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Un Matrimonio Solo De Nombre (Joe y Tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: Un Matrimonio Solo De Nombre (Joe y Tu)
Hola girls hermosas!!!!! mil disculpas.... no pude subir el capitulo en el horario que había quedado...... se me complico mucho por que me aparecía el texto demasiado pequeño a causa por el HTML, pero por fin pude solucionarlo ......... algunos capítulos son realmente largos y algunos otros son mas pequeños, asi que los subiré por partes...... el mismo día claro. Espero y les agrade. Besos y nos leemos mas tarde :bye:
Capítulo 2
Parte 1
Joe miró a su alrededor, satisfecho con el resultado. Su sala de conferencias privada proporcionaba un buen ambiente de negocios, y el ramo de flores frescas que su secretaria había colocado en el centro de la mesa ofrecía un toque personal contra la alfombra de felpa de color vino, el brillo de la rica madera de cerezo, y las sillas de cuero de color mantequilla. Los contratos se colocaron ordenadamente, junto a una bandeja de plata elegante llena de té, café, y una variedad de pasteles.
Formal pero amistoso, que reflejaba el tono de su matrimonio.
Pasó por alto el pinchazo profundo de su estómago cuando pensaba en encontrarse con _____ McKenzie otra vez. Se preguntó cómo se había criado. Las historias que su hermana compartió con él pintaron un cuadro de una imprudente e impulsiva mujer. Al principio se resistió a la sugerencia de Maggie; _____ no encajaba en la imagen que necesitaba.
Recuerdos de una niña con coletas, obstinada y de espíritu libre atormentaban sus pensamientos, a pesar de que sabía que era dueña de una respetable librería. Todavía pensaba en ella como compañera de juegos de Maggie, aunque él no la había visto en años. Pero el tiempo se estaba acabando.
Ellos compartieron un pasado lejano, y sintió que se podía confiar en _____. Ella no se ajustaba a su idea de la esposa perfecta, pero necesitaba el dinero. Rápido. Maggie permaneció en silencio respecto a la razón, pero pintaba a _____ como desesperada. Se sentía cómodo con la necesidad de dinero en efectivo: era blanco y negro. No gris. Sin ideas de intimidad entre ellos. Una transacción comercial formal entre viejos amigos. Joe podría vivir con eso.
Alargó la mano hacia el intercomunicador para llamar a su secretaria, pero al mismo tiempo que lo hizo la pesada puerta se abrió sin problemas se cerró con un sólido clic. Se dio la vuelta.
Unos profundos ojos azules le miraban directamente con un poco de vacilación y con una claridad que le dijo que esta mujer perdería cualquier juego de póquer, ella era brutalmente honesta y sin voluntad de farol.
Reconoció su mirada lo suficientemente bien, pero la edad había cambiado los colores a una inquietante mezcla de color aguamarina y zafiro. Le vino a la mente imágenes de las profundidades del Mar Caribe en busca de sus misterios. Un cuadro del paraguas de Sinatra en el cielo se extendía muy lejos y un estirado hombre no podía encontrar el principio o al final.
Sus ojos se dirigieron a su cabello de color negro como la tinta, que consistía en tirabuzones que caían de sus hombros y enmarcaba su rostro con una naturaleza salvaje que parecía incapaz de domar. Los pómulos altos desataban en una boca enorme. Solía preguntarle si le había picado una abeja, para a continuación reírse a carcajada limpia. La broma era para él. Calientes fantasías masculinas fueron construidas alrededor de una boca como la de ella, y no tenía nada que ver con las abejas. Sólo la miel. Preferiblemente miel caliente y pegajosa que se vertía sobre los labios gruesos y poco a poco pasaban por fuera de la lengua.
¡Ah, mierda!
Se resignó y terminó su inspección. Recordó torturarla cuando se enteró de que tenía que usar un sostén. Le había estado torturando por su descubrimiento desde el principio, y había usado la información de forma inteligente en su contra. Ahora ya no era gracioso. Sus pechos eran tan exuberantes como su boca, y coincidían con la curva de sus caderas. Era alta, casi tan alto como él, y este paquete de tentación femenina vino, todo ello envuelto en un vestido rojo fuego que hacía hincapié en el escote, pegado por encima de sus caderas, hasta llegar al suelo. Las uñas de sus pies de color escarlata se asomaban a través de unas brillantes sandalias rojas. Ella permaneció inmóvil en la puerta de entrada, como si le permitiera deleitarse hasta hartarse antes de que ella se decidiera a hablar.
Sintiéndose algo escalonado, Joe peleó más allá de su desconcierto y se basó en la profesionalidad de ocultar su reacción. _____ McKenzie había crecido muy bien. Un poco demasiado bien para su gusto.
Pero no hubo necesidad de hacérselo saber.
Le ofreció la misma sonrisa neutra que ofrecía a cualquier socio de negocios.
—Hola, _____. Ha pasado mucho tiempo.
Ella le devolvió la sonrisa, pero no llegaba a sus ojos. Movió sus pies y cerró sus manos.
—Hola, Joe. ¿Cómo estás?
—Estoy bien. Por favor, siéntate. ¿Puedo servirte algo de café? ¿Té?
—Café, por favor.
—¿Con leche? ¿Azúcar?
—Leche. Gracias. —Ella se deslizó con gracia en la silla acolchada, se giró hacia el escritorio y cruzó las piernas. Su vestido rojo se subió un poco y le dio a él un vistazo de la piel oliva, suave y en forma.
Se concentró en el café.
—¿Napoleón? ¿Buñuelos de manzana? Son de la panadería en la calle.
—No, gracias.
—¿Seguro?
—Sí. Nunca sería capaz de comer sólo uno. He aprendido a no tentarme.
La palabra tentación salía de sus labios, en una baja y ronca voz que acarició sus oídos. Sus pantalones se apretaron en una muesca y se dio cuenta de su voz acarició otros lugares. Completamente desconcertado por su reacción hacia una mujer con la que no quería ningún contacto físico se centró en la preparación de su café y se sentó frente a ella.
Ellos se estudiaron el uno al otro por unos momentos y se alargó el silencio. Ella se tocó la delicada pulsera de oro que rodeaba su muñeca.
—Siento lo de tu tío Earl.
—Gracias. ¿Te informó Maggie sobre los detalles?
—Todo esto parece una locura.
—Lo es. El tío Earl cree en la familia, y antes de su muerte estaba convencido de que nunca iba a sentar la cabeza. Por lo tanto, decidió que un fuerte impulso sería por mi propio bien.
—¿No crees en el matrimonio?
Se encogió de hombros.
—El matrimonio no es necesario. El sueño de “para siempre”, es un cuento de hadas. Los caballeros de brillante armadura y la monogamia no existen.
Ella se echó hacia atrás por la sorpresa.
—¿No crees en hacer un compromiso con otra persona?
—Los compromisos son de corta duración. Claro, la gente lo dice en serio cuando se confiesan el amor y la devoción, pero el tiempo erosiona todo lo bueno y deja lo malo. ¿Conoces a alguien que esté felizmente casado?
Ella abrió los labios, y luego quedó en silencio.
—¿Además de mis padres? Supongo que no. Pero eso no significa que no hay parejas felices.
—Tal vez—. Su tono contradijo su acuerdo parcial.
—Supongo que hay un montón de cosas en las que no estamos de acuerdo—dijo, y se movió en su asiento y volvió a cruzar las piernas—. Vamos a necesitar algo de tiempo junto para ver si esto va a funcionar.
—No tenemos tiempo. La boda tiene que tener lugar a finales de la próxima semana. No importa si nos llevamos bien. Esto es estrictamente un acuerdo de negocios.
Ella entrecerró los ojos.
—Veo que eres el mismo matón prepotente que me molestaba por el tamaño de mis pechos. Algunas cosas no cambian.
Centró su atención en la caída de su vestido.
—Supongo que tienes razón. Algunas cosas siguen siendo las mismas. Otras mantienen en expansión.
Se quedó sin aliento pero ella lo sorprendió cuando sonrió.
—Y otras cosas siguen siendo pequeñas. —Su mirada resuelta señaló
directamente en el bulto en el centro de sus pantalones.
Joe casi escupió el café pero se las arregló para bajar la taza con tranquila dignidad. Una oleada de calor golpeó el estómago al recordar el día en la piscina cuando eran niños.
Él había estado tomándole el pelo sin piedad a _____ sobre los cambios en su cuerpo cuando Maggie se coló detrás de él y le bajó el bañador.
Expuesto en todos los sentidos de la palabra, se alejó y fingió que todo el episodio no le molestaba. Pero la memoria seguía estando catalogada como el momento más embarazoso.
Hizo una seña a los papeles que tenía delante.
—Maggie me dijo que necesitabas una cantidad específica de dinero. Esto sigue siendo un negocio.
Una extraña expresión cruzó su rostro. Apretó sus rasgos, y luego dijo:
—¿Es este el contrato?
Asintió con la cabeza.
—Sé que necesitas a tu abogado para que lo examine.
—No hay necesidad. Un amigo mío es abogado. Aprendí lo suficiente, ya que le ayudé a estudiar para el examen. ¿Puedo verlo?
Deslizó los papeles sobre la madera pulida. Ella buscó en su bolso un par de pequeñas y negras gafas de lectura y las empujó hasta el puente de su nariz. Pasaron los minutos mientras estudiaba en el contrato. Aprovechó la oportunidad para estudiarla. Su fuerte atracción le irritaba. _____ no era su tipo. Ella tenía demasiadas curvas, era demasiado directa, era demasiado... real. Le gustaba saber que estaba a salvo de cualquier arrebato emocional, si algo no iba a su manera. Incluso cuando Gabby se molestó, siempre se manejaba con moderación. _____ le daba un miedo terrorífico. Algo en sus entrañas le susurró que no sería fácil de manejar.
Ella habló y expuso sus emociones sin pensar. Tales reacciones causaban peligro, caos y desorden. Las últimas cosas que necesitaba en un matrimonio.
Aunque…
Él confiaba en ella. Esos ojos zafiro transmitían determinación y justicia.
Su promesa significaba algo. Después de un año, sabía que ella se alejaría sin mirar atrás o con deseo de más dinero. La balanza se inclinaba a su favor.
Una uña rojo cereza golpeteaba el borde de la página en un ritmo tranquilo. Ella levantó la mirada. Joe se preguntó por qué su piel tomó un tono tan pálido cuando se veía tan ruborizada y saludable hace un momento.
—¿Tienes una lista de requisitos? —lo dijo como si lo estuviera acusando de un crimen capital en lugar de hacer una lista de bienes y compromisos.
Se aclaró la garganta.
—Sólo un par de cualidades que me gustaría que mi esposa tuviera. —Ella abrió su boca para hablar pero las palabras no salieron. Parecía luchar para dejarlas salir.
—¿Quieres una ama de casa, una huérfana y un robot todo en uno? ¿Eso es justo?
Tomó una respiración profunda.
—Estás exagerando. Sólo porque me gustaría casarme con alguien con gracia y sentido del negocio, no quiere decir que sea un monstruo.
Ella soltó un bufido muy poco femenino.
—Quieres una esposa sumisa sin sexo. ¿No has aprendido nada sobre las mujeres desde que tenías catorce?
—Aprendí bastante. Por eso es que el tío Earl tuvo que forzarme en una institución que favorece a las mujeres en primer lugar.
Ella contuvo el aliento.
—¡Los hombres consiguen mucho con el matrimonio!
—¿Cómo qué?
—Sexo estable y compañerismo.
—Después de seis meses los dolores de cabeza empiezan y se enfadan unos a otros hasta las lágrimas.
—Alguien con quien envejecer.
—Los hombres nunca quieren envejecer. Por eso es que se mantienen persiguiendo a mujeres más jóvenes.
Su boca cayó abierta. La cerró con un rápido chasquido.
—Niños… una familia… alguien que te amará en la salud y en enfermedad.
—Alguien que gasta todo tu dinero y te regaña cada noche y es una perra sobre limpiar tu desorden.
—Estás enfermo.
—Estás engañada.
Sacudió su cabeza, haciendo que sus sedosos rizos negros cayeran alrededor de su cara, luego se asentaron lentamente. El sonrojo estaba de vuelta en su piel.
—Dios, tus padres realmente te arruinaron —murmuró.
—Gracias, Freud.
—¿Y qué si no encajo en todos estas categorías?
—Trabajaremos en eso.
Sus ojos se estrecharon y se mordió el labio inferior. Joe recordó la primera vez que la había besado, cuando tenía dieciséis años. Como su boca se había presionado contra la de ella, sentirla estremecerse. Sus dedos acariciando suavemente la piel desnuda de sus hombros. El aroma fresco y limpio de las flores y el jabón. Después, sus facciones brillaban con inocencia, belleza y pureza. Esperando la parte del felices por siempre.
Entonces ella le sonrió y le dijo que lo amaba. Que quería casarse con él.
Debió haberle dado algunas palmaditas en la cabeza, decir algo lindo y seguir con su camino. En cambio, su comentario sobre el matrimonio
había sido dulce y tentador de una manera que había asustado a la mierda de él. Incluso a los dieciséis, Joe sabía que las relaciones que podían ser siempre hermosas, todas tarde o temprano se volvían horribles. Se había reído, la había llamado un bebé, y la había dejado sola en el bosque. La vulnerabilidad y el dolor en su rostro habían roto su corazón, pero él tuvo que retener la emoción.
Mientras más pronto aprendiera, mejor.
Joe se había asegurado que ese día ambos aprendieran duras lecciones.
Alejó ese recuerdo y se concentró en el presente.
—¿Por qué no me dices que buscas en este matrimonio?
—Ciento cincuenta mil dólares. Efectivo. Al frente y no al final del año.
Se inclinó más cerca de ella, intrigado.
—Demonios, es mucho dinero. ¿Deudas de juego?
Una pared invisible se estrelló entre ellos.
—No.
—¿Compras?
La ira se encendió en sus ojos.
—No es de tu incumbencia. Parte del trato es que no me hagas preguntas de dinero o cómo pretendo usarlo.
—Hmmm, ¿algo más?
—¿Dónde viviremos?
—En mi casa.
—No voy a renunciar a mi departamento. Pagaré la renta como normalmente.
La sorpresa se disparó a través de él.
—Como mi esposa, necesitaras un guardarropa apropiado. Recibirás un subsidio y tendrás acceso a mi comprador personal.
—Usaré lo que quiera, cuando quiera y lo pagaré a mi maldita manera.
Luchó contra una sonrisa. Casi disfrutaba la pelea de mentes, al igual que como lo hacía en los viejos tiempos.
—Vas a ser la anfitriona de mis socios de negocios. Tengo un gran asunto en línea, así que tendrás que llevarte bien con las otras esposas.
—Puedo manejar mantener mis codos fuera de la mesa y reírme de sus estúpidas bromas. Pero necesito ser libre para llevar mi propio negocio y disfrutar de mi propia vida social.
—Por supuesto. Espero que puedas llevar tu estilo de vida individual.
—¿Mientras no te avergüence?
—Exactamente.
Golpeteó su pie al ritmo de sus uñas.
—Tengo algunos problemas con esta lista.
—Soy una persona flexible.
—Soy muy cercana a mi familia y ellos necesitan una buna razón para creer que me estoy casando de repente.
—Sólo diles que nos encontramos después de todos estos años y decidimos casarnos.
_____ puso los ojos en blanco.
—No tienen permitido saber sobre este acuerdo, así que tienen que creer que estamos locamente enamorados. Tienes que venir a la cena para que así podamos hacer el anuncio. Y necesita ser convincente.
Él recordó que su padre los había dejado por la botella y los había abandonado a ella y a su familia.
—¿Todavía hablas con tu padre?
—Sí.
—Solías odiarlo.
—Solía odiarlo. Hizo las paces. Decidí perdonarlo. Como sea, mi hermano, mi cuñada, mi sobrina y los gemelos todos viven con mis padres. Harán un millón de preguntas y tendrás que ser convincente.
Frunció el ceño.
—No me gustan las complicaciones.
—Mala suerte. Es parte del trato.
Joe pensó que le daría esa pequeña victoria.
—Bien. ¿Algo más?
—Sí. Tendré una boda real.
Sus ojos se estrecharon.
—Estaba pensando en un juez de paz.
—Yo estaba pensando en un vestido blanco en el exterior acompañada de mi familia y con Maggie como mi dama de honor.
—No me gustan las bodas.
—Ya los has dicho. Mi familia jamás creerá que me fugué. Tenemos que hacer esto por ellos.
—Me estoy casando contigo por razones de negocios, _____. No por tu familia.
Su mentón se elevó. Hizo una nota mental del gesto. Parecía una advertencia antes de que ella cargara en batalla.
—Créeme, tampoco estoy feliz sobre esto, pero tenemos que interpretar el papel si la gente va a pensar que esto es real.
Sus facciones se tensaron, pero se las arregló para asentir.
—Bien. —Su voz goteaba sarcasmo—. ¿Algo más?
Se veía un poco nerviosa y le dio un vistazo, entonces se levantó de la silla y empezó a caminar por la habitación. Su enfoque cambio a su parte posterior, balanceándose adelante y atrás, y su cremallera se tensó con incomodidad.
Su último fugaz pensamiento racional deshizo su visión. Corta tus pérdidas aquí y ahora y camina hacia la puerta. Esta mujer va a voltear tu vida patas arriba, en diagonal y hacia los lados, y siempre has odiado la casa de la risa.
Joe luchó contra el aumento repentino de miedo y esperó su respuesta.
D.A. Torrez.
Re: Un Matrimonio Solo De Nombre (Joe y Tu)
Parte 2
Ah, demonios.
¿Por qué tenía que ser tan endemoniadamente maravilloso?
Le dio un vistazo a huertillas mientras él se paseaba. Una vulgar maldición salió de sus labios pero se obligó a echarse atrás. Al crecer, ella solía llamarlo Niño bonito por su cabello dorado. Esos jóvenes rizos han sido domesticados en un corto, conservador corte, pero algunas revoltosas hebras caían de un lado a otro de su frente en una tenaz rebelión. Los colores se habían profundizado con el tiempo, pero recordó su cereal mezclado de Chex, anillos de miel dorada con trigo. Sus rasgos se endurecieron, su mandibular ahora un poco cincelada. Sus dientes perfectos y blancos brillaron durante su breve sonrisa. Sus ojos eran de
algún profundo castaño, y sus secretos se mantenían firmemente velados detrás de una pared. Pero su cuerpo…
Él siempre estaba activo, pero cuando cruzó la sala, sus elegantes pantalones de tela color avena se movieron y se doblegaran a su voluntad, delineando largas piernas musculosas y tirantes nalgas. El suéter de cuello V canela era a la vez casual y apropiado para un sábado de oficina.
Algunas partes eran totalmente inapropiadas. La longitud de cable de sus brazos. Los anchos hombros y el pecho que se extendía y moldeaba en el tejido. El profundo broce de su piel como si estuviera tendido en el sol por horas. La ligereza de un animal en sus movimientos. Había crecido, y no era un niño bonito. Joe Ryan era todo un hombre apasionado, y todavía la miraba como la pequeña compañera de juegos de Maggie. Cuando sus miradas se cruzaron, no hubo ningún reconocimiento, ninguna apreciación. Sólo una amistad distante que proporcionó alguien de su pasado.
Bueno, ella estaba condenada si dejaba que su lengua se arrellanara fuera de su boca, sólo porque era atractivo. Su personalidad todavía apestaba.
La gran A para Aburrido. La gran S para Sordo. La gran…
Empujó el pensamiento fuera de su mente.
_____ odiaba el hecho de que su presencia la hiciera sentir nerviosa y un poco mareada. Hace una semana que había lanzado un hechizo de amor, y la Madre Tierra la había escuchado. Ella tenía su dinero y podría salvar la casa de su familia. ¿Pero qué demonios había pasado con su lista?
El hombre ante ella golpeó todo en lo que creía. Esto no era un matrimonio por amor. No, esto era un negocio, puro y simple, y muy frío.
Mientras el recuerdo de su primer beso se arrastraba desde el escondrijo de su mente, apostaba que él se había olvidado por completo del momento.
La humillación se meneaba a través de sí. No más. ¿En realidad, la Madre Tierra no podría permitir el requisito número uno en su lista? Tomó una profunda respiración y habló:
—Una cosa más.
—¿Sí? —peguntó.
—¿Ves beisbol?
—Por supuesto.
Su estómago inclinado en tensión.
—¿Tienes un equipo favorito?
Sonrió. Literalmente sonrió.
—Sólo hay un equipo de Nueva York.
_____ luchó más allá de las náuseas y preguntó:
—¿Cuál?
—Los Yankees, por supuesto. Es el único equipo que gana. Ese es el único
equipo que importa.
Ella respiró hondo e infló el vientre. Había aprendido en clase de yoga. ¿Se podría casar con un fan de los Yankees? ¿Podía renunciar a todas sus costumbres y ética? ¿Podría soportar estar casada con un hombre que pensaba que Dios y la monogamia era algo femenino?
—¿ _____? ¿Estás bien?
Lo silenció con una mano y pasó, buscando desesperadamente por respuestas. Si ella se fuera ahora, no habría otra opción que vender la casa. ¿Podría vivir con ella misma, sabiendo que era tan egoísta cómo para hacer un sacrificio por su familia? ¿Tenía una opción?
—¿ _____?
Giró sobre su talón. La impaciencia tallada en las líneas de su rostro. Este hombre no tiene tolerancia con los arrebatos emocionales. Tan caliente como se veía, sería un gran dolor en el culo, tal como había ido creciendo.
Probablemente el programaba sus días por minuto. Probablemente no sabía lo que significaba la palabra impulsivo. ¿Podrían vivir en la misma casa un año? ¿Se rasgarían en partes el uno al otro antes de que los 365 días pasaran? ¿Y si los Yankees llegaban a la Serie Mundial este año? Tendría que lidiar con su pésima arrogancia y sonrisas condescendientes.
Oh, Dios…
Cruzó los brazos en frente de su pecho.
—No me digas, eres fan de los Mets.
Se estremeció al oír su tono.
—Me niego a hablar de beisbol contigo. No podrás usar nada de los Yankees cuando estés conmigo. ¿Entiendes?
—No te preocupes, que me la pondré cuando no andes cerca.
El silencio se estableció en el cuarto. Se arriesgó a mirar en su dirección.
La miró, como si de su cabello hubieran brotado las serpientes de Medusa.
—¿Estás bromeando?
Tocó su cabeza con tentativa.
—No.
—¿Ni siquiera estoy autorizado a usar mi gorra de los Yankees?
—Así es.
—Estás demente —dijo.
—Palos y piedras . Dime ahora, antes de perder más tiempo.
Entonces hizo algo que ella no había visto desde que el matón del barrio se cayó de su bicicleta y estalló en tontas lágrimas femeninas.
Joe Ryan rió. No era un atisbo de diversión, o una sonrisa alrededor de sus labios. Esta fue una no-tiene carcajada, profunda y masculino. El sonido llenó la habitación y bombeó con vitalidad. _____ luchó con su propia sonrisa, sobre todo porque su humor iba dirigido a ella.
Demonios, se veía bien cuando bajaba su altanería.
Finalmente se sosegó, parecía sobre pensar la opción, y establecer una solución.
—No usaré nada de los Yankees, pero lo mismo se aplica a ti. Nada de la basura de los Mets. Ni siquiera los quiero ver en una taza de café o en un llavero en mi casa. ¿Los tienes?
Estaba a punto de explotar con enojo. De alguna manera, el trato había sido en torno a ella.
—Discrepo. No ganamos un Serie desde 1986, así que puedes llegar usar el mío. Consigues suficiente gloria, no necesitas más.
La esquina de su labio con un tic.
—Lindo trato, pero no soy uno de los Twinkies con los que estas acostumbrada a salir. No Yankees, no Mets. Tómalo o déjalo.
—No salgo con Twinkies.
Encogió los hombros.
—No te preocupes.
Ella saltaba de un pie a otro y apenas consiguió mantener sus manos rizándolas en sus puños. Estaban tan condenadamente separados. ¿Cómo pudo parecer tan sabroso? Sin embargo, recuerden que la manzana envenenada de Blancanieves fue ofrecida.
—Bueno, ¿quieres dormir en esto o lo que sea que hacen las mujeres cuando no pueden tomar una decisión?
Ella mordió su labio, fuerte, y forzó a las palabras a salir.
—Bien, tienes un trato.
—¿Algo más?
—Supongo que lo cubre.
—No exactamente. —Hizo una pausa, como si estuviera a punto de abordar un tema muy delicado. _____ juró que mantendría la calma, no importa lo que diga. Dos podían jugar este juego. Sería una reina del hielo, incluso si verbalmente la torturaba. Tomó una respiración y se deslizó en su silla, luego cogió su copa de café para tomar el preparado.
Él juntó sus dedos y tomó una respiración.
—Quiero hablar contigo acerca de sexo.
—¿Sexo? —la palabra cayó de sus labios y se disparó en el aire como un balazo. Parpadeó, pero se negó a mostrar un cambio en su expresión.
Saltó de su asiento y cambió de lugar, mientras se paseaba por la alfombra color vino de lujo.
—Ya veo, necesitamos ser extremadamente discretos con, uh, nuestras actividades extra curriculares.
—¿Discretos?
—Sí. Trato con algunos clientes de alta gama, y tengo una reputación que proteger. Por no hablar que los términos del trato se romperían si nuestro matrimonio se viese cuestionado. Creo que es mejor si accedes a permanecer célibe por un año. Es posible, ¿qué piensas?
—O un montón de no-hacer.
Él dio una, obvia, risa fingida y se preguntó si ella cogió un brillo sudoroso en su frente o era sólo un efecto de la luz. Dejó de caminar y la observó casi con cautela. De repente, el verdadero significado de sus palabras cayó como fuego en su cerebro y el pararrayos del conocimiento chisporroteó. Joe quiere que sea su esposa perfecta, que incluya una casta cama de matrimonio bajo su astucia.
Pero él no mencionó su propio celibato. Maggie tenía derramados todos los detalles sobre Gabriella, así que ella sabía que él estuvo involucrado en una relación. _____ todavía no entendía porque no quería casarse con su novia, pero su elección no era para que ella la juzgara. Lo único que importaba era el chauvinista, el cerdo macho ante ella y su deseo de poner todo el asunto fuera.
Casi.
Se sacudió enojada, pero mantuvo su rostro sereno. Joe Ryan quería llegar a acuerdos. Bien. Porque cuando ella cruzó esa puerta, Joey habría firmado el acuerdo de su vida.
Ella sonrió.
—Entiendo.
Su cara prácticamente se iluminó.
—¿Lo haces?
—Por supuesto. Si el matrimonio se supone que sea real, ¿cómo luciría encontrarle a tu esposa el rumor de una aventura tan pronto después de la boda?
—Exactamente.
—Y no deberías de tener que lidiar con las preguntas humillantes cuestionando tu hombría. Si tu esposa está durmiendo con otros, es obvio cual es el problema. Ella no estaba obteniendo nada bueno en casa.
Él cambió su peso. Asintió a medias.
—Eso creo.
—Entonces, ¿qué hay de Gabriella?
Él se echó hacia atrás con sorpresa.
—¿Cómo supiste sobre ella?
—Maggie.
—No te preocupes por Gabriella. Me haré cargo de ella.
—¿Estás durmiendo con ella?
Él se estremeció, luego trató de pretender que no le importaba.
—¿Eso importa?
Ella levantó las manos a la defensiva.
—Quiero aclarar el asunto del sexo. Al menos he llenado el punto número uno y el dos. Estoy segura como el infierno que no te amo, y no nos sentimos atraídos hacia el otro. Tú estás diciendo que si quiero tener una noche jovial, no puedo hacerlo. Entonces, ¿Cuáles son las reglas para ti?
_____ frunció sus labios y se preguntó cómo el hombre intentaría salirse de
su tumba recién cavada.
***
Joe se quedó viendo a la mujer delante de él y trató de tragar. Su humeante voz dio pie a imágenes incluso más humeantes de ella desnuda y demandando y... retozando.
Dejó salir una maldición y se acercó para obtener más café, tratando de comprar algo de tiempo. Todo su porte gritaba sexo. La inocencia de la juventud se había evaporado y había dejado atrás a una mujer de pura sangre con necesidades de pura sangre. Él se preguntaba qué tipo de hombre satisfacía esas necesidades. Se preguntaba también cuan maduros se sentirían sus pechos en sus manos, o cómo sabrían sus labios bajo los suyos. Qué usaba bajo el ajustado vestido rojo.
—Joe.
—¿Hmmm?
—¿Me escuchaste?
—Sí. Sexo. Te prometo que jamás te encontraras en una situación incómoda.
—Entonces, ¿estás diciéndome que aun pretendes dormir con Gabriella?
—Gabriella y yo estamos envueltos en una relación.
—Pero no te casaras con ella.
Tensión rompió el aire alrededor de ellos. Él tomó unos cuantos pasos lejos, desesperado por algo de distancia.
—No es ese tipo de relación.
—Hmmm, interesante. Entonces, estás diciendo que yo no puedo follar por ahí porque no tengo a nadie estable para follar.
Si hubiese cubos de hielo disponibles él los hubiese chupado uno por uno.
Su acusación hizo que un extraño calor subiera por su piel. Su tono era suave.
Su sonrisa parecía fácil y genuina. Joe se sintió balanceándose en el borde de algún viaje de poder femenino, y reconoció que estaba perdiendo terreno.
Él jugó su mejor mano.
—Si tienes a alguien estable en tu vida, resolveremos la situación. Pero los extraños son demasiado peligrosos. Puedo garantizarte que Gabriella sabe cómo guardar un secreto.
Ella sonrió entonces. Una deliciosa, sonrisa femenina que prometía placeres más allá de la imaginación y se lo prometía todo a él. Su corazón
se detuvo, se pausó, luego continuó latiendo. Fascinado, esperó sus siguientes palabras.
—De ninguna manera, bebé.
Él luchó por concentración mientras la negación se deslizó de esa suculenta boca.
—¿Disculpa?
—No sexo para mí. No sexo para ti. No me importa si es Gabriella o una desnudista o el maldito amor de tu vida. Si yo no tengo ninguna diversión, tú tampoco. Tú sólo tendrás lo que salga de este muy apropiado matrimonio de negocios y construir tus edificios. —Ella hizo una pausa—. ¿Entendido?
Él lo entendió. Decidió no aceptarlo. Y se dio cuenta que este era un juego, set y partido, y necesitaba ganar. Su sonrisa prometía compasión y comprensión y el dinero que ella necesitaba.
— _____, entiendo que esto no parece justo. Pero un hombre es diferente.
Gabriella tiene una reputación que mantener, también, entonces tú jamás estarás en una mala posición. ¿Lo entiendes?
—Sí.
—Entonces, ¿aceptarás los términos?
—No.
Fastidio surgió. Él estrechó sus ojos y la estudió. Luego decidió ir por el cierre.
—Hemos sido capaces de ponernos de acuerdo en todo lo demás. Nos hemos comprometido. Es solamente un año, y luego puedes irte y tener una maldita orgía por todo lo que me importa.
Helados ojos azules lo vieron de regreso con terquedad pura y férrea determinación.
—Si tú llegas a tener tus orgías, obtengo las mías. Si tú quieres ser célibe, también lo seré. No me importa acerca de tu mierda de hombres y mujeres y sus diferencias. Si tengo que irme a la cama sola por trescientos sesenta y cuatro noches, también lo harás tú. Y si quieres acción, tendrás que recurrir a tu propia esposa.
Ella sacudió la cabeza como un semental que acaba de salir de la puerta.
—Y desde que sabemos que no estamos atraídos por el otro, tendrás que encontrar otras formas de aliviar la presión. Usa un poco de creatividad. El celibato debe abrir otros puntos de venta. —Sonrió—. Porque eso es todo lo que vas a obtener.
Obviamente, ella no tenía idea de que él era un maestro jugando al póker, y había pasado los últimos años desahogándose en juegos donde la noche se convertía en día y salido cientos más rico. Como su viejo habito de fumar, el póker lo llamaba y el usaba el vicio por placer, no por ganancias.
Se negó a dejarla vencerlo, y sintió la victoria cerca. Fue por la yugular.
—¿No quieres se razonable? Bien. El trato se acabó. Dale un beso de despedida a tu dinero. Sólo tendré que manejar la junta por un tiempo.
Ella se deslizó de la silla, colgó el bolso en su hombro, y se puso de pie antes que él.
—Fue lindo verte de nuevo, Niño Bonito.
Golpe directo.
Él se pregunto si ella sabía que su apodo burlón lo irritaba y lo hacía querer sacudirla hasta que lo retirara. Incluso cuando niño, lo odiaba, y los años no habían apagado la agudeza del insulto. Como hacía cuando era más joven, apretó los dientes y ocultó la molestia con una sonrisa fácil.
—Sí, fue lindo. Pasa por aquí alguna vez. No te convierta en una extraña.
—No lo haré. —Ella hizo una pausa—. Nos vemos.
Ese fue el momento en que Joe supo que estaba equivocado. Muy equivocado. _____ McKenzie podía ganar una partida de póker, no porque mintiera, sino porque estaba dispuesta a perder.
Ella también jugaba al vil juego de pollo.
Ella se dio la vuelta. Se dirigió a la puerta. Giró el pomo. Luego...
—Está bien. —Las palabras salieron de su boca antes de que tuviera
tiempo de pensar.
Algo le dijo que ella se hubiese ido y no llamaría después para decir que había cambiado de parecer. Y demonios, _____ era su única candidata. Un año de su vida no era nada comparado con el regalo de un futuro de hacer lo que siempre había soñado.
Le dio crédito. Ella ni siquiera se relamió.
Ella se dio vuelta y hablo en un fresco tono de negocios.
—Sé que el contrato no contiene nuestro nuevo acuerdo. ¿Me das tu
palabra de que te apegarás a los nuevos términos?
—Puedo elaborar un documento revisado.
—No hay necesidad. ¿Me das tu palabra?
Su figura tembló con energía. Joe se dio cuenta que confiaba en él de la misma manera en que él confiaba en ella. Un cosquilleo de satisfacción
corrió a través de él.
—Te doy mi palabra.
—Entonces estoy dentro. Oh, ¿y la disolución del matrimonio después de un año? Mi familia no puede ser herida por esta ilusión. Citaremos diferencias irreconciliables y pretenderemos seguir siendo amigos.
—Puedo vivir con eso.
—Bien. Recógeme esta noche a las siete e iremos a ver a mi familia para darles la noticia. Me encargaré de todos los arreglos para la boda.
Él asintió, su cerebro un poco confuso por su decisión y su cercanía. ¿Era vainilla esa sutil fragancia de su piel? ¿O canela? Vio aturdido, mientras ella dejó caer una tarjeta de presentación en la mesa de madera de cerezo.
—Mi dirección en la librería — le dijo—. Te veré esta noche.
Aclaro su garganta para responder, pero ya era tarde. Ella se habia ido.
D.A. Torrez.
Re: Un Matrimonio Solo De Nombre (Joe y Tu)
:O
dun dun duuun!!!! ahahahaha que divertido!!
ya quiero ver que tal 'conviven'!
Espero la sigas pronto!
dun dun duuun!!!! ahahahaha que divertido!!
ya quiero ver que tal 'conviven'!
Espero la sigas pronto!
helado00
Re: Un Matrimonio Solo De Nombre (Joe y Tu)
:scratch: joe tiene chiquito a ana!!!!!.../??????
Jajajajajajajajaja
Jajajajajajajajaja
chelis
Re: Un Matrimonio Solo De Nombre (Joe y Tu)
chicas.... por ahora me disculpo, no podre subir el capitulo el día de hoy...... por desgracia cambie el sistema operativo de mi lap la tarde anterior, y me borro absolutamente TODOS mis documentos :wut: y ahora tendré que volver a descargarlos y hacer las ediciones...... también he perdido algunas de las novelas que había comenzado (y algunas casi terminado) a escribir , así que tendré que iniciar desde cero :misery: . Espero y puedan comprenderme....... este fin de semana tratare de estar al corriente con la historia. mil besos y nos leemos pronto.
D.A. Torrez.
Re: Un Matrimonio Solo De Nombre (Joe y Tu)
chicas, por fin logre reponer mis documentos (o por lo menos parte de ellos) y ahora ya puedo continuar con la historia. los días en los que subiré el capitulo seguirán siendo los mismos, y mil gracias por esperar. besos y nos leemos este martes
_____ se retorció en su asiento, mientras el silencio en el negro BMW se extendía entre ellos. Su futuro marido parecía incómodo y eligió concentrar su energía en el reproductor de MP3. Trató de no contraerse cuando finalmente puso una de Mozart. Él de verdad disfrutaba de la música sin palabras. Casi se estremeció de nuevo cuando pensó en compartir la misma residencia que él.
Por. Un. Año. Entero.
—¿Tienes algo de los Black Eyed Peas5?
Parecía desconcertado por la pregunta.
—¿Para comer?
Ella contuvo un gemido.
—Incluso me conformo con algunos de los viejos clásicos. Sinatra, Bennett, Martin…
Él siguió en silencio.
—¿Eagles? ¿Beatles? Sólo grita si alguno de estos nombres te es familiar.
Sus hombros se pusieron rígidos.
—Sé quiénes son. ¿Preferirías a Beethoven?
—Olvídalo.
Volvieron de nuevo al silencio con un piano de fondo. _____ sabía que ambos estaban más nerviosos a medida que la distancia a la casa de sus padres se acortaba. Jugar a la pareja de enamorados no sería fácil, cuando ni siquiera podían mantener una conversación de dos minutos. Ella decidió intentarlo de nuevo.
—Maggie dice que tienes un pez.
Esa observación la premió con una mirada escalofriante.
—Sí.
—¿Cuál es su nombre?
—Pez.
Ella parpadeó.
—¿Ni siquiera le diste un nombre?
—¿Cometí un crimen?
—¿No sabes que los animales tienen sentimientos, al igual que las personas?
—No me gustan los animales —dijo.
—¿Por qué? ¿Te dan miedo?
—Por supuesto que no.
—Tenías miedo de que pudiéramos encontrar una serpiente en los bosques. ¿Recuerdas cómo no te acercaste, y te inventaste alguna excusa para irte?
El aire en el auto pareció bajar unos grados.
—No tenía miedo, simplemente no me importaba. Te dije que no me gustan los animales.
Ella dio un bufido, y luego se acomodó en silencio. Puso una cruz a otra cualidad de su lista. La Madre Tierra asqueaba. _____ decidió no hablarle a su futuro marido sobre el refugio humanitario de animales. Cuando tenían exceso de reservas, siempre acogía animales extra en su casa hasta que había espacio de nuevo.
Algo le dijo que a Joe le daría un ataque. Si alguna vez le superaba la suficiente emoción como para que perdiese el control.
La posibilidad le intrigaba.
—¿Por qué estas sonriendo? —le preguntó.
—Nada. ¿Recuerdas todo lo que hablamos?
Dio un suspiro de sufrimiento.
—Sí. Repasamos a todos los miembros de tu familia detalladamente. Sé sus nombres y antecedentes generales. Por el amor de Dios, _____, solía jugar en tu casa cuando éramos más jóvenes.
Ella resopló.
—Tú sólo querías las galletas con chispas de chocolate de mi madre. Y te encantaba torturarnos a tu hermana y a mí. Además, eso fue hace años. No has tenido nada que ver con ellos en la última década. —Se esforzó de nuevo para morder la amargura, pero la facilidad con la que Joe había derramado su pasado sin mirar atrás la dejó un poco molesta—. Hablando de eso, nunca mencionas a tus padres. ¿Has visto a tu padre últimamente?
Se preguntó si sería posible quemarse por el frío que él emanaba.
—No.
Se quedó esperando por más, pero no obtuvo respuesta.
—¿Qué tal tu madre? ¿Se volvió a casar?
—No. No quiero hablar de mis padres. No tiene sentido.
—Maravilloso. ¿Qué se supone que le diremos a mi familia sobre eso? Preguntarán.
Sus palabras estaban fragmentadas.
—Diles que mi padre está descansando en México y que mi madre está fuera, en algún lugar con su nuevo novio. Diles lo que quieras. No estarán en la boda, de todos modos.
Ella abrió su boca pero su mirada de advertencia le dijo que la conversación había terminado. Genial. Simplemente adoraba su charlatanería.
_____ apuntó hacia la señal de la siguiente calle.
—Aquí está el desvío hacia la casa de mis padres.
Joe se detuvo en el camino de entrada y apagó el motor. Ambos estudiaron la Victoriana casa blanca. Incluso desde el exterior, la estructura irradiaba una amable calidez desde cada pilar blanco clásico hasta el envolvente porche agraciado. Sauces llorones rodeaban los bordes del césped, inclinados, casi como una protección. Grandes ventanales con postigos verdes salpicaban el frente. La oscuridad ahora cubría con un velo los síntomas de abandono debido a las dificultades financieras. Esto ocultó la pintura blanca descascarada en las columnas, el paso de grietas en la parte superior del patio y el techo desgastado. Ella dio un profundo suspiro mientras el hogar de su infancia se hundía a su alrededor como una manta reconfortante.
—¿Estamos listos? —preguntó él.
Ella le echó una mirada. Su rostro estaba cerrado, sus ojos distantes. Él lucía moderno y casual en sus Dockers khaki6, camiseta blanca Calvin Klein, y náuticos de cuero. Su cabello decolorado por el sol estaba domesticado perfectamente, a excepción de un rizo obstinado sobre su frente. Su pecho llenaba la camisa muy bien. Un poco demasiado bien para su gusto. Obviamente, levantaba pesas. Se preguntó si él tendría el estómago como una tableta de chocolate, pero el pensamiento hizo cosas malas en su propia barriga, por lo que rechazó la idea y se concentró en su problema inmediato.
—Parece que hubieras pisado una mierda de perro.
Su expresión neutral resbaló. La comisura de su boca respingó una pulgada.
—Hmmm, Maggie dijo que escribías poesía.
—Se supone que debemos estar locamente enamorados. Si sospechan que es de otra manera, no puedo casarme contigo, y mi madre haría de mi vida un infierno. Así que haz una buena actuación. Oh, y no tengas miedo de tocarme. Te prometo que no tengo piojos.
—No tengo miedo a…
Su aliento silbó mientras ella se acercó y apartó el rizo errante fuera de sus ojos. La sensación sedosa de su cabello mientras se deslizaba entre sus dedos le agradó. La expresión de asombro en su rostro la tentó a continuar la caricia, deslizando el dorso de su mano por su mejilla con un movimiento lento. Su piel se sentía, a la vez, suave y áspera al tacto.
—¿Ves? No es gran cosa.
Sus labios se apretaron con lo que ella pensaba que era enfado.
Obviamente, Joe Ryan no la miraba como una mujer adulta, más bien como a un ser humano asexual. Como una ameba.
Ella abrió la puerta y cortó su respuesta.
—Hora del espectáculo.
Él murmuró algo entre dientes y la siguió.
No tenían que preocuparse de tocar el timbre. Su familia salió por la puerta uno por uno, hasta el porche delantero desbordado con sus chillonas hermanas y dos varones evaluadores. _____ había llamado con anticipación para avisar de su compromiso. Había venido con la historia de haber estado viendo a Joe a escondidas, haber tenido un romance relámpago y un compromiso impulsivo. Exageró su pasado para que sus padres creyeran que habían estado en contacto a través de los años como amigos.
Joe trató de acurrucarse, pero sus hermanas se negaron a consentirlo. Isabella y Genevieve se lanzaron en sus brazos por un gran abrazo, charlando a la vez.
—¡Felicidades!
—¡Bienvenido a la familia!
—Izzy, te dije que él resultaría ser maravilloso. Que alucinante es esto, ¿no? ¡Amigos de la infancia y ahora marido y mujer!
—¿Ya tienen fecha para la boda?
—¿Puedo estar en la fiesta nupcial?
Parecía como si Joe estuviera a punto de saltar por encima de la entrada y escaparse.
_____ se derrumbó en una carcajada. Aisló a sus hermanas gemelas más jóvenes, empujándolas hacia ella para un abrazo.
—Dejen de asustarlo, chicas. Finalmente conseguí un novio. No arruinen esto por mí.
Se rieron. Una doble visión de dos chicas de dieciséis años, con cabello chocolate, ojos marinos, y largas piernas delgadas estaba ante ella. Una tenía aparato, la otra no. _____ apostaba a que sus maestros estaban agradecidos por la distinción. Sus hermanas estaban llenas de picardía y les encantaba jugar el juego de intercambiarse.
Un grito demandante atrajo su atención. Ella levantó el ángel rubio a sus pies y cubrió a su sobrina de tres años con besos.
—Taylor, la Alborotadora —dijo—, ven a conocer a Joe Ryan. Tío Joe para ti, pequeñaja.
Taylor lo miró por encima con la atención cuidadosa que sólo un niño exuda. Joe esperó su juicio con paciencia. Entonces su rostro se rompió en una sonrisa radiante.
—¡Hola, Joe!
Él sonrió de vuelta.
—Hola, Taylor.
—Aprobación otorgada —dijo _____. Instó a Joe otra vez—. Permitirme hacer el resto de las presentaciones. Mis hermanas gemelas, Isabella y Genevieve, ahora son adultas y están fuera de los pañales. —Ignoró el doble gemido y sonrió—. Mi cuñada, Gina, y conoces a mi hermano Lance y a mis padres. Todos, este es Joe Ryan, mi prometido.
Ni siquiera tropezó con la palabra.
Su madre tomó las mejillas de Joe y le dio un sonoro beso.
—Joey, como has crecido. —Abrió sus brazos en señal de bienvenida—. Y eres tan apuesto.
_____ se preguntó si eso era un toque rojo en las mejillas de Joe, luego rechazó la idea.
Se aclaró la garganta.
—Umm, gracias, Sra. McKenzie. Ha pasado mucho tiempo.
Lance le dio un puñetazo amistoso en el hombro.
—Hey, Joe, no te he visto en siglos. Escuché que ahora serás parte de la familia. Felicidades.
—Gracias.
Su padre se acercó y le tendió la mano.
—Llámame Jim —dijo—. Recuerdo que solías torturar a mi niña en muchas ocasiones. Creo que su primera palabrota oficial salió teniéndote en mente.
—Creo que todavía tengo ese efecto —dijo Joe con ironía.
Su padre se echó a reír. Gina escapó del brazo de Lance para darle un gran abrazo.
—Ahora, tal vez, tendré a alguien para igualar las posibilidades por aquí — dijo ella. Sus ojos verdes brillaban—. Puedes conseguir ser superado en número en las reuniones familiares.
_____ se echó a reír.
—Sigue siendo un hombre, Gina. Créeme, va a ponerse del lado de Lance en todo momento.
Lance agarró a su esposa y envolvió sus brazos alrededor de su cintura.
—Las probabilidades están cambiando, nena. Finalmente llegó otro hombre a la casa para batallar contra todos los síndromes premenstruales.
_____ le dio un puñetazo en el brazo. Gina golpeó el otro.
María chasqueó la lengua.
—Lancelot, los hombres no hablan así con damas alrededor.
—¿Qué damas?
María le dio un manotazo en la parte trasera.
—Todo el mundo dentro. Vamos a brindar con champán, comer y luego tomarnos un buen expresso.
—¿Puedo tomar champán?
—¿Yo también?
María sacudió su cabeza a las dos chicas suplicando a sus pies.
—Van tomar una espumosa sidra de manzana. Compré una botella para esta ocasión.
—¡Yo también! ¡Yo también!
_____ sonrió a la niña de ojos brillantes en sus brazos.
—Está bien, chiquitina. Jugo de manzana para ti también.
Puso a su sobrina en el suelo y observó su carrera a la cocina para entrar emocionada. El calor abrazador de su clan se asentó alrededor de ella como una capa difusa, y luchó contra los nervios que saltaban en su vientre.
¿Podría sacar esto adelante? Lanzar un hechizo de amor para conocer a un hombre sin nombre, sin rostro, con el dinero suficiente para rescatar a su familia era una cosa. Joe Ryan en carne y hueso era otra. Si sus padres se enteraran que había hecho un matrimonio negociado para salvar la casa, nunca la perdonarían. Ni a ellos mismos.
Con el flujo constante de gastos médicos por la condición de su corazón, el orgullo de la familia los había llevado a rechazar cualquier ayuda de otros.
Saber que su hija sacrificó su integridad para rescatarlos les rompería el corazón.
Joe la miró con una extraña expresión en el rostro, como si tratara de descifrar algo. Sus dedos estaban apretados como si intentara evitar tocarlo.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
—Estoy bien, entremos.
Ella caminó dentro y trató de no sentirse herida por sus cortantes palabras. Él ya le había advertido que no le gustaban las familias numerosas. No debería tomar sus acciones como algo personal. Ella tensó su barbilla a propósito y lo siguió. Las horas pasaron con abundante lasaña italiana, pan de ajo fresco con queso e hierbas, y una botella de Chianti. En el momento en que se retiró de la sala por un expresso y un Sambuca8, un agradable zumbido tarareaba en su sangre, impulsado por la buena comida y la buena conversación. Miró a Joe cuando él mismo se instaló a su lado en el sofá desgastado de color beige a una distancia prudencial.
La miseria grabada fuera de sus rasgos.
Él escuchó cortésmente, rió en los momentos adecuados, e hizo un perfecto trabajo pareciendo un caballero. Excepto que no la miró a los ojos, se apartó de ella cuando trató de tocarlo y no actuó en absoluto como el enamorado prometido que se suponía iba a ser.
Jim McKenzie tomó un sorbo de su expresso con un comportamiento distraído.
—Así que, Joe, háblame de tu trabajo.
—Papá…
—No, está bien. —Joe giró el rostro a su padre—. Dreamscape es una empresa de arquitectura que diseña edificios en el Hudson Valley, hemos diseñado el restaurante japonés en la parte superior de la montaña en Suffern.
El rostro de su padre se iluminó.
—Maravilloso lugar para comer. A María siempre le encantaron los jardines de allí. —Hizo una pausa—. Así que, ¿qué piensas de las pinturas de _____?
Ella ocultó una mueca de dolor. Oh, Dios, esto estaba mal. Muy mal. Su pintura era un intento fútil de la expresión artística, y la mayoría estuvo de acuerdo en que apestaba. Pintaba más por su propia terapia que por el “¡guau!” de otros. Se maldijo por no dejarlo recogerla en su apartamento en lugar de su librería. Como un consejero alcohólico, Jim se enfocaba en las debilidades, como un buitre entrenado y ahora perfumado de sangre.
Joe mantuvo la sonrisa.
—Son fantásticos. Siempre le he dicho que podría colgarlos en una galería.
Jim cruzó sus brazos.
— Te gustan, ¿eh? ¿Cuál de ellos te gusta más?
—Papá…
—Uno de un paisaje. Definitivamente le hace justicia al panorama.
El pánico coqueteó con su zumbido ligero mientras su padre captaba la tensión entre ellos y se alejó como un depredador. Ella le dio crédito a Joe por intentarlo, pero estaba acabado antes de empezar. El resto de su familia como siempre, observaban como comenzaba el proceso.
—No pinta paisajes.
Las palabras quedaron volando en el aire como un cañonazo.
La sonrisa de Joe nunca vaciló.
—Está intentando hacer paisajes. Cariño, ¿no se lo dijiste?
Ella luchó contra el pánico.
—No, lo siento, papá, no te he puesto al corriente. Ahora estoy pintando paisajes de montañas.
—Odias los paisajes.
—Ya no. —Alcanzó a decir alegremente—. Tengo una nueva apreciación por los paisajes desde que conozco a un arquitecto.
Su comentario sólo provocó un bufido antes de que él continuara.
—Así que, Joe. ¿Fan del béisbol o fútbol?
—Las dos cosas.
—Gran temporada para los Giants, ¿eh? Estoy esperando por otra Super Bowl en Nueva York. Oye, ¿has leído el nuevo poema de _____?
—¿Cuál?
—El de la tormenta.
—Oh, sí. Pensé que era maravilloso.
—Nunca escribió un poema sobre una tormenta. Escribe sobre experiencias en la vida relacionadas con el amor o la pérdida. Nunca ha escrito un poema de la naturaleza, al igual que nunca ha pintado un paisaje.
_____ resopló el resto de su sambuca, ignoró el café expreso, y esperó que el licor la alcanzara hasta el fin de la noche.
—Umm, papá, acabo de escribir uno sobre una tormenta.
—¿En serio? ¿Podrías recitarlo para nosotros? Tu madre y yo no hemos escuchado algunos de tus nuevos trabajos.
Ella tragó.
—Bueno, todavía está en el modo de creación. Lo compartiré absolutamente tan pronto como esté perfeccionado.
—Pero le permitiste a Joe verlo.
El malestar rasgó en sus entrañas, y rezó por escapar. Sus palmas se humedecieron aún más.
—Sí. Bueno, Joe, será mejor que nos vayamos. Ya es tarde y tenemos un montón de planes para la boda que hacer.
Jim puso los codos sobre sus rodillas. El corrillo se detuvo y se lanzó a matar. El resto de la familia miraba esperando la muerte inminente. La mirada comprensiva en el rostro de su hermano le dijo que no pensaba que hubiera una boda por mucho tiempo. Envolvió sus brazos alrededor de la cintura de su esposa como si reviviera su propio horror cuando había anunciado que estaba embarazada y se iban a casar. Taylor estaba ocupado con sus Legos e hizo caso omiso de la crisis.
—Quería preguntarte acerca de la boda —dijo Jim—. La tiene planeada para de aquí a una semana. ¿Por qué no darnos a todos un tiempo para conocer a Joe y darle la bienvenida a la familia? ¿Por qué tanta prisa?
Joe trató de salvarlos a ambos.
—Entiendo, Jim, pero _____ y yo hablamos sobre esto y ninguno de los dos queremos una fiesta por todo lo alto. Hemos decidido que queremos estar juntos y empezar nuestra vida de inmediato.
—Es romántico, papá —se aventuró Izzy.
_____ articuló un agradecimiento, pero estuvo de repente cubierta por ambos flancos.
—Estoy de acuerdo. —María sostenía un limpión entre sus manos mientras permanecía de pie en la puerta de la cocina—. Vamos a disfrutar de la boda. Nos encantaría hacerte una fiesta de compromiso en la que Joe pueda conocer al resto de la familia. Sólo que no hay tiempo para que todo el mundo aparezca el sábado. Todos tus primos se la perderán.
Jim se levantó.
—Entonces, está arreglado. Pospondrán la fecha.
María asintió.
—Excelente idea.
_____ agarró la mano de Joe.
—Cariño, ¿te puedo ver en el dormitorio por un segundo?
—Por supuesto, querida.
Lo arrastró por el pasillo y lo empujó hacia el dormitorio. La puerta osciló parcialmente cerrada.
—Has echado todo a perder —susurró ella con furia—. ¡Te dije que fingieras, pero eres malísimo y ahora mis padres saben que no estamos enamorados!
—¿Qué soy malísimo? Estás actuando como si esta fuera una estúpida obra que hubieras preparado para los vecinos. Esta es la vida real, y estoy haciéndolo lo mejor que puedo.
—Mis obras no son estúpidas. Hemos hecho un montón de dinero en boletos de entrada. Pensé que Annie era excelente.
Él soltó un bufido.
—Ni siquiera sabes cantar y te contrataste a ti misma como Annie.
—Todavía estás molesto porque no te dejaré interpretar a Daddy Warbucks
Se pasó los diez dedos por su cabello e hizo un ruido profundo en su garganta.
—¿Cómo demonios me metiste en estos ridículos asuntos?
—Es mejor que salgas con algo rápido. Dios, ¿no sabes cómo tratar a una novia? Actuaste como si yo fuera una amable desconocida. ¡No es de extrañar que mis padres sospechen!
—Eres una adulta ahora, _____, y él todavía interroga a tus novios. No necesitamos su permiso. Nos casamos el sábado y si a tus padres no les gusta, mala suerte.
—¡Quiero que mi padre me lleve por el pasillo!
—¡No es ni siquiera una boda real!
—¡Es lo mejor que voy a conseguir ahora mismo!
El dolor se filtró por un momento a medida que la verdad de su difícil situación golpeaba con toda su fuerza. Este jamás sería un verdadero matrimonio, y algo se arruinaría para siempre una vez que el anillo de Joe se deslizara en su dedo. Siempre había soñado con el amor eterno, vallas pintadas de blanco, y toneladas de niños. En cambio, consiguió dinero contante y sonante, y un marido que educadamente la toleraba.
Que la condenen si su sacrificio fallaba por su incapacidad a fingir suficiente emoción ante sus padres.
Se puso de puntillas y agarró la parte superior de las mangas de su camiseta. Sus uñas se clavaron en la tela y en su carne.
—Es mejor que arregles esto —dijo entre dientes.
—¿Qué quieres que haga?
Ella parpadeó. Sus labios temblaban mientras soltaba las palabras entre dientes.
—¡Haz algo, maldita sea! Demuéstrale a mi padre que esto será un verdadero matrimonio o…
—¿_____?
El eco de su nombre flotó desde el pasillo hasta la puerta abierta, era la voz suave y preocupada de su madre comprobando si estaban bien.
—Tu madre está viniendo —dijo él.
—Lo sé; probablemente nos oyó discutir. ¡Haz algo!
—¿Qué?
—¡Lo que sea!
—¡Muy bien!
La agarró por la cintura, arrastró su cuerpo contra el suyo, y agachó la cabeza. Sus labios aplastaron los de ella, así como sus manos se envolvieron a su alrededor con fuerza, de modo que estuvieron pegados el uno contra el otro, cadera con cadera, muslo con muslo, pecho con pecho.
La respiración salió de golpe de sus pulmones y se balanceó a medida que sus pies la aplacaban. Esperaba un beso preciso y controlado, para mostrar con tranquilidad a su madre que eran amantes. En su lugar obtuvo uno ardiente, lleno de testosterona y de pura energía sexual.
Obtuvo unos labios cálidos fundidos sobre los suyos. Sus dientes mordisquearon. Su lengua se enterró en su interior y se lanzó entrando y saliendo con absoluto dominio, doblándole la espalda sobre su brazo para tomar hasta la última gota de su voluntad.
Ella aguantó y se lo dio todo de vuelta. Voraz por su tacto, se emborrachó bajo su olor almizclado y su sabor, se deleitó bajo la dura longitud de su cuerpo a medida que un calor animal se elevaba entre ellos y los empujaba al límite.
Gimió profundamente en su garganta. Él deslizó sus dedos por su cabello para sostener quieta su cabeza mientras continuaba su sensual invasión.
Sus senos de pronto se sentían pesados y llenos, y un calor líquido se encendió entre sus muslos.
—_____, yo... ¡oh!
Joe separó su boca de la suya. Aturdida, _____ miró su rostro en busca de algún signo de emoción, pero él estaba mirando a su madre.
—Lo siento, María. —Su sonrisa era torcida y totalmente masculina.
María se rió y miró a su hija, aún acunada entre los fuertes brazos.
—Perdón por interrumpir. Ven con nosotros cuando estén listos.
_____ escuchó los pasos alejándose. Lentamente, la mirada de Joe bajó hasta ella.
Se estremeció. Esperaba ver una niebla de pasión. En vez de eso, los ojos castaños estaban alertas. Su rostro parecía tranquilo. Si no fuera por la dura longitud presionándose contra su muslo, _____ pensaría que el beso no le había afectado. Se sintió arrastrada hacia otro tiempo y otro lugar, algún lugar profundo en el bosque, donde sus pensamientos fueron hablados libremente y su confianza destrozada. Aquel primer roce de esos labios sobre los suyos, el olor a colonia de muchacho en su nariz, el toque apacible de sus dedos en sus caderas mientras la sostenía.
Un gélido temor se deslizó por su espalda. Si se reía de ella otra vez, cancelaría todo el asunto. Si él se reía…
Sus brazos la soltaron, entonces retrocedió. El silencio se encrespó entre ellos como una pesada ola ganando velocidad y preparándose para arremeter.
—Creo que resolvimos nuestro problema —dijo.
Ella no respondió.
—¿No era esto lo que querías?
Elevó su mentón y ocultó cada una de las complicadas emociones que se retorcían como serpientes en su estómago.
—Supongo que sí.
Él se detuvo, entonces se estiró hacia ella.
—Será mejor que presentemos un frente unido.
Cinco dedos se cerraron alrededor de los suyos con una elegante fuerza que hizo que sus ojos se humedecieran. Luchó contra esto y decidió que probablemente estuviera en modo síndrome premenstrual. No había ninguna otra razón por la cual un beso de Joe Ryan pudiera darle tanto placer, y sin embargo lastimarla tan profundamente.
—¿Estás bien?
Ella apretó los dientes y sonrió tan brillantemente que podría haberse escapado de un anuncio de pasta dental.
—Por supuesto. A propósito, brillante idea.
—Gracias.
—Sólo no te quedes frío como un cadáver otra vez ahí afuera. Imagina que soy Gabriella.
—Jamás podría confundirte con Gabriella.
La cortante observación le dolió, pero se negó a mostrar debilidad.
—Estoy segura de que tienes razón. Pero tú tampoco eres ninguna fantasía para mí, Chico Guapo.
—No me refería a…
—Olvídalo. —Lo dirigió nuevamente hacia la sala—. Perdón por la interrupción, chicos. Creo que deberíamos irnos, se hace tarde.
Todos se acercaron para despedirse. María besó su mejilla y le guiñó un ojo en señal de aprobación.
—Puede que no me guste tanta prisa —le susurró—, pero ya eres una mujer adulta. Ignora a tu padre y haz lo que te diga tu corazón.
Su garganta se sintió apretada al oírlo.
—Gracias, mamá. Tenemos mucho que hacer esta semana.
—No te preocupes, cariño.
Estaban casi en la puerta cuando Jim hizo un último intento.
—_____, lo menos que podrías hacer es aplazar la boda unas semanas, por la familia. Joe, estoy seguro de que estás de acuerdo…
Joe apoyó una mano en el hombro de su padre. La otra sujetaba firmemente a su prometida.
—Entiendo por qué quiere que esperemos, Jim. Pero, verá, estoy locamente enamorado de su hija, y me casaré con ella el sábado. Realmente deseamos su bendición.
Todos se quedaron en silencio. Incluso Taylor dejó su balbucear para observar la escena ante ella. _____ esperó la inevitable explosión.
Jim asintió.
—De acuerdo. ¿Puedo hablar a solas contigo un momento?
—Papá…
—Sólo un minuto.
Joe siguió a Jim hasta la cocina.
_____ contuvo su preocupación mientras hablaba con Izzy y Gen acerca de los vestidos para las damas de honor. Vio la seria expresión de Joe mientras escuchaba a su padre. Después de unos minutos, ambos se saludaron, y Jim lucía derrotado cuando le dio un beso de despedida.
Se despidieron de todos y subieron al coche.
—¿Qué quería mi padre?
Joe condujo a través de la entrada a la casa y se concentró en el camino por delante.
—Estaba preocupado acerca de quién pagaría la boda.
La culpa la asaltó en olas masivas. Había olvidado completamente los gastos de la boda. Por supuesto, su padre probablemente asumió que él pagaría, aunque los tiempos hayan cambiado. De pronto su frente se sintió sudorosa.
—¿Qué le dijiste?
Joe la miró.
—Me negué a permitir que pague, y le dije que si hubiera hecho lo que él quería y pospusiera la boda un año, aceptaría su dinero. Pero como apresurar la boda fue decisión nuestra, insistí en pagarla yo. Entonces hicimos un trato. Él pagará su esmoquin y el de tu hermano. Yo pagaré los vestidos de todas las chicas, incluyendo el tuyo, y el resto de la boda.
Dejó salir el aliento rápidamente y estudió su perfil en el destello de los faros de la calle. Su rostro no mostraba expresión, pero su gesto le llegó al corazón.
—Gracias —susurró.
Él se estremeció, como si esa palabra lo hubiera golpeado.
—No es necesario. Jamás lastimaría a tus padres. Nadie tiene el dinero suficiente como para pagar por una boda en una semana. Y entiendo el orgullo familiar. Nunca los privaría de eso.
_____ contuvo las emociones mientras viajaban en silencio. Miró fijamente a través de su ventana a la oscuridad. Su oferta sugería una verdadera relación entre ellos, y hacía que deseara más. Ella debería haber presentado a su familia un amor verdadero, no una falsificación. Las mentiras de esa noche se presionaron contra ella mientras se daba cuenta de que había hecho un trato con el diablo por dinero. Dinero necesario para salvar a su familia. Pero aun así, simple dinero.
La grave voz rompió el silencio y sus cavilaciones.
—Pareces trastornada por nuestra pequeña treta de esta noche.
—Odio mentirle a mi familia.
—¿Entonces por qué lo haces?
Un incómodo silencio se asentó entre ellos.
Joe continuó:
—¿Qué tanto quieres este dinero? No pareces demasiado entusiasmada con la idea de casarte conmigo. Estás mintiéndole a tu familia y celebrando una boda falsa. ¿Todo esto para expandir tu negocio? Podrías conseguir un préstamo bancario como hace la mayoría de los negocios. Hay algo que no cuadra.
Las palabras comenzaron a elevarse, y ella casi le dijo la verdad. La enfermedad de su padre poco después de su regreso. La falta de seguro médico para pagar las estrambóticas cuentas. La lucha de su hermano para ir a la facultad de medicina mientras mantenía a una nueva familia.
Las interminables llamadas de recaudadores hasta que su madre no tuvo más opción que vender su casa, ya muy hipotecada.
Y el peso de la responsabilidad y la impotencia que _____ cargaba sobre sus hombros.
—Necesito el dinero —dijo simplemente.
—¿Lo necesitas? ¿O lo quieres?
Cerró los ojos ante la provocación. Él quería creer que ella era egoísta y superficial. En ese momento se dio cuenta de que necesitaba todas las defensas contra este hombre. Su beso había quebrantado todas las ilusiones de neutralidad entre ellos. Esos labios sobre los suyos la habían estremecido hasta el fondo de su alma, al igual que aquella primera vez en el bosque. Joseph Ryan rompía sus muros y la dejaba vulnerable. Luego de una semana de convivencia, ella estaría comiendo de su mano.
_____ no tenía otra opción. Tenía que cultivar su odio hacia ella. Si él creía que tenía mal carácter, la dejaría sola, y entonces podría regresar con su orgullo intacto y su familia unida. Se negaba a fomentar su compasión o aceptar su caridad. Si le decía la verdad acerca de su familia, el resto de sus defensas se rompería. Incluso podría intentar darle el dinero libremente, y entonces ella estaría para siempre en deuda con él.
La idea de que la viera en el papel de mártir para salvar a Tara la llenaba de humillación. No, sería mejor si pensara en ella como una insensible mujer de negocios. Por lo menos así la resentiría y mantendría su distancia. Sólo el estar cerca de él la encendía como un cohete, y se condenaría a sí misma antes de tomar el segundo lugar detrás de su preciosa Gabriella.
Ella trataría con el diablo bajo sus propios términos.
_____ recurrió a su reserva interior y desplegó la segunda fase de mentiras de esa noche.
—¿Realmente quieres saber la verdad?
—Sí. Quiero saberlo.
—Tú creciste rodeado de dinero, Chico Guapo. El dinero apacigua mucho la desdicha y el estrés. Estoy harta de luchar como mi madre. No quiero esperar otros cinco años antes de poder expandir mi librería. No quiero tener que lidiar con los intereses de los bancos y las deudas. Utilizaré el dinero para construir una cafetería en BookCrazy y convertirla en un éxito.
—¿Y si eso falla? Volverás justo donde empezaste.
—El valor de la propiedad está en alza, así que siempre puedo venderla. Y pondré el exceso en una sólida cartera financiera. Podré adquirir una pequeña casa y estar segura para el momento en que nuestro matrimonio se disuelva.
—¿Por qué no pides 200.000 dólares? ¿O incluso más? ¿Por qué no me exprimes cada centavo?
Se encogió de hombros.
—Supuse que ciento cincuenta serían suficientes para darme todo lo que quiero. Si hubiera pensado que me darías más dinero, lo habría pedido. Después de todo, quitando el tener que lidiar con mi familia, es un trato bastante fácil. Sólo tengo que aguantarte a ti.
—Supongo que eres más lógica de lo que yo pensaba.
La declaración debería haber sido un cumplido. La humillación la quemaba, pero supo que había obtenido la distancia que tan desesperadamente necesitaba. Por supuesto, el precio era su carácter.
Pero se recordó a sí misma el objetivo y se mantuvo en silencio.
Cuando el coche se detuvo en el edificio de su apartamento, abrió la puerta y tomó su bolso.
—Te invitaría a subir, pero creo que nos veremos lo suficiente durante el próximo año.
Él asintió.
—Buenas noches. Estaré en contacto. Tendré a los encargados de la mudanza preparados para cuando estés lista. Haz lo que quieras con la boda, sólo dime dónde y cuándo debo aparecer.
—De acuerdo. Adiós.
—Adiós.
_____ entró a su apartamento, cerró la puerta, y se deslizó con la espalda sobre la madera hasta que su trasero golpeó el piso.
Entonces lloró.
Joe la observó entrar a su apartamento y esperó a que la luz se encendiera. El bajo ronroneo del BMW era el único sonido que rompía el silencio.
Su enfado por que lo admitiera todo descaradamente le molestaba. ¿Por qué le importaba que ella sólo quisiera el dinero? Era el motivo perfecto para conseguir que ambos pasaran el próximo año sin inconvenientes.
Debía mantener la distancia. Sus padres causaron que un peligroso anhelo despertara en su interior. Aplastó rápidamente la emoción, pero la idea de aún mantener algún enfermo rayo de esperanza por una familia normal lo fastidiaba.
Quizá era la forma en que ella había lucido esta noche. Había recogido su cabello, y unos pocos y testarudos rizos negros escapaban de las horquillas para caer a través de sus mejillas y cuello. La piel parecía tibia al toque, ligeramente sonrosada por el placer de estar rodeada de su familia. Ella sonreía tan fácilmente, sus labios se veían llenos y relajados.
Él había querido sujetarla y probar el sabor detrás de esos carnosos labios rubíes. Quería introducir su lengua profundamente y tentarla a jugar. El suave material de sus jeans presumía las curvas de su trasero y el vaivén de sus caderas. La camisa a botones rosa vibrante lucía lo suficientemente conservadora, hasta que ella se inclinó hacia delante y Joe vislumbró el pálido encaje rosa abrazando sus senos.
Esa imagen se grabó a fuego en su mente y causó estragos en su concentración. Había pasado la mayor parte de la noche intentando lograr que se agachara para darle otra mirada furtiva. Como si fuera un adolescente lujurioso.
La luz del apartamento se encendió, y él aceleró hacia el camino. Su temperamento lo mordía como un pit bull hambriento. Ella lo molestaba profundamente. Al igual que su familia. Recordaba lo adorable que era su madre. Recordaba la culpa de haber deseado que su propia madre desapareciera y lo dejara con María McKenzie. Recordaba el viejo dolor de estar fuera de control en un mundo que no fue hecho para que un niño esté solo. Le hacía recordar cosas que había prometido nunca desenterrar.
Matrimonio. Niños. Conexiones que causaban un dolor que nadie merecía.
Había erigido fuertes muros para que _____ no hallara ningún momento de debilidad. Si sospechaba que la deseaba de cualquier manera, las reglas cambiarían. Él no pretendía que esta sirena de mujer tuviera ningún poder sobre él.
Hasta ese beso.
Joe murmuró una larga maldición. Recordaba cómo su aliento se aceleró y sus ojos se abrieron ampliamente. Esa maldita camisa finalmente se abrió lo suficiente para que pudiera divisar la tersa piel encerrada en encaje rosa. Había estado listo para apartarla, hasta que ella lo sostuvo al oír la llamada de su madre. No era su culpa el haber cedido ante el instinto para salvar su engaño.
Hasta que su caliente y húmeda boca se abrió contra la suya. Hasta que su dulce sabor inundó sus sentidos, y los desesperantes aromas a vainilla y especias lo hicieron querer aullarle a la luna. Finalmente había averiguado que ella encaraba el sexo de la misma manera en que encaraba la ira: sin reservas, sin restricciones. Demandante.
Apasionadamente.
Él estaba bien jodido. Y no de una buena manera. Pero ella nunca lo sabría. Se había asegurado de ocultar su rostro tras una máscara de indiferencia, aunque su maldita erección lo delatara como un mentiroso. No importaba.
Joe se negaba a romper las reglas. _____ era una mujer que vivía en la luz y que jamás sería feliz con el trato que él mismo se había hecho cuando era un niño.
Un año era suficiente.
Sólo esperaba resurgir de él en una sola pieza.
Capítulo 3
_____ se retorció en su asiento, mientras el silencio en el negro BMW se extendía entre ellos. Su futuro marido parecía incómodo y eligió concentrar su energía en el reproductor de MP3. Trató de no contraerse cuando finalmente puso una de Mozart. Él de verdad disfrutaba de la música sin palabras. Casi se estremeció de nuevo cuando pensó en compartir la misma residencia que él.
Por. Un. Año. Entero.
—¿Tienes algo de los Black Eyed Peas5?
Parecía desconcertado por la pregunta.
—¿Para comer?
Ella contuvo un gemido.
—Incluso me conformo con algunos de los viejos clásicos. Sinatra, Bennett, Martin…
Él siguió en silencio.
—¿Eagles? ¿Beatles? Sólo grita si alguno de estos nombres te es familiar.
Sus hombros se pusieron rígidos.
—Sé quiénes son. ¿Preferirías a Beethoven?
—Olvídalo.
Volvieron de nuevo al silencio con un piano de fondo. _____ sabía que ambos estaban más nerviosos a medida que la distancia a la casa de sus padres se acortaba. Jugar a la pareja de enamorados no sería fácil, cuando ni siquiera podían mantener una conversación de dos minutos. Ella decidió intentarlo de nuevo.
—Maggie dice que tienes un pez.
Esa observación la premió con una mirada escalofriante.
—Sí.
—¿Cuál es su nombre?
—Pez.
Ella parpadeó.
—¿Ni siquiera le diste un nombre?
—¿Cometí un crimen?
—¿No sabes que los animales tienen sentimientos, al igual que las personas?
—No me gustan los animales —dijo.
—¿Por qué? ¿Te dan miedo?
—Por supuesto que no.
—Tenías miedo de que pudiéramos encontrar una serpiente en los bosques. ¿Recuerdas cómo no te acercaste, y te inventaste alguna excusa para irte?
El aire en el auto pareció bajar unos grados.
—No tenía miedo, simplemente no me importaba. Te dije que no me gustan los animales.
Ella dio un bufido, y luego se acomodó en silencio. Puso una cruz a otra cualidad de su lista. La Madre Tierra asqueaba. _____ decidió no hablarle a su futuro marido sobre el refugio humanitario de animales. Cuando tenían exceso de reservas, siempre acogía animales extra en su casa hasta que había espacio de nuevo.
Algo le dijo que a Joe le daría un ataque. Si alguna vez le superaba la suficiente emoción como para que perdiese el control.
La posibilidad le intrigaba.
—¿Por qué estas sonriendo? —le preguntó.
—Nada. ¿Recuerdas todo lo que hablamos?
Dio un suspiro de sufrimiento.
—Sí. Repasamos a todos los miembros de tu familia detalladamente. Sé sus nombres y antecedentes generales. Por el amor de Dios, _____, solía jugar en tu casa cuando éramos más jóvenes.
Ella resopló.
—Tú sólo querías las galletas con chispas de chocolate de mi madre. Y te encantaba torturarnos a tu hermana y a mí. Además, eso fue hace años. No has tenido nada que ver con ellos en la última década. —Se esforzó de nuevo para morder la amargura, pero la facilidad con la que Joe había derramado su pasado sin mirar atrás la dejó un poco molesta—. Hablando de eso, nunca mencionas a tus padres. ¿Has visto a tu padre últimamente?
Se preguntó si sería posible quemarse por el frío que él emanaba.
—No.
Se quedó esperando por más, pero no obtuvo respuesta.
—¿Qué tal tu madre? ¿Se volvió a casar?
—No. No quiero hablar de mis padres. No tiene sentido.
—Maravilloso. ¿Qué se supone que le diremos a mi familia sobre eso? Preguntarán.
Sus palabras estaban fragmentadas.
—Diles que mi padre está descansando en México y que mi madre está fuera, en algún lugar con su nuevo novio. Diles lo que quieras. No estarán en la boda, de todos modos.
Ella abrió su boca pero su mirada de advertencia le dijo que la conversación había terminado. Genial. Simplemente adoraba su charlatanería.
_____ apuntó hacia la señal de la siguiente calle.
—Aquí está el desvío hacia la casa de mis padres.
Joe se detuvo en el camino de entrada y apagó el motor. Ambos estudiaron la Victoriana casa blanca. Incluso desde el exterior, la estructura irradiaba una amable calidez desde cada pilar blanco clásico hasta el envolvente porche agraciado. Sauces llorones rodeaban los bordes del césped, inclinados, casi como una protección. Grandes ventanales con postigos verdes salpicaban el frente. La oscuridad ahora cubría con un velo los síntomas de abandono debido a las dificultades financieras. Esto ocultó la pintura blanca descascarada en las columnas, el paso de grietas en la parte superior del patio y el techo desgastado. Ella dio un profundo suspiro mientras el hogar de su infancia se hundía a su alrededor como una manta reconfortante.
—¿Estamos listos? —preguntó él.
Ella le echó una mirada. Su rostro estaba cerrado, sus ojos distantes. Él lucía moderno y casual en sus Dockers khaki6, camiseta blanca Calvin Klein, y náuticos de cuero. Su cabello decolorado por el sol estaba domesticado perfectamente, a excepción de un rizo obstinado sobre su frente. Su pecho llenaba la camisa muy bien. Un poco demasiado bien para su gusto. Obviamente, levantaba pesas. Se preguntó si él tendría el estómago como una tableta de chocolate, pero el pensamiento hizo cosas malas en su propia barriga, por lo que rechazó la idea y se concentró en su problema inmediato.
—Parece que hubieras pisado una mierda de perro.
Su expresión neutral resbaló. La comisura de su boca respingó una pulgada.
—Hmmm, Maggie dijo que escribías poesía.
—Se supone que debemos estar locamente enamorados. Si sospechan que es de otra manera, no puedo casarme contigo, y mi madre haría de mi vida un infierno. Así que haz una buena actuación. Oh, y no tengas miedo de tocarme. Te prometo que no tengo piojos.
—No tengo miedo a…
Su aliento silbó mientras ella se acercó y apartó el rizo errante fuera de sus ojos. La sensación sedosa de su cabello mientras se deslizaba entre sus dedos le agradó. La expresión de asombro en su rostro la tentó a continuar la caricia, deslizando el dorso de su mano por su mejilla con un movimiento lento. Su piel se sentía, a la vez, suave y áspera al tacto.
—¿Ves? No es gran cosa.
Sus labios se apretaron con lo que ella pensaba que era enfado.
Obviamente, Joe Ryan no la miraba como una mujer adulta, más bien como a un ser humano asexual. Como una ameba.
Ella abrió la puerta y cortó su respuesta.
—Hora del espectáculo.
Él murmuró algo entre dientes y la siguió.
No tenían que preocuparse de tocar el timbre. Su familia salió por la puerta uno por uno, hasta el porche delantero desbordado con sus chillonas hermanas y dos varones evaluadores. _____ había llamado con anticipación para avisar de su compromiso. Había venido con la historia de haber estado viendo a Joe a escondidas, haber tenido un romance relámpago y un compromiso impulsivo. Exageró su pasado para que sus padres creyeran que habían estado en contacto a través de los años como amigos.
Joe trató de acurrucarse, pero sus hermanas se negaron a consentirlo. Isabella y Genevieve se lanzaron en sus brazos por un gran abrazo, charlando a la vez.
—¡Felicidades!
—¡Bienvenido a la familia!
—Izzy, te dije que él resultaría ser maravilloso. Que alucinante es esto, ¿no? ¡Amigos de la infancia y ahora marido y mujer!
—¿Ya tienen fecha para la boda?
—¿Puedo estar en la fiesta nupcial?
Parecía como si Joe estuviera a punto de saltar por encima de la entrada y escaparse.
_____ se derrumbó en una carcajada. Aisló a sus hermanas gemelas más jóvenes, empujándolas hacia ella para un abrazo.
—Dejen de asustarlo, chicas. Finalmente conseguí un novio. No arruinen esto por mí.
Se rieron. Una doble visión de dos chicas de dieciséis años, con cabello chocolate, ojos marinos, y largas piernas delgadas estaba ante ella. Una tenía aparato, la otra no. _____ apostaba a que sus maestros estaban agradecidos por la distinción. Sus hermanas estaban llenas de picardía y les encantaba jugar el juego de intercambiarse.
Un grito demandante atrajo su atención. Ella levantó el ángel rubio a sus pies y cubrió a su sobrina de tres años con besos.
—Taylor, la Alborotadora —dijo—, ven a conocer a Joe Ryan. Tío Joe para ti, pequeñaja.
Taylor lo miró por encima con la atención cuidadosa que sólo un niño exuda. Joe esperó su juicio con paciencia. Entonces su rostro se rompió en una sonrisa radiante.
—¡Hola, Joe!
Él sonrió de vuelta.
—Hola, Taylor.
—Aprobación otorgada —dijo _____. Instó a Joe otra vez—. Permitirme hacer el resto de las presentaciones. Mis hermanas gemelas, Isabella y Genevieve, ahora son adultas y están fuera de los pañales. —Ignoró el doble gemido y sonrió—. Mi cuñada, Gina, y conoces a mi hermano Lance y a mis padres. Todos, este es Joe Ryan, mi prometido.
Ni siquiera tropezó con la palabra.
Su madre tomó las mejillas de Joe y le dio un sonoro beso.
—Joey, como has crecido. —Abrió sus brazos en señal de bienvenida—. Y eres tan apuesto.
_____ se preguntó si eso era un toque rojo en las mejillas de Joe, luego rechazó la idea.
Se aclaró la garganta.
—Umm, gracias, Sra. McKenzie. Ha pasado mucho tiempo.
Lance le dio un puñetazo amistoso en el hombro.
—Hey, Joe, no te he visto en siglos. Escuché que ahora serás parte de la familia. Felicidades.
—Gracias.
Su padre se acercó y le tendió la mano.
—Llámame Jim —dijo—. Recuerdo que solías torturar a mi niña en muchas ocasiones. Creo que su primera palabrota oficial salió teniéndote en mente.
—Creo que todavía tengo ese efecto —dijo Joe con ironía.
Su padre se echó a reír. Gina escapó del brazo de Lance para darle un gran abrazo.
—Ahora, tal vez, tendré a alguien para igualar las posibilidades por aquí — dijo ella. Sus ojos verdes brillaban—. Puedes conseguir ser superado en número en las reuniones familiares.
_____ se echó a reír.
—Sigue siendo un hombre, Gina. Créeme, va a ponerse del lado de Lance en todo momento.
Lance agarró a su esposa y envolvió sus brazos alrededor de su cintura.
—Las probabilidades están cambiando, nena. Finalmente llegó otro hombre a la casa para batallar contra todos los síndromes premenstruales.
_____ le dio un puñetazo en el brazo. Gina golpeó el otro.
María chasqueó la lengua.
—Lancelot, los hombres no hablan así con damas alrededor.
—¿Qué damas?
María le dio un manotazo en la parte trasera.
—Todo el mundo dentro. Vamos a brindar con champán, comer y luego tomarnos un buen expresso.
—¿Puedo tomar champán?
—¿Yo también?
María sacudió su cabeza a las dos chicas suplicando a sus pies.
—Van tomar una espumosa sidra de manzana. Compré una botella para esta ocasión.
—¡Yo también! ¡Yo también!
_____ sonrió a la niña de ojos brillantes en sus brazos.
—Está bien, chiquitina. Jugo de manzana para ti también.
Puso a su sobrina en el suelo y observó su carrera a la cocina para entrar emocionada. El calor abrazador de su clan se asentó alrededor de ella como una capa difusa, y luchó contra los nervios que saltaban en su vientre.
¿Podría sacar esto adelante? Lanzar un hechizo de amor para conocer a un hombre sin nombre, sin rostro, con el dinero suficiente para rescatar a su familia era una cosa. Joe Ryan en carne y hueso era otra. Si sus padres se enteraran que había hecho un matrimonio negociado para salvar la casa, nunca la perdonarían. Ni a ellos mismos.
Con el flujo constante de gastos médicos por la condición de su corazón, el orgullo de la familia los había llevado a rechazar cualquier ayuda de otros.
Saber que su hija sacrificó su integridad para rescatarlos les rompería el corazón.
Joe la miró con una extraña expresión en el rostro, como si tratara de descifrar algo. Sus dedos estaban apretados como si intentara evitar tocarlo.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
—Estoy bien, entremos.
Ella caminó dentro y trató de no sentirse herida por sus cortantes palabras. Él ya le había advertido que no le gustaban las familias numerosas. No debería tomar sus acciones como algo personal. Ella tensó su barbilla a propósito y lo siguió. Las horas pasaron con abundante lasaña italiana, pan de ajo fresco con queso e hierbas, y una botella de Chianti. En el momento en que se retiró de la sala por un expresso y un Sambuca8, un agradable zumbido tarareaba en su sangre, impulsado por la buena comida y la buena conversación. Miró a Joe cuando él mismo se instaló a su lado en el sofá desgastado de color beige a una distancia prudencial.
La miseria grabada fuera de sus rasgos.
Él escuchó cortésmente, rió en los momentos adecuados, e hizo un perfecto trabajo pareciendo un caballero. Excepto que no la miró a los ojos, se apartó de ella cuando trató de tocarlo y no actuó en absoluto como el enamorado prometido que se suponía iba a ser.
Jim McKenzie tomó un sorbo de su expresso con un comportamiento distraído.
—Así que, Joe, háblame de tu trabajo.
—Papá…
—No, está bien. —Joe giró el rostro a su padre—. Dreamscape es una empresa de arquitectura que diseña edificios en el Hudson Valley, hemos diseñado el restaurante japonés en la parte superior de la montaña en Suffern.
El rostro de su padre se iluminó.
—Maravilloso lugar para comer. A María siempre le encantaron los jardines de allí. —Hizo una pausa—. Así que, ¿qué piensas de las pinturas de _____?
Ella ocultó una mueca de dolor. Oh, Dios, esto estaba mal. Muy mal. Su pintura era un intento fútil de la expresión artística, y la mayoría estuvo de acuerdo en que apestaba. Pintaba más por su propia terapia que por el “¡guau!” de otros. Se maldijo por no dejarlo recogerla en su apartamento en lugar de su librería. Como un consejero alcohólico, Jim se enfocaba en las debilidades, como un buitre entrenado y ahora perfumado de sangre.
Joe mantuvo la sonrisa.
—Son fantásticos. Siempre le he dicho que podría colgarlos en una galería.
Jim cruzó sus brazos.
— Te gustan, ¿eh? ¿Cuál de ellos te gusta más?
—Papá…
—Uno de un paisaje. Definitivamente le hace justicia al panorama.
El pánico coqueteó con su zumbido ligero mientras su padre captaba la tensión entre ellos y se alejó como un depredador. Ella le dio crédito a Joe por intentarlo, pero estaba acabado antes de empezar. El resto de su familia como siempre, observaban como comenzaba el proceso.
—No pinta paisajes.
Las palabras quedaron volando en el aire como un cañonazo.
La sonrisa de Joe nunca vaciló.
—Está intentando hacer paisajes. Cariño, ¿no se lo dijiste?
Ella luchó contra el pánico.
—No, lo siento, papá, no te he puesto al corriente. Ahora estoy pintando paisajes de montañas.
—Odias los paisajes.
—Ya no. —Alcanzó a decir alegremente—. Tengo una nueva apreciación por los paisajes desde que conozco a un arquitecto.
Su comentario sólo provocó un bufido antes de que él continuara.
—Así que, Joe. ¿Fan del béisbol o fútbol?
—Las dos cosas.
—Gran temporada para los Giants, ¿eh? Estoy esperando por otra Super Bowl en Nueva York. Oye, ¿has leído el nuevo poema de _____?
—¿Cuál?
—El de la tormenta.
—Oh, sí. Pensé que era maravilloso.
—Nunca escribió un poema sobre una tormenta. Escribe sobre experiencias en la vida relacionadas con el amor o la pérdida. Nunca ha escrito un poema de la naturaleza, al igual que nunca ha pintado un paisaje.
_____ resopló el resto de su sambuca, ignoró el café expreso, y esperó que el licor la alcanzara hasta el fin de la noche.
—Umm, papá, acabo de escribir uno sobre una tormenta.
—¿En serio? ¿Podrías recitarlo para nosotros? Tu madre y yo no hemos escuchado algunos de tus nuevos trabajos.
Ella tragó.
—Bueno, todavía está en el modo de creación. Lo compartiré absolutamente tan pronto como esté perfeccionado.
—Pero le permitiste a Joe verlo.
El malestar rasgó en sus entrañas, y rezó por escapar. Sus palmas se humedecieron aún más.
—Sí. Bueno, Joe, será mejor que nos vayamos. Ya es tarde y tenemos un montón de planes para la boda que hacer.
Jim puso los codos sobre sus rodillas. El corrillo se detuvo y se lanzó a matar. El resto de la familia miraba esperando la muerte inminente. La mirada comprensiva en el rostro de su hermano le dijo que no pensaba que hubiera una boda por mucho tiempo. Envolvió sus brazos alrededor de la cintura de su esposa como si reviviera su propio horror cuando había anunciado que estaba embarazada y se iban a casar. Taylor estaba ocupado con sus Legos e hizo caso omiso de la crisis.
—Quería preguntarte acerca de la boda —dijo Jim—. La tiene planeada para de aquí a una semana. ¿Por qué no darnos a todos un tiempo para conocer a Joe y darle la bienvenida a la familia? ¿Por qué tanta prisa?
Joe trató de salvarlos a ambos.
—Entiendo, Jim, pero _____ y yo hablamos sobre esto y ninguno de los dos queremos una fiesta por todo lo alto. Hemos decidido que queremos estar juntos y empezar nuestra vida de inmediato.
—Es romántico, papá —se aventuró Izzy.
_____ articuló un agradecimiento, pero estuvo de repente cubierta por ambos flancos.
—Estoy de acuerdo. —María sostenía un limpión entre sus manos mientras permanecía de pie en la puerta de la cocina—. Vamos a disfrutar de la boda. Nos encantaría hacerte una fiesta de compromiso en la que Joe pueda conocer al resto de la familia. Sólo que no hay tiempo para que todo el mundo aparezca el sábado. Todos tus primos se la perderán.
Jim se levantó.
—Entonces, está arreglado. Pospondrán la fecha.
María asintió.
—Excelente idea.
_____ agarró la mano de Joe.
—Cariño, ¿te puedo ver en el dormitorio por un segundo?
—Por supuesto, querida.
Lo arrastró por el pasillo y lo empujó hacia el dormitorio. La puerta osciló parcialmente cerrada.
—Has echado todo a perder —susurró ella con furia—. ¡Te dije que fingieras, pero eres malísimo y ahora mis padres saben que no estamos enamorados!
—¿Qué soy malísimo? Estás actuando como si esta fuera una estúpida obra que hubieras preparado para los vecinos. Esta es la vida real, y estoy haciéndolo lo mejor que puedo.
—Mis obras no son estúpidas. Hemos hecho un montón de dinero en boletos de entrada. Pensé que Annie era excelente.
Él soltó un bufido.
—Ni siquiera sabes cantar y te contrataste a ti misma como Annie.
—Todavía estás molesto porque no te dejaré interpretar a Daddy Warbucks
Se pasó los diez dedos por su cabello e hizo un ruido profundo en su garganta.
—¿Cómo demonios me metiste en estos ridículos asuntos?
—Es mejor que salgas con algo rápido. Dios, ¿no sabes cómo tratar a una novia? Actuaste como si yo fuera una amable desconocida. ¡No es de extrañar que mis padres sospechen!
—Eres una adulta ahora, _____, y él todavía interroga a tus novios. No necesitamos su permiso. Nos casamos el sábado y si a tus padres no les gusta, mala suerte.
—¡Quiero que mi padre me lleve por el pasillo!
—¡No es ni siquiera una boda real!
—¡Es lo mejor que voy a conseguir ahora mismo!
El dolor se filtró por un momento a medida que la verdad de su difícil situación golpeaba con toda su fuerza. Este jamás sería un verdadero matrimonio, y algo se arruinaría para siempre una vez que el anillo de Joe se deslizara en su dedo. Siempre había soñado con el amor eterno, vallas pintadas de blanco, y toneladas de niños. En cambio, consiguió dinero contante y sonante, y un marido que educadamente la toleraba.
Que la condenen si su sacrificio fallaba por su incapacidad a fingir suficiente emoción ante sus padres.
Se puso de puntillas y agarró la parte superior de las mangas de su camiseta. Sus uñas se clavaron en la tela y en su carne.
—Es mejor que arregles esto —dijo entre dientes.
—¿Qué quieres que haga?
Ella parpadeó. Sus labios temblaban mientras soltaba las palabras entre dientes.
—¡Haz algo, maldita sea! Demuéstrale a mi padre que esto será un verdadero matrimonio o…
—¿_____?
El eco de su nombre flotó desde el pasillo hasta la puerta abierta, era la voz suave y preocupada de su madre comprobando si estaban bien.
—Tu madre está viniendo —dijo él.
—Lo sé; probablemente nos oyó discutir. ¡Haz algo!
—¿Qué?
—¡Lo que sea!
—¡Muy bien!
La agarró por la cintura, arrastró su cuerpo contra el suyo, y agachó la cabeza. Sus labios aplastaron los de ella, así como sus manos se envolvieron a su alrededor con fuerza, de modo que estuvieron pegados el uno contra el otro, cadera con cadera, muslo con muslo, pecho con pecho.
La respiración salió de golpe de sus pulmones y se balanceó a medida que sus pies la aplacaban. Esperaba un beso preciso y controlado, para mostrar con tranquilidad a su madre que eran amantes. En su lugar obtuvo uno ardiente, lleno de testosterona y de pura energía sexual.
Obtuvo unos labios cálidos fundidos sobre los suyos. Sus dientes mordisquearon. Su lengua se enterró en su interior y se lanzó entrando y saliendo con absoluto dominio, doblándole la espalda sobre su brazo para tomar hasta la última gota de su voluntad.
Ella aguantó y se lo dio todo de vuelta. Voraz por su tacto, se emborrachó bajo su olor almizclado y su sabor, se deleitó bajo la dura longitud de su cuerpo a medida que un calor animal se elevaba entre ellos y los empujaba al límite.
Gimió profundamente en su garganta. Él deslizó sus dedos por su cabello para sostener quieta su cabeza mientras continuaba su sensual invasión.
Sus senos de pronto se sentían pesados y llenos, y un calor líquido se encendió entre sus muslos.
—_____, yo... ¡oh!
Joe separó su boca de la suya. Aturdida, _____ miró su rostro en busca de algún signo de emoción, pero él estaba mirando a su madre.
—Lo siento, María. —Su sonrisa era torcida y totalmente masculina.
María se rió y miró a su hija, aún acunada entre los fuertes brazos.
—Perdón por interrumpir. Ven con nosotros cuando estén listos.
_____ escuchó los pasos alejándose. Lentamente, la mirada de Joe bajó hasta ella.
Se estremeció. Esperaba ver una niebla de pasión. En vez de eso, los ojos castaños estaban alertas. Su rostro parecía tranquilo. Si no fuera por la dura longitud presionándose contra su muslo, _____ pensaría que el beso no le había afectado. Se sintió arrastrada hacia otro tiempo y otro lugar, algún lugar profundo en el bosque, donde sus pensamientos fueron hablados libremente y su confianza destrozada. Aquel primer roce de esos labios sobre los suyos, el olor a colonia de muchacho en su nariz, el toque apacible de sus dedos en sus caderas mientras la sostenía.
Un gélido temor se deslizó por su espalda. Si se reía de ella otra vez, cancelaría todo el asunto. Si él se reía…
Sus brazos la soltaron, entonces retrocedió. El silencio se encrespó entre ellos como una pesada ola ganando velocidad y preparándose para arremeter.
—Creo que resolvimos nuestro problema —dijo.
Ella no respondió.
—¿No era esto lo que querías?
Elevó su mentón y ocultó cada una de las complicadas emociones que se retorcían como serpientes en su estómago.
—Supongo que sí.
Él se detuvo, entonces se estiró hacia ella.
—Será mejor que presentemos un frente unido.
Cinco dedos se cerraron alrededor de los suyos con una elegante fuerza que hizo que sus ojos se humedecieran. Luchó contra esto y decidió que probablemente estuviera en modo síndrome premenstrual. No había ninguna otra razón por la cual un beso de Joe Ryan pudiera darle tanto placer, y sin embargo lastimarla tan profundamente.
—¿Estás bien?
Ella apretó los dientes y sonrió tan brillantemente que podría haberse escapado de un anuncio de pasta dental.
—Por supuesto. A propósito, brillante idea.
—Gracias.
—Sólo no te quedes frío como un cadáver otra vez ahí afuera. Imagina que soy Gabriella.
—Jamás podría confundirte con Gabriella.
La cortante observación le dolió, pero se negó a mostrar debilidad.
—Estoy segura de que tienes razón. Pero tú tampoco eres ninguna fantasía para mí, Chico Guapo.
—No me refería a…
—Olvídalo. —Lo dirigió nuevamente hacia la sala—. Perdón por la interrupción, chicos. Creo que deberíamos irnos, se hace tarde.
Todos se acercaron para despedirse. María besó su mejilla y le guiñó un ojo en señal de aprobación.
—Puede que no me guste tanta prisa —le susurró—, pero ya eres una mujer adulta. Ignora a tu padre y haz lo que te diga tu corazón.
Su garganta se sintió apretada al oírlo.
—Gracias, mamá. Tenemos mucho que hacer esta semana.
—No te preocupes, cariño.
Estaban casi en la puerta cuando Jim hizo un último intento.
—_____, lo menos que podrías hacer es aplazar la boda unas semanas, por la familia. Joe, estoy seguro de que estás de acuerdo…
Joe apoyó una mano en el hombro de su padre. La otra sujetaba firmemente a su prometida.
—Entiendo por qué quiere que esperemos, Jim. Pero, verá, estoy locamente enamorado de su hija, y me casaré con ella el sábado. Realmente deseamos su bendición.
Todos se quedaron en silencio. Incluso Taylor dejó su balbucear para observar la escena ante ella. _____ esperó la inevitable explosión.
Jim asintió.
—De acuerdo. ¿Puedo hablar a solas contigo un momento?
—Papá…
—Sólo un minuto.
Joe siguió a Jim hasta la cocina.
_____ contuvo su preocupación mientras hablaba con Izzy y Gen acerca de los vestidos para las damas de honor. Vio la seria expresión de Joe mientras escuchaba a su padre. Después de unos minutos, ambos se saludaron, y Jim lucía derrotado cuando le dio un beso de despedida.
Se despidieron de todos y subieron al coche.
—¿Qué quería mi padre?
Joe condujo a través de la entrada a la casa y se concentró en el camino por delante.
—Estaba preocupado acerca de quién pagaría la boda.
La culpa la asaltó en olas masivas. Había olvidado completamente los gastos de la boda. Por supuesto, su padre probablemente asumió que él pagaría, aunque los tiempos hayan cambiado. De pronto su frente se sintió sudorosa.
—¿Qué le dijiste?
Joe la miró.
—Me negué a permitir que pague, y le dije que si hubiera hecho lo que él quería y pospusiera la boda un año, aceptaría su dinero. Pero como apresurar la boda fue decisión nuestra, insistí en pagarla yo. Entonces hicimos un trato. Él pagará su esmoquin y el de tu hermano. Yo pagaré los vestidos de todas las chicas, incluyendo el tuyo, y el resto de la boda.
Dejó salir el aliento rápidamente y estudió su perfil en el destello de los faros de la calle. Su rostro no mostraba expresión, pero su gesto le llegó al corazón.
—Gracias —susurró.
Él se estremeció, como si esa palabra lo hubiera golpeado.
—No es necesario. Jamás lastimaría a tus padres. Nadie tiene el dinero suficiente como para pagar por una boda en una semana. Y entiendo el orgullo familiar. Nunca los privaría de eso.
_____ contuvo las emociones mientras viajaban en silencio. Miró fijamente a través de su ventana a la oscuridad. Su oferta sugería una verdadera relación entre ellos, y hacía que deseara más. Ella debería haber presentado a su familia un amor verdadero, no una falsificación. Las mentiras de esa noche se presionaron contra ella mientras se daba cuenta de que había hecho un trato con el diablo por dinero. Dinero necesario para salvar a su familia. Pero aun así, simple dinero.
La grave voz rompió el silencio y sus cavilaciones.
—Pareces trastornada por nuestra pequeña treta de esta noche.
—Odio mentirle a mi familia.
—¿Entonces por qué lo haces?
Un incómodo silencio se asentó entre ellos.
Joe continuó:
—¿Qué tanto quieres este dinero? No pareces demasiado entusiasmada con la idea de casarte conmigo. Estás mintiéndole a tu familia y celebrando una boda falsa. ¿Todo esto para expandir tu negocio? Podrías conseguir un préstamo bancario como hace la mayoría de los negocios. Hay algo que no cuadra.
Las palabras comenzaron a elevarse, y ella casi le dijo la verdad. La enfermedad de su padre poco después de su regreso. La falta de seguro médico para pagar las estrambóticas cuentas. La lucha de su hermano para ir a la facultad de medicina mientras mantenía a una nueva familia.
Las interminables llamadas de recaudadores hasta que su madre no tuvo más opción que vender su casa, ya muy hipotecada.
Y el peso de la responsabilidad y la impotencia que _____ cargaba sobre sus hombros.
—Necesito el dinero —dijo simplemente.
—¿Lo necesitas? ¿O lo quieres?
Cerró los ojos ante la provocación. Él quería creer que ella era egoísta y superficial. En ese momento se dio cuenta de que necesitaba todas las defensas contra este hombre. Su beso había quebrantado todas las ilusiones de neutralidad entre ellos. Esos labios sobre los suyos la habían estremecido hasta el fondo de su alma, al igual que aquella primera vez en el bosque. Joseph Ryan rompía sus muros y la dejaba vulnerable. Luego de una semana de convivencia, ella estaría comiendo de su mano.
_____ no tenía otra opción. Tenía que cultivar su odio hacia ella. Si él creía que tenía mal carácter, la dejaría sola, y entonces podría regresar con su orgullo intacto y su familia unida. Se negaba a fomentar su compasión o aceptar su caridad. Si le decía la verdad acerca de su familia, el resto de sus defensas se rompería. Incluso podría intentar darle el dinero libremente, y entonces ella estaría para siempre en deuda con él.
La idea de que la viera en el papel de mártir para salvar a Tara la llenaba de humillación. No, sería mejor si pensara en ella como una insensible mujer de negocios. Por lo menos así la resentiría y mantendría su distancia. Sólo el estar cerca de él la encendía como un cohete, y se condenaría a sí misma antes de tomar el segundo lugar detrás de su preciosa Gabriella.
Ella trataría con el diablo bajo sus propios términos.
_____ recurrió a su reserva interior y desplegó la segunda fase de mentiras de esa noche.
—¿Realmente quieres saber la verdad?
—Sí. Quiero saberlo.
—Tú creciste rodeado de dinero, Chico Guapo. El dinero apacigua mucho la desdicha y el estrés. Estoy harta de luchar como mi madre. No quiero esperar otros cinco años antes de poder expandir mi librería. No quiero tener que lidiar con los intereses de los bancos y las deudas. Utilizaré el dinero para construir una cafetería en BookCrazy y convertirla en un éxito.
—¿Y si eso falla? Volverás justo donde empezaste.
—El valor de la propiedad está en alza, así que siempre puedo venderla. Y pondré el exceso en una sólida cartera financiera. Podré adquirir una pequeña casa y estar segura para el momento en que nuestro matrimonio se disuelva.
—¿Por qué no pides 200.000 dólares? ¿O incluso más? ¿Por qué no me exprimes cada centavo?
Se encogió de hombros.
—Supuse que ciento cincuenta serían suficientes para darme todo lo que quiero. Si hubiera pensado que me darías más dinero, lo habría pedido. Después de todo, quitando el tener que lidiar con mi familia, es un trato bastante fácil. Sólo tengo que aguantarte a ti.
—Supongo que eres más lógica de lo que yo pensaba.
La declaración debería haber sido un cumplido. La humillación la quemaba, pero supo que había obtenido la distancia que tan desesperadamente necesitaba. Por supuesto, el precio era su carácter.
Pero se recordó a sí misma el objetivo y se mantuvo en silencio.
Cuando el coche se detuvo en el edificio de su apartamento, abrió la puerta y tomó su bolso.
—Te invitaría a subir, pero creo que nos veremos lo suficiente durante el próximo año.
Él asintió.
—Buenas noches. Estaré en contacto. Tendré a los encargados de la mudanza preparados para cuando estés lista. Haz lo que quieras con la boda, sólo dime dónde y cuándo debo aparecer.
—De acuerdo. Adiós.
—Adiós.
_____ entró a su apartamento, cerró la puerta, y se deslizó con la espalda sobre la madera hasta que su trasero golpeó el piso.
Entonces lloró.
Joe la observó entrar a su apartamento y esperó a que la luz se encendiera. El bajo ronroneo del BMW era el único sonido que rompía el silencio.
Su enfado por que lo admitiera todo descaradamente le molestaba. ¿Por qué le importaba que ella sólo quisiera el dinero? Era el motivo perfecto para conseguir que ambos pasaran el próximo año sin inconvenientes.
Debía mantener la distancia. Sus padres causaron que un peligroso anhelo despertara en su interior. Aplastó rápidamente la emoción, pero la idea de aún mantener algún enfermo rayo de esperanza por una familia normal lo fastidiaba.
Quizá era la forma en que ella había lucido esta noche. Había recogido su cabello, y unos pocos y testarudos rizos negros escapaban de las horquillas para caer a través de sus mejillas y cuello. La piel parecía tibia al toque, ligeramente sonrosada por el placer de estar rodeada de su familia. Ella sonreía tan fácilmente, sus labios se veían llenos y relajados.
Él había querido sujetarla y probar el sabor detrás de esos carnosos labios rubíes. Quería introducir su lengua profundamente y tentarla a jugar. El suave material de sus jeans presumía las curvas de su trasero y el vaivén de sus caderas. La camisa a botones rosa vibrante lucía lo suficientemente conservadora, hasta que ella se inclinó hacia delante y Joe vislumbró el pálido encaje rosa abrazando sus senos.
Esa imagen se grabó a fuego en su mente y causó estragos en su concentración. Había pasado la mayor parte de la noche intentando lograr que se agachara para darle otra mirada furtiva. Como si fuera un adolescente lujurioso.
La luz del apartamento se encendió, y él aceleró hacia el camino. Su temperamento lo mordía como un pit bull hambriento. Ella lo molestaba profundamente. Al igual que su familia. Recordaba lo adorable que era su madre. Recordaba la culpa de haber deseado que su propia madre desapareciera y lo dejara con María McKenzie. Recordaba el viejo dolor de estar fuera de control en un mundo que no fue hecho para que un niño esté solo. Le hacía recordar cosas que había prometido nunca desenterrar.
Matrimonio. Niños. Conexiones que causaban un dolor que nadie merecía.
Había erigido fuertes muros para que _____ no hallara ningún momento de debilidad. Si sospechaba que la deseaba de cualquier manera, las reglas cambiarían. Él no pretendía que esta sirena de mujer tuviera ningún poder sobre él.
Hasta ese beso.
Joe murmuró una larga maldición. Recordaba cómo su aliento se aceleró y sus ojos se abrieron ampliamente. Esa maldita camisa finalmente se abrió lo suficiente para que pudiera divisar la tersa piel encerrada en encaje rosa. Había estado listo para apartarla, hasta que ella lo sostuvo al oír la llamada de su madre. No era su culpa el haber cedido ante el instinto para salvar su engaño.
Hasta que su caliente y húmeda boca se abrió contra la suya. Hasta que su dulce sabor inundó sus sentidos, y los desesperantes aromas a vainilla y especias lo hicieron querer aullarle a la luna. Finalmente había averiguado que ella encaraba el sexo de la misma manera en que encaraba la ira: sin reservas, sin restricciones. Demandante.
Apasionadamente.
Él estaba bien jodido. Y no de una buena manera. Pero ella nunca lo sabría. Se había asegurado de ocultar su rostro tras una máscara de indiferencia, aunque su maldita erección lo delatara como un mentiroso. No importaba.
Joe se negaba a romper las reglas. _____ era una mujer que vivía en la luz y que jamás sería feliz con el trato que él mismo se había hecho cuando era un niño.
Un año era suficiente.
Sólo esperaba resurgir de él en una sola pieza.
D.A. Torrez.
Re: Un Matrimonio Solo De Nombre (Joe y Tu)
Joe... Joe.. Joe estas jodido!!!!... Jajajajajajajajaja. ...
chelis
Re: Un Matrimonio Solo De Nombre (Joe y Tu)
:jojojo: estas bien jodido joe..
continuaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
continuaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
@ntonella
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