan tonta.
_____ deslizó rápidamente los dedos por el teclado, su mirada fija en la pantalla del ordenador, en la hoja en blanco que poco a poco se iba llenando con sus palabras, la espalda empezaba a dolerle por el tiempo que había pasado en aquella posición, las galletas de mantequilla y naranja de alguna marca escocesa que había conseguido milagrosamente en la tienda del pueblo descansaban a medio comer a un lado del viejo escritorio cubierto por libros, registros y más papeleo del que una biblioteca pública en un pequeño pueblo como aquel debiera tener.
Dejó de teclear por un segundo y suspiró leyendo rápidamente lo que acababa de escribir, había algo en aquel nuevo libro que no acababa de cuajar, había escrito aquella escena como diez veces y todavía seguía sin encontrarle sentido o quizás el que no tenía sentido era el satírico humor del protagonista.
El reloj de la sala de lectura empezó a sonar, _____ echó un vistazo al suyo de pulsera y suspiró, no eran más que las seis menos cinco, el estúpido reloj seguía atrasándose y por más que intentaba ponerlo en hora no había forma en que funcionase. Se desperezó echándose hacia atrás en su gastada silla, la tapicería había sufrido por el volcado de café, té e incluso mermelada y con todo seguía resistente, descolorida, pero resistente.
—Necesito terminar este capítulo —murmuró mientras apretaba la tecla de guardar en el ordenador—. Vamos, vamos… solo un poco más… una página más y seré feliz.
Pero la inspiración parecía esquiva a aquella hora de la tarde y _____ se conocía lo suficientemente bien para saber que pasar más tiempo delante de la pantalla esforzándose en algo que no quería salir no solo sería una pérdida de tiempo si no un auténtico dolor de cabeza y no tenía tiempo para eso, no cuando le había prometido a su amiga Arabel acoger a su hermano durante unos días en su pequeña casa.
Había conocido a Arabel en uno de los foros de lectura que frecuentaba en la red, un día estaban chateando y al siguiente se habían reunido en una cafetería para conocerse y charlar largo y tendido de su pasión, la novela romántica. Desde aquel momento se habían convertido en amigas, una amistad que duraba ya cinco años y si bien no se veían muy a menudo, sí se mantenían en contacto por teléfono y por e-mail. En una de sus últimas llamadas, Arabel le había pedido de favor si podía alojar a su hermano durante unos días en su casa, para _____ había sido realmente una sorpresa el saber que Arabel tenía un hermano, ella había insistido en que habían hablado a menudo de él y sabiéndose lo olvidadiza y despistada que era con todo, se había encogido graciosamente de hombros y sin saber todavía como, había acabado accediendo a alojar al desconocido hermano de su amiga en su hogar. _____ había intentado sacarle a Arabel toda la información posible sobre su pariente quien al parecer necesitaba tomarse unos días de tranquilidad lejos de sus alumnos _ya que era profesor_ y de las mujeres en general. Según su amiga estaba un poco harto de las aventuras de una noche, de las mujeres que veían solamente su apostura, así que buscaba un momento de paz y retiro. Ella le había asegurado que estaría totalmente a salvo, pues su preferencia eran las mujeres altas y exuberantes, de cabello rubio y largo y de pechos grandes, es decir todo lo contrario a _____, quien no sobrepasaba el metro sesenta y tres, era ligeramente rellenita, se decantaba por la ropa cómoda y había relegado el maquillaje a aplicarse máscara y lápiz labial una sola vez al año, por la época de Halloween cuando sabía que sus infructuosos intentos por parecer un poco más hermosa irían a corde con el tono oscuro y festivo de la noche.
Un nuevo suspiro escapó de sus labios cuando volvió la mirada hacia una de las ventanas, esta se había condensado por el calor de la estufa de aceite que utilizaba para calentar su pequeña oficina en obvio contraste con el frío de fuera. Se levantó de la silla y rodeó el escritorio para acercarse al cristal en el que ya estaban pegados los adhesivos de navidad, un pequeño Santa Claus sentado en un trineo tirado por renos y una verdosa guirnalda con cintas rojas y doradas. Tal y como había predicho el hombre del tiempo aquella misma mañana en la cadena local, se acercaba un frente frío a la zona noroeste de los Estados Unidos que dejaría fuertes nevadas, a juzgar por el tono azul grisáceo del cielo y los pequeños copos que empezaban a volar ya por el aire, no tardaría nada.
Estremeciéndose ante la perspectiva de tener que coger el coche y conducir los próximos días por la estrecha carretera que llevaba a su casa en las afueras del pueblo dio la espalda a la ventana y volvió hacia su ordenador para guardar el trabajo que acababa de realizar en la carpeta correspondiente y recoger un poco el desorden sobre su mesa antes cruzar el pueblo hasta la pequeña estación de autobuses a donde llegaría el hermano de Arabel. _____ esperaba poder reconocerlo por las indicaciones que le había dado su amiga, después de todo no creía que existieran muchos hombres de más de un metro noventa sueltos por el mundo, o mejor dicho, por aquella parte del mundo.
—Estás loca, _____ —se repitió a si misma por enésima vez—, solo a ti se te ocurre dar cobijo a un hombre raro como ese y en navidad.
Aquello fuera lo que más le había extrañado de todo, cualquiera pensaría que los hermanos querrían pasar las navidades juntos pero entonces, otra vez, la respuesta de Arabel la había sorprendido: “Joseph no siente demasiado aprecio por la navidad y te confieso que yo tampoco”.
Bien, un hombre de más de metro noventa y que no le gustaba la navidad. Sí, sin duda la cosa iba mejorando.
_____ sacudió la cabeza y empezó a recoger sus cosas cuando oyó la campanilla de la puerta de la entrada. Volvió a consultar el reloj y frunció el ceño.
—No puedo creer que haya alguien dispuesto a abandonar el calorcillo de su hogar para devolver un libro a la biblioteca —murmuró apagando su ordenador al tiempo que alzaba la voz—. Ya voy.
Joe miró a su alrededor con incredulidad. ¡La muy zorra lo había vuelto a hacer! No bien había estrechado su mano para cerrar el pacto, ella le había deseado un buen viaje y lo próximo que supo es que estaba de pie delante de las puertas de aquel viejo edificio de ladrillo, mientras el cielo encapotado empezaba a dejar caer la nieve. Sus ojos castaños se entrecerraron, con mucha lentitud empezó a examinar sus alrededores descubriendo lo que parecía ser un pequeño pueblo humano situado en alguna parte del noroeste de los Estados Unidos a juzgar por el estilo de las construcciones y los carteles y decoraciones navideñas que adornaban las casas.
Joe echó un rápido vistazo a su espalda, comprobando que sus alas negras estaban ocultas, a simple vista, cualquiera que lo viese lo confundiría con uno de los muchos insulsos humanos que poblaban esa región. Que amarga ironía. Pero lo importante no era quien lo viese a él, si no la primera mujer con la que él se topase, si tenía que hacer aquella estupidez y demostrarle a Ara que nada de lo que hiciese iba a hacerle cambiar su opinión sobre los humanos al menos podía encontrarse con alguien agradable a la vista o al menos tolerante. El edificio de ladrillo que había ante él parecía ser la mejor de las opciones, había luz en su interior y cuando lo estaba estudiando vio una silueta reflejándose contra una de las ventanas. Desde aquella distancia no podía asegurar si era una mujer o algún niño asomándose, pero cualquier opción parecía mejor que estar allí fuera parado mientras empezaba a nevar.
Echando un último vistazo a su alrededor, echó a andar por la calle hasta los tres peldaños que llevaban a la puerta principal, en uno de los laterales, cobijado dentro de un panel de cristal había un papel que identificaba aquel edificio como:
—Biblioteca Municipal de Baldacci —leyó, y bajo este venía el horario de apertura—. No es un Centro Comercial, pero tendrá que servir.
Un inesperado tintineo sonó sobre su cabeza cuando empujó la puerta para entrar, alzando la mirada vio la campanilla de latón unida a la puerta con algún mecanismo y que sonaba cuando esta se abría y se cerraba.
Joe dejó que se cerrase a sus espaldas con cierta desconfianza y se adelantó, su mirada escaneando todo con mucha atención, como si esperase que de un momento a otro saliese alguien o algo de algún lugar y le saltase encima para atacarle. El interior era una amplia sala, dividida por secciones que parecían estar separadas por tabiques y estanterías de libros por doquier, frente a él se encontraba un pequeño mostrador sobre el que descansaba un antiguo timbre y un pequeño letrero de latón con las letras gastadas donde todavía podía leerse “Recepción”. El agradable calor del interior era un claro contraste contra el frío helado que empezaba a formarse en el exterior con la llegada de la nieve.
—¡Ya voy!
La voz femenina llegó desde algún lugar de la sala, a ella le siguieron varios golpes un par de maldiciones y el ruido de apresurados pasos antes de que ella apareciese en su campo de visión. O más que ella, debería haber dicho “eso”.
Era bajita, en realidad dudaba que le llegase siquiera a mitad del pecho y estaba envuelta en una especie de chaqueta roja con_ ¿renos de nariz roja?_ que a simple vista parecía tres tallas más grande que ella, dos tupidas trenzas adornadas al final con sendos lazos caían por debajo de sus hombros y su pequeño y ovalado rostro estaba oculto tras unas gafas bastante pasadas de moda que le daban un aspecto ratonil y aburrido.
Esta era la primera mujer que había visto nada más llegar, aquella con la que se vería obligado a compartir su tiempo hasta que la nieve se derritiera y de la que nada en el mundo podría hacer que se enamorara.
—Oh… se suponía que no llegarías hasta dentro de dos horas… —la oyó decir, sus ojos realmente enormes tras esas horribles gafas, parecía sorprendida por algo—. Tu hermana comentó que tu vuelo llegaría sobre las 7 y que te llevaría todavía una hora larga llegar hasta aquí —su mirada pasó más allá de él mirando el suelo a sus pies y detrás de él—. ¿Um? ¿Tus maletas? ¿Las dejaste en la entrada? Deberías meterlas para dentro, no es que este pueblo sea peligroso, desde luego a mí nunca me han robado pero nunca se sabe, pero el tiempo se está poniendo bastante inestable…
¿Tendría interruptor de apagado? Se preguntó Joe frunciendo el ceño. La chica parloteaba y parloteaba y no tenía la menor idea de que estaba diciendo, parecía que estaba esperando al hermano de alguien y lo había confundido a él con ese inservible humano.
—Arabel dijo que te quedarías solo cuatro o cinco días —continuó ella, su nerviosismo empezaba a afectarlo a él también hasta que reparó en el nombre que ella había pronunciado—, espero que no te moleste dormir en mi estudio, he vaciado la habitación y…
—¿Arabel? —preguntó en voz alta.
Ella dio un respingo al oír el profundo y sensual tono en su voz.
—Sí… —respondió ella con creciente nerviosismo, tomando nota lentamente de su altura, su pelo largo y negro por encima de los hombros que llevaba medio recogido y los profundos ojos castaños, todo en él casaba con la descripción que le había dado su amiga—. Arabel Soul… es tu hermana, ¿no? Tú eres… Joseph.
—Joe —la corrigió él y asintió con la cabeza.
Joe se adelantó un par de pasos para observarla más de cerca y notó como ella se tensaba e incluso daba un paso atrás.
—Así que… ¿Ara te avisó de mi llegada?
La chica se tensó aún más para fastidio de Joe. Los humanos eran unas criaturas tan cobardes y estúpidas.
—Si eres Joseph y tu hermana es una devoradora de libros de nombre Arabel — dios, deja que lo sea, se encontró rogando _____ cada vez más nerviosa, soy demasiado joven todavía como para morir por mi estupidez—. Sí.
Él se acercaba un paso por cada uno que ella retrocedía.
—En realidad es Jo-se-ph —pronunció él suavemente, como si su lengua envolviera las sílabas—. Y sí, una de mis hermanas es Ara.
—¿Es que tienes más de una? —se encontró preguntando ella.
Él sonrió de medio lado, en realidad tenía más hermanos y hermanas de los que podía contar, si con familia se refería a todos los ángeles caídos que había en la actualidad.
—Podría decirse que sí —continuó él.
_____ llegó a un punto en que ya no pudo retroceder más, su espalda chocó con una de las muchas estanterías de libros que llenaban la sala y el nerviosismo dio paso al completo miedo. ¿Qué en nombre de dios, la había llevado a acceder a dar posada a un completo desconocido? Peor aún, ¿Y si este hombre de casi dos metros, vestido completamente de negro y con el rostro y la voz más sexy que había visto y oído jamás resultaba ser un asesino en serie y no el hermano mujeriego de su amiga? Mil y una posibilidades rondaban en su mente mientras sus ojos se clavaban en él y lo veía torcer los labios en una sonrisa devastadora que al mismo tiempo tenía un tinte de pura decadencia, su espalda quedó tan aplastada contra la estantería que juraría que algunos de los títulos de los libros quedarían impresos en su piel, sus manos manotearon el aire antes de encontrar a donde agarrarse.
—¿Podría? Eso no me parece un sí o un no… tú sabes… una respuesta tan ambigua puede dar lugar a equivocaciones y en este momento, preferiría una respuesta directa y concisa, porque sabes, estoy a nada de que me dé un paro cardíaco y no es para que te compadezcas de mí y no me hagas pedacitos, porque dios sabe que no tienes aspecto de asesino en serie, el negro te queda espléndidamente, realza el tono castaño de tus ojos, unos ojos impresionantes por cierto —_____ hablaba y hablaba sin darse verdadera cuenta de lo que estaba diciendo, su mano derecha había notado algo metálico bajo la yema de sus dedos y se afanaba frenéticamente en llegar a él y asirlo con fuerza—, y no se parecen en nada a los ojos de un asesino… pero claro, tampoco se parecen a los de tu hermana y…
—Calla —fue una orden, seca y precisa que la hizo cerrar la boca al instante. Él suspiró agradecido—. Eso está mejor.
Ella sacudió la cabeza.
—No, no lo está —negó ella con energía.
Solo vio un destello brillante apenas un instante antes de que algo afilado se clavara con fuerza en su hombro izquierdo provocándole un ramalazo de dolor y la pequeña humana, envuelta en aquella cosa roja, saliera corriendo a una velocidad realmente impresionante para un humano en dirección a la puerta por la que él había entrado. La pequeña bola de color rojo tropezó con sus propios pies antes de llegar siquiera al umbral de la puerta cayendo cuan larga era en el suelo con un sonoro golpe, su rostro pareció llevarse la peor parte a juzgar por el sonido de chasquido y el seguido alarido por parte de ella antes de quedarse absolutamente inmóvil en el suelo. Joe bajó entonces la mirada hacia su hombro de donde sobresalía la empuñadura de un pequeño abre cartas en forma de espada, incrédulo miró aquel trozo de metal que había desgarrado su carne y empapado la camisa de sangre y luego a la causante de tal proeza, la cual seguía tirada en el suelo, ahora con ambas manos a la altura del rostro.
Sus alas se desplegaron por sí solas ante el agudo dolor que le ocasionó extraer el objeto enterrado en su hombro desgarrando la parte de atrás de su camiseta y chaqueta de cuero, por poco no había acertado con la articulación de su ala izquierda. Se llevó la mano a la herida e hizo presión, deteniendo el flujo de sangre al tiempo que cerraba los ojos y musitaba unas cuantas palabras en un idioma antiguo. La sangre dejó de manar y el dolor se convirtió en una sorda molestia pero no desaparecieron por completo como debería haber ocurrido.
Tal parecía que sus poderes en la Tierra también habían mermado.
—Eso ha sido un movimiento muy estúpido de tu parte, pequeña humana — murmuró él tirando el abrecartas al suelo, el ruido reverberó por la solitaria biblioteca.
Ella se encogió en el suelo, volviéndose hacia él con los ojos llenos de miedo e inundados de lágrimas, sus manos unidas por encima de la nariz y un pequeño hilillo de sangre bajando por debajo de ellas y cayendo desde su barbilla. Su miedo quedó eclipsado momentáneamente por la sorpresa cuando vio las enormes alas negras totalmente desplegadas a la espalda del asesino, apretó los ojos con fuerza y volvió a abrirlos solo para comprobar que las alas seguían allí y que estaban compuestas con lo que parecían unas sedosas y negras plumas.
—¿Quién… qué… eres tú? —consiguió balbucear. Sus manos dejando su nariz, la cual estaba ligeramente hinchada y empezaba a ponerse de un tono morado en la parte superior del puente, la sangre que había visto manchando su barbilla embadurnaba por completo sus fosas nasales y sus labios. Ella intentó retroceder arrastrándose por el suelo, su mirada era de absoluto terror mezclado con una buena dosis de incredulidad, su corazón latía a tal velocidad que estaba segura que antes o después se le saldría del pecho—. ¿Qué… qué eres? ¡Oh, dios mío! ¿Quién eres tú?
Él caminó directamente hacia ella, quien se desesperó al mismo tiempo por poner tanta distancia como podía entre los dos.
—No… ¡No me toques! ¡Déjame!
Joe dejó escapar una maldición cuando ella consiguió ponerse en pie y se giró dispuesta a salir corriendo de nuevo, pero esta vez no llegó muy lejos cuando uno de los fuertes y musculosos brazos de él la rodearon por la cintura levantándola en vilo para detener su huida.
—Para, quieta —le susurró él al oído, haciendo que se quedara totalmente inmóvil a no ser por el involuntario temblor de su cuerpo—. Ese jueguecito tuyo te va a salir muy caro.
—Lo siento —susurró ella en un hilo de voz, su tono de absoluto terror—. Lo siento mucho.
—Un poquito tarde para eso, pequeña humana —le aseguró girándola en sus brazos para tenerla frente a frente. Sin las horribles gafas cubriendo unos ojos de un tono azul violáceo y con las manchas de sangre embadurnando su cara, su aspecto no mejoraba demasiado a juicio de Joe.
—¿Vas a matarme? ¿A cortarme en pedacitos y enterrarme en el jardín? —respondió ella con unos enormes lagrimones deslizándose por sus sonrojadas mejillas.
Joe solo sonrió con esa fiera mueca que hacía que sus alumnos prefirieran estar en cualquier sitio menos en su presencia y ella se acurrucó un poco más, intentando hacerse más pequeña entre sus poderos brazos. Sus ojos violetas volaron nuevamente hasta clavarse en las alas que se arqueaban a su espalda por encima de sus hombros y finalmente se movieron a los de él.
—Tienes alas —murmuró en voz tan baja que era apenas un susurro.
—Ajá.
—Negras —insistió.
—Eso parece —respondió mirando sobre su hombro.
—¿Plumas?
—La última vez que lo comprobé, lo eran.
—Alas negras —repitió ella atónita.
—¿Estás sorda o te cuesta asimilar las cosas? —Le soltó él sin más—. Sí son alas, sí son negras y sí son mías.
Ella frunció el ceño solo para dejar escapar un lloro de dolor y llevarse a duras penas las manos a la nariz.
—Me la he roto… me he roto la nariz… tienes alas negras… y me he roto la nariz —se echó a llorar ella en sus brazos, la sangre había dejado de manar pero le manchaba la parte de abajo del rostro y las manos, así como la horrible chaqueta de lana.
Joe puso los ojos en blanco un instante antes de aferrarla bien con un brazo y utilizar el otro para levantarle la cara y examinar el daño, con una gentileza que no pensó que tenía para con ningún humano y menos para esta loca, le cubrió la nariz con la mano y recitó las mismas palabras que utilizó en su herida.
_____ se encogió esperando que él le hiciera daño, con lo que no estaba preparada para el calor que la recorrió por entero, centrándose en la dolorosa palpitación que sentía en la nariz hasta que esta empezó a disminuir así como la sensación de hinchazón. En pocos instantes el dolor se había ido del todo.
Ella se llevó lentamente la mano a la nariz cuando él apartó la suya, palpándosela con sumo cuidado esperando recibir un nuevo ramalazo de dolor, pero allí solo permanecía una pequeña molestia. Alzó la mirada hacia él y lo vio frunciendo el ceño en un gesto de dolor antes de sentir como el brazo que la sostenía se aflojaba y se llevaba nuevamente la mano al lugar en el que ella lo había apuñadado.
—Joder —lo oyó mascullar—. Mierda, mierda, mierda.
_____ se quedó mirando a aquel hombre de más de metro noventa, con el pelo parcialmente recogido en la nuca, vestido de cuero negro y unas enormes alas negras que se veían bastante reales a la espalda. Si no supiera que era imposible diría que era:
—Eres un… ángel caído.
Joe la miró e inclinó ligeramente la cabeza en una breve reverencia.
—Después de todo, puede que no seas tan tonta.
¡Bienvenidas! (:
Natuu♥!!
Natuu!
Re: "Cuando La Nieve Se Derrita" (Joe&Tú) TERMINADA
me encatooooo
:)
natu creoq ue bedes tener un
maraton preparado para cuando abran el foro de nuevo :)
:)
natu creoq ue bedes tener un
maraton preparado para cuando abran el foro de nuevo :)
andreita
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