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MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)
Capítulo 8
Zayn las condujo lejos del comedor, a través de un par de puertas francesas que daban al invernadero. Éste se encontraba escasamente amueblado con sillas de mimbre y un sofá. Alrededor del invernadero frondosas plantas colgantes se intercalaban entre blancas columnas. Nubes amenazadoras cruzaban el húmedo cielo mientras desde una antorcha emergía un vívido baile de luces que caía sobre el suelo.
Tan pronto como las puertas se cerraron, Amelia se acercó a su hermana con las manos en alto. Zayn creyó que iba a sacudirla pero en su lugar se acercó a Beatrix con los hombros temblando. Apenas podía respirar de la risa.
—Bea... lo hiciste a propósito ¿verdad? No podía creer lo que veían mis ojos... esa maldita lagartija corriendo a lo largo de la mesa...
—Tenía que hacer algo —explicó la chica con voz apagada—. El comportamiento de Louis fue terrible y aunque no comprendía lo que quería decir, vi la cara de Lord Westcliff.
—Oh... oh... —Amelia sofocó una risa tonta—. Pobre Westcliff... en un momento está defendiendo a la gente del pueblo de la tiranía de Louis y entonces Spot viene y se desliza junto a los platos del pan...
—¿Dónde está Spot? —Dándose la vuelta, Beatrix se acercó a Zayn, quien depositó el lagarto en sus extendidas manos—. Gracias señor Malik. Sus manos son muy rápidas.
—Es lo que dicen de mí —dijo sonriendo—. El lagarto es un animal que trae suerte. Algunos dicen que proporciona sueños proféticos.
—¿De verdad? —Beatrix lo contempló fascinada—. Tengo que pensar sobre ello, pues últimamente sueño más a menudo.
—Mi hermana no necesita que la animen en ese sentido —dijo Amelia lanzando a Beatrix una significativa mirada—. Es hora de despedirse de Spot, querida.
—Si, lo sé —suspiró Beatrix entornando los ojos hacia su antediluviana mascota encerrada dentro de la laxa prisión de sus dedos. Lo dejaré libre. Aunque me parece que Spot preferiría vivir aquí en lugar de en la finca de Ramsay.
—¿Y quién no? Ve y encuentra un bonito sitio para él, Bea. Te esperaré aquí.
Mientras su hermana salía corriendo, Amelia se dio la vuelta para contemplar el oscuro perfil de la casa, su silueta dentro de los confines de la reja de hierro forjado con vistas al río.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Zayn mientras se acercaba.
—Echando un último vistazo a Stony Cross Manor porque esta será la última vez que la vea.
Zayn sonrió abiertamente.
—Lo dudo. Los Westcliff han dado la bienvenida a invitados que se han comportado mucho peor.
—¿Peor que soltar criaturas salvajes reptantes sobre la mesa del comedor? Dios del cielo, deben estar desesperados por tener compañía.
—Tienen una gran tolerancia a la excentricidad —dijo él haciendo una pausa antes de añadir—. Sin embargo no soportan en absoluto ningún modo de crueldad.
La referencia a su hermano produjo una mezcla de emociones en su rostro, tornando su humor en vergüenza.
— Louis nunca se había portado con crueldad —dijo abrazándose fuertemente con sus propios brazos, como si quisiera envolverse así misma en busca de protección—. Desde el año pasado se ha vuelto insoportable. No es él mismo.
—¿Desde que heredó el título?
—No, no tiene nada que ver con eso. Es porque... —Mirando más allá de Zayn, se le hizo un nudo en la garganta. Se empezó a oír un nervioso repiqueteo, proveniente de uno de los pies ocultos bajo las faldas—. Louis perdió a alguien —dijo finalmente—. La fiebre se llevó a mucha gente del pueblo, incluyendo a la chica que... bueno, estaba comprometido con ella. Laura. —El nombre parecía pegarse a su garganta—. Era mi mejor amiga y de Win también. Una chica preciosa. Le gustaba dibujar y pintar. Tenía una risa que se contagiaba con solo oírla.
Amelia se calló durante un momento, perdida en su memoria.
—Fue una de los primeros en caer enferma —dijo—. Louis permaneció junto a ella en todo momento. Nadie esperaba que fuera a morir... pero ocurrió rápidamente. Después de tres días tenía tanta fiebre y estaba tan débil que apenas se sentía su pulso. Finalmente cayó en un estado de inconsciencia y murió en los brazos de Louis pocas horas más tarde. Cuando Louis llegó a casa, se desmayó, y entonces comprendimos que también se había contagiado con la fiebre. Después se contagió Win.
—¿Los demás no?
Amelia negó sacudiendo su cabeza.
—Había enviado a Beatrix y a Poppy lejos. Y por alguna razón ni yo ni Payne caímos enfermos. Él me ayudó cuidándolos hasta el final. Sin su ayuda podrían haber muerto los dos. Payne hizo un jarabe con alguna clase de planta venenosa.
—Mortífera dulcamara. No es fácil de encontrar.
—Si —dijo mirándolo con extrañeza—. ¿Cómo lo sabía? Imagino que lo aprendió de su abuela. ¿No?
Zayn asintió.
—El truco consiste en administrar la dosis exacta para contrarrestar el veneno en la sangre pero sin llegar a matar al paciente.
—Bueno, los dos se salvaron gracias a Dios. Pero Win está bastante frágil como probablemente habrá observado, y Louis... ahora nada ni nadie le importa. Ni siquiera él mismo —dijo terminando con el continuo repiqueteo de su pie—. No sé cómo ayudarle. Puedo entender lo que se siente al perder a alguien, pero... —Sacudió su cabeza impotente.
—Se refiere al señor Frost—dijo.
Amelia lo miró durante un rato y se sonrojó completamente.
—¿Cómo lo supo?, ¿le contó él algo?, ¿fueron los chismorreos, o...?
—No, nada de eso. Pude verlo cuando habló con él antes.
Sacudiendo la cabeza, Amelia alzó las manos a sus incendiadas mejillas.
—Dios del cielo. ¿Tanto se nota?
—Quizás yo sea uno de los PhuryDae —dijo sonriendo—. Un gitano místico. ¿Estaba enamorada de él?
—Eso no es asunto suyo —dijo con demasiada rapidez.
Zayn la miró más cerca.
—¿Por qué la dejó?
—¿Cómo supo...? —Dejó sin acabar la frase y frunció el entrecejo tan pronto como comprendió qué estaba haciendo, lanzando provocativas preguntas y registrando sus reacciones ante las mismas—. Es usted un incordio. De acuerdo, se lo contaré. Me dejó por otra mujer. Más guapa y joven, que resultó ser la hija de su jefe. Se trataba de un matrimonio ventajoso para él.
—Se equivoca.
Amelia lo miró perpleja.
—Le aseguro que era enormemente ventajoso.
—Es imposible que ella fuera más bonita que usted.
Amelia abrió los ojos de par en par ante el cumplido.
—Oh —murmuró.
Aproximándose a ella, Zayn detuvo con su pie el continuo golpeteo del de ella. Éste cesó.
—Un mal hábito, al parecer no puedo deshacerme de él.
—Los colibríes hacen lo mismo durante la primavera. Se sujetan a un lado del nido y usan su otra pata para apisonar el suelo del nido.
Amelia miró a su alrededor como si no supiera donde fijar su vista.
—Señorita Hathaway —dijo Zayn gentilmente mientras ella se movía nerviosamente ante él. Quería tomarla entre sus brazos y sostenerla hasta que se calmara—. ¿La estoy poniendo nerviosa?
Se obligó a levantar la vista hacia Zayn. Sus ojos albergaban el brillo azul oscuro de un lago iluminado por la luna.
—No —respondió inmediatamente—. Por supuesto que no, usted... bueno si, me pone nerviosa.
La vehemente honestidad de su respuesta los sorprendió a los dos. La oscuridad de la noche se hacía más profunda, una de las antorchas se había consumido, y la conversación derivó a algo vacilante, imperfecto y delicioso, como pedazos de caramelo deshaciéndose en la boca.
—Nunca le haría daño —dijo Zayn en voz baja.
—Lo sé, no es eso.
—¿Es por haberla besado, verdad?
—Usted..., usted dijo que no lo recordaba.
—Lo recuerdo.
—¿Por qué lo hizo? —preguntó casi en un suspiro.
—Impulso. Oportunidad. —Excitado por su cercanía, Zayn intentó ignorar el rumbo que estaba tomando su propio cuerpo—. Seguramente no habría esperado menos de un romaní. Tomamos lo que queremos. Si un romaní desea a una mujer, la rapta. A veces incluso directamente de la cama. —Incluso en la oscuridad pudo ver como ella volvía a sonrojarse otra vez.
—Dijo que nunca me haría daño.
—Si me la llevara lejos conmigo... —Pensar en ello, en su suavidad, en retenerla entre sus brazos, hizo que hirviera su sangre. Estaba tan atrapado por la primitiva atracción que sentía, que cualquier atisbo de lógica se vio aplastado bajo el descomunal ardor de su deseo—. La última cosa que haría sería hacerle daño.
—Nunca haría nada de eso —dijo Amelia, intentando con dificultad parecer convincente—. Los dos sabemos que es usted demasiado civilizado como para hacerlo.
—¿Realmente lo sabemos? Créame, el asunto de mi civilización es algo enteramente cuestionable.
—¿Señor Malik? —peguntó con inseguridad—, ¿está intentando que me ponga nerviosa?
—No. —Y como si la respuesta necesitara más énfasis, repitió suavemente—. No.
Infierno y condenación, pensó, preguntándose qué era lo que estaba haciendo. No sabía porqué esta mujer, con su inteligencia y su azarosa inocencia, lo había cautivado tan profundamente. Lo único que tenía claro era la imperiosidad de su deseo por tenerla, deshacer todos los artificiosos atavíos, encajes y zapatos, la capa de su vestido, los pequeños ganchos de las horquillas.
Amelia respiró profundamente.
—Lo que no ha mencionado usted, señor Malik, es que si un gitano rapta a una mujer de su cama, según la tradición, es porque tiene en mente el propósito de casarse con ella. Y el denominado rapto es planeado de antemano y alentado por la futura novia.
Zayn le dirigió deliberadamente una encantadora sonrisa para disipar la tensión.
—Le falta sutileza, pero acelera el proceso considerablemente, ¿no? Se prescinde del permiso del padre de la novia, no hay amonestaciones, ni se prolonga el compromiso. El cortejo de los gitanos resulta muy eficiente.
La conversación se detuvo ante la reaparición de Beatrix.
—Spots se ha ido —informó—. Parecía muy contento de alojarse en Stony Cross Park.
Dando la impresión de estar aliviada por la vuelta de su hermana, Amelia fue hacia ella limpiándole las motas de barro de la manga y enderezándole el lazo del cabello.
—Ojalá que Spot tenga buena suerte. ¿Estás preparada para volver al comedor?
—No.
—Oh, todo irá bien. Tan solo recuerda parecer escarmentada cuando yo te haga señas de modo autoritario y estoy segura de que permitirán que te quedes hasta los postres.
—No quiero volver —lloriqueó Beatrix—. Es tan terriblemente aburrido, y no me gusta toda esa comida tan abundante, y además estoy sentada junto al vicario que solo quiere hablar de sus sermones religiosos. Resulta tan redundante preguntarse a uno mismo, ¿no te parece?
—Conlleva cierta fragancia a pedantería —convino Amelia burlonamente, acariciando el oscuro cabello de su hermana—. Pobre Bea. No tienes que volver si no quieres. Estoy segura de que los criados podrán recomendar algún lugar para que esperes hasta que acabe la cena. Quizás en la biblioteca.
—Oh gracias —dijo Beatrix sintiéndose mejor—. ¿Pero quien creará otra distracción si Louis comienza a ponerse desagradable otra vez?
—Yo lo haré —aseguró Zayn con gravedad—. Puedo ser sorprendente en cualquier momento.
—No me extrañaría —dijo Amelia—. De hecho estoy completamente segura de que disfrutaría de ello.
isabellita102
Re: MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)
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LECTORAS NECESITO LECTORAS
LECTORAS NECESITO LECTORAS
isabellita102
Re: MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)
que bueno que te gustaron gracias por leer la nove :DMar_love1D escribió:Me encantaron los capítulos!
Seguila! :)
en la noche la sigo
isabellita102
Re: MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)
CAPITULO 9
Capítulo 9
Capítulo 9
El grupo sentado a la mesa de Westcliff quedó aliviado por la noticia de que Beatrix había elegido pasar el resto de la noche a solas en tranquila contemplación. Sin duda temían otra interrupción por parte de alguna otra mascota procedente de un bolsillo, pero Amelia les había asegurado que no habría más visitas inesperadas en la mesa.
Sólo Lady Westcliff parecía genuinamente turbada por la ausencia de Beatrix. La condesa se había excusado en una ocasión entre el cuarto y quinto plato y reapareció después de un cuarto de hora. Amelia más tarde se enteró de que Lady Westcliff había ordenado que llevaran a la biblioteca una bandeja con la cena de Beatrix, y la había visitado allí.
—Lady Westcliff me contó algunas historias de cuando era niña, y cómo ella y su hermana pequeña solían portarse mal —contó Beatrix al día siguiente—. Me dijo que traer un lagarto a la cena no era nada comparado con las cosas que habían hecho... de hecho, dijo que ambas eran diabólicas y malvadas hasta la médula. ¿No es asombroso?
—Asombroso —dijo Amelia con sinceridad, reflexionando sobre cuánto le gustaba la americana, que parecía sencilla y divertida. Westcliff era otra cuestión. El conde era algo más que un poco intimidante. Y después del cruel desprecio de Louis respecto a la preocupación de Westcliff por los arrendatarios de Ramsay, era dudoso que el conde estuviera favorablemente dispuesto hacia los Hathaway.
Por fortuna Louis había logrado evitar más controversias durante la cena, principalmente porque estuvo ocupado flirteando con la atractiva mujer sentada a su lado. Aunque las mujeres siempre se habían sentido atraídas por Louis, con su altura, su buena apariencia y su inteligencia, nunca había sido tan apasionadamente perseguido como ahora.
—Creo que eso indica algo raro acerca de los gustos de las mujeres —le dijo Win a Amelia en privado cuando estuvieron en la cocina de Ramsay House—, ya que a Louis no le perseguían tantas mujeres cuando era simpático. Parece que cuanto más odioso es, más les gusta.
—Pues son bienvenidas a quedárselo —contestó gruñona Amelia—. No veo el atractivo en un hombre que cada día tiene el mismo aspecto que si acabara de salir de la cama, o se preparara para volver a ella—. Se envolvió el cabello en una tela protectora y dobló los extremos como si fuera un turbante.
Se preparaban para otro día de limpieza, y el polvo de la antigua casa tenía tendencia a pegarse obstinadamente a la piel y el pelo. Desafortunadamente la ayuda contratada no tenía por costumbre llegar en el momento oportuno, en absoluto. Ya que Louis permanecía en la cama después una noche de borrachera, y probablemente no se levantaría hasta el mediodía, Amelia se sentía particularmente enojada con él. La casa y la hacienda eran de Louis... lo menos que podía hacer era ayudar a restaurarla. O contratar a los sirvientes necesarios.
—Sus ojos han cambiado —murmuró Win—. No sólo la expresión. El color real. ¿Te has dado cuenta?
Amelia se quedó quieta. Tardó mucho tiempo en contestar.
—Pensaba que era mi imaginación.
—No. Siempre habían sido azul oscuro, como los tuyos. Ahora son más bien gris claro. Como un estanque después de que el cielo haya cambiado en invierno.
—Estoy segura de que el color de los ojos de algunas personas cambian cuando maduran.
—Sabes que es por Laura.
Una sombría pesadez oprimía todo el cuerpo de Amelia cuando pensaba en la amiga que había perdido y el hermano que parecía haber perdido junto con ella. Pero no podía perder el tiempo en nada de eso ahora, había demasiado que hacer.
—No creo que tal cosa sea posible. Nunca he oído de... —se interrumpió cuando vio a Win recogiendo sus largas trenzas en una tela idéntica a la de ella—. ¿Qué haces?
—Hoy voy a ayudar —dijo Win. Aunque su tono era plácido, su mandíbula delicada estaba apretada como la de una mula—. Me siento bastante bien y...
—¡Oh, no lo estás! Vas a provocarte un desmayo, y luego te llevará días recuperarte. Encuentra algún lugar donde sentarte, mientras el resto de nosotros...
—Estoy cansada de sentarme. Estoy cansada de observar a todos sin trabajar. Conozco mis límites, Amelia. Déjame hacer lo que quiero.
—No. —Incrédula, Amelia observó como Win recogía una escoba de un rincón—. ¡Win, suelta eso y deja de hacer el tonto! —La contrariedad la invadía—. No estás ayudando a nadie malgastando todas tus fuerzas en tareas serviles.
—Puedo hacerlo. —Win agarró el mango de la escoba con ambas manos como si creyera que Amelia estuviera a punto de arrancársela—. No me excederé.
—Deja la escoba.
—¡Déjame en paz —gritó Win—, vete a limpiar algo!
—Win, si no lo haces... —Amelia se distrajo cuando vio la mirada de su hermana volar hacia el umbral de la cocina.
Payne estaba allí, sus anchos hombros tapaban la puerta. Aunque era por la mañana temprano, ya estaba polvoriento y sudoroso, la camisa se le pegaba a los contornos poderosos del pecho y la cintura. Lucía una expresión que conocían bien... tan implacable, indicando que podrías mover una montaña con una cucharilla antes que hacerle cambiar de idea sobre algo. Acercándose a Win, extendió una de sus anchas manos en una demanda muda.
Ambos permanecieron inmóviles. Pero incluso en su testaruda oposición, Amelia veía una conexión singular, como si estuvieran atrapados en un punto muerto del que ninguno quería liberarse.
Win se rindió con un ceño de impotencia.
—No tengo nada que hacer. —Era raro en ella mostrarse tan terca—. Estoy aburrida de sentarme, leer y mirar por la ventana. Quiero ser útil. Quiero... —Su voz se desvaneció cuando vio la expresión severa de Payne —. Muy bien, entonces. ¡Tómala! —Le lanzó la escoba, y él la atrapó de forma refleja—. Encontraré un rincón en alguna parte y me volveré loca tranquilamente. Iré...
—Ven conmigo —interrumpió Payne con calma. Dejando a un lado la escoba, salió de la habitación.
Win intercambió una mirada perpleja con Amelia, y su vehemencia se desvaneció.
—¿Qué va a hacer?
—No tengo ni idea.
Las hermanas le siguieron por un vestíbulo hasta el comedor, que estaba salpicado de rectángulos de luz procedentes de las altas vidrieras que cubrían una de las paredes. Una mesa llena de marcas ocupaba el centro de la habitación, cada pulgada de su superficie estaba cubierta de montones polvorientos de porcelana... torres de tazas y platillos, platos de diversos tamaños amontonados junto con tazones envueltos en pequeños trapos de lino gris. Había al menos tres vajillas diferentes mezcladas sin ningún orden.
—Esto necesita que alguien lo ordene —dijo Payne, empujando amablemente a Win hacia la mesa—. Muchas piezas están agrietadas. Deben ser separadas del resto.
Era la tarea perfecta para Win, suficiente como para mantenerla ocupada, pero no tan extenuante que la agotase. Llena de gratitud, Amelia observó cómo su hermana recogía una taza de té y la sujetaba boca abajo. La cáscara de una diminuta araña muerta cayó al suelo.
—Vaya desastre —dijo Win, sonriendo. —Tendré que lavarlas, también, supongo.
—Si quieres que Poppy te ayude... —comenzó Amelia.
—No te atrevas a enviar a buscar a Poppy —dijo Win—. Éste es mi proyecto, y no lo compartiré.
Sentándose en una silla situada a un lado de la mesa, comenzó a desenvolver piezas de porcelana.
Payne miró el turbante en la cabeza de Win, sus dedos se contrajeron como si estuviera seriamente tentado de tocar el rubio mechón que se había soltado bajo la tela. Su rostro se endureció con la paciencia de un hombre que sabía que nunca tendría lo que verdaderamente quería. Usando sólo la punta de un dedo, él apartó un platito del borde de la mesa. La porcelana rechinó sutilmente en la madera estropeada.
Amelia siguió a Payne de vuelta a la cocina.
—Gracias —dijo cuando estuvieron fuera del alcance de los oídos de su hermana—, en mi preocupación porque Win no se cansara, no se me había ocurrido que podría volverse loca de aburrimiento.
Payne recogió una pesada caja de trastos sobrantes y restos, y la alzó sobre su hombro con facilidad. Una sonrisa cruzó su cara.
—Está mejorando.
Caminó hacia la puerta y la abrió empujándola con el hombro.
No era una opinión médica experta, pero Amelia estaba segura que estaba en lo cierto. Mirando alrededor de la revuelta cocina, sintió una oleada de felicidad. Habían hecho bien viniendo aquí. Un lugar nuevo que ofrecía nuevas posibilidades. Quizá la mala suerte de los Hathaway había cambiado por fin. Armada con una escoba, una fregona, un recogedor, y una pila de trapos, Amelia subió a una de las habitaciones que todavía no había explorado. Usó la totalidad de su propio peso para abrir la primera puerta, que cedió con un chasquido de algo que se quebraba y un chirrido de goznes oxidados. Parecía ser una sala de estar privada, con estanterías de madera empotradas.
Había dos volúmenes en un estante. Examinando los libros recubiertos de polvo, con el cuero envejecido cubierto con grietas en forma de telaraña, Amelia leyó el primer título: La pesca con caña flexible, Un Simposio del Arte de la Pesca con mosca del rutilo y el lucio. No era de extrañar que el libro hubiera sido abandonado por su dueño anterior, pensó. El segundo título era mucho más alentador: Las gestas amorosas en la corte de Inglaterra durante el reinado de Carlos II. Quizá contuviera algunas revelaciones obscenas con las que ella y Win pudieran reírse tontamente más tarde.
Devolviendo los libros a su lugar, Amelia fue a abrir las ventanas cubiertas con cortinas. El color original de la tela se había convertido en gris, el terciopelo estaba raído y apolillado.
Mientras Amelia se afanaba en tirar de una de las cortinas hacia un lado, la barra entera de latón se soltó del techo y cayó con estrépito al suelo. Una nube de polvo la envolvió. Estornudó y tosió en el enrarecido ambiente. Oyó un grito interrogativo escaleras abajo, probablemente de Payne.
—Estoy bien —respondió.
Recogiendo un trapo limpio, se limpió la cara y abrió la sucia ventana. El marcó se atascó. Empujó con fuerza para aflojarlo. Otro empujón, más fuerte, y luego un empujón con todo su peso tras éste. La ventana cedió con sorprendente rapidez, haciéndola perder el equilibrio. Cayó hacia adelante y se aferró al borde de la ventana en un intento de encontrar apoyo, pero se inclinó hacia afuera.
Con un destello de pánico mientras caía hacia adelante, oyó un sonido apagado tras ella.
En el tiempo que dura un latido, tiraron de ella hacia atrás con tanta fuerza que sus huesos protestaron por el brusco cambio de dirección. Se tambaleó, yendo a dar con fuerza contra algo sólido pero flexible. Impotente, cayó al suelo en un enredo de extremidades, algunas no eran las suyas.
Recostada sobre un robusto pecho masculino, vio un rostro moreno debajo de ella, y masculló torpemente:
—Pay...
Pero ésos no eran los ojos de marta de Payne, eran de un brillante y resplandeciente ámbar. Un ramalazo de placer atravesó su estómago.
—¿Sabe? si tengo que seguir rescatándola así —comentó Zayn Malik de forma despreocupada—, realmente deberíamos discutir alguna clase de recompensa.
Él alargó la mano para quitarle el pañuelo del cabello, que estaba torcido, y sus trenzas se soltaron. La mortificación barrió cualquier otro sentimiento. Amelia sabía qué aspecto debía de presentar, despeinada y cubierta de polvo. ¿Por qué nunca perdía una oportunidad para atraparla en desventaja?
Expresando con voz entrecortada una disculpa, luchó para apartarse, pero el peso de sus faldas y la rigidez de su corsé lo hacían difícil.
—No... un momento...
Malik inspiró con fuerza cuando ella se retorció contra él, y comenzó a hacerlos rodar a ambos hacia un lado.
—¿Quién le dejó entrar en la casa? —logró preguntar Amelia.
Malik le dirigió una mirada inocente.
—Nadie. La puerta estaba abierta y el vestíbulo estaba vacío.
Él sacudió las piernas para liberarlas de las faldas pegadas y tiró de ella hasta sentarla. Nunca había conocido a alguien que tuviera tal facilidad de movimiento.
—¿Ha inspeccionado este lugar? —preguntó él—. La casa está a punto de derrumbarse. No pude arriesgarme a entrar aquí sin formular una oración rápida a Butyakengo.
—¿A quién?
—Un espíritu protector de los gitanos —la sonrió—. Pero ya que estoy aquí, me arriesgaré. Déjeme ayudarla a levantarse.
Tiró de Amelia para ponerla en pie, no la dejó ir hasta que recobró el equilibrio. El agarre de esas manos envió sensaciones a través de sus brazos, y la hizo jadear un poco.
—¿Por qué está aquí? —preguntó ella.
Malik se encogió de hombros.
—Sólo estoy de visita. No hay mucho qué hacer en Stony Cross Park. Es el primer día de la temporada de la caza del zorro.
—¿No quería participar?
Él negó con la cabeza.
—Sólo cazó para comer, no por deporte. Y tiendo a compadecerme del zorro, habiendo estado en su lugar un par de veces.
Debía referirse a una cacería de gitanos, pensó Amelia con preocupación y curiosidad. Deseó indagar acerca de eso... pero esta conversación no podía continuar.
—Señor Malik —dijo torpemente—, me gustaría ser una anfitriona adecuada y poder conducirle hasta la sala y ofrecerle un refresco. Pero no tengo refrescos. En realidad aún no tengo una sala. Por favor perdóneme si parezco ruda, pero éste no es un buen momento para hacer visitas...
—Puedo ayudarla —apoyó un hombro contra la pared, sonriendo—. Soy bueno con las manos.
No hubo insinuación en su tono, pero no obstante se ruborizó.
—No, gracias. Estoy segura de que Butayenko lo desaprobaría.
—Butyakengo.
Ansiosa por demostrar su competencia, Amelia caminó hacia la otra ventana y empezó a empujar las cortinas cerradas.
—Gracias, señor Malik, pero como puede ver, tengo la situación controlada.
—Creo que me quedaré. Acabo de impedir que se caiga por una ventana, odiaría que saliera por la otra.
—No lo haré. Estaré bien. Tengo todo bajo...
Tiró más fuerte, y esta barra cayó con estrépito al piso, lo mismo que había hecho la otra. Pero a diferencia de la otra cortina, que había estado cubierta de ajado terciopelo, ésta estaba cubierta de una especie de tejido brillante y murmurante, una especie de...
Amelia se quedó congelada, horrorizada. La parte inferior de la cortina estaba cubierta de abejas. Abejas. Centenares, no, miles de ellas, sus alas iridiscentes palpitaban con un fiero zumbido implacable. Se elevaron como una masa del terciopelo arrugado, mientras otras llegaban volando desde una hendidura en la pared, donde bullía una enorme colmena. Los insectos pululaban como lenguas de fuego alrededor de la forma paralizada de Amelia.
Sintió cómo la sangre desaparecía de su rostro.
—¡Oh Dios!
—No se mueva. —La voz de Zayn Malik era sorprendentemente tranquila—. No las aplaste.
Nunca había conocido semejante miedo primitivo, fluyendo por toda su piel, filtrándose a través de cada poro. Ninguna parte de su cuerpo parecía estar bajo su control. El aire hervía con ellas, abejas y más abejas.
No iba a ser una forma agradable de morir. Cerrando los ojos con fuerza, Amelia se obligó a permanecer quieta, cuando cada uno de sus músculos estaba tenso y clamaba por moverse. El aire se movía en patrones sinuosos a su alrededor, cuerpos diminutos tocaban sus mangas, manos, hombros.
—Están más asustadas de usted, que usted de ellas —oyó que decía Malik.
Amelia tenía serias dudas al respecto
—Éstas no son abejas a-asustadas —Su voz no parecía la de siempre—. Éstas son abejas f-furiosas.
—Parecen un poco molestas —concedió Malik, acercándose a ella lentamente—. Podría ser el vestido que lleva puesto, no suelen gustarles los colores oscuros —una corta pausa—. O puede ser el hecho de que acaba de partir en dos su colmena.
—Si t-tiene usted el valor de divertirse con esto...
Se detuvo y se cubrió el rostro con las manos, con todo el cuerpo temblando.
La voz tranquilizadora de él se impuso al zumbido que los rodeaba.
—Quédese quieta. Todo irá bien. Estoy aquí con usted.
—Sáqueme de aquí —susurró ella con desesperación.
Su corazón martilleaba demasiado fuerte, sacudiendo sus huesos, bloqueando todo pensamiento coherente en su mente. Sintió el roce de algunos insectos curiosos en el pelo y la espalda. Los brazos de él la rodearon, un hombro fuerte se situó bajo su mejilla.
—Lo haré, cariño. Ponga sus brazos alrededor de mi cuello.
Ella le buscó a tientas, sintiéndose enferma, débil y desorientada. Los músculos planos de su nuca se movieron cuando se inclinó hacia ella, alzándola con facilidad como si fuera una niña.
—Ya está —murmuró él—. La tengo.
Sus pies abandonaron el suelo, y se sintió ligera y acunada al mismo tiempo. Nada de esto parecía real: el torbellino, abejas zumbando que corrían por el aire, el duro pecho y los brazos que la encerraban en un apretón fuerte y seguro. El pensamiento que acudió ella fue que podría haber muerto si él no hubiese estado allí. Pero él estaba tan tranquilo y cauteloso, carecía completamente de miedo. La tenaza de terror alrededor de su garganta se alivió. Sumergiendo el rostro en el hombro masculino, se dejó llevar.
El aliento de él golpeaba con un ritmo caliente y constante en la curva de su mejilla.
—Algunos creen que la abeja es un insecto sagrado —le dijo él—. Que son un símbolo de la reencarnación.
—No creo en la reencarnación —refunfuñó ella.
Había una sonrisa en la voz masculina.
—Qué sorpresa. Como mínimo, la presencia de abejas en la casa es señal de que sucederán cosas buenas.
Su voz quedó enterrada en la fina lana del abrigo.
—¿Q-Qué significa que haya miles de abejas en la casa de uno?
Él la elevó más aún entre sus brazos, los labios se curvaron amablemente contra el cerco frío de su oreja.
—Probablemente que tendremos un montón de miel a la hora del té. Estamos atravesando la puerta. En un momento voy a dejarla sobre sus pies.
Amelia mantuvo su rostro apretado contra él, las puntas de los dedos clavadas entre los pliegues de sus ropas.
—¿Nos están siguiendo?
—No. Quieren quedarse cerca de la colmena. Su principal preocupación es proteger a la reina de depredadores.
—¡Ella no tiene nada que temer de mí!
Zayn contuvo la risa en su garganta. Con extremo cuidado, bajó los pies de Amelia hacia el suelo. Manteniendo un brazo alrededor de ella, extendió el otro para cerrar la puerta.
—Ya está. Estamos fuera de la habitación. Está usted a salvo —le pasó la mano por el cabello—. Ya puede abrir los ojos.
Agarrada firmemente a las solapas de su abrigo, Amelia esperaba una sensación de alivio que no llegaba. Su corazón palpitaba demasiado fuerte, demasiado rápido. Le dolía el pecho a causa de la tensión de su respiración. Parpadeó, pero todo lo que pudo ver fue una lluvia de chispas.
—Amelia... Cálmese. Está usted bien —sus manos percibían los estremecimientos que aún la recorrían—. Tranquilícese, cariño.
No podía. Sus pulmones estaban a punto de explotar. No importaba cuánto lo intentase, no podía conseguir bastante aire. Abejas... El zumbido resonaba aún en sus oídos. Oía la voz de él como si proviniera de una gran distancia, y sintió sus brazos rodeándola otra vez mientras se sumergía en las capas de una suavidad grisácea.
Después de que lo que pudo haber sido un minuto o una hora, unas sensaciones agradables se filtraron a través de la neblina. Una presión tierna se movía sobre su frente. Unos roces suaves tocaban sus párpados, se deslizaron por sus mejillas. Unos brazos fuertes la sujetaban contra una superficie confortablemente dura, mientras un perfume limpio y salado cosquilleaba en las ventanas de su nariz. Sus pestañas revolotearon, y se giró hacia el calor con aturdido placer.
—Ha vuelto —oyó un murmullo bajo.
Abriendo los ojos, Amelia vio el rostro de Zayn Malik sobre ella. Estaban en el suelo del vestíbulo, él la sujetaba en su regazo. Como si la situación no fuera lo bastante mortificante, el delantero de su corpiño estaba abierto, y su corsé desabrochado. Sólo su arrugada camisola seguía cubriendo su pecho.
Amelia se tensó. Hasta ese momento, nunca había sabido que hubiera un sentimiento más allá de la vergüenza, que hacía que uno deseara desmoronarse como una pila de cenizas.
—Mi... Mí vestido...
—No respiraba bien. Pensé que sería mejor aflojarle el corsé.
—No me había desmayado nunca —dijo aturdida, luchando por levantarse.
—Estaba asustada —Él le pasó la mano en el centro del pecho, presionando amablemente para que bajase de nuevo—. Descanse un minuto más —su mirada se movió sobre sus pálidas facciones—. Creo que podemos concluir que no le gustan las abejas.
—Las he odiado desde que tenía siete años.
—¿Por qué?
—Jugaba fuera con Win y Louis, y tropecé demasiado cerca de un rosal. Una abeja se abalanzó con furia contra mi cara y me picó justo aquí —tocó un lugar justo debajo de su ojo derecho, en la parte superior de su mejilla—. Un lado de mi cara se hinchó hasta que se me cerró el ojo... No pude ver con él durante casi dos semanas.
Las puntas de los dedos de él rozaron su mejilla como para aliviar la antigua herida.
—Y mi hermano y mi hermana me llamaron cíclope —ella vio cómo intentaba no sonreír—. Todavía lo hacen, cada vez que una abeja vuela demasiado cerca.
La miró con amable simpatía.
—A todo el mundo le da miedo algo.
—¿Qué le da miedo a usted?
—Los techos y las paredes, sobre todo.
Ella clavó los ojos en él con perplejidad, sus pensamientos aún eran demasiado lentos.
—Quiere decir... ¿preferiría vivir fuera como una criatura salvaje?
—Sí, es lo que quise decir. ¿Ha dormido al aire libre alguna vez?
—¿En el suelo?
Su tono desconcertado lo hizo sonreír abiertamente.
—En una cama de paja junto a un fuego.
Amelia trató de imaginarlo, yacer indefensa en la tierra dura, a merced cualquier criatura que gateara, se arrastrara o volara.
—No creo que pudiera quedarme dormida de ese modo.
Sintió la mano de él jugando lentamente con los rizos sueltos de su pelo.
—Podría —su voz fue suave—. Yo la ayudaría.
No tenía ni idea de qué había querido decir con eso. Todo lo que supo fue que cuando las yemas de los dedos de el alcanzaron su cuero cabelludo, sintió cómo una ráfaga de temblorosa sensualidad recorría su columna vertebral. Con torpeza trató de alcanzar su corpiño, intentando juntar la tela reforzada.
—Permítame. Todavía está temblando.
Sus manos apartaron las de ella y comenzó a abrochar el corsé con habilidad. Claramente estaba familiarizado con las complejidades de la ropa interior femenina. Amelia no dudaba de que hubiera más de una dama dispuesta a dejarle practicar.
Azorada, preguntó:
—¿Me han picado en algún sitio?
—No —la picardía brilló en sus ojos—. La inspeccioné a fondo.
Amelia suprimió un pequeño gemido de desasosiego. Estuvo tentada de apartar sus manos de ella, pero él recolocaba su ropa mucho más eficazmente de lo que lo habría hecho ella. Cerró los ojos, intentando fingir que no estaba tumbada desgarbadamente en el regazo de un hombre, mientras él le abrochaba el corsé.
—Necesitará que un apicultor del pueblo quite la colmena —dijo Malik.
Pensando en la enorme colonia en la pared, Amelia preguntó:
—¿Cómo las matará a todas?
—Puede que no tenga que hacerlo. Si es posible, las atontará con humo y transferirá a la reina a una colmena portátil. El resto la seguirá. Pero si no puede hacerlo, tendrá que matar la colonia con agua jabonosa. El mayor problema será cómo quitar el panal y la miel. Si no lo quita todo, fermentará y atraerá a toda clase de bichos.
Abrió los ojos de par en par, y lo contempló con preocupación.
—¿Tendremos que derribar la pared entera?
Antes de que Malik pudiera contestar, una nueva voz interrumpió la conversación.
—¿Qué pasa aquí?
Era Louis, que acababa de levantarse y se había puesto encima algo de ropa. Había venido descalzo desde su dormitorio. Su mirada cansada se movió de uno al otro.
—¿Por qué estás en el suelo con los botones a medio abrochar?
Amelia consideró la pregunta.
—Decidí tener una cita espontánea en medio del vestíbulo con un hombre al que apenas conozco.
—Bueno, pues hacerlo en silencio la próxima vez. Un hombre necesita dormir.
Amelia clavó los ojos en él enigmáticamente.
—Santo cielo, Louis, ¿no te preocupa que mi reputación pueda haber sido comprometida?
—¿Lo ha sido?
—Yo... —Su cara ardía cuando miró los ojos de vívido topacio de Malik —. No lo creo.
—Si no estás segura —dijo Louis —. Probablemente la respuesta sea no. —Llegó hasta Amelia, se puso en cuclillas, y clavó los ojos en ella firmemente. Su voz fue amable—. ¿Qué ha pasado, hermanita?
Ella apuntó con un dedo inestable hacia la puerta cerrada.
—Hay abejas allí dentro, Louis.
—Abejas. Buen Dios —su hermano le dirigió una sonrisa cariñosamente burlona—. Qué cobarde eres, cíclope.
Amelia lo miró ceñuda, impulsándose para levantarse del regazo de Malik. Él la respaldó automáticamente, con un firme brazo detrás de su espalda.
—Míralo por ti mismo.
Louis avanzó perezosamente hasta la habitación, la abrió, y entró.
En dos segundos, había salido velozmente, había cerrado de un golpe la puerta, y había apoyado los hombros contra ella.
—¡Cristo! —Sus ojos estaban muy abiertos y despejados—. ¡Debe de haber miles de ellas!
—Calculo que al menos doscientos mil —dijo Malik. Acabando con el último de los botones de Amelia, la ayudó a ponerse en pie—. Despacio —murmuró—. Podría estar un poco mareada.
Ella le permitió sujetarla mientras ponía a prueba su inseguro equilibrio.
—Ya estoy bien. Gracias.
Su mano todavía descansaba en la de él. Los dedos de Malik eran largos y gráciles, la silueta del pulgar resaltaba contra la piel de color miel.
Ansiosamente Amelia apartó la mano y le dijo a su hermano,
—El señor Malik ha salvado mi vida dos veces hoy. Primero casi me caí por la ventana, y luego encontré las abejas.
—Esta casa —masculló Louis — debería ser derribada y convertida en cerillas.
—Debería ordenar una inspección estructural completa —dijo Malik —. La casa ha cedido. Algunas chimeneas se ladean, y el techo del vestíbulo de la entrada está combado. Tiene las vigas y la carpintería dañadas.
—Sé cuáles son los problemas.
La tranquila valoración había molestado a Louis. Conservaba lo bastante de sus conocimientos arquitectónicos como para evaluar con exactitud la situación de la casa.
—No puede ser seguro que la familia permanezca aquí.
—Pero eso es asunto mío —dijo Louis, añadiendo en tono burlón—, ¿no?
Sintiendo la quebradiza inquietud de la atmósfera, Amelia hizo un intento apresurado de diplomacia.
—Señor Malik. Lord Ramsay está convencido de que la casa no plantea peligro inmediato para la familia.
—Yo no estaría tan convencido —contestó Malik —. No con cuatro hermanas a mi cargo.
—¿Quiere quitármelas de las manos? —preguntó Louis —. Puede quedarse todo el lote —sonrió sin diversión ante el silencio de Malik —. ¿No? Entonces haga el favor de no dar consejos no solicitados.
El desánimo recorrió a Amelia cuando vio la desolación en el rostro de su hermano. Se estaba convirtiendo en un desconocido, un hombre que albergaba tanta desesperación y furia en su interior que ésta había comenzado a socavar sus cimientos. Hasta qué, al igual que la casa, sufriría finalmente un colapso cuando las partes más débiles de la estructura cediesen.
Malik, con serenidad, se volvió hacia Amelia.
—En lugar de consejo, déjeme ofrecerle alguna información. De aquí a dos días, habrá una feria de fregonas en el pueblo.
—¿Qué es eso?
—Es una feria de empleo, a la que se asisten todos los habitantes que necesitan trabajo. Llevan unas señales para indicar su oficio: una criada llevará una fregona, un techador lleva un penacho de paja, y así sucesivamente. Entregue a los que quiera un chelín para sellar el acuerdo, y los contratará durante un año.
Amelia lanzó una cautelosa mirada a su hermano.
—Necesitamos sirvientes adecuados, Louis.
—Ve, entonces, y contrata a los que te gusten. No me importa.
Amelia inclinó la cabeza preocupada y levantó las manos hacia la parte superior de sus brazos, frotándolos sobre las mangas.
Hace frío, pensó, incluso para ser otoño. Una corriente helada reptaba alrededor de sus tobillos enfundados en la medias, bajo los puños de su camisa, a través su cuello húmedo de sudor. Sus músculos se tensaron a causa de la extraña y cruda frialdad.
Ambos hombres se quedaron en silencio. El rostro de Louis estaba blanco, con la mirada perdida.
Amelia sintió como si el espacio alrededor de ellos se replegara sobre sí mismo, espesándose hasta que el aire fue tan pesado como el agua. Más frío, más tenso, más cerca... Amelia dio instintivamente un paso atrás, alejándose de su hermano, hasta que sintió el pecho de Malik contra sus hombros. Su mano se posó en el brazo de ella, ahuecando amablemente su codo. Temblando, se apoyó más firmemente contra la fuerza caliente y vital del cuerpo masculino.
Louis no se había movido. Esperaba, con la mirada descentrada, como si estuviera totalmente concentrado en absorber el frío. Como si le diera la bienvenida, lo deseara. Su expresión elusiva era ruda y sombría.
Algo dividió el espacio entre ellos, entre ella y Louis. Ella sintió el sonido del movimiento, más suave que una brisa, más delicado que el plumón...
—¿ Louis?— murmuró Amelia, insegura.
El sonido de su voz pareció hacerle volver en sí. Parpadeó y clavó los ojos en ella con los iris casi incoloros.
—Acompaña a la puerta a Malik —dijo él, cortante—. Es decir, si tu reputación ya ha quedado suficientemente comprometida por un día.
Se marchó dando media vuelta rápidamente. Alcanzando su cuarto, cerró la puerta con un golpetazo torpe del brazo.
Amelia tardó en moverse, desconcertada por el comportamiento de su hermano, y aún más por el frío cortante del vestíbulo. Empezó volverse hacia Malik, quien seguía mirando a Louis con ojos inexpresivos.
Él la miró, manteniendo su expresión cuidadosamente impasible.
—Odio dejarla —había un filo amablemente burlón en su tono—. Necesita que alguien la siga a todos lados y la mantenga a salvo de contratiempos. Pero por otra parte, también necesita que alguien le encuentre un apicultor.
Dándose cuenta de que él no iba a hablar sobre Louis, Amelia le siguió la corriente.
—¿Hará eso por nosotros? Lo consideraría un gran favor.
—Por supuesto. Aunque... —Sus ojos mostraron un brillo malicioso—. Como mencioné antes, no puedo continuar haciéndole favores sin recibir ninguna compensación. Un hombre necesita un incentivo.
—Si… si quiere dinero, estaré encantada de…
—Dios, no — Malik se estaba riendo ahora—. No quiero dinero —estirándose, le alisó el cabello, dejando que la parte interior de la mano rozara el costado de su mejilla. El roce de su piel fue suave y erótico, haciendo que tragara con fuerza—. Adiós, Señorita Hathaway. Conozco la salida –le lanzó una sonrisa y le advirtió—. Manténgase lejos de las ventanas.
Bajando por las escaleras, Malik pasó junto a Payne, que estaba subiendo a un paso mesurado.
La cara de Payne se oscureció al ver al visitante.
—¿Qué está haciendo aquí?
—Al parecer estoy ayudando con la erradicación de una plaga.
—Entonces puede empezar por marcharse –gruñó Payne.
Malik sólo sonrió despreocupadamente, y continuó su camino.
Después de informar al resto de la familia del peligro que suponía el salón de arriba, el cual fue prontamente apodado “El salón de las abejas”, Amelia investigó el resto del piso superior con extrema precaución. No encontró ningún otro peligro, solo polvo, decadencia y silencio.
Pero no era una casa poco acogedora. Cuando las ventanas fueron abiertas y la luz se desparramó por el suelo que había permanecido intacto durante años, pareció que el lugar estuviera deseoso de reescribirse a sí mismo, respirar y ser restaurado. Ramsay House era un lugar realmente encantador, con excentricidades, rincones secretos y características únicas que solamente necesitaban algo de pulido y atención. Como la propia familia Hathaway.
Por la tarde Amelia se derrumbó en una silla en el piso de abajo, mientras Poppy hacia té en la cocina.
—¿Dónde está Win?
—Dormitando en su habitación —replicó Poppy—. Estaba exhausta después de una mañana ajetreada. No lo admitirá, por supuesto, pero siempre puedes notar cuando se pone pálida y ojerosa.
—¿Estaba contenta?
—Ciertamente lo parecía. —Vertiendo agua caliente en la desportillada vasija llena de hojas de té, Poppy charló sobre algunos de sus descubrimientos.
Había encontrado una encantadora alfombra en una de las habitaciones, y después de haberla golpeado durante una hora, esta había demostrado estar ricamente coloreada y en buenas condiciones.
—Creo que la mayor parte del polvo se transfirió de la alfombra a tu cara —dijo Amelia.
Como Poppy se había cubierto la parte inferior de la cara con un pañuelo mientras golpeaba la alfombra, el polvo se le había asentado en la frente, ojos y en el puente de la nariz. Cuando se quitó el pañuelo, este dejó el rostro de Poppy con dos extraños tonos, la mitad de arriba gris, la mitad de abajo blanca.
—Lo disfruté inmensamente —replicó Poppy con una sonrisa—. No hay nada como aporrear una alfombra con un golpeador para sacarte de encima todas las frustraciones.
Amelia iba a preguntar a Poppy qué frustraciones tenía, cuando Beatrix entró en la cocina.
La muchacha, usualmente tan animada, estaba callada y cabizbaja.
—El té estará listo pronto —dijo Poppy, ocupada cortando rodajas de pan en la mesa de la cocina—. ¿Querrás algunas tostadas, también, Bea?
—No, gracias. No tengo hambre —Beatrix se sentó en una silla junto a Amelia, mirando fijamente al suelo.
—Tú siempre tienes hambre —dijo Amelia—. ¿Qué pasa, querida? ¿No te sientes bien? ¿Estás cansada?
Silencio. Un violento movimiento de cabeza. Beatrix estaba, definitivamente, molesta por algo.
Amelia colocó una mano gentil en la estrecha espalda de su hermana pequeña, y se inclinó sobre ella.
—Beatrix. ¿Qué pasa? Dime. ¿Extrañas a tus amigos? ¿O a Spot? Estás…
—No. No es nada de eso. —Beatrix agachó la cabeza hasta que sólo un sonrojado arco de su mejilla quedó a la vista.
—¿Entonces qué?
—Algo malo pasa conmigo —su voz se volvió áspera por la desdicha—. Pasó nuevamente, Amelia. No pude contenerme. Apenas recuerdo haberlo hecho. Yo…
—Oh, no —llegó el susurro de Poppy.
Amelia mantuvo la mano en la espalda de Beatrix.
—¿Es el mismo problema de antes?
Beatrix asintió.
—Voy a matarme —dijo vehementemente—. Me voy a encerrar en el salón de las abejas. Voy a…
—Shh. No harás tal cosa —Amelia le masajeó la rígida espalda—. Tranquila, querida, y déjame pensar un momento —Su mirada preocupada se cruzó con la de Poppy sobre la cabeza agachada de Beatrix.
“El Problema” había surgido intermitentemente a lo largo de los pasados cuatro años, desde que la madre de los Hathaway había muerto. De vez en cuando Beatrix sufría un irresistible impulso de robar algo, ya fuera de una tienda o de la casa de alguien, usualmente los objetos eran insignificantes… un pequeño par de tijeras de costuras, horquillas, una pluma, un cubo de cera para sellar. Pero de vez en cuando tomaba algo de valor, como una caja de rapé o unos pendientes. Por lo que Amelia sabía, Beatrix nunca planeaba estos pequeños crímenes, de hecho, la muchacha a menudo ni siquiera se percataba de lo que había hecho hasta después. Y entonces sufría la agonía del remordimiento, y no poca cantidad de miedo. Era siempre preocupante darse cuenta de que uno no siempre tenía el control de sus acciones.
Los Hathaway habían mantenido el problema de Beatrix en secreto, por supuesto, todos conspiraban para devolver los objetos robados discretamente y protegerla de las consecuencias. Como hacía un año que ya no pasaba, habían asumido que Beatrix se estaba curando de su inexplicable compulsión.
—Asumo que tomaste algo de Stony Cross Manor —dijo Amelia con forzada calma—. Ese es el único lugar que has visitado.
Beatrix asintió tristemente.
—Fue después de soltar a Spot. Fui a la biblioteca, y miré en el interior de algunas habitaciones de camino, y… ¡No pretendía hacerlo, Amelia! ¡No quería!
—Lo sé —Amelia la envolvió entre sus brazos con un consolador abrazo. Rebosaba instinto maternal de proteger, tranquilizar y consolar—. Lo arreglaremos, Bea. Devolveremos todo y nadie lo sabrá. Solo dime qué quitaste, e intenta recordar de qué habitación estaba.
—Esto… es todo —buscando dentro de los bolsillos de su delantal, Beatrix dejó caer una pequeña colección de objetos en su regazo.
Amelia levantó el primer objeto. Era un caballo de madera tallado, no más grande que su puño, con crines de seda y una cara delicadamente pintada. El objeto estaba gastado por el uso excesivo y había marcas de dientes a los largo del cuerpo del caballo.
—Los Westcliff tienen una hija todavía pequeña —murmuró—. Esto debe pertenecerle.
—Tomé el juguete de un bebé —gimió Beatrix—. Es lo más bajo que he hecho nunca. Debería estar en prisión.
Amelia tomó otro objeto, una carta con dos imágenes parecidas impresas lado a lado. Supuso que servía para insertarla dentro de un estereoscopio, un dispositivo que podía combinar las dos imágenes dentro de una imagen dimensional.
El siguiente objeto robado era un llavero, y el último… oh, querida. Era un genuino sello de plata, con el grabado de un escudo familiar en un extremo. Podía usarse para estamparlo en una gota de cera derretida y sellar un sobre. El objeto era pesado y bastante costoso, el tipo de cosas que era transmitido de generación en generación.
—Del estudio privado de Lord Westcliff —murmuró Beatrix—. Estaba en el escritorio. Probablemente lo use para su correspondencia oficial. Me iré a colgar a mí misma ahora.
—Debemos devolver esto de inmediato —dijo Amelia, pasándose una mano sobre la húmeda frente—. Cuando se den cuenta de que esto falta, le echarán la culpa a un sirviente.
Las tres mujeres quedaron en silencio ante el horror de esa idea.
—Le haremos una visita a Lady Westcliff por la mañana —dijo Poppy, sonando un poco sin aliento a causa la ansiedad—. ¿Mañana es uno de los días en que recibe visitas?
—No importa —dijo Amelia, esforzándose por sonar calmada—. No hay tiempo que perder. Tú y yo iremos mañana, sea o no un día apropiado.
—¿Debo ir yo también? —preguntó Beatrix.
—No —respondieron Amelia y Poppy simultáneamente. Ambas pensaban lo mismo, que podía ser que Beatrix no se controlara durante otra visita.
—Gracias —Beatrix parecía aliviada—. También siento que tengas de enmendar mis errores. Debería ser castigada de alguna manera. Quizás debiera confesar y disculparme…
—Recurriremos a eso si somos descubiertos —dijo Amelia—. Primero vamos a tratar de encubrirte.
—¿Debemos contárselo a Louis, Win o Payne? —preguntó Beatrix tímidamente.
—No —murmuró Amelia, acercándola y presionando sus labios sobre los indómitos rizos oscuros de su hermana—. Mantendremos esto entre nosotras tres. Poppy y yo nos ocuparemos de todo, querida.
—Está bien. Gracias —Beatrix se relajó y se acurrucó contra ella con un suspiro—. Espero que puedas hacerlo sin que te descubran.
—Por supuesto que podemos —dijo Poppy alegremente—. No te preocupes ni por un momento.
—Problema resuelto —agregó Amelia.
Y sobre la cabeza de Beatrix, Amelia y Poppy se miraron la una a la otra con pánico compartido.
isabellita102
Re: MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)
jejejeje gracias por leer la nove mas adelante la seguireMar_love1D escribió:Me encantoo!
Seguila! :)
isabellita102
Re: MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)
Capítulo 10
—No sé porqué Beatrix hace este tipo de cosas —dijo Poppy a la mañana siguiente, mientras Amelia sostenía las riendas del coche. Iban de camino a Stony Cross Manor, con los objetos robados ocultos en los bolsillos de sus mejores vestidos de día.
—Estoy segura de que no tiene intención de hacerlo —replicó Amelia, con la frente surcada por la preocupación—. Si fuera intencionado, Beatrix habría robado cosas que verdaderamente quisiera, como lazos para el cabello, guantes o dulces, y no confesaría después. —Suspiró—. Esto parece suceder cuando ha habido un cambio significativo en su vida. Cuando Madre y Padre murieron, cuando Louis y Win cayeron enfermos… y ahora, cuando nos trasladamos y mudamos a Hampshire. Sencillamente superaremos esto como mejor podamos y nos aseguraremos de que Beatrix esté en una atmósfera calmada y serena.
—No existe nada parecido a “calmada y serena” en nuestro hogar —dijo Poppy sombríamente—. Oh, Amelia ¿Porqué tiene que ser nuestra familia tan rara?
—No somos raros.
Poppy sacudió la mano con un gesto de descarte.
—La gente rara nunca cree ser rara.
—Yo soy perfectamente ordinaria —protestó Amelia.
—Ja.
Amelia la miró con sorpresa.
—¿Porqué en el nombre del cielo podrías decir “ja” a eso?
—Intentas controlar todo y a todo el mundo. Y no confías en nadie fuera de la familia. Eres como un puercoespín. Nadie puede traspasar las espinas.
—Bien, me gusta eso —dijo Amelia indignada—, ser comparada con un gran roedor espinoso, cuando he decidido pasar el resto de mi vida velando por la familia…
—Nadie te lo ha pedido.
—Alguien tiene que hacerlo. Y yo soy la mayor de los Hathaway.
—Louis es el mayor.
—Soy la mayor Hathaway sobria.
—Eso no quiere decir que tengas que martirizarte.
—No soy una mártir, simplemente soy responsable. ¡Y tú una desagradecida!
—¿Preferirías gratitud o un marido? Personalmente, yo elegiría al marido.
—No quiero un marido.
Riñeron por tonterías hasta Stony Cross Manor. Para cuando llegaron, ambas estaban enojadas y ceñudas. Sin embargo, cuando un lacayo vino a ayudarlas a bajarse, empastaron sonrisas falsas en sus caras y entrelazaron los tensos brazos mientras avanzaban hacia la puerta principal.
Esperaron en el vestíbulo mientras el mayordomo iba a anunciar su llegada. Para enorme alivio de Amelia, les mostró la sala y les informó que Lady Westcliff estaría con ellas de inmediato.
Aventurándose más hacia el ventilado salón, con sus jarrones de flores frescas, mobiliario de satén y tapicería celeste de seda, y el alegre fuego en la blanca chimenea de mármol, Poppy exclamó:
—Oh, esto es tan bonito, huele tan adorablemente, ¡y mira cómo brillan las ventanas!
Amelia guardó silencio, pero no pudo evitar estar de acuerdo. Ver esta sala inmaculada, tan alejada del polvo y la suciedad de Ramsay House, la hacía sentir culpable y hosca.
—No te quites el bonete —dijo cuando Poppy se soltaba las cintas—. Se supone que se deja puesto durante una visita formal.
—Sólo en la ciudad —argumentó Poppy—. En el campo, la etiqueta es más relajada. Y creo que a Lady Westcliff difícilmente le importará.
La voz de una mujer llegó desde la puerta.
—¿Importar qué? —Era Lady Westcliff, con su figura delgada adornada por un traje rosa, y el cabello oscuro recogido detrás de la cabeza en brillantes rizos. Su sonrisa estaba llena de picardía y encanto fácil. Iba cogida de la mano de una niña de cabello oscuro vestida de azul que empezaba a andar, una versión en miniatura de sí misma con grandes ojos redondos de color jengibre.
—Milady... —Amelia y Poppy hicieron una reverencia. Decidiendo ser franca, Amelia dijo—. Lady Westcliff, precisamente debatíamos si debíamos o no quitarnos nuestros bonetes.
—Dios mío, no perdáis el tiempo con la formalidad —exclamó Lady Westcliff, entrando con la niña—. Quitaos los bonetes, de todos modos. Y llamadme Lillian. Ésta es mi hija, Merritt. Ella y yo estamos disfrutando de un poco de entretenimiento antes de su siesta matutina.
—Espero que no hayamos interrumpido —comenzó Poppy disculpándose.
—De ningún modo. Si podéis tolerar nuestro jugueteo durante vuestra visita, estaremos más que encantadas de recibiros, he pedido el té.
Después de no mucho rato estaban charlando con facilidad. Merritt perdió rápidamente todo vestigio de timidez y les mostró su muñeca favorita llamada Annie, y una colección de guijarros y hojas de su bolsillo. Lady Westcliff... Lillian... era una madre abiertamente cariñosa y juguetona, no mostraba tener ningún problema en arrodillarse en el suelo para buscar guijarros caídos bajo la mesa.
Las interacciones de Lillian con la niña eran muy inusuales en un hogar aristocrático. Los niños casi nunca eran llevados ante la presencia de las visitas a menos que fuese para una presentación breve, acompañada de una palmada en la cabeza y una partida rápida. La mayoría de mujeres de la elevada posición de la condesa no veían a su descendencia más de una o dos veces al día, dejando la mayor parte de la crianza de los niños a las niñeras.
—No puedo evitar el desear verla —explicó Lillian francamente—, así que las niñeras han aprendido a tolerar mi interferencia.
Cuando llegó la bandeja del té, Annie, la muñeca, fue colocada en el sofá entre Poppy y Merritt. La niñita presionó el borde de su taza de té contra la boca pintada de la muñeca.
—Annie quiere más azúcar, Mamá —dijo Merritt.
Lillian sonrió abiertamente, sabiendo quien iba a beber el té sumamente endulzado.
—Dile a Annie que nunca tomamos más de dos terrones en una taza, querida. Se pondría enferma.
—Pero es golosa —protestó la niña. Agregó sombríamente—. De gusto y carácter dulce.
Lillian negó con la cabeza chasqueando la lengua.
—Que muñeca tan terca. Se firme con ella, Merritt.
Poppy, que había estado observando el intercambio con una abierta sonrisa, adoptó una expresión perpleja y se removió ligeramente en el sofá.
—Dios mío, creo que estoy sentada sobre algo… —Hurgó detrás de ella y sacó un pequeño caballo de madera, fingiendo que lo había encontrado alojado entre los cojines del sofá.
—Es Horsie —exclamó Merritt, sus deditos se cerraron alrededor del objeto—. ¡Creí que se había escapado!
—Gracias a Dios —dijo Lillian—. Horsie es uno de los juguetes favoritos de Merritt. La mansión al completo ha estado buscándolo.
La sonrisa de Amelia vaciló cuando encontró la mirada de Poppy, ambas preguntándose si se habría descubierto que faltaban otras cosas. Los objetos robados, especialmente el sello de plata, debían ser devueltos tan pronto como fuera posible. Se aclaró la garganta.
—Milady… es decir, Lillian… si no te importa... me gustaría saber dónde está el tocador.
—Oh, claro. Haré que el ama de llaves te muestre el camino, o…
—No, gracias —dijo Amelia precipitadamente.
Tras recibir las prácticas instrucciones de Lillian; Amelia abandonó la sala, dejando a las otras tres que continuaran con su té.
La primera habitación que tenía que encontrar era la biblioteca, adonde pertenecían la tarjeta del estereoscopio y la llave. Recordando la descripción de Beatrix del plano de distribución del primer piso, Amelia se apresuró a lo largo del tranquilo vestíbulo. Ralentizó el paso cuando vio a una criada barriendo la alfombra, e intentó que pareciera como si supiera hacia dónde iba. La criada dejó de barrer y se apartó respetuosamente a su paso.
Rodeando una esquina, Amelia encontró una puerta abierta que reveló la larga biblioteca con galerías superiores e inferiores. Mejor aún, estaba vacía. Se apresuró a entrar y vio un estereoscopio en la maciza mesa de la biblioteca. Cerca había una caja de madera, llena de naipes iguales al que tenía en el bolsillo. Introduciendo la tarjeta con las demás, salió corriendo de la biblioteca, haciendo una pausa sólo para introducir la llave en el ojo vacío de la cerradura de la puerta.
Sólo faltaba una tarea... tenía que encontrar el estudio privado de Lord Westcliff y devolver el sello de plata. El peso de este le rebotaba con inquietud contra la pierna mientras caminaba. Por favor no dejes que Lord Westcliff esté allí, pensó desesperadamente. Por favor que esté vacío. Por favor no dejes que me atrapen.
Beatrix había dicho que el estudio estaba cerca de la biblioteca, pero la primera puerta que Amelia probó resultó ser la sala de música. Asomándose a otra puerta al otro lado del pasillo, descubrió un armario lleno de cubetas, escobas, harapos, cazuelas de cera y abrillantador.
—Demonios, demonios, demonios —masculló, yendo hacia otra puerta abierta.
Era una sala de billar. Y estaba ocupada por una media docena de caballeros involucrados en un juego. Peor aún, uno de ellos era Christopher Frost. La cara bien parecida estaba desprovista de expresión cuando se cruzaron sus miradas.
Amelia se detuvo, el color le brilló en la cara.
—Disculpen —murmuró, y escapó.
Para su consternación, Christopher Frost se movió para seguirla. Estaba tan concentrada en escapar que no vio a alguien que se adelantaba a Frost, bloqueándole pulcramente.
—Señorita Hathaway.
Ante el sonido de la voz de un hombre, Amelia se dio la vuelta. Esperaba ver a Christopher Frost, pero se sobresaltó al descubrir que era Zayn Malik quien la había seguido.
—Señor.
Zayn Malik estaba en mangas de camisa, y con el cuello de la misma un poco suelto, como si hubiera estado tirando de él. Su cabello negro estaba casualmente alborotado, como si recientemente se hubiera pasado los dedos por las brillantes capas. Su corazón se aceleró. Esperó rígidamente mientras se aproximaba a ella.
Demorándose en la puerta, Christopher Frost les lanzó una última mirada ceñuda antes de retirarse al interior de la habitación.
Malik alcanzó a Amelia y se detuvo con un asentimiento de saludo.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarla? —preguntó cortésmente—. ¿Se ha perdido?
Abandonando la precaución en favor de la eficacia, Amelia aferró un pliegue de la manga enrollada de él.
—Señor Malik, ¿sabe donde está el estudio de lord Westcliff?
—Si, por supuesto.
—Muéstremelo.
Malik la miró con una sonrisa interrogativa.
—¿Por qué?
—No hay tiempo para explicaciones. Solo lléveme allí ahora. ¡Por favor, démonos prisa!
Raudamente la condujo a través del pasillo, dos puertas más abajo, a una pequeña habitación revestida con paneles de palo de rosa. El estudio de un caballero. Los únicos ornamentos eran una fila de ventanas rectangulares de cristales tintados a lo largo de una pared. Aquí era donde Marcus, lord Westcliff, solucionaba la mayor parte de los asuntos de su finca.
Malik cerró la puerta tras ellos.
Rebuscando en su bolsillo, Amelia recuperó el pesado sello de plata.
—¿Dónde va esto?
—En el costado derecho del escritorio, cerca del tintero —dijo Malik —. ¿Cómo ha llegado eso a sus manos?
—Se lo explicaré más tarde. Se lo suplico, no se lo cuente a nadie. —Fue a colocar el sello de plata sobre el escritorio—. Solo espero que no haya notado que faltaba.
—¿Por qué lo quería usted en primer lugar? —preguntó Malik ociosamente—. ¿Recurriendo a la falsificación?
—¿Falsificación? —Amelia palideció. Una carta con el nombre de Westcliff, sellada con el emblema de su familia, sería un instrumento poderoso, sin duda. ¿Qué otra interpretación podría darse al hecho de haber tomado prestado el sello genuino?—. No, no, yo no habría... es decir, no quería...
Fue interrumpida por el paralizante sonido del pomo de la puerta girando. En ese mismo instante se vio atravesada por la angustia y la resignación simultáneamente. Se acabó. Había estado tan cerca, y ahora la atraparían, y Dios sabía qué repercusiones habría. No había forma de explicar su presencia en la oficina de Westcliff sin divulgar el problema de Beatrix, lo cual deshonraría a la familia y arruinaría el futuro de la chica en la clase refinada. Un lagarto mascota era una cosa, pero el robo era otra cuestión completamente distinta.
Todos esos pensamientos atravesaron la mente de Amelia en una abrasadora masa. Pero mientras ella se quedaba rígida y esperaba a que cayera el hacha, Malik se había acercado con dos largas zancadas. Y antes de que Amelia pudiera moverse, o pensar, o incluso respirar, había tirado de ella, y le había empujado la cabeza hacia la suya.
Malik la besó con una indecente franqueza que la hizo tambalear. Los brazos eran firmes a su alrededor, sosteniéndola mientras su boca capturaba la de ella en el ángulo justo. Amelia movió las manos en una objeción tentativa, sus palmas encontrando los rudos músculos del pecho masculino, el tacto de su camisa de botones. Él era la única cosa sólida en un mundo caleidoscópico. Dejó de empujar mientras su cuerpo absorbía los excitantes detalles del de él, los duros contornos masculinos, el fresco olor a aire libre, la sensual investigación de su boca. Había revivido el beso de él mil veces en sus sueños. Solo que no lo había comprendido hasta ahora.
Dedos gráciles se acunaron alrededor de su cuello y mandíbula, inclinándole la cara hacia arriba. Las yemas de los dedos encontraron la piel fina detrás de sus orejas, donde se fundía con el sedoso nacimiento del cabello. Y todo mientras continuaba llenándola de un fuego concentrado, hasta que el interior de su boca picó dulcemente y sus piernas cedieron bajo ella. Él utilizaba su lengua delicadamente, explorando sin prisa, penetrándola repetidamente mientras ella se aferraba a él con desconcertado placer.
Él alzó la boca, su aliento le acarició ligeramente contra los labios. Giró la cabeza mientras hablaba con quienquiera que hubiera entrado en la habitación.
—Suplico su perdón, milord. Deseábamos un momento de privacidad.
Amelia se puso de color escarlata mientras seguía su mirada hacia la puerta, donde Lord Westcliff estaba de pie con una expresión insondable.
Un momento electrizante pasó mientras Westcliff parecía ordenar sus pensamientos. Su mirada pasó de la cara de Amelia, otra vez a la de Malik. Una sonrisa titiló en sus ojos oscuros.
—Tengo intención de volver en aproximadamente media hora. Probablemente lo mejor sería que mi estudio estuviera vacío para entonces. —Haciendo un cortés asentimiento con la cabeza, se retiró.
Tan pronto como se cerró la puerta tras él, Amelia dejó caer su frente sobre el hombro de Malik con un gemido. Se habría apartado, pero no confiaba en que sus rodillas la sostuvieran.
—¿Por qué ha hecho eso?
Él no parecía en absoluto arrepentido.
—Tuve que pensar en una razón que justificara que los dos estuviéramos aquí. Esta parecía la mejor opción.
Amelia sacudió la cabeza lentamente, todavía descansando la frente contra él. La dulzura seca de su fragancia le recordaba a un prado calentado por el sol.
—¿Cree que se lo contará a alguien?
—No —dijo él inmediatamente, tranquilizándola—. Westcliff no es dado a chismorrear. No dirá una palabra a nadie, excepto a...
—¿Excepto?
—Lady Westcliff. Probablemente se lo contará a ella.
Amelia lo consideró y pensó que quizás no fuera tan terrible. Lady Westcliff no parecía el tipo de persona que la condenaría por eso. La condesa parecía muy tolerante con el comportamiento escandaloso.
—Por supuesto —continuó Malik —, si Lady Westcliff lo sabe, hay muchas posibilidades de que se lo cuente a Lady St. Vincent, que se supone va a venir con Lord St. Vincent el fin de semana. Y como Lady St. Vincent se lo cuenta todo a su marido, él se enterará también. Aparte de eso, nadie se enterará. A menos que...
Su cabeza se alzó como la de una marioneta.
—¿A menos que qué?
—A menos que Lord St. Vincent se lo mencione al señor Hunt, quien indudablemente le contaría todo a la señora Hunt, y luego... todo el mundo se enteraría.
—Oh, no. No puedo soportarlo.
Él le dirigió una mirada mordaz.
—¿Por qué? ¿Porque la han pillado besando a un gitano?
—No, porque no soy el tipo de mujer a la que se pilla besando a nadie. ¡No recibiré invitaciones! Cuando todo el mundo se entere, no me quedará dignidad. Ni reputación. No... ¿Por qué sonríe?
—Por usted. No hubiera esperado semejante melodrama.
Eso molestó a Amelia, que no era el tipo de mujer que se permitiera dramatizar. Lo empujó firmemente con los brazos.
—Mi reacción es perfectamente razonable considerando…
—No lo hace mal.
Parpadeó, desconcertada.
—¿El melodrama?
—No, besar. Con un poco de práctica, sería excepcional. Pero necesita relajarse.
—No quiero relajarme. No quiero... oh, ¡Santo Dios! —Él había inclinado la cabeza hacia su garganta, buscando el punto sensible de su pulso. Una ligera sacudida de calor la traspasó—. No haga eso —dijo débilmente, pero él era insistente y su boca malvadamente suave, Amelia contuvo el aliento cuando sintió el roce de su lengua.
Sus manos se hundieron en los músculos de los hombros de él.
—Señor Malik, no debe…
—Así es como se besa, Amelia. —Le acunó la cabeza entre las manos, ladeándosela hábilmente—. Las narices van aquí. —Otro roce desorientador de su boca, una ráfaga de calor sensual—. Sabe a azúcar y té.
—¡Ya sé cómo se besa!
—¿De verdad? —Le pasó el pulgar sobre los labios calientes por los besos, instándolos a separarse—. Entonces enséñeme —susurró—. Déjeme entrar, Amelia.
Nunca en su vida había pensado que un hombre le diría algo tan escandaloso. Y si las palabras eran impropias, el brillo en sus ojos era realmente demoledor.
—Yo... soy una solterona. —Ofreció la palabra como si fuera un talismán. Todo el mundo sabía que los libertinos dejaban en paz a las solteronas. Pero al parecer nadie se lo había dicho a Zayn Malik.
Una sonrisa furtiva ahondó más las comisuras de la boca masculina.
—Eso no va a salvarla de mí. —Intentó rechazarlo, pero esas manos condujeron su rostro hacia él—. No creo que deba dejarla en paz. De hecho, estoy reconsiderando mi actitud hacia las solteronas.
Antes de que ella pudiera preguntar cuál era su actitud, su boca la poseyó otra vez, mientras sus dedos le acariciaban el tenso borde de la mandíbula, persuadiéndola para que se relajara. Ni en sus momentos más ardientes con Christopher Frost, este la había besado nunca así, como si la consumiera lentamente. Sus labios acariciaron los de ella hasta que se enlazaron y sellaron cálidamente, y su lengua encontró la suya. Jugó con ella, acariciando y avanzando, mientras sus manos la acercaban más. Le acarició la espalda y los hombros, mientras sus labios se separaban para explorar la suave curva del cuello. Encontró un lugar que la hizo retorcerse, la azuzó amablemente hasta que un gemido indefenso escapó de su garganta.
La cabeza de Malik se alzó. Sus ojos resplandecían como si hubiera azufre dentro de los bordes oscuros de sus pupilas. Habló lentamente, como si coleccionara las palabras igual que si fueran hojas caídas.
—Probablemente esto sea una mala idea.
Amelia inclinó la cabeza, temblorosa.
—Sí, señor Malik.
Las yemas de sus dedos rozaron la reciente oleada de color en la superficie de las mejillas de Amelia.
—Mi nombre es Zayn.
—No puedo llamarle así.
—¿Por qué no?
—Usted sabe por qué —fue su inseguro reproche. Un largo suspiro resultó claramente audible mientras sentía cómo su boca le bajaba por la mejilla, explorando la piel sonrosada—. ¿Qué significa?
—¿Mi nombre? Es la palabra romany para sol.
Amelia apenas podía pensar.
—¿Como... como el del cielo?
—El del cielo. —Él se movió hacia el arco de su ceja, besando el extremo exterior—. ¿Sabía que un gitano tiene tres nombres?
Ella negó con la cabeza lentamente, mientras la boca de él se deslizaba por su frente imprimiendo un cálido velo de palabras contra su piel.
—El primero es un nombre secreto que una madre susurra en el oído de su hijo cuando nace. El segundo es el nombre de clan y sólo lo usan otros gitanos. El tercero es el nombre que usamos con los gadjos.
Su perfume la rodeaba por completo, libre, fresco y delicioso.
—¿Cuál es su nombre de clan?
Él sonrió ligeramente, la forma de su boca le dibujó una marca ardiente contra la mejilla.
—No se lo puedo decir. Aún no la conozco lo suficiente.
Aún. La tentadora promesa incrustada en esa palabra le cortó el aliento.
—Déjeme marchar —susurró ella—. Por favor, no deberíamos... —Pero las palabras se perdieron cuando él se inclinó y tomó su boca con avidez.
Derritiéndose de placer, Amelia buscó a tientas su cabello, encontrando una aguda satisfacción en el tacto de la pesada seda entre sus dedos. Cuando él sintió su toque, emitió un bajo murmullo de ánimo. El ritmo de su respiración cambió, se tensó, sus besos se volvieron duros y lánguidos.
Tomó lo que ella le ofrecía, introduciendo la lengua más profundamente, recolectando sensaciones. Y ella respondió hasta que su alma estuvo a punto de arder y sus pensamientos se desvanecieron como chispas saltando de una hoguera.
Abruptamente Malik apartó su boca y la abrazó con fuerza, con demasiada fuerza, contra su cuerpo. Amelia se sintió como si estuviera colgada en el balanceo sutil de un péndulo, necesitando fricción, presionar, liberarse. Él la mantuvo inmóvil, abrazándola mientras ella temblaba y sufría.
El agarre de Malik la aliviaba. La soltó gradualmente hasta que pudo finalmente apartarla del todo.
—Perdone —dijo al fin. Ella vio el aturdido calor en sus ojos—. Normalmente no me es tan difícil contenerme.
Amelia asintió ciegamente y se rodeó con los brazos. No notó el golpeteo nervioso de su propio pie hasta que Malik se acercó y deslizó uno de sus pies bajo sus faldas para aquietar el tamborileo.
—Colibrí —susurró él—. Será mejor que se vaya. Si no lo hace, terminaré comprometiéndola de un modo como nunca creí posible.
Amelia nunca supo en realidad cómo regresó a la sala sin perderse. Se movía como a través de los estratos de un sueño.
Acercándose al sofá dónde Poppy estaba sentada, Amelia aceptó otra taza de té y sonrió un poco a Merritt, que estaba pescando en su taza un trozo de galleta bañada de azúcar, y respondió con evasivas a la sugerencia de Lillian de que la familia Hathaway al completo se reuniera con ellos en un picnic el fin de semana.
—Me gustaría haber podido aceptar su invitación —dijo tristemente Poppy de camino a casa—. Pero supongo que sería buscar problemas, puesto que Louis probablemente se comportaría mal y Beatrix robaría algo.
—Y queda demasiado que hacer en Ramsay House —añadió Amelia, sintiéndose distraída y distante.
Sólo un pensamiento estaba claro en su mente. Zayn Malik regresaría pronto a Londres. Por su bien, y quizá por el de él también, tendría que evitar Stony Cross Park hasta que se fuera.
Quizá fuera porque todos estaban rendidos de limpiar, reparar y organizar, pero toda la familia Hathaway estaba de un ánimo irregular esa noche. Todo el mundo excepto Louis, se reunió alrededor de la chimenea en uno de los salones de abajo, reposando mientras Win leía a Dickens en voz alta y Payne ocupaba una esquina del salón, cerca de la familia sin formar parte de ella, escuchando atentamente. No cabía duda de que Win podía leer los nombres del registro de una aseguradora y aun así él lo encontraría cautivador.
Poppy estaba ocupada con su costura, bordando un par de zapatillas de hombre con brillantes hilos de lana, mientras Beatrix hacía un solitario en el suelo junto a la chimenea. Notando la forma en que su hermana menor ojeaba rápidamente los naipes, Amelia se rió.
—Beatrix —dijo después de que Win hubiera terminado un capítulo—. ¿Por qué, en nombre del cielo, haces trampas en un solitario? Juegas contra ti misma.
—Así no hay nadie que se moleste cuando hago trampas.
—Lo que importa no es si ganas, sino cómo ganas —dijo Amelia.
—He oído eso antes y no estoy de acuerdo en absoluto. Es mucho más agradable ganar.
Poppy sacudió la cabeza sobre su bordado.
—Beatrix, definitivamente eres una sinvergüenza.
—Y una ganadora —dijo Beatrix con satisfacción, colocando la carta exacta que quería.
—¿Dónde nos equivocamos? —preguntó Amelia, a nadie en particular.
Win sonrió.
—Sus placeres son pocos, querida. Un solitario creativo no va a hacer daño a nadie.
—Supongo que no. —Amelia estuvo a punto de decir algo más, pero se distrajo por un suave viento frío alrededor de sus tobillos y removió los entumecidos dedos de sus pies. Tembló y se arrebujó más en el chal de lana azul—. Uf, hace frío aquí dentro.
—Debes de estar sentada en una corriente —dijo Poppy con preocupación—. Ven a sentarte a mi lado, Amelia, estoy más cerca del fuego.
—Gracias, pero creo que me iré a la cama. —Aún temblando, Amelia bostezó—. Buenas noches a todos. —Salió mientras Beatrix le pedía a Win que leyera un capítulo más.
Cuando Amelia caminaba por el vestíbulo, pasó una pequeña habitación que todos suponían había sido usada como lugar de reunión de los caballeros. Era una habitación lo bastante grande para una mesa de billar y con una descolorida pintura de una escena de caza en una pared. Un mullido sillón estaba situado entre las ventanas, con el terciopelo raído. La luz de una lámpara de pie se extendía difusa por el suelo.
Louis estaba dormitando en el sillón, con un brazo colgando flojamente a un lado. Una botella vacía estaba en el suelo junto al sillón, lanzando la sombra en forma de lanza hasta el otro extremo del cuarto.
Amelia habría continuado su camino, pero algo en la postura indefensa de su hermano hizo que se detuviera. Estaba reclinado con la cabeza caída sobre un hombro, los labios ligeramente separados, igual que cuando era niño. Con su cara limpia de cólera y pena, parecía joven y vulnerable. Recordó al niño cariñoso que había sido y su corazón se contrajo de pena.
Adentrándose en la habitación, Amelia se estremeció por el cambio abrupto de temperatura, el gélido ambiente. Hacía mucho más frío allí dentro que afuera. Y no era su imaginación, podía ver el vaho de su aliento. Temblando, se acercó a su hermano. El frío estaba concentrado a su alrededor, haciendo más difícil el que sus pulmones dejaran pasar el aire. Cuando se inclinó sobre la figura recostada, la abrumó una sensación de desolación, un pesar más allá de las lágrimas.
—¿ Louis? —Su cara era gris, sus labios estaban resecos y azules, y cuando tocó su mejilla, no había rastro de calor—. ¡ Louis!
Ninguna respuesta.
Amelia lo sacudió, empujó fuerte contra su pecho, le cogió la cara tensa entre las manos. Cuando hizo esto, sintió una fuerza invisible tirando de ella. Insistió, agarrando con los puños los pliegues sueltos de su camisa.
—¡ Louis, despierta!
Para su infinito alivio, él se movió y resopló, y sus párpados revolotearo. El iris de sus ojos era tan pálido como el hielo. Sus palmas alcanzaron los hombros de ella y masculló atontado.
—Estoy despierto. Estoy despierto. Jesús. No grites. Haces el suficiente ruido como para despertar a los muertos.
—Por un momento pensé que eso era exactamente lo que estaba haciendo. —Amelia casi cayó sobre el brazo del sillón, sus nervios se estremecían desagradablemente. El frío amainaba ahora—. Oh, Louis, estabas tan quieto y pálido. He visto cadáveres que parecían más vivos.
Su hermano se restregó los ojos.
—Sólo estoy un poco atontado. No muerto.
—No despertabas.
—No quería. Yo… —hizo una pausa, con aspecto preocupado. Su tono era suave y sorprendido—. Estaba soñando. Unos sueños tan reales…
—¿Sobre qué?
Él no contestó.
—¿Sobre Laura? —insistió Amelia.
Su rostro se endureció, unas líneas profundas marcaban la superficie, como las fisuras hechas por la erosión del hielo en una roca.
—Te dije que no mencionaras su nombre jamás.
—Sí, porque no quieres recordarla. Pero no importa, Louis. Nunca dejas de pensar en ella, la oigas nombrar o no.
—No voy a hablar de ella.
—Bueno, resulta evidente que evitarlo no funciona. —Su cabeza daba vueltas desesperadamente a la pregunta de qué rumbo tomar, cómo llegar mejor hasta él. Probó con la determinación—. No dejaré que te derrumbes, Louis.
La mirada que dedicó demostró que la determinación había sido un error.
—Algún día —dijo él con fría amabilidad—, puedes verte forzada a darte cuenta de que hay cosas más allá de tu control. Si quiero derrumbarme, lo haré sin pedir tu maldito permiso.
Probó entonces con la simpatía.
— Louis... sé que has ido a la deriva desde que Laura murió. Pero otras personas se han recobrado de una pérdida y han vuelto a encontrar la felicidad…
—No hay más felicidad —dijo Louis con dureza—. No hay paz en ningún maldito rincón de mi vida. Ella se lo llevó todo. Por el amor de Dios, Amelia... ve a entrometerte en los asuntos de otro y déjame solo en el infierno.
isabellita102
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