Rising ashes

Es lo que debemos hacer, si están juntos, estarán más seguros…

Draydon está más que capacitado para resguardarlos a todos, así como ha mantenido a los reinos en protección ahora…

Por lo que han hecho por nosotros, les debemos la misma protección que ellos alguna vez …

Debe mantenerse en secreto.

El Rey Martin analizaba todas las cartas que ahora reposaban en su escritorio. Inseguro sobre la decisión que los demás reinos ya habían tomado por él. Parecía lógica su manera de pensar, se aseguraría de que todos estuvieran protegidos de estar en un mismo lugar, aún así, había algo en esa decisión que le brindaba una sensación de inseguridad. Si todos estuvieran en un mismo lugar, si algo llegara a pasar… se negó a seguir pensando de esta manera. La decisión ya había sido tomada de todas maneras. Ahora sólo debía asegurarse de que llegaran bien, de esconderlos y de asegurar su protección antes de que fuera demasiado tarde.

– No estás convencido con la decisión.
– No Robert, pero la decisión no cae solo en mí. Todos los demás reinos los aprobaron y se niegan a escuchar objeciones.   – miró a su amigo, su mano derecha. Su mirada también se encontraba fija en las cartas y en el mapa que marcaba la ruta del carruaje. Por su ceño fruncido sabía que, si él había analizado las cosas cien veces, Robert Tyson las había analizado el doble o el triple.
– El mapa está trazado con la ruta más segura y las cartas transportadas únicamente con el sello real. En teoría y tomando tiempo de sobra, el carruaje con los paquetes debería estar por llegar.

En teoría, pero el Rey sabía que no todo salía como, en teoría estaba planeado. Los dragones, en teoría, no deberían haber llegado al borde de la extinción en un principio. Por esto mismo no podía dejar de sentirse nervioso. Si no fuera porque levantaría más las sospechas, él mismo hubiera ido reino por reino para asegurarse que cada uno de los huevos estuviera en condiciones idílicas hasta llegar a la bóveda donde serían guardados y protegidos.

Esos huevos eran la único que quedaban del destino de los dragones, un huevo por cada uno de los siete reinos que se habían mantenido en pie. Al menos contaba con la seguridad de que un huevo estaba protegido en su palacio, pero con los otros seis, no podía estar seguro y esa inseguridad lo carcomía por dentro.

La puerta se abrió de golpe y ambos hombres voltearon a ver ante el súbito sonido. Franklin entró en la recámara, su respiración agitada, su mano agarrando el brazo de un muchacho cuya respiración era veinte veces peor. El segundo se veía cansado, sus ropas rotas y su piel llena de tierra.

Ninguno de los dos se atrevió a hablar, pues ambos temían lo peor.

– No.. realmente lo intenté… ninguno llegó… trampa… fui el único – su voz entrecortada por la respiración no hacía más que perder la paciencia del Rey, ya que las palabras del muchacho o lo que lograba entender de ellas, no le brindaban ningún tipo de seguridad.
– Articula muchacho, lo que dices no tiene ningún sentido. – el muchacho negó ante el rey y dejó caer sus manos a sus rodillas.
– El carruaje fue interceptado, de todos los guardias que venían con él, él fue el único que sobrevivió, fueron emboscados en las afueras de Angarth. Perdieron todo, incluso los huevos. – completó Franklin ante la falta de habla del muchacho y la súbita pérdida de paciencia del Rey.
– Todo se sabía – se irguió el joven al poder retomar un poco de aire – El huevo de Hayton ni siquiera nos fue entregado. Desapareció justo antes de que llegáramos por él. Seguimos con los otros cinco huevos, tres de ellos nos fueron arrebatados, logré salir de allí con los últimos dos, pero al llegar al palacio un golpe me dejó inconsciente.
– Cuando lo encontré en el piso no había nada con él, los guardias que lo escoltaron dentro del palacio tampoco saben qué fue lo que sucedió.

El rey negó con la cabeza, esto no podía estar sucediendo. En un arranque de impotencia se volvió a su escritorio y tiró todos los papeles al piso. Él sabía, había intentado advertirles que transportarlos a todos juntos no podía ser seguro. Pero lo que más le causaba temor era que en su propio palacio hubiera ocurrido el último incidente.

Ante la última línea de pensamiento se quedó estático, en su propio palacio. Salió corriendo de la recámara real, los otros tres hombres, aún sin entender, corrieron detrás de él.

Al llegar a la bóveda, encontró a los guardias tirados en el suelo, algunos inconscientes, otros muertos y la puerta abierta. Entró al lugar y corrió esperando encontrar el cofre en algún lado de la estancia, pero no había nada.

Un dolor profundo le atravesó el corazón. Había fallado, lo había perdido todo.

– Robert – habló sabiendo que estaba a sus espaldas. – encuéntralos, a todos, antes de que sea demasiado tarde.