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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Little White Lies.
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Re: Little White Lies.
pero yo si comento todos los capítulos cuando suben uno de hecho lo haré cuando tú lo subas
peralta.
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Re: Little White Lies.
stephy es un modelo a seguir, ah
estaré subiendo en unos minutos, espero que les guste
estaré subiendo en unos minutos, espero que les guste
bigtimerush.
Re: Little White Lies.
Kristen Stewart as Meck Rose.
Ian Somerhalder as Damon Stack.
Capítulo 011.Ian Somerhalder as Damon Stack.
—Sinceramente, Meck —opinó Damon entre dientes, con los ojos clavados en la penumbra interior del automóvil, específicamente dirigidos hacia la puerta de copiloto; mi mano sosteniendo el seguro ardió en cada capa de piel. Oh, también adjuntó a su tonada envidiablemente segura de sí, una sonrisa de sobrevalorada idoneidad—, En tú lugar, desgastaría el deseo de aventarme por la puerta. No querrás que tú… quizás —remarcando la última palabra con desdén, continúo—: Única noche conmigo transcurra sufriendo de una contusión grave en la cabeza. Dónde ya sospecho que tienes un hoyo de gran magnitud al considerar tal idea…
Dos segundos más y perdería la cabeza. No organizaría su funeral en caso de que lo matara con mis propias manos. Y vaya que Damon hacía que quisiera asesinar a alguien por primera vez en mi vida, uhm… algo inadmisible.
La importancia estimada que el chico contenía en sus labios, fue el más sencillo gesto de idiotez que pude haber necesitado para que la avidez de torcer esa sonrisita de porquería barriera la poca condescendencia que me restaba. Era muy poca, ciertamente, pero lo suficientemente racional como para mantener una fría compostura, delatando, posiblemente, un odio creciente que ya Damon veía venir con facilidad.
—Desear es quedarse realmente cortos, sí bien desearía poder quemar este auto contigo dentro, así que contagiarme de lepra en hospital por “accidente” sería un millón de veces mejor que lidiarte un segundo más —le objeté a su parloteo constante por primera vez desde que su intenso estupor se hizo presente.
La oscuridad dificultaba mis capacidades ópticas, pero apostaría la mitad de mi trasero a que sonrió. Pero con ese tipo de sonrisa grosera que, ojala y Dios me oyera, pudiera quitar con goma de borrar de una sagrada vez.
—Es una lástima, ni siquiera eres tan poco agraciada para mi vista. Aunque, si me permites decir, no me esperaba a una rubia impactantemente explosiva con una buena dosis de oxigenación cerebral para… ya sabes, evitar que contraataques con esa linda boca que no se calla.
La sangre golpeteó con tal fuerza en mi garganta que una risa estrangulada llenó el pequeño espacio con flexibilidad, pero con un toque de locura impredecible.
—Sólo cállate, idiota —fue lo único menos diez que alcance a decir, conveniente a que la piel debajo de mi barbilla se estaba quemando, literalmente.
Mi intelecto tocó fondo; no podía pensar con claridad con semejante ser a mi lado. Un poco de rubor, ¿por qué no? Más la sensación de ardor. Perfecta sintonía.
—¿Un idiota? —repitió—. Qué encantador.
Lo ignoré.
El rió otra vez y bajó su cabeza —temí por la obstaculización de su cabello hacia la carretera, cayendo por su frente—, casi ocultando sus ojos verdes. —Muy civilizada, gatita. Estoy seguro de que tienes una amplia lista de nombres y señas obscenas para mí. No me interesa.
No se movió ni un centímetro; su espalda tocaba el asiento con una rectitud casi afable, los músculos de su ante brazo parecieron tensare y, de pronto, toda esa arrogancia se esfumó, consternándome en el abrupto.
Era evidente nuestra molestia infligida.
—No vuelvas a llamarme así —espeté.
La ira tomó el lugar de la vergüenza, muy lentamente, optando por jugar con mis confiables métodos de simpatía.
Damon uno, Meck cero. No obstante, se me hizo imposible poder sonreír para mis adentros a raíz de que mi voz no había sonado insulsa o controlada por su incesable presencia determinada —con la cual cada chica que se cruzara por su camino se intimidaba sin más—, era detestablemente fuerte y cortante; tenía un ligero parecido a la que utilizaba cuando preguntaba quién diablos se había comido mi helado de chocolate con maní, en esos momentos ausente bajo mis ojos.
Mi diminuta y ridícula victoria —no merecida aunque me quedara con la última palabra— se vió aplastada por una implacable curiosidad que demandó cerca de la imposibilidad que mis ojos quemaran con el ceño fruncido un pedazo de papel que reposaba en el cuero negro, curiosamente al lado de la palanca de velocidades, dónde Damon presionaba su palma para controlar al vehículo. Una linda máquina que a mi hermano mayor (gran aficionado de los clásicos, todo lo que tuviera ruedas y sobrepasara los cien kilómetros por hora) le encantaría ver en acción… un Mustang del 70’.
«J. Hollister», escrito a mano, claramente, con esa tipografía propia de un pulso acelerado e inconstante en el papel arrugado de color amarillo viejo. Desvié la mirada tan pronto como fue consciente de un leve carraspeo, cargado de interrogación masiva.
Sin dudas, Damon cumplía con mi estereotipo —y el de cualquier película de acción en busca de un perfecto modelo a prueba de balas— de un chico que podría llegar a ser parte de una asociación secreta que lleva a cabo muchas investigaciones intensivas que nunca acabarían hasta que alguien muriera, es decir, ¿Un adonis de vida normal? Dulce Jesús, no lo creía.
Vale, debía dejar de joderme la cabeza con tantos libros de ficción.
Mis labios se movieron con rapidez, aproximando teorías inconclusas que no llegaron a ser pronunciadas en voz alta. Era como una especie de hábito nervioso que adoptaba con poca frecuencia, encendido torpemente por sentirme bajo la inquisición de los brillantes ojos esmeralda de Damon bajo la oscuridad; un gesto significativo, una señal de mi propio descontrol.
Sus máquinas de condena para mi pulso, de un particular y encantador atisbo lapislázuli —con los que me había familiarizado cuando él me estaba poniendo el cinturón de manera innecesaria y muy ágil, topándome con sus ojos, tan irrelevantes y poco indiscretos— se congelaron en mi expresión, traspasándome todo el desaprobamiento que logró concernirme, provocando que un agresivo rubor prendiera mis mejillas justo como un maldito árbol de navidad rojo.
—¡Diablos! —siseé en un reproche apenas audible para mí misma.
Mi pecho vibraba a medida de que intentaba recordar cómo se respiraba de manera correcta. Volví mis desorbitados ojos a mis brazos, que parecían más pálidos de lo normal debido a la fría corriente de aire a una considerable baja temperatura que los arrullaban. Deslicé por mis brazos desnudos la tela enrollada a mis codos, abrigándome sin éxito a la frialdad del ambiente; apreté los dientes esforzándome relativamente por no empezar a temblar.
Podía sentir todo más agudo, desde el musculo desarrollado de Damon en su mandíbula que se movía como si tuviera un tic restringido, cuya razón no entendía hasta el misterio que me gritaba a capela ese pequeño trozo de papel que no podía haber ignorado, simplemente.
—¿No te enseñaron modales en tu casa, Meck? Algún día deberías ponerlos en práctica, joder —exhortó una voz en un murmuro frustrado y rugoso, que se convirtió al final en un gruñido del que mi sensatez se burló—. ¿Tienes frío?
Daemon. La cabeza me empezó a dar vueltas y me sentí débil a niveles generales. Su voz se había transformado en enojo, automáticamente. Todo rastro despectivo de arrogancia y petulancia que en un principio había sido su innecesaria coraza, se desplomó, destrozándose y cayendo en pedazos filosos, dejando, en consecuencia a mi imprudencia, a un Damon de carácter volátil e insensible.
Tenía ganas de llorar... El líquido salino ardió en mis ojos, cafés y simples, debilitándome las piernas.
Muy patético. No me lo permitiría.
Aflojé la mandíbula en una reacción en contra de mi voluntad y una leve contusión me sacudió, desconcertándome simultáneamente.
Stack no había si quiera echado una ojeada en mi dirección, así que supuse con más acierto que quería evadir el tema y no protestaría por ello.
—Sí.
Mi pecho se vio impulsado hacia adelante con una fuerza que creí dolorosa, provocado por la bota de Damon rozar contra el freno; como cuando llegas a la cima de una montaña rusa y ésta te empuja hacia un vacío que crees muy real. La sensación de nauseas se extendió hasta llegar al final de mi estómago, rozándome el vientre. Mi corazón se detuvo y pensé que había sido a propósito. Mi rostro frente a frente con el vidrio polarizado de su propiedad, mi aliento viéndose reflejada en la humedad variante de éste.
La tensión se disparó en adrenalina por mis venas.
Una mano tiró de mi frente perlada por sudor frío y recostándome con muchísimo tacto —más del necesario— de nuevo en el cojín acolchado y reconfortante, expulsó una respiración entrecortada por un jadeo masculino, un jadeo de Damon.
Diablos, estaba temblando.
—¿Estás loco? ¡Damon! Pudimos habernos estrellado contra una ardilla o qué se yo… ¡Por el amor de Dios! —me exasperé una octava más, mis labios temblaban; no distinguía mi voz de la hiperventilación que experimentaba en aquel entonces—. ¿Intentaste matarme? Porque si pensaste hacerlo, mi padre es policía y no lo pensaría dos veces antes de…
—Cálmate, Meck —me interrumpió con voz autoritaria, enviándome un millón de escalofríos a lo largo del cuerpo—. Sabía lo que hacía. Ahora, respira profundo, no quiero que enfrentes un maldito ataque al corazón.
Y no lo dudaba, para nada. Su sexto sentido tenía que ser una versión agudizada de todos los anteriores, porque, ¡Rayos! Yo nunca lograría hacer algo así sin que se viera como un suicidio. Muchísima precisión al detener el auto justo al lado del asfalto en el lado derecho de la carretera. Por un segundo creí que algo saldría mal y nos iríamos de lleno contra la maleza cinco centímetros más debajo de la calle. Pero no pasó.
Guau. Su voz era profunda y firme. Del tipo de voz que está acostumbrada a hacer que la gente lo escuche y obedezca sin cuestionar. Sus pestañas se elevaron, revelando unos ojos tan verdes y brillantes que no podían ser reales, los pude apreciar debido a la gran farola de luz blanca y tenue que alumbraba la aterradora carretera que daba con una fila de árboles empinados a los lados, perfectamente plantados, pero de diferente tamaño.
Por primera vez desde que lo conocí —hace tres horas, exactamente— había disipado involuntariamente su faceta de preocupación y nerviosismo, sin embargo, él estaba totalmente seguro de que no me daría cuenta. Toma eso, Damon.
Nuestros ojos hicieron clic en cuánto quise mirarlo fijamente, por razones que se salían de mis manos como agua escurriéndose en ellas con rapidez. Una conexión inminente que provocó que mi corazón diera un salto. Sus hermosas esmeraldas pasivas se concentraron en mis simplezas avellanas agitadas. La distancia entre nuestros cuerpos apenas iluminados por la luz exterior era favorable. Y lo agradecí.
Segundos pasaron antes de que su dedo masajeara sus cienes, apretándolas con un esfuerzo sencillo de apreciar.
—Eh, lo siento, pero… ¿Qué hacemos a mitad de esta carretera, aparentemente, en medio de la nada?
Intenté no sonar temerosa ni agitada, pero la verdad era… que no lo estaba, sólo que a veces no controlaba el cómo me verían los demás. Supuse que no tenía nada más que decir y solté la duda más factible y predecible, reparando en todo el asunto. Lo extraño era que el silencio que absorbía su estado de ánimo —imbécil o no— era como… una dulce tortura de la que no me veía escapando como una nena. Derrumbaría sus muros sólidos y llegaría a ver algo más, lo que sea.
Su torso se estiró en el panel central de Dolly —sip, había llamado a su auto de esa forma, completamente extraño y ridículo, pero tan divertido que tenía una larga lista de comentarios en su contra que, por los momentos, me ahorraría—, dirigiendo su vista y atención hacia los puestos de atrás, sumergidos bajo la oscuridad plena de la noche. No pude evitar expulsar baba por su abdomen ligeramente desnudo y bronceado en cuánto su camisa negra se levantó. Tendría que hacer una visita a escala diaria al gimnasio, o quizás se inyectaba esteroides, ¿Sabría que eran malos para la salud?
Comprendí que trataba de alcanzar algo, incluso así, los músculos de sus brazos eran los que trabajaban, vislumbrándome con su movimiento. Sus pies apoyados paralelamente cerca del freno y acelerador y así impulsándose sobre su propio peso. Me derretí cuando sus irreales esmeraldas me dedicaron una mirada divertida.
Seguramente mi rostro extasiado por ese pecaminoso y nada inocente torso gritaba mi placer al deleitarme, incluso mi respiración era un factor evidente y… muy bajo. Mis ojos chocando contra los suyos subió la particularidad de mis hormonas femeninas e impredecibles.
Ambas cejas se arquearon, como cuestionando mi veloz mirada con alto veneno —segundos antes había parecido tan hormonal y estúpida—, hasta donde su cabello daba apertura a ese estilo de peinado varonil que todos usaban, pero que a nadie se le vería más atractivo y perfecto que en Damon; a la moda, desaliñado hacia arriba, con ese toque natural de no haber usado ni una gota de gomina para peinar. Sin dudas, envidié esa cualidad de «hola, mis perfecciones abarcan una gran lista y que mi cabello se vea despeinado pero ardiente es una de ellas.»
Por un momento lo único que pude hacer fue mirarlo, sin más. Era, probablemente, el chico más sexy que había visto en toda mi vida y también un patán total. Debí imaginarlo desde que me lanzó detrás de su espalda como a un costal de papas parlante. —Sabes, deberíamos seguir nuestro camino. Te daré la dirección de mi casa, porque, me vas a disculpar pero no quiero ir a cual sea que es el lugar a dónde planeas llevarme.
Se acomodó de nuevo en su asiento con una gracilidad digna de mi admiración, alisando las arrugas inexistentes de una chaqueta de cuero negro que había tomado de atrás con uno de sus labios curvados hacia arriba.
—Ponte esto —me dijo, colocando la chaqueta en mi regazo. Aturdida, levante la vista—. ¿Qué? ¿Ya no convulsionas ligeramente debido al frío?
Respiré profundo y asentí como una foca con retrasos mentales. La profundidad de su voz me heló los nervios desatados.
—Gracias —murmuré sin más qué decir, introduciendo mis brazos por ésta; mi sudadera era de tela frágil y nada gruesa, por lo que el calor que irradiaba su combinación era sobrecogedor en todos los sentidos.
—Harry está cerca —me notificó deslizando el dedo por la pantalla de su iPhone, muy ajeno a mi sonrisa. Se veía tan natural manejando el móvil, tan normal—. Habíamos acordado que nos veríamos aquí, solo si yo cumplía mi parte del trato.
Fruncí el ceño y reté una decodificación de lo que había dicho más detallada.
—Sólo es un trato, no tienes que saberlo todo, ¿está bien? —resopló claramente disgustado, ajustando de nuevo mi cinturón de seguridad, devolviéndome a la locura que se aplacaba cuando tomé en cuenta la idea de un inútil intento de escape.
Mientras Damon se tomaba el tiempo de cerrar los ojos con presión y relajar su postura, ignorando mi ceño fruncido olímpicamente como el solo podía hacerlo, me había preguntando cuanto tardaría en encontrar a alguien que me llevara de vuelta a mi casa antes del amanecer y si el tiempo o el sueño que derrumbaba mi cordura eran las razones por las cuales quería salir del bendito Mustang asfixiante. Para mi desgracia y tormento privado, la razón tenía un cuerpo de ensueño, cabello de modelo y ojos esmeralda con una buena porción de caracterizarse por calentar mi sangre. Sin embargo, Damon no estaba hecho de cafeína y eso era suficiente para no detenerme a lanzarme por la puerta, tuviera un hoyo —la voz de Damon se repitió en mi mente cuando lo imité— de gran magnitud o no.
Pero el parecía leerme la mente con suspicacia, y si era un súper héroe sacado de algún comic, deseé ser su kriptonita.
—Damon —pronuncié con un toque de fuerza y sin vacilar, atrayendo esas esmeraldas a mí—. No es que no goce de tú maravillosa y encantadora compañía, pero de veras necesito dormir. Mañana empiezo en el instituto y las consecuencias de que no me dejes ir a mi casa se verán decepcionantes en mi registro escolar.
—Querrás decir: hoy. Son las cinco con veinte minutos de la mañana —corrigió enérgicamente rozando ligeramente la punta de mi nariz con su pulgar—. Por cierto, ¿Estudias con Charlie o algo así?
Bien. Linda evasión de enfoque principal de gran prioridad para mí.
—Ajá, claro. Por cierto —repetí alisando mi cabello a los lados de mis hombros y devolviéndole su fulminante mirada con un vistazo inocente—. ¿Podrías explicarme dónde demonios están Charlie y Nathaniel?
La impaciencia se abrió paso ante mí. Había olvidado sin ningún esfuerzo a mis mejores amigos en The Fifteen. He aquí una mejor amiga que vale la pena. ¿Y si Harry perdía la cabeza, otra vez? Me negué a darle cuerda a mis pensamientos, nada coherentes a decir verdad.
—Oh, tus amiguitos… ellos están bien. Harry llevó a Charlie a su casa y por ello, se dirige hacia acá, tardándose un poquito más de lo esperado —añadió el retraso del chico rulos con una nota de desesperación—, y Buzolic debe estar despistando a tu madre.
El lento procesamiento de mi cerebro se estancó, ahora sí que no entendía un carajo.
—¿Cómo sabes que ellos están bien? ¿En serio te fías de Harry? —escupí las preguntas, la frustración burbujeando en mis labios—. ¿Cómo es que tienen todo tan perfectamente planeado? ¿Y qué hago yo aquí, en ese caso? ¡Quiero irme ya, Damon, ya!
Mis manos se ajustaron por mi rostro completo, descendiendo, de la frente hasta la barbilla. Bufé y lancé mi pecho hacia adelante para una mejor visión del imbécil psicópata que reprimía una carcajada estridente a juzgar por sus labios fruncidos y ojos activamente extasiados por esa escena.
Perfecto, Damon estaba presenciando cómo perdía la cabeza.
—Ella está bien porque Styles no es ningún demente. Confío en él porque es mi hermano. Somos precavidos, eso es todo, aunque, déjame decirte que todo esto es por un maldito capricho de Harry. Y tú estás aquí porque no sabía que hacer contigo en el club, y Harry me pidió que te distrajera lo suficiente para que no arruines su plan o lo que sea.
Las palmas de sus manos se posaron alrededor de sus mejillas y suspiró, arrojándose un poco hacia el frente. Casi observé sus labios expulsar el aire de una manera suave, pero me rehusé a prestarle atención y ladeé la cabeza hacia la ventanilla de Dolly. El volumen verde de los arboles empinados que asechaban el amanecer dificultaban mi vista del salir del resplandeciente y ardiente sol mañanero. ¡Las cinco de la mañana! El karma sería una perra más tarde y me cobraría, adicionalmente, todas las galletas que robaba de la cocina.
—¿A qué hora es tu primera clase? —preguntó de repente Damon, carraspeando en el proceso, obligándome a salir de mi tonta burbuja anti idiotas.
Me volví con los parpados vacilando hacia él con lentitud, arqueando una de mis cejas en respuesta.
—¿Estás seguro de que no tienes mi horario por algún lado, ahí, en tus pantalones, quizá? —él me dedicó una mirada irritante y rodé los ojos, mi buen humor empezaba a esfumarse—. A las nueve con cuarto, ¿Por qué…?
—Te llevaré a tú casa, te darás una ducha, te cambiarás de ropa y retornaras al auto. Yo te llevaré al colegio, y podrás dormir lo que quieras en el camino. Espero que el imbécil de Nathaniel haya hablado con tu madre sobre… esto.
No había ni una pizca en su tono de querer conceder que el tema estaría felizmente abierto a discusión. Lástima que no era una niña que tenía que seguir sus órdenes cuando él las dictara, y menos a esta hora de la mañana, cuando el sol dando su primer aliento sacaba lo peor de mí.
—Soy autosuficiente, Damon —protesté entre dientes—, Nathaniel puede llevarme a tiempo y mi madre no tendrá ningún problema. Confía en mí.
Tan rápido como concluí mi replica, el alzó una mano en mi dirección y sacudió la cabeza.
—Al diablo con Styles. Yo lo empecé, yo lo termino. No será fácil para ti convencer al director de no ver las primeras dos clases debido a desordenes adolescentes y un sueño magistralmente atascado. Para mí será pan comido, no obstante, podrás descansar las primeras cuatro horas y eso será suficiente para tomar apuntes a medias las clases restantes o yo puedo hacerlo por ti. Además, tienes que desayunar —Damon fue lanzándome una lluvia ácida terriblemente helada sobre la marcha y me lleva el demonio si no es rápido encargándose de las personas—. ¿Notas eso, Meck? Es una de las ventajas de ser calculador y no lanzarte a las dos de la mañana al bar más peligroso de Londres.
Dos segundos más y perdería la cabeza. No organizaría su funeral en caso de que lo matara con mis propias manos. Y vaya que Damon hacía que quisiera asesinar a alguien por primera vez en mi vida, uhm… algo inadmisible.
La importancia estimada que el chico contenía en sus labios, fue el más sencillo gesto de idiotez que pude haber necesitado para que la avidez de torcer esa sonrisita de porquería barriera la poca condescendencia que me restaba. Era muy poca, ciertamente, pero lo suficientemente racional como para mantener una fría compostura, delatando, posiblemente, un odio creciente que ya Damon veía venir con facilidad.
—Desear es quedarse realmente cortos, sí bien desearía poder quemar este auto contigo dentro, así que contagiarme de lepra en hospital por “accidente” sería un millón de veces mejor que lidiarte un segundo más —le objeté a su parloteo constante por primera vez desde que su intenso estupor se hizo presente.
La oscuridad dificultaba mis capacidades ópticas, pero apostaría la mitad de mi trasero a que sonrió. Pero con ese tipo de sonrisa grosera que, ojala y Dios me oyera, pudiera quitar con goma de borrar de una sagrada vez.
—Es una lástima, ni siquiera eres tan poco agraciada para mi vista. Aunque, si me permites decir, no me esperaba a una rubia impactantemente explosiva con una buena dosis de oxigenación cerebral para… ya sabes, evitar que contraataques con esa linda boca que no se calla.
La sangre golpeteó con tal fuerza en mi garganta que una risa estrangulada llenó el pequeño espacio con flexibilidad, pero con un toque de locura impredecible.
—Sólo cállate, idiota —fue lo único menos diez que alcance a decir, conveniente a que la piel debajo de mi barbilla se estaba quemando, literalmente.
Mi intelecto tocó fondo; no podía pensar con claridad con semejante ser a mi lado. Un poco de rubor, ¿por qué no? Más la sensación de ardor. Perfecta sintonía.
—¿Un idiota? —repitió—. Qué encantador.
Lo ignoré.
El rió otra vez y bajó su cabeza —temí por la obstaculización de su cabello hacia la carretera, cayendo por su frente—, casi ocultando sus ojos verdes. —Muy civilizada, gatita. Estoy seguro de que tienes una amplia lista de nombres y señas obscenas para mí. No me interesa.
No se movió ni un centímetro; su espalda tocaba el asiento con una rectitud casi afable, los músculos de su ante brazo parecieron tensare y, de pronto, toda esa arrogancia se esfumó, consternándome en el abrupto.
Era evidente nuestra molestia infligida.
—No vuelvas a llamarme así —espeté.
La ira tomó el lugar de la vergüenza, muy lentamente, optando por jugar con mis confiables métodos de simpatía.
Damon uno, Meck cero. No obstante, se me hizo imposible poder sonreír para mis adentros a raíz de que mi voz no había sonado insulsa o controlada por su incesable presencia determinada —con la cual cada chica que se cruzara por su camino se intimidaba sin más—, era detestablemente fuerte y cortante; tenía un ligero parecido a la que utilizaba cuando preguntaba quién diablos se había comido mi helado de chocolate con maní, en esos momentos ausente bajo mis ojos.
Mi diminuta y ridícula victoria —no merecida aunque me quedara con la última palabra— se vió aplastada por una implacable curiosidad que demandó cerca de la imposibilidad que mis ojos quemaran con el ceño fruncido un pedazo de papel que reposaba en el cuero negro, curiosamente al lado de la palanca de velocidades, dónde Damon presionaba su palma para controlar al vehículo. Una linda máquina que a mi hermano mayor (gran aficionado de los clásicos, todo lo que tuviera ruedas y sobrepasara los cien kilómetros por hora) le encantaría ver en acción… un Mustang del 70’.
«J. Hollister», escrito a mano, claramente, con esa tipografía propia de un pulso acelerado e inconstante en el papel arrugado de color amarillo viejo. Desvié la mirada tan pronto como fue consciente de un leve carraspeo, cargado de interrogación masiva.
Sin dudas, Damon cumplía con mi estereotipo —y el de cualquier película de acción en busca de un perfecto modelo a prueba de balas— de un chico que podría llegar a ser parte de una asociación secreta que lleva a cabo muchas investigaciones intensivas que nunca acabarían hasta que alguien muriera, es decir, ¿Un adonis de vida normal? Dulce Jesús, no lo creía.
Vale, debía dejar de joderme la cabeza con tantos libros de ficción.
Mis labios se movieron con rapidez, aproximando teorías inconclusas que no llegaron a ser pronunciadas en voz alta. Era como una especie de hábito nervioso que adoptaba con poca frecuencia, encendido torpemente por sentirme bajo la inquisición de los brillantes ojos esmeralda de Damon bajo la oscuridad; un gesto significativo, una señal de mi propio descontrol.
Sus máquinas de condena para mi pulso, de un particular y encantador atisbo lapislázuli —con los que me había familiarizado cuando él me estaba poniendo el cinturón de manera innecesaria y muy ágil, topándome con sus ojos, tan irrelevantes y poco indiscretos— se congelaron en mi expresión, traspasándome todo el desaprobamiento que logró concernirme, provocando que un agresivo rubor prendiera mis mejillas justo como un maldito árbol de navidad rojo.
—¡Diablos! —siseé en un reproche apenas audible para mí misma.
Mi pecho vibraba a medida de que intentaba recordar cómo se respiraba de manera correcta. Volví mis desorbitados ojos a mis brazos, que parecían más pálidos de lo normal debido a la fría corriente de aire a una considerable baja temperatura que los arrullaban. Deslicé por mis brazos desnudos la tela enrollada a mis codos, abrigándome sin éxito a la frialdad del ambiente; apreté los dientes esforzándome relativamente por no empezar a temblar.
Podía sentir todo más agudo, desde el musculo desarrollado de Damon en su mandíbula que se movía como si tuviera un tic restringido, cuya razón no entendía hasta el misterio que me gritaba a capela ese pequeño trozo de papel que no podía haber ignorado, simplemente.
—¿No te enseñaron modales en tu casa, Meck? Algún día deberías ponerlos en práctica, joder —exhortó una voz en un murmuro frustrado y rugoso, que se convirtió al final en un gruñido del que mi sensatez se burló—. ¿Tienes frío?
Daemon. La cabeza me empezó a dar vueltas y me sentí débil a niveles generales. Su voz se había transformado en enojo, automáticamente. Todo rastro despectivo de arrogancia y petulancia que en un principio había sido su innecesaria coraza, se desplomó, destrozándose y cayendo en pedazos filosos, dejando, en consecuencia a mi imprudencia, a un Damon de carácter volátil e insensible.
Tenía ganas de llorar... El líquido salino ardió en mis ojos, cafés y simples, debilitándome las piernas.
Muy patético. No me lo permitiría.
Aflojé la mandíbula en una reacción en contra de mi voluntad y una leve contusión me sacudió, desconcertándome simultáneamente.
Stack no había si quiera echado una ojeada en mi dirección, así que supuse con más acierto que quería evadir el tema y no protestaría por ello.
—Sí.
Mi pecho se vio impulsado hacia adelante con una fuerza que creí dolorosa, provocado por la bota de Damon rozar contra el freno; como cuando llegas a la cima de una montaña rusa y ésta te empuja hacia un vacío que crees muy real. La sensación de nauseas se extendió hasta llegar al final de mi estómago, rozándome el vientre. Mi corazón se detuvo y pensé que había sido a propósito. Mi rostro frente a frente con el vidrio polarizado de su propiedad, mi aliento viéndose reflejada en la humedad variante de éste.
La tensión se disparó en adrenalina por mis venas.
Una mano tiró de mi frente perlada por sudor frío y recostándome con muchísimo tacto —más del necesario— de nuevo en el cojín acolchado y reconfortante, expulsó una respiración entrecortada por un jadeo masculino, un jadeo de Damon.
Diablos, estaba temblando.
—¿Estás loco? ¡Damon! Pudimos habernos estrellado contra una ardilla o qué se yo… ¡Por el amor de Dios! —me exasperé una octava más, mis labios temblaban; no distinguía mi voz de la hiperventilación que experimentaba en aquel entonces—. ¿Intentaste matarme? Porque si pensaste hacerlo, mi padre es policía y no lo pensaría dos veces antes de…
—Cálmate, Meck —me interrumpió con voz autoritaria, enviándome un millón de escalofríos a lo largo del cuerpo—. Sabía lo que hacía. Ahora, respira profundo, no quiero que enfrentes un maldito ataque al corazón.
Y no lo dudaba, para nada. Su sexto sentido tenía que ser una versión agudizada de todos los anteriores, porque, ¡Rayos! Yo nunca lograría hacer algo así sin que se viera como un suicidio. Muchísima precisión al detener el auto justo al lado del asfalto en el lado derecho de la carretera. Por un segundo creí que algo saldría mal y nos iríamos de lleno contra la maleza cinco centímetros más debajo de la calle. Pero no pasó.
Guau. Su voz era profunda y firme. Del tipo de voz que está acostumbrada a hacer que la gente lo escuche y obedezca sin cuestionar. Sus pestañas se elevaron, revelando unos ojos tan verdes y brillantes que no podían ser reales, los pude apreciar debido a la gran farola de luz blanca y tenue que alumbraba la aterradora carretera que daba con una fila de árboles empinados a los lados, perfectamente plantados, pero de diferente tamaño.
Por primera vez desde que lo conocí —hace tres horas, exactamente— había disipado involuntariamente su faceta de preocupación y nerviosismo, sin embargo, él estaba totalmente seguro de que no me daría cuenta. Toma eso, Damon.
Nuestros ojos hicieron clic en cuánto quise mirarlo fijamente, por razones que se salían de mis manos como agua escurriéndose en ellas con rapidez. Una conexión inminente que provocó que mi corazón diera un salto. Sus hermosas esmeraldas pasivas se concentraron en mis simplezas avellanas agitadas. La distancia entre nuestros cuerpos apenas iluminados por la luz exterior era favorable. Y lo agradecí.
Segundos pasaron antes de que su dedo masajeara sus cienes, apretándolas con un esfuerzo sencillo de apreciar.
—Eh, lo siento, pero… ¿Qué hacemos a mitad de esta carretera, aparentemente, en medio de la nada?
Intenté no sonar temerosa ni agitada, pero la verdad era… que no lo estaba, sólo que a veces no controlaba el cómo me verían los demás. Supuse que no tenía nada más que decir y solté la duda más factible y predecible, reparando en todo el asunto. Lo extraño era que el silencio que absorbía su estado de ánimo —imbécil o no— era como… una dulce tortura de la que no me veía escapando como una nena. Derrumbaría sus muros sólidos y llegaría a ver algo más, lo que sea.
Su torso se estiró en el panel central de Dolly —sip, había llamado a su auto de esa forma, completamente extraño y ridículo, pero tan divertido que tenía una larga lista de comentarios en su contra que, por los momentos, me ahorraría—, dirigiendo su vista y atención hacia los puestos de atrás, sumergidos bajo la oscuridad plena de la noche. No pude evitar expulsar baba por su abdomen ligeramente desnudo y bronceado en cuánto su camisa negra se levantó. Tendría que hacer una visita a escala diaria al gimnasio, o quizás se inyectaba esteroides, ¿Sabría que eran malos para la salud?
Comprendí que trataba de alcanzar algo, incluso así, los músculos de sus brazos eran los que trabajaban, vislumbrándome con su movimiento. Sus pies apoyados paralelamente cerca del freno y acelerador y así impulsándose sobre su propio peso. Me derretí cuando sus irreales esmeraldas me dedicaron una mirada divertida.
Seguramente mi rostro extasiado por ese pecaminoso y nada inocente torso gritaba mi placer al deleitarme, incluso mi respiración era un factor evidente y… muy bajo. Mis ojos chocando contra los suyos subió la particularidad de mis hormonas femeninas e impredecibles.
Ambas cejas se arquearon, como cuestionando mi veloz mirada con alto veneno —segundos antes había parecido tan hormonal y estúpida—, hasta donde su cabello daba apertura a ese estilo de peinado varonil que todos usaban, pero que a nadie se le vería más atractivo y perfecto que en Damon; a la moda, desaliñado hacia arriba, con ese toque natural de no haber usado ni una gota de gomina para peinar. Sin dudas, envidié esa cualidad de «hola, mis perfecciones abarcan una gran lista y que mi cabello se vea despeinado pero ardiente es una de ellas.»
Por un momento lo único que pude hacer fue mirarlo, sin más. Era, probablemente, el chico más sexy que había visto en toda mi vida y también un patán total. Debí imaginarlo desde que me lanzó detrás de su espalda como a un costal de papas parlante. —Sabes, deberíamos seguir nuestro camino. Te daré la dirección de mi casa, porque, me vas a disculpar pero no quiero ir a cual sea que es el lugar a dónde planeas llevarme.
Se acomodó de nuevo en su asiento con una gracilidad digna de mi admiración, alisando las arrugas inexistentes de una chaqueta de cuero negro que había tomado de atrás con uno de sus labios curvados hacia arriba.
—Ponte esto —me dijo, colocando la chaqueta en mi regazo. Aturdida, levante la vista—. ¿Qué? ¿Ya no convulsionas ligeramente debido al frío?
Respiré profundo y asentí como una foca con retrasos mentales. La profundidad de su voz me heló los nervios desatados.
—Gracias —murmuré sin más qué decir, introduciendo mis brazos por ésta; mi sudadera era de tela frágil y nada gruesa, por lo que el calor que irradiaba su combinación era sobrecogedor en todos los sentidos.
—Harry está cerca —me notificó deslizando el dedo por la pantalla de su iPhone, muy ajeno a mi sonrisa. Se veía tan natural manejando el móvil, tan normal—. Habíamos acordado que nos veríamos aquí, solo si yo cumplía mi parte del trato.
Fruncí el ceño y reté una decodificación de lo que había dicho más detallada.
—Sólo es un trato, no tienes que saberlo todo, ¿está bien? —resopló claramente disgustado, ajustando de nuevo mi cinturón de seguridad, devolviéndome a la locura que se aplacaba cuando tomé en cuenta la idea de un inútil intento de escape.
Mientras Damon se tomaba el tiempo de cerrar los ojos con presión y relajar su postura, ignorando mi ceño fruncido olímpicamente como el solo podía hacerlo, me había preguntando cuanto tardaría en encontrar a alguien que me llevara de vuelta a mi casa antes del amanecer y si el tiempo o el sueño que derrumbaba mi cordura eran las razones por las cuales quería salir del bendito Mustang asfixiante. Para mi desgracia y tormento privado, la razón tenía un cuerpo de ensueño, cabello de modelo y ojos esmeralda con una buena porción de caracterizarse por calentar mi sangre. Sin embargo, Damon no estaba hecho de cafeína y eso era suficiente para no detenerme a lanzarme por la puerta, tuviera un hoyo —la voz de Damon se repitió en mi mente cuando lo imité— de gran magnitud o no.
Pero el parecía leerme la mente con suspicacia, y si era un súper héroe sacado de algún comic, deseé ser su kriptonita.
—Damon —pronuncié con un toque de fuerza y sin vacilar, atrayendo esas esmeraldas a mí—. No es que no goce de tú maravillosa y encantadora compañía, pero de veras necesito dormir. Mañana empiezo en el instituto y las consecuencias de que no me dejes ir a mi casa se verán decepcionantes en mi registro escolar.
—Querrás decir: hoy. Son las cinco con veinte minutos de la mañana —corrigió enérgicamente rozando ligeramente la punta de mi nariz con su pulgar—. Por cierto, ¿Estudias con Charlie o algo así?
Bien. Linda evasión de enfoque principal de gran prioridad para mí.
—Ajá, claro. Por cierto —repetí alisando mi cabello a los lados de mis hombros y devolviéndole su fulminante mirada con un vistazo inocente—. ¿Podrías explicarme dónde demonios están Charlie y Nathaniel?
La impaciencia se abrió paso ante mí. Había olvidado sin ningún esfuerzo a mis mejores amigos en The Fifteen. He aquí una mejor amiga que vale la pena. ¿Y si Harry perdía la cabeza, otra vez? Me negué a darle cuerda a mis pensamientos, nada coherentes a decir verdad.
—Oh, tus amiguitos… ellos están bien. Harry llevó a Charlie a su casa y por ello, se dirige hacia acá, tardándose un poquito más de lo esperado —añadió el retraso del chico rulos con una nota de desesperación—, y Buzolic debe estar despistando a tu madre.
El lento procesamiento de mi cerebro se estancó, ahora sí que no entendía un carajo.
—¿Cómo sabes que ellos están bien? ¿En serio te fías de Harry? —escupí las preguntas, la frustración burbujeando en mis labios—. ¿Cómo es que tienen todo tan perfectamente planeado? ¿Y qué hago yo aquí, en ese caso? ¡Quiero irme ya, Damon, ya!
Mis manos se ajustaron por mi rostro completo, descendiendo, de la frente hasta la barbilla. Bufé y lancé mi pecho hacia adelante para una mejor visión del imbécil psicópata que reprimía una carcajada estridente a juzgar por sus labios fruncidos y ojos activamente extasiados por esa escena.
Perfecto, Damon estaba presenciando cómo perdía la cabeza.
—Ella está bien porque Styles no es ningún demente. Confío en él porque es mi hermano. Somos precavidos, eso es todo, aunque, déjame decirte que todo esto es por un maldito capricho de Harry. Y tú estás aquí porque no sabía que hacer contigo en el club, y Harry me pidió que te distrajera lo suficiente para que no arruines su plan o lo que sea.
Las palmas de sus manos se posaron alrededor de sus mejillas y suspiró, arrojándose un poco hacia el frente. Casi observé sus labios expulsar el aire de una manera suave, pero me rehusé a prestarle atención y ladeé la cabeza hacia la ventanilla de Dolly. El volumen verde de los arboles empinados que asechaban el amanecer dificultaban mi vista del salir del resplandeciente y ardiente sol mañanero. ¡Las cinco de la mañana! El karma sería una perra más tarde y me cobraría, adicionalmente, todas las galletas que robaba de la cocina.
—¿A qué hora es tu primera clase? —preguntó de repente Damon, carraspeando en el proceso, obligándome a salir de mi tonta burbuja anti idiotas.
Me volví con los parpados vacilando hacia él con lentitud, arqueando una de mis cejas en respuesta.
—¿Estás seguro de que no tienes mi horario por algún lado, ahí, en tus pantalones, quizá? —él me dedicó una mirada irritante y rodé los ojos, mi buen humor empezaba a esfumarse—. A las nueve con cuarto, ¿Por qué…?
—Te llevaré a tú casa, te darás una ducha, te cambiarás de ropa y retornaras al auto. Yo te llevaré al colegio, y podrás dormir lo que quieras en el camino. Espero que el imbécil de Nathaniel haya hablado con tu madre sobre… esto.
No había ni una pizca en su tono de querer conceder que el tema estaría felizmente abierto a discusión. Lástima que no era una niña que tenía que seguir sus órdenes cuando él las dictara, y menos a esta hora de la mañana, cuando el sol dando su primer aliento sacaba lo peor de mí.
—Soy autosuficiente, Damon —protesté entre dientes—, Nathaniel puede llevarme a tiempo y mi madre no tendrá ningún problema. Confía en mí.
Tan rápido como concluí mi replica, el alzó una mano en mi dirección y sacudió la cabeza.
—Al diablo con Styles. Yo lo empecé, yo lo termino. No será fácil para ti convencer al director de no ver las primeras dos clases debido a desordenes adolescentes y un sueño magistralmente atascado. Para mí será pan comido, no obstante, podrás descansar las primeras cuatro horas y eso será suficiente para tomar apuntes a medias las clases restantes o yo puedo hacerlo por ti. Además, tienes que desayunar —Damon fue lanzándome una lluvia ácida terriblemente helada sobre la marcha y me lleva el demonio si no es rápido encargándose de las personas—. ¿Notas eso, Meck? Es una de las ventajas de ser calculador y no lanzarte a las dos de la mañana al bar más peligroso de Londres.
bigtimerush.
Re: Little White Lies.
asco, asco, asco. chicas, siento esta mediocridad de capi. supongo que es porque son las doce y me mato de sue;o. ma;ana me voy de camping y no he dormido casi nada. de todas formas quise que quedara lindo, ah. espero sus comentarios<3. oh, y le dare un besito gratis y un chocolate blanco a quien comente de primera.
se nota mi aburrimiento, eh.
besos, las quiero mucho<3
se nota mi aburrimiento, eh.
besos, las quiero mucho<3
bigtimerush.
Re: Little White Lies.
Mey porque haces tus capítulos tan largos (y hermosos) cuándo estos pobres ojos no pueden leer ya prometo comentar mañana ): debemos de mantener el tema activo por favor chicas, porque amo esta colectiva ): ¿puedo subir ahora yo?
peralta.
---------
Re: Little White Lies.
Leo y comento, bby<3
Claro Steph, sube :3 yo mientras hago mi cap<3
Y si chicas POR FAVOR pasense y comenten, o me vere obligada a buscar escritoras activas y eso no puede ser ;-; no es como si aca nadie subiera desde hace meses, lis turnos siguen tal cual y ustedes no comentan los capitulos ¿Se dan cuenta? No voy a cancelar la novela pero puedo buscar a escritoras mas responsables, so... Pasense, lean y comenten ):
Claro Steph, sube :3 yo mientras hago mi cap<3
Y si chicas POR FAVOR pasense y comenten, o me vere obligada a buscar escritoras activas y eso no puede ser ;-; no es como si aca nadie subiera desde hace meses, lis turnos siguen tal cual y ustedes no comentan los capitulos ¿Se dan cuenta? No voy a cancelar la novela pero puedo buscar a escritoras mas responsables, so... Pasense, lean y comenten ):
Invitado
Invitado
Re: Little White Lies.
Aún no termino de leerlo pero me quedé como a la mitad, y Mey, es una total mentira eso de que te quedó del asco, idk. Ahorita en un rato comento en serio, y bueno, yo tampoco quiero que canceles este proyecto, Debs, lo amo )):
wanweird
Re: Little White Lies.
esto es un asco pero, creo que me hicieron entrar en razón. no tengo tiempo, ¿qué más quieren que les diga? todo bien, pero como dijiste Deby, si te ves o verás en la obligación de buscar escritoras más responsables, entonces es justo que elijas a una que ocupe mi lugar.
Invitado
Invitado
Re: Little White Lies.
ay marie, estamos en LOL. creo que es lo mejor que puedo hacer en esta colectiva. perdón, bebé.
Invitado
Invitado
Re: Little White Lies.
Yo haré lo posible en comentar mañana ): es tarde y tengo que irme a la cama. Una pequeña disculpa por no estar por aquí, vere que hago para que mis responsabilidades no se mezclen con mi retraso en tareas.
Gia si te vas, te acabo a palo :wtfpls:
Gia si te vas, te acabo a palo :wtfpls:
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