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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
"Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
Mrs. Nick Jonas escribió:Angi escribió:omg! necesito saber que hay en el otro folio!!!! sklasjfhdhskfkdsf
ntp, te perdono la vida ok no jajaja .... incultos examenes ¬¬ ojala te haya ido bien en todos :D
sube mas cuando puedas
tkmmmm :hug:
ha gracias por perdonarme :P
si esos estupidos examenes :x
gracias ya mañana los acabo y para celebrarlo mañana mini-maraton :)
tkm :hug:
yay!!!! que chulooo, sabes que te adoro, vdd? sklasdfdsklfg i'm waiting
tkmm :hug:
Invitado
Invitado
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
aaaaaaaaaa sube please :D necesito u ncapi estoy llorando porque no pude ganar un par de entradas para poder ir a ver a Nick aca enArgentina y poder cumplirle el sueño a m ihermantoa de 4 añso que le encanta :S sube capi pro miiiii please :D
Florjudith96
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
pobre de mauuuuuu
aaaiiii
que cosas
lllore cuando le dijooo
tienes que seguirla porfaaa
aaaiiii
que cosas
lllore cuando le dijooo
tienes que seguirla porfaaa
chelis
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
AHHH MAURO!!! POBRE!!!
Y ENRICO AL PARACER NO TENIA D XK PREOCUPARSE¡
SIGUELA!!!!
Y ENRICO AL PARACER NO TENIA D XK PREOCUPARSE¡
SIGUELA!!!!
Just Me! Melissa! :)
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
OMJ porqe Paola termino con Mauro??
estuvieron muy interesantes los caps :)
siGue!
estuvieron muy interesantes los caps :)
siGue!
Vanee LovatoD'Jonas
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
Siguelaaaa:
subi capiii en m nove :D xD http://jbvenezuela.activoforo.com/t8259p255-lo-mejor-que-me-paso-despues-del-conciertonick-y-tu#370557
subi capiii en m nove :D xD http://jbvenezuela.activoforo.com/t8259p255-lo-mejor-que-me-paso-despues-del-conciertonick-y-tu#370557
Florjudith96
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
Capitulo Ochenta y tres
Hay momentos en la vida para los que la banda sonora está aún por inventar. Pese a ello, mientras conduce, Nick busca entre los CD que tiene en el cargador el que le parece más adecuado. Elige uno. Big Fish. La banda sonora de la película. Edward Bloom y su hijo William. Porque a veces, lo que pudiera parecer una rareza, algo impuro, no es sino una belleza diferente, que no sabemos aceptar. Al menos no por el momento. Entonces lo ve. Está bajando de su Golf negro y mira a su alrededor. Lo está buscando. Se han dado cita en viale del Vignola. Donde quedaban para saltarse las clases cuando estudiaban, para copiar las tareas antes de entrar, para abrazarse felices justo después de que salieran las notas de Selectividad. Aprobados. Me ha parecido el único lugar seguro que nos pudiese sugerir algún recuerdo, un poco de arraigo... Sienta bien pensar en el pasado cuando el futuro da miedo, pensar que no todo puede ser destruido sólo por un simple y temporal imprevisto. Nick lo mira caminar. Enrico se dirige hacia el Mercedes con los hombros encogidos.
—Hace viento esta tarde. —Enrico entra en el coche y cierra de un portazo. En otro momento, a lo mejor Nick hubiese puesto mala cara por ese portazo. Pero esa tarde no.
—Mira, lo que...
—No, Nick, antes de que me digas nada, querría darte las gracias. En serio. Hay cosas que no tienen precio. Difíciles de pedir, y que pueden separar a las personas. Bueno, ésta podía haber sido una de ellas y en cambio tú haces que todo parezca más fácil. Toma..., —le da un sobre cerrado—. Aquí dentro está el dinero que has adelantado y un pequeño regalo para ti.
Nick lo mira con cierto embarazo. Junto al cheque hay dos entradas.
—¡Demonios! Son para el concierto de George Michael. ¡Son imposibles de encontrar!
—Sí, ha sido gracias a un colega. Su mujer trabaja para el tour manager. No fue difícil. Pensé en ______ y en ti. George Michael es uno que puede gustaros a los dos. ¡Bueno, también puedes ir con quien te parezca, ¿eh?!
Nick observa de nuevo las entradas. Vuelve a guardarlas en el sobre.
—No tenías por qué hacerlo.
—Lo he hecho con mucho gusto. —Entonces Enrico se pone serio—. Bien, cuéntamelo todo, ¿cómo te ha ido, qué es lo que hay que saber?
—No lo sé, preferí no dejar que me contase nada.
Enrico lo mira de repente a los ojos como si buscase desesperadamente el rastro de alguna mentira. Se relaja. No, Nick de verdad no sabe nada. O es un buenísimo actor.
Nick se echa hacia atrás y coge una sola carpeta. La de color azul.
—Toma, está todo aquí dentro.
Enrico la coge y la toca, la roza acariciándola. Ve ese pequeño lazo azul que tiene atrapados sus secretos.
Enrico mira a Nick.
—¿Puedo?
—Es tuya, la has pagado tú.
Enrico está a punto de deshacer el lazo.
—¡Un momento!
—¿Qué pasa, Nick?
—¿Estás seguro de que no prefieres abrirla a solas? Son tus cosas, las vuestras. Bueno... a lo mejor prefieres que yo no esté.
—No sé lo que me voy a encontrar. De modo que prefiero que estés conmigo.
—Vale, como quieras. —Nick lo deja hacer.
Enrico abre lentamente la carpeta. Luego, como enloquecido, ávido de noticias, de verdades, de mentiras finalmente desveladas, empieza a hojear esos documentos, a repasarlo todo. Recorre fechas, citas, días, horarios, lugares. Faltan las fotos. Abre el sobre. Ahí están. Camilla. Camilla sola. Camilla con una amiga. Camilla con él. Con otra amiga. Luego sola, sola, sola. Sola y con él. Ya está. Todo como hasta ayer. Enrico suelta un suspiro. Cierra la carpeta. Se la acerca a la cara. La aprieta con fuerza, la respira casi. Nick lo mira.
—Eh... Enrico, ¿te acuerdas? Estoy aquí.
Enrico se recupera.
—Sí, sí, todo en orden.
—¿Qué tal entonces?
—Bien, todo bien. En cada foto había mucho de lo que echo de menos cada día y no había nada más de lo que estoy feliz de tener. Está limpia.
—Dicho así, parecemos personajes de una película policíaca americana... Está limpia. ¿A qué te refieres? Entonces, ¿no está con nadie?
—Es honesta. Es sincera. El único hombre soy yo. Luego están sus amigas y todo lo que hace a lo largo del día.
—¿Estás por fin satisfecho? ¿Tranquilo? ¿No te sientes un poco sucio, no te molesta haber hecho que la siguieran, haber buscado una confirmación? Cuando se ama a alguien, ¿no tendríamos simplemente que fiarnos ciegamente? ¿Y si traicionan nuestra confianza, al menos enterarnos de un modo natural?
Enrico lo mira serio.
—Tú no tienes este problema. Quizá no estés enamorado de verdad de ______. Puede que ni siquiera lo estuvieses de Miley si das por terminada así sin más una historia como la vuestra. Querías casarte con ella, ¿no?
—Sí.
—Y en cambio ahora estás con una chiquilla. Y, por encima de todo, no pareces desesperado por la manera en que se acabó con Miley. Así, de golpe. Se acabó, adiós muy buenas.
—Te equivocas, Enrico, yo amo el amor. La belleza del amor. La libertad del amor. Amo la idea de que nada es obligado, que el amor de los demás, su tiempo, su atención, son regalos que se deben merecer y no sólo pretender. También cuando somos una pareja. Se está juntos por elección, no por obligación. Y sí, me hubiese gustado tener a Miley para siempre. Pero se ha ido. Ha elegido marcharse. Y ahora podría estar incluso con otro. ¿Qué otra cosa puedo hacer sino seguir adelante? ¿Seguir amándola por lo que me dio y me dejó probar y que ahora ya no existe?
—Yo creo que si hubieses esperado, en lugar de empezar de inmediato con ______, a lo mejor hubiese vuelto.
—Enrico, han pasado ya más de tres meses. Nunca me ha llamado. En más de tres meses.
—Respeto tu manera de pensar, Nick, y no tengo nada contra ______. Espero que seas feliz con ella. Pero no te metas conmigo y mis miedos. Yo amo a Camilla, pero también necesito sentirme seguro. —Enrico se baja del Mercedes—. Adiós, Nick y gracias de nuevo por todo, espero no tener que volver a necesitarte nunca más para este tipo de cosas.
Nick sonríe.
—¡También yo! Ah, el investigador me dijo que te dijera una cosa: cuando se encuentra una mujer que vale la pena no hay que perder más tiempo. Vete a casa, Enrico.
Su amigo vuelve al coche y le da un abrazo. Luego se va sin decir nada más. Llega rápidamente a su Golf. Pero primero se detiene ante un contenedor. Lo abre con el pie. Coge la carpeta, la rompe en varios trozos y la arroja dentro. Luego se sube al coche. Mira a Nick una última vez y se aleja.
Nick se queda un rato más allí, en silencio. Vuelve a encender el lector de CD. Se deja llevar por el Sandra's Theme de Danny Elfman y recuerda la escena final de la película, la salida de escena, el salto al río. Nick baja la ventanilla. Una brisa ligera anuncia ya el verano, pero en voz baja. Cierra los ojos. Se deja ir. Los japoneses. Miley. El trabajo. El amor. Y lo imprevisto. La chica de los jazmines. ______. Esa falta absoluta de red de seguridad. Ese excitante caminar por el filo, colgado sobre el abismo. El rojo y el negro. Un salto donde el agua es más azul. Nada más. Pero ¿de verdad hay agua allí abajo?
Nick abre el compartimiento del salpicadero. La segunda carpeta, la roja, sigue allí, cerrada. Con su lazo lateral bien apretado. La mira un momento. ¿Qué habrá dentro? ¿Nada? ¿Todo? Nick se baja y se acerca al contenedor. Por un instante, juguetea con el lazo. Luego apoya la carpeta, se saca un encendedor de la chaqueta y le prende fuego. Rápidamente, las hojas empiezan a arrugarse y a quemarse. Crepitan pequeñas llamas, mientras un humo ligero se alza hacia el cielo, lento, danzando al viento, casi divertido, llevándose consigo todos esos secretos. ¿Saber o no saber? Ésta es la cuestión. Nick artífice de la vida de otro de sopetón. Pequeño Dios de quién sabe qué inútil o gran verdad. ¿Le hubiese tenido que dar o no esa segunda carpeta? Otras fotos, otros secretos, tal vez dolor, tal vez traición... Quién sabe. Y entretanto sigue ardiendo. Y sigue, y sigue. Y esa llama burlona se agita al viento, se ríe casi divertida, silenciosa. De alguna manera está leyendo. Sabe. Y se lleva consigo cualquier posible revelación. Después nada más. Cenizas. Y el amor. Verdaderamente, el amor puede dar las respuestas apropiadas.
Nick coge su teléfono móvil. Aprieta una tecla. Recorre la lista a toda prisa. Lo encuentra. Llama.
—¿Dónde estás? Ah sí, ya sé donde es. En seguida paso a buscarte.
Hay momentos en la vida para los que la banda sonora está aún por inventar. Pese a ello, mientras conduce, Nick busca entre los CD que tiene en el cargador el que le parece más adecuado. Elige uno. Big Fish. La banda sonora de la película. Edward Bloom y su hijo William. Porque a veces, lo que pudiera parecer una rareza, algo impuro, no es sino una belleza diferente, que no sabemos aceptar. Al menos no por el momento. Entonces lo ve. Está bajando de su Golf negro y mira a su alrededor. Lo está buscando. Se han dado cita en viale del Vignola. Donde quedaban para saltarse las clases cuando estudiaban, para copiar las tareas antes de entrar, para abrazarse felices justo después de que salieran las notas de Selectividad. Aprobados. Me ha parecido el único lugar seguro que nos pudiese sugerir algún recuerdo, un poco de arraigo... Sienta bien pensar en el pasado cuando el futuro da miedo, pensar que no todo puede ser destruido sólo por un simple y temporal imprevisto. Nick lo mira caminar. Enrico se dirige hacia el Mercedes con los hombros encogidos.
—Hace viento esta tarde. —Enrico entra en el coche y cierra de un portazo. En otro momento, a lo mejor Nick hubiese puesto mala cara por ese portazo. Pero esa tarde no.
—Mira, lo que...
—No, Nick, antes de que me digas nada, querría darte las gracias. En serio. Hay cosas que no tienen precio. Difíciles de pedir, y que pueden separar a las personas. Bueno, ésta podía haber sido una de ellas y en cambio tú haces que todo parezca más fácil. Toma..., —le da un sobre cerrado—. Aquí dentro está el dinero que has adelantado y un pequeño regalo para ti.
Nick lo mira con cierto embarazo. Junto al cheque hay dos entradas.
—¡Demonios! Son para el concierto de George Michael. ¡Son imposibles de encontrar!
—Sí, ha sido gracias a un colega. Su mujer trabaja para el tour manager. No fue difícil. Pensé en ______ y en ti. George Michael es uno que puede gustaros a los dos. ¡Bueno, también puedes ir con quien te parezca, ¿eh?!
Nick observa de nuevo las entradas. Vuelve a guardarlas en el sobre.
—No tenías por qué hacerlo.
—Lo he hecho con mucho gusto. —Entonces Enrico se pone serio—. Bien, cuéntamelo todo, ¿cómo te ha ido, qué es lo que hay que saber?
—No lo sé, preferí no dejar que me contase nada.
Enrico lo mira de repente a los ojos como si buscase desesperadamente el rastro de alguna mentira. Se relaja. No, Nick de verdad no sabe nada. O es un buenísimo actor.
Nick se echa hacia atrás y coge una sola carpeta. La de color azul.
—Toma, está todo aquí dentro.
Enrico la coge y la toca, la roza acariciándola. Ve ese pequeño lazo azul que tiene atrapados sus secretos.
Enrico mira a Nick.
—¿Puedo?
—Es tuya, la has pagado tú.
Enrico está a punto de deshacer el lazo.
—¡Un momento!
—¿Qué pasa, Nick?
—¿Estás seguro de que no prefieres abrirla a solas? Son tus cosas, las vuestras. Bueno... a lo mejor prefieres que yo no esté.
—No sé lo que me voy a encontrar. De modo que prefiero que estés conmigo.
—Vale, como quieras. —Nick lo deja hacer.
Enrico abre lentamente la carpeta. Luego, como enloquecido, ávido de noticias, de verdades, de mentiras finalmente desveladas, empieza a hojear esos documentos, a repasarlo todo. Recorre fechas, citas, días, horarios, lugares. Faltan las fotos. Abre el sobre. Ahí están. Camilla. Camilla sola. Camilla con una amiga. Camilla con él. Con otra amiga. Luego sola, sola, sola. Sola y con él. Ya está. Todo como hasta ayer. Enrico suelta un suspiro. Cierra la carpeta. Se la acerca a la cara. La aprieta con fuerza, la respira casi. Nick lo mira.
—Eh... Enrico, ¿te acuerdas? Estoy aquí.
Enrico se recupera.
—Sí, sí, todo en orden.
—¿Qué tal entonces?
—Bien, todo bien. En cada foto había mucho de lo que echo de menos cada día y no había nada más de lo que estoy feliz de tener. Está limpia.
—Dicho así, parecemos personajes de una película policíaca americana... Está limpia. ¿A qué te refieres? Entonces, ¿no está con nadie?
—Es honesta. Es sincera. El único hombre soy yo. Luego están sus amigas y todo lo que hace a lo largo del día.
—¿Estás por fin satisfecho? ¿Tranquilo? ¿No te sientes un poco sucio, no te molesta haber hecho que la siguieran, haber buscado una confirmación? Cuando se ama a alguien, ¿no tendríamos simplemente que fiarnos ciegamente? ¿Y si traicionan nuestra confianza, al menos enterarnos de un modo natural?
Enrico lo mira serio.
—Tú no tienes este problema. Quizá no estés enamorado de verdad de ______. Puede que ni siquiera lo estuvieses de Miley si das por terminada así sin más una historia como la vuestra. Querías casarte con ella, ¿no?
—Sí.
—Y en cambio ahora estás con una chiquilla. Y, por encima de todo, no pareces desesperado por la manera en que se acabó con Miley. Así, de golpe. Se acabó, adiós muy buenas.
—Te equivocas, Enrico, yo amo el amor. La belleza del amor. La libertad del amor. Amo la idea de que nada es obligado, que el amor de los demás, su tiempo, su atención, son regalos que se deben merecer y no sólo pretender. También cuando somos una pareja. Se está juntos por elección, no por obligación. Y sí, me hubiese gustado tener a Miley para siempre. Pero se ha ido. Ha elegido marcharse. Y ahora podría estar incluso con otro. ¿Qué otra cosa puedo hacer sino seguir adelante? ¿Seguir amándola por lo que me dio y me dejó probar y que ahora ya no existe?
—Yo creo que si hubieses esperado, en lugar de empezar de inmediato con ______, a lo mejor hubiese vuelto.
—Enrico, han pasado ya más de tres meses. Nunca me ha llamado. En más de tres meses.
—Respeto tu manera de pensar, Nick, y no tengo nada contra ______. Espero que seas feliz con ella. Pero no te metas conmigo y mis miedos. Yo amo a Camilla, pero también necesito sentirme seguro. —Enrico se baja del Mercedes—. Adiós, Nick y gracias de nuevo por todo, espero no tener que volver a necesitarte nunca más para este tipo de cosas.
Nick sonríe.
—¡También yo! Ah, el investigador me dijo que te dijera una cosa: cuando se encuentra una mujer que vale la pena no hay que perder más tiempo. Vete a casa, Enrico.
Su amigo vuelve al coche y le da un abrazo. Luego se va sin decir nada más. Llega rápidamente a su Golf. Pero primero se detiene ante un contenedor. Lo abre con el pie. Coge la carpeta, la rompe en varios trozos y la arroja dentro. Luego se sube al coche. Mira a Nick una última vez y se aleja.
Nick se queda un rato más allí, en silencio. Vuelve a encender el lector de CD. Se deja llevar por el Sandra's Theme de Danny Elfman y recuerda la escena final de la película, la salida de escena, el salto al río. Nick baja la ventanilla. Una brisa ligera anuncia ya el verano, pero en voz baja. Cierra los ojos. Se deja ir. Los japoneses. Miley. El trabajo. El amor. Y lo imprevisto. La chica de los jazmines. ______. Esa falta absoluta de red de seguridad. Ese excitante caminar por el filo, colgado sobre el abismo. El rojo y el negro. Un salto donde el agua es más azul. Nada más. Pero ¿de verdad hay agua allí abajo?
Nick abre el compartimiento del salpicadero. La segunda carpeta, la roja, sigue allí, cerrada. Con su lazo lateral bien apretado. La mira un momento. ¿Qué habrá dentro? ¿Nada? ¿Todo? Nick se baja y se acerca al contenedor. Por un instante, juguetea con el lazo. Luego apoya la carpeta, se saca un encendedor de la chaqueta y le prende fuego. Rápidamente, las hojas empiezan a arrugarse y a quemarse. Crepitan pequeñas llamas, mientras un humo ligero se alza hacia el cielo, lento, danzando al viento, casi divertido, llevándose consigo todos esos secretos. ¿Saber o no saber? Ésta es la cuestión. Nick artífice de la vida de otro de sopetón. Pequeño Dios de quién sabe qué inútil o gran verdad. ¿Le hubiese tenido que dar o no esa segunda carpeta? Otras fotos, otros secretos, tal vez dolor, tal vez traición... Quién sabe. Y entretanto sigue ardiendo. Y sigue, y sigue. Y esa llama burlona se agita al viento, se ríe casi divertida, silenciosa. De alguna manera está leyendo. Sabe. Y se lleva consigo cualquier posible revelación. Después nada más. Cenizas. Y el amor. Verdaderamente, el amor puede dar las respuestas apropiadas.
Nick coge su teléfono móvil. Aprieta una tecla. Recorre la lista a toda prisa. Lo encuentra. Llama.
—¿Dónde estás? Ah sí, ya sé donde es. En seguida paso a buscarte.
Mrs. Nick Jonas
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
Capitulo Ochenta y cuatro
Madi, una joven filipina, está limpiando a toda prisa varios objetos que están en la mesa baja que hay frente al sofá. La puerta se abre de repente. Nick entra besando a ______. Ávido, ávido de besos. De rabia, de confusión, de deseo, de hambre, de...
—¿Madi? ¿Qué hace todavía aquí?
—Señor, yo el viernes estoy hasta las ocho, ¿no recuerda? Usted y la otra señora dice que yo aquí tres veces semana. Lunes, miércoles y viernes. Hoy viernes. —Madi mira su reloj—. Hora siete y media.
Nick se mete las manos en los bolsillos, encuentra veinte euros y se los alarga a Madi.
—Hoy vacaciones. Ahora vacaciones, fuera... Paseo con una amiga, una vuelta por las tiendas, cualquier cosa, pero fuera. —Y la escolta hasta la puerta de servicio, en la cocina, la que da a la escalera de emergencia. Al pasar, Madi coge su bolso y la chaqueta de la cocina y luego es amablemente expulsada. Nick pone el seguro en la cerradura, luego va hacia el salón y cierra también la puerta de la calle.
—Eh, ¿dónde estás?
En el silencio de la casa, Nick busca divertido a ______. Seguramente se ha escondido. Abre una habitación. Y un baño. Mira detrás de un sofá, en el dormitorio, debajo de la mesa. Pero un armario grande que ha quedado medio abierto la delata. Nick pone un CD: Confessions On A Dance Floor.
Luego alza la voz.
—¿Dónde está la chica de los jazmines? ¿Dónde se habrá escondido? —Y poco a poco se acerca al armario. Desnudándose. Deja caer al suelo la camisa, después los pantalones—. ¿Dónde está? Noto su perfume, su respiración, su corazón, noto su deseo, sus ganas, su sonrisa divertida... —Ahora Nick está desnudo. Apaga las últimas luces y enciende una pequeña vela. Luego se mete en el armario—. ¿Dónde está el traje más bonito que yo puedo ponerme?
Y ______ se ríe, cubriéndose la boca con ambas manos. Asustada, excitada, sorprendida, incrédula acerca del hecho de haber sido descubierta. Y en un momento se deja besar, desnudar, con hambre, con rabia, con deseo, entre ropas que se caen de las perchas, conjuntos ligeros de color liso que la acarician como hojas lentas que una vez en el suelo forman un único y gran manto variado. Gris, gris claro, gris oscuro, azul cobalto, y también color azúcar de caña, en un momento tan dulce. Y resbalan casi entre toda esa ropa. Y ______ tira al suelo más. Camisas, y chaquetas, y pantalones; una confusión excitante. Nick la atrae hacia sí, rueda con ella, siente sus piernas, la toca, la aprieta y se arroja a su cuello, y lo besa, y más besos y pequeños mordiscos y piernas que no se acaban nunca. Y sabores, y olores, y suspiros, y humores, y huidas, y retornos... Y un mar tempestuoso.
—No, no, por favor. Por favor no... —Y luego una sonrisa—. Sí, sí, por favor. Por favor sí...
Y su boca y sus dedos y más. Y perderse en cada uno de sus recovecos, sin límites, sin pudor, mirando, espiando, resistiendo... Abandonándose, después de la marejada. Acabados, relajados, abatidos, suaves, amados, consumados entre las sábanas, un poco más allá.
—Eh, ¿qué te ha pasado?
Nick emerge de entre las sábanas, entre los colores de aquella primera hora de la noche. Sonríe.
—¿De qué? ¿Dónde?
—No te digo, aún no has vuelto en ti. No parecías tú. Me has hecho el amor de una manera...
—¿De qué manera?
—Salvaje, hambrienta. Un poco desesperada incluso. De todo modos, muy bien. ¿Ha sido por la reunión de esta tarde?
—¡Más o menos!
—Bien, por una vez y sin que sirva de precedente... ¡Vivan las reuniones! Quiero enseñarte algo.
—¿Después de todo lo que ya he visto!
—¡Idiota!
—¿Hay más estrellas?
______ se levanta y enciende el ordenador de la mesa.
—Hoy, mientras estaba estudiando en casa de Erica, hemos buscado una cosa en Internet, y mira adónde hemos ido a parar... —Su espalda desnuda, vista por detrás es muy hermosa.
Nick se le acerca. La acaricia con dulzura. Baja sin prisa hasta su lado más suave. Se detiene.
—Eh, así no sé lo que estoy buscando y clico en todas partes. ¡Ya está, lo he encontrado! www.ilfarodellisolablu.it. ¡Mira que cosa tan bonita!
Nick se sienta a su lado. ______ ríe divertida, señala feliz, viaja soñadora por aquellas páginas que por un instante dejan de ser virtuales.
—¿Lo ves? Ahí te puedes convertir en un lighthouse keeper, en vigilante del faro. Imagínate, quinientos euros a la semana y te puedes quedar ahí. Vigilando tú solo toda la Isla Azul.
Y en la pantalla del ordenador aparecen una serie de imágenes. Un pequeño claro verde se sumerge en un mar azul un poco más abajo. Algunos acantilados. Más arriba, entre las rocas, un enorme faro blanco. Alguna ola rompe contra los escollos. Un cartel. Indicaciones Para excursiones. Y un sendero que conduce hacia arriba, hacia el tero, flanqueado por cactus y árboles marinos bajos, marcado por tantos pies de personas que a lo largo de los tiempos han querido llegar hasta allí arriba.
—¿Lo ves? Desde allí vigilas los barcos, sus rutas en las corrientes dependen de ti. Tú iluminas su viaje, tú eres el faro... —______ se apoya en él. Desnuda por completo, cálida, suave.
Nick la respira toda.
—Del mismo modo que tú eres un faro para mí.
______ sonríe y se vuelve. Lo besa con esa boca que sabe todavía a amor, como una niña pequeña y caprichosa que busca un beso y sabe que lo encontrará. Nick le toma la cara entre las manos y la mira a los ojos. Y mil palabras recorren esa mirada. Silenciosas, alegres, románticas, enamoradas. Palabras ocultas, palabras que se persiguen, palabras que empujan para salir como un río subterráneo como el eco lejano de un valle apenas descubierto, como el escalador que ha llegado con fatiga hasta la cima de una montaña y desde allí, él solo, le grita al viento, a las nubes que lo rodean, toda su felicidad.
______ baja los ojos, luego lo vuelve a mirar.
—¿En qué estás pensando?
Nick le sonríe.
—En nada. Perdona, pero estoy en mar abierto. Tú eres mi faro. No te apagues.
Después una ducha. Más tarde un aperitivo en albornoz. Luego un paseo por la terraza, hablando de esto y de aquello. En seguida algún que otro beso. A continuación alguna broma. Y un grito. Y una pequeña escapada jugando. Después de que el vecino haya salido a su terraza a vigilar. De que ellos se hayan escondido. Luego una carcajada. Luego. Después de todo eso, ______ está hambrienta.
Nick sonríe.
—Yo también. Tengo una idea. Vamos...
—¿Adónde?
—No hasta el faro de la Isla Azul, pero sí a un lugar muy agradable.
Y rápidamente, sin arreglarse mucho, se meten en el coche y llegan delante de un local. Orient Express. Barrio de San Lorenzo.
—¡No lo conocía! —______ mira a su alrededor—. Pero ¡es una locomotora de verdad! Y se come dentro de los vagones. ¡Qué pasada! Y tú de qué lo conoces, ¿eh? —Lo mira suspicaz—. ¿No será que te estás viendo con alguna otra chica de diecisiete años, o quizá un poco mayor y que por lo tanto ya ha aprobado la Selectividad y no tiene nada que hacer?
—¡Qué va! Me lo dijo Susanna, la mujer de Pietro, que se divierte descubriendo sitios nuevos, lugares, todo lo que pasa en la ciudad.
—¡Qué fuerte! Me gusta esa tipa. También Pietro me cayó simpático el otro día en la comida.
Nick aparca y baja del coche.
—Bueno... a Pietro tú no lo conoces.
—¿Cómo que no lo conozco? ¿Qué te pasa, estás lelo? Pero ¡si hasta pagó la comida!
Nick le coge la mano y da unos golpecitos con suavidad en su frente.
—Toc, toc, ¿se puede? ¿Hay alguien?
______ resopla.
—Sí, hay un montón de gente. Cenas y fiestas en abundancia, alegría y pensamientos divertidos. ¿Qué querías?
Nick sonríe.
—Buscaba a la que ahora no le dirá a Susanna, la mujer de Pietro, que lo conoce.
—Ah. —______ sonríe—. Ya entiendo. Claro. La que lo conoció ha salido un momento...
—Bien, entremos, estáte atenta.
—¿Por qué, están todos tus amigos ahí?
—Pues claro, ¿de lo contrario por qué iba a decirte todo eso que te he dicho? ¡Qué felices todos vosotros, siempre de fiesta ahí adentro, ¿eh?! —Y Nick señala de nuevo la cabeza de ______.
—¡Menos cuando nos obligas a trabajar para los japoneses! ¡Entremos, venga!
Madi, una joven filipina, está limpiando a toda prisa varios objetos que están en la mesa baja que hay frente al sofá. La puerta se abre de repente. Nick entra besando a ______. Ávido, ávido de besos. De rabia, de confusión, de deseo, de hambre, de...
—¿Madi? ¿Qué hace todavía aquí?
—Señor, yo el viernes estoy hasta las ocho, ¿no recuerda? Usted y la otra señora dice que yo aquí tres veces semana. Lunes, miércoles y viernes. Hoy viernes. —Madi mira su reloj—. Hora siete y media.
Nick se mete las manos en los bolsillos, encuentra veinte euros y se los alarga a Madi.
—Hoy vacaciones. Ahora vacaciones, fuera... Paseo con una amiga, una vuelta por las tiendas, cualquier cosa, pero fuera. —Y la escolta hasta la puerta de servicio, en la cocina, la que da a la escalera de emergencia. Al pasar, Madi coge su bolso y la chaqueta de la cocina y luego es amablemente expulsada. Nick pone el seguro en la cerradura, luego va hacia el salón y cierra también la puerta de la calle.
—Eh, ¿dónde estás?
En el silencio de la casa, Nick busca divertido a ______. Seguramente se ha escondido. Abre una habitación. Y un baño. Mira detrás de un sofá, en el dormitorio, debajo de la mesa. Pero un armario grande que ha quedado medio abierto la delata. Nick pone un CD: Confessions On A Dance Floor.
Luego alza la voz.
—¿Dónde está la chica de los jazmines? ¿Dónde se habrá escondido? —Y poco a poco se acerca al armario. Desnudándose. Deja caer al suelo la camisa, después los pantalones—. ¿Dónde está? Noto su perfume, su respiración, su corazón, noto su deseo, sus ganas, su sonrisa divertida... —Ahora Nick está desnudo. Apaga las últimas luces y enciende una pequeña vela. Luego se mete en el armario—. ¿Dónde está el traje más bonito que yo puedo ponerme?
Y ______ se ríe, cubriéndose la boca con ambas manos. Asustada, excitada, sorprendida, incrédula acerca del hecho de haber sido descubierta. Y en un momento se deja besar, desnudar, con hambre, con rabia, con deseo, entre ropas que se caen de las perchas, conjuntos ligeros de color liso que la acarician como hojas lentas que una vez en el suelo forman un único y gran manto variado. Gris, gris claro, gris oscuro, azul cobalto, y también color azúcar de caña, en un momento tan dulce. Y resbalan casi entre toda esa ropa. Y ______ tira al suelo más. Camisas, y chaquetas, y pantalones; una confusión excitante. Nick la atrae hacia sí, rueda con ella, siente sus piernas, la toca, la aprieta y se arroja a su cuello, y lo besa, y más besos y pequeños mordiscos y piernas que no se acaban nunca. Y sabores, y olores, y suspiros, y humores, y huidas, y retornos... Y un mar tempestuoso.
—No, no, por favor. Por favor no... —Y luego una sonrisa—. Sí, sí, por favor. Por favor sí...
Y su boca y sus dedos y más. Y perderse en cada uno de sus recovecos, sin límites, sin pudor, mirando, espiando, resistiendo... Abandonándose, después de la marejada. Acabados, relajados, abatidos, suaves, amados, consumados entre las sábanas, un poco más allá.
—Eh, ¿qué te ha pasado?
Nick emerge de entre las sábanas, entre los colores de aquella primera hora de la noche. Sonríe.
—¿De qué? ¿Dónde?
—No te digo, aún no has vuelto en ti. No parecías tú. Me has hecho el amor de una manera...
—¿De qué manera?
—Salvaje, hambrienta. Un poco desesperada incluso. De todo modos, muy bien. ¿Ha sido por la reunión de esta tarde?
—¡Más o menos!
—Bien, por una vez y sin que sirva de precedente... ¡Vivan las reuniones! Quiero enseñarte algo.
—¿Después de todo lo que ya he visto!
—¡Idiota!
—¿Hay más estrellas?
______ se levanta y enciende el ordenador de la mesa.
—Hoy, mientras estaba estudiando en casa de Erica, hemos buscado una cosa en Internet, y mira adónde hemos ido a parar... —Su espalda desnuda, vista por detrás es muy hermosa.
Nick se le acerca. La acaricia con dulzura. Baja sin prisa hasta su lado más suave. Se detiene.
—Eh, así no sé lo que estoy buscando y clico en todas partes. ¡Ya está, lo he encontrado! www.ilfarodellisolablu.it. ¡Mira que cosa tan bonita!
Nick se sienta a su lado. ______ ríe divertida, señala feliz, viaja soñadora por aquellas páginas que por un instante dejan de ser virtuales.
—¿Lo ves? Ahí te puedes convertir en un lighthouse keeper, en vigilante del faro. Imagínate, quinientos euros a la semana y te puedes quedar ahí. Vigilando tú solo toda la Isla Azul.
Y en la pantalla del ordenador aparecen una serie de imágenes. Un pequeño claro verde se sumerge en un mar azul un poco más abajo. Algunos acantilados. Más arriba, entre las rocas, un enorme faro blanco. Alguna ola rompe contra los escollos. Un cartel. Indicaciones Para excursiones. Y un sendero que conduce hacia arriba, hacia el tero, flanqueado por cactus y árboles marinos bajos, marcado por tantos pies de personas que a lo largo de los tiempos han querido llegar hasta allí arriba.
—¿Lo ves? Desde allí vigilas los barcos, sus rutas en las corrientes dependen de ti. Tú iluminas su viaje, tú eres el faro... —______ se apoya en él. Desnuda por completo, cálida, suave.
Nick la respira toda.
—Del mismo modo que tú eres un faro para mí.
______ sonríe y se vuelve. Lo besa con esa boca que sabe todavía a amor, como una niña pequeña y caprichosa que busca un beso y sabe que lo encontrará. Nick le toma la cara entre las manos y la mira a los ojos. Y mil palabras recorren esa mirada. Silenciosas, alegres, románticas, enamoradas. Palabras ocultas, palabras que se persiguen, palabras que empujan para salir como un río subterráneo como el eco lejano de un valle apenas descubierto, como el escalador que ha llegado con fatiga hasta la cima de una montaña y desde allí, él solo, le grita al viento, a las nubes que lo rodean, toda su felicidad.
______ baja los ojos, luego lo vuelve a mirar.
—¿En qué estás pensando?
Nick le sonríe.
—En nada. Perdona, pero estoy en mar abierto. Tú eres mi faro. No te apagues.
Después una ducha. Más tarde un aperitivo en albornoz. Luego un paseo por la terraza, hablando de esto y de aquello. En seguida algún que otro beso. A continuación alguna broma. Y un grito. Y una pequeña escapada jugando. Después de que el vecino haya salido a su terraza a vigilar. De que ellos se hayan escondido. Luego una carcajada. Luego. Después de todo eso, ______ está hambrienta.
Nick sonríe.
—Yo también. Tengo una idea. Vamos...
—¿Adónde?
—No hasta el faro de la Isla Azul, pero sí a un lugar muy agradable.
Y rápidamente, sin arreglarse mucho, se meten en el coche y llegan delante de un local. Orient Express. Barrio de San Lorenzo.
—¡No lo conocía! —______ mira a su alrededor—. Pero ¡es una locomotora de verdad! Y se come dentro de los vagones. ¡Qué pasada! Y tú de qué lo conoces, ¿eh? —Lo mira suspicaz—. ¿No será que te estás viendo con alguna otra chica de diecisiete años, o quizá un poco mayor y que por lo tanto ya ha aprobado la Selectividad y no tiene nada que hacer?
—¡Qué va! Me lo dijo Susanna, la mujer de Pietro, que se divierte descubriendo sitios nuevos, lugares, todo lo que pasa en la ciudad.
—¡Qué fuerte! Me gusta esa tipa. También Pietro me cayó simpático el otro día en la comida.
Nick aparca y baja del coche.
—Bueno... a Pietro tú no lo conoces.
—¿Cómo que no lo conozco? ¿Qué te pasa, estás lelo? Pero ¡si hasta pagó la comida!
Nick le coge la mano y da unos golpecitos con suavidad en su frente.
—Toc, toc, ¿se puede? ¿Hay alguien?
______ resopla.
—Sí, hay un montón de gente. Cenas y fiestas en abundancia, alegría y pensamientos divertidos. ¿Qué querías?
Nick sonríe.
—Buscaba a la que ahora no le dirá a Susanna, la mujer de Pietro, que lo conoce.
—Ah. —______ sonríe—. Ya entiendo. Claro. La que lo conoció ha salido un momento...
—Bien, entremos, estáte atenta.
—¿Por qué, están todos tus amigos ahí?
—Pues claro, ¿de lo contrario por qué iba a decirte todo eso que te he dicho? ¡Qué felices todos vosotros, siempre de fiesta ahí adentro, ¿eh?! —Y Nick señala de nuevo la cabeza de ______.
—¡Menos cuando nos obligas a trabajar para los japoneses! ¡Entremos, venga!
Mrs. Nick Jonas
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
Capitulo Ochenta y cinco
Roberto está en el salón. Del equipo de música sale la música que ha elegido. Sirve vino blanco en dos vasos. Frío, suave. Tiene ganas de estar un rato a solas con su mujer, de besarla, de ponerse romántico y luego, ¿por qué no?, de perderse entre las sábanas. Hace bastante tiempo que eso no ocurre. Llevar adelante una historia de amor conlleva también un poco de esfuerzo sentimental. Sirve. Ayuda. Hace de pegamento. Roberto entrecierra los ojos. Decidir sentado a la mesa algo al respecto tampoco le hace ninguna gracia. Si Simona oyese este pensamiento se armaría una buena. Para ella, el amor tiene que ser amor y basta. Amor al azar, amor natural, deseo de amar. Un poco como en aquella película, Family Man, cuando Nicholas Cage entra en una dimensión que nunca había vivido realmente, aquella que Dios un día, haciendo una excepción, decide dejarle entrever cómo hubiesen sido las cosas con aquella mujer si se hubiese casado con ella, si hubiese tenido hijos con ella, si hubiese cumplido una promesa formulada años antes, si... Todos esos si que demasiado a menudo nos atormentan a lo largo de toda la vida. Sin tener un buen Dios director que nos dé antes o después una respuesta. Jack Campbell, un banquero millonario, vive en un lujoso ático, tiene un montón de mujeres y un Ferrari. Pero el día de Navidad se despierta en Nueva Jersey, al lado de Kate, su novia de los tiempos del instituto, en la que hubiese podido ser su vida. Y poco a poco comprende que a lo mejor no se hubiese hecho tan rico como lo es ahora, quizá, pero lo que es seguro es que hubiese sido más feliz de lo que jamás ha llegado a ser.
Si no se hubiese ido a trabajar a otra ciudad con la promesa de regresar. Promesa jamás cumplida. Y ahora Dios, que en ocasiones lo hace, le ofrece la posibilidad de volver atrás o, mejor, otra posibilidad para no defraudar a Kate, su Kate del instituto. Roberto se acomoda el cojín detrás de la espalda, mientras piensa en las escenas de esa película. Está satisfecho, tranquilo, cierra los ojos y suspira. Un raro momento de felicidad. Pero es consciente de ello, es normal que así sea. La felicidad no tiene que ser una meta, sino un estilo de vida. ¿Quién lo dijo? Un japonés. A veces estos japoneses se quedan con nosotros. Bien, pues yo añadiría también que la felicidad estriba en la capacidad de ser conscientes de que todo cuanto estamos viviendo, aunque sólo sea el mero hecho de vivir, no es algo que se nos deba sin más. Así se puede ser feliz de manera simple, sin demasiados requisitos. Cierra los ojos. Pero ¿qué cosas estoy pensando? La vida es simple, más simple: es un caramelo, no demasiado dulce, que debemos dejar disolver en la boca, sin prisa, sin masticarlo, chupándolo. Como haré yo con mi mujer dentro de un rato. Yo no soy Jack. Yo mantuve mi promesa. Y a lo mejor consigo incluso una buena ganancia. ¿Qué más puede haber? Uno puede también no conformarse, pero aunque sea un tópico, el que se conforma...
De repente, se apaga la música del equipo. Roberto abre los ojos de golpe. Simona está allí, junto al lector de CD. Su dedo sigue todavía sobre el botón del «stop». Ha sido ella quien lo ha apagado. Pero sonríe. Exhibe una de esas sonrisas que son todo un programa. Roberto no alberga duda alguna. Conoce bien esa expresión. Detrás de ese movimiento apenas perceptible de los labios, detrás de esa aparición de sus dientes pequeños y perfectos, se oculta casi siempre una historia inimaginable... Drama, abandono, error. Disculpa, pero he conocido a otro. Disculpa, pero me voy. Disculpa, pero he hecho una estupidez. Disculpa, pero estoy embarazada... Disculpa, pero estoy embarazada y no de ti. Disculpa, pero no sé cómo decírtelo. Disculpa, pero... en fin, cualquier otra cosa, de cualquier tipo, con cualquier consecuencia, pero con una única certeza... Lo que Simona tiene que decirle empezará con un disculpa...
Y Roberto no puede esperar más. Se incorpora ayudándose con los brazos y se sienta recto, con la espalda bien apoyada en el respaldo del sofá.
—¿Qué pasa, Simona, por qué has apagado la música? ¿Tienes algo que decirme?
—Perdóname...
Perdóname. Demonios, piensa Roberto. No es una disculpa, peor aún... ¡Es perdóname! ¡Joder! Esa posibilidad no la había contemplado. Hasta ahí todavía no había llegado. Disculpa es cosa de nada comparado con perdóname. Perdóname lo es todo. Joder, mierda, mierda. ¿Qué has hecho, mi amor? Le da miedo sólo pensarlo. Bueno, bueno, mantengamos la calma. Mostrémonos abiertos. Confiados. He leído el manual. Los brazos sin cruzar. Apertura. Generosidad. Disposición a escuchar. ¿Qué ha sucedido, mi amor? Amabilidad, amabilidad, amabilidad. También hipocresía, si fuese necesario. Todo con tal de llegar a la verdad.
—Cuéntamelo todo, cariño, no hay ningún problema, en serio, es como si ya te hubiese perdonado.
Roberto se obliga a sonreír. Simona se suelta el cabello y se dirige lentamente hacia el sillón de enfrente. Se sienta, pero lo hace con lentitud. Demasiada.
—No, te decía que me perdonases porque tú te estabas relajando con la música y yo he apagado el aparato sin más, sin avisarte siquiera.
—No pasa nada. —Roberto apoya las manos cerca de las rodillas.
De nuevo esa sonrisa... Apertura. Generosidad. Disposición. Aceptación. Tranquilidad. De manual.
—Dime, ¿qué ocurre?
—No es nada. —Simona sonríe y junta las manos, las mete entre las piernas, la una sobre la otra. Parece casi rece una pequeña oración.
Roberto la mira preocupado. Dios mío. Las manos entre las piernas, cerradas, juntas. ¿Qué decía el manual? No me acuerdo. Entrecierra los ojos intentando visualizar esa página. Salía también la foto de un par de manos. Pero ¿cómo eran? También aparecía la foto de una persona. Sí. Dios mío. Santa María Goretti. Manos unidas. Signo de petición extrema. Petición de algo que está por encima de todo.
Inusual. A veces imposible de llevar a cabo, por eso se ponen las manos como si se estuviera rezando, porque tan sólo un santo puede decir que sí. Atención, se avecina una petición. Roberto la mira y sonríe con aire seráfico, intentando ser lo más santo posible, ese que sin duda alguna sabrá atenderla. O al menos eso es lo que intenta transmitir con su sonrisa.
—Dime, querida, ¿qué problema hay?
—Bueno, yo no diría que haya ningún problema.
—Si me hablas de ello —amabilidad, calma, apertura, serenidad—, sólo un poco más, podré entenderlo y juzgar yo también. —Y recoloca un libro que hay sobre la mesa, justo como indica el manual, «aparentar desinterés, ocuparse de otra cosa durante la plegaria hará más fácil la confesión». Al recordar la palabra «confesión», Roberto tiene un momento de debilidad. El libro resbala hacia un lado, casi se le cae, pero él hace como si nada.
Simona lo mira. Entrecierra un poco los ojos, lo estudia tratando de comprender en qué fase se encuentra. ¿Está de verdad tan relajado y predispuesto como aparenta? ¿O se trata tan sólo de una pose?
—¿Y bien? —Roberto se vuelve y le sonríe de nuevo.
Simona decide jugarse la última carta.
—No, no importa, podemos hablarlo con calma mañana. —Calma. Yo tengo toda la calma del mundo—. Ahora ya es demasiado tarde.
Lo ha dicho. Y Simona sabe bien que ahora hay dos posibilidades. Si Roberto sólo fingía estar relajado, empezará de repente a gritar como un loco cosas del tipo «Eh, ahora me lo vas a decir, ¿entiendes?, me tienes harto con tanto preliminar», e incluso cosas peores; o bien, si está tranquilo de verdad, lo dejará en un «Como quieras», «Como prefieras» o, mejor aún, «Lo que tú decidas para mí está bien».
Roberto es sorprendente. No, está relajado. Más aún.
—Me gustaría saberlo, porque creo que es algo que nos afecta a los dos, a ti en particular; te noto tensa. Pero si tú lo prefieres, lo dejamos para mañana, por mí está bien así.
Te noto tensa. Bien. Demostrar preocupación por ella, sea cual sea la petición, es consecuencia del amor y la importancia que se le otorga a la otra persona. Ese capítulo no estaba en el manual. Roberto ya ha comprendido todas las reglas. O mejor dicho, Roberto ya es el manual.
Simona sonríe, separa las piernas y vuelve a colocarlas la una sobre la otra. Pero no como Sharon Stone, no. Más bien como una niña. Y sigue sonriendo. Aunque ahora está tranquila, piensa Roberto. Mejor. Bate un poco las palmas, juguetea. Luego se las apoya en el estómago, serena y feliz. Bien. No hay ningún problema. Roberto ahora está relajado de verdad. Simona lo mira y sonríe. Se lo puedo contar.
—Hoy he salido con ______.
Roberto finge tranquilidad para animarla a seguir.
—Qué bien, por un momento he creído que... —pero se percata, por la mirada de su mujer que se está aventurando hacia quién sabe qué playa privada—, pensaba que ______ no estaba en Roma, es extraño, ¿por qué será?
Simona vuelve a relajarse. Roberto intenta recuperar terreno. Coge el libro pero no lo abre, por educación. Es para prestar atención a la otra persona y a lo que le quiere decir. Página 30 del manual. Quiere darle a entender que, sea lo que sea lo que vaya a decirle, después él seguirá leyendo su novela. Tranquilamente. Ninguna noticia puede turbarlo tanto. Le sonríe.
—Nos hemos divertido... y hemos hablado.
—Ah. —Roberto sigue jugueteando con el libro, pero esa espera está acabando con él. Le gustaría arrojar el libro o, mejor aún, coger ese manual que lo obliga a tantas fatigas psicológicas y hacerlo pedazos. Sin embargo se controla, se obliga a resistir. Simona, al ver su tranquilidad, le concede algo más.
—Hemos estado hablando de ella, de su historia de amor.
—Ah. —Hasta aquí todo normal, piensa Roberto. Pero, entonces, ¿qué pasa? ¿Qué puede haber sucedido? ¿Hay algo más? Calma, calma. Es tan necesaria...—. Simona, me lo dijiste tú misma. Tú sabes cuál ha sido mi manera de afrontar toda esta cuestión.
—Y lo has hecho muy bien.
—Aunque me parezca absurdo que alguien haya venido a nuestra casa, que tú hayas hablado con él y que ese alguien no fuese el agente de seguros al que estábamos esperando. Pero, sobre todo, me parece absurdo que ahora todos hagamos como si nada, y no afrontemos el asunto.
—Cariño, en muchas ocasiones, las familias se comportan así, seguro que pasó también en la tuya cuando eras pequeño o en la mía... Se aceptan las cosas en silencio, se hace como si nada hubiese pasado sólo para vivir con tranquilidad... Hemos decidido que no teníamos que hostigarla porque de lo contrario, con lo rebelde que es, se hubiese empeñado aún más en pelear contra todo y contra todos por estar con ese chico que le lleva veinte años.
—No sabes cómo me pongo sólo con oírlo. Me parece que esta noche no podré dormir. Ni me lo recuerdes. Pero ¿qué es lo que ha pasado? ¿Se ha liado con otro? ¿Con el de antes? ¿Con ese cantautor fracasado?
—¡Roberto! Claro que no.
Ah, tampoco es eso.
—¿Se ha liado con otro diferente? —Roberto la mira y alarga los brazos—. Venga, mi amor, es normal, son cosas que ocurren a su edad, se dejan, vuelven. Recuerda lo que hacías tú antes de conocerme.
—Sí, me divertía un montón.
—Mientes. Te aburrías. Luego me conociste y hallaste el amor verdadero. Pues, mira por dónde, a lo mejor también ______ lo conocerá antes o después. A lo mejor incluso sea éste el muchacho adecuado para ella. Acuérdate, amor, de que sólo tiene diecisiete años.
—Eso ya lo sé.
—Entonces no lo olvides.
—No, no hay riesgo de que me olvide de que su nuevo novio tiene casi treinta y siete años.
—Bueno, cuando hemos salido me dijo que estaba con un muchacho un poco mayor que ella, pero ha hecho como si no supiera que yo lo sé, ¡no ha tenido valor para decirme que le lleva veinte años!
—Bueno, eso es normal... Tú eres su madre y bastante es que no lo niegue todo directamente.
—Ah, encima la defiendes. Pues que sepas que ha pasado por alto el tema de la edad, pero me ha dicho que era el hombre de su vida, que tiene intenciones serias.
—Dios mío, está embarazada.
—No... Simplemente está enamorada.
—Pero puede que llegue un momento en que esos veinte años de diferencia empiecen a pesar, él o ella se darán cuenta y se les pasará.
—Eres un cínico... Pero me parece que la cosa es más seria de lo que pensaba.
—¿Por qué?
—Hemos salido de compras, le he dicho que podía elegir lo que quisiera, me he mostrado lo más abierta posible precisamente para hacerla hablar.
—¿Y?
—No se ha querido comprar nada.
—Dios mío... Entonces sí que estamos metidos en un buen lío.
Roberto está en el salón. Del equipo de música sale la música que ha elegido. Sirve vino blanco en dos vasos. Frío, suave. Tiene ganas de estar un rato a solas con su mujer, de besarla, de ponerse romántico y luego, ¿por qué no?, de perderse entre las sábanas. Hace bastante tiempo que eso no ocurre. Llevar adelante una historia de amor conlleva también un poco de esfuerzo sentimental. Sirve. Ayuda. Hace de pegamento. Roberto entrecierra los ojos. Decidir sentado a la mesa algo al respecto tampoco le hace ninguna gracia. Si Simona oyese este pensamiento se armaría una buena. Para ella, el amor tiene que ser amor y basta. Amor al azar, amor natural, deseo de amar. Un poco como en aquella película, Family Man, cuando Nicholas Cage entra en una dimensión que nunca había vivido realmente, aquella que Dios un día, haciendo una excepción, decide dejarle entrever cómo hubiesen sido las cosas con aquella mujer si se hubiese casado con ella, si hubiese tenido hijos con ella, si hubiese cumplido una promesa formulada años antes, si... Todos esos si que demasiado a menudo nos atormentan a lo largo de toda la vida. Sin tener un buen Dios director que nos dé antes o después una respuesta. Jack Campbell, un banquero millonario, vive en un lujoso ático, tiene un montón de mujeres y un Ferrari. Pero el día de Navidad se despierta en Nueva Jersey, al lado de Kate, su novia de los tiempos del instituto, en la que hubiese podido ser su vida. Y poco a poco comprende que a lo mejor no se hubiese hecho tan rico como lo es ahora, quizá, pero lo que es seguro es que hubiese sido más feliz de lo que jamás ha llegado a ser.
Si no se hubiese ido a trabajar a otra ciudad con la promesa de regresar. Promesa jamás cumplida. Y ahora Dios, que en ocasiones lo hace, le ofrece la posibilidad de volver atrás o, mejor, otra posibilidad para no defraudar a Kate, su Kate del instituto. Roberto se acomoda el cojín detrás de la espalda, mientras piensa en las escenas de esa película. Está satisfecho, tranquilo, cierra los ojos y suspira. Un raro momento de felicidad. Pero es consciente de ello, es normal que así sea. La felicidad no tiene que ser una meta, sino un estilo de vida. ¿Quién lo dijo? Un japonés. A veces estos japoneses se quedan con nosotros. Bien, pues yo añadiría también que la felicidad estriba en la capacidad de ser conscientes de que todo cuanto estamos viviendo, aunque sólo sea el mero hecho de vivir, no es algo que se nos deba sin más. Así se puede ser feliz de manera simple, sin demasiados requisitos. Cierra los ojos. Pero ¿qué cosas estoy pensando? La vida es simple, más simple: es un caramelo, no demasiado dulce, que debemos dejar disolver en la boca, sin prisa, sin masticarlo, chupándolo. Como haré yo con mi mujer dentro de un rato. Yo no soy Jack. Yo mantuve mi promesa. Y a lo mejor consigo incluso una buena ganancia. ¿Qué más puede haber? Uno puede también no conformarse, pero aunque sea un tópico, el que se conforma...
De repente, se apaga la música del equipo. Roberto abre los ojos de golpe. Simona está allí, junto al lector de CD. Su dedo sigue todavía sobre el botón del «stop». Ha sido ella quien lo ha apagado. Pero sonríe. Exhibe una de esas sonrisas que son todo un programa. Roberto no alberga duda alguna. Conoce bien esa expresión. Detrás de ese movimiento apenas perceptible de los labios, detrás de esa aparición de sus dientes pequeños y perfectos, se oculta casi siempre una historia inimaginable... Drama, abandono, error. Disculpa, pero he conocido a otro. Disculpa, pero me voy. Disculpa, pero he hecho una estupidez. Disculpa, pero estoy embarazada... Disculpa, pero estoy embarazada y no de ti. Disculpa, pero no sé cómo decírtelo. Disculpa, pero... en fin, cualquier otra cosa, de cualquier tipo, con cualquier consecuencia, pero con una única certeza... Lo que Simona tiene que decirle empezará con un disculpa...
Y Roberto no puede esperar más. Se incorpora ayudándose con los brazos y se sienta recto, con la espalda bien apoyada en el respaldo del sofá.
—¿Qué pasa, Simona, por qué has apagado la música? ¿Tienes algo que decirme?
—Perdóname...
Perdóname. Demonios, piensa Roberto. No es una disculpa, peor aún... ¡Es perdóname! ¡Joder! Esa posibilidad no la había contemplado. Hasta ahí todavía no había llegado. Disculpa es cosa de nada comparado con perdóname. Perdóname lo es todo. Joder, mierda, mierda. ¿Qué has hecho, mi amor? Le da miedo sólo pensarlo. Bueno, bueno, mantengamos la calma. Mostrémonos abiertos. Confiados. He leído el manual. Los brazos sin cruzar. Apertura. Generosidad. Disposición a escuchar. ¿Qué ha sucedido, mi amor? Amabilidad, amabilidad, amabilidad. También hipocresía, si fuese necesario. Todo con tal de llegar a la verdad.
—Cuéntamelo todo, cariño, no hay ningún problema, en serio, es como si ya te hubiese perdonado.
Roberto se obliga a sonreír. Simona se suelta el cabello y se dirige lentamente hacia el sillón de enfrente. Se sienta, pero lo hace con lentitud. Demasiada.
—No, te decía que me perdonases porque tú te estabas relajando con la música y yo he apagado el aparato sin más, sin avisarte siquiera.
—No pasa nada. —Roberto apoya las manos cerca de las rodillas.
De nuevo esa sonrisa... Apertura. Generosidad. Disposición. Aceptación. Tranquilidad. De manual.
—Dime, ¿qué ocurre?
—No es nada. —Simona sonríe y junta las manos, las mete entre las piernas, la una sobre la otra. Parece casi rece una pequeña oración.
Roberto la mira preocupado. Dios mío. Las manos entre las piernas, cerradas, juntas. ¿Qué decía el manual? No me acuerdo. Entrecierra los ojos intentando visualizar esa página. Salía también la foto de un par de manos. Pero ¿cómo eran? También aparecía la foto de una persona. Sí. Dios mío. Santa María Goretti. Manos unidas. Signo de petición extrema. Petición de algo que está por encima de todo.
Inusual. A veces imposible de llevar a cabo, por eso se ponen las manos como si se estuviera rezando, porque tan sólo un santo puede decir que sí. Atención, se avecina una petición. Roberto la mira y sonríe con aire seráfico, intentando ser lo más santo posible, ese que sin duda alguna sabrá atenderla. O al menos eso es lo que intenta transmitir con su sonrisa.
—Dime, querida, ¿qué problema hay?
—Bueno, yo no diría que haya ningún problema.
—Si me hablas de ello —amabilidad, calma, apertura, serenidad—, sólo un poco más, podré entenderlo y juzgar yo también. —Y recoloca un libro que hay sobre la mesa, justo como indica el manual, «aparentar desinterés, ocuparse de otra cosa durante la plegaria hará más fácil la confesión». Al recordar la palabra «confesión», Roberto tiene un momento de debilidad. El libro resbala hacia un lado, casi se le cae, pero él hace como si nada.
Simona lo mira. Entrecierra un poco los ojos, lo estudia tratando de comprender en qué fase se encuentra. ¿Está de verdad tan relajado y predispuesto como aparenta? ¿O se trata tan sólo de una pose?
—¿Y bien? —Roberto se vuelve y le sonríe de nuevo.
Simona decide jugarse la última carta.
—No, no importa, podemos hablarlo con calma mañana. —Calma. Yo tengo toda la calma del mundo—. Ahora ya es demasiado tarde.
Lo ha dicho. Y Simona sabe bien que ahora hay dos posibilidades. Si Roberto sólo fingía estar relajado, empezará de repente a gritar como un loco cosas del tipo «Eh, ahora me lo vas a decir, ¿entiendes?, me tienes harto con tanto preliminar», e incluso cosas peores; o bien, si está tranquilo de verdad, lo dejará en un «Como quieras», «Como prefieras» o, mejor aún, «Lo que tú decidas para mí está bien».
Roberto es sorprendente. No, está relajado. Más aún.
—Me gustaría saberlo, porque creo que es algo que nos afecta a los dos, a ti en particular; te noto tensa. Pero si tú lo prefieres, lo dejamos para mañana, por mí está bien así.
Te noto tensa. Bien. Demostrar preocupación por ella, sea cual sea la petición, es consecuencia del amor y la importancia que se le otorga a la otra persona. Ese capítulo no estaba en el manual. Roberto ya ha comprendido todas las reglas. O mejor dicho, Roberto ya es el manual.
Simona sonríe, separa las piernas y vuelve a colocarlas la una sobre la otra. Pero no como Sharon Stone, no. Más bien como una niña. Y sigue sonriendo. Aunque ahora está tranquila, piensa Roberto. Mejor. Bate un poco las palmas, juguetea. Luego se las apoya en el estómago, serena y feliz. Bien. No hay ningún problema. Roberto ahora está relajado de verdad. Simona lo mira y sonríe. Se lo puedo contar.
—Hoy he salido con ______.
Roberto finge tranquilidad para animarla a seguir.
—Qué bien, por un momento he creído que... —pero se percata, por la mirada de su mujer que se está aventurando hacia quién sabe qué playa privada—, pensaba que ______ no estaba en Roma, es extraño, ¿por qué será?
Simona vuelve a relajarse. Roberto intenta recuperar terreno. Coge el libro pero no lo abre, por educación. Es para prestar atención a la otra persona y a lo que le quiere decir. Página 30 del manual. Quiere darle a entender que, sea lo que sea lo que vaya a decirle, después él seguirá leyendo su novela. Tranquilamente. Ninguna noticia puede turbarlo tanto. Le sonríe.
—Nos hemos divertido... y hemos hablado.
—Ah. —Roberto sigue jugueteando con el libro, pero esa espera está acabando con él. Le gustaría arrojar el libro o, mejor aún, coger ese manual que lo obliga a tantas fatigas psicológicas y hacerlo pedazos. Sin embargo se controla, se obliga a resistir. Simona, al ver su tranquilidad, le concede algo más.
—Hemos estado hablando de ella, de su historia de amor.
—Ah. —Hasta aquí todo normal, piensa Roberto. Pero, entonces, ¿qué pasa? ¿Qué puede haber sucedido? ¿Hay algo más? Calma, calma. Es tan necesaria...—. Simona, me lo dijiste tú misma. Tú sabes cuál ha sido mi manera de afrontar toda esta cuestión.
—Y lo has hecho muy bien.
—Aunque me parezca absurdo que alguien haya venido a nuestra casa, que tú hayas hablado con él y que ese alguien no fuese el agente de seguros al que estábamos esperando. Pero, sobre todo, me parece absurdo que ahora todos hagamos como si nada, y no afrontemos el asunto.
—Cariño, en muchas ocasiones, las familias se comportan así, seguro que pasó también en la tuya cuando eras pequeño o en la mía... Se aceptan las cosas en silencio, se hace como si nada hubiese pasado sólo para vivir con tranquilidad... Hemos decidido que no teníamos que hostigarla porque de lo contrario, con lo rebelde que es, se hubiese empeñado aún más en pelear contra todo y contra todos por estar con ese chico que le lleva veinte años.
—No sabes cómo me pongo sólo con oírlo. Me parece que esta noche no podré dormir. Ni me lo recuerdes. Pero ¿qué es lo que ha pasado? ¿Se ha liado con otro? ¿Con el de antes? ¿Con ese cantautor fracasado?
—¡Roberto! Claro que no.
Ah, tampoco es eso.
—¿Se ha liado con otro diferente? —Roberto la mira y alarga los brazos—. Venga, mi amor, es normal, son cosas que ocurren a su edad, se dejan, vuelven. Recuerda lo que hacías tú antes de conocerme.
—Sí, me divertía un montón.
—Mientes. Te aburrías. Luego me conociste y hallaste el amor verdadero. Pues, mira por dónde, a lo mejor también ______ lo conocerá antes o después. A lo mejor incluso sea éste el muchacho adecuado para ella. Acuérdate, amor, de que sólo tiene diecisiete años.
—Eso ya lo sé.
—Entonces no lo olvides.
—No, no hay riesgo de que me olvide de que su nuevo novio tiene casi treinta y siete años.
—Bueno, cuando hemos salido me dijo que estaba con un muchacho un poco mayor que ella, pero ha hecho como si no supiera que yo lo sé, ¡no ha tenido valor para decirme que le lleva veinte años!
—Bueno, eso es normal... Tú eres su madre y bastante es que no lo niegue todo directamente.
—Ah, encima la defiendes. Pues que sepas que ha pasado por alto el tema de la edad, pero me ha dicho que era el hombre de su vida, que tiene intenciones serias.
—Dios mío, está embarazada.
—No... Simplemente está enamorada.
—Pero puede que llegue un momento en que esos veinte años de diferencia empiecen a pesar, él o ella se darán cuenta y se les pasará.
—Eres un cínico... Pero me parece que la cosa es más seria de lo que pensaba.
—¿Por qué?
—Hemos salido de compras, le he dicho que podía elegir lo que quisiera, me he mostrado lo más abierta posible precisamente para hacerla hablar.
—¿Y?
—No se ha querido comprar nada.
—Dios mío... Entonces sí que estamos metidos en un buen lío.
Mrs. Nick Jonas
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
Capitulo Ochenta y seis
Pietro y Susanna, Flavio y Cristina, Enrico y Camilla están en el último vagón del Orient Express. Camilla sonríe al ver llegar a Nick desde lejos.
—¡Ahí está Nick... ya ha llegado!
—¿Dónde?
—Allí, al fondo.
Susanna se fija un poco más.
—¿Qué pasa? ¿Ha vuelto con Miley?
—Qué va. —Camilla le da un codazo. Esa que va con él no es Miley.
—¿Y quién es?
Cristina toma un sorbo de vino.
—Pero ¿estáis ciegos o qué? ¿No os dais cuenta de que ésa tiene por lo menos veinte años menos que Miley... y que nosotros?
Enrico sonríe y come un trocito de pan. Pietro traga preocupado por lo que pueda suceder. Nick y ______ se acercan a la mesa.
—Ah, aquí estáis, no os veíamos. Ella es ______.
—¡Encantada!
______ le da la mano primero a Camilla, después a Susanna y a Cristina. Luego a los hombres.
—Ellos son Enrico, Flavio...
Pietro cada vez está más preocupado. Intenta evitar su mirada.
—Y yo soy Pietro, encantado.
______ hace como si nada.
—¡Hola, encantada, ______!
Nick ve dos asientos libres.
—¿Nos sentamos aquí?
—Por supuesto. —Nick se sienta al lado de Pietro y cede la cabecera de la mesa a ______.
—Voy un momento al baño a lavarme las manos. ¿Me disculpáis?
Nick, que ya se había sentado, vuelve a levantarse, luego sonríe a ______, que se aleja.
Cristina la observa un momento.
—Es guapa esa chica, muy guapa. —Y mira a Nick.
—Gracias.
—¿Cómo la conociste?
—Un accidente de tráfico.
—¿En serio? —Camilla sonríe—. Que extraña coincidencia. Enrico y yo nos conocimos porque yo me había quedado sin gasolina en el ciclomotor y él se ofreció amablemente a ayudarme.
—Sí, pero por aquel entonces, todavía estabais los dos en el instituto —sonríe Cristina—. Digamos que ______ lo podría haber visto aquel día desde su cochecito.
Nick abre su servilleta y sonríe.
—No, yo más bien diría que, por aquel entonces, todavía estaba en los dulces sueños de sus padres.
—¿Qué? —Camilla abre la boca—. Pero Enrico y yo nos conocimos hace veinte años...
—Precisamente, ella llegó tres años después.
Susanna hace un cálculo rápido con los dedos.
—¿Tiene diecisiete?
Interviene Pietro.
—¿Lo veis? Mi mujer sabe llevar las cuentas, pero no las de casa.
Cristina mira a Nick, ligeramente tensa.
—¿Y eso qué quiere decir? ¿Que de vez en cuando saldrás con ella y sus amigas y que puede que te lleves contigo también a tus amigos, por no decir nuestros maridos?
Nick intenta no mirar a Enrico y a Pietro.
—No, ¿qué tiene eso que ver? Sólo estamos saliendo juntos. No se cómo irá la cosa. Me parece que no hay por qué preocuparse.
Camilla lo mira molesta.
—¿Lo que dices es que ya sabes que no va a durar? Entonces eres un imbécil. Ella me parece una tía solar, abierta, a lo mejor se lo cree. Se sentirá mal.
—No, claro, lo que quería decir es que no tenéis por qué preocuparos por mis amigos, por no decir vuestros maridos.
Nick siente vibrar su teléfono móvil en el bolsillo. Lo coge. Un mensaje. Es ______.
«¿Y bien? ¿Cómo va la ráfaga de preguntas? ¿Has sobrevivido? ¿Vuelvo o te espero en el lavabo y huimos?»
Nick sonríe y responde lo más rápido que puede. «Tu faro los ha deslumbrado. Vuelve, todo ok.» Luego se guarda el Motorola en el bolsillo.
—Bien, escuchad una cosa. Mirad, yo no sé cómo eran vuestras relaciones con Miley, pero ahora está ______. Me gustaría que la conocieseis. Y luego, como somos amigos, ya hablaremos de ello. Siempre nos hemos tenido confianza, ¿no?
Justo en ese momento, ______ aparece al fondo del pasillo. Cristina inclina la cabeza hacia adelante para que no la vea.
—Ahí está, ya viene.
Susanna sonríe.
—Me gusta conocerla. Pero ¿sabes lo que estaba pensando? Que mi hija tiene trece años. Dentro de cuatro podría traerme a casa a uno como tú.
—¿Y qué?
—Nada, en mi opinión ésta es una cena ideal. ¡Por lo menos me servirá para prepararme psicológicamente para cuando tenga que ir a una con mi hija y alguien de tu edad!
Todos se echan a reír justo cuando ______ llega a la mesa.
—Eh, ¿qué pasa? ¿De qué estabais hablando?
—De ti —dice Nick—. Hablaban muy bien de ti. Han decidido que si los efectos son éstos, ¡vuelven todos a la escuela!
______ toma asiento.
—¡Sí, puede que los efectos sean buenos, pero no sabéis lo duro que es el profe de gimnasia!
Y todos se echan a reír. Nick mete la mano bajo el mantel y le aprieta la pierna, para darle seguridad. ______ lo mira y sonríe.
—Disculpen, señores, ¿ya saben lo que desean comer? —Un camarero vestido de revisor ha aparecido de repente.
—Sí, por supuesto... ¿qué son los tonnarelli chucu chucu?
—En seguida se lo digo... —Y el camarero explica varios platos. Luego alguien pide agua mineral.
—Con o sin gas, no importa.
—¿Podría traer también una tortitas calientes para acompañar los entremeses?
—Y un buen syrah para acompañarlo todo.
—Para mí sólo una ensalada verde.
Es inevitable, siempre hay alguien a dieta. O al menos quien lo finge delante de los demás. Y también está aquel a quien le gusta probar cosas insólitas.
—¿Qué son los quesos fantasía?
—Quesos de la tierra acompañados por mieles diferentes, según los sabores.
—Perfecto, yo quiero eso.
La velada discurre así, lenta, agridulce, sabrosa. Primeros platos a los que siguen extrañas mezclas de pescado y verdura.
—Este brócoli con gambas está riquísimo. ¿Alguien lo quiere probar?
Y al final la diferencia de edad no se nota tanto frente a un buen plato.
—Vamos a fumarnos un cigarrillo mientras esperamos los segundos, ¿queréis?
—Vale, primero salimos nosotros, los hombres.
—¡Cabrones!
—Pero ¡si de vosotras sólo fumáis dos!
—¡Igualmente sois unos cabrones!
Pietro, Enrico, Nick y Flavio se reúnen a la puerta del restaurante. Unos se sientan en un banco, los otros se apoyan en la pared de al lado.
—¿Tienes un cigarrillo? —pregunta Pietro a Flavio, que rápidamente le ofrece uno. Pietro lo enciende, da una calada y empieza a hablar—. Qué susto cuando os he visto entrar. Me he dicho «Como ahora ______ me salude, me espera una buena. Ve a explicar a Susanna que la conocí por casualidad...».
Enrico tira un poco de ceniza al suelo.
—En realidad, no fue así.
—Ya lo sé, pero hubiese tenido que hacérselo creer.
Flavio siente curiosidad.
—Pero ¿por qué? ¿Cómo fue?
—No es nada —interviene Nick—, un día fuimos a comer con ______ y sus amigas.
Pietro le da un codazo a Flavio.
—¡Sí, aquel día que te llamamos y, como de costumbre, no viniste!
—¡Menos mal que no fui! Vosotros estáis locos. Nick, me maravillas. Imagina que por casualidad se enterasen nuestras mujeres, ¿qué iban a pensar? ¿Te das cuenta de que perderían la confianza? No nos dejarían salir más contigo. Aunque no hubiese sucedido nada, quiero decir...
—Eh —Nick mueve la cabeza arriba y abajo—. ¡Pietro estaba a punto de irse a dar una vuelta en ciclomotor con Olly, una amiga de ______, y se encontró con Susanna!
—¡No!
—¡Sí!
—¿Y qué le dijiste?
—Bueno, que era una que me había preguntado la dirección de una calle.
Flavio los mira a los tres.
—Escuchad, a mí no me metáis en vuestros líos. —Tira el cigarrillo y vuelve a entrar.
Pietro le grita por detrás:
—¿De qué líos estás hablando? ¡Esto es la vida, Flavio, la vida!
Pero ya ha entrado y no puede oírlo.
—Jo, ¿os dais cuenta? Flavio está acabado, lobotomizado. ¡De vez en cuando uno debe respirar, aunque sea sin la mujer, qué demonios! Vale, puede que yo exagere. Pero ¡es que él exagera al contrario! —Pietro mira a Enrico—. ¡Mira, lo que estaría bien sería un equilibrio como el vuestro, joder! ¡Como Camilla y tú! Sois felices con vuestra libertad, sin opresiones, manías ni controles continuos, ¿no?
Enrico sonríe. Nick enarca las cejas y lo mira.
—Ya... ¡entremos, venga! No me gustaría que Flavio, sintiéndose libre de nuestra presencia, hablase de más.
Nick, Pietro, y Enrico vuelven a entrar justo en el momento en que salen Camilla, Cristina, Susanna y ______.
—Cambio...
Todos se sonríen mientras se pasan por el lado. Los únicos que intercambian un beso al vuelo son Nick y ______. Nada más salir del restaurante, Susanna se enciende un cigarrillo.
—Demonios, me hubiese gustado ser un mosquito para poder estar aquí afuera y oír lo que decían.
Cristina enciende el suyo.
—¿Para qué? Habrán dicho lo de siempre. A lo mejor Flavio habrá hecho algún comentario acerca de la rubia tremenda que está sentada en la mesa del fondo, ¡que además está totalmente operada!
—¿Cuál? —pregunta ______.
—La que estaba detrás de ti, a lo mejor no la has visto. He notado que también Pietro le echaba una ojeada de vez en cuando.
Susanna suelta un resoplido, dejando escapar un poco de humo.
—Qué quieres que te diga. Lorenzo, mi hijo, se ilumina cuando ve los anuncios de Vodafone. Así que le pregunté «Pero ¿por qué te gustan tanto?». «¡Porque sale esa que tiene dos tetas así!» —Y Susanna hace como si tuviese una delantera poderosa—. ¿Os dais cuenta? ¡Ha salido clavado a su padre, un obseso desde pequeño!
Se ríen, bromean y siguen conversando. ______ escucha divertida, sonríe, asiente, intenta participar de algún modo. Pero se habla de niños, de asistentas, de compras, de peluqueros, de una que se acaba de separar, de otra que espera su tercer hijo. Y luego la extraña historia de la amiga del alma de esta última que, al enterarse, quiere tener otro ella también. ¿Que espera un hijo la primera? Un mes después está embarazada la segunda. ¿La primera ya tiene dos niños? Dos meses después espera su segundo hijo la segunda. Y ahora... Seguramente habrá obligado a su marido a trabajar para un tercer hijo. Y todo así. Y se ríen.
¿Y ______? ______ se pregunta si pasará lo mismo con su vida. ¿Será ése el camino iluminado por mi faro? Por el momento, sólo se me ocurre una cosa. Una cosa superguay. Me gustaría poder gritárselo. ¡Eh, chicas, mujeres de los amigos de Nick, ¿os habéis enterado? Se ha vuelto a poner de moda el longboard, la tabla larga de surf y su baile temerario sobre el mar! Pero me imagino la cara que pondrían ante tan sorprendente noticia.
—¿Tú qué piensas, ______?
—Hummm...
—Del hecho de tener cuatro hijos.
—Me parece bien, siempre y cuando los aguantes tú y no te busques una de esas filipinas; en ese caso estoy de acuerdo.
—¿O sea que a Nick le aguarda un futuro lleno de retoños?
—Bueno, por el momento, lo único que cabe preguntarse es si quiere un futuro conmigo.
Camilla sonríe.
—Tiene razón. Es mejor no apresurarse.
Cristina pregunta curiosa:
—¿Y qué dicen tus padres del hecho de que salgas con uno... vaya, mayor que tú?
______ la mira.
—Oh, ni dicen ni dejan de decir. En realidad, sólo sospechan.
Cristina insiste.
—Sí, pero ¿se han conocido?
______ se lo piensa. Probablemente no sea el momento de explicar el equívoco del agente de seguros.
—Bueno, mi madre habló con él, y me parece que le cayó bien. Digamos que Nick le produjo una buena impresión.
Camilla sonríe.
—Sí, Nick es un excelente muchacho. A una madre alguien así le da seguridad.
______ piensa en el equívoco.
—Sí, es verdad. Estoy convencida de que mi madre invertiría en alguien como él.
Cristina y Susanna se miran con curiosidad, pues no entienden bien la expresión. ______ se da cuenta.
—En el sentido de que se arriesgaría en lo que respecta a la diferencia de edad, a cambio de contribuir a la felicidad de su hija...
—Ah, ya.
Luego todas deciden volver a entrar. Y la cena prosigue tranquila y serena, hecha de catas de segundos platos, y de guarniciones para todos y de un poco de fruta para algunos.
—¿Tiene piña? Entonces para mí piña, así al menos quemo un poco de grasa.
Y dulces y postres, y una pequeña excepción. Y luego más de lo de siempre.
—Para mí un café.
—¿Cuántos cafés?
—Yo café americano.
—Yo un cortado con leche fría.
—Yo un descafeinado, asegúrese por favor, que si no luego no duermo.
A continuación, el detalle habitual de los restaurantes. La cuenta junto con la pregunta de rigor:
—¿Les apetece un limoncello, una grappa, algún digestivo?
Poco después, fuera, últimas charlas. Apretones de mano, besos en las mejillas. Todos se montan en sus respectivos coches con la promesa de volver a quedar pronto. Y una nueva curiosidad encima.
Pietro y Susanna, Flavio y Cristina, Enrico y Camilla están en el último vagón del Orient Express. Camilla sonríe al ver llegar a Nick desde lejos.
—¡Ahí está Nick... ya ha llegado!
—¿Dónde?
—Allí, al fondo.
Susanna se fija un poco más.
—¿Qué pasa? ¿Ha vuelto con Miley?
—Qué va. —Camilla le da un codazo. Esa que va con él no es Miley.
—¿Y quién es?
Cristina toma un sorbo de vino.
—Pero ¿estáis ciegos o qué? ¿No os dais cuenta de que ésa tiene por lo menos veinte años menos que Miley... y que nosotros?
Enrico sonríe y come un trocito de pan. Pietro traga preocupado por lo que pueda suceder. Nick y ______ se acercan a la mesa.
—Ah, aquí estáis, no os veíamos. Ella es ______.
—¡Encantada!
______ le da la mano primero a Camilla, después a Susanna y a Cristina. Luego a los hombres.
—Ellos son Enrico, Flavio...
Pietro cada vez está más preocupado. Intenta evitar su mirada.
—Y yo soy Pietro, encantado.
______ hace como si nada.
—¡Hola, encantada, ______!
Nick ve dos asientos libres.
—¿Nos sentamos aquí?
—Por supuesto. —Nick se sienta al lado de Pietro y cede la cabecera de la mesa a ______.
—Voy un momento al baño a lavarme las manos. ¿Me disculpáis?
Nick, que ya se había sentado, vuelve a levantarse, luego sonríe a ______, que se aleja.
Cristina la observa un momento.
—Es guapa esa chica, muy guapa. —Y mira a Nick.
—Gracias.
—¿Cómo la conociste?
—Un accidente de tráfico.
—¿En serio? —Camilla sonríe—. Que extraña coincidencia. Enrico y yo nos conocimos porque yo me había quedado sin gasolina en el ciclomotor y él se ofreció amablemente a ayudarme.
—Sí, pero por aquel entonces, todavía estabais los dos en el instituto —sonríe Cristina—. Digamos que ______ lo podría haber visto aquel día desde su cochecito.
Nick abre su servilleta y sonríe.
—No, yo más bien diría que, por aquel entonces, todavía estaba en los dulces sueños de sus padres.
—¿Qué? —Camilla abre la boca—. Pero Enrico y yo nos conocimos hace veinte años...
—Precisamente, ella llegó tres años después.
Susanna hace un cálculo rápido con los dedos.
—¿Tiene diecisiete?
Interviene Pietro.
—¿Lo veis? Mi mujer sabe llevar las cuentas, pero no las de casa.
Cristina mira a Nick, ligeramente tensa.
—¿Y eso qué quiere decir? ¿Que de vez en cuando saldrás con ella y sus amigas y que puede que te lleves contigo también a tus amigos, por no decir nuestros maridos?
Nick intenta no mirar a Enrico y a Pietro.
—No, ¿qué tiene eso que ver? Sólo estamos saliendo juntos. No se cómo irá la cosa. Me parece que no hay por qué preocuparse.
Camilla lo mira molesta.
—¿Lo que dices es que ya sabes que no va a durar? Entonces eres un imbécil. Ella me parece una tía solar, abierta, a lo mejor se lo cree. Se sentirá mal.
—No, claro, lo que quería decir es que no tenéis por qué preocuparos por mis amigos, por no decir vuestros maridos.
Nick siente vibrar su teléfono móvil en el bolsillo. Lo coge. Un mensaje. Es ______.
«¿Y bien? ¿Cómo va la ráfaga de preguntas? ¿Has sobrevivido? ¿Vuelvo o te espero en el lavabo y huimos?»
Nick sonríe y responde lo más rápido que puede. «Tu faro los ha deslumbrado. Vuelve, todo ok.» Luego se guarda el Motorola en el bolsillo.
—Bien, escuchad una cosa. Mirad, yo no sé cómo eran vuestras relaciones con Miley, pero ahora está ______. Me gustaría que la conocieseis. Y luego, como somos amigos, ya hablaremos de ello. Siempre nos hemos tenido confianza, ¿no?
Justo en ese momento, ______ aparece al fondo del pasillo. Cristina inclina la cabeza hacia adelante para que no la vea.
—Ahí está, ya viene.
Susanna sonríe.
—Me gusta conocerla. Pero ¿sabes lo que estaba pensando? Que mi hija tiene trece años. Dentro de cuatro podría traerme a casa a uno como tú.
—¿Y qué?
—Nada, en mi opinión ésta es una cena ideal. ¡Por lo menos me servirá para prepararme psicológicamente para cuando tenga que ir a una con mi hija y alguien de tu edad!
Todos se echan a reír justo cuando ______ llega a la mesa.
—Eh, ¿qué pasa? ¿De qué estabais hablando?
—De ti —dice Nick—. Hablaban muy bien de ti. Han decidido que si los efectos son éstos, ¡vuelven todos a la escuela!
______ toma asiento.
—¡Sí, puede que los efectos sean buenos, pero no sabéis lo duro que es el profe de gimnasia!
Y todos se echan a reír. Nick mete la mano bajo el mantel y le aprieta la pierna, para darle seguridad. ______ lo mira y sonríe.
—Disculpen, señores, ¿ya saben lo que desean comer? —Un camarero vestido de revisor ha aparecido de repente.
—Sí, por supuesto... ¿qué son los tonnarelli chucu chucu?
—En seguida se lo digo... —Y el camarero explica varios platos. Luego alguien pide agua mineral.
—Con o sin gas, no importa.
—¿Podría traer también una tortitas calientes para acompañar los entremeses?
—Y un buen syrah para acompañarlo todo.
—Para mí sólo una ensalada verde.
Es inevitable, siempre hay alguien a dieta. O al menos quien lo finge delante de los demás. Y también está aquel a quien le gusta probar cosas insólitas.
—¿Qué son los quesos fantasía?
—Quesos de la tierra acompañados por mieles diferentes, según los sabores.
—Perfecto, yo quiero eso.
La velada discurre así, lenta, agridulce, sabrosa. Primeros platos a los que siguen extrañas mezclas de pescado y verdura.
—Este brócoli con gambas está riquísimo. ¿Alguien lo quiere probar?
Y al final la diferencia de edad no se nota tanto frente a un buen plato.
—Vamos a fumarnos un cigarrillo mientras esperamos los segundos, ¿queréis?
—Vale, primero salimos nosotros, los hombres.
—¡Cabrones!
—Pero ¡si de vosotras sólo fumáis dos!
—¡Igualmente sois unos cabrones!
Pietro, Enrico, Nick y Flavio se reúnen a la puerta del restaurante. Unos se sientan en un banco, los otros se apoyan en la pared de al lado.
—¿Tienes un cigarrillo? —pregunta Pietro a Flavio, que rápidamente le ofrece uno. Pietro lo enciende, da una calada y empieza a hablar—. Qué susto cuando os he visto entrar. Me he dicho «Como ahora ______ me salude, me espera una buena. Ve a explicar a Susanna que la conocí por casualidad...».
Enrico tira un poco de ceniza al suelo.
—En realidad, no fue así.
—Ya lo sé, pero hubiese tenido que hacérselo creer.
Flavio siente curiosidad.
—Pero ¿por qué? ¿Cómo fue?
—No es nada —interviene Nick—, un día fuimos a comer con ______ y sus amigas.
Pietro le da un codazo a Flavio.
—¡Sí, aquel día que te llamamos y, como de costumbre, no viniste!
—¡Menos mal que no fui! Vosotros estáis locos. Nick, me maravillas. Imagina que por casualidad se enterasen nuestras mujeres, ¿qué iban a pensar? ¿Te das cuenta de que perderían la confianza? No nos dejarían salir más contigo. Aunque no hubiese sucedido nada, quiero decir...
—Eh —Nick mueve la cabeza arriba y abajo—. ¡Pietro estaba a punto de irse a dar una vuelta en ciclomotor con Olly, una amiga de ______, y se encontró con Susanna!
—¡No!
—¡Sí!
—¿Y qué le dijiste?
—Bueno, que era una que me había preguntado la dirección de una calle.
Flavio los mira a los tres.
—Escuchad, a mí no me metáis en vuestros líos. —Tira el cigarrillo y vuelve a entrar.
Pietro le grita por detrás:
—¿De qué líos estás hablando? ¡Esto es la vida, Flavio, la vida!
Pero ya ha entrado y no puede oírlo.
—Jo, ¿os dais cuenta? Flavio está acabado, lobotomizado. ¡De vez en cuando uno debe respirar, aunque sea sin la mujer, qué demonios! Vale, puede que yo exagere. Pero ¡es que él exagera al contrario! —Pietro mira a Enrico—. ¡Mira, lo que estaría bien sería un equilibrio como el vuestro, joder! ¡Como Camilla y tú! Sois felices con vuestra libertad, sin opresiones, manías ni controles continuos, ¿no?
Enrico sonríe. Nick enarca las cejas y lo mira.
—Ya... ¡entremos, venga! No me gustaría que Flavio, sintiéndose libre de nuestra presencia, hablase de más.
Nick, Pietro, y Enrico vuelven a entrar justo en el momento en que salen Camilla, Cristina, Susanna y ______.
—Cambio...
Todos se sonríen mientras se pasan por el lado. Los únicos que intercambian un beso al vuelo son Nick y ______. Nada más salir del restaurante, Susanna se enciende un cigarrillo.
—Demonios, me hubiese gustado ser un mosquito para poder estar aquí afuera y oír lo que decían.
Cristina enciende el suyo.
—¿Para qué? Habrán dicho lo de siempre. A lo mejor Flavio habrá hecho algún comentario acerca de la rubia tremenda que está sentada en la mesa del fondo, ¡que además está totalmente operada!
—¿Cuál? —pregunta ______.
—La que estaba detrás de ti, a lo mejor no la has visto. He notado que también Pietro le echaba una ojeada de vez en cuando.
Susanna suelta un resoplido, dejando escapar un poco de humo.
—Qué quieres que te diga. Lorenzo, mi hijo, se ilumina cuando ve los anuncios de Vodafone. Así que le pregunté «Pero ¿por qué te gustan tanto?». «¡Porque sale esa que tiene dos tetas así!» —Y Susanna hace como si tuviese una delantera poderosa—. ¿Os dais cuenta? ¡Ha salido clavado a su padre, un obseso desde pequeño!
Se ríen, bromean y siguen conversando. ______ escucha divertida, sonríe, asiente, intenta participar de algún modo. Pero se habla de niños, de asistentas, de compras, de peluqueros, de una que se acaba de separar, de otra que espera su tercer hijo. Y luego la extraña historia de la amiga del alma de esta última que, al enterarse, quiere tener otro ella también. ¿Que espera un hijo la primera? Un mes después está embarazada la segunda. ¿La primera ya tiene dos niños? Dos meses después espera su segundo hijo la segunda. Y ahora... Seguramente habrá obligado a su marido a trabajar para un tercer hijo. Y todo así. Y se ríen.
¿Y ______? ______ se pregunta si pasará lo mismo con su vida. ¿Será ése el camino iluminado por mi faro? Por el momento, sólo se me ocurre una cosa. Una cosa superguay. Me gustaría poder gritárselo. ¡Eh, chicas, mujeres de los amigos de Nick, ¿os habéis enterado? Se ha vuelto a poner de moda el longboard, la tabla larga de surf y su baile temerario sobre el mar! Pero me imagino la cara que pondrían ante tan sorprendente noticia.
—¿Tú qué piensas, ______?
—Hummm...
—Del hecho de tener cuatro hijos.
—Me parece bien, siempre y cuando los aguantes tú y no te busques una de esas filipinas; en ese caso estoy de acuerdo.
—¿O sea que a Nick le aguarda un futuro lleno de retoños?
—Bueno, por el momento, lo único que cabe preguntarse es si quiere un futuro conmigo.
Camilla sonríe.
—Tiene razón. Es mejor no apresurarse.
Cristina pregunta curiosa:
—¿Y qué dicen tus padres del hecho de que salgas con uno... vaya, mayor que tú?
______ la mira.
—Oh, ni dicen ni dejan de decir. En realidad, sólo sospechan.
Cristina insiste.
—Sí, pero ¿se han conocido?
______ se lo piensa. Probablemente no sea el momento de explicar el equívoco del agente de seguros.
—Bueno, mi madre habló con él, y me parece que le cayó bien. Digamos que Nick le produjo una buena impresión.
Camilla sonríe.
—Sí, Nick es un excelente muchacho. A una madre alguien así le da seguridad.
______ piensa en el equívoco.
—Sí, es verdad. Estoy convencida de que mi madre invertiría en alguien como él.
Cristina y Susanna se miran con curiosidad, pues no entienden bien la expresión. ______ se da cuenta.
—En el sentido de que se arriesgaría en lo que respecta a la diferencia de edad, a cambio de contribuir a la felicidad de su hija...
—Ah, ya.
Luego todas deciden volver a entrar. Y la cena prosigue tranquila y serena, hecha de catas de segundos platos, y de guarniciones para todos y de un poco de fruta para algunos.
—¿Tiene piña? Entonces para mí piña, así al menos quemo un poco de grasa.
Y dulces y postres, y una pequeña excepción. Y luego más de lo de siempre.
—Para mí un café.
—¿Cuántos cafés?
—Yo café americano.
—Yo un cortado con leche fría.
—Yo un descafeinado, asegúrese por favor, que si no luego no duermo.
A continuación, el detalle habitual de los restaurantes. La cuenta junto con la pregunta de rigor:
—¿Les apetece un limoncello, una grappa, algún digestivo?
Poco después, fuera, últimas charlas. Apretones de mano, besos en las mejillas. Todos se montan en sus respectivos coches con la promesa de volver a quedar pronto. Y una nueva curiosidad encima.
Mrs. Nick Jonas
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
Capitulo Ochenta y siete
Habitación añil. Ella.
Es tarde. Pasado mañana será el gran día. Qué miedo. A lo mejor haría mejor en irse a la cama. Pero, como siempre, el portátil cerrado en la mesa es como si la llamase. Todavía no ha abierto esa carpeta. Pero el nombre le produce una enorme curiosidad. «El último atardecer.» ¿Qué será? La chica clica encima y la abre. Más documentos Word. Más palabras.
«Ese claro sostenido entre las persianas y el mar. Mar y tierra. Tierra de invierno cubierta de amarillo. Mar, ese amarillo caído de hojas que reflejan el sol. Mar y tierra, los dos inciertos y lejanos, intentando decirse algo pero no saben hablar.»
... No saben hablar. Demonios. Es bonito. ¿Será una especie de poesía? Es un poco diferente a cuanto lleva leído hasta ahora en ese ordenador que parece el cofre del tesoro de una historia de piratas. O la lámpara de algún Aladino que se divierte sorprendiéndola cada noche, antes de irse a dormir. Sigue leyendo.
«Si estás, y escoges quedarte, recuerda entonces las cosas que no sabes, sujétalas bien, no las dejes escapar, llegará el día en que puedas saberlas.
»Si estás, y sabes cómo amar, recuerda entonces las cosas que das, mantenlas del otro lado, no las hagas regresar, llegará el día en que puedas volver a tenerlas.
»Si estás, y piensas marcharte, recuerda entonces las cosas que quieres, mantenlas vivas, no las dejes callar, llegará el día en que las merezcas.»
Se detiene. Un velo ligero y húmedo le cubre repentinamente los ojos. ¿Qué ocurre? ¿Por qué esas palabras penetran y hacen tanto daño? ¿De veras no lo sé?, piensa mirando fijamente la pantalla, como si se tratase de un antiguo oráculo que acaba de darle la respuesta que llevaba tanto tiempo buscando. El amor se halla en esas pocas líneas, el amor tal como lo querría ella y como ya no lo tiene. O quizá como no lo ha tenido nunca. Porque el amor no es y no puede ser simple afecto. No se trata de costumbre o de amabilidad. El amor es locura, es el corazón que late a dos mil por hora, la luz que surge de noche en pleno atardecer, las ganas de despertarse por la mañana sólo para mirarse a los ojos. El amor es ese grito que ahora la llama y le hace comprender que es hora de cambiar. Él. Recuerda momentos pasados en su compañía, las cosas que siempre le dice, su rostro. Pero no sabemos hablar. No estamos hechos el uno para el otro. Una lágrima desciende cálida por su mejilla y cae sobre sus piernas libres y desnudas. A lo mejor esa muchacha sentada en su escritorio, en una noche de finales de primavera, quieta ante un portátil encontrado por casualidad, iluminada apenas por una lámpara de Ikea, todavía no sepa lo que es el amor. Pero seguro que ahora sabe lo que no es.
«Y caen las hojas, y parecen soles, y cae la nieve de espuma sobre el mar. Y dos están tan juntos que parece un final.»
Ese final que le falta y que siempre le ha faltado. Ese final que ha buscado como una respuesta que no tenía valor ni para plantearse siquiera a sí misma. Ese final a lo mejor ha llegado. Y discurre ante sus ojos como los títulos de crédito de la película de un amor concluso. Sí, ha llegado el momento de decírselo. Ha llegado el momento de ir a decirle que ha sido bonito, que aunque los actores salgan de escena, el escenario de la vida sigue abierto y listo para nuevos espectáculos, que le deseo todo lo mejor y que lo siento mucho. Pero ha llegado el final. Cierra el portátil. Coge su bolsa y sale corriendo. Cuando el corazón se decide, cuando tiene el coraje de cambiar de camino, no se debe esperar.
Habitación añil. Ella.
Es tarde. Pasado mañana será el gran día. Qué miedo. A lo mejor haría mejor en irse a la cama. Pero, como siempre, el portátil cerrado en la mesa es como si la llamase. Todavía no ha abierto esa carpeta. Pero el nombre le produce una enorme curiosidad. «El último atardecer.» ¿Qué será? La chica clica encima y la abre. Más documentos Word. Más palabras.
«Ese claro sostenido entre las persianas y el mar. Mar y tierra. Tierra de invierno cubierta de amarillo. Mar, ese amarillo caído de hojas que reflejan el sol. Mar y tierra, los dos inciertos y lejanos, intentando decirse algo pero no saben hablar.»
... No saben hablar. Demonios. Es bonito. ¿Será una especie de poesía? Es un poco diferente a cuanto lleva leído hasta ahora en ese ordenador que parece el cofre del tesoro de una historia de piratas. O la lámpara de algún Aladino que se divierte sorprendiéndola cada noche, antes de irse a dormir. Sigue leyendo.
«Si estás, y escoges quedarte, recuerda entonces las cosas que no sabes, sujétalas bien, no las dejes escapar, llegará el día en que puedas saberlas.
»Si estás, y sabes cómo amar, recuerda entonces las cosas que das, mantenlas del otro lado, no las hagas regresar, llegará el día en que puedas volver a tenerlas.
»Si estás, y piensas marcharte, recuerda entonces las cosas que quieres, mantenlas vivas, no las dejes callar, llegará el día en que las merezcas.»
Se detiene. Un velo ligero y húmedo le cubre repentinamente los ojos. ¿Qué ocurre? ¿Por qué esas palabras penetran y hacen tanto daño? ¿De veras no lo sé?, piensa mirando fijamente la pantalla, como si se tratase de un antiguo oráculo que acaba de darle la respuesta que llevaba tanto tiempo buscando. El amor se halla en esas pocas líneas, el amor tal como lo querría ella y como ya no lo tiene. O quizá como no lo ha tenido nunca. Porque el amor no es y no puede ser simple afecto. No se trata de costumbre o de amabilidad. El amor es locura, es el corazón que late a dos mil por hora, la luz que surge de noche en pleno atardecer, las ganas de despertarse por la mañana sólo para mirarse a los ojos. El amor es ese grito que ahora la llama y le hace comprender que es hora de cambiar. Él. Recuerda momentos pasados en su compañía, las cosas que siempre le dice, su rostro. Pero no sabemos hablar. No estamos hechos el uno para el otro. Una lágrima desciende cálida por su mejilla y cae sobre sus piernas libres y desnudas. A lo mejor esa muchacha sentada en su escritorio, en una noche de finales de primavera, quieta ante un portátil encontrado por casualidad, iluminada apenas por una lámpara de Ikea, todavía no sepa lo que es el amor. Pero seguro que ahora sabe lo que no es.
«Y caen las hojas, y parecen soles, y cae la nieve de espuma sobre el mar. Y dos están tan juntos que parece un final.»
Ese final que le falta y que siempre le ha faltado. Ese final que ha buscado como una respuesta que no tenía valor ni para plantearse siquiera a sí misma. Ese final a lo mejor ha llegado. Y discurre ante sus ojos como los títulos de crédito de la película de un amor concluso. Sí, ha llegado el momento de decírselo. Ha llegado el momento de ir a decirle que ha sido bonito, que aunque los actores salgan de escena, el escenario de la vida sigue abierto y listo para nuevos espectáculos, que le deseo todo lo mejor y que lo siento mucho. Pero ha llegado el final. Cierra el portátil. Coge su bolsa y sale corriendo. Cuando el corazón se decide, cuando tiene el coraje de cambiar de camino, no se debe esperar.
Mrs. Nick Jonas
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
UNA SOLA PALABRA:
ME ENCANTO!!!!
SIGUELA!!!
ME ENCANTO!!!!
SIGUELA!!!
Just Me! Melissa! :)
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
aaaaaiii
que caaaapiiiisss
mas lindooooosss
jejejejej
aunque algunos me dejaron con dudas
pero bueno siguela porfaaaaaaa
que caaaapiiiisss
mas lindooooosss
jejejejej
aunque algunos me dejaron con dudas
pero bueno siguela porfaaaaaaa
chelis
Re: "Perdona si te llamo amor" (Nick & tú)
porQe nickno le dio el folder rojo???
Qe habra tenido adentro???
seria importante???
ahh!!! yo Qiero saber Qe hay dentro!!!
siGue! siGue! siGue!
Qiero saber Qe pasa!!!
Qe habra tenido adentro???
seria importante???
ahh!!! yo Qiero saber Qe hay dentro!!!
siGue! siGue! siGue!
Qiero saber Qe pasa!!!
Vanee LovatoD'Jonas
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