An unusual story of princesses

An unusual story of princesses

this is where dreams are not fulfilled

Tras la prosperidad política y económica de Inglaterra en el siglo XIX, la expansión de sus territorios fue haciéndose cada vez más grande, dándose a conocer una pequeña aldea en el condado de Durham. Esta ciudad se caracterizaba por la belleza de sus paisajes y la magia blanca.

La magia blanca, utilizada en ese entonces para la fertilidad de las tierras y las plantas, la salud de los habitantes y animales, fue descubierta por el Estado y la Iglesia, dándose a conocer poco a poco a los alrededores de Europa y los rincones de América. La reina, decidida a acabar con la mala fama que el país estaba representando frente al mundo, envió a destruir Durham con todo y sus habitantes; dejando a este condado destrozado.

Hasta que en 1852, una familia exiliada de Durham e instalada en las afueras de la ciudad, descubre que, veinte años después del suceso, el tiempo prácticamente se ha detenido. Dimitri I y Elizabeth Bradbury, junto a su hijo y sus plebeyas, logran percibir un hechizo de magia negra en las fronteras de Durham, mismo que hacía que el tiempo pasase más lento y ninguna persona lograse entrar al condado. Desesperados por romper la maldición impuesta por los brujos de la reina de Inglaterra, Dimitri, Elizabeth y su plebeya Jane, deciden entrenar a sus hijos para que adopten las habilidades de la magia blanca y desarrollen los poderes que heredaron de sus ancestros.

Los años pasan como días y muchos exiliados comienzan a instalarse en la destruida Durham, apoyando a Dimitri y Elizabeth Bradbury en el entrenamiento de los más jóvenes, en la incrementación de la población y la unión social y espiritual por el bien del condado. Cuando Dimitri II y Diane Shepherd —hija de Jane, la plebeya de la familia Bradbury— llegan a la mayoría de edad y Durham vuelve a ser la próspera ciudad que fue en el pasado, los más grandes hechiceros y poderosos del condado perciben la cercanía del ejército de Inglaterra, listos para acabar con la ciudad que pensaron que había desaparecido del mapa un siglo atrás.

Una lucha entre el presente y el pasado comienza, una lucha entre la magia negra y la magia blanca resurge, y todos los aldeanos se unen con el propósito de al fin encontrar la paz.

En 1986 Durham pierde y gana.

En 1986 el hechizo impuesto por los brujos se rompe, quebrando así el espacio de tiempo.

En 1986 las personas mayores comienzan a morir con rapidez gracias al impacto del cambio de espacio, muriendo así Dimitri I y Elizabeth Bradbury. Muriendo así Jane. Muriendo así los más grandes hechiceros de la magia blanca.

Durham queda desahuciado y sin un representante, así que los herederos de los más grandes deciden contraer nupcias. Dimitri II y Diane son coronados por los aldeanos como los reyes del condado y rápidamente, los hijos de los otros hechiceros junto a los nuevos reyes crean una junta que mantiene contacto con el exterior, resguarda el orden y civiliza la ciudad, urbanizándola lentamente acorde al siglo en que el resto del mundo vive.

Años más tarde, cuando la menor de los hijos de los reyes Bradbury cumple diecisiete años, una nueva maldición cae sobre Durham, infertilizando las tierras, enfermando a la población y asesinando a los reyes y a la junta secreta del condado. Los príncipes y princesas deciden tomar las riendas de la ciudad con el apoyo de los herederos de la junta, explorando sus poderes para así acabar con el exilio que Inglaterra puso en 1832 sobre la ciudad para desaparecerla.

Este grupo de jóvenes se enfrenta contra el nuevo gobierno del siglo XXI, con el propósito de convertir a Durham una ciudad más de Inglaterra. Se enfrentan a una lucha que duró cerca de dos siglos listos para salir victoriosos.

Estos príncipes, princesas y herederos comienzan su lucha contra el futuro.

¿Lograrán triunfar en la batalla?

¿Lograrán alcanzar ese final feliz característico de los cuentos de princesas?

Capítulo 1

—¿Crees que nos enfrentaremos a algo nunca antes visto, papá? —le había susurrado la primogénita en el lecho de muerte, mientras sostenía una de sus manos y rozaba la nariz contra la mejilla cubierta de vello facial.

Dimitri II miró los abatidos ojos de su hija mayor.

—No puedo asegurarte algo así, cariño —susurró con la voz enronquecida, besando a continuación la tersa mejilla manchada de lágrimas. El padre de la dinastía Bradbury sintió el nudo en la garganta obstruyéndole las precarias vías respiratorias.
—No te vayas, por favor —murmuró Susan, apretando los ojos con violencia y sintiendo como, poco a poco, el calor que emanaba del cuerpo de su padre desaparecía—. Te necesitamos, papá. Mamá ya nos ha dejado, no te puedes ir tú también…

Fuertes sollozos sacudieron el cuerpo de la pelinegra.

—No llores, mi amor —suspiró trabajosamente, permitiendo que gruesas lágrimas se escurrieran por sus mofletes—. Yo sé que saldrán vencedores, Susan, han sido entrenados desde pequeños, ustedes están listos para lo que sea —sonrió al sentir los dedos de su hija limpiando sus pálidas y frías mejillas—. Confío en que serás un ejemplo a seguir, Sussie, y tu madre y yo siempre estaremos orgullosos de todos ustedes.
—Te voy a extrañar mucho —confesó, dejando que sus rodillas se estrellaran contra la alfombra—. Y estoy orgullosa de todo lo que fuiste y eres, papá —lloró, abrazando su ancho pecho.
—Te amo, pequeña Sussie —susurró, cogiendo la cabeza de su hija entre sus manos—. Prométeme que a pesar de todo seguirás queriéndome.
—¿A qué te refieres? —tragó saliva y acarició la barba de su padre.
—El tiempo irá hablando por sí solo, cariño —inhaló bruscamente y cerró los ojos—. Prométemelo Sussie, que siempre me querrás, a pesar de todo.
—Siempre papá, siempre —prometió en un susurro, sollozando—. No me dejes… Por favor papá, no nos dejes solos.
—Siempre estaremos con ustedes —sonrió ligeramente, apretando la delicada mano de su hija—. Siempre, Sussie.
—Papá.
—Te amo —susurró, entreabriendo los párpados—. Cuida de tus hermanos, mi amor, todo esto es tuyo y recuerda que nunca estarás sola —Susan apoyó la cabeza en el cuello de Dimitri y, antes de que dejara de sentir el débil palpitar del corazón de su padre, logró percibir un beso húmedo en la frente.
—Te amo, papá —gesticuló, ahogándose con el llanto silencioso.

Basta, se exigió la heredera de la corona de Durham, pasando un ornamentado cepillo por su cabello oscuro.

De pie frente al espejo, lo único que podía mirar era su corazón hecho trizas. No había luz en su piel blanca ni rubor bajo las tupidas pecas de sus mejillas. Grandes y perdidos ojos azules le miraban de vuelta, ojos vacíos, ojos vencidos por el dolor. Cerrándolos, separó su cabello en tres secciones hasta realizar con dedos rápidos una apretada trenza. Alisó la larga falda negra del vestido y se encontró de nuevo con el abatido reflejo de su persona.

Un miedo incomparable le atizó el alma, haciéndole nudos el estómago y provocando que sus sienes pulsaran dolorosamente.

Tenía que ser fuerte. Fuerte por su familia y por su pueblo. Fuerte para soportar la pérdida de padres amorosos. Fuerte para vencer su apatía a la guerra.

Odiaba su destino cruel.

Pero odiaba más la injusticia a la que estaban sometidos.

Inspirando aire helado, caminó hasta encontrar la pesada puerta de madera y quedó prendida a la perilla, con dedos frágiles y temblorosos sosteniendo su ser. Apoyó la espalda contra la dura superficie y cerró los ojos. Susan sentía el entumecimiento por todo el cuerpo y un fuego quemando, arrasando y destruyendo de dentro hacia afuera. Un fuego violento que, en la superficie, era absorbido por un frío asolador.

No más lágrimas, se prometió fervientemente, arrancando la humedad en sus mejillas con las palmas adormecidas de las manos.

—Tienes que ser fuerte —susurró—, no más lágrimas Susan.

Abriendo la puerta con decisión, inflamó los pulmones con aire fresco, cuadró los hombros, alzó la barbilla y relajó las duras facciones de su rostro.

Caminó por el largo corredor del cuarto piso iluminado con las esferas que Angelo controlaba, y descendió lentamente hasta la antesala del castillo, donde divisó a sus hermanos colocando pesados abrigos oscuros sobre el ropaje negro de luto.

Brazos cálidos la recibieron y estrechó a la menor de los Bradbury contra su cuerpo, dejando que un nuevo sentimiento de fortaleza creara una barrera con el exterior.

Sonrió, apoyando la mejilla sobre el sedoso cabello de Danielle.

—Todo estará bien, Dani —prometió en un murmullo.
—¿Algún día esto mejorará, Susu? —preguntó la menor, alineando sus grandes ojos con los suyos.

Susan retiró un mechón de su bonito rostro ruborizado.

—Algún día mejorará, Dani —asintió—, mientras estemos juntos nada podrá vencernos.

Danielle sonrió, pestañeando repetidamente para alejar la humedad en sus ojos.

—Le prometimos a papá y a mamá que seguiríamos luchando y que, esta vez, Durham sería el vencedor —murmuró Susan, abrazando de costado a Danielle y estrechando la mano de Oliver—. Sé que nos enfrentamos a algo completamente desconocido para nosotros pero, no podemos dejar que el miedo y la incertidumbre nos controlen… No a nosotros que representamos a las maravillosas personas que nos criaron y amaron tanto.

Adara cogió la piedra violeta que sus padres colocaron en sus cuellos al nacer.

—Libraremos nuestra batalla, Susu, esta vez no habrá muertes… No habrá sufrimiento en nuestro pueblo… Le rendiremos honor a papá por todo lo que logró en su gobierno y protegeremos a nuestros aldeanos, así como mamá lo hizo.
—Somos invencibles —sonrió Elizabeth, sacudiendo la brillante melena castaña y pasando uno de sus delicados brazos por la cintura de Adara y Angelo—, porque los Bradbury son familia sobre todas las cosas.

Amor inflamó el corazón de la hermana mayor y sintió, como poco a poco, Oli apretaba su mano y recargaba la cabeza castaña contra su hombro.

—Tenemos que protegernos los unos a los otros antes de arriesgarnos a proteger a todo un reino —murmuró Angelo con voz gruesa y, a continuación, toda la familia cogió el colgante de su collar.

Susan suspiró.

—¿Lo prometen? —sonrió tristemente, y todos respondieron afirmativamente.
—Tenemos todo lo necesario para librar una batalla —habló Oliver, sonriéndoles a sus hermanos—. Conocimientos de la guerra, poderes, entrenamiento físico y mucho cariño —rió ligeramente, sacudiendo las cejas. Todos los hermanos rieron con calidez.
—¿Están listos para presentarse ante un pueblo de luto? —preguntó Angelo, encaminándose hacia la puerta doble de piedra, flaqueada por un par de guardias reales.

Susan miró a sus hermanos, uno a uno, y dijo que sí con la cabeza antes de postrarse frente a la entrada del castillo y enfrentarse a su pueblo.

Una ventisca helada azotó la piel desnuda de su cuerpo y afianzó el agarre de la caperuza en su cuello.

Observó alrededor, a los aldeanos arrodillados a unos metros de la enorme escalinata del castillo y juró silenciosamente que Durham no volvería a ser vencido por el poder de la magia negra de la corona inglesa.

Allí, bajo el cielo sin estrellas y la luna llena, Susan Bradbury olvidó lo que es sentir miedo.

—Esto es sólo el comienzo de nuestra victoria.

Mientras tanto, a 300 millas de distancia…

Lecciones de piano, equitación, polo y escuela en casa: la vida del futuro rey de Inglaterra así era como se caracterizaba. No había viajes a Disneylandia, excursiones, campamentos, amigos a borbotones ni largos paseos en bicicleta.

Alec había sido un niño solitario hasta que Calvin llegó a mejorar todo alrededor. Un pequeño lleno de luz y risas que le enseñó a verle el lado amable a las situaciones más bizarras. Cal, con unos ojos tan verdes como los suyos y un sentido aventurero inigualable, se convirtió en su mejor amigo y confidente a la corta edad de siete años.

Pero había cosas que ni el mejor hermano del mundo podía cambiar… Como el destino, por ejemplo.

Descansando la frente contra un montón de lomos de libros antiguos, el heredero a la corona inglesa largó un prolongado suspiro de derrota. No encontraba título alguno que le llamara la atención y, tenía como encargo por parte de la mismísima reina de Inglaterra, leer un poco de historia para que el futuro rey supiera en qué se estaba metiendo.

Lo que ella ignoraba era que se había leído más de media biblioteca a temprana edad. Aprender a leer a los cinco años había sido una bendición cuando se tenía a un par de hermanos llorones y mimados, a unos padres ausentes y a un abuelo con demencia senil.

Alec soltó una especie de risa entre dientes.

—¿Qué te he dicho de utilizar los libros como almohadas, Al?

La inconfundible voz del menor de los Towsend creó eco en las inmensas y atiborradas paredes de la biblioteca del palacio, provocando que el otro hermano saltara unos centímetros del suelo. Con el corazón acelerado y las mejillas ligeramente ruborizadas, Alec se encontró con el sonriente rostro de Calvin a unos metros de distancia, dirigiéndose con cadencia lenta hacia su sitio.

—Mátame de un susto si quieres —refunfuñó el mayor, negando con la cabeza.

Calvin rió.

—No es mi intención asesinar al futuro rey —suspiró, alcanzando el hombro de Alec para después darle un ligero apretón—. Además, no sirviera de mucho, si mi intención fuera gobernar en esta honorable nación, tendría que asesinar al otro par y no estoy de humor para soportar el temperamento de nuestro querido Eddie.
—Edmond es un grano en el trasero —declaró.
—No tanto como tú —murmuró Cal entre dientes.
—Yo no soy ningún grano en el trasero —respondió ofendido, arrugando el entrecejo.
—Ya lo sé hermano, corta el drama —se carcajeó—, es que adoro molestarte —explicó, guiñándole un ojo—. Ya sabes, los gajes del oficio.
—Cuando sea rey voy a sacar tu culo de esta casa, Cal —murmuró Alec de mal humor, reanudando la búsqueda del libro.
—No lo harás porque me amas jodidamente mucho —suspiró Calvin, subiendo algunos peldaños de la escalera de la biblioteca.
—¿Qué estás haciendo?
—Buscando algún libro de mierda para mi soso hermano mayor —contestó, mostrándole una sonrisa burlona—. Es un tipo alto con cabello de niña, ¿Lo conoces?
—Creo que sí —murmuró, frotando su arrogante barbilla—, ¿No será un tipo llamado Calvin?
—Qué gracioso —apostilló, poniendo los ojos en blanco. Al soltó una carcajada.
—Tú sabes que te amo, pequeñín.
—Vuelve a llamarme de ese modo y tendrás mi bota de montar enterrada en el trasero.
—Prometedor —disparó Alec en voz baja, sacudiendo las cejas pícaramente.
—Eres un asqueroso —suspiró Calvin con desagrado—, ahora entiendo la falta de novia.
—Deja de fanfarronear, que tú seas un playboy y te acuestes con media Europa no es culpa mía.
—¿Por qué sacas eso a colación, maldito? —susurró.
—Porque puedo.
—Te odio, ¿Lo sabías?
—Y yo te amo, pequeñín.
—Púdrete, Al —murmuró, antes de que al futuro rey de Inglaterra le aterrizara un pesado y polvoriento libro con pasta violeta en la cabeza.

Marie, esto es jodidamente hermoso. La parte entre Susan con su padre fue tan triste, si a mi me pasara eso, de ver a mi padre muriéndose, no sé ni que haría; te juro que casi me dieron ganas de llorar, por ese momento tan triste y se me hace tan lindo que todos los hermanos Bradbury sean tan unidos. Y tengo que decirte, que Alec me mata; no sé, pero me encantó su forma de ser, tan auténtica y como es con Calvin. Lloro mares porque todo fue perfecto de principio a fin, sabes que amo como escribes y te amo a ti, mi Marie bebé. Bueh, estoy tan entusiasmada de que ya hayamos comenzado
Espero el siguiente cap