disney magic | audiciones cerradas.

Mientras tamborileo las uñas incesantemente contra la superficie de madera falsa y mezo mi pie derecho de un lado a otro, espero; impaciente, a que la «no muy agradable» señorita me atienda y detenga el avión para abordarlo. Había sido mi maldita culpa por dormirme tan tarde y no reprogramar la alarma de mi celular, en lo que metía todo a mis valijas y me colocaba ropa decente perdí valiosos minutos.

Ahora estoy aquí, en el aeropuerto de Londres y con una apariencia de la mierda. Sin mi vuelo de regreso a casa, con poco dinero y la batería de mi celular muerta. No hay peor suerte que la mía.

— ¿Señorita Finlay? —me pregunta otra recepcionista, con una placa de metal rindiendo honores a su nombre: Paige. Lleva en su bonito rostro una sonrisa servil y coloca las manos sobre las teclas del ordenador ultra moderno. Ella no es huraña como la otra todo-peinado-de-anciana.
— ¿Sí? —hago un intento de sonrisa y apoyo ambos brazos sobre el escritorio.
—Sentimos la pérdida de su vuelo, pero las aerolíneas están saturadas —mueve el dedo sobre el scroll del mouse y hace una mueca— El único disponible es hasta mañana por la madrugada, a las 3:30 —me mira un momento y yo bufo, golpeándome la frente con la palma de mi mano. ¡Son las 9:00 de la mañana!
— ¿No hay ni uno disponible? —ella vuelve los ojos y niega con la cabeza mientras lee— Estoy dispuesta a pagar lo que sea, quiero llegar a San Francisco pronto… —me callo y niego con la cabeza, pensando en las maneras que mi madre tratará de degollarme por no llegar a tiempo. Ella es tan malditamente rara que le importa más el Año Nuevo que Navidad o Acción de Gracias.

Y resulta que estamos a 31 de Diciembre… ¿cuán jodido es eso?

—Jesús —me paso una mano por la cara y cojo ambas maletas, halándolas fuera de su lugar— Gracias… er, Paige —ella vuelve a dedicarme una sonrisa y me voy. Maldiciendo el momento en el que preferí quedarme dos días en Londres y no regresar a casa. Había tenido el vuelo comprado desde el aeropuerto de Mullingar hasta San Francisco y a Jessica la estúpida se le ocurrió hospedarse en un hotel lujoso y volver a visitar una de las mejores ciudades del mundo entero. Sola. Sin la compañía o apoyo moral de alguien más.

Como mi mamá, por ejemplo.

Sigo dependiendo de ella como un bebé aprendiendo a caminar. Es vergonzoso para una chica mayor, pero así soy yo y moriría antes de sacar el culo fuera de mi hogar. Con mi hermana que es como un grano en el trasero y mi hilarante padre no sería capaz de dejarla, mi madre es la mediadora y necesita de mi poca madurez.

Me meto al baño público, ganando lugar en un ancho cubículo y me despojo de la ropa horrorosa que llevo encima. Me coloco mis mejores vaqueros, una capa de ropa abrigada conjunto a un suéter tejido blanco y encima un saco de lana negro. Envuelvo mi cuello con una gruesa bufanda azul marino y me coloco unos Converse del mismo color. Reacomodo la ropa en mis maletas y salgo, acalorada, hacia el tocador.

Me dedico a lavarme bien el rostro, atar mi cabello en una coleta alta y colocarme un poco de maquillaje esencial.

Lista para matar el tiempo de aquí a mañana, arrastro mi equipaje rumbo a las puertas principales de salida; siguiendo las órdenes de los enormes cartelones colgando del esplendoroso techo y sintiéndome un poco menos tonta. Aunque sea puedo disfrutar de este bello panorama un día más, no sabré cuando volveré a Europa y extrañaré con el alma pisar tierra Irlandesa.

A punto de llegar a las puertas acristaladas; donde se encuentra la sala de espera de los vuelos de primera clase, hay mucho ruido rodeando algo o alguien, voces y gritos estridentes y un tumulto de personas casi dándose de golpes, disparando flashazos de enormes cámaras profesionales hacia el objetivo. Mi corazón se desboca dentro de mi apretado pecho y refuerzo el agarre sobre las asas de plástico.

Demonios.

Camino lentamente hasta acercarme y observo a docenas de chicas rodear diversos puntos fuera del aeropuerto, con camisetas de la banda más famosa del mundo, cartelones hechos a mano, posters con ellos posando y dando de gritos y golpes contra el cristal. Algunas están tan malditamente emocionadas que lloran con fervor y cantan algunas de las canciones del nuevo álbum. Jodido señor. Ellos están aquí.

Él está aquí.

Mariposas revolotean en mi estómago y una creciente emoción me hace nudos el vientre, el pecho y la garganta. Después de comprarme todas las canciones en iTunes y saberme la mayoría de ellas, ellos están aquí y me siento como las adolescentes de fuera, que son jodidamente más a cada minuto. Santa mierda, creo que me haré pis en los pantalones o algo parecido.

Caminando de puntillas y recibiendo empujones de los Paparazzis, trato de verlos por ahí, en algún lado… pero no escucho ni sus voces. Quizá estén resguardados dentro de la sala VIP y ellos haciendo tanto escándalo. Pobres chicos. No me imagino los primeros meses de fama. No me imagino a Niall con su claustrofobia y los repentinos ataques de pánico. Él nunca estuvo acostumbrado a tanta atención, ni cuando en el secundario se hizo popular por interpretar canciones con su guitarra en el patio de recreación.

Pero… ¡esto no tiene comparación!

Lágrimas inundan mis ojos y quiero aferrarme a esos recuerdos y abrazarlos hasta el final de mis días. Puede que mi mejor amigo, el mejor de todo el mundo; pueda ser súper famoso y millonario, y quizá me haya enterrado muy debajo cuando me mudé de un día para otro hacia otro continente desconocido aún por él a días de la gran final, pero siempre será el mejor del planeta.

Recogiendo los pedacitos de mi roto corazón, me conduzco fuera del Heathrow y una ventisca invernal me congela cada centímetro cuadrado del cuerpo. Suspiro, hundiendo la nariz en el material de mi bufanda y me quedo estática allí, sin rumbo fijo. Halo las maletas hacia las escaleras y de pronto, tengo una enorme mano en mi boca. La mirada se me vuelve borrosa y trato de forcejear, pero me están arrastrando hacia atrás. Otras manos se apoderan de mi equipaje y de pronto veo negro.

Muerdo la mano de mi secuestrador y chillo, desenvolviéndome de las manos intrusas.

De pronto, una luz amarillenta inunda la enorme furgoneta, dejando al descubierto 5 pares de ojos que tratan de tranquilizarme. Me callo al instante y los músculos se me vuelven gelatina.

—Hola, Jessy —me saluda un chico hermoso. Completamente diferente al chico que vive en mis recuerdos. Con una profunda voz masculina, un cuerpo de infarto, facciones endurecidas y… demonios. Esos mismos ojos azules, tan impolutos y profundos como el cielo en verano. Mis ojos se llenan de lágrimas y comienzo a sollozar como una niña. Me catapulto hacia sus brazos extendidos y él me funde entre su calor, su aroma, su humor. Su abrazo me calma y me llena de paz. De pronto me siento en mi hogar, un hogar mucho mejor que el que tengo a millas y millas de distancia.

—Niall —susurro, pasando las manos por su rostro; comprobando que no es una alucinación.

Pero es malditamente real. Niall Horan está aquí. Conmigo.