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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Tell your story |nc|
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Re: Tell your story |nc|
Awwwwww Juli se paso con la hermosa portada que hizo <3 es preciosa :33
Jaeger.
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Re: Tell your story |nc|
Kande escribió:Awwwwww Juli se paso con la hermosa portada que hizo <3 es preciosa :33
Gracias Kande!! <33 me alegra que les haya gustado:)
Julianne.
Re: Tell your story |nc|
Woow, Juli ese poster estuvo hermosoooo Esto se pondra buenisimo, si que si El prologo de Cami estuvo perfecto tambien, DEOOOOOOOOOOOOOOX, ya quiero que todo empiece estoy muy emocionada
Ariel.
---
Re: Tell your story |nc|
Daniella Fariaz escribió:Woow, Juli ese poster estuvo hermosoooo :AA:Esto se pondra buenisimo, si que si :AA:El prologo de Cami estuvo perfecto tambien, DEOOOOOOOOOOOOOOX, ya quiero que todo empiece estoy muy emocionada
Gracias Danii. siiiii, yo también quierooo comenzarrrrrrr dshfsdjkfh va estar muy kúl (?)
Julianne.
Re: Tell your story |nc|
Capítulo 01
Bonnie
El Doctor Phillips miró por última vez la solicitud, controlando que todo estuviera en orden. Sus pequeños ojos azulados inspeccionaban con lentitud cada letra, desde la más chica a la más pequeña, intentando encontrar algún error que le permitiera sacarme a patadas de allí.
Sabía que su relación con Rose, la mujer de servicio social que se estaba encargando de mí, no era demasiado buena y que, por consiguiente, siempre buscaba joderle la vida de una manera u otra. Aparentemente, y por lo poco que sabía, los dos habían sido amantes en su juventud.
– Bienvenida a Borya, Bonnie Beverly – suspiró –. Espero que su estadía aquí sea más que majestuosa. Recuerde que debe dejar cualquier dispositivo móvil, objeto afilado, cinta o cordón que sirva para amarrar a los encargados de planta baja – colocó una pequeña llave con dije en mis manos. La grabación decía dos «b» – Una maleta con ropa se le asignará una vez instalada en su habitación en la segunda planta.
Asentí.
– Puede irse ahora.
Levanté mi cuerpo de la silla con dificultad, haciendo crujir los huesos de mis delgadas piernas en el proceso. Si bien el tiempo en la clínica había ayudado, los malos hábitos alimenticios y la falta de calcio no podían arreglarse del día a la mañana. Iba a requerir mucho trabajo, ejercicio y comida para que mis articulaciones dejaran de chillar cada vez que hiciera un movimiento.
Rose estaba esperando afuera, al lado de Meredith y Damon, los dos detectives que me habían encontrado en el mugriento sótano de mis antiguos proxenetas. Solían llamarse a sí mismos Olivia y Elliot; nunca entendí muy bien por qué.
Me despedí de todos con un apretón de manos, sin ni siquiera inmutarme por el hecho de que tal vez nunca volviera a verlos. Luego retomé mi camino hacia la entrada principal del edificio – la oficina del Doctor estaba ubicada en al lado de las rejas, justo después de pasar por la garita de seguridad – y no volteé atrás.
Un hombre rubio y holgado, probablemente de unos cuarenta o cincuenta años, me recibió con las manos abiertas y una gran sonrisa en su rostro. Intentó acercarse y darme un abrazo, pero retrocedí lo suficiente como para hacerle ver que las muestras de afecto no iban a hacer más que espantarme.
– Tú debes ser Bonnie, ¿Cierto? – preguntó.
Asentí.
– Bienvenida, Bonnie. Yo soy Garrett, el encargado de la sección femenina del instituto – juntamos nuestras palmas en un saludo –. ¿El doctor te ha mencionado las reglas?
– No tengo nada que deba ser entregado.
– ¿Estás segura?
No, no lo estaba. Sin embargo, no podía dejar el único objeto que me había pertenecido siempre y al cual le tenía afecto. Aquella pequeña navaja lo era todo para mí y no iba a permitir que nada le sucediera.
– Lo estoy.
– Entonces no te molestará que revise en tus bolsillos, ¿O no?
Comenzó a palpar mi cuerpo con sus delgaduchas manos, especificando las zonas donde podría esconder algún tipo de artefacto. Finalmente, encontró la pequeña navaja y una caja de cigarrillos.
– Fumar no está permitido aquí, y tampoco llevar objetos punzantes – me miró con lástima, como si de alguna manera hubiera logrado decepcionarlo.
Crucé los brazos sobre mi pecho, dando a entender que sus palabras no me importaban ni una mierda. No me consideraba una de esas adolescentes estúpidas que se creían rebeldes y libres, pero no me gustaba que idiotas como él buscaran pasarme por encima o intentaran convertirme en una monja. Había nacido como las circunstancias de mi vida lo habían permitido, ¿Por qué no lo dejaban y ya? Un estúpido centro de rehabilitación no me ayudaría, mucho menos uno tan estricto. Terminaría ahogada o me escaparía antes de cumplir la primera semana, de eso estaba más que segura.
Garrett me entregó una pequeña maleta color marfil con rueditas y una buena palanca para acarrearla. Me explicó que, dentro, había tres tipos de atuendos: piyamas, informales y formales; los primeros para dormir, los segundos para aquellos días que teníamos actividades físicas o artísticas (de lunes a viernes), y los últimos para los sábados – visitas de familiares – y los domingos, cuando la psicóloga entrevistaba a cada uno de los pacientes. .
– Esta es tu planilla de actividades. Al igual que todos, tienes clases de pintura los lunes y miércoles por la mañana; clases de gimnasia los martes y jueves por la tarde, y ensayo con la banda los viernes a la noche. Contamos con una sala de juegos y una biblioteca, donde puedes ir en tus ratos libres.
Asentí, no muy segura de qué decir a continuación. «¿Gracias por la información y la cálida bienvenida al centro de locos adolescentes?» No me parecía un buen comienzo para una pacífica estadía. Debía pasar desapercibida porque así, capas, me dejarían ir pronto por mi buen comportamiento.
– Dado que es lunes y la clase de gimnasia ya ha comenzado, me gustaría que fueras a una de las charlas en grupo. Se dictan a toda hora y es obligatorio que, al menos, asistas a una por semana – me sonrió –. ¡Así que desempaca y únete a la diversión!
Me mordí el labio, obligándome a no soltar algún chiste que lo dejara avergonzado. El hombre parecía tan comprometido y alegre con su trabajo que me daba nauseas de incluso mirarlo. ¿Cómo era que alguien se podía creer toda esa farsa? Las pastillas y terapias no servían para nada más que engañar a las personas y quitarles su dinero.
Tomé la maleta y seguí a mi instructor, quien paseó por los blanquecinos y fríos pasillos hasta encontrar un ascensor de puertas metálicas. Dado que las habitaciones de los chicos estaban en el primer piso, al rango femenino le correspondía el segundo; y ninguno de los dos sexos podía ingresar al piso del opuesto, dado que eso era calificado como una infracción sexual.
Había seis tipos de infracciones: por robo, discusión, disturbio, violencia, sexo o falta de respeto a la autoridad. La primera te costaba unos cuatro puntos, mientras que las dos siguientes unos tres y las restantes unos cinco. Si llegabas a los diez en total, un castigo podía serte asignado.
La segunda planta no era muy distinta de la anterior. Sus paredes seguían siendo blancas y sombrías, al igual que los sócalos. No había ventanas y las luces tenían demasiada potencia.
La hilera de puertas de madera marcaba, con una pequeña letra en chapa dorada, las correspondientes habitaciones de cada paciente. Dado que me tocaba la «b», fue rápido hallarla.
Garrett abrió la puerta y me dejó allí, prometiéndome venir a buscarme pasado los treinta minutos para visitar al grupo y mostrarme algunas de las salas comunes. Luego me quedé sola dentro del pequeño espacio al cual hacían llamar habitación. Si bien no estaba para nada mal, tenía en cuenta que mi criterio acerca de casas y lugares confortables no era el mejor ni, mucho menos, el más experimentado.
Había dos camas, una en cada lado y apoyadas en sus respectivas paredes grisáceas. En el centro, contra la parte más lejana, dos pequeños armarios bien diferenciados entre sí y con puertas dobles se encontraban postrados. La única iluminación era la del techo: una pequeña lamparita blanca de extrema potencia.
La parte derecha de la pieza parecía estar ocupada, así que tomé la restante y me dispuse a guardar las horrendas vestimentas dentro de mi nuevo placar. Todo era gris, blanco o negro y los zapatos constaban desde chatitas hasta pantuflas sosas y hospitalarias.
Una vez que terminé de desempacar, me tiré sobre el suave acolchado de terciopelo y cerré mis ojos. Deseé con todas mis fuerzas que ese día acabara, pero sabía que no me sería tan fácil.
Sabía que su relación con Rose, la mujer de servicio social que se estaba encargando de mí, no era demasiado buena y que, por consiguiente, siempre buscaba joderle la vida de una manera u otra. Aparentemente, y por lo poco que sabía, los dos habían sido amantes en su juventud.
– Bienvenida a Borya, Bonnie Beverly – suspiró –. Espero que su estadía aquí sea más que majestuosa. Recuerde que debe dejar cualquier dispositivo móvil, objeto afilado, cinta o cordón que sirva para amarrar a los encargados de planta baja – colocó una pequeña llave con dije en mis manos. La grabación decía dos «b» – Una maleta con ropa se le asignará una vez instalada en su habitación en la segunda planta.
Asentí.
– Puede irse ahora.
Levanté mi cuerpo de la silla con dificultad, haciendo crujir los huesos de mis delgadas piernas en el proceso. Si bien el tiempo en la clínica había ayudado, los malos hábitos alimenticios y la falta de calcio no podían arreglarse del día a la mañana. Iba a requerir mucho trabajo, ejercicio y comida para que mis articulaciones dejaran de chillar cada vez que hiciera un movimiento.
Rose estaba esperando afuera, al lado de Meredith y Damon, los dos detectives que me habían encontrado en el mugriento sótano de mis antiguos proxenetas. Solían llamarse a sí mismos Olivia y Elliot; nunca entendí muy bien por qué.
Me despedí de todos con un apretón de manos, sin ni siquiera inmutarme por el hecho de que tal vez nunca volviera a verlos. Luego retomé mi camino hacia la entrada principal del edificio – la oficina del Doctor estaba ubicada en al lado de las rejas, justo después de pasar por la garita de seguridad – y no volteé atrás.
Un hombre rubio y holgado, probablemente de unos cuarenta o cincuenta años, me recibió con las manos abiertas y una gran sonrisa en su rostro. Intentó acercarse y darme un abrazo, pero retrocedí lo suficiente como para hacerle ver que las muestras de afecto no iban a hacer más que espantarme.
– Tú debes ser Bonnie, ¿Cierto? – preguntó.
Asentí.
– Bienvenida, Bonnie. Yo soy Garrett, el encargado de la sección femenina del instituto – juntamos nuestras palmas en un saludo –. ¿El doctor te ha mencionado las reglas?
– No tengo nada que deba ser entregado.
– ¿Estás segura?
No, no lo estaba. Sin embargo, no podía dejar el único objeto que me había pertenecido siempre y al cual le tenía afecto. Aquella pequeña navaja lo era todo para mí y no iba a permitir que nada le sucediera.
– Lo estoy.
– Entonces no te molestará que revise en tus bolsillos, ¿O no?
Comenzó a palpar mi cuerpo con sus delgaduchas manos, especificando las zonas donde podría esconder algún tipo de artefacto. Finalmente, encontró la pequeña navaja y una caja de cigarrillos.
– Fumar no está permitido aquí, y tampoco llevar objetos punzantes – me miró con lástima, como si de alguna manera hubiera logrado decepcionarlo.
Crucé los brazos sobre mi pecho, dando a entender que sus palabras no me importaban ni una mierda. No me consideraba una de esas adolescentes estúpidas que se creían rebeldes y libres, pero no me gustaba que idiotas como él buscaran pasarme por encima o intentaran convertirme en una monja. Había nacido como las circunstancias de mi vida lo habían permitido, ¿Por qué no lo dejaban y ya? Un estúpido centro de rehabilitación no me ayudaría, mucho menos uno tan estricto. Terminaría ahogada o me escaparía antes de cumplir la primera semana, de eso estaba más que segura.
Garrett me entregó una pequeña maleta color marfil con rueditas y una buena palanca para acarrearla. Me explicó que, dentro, había tres tipos de atuendos: piyamas, informales y formales; los primeros para dormir, los segundos para aquellos días que teníamos actividades físicas o artísticas (de lunes a viernes), y los últimos para los sábados – visitas de familiares – y los domingos, cuando la psicóloga entrevistaba a cada uno de los pacientes. .
– Esta es tu planilla de actividades. Al igual que todos, tienes clases de pintura los lunes y miércoles por la mañana; clases de gimnasia los martes y jueves por la tarde, y ensayo con la banda los viernes a la noche. Contamos con una sala de juegos y una biblioteca, donde puedes ir en tus ratos libres.
Asentí, no muy segura de qué decir a continuación. «¿Gracias por la información y la cálida bienvenida al centro de locos adolescentes?» No me parecía un buen comienzo para una pacífica estadía. Debía pasar desapercibida porque así, capas, me dejarían ir pronto por mi buen comportamiento.
– Dado que es lunes y la clase de gimnasia ya ha comenzado, me gustaría que fueras a una de las charlas en grupo. Se dictan a toda hora y es obligatorio que, al menos, asistas a una por semana – me sonrió –. ¡Así que desempaca y únete a la diversión!
Me mordí el labio, obligándome a no soltar algún chiste que lo dejara avergonzado. El hombre parecía tan comprometido y alegre con su trabajo que me daba nauseas de incluso mirarlo. ¿Cómo era que alguien se podía creer toda esa farsa? Las pastillas y terapias no servían para nada más que engañar a las personas y quitarles su dinero.
Tomé la maleta y seguí a mi instructor, quien paseó por los blanquecinos y fríos pasillos hasta encontrar un ascensor de puertas metálicas. Dado que las habitaciones de los chicos estaban en el primer piso, al rango femenino le correspondía el segundo; y ninguno de los dos sexos podía ingresar al piso del opuesto, dado que eso era calificado como una infracción sexual.
Había seis tipos de infracciones: por robo, discusión, disturbio, violencia, sexo o falta de respeto a la autoridad. La primera te costaba unos cuatro puntos, mientras que las dos siguientes unos tres y las restantes unos cinco. Si llegabas a los diez en total, un castigo podía serte asignado.
La segunda planta no era muy distinta de la anterior. Sus paredes seguían siendo blancas y sombrías, al igual que los sócalos. No había ventanas y las luces tenían demasiada potencia.
La hilera de puertas de madera marcaba, con una pequeña letra en chapa dorada, las correspondientes habitaciones de cada paciente. Dado que me tocaba la «b», fue rápido hallarla.
Garrett abrió la puerta y me dejó allí, prometiéndome venir a buscarme pasado los treinta minutos para visitar al grupo y mostrarme algunas de las salas comunes. Luego me quedé sola dentro del pequeño espacio al cual hacían llamar habitación. Si bien no estaba para nada mal, tenía en cuenta que mi criterio acerca de casas y lugares confortables no era el mejor ni, mucho menos, el más experimentado.
Había dos camas, una en cada lado y apoyadas en sus respectivas paredes grisáceas. En el centro, contra la parte más lejana, dos pequeños armarios bien diferenciados entre sí y con puertas dobles se encontraban postrados. La única iluminación era la del techo: una pequeña lamparita blanca de extrema potencia.
La parte derecha de la pieza parecía estar ocupada, así que tomé la restante y me dispuse a guardar las horrendas vestimentas dentro de mi nuevo placar. Todo era gris, blanco o negro y los zapatos constaban desde chatitas hasta pantuflas sosas y hospitalarias.
Una vez que terminé de desempacar, me tiré sobre el suave acolchado de terciopelo y cerré mis ojos. Deseé con todas mis fuerzas que ese día acabara, pero sabía que no me sería tan fácil.
- leanme:
- Perdón por la tardanza :cc Kande, espera a que haga los planos del instituto para subir entre hoy y mañana los termino, lo prometo. Luego díganme en el muro con quién quieren estar en las habitaciones. Ah, y pueden escribir tanto con el pj femenino como con el masculino.
Cami
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