Conectarse
Últimos temas
miembros del staff
Beta readers
|
|
|
|
Equipo de Baneo
|
|
Equipo de Ayuda
|
|
Equipo de Limpieza
|
|
|
|
Equipo de Eventos
|
|
|
Equipo de Tutoriales
|
|
Equipo de Diseño
|
|
créditos.
Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
"Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
Página 40 de 57. • Comparte
Página 40 de 57. • 1 ... 21 ... 39, 40, 41 ... 48 ... 57
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
aww Nick estan lindo!!!
Qe le pasa a Fabio!!!!! como se le ocurre
ponerle las manos encima a Nick!!!!
la proxima vez Qe lo haga se las va a ver conmigo!! :twisted:
OH! SI!
Me encantaron los capis!!
siGue! siGue! siGue! siGue! siGue! siGue! siGue!
Qe le pasa a Fabio!!!!! como se le ocurre
ponerle las manos encima a Nick!!!!
la proxima vez Qe lo haga se las va a ver conmigo!! :twisted:
OH! SI!
Me encantaron los capis!!
siGue! siGue! siGue! siGue! siGue! siGue! siGue!
Vanee LovatoD'Jonas
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
queremos capii♫♪
queremos capii♫♪
queremos capii♫♪
queremos capii♫♪
queremos capii♫♪
queremos capii♫♪
queremos capii♫♪
queremos capii♫♪
queremos capii♫♪
queremos capii♫♪
queremos capii♫♪
queremos capii♫♪
queremos capii♫♪
queremos capii♫♪
queremos capii♫♪
Florjudith96
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
aury sube cap please!! no me tortures asi mujer!! xD
Invitado
Invitado
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
Capitulo Ochenta
Casas, casuchas, construcciones en ruinas, un trozo de acueducto caído y una gran extensión de verde. Una gruta en lo alto de aquellos árboles de la colina. Y más paredes, algún cartel arrancado, una pintada medio borrada. Y más verde, verde, verde. Y un coche hecho polvo, alguna basura y nada más. Nada más. Mauro acelera como puede con su ciclomotor y sigue corriendo sin gafas. Sin casco. Sin nada. Pequeñas lágrimas provocadas por el viento y ojos enrojecidos. Gas a fondo, tratando de dejar atrás ese día. ¿Cuántos chicos había en esa prueba? ¿Mil, dos mil? Bah. Aquello no se acababa nunca. No se acababa nunca. El día entero, de la mañana a la noche, hasta las nueve. Mauro mira el reloj. No, hasta las nueve y cuarto. Sólo un botellín de agua y un sándwich envasado de jamón dulce y alcachofas, de los de máquina expendedora. Por otro lado, no tenía mucha elección: o eso o uno de esos dulces que te dan aún más sed. Y después quietos. Todos quietos en aquellos bancos tan duros, esperando un número. Un número. Sólo somos un número. El gran Vasco decía «Somos sólo nosotros». ¿Nosotros, quiénes? En la sala había un tipo que daba vueltas con una cámara digital y grababa. Me han hecho pasar, una pregunta y adiós. Pero ¿qué te puede decir una sola pregunta? «Gracias, está bien, ya le diremos algo. Nosotros le llamaremos.» Ellos me llamarán. ¿Y ahora? Ahora nada, a casa, con el móvil cerca para mirarlo continuamente. Les he dado mis dos números. Así, si el de casa les da ocupado pueden llamarme al móvil. La semana pasada estuve esperando un día entero en casa y para qué. Para nada. ¿Será así toda mi vida? Me puedo hacer famoso. Es un derecho de todos. Hasta lo dijeron el otro día en la tele, en el programa aquel. Pusieron un trozo de una vieja película. «Cada uno de nosotros tiene derecho a su cuarto de hora de celebridad...» Lo dijo aquel tipo rubio tan raro, bajito, americano, ese que pintaba todas las caras iguales, como con Marilyn. Cómo se llamaba, Andy algo... El tipo ese, vaya. ¿Y yo? Me he presentado a las pruebas para «Gran Hermano» y para todos los reality que están a punto de empezar. Uno me pidió ciento cincuenta euros para hacerme un showreel, algo así como una animación, un vídeo en el que se podrían apreciar todas mis cualidades. Así él lo hace circular y yo me ahorro un montón de vueltas. Sí, sí. Vale. Y voy yo y me lo creo.
Mauro toma una curva cerrada y enfila la calle que lleva hacia su casa. Se inclina demasiado. El ciclomotor da un bandazo, pero rápidamente él echa todo el peso hacia el otro lado y levanta el pie izquierdo, listo para apoyarlo en el suelo si se fuese a caer. Pero la motocicleta vuelve a estabilizarse y él sale disparado. Hacia su casa. Tranquilo. Sube la cuesta. Algún que otro contenedor abierto. Un poco de basura por el suelo. Un calentador viejo destaca en aquella calle solitaria. Mauro mira hacia la derecha. Esa pequeña vía de escape lateral, ese campo abandonado. Sonríe. La de veces que jugamos con los amigos del barrio en ese descampado. Alguna vez he estado allí con el coche de papá, una parada técnica, antes de llevar a Paola a casa. Paola. Recuerda algunos momentos pasados en aquel coche. La música del radiocasete. El calor de la noche. Los asientos incómodos que siempre chirrían. Los pies en el salpicadero. Los vidrios empañados. El sabor del sexo. Único. Espléndido. Irrepetible. Más tarde, esas mismas ventanillas bajadas para coger un poco de aire. Un hilo de humo que sale. Sonrisas en la penumbra. Y el perfume de ella, de toda ella, encima. Paola. Hoy no me ha llamado. Y cuando he probado a llamarla yo, tenía el móvil desconectado. A lo mejor no tenía cobertura. Levanta las cejas al no encontrar respuesta. Toma la última curva. Ya ha llegado. Y al verla sonríe. Ahí está Paola. También ella lo ve. Levanta la barbilla desde lejos. Mauro la mira mientras se acerca. Busca la sonrisa. Pero no está. Ya no está.
Casas, casuchas, construcciones en ruinas, un trozo de acueducto caído y una gran extensión de verde. Una gruta en lo alto de aquellos árboles de la colina. Y más paredes, algún cartel arrancado, una pintada medio borrada. Y más verde, verde, verde. Y un coche hecho polvo, alguna basura y nada más. Nada más. Mauro acelera como puede con su ciclomotor y sigue corriendo sin gafas. Sin casco. Sin nada. Pequeñas lágrimas provocadas por el viento y ojos enrojecidos. Gas a fondo, tratando de dejar atrás ese día. ¿Cuántos chicos había en esa prueba? ¿Mil, dos mil? Bah. Aquello no se acababa nunca. No se acababa nunca. El día entero, de la mañana a la noche, hasta las nueve. Mauro mira el reloj. No, hasta las nueve y cuarto. Sólo un botellín de agua y un sándwich envasado de jamón dulce y alcachofas, de los de máquina expendedora. Por otro lado, no tenía mucha elección: o eso o uno de esos dulces que te dan aún más sed. Y después quietos. Todos quietos en aquellos bancos tan duros, esperando un número. Un número. Sólo somos un número. El gran Vasco decía «Somos sólo nosotros». ¿Nosotros, quiénes? En la sala había un tipo que daba vueltas con una cámara digital y grababa. Me han hecho pasar, una pregunta y adiós. Pero ¿qué te puede decir una sola pregunta? «Gracias, está bien, ya le diremos algo. Nosotros le llamaremos.» Ellos me llamarán. ¿Y ahora? Ahora nada, a casa, con el móvil cerca para mirarlo continuamente. Les he dado mis dos números. Así, si el de casa les da ocupado pueden llamarme al móvil. La semana pasada estuve esperando un día entero en casa y para qué. Para nada. ¿Será así toda mi vida? Me puedo hacer famoso. Es un derecho de todos. Hasta lo dijeron el otro día en la tele, en el programa aquel. Pusieron un trozo de una vieja película. «Cada uno de nosotros tiene derecho a su cuarto de hora de celebridad...» Lo dijo aquel tipo rubio tan raro, bajito, americano, ese que pintaba todas las caras iguales, como con Marilyn. Cómo se llamaba, Andy algo... El tipo ese, vaya. ¿Y yo? Me he presentado a las pruebas para «Gran Hermano» y para todos los reality que están a punto de empezar. Uno me pidió ciento cincuenta euros para hacerme un showreel, algo así como una animación, un vídeo en el que se podrían apreciar todas mis cualidades. Así él lo hace circular y yo me ahorro un montón de vueltas. Sí, sí. Vale. Y voy yo y me lo creo.
Mauro toma una curva cerrada y enfila la calle que lleva hacia su casa. Se inclina demasiado. El ciclomotor da un bandazo, pero rápidamente él echa todo el peso hacia el otro lado y levanta el pie izquierdo, listo para apoyarlo en el suelo si se fuese a caer. Pero la motocicleta vuelve a estabilizarse y él sale disparado. Hacia su casa. Tranquilo. Sube la cuesta. Algún que otro contenedor abierto. Un poco de basura por el suelo. Un calentador viejo destaca en aquella calle solitaria. Mauro mira hacia la derecha. Esa pequeña vía de escape lateral, ese campo abandonado. Sonríe. La de veces que jugamos con los amigos del barrio en ese descampado. Alguna vez he estado allí con el coche de papá, una parada técnica, antes de llevar a Paola a casa. Paola. Recuerda algunos momentos pasados en aquel coche. La música del radiocasete. El calor de la noche. Los asientos incómodos que siempre chirrían. Los pies en el salpicadero. Los vidrios empañados. El sabor del sexo. Único. Espléndido. Irrepetible. Más tarde, esas mismas ventanillas bajadas para coger un poco de aire. Un hilo de humo que sale. Sonrisas en la penumbra. Y el perfume de ella, de toda ella, encima. Paola. Hoy no me ha llamado. Y cuando he probado a llamarla yo, tenía el móvil desconectado. A lo mejor no tenía cobertura. Levanta las cejas al no encontrar respuesta. Toma la última curva. Ya ha llegado. Y al verla sonríe. Ahí está Paola. También ella lo ve. Levanta la barbilla desde lejos. Mauro la mira mientras se acerca. Busca la sonrisa. Pero no está. Ya no está.
Mrs. Nick Jonas
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
Caìtulo Ochenta y uno
El Mercedes ML está parado, aparcado a un lado de la calle, debajo de un viejo farol amarillo, desgastado por el tiempo, como muchas de las cosas que lo rodean. Nick cruza a la otra acera. Un contenedor quemado se apoya, indeciso y tambaleante, en una de las dos ruedas que le quedan. Un gato beige claro, en un estado un poco miserable, hurga entre bolsas medio abiertas, como si hubiesen reventado de repente, llenas de basura dispersa, abandonadas de cualquier manera en el suelo. Algún vecino que se cree un buen pívot las debe de haber arrojado desde el balcón, intentando encestar en el contenedor. Sin puntería. Ha fallado. De todos modos, su partido ya estaba perdido.
Nick coge el ascensor. Tercer piso. El cristal esmerilado en el que pone «Tony Costa» no se ha cambiado. Sigue roto. Nick llama a la puerta.
—Adelante.
Abre lentamente la puerta, que chirría. Al igual que la primera vez, lo acoge un ambiente cálido pero un poco anticuado. Alfombras lisas, una planta amarillenta. Esta vez la secretaria está sentada a su mesa. Levanta los ojos un instante. Luego continúa limándose las uñas. Tony Costa le sale al encuentro.
—Buenas tardes, Jonas. Le estaba esperando. Tome asiento. ¿Quiere un café?
—No, gracias. Acabo de tomar uno.
—También yo, pero me apetece otro. Adela, ¿lo traes tú?
La secretaria da un ligero resoplido. Luego deja caer la lima sobre la mesa. Se levanta, desaparece detrás de la puerta y se va a prepararlo. Nick mira a su alrededor. No ha cambiado nada. Es posible que sólo ese cuadro. Un óleo grande, de colores vivos. Azul celeste, y amarillo y naranja. Representa a una mujer en la playa. Sus ropas ondean al viento, mientras ella sostiene en sus manos un enorme sombrero blanco. Tanto colorido parece incluso fuera de lugar en un lugar tan grisáceo.
—¿Qué tal le va, Jonas?
—Bien, todo bien.
Tony Costa se apoya en el respaldo.
—Me alegro. ¿Está listo?
—Por supuesto. —Nick sonríe. Luego se preocupa. Sin quererlo, está utilizando el «por supuesto» también con él. ¿Guardará alguna relación lógica? Prefiere no pensar en ello. Se saca el dinero del bolsillo—. Aquí tiene los mil quinientos euros que faltaban.
—No le preguntaba si estaba listo para pagar. Me refería a si está listo... si todavía piensa que quiere saber.
—Sí, la intención de mi amigo sigue siendo ésa.
Tony Costa sonríe. Apoya ambas manos en la mesa y se ayuda de este modo a levantarse del sillón.
—Muy bien. —Se vuelve y abre un archivador. Saca una carpeta de color azul celeste. Encima pone «Caso Jonas». La deja delante de Nick. Vuelve a sentarse—. Aquí está.
La secretaria llega con el café.
—Gracias, Adela.
—De nada. —Y vuelve a su lima de uñas.
Tony Costa abre la carpeta.
—Veamos, mire, aquí, en este folio, están todas las salidas, los días de seguimiento, los trayectos... ¿ve?, por ejemplo, 27 de abril. Via dei Parioli. Supermercado. Hora: dieciséis treinta. Cuando tiene un punto azul al lado quiere decir que también hay una foto. Todas están marcadas con un número. Ésta, por ejemplo, es la número... —Tony Costa estira el cuello para leer mejor—, dieciséis. Y en este otro sobre está la foto correspondiente, que documenta esa calle, ese día y a esa hora.
Nick observa complacido la precisión de ese trabajo. Perfecto. Es imposible equivocarse. Uno no puede dejar de saber lo que quiere saber.
—Tenga, aquí está su dinero. —Tony Costa lo coge. Lo mira un momento y lo mete en un cajón—. ¿No va a contarlo?
—No es necesario. En nuestro trabajo, la confianza de quien decide confiarnos sus secretos merece la nuestra. Bien, entonces, éstas son todas las fotos. Véalas...
Las abre y las desparrama por la mesa. Nick no da crédito a sus ojos. Parecen los naipes de una partida de cartas. Quién sabe, tal vez hubiese sido preferible no sentarse a esa mesa. Ésa es una de esas partidas que no se debieran jugar. Además, en esas cartas aparece una única figura. Camilla. Camilla caminando. Camilla de compras. Camilla en la peluquería. Camilla en coche. Camilla entrando en el portal de su casa.
—Como puede ver, Jonas, el trabajo duró un mes. Y éstos son los primeros resultados.
Nick las mira todas. Camilla aparece siempre sola o, como mucho, con alguna amiga. Incluso con Enrico en dos o tres fotos. Pero no hay nada sospechoso, comprometedor o fuera de lo normal.
Suelta un suspiro profundo, de alivio.
—Bueno, si esto es todo, no hay ningún problema.
Tony Costa sonríe, recoge todas las fotos y vuelve a guardarlas en su sobre.
—Esto era para que viera que he trabajado de un modo serio. No le he robado el dinero que me dio. —Se pone en pie. Vuelve a abrir el archivador—. Después tenemos ésta de aquí. —Tony Costa deja otra carpeta en la mesa. Es roja. Nick la mira. Encima sólo pone «Jonas».
Tony Costa se sienta. Coloca la mano sobre la carpeta y levanta la vista.
—Aquí dentro hay otros folios, otros días, otros trayectos. Y es posible que haya otras fotos, esta vez con un punto rojo. —Se reclina en el respaldo del sillón—. O puede que no haya absolutamente nada. —Luego empuja lentamente la carpeta roja hacia Nick—. Llévesela, por favor, ya decidirá usted... o mejor dicho, su amigo... lo que quiere saber.
Nick coge las dos carpetas, se las mete bajo el brazo y se levanta.
—Gracias, señor Costa, ha sido muy amable.
—Por favor, permita que le acompañe. —Tony Costa lo precede. Le abre la puerta de la oficina y va hacia el ascensor. Pulsa el botón para llamarlo.
—Jonas, disculpe si he tardado un poco más tiempo del previsto.
—No hay ningún problema. Habrá sido necesario, ¿no? —Y señala las carpetas.
—No, es que hemos tenido una pequeña crisis... —Y señala a Adela, que sigue limándose las uñas sentada a su escritorio. Tony Costa entorna la puerta de la oficina sin cerrarla, luego se acerca a Nick—. Dice que trabajo demasiado, que nunca nos permitimos nada. De modo que nos fuimos una semana a Brasil. Ya ve que estamos un poco morenos.
En realidad, no mucho, piensa Nick. Claro que irse a Brasil con la secretaria... No está nada mal, eso de ser investigador privado.
—¿Se ha fijado en el cuadro nuevo que tenemos en la oficina? ¡Lo compramos en Bahía del Sol!
—Es bonito... Es una mujer de allí, ¿verdad? Va vestida como ellas.
—Sí —Tony Costa sonríe—. Adela también se quiso vestir así. Nos divertimos mucho. En el fondo es como si hubiésemos tenido la luna de miel que no pudimos permitirnos hace veinte años.
Llega el ascensor y las puertas se abren. Tony Costa le da la mano a Nick.
—Llevamos mucho tiempo casados y ésta es nuestra primera crisis, pero la hemos superado.
—Qué bien. Me alegro.
Tony Costa le sonríe.
—¿Sabe, Jonas? Llevo muchos años en la profesión y he visto cosas de todo tipo... Y al final he aprendido una sola cosa: cuando encuentras una mujer que vale la pena, no hay que perder más tiempo.
Lo mira a los ojos y le estrecha la mano con fuerza. Luego levanta la barbilla señalando las carpetas.
—Dígaselo a su amigo.
listo ahi tienen 2 caps :D
disculpenme por no haber subido pero como estoy en examenes no pude entrar :(
las quiero :hug:
El Mercedes ML está parado, aparcado a un lado de la calle, debajo de un viejo farol amarillo, desgastado por el tiempo, como muchas de las cosas que lo rodean. Nick cruza a la otra acera. Un contenedor quemado se apoya, indeciso y tambaleante, en una de las dos ruedas que le quedan. Un gato beige claro, en un estado un poco miserable, hurga entre bolsas medio abiertas, como si hubiesen reventado de repente, llenas de basura dispersa, abandonadas de cualquier manera en el suelo. Algún vecino que se cree un buen pívot las debe de haber arrojado desde el balcón, intentando encestar en el contenedor. Sin puntería. Ha fallado. De todos modos, su partido ya estaba perdido.
Nick coge el ascensor. Tercer piso. El cristal esmerilado en el que pone «Tony Costa» no se ha cambiado. Sigue roto. Nick llama a la puerta.
—Adelante.
Abre lentamente la puerta, que chirría. Al igual que la primera vez, lo acoge un ambiente cálido pero un poco anticuado. Alfombras lisas, una planta amarillenta. Esta vez la secretaria está sentada a su mesa. Levanta los ojos un instante. Luego continúa limándose las uñas. Tony Costa le sale al encuentro.
—Buenas tardes, Jonas. Le estaba esperando. Tome asiento. ¿Quiere un café?
—No, gracias. Acabo de tomar uno.
—También yo, pero me apetece otro. Adela, ¿lo traes tú?
La secretaria da un ligero resoplido. Luego deja caer la lima sobre la mesa. Se levanta, desaparece detrás de la puerta y se va a prepararlo. Nick mira a su alrededor. No ha cambiado nada. Es posible que sólo ese cuadro. Un óleo grande, de colores vivos. Azul celeste, y amarillo y naranja. Representa a una mujer en la playa. Sus ropas ondean al viento, mientras ella sostiene en sus manos un enorme sombrero blanco. Tanto colorido parece incluso fuera de lugar en un lugar tan grisáceo.
—¿Qué tal le va, Jonas?
—Bien, todo bien.
Tony Costa se apoya en el respaldo.
—Me alegro. ¿Está listo?
—Por supuesto. —Nick sonríe. Luego se preocupa. Sin quererlo, está utilizando el «por supuesto» también con él. ¿Guardará alguna relación lógica? Prefiere no pensar en ello. Se saca el dinero del bolsillo—. Aquí tiene los mil quinientos euros que faltaban.
—No le preguntaba si estaba listo para pagar. Me refería a si está listo... si todavía piensa que quiere saber.
—Sí, la intención de mi amigo sigue siendo ésa.
Tony Costa sonríe. Apoya ambas manos en la mesa y se ayuda de este modo a levantarse del sillón.
—Muy bien. —Se vuelve y abre un archivador. Saca una carpeta de color azul celeste. Encima pone «Caso Jonas». La deja delante de Nick. Vuelve a sentarse—. Aquí está.
La secretaria llega con el café.
—Gracias, Adela.
—De nada. —Y vuelve a su lima de uñas.
Tony Costa abre la carpeta.
—Veamos, mire, aquí, en este folio, están todas las salidas, los días de seguimiento, los trayectos... ¿ve?, por ejemplo, 27 de abril. Via dei Parioli. Supermercado. Hora: dieciséis treinta. Cuando tiene un punto azul al lado quiere decir que también hay una foto. Todas están marcadas con un número. Ésta, por ejemplo, es la número... —Tony Costa estira el cuello para leer mejor—, dieciséis. Y en este otro sobre está la foto correspondiente, que documenta esa calle, ese día y a esa hora.
Nick observa complacido la precisión de ese trabajo. Perfecto. Es imposible equivocarse. Uno no puede dejar de saber lo que quiere saber.
—Tenga, aquí está su dinero. —Tony Costa lo coge. Lo mira un momento y lo mete en un cajón—. ¿No va a contarlo?
—No es necesario. En nuestro trabajo, la confianza de quien decide confiarnos sus secretos merece la nuestra. Bien, entonces, éstas son todas las fotos. Véalas...
Las abre y las desparrama por la mesa. Nick no da crédito a sus ojos. Parecen los naipes de una partida de cartas. Quién sabe, tal vez hubiese sido preferible no sentarse a esa mesa. Ésa es una de esas partidas que no se debieran jugar. Además, en esas cartas aparece una única figura. Camilla. Camilla caminando. Camilla de compras. Camilla en la peluquería. Camilla en coche. Camilla entrando en el portal de su casa.
—Como puede ver, Jonas, el trabajo duró un mes. Y éstos son los primeros resultados.
Nick las mira todas. Camilla aparece siempre sola o, como mucho, con alguna amiga. Incluso con Enrico en dos o tres fotos. Pero no hay nada sospechoso, comprometedor o fuera de lo normal.
Suelta un suspiro profundo, de alivio.
—Bueno, si esto es todo, no hay ningún problema.
Tony Costa sonríe, recoge todas las fotos y vuelve a guardarlas en su sobre.
—Esto era para que viera que he trabajado de un modo serio. No le he robado el dinero que me dio. —Se pone en pie. Vuelve a abrir el archivador—. Después tenemos ésta de aquí. —Tony Costa deja otra carpeta en la mesa. Es roja. Nick la mira. Encima sólo pone «Jonas».
Tony Costa se sienta. Coloca la mano sobre la carpeta y levanta la vista.
—Aquí dentro hay otros folios, otros días, otros trayectos. Y es posible que haya otras fotos, esta vez con un punto rojo. —Se reclina en el respaldo del sillón—. O puede que no haya absolutamente nada. —Luego empuja lentamente la carpeta roja hacia Nick—. Llévesela, por favor, ya decidirá usted... o mejor dicho, su amigo... lo que quiere saber.
Nick coge las dos carpetas, se las mete bajo el brazo y se levanta.
—Gracias, señor Costa, ha sido muy amable.
—Por favor, permita que le acompañe. —Tony Costa lo precede. Le abre la puerta de la oficina y va hacia el ascensor. Pulsa el botón para llamarlo.
—Jonas, disculpe si he tardado un poco más tiempo del previsto.
—No hay ningún problema. Habrá sido necesario, ¿no? —Y señala las carpetas.
—No, es que hemos tenido una pequeña crisis... —Y señala a Adela, que sigue limándose las uñas sentada a su escritorio. Tony Costa entorna la puerta de la oficina sin cerrarla, luego se acerca a Nick—. Dice que trabajo demasiado, que nunca nos permitimos nada. De modo que nos fuimos una semana a Brasil. Ya ve que estamos un poco morenos.
En realidad, no mucho, piensa Nick. Claro que irse a Brasil con la secretaria... No está nada mal, eso de ser investigador privado.
—¿Se ha fijado en el cuadro nuevo que tenemos en la oficina? ¡Lo compramos en Bahía del Sol!
—Es bonito... Es una mujer de allí, ¿verdad? Va vestida como ellas.
—Sí —Tony Costa sonríe—. Adela también se quiso vestir así. Nos divertimos mucho. En el fondo es como si hubiésemos tenido la luna de miel que no pudimos permitirnos hace veinte años.
Llega el ascensor y las puertas se abren. Tony Costa le da la mano a Nick.
—Llevamos mucho tiempo casados y ésta es nuestra primera crisis, pero la hemos superado.
—Qué bien. Me alegro.
Tony Costa le sonríe.
—¿Sabe, Jonas? Llevo muchos años en la profesión y he visto cosas de todo tipo... Y al final he aprendido una sola cosa: cuando encuentras una mujer que vale la pena, no hay que perder más tiempo.
Lo mira a los ojos y le estrecha la mano con fuerza. Luego levanta la barbilla señalando las carpetas.
—Dígaselo a su amigo.
listo ahi tienen 2 caps :D
disculpenme por no haber subido pero como estoy en examenes no pude entrar :(
las quiero :hug:
Mrs. Nick Jonas
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
I'mJonasGrint escribió:Aury! He sido lectora invisible! :pale:
Esque la nove me gusta leerla desde mi celu! la entiendo mas... no se porque *.* Pero bno ya vuelves a tener mi comentario!
Ahhhh! como que eso japoneses me lo rechazoron! que se creen! ellos fuero los que robaron la idea de "fantasia" esa idea era legitima de _____ & Nick! Abranse hermanos! -.- Espero que acepten la siguiente idea :3
Y que se cree ese Fabio! que le vuela a poner la mano ensima a Nick, y que lo vuelva a insultar y le dejo la nariz como un rompecabezas desarmado!! -.-
Hay! y las amigas de ___ <3 mas lod amigos de Nicholas! Hay! *.* Ese grupio es PERFECT! La chica de los Jazmines :')
Y sabes la ternura que me dio los pensamientos de Nick cuando se presento con la mama de la rayis!
—¿Qué edad tiene usted?
Lo sabía. Me espera una buena. Sea como sea, es mejor decir la verdad, por si ______ se lo ha dicho ya. Esto es una especie de prueba.—¿Yo? Voy a cumplir treinta y siete—Simona sonríe.
—Me parecía más joven.
Nick no se lo cree. Ha colado. ¡Y hasta me he ganado un piropo!—Gracias.
#Imaguina a Nick Jonas teniendo esos pensamientos! ademas con esa carita que pone cuando esta nervioso! hay! MUERO MUERO! :3
Bno ya dejo de molestar, esto ya se desarrolla mas a carta que a coment! :oops:
Siguela! :hug:
Recuerda, puedo ser lectora fantasma! pero siempre sere fiel :3
no te preocupes :)
Mrs. Nick Jonas
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
oooooooooooooohhh
queee
contendraaaaaa
la otra carpeta??????
aaaiiiii
siguela porfaaaaaaa
queee
contendraaaaaa
la otra carpeta??????
aaaiiiii
siguela porfaaaaaaa
chelis
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
omg! necesito saber que hay en el otro folio!!!! sklasjfhdhskfkdsf
ntp, te perdono la vida ok no jajaja .... incultos examenes ¬¬ ojala te haya ido bien en todos :D
sube mas cuando puedas
tkmmmm :hug:
ntp, te perdono la vida ok no jajaja .... incultos examenes ¬¬ ojala te haya ido bien en todos :D
sube mas cuando puedas
tkmmmm :hug:
Invitado
Invitado
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
Angi escribió:omg! necesito saber que hay en el otro folio!!!! sklasjfhdhskfkdsf
ntp, te perdono la vida ok no jajaja .... incultos examenes ¬¬ ojala te haya ido bien en todos :D
sube mas cuando puedas
tkmmmm :hug:
ha gracias por perdonarme :P
si esos estupidos examenes :x
gracias ya mañana los acabo y para celebrarlo mañana mini-maraton :)
tkm :hug:
Mrs. Nick Jonas
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
Capitulo Ochenta y dos
Paola está masticando un chicle. Senos grandes, pero suyos, naturales. Alta. Quizá un poco de maquillaje. Quizá. Pero a Mauro no parece importarle. Es muy guapa. Detiene el ciclomotor y se baja.
—¡Paola, qué sorpresa!
—Tengo que hablar contigo.
Ya no queda ni rastro de su sonrisa. Se ha escapado como uno de esos cuervos molestos y pesados, casi aturdidos por haber comido a saber qué. Esos cuervos que emprenden el vuelo de repente, que salen de la rama de un árbol sin ni siquiera un porqué.
Mauro la mira. Paola baja la mirada. No es preciso decir más. Esa mirada baja lo dice todo. Más que mil palabras. Y el silencio, además. Es como un grito. Mauro le pone una mano bajo la barbilla, se la levanta un poco.
—¿Qué ocurre, Paola? Dime.
Ella se queda callada. Gira la cabeza. Se escapa de esa mano. No puede. No tiene valor para mirar de nuevo aquellos ojos. Entonces decide sacarse ese peso de encima. Levanta la mirada de nuevo. Encuentra la de Mauro y esta vez se la aguanta. Hasta el fondo.
—Quería decirte...
Mauro entrecierra los ojos. Está como ido. Intenta ver más lejos, más allá, en el fondo de los de Paola, más profundo aún, en esos ojos que han sido su salvación. Ojos de amor, de risa, de pasión. Cuando los tenía cerrados, la primera vez que la poseyó, cuando los volvía a abrir después de cada uno de los primeros y frescos besos. Esos ojos son ahora tan diferentes. Apagados. ¿Qué hay detrás de ellos? ¿Qué esconden?
—¿Qué querías decirme?
—Ahora te lo digo... —Paola suelta un suspiro largo, demasiado largo. Mauro se pone tenso de repente, como un gato nervioso que presiente una amenaza. Peligro. Paola se da cuenta de ello. Esboza una leve sonrisa. A lo mejor para hacer más llevadero lo que le va a decir. Como si no fuese algo muy importante sino sólo algo pasajero, que se arreglará.
—Creo que es mejor que dejemos de vernos por un tiempo.
Mauro se lleva la mano a la cara, como una sombrilla.
—¿Qué quiere decir eso?
Paola se aparta, está asustada. Y Mauro se da cuenta.
—¿Qué pasa? ¿De qué tienes miedo? ¿Es que tienes miedo de mí? —Y empieza a hablar más despacio—. Si tienes miedo de que te ponga la mano encima, eso quiere decir que hay un motivo para que eso pueda ocurrir...
Paola baja la mirada. Ya no puede más. ¿Cuántas veces ha imaginado y ensayado esta escena? Prácticamente cada tarde desde hace ya por lo menos un mes. Desde aquel día. Desde aquella prueba. Desde que lo conoció. Ha ensayado esta escena más que cualquier guión que haya estudiado antes. Pero esta vez no le está saliendo bien. No ha sabido llegar al fondo. No como le hubiese gustado. Como lo tenía decidido. Paola se desmorona. Más vale que Mauro lo sepa y que sea lo que Dios quiera.
—No, Mau... es que he conocido a alguien... y... —levanta la cara, lo mira, intenta sonreír— bueno, todavía no ha pasado nada, ¿eh?
Mauro no se lo puede creer, no se puede creer lo que está oyendo.
—¿Todavía? ¿Qué quieres decir con que todavía no ha pasado nada?
—Sí, te lo juro, es verdad. No he hecho nada.
—Ya lo pillo, pero ¿qué quiere decir ese «todavía»? ¿Qué va a pasar? ¿Qué acabará pasando? —Mauro cambia de expresión. Su semblante se pone tenso. Se vuelve casi de piedra—. Ya veo. Se trata del director aquel que te dio la nota la vez que yo también estaba, ¿no es cierto?
Paola sonríe.
—Qué va, ése es gay. —Luego se pone seria, hace una pausa—. No, es su director de fotografía, Antonio. —Y Paola sonríe, feliz, franca, satisfecha de su sinceridad.
—Por supuesto... Antonio. —Mauro dibuja una extraña sonrisa por toda respuesta. Luego le da un bofetón con la mano abierta, grande, decidida, de izquierda a derecha. Toma. Una hostia en plena cara que hace que pierda el equilibrio. La empuja, la sacude, la aturde, le cambia el peinado de un lado a otro.
Paola se levanta, emerge de nuevo, aturdida, entre sus cabellos. Se los arregla como puede con las dos manos. Se los recoge para encontrar de nuevo la luz. Para entender. Y allí está él ante sus ojos estupefactos, sorprendidos, asustados. Y de repente vuelve a cubrirse con las manos, porque se da cuenta de que sobre ella está a punto de abatirse... el huracán Mauro.
—Maldita seas, desgraciada, miserable, bestia en celo. Por eso hoy tenías desconectado el móvil. —Y la golpea. Y sus manos son como las aspas enloquecidas de un molino de viento. Bajan, y suben y golpean. Y celos y dolor. Como un tractor sin conductor, que avanza a lo loco en zigzag. Pero que no está segando trigo. Siega las rubias mieses de la pobre Paola. Y patadas, y puñetazos, y bofetones, y dale, y más. Paola resbala y Mauro coge carrerilla para darle una patada en mitad del estómago, cuando de repente alguien lo agarra. Desaparece de pronto de delante de Paola, disparado contra una pared que hay cerca de la valla.
—Basta. Quieto, Mau...
Paola vuelve a abrir los ojos, hinchados ya. Se recupera. Se levanta de nuevo despacio, dolorida, descompuesta, aturdida por todos esos golpes.
—¡La voy a matar, a esa imbécil, déjame! —Mauro intenta soltarse, patalea, salta, se echa hacia atrás.
Pero su padre lo mantiene sujeto. Lo agarra como una cadena. Lo atenaza con sus fuertes brazos de picador de cantera, con la misma facilidad con que lo hacía cuando era pequeño.
—Quieto, te digo que te estés quieto.
Y Paola sale corriendo, a trompicones casi, resbalando, mira un momento, y después desaparece por la esquina. Se cierra una puerta. Un coche arranca. Y un Volvo oscuro pasa derrapando frente a ellos. Se lleva a Paola. Se lleva una historia y unas ilusiones que hubiesen podido durar para siempre. Padre e hijo se quedan así, solos, en una pequeña plazoleta desolada de cualquier periferia.
Renato lo suelta, alarga los brazos y lo libera de ese cepo humano.
—Vamos, va, Mau, subamos, que la cena está lista. —Se saca las llaves del bolsillo y abre la valla. Se detiene un momento en el portal. Se vuelve hacia el hijo—. ¿Vas a subir o no? Tu madre nos está esperando para poner a cocer la pasta.
Mauro lo mira con lágrimas en los ojos. Pone en marcha el ciclomotor, se sube de un brinco. Y se va a todo gas, patinando casi sobre los guijarros, con la rueda trasera demasiado fina para el estado de esas calles.
—Pero ¿adónde vas, Mau? ¡Mau! ¡No te metas en líos! ¡A ésa no le importas una mierda! —le grita el padre, intentando a su manera ser un buen padre. Renato grita y corre detrás de ese ciclomotor que se pierde en los últimos rayos de la puesta de sol. En pos de una inútil persecución de la felicidad.
Paola está masticando un chicle. Senos grandes, pero suyos, naturales. Alta. Quizá un poco de maquillaje. Quizá. Pero a Mauro no parece importarle. Es muy guapa. Detiene el ciclomotor y se baja.
—¡Paola, qué sorpresa!
—Tengo que hablar contigo.
Ya no queda ni rastro de su sonrisa. Se ha escapado como uno de esos cuervos molestos y pesados, casi aturdidos por haber comido a saber qué. Esos cuervos que emprenden el vuelo de repente, que salen de la rama de un árbol sin ni siquiera un porqué.
Mauro la mira. Paola baja la mirada. No es preciso decir más. Esa mirada baja lo dice todo. Más que mil palabras. Y el silencio, además. Es como un grito. Mauro le pone una mano bajo la barbilla, se la levanta un poco.
—¿Qué ocurre, Paola? Dime.
Ella se queda callada. Gira la cabeza. Se escapa de esa mano. No puede. No tiene valor para mirar de nuevo aquellos ojos. Entonces decide sacarse ese peso de encima. Levanta la mirada de nuevo. Encuentra la de Mauro y esta vez se la aguanta. Hasta el fondo.
—Quería decirte...
Mauro entrecierra los ojos. Está como ido. Intenta ver más lejos, más allá, en el fondo de los de Paola, más profundo aún, en esos ojos que han sido su salvación. Ojos de amor, de risa, de pasión. Cuando los tenía cerrados, la primera vez que la poseyó, cuando los volvía a abrir después de cada uno de los primeros y frescos besos. Esos ojos son ahora tan diferentes. Apagados. ¿Qué hay detrás de ellos? ¿Qué esconden?
—¿Qué querías decirme?
—Ahora te lo digo... —Paola suelta un suspiro largo, demasiado largo. Mauro se pone tenso de repente, como un gato nervioso que presiente una amenaza. Peligro. Paola se da cuenta de ello. Esboza una leve sonrisa. A lo mejor para hacer más llevadero lo que le va a decir. Como si no fuese algo muy importante sino sólo algo pasajero, que se arreglará.
—Creo que es mejor que dejemos de vernos por un tiempo.
Mauro se lleva la mano a la cara, como una sombrilla.
—¿Qué quiere decir eso?
Paola se aparta, está asustada. Y Mauro se da cuenta.
—¿Qué pasa? ¿De qué tienes miedo? ¿Es que tienes miedo de mí? —Y empieza a hablar más despacio—. Si tienes miedo de que te ponga la mano encima, eso quiere decir que hay un motivo para que eso pueda ocurrir...
Paola baja la mirada. Ya no puede más. ¿Cuántas veces ha imaginado y ensayado esta escena? Prácticamente cada tarde desde hace ya por lo menos un mes. Desde aquel día. Desde aquella prueba. Desde que lo conoció. Ha ensayado esta escena más que cualquier guión que haya estudiado antes. Pero esta vez no le está saliendo bien. No ha sabido llegar al fondo. No como le hubiese gustado. Como lo tenía decidido. Paola se desmorona. Más vale que Mauro lo sepa y que sea lo que Dios quiera.
—No, Mau... es que he conocido a alguien... y... —levanta la cara, lo mira, intenta sonreír— bueno, todavía no ha pasado nada, ¿eh?
Mauro no se lo puede creer, no se puede creer lo que está oyendo.
—¿Todavía? ¿Qué quieres decir con que todavía no ha pasado nada?
—Sí, te lo juro, es verdad. No he hecho nada.
—Ya lo pillo, pero ¿qué quiere decir ese «todavía»? ¿Qué va a pasar? ¿Qué acabará pasando? —Mauro cambia de expresión. Su semblante se pone tenso. Se vuelve casi de piedra—. Ya veo. Se trata del director aquel que te dio la nota la vez que yo también estaba, ¿no es cierto?
Paola sonríe.
—Qué va, ése es gay. —Luego se pone seria, hace una pausa—. No, es su director de fotografía, Antonio. —Y Paola sonríe, feliz, franca, satisfecha de su sinceridad.
—Por supuesto... Antonio. —Mauro dibuja una extraña sonrisa por toda respuesta. Luego le da un bofetón con la mano abierta, grande, decidida, de izquierda a derecha. Toma. Una hostia en plena cara que hace que pierda el equilibrio. La empuja, la sacude, la aturde, le cambia el peinado de un lado a otro.
Paola se levanta, emerge de nuevo, aturdida, entre sus cabellos. Se los arregla como puede con las dos manos. Se los recoge para encontrar de nuevo la luz. Para entender. Y allí está él ante sus ojos estupefactos, sorprendidos, asustados. Y de repente vuelve a cubrirse con las manos, porque se da cuenta de que sobre ella está a punto de abatirse... el huracán Mauro.
—Maldita seas, desgraciada, miserable, bestia en celo. Por eso hoy tenías desconectado el móvil. —Y la golpea. Y sus manos son como las aspas enloquecidas de un molino de viento. Bajan, y suben y golpean. Y celos y dolor. Como un tractor sin conductor, que avanza a lo loco en zigzag. Pero que no está segando trigo. Siega las rubias mieses de la pobre Paola. Y patadas, y puñetazos, y bofetones, y dale, y más. Paola resbala y Mauro coge carrerilla para darle una patada en mitad del estómago, cuando de repente alguien lo agarra. Desaparece de pronto de delante de Paola, disparado contra una pared que hay cerca de la valla.
—Basta. Quieto, Mau...
Paola vuelve a abrir los ojos, hinchados ya. Se recupera. Se levanta de nuevo despacio, dolorida, descompuesta, aturdida por todos esos golpes.
—¡La voy a matar, a esa imbécil, déjame! —Mauro intenta soltarse, patalea, salta, se echa hacia atrás.
Pero su padre lo mantiene sujeto. Lo agarra como una cadena. Lo atenaza con sus fuertes brazos de picador de cantera, con la misma facilidad con que lo hacía cuando era pequeño.
—Quieto, te digo que te estés quieto.
Y Paola sale corriendo, a trompicones casi, resbalando, mira un momento, y después desaparece por la esquina. Se cierra una puerta. Un coche arranca. Y un Volvo oscuro pasa derrapando frente a ellos. Se lleva a Paola. Se lleva una historia y unas ilusiones que hubiesen podido durar para siempre. Padre e hijo se quedan así, solos, en una pequeña plazoleta desolada de cualquier periferia.
Renato lo suelta, alarga los brazos y lo libera de ese cepo humano.
—Vamos, va, Mau, subamos, que la cena está lista. —Se saca las llaves del bolsillo y abre la valla. Se detiene un momento en el portal. Se vuelve hacia el hijo—. ¿Vas a subir o no? Tu madre nos está esperando para poner a cocer la pasta.
Mauro lo mira con lágrimas en los ojos. Pone en marcha el ciclomotor, se sube de un brinco. Y se va a todo gas, patinando casi sobre los guijarros, con la rueda trasera demasiado fina para el estado de esas calles.
—Pero ¿adónde vas, Mau? ¡Mau! ¡No te metas en líos! ¡A ésa no le importas una mierda! —le grita el padre, intentando a su manera ser un buen padre. Renato grita y corre detrás de ese ciclomotor que se pierde en los últimos rayos de la puesta de sol. En pos de una inútil persecución de la felicidad.
Mrs. Nick Jonas
Página 40 de 57. • 1 ... 21 ... 39, 40, 41 ... 48 ... 57
Temas similares
» Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu]
» Perdona si te llamo amor [Larry Stylinson]
» 'Perdona si te llamo Amor' - Joseph Jonas & tu.
» Perdona si te llamo amor [Adaptada] ~ Zayn Malik y tu ~
» ♪Amor sangriento♪ ♫Amor de Vampiros♫ (Nick Y Tu)
» Perdona si te llamo amor [Larry Stylinson]
» 'Perdona si te llamo Amor' - Joseph Jonas & tu.
» Perdona si te llamo amor [Adaptada] ~ Zayn Malik y tu ~
» ♪Amor sangriento♪ ♫Amor de Vampiros♫ (Nick Y Tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
Página 40 de 57.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
» My dearest
Lun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick
» Sayonara, friday night
Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
» in the heart of the circle
Dom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.
» air nation
Miér 06 Nov 2024, 10:08 am por hange.
» life is a box of chocolates
Mar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon
» —Hot clown shit
Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.