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Beautiful Bastard (Harry Styles) Adaptada
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
Página 9 de 14. • Comparte
Página 9 de 14. • 1 ... 6 ... 8, 9, 10 ... 14
Re: Beautiful Bastard (Harry Styles) Adaptada
¿Que no estás segura de cómo te hace sentir eso? ¡Te hace sentir de **** madre! Perdón por la expresión...Harry se pone mandón e impone respeto.... me pone jijiji
Por favor sigue cuanto antes la novela porque tengo muchas ganas de saber la bienvenida que le dará nuestro sexy Harold a rayis después de esas dos semanitas sin haberse visto ¡y sin haber roto bragas! ¡¿Os hacéis una idea de cuánto he echado en falta las bragas rotas?! No sé si eso ha sonado vulgar o si ha sonado asqueroso y repulsivo.... En cualquiera de los casos me arrepiento de haberlo escrito...
Sigue prontito la novela, ¿okey?
Besos xxx
Bye!!!
Por favor sigue cuanto antes la novela porque tengo muchas ganas de saber la bienvenida que le dará nuestro sexy Harold a rayis después de esas dos semanitas sin haberse visto ¡y sin haber roto bragas! ¡¿Os hacéis una idea de cuánto he echado en falta las bragas rotas?! No sé si eso ha sonado vulgar o si ha sonado asqueroso y repulsivo.... En cualquiera de los casos me arrepiento de haberlo escrito...
Sigue prontito la novela, ¿okey?
Besos xxx
Bye!!!
Rachel116
Re: Beautiful Bastard (Harry Styles) Adaptada
jajaja parece que si le gusta!AnneleStyles escribió:No te hagas Harold
Te gusta rayis
Siguelaaa
enseguida la sigo :)
Anna.
Re: Beautiful Bastard (Harry Styles) Adaptada
Ahora mismo la sigo!!karencita__mb escribió:SIGUELAAAAAAAA
Anna.
Re: Beautiful Bastard (Harry Styles) Adaptada
jajajajaja ay por dios, un día de estos me dará algo por tu culpa, me matan tus comentariosRachel116 escribió:¿Que no estás segura de cómo te hace sentir eso? ¡Te hace sentir de **** madre! Perdón por la expresión...Harry se pone mandón e impone respeto....me pone jijiji
Por favor sigue cuanto antes la novela porque tengo muchas ganas de saber la bienvenida que le dará nuestro sexy Harold a rayis después de esas dos semanitas sin haberse visto ¡y sin haber roto bragas! ¡¿Os hacéis una idea de cuánto he echado en falta las bragas rotas?! No sé si eso ha sonado vulgar o si ha sonado asqueroso y repulsivo.... En cualquiera de los casos me arrepiento de haberlo escrito...
Sigue prontito la novela, ¿okey?
Besos xxx
Bye!!!
¿a quien no la haría sentir bien? desde luego yo estaría tan contenta rompiendo bragas con Styles... dios eso ha sonado muy mal....
comparto tu opinión totalmente
enseguida la sigo!!!
Anna.
Maratón 1/5
Capítulo 21
Como esperaba, el vuelo a San Diego me dio tiempo para pensar. Me sentía querida y descansada después de la visita a mi padre. Tras su cita con el gastroenterólogo, que nos tranquilizó diciéndonos que el tumor era benigno, nos pasamos el resto del tiempo hablando y recordando a mamá, incluso planeando un viaje para que viniera a verme a Chicago.
Para cuando me despidió con un beso, yo me sentía lo más preparada posible, teniendo en cuenta la situación. Estaba muy nerviosa por volver a ver cara a cara al señor Styles, pero me había dado a mí misma la mejor charla de preparación posible, y había hecho varias compras por internet y tenía la maleta llena de nuevas «braguitas poderosas». Había pensado mucho en mis opciones y estaba
bastante segura de que tenía un plan.
El primer paso era admitir que este problema venía de algo más que de la tentación que producía la cercanía. Estar separados por miles de kilómetros de distancia no había servido para calmar mi necesidad. Había soñado con él casi cada noche, despertándome cada mañana frustrada y sola. Había pasado demasiado tiempo pensando en lo que estaría haciendo, preguntándome si estaría tan
confundido como yo e intentando arrancarle a Sara toda la información que podía sobre cómo iban las cosas por allí.
Sara y yo tuvimos una interesante conversación cuando me llamó para informarme de cómo iba lo de mi sustitución temporal. Me reí como una histérica cuando me enteré de la sucesión de asistentes.
Por supuesto que a Harry le estaba costando mantener a alguien cerca de él. Era un gilipollas.
Yo estaba acostumbrada a sus cambios de humor y a su actitud hosca; profesionalmente nuestra relación funcionaba como un reloj. Pero el lado personal era una pesadilla. Casi todo el mundo lo sabía, aunque no conocían el alcance de la situación.
Muchas veces recordé nuestros últimos días juntos. Algo en nuestra relación estaba cambiando y yo no estaba segura de cómo me hacía sentir eso. No importaba cuántas veces nos dijéramos que no iba a volver a pasar, porque lo haría. Estaba aterrada de que ese hombre, que era mucho más que malo para mí, tuviera más control sobre mi cuerpo de lo que lo tenía yo, no importaba cuánto intentara convencerme a mí misma de lo contrario.
No quería ser una mujer que sacrificaba sus ambiciones por un hombre.
De pie en la zona de llegadas, me di una última charla de preparación. Podía hacerlo. Oh, Dios, esperaba poder hacerlo. Las mariposas de mi estómago no paraban de revolotear y me preocupé brevemente por si acababa vomitando.
Su avión se había retrasado en Chicago y eran más de las seis y media cuando por fin aterrizó en San Diego. Aunque el tiempo en el avión me había venido bien para pensar, las otras siete horas de espera posteriores solo habían vuelto a poner en funcionamiento mis nervios.
Me puse de puntillas intentando ver mejor entre la multitud, pero no lo vi. Volví a mirar mi móvil y leí otra vez su mensaje.
Acabo de aterrizar. Nos vemos en unos minutos.
No había nada sentimental en ese mensaje, pero hizo que me diera un vuelco el estómago. Nuestros mensajes de la noche anterior habían sido igual; nada de lo que dijimos era especial, solo le pregunté qué tal había ido el resto de la semana. Eso no se consideraría inusual en ninguna otra relación, pero era algo totalmente nuevo para nosotros. Tal vez había una posibilidad de que pudiéramos dejar a un lado la animosidad constante y acabar siendo... ¿qué, amigos?
Con el estómago hecho un nudo empecé a caminar arriba y abajo, deseando que mi mente cambiara de marcha y se calmaran los latidos de mi corazón. Sin pensarlo me paré a medio paso y me volví hacia la multitud que se acercaba, buscándolo entre la marea de caras desconocidas. Me quedé sin aliento cuando una mata de pelo conocido destacó entre las demás.
«Por Dios, compórtate, ______.»
Intenté una vez más mantener mi cuerpo bajo control y volví a levantar la vista. «Joder, estoy hecha una mierda.» Ahí estaba, mejor de lo que nunca le había visto. ¿Cómo demonios consigue una persona mejorar su aspecto en nueve días y bajar de un avión sin haber perdido ni un ápice de encanto?
Era casi una cabeza más alto que las personas que lo rodeaban, ese tipo de altura que resalta entre la multitud, y yo le di gracias al universo por eso. Su pelo oscuro estaba tan alborotado como siempre; sin duda se había pasado las manos por el pelo cien veces durante la última hora. Llevaba pantalones de sport oscuros, un blazer color carbón y una camisa blanca con el cuello desabrochado. Parecía cansado y se veía un principio de barba en su cara, pero eso no fue lo que hizo que mi corazón se pusiera a mil por hora. Él iba mirando al suelo, pero en cuanto nuestras miradas se encontraron, su cara se dividió con la sonrisa más abiertamente feliz que le había visto nunca. Antes de que pudiera evitarlo, sentí explotar también mi sonrisa, amplia y nerviosa.
Él se detuvo frente a mí, con una expresión un poco más tensa de lo normal; los dos esperábamos que el otro dijera cualquier cosa.
—Hola —dije algo violenta, intentando liberar algo de la tensión que había entre nosotros.
Todas las partes de mi cuerpo querían empujarlo hacia el baño de señoras, pero no sé por qué me pareció que no era la mejor manera de saludar al jefe. Aunque no es que eso nos hubiera importado nunca antes.
—Eh... Hola —respondió con la frente un poco arrugada.
«¡Joder, despierta, ______!»
Ambos nos volvimos para dirigirnos a la cinta de equipajes y yo sentí que se me ponía toda la piel de gallina solo por estar cerca de él.
—¿Qué tal el vuelo? —le pregunté aunque sabía cuánto odiaba volar en compañías aéreas comerciales, aunque fuera en primera clase. Aquella situación era tan ridícula... Estaba deseando que dijera alguna estupidez para que pudiera contestarle con un grito.
Él pensó un momento antes de responder.
—Bueno, no ha estado mal una vez que hemos logrado despegar. No me gusta lo llenos que van los aviones. —Se detuvo y esperó, rodeado por el bullicio de la gente, pero lo único que yo noté fue la tensión que crecía entre nosotros y cada centímetro de espacio que había entre nuestros cuerpos—. ¿Y cómo se encuentra tu padre? —preguntó un momento después.
Asentí.
—Era benigno. Gracias por preguntar.
—De nada.
Pasaron varios minutos en un incómodo silencio y yo me sentí más que aliviada al ver salir su equipaje por la cinta. Ambos fuimos a cogerlo al mismo tiempo y nuestras manos se tocaron brevemente sobre el asa. Me aparté y al levantar la vista me encontré con su mirada.
Se me cayó el alma a los pies al ver en sus ojos el ansia que tan bien conocía. Ambos murmuramos unas disculpas y yo aparté la mirada, pero no antes de ver la sonrisita que aparecía en su cara.
Afortunadamente ya era el momento de ir a recoger el coche de alquiler y ambos nos dirigimos hacia el aparcamiento.
Pareció satisfecho cuando nos acercamos al coche, un Mercedes Benz SLS AMG. Le encantaba conducir (bueno, lo que le gustaba era ir rápido) y yo, siempre que necesitaba un coche, intentaba alquilarle alguno con el que pudiera divertirse.
—Muy bonito, señorita Mills —dijo pasando la mano sobre el capó—. Recuérdeme que me plantee subirle el sueldo.
Sentí que el deseo familiar de darle un puñetazo recorría mi cuerpo y eso me calmó. Todo era mucho más fácil cuando él se comportaba como un gilipollas integral.
Al pulsar el botón para abrir el maletero le dediqué una mirada de reproche y me aparté para que metiera sus cosas. Se quitó la chaqueta y me la dio. Yo la tiré en el maletero.
—¡Ten cuidado! —me reprendió.
—Yo no soy tu botones. Guarda tú tu propia chaqueta.
Él se rió y se agachó para coger su maleta.
—Dios, solo quería que me la sujetaras un momento.
—Oh. —Con las mejillas ruborizadas por mi reacción exagerada, estiré el brazo, recogí la chaqueta y la doblé sobre mi brazo—. Perdón.
—¿Por qué asumes siempre que me voy a comportar como un capullo?
—¿Porque normalmente lo eres?
Con otra carcajada, metió la maleta en el maletero.
—Debes de haberme echado mucho de menos.
Abrí la boca para contestar pero me distraje mirándole los músculos de la espalda que le tensaron la camisa al colocar su equipaje en el maletero al lado del mío. De cerca me di cuenta de que la camisa blanca tenía un sutil estampado gris y que estaba hecha a medida para ceñir sus anchos hombros y su estrecha cintura sin que le sobrara tela por ninguna parte. Los pantalones eran gris oscuro y estaban perfectamente planchados. Estaba segura de que él nunca se hacía su propia colada y, maldita sea, ¿quién iba a echárselo en cara cuando estaba tan sexy con las prendas a medida que le limpiaban en la tintorería?
«¡Para ya!»
Cerró el maletero con un golpe, sacándome de mi ensoñación, y yo le di las llaves cuando me tendió la mano. Él dio la vuelta, abrió mi puerta, y esperó a que me sentara antes de cerrarla. «Sí, eres un verdadero caballero...», pensé.
Condujo en silencio; los únicos sonidos eran el ronroneo del motor y la voz del GPS dándonos direcciones para llegar al hotel. Yo me entretuve repasando la agenda e intentando ignorar al hombre que tenía al lado.
Quería mirarlo, estudiar su cara. Estaba deseando estirar la mano y tocar la sombra de barba de su mandíbula, decirle que parara y me tocara.
Todos esos pensamientos no dejaban de pasar por mi mente, lo que me hizo imposible concentrarme en los papeles que tenía delante. El tiempo que habíamos pasado separados no había aplacado en absoluto el efecto que tenía sobre mí. Quería preguntarle cómo habían ido las dos últimas semanas. La verdad es que lo que quería saber era cómo estaba.
Con un suspiro cerré la carpeta que tenía en el regazo y me volví para mirar por la ventanilla.
Debimos pasar junto al océano, buques de la Marina y gente pasando por las calles, pero yo no vi nada. Lo único que había en mi mente era lo que había en el interior del coche. Sentía cada movimiento, cada respiración. Sus dedos daban golpecitos contra el volante. La piel chirriaba cuando se movía en el asiento. Su olor llenaba el espacio cerrado y me hacía imposible recordar por qué
necesitaba resistirme. Él me envolvía completamente.
Tenía que ser fuerte para probar que era yo quien controlaba mi vida, pero todas las partes de mí me pedían a gritos sentirlo. Necesitaría recomponerme en el hotel antes del congreso, pero con él tan cerca, todas esas buenas intenciones me abandonaron.
—¿Está bien, señorita Mills? —El sonido de su voz me sobresaltó y me volví para encontrarme con sus ojos color esmeralda. Mi estómago se llenó otra vez de mariposas al ver la intensidad que había tras ellos. ¿Cómo había podido olvidar lo largas que eran sus pestañas?
—Ya hemos llegado. —Señaló el hotel y me sorprendí de que ni siquiera me hubiera dado cuenta—. ¿Va todo bien?
—Sí —respondí con rapidez—. Es que ha sido un día muy largo.
—Hummm —murmuró sin dejar de mirarme. Vi que su mirada pasaba a mi boca y Dios, cómo quería que me besara. Echaba de menos el dominio de sus labios sobre los míos, como si no hubiera nada en el mundo que pudiera desear más que saborearme. Y sospechaba que a veces eso podía incluso ser cierto.
Como si me viera de alguna forma atraída por él, me incliné hacia su asiento. La electricidad se puso en funcionamiento entre nosotros y volvió a mirarme a los ojos. Él también se inclinó para acercarse a mí y sentí su aliento caliente contra la boca.
De repente mi puerta se abrió y yo di un salto en el asiento, sobresaltada al ver al botones del hotel allí de pie, expectante, con la mano tendida. Salí del coche e inspiré hondo el aire que no estaba lleno de su olor intoxicante. El botones cogió las maletas y el señor Styles se disculpó para ir a contestar una llamada mientras nos registrábamos.
El hotel estaba lleno de otros asistentes al congreso y vi varias caras que me eran familiares. Había hecho planes para quedar con un grupo de alumnos de mi máster en algún momento de aquel viaje.
Saludé con la mano a una mujer que reconocí. Estaría muy bien poder ver a amigos mientras estábamos allí. Lo último que necesitaba era sentarme sola en mi habitación del hotel y fantasear con el hombre que estaría abajo, en la sala.
Después de que me dieran las llaves y de decirle al botones que subiera las maletas a nuestras habitaciones, me dirigí al salón en busca del señor Styles. La recepción de bienvenida estaba en su apogeo y, tras examinar la gran estancia, lo encontré al lado de una morena muy alta. Estaban bastante juntos, con la cabeza de él un poco inclinada para escucharla.
Su cabeza no me dejaba ver la cara de la mujer y entorné los ojos cuando me di cuenta de que ella levantaba la mano y le agarraba el antebrazo. Se rió por algo que él dijo y se apartó un poco, lo que me dejó verla mejor.
Era guapísima, con un pelo liso y negro que le llegaba por los hombros. Mientras la miraba, ella le puso algo en la mano y le cerró los dedos sobre ello. Una expresión extraña cruzó la cara del señor Styles cuando miró lo que tenía en la mano.
«Tiene que estar de coña. ¿Le acaba... Le acaba de dar la llave de su habitación?»
Los observé un momento más y entonces algo dentro de mí saltó al ver que seguía mirando la llave como si estuviera pensándose si metérsela o no en el bolsillo. Solo pensar en él mirando a otra mujer con la misma intensidad, deseando a otra, hizo que el estómago se me retorciera por la furia. Antes de poder detenerme, crucé con decisión la sala hasta llegar junto a ambos.
Le puse la mano en el antebrazo y él parpadeó al mirarme, con una expresión de duda en la cara.
—Harry, ¿ya podemos subir a la habitación? —le pregunté en voz baja.
Él abrió mucho los ojos y también la boca por el asombro. Nunca le había visto tan mudo como en ese momento.
Y entonces me di cuenta: yo nunca antes le había llamado por su nombre de pila.
—¿Harry? —volví a preguntar y algo pasó como un relámpago por su cara. Lentamente la comisura de su boca se elevó hasta formar una sonrisa y nuestras miradas se encontraron un momento.
Al volverse hacia ella, él sonrió con condescendencia y habló en una voz tan suave que hizo que me estremeciera.
—Discúlpanos —dijo, devolviéndole discretamente su llave—. Como ves, no he venido solo.
El pulso acelerado provocado por la victoria eclipsó completamente el horror que debería estar sintiendo en ese momento. Él colocó su mano cálida en la parte baja de mi espalda mientras me guiaba hacia la salida del salón y después cruzamos el vestíbulo. Pero cuando nos acercábamos a los ascensores, mi euforia se fue viendo reemplazada por otra cosa. Me empezó a entrar el pánico cuando
me di cuenta de lo irracional de mi comportamiento.
Recordar nuestro constante juego del gato y el ratón me agotaba. ¿Cuántas veces al año viajaba él? ¿Cuántas veces le habrían puesto una llave en la mano? ¿Iba a estar allí todas las veces para alejarle de la tentación? Y si no estaba, ¿se metería tranquilamente en la habitación de otra?
Y, además, ¿quién demonios creía que podría ser para él? ¡Y a mí no debería importarme!
Tenía el corazón a mil por hora y la sangre me atronaba en los oídos. Otras tres parejas se metieron con nosotros en el ascensor y yo recé para poder llegar a mi habitación antes de explotar. No me podía creer lo que acababa de hacer. Levanté la vista y le vi con una sonrisita triunfante.
Inspiré hondo e intenté recordarme que eso era exactamente lo que necesitaba para permanecer alejada. Lo que había pasado en el salón no era algo propio de mí y sí, algo muy poco profesional por parte de ambos, sobre todo en un lugar público de trabajo. Quería gritarle, hacerle daño, enfurecerlo como él me había hecho enfurecer a mí, pero cada vez me costaba más encontrar la voluntad para
hacerlo.
Subimos en un silencio tenso hasta que la última pareja salió del ascensor y nos dejó solos. Cerré los ojos, intentando centrarme solo en respirar, pero, por supuesto, todo lo que podía oler allí era a él.
No quería que estuviera con nadie más y ese sentimiento era tan abrumador que me dejaba sin aliento.
Y era aterrador, porque si tenía que ser sincera conmigo misma, él podía destrozarme el corazón.
Podría destrozarme a mí.
El ascensor paró con un timbrazo suave y las puertas se abrieron en nuestra planta.
—¿______? —me dijo con la mano en mi espalda.
Me volví y salí apresuradamente del ascensor.
—¿Adónde vas? —gritó desde detrás de mí. Oí sus pasos y supe que iba a haber problemas—. ¡______, espera!
No podía huir de él para siempre. Ni siquiera estaba segura de que quisiera seguir haciéndolo.
Para cuando me despidió con un beso, yo me sentía lo más preparada posible, teniendo en cuenta la situación. Estaba muy nerviosa por volver a ver cara a cara al señor Styles, pero me había dado a mí misma la mejor charla de preparación posible, y había hecho varias compras por internet y tenía la maleta llena de nuevas «braguitas poderosas». Había pensado mucho en mis opciones y estaba
bastante segura de que tenía un plan.
El primer paso era admitir que este problema venía de algo más que de la tentación que producía la cercanía. Estar separados por miles de kilómetros de distancia no había servido para calmar mi necesidad. Había soñado con él casi cada noche, despertándome cada mañana frustrada y sola. Había pasado demasiado tiempo pensando en lo que estaría haciendo, preguntándome si estaría tan
confundido como yo e intentando arrancarle a Sara toda la información que podía sobre cómo iban las cosas por allí.
Sara y yo tuvimos una interesante conversación cuando me llamó para informarme de cómo iba lo de mi sustitución temporal. Me reí como una histérica cuando me enteré de la sucesión de asistentes.
Por supuesto que a Harry le estaba costando mantener a alguien cerca de él. Era un gilipollas.
Yo estaba acostumbrada a sus cambios de humor y a su actitud hosca; profesionalmente nuestra relación funcionaba como un reloj. Pero el lado personal era una pesadilla. Casi todo el mundo lo sabía, aunque no conocían el alcance de la situación.
Muchas veces recordé nuestros últimos días juntos. Algo en nuestra relación estaba cambiando y yo no estaba segura de cómo me hacía sentir eso. No importaba cuántas veces nos dijéramos que no iba a volver a pasar, porque lo haría. Estaba aterrada de que ese hombre, que era mucho más que malo para mí, tuviera más control sobre mi cuerpo de lo que lo tenía yo, no importaba cuánto intentara convencerme a mí misma de lo contrario.
No quería ser una mujer que sacrificaba sus ambiciones por un hombre.
De pie en la zona de llegadas, me di una última charla de preparación. Podía hacerlo. Oh, Dios, esperaba poder hacerlo. Las mariposas de mi estómago no paraban de revolotear y me preocupé brevemente por si acababa vomitando.
Su avión se había retrasado en Chicago y eran más de las seis y media cuando por fin aterrizó en San Diego. Aunque el tiempo en el avión me había venido bien para pensar, las otras siete horas de espera posteriores solo habían vuelto a poner en funcionamiento mis nervios.
Me puse de puntillas intentando ver mejor entre la multitud, pero no lo vi. Volví a mirar mi móvil y leí otra vez su mensaje.
Acabo de aterrizar. Nos vemos en unos minutos.
No había nada sentimental en ese mensaje, pero hizo que me diera un vuelco el estómago. Nuestros mensajes de la noche anterior habían sido igual; nada de lo que dijimos era especial, solo le pregunté qué tal había ido el resto de la semana. Eso no se consideraría inusual en ninguna otra relación, pero era algo totalmente nuevo para nosotros. Tal vez había una posibilidad de que pudiéramos dejar a un lado la animosidad constante y acabar siendo... ¿qué, amigos?
Con el estómago hecho un nudo empecé a caminar arriba y abajo, deseando que mi mente cambiara de marcha y se calmaran los latidos de mi corazón. Sin pensarlo me paré a medio paso y me volví hacia la multitud que se acercaba, buscándolo entre la marea de caras desconocidas. Me quedé sin aliento cuando una mata de pelo conocido destacó entre las demás.
«Por Dios, compórtate, ______.»
Intenté una vez más mantener mi cuerpo bajo control y volví a levantar la vista. «Joder, estoy hecha una mierda.» Ahí estaba, mejor de lo que nunca le había visto. ¿Cómo demonios consigue una persona mejorar su aspecto en nueve días y bajar de un avión sin haber perdido ni un ápice de encanto?
Era casi una cabeza más alto que las personas que lo rodeaban, ese tipo de altura que resalta entre la multitud, y yo le di gracias al universo por eso. Su pelo oscuro estaba tan alborotado como siempre; sin duda se había pasado las manos por el pelo cien veces durante la última hora. Llevaba pantalones de sport oscuros, un blazer color carbón y una camisa blanca con el cuello desabrochado. Parecía cansado y se veía un principio de barba en su cara, pero eso no fue lo que hizo que mi corazón se pusiera a mil por hora. Él iba mirando al suelo, pero en cuanto nuestras miradas se encontraron, su cara se dividió con la sonrisa más abiertamente feliz que le había visto nunca. Antes de que pudiera evitarlo, sentí explotar también mi sonrisa, amplia y nerviosa.
Él se detuvo frente a mí, con una expresión un poco más tensa de lo normal; los dos esperábamos que el otro dijera cualquier cosa.
—Hola —dije algo violenta, intentando liberar algo de la tensión que había entre nosotros.
Todas las partes de mi cuerpo querían empujarlo hacia el baño de señoras, pero no sé por qué me pareció que no era la mejor manera de saludar al jefe. Aunque no es que eso nos hubiera importado nunca antes.
—Eh... Hola —respondió con la frente un poco arrugada.
«¡Joder, despierta, ______!»
Ambos nos volvimos para dirigirnos a la cinta de equipajes y yo sentí que se me ponía toda la piel de gallina solo por estar cerca de él.
—¿Qué tal el vuelo? —le pregunté aunque sabía cuánto odiaba volar en compañías aéreas comerciales, aunque fuera en primera clase. Aquella situación era tan ridícula... Estaba deseando que dijera alguna estupidez para que pudiera contestarle con un grito.
Él pensó un momento antes de responder.
—Bueno, no ha estado mal una vez que hemos logrado despegar. No me gusta lo llenos que van los aviones. —Se detuvo y esperó, rodeado por el bullicio de la gente, pero lo único que yo noté fue la tensión que crecía entre nosotros y cada centímetro de espacio que había entre nuestros cuerpos—. ¿Y cómo se encuentra tu padre? —preguntó un momento después.
Asentí.
—Era benigno. Gracias por preguntar.
—De nada.
Pasaron varios minutos en un incómodo silencio y yo me sentí más que aliviada al ver salir su equipaje por la cinta. Ambos fuimos a cogerlo al mismo tiempo y nuestras manos se tocaron brevemente sobre el asa. Me aparté y al levantar la vista me encontré con su mirada.
Se me cayó el alma a los pies al ver en sus ojos el ansia que tan bien conocía. Ambos murmuramos unas disculpas y yo aparté la mirada, pero no antes de ver la sonrisita que aparecía en su cara.
Afortunadamente ya era el momento de ir a recoger el coche de alquiler y ambos nos dirigimos hacia el aparcamiento.
Pareció satisfecho cuando nos acercamos al coche, un Mercedes Benz SLS AMG. Le encantaba conducir (bueno, lo que le gustaba era ir rápido) y yo, siempre que necesitaba un coche, intentaba alquilarle alguno con el que pudiera divertirse.
—Muy bonito, señorita Mills —dijo pasando la mano sobre el capó—. Recuérdeme que me plantee subirle el sueldo.
Sentí que el deseo familiar de darle un puñetazo recorría mi cuerpo y eso me calmó. Todo era mucho más fácil cuando él se comportaba como un gilipollas integral.
Al pulsar el botón para abrir el maletero le dediqué una mirada de reproche y me aparté para que metiera sus cosas. Se quitó la chaqueta y me la dio. Yo la tiré en el maletero.
—¡Ten cuidado! —me reprendió.
—Yo no soy tu botones. Guarda tú tu propia chaqueta.
Él se rió y se agachó para coger su maleta.
—Dios, solo quería que me la sujetaras un momento.
—Oh. —Con las mejillas ruborizadas por mi reacción exagerada, estiré el brazo, recogí la chaqueta y la doblé sobre mi brazo—. Perdón.
—¿Por qué asumes siempre que me voy a comportar como un capullo?
—¿Porque normalmente lo eres?
Con otra carcajada, metió la maleta en el maletero.
—Debes de haberme echado mucho de menos.
Abrí la boca para contestar pero me distraje mirándole los músculos de la espalda que le tensaron la camisa al colocar su equipaje en el maletero al lado del mío. De cerca me di cuenta de que la camisa blanca tenía un sutil estampado gris y que estaba hecha a medida para ceñir sus anchos hombros y su estrecha cintura sin que le sobrara tela por ninguna parte. Los pantalones eran gris oscuro y estaban perfectamente planchados. Estaba segura de que él nunca se hacía su propia colada y, maldita sea, ¿quién iba a echárselo en cara cuando estaba tan sexy con las prendas a medida que le limpiaban en la tintorería?
«¡Para ya!»
Cerró el maletero con un golpe, sacándome de mi ensoñación, y yo le di las llaves cuando me tendió la mano. Él dio la vuelta, abrió mi puerta, y esperó a que me sentara antes de cerrarla. «Sí, eres un verdadero caballero...», pensé.
Condujo en silencio; los únicos sonidos eran el ronroneo del motor y la voz del GPS dándonos direcciones para llegar al hotel. Yo me entretuve repasando la agenda e intentando ignorar al hombre que tenía al lado.
Quería mirarlo, estudiar su cara. Estaba deseando estirar la mano y tocar la sombra de barba de su mandíbula, decirle que parara y me tocara.
Todos esos pensamientos no dejaban de pasar por mi mente, lo que me hizo imposible concentrarme en los papeles que tenía delante. El tiempo que habíamos pasado separados no había aplacado en absoluto el efecto que tenía sobre mí. Quería preguntarle cómo habían ido las dos últimas semanas. La verdad es que lo que quería saber era cómo estaba.
Con un suspiro cerré la carpeta que tenía en el regazo y me volví para mirar por la ventanilla.
Debimos pasar junto al océano, buques de la Marina y gente pasando por las calles, pero yo no vi nada. Lo único que había en mi mente era lo que había en el interior del coche. Sentía cada movimiento, cada respiración. Sus dedos daban golpecitos contra el volante. La piel chirriaba cuando se movía en el asiento. Su olor llenaba el espacio cerrado y me hacía imposible recordar por qué
necesitaba resistirme. Él me envolvía completamente.
Tenía que ser fuerte para probar que era yo quien controlaba mi vida, pero todas las partes de mí me pedían a gritos sentirlo. Necesitaría recomponerme en el hotel antes del congreso, pero con él tan cerca, todas esas buenas intenciones me abandonaron.
—¿Está bien, señorita Mills? —El sonido de su voz me sobresaltó y me volví para encontrarme con sus ojos color esmeralda. Mi estómago se llenó otra vez de mariposas al ver la intensidad que había tras ellos. ¿Cómo había podido olvidar lo largas que eran sus pestañas?
—Ya hemos llegado. —Señaló el hotel y me sorprendí de que ni siquiera me hubiera dado cuenta—. ¿Va todo bien?
—Sí —respondí con rapidez—. Es que ha sido un día muy largo.
—Hummm —murmuró sin dejar de mirarme. Vi que su mirada pasaba a mi boca y Dios, cómo quería que me besara. Echaba de menos el dominio de sus labios sobre los míos, como si no hubiera nada en el mundo que pudiera desear más que saborearme. Y sospechaba que a veces eso podía incluso ser cierto.
Como si me viera de alguna forma atraída por él, me incliné hacia su asiento. La electricidad se puso en funcionamiento entre nosotros y volvió a mirarme a los ojos. Él también se inclinó para acercarse a mí y sentí su aliento caliente contra la boca.
De repente mi puerta se abrió y yo di un salto en el asiento, sobresaltada al ver al botones del hotel allí de pie, expectante, con la mano tendida. Salí del coche e inspiré hondo el aire que no estaba lleno de su olor intoxicante. El botones cogió las maletas y el señor Styles se disculpó para ir a contestar una llamada mientras nos registrábamos.
El hotel estaba lleno de otros asistentes al congreso y vi varias caras que me eran familiares. Había hecho planes para quedar con un grupo de alumnos de mi máster en algún momento de aquel viaje.
Saludé con la mano a una mujer que reconocí. Estaría muy bien poder ver a amigos mientras estábamos allí. Lo último que necesitaba era sentarme sola en mi habitación del hotel y fantasear con el hombre que estaría abajo, en la sala.
Después de que me dieran las llaves y de decirle al botones que subiera las maletas a nuestras habitaciones, me dirigí al salón en busca del señor Styles. La recepción de bienvenida estaba en su apogeo y, tras examinar la gran estancia, lo encontré al lado de una morena muy alta. Estaban bastante juntos, con la cabeza de él un poco inclinada para escucharla.
Su cabeza no me dejaba ver la cara de la mujer y entorné los ojos cuando me di cuenta de que ella levantaba la mano y le agarraba el antebrazo. Se rió por algo que él dijo y se apartó un poco, lo que me dejó verla mejor.
Era guapísima, con un pelo liso y negro que le llegaba por los hombros. Mientras la miraba, ella le puso algo en la mano y le cerró los dedos sobre ello. Una expresión extraña cruzó la cara del señor Styles cuando miró lo que tenía en la mano.
«Tiene que estar de coña. ¿Le acaba... Le acaba de dar la llave de su habitación?»
Los observé un momento más y entonces algo dentro de mí saltó al ver que seguía mirando la llave como si estuviera pensándose si metérsela o no en el bolsillo. Solo pensar en él mirando a otra mujer con la misma intensidad, deseando a otra, hizo que el estómago se me retorciera por la furia. Antes de poder detenerme, crucé con decisión la sala hasta llegar junto a ambos.
Le puse la mano en el antebrazo y él parpadeó al mirarme, con una expresión de duda en la cara.
—Harry, ¿ya podemos subir a la habitación? —le pregunté en voz baja.
Él abrió mucho los ojos y también la boca por el asombro. Nunca le había visto tan mudo como en ese momento.
Y entonces me di cuenta: yo nunca antes le había llamado por su nombre de pila.
—¿Harry? —volví a preguntar y algo pasó como un relámpago por su cara. Lentamente la comisura de su boca se elevó hasta formar una sonrisa y nuestras miradas se encontraron un momento.
Al volverse hacia ella, él sonrió con condescendencia y habló en una voz tan suave que hizo que me estremeciera.
—Discúlpanos —dijo, devolviéndole discretamente su llave—. Como ves, no he venido solo.
El pulso acelerado provocado por la victoria eclipsó completamente el horror que debería estar sintiendo en ese momento. Él colocó su mano cálida en la parte baja de mi espalda mientras me guiaba hacia la salida del salón y después cruzamos el vestíbulo. Pero cuando nos acercábamos a los ascensores, mi euforia se fue viendo reemplazada por otra cosa. Me empezó a entrar el pánico cuando
me di cuenta de lo irracional de mi comportamiento.
Recordar nuestro constante juego del gato y el ratón me agotaba. ¿Cuántas veces al año viajaba él? ¿Cuántas veces le habrían puesto una llave en la mano? ¿Iba a estar allí todas las veces para alejarle de la tentación? Y si no estaba, ¿se metería tranquilamente en la habitación de otra?
Y, además, ¿quién demonios creía que podría ser para él? ¡Y a mí no debería importarme!
Tenía el corazón a mil por hora y la sangre me atronaba en los oídos. Otras tres parejas se metieron con nosotros en el ascensor y yo recé para poder llegar a mi habitación antes de explotar. No me podía creer lo que acababa de hacer. Levanté la vista y le vi con una sonrisita triunfante.
Inspiré hondo e intenté recordarme que eso era exactamente lo que necesitaba para permanecer alejada. Lo que había pasado en el salón no era algo propio de mí y sí, algo muy poco profesional por parte de ambos, sobre todo en un lugar público de trabajo. Quería gritarle, hacerle daño, enfurecerlo como él me había hecho enfurecer a mí, pero cada vez me costaba más encontrar la voluntad para
hacerlo.
Subimos en un silencio tenso hasta que la última pareja salió del ascensor y nos dejó solos. Cerré los ojos, intentando centrarme solo en respirar, pero, por supuesto, todo lo que podía oler allí era a él.
No quería que estuviera con nadie más y ese sentimiento era tan abrumador que me dejaba sin aliento.
Y era aterrador, porque si tenía que ser sincera conmigo misma, él podía destrozarme el corazón.
Podría destrozarme a mí.
El ascensor paró con un timbrazo suave y las puertas se abrieron en nuestra planta.
—¿______? —me dijo con la mano en mi espalda.
Me volví y salí apresuradamente del ascensor.
—¿Adónde vas? —gritó desde detrás de mí. Oí sus pasos y supe que iba a haber problemas—. ¡______, espera!
No podía huir de él para siempre. Ni siquiera estaba segura de que quisiera seguir haciéndolo.
Anna.
Maratón 2/5
Capítulo 22
Un millón de pensamientos cruzaron por mi mente en ese preciso segundo. No podíamos seguir haciendo eso. Teníamos que seguir adelante o parar. «Ahora.» Estaba interfiriendo con mis negocios, mi sueño, mi cabeza... toda mi maldita vida.
Pero no importaba cuánto intentara engañarme, yo sabía lo que quería. No podía dejarla ir.
Ella prácticamente salió corriendo por el pasillo, pero yo fui tras ella.
—¡No puedes hacer algo como eso y después esperar que te deje largarte sin más!
—¿Cómo que «no puedes»? —me gritó por encima del hombro. Llegó a su habitación e intentó torpemente meter la llave en la cerradura hasta que lo consiguió.
Llegué a su puerta justo cuando la estaba abriendo y nuestras miradas se encontraron durante un breve momento antes de que entrara corriendo e intentara cerrarla a la fuerza. Metí la mano y abrí la puerta de un empujón tan violento que golpeó con fuerza la pared que tenía detrás.
—Pero ¿qué coño crees que estás haciendo? —me chilló.
Entró en el baño que estaba justo enfrente de la puerta y se volvió para mirarme.
—¿Vas a dejar de huir de mí? —pregunté y la seguí. Mi voz resonaba en aquel pequeño espacio—. Si esto es por esa mujer de abajo...
Ella pareció más furiosa al oír mis palabras, si es que eso era posible, y dio un paso hacia mí.
—No te atrevas a seguir por ese camino. Yo nunca he actuado como una novia celosa. —Negó con la cabeza indignada antes de girarse hacia el lavabo y buscar algo en su bolso.
La miré mientras me iba frustrando cada vez más. ¿Y a qué más podía deberse aquello? Estaba totalmente desconcertado. Cuando se enfadaba así, a estas alturas ya debería haberme empujado contra la pared y tenerme medio desnudo. Pero esta vez parecía realmente preocupada.
—¿Crees que me voy a interesar por cualquier mujer que me ponga la llave de su habitación en la mano? Pero ¿qué tipo de tío crees que soy?
Ella golpeó un cepillo contra la superficie del lavabo y levantó la vista para mirarme furiosa.
—¿No estarás hablando en serio? Sé que tú has hecho esto antes. Solo sexo, nada de compromisos... Estoy segura de que te dan llaves de habitación continuamente.
Abrí la boca para responder; para ser sincero, sí que había tenido relaciones que no se basaban más que en el sexo, sin embargo lo que tenía con ______ hacía tiempo que no era «solo sexo».
Pero ella me interrumpió antes de que pudiera hablar.
—Yo nunca he hecho nada ni parecido a esto y ya no sé cómo llevarlo —me dijo y su voz iba subiendo con cada palabra—. Pero cuando estoy contigo, es como si nada más importara. Esto... Esto —continuó haciendo un gesto que nos incluía a ambos— ¡no tiene nada que ver conmigo! Es como si me convirtiera en una persona diferente cuando estoy contigo, y lo odio. No puedo hacerlo, Harry.
No me gusta la persona en la que me estoy convirtiendo. Trabajo mucho. Me importa mi trabajo. Soy inteligente. Y nada de eso importará si la gente se entera de lo que está pasando entre nosotros. Búscate a otra.
—Ya te lo he dicho, no he estado con nadie desde que empezamos con esto.
—Eso no significa que no vayas a coger una llave si te la ponen en la mano. ¿Qué habrías hecho si no hubiera aparecido?
—Devolvérsela —dije sin dudarlo.
Pero ella solo se rió; claramente no me creía.
—Mira, todo esto me tiene agotada ahora mismo. Solo quiero darme una ducha y meterme en la cama.
Era casi imposible siquiera pensar en irme de allí y dejar aquello sin resolver, pero ella ya se había apartado de mí y estaba abriendo el grifo de la ducha. Cuando fui a abrir la puerta que daba al pasillo, la miré, ya envuelta en vapor y mirando cómo me iba. Y parecía tan confusa como yo, maldita sea.
Sin pensarlo, crucé la habitación, le cogí la cara entre las manos y la acerqué a mí. Cuando nuestros labios se encontraron, ella dejó escapar un sonido estrangulado de rendición e inmediatamente hundió las manos en mi pelo. La besé con más fuerza, reclamando sus sonidos como míos, haciendo míos también sus labios y su sabor.
—Firmemos una tregua por una noche —le dije dándole tres breves besos en los labios, uno a cada lado y uno un poco más largo en el centro, en el corazón de su boca—. Dámelo todo de ti por una noche, no te guardes nada. Por favor, ______, te dejaré en paz después de eso, pero no te he visto durante casi dos semanas y... necesito esta noche al menos.
Ella se quedó mirándome durante varios dolorosos minutos, claramente luchando consigo misma. Y entonces, con un suave sonido de súplica, levantó los brazos y me atrajo hacia a ella, poniéndose de puntillas para acercarse tanto como fuera posible.
Mis labios eran duros e implacables pero ella no se apartó, apretando sus curvas contra mí. Yo estaba perdido para todo excepto para ella. Nos dimos un golpe con la pared, con la encimera, con la puerta de la ducha, retorciéndonos y tirando el uno del otro en nuestra desesperación. La habitación estaba totalmente llena de vapor para entonces y nada parecía real. Podía olerla, saborearla y sentirla,
pero nada de eso parecía suficiente.
Nuestros besos se hicieron más profundos, nuestras caricias más salvajes. Le agarré el trasero, los muslos, subí las manos hasta sus pechos y los acaricié, necesitando notar todas y cada una de las partes de su cuerpo en mis palmas simultáneamente. Ella me empujó contra la pared y repentinamente una calidez cayó por mi hombro y por mi pecho, sacándome de mi ensoñación. Habíamos entrado en la ducha con la ropa todavía puesta. Nos estábamos empapando. Pero no nos importó.
Sus manos me recorrían el cuerpo frenéticamente, tirando de la camisa para sacármela de los pantalones. Con las manos temblorosas me la desabrochó, arrancándome algunos botones por las prisas, antes de bajarme la tela mojada por los hombros y tirarla fuera de la ducha.
La seda húmeda de su vestido se le pegaba al cuerpo, acentuando cada curva. Le rocé la tela sobre los pechos y noté los pezones tensos debajo. Ella gimió y puso su mano sobre la mía guiando mis movimientos.
—Dime lo que quieres. —Mi voz sonaba ronca por la necesidad—. Dime qué quieres que te haga.
—No lo sé —susurró contra mi boca—. Solo quiero ver cómo te vas deshaciendo.
Quería decirle que ya podía ver eso ahora y, para ser totalmente sincero, llevaba viéndolo durante semanas, pero me faltaron las palabras al bajarle las manos por los costados y meterlas bajo el vestido. Nos estuvimos provocando con la boca el uno al otro y el sonido de la ducha ahogó nuestros gemidos. Metí las manos dentro de sus bragas y sentí el calor contra mis dedos.
Como necesitaba ver más de ella, saqué los dedos y los llevé al dobladillo de su vestido. Con un solo movimiento se lo levanté y se lo saqué por la cabeza. Me quedé helado al ver lo que había debajo.
«Dios Santo.» Estaba intentado matarme.
Di un paso atrás y me apoyé contra la pared de la ducha. Ella estaba delante de mí, calada hasta los huesos, con unas bragas de encaje blanco que se ataban a ambos lados de su cadera con un lazo de seda. Tenía los pezones duros y se veían bajo el sujetador a juego y no pude evitar estirar la mano para tocarlos.
—Joder, eres tan hermosa —dije pasándole las yemas de los dedos por los pechos tensos. Un estremecimiento visible la recorrió y mi mano subió por su cuerpo, por encima de su clavícula, por el cuello y hasta su mandíbula.
Podíamos follar justo allí, húmedos y resbaladizos contra los azulejos y tal vez lo hiciéramos más adelante, pero ahora mismo quería tomarme mi tiempo. Mi corazón se aceleró al pensar que teníamos toda la noche por delante. Nada de apresurarse ni de esconderse. Nada de peleas amargas ni de culpas.
Teníamos toda la noche para estar solos y me iba a pasar toda la noche con ella... en una cama.
Metí la mano por detrás de ella y cerré la ducha. Ella se apretó contra mí, acercando su cuerpo todo lo que pudo. Yo le cogí la cara y la besé profundamente, con mi lengua deslizándose contra la suya.
Sus caderas se movieron contra las mías y abrí la puerta de la ducha, sin dejar de abrazarla mientras salíamos.
No podía dejar de tocarle la piel: por la espalda, sobre la suave curva al final y volviendo a subir por sus costados hasta sus pechos. Necesitaba sentir, saborear cada centímetro de su piel.
Nuestro beso no se rompió mientras salíamos del baño, tropezando torpemente mientras nos íbamos quitando con desesperación lo que nos quedaba de la ropa. Me quité de una patada los zapatos mojados mientras la llevaba hacia el dormitorio, y ella me acariciaba el estómago en busca de mi cinturón. La ayudé y pronto me liberé también de los pantalones y los bóxer. Acelerado, los aparté a un lado de una patada y aterrizaron un poco más allá en un montoncito húmedo.
Seguí la línea de sus costillas con los nudillos antes de deslizar las manos hacia el cierre de su sujetador, lo solté y prácticamente se lo arranqué del cuerpo. Acercándola a mí, gemí dentro de su boca cuando sus pezones duros rozaron mi pecho. Las puntas de su cabello húmedo me hacían cosquillas en las manos mientras se las pasaba por la espalda desnuda, y sentí electricidad contra mi piel.
La habitación estaba a oscuras, la única iluminación venía de la escasa cuña de luz que se escapaba por la puerta del baño y de la luna del cielo nocturno. La parte de atrás de sus rodillas chocó con la cama y yo me dirigí a la última prenda que quedaba entre nosotros. Mi boca subió hasta sus labios y después bajó por su cuello, por ambos pechos y por su torso. Le fui dando breves besos y mordiscos
por el estómago y finalmente llegué al encaje blanco que escondía el resto de ella.
Me puse de rodillas delante de ella, levanté la vista y encontré su mirada. Tenía las manos en mi pelo y pasaba los dedos entre los mechones mojados y alborotados.
Estiré la mano y cogí el delicado lazo de seda entre los dedos, tiré y vi cómo se deshacía en su cadera. Una expresión de confusión cruzó su cara mientras yo pasaba los dedos por todo el borde de encaje hasta el otro lado y hacía lo mismo. La tela cayó de su cuerpo sin daños y ella quedó completamente desnuda delante de mí. No las había roto, pero podía estar más que segura de que tenía
intención de llevarme esa preciosidad conmigo.
Ella rió; parecía que me había leído la mente.
La empujé un poco para atrás para que quedara sentada en el borde de la cama y, todavía de rodillas delante de ella, le abrí las piernas. Le acaricié la piel sedosa de las pantorrillas y le besé el interior de los muslos y entre las piernas. Su sabor invadió mi boca y se me subió a la cabeza, borrando todo lo demás. Joder, qué cosas me hacía esa mujer.
La empujé otra vez para que se tumbara sobre las sábanas y por fin me acerqué para unirme a ella, pasándole los labios y la lengua por el cuerpo, con sus manos todavía enredadas en mi pelo, guiándome hacia donde ella me necesitaba más. Le metí el pulgar en la boca porque deseaba que me lamiera algo mientras yo ponía mi boca en sus pechos, sus costillas, su mandíbula.
Sus suspiros y gemidos llenaron la habitación y se mezclaron con los míos. Era más difícil de lo que había sido nunca y solo quería enterrarme en ella una y otra vez. Alcancé su boca y le saqué mi pulgar húmedo para pasárselo por la mejilla. Entonces ella tiró de mí y cada centímetro de nuestros cuerpos desnudos quedó alineado.
Nos besamos con pasión, las manos buscando y agarrando, intentando acercarnos todo lo posible.
Nuestras caderas se encontraron y mi miembro se deslizó contra su calor húmedo. Cada vez que pasaba sobre su clítoris, ella emitía un gemido. Con un leve movimiento podría estar en lo más profundo de ella.
Quería eso más que nada en el mundo, pero necesitaba oír algo de ella primero. Cuando había dicho mi nombre abajo, había provocado algo dentro de mí. No lo había comprendido del todo todavía, no sabía si significaba algo que no estaba totalmente preparado para explorar, pero sabía que necesitaba oírlo, oír que era a mí a quien quería. Necesitaba saber que, por esa noche, era mía.
—Joder, me muero por estar dentro de ti ahora mismo —le susurré al oído. Ella se quedó sin aliento pero se le escapó un profundo suspiro entre los labios—. ¿Es eso lo que tú quieres?
—Sí —lloriqueó con la voz suplicante y sus caderas se separaron de la cama buscando las mías. La punta de mi pene rozó su entrada y yo apreté la mandíbula porque quería prolongar aquello. Sus talones me recorrían las piernas arriba y abajo, hasta que al final pararon cuando me rodeó la cintura.
Le cogí las dos manos y se las coloqué por encima de la cabeza a la vez que entrelazaba nuestros dedos.
—Por favor, Harry —me suplicó—. Estoy a punto de perder la cabeza.
Bajé la cabeza de forma que nuestras frentes se tocaran y finalmente empujé para entrar en su interior.
—Oh, joder —gimió.
—Dilo otra vez. —Me estaba quedando sin aliento al empezar a moverme para entrar y salir de ella.
—Harry... ¡joder!
Quería oírlo una y otra vez. Me puse de rodillas y empecé a empujar hacia su interior con un ritmo más constante. Teníamos las manos todavía entrelazadas.
—No voy a tener bastante de esto nunca.
Estaba cerca y necesitaba aguantar. Llevaba separado de ella demasiado tiempo y nada de lo que había en las fantasías que había tenido con ella podía compararse con aquello.
—Te quiero así todos los días —dije contra su piel húmeda—. Así y agachada sobre mi mesa. De rodillas chupándomela.
—¿Por qué? —dijo con los dientes apretados—. ¿Por qué te encanta hablarme así? Eres un capullo.
Bajé sobre ella otra vez, riéndome contra su cuello.
Nos movimos a la vez sin esfuerzo, una piel cubierta de sudor deslizándose contra otra. Con cada embestida ella elevaba las caderas para encontrarse conmigo y sus piernas, que me rodeaban la cintura, me empujaban más adentro. Estaba tan perdido en ella que pareció que se paraba el tiempo.
Teníamos las manos fuertemente agarradas por encima de la cabeza y empezó a apretarme más fuerte.
Ella estaba cada vez más cerca, sus gritos eran cada vez más fuertes y mi nombre no dejaba de salir de sus labios, acercándome al abismo.
—Ríndete. —Mi voz era irregular por la desesperación que sentía. Estaba muy cerca pero quería esperarla—. Suéltate, ______, córrete.
—Oh, Dios, Harry —gimió—. Dime algo más. —Joder, a mi chica le ponía que le dijera guarradas—. Por favor.
—Estás tan caliente y tan húmeda. Cuando estás cerca —jadeé—, se te enrojece la piel de todo el cuerpo y tu voz se vuelve ronca. Y, joder, no hay nada más perfecto que tu cara cuando te corres.
Ella me apretó con más fuerza con las piernas y sentí que su respiración se aceleraba a la vez que se tensaba a mi alrededor.
—Esos labios tan retorcidos se abren y se ponen suaves cuando jadeas por mí y cuando me suplicas que te dé placer y, no hay nada mejor que el sonido que haces cuando por fin llegas.
Y eso fue todo lo que hizo falta. Hice las embestidas más profundas, levantándola de la cama con cada empujón. Yo ya estaba justo al borde en ese momento y cuando ella gritó mi nombre no pude contenerme más.
Ella amortiguó sus gritos contra mi cuello mientras sentía que se dejaba ir, apretándose salvajemente debajo de mí (nada en el mundo era tan bueno como aquello, dejar que la espiral fuera creciendo en nuestro interior y después se hiciera pedazos a la vez, los dos juntos) y yo también hice lo mismo.
Después acerqué mi cara a la suya y nuestras narices se tocaron. Nuestras respiraciones seguían siendo rápidas y trabajosas. Tenía la boca seca, me dolían los músculos y estaba agotado. Le solté las manos que estaba agarrando con fuerza y le froté los dedos suavemente, intentando que les volviera la circulación.
—Madre mía —dijo. Todo parecía tan diferente, pero a la vez muy poco definido. Rodé para apartarme de ella, cerré los ojos e intenté bloquear la maraña de pensamientos que tenía en la cabeza.
A mi lado, ella se estremeció.
—¿Tienes frío? —le pregunté.
—No —respondió negando con la cabeza—. Solo estoy muy abrumada.
Tiré de ella hacia mí y estiré el brazo para cubrirnos a ambos con las mantas. No quería irme, pero no sabía si estaba invitado a quedarme.
—Yo también.
El silencio cayó sobre nosotros durante varios minutos y me pregunté si se habría quedado dormida.
Me moví un poco y me sorprendió oír su voz.
—No te vayas —dijo en dirección a la oscuridad. Agaché la cabeza, le di un beso en la coronilla e inhalé profundamente su olor familiar.
—No me voy a ninguna parte.
Pero no importaba cuánto intentara engañarme, yo sabía lo que quería. No podía dejarla ir.
Ella prácticamente salió corriendo por el pasillo, pero yo fui tras ella.
—¡No puedes hacer algo como eso y después esperar que te deje largarte sin más!
—¿Cómo que «no puedes»? —me gritó por encima del hombro. Llegó a su habitación e intentó torpemente meter la llave en la cerradura hasta que lo consiguió.
Llegué a su puerta justo cuando la estaba abriendo y nuestras miradas se encontraron durante un breve momento antes de que entrara corriendo e intentara cerrarla a la fuerza. Metí la mano y abrí la puerta de un empujón tan violento que golpeó con fuerza la pared que tenía detrás.
—Pero ¿qué coño crees que estás haciendo? —me chilló.
Entró en el baño que estaba justo enfrente de la puerta y se volvió para mirarme.
—¿Vas a dejar de huir de mí? —pregunté y la seguí. Mi voz resonaba en aquel pequeño espacio—. Si esto es por esa mujer de abajo...
Ella pareció más furiosa al oír mis palabras, si es que eso era posible, y dio un paso hacia mí.
—No te atrevas a seguir por ese camino. Yo nunca he actuado como una novia celosa. —Negó con la cabeza indignada antes de girarse hacia el lavabo y buscar algo en su bolso.
La miré mientras me iba frustrando cada vez más. ¿Y a qué más podía deberse aquello? Estaba totalmente desconcertado. Cuando se enfadaba así, a estas alturas ya debería haberme empujado contra la pared y tenerme medio desnudo. Pero esta vez parecía realmente preocupada.
—¿Crees que me voy a interesar por cualquier mujer que me ponga la llave de su habitación en la mano? Pero ¿qué tipo de tío crees que soy?
Ella golpeó un cepillo contra la superficie del lavabo y levantó la vista para mirarme furiosa.
—¿No estarás hablando en serio? Sé que tú has hecho esto antes. Solo sexo, nada de compromisos... Estoy segura de que te dan llaves de habitación continuamente.
Abrí la boca para responder; para ser sincero, sí que había tenido relaciones que no se basaban más que en el sexo, sin embargo lo que tenía con ______ hacía tiempo que no era «solo sexo».
Pero ella me interrumpió antes de que pudiera hablar.
—Yo nunca he hecho nada ni parecido a esto y ya no sé cómo llevarlo —me dijo y su voz iba subiendo con cada palabra—. Pero cuando estoy contigo, es como si nada más importara. Esto... Esto —continuó haciendo un gesto que nos incluía a ambos— ¡no tiene nada que ver conmigo! Es como si me convirtiera en una persona diferente cuando estoy contigo, y lo odio. No puedo hacerlo, Harry.
No me gusta la persona en la que me estoy convirtiendo. Trabajo mucho. Me importa mi trabajo. Soy inteligente. Y nada de eso importará si la gente se entera de lo que está pasando entre nosotros. Búscate a otra.
—Ya te lo he dicho, no he estado con nadie desde que empezamos con esto.
—Eso no significa que no vayas a coger una llave si te la ponen en la mano. ¿Qué habrías hecho si no hubiera aparecido?
—Devolvérsela —dije sin dudarlo.
Pero ella solo se rió; claramente no me creía.
—Mira, todo esto me tiene agotada ahora mismo. Solo quiero darme una ducha y meterme en la cama.
Era casi imposible siquiera pensar en irme de allí y dejar aquello sin resolver, pero ella ya se había apartado de mí y estaba abriendo el grifo de la ducha. Cuando fui a abrir la puerta que daba al pasillo, la miré, ya envuelta en vapor y mirando cómo me iba. Y parecía tan confusa como yo, maldita sea.
Sin pensarlo, crucé la habitación, le cogí la cara entre las manos y la acerqué a mí. Cuando nuestros labios se encontraron, ella dejó escapar un sonido estrangulado de rendición e inmediatamente hundió las manos en mi pelo. La besé con más fuerza, reclamando sus sonidos como míos, haciendo míos también sus labios y su sabor.
—Firmemos una tregua por una noche —le dije dándole tres breves besos en los labios, uno a cada lado y uno un poco más largo en el centro, en el corazón de su boca—. Dámelo todo de ti por una noche, no te guardes nada. Por favor, ______, te dejaré en paz después de eso, pero no te he visto durante casi dos semanas y... necesito esta noche al menos.
Ella se quedó mirándome durante varios dolorosos minutos, claramente luchando consigo misma. Y entonces, con un suave sonido de súplica, levantó los brazos y me atrajo hacia a ella, poniéndose de puntillas para acercarse tanto como fuera posible.
Mis labios eran duros e implacables pero ella no se apartó, apretando sus curvas contra mí. Yo estaba perdido para todo excepto para ella. Nos dimos un golpe con la pared, con la encimera, con la puerta de la ducha, retorciéndonos y tirando el uno del otro en nuestra desesperación. La habitación estaba totalmente llena de vapor para entonces y nada parecía real. Podía olerla, saborearla y sentirla,
pero nada de eso parecía suficiente.
Nuestros besos se hicieron más profundos, nuestras caricias más salvajes. Le agarré el trasero, los muslos, subí las manos hasta sus pechos y los acaricié, necesitando notar todas y cada una de las partes de su cuerpo en mis palmas simultáneamente. Ella me empujó contra la pared y repentinamente una calidez cayó por mi hombro y por mi pecho, sacándome de mi ensoñación. Habíamos entrado en la ducha con la ropa todavía puesta. Nos estábamos empapando. Pero no nos importó.
Sus manos me recorrían el cuerpo frenéticamente, tirando de la camisa para sacármela de los pantalones. Con las manos temblorosas me la desabrochó, arrancándome algunos botones por las prisas, antes de bajarme la tela mojada por los hombros y tirarla fuera de la ducha.
La seda húmeda de su vestido se le pegaba al cuerpo, acentuando cada curva. Le rocé la tela sobre los pechos y noté los pezones tensos debajo. Ella gimió y puso su mano sobre la mía guiando mis movimientos.
—Dime lo que quieres. —Mi voz sonaba ronca por la necesidad—. Dime qué quieres que te haga.
—No lo sé —susurró contra mi boca—. Solo quiero ver cómo te vas deshaciendo.
Quería decirle que ya podía ver eso ahora y, para ser totalmente sincero, llevaba viéndolo durante semanas, pero me faltaron las palabras al bajarle las manos por los costados y meterlas bajo el vestido. Nos estuvimos provocando con la boca el uno al otro y el sonido de la ducha ahogó nuestros gemidos. Metí las manos dentro de sus bragas y sentí el calor contra mis dedos.
Como necesitaba ver más de ella, saqué los dedos y los llevé al dobladillo de su vestido. Con un solo movimiento se lo levanté y se lo saqué por la cabeza. Me quedé helado al ver lo que había debajo.
«Dios Santo.» Estaba intentado matarme.
Di un paso atrás y me apoyé contra la pared de la ducha. Ella estaba delante de mí, calada hasta los huesos, con unas bragas de encaje blanco que se ataban a ambos lados de su cadera con un lazo de seda. Tenía los pezones duros y se veían bajo el sujetador a juego y no pude evitar estirar la mano para tocarlos.
—Joder, eres tan hermosa —dije pasándole las yemas de los dedos por los pechos tensos. Un estremecimiento visible la recorrió y mi mano subió por su cuerpo, por encima de su clavícula, por el cuello y hasta su mandíbula.
Podíamos follar justo allí, húmedos y resbaladizos contra los azulejos y tal vez lo hiciéramos más adelante, pero ahora mismo quería tomarme mi tiempo. Mi corazón se aceleró al pensar que teníamos toda la noche por delante. Nada de apresurarse ni de esconderse. Nada de peleas amargas ni de culpas.
Teníamos toda la noche para estar solos y me iba a pasar toda la noche con ella... en una cama.
Metí la mano por detrás de ella y cerré la ducha. Ella se apretó contra mí, acercando su cuerpo todo lo que pudo. Yo le cogí la cara y la besé profundamente, con mi lengua deslizándose contra la suya.
Sus caderas se movieron contra las mías y abrí la puerta de la ducha, sin dejar de abrazarla mientras salíamos.
No podía dejar de tocarle la piel: por la espalda, sobre la suave curva al final y volviendo a subir por sus costados hasta sus pechos. Necesitaba sentir, saborear cada centímetro de su piel.
Nuestro beso no se rompió mientras salíamos del baño, tropezando torpemente mientras nos íbamos quitando con desesperación lo que nos quedaba de la ropa. Me quité de una patada los zapatos mojados mientras la llevaba hacia el dormitorio, y ella me acariciaba el estómago en busca de mi cinturón. La ayudé y pronto me liberé también de los pantalones y los bóxer. Acelerado, los aparté a un lado de una patada y aterrizaron un poco más allá en un montoncito húmedo.
Seguí la línea de sus costillas con los nudillos antes de deslizar las manos hacia el cierre de su sujetador, lo solté y prácticamente se lo arranqué del cuerpo. Acercándola a mí, gemí dentro de su boca cuando sus pezones duros rozaron mi pecho. Las puntas de su cabello húmedo me hacían cosquillas en las manos mientras se las pasaba por la espalda desnuda, y sentí electricidad contra mi piel.
La habitación estaba a oscuras, la única iluminación venía de la escasa cuña de luz que se escapaba por la puerta del baño y de la luna del cielo nocturno. La parte de atrás de sus rodillas chocó con la cama y yo me dirigí a la última prenda que quedaba entre nosotros. Mi boca subió hasta sus labios y después bajó por su cuello, por ambos pechos y por su torso. Le fui dando breves besos y mordiscos
por el estómago y finalmente llegué al encaje blanco que escondía el resto de ella.
Me puse de rodillas delante de ella, levanté la vista y encontré su mirada. Tenía las manos en mi pelo y pasaba los dedos entre los mechones mojados y alborotados.
Estiré la mano y cogí el delicado lazo de seda entre los dedos, tiré y vi cómo se deshacía en su cadera. Una expresión de confusión cruzó su cara mientras yo pasaba los dedos por todo el borde de encaje hasta el otro lado y hacía lo mismo. La tela cayó de su cuerpo sin daños y ella quedó completamente desnuda delante de mí. No las había roto, pero podía estar más que segura de que tenía
intención de llevarme esa preciosidad conmigo.
Ella rió; parecía que me había leído la mente.
La empujé un poco para atrás para que quedara sentada en el borde de la cama y, todavía de rodillas delante de ella, le abrí las piernas. Le acaricié la piel sedosa de las pantorrillas y le besé el interior de los muslos y entre las piernas. Su sabor invadió mi boca y se me subió a la cabeza, borrando todo lo demás. Joder, qué cosas me hacía esa mujer.
La empujé otra vez para que se tumbara sobre las sábanas y por fin me acerqué para unirme a ella, pasándole los labios y la lengua por el cuerpo, con sus manos todavía enredadas en mi pelo, guiándome hacia donde ella me necesitaba más. Le metí el pulgar en la boca porque deseaba que me lamiera algo mientras yo ponía mi boca en sus pechos, sus costillas, su mandíbula.
Sus suspiros y gemidos llenaron la habitación y se mezclaron con los míos. Era más difícil de lo que había sido nunca y solo quería enterrarme en ella una y otra vez. Alcancé su boca y le saqué mi pulgar húmedo para pasárselo por la mejilla. Entonces ella tiró de mí y cada centímetro de nuestros cuerpos desnudos quedó alineado.
Nos besamos con pasión, las manos buscando y agarrando, intentando acercarnos todo lo posible.
Nuestras caderas se encontraron y mi miembro se deslizó contra su calor húmedo. Cada vez que pasaba sobre su clítoris, ella emitía un gemido. Con un leve movimiento podría estar en lo más profundo de ella.
Quería eso más que nada en el mundo, pero necesitaba oír algo de ella primero. Cuando había dicho mi nombre abajo, había provocado algo dentro de mí. No lo había comprendido del todo todavía, no sabía si significaba algo que no estaba totalmente preparado para explorar, pero sabía que necesitaba oírlo, oír que era a mí a quien quería. Necesitaba saber que, por esa noche, era mía.
—Joder, me muero por estar dentro de ti ahora mismo —le susurré al oído. Ella se quedó sin aliento pero se le escapó un profundo suspiro entre los labios—. ¿Es eso lo que tú quieres?
—Sí —lloriqueó con la voz suplicante y sus caderas se separaron de la cama buscando las mías. La punta de mi pene rozó su entrada y yo apreté la mandíbula porque quería prolongar aquello. Sus talones me recorrían las piernas arriba y abajo, hasta que al final pararon cuando me rodeó la cintura.
Le cogí las dos manos y se las coloqué por encima de la cabeza a la vez que entrelazaba nuestros dedos.
—Por favor, Harry —me suplicó—. Estoy a punto de perder la cabeza.
Bajé la cabeza de forma que nuestras frentes se tocaran y finalmente empujé para entrar en su interior.
—Oh, joder —gimió.
—Dilo otra vez. —Me estaba quedando sin aliento al empezar a moverme para entrar y salir de ella.
—Harry... ¡joder!
Quería oírlo una y otra vez. Me puse de rodillas y empecé a empujar hacia su interior con un ritmo más constante. Teníamos las manos todavía entrelazadas.
—No voy a tener bastante de esto nunca.
Estaba cerca y necesitaba aguantar. Llevaba separado de ella demasiado tiempo y nada de lo que había en las fantasías que había tenido con ella podía compararse con aquello.
—Te quiero así todos los días —dije contra su piel húmeda—. Así y agachada sobre mi mesa. De rodillas chupándomela.
—¿Por qué? —dijo con los dientes apretados—. ¿Por qué te encanta hablarme así? Eres un capullo.
Bajé sobre ella otra vez, riéndome contra su cuello.
Nos movimos a la vez sin esfuerzo, una piel cubierta de sudor deslizándose contra otra. Con cada embestida ella elevaba las caderas para encontrarse conmigo y sus piernas, que me rodeaban la cintura, me empujaban más adentro. Estaba tan perdido en ella que pareció que se paraba el tiempo.
Teníamos las manos fuertemente agarradas por encima de la cabeza y empezó a apretarme más fuerte.
Ella estaba cada vez más cerca, sus gritos eran cada vez más fuertes y mi nombre no dejaba de salir de sus labios, acercándome al abismo.
—Ríndete. —Mi voz era irregular por la desesperación que sentía. Estaba muy cerca pero quería esperarla—. Suéltate, ______, córrete.
—Oh, Dios, Harry —gimió—. Dime algo más. —Joder, a mi chica le ponía que le dijera guarradas—. Por favor.
—Estás tan caliente y tan húmeda. Cuando estás cerca —jadeé—, se te enrojece la piel de todo el cuerpo y tu voz se vuelve ronca. Y, joder, no hay nada más perfecto que tu cara cuando te corres.
Ella me apretó con más fuerza con las piernas y sentí que su respiración se aceleraba a la vez que se tensaba a mi alrededor.
—Esos labios tan retorcidos se abren y se ponen suaves cuando jadeas por mí y cuando me suplicas que te dé placer y, no hay nada mejor que el sonido que haces cuando por fin llegas.
Y eso fue todo lo que hizo falta. Hice las embestidas más profundas, levantándola de la cama con cada empujón. Yo ya estaba justo al borde en ese momento y cuando ella gritó mi nombre no pude contenerme más.
Ella amortiguó sus gritos contra mi cuello mientras sentía que se dejaba ir, apretándose salvajemente debajo de mí (nada en el mundo era tan bueno como aquello, dejar que la espiral fuera creciendo en nuestro interior y después se hiciera pedazos a la vez, los dos juntos) y yo también hice lo mismo.
Después acerqué mi cara a la suya y nuestras narices se tocaron. Nuestras respiraciones seguían siendo rápidas y trabajosas. Tenía la boca seca, me dolían los músculos y estaba agotado. Le solté las manos que estaba agarrando con fuerza y le froté los dedos suavemente, intentando que les volviera la circulación.
—Madre mía —dijo. Todo parecía tan diferente, pero a la vez muy poco definido. Rodé para apartarme de ella, cerré los ojos e intenté bloquear la maraña de pensamientos que tenía en la cabeza.
A mi lado, ella se estremeció.
—¿Tienes frío? —le pregunté.
—No —respondió negando con la cabeza—. Solo estoy muy abrumada.
Tiré de ella hacia mí y estiré el brazo para cubrirnos a ambos con las mantas. No quería irme, pero no sabía si estaba invitado a quedarme.
—Yo también.
El silencio cayó sobre nosotros durante varios minutos y me pregunté si se habría quedado dormida.
Me moví un poco y me sorprendió oír su voz.
—No te vayas —dijo en dirección a la oscuridad. Agaché la cabeza, le di un beso en la coronilla e inhalé profundamente su olor familiar.
—No me voy a ninguna parte.
Anna.
Maratón 3/5
Capítulo 23
«Joder, qué bien se está así.»
Algo cálido y húmedo me envolvió mi miembro otra vez y yo gemí en voz alta. «El mejor sueño de mi vida.» La ______ del sueño gimió y eso envió una vibración a través de mi polla y por todo mi cuerpo.
—______. —Oí mi propia voz y eso me sobresaltó un poco.
Había soñado con ella cientos de veces, pero esto parecía tan real... La calidez desapareció y fruncí el ceño. «No te despiertes, Harry. No te despiertes de algo así, joder.»
—Dilo otra vez. —Una voz suave y gutural entró en mi conciencia y me obligó a abrir los ojos.
La habitación estaba a oscuras y yo estaba tumbado en una cama extraña. La calidez volvió y dirigí la mirada a mi regazo, donde una preciosa cabeza castaña se movía entre mis piernas abiertas. Volvió a meterse mi miembro en la boca.
De repente todo lo que había pasado aquella noche volvió a mí y la neblina del sueño desapareció rápidamente.
—¿______?
No podía ser que tuviera tanta suerte como para que eso fuera real.
Debía haberse levantado en algún momento de la noche para apagar la luz del baño; la habitación estaba tan oscura que apenas podía distinguirla. Bajé las manos para encontrarla y mis dedos siguieron la línea de sus labios que rodeaban mi miembro.
Ella movía la cabeza arriba y abajo, con la lengua rodeándome y los dientes rozándome levemente el tronco del pene con cada movimiento. Su mano bajó hasta mis testículos y yo gemí en voz alta cuando los acarició con cuidado con su palma.
La sensación era tan intensa al darme cuenta de que mis sueños y la realidad se habían unido, que no sabía cuánto podría durar. Ella se movió un poco y su dedo acarició levemente un lugar justo debajo y un largo siseo escapó de entre mis dientes apretados. Nunca nadie me había hecho eso. Casi quería detenerla, pero la sensación era tan increíble que era incapaz de moverme.
Mientras mis ojos se iban ajustando a la oscuridad, le pasé los dedos por el pelo, la cara y la mandíbula. Ella cerró los ojos y aumentó la fuerza de la succión, acercándome más. La combinación de su boca sobre mi pene y su dedo presionando contra mí era irreal, pero la quería conmigo, su boca contra mi boca, besándome los labios mientras me hundía en ella.
Me incorporé para sentarme, la coloqué en mi regazo y rodeé mi cadera con sus piernas. Nuestros pechos desnudos se apretaron, le cogí la cara entre las manos y la miré a los ojos.
—Este ha sido el mejor despertar que he tenido en mi vida.
Ella se rió un poco y se lamió los labios, lo que los hizo brillar deliciosamente. Bajé la mano y coloqué mi miembro junto a su entrada y la levanté un poco. En un solo movimiento continuo entré profundamente dentro de ella. Ella dejó caer la frente contra mi hombro y movió las caderas hacia delante, introduciéndome más adentro.
Estar con ella en una cama era irreal. Me montaba de una forma pausada, moviéndose muy poco.
Me besó cada centímetro del lado derecho del cuello, chupándomelo y tirando de mi piel. Breves sonidos marcaban cada círculo de sus caderas.
—Me gusta estar encima —jadeó—. ¿Sientes lo dentro que estás? ¿Lo sientes?
—Sí.
—¿Quieres que vaya más rápido?
Negué con la cabeza, absolutamente perdido.
—No, Dios, no.
Durante un rato permaneció haciendo círculos pequeños lentamente mientras subía y bajaba por mi cuello mordiéndome. Pero entonces se acercó más y me susurró:
—Me voy a correr, Harry.
Y en vez de soltar una sarta de maldiciones para describir lo que me hacía oír eso, le mordí el hombro y le hice un cardenal.
Moviéndose con más fuerza ahora, empezó a hablar. Palabras que apenas podía procesar. Palabras sobre mi cuerpo dentro de ella, su necesidad por mí. Palabras sobre mi sabor y lo húmeda que estaba.
Palabras sobre querer que me corriera, necesitar que me corriera.
Con cada movimiento de las caderas la presión empezó a aumentar. La agarré más fuerte, con un miedo breve a dejarle cardenales cada vez que movía las manos y aumenté la velocidad de las embestidas. Ella gimió y se retorció encima de mí y justo cuando pensé que no podría aguantar más, ella gritó mi nombre de nuevo y sentí que empezaba a estremecerse a mi alrededor. La gran intensidad
de su orgasmo provocó por fin el mío, y acerqué la cara a su cuello ahogando un fuerte gemido contra su suave piel.
Ella se dejó caer contra mí y yo nos bajé a ambos hacia la cama. Estábamos sudados, jadeando y más que agotados y ella tenía una apariencia terriblemente perfecta.
La acerqué hacia mí, su espalda contra mi pecho y la rodeé con mis brazos, entrelazando mis piernas con las suyas. Ella murmuró algo que no pude distinguir, pero se durmió antes de que pudiera preguntarle.
Algo había cambiado esa noche y lo último que pensé mientras se me cerraban los ojos fue que ya habría tiempo más que suficiente para hablar al día siguiente. Pero cuando el sol de la mañana empezó a colarse por la cortina oscura, me di cuenta con una incómoda sensación de que ese día ya había llegado.
Algo cálido y húmedo me envolvió mi miembro otra vez y yo gemí en voz alta. «El mejor sueño de mi vida.» La ______ del sueño gimió y eso envió una vibración a través de mi polla y por todo mi cuerpo.
—______. —Oí mi propia voz y eso me sobresaltó un poco.
Había soñado con ella cientos de veces, pero esto parecía tan real... La calidez desapareció y fruncí el ceño. «No te despiertes, Harry. No te despiertes de algo así, joder.»
—Dilo otra vez. —Una voz suave y gutural entró en mi conciencia y me obligó a abrir los ojos.
La habitación estaba a oscuras y yo estaba tumbado en una cama extraña. La calidez volvió y dirigí la mirada a mi regazo, donde una preciosa cabeza castaña se movía entre mis piernas abiertas. Volvió a meterse mi miembro en la boca.
De repente todo lo que había pasado aquella noche volvió a mí y la neblina del sueño desapareció rápidamente.
—¿______?
No podía ser que tuviera tanta suerte como para que eso fuera real.
Debía haberse levantado en algún momento de la noche para apagar la luz del baño; la habitación estaba tan oscura que apenas podía distinguirla. Bajé las manos para encontrarla y mis dedos siguieron la línea de sus labios que rodeaban mi miembro.
Ella movía la cabeza arriba y abajo, con la lengua rodeándome y los dientes rozándome levemente el tronco del pene con cada movimiento. Su mano bajó hasta mis testículos y yo gemí en voz alta cuando los acarició con cuidado con su palma.
La sensación era tan intensa al darme cuenta de que mis sueños y la realidad se habían unido, que no sabía cuánto podría durar. Ella se movió un poco y su dedo acarició levemente un lugar justo debajo y un largo siseo escapó de entre mis dientes apretados. Nunca nadie me había hecho eso. Casi quería detenerla, pero la sensación era tan increíble que era incapaz de moverme.
Mientras mis ojos se iban ajustando a la oscuridad, le pasé los dedos por el pelo, la cara y la mandíbula. Ella cerró los ojos y aumentó la fuerza de la succión, acercándome más. La combinación de su boca sobre mi pene y su dedo presionando contra mí era irreal, pero la quería conmigo, su boca contra mi boca, besándome los labios mientras me hundía en ella.
Me incorporé para sentarme, la coloqué en mi regazo y rodeé mi cadera con sus piernas. Nuestros pechos desnudos se apretaron, le cogí la cara entre las manos y la miré a los ojos.
—Este ha sido el mejor despertar que he tenido en mi vida.
Ella se rió un poco y se lamió los labios, lo que los hizo brillar deliciosamente. Bajé la mano y coloqué mi miembro junto a su entrada y la levanté un poco. En un solo movimiento continuo entré profundamente dentro de ella. Ella dejó caer la frente contra mi hombro y movió las caderas hacia delante, introduciéndome más adentro.
Estar con ella en una cama era irreal. Me montaba de una forma pausada, moviéndose muy poco.
Me besó cada centímetro del lado derecho del cuello, chupándomelo y tirando de mi piel. Breves sonidos marcaban cada círculo de sus caderas.
—Me gusta estar encima —jadeó—. ¿Sientes lo dentro que estás? ¿Lo sientes?
—Sí.
—¿Quieres que vaya más rápido?
Negué con la cabeza, absolutamente perdido.
—No, Dios, no.
Durante un rato permaneció haciendo círculos pequeños lentamente mientras subía y bajaba por mi cuello mordiéndome. Pero entonces se acercó más y me susurró:
—Me voy a correr, Harry.
Y en vez de soltar una sarta de maldiciones para describir lo que me hacía oír eso, le mordí el hombro y le hice un cardenal.
Moviéndose con más fuerza ahora, empezó a hablar. Palabras que apenas podía procesar. Palabras sobre mi cuerpo dentro de ella, su necesidad por mí. Palabras sobre mi sabor y lo húmeda que estaba.
Palabras sobre querer que me corriera, necesitar que me corriera.
Con cada movimiento de las caderas la presión empezó a aumentar. La agarré más fuerte, con un miedo breve a dejarle cardenales cada vez que movía las manos y aumenté la velocidad de las embestidas. Ella gimió y se retorció encima de mí y justo cuando pensé que no podría aguantar más, ella gritó mi nombre de nuevo y sentí que empezaba a estremecerse a mi alrededor. La gran intensidad
de su orgasmo provocó por fin el mío, y acerqué la cara a su cuello ahogando un fuerte gemido contra su suave piel.
Ella se dejó caer contra mí y yo nos bajé a ambos hacia la cama. Estábamos sudados, jadeando y más que agotados y ella tenía una apariencia terriblemente perfecta.
La acerqué hacia mí, su espalda contra mi pecho y la rodeé con mis brazos, entrelazando mis piernas con las suyas. Ella murmuró algo que no pude distinguir, pero se durmió antes de que pudiera preguntarle.
Algo había cambiado esa noche y lo último que pensé mientras se me cerraban los ojos fue que ya habría tiempo más que suficiente para hablar al día siguiente. Pero cuando el sol de la mañana empezó a colarse por la cortina oscura, me di cuenta con una incómoda sensación de que ese día ya había llegado.
Anna.
Maratón 4/5
Capítulo 24
La conciencia apareció en el límite de mi mente abotargada por el sueño, y yo intenté apartarla a la fuerza. No quería despertarme. Estaba caliente, cómoda y satisfecha.
Vagas imágenes de mi sueño pasaron por delante de mis ojos cerrados mientras me acurrucaba en la manta más calentita y que mejor olía en la que había dormido. Y la manta se acurrucó a mi alrededor.
Algo cálido se apretó contra mí y abrí poco a poco los ojos para encontrarme con una cabeza de conocido pelo alborotado a unos centímetros de mi cara. Un centenar de imágenes me recorrieron la mente en ese preciso segundo cuando la realidad de la noche anterior cayó como un jarro de agua fría en mi cerebro.
«Madre de Dios.»
Había sido real.
Se me aceleró el corazón cuando levanté la cabeza un poco y me encontré a mi atractivo hombre enroscado alrededor de mi cuerpo. Tenía la cabeza apoyada en mi pecho, la boca perfecta un poco abierta soltando bocanadas de aire caliente sobre mis pechos desnudos. Su largo cuerpo caliente contra el mío, las piernas entrelazadas y sus fuertes brazos apretados alrededor de mi torso.
«Se había quedado.»
La intimidad de nuestra postura me golpeó con una fuerza tal que me dejó sin aliento. No es que se hubiera quedado, es que se había aferrado a mí.
Me esforcé por recuperar el aire y no entrar en pánico. Era mucho más que consciente de cada centímetro de nuestra piel en contacto. Sentí el poderoso latido de su corazón contra mi pecho. Tenía su miembro apretado contra mi muslo, semierecto durante el sueño. Me ardían los dedos por tocarle.
Estaba deseando apretar mis labios contra su pelo. Era demasiado. Él era demasiado.
Algo había cambiado la noche anterior y no estaba segura de estar lista para ello. No sabía lo que entrañaría ese cambio, pero ahí estaba. En cada movimiento, cada contacto, cada palabra y cada beso habíamos estado juntos. Nadie me había hecho sentir así, como si mi cuerpo estuviera hecho para encajar con el suyo.
Había estado con otros hombres, pero con él me sentía como si me arrastrara una marea oculta, completamente incapaz de cambiar el rumbo. Cerré los ojos, intentando sofocar la sensación de pánico que estaba creciendo en mi interior. No me arrepentía de lo que había pasado. Había sido intenso —como siempre— y seguramente el mejor sexo que había tenido en mi vida. Solo necesitaba unos
minutos a solas antes de poder enfrentarme a él.
Le coloqué una mano en la cabeza y la otra en la espalda y conseguí apartarle de mi cuerpo. Él empezó a revolverse y yo me quedé helada, abrazándole fuerte y deseando en silencio que volviera a dormir. Él murmuró mi nombre antes de que su respiración se volviera de nuevo regular y yo me escapé de debajo de su cuerpo.
Le observé dormir durante un momento y el pánico se redujo no supe cómo. Una vez más fui consciente de lo guapo que era. En calma por el sueño, sus facciones aparecían tranquilas y en paz, con una expresión muy diferente de la que solía tener cuando estaba cerca de mí. Un grueso rizo le caía por la frente y sentí la urgente necesidad de apartárselo de la cara. Ahí estaban las pestañas largas, los pómulos perfectos, unos labios carnosos y la barba que le cubría la mandíbula.
«Dios mío, es que es tan guapo...»
Empecé a caminar hacia el baño, pero vi mi reflejo en el espejo del tocador del dormitorio.
«Vaya. Recién follada.» Sin duda esa era la imagen que ofrecía.
Me acerqué y examiné los leves arañazos rojos que tenía por el cuello, los hombros, los pechos y el estómago. Tenía una marca pequeña de un mordisco en la parte de debajo de mi pecho izquierdo y un chupetón en el hombro. Miré hacia abajo y pasé los dedos por las marcas rojas que tenía en el interior del muslo. Se me endurecieron los pezones al recordar la sensación de su cara sin afeitar frotándose con mi piel.
Mi pelo era un desastre enredado y despeinado y me mordí el labio al recordar sus manos enredadas en él. La forma en que me había atraído primero hacia su beso y después sobre su miembro...
«Esto no me está ayudando.»
Una voz todavía pastosa por el sueño me sacó sobresaltada de mis pensamientos.
—¿Recién despierta y ya tirándote de los pelos?
Me volví y vi un destello de su cuerpo desnudo mientras se giraba bajo las sábanas y se sentaba.
Dejó que le cayeran hasta las caderas, dejando su torso al descubierto. No creía que nunca pudiera cansarme de mirar —y sentir— ese pecho ancho y musculoso, los abdominales como una tabla de lavar y esa hilera de vello que llevaba hasta el miembro más glorioso que había visto en mi vida.
Cuando mis ojos, al fin, llegaron a su cara fruncí el ceño al ver su sonrisa torcida.
—Te he pillado mirándote —murmuró pasándose una mano por la mandíbula.
No sabía si sonreír o si poner los ojos en blanco. Verlo desaliñado y vulnerable en ese estado a medio despertar me desorientaba. La noche anterior no nos molestamos en cerrar las pesadas cortinas y ahora el sol entraba a raudales, cegadoramente brillante al reflejarse sobre la maraña de sábanas blancas. Se le veía tan diferente... Seguía siendo el capullo de mi jefe, pero ahora también era algo más: un hombre, en mi cama, que parecía estar listo para el asalto número... ¿Cuatro? ¿Cinco? Había perdido la cuenta.
Mientras sus ojos recorrían cada centímetro de mi ser, recordé que yo también estaba completamente desnuda. En ese momento su expresión era tan intensa como su contacto. Si seguía mirándome de ese modo ¿ardería mi piel en llamas? ¿Sentiría su tacto como si sus manos me estuvieran tocando?
Intenté centrarme en algo que camuflara el hecho de que estaba catalogando mentalmente cada centímetro de su piel y me agaché para recuperar del suelo su camiseta interior blanca. Había pasado toda la noche delante del aparato de aire acondicionado y estaba un poco fría, pero por suerte estaba casi seca. Cuando introduje mi cabeza en el suave algodón, inhalé el olor a salvia de su piel y al
emerger me encontré con su mirada oscura.
Sacó un poco la lengua para humedecerse los labios.
—Ven aquí —dijo en voz baja.
Me acerqué a la cama, con la intención de sentarme a su lado, pero él tiró de mí para que quedara a horcajadas sobre sus muslos y dijo:
—Dime en qué estás pensando.
¿Quería que condensara un millón de pensamientos en una sola frase? Ese hombre estaba loco.
Así que abrí la boca y solté lo primero que se me pasó por la cabeza.
—Has dicho que no has estado con nadie desde que nosotros estuvimos... juntos por primera vez. —Estaba mirando fijamente su clavícula para no tener que mirarle a los ojos—. ¿Es cierto?
Por fin levanté la vista.
Él asintió y metió los dedos por debajo de la camiseta, acariciándome lentamente desde la cadera hasta la cintura.
—¿Por qué? —le pregunté.
Él cerró los ojos y negó con la cabeza una vez.
—No he deseado a nadie más.
No sabía muy bien cómo interpretar eso. ¿Quería decir que no había conocido a nadie que deseara pero que estaba abierto a ello?
—¿Normalmente eres monógamo cuando te estás acostando con alguien?
Él se encogió de hombros.
—Si eso es lo que se espera de mí.
Harry me besó el hombro, la clavícula y subió por mi cuello. Estiré el brazo hasta la mesita que había detrás de él, cogí la botella de agua de cortesía y le di un sorbo antes de pasársela a él. Él se la terminó en unos cuantos tragos.
—¿Tenías sed?
—Sí. Y ahora tengo hambre.
—No me sorprende, porque no hemos comido desde hace... —Me detuve cuando le vi mover ambas cejas y sonreír.
Puse los ojos en blanco, pero se me cerraron cuando él se acercó y me besó dulcemente en los labios.
—¿Y la monogamia es lo que se espera de ti aquí? —le pregunté.
—Después de lo que pasó anoche, creo que tendrías que decírmelo tú.
No sabía cómo responder a eso. Ni siquiera estaba segura de que pudiera estar con él así, mucho menos pensar en la monogamia. La sola idea de cómo iba a funcionar todo aquello hacía que la cabeza me diera vueltas. ¿Íbamos a ser... amigos? ¿Diríamos «buenos días» y lo diríamos de verdad? ¿Se iba a sentir bien criticando mi trabajo?
Extendió los dedos sobre la parte baja de mi espalda apretándome contra él y eso me apartó de mis pensamientos.
—No te quites esa camiseta nunca —susurró.
—Vale. —Me eché hacia atrás para darle un mejor acceso a mi cuello—. Voy a llevar esto y nada más a la sesión de presentación de esta mañana.
Su risa sonó grave y juguetona.
—Ni hablar de eso.
—¿Qué hora es? —pregunté intentando ver el reloj que había detrás de él.
—Me importa una mierda. —Las puntas de sus dedos encontraron mi pecho y empezaron a deslizarse de un lado a otro por la suave piel de debajo.
En el proceso de intentar apartarme un poco de él, dejé al aire su piel justo por encima de la cadera.
«Pero ¿qué demonios era eso?»
¿Era un tatuaje?
—¿Qué es...? —No fui capaz de encontrar las palabras. Apartándole un poco, levanté la vista para mirarlo a los ojos antes de volver a mirar la marca. Justo debajo del hueso de la cadera tenía una línea de tinta negra con unas palabras escritas en lo que supuse que sería francés. ¿Cómo se me había podido pasar por alto eso? Recordé brevemente todas las veces que habíamos estado juntos. Siempre había sido todo muy precipitado o a oscuras o en un estado de semidesnudez.
—Es un tatuaje —dijo divertido apartándose un poco y acariciándome el ombligo.
—Ya sé que es un tatuaje, pero... ¿Qué dice?
«El señor Seriedad en los Negocios tiene un puto tatuaje.» Otro trozo del hombre que conocía que caía y se hacía pedazos.
—Dice: «Je ne regrette rien».
Mis ojos se encontraron con los suyos y la sangre se me calentó al oír su voz que se disolvía en su perfecto acento francés.
—¿Qué es lo que has dicho?
Él volvió a sonreír.
—Je ne regrette rien.
Repitió cada palabra lentamente, poniendo énfasis en cada sílaba. Era lo más sexy que había oído en mi vida. Entre eso, el tatuaje y el hecho de que estaba completamente desnudo debajo de mí, estaba a punto de entrar en combustión espontánea.
—¿Eso no es una canción?
Él asintió.
—Sí, es una canción. —Y riendo por lo bajo prosiguió—. Puede que creas que me arrepiento de esa noche de borrachera en París, a miles de kilómetros de casa, sin un solo amigo en la ciudad, en la que decidí hacerme un tatuaje. Pero no, ni siquiera me arrepiento de eso.
—Dilo otra vez —le susurré.
Se acercó, moviendo las caderas contra las mías, el aliento cálido junto a mi oído y susurró de nuevo.
—Je ne regrette rien. ¿Lo entiendes?
Asentí.
—Di algo más. —Mi pecho subía y bajaba con cada respiración trabajosa y mis pezones sensibles
rozaban contra el algodón de su camiseta.
Se inclinó un poco, me besó la oreja y dijo:
—Je suis à toi. —Su voz sonaba ahogada y grave mientras me agarraba para acercarme y yo nos saqué a ambos de la incomodidad hundiéndole en mí con un gemido. Me encantaba la profundidad que alcanzaba en esa postura. Él susurró una sola sílaba desconocida para mí una y otra vez mientras me miraba. En vez de agarrarme las caderas, sus manos agarraban con fuerza ambos lados de la camiseta.
Era tan fácil, tan natural entre nosotros, pero de alguna forma se añadió al espacio de incomodidad que parecía no poder quitarme de encima. En vez de fijarme en eso, me centré en sus suaves gemidos dentro de mi boca, en la forma en que nos sentó a ambos repentinamente y se puso a chuparme los pechos por encima de la camiseta, dejando al descubierto la piel rosa de debajo. Me perdí en sus dedos necesitados en mis caderas y mis muslos, su frente apretada contra mi clavícula cuando se acercó aún
más. Me perdí en la sensación de sus muslos debajo de mí y sus caderas moviéndose más rápido y más fuerte para venir al encuentro de todos mis movimientos.
Apartándome un poco, me puso la mano en el pecho y detuvo las caderas.
—El corazón me va a mil por hora. Dime lo bien que sienta esto.
Me relajé instintivamente cuando vi su sonrisa arrogante. ¿Es que creía que necesitaba algo para recordar quién habíamos sido menos de un día antes de aquello?
—Ya estás otra vez con eso de hablar. Para.
Ensanchó su sonrisa.
—Te encanta que te hable. Y te gusta todavía más cuando coincide con el momento en que estoy dentro de ti.
Puse los ojos en blanco.
—¿Y qué es lo que me ha delatado? ¿Los orgasmos? ¿O la forma en que te lo pido? Eres un gran detective...
Él me guiñó un ojo, me subió un pie hasta su hombro y me besó la parte interna del tobillo.
—¿Siempre has sido así? —le pregunté tirando inútilmente de su cadera. Odiaba admitirlo, pero quería que se moviera. Cuando estaba quieto me provocada, me rozaba, pero lo sentía incompleto.
Cuando se movía yo solo quería más tiempo para quedarme quieta—. Me dan pena las mujeres cuyos egos desechados me han pavimentado el camino.
Harry negó con la cabeza, inclinándose hacia mí e irguiéndose apoyado sobre las manos. Gracias a Dios empezó a moverse, con la cadera empujando hacia delante y levantándose, proyectándose muy profundamente en mi interior. Se me cerraron los ojos. Estaba tocándome el punto exacto una, otra y otra vez.
—Mírame —me susurró.
Abrí los ojos y vi el sudor en la frente y los labios abiertos mientras me miraba la boca. Los músculos de los hombros se destacaban cada vez que se movía y su torso brillaba con una fina capa de sudor. Lo observé mientras entraba y salía de mí. No estoy segura de lo que dije cuando casi salió del todo y después entro con más fuerza, pero lo dije en voz baja; era algo sucio y lo olvidé
instantáneamente cuando me embistió de nuevo.
—Tú me haces sentir arrogante. Es la forma en que reaccionas ante mí lo que me hace sentir como un puto dios. ¿Cómo puedes no darte cuenta de eso?
No respondí pero él claramente no esperaba que lo hiciera porque su mirada y los dedos de una de sus manos bajaban por mi cuello y por mis pechos. Encontró un lugar particularmente sensible y yo solté una exclamación ahogada.
—Parece que alguien te ha mordido aquí —dijo pasando el pulgar por la marca de sus dientes—. ¿Te ha gustado?
Tragué y empujé contra él.
—Sí.
—Chica pervertida.
Le pasé las manos por los hombros y por el pecho, después los abdominales y los músculos de las caderas y rocé una y otra vez con el pulgar su tatuaje.
—También me gusta esto.
Sus movimientos se hicieron irregulares y forzados.
—Oh, joder, ______... No puedo... No puedo aguantar más. —Oír su voz tan desesperada y fuera de control solo intensificó mi necesidad de él.
Cerré los ojos y me centré en la deliciosa sensación que empezaba a extenderse por mi cuerpo.
Estaba tan cerca, justo al borde. Metí la mano entre los dos y mis dedos encontraron el clítoris y empecé a frotármelo lentamente.
Él inclinó la cabeza, miró mi mano y exclamó:
—Oh, joder. —Su voz sonaba desesperada y su respiración ya no era más que una sucesión de jadeos profundos—. Tócate así, justo así. Deja que te vea. —Sus palabras eran todo lo que necesitaba y con un último contacto de los dedos, sentí que el orgasmo me embargaba.
El orgasmo fue intenso. Me apreté contra él y las uñas de mi mano libre se clavaron en su espalda.
Él gritó y su cuerpo se estremeció cuando se corrió en mi interior. Todo mi cuerpo se sacudió con las consecuencias del orgasmo y me recorrieron unos leves temblores cuando fue desapareciendo. Me aferré a él, que se quedó quieto y su cuerpo se hundió contra el mío. Me besó el hombro y el cuello antes de darme un beso en los labios. Nuestros ojos se encontraron brevemente y después se apartó de
mí.
—Dios, mujer —dijo con un profundo suspiro y forzando una risa—. Me vas a matar.
Ambos rodamos para ponernos de costado al unísono, con las cabezas en nuestras almohadas.
Cuando nuestras miradas se encontraron yo no fui capaz de apartarla. Ya había perdido cualquier esperanza que hubiera tenido de que la vez siguiente fuera menos intensa o de que nuestra conexión se fuera de alguna forma fundiendo si conseguíamos sacar todo aquello de nuestros sistemas. Esa noche de «tregua» no iba a atenuar nada. Yo ya quería acercarme, besarle la mandíbula sin afeitar y volver a tirar de él hacia mí. Mientras le miraba me quedó claro que cuando esto acabara iba a doler una barbaridad.
El miedo atenazó mi corazón y el pánico de la noche anterior volvió, trayendo consigo un silencio incómodo. Me senté y me tapé con las sábanas hasta la barbilla.
—Oh, mierda.
Su mano salió y me agarró por el brazo.
—______, no puedo...
—Probablemente deberíamos ir preparándonos —le interrumpí antes de que acabara esa frase. Podía ser el principio de mil formas de romperme el corazón—. Tenemos que asistir a una presentación dentro de veinte minutos.
Él pareció confuso durante un momento antes de hablar.
—La ropa que tengo aquí no está seca. Y ni siquiera sé dónde está mi habitación.
Intenté no ruborizarme al recordar lo rápido que había pasado todo la noche anterior.
—Vale. Me llevaré tu llave y te traeré algo.
Me duché rápido y me envolví en una gruesa toalla deseando haber tenido el buen juicio de traer uno de los albornoces del hotel al baño conmigo. Inspiré hondo, abrí la puerta y salí.
Él estaba sentado en la cama y levantó la vista para mirarme cuando entré en la habitación.
—Es que necesito... —Empecé a decir señalando mi maleta. Él asintió pero no hizo ademán de hablar. Nunca había tenido vergüenza de mi cuerpo. Pero estar allí de pie, sin nada más que una toalla, sabiendo que él me estaba mirando, me hizo sentir inusualmente tímida.
Cogí unas cuantas cosas y eché a correr al pasar a su lado, sin pararme hasta que estuve de nuevo en la seguridad del baño. Me vestí más rápido de lo que creía posible y decidí que me iba a recoger el pelo y ya terminaría con el resto después. Cogí las tarjetas-llave de la encimera y volví al dormitorio.
Él no se había movido. Sentado en el borde de la cama con los codos apoyados en los muslos, parecía perdido en sus pensamientos. ¿En qué estaría pensando? Toda la mañana yo había sido un manojo de nervios, con mis emociones pasando de un extremo a otro sin parar, pero él parecía tan tranquilo. Tan seguro. Pero ¿de qué estaba seguro? ¿Qué había decidido?
—¿Quieres que te traiga algo en concreto?
Cuando levantó la mirada, pareció algo sorprendido, como si no lo hubiera pensado.
—Eh... Solo tengo unas pocas reuniones esta tarde, ¿no? —Yo asentí—. Cualquier cosa que me traigas estará bien.
Solo necesité un segundo para localizar su habitación; era justo la siguiente puerta. Genial. Ahora podría imaginármelo en una cama justo a otro lado de la pared donde estaba la mía. Sus maletas estaban allí y yo hice una breve pausa al darme cuenta de que iba a tener que rebuscar entre sus cosas.
Levanté la maleta más grande y la coloqué sobre la cama para abrirla. Su olor me provocó una fuerte oleada de deseo. Empecé a buscar entre la ropa muy bien colocada.
Todo en él era tan ordenado y organizado que me hizo preguntarme cómo sería su casa. No lo había pensado mucho, pero de repente me pregunté si algún día la vería, si llegaría a ver su cama.
Me di cuenta de que quería. ¿Querría él que fuera allí?
Me di cuenta de que me estaba entreteniendo y seguí buscando entre su ropa hasta que por fin localicé un traje de color carbón de Helmut Lang, una camisa blanca, una corbata negra de seda, bóxer, calcetines y zapatos.
Volví a colocar todo donde estaba, cogí la ropa y me dirigí a mi habitación. Cuando salí del pasillo, no pude reprimir una risa nerviosa ante lo absurdo de la situación. Por suerte, logré recomponerme cuando llegué a mi puerta. Di dos pasos en el interior antes de quedarme helada.
Estaba de pie delante de la ventana abierta, rodeado de la luz del sol. Cada una de las atractivas líneas de su cuerpo cincelado se veía acentuada con todos sus perfectos detalles por las sombras que se proyectaban en su cuerpo. Tenía una toalla colgada en un lugar indecentemente bajo de la cadera y allí, asomando justo por encima de la toalla, estaba el tatuaje.
—¿Has visto algo que te gusta?
Volví, a regañadientes, a mirarle a la cara.
—Yo...
Mi mirada bajó a su cadera como atraída por un imán.
—Te he preguntado si has visto algo que te gusta. —Cruzó la habitación y se detuvo justo delante de mí.
—Te he oído —dije mirándolo fijamente—. Y no, solo estaba perdida en mis pensamientos.
—¿Y en qué estabas pensando exactamente? —Él estiró la mano y me colocó un mechón de pelo húmedo tras la oreja. Ese simple contacto hizo que me diera un vuelco el estómago.
—Que tenemos una agenda que cumplir.
Él dio un paso para acercarse.
—¿Y por qué no te creo?
—¿Porque te lo tienes demasiado creído? —le sugerí mirándolo a los ojos.
Él enarcó una ceja y me miró durante un momento antes de cogerme la ropa de las manos y colocarla sobre la cama. Antes de que pudiera moverme, él se quitó la toalla de la cadera y la tiró a un lado. «Santa madre de Dios.» Si había un espécimen de hombre más atractivo sobre la tierra, yo pagaría un buen dinero por verlo.
Cogió sus calzoncillos y empezó a ponérselos antes de detenerse para mirarme.
—¿No acabas de decir que tenemos un agenda que cumplir? —me preguntó mirándome divertido—. A menos claro, que hayas visto algo que te gusta.
«Hijo de...»
Entorné los ojos y me giré rápidamente para volver al baño a acabar de arreglarme. Mientras me secaba el pelo no pude superar la incómoda sensación de que me estaba intentando decir algo más importante que: «Mírame el cuerpo desnudo un rato más».
Antes incluso de poder desentrañar mis propias emociones, ya estaba intentando adivinar las suyas.
¿Me preocupaba que quisiera irse o quedarse?
Cuando acabé, él ya estaba vestido y esperando, mirando por la enorme ventana. Se volvió, caminó hacia mí y me puso las cálidas manos en la cara, mirándome con intensidad.
—Necesito que me escuches.
Tragué saliva.
—Vale.
—No quiero salir por esa puerta y perder lo que hemos encontrado en esta habitación.
Sus palabras me estremecieron. No se estaba declarando, no me estaba prometiendo nada, pero había dicho exactamente lo que necesitaba oír. Quizá ninguno de los dos supiera qué estaba pasando, pero no lo íbamos a dejar inacabado.
Exhalé temblorosa y le puse las manos en el pecho.
—Ni yo, pero tampoco quiero que tú carrera se trague la mía.
—Yo tampoco quiero eso.
Asentí pese a que esas palabras enmarañaban aún más mis sentimientos. Fui incapaz de encontrar algo que añadir.
—Está bien —dijo mirándome de arriba abajo—. Vámonos entonces.
Vagas imágenes de mi sueño pasaron por delante de mis ojos cerrados mientras me acurrucaba en la manta más calentita y que mejor olía en la que había dormido. Y la manta se acurrucó a mi alrededor.
Algo cálido se apretó contra mí y abrí poco a poco los ojos para encontrarme con una cabeza de conocido pelo alborotado a unos centímetros de mi cara. Un centenar de imágenes me recorrieron la mente en ese preciso segundo cuando la realidad de la noche anterior cayó como un jarro de agua fría en mi cerebro.
«Madre de Dios.»
Había sido real.
Se me aceleró el corazón cuando levanté la cabeza un poco y me encontré a mi atractivo hombre enroscado alrededor de mi cuerpo. Tenía la cabeza apoyada en mi pecho, la boca perfecta un poco abierta soltando bocanadas de aire caliente sobre mis pechos desnudos. Su largo cuerpo caliente contra el mío, las piernas entrelazadas y sus fuertes brazos apretados alrededor de mi torso.
«Se había quedado.»
La intimidad de nuestra postura me golpeó con una fuerza tal que me dejó sin aliento. No es que se hubiera quedado, es que se había aferrado a mí.
Me esforcé por recuperar el aire y no entrar en pánico. Era mucho más que consciente de cada centímetro de nuestra piel en contacto. Sentí el poderoso latido de su corazón contra mi pecho. Tenía su miembro apretado contra mi muslo, semierecto durante el sueño. Me ardían los dedos por tocarle.
Estaba deseando apretar mis labios contra su pelo. Era demasiado. Él era demasiado.
Algo había cambiado la noche anterior y no estaba segura de estar lista para ello. No sabía lo que entrañaría ese cambio, pero ahí estaba. En cada movimiento, cada contacto, cada palabra y cada beso habíamos estado juntos. Nadie me había hecho sentir así, como si mi cuerpo estuviera hecho para encajar con el suyo.
Había estado con otros hombres, pero con él me sentía como si me arrastrara una marea oculta, completamente incapaz de cambiar el rumbo. Cerré los ojos, intentando sofocar la sensación de pánico que estaba creciendo en mi interior. No me arrepentía de lo que había pasado. Había sido intenso —como siempre— y seguramente el mejor sexo que había tenido en mi vida. Solo necesitaba unos
minutos a solas antes de poder enfrentarme a él.
Le coloqué una mano en la cabeza y la otra en la espalda y conseguí apartarle de mi cuerpo. Él empezó a revolverse y yo me quedé helada, abrazándole fuerte y deseando en silencio que volviera a dormir. Él murmuró mi nombre antes de que su respiración se volviera de nuevo regular y yo me escapé de debajo de su cuerpo.
Le observé dormir durante un momento y el pánico se redujo no supe cómo. Una vez más fui consciente de lo guapo que era. En calma por el sueño, sus facciones aparecían tranquilas y en paz, con una expresión muy diferente de la que solía tener cuando estaba cerca de mí. Un grueso rizo le caía por la frente y sentí la urgente necesidad de apartárselo de la cara. Ahí estaban las pestañas largas, los pómulos perfectos, unos labios carnosos y la barba que le cubría la mandíbula.
«Dios mío, es que es tan guapo...»
Empecé a caminar hacia el baño, pero vi mi reflejo en el espejo del tocador del dormitorio.
«Vaya. Recién follada.» Sin duda esa era la imagen que ofrecía.
Me acerqué y examiné los leves arañazos rojos que tenía por el cuello, los hombros, los pechos y el estómago. Tenía una marca pequeña de un mordisco en la parte de debajo de mi pecho izquierdo y un chupetón en el hombro. Miré hacia abajo y pasé los dedos por las marcas rojas que tenía en el interior del muslo. Se me endurecieron los pezones al recordar la sensación de su cara sin afeitar frotándose con mi piel.
Mi pelo era un desastre enredado y despeinado y me mordí el labio al recordar sus manos enredadas en él. La forma en que me había atraído primero hacia su beso y después sobre su miembro...
«Esto no me está ayudando.»
Una voz todavía pastosa por el sueño me sacó sobresaltada de mis pensamientos.
—¿Recién despierta y ya tirándote de los pelos?
Me volví y vi un destello de su cuerpo desnudo mientras se giraba bajo las sábanas y se sentaba.
Dejó que le cayeran hasta las caderas, dejando su torso al descubierto. No creía que nunca pudiera cansarme de mirar —y sentir— ese pecho ancho y musculoso, los abdominales como una tabla de lavar y esa hilera de vello que llevaba hasta el miembro más glorioso que había visto en mi vida.
Cuando mis ojos, al fin, llegaron a su cara fruncí el ceño al ver su sonrisa torcida.
—Te he pillado mirándote —murmuró pasándose una mano por la mandíbula.
No sabía si sonreír o si poner los ojos en blanco. Verlo desaliñado y vulnerable en ese estado a medio despertar me desorientaba. La noche anterior no nos molestamos en cerrar las pesadas cortinas y ahora el sol entraba a raudales, cegadoramente brillante al reflejarse sobre la maraña de sábanas blancas. Se le veía tan diferente... Seguía siendo el capullo de mi jefe, pero ahora también era algo más: un hombre, en mi cama, que parecía estar listo para el asalto número... ¿Cuatro? ¿Cinco? Había perdido la cuenta.
Mientras sus ojos recorrían cada centímetro de mi ser, recordé que yo también estaba completamente desnuda. En ese momento su expresión era tan intensa como su contacto. Si seguía mirándome de ese modo ¿ardería mi piel en llamas? ¿Sentiría su tacto como si sus manos me estuvieran tocando?
Intenté centrarme en algo que camuflara el hecho de que estaba catalogando mentalmente cada centímetro de su piel y me agaché para recuperar del suelo su camiseta interior blanca. Había pasado toda la noche delante del aparato de aire acondicionado y estaba un poco fría, pero por suerte estaba casi seca. Cuando introduje mi cabeza en el suave algodón, inhalé el olor a salvia de su piel y al
emerger me encontré con su mirada oscura.
Sacó un poco la lengua para humedecerse los labios.
—Ven aquí —dijo en voz baja.
Me acerqué a la cama, con la intención de sentarme a su lado, pero él tiró de mí para que quedara a horcajadas sobre sus muslos y dijo:
—Dime en qué estás pensando.
¿Quería que condensara un millón de pensamientos en una sola frase? Ese hombre estaba loco.
Así que abrí la boca y solté lo primero que se me pasó por la cabeza.
—Has dicho que no has estado con nadie desde que nosotros estuvimos... juntos por primera vez. —Estaba mirando fijamente su clavícula para no tener que mirarle a los ojos—. ¿Es cierto?
Por fin levanté la vista.
Él asintió y metió los dedos por debajo de la camiseta, acariciándome lentamente desde la cadera hasta la cintura.
—¿Por qué? —le pregunté.
Él cerró los ojos y negó con la cabeza una vez.
—No he deseado a nadie más.
No sabía muy bien cómo interpretar eso. ¿Quería decir que no había conocido a nadie que deseara pero que estaba abierto a ello?
—¿Normalmente eres monógamo cuando te estás acostando con alguien?
Él se encogió de hombros.
—Si eso es lo que se espera de mí.
Harry me besó el hombro, la clavícula y subió por mi cuello. Estiré el brazo hasta la mesita que había detrás de él, cogí la botella de agua de cortesía y le di un sorbo antes de pasársela a él. Él se la terminó en unos cuantos tragos.
—¿Tenías sed?
—Sí. Y ahora tengo hambre.
—No me sorprende, porque no hemos comido desde hace... —Me detuve cuando le vi mover ambas cejas y sonreír.
Puse los ojos en blanco, pero se me cerraron cuando él se acercó y me besó dulcemente en los labios.
—¿Y la monogamia es lo que se espera de ti aquí? —le pregunté.
—Después de lo que pasó anoche, creo que tendrías que decírmelo tú.
No sabía cómo responder a eso. Ni siquiera estaba segura de que pudiera estar con él así, mucho menos pensar en la monogamia. La sola idea de cómo iba a funcionar todo aquello hacía que la cabeza me diera vueltas. ¿Íbamos a ser... amigos? ¿Diríamos «buenos días» y lo diríamos de verdad? ¿Se iba a sentir bien criticando mi trabajo?
Extendió los dedos sobre la parte baja de mi espalda apretándome contra él y eso me apartó de mis pensamientos.
—No te quites esa camiseta nunca —susurró.
—Vale. —Me eché hacia atrás para darle un mejor acceso a mi cuello—. Voy a llevar esto y nada más a la sesión de presentación de esta mañana.
Su risa sonó grave y juguetona.
—Ni hablar de eso.
—¿Qué hora es? —pregunté intentando ver el reloj que había detrás de él.
—Me importa una mierda. —Las puntas de sus dedos encontraron mi pecho y empezaron a deslizarse de un lado a otro por la suave piel de debajo.
En el proceso de intentar apartarme un poco de él, dejé al aire su piel justo por encima de la cadera.
«Pero ¿qué demonios era eso?»
¿Era un tatuaje?
—¿Qué es...? —No fui capaz de encontrar las palabras. Apartándole un poco, levanté la vista para mirarlo a los ojos antes de volver a mirar la marca. Justo debajo del hueso de la cadera tenía una línea de tinta negra con unas palabras escritas en lo que supuse que sería francés. ¿Cómo se me había podido pasar por alto eso? Recordé brevemente todas las veces que habíamos estado juntos. Siempre había sido todo muy precipitado o a oscuras o en un estado de semidesnudez.
—Es un tatuaje —dijo divertido apartándose un poco y acariciándome el ombligo.
—Ya sé que es un tatuaje, pero... ¿Qué dice?
«El señor Seriedad en los Negocios tiene un puto tatuaje.» Otro trozo del hombre que conocía que caía y se hacía pedazos.
—Dice: «Je ne regrette rien».
Mis ojos se encontraron con los suyos y la sangre se me calentó al oír su voz que se disolvía en su perfecto acento francés.
—¿Qué es lo que has dicho?
Él volvió a sonreír.
—Je ne regrette rien.
Repitió cada palabra lentamente, poniendo énfasis en cada sílaba. Era lo más sexy que había oído en mi vida. Entre eso, el tatuaje y el hecho de que estaba completamente desnudo debajo de mí, estaba a punto de entrar en combustión espontánea.
—¿Eso no es una canción?
Él asintió.
—Sí, es una canción. —Y riendo por lo bajo prosiguió—. Puede que creas que me arrepiento de esa noche de borrachera en París, a miles de kilómetros de casa, sin un solo amigo en la ciudad, en la que decidí hacerme un tatuaje. Pero no, ni siquiera me arrepiento de eso.
—Dilo otra vez —le susurré.
Se acercó, moviendo las caderas contra las mías, el aliento cálido junto a mi oído y susurró de nuevo.
—Je ne regrette rien. ¿Lo entiendes?
Asentí.
—Di algo más. —Mi pecho subía y bajaba con cada respiración trabajosa y mis pezones sensibles
rozaban contra el algodón de su camiseta.
Se inclinó un poco, me besó la oreja y dijo:
—Je suis à toi. —Su voz sonaba ahogada y grave mientras me agarraba para acercarme y yo nos saqué a ambos de la incomodidad hundiéndole en mí con un gemido. Me encantaba la profundidad que alcanzaba en esa postura. Él susurró una sola sílaba desconocida para mí una y otra vez mientras me miraba. En vez de agarrarme las caderas, sus manos agarraban con fuerza ambos lados de la camiseta.
Era tan fácil, tan natural entre nosotros, pero de alguna forma se añadió al espacio de incomodidad que parecía no poder quitarme de encima. En vez de fijarme en eso, me centré en sus suaves gemidos dentro de mi boca, en la forma en que nos sentó a ambos repentinamente y se puso a chuparme los pechos por encima de la camiseta, dejando al descubierto la piel rosa de debajo. Me perdí en sus dedos necesitados en mis caderas y mis muslos, su frente apretada contra mi clavícula cuando se acercó aún
más. Me perdí en la sensación de sus muslos debajo de mí y sus caderas moviéndose más rápido y más fuerte para venir al encuentro de todos mis movimientos.
Apartándome un poco, me puso la mano en el pecho y detuvo las caderas.
—El corazón me va a mil por hora. Dime lo bien que sienta esto.
Me relajé instintivamente cuando vi su sonrisa arrogante. ¿Es que creía que necesitaba algo para recordar quién habíamos sido menos de un día antes de aquello?
—Ya estás otra vez con eso de hablar. Para.
Ensanchó su sonrisa.
—Te encanta que te hable. Y te gusta todavía más cuando coincide con el momento en que estoy dentro de ti.
Puse los ojos en blanco.
—¿Y qué es lo que me ha delatado? ¿Los orgasmos? ¿O la forma en que te lo pido? Eres un gran detective...
Él me guiñó un ojo, me subió un pie hasta su hombro y me besó la parte interna del tobillo.
—¿Siempre has sido así? —le pregunté tirando inútilmente de su cadera. Odiaba admitirlo, pero quería que se moviera. Cuando estaba quieto me provocada, me rozaba, pero lo sentía incompleto.
Cuando se movía yo solo quería más tiempo para quedarme quieta—. Me dan pena las mujeres cuyos egos desechados me han pavimentado el camino.
Harry negó con la cabeza, inclinándose hacia mí e irguiéndose apoyado sobre las manos. Gracias a Dios empezó a moverse, con la cadera empujando hacia delante y levantándose, proyectándose muy profundamente en mi interior. Se me cerraron los ojos. Estaba tocándome el punto exacto una, otra y otra vez.
—Mírame —me susurró.
Abrí los ojos y vi el sudor en la frente y los labios abiertos mientras me miraba la boca. Los músculos de los hombros se destacaban cada vez que se movía y su torso brillaba con una fina capa de sudor. Lo observé mientras entraba y salía de mí. No estoy segura de lo que dije cuando casi salió del todo y después entro con más fuerza, pero lo dije en voz baja; era algo sucio y lo olvidé
instantáneamente cuando me embistió de nuevo.
—Tú me haces sentir arrogante. Es la forma en que reaccionas ante mí lo que me hace sentir como un puto dios. ¿Cómo puedes no darte cuenta de eso?
No respondí pero él claramente no esperaba que lo hiciera porque su mirada y los dedos de una de sus manos bajaban por mi cuello y por mis pechos. Encontró un lugar particularmente sensible y yo solté una exclamación ahogada.
—Parece que alguien te ha mordido aquí —dijo pasando el pulgar por la marca de sus dientes—. ¿Te ha gustado?
Tragué y empujé contra él.
—Sí.
—Chica pervertida.
Le pasé las manos por los hombros y por el pecho, después los abdominales y los músculos de las caderas y rocé una y otra vez con el pulgar su tatuaje.
—También me gusta esto.
Sus movimientos se hicieron irregulares y forzados.
—Oh, joder, ______... No puedo... No puedo aguantar más. —Oír su voz tan desesperada y fuera de control solo intensificó mi necesidad de él.
Cerré los ojos y me centré en la deliciosa sensación que empezaba a extenderse por mi cuerpo.
Estaba tan cerca, justo al borde. Metí la mano entre los dos y mis dedos encontraron el clítoris y empecé a frotármelo lentamente.
Él inclinó la cabeza, miró mi mano y exclamó:
—Oh, joder. —Su voz sonaba desesperada y su respiración ya no era más que una sucesión de jadeos profundos—. Tócate así, justo así. Deja que te vea. —Sus palabras eran todo lo que necesitaba y con un último contacto de los dedos, sentí que el orgasmo me embargaba.
El orgasmo fue intenso. Me apreté contra él y las uñas de mi mano libre se clavaron en su espalda.
Él gritó y su cuerpo se estremeció cuando se corrió en mi interior. Todo mi cuerpo se sacudió con las consecuencias del orgasmo y me recorrieron unos leves temblores cuando fue desapareciendo. Me aferré a él, que se quedó quieto y su cuerpo se hundió contra el mío. Me besó el hombro y el cuello antes de darme un beso en los labios. Nuestros ojos se encontraron brevemente y después se apartó de
mí.
—Dios, mujer —dijo con un profundo suspiro y forzando una risa—. Me vas a matar.
Ambos rodamos para ponernos de costado al unísono, con las cabezas en nuestras almohadas.
Cuando nuestras miradas se encontraron yo no fui capaz de apartarla. Ya había perdido cualquier esperanza que hubiera tenido de que la vez siguiente fuera menos intensa o de que nuestra conexión se fuera de alguna forma fundiendo si conseguíamos sacar todo aquello de nuestros sistemas. Esa noche de «tregua» no iba a atenuar nada. Yo ya quería acercarme, besarle la mandíbula sin afeitar y volver a tirar de él hacia mí. Mientras le miraba me quedó claro que cuando esto acabara iba a doler una barbaridad.
El miedo atenazó mi corazón y el pánico de la noche anterior volvió, trayendo consigo un silencio incómodo. Me senté y me tapé con las sábanas hasta la barbilla.
—Oh, mierda.
Su mano salió y me agarró por el brazo.
—______, no puedo...
—Probablemente deberíamos ir preparándonos —le interrumpí antes de que acabara esa frase. Podía ser el principio de mil formas de romperme el corazón—. Tenemos que asistir a una presentación dentro de veinte minutos.
Él pareció confuso durante un momento antes de hablar.
—La ropa que tengo aquí no está seca. Y ni siquiera sé dónde está mi habitación.
Intenté no ruborizarme al recordar lo rápido que había pasado todo la noche anterior.
—Vale. Me llevaré tu llave y te traeré algo.
Me duché rápido y me envolví en una gruesa toalla deseando haber tenido el buen juicio de traer uno de los albornoces del hotel al baño conmigo. Inspiré hondo, abrí la puerta y salí.
Él estaba sentado en la cama y levantó la vista para mirarme cuando entré en la habitación.
—Es que necesito... —Empecé a decir señalando mi maleta. Él asintió pero no hizo ademán de hablar. Nunca había tenido vergüenza de mi cuerpo. Pero estar allí de pie, sin nada más que una toalla, sabiendo que él me estaba mirando, me hizo sentir inusualmente tímida.
Cogí unas cuantas cosas y eché a correr al pasar a su lado, sin pararme hasta que estuve de nuevo en la seguridad del baño. Me vestí más rápido de lo que creía posible y decidí que me iba a recoger el pelo y ya terminaría con el resto después. Cogí las tarjetas-llave de la encimera y volví al dormitorio.
Él no se había movido. Sentado en el borde de la cama con los codos apoyados en los muslos, parecía perdido en sus pensamientos. ¿En qué estaría pensando? Toda la mañana yo había sido un manojo de nervios, con mis emociones pasando de un extremo a otro sin parar, pero él parecía tan tranquilo. Tan seguro. Pero ¿de qué estaba seguro? ¿Qué había decidido?
—¿Quieres que te traiga algo en concreto?
Cuando levantó la mirada, pareció algo sorprendido, como si no lo hubiera pensado.
—Eh... Solo tengo unas pocas reuniones esta tarde, ¿no? —Yo asentí—. Cualquier cosa que me traigas estará bien.
Solo necesité un segundo para localizar su habitación; era justo la siguiente puerta. Genial. Ahora podría imaginármelo en una cama justo a otro lado de la pared donde estaba la mía. Sus maletas estaban allí y yo hice una breve pausa al darme cuenta de que iba a tener que rebuscar entre sus cosas.
Levanté la maleta más grande y la coloqué sobre la cama para abrirla. Su olor me provocó una fuerte oleada de deseo. Empecé a buscar entre la ropa muy bien colocada.
Todo en él era tan ordenado y organizado que me hizo preguntarme cómo sería su casa. No lo había pensado mucho, pero de repente me pregunté si algún día la vería, si llegaría a ver su cama.
Me di cuenta de que quería. ¿Querría él que fuera allí?
Me di cuenta de que me estaba entreteniendo y seguí buscando entre su ropa hasta que por fin localicé un traje de color carbón de Helmut Lang, una camisa blanca, una corbata negra de seda, bóxer, calcetines y zapatos.
Volví a colocar todo donde estaba, cogí la ropa y me dirigí a mi habitación. Cuando salí del pasillo, no pude reprimir una risa nerviosa ante lo absurdo de la situación. Por suerte, logré recomponerme cuando llegué a mi puerta. Di dos pasos en el interior antes de quedarme helada.
Estaba de pie delante de la ventana abierta, rodeado de la luz del sol. Cada una de las atractivas líneas de su cuerpo cincelado se veía acentuada con todos sus perfectos detalles por las sombras que se proyectaban en su cuerpo. Tenía una toalla colgada en un lugar indecentemente bajo de la cadera y allí, asomando justo por encima de la toalla, estaba el tatuaje.
—¿Has visto algo que te gusta?
Volví, a regañadientes, a mirarle a la cara.
—Yo...
Mi mirada bajó a su cadera como atraída por un imán.
—Te he preguntado si has visto algo que te gusta. —Cruzó la habitación y se detuvo justo delante de mí.
—Te he oído —dije mirándolo fijamente—. Y no, solo estaba perdida en mis pensamientos.
—¿Y en qué estabas pensando exactamente? —Él estiró la mano y me colocó un mechón de pelo húmedo tras la oreja. Ese simple contacto hizo que me diera un vuelco el estómago.
—Que tenemos una agenda que cumplir.
Él dio un paso para acercarse.
—¿Y por qué no te creo?
—¿Porque te lo tienes demasiado creído? —le sugerí mirándolo a los ojos.
Él enarcó una ceja y me miró durante un momento antes de cogerme la ropa de las manos y colocarla sobre la cama. Antes de que pudiera moverme, él se quitó la toalla de la cadera y la tiró a un lado. «Santa madre de Dios.» Si había un espécimen de hombre más atractivo sobre la tierra, yo pagaría un buen dinero por verlo.
Cogió sus calzoncillos y empezó a ponérselos antes de detenerse para mirarme.
—¿No acabas de decir que tenemos un agenda que cumplir? —me preguntó mirándome divertido—. A menos claro, que hayas visto algo que te gusta.
«Hijo de...»
Entorné los ojos y me giré rápidamente para volver al baño a acabar de arreglarme. Mientras me secaba el pelo no pude superar la incómoda sensación de que me estaba intentando decir algo más importante que: «Mírame el cuerpo desnudo un rato más».
Antes incluso de poder desentrañar mis propias emociones, ya estaba intentando adivinar las suyas.
¿Me preocupaba que quisiera irse o quedarse?
Cuando acabé, él ya estaba vestido y esperando, mirando por la enorme ventana. Se volvió, caminó hacia mí y me puso las cálidas manos en la cara, mirándome con intensidad.
—Necesito que me escuches.
Tragué saliva.
—Vale.
—No quiero salir por esa puerta y perder lo que hemos encontrado en esta habitación.
Sus palabras me estremecieron. No se estaba declarando, no me estaba prometiendo nada, pero había dicho exactamente lo que necesitaba oír. Quizá ninguno de los dos supiera qué estaba pasando, pero no lo íbamos a dejar inacabado.
Exhalé temblorosa y le puse las manos en el pecho.
—Ni yo, pero tampoco quiero que tú carrera se trague la mía.
—Yo tampoco quiero eso.
Asentí pese a que esas palabras enmarañaban aún más mis sentimientos. Fui incapaz de encontrar algo que añadir.
—Está bien —dijo mirándome de arriba abajo—. Vámonos entonces.
Anna.
Maratón 5/5
Capítulo 25
El tema del congreso ese año era «La siguiente generación de estrategias de marketing» y, como forma de introducir a la nueva generación, los organizadores habían programado una sesión de presentación para todos los alumnos del máster de ______. La mayoría de los alumnos de su programa de estudios estaban allí, de pie, muy erguidos y nerviosos al lado de sus paneles explicativos. De hecho, hacer una presentación en ese congreso era un requisito imprescindible de las prácticas del máster de ______, pero ella había pedido que hicieran una excepción en su caso dado el tamaño y la naturaleza confidencial de la cuenta Papadakis, su proyecto principal. Ningún otro alumno estaba gestionando una cuenta de un millón de dólares.
La junta de la beca se había mostrado encantada de hacer la excepción e incluso estuvieron a punto de babear ante la expectativa de poder poner la historia de éxito de ______ en el folleto del programa una vez que se completara su diseño, se firmara y se divulgara públicamente.
Pero aunque ella no tenía que hacer una presentación, insistió en recorrer todos los pasillos y examinar todos los paneles. Teniendo en cuenta que aparentemente yo no podía apartarme más de un metro de ella y que no tenía ninguna reunión hasta las diez, la seguí todo el tiempo, contando los paneles (576) y mirándole el trasero (respingón, divertido para darle unos azotes y ahora mismo envuelto en lana negra).
Ella había mencionado en el ascensor que su mejor amiga, Julia, le había proporcionado la mayoría de ese armario que yo amaba y odiaba a la vez. La selección de esa mañana, una falda lápiz ajustada y una blusa de color azul oscuro, ahora también estaba en mi lista. Intenté convencer a _______ un par de veces de que teníamos que volver a la habitación a buscar algo, pero ella solo enarcó una ceja y me preguntó:
—¿A buscar algo o en busca de «algo»?
La ignoré, pero ahora deseaba haber admitido que necesitaba otro asalto antes de empezar con el congreso. Me pregunté si habría accedido.
—¿Habrías vuelto a la habitación conmigo? —le pregunté al oído mientras ella leía atentamente el panel de un alumno sobre una idea para el proceso de renovación de marca de una pequeña compañía de teléfonos móviles. Los gráficos estaban pegados con celo al panel, por Dios.
—Chis.
—______, no vas a aprender nada de esta presentación. Vamos a tomarnos un café y tal vez también hacerme una mamada en el baño.
—Tu padre me dijo una vez que era imposible predecir de dónde iban a venir las mejores ideas y que leyera todo lo que encontrara. Además, son mis compañeros del máster.
Esperé, jugueteando con un gemelo, pero ella aparentemente no iba a hablar de la última parte de lo que yo había dicho.
—Mi padre no tiene ni idea de lo que habla.
Ella se rió muy apropiadamente. Papá había estado en lo más alto de todas las listas de los veinticinco mejores consejeros delegados prácticamente desde que nació.
—No tienes que chupármela. Puedo follarte contra la pared —le susurré carraspeando y mirando alrededor para asegurarme de que nadie estaba lo bastante cerca para oírme—. O podría tumbarte en el suelo, abrirte de piernas y hacer que te corras con la lengua.
Ella se estremeció, le sonrió al alumno que había cerca de la siguiente presentación y se acercó para leerla. El hombre extendió la mano hacia mí.
—Discúlpeme, ¿es usted Harry Styles?
Asentí, distraído, mientras le estrechaba la mano y vi que ______ se alejaba un poco.
El pasillo estaba prácticamente desierto excepto por los alumnos que había cerca de los paneles. E incluso ellos habían empezado acercarse a zonas más interesantes, donde las empresas más grandes —patrocinadoras del congreso principalmente— habían montado expositores brillantes y llenos de marcas comerciales con la intención de animar un poco la sesión inaugural del congreso dedicada a los alumnos. _______ se inclinó y escribió algo en su cuaderno: «¿Renovación de marca para Jenkins Financial?».
Le miré la mano y después la cara, concentrada con una expresión pensativa. La cuenta de Jenkins Financial no era una de las suyas. Ni siquiera era una que llevara yo. Era una cuenta pequeña, ocasionalmente gestionada por algún ejecutivo junior algo lerdo. ¿De verdad sabía cuánto costaba gestionar una enorme campaña de marketing como la que teníamos?
Antes de que pudiera preguntarle, ella se volvió y pasó a la siguiente presentación y yo me quedé embelesado viendo a ______ trabajar. Nunca me había permitido observarla tan abiertamente; la vigilancia subrepticia que había llevado a cabo hasta el momento solo me había revelado que era brillante y decidida, pero nunca me había dado cuenta de la amplitud de su conocimiento de la
empresa.
Quería felicitarla de alguna forma, pero las palabras se confundieron en mi cabeza y un extraño sentimiento defensivo apareció en mi pecho, como si alabarla a ella rompiera de alguna forma la estrategia.
—Tu caligrafía ha mejorado.
Ella me sonrió pulsando el botón del extremo del bolígrafo.
—Que te den.
Una erección se me despertó en los pantalones.
—Estás haciéndome perder el tiempo aquí.
—Entonces ¿por qué no vas a saludar a unos cuantos ejecutivos en la sala de recepciones? Están desayunando allí. Y tienen esas pequeñas magdalenas de chocolate que finges que no te gustan.
—Porque no me apetece comer precisamente eso.
Una sonrisita apareció en sus labios. Ella me miró a la cara cuando otra alumna se me presentó.
—He seguido su carrera desde que puedo recordar —dijo la mujer casi sin aliento—. Lo oí hablar aquí el año pasado.
Sonreí y le estreché la mano todo lo brevemente que pude, lo justo para no parecer maleducado.
—Gracias por saludarme.
Llegamos al final del pasillo y le agarré el codo a ______.
—Todavía falta una hora para mi reunión. ¿Eres consciente de lo que me estás haciendo?
Por fin me miró. Tenía las pupilas tan dilatadas que parecía que tenía los ojos negros y se humedeció los labios antes de hacer un mohín decadente.
—Supongo que tendrás que llevarme arriba para demostrármelo.
La junta de la beca se había mostrado encantada de hacer la excepción e incluso estuvieron a punto de babear ante la expectativa de poder poner la historia de éxito de ______ en el folleto del programa una vez que se completara su diseño, se firmara y se divulgara públicamente.
Pero aunque ella no tenía que hacer una presentación, insistió en recorrer todos los pasillos y examinar todos los paneles. Teniendo en cuenta que aparentemente yo no podía apartarme más de un metro de ella y que no tenía ninguna reunión hasta las diez, la seguí todo el tiempo, contando los paneles (576) y mirándole el trasero (respingón, divertido para darle unos azotes y ahora mismo envuelto en lana negra).
Ella había mencionado en el ascensor que su mejor amiga, Julia, le había proporcionado la mayoría de ese armario que yo amaba y odiaba a la vez. La selección de esa mañana, una falda lápiz ajustada y una blusa de color azul oscuro, ahora también estaba en mi lista. Intenté convencer a _______ un par de veces de que teníamos que volver a la habitación a buscar algo, pero ella solo enarcó una ceja y me preguntó:
—¿A buscar algo o en busca de «algo»?
La ignoré, pero ahora deseaba haber admitido que necesitaba otro asalto antes de empezar con el congreso. Me pregunté si habría accedido.
—¿Habrías vuelto a la habitación conmigo? —le pregunté al oído mientras ella leía atentamente el panel de un alumno sobre una idea para el proceso de renovación de marca de una pequeña compañía de teléfonos móviles. Los gráficos estaban pegados con celo al panel, por Dios.
—Chis.
—______, no vas a aprender nada de esta presentación. Vamos a tomarnos un café y tal vez también hacerme una mamada en el baño.
—Tu padre me dijo una vez que era imposible predecir de dónde iban a venir las mejores ideas y que leyera todo lo que encontrara. Además, son mis compañeros del máster.
Esperé, jugueteando con un gemelo, pero ella aparentemente no iba a hablar de la última parte de lo que yo había dicho.
—Mi padre no tiene ni idea de lo que habla.
Ella se rió muy apropiadamente. Papá había estado en lo más alto de todas las listas de los veinticinco mejores consejeros delegados prácticamente desde que nació.
—No tienes que chupármela. Puedo follarte contra la pared —le susurré carraspeando y mirando alrededor para asegurarme de que nadie estaba lo bastante cerca para oírme—. O podría tumbarte en el suelo, abrirte de piernas y hacer que te corras con la lengua.
Ella se estremeció, le sonrió al alumno que había cerca de la siguiente presentación y se acercó para leerla. El hombre extendió la mano hacia mí.
—Discúlpeme, ¿es usted Harry Styles?
Asentí, distraído, mientras le estrechaba la mano y vi que ______ se alejaba un poco.
El pasillo estaba prácticamente desierto excepto por los alumnos que había cerca de los paneles. E incluso ellos habían empezado acercarse a zonas más interesantes, donde las empresas más grandes —patrocinadoras del congreso principalmente— habían montado expositores brillantes y llenos de marcas comerciales con la intención de animar un poco la sesión inaugural del congreso dedicada a los alumnos. _______ se inclinó y escribió algo en su cuaderno: «¿Renovación de marca para Jenkins Financial?».
Le miré la mano y después la cara, concentrada con una expresión pensativa. La cuenta de Jenkins Financial no era una de las suyas. Ni siquiera era una que llevara yo. Era una cuenta pequeña, ocasionalmente gestionada por algún ejecutivo junior algo lerdo. ¿De verdad sabía cuánto costaba gestionar una enorme campaña de marketing como la que teníamos?
Antes de que pudiera preguntarle, ella se volvió y pasó a la siguiente presentación y yo me quedé embelesado viendo a ______ trabajar. Nunca me había permitido observarla tan abiertamente; la vigilancia subrepticia que había llevado a cabo hasta el momento solo me había revelado que era brillante y decidida, pero nunca me había dado cuenta de la amplitud de su conocimiento de la
empresa.
Quería felicitarla de alguna forma, pero las palabras se confundieron en mi cabeza y un extraño sentimiento defensivo apareció en mi pecho, como si alabarla a ella rompiera de alguna forma la estrategia.
—Tu caligrafía ha mejorado.
Ella me sonrió pulsando el botón del extremo del bolígrafo.
—Que te den.
Una erección se me despertó en los pantalones.
—Estás haciéndome perder el tiempo aquí.
—Entonces ¿por qué no vas a saludar a unos cuantos ejecutivos en la sala de recepciones? Están desayunando allí. Y tienen esas pequeñas magdalenas de chocolate que finges que no te gustan.
—Porque no me apetece comer precisamente eso.
Una sonrisita apareció en sus labios. Ella me miró a la cara cuando otra alumna se me presentó.
—He seguido su carrera desde que puedo recordar —dijo la mujer casi sin aliento—. Lo oí hablar aquí el año pasado.
Sonreí y le estreché la mano todo lo brevemente que pude, lo justo para no parecer maleducado.
—Gracias por saludarme.
Llegamos al final del pasillo y le agarré el codo a ______.
—Todavía falta una hora para mi reunión. ¿Eres consciente de lo que me estás haciendo?
Por fin me miró. Tenía las pupilas tan dilatadas que parecía que tenía los ojos negros y se humedeció los labios antes de hacer un mohín decadente.
—Supongo que tendrás que llevarme arriba para demostrármelo.
Anna.
Re: Beautiful Bastard (Harry Styles) Adaptada
Lo siento cariño, pero el comentario va a ser cortito... :( Lo siento.
Es que tengo que estudiar porque en dos días tengo la final de matemáticas. Lo siento mucho. Justo cuando subes un maratón fantástico y glorioso yo no tengo mucho tiempo para comentar....
En fin, seré breve, los capítulos han sido gloriosos y me alegra saber que rayis y Harry por fin van a intentar hablar sobre lo que hay entre ellos. Y tnego muchas ganas de que vayan arriba para que Harry le enseñe a rayis lo que le está haciendo...jejeje
Sigue pronto la novela, ¿Vale?
Besos xxx
Bye!!!
Es que tengo que estudiar porque en dos días tengo la final de matemáticas. Lo siento mucho. Justo cuando subes un maratón fantástico y glorioso yo no tengo mucho tiempo para comentar....
En fin, seré breve, los capítulos han sido gloriosos y me alegra saber que rayis y Harry por fin van a intentar hablar sobre lo que hay entre ellos. Y tnego muchas ganas de que vayan arriba para que Harry le enseñe a rayis lo que le está haciendo...jejeje
Sigue pronto la novela, ¿Vale?
Besos xxx
Bye!!!
Rachel116
Re: Beautiful Bastard (Harry Styles) Adaptada
Que calenturientos son
No se cansan nunca del 1313 siempre están :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos:
y Harry siempre sugiriendo cosas sucias
Suerte que las bragas de rayis no sufrieron
Siguela pronto
No se cansan nunca del 1313 siempre están :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos:
y Harry siempre sugiriendo cosas sucias
Suerte que las bragas de rayis no sufrieron
Siguela pronto
AnneleStyles
Re: Beautiful Bastard (Harry Styles) Adaptada
Diooooooossss son insaciables!!
Me ha encantado el maratón!!
Espero la sigas prontoooooooooo
Cuidateeeee
Besos :bye:
Me ha encantado el maratón!!
Espero la sigas prontoooooooooo
Cuidateeeee
Besos :bye:
karencita__mb
Capítulo 26
Capítulo 26
_______ todavía estaba buscando unas bragas nuevas cuando yo ya llegaba cinco minutos tarde a mi reunión de la una. Era con Ed Gugliotti, un ejecutivo de marketing de una empresa pequeña de Minneapolis. Utilizábamos normalmente la empresa de Ed para subcontratar proyectos pequeños, pero ahora teníamos un proyecto algo más importante que estábamos pensando en pasarle a ver qué tal lo gestionaban. Cuando me subía la cremallera de los pantalones, me acordé de que Ed siempre llegaba
patológicamente tarde.
Pero esta vez no. Ya me estaba esperando en una de las salas de reuniones del hotel, con dos de sus ejecutivos junior sentados a su lado con sonrisas ansiosas.
Odiaba llegar tarde.
—Ed —le dije a la vez que le saludaba con un apretón de manos. Él me presentó a su equipo, Daniel y Sam. Ambos me estrecharon la mano, pero cuando llegué a Sam, él tenía su atención fija detrás de mí, en la puerta.
_______ acababa de entrar con el pelo suelto ahora, y se la veía salvajemente hermosa pero muy profesional, ocultando milagrosamente el hecho de que acababa de llegar al orgasmo con un grito, sobre la mesa de su habitación de hotel.
Gugliotti y sus chicos la observaron en un silencio embelesado mientras se acercaba, traía una silla, se sentaba a mi lado y se volvía para sonreírme. Tenía los labios rojos e hinchados y una leve marca roja estaba apareciendo en su mandíbula, una marca del roce de la barba.
«Perfecto.»
Carraspeé para que todo el mundo volviera a mirarme.
—Empecemos.
Era una reunión sencilla, algo que había hecho miles de veces. Describí la cuenta en términos muy generales y no confidenciales y por supuesto Gugliotti me dijo que creía que su equipo podría encontrar algo asombroso. Después de conocer a los hombres que le asignaría, accedí. Planeamos hacer otra reunión al día siguiente, cuando les presentaría la cuenta en su totalidad y se la encargaría oficialmente. La reunión se había acabado en menos de quince minutos, lo que me daba tiempo antes de la de las dos. Miré a ______ y levanté una ceja en una pregunta silenciosa.
—Comida —dijo con una risa—. Comamos algo.
patológicamente tarde.
Pero esta vez no. Ya me estaba esperando en una de las salas de reuniones del hotel, con dos de sus ejecutivos junior sentados a su lado con sonrisas ansiosas.
Odiaba llegar tarde.
—Ed —le dije a la vez que le saludaba con un apretón de manos. Él me presentó a su equipo, Daniel y Sam. Ambos me estrecharon la mano, pero cuando llegué a Sam, él tenía su atención fija detrás de mí, en la puerta.
_______ acababa de entrar con el pelo suelto ahora, y se la veía salvajemente hermosa pero muy profesional, ocultando milagrosamente el hecho de que acababa de llegar al orgasmo con un grito, sobre la mesa de su habitación de hotel.
Gugliotti y sus chicos la observaron en un silencio embelesado mientras se acercaba, traía una silla, se sentaba a mi lado y se volvía para sonreírme. Tenía los labios rojos e hinchados y una leve marca roja estaba apareciendo en su mandíbula, una marca del roce de la barba.
«Perfecto.»
Carraspeé para que todo el mundo volviera a mirarme.
—Empecemos.
Era una reunión sencilla, algo que había hecho miles de veces. Describí la cuenta en términos muy generales y no confidenciales y por supuesto Gugliotti me dijo que creía que su equipo podría encontrar algo asombroso. Después de conocer a los hombres que le asignaría, accedí. Planeamos hacer otra reunión al día siguiente, cuando les presentaría la cuenta en su totalidad y se la encargaría oficialmente. La reunión se había acabado en menos de quince minutos, lo que me daba tiempo antes de la de las dos. Miré a ______ y levanté una ceja en una pregunta silenciosa.
—Comida —dijo con una risa—. Comamos algo.
El resto de la tarde fue productivo, pero estuve todo el rato con el piloto automático; si alguien me hubiera pedido detalles específicos sobre las reuniones, me habría costado mucho recordarlos. Gracias a Dios por _______ y su forma obsesiva de tomar notas. Se me acercaron muchos colegas, sin duda estreché como cien manos durante la tarde, pero el único contacto que recordaba era el suyo.
No dejaba de distraerme con ella y lo que me molestaba era que aquí era diferente. Era trabajo, pero era un mundo completamente nuevo, uno en el que podía fingir que nuestras circunstancias eran las que nosotros quisiéramos que fueran. La necesidad de estar cerca de ella era incluso mayor de la que sentía cuando mantenía las distancias. Volví a mirar al orador estrella de la noche que estaba en la tarima e intenté sin éxito una vez más dirigir mis pensamientos a algo productivo. Estaba sentado cerca, porque había dado la charla principal allí mismo el año pasado, pero de todas formas no conseguía encontrar la forma de conectar con aquella.
Vi por el rabillo del ojo que ella se removía e instintivamente miré al otro lado de la mesa en donde estaba. Cuando nuestras miradas se encontraron, todos los demás sonidos se mezclaron, flotando a mi alrededor pero sin llegar a entrar en mi conciencia.
Pensé en esa mañana y lo evidente que me había resultado su pánico. Por el contrario yo me sentía extrañamente tranquilo, como si todo lo que habíamos hecho nos hubiera llevado a ese preciso momento en el que ambos habíamos visto lo fácil que podría ser.
Un teléfono que sonó en algún lugar detrás de mí me sacó de mi trance y aparté la mirada. Me acomodé de nuevo en la silla y me quedé asombrado de cuánto había llegado a inclinarme sobre la mesa. Miré a mi alrededor y me quedé helado cuando una mirada desconocida se encontró con la mía.
Aquel extraño no tenía ni idea de quiénes éramos ni de que _______ trabajaba para mí; solo nos miró a los dos y apartó la mirada rápidamente. Pero en ese momento toda la culpa que había estado reprimiendo cayó sobre mí. Todo el mundo sabía quién era yo, nadie allí la conocía a ella, y si alguna vez se sabía que estábamos liados, el juicio de toda la comunidad la iba a perseguir durante el resto de su carrera.
Una rápida mirada a _______ me dejó claro que ella podía ver el pánico escrito en mi cara. Me pasé el resto de la charla mirando hacia delante y sin volver a atreverme a mirarla.
No dejaba de distraerme con ella y lo que me molestaba era que aquí era diferente. Era trabajo, pero era un mundo completamente nuevo, uno en el que podía fingir que nuestras circunstancias eran las que nosotros quisiéramos que fueran. La necesidad de estar cerca de ella era incluso mayor de la que sentía cuando mantenía las distancias. Volví a mirar al orador estrella de la noche que estaba en la tarima e intenté sin éxito una vez más dirigir mis pensamientos a algo productivo. Estaba sentado cerca, porque había dado la charla principal allí mismo el año pasado, pero de todas formas no conseguía encontrar la forma de conectar con aquella.
Vi por el rabillo del ojo que ella se removía e instintivamente miré al otro lado de la mesa en donde estaba. Cuando nuestras miradas se encontraron, todos los demás sonidos se mezclaron, flotando a mi alrededor pero sin llegar a entrar en mi conciencia.
Pensé en esa mañana y lo evidente que me había resultado su pánico. Por el contrario yo me sentía extrañamente tranquilo, como si todo lo que habíamos hecho nos hubiera llevado a ese preciso momento en el que ambos habíamos visto lo fácil que podría ser.
Un teléfono que sonó en algún lugar detrás de mí me sacó de mi trance y aparté la mirada. Me acomodé de nuevo en la silla y me quedé asombrado de cuánto había llegado a inclinarme sobre la mesa. Miré a mi alrededor y me quedé helado cuando una mirada desconocida se encontró con la mía.
Aquel extraño no tenía ni idea de quiénes éramos ni de que _______ trabajaba para mí; solo nos miró a los dos y apartó la mirada rápidamente. Pero en ese momento toda la culpa que había estado reprimiendo cayó sobre mí. Todo el mundo sabía quién era yo, nadie allí la conocía a ella, y si alguna vez se sabía que estábamos liados, el juicio de toda la comunidad la iba a perseguir durante el resto de su carrera.
Una rápida mirada a _______ me dejó claro que ella podía ver el pánico escrito en mi cara. Me pasé el resto de la charla mirando hacia delante y sin volver a atreverme a mirarla.
Anna.
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