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Me encontraba sentada en el suelo de uno de los pasillos de este irritante Instituto. Después de deambular por alrededor de quince minutos, encontré un lugar más o menos apartado de toda la gente que hay aquí. Realmente estaba teniendo problemas con el hecho de estar tomando clases raras y sesiones con un psicólogo, al que debía hablarle sobre mis ‘problemas’.

Me dejé caer en el suelo, recogí mis piernas y abracé mis rodillas con ambos de mis brazos. La lluvia caía con fuerza sobre todo el lugar. El césped se mojaba cada vez más con cada segundo que pasaba. El sonido de la lluvia chocando contra superficie solida lograba calmarme mucho más de lo que lo hacían esas charlas de grupos. Aún no había asistido a una ni pensaba hacerlo.

Permití que mi cabeza chocara contra la fría pared y me quedé observando hacia afuera, hacia ningún punto en específico.

Me sentía…vacía.

Vacía era una palabra sobreestimada. Pero así me estaba sintiendo en esos momentos. No me hacían falta muchas personas, hablando honestamente. El único de mis hermanos al que se podía decir que quería era Terry y tenía desde que llegue a este lugar sin hablar con él. El hecho de que el desagrado de mi familia por mí, se incrementara de esa manera después de descubrir que no soy perfecta, parece estar afectándome en estos momentos.

No tenía más nada que hacer que dejarme consumir por la triste emoción hasta que mi humor decidiera cambiar. Se suponía que debía
tomar medicamentos diarios, en el desayuno y en la cena; pero simplemente la idea de estar medicándome me parecía absurda. Si hubiese querido drogarme, ya lo habría hecho.

No sabía que era peor: si estar en una de esas clases perdiendo el tiempo o, aquí sentada sola y lamentándome por que las cosas me salen así o porque rayos no he conseguido una condenada botella de vodka para dejarme ir un poco.

En los únicos momentos en los que no estaba pensando en mis manías o en cosas completamente agotadoras emocionalmente, eran los martes y los jueves, cuando se impartían las actividades físicas. El instituto contaba con canchas de basketball, soccer, tennis y mesas de ping pong en un salón junto a la cafetería. Cuando supe eso llame a casa de inmediato para que me trajeran mis zapatos y mi raqueta —le había mandado a grabar mis iniciales con color verde. Lamentablemente, las estúpidas reglas de aquí no me permitían utilizar mi uniforme. No nos permitían utilizar otra ropa además de los pijamas obligatorios.

En mi opinión, parecía más una correccional que otra cosa.

Son alrededor de las once y media de la mañana. El sol está alcanzando su punto máximo y el brillo de nuestra piel sudada confirma esto. Pero aun así, no paramos el juego. El chico castaño al que atrape mirando a Tim es quien juega conmigo. No hemos cruzado muchas palabras en todo el tiempo que llevamos jugando, lo cual agradezco porque no estoy de humor para nada. Solo quiero golpear la pelota con mi raqueta hasta sentirme tan exhausta que el enojo no tenga lugar dentro de mí.

Pero al parecer, el destino tenía otra cosa predica para mí.

Estábamos en un empate después de que le llevara la ventaja a Liam por alrededor de media hora y me la estaba poniendo difícil. Lo cual era bueno y frustrante a la vez; sin embargo, me mantenía entretenida y eso era lo que estaba buscando.

—¿Te parece un descanso? —me preguntó cuándo golpeé la pelota en un ángulo que le dificultó bloquear y terminó casi cayéndose.

Asentí y ambos nos acercamos a los bebedores que estaban alrededor de todas las canchas. Estaba tomando agua con desesperación mientras él había llenado una botella de plástico, cuando escuche pasos acercarse hacia nosotros. Gire la cabeza para observar a una chica caminar en nuestra dirección. Siendo honesta, parecía más un palo con cabello castaño y reflejos que una chica común y corriente. Mi suposición es que estaba aquí por anorexia, bulimia o las dos cosas mezcladas. Y solo eso basto para irritarme.

Tal vez a algunos les parecería totalmente cruel, pero no podía evitar querer golpear hasta la inconsciencia a las personas que se hacían daño de esa manera tan ridícula.

—Hola —saludó con una voz muy aguda y con una sonrisa de gata. Mi irritación aumentó cuando me ignoró completamente y solo se dirigió a Liam— ¿puedo unirme al juego?

Dejé de tomar agua y me erguí. La miré de arriba-abajo y esperaba que mis pensamientos se expresaran en mi rostros. ¿Cómo alguien tan delgado pretendía jugar un deporte? Ella podría servir de raqueta.

En cambio, respondi otra cosa.

—Tendrás que buscar otra persona, debemos ser pares.
—Oh, yo esperaba poder jugar con Liam sola —comentó sutilmente y lo miro batiendo sus pestanas, en lo que ella pensó que sería un coqueteo juguetón y efectivo.

Alce una ceja y sentí mi ojo izquierdo temblar por dos segundos. No hacía falta mucho para enojarme. Para mi entretenimiento, Liam solo la miró con indiferencia.

—Te habrás dado cuenta de que estaba jugando con Cleo; así que o buscas otra persona o lamentablemente, no juegas.
—Bueno, tampoco es que yo sea muy buena —rodó los ojos y medio sonrió— ¿Me podrías enseñar? Me haría muy bien practicar algún deporte.

Decidí en ese momento que mejor me largaría de allí y me pondría a esperar a Liam para seguir con el juego. Me di la vuelta y tome mi raqueta. Sin embargo, no avance cinco pasos cuando la voz aguda a irritante de la chica me llamo la atención.

—Claro, cuando no estés jugando con…aquella artimaña de chica —la escuche decir, podía sentir el degradamiento en su tono de voz.

Mis piernas dejaron de moverse. Algo hizo clic en mi cabeza y me gire tan rápido como pude. Y entonces escuche un chillido de madre que me hizo sisear. Le había lanzado la raqueta a la muy perra y le había dado justo en la sien derecha. La chica se sujetó la cabeza y se cayó al suelo. Lagrimas corrían por sus mejillas y sus labios se torcían en una muy desagradable mueca.

—¿Te estas volviendo demente, maldita perra? —gritó la muchacha, sin subir la cabeza y aun sujetándola.

Pude escuchar como supervisores corrían hacia nosotros, pero no me importo ni un comino.

—¿Acaso crees que estoy aquí porque soy normal? —ironice y extendí mis brazos con exasperación— Ya estoy demente.

Antes de que ella pudiera responder, sus ojos se desenfocaron y luego, había caído al césped inconsciente. Me quede de pie y con los brazos cruzados, mirando como llegaban dos supervisores y se la llevaban a la enfermería después de que Liam explicara lo ocurrido. Él se había mantenido con la misma expresión de seriedad en todo el evento.

Noté como uno de los supervisores se me acercaba; no obstante, estaba demasiado alterada para hacerle caso. Quería que la tipeja despertara y volviera a repetirme el insulto en la cara, a ver si tenía los ovarios para hacerlo. El hombre me tomó por el codo y prácticamente me arrastró por los pasillos del Instituto.

—Está lastimándome, mastodonte —me quejé con fuerza cuando trate de zafarme sin lograrlo— Esto puede considerarse como violencia doméstica, ¿lo sabe? —insistí, pero el agarre solo aumentó su fuerza.

Así como el hombre me estaba ignorando, yo estaba prescindiendo de las miradas o susurros que me eran dirigidos mientras avanzábamos por los pasillos. Casi cuando estaba considerando comenzar a pisotear al mastodonte, llegamos a una oficina a la que nunca había estado antes. Dentro se encontraba el viejo gordo con cara demasiado alegre para este lugar que se decía llamar el encargado de la sección femenina: Garret.

Por la manera en que me estaba mirando —justo como los directores o coordinadores de disciplina miran a los malos estudiantes cuando los mandan a la dirección— asumí que ya le habían contado todo lo sucedido.

Vaya, las cosas vuelan en este lugar.

—Puedes dejarnos solos, Collins. Gracias.

El mastodonte se retiró después de dedicarme una mirada de advertencia. Le hice una seña con mi dedo de en medio y proseguí a sentarme en las sillas en frente al escritorio.

Garret me miró con más intensidad que antes. Al ver que no me inmuté, suspiró y se reclinó en la silla de cuero marrón en la que estaba sentado.

—Estas al tanto de que tan mal fue tu comportamiento hace unos momentos, ¿verdad? —preguntó después de un momento de silencio, en el que pareció medir exactamente como hablarme.
—Está al tanto de que aquella flacucha me provoco, ¿verdad? —repliqué con el mismo tono severo.
—Cleo, las cosas-
—“No se resuelven así”. Sí, estoy familiarizada con la frase, ahórresela —lo interrumpí y sentí mi entrecejo fruncirse más— ¿Por qué estoy aquí?
—Tenemos que encontrar la forma de que tus ataques no sucedan con tanta frecuencia o la forma de ayudarte a que disminuyan. Pero no podemos hacer eso si no cooperas con nosotros. —hizo una pausa y se inclinó en el escritorio. Sus ojos grandes se enfocaron en los míos. Parecían estar buscando algo— Respóndeme algo con total sinceridad.

Asentí con desconfianza.

—¿Estas tomando tu medicación?

Cuando no respondí, entonces empieza con el sermón típico de que necesito las medicinas para poder controlar mejor mi comportamiento frágil y capaz de cambiar en segundos. Ahí es cuando decidí interrumpirlo.

—No necesito drogarme para estar ‘controlada’. ¡Necesito que la gente a mi alrededor deje de ser tan jodidamente estúpida! —exclamé, sintiendo la ira poseerme otra vez, aunque realmente esa emoción nunca abandonaba mi cuerpo del todo.
—Cleo, necesito que te sientes e intentes calmarte —me pidió hablando lentamente y ahí fue cuando note que me había puesto de pie.
—¡No me hable como si soy una retardada! —exigí cuando note su tono de voz.
—No te estoy hablando de esa manera, querida. Solo pido que-
—Sí, “que me calme”. Ya lo entendí. ¿Algo más que quiera agregar? —me cruce de brazos y espere impacientemente, desesperada por salir de esta maldita oficina con olor a flores.

Alrededor de cinco minutos después, salí de la oficina de Garret con las zancadas más largas que me permitieron mis piernas, de brazos cruzados y con una mueca en los labios. No podía creer que haya sido capaz de ponerme un castigo de ayudar en la cocina en la semana por dos semanas por la estupidez que paso. ¿No se supone que estábamos en este instituto para recuperarnos? ¿Cómo diablos iba a lograr ‘calmarme’ ahora que tenía un castigo por el cual preocuparme? Y lo más probable es que llamaría a mi familia para quejarse con ellos sobre esto. Y para mi supuesta esperada visita del domingo, lo más seguro es que estaría únicamente llena de sermones y reproches por esto.

Estaba tan sumida en mis pensamientos que no he notado que voy a chocar con alguien hasta que sus manos agarran mis brazos y me detienen de una posible caída al suelo. Subí la mirada y me encontré con el chico ruloso de la otra vez, el que defendió a Kiara de aquel tipo llamado Fabio. Junto a él estaban un moreno y el chico culón que ponía incomoda.

—Gracias —dije cortante y me separe de él.
—Oye, ¿has visto a Kiara? —me preguntó el moreno. Lo había visto con ella en una de las clases ayer.
—No, lo sien-
—¿Qué, ahora son mejores amigos? —me interrumpió el chico de rulos con voz dura.

Lo fulminé con la mirada porque odiaba que me interrumpieran; sin embargo, él ni se inmuto. Un brillo de diversión cruzo por la mirada del moreno cuando el oji-verde hizo la pregunta y pude notar como lo había preguntado solo para molestarlo. Mi mirada cambio a una de confusión.

¿Qué está pasando aquí?

—No veo como nuestra relación tiene algo que ver contigo, Styles —respondió el con casualidad, cambiando de posición y apoyando su peso en su lado derecho.
—¿Por qué no te vas de mi vista antes de que te golpee, Malik? —replicó Styles, adoptando una posición mas amenazante que el moreno, que se veía muy entretenido con todo esto.

Rodé los ojos, creí que estaba entendiendo un poco de que trataba todo esto. Otra de esas peleas de machos alfa.

—¿Estabas en la oficina de Garret? —preguntó una voz a mi lado.

Me gire para encontrarme con el chico culón, mirándome con curiosidad y una ceja levantada.

—¿Y eso a ti que te importa?
—Y yo que creía que eres una persona con modales —suspiró con aires de exageración— Las apariencias si engañan.
—¿Disculpa? —Entrecerré los ojos— Tu eres el maleducado que me pregunta cosas personales sin siquiera conocerme —escupí.
—Entonces si estabas en la oficina —juntó las palmas de sus manos en un aplauso. A nuestro lado, Malik y Styles seguían discutiendo sobre algo que tenía que ver con Kiara, no estaba muy segura. — Y sobre lo de la educación, al menos yo sí puedo hablarle amablemente a las personas. Al menos, así me lo enseñaron. Y dime-

El chico culón no terminó de hablar porque le había arrojado lo primero que mis delgados dedos lograron sujetar. Había sido uno de los jarrones en las mesas del pasillo. Para su suerte, logro agacharse y el jarrón se rompió al estrellar contra la pared.

—¡¿Qué diablos te sucede?!

Sin embargo, yo ya había tomado otro jarrón y sin pensarlo lo volví a arrojar en su dirección.

—¡¿Qué diablos te sucede a ti?! ¡¿Qué te da derecho a hablarme así?! —rugí y como no había más jarrones, me acerque a él con la intención de golpearlo. Pude escuchar como la discusión a nuestro lado se había detenido.

Capté de soslayo las miradas perplejas y confundidas en extremo de los dos chicos, pero me importaba un bledo. Solté un puno en la dirección de la cara del culón, pero el sujeto mi muñeca antes de poder lastimarlo. Utilice la otra y logre arañarle la cara y parte del pecho descubierto porque usaba una camiseta gris de cuello V.

—¡No tienes por qué ponerte así! —me gritó, lo cual solo sirvo para enojarme más.
—Oigan, traten de calmarse —escuché una voz decirnos.
—¡Es tu maldita culpa! —le grité de vuelta, ignorando el muchacho.

Estaba a punto de tirarle otro golpe con mi mano libre, pero escuche la puerta de una oficina abriéndose a lo lejos. De inmediato, supe que si Garret me veía en esto iba a aumentar el jodido castigo. Así que después de dedicarle una última mirada de odio al castaño y otra a los dos tipos, que estaban mirando la escena con la boca medio abierta y los ojos grandes, me largue corriendo de allí.

Estaba segura de que era porque se suponía que los que alojaba el instituto estaban mentalmente inestables, nadie me detuvo cuando me vieron corriendo por todo el lugar hasta llegar al piso de las habitaciones de las mujeres. Corrí evitando la mirada de todos y entre a la habitación cerrando con un portazo. Pasé una mano por mi cabello y cuando llego al final, jalo con determinación y frustración.

Tienes que tranquilizarte. Me ordenó mi cerebro. Pero parecía casi imposible cuando lo único que me interesaba era romper cosas hasta no sentir nada. Así que agarré la lámpara que estaba en mi lado de la habitación y la arrojé contra la puerta que daba al baño.

Un chillido entrecortado me alertó que había alguien más allí conmigo. La tímida de Tim salió del baño con tanta rapidez que de no ser porque estaba algo alterada, me habría asustado. Miro hacia la lámpara rota y los cristales esparcidos por el suelo. Luego sus ojos claros y en alerta se posaron en mí.

Quité mis ojos de su mirada porque estaba muy familiarizada con la expresión que poseían y verla me traía malos recuerdos. Apreté los labios en una firma línea y seguí jalando mi cabello mientras respiraba de forma audible y lenta.

—¿Qué paso, Cleo? —me preguntó suavemente, con el tono tímido de voz que le caracterizaba.
—Nada —respondí y mi voz sonó rota, diferente a mi tono de voz normal. Eso me hizo gruñir y patear el suelo con exasperación.

¡Todo por la culpa de dos idiotas! ¡Por la culpa de mis malditos padres al mandarme a este lugar! ¡Por la culpa de…!

—Cleo, basta, te estas arrancando el cabello —dijo la rubia y se acercó a mí, pero me aleje de inmediato.
—No, no te me acerques —le respondí rápidamente. Se vio ofendida, por lo que traté de arreglarlo. — No quiero hacerte nada, mejor vete.
—No me harás nada —trató de tranquilizarme, pero su mirada decía otra cosa.
—¡Esta en tus ojos! —le grité y me reproche por ello, pero no podía evitarlo. Jalé mi cabello de nuevo. Tim parecía tener problemas para entenderme y yo no quería ni podía explicar.
—Mira, yo estaba en el baño haciendo de mis necesidades cuando tú casi me matas del susto. Es justo que me dejes ayudarte —hablo tan rápido que tarde unos segundos en comprenderla.

Y cuando lo hice, no supe por qué pero comencé a reírme. De la nada, prácticamente; simplemente por su expresión al hablar del susto que le di cuando ella estaba haciendo pis y el solo imaginármela. Me reí más y ella, después de superar la confusión por mis carcajadas inesperadas, me sonrió.

—Me has ayudado más de lo esperado, en serio —logré decirle una vez que me he calmado.

Y estaba calmada en todo el sentido de la palabra. Ya no quedaba ningún rastro de enojo dentro de mí.

A la hora de la cena, me encontraba tan agradecida de que Garret o algún otro mastodonte no haya venido en mi búsqueda después de la pelea en la tarde, que no puse objeción alguna cuando el viejo cachetudo entro a la habitación para avisarnos que ya debíamos ir a digerir la comida. Tim había decidido quedarse conmigo el resto de la tarde, leyendo un libro que había traído de la biblioteca mientras yo me entretenía haciendo sopas de letras. Era una de las pocas cosas que disfrutaba desde pequeña y el hecho de que debía concentrarme implicaba que nada a mí alrededor podía molestarme.

Cuando entramos en la cafetería me encontré con muchas miradas que no sabía interpretar. La gente me dedicaba miradas de reojo, otros viéndose como si los fuera a atacar en cada momento. ¿O era mi imaginación? Fruncí el ceño, confundida. Y entonces fue cuando recordé el pequeño espectáculo que había armado horas anteriores.

Traté de no mirar a nadie de vuelta. Si lo hacía y me encontraba con emociones que podían disparar mi enojo como una bala, al final iba a terminar golpeando a cada par de ojos que tenía sus ojos localizados en mi figura. Seguí a Tim hacia la mesa en donde estaban Kiara y Ann hablando animadamente. Aquellas dos me agradaban mucho más que todos aquí. Mientras avanzábamos, capte la mirada de Becca, la chica que había dibujado increíblemente hace unos días. La invite a sentarse con nosotras y también se nos unió una peli marrón que venía con ella. A esa no la conocía, pero no se veía mal.

Juntamos dos mesas para que quepamos las seis y aun sobraba espacio para acomodarnos al gusto de cada uno. La cena de hoy era puré de papas con pechuga, otra opción era ensalada Cesar y los demás platos no me interesaron en lo minimo. Tome un puré con jugo de manzana y comencé a comerlo desde que me senté.

—Escuchamos lo que pasó —habló Ann después de unos momentos de silencio, luego de que Tim introdujera a las dos chicas.

Seguí comiendo hasta notar que ella se estaba dirigiendo a mí. Trague el bocado y tome un sorbo del jugo, para después aclararme la garganta.

—¿De qué hablas? —pregunté.
—De lo que pasó con una chica en la cancha de tenis. La gente dice que-
—No me interesa lo que diga la gente —la corté de inmediato, esperando no sonar muy dura. — La verdad es que la chica se lo buscó.
—Oh, bueno; no quise molestarte —ella sonrió encantadoramente. Sus facciones eran finas, parecía una muñeca de porcelana.
—Tranquila, no lo hiciste.
—Pero, ¿te molestaría decirnos que pasó? —cuestionó Kiara esta vez, ladeando la cabeza y mirándome con aquellos ojos grandes expectantes.

Después de que intentara convencerlas de que me dejasen comer en tranquilidad y sin recordar malos momentos, me rendí y les relate lo que había pasado en el juego con Liam. Note como Tim a mi lado se tensó al escuchar sobre el castaño. Había algo de ella que me tenía muy curiosa, pero no preguntaría hasta que ella misma tuviera deseos de contarme. Si estaba aquí de seguro era tan desconfiada como yo, o más. Así que ignoré esto y les describí como la muy perra me insulto sin una pizca de remordimiento y yo solo me quebré.

Becca alzó las cejas y pude observar la diversión en su rostro, mientras las demás solo me miraban un poco sorprendidas.

—Bueno, tomare nota de nunca hacerte enojar —bromeó Kiara, haciendo que todas rieran un poco.
—Aunque deberías tratar de no dejar que tus impulsos ganen —agregó la chica peli marrón, Bonnie, encogiéndose de hombros.
—No los dejo ganar, chica. Mi esencia es impulsiva de por sí.
—Kiara, Harry te está mirando otra vez —comentó Ann de la nada, mirando hacia un punto por encima de la cabeza de la chica.

La actitud de la morena cambio radicalmente. Su espalda se irguió y sus ojos rondaron nerviosamente por todas nosotras. Se notaba que quería voltear para comprobarlo pero estaba insegura de hacerlo.

—¿Has hablado con él? —cuestioné con curiosidad.
—No, ¿Por qué? —respondió nerviosa.
—Um, que raro. Es que hablo de ti…lo escuche preguntando por ti —me corregí y traté de no sonreír a la expresión de perplejidad y un leve sonrojo que adopto su rostro.
—¿Q-que? ¿Estas…estas segura? —balbuceó más nerviosa que antes.

Asentí con fervor. Esto casi se sentía como en el colegio, pero sin gente hipócrita a mi alrededor. O al menos, no mucha.

—Sí, estaba discutiendo con Zayn por algo. Zayn pregunto por ti y él se enojó y le pregunté que si ustedes eran “mejores amigos o que” —lo último lo dije con una voz profunda y un acento falso, cuidando de agregar el mismo tono de voz utilizado por Styles. Me sentí satisfecha cuando logré que Kiara se sonrojara mucho más que antes y que mientras Ann le bombardeaba preguntas sobre el chico, las demás la miremos con diversión.

El miércoles en la mañana teníamos clase de arte de nuevo. No era una clase bastante mala, de hecho; la gente casi no hablaba y se enfocaban en sus propios asuntos, algo que en verdad me agradaba. Así me podía quedar mirando el lienzo en blanco hasta que la señora Harries venía a escupirme en el cuello para que me pusiera a “explotar mis talentos de flor de la juventud”. La vieja debería entender que si no dibujo es porque no sé cómo hacerlo.

De todos modos, como no deseaba que viniera a hablarme escupiendo saliva, comencé a trazar líneas grises con la pintura que casi nadie usa. La mayoría prefieren carbón o lápices normales. Tomo la acuarela y trato de recordar cómo eran las clases de pintura a las que asistía los sábados en la mañana cuando tenía doce años. Realmente las clases no eran tan malas y el profesor era agradable. Fue el hecho de que mis ‘compañeros’ me bañaron en pintura en más de una ocasión la razón de que llore para que me sacaran de las clases.

Trazando las líneas de gris a azul grisáceo, comencé a recordar por qué me gustaba ir a las clases de pintura. Estaba al tanto de que no era una artista, pero eso realmente no importaba. Lo que más disfrutaba eran las acuarelas, por el simple hecho de la espontaneidad que la caracterizaba. Podías imaginarte trazando una perfecta manzana, pero al utilizar la pintura húmeda, el trazo terminaba corriéndose o teniendo curvas inesperadas. Eso era lo que disfrutaba más.

Se podía decir que me identificaba con el hecho de que los trazos parecían tomar vida propia y cuando querías que acabaran de una manera, terminaban acabando como el total opuesto. Solía ser así la mayoría del tiempo.

Cuando estaba más o menos satisfecha con mi pintura, coloque el pincel a un lado y me eche hacia atrás para admirarlo de una mejor manera. El dibujo no era el mejor, pero creía que se notaba que era la cara de un lince de las nieves. Solo que en vez de ser blanco, lo había pintado gris y azul grisáceo.

Como ya había terminado, decidí pararme de la silla y deambular por el salón de clases y ver los dibujos de los demás. Observe a un muchacho pintar un paisaje muerto, más adelante una mujer pintando una flor y me iba a mover a la siguiente cuando algo capto mi atención. Kiara se encontraba de espaldas a mí dibujando lo que parecía ser un cachorro; sin embargo, no fue aquello lo que capto mi ojo. Junto a su taburete estaban sus cosas y de esas sobresalía aquel cuaderno de dibujo con el que la había visto en ocasiones. Una página estaba medio afuera, aparecer se había arrancado. La cabellera enrulada y marrón chocolate era inconfundible. Fruncí el ceño y entrecerré los ojos, contemplando mis opciones.

No podría quitársela así porque se daría cuenta y se armaría un escándalo, así que tenía que distraerla con algo.

Mire por todo el salón tratando de conseguir una idea cuando mis ojos se toparon con la espalda de Ann. La pálida chica estaba recién terminando su dibujo, por cómo se incorporó para admirarlo desde un mejor Angulo. Me acerque a ella con paso decidido y le hable en susurros, cuidándome de la mirada de halcón de la vieja Harris.

—¿Me ayudas con algo, blancanieves? —susurré.
—Depende.
—¿Quieres ver lo que tiene Kiara en su cuaderno tanto como yo? —pregunté directamente.

De inmediato, la expresión de la muchacha cambió radicalmente y se llenó de curiosidad y emoción. Asi que después de conversar por unos minutos y comprobar que Harries estaba muy dormilona como para darse cuenta, nos pusimos en marcha. Ann fue como toda una hermosa actriz a conversar con Kiara sobre su dibujo —que realmente le estaba quedando hermosísimo. Es ahí cuando aproveché para agacharme y sacar el cuaderno de su bolsa, luego lo reemplace con otro que me entregaron pero que no he usado para nada. Se supone que en él debía anotar mis pensamientos o dibujarlos, según mi psicóloga.

Una vez que lo tomé y lo llevé hacia mis cosas, Ann terminó de hablar con Kiara y en ese momento le preguntamos a la señora Harries si podíamos retirar de la clase ya que habíamos acabado de pintar. Cuando índicó con la cabeza que si estaba bien, salimos disparadas del aula hasta llegar a una que este vacía.

—Ann, niña, ven a ver esto —espeté con voz sorprendida cuando saqué el dibujo que sobresalía.

Confirmando mis sospechas, delante de mí se encontraba un perfecto dibujo del chico Styles. Su cabello casi parecía con vida propia, de no ser porque sabíamos que era un dibujo; sus ojos sostenían esa misma expresión que siempre tenía. Ann y yo nos miramos, compartiendo expresiones de sorpresa y diversión. Después de eso comenzamos a pasar las páginas del cuaderno, sorprendiéndonos mucho más con cada dibujo que iba en la siguiente página.

Styles y sus ojos estaban en todos lados. Había unos dibujos del de perfil, otros eran de su mirada únicamente, donde se veía como experimentaba con distintos tonos de verde hasta encontrar al que más se pareciera a su rostro.

—¿A Kiara le-
—¡Chicas! ¡¿Qué están haciendo?! —chilló una voz femenina a nuestras espaldas.

Ann se volteó rápidamente con la intención de que la pequeña no se diera cuenta de lo que estábamos haciendo, pero ya era muy tarde. Kiara se acercó a nosotras corriendo y nos arrebató el cuaderno. Sus mejillas y sus orejas se tornaron de un leve rosado.

—Creo que tienes una ligera obsesión —comenté agudizando mi voz en la palabra ‘ligera’, pero el sarcasmo era palpable en mi voz.

Por eso me reí cuando su sonrojo incremento automáticamente. Ann soltó una risita y palmeó a Kiara en el hombro.

Ya no podía soportarlo.

Estaba segura de que eran cuestión de horas hasta que mis nervios exploten otra vez, pero con mucha más fuerza que antes. O eso creía. Así se sentía. Nunca estaba segura de nada, nunca sabía con certeza donde terminaría o qué acabaría haciendo. Sin embargo, algo si era seguro: la desesperación me estaba consumiendo.

Estaba sentada en el mismo pasillo de la otra vez y como la otra vez, estaba completamente sola. Eso era muy bueno, creo.

Hace alrededor de media hora —o más, el tiempo pasaba volando cuando uno menos lo notaba— me encontraba rascando la parte superior de mis manos, desde la muñeca hasta los nudillos y luego masajeaba mis dedos con ellos mismos. La manía pasaba de eso a rascarme el cuello, los antebrazos, la cabeza y la barbilla hasta que me hartaba y soltaba un resoplido exasperado. Pero luego la comezón se reanudaba y en un abrir y cerrar de ojos me sentía rascándome nuevamente.
Y yo solamente quería una botella de vodka para poder tranquilizarme.

Desde cinco días antes de entrar a este lugar, más los días que ya llevaba aquí, se iban a cumplir dos semanas y medias (¿O era una y media?) en que no había saboreado una sola gota de alcohol. Había sobrevivido hasta dos días, incluso dos y medio. Pero debía ser honesta y admitir que durar tanto tiempo estaba sobrepasando mis límites y por mucho.

Sentía mi garganta seca y mis ojos pesados, aunque no sentía ni una pizca de sueño. Mis sentidos estaban más alerta de lo normal y mi piel estaba rasgándose debido a mis continuos aruñones al rascarme.

Dejé mi cabeza apoyarse contra la fría pared. No estaba pensando nada concreto, más que quería y necesitaba satisfacer el ardor y la sequedad de mi garganta. Y que necesitaba relajarme. Y que para relajarme necesitaba a mi botella en mis brazos. Y que para llegar a la botella, tenía que salir de este horrible lugar. Y que para salir de este horrible lograr, iba a tener que hacer lo imposible —o sea, dejar el deseo de beber y cambiar radicalmente mi comportamiento ‘propenso a la ira’.

—¿Qué estás haciendo?

Mi expresión se quedó igual a pesar de que no lo escuché acercarse. Levanté mi mirada y me encontré con sus ojos azules, mirando todos mis rasguños, desde mis manos hasta mi cuello. Yo enfoqué mis ojos en los suyos, más profundos pero en menos cantidad. Habían dos en su cara: uno desde su nariz hasta su mentón y el otro en su mejilla; y luego otro bien grande y aun rojizo en su pecho. Este día estaba utilizando una camisa de cuello en V azul marino.

—¿Qué estás haciendo? —insistió.

Avanzó dos pasos hacia mí y yo me pegue hacia la pared por instinto.

—No te me acerques —ordené rápidamente, lo que pareció confundirlo mucho más.
—¿Te hiciste eso tú? Necesitas ir a la enfermería —me ignoró y siguió acercándose, con el ceño fruncido.

¿Y a este idiota que le pasaba? Me levanté del suelo con torpeza justo cuando estaba situado junto a mí.

—¡Que te alejes! —le advertí y me abracé por instinto, porque sentía mis manos abriéndose y cerrándose; y presentía mis sentimientos de desesperación queriendo desahogarse con el muchacho delante de mí.

Así que corrí.