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MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)

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MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT) - Página 2 Empty Re: MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)

Mensaje por ᴍᴀʀ. Vie 13 Sep 2013, 3:51 pm

Adoré el cap.!
Seguilaa!
Amo esta novela! :)
:bye:
ᴍᴀʀ.
ᴍᴀʀ.


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MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT) - Página 2 Empty Re: MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)

Mensaje por Marta Dawson Sáb 14 Sep 2013, 5:52 am

Me gusta mucho. Sigue la cuando puedas! !!!♥
Marta Dawson
Marta Dawson


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MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT) - Página 2 Empty Re: MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)

Mensaje por inees1D Sáb 14 Sep 2013, 6:27 am

HOOLAAA!
Amo tu novela, es tan ge-niall jaja, es una de las primeras novelas que leo e activoforo y me está encantando, ¿Buscas chicas? Si es así me haría mucha ilusión poder salir en la novela! Inés. xx :niña: 
inees1D
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MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT) - Página 2 Empty Re: MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)

Mensaje por isabellita102 Sáb 14 Sep 2013, 2:53 pm

MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT) - Página 2 2zyhbew

Capítulo 4
 
 
Una semana después, los cinco hermanos Hathaway se habían trasladado desde Londres a su nuevo hogar en Hampshire. A pesar de los desafíos que les aguardaran, Amelia tenía la fuerte esperanza de que su nueva condición les beneficiara.
La casa en Primrose Place tenía muchos recuerdos. Las cosas nunca habían sido iguales desde que los padres de los Hathaway habían muerto: su padre de una dolencia del corazón, su madre de pena unos meses después. Parecía que las paredes habían absorbido la tristeza de la familia hasta que esta se había convertido en parte de la pintura, del papel y de la madera. Amelia no podía observar el centro del salón principal sin recordar a su madre sentada allí con su cesto de costura, o visitar el jardín sin pensar en su padre podando su premiadas Rosas Apothecary.
Amelia sin ningún remordimiento había vendido recientemente la casa, no por falta de sentimentalismo sino más bien por exceso. Demasiadas emociones, demasiada nostalgia. Además era imposible mirar hacia adelante cuando se te hacía recordar constantemente esa dolorosa perdida. Sus hermanos no habían formulado una palabra de objeción a la venta de la casa. Nada importaba a Louis, uno podía decirle que la familia tenía intención de vivir en las calles, y habría dado la bienvenida a las noticias con un indiferente encogimiento de hombros. Win, la siguiente hermana en edad, estaba demasiado débil debido a una prolongada enfermedad como para protestar de alguna forma las decisiones de Amelia. Y Poppy y Beatrix, ambas aún adolescentes, estaba impacientes por el cambio.
En lo que concernía a Amelia, la herencia no podía haber llegado en un mejor momento. Aunque debía admitir, había algunas dudas referente a por cuánto tiempo podrían los Hathaway retener el título.
El hecho era que nadie quería ser Lord Ramsay. Para los tres anteriores Lords Ramsay, el título había venido acompañado por el infortunio de una extraña enfermedad coronada por una inoportuna muerte. Lo que explicaba, en parte, porque los parientes lejanos de los Hathaway habían estado tan felices de ver que el vizcondado iba a parar a Louis.
—¿Obtendré dinero? —Había sido la primera pregunta de Louis cuando se le informó de su ascenso a la nobleza.
La respuesta había sido un sí con limitaciones. Louis heredaría una finca en Hampshire con algunos acres y una modesta suma anual que no compensaría el costo de restaurarla.
—Aún somos pobres. —Le había dicho Amelia a su hermano después de estudiar minuciosamente la carta del abogado describiendo la finca y sus asuntos—. La finca es muy pequeña, los sirvientes y la mayoría de los arrendatarios se han ido, la casa se encuentra en un estado lamentable, y el título aparentemente esta maldito. Lo que hace de la herencia un elefante blanco por decir poco. Sin embargo, tenemos un primo lejano que podría estar tal vez en la línea sucesoria antes que tú, podemos intentar endilgárselo todo a él. Existe una posibilidad de que nuestro tatara-tatara-tatara-abuelo no hubiera sido legítimamente reconocido, lo que podría permitirnos rechazar el título en base a…
—Aceptaré el título. —Había dicho Louis decidido.
—¿Porque no crees en la maldición más de lo que lo hago yo?
—Porque estoy tan condenadamente maldito, que otra maldición más no importa mucho.
Ya que nunca antes habían estado en el condado de Hampshire, todos los hermanos Hathaway —con excepción de Louis — estiraron el cuello para disfrutar del paisaje.
Amelia sonreía emocionada a sus hermanas. Poppy y Beatrix, ambas de cabellos oscuros y ojos azules; al igual que ella, estaban llenas de buen ánimo. Su mirada se dirigió hacia Win y se mantuvo en esta durante un momento, tomando cuidadosa nota de su condición.
Win era diferente al resto de la prole Hathaway, la única que había heredado el pálido cabello rubio de su padre y su naturaleza introspectiva. Era tímida y tranquila, soportaba cada privación sin queja. Cuando la escarlatina había asolado el pueblo un año antes, Louis y Win habían caído gravemente enfermos. Louis se había recuperado completamente, pero Win había estado frágil y demacrada desde entonces. El doctor le había diagnosticado debilidad pulmonar, causada por la fiebre, que afirmaba podía no mejorar jamás.
Amelia se negaba a aceptar que Win sería una inválida para siempre. No importaba lo que hiciera falta, haría que Win volviera a estar bien de nuevo.
Era difícil imaginar un lugar mejor para Win y el resto de los Hathaway que Hampshire; era uno de los más bellos condados de Inglaterra, con cruces de ríos, grandes bosques, prados, y tierras llenas de lozanos matorrales. El condado de Ramsay estaba situado cerca de Stony Cross, uno de los burgos más grandes en el condado. Stony Cross exportaba ganado, ovejas, madera, maíz, una gran variedad del queso local, y miel de flores silvestres…, en efecto, una tierra bendecida.
—¿Me pregunto por qué la finca Ramsay es tan improductiva? —reflexionó Amelia mientras el carruaje atravesaba exuberantes pastizales—. La tierra en Hampshire es tan fértil, uno casi tiene que intentar que no crezca nada allí.
—Pero nuestra tierra esta maldita, ¿no es así? —preguntó Poppy con algo de preocupación.
—No. —Replicó Amelia—. No el terreno en sí mismo. Sólo el poseedor del título. Ese sería Louis.
—Oh. —Poppy se relajó—. Entonces todo bien.
Louis no se molestó en responder, sólo se acurrucó en la esquina del asiento, con aspecto malhumorado. Aunque una semana de sobriedad forzosa lo había dejado lúcido y perspicaz, no había hecho nada por mejorar su temperamento. Con Payne y las Hathaway vigilándolo como halcones, no había tenido oportunidad de beber nada más que agua o té.
Durante los primero días, Louis había sufrido de incontrolables temblores, agitación y de una abundante sudoración. Ahora que lo peor había pasado, se parecía más a su antiguo yo. Pero pocas personas creerían que Louis era un hombre de veintiocho años. El último año lo había envejecido prematuramente.
Cuanto más se acercaban a Stony Cross, más hermoso era el paisaje, hasta que pareció que casi toda la vista era merecedora de ser pintada. El trayecto del carruaje pasaba por ordenadas, blancas y oscuras casitas de campo con techos cubiertos de paja, graneros y estanques rodeados con sauces llorones, antiguas iglesias de piedra datadas de la Edad Media. Los tordos robaban las maduras bayas de los setos, mientras los zorzales se posaban en espinos floreciendo. Los prados estaban llenos con azafrán otoñal, y los árboles revestidos con tonos dorados y rojizos. Rechonchas ovejas blancas pastaban en los campos.
Poppy tomó un profundo y satisfecho aliento.
—Que refrescante —dijo—. ¿Me pregunto qué hace que el aire de esta región huela tan diferente?
—Podría ser la granja de cerdos que acabamos de pasar —murmuró Louis.
Beatrix, que había estado leyendo un folleto descriptivo del sur de Inglaterra, exclamó alegremente:
—Hampshire es conocido por sus excepcionales cerdos. Son alimentados con bellotas y ramas de hayas del bosque, eso hace que el tocino sea más delicioso. ¡Y hay un concurso anual de embutidos!
Louis fijó en ella su agria mirada.
—Esplendido. Ciertamente espero que no nos lo hayamos perdido.
Win, que había estado leyendo un tomo grueso sobre Hampshire y sus alrededores, comentó:
—La historia de la Casa Ramsay es impresionante.
—¿Nuestra casa está en un libro de historia? —preguntó Beatrix encantada.
—Es sólo un pequeño párrafo —dijo Win desde detrás del libro—, pero sí, se menciona la Casa Ramsay. Por supuesto, no es nada comparado con nuestro vecino, el Conde de Weastcliff, cuya finca figura como una de de las casas de campo más elegantes de Inglaterra. Y la familia del conde ha residido allí desde hace casi quinientos años.
—Entonces, debe ser terriblemente viejo —comentó Poppy con cara seria.
Beatrix rió disimuladamente.
—Continúa Win.
—La Casa Ramsay —leyó Win en voz alta—, se ubica en un pequeño parque poblado con majestuosos robles y hayas, cubiertos de musgo, y rodeado de reservas de pastos para ciervos. Originalmente fue una casa señorial Isabelina terminada en 1594, el edificio ostenta muchas galerías representativas del período. Las alteraciones y adiciones a la casa han dado como resultado el añadido de una sala de baile Jacobina y un ala Georgiana.
—¡Tenemos un salón de baile! —exclamó Poppy.  
—¡Tenemos ciervos! —dijo Beatrix alegremente.
Louis se acurrucó más profundamente en su esquina.
—Dios, espero que tengamos un retrete.
Era temprano en la tarde cuando el cochero de alquiler giró el carruaje por el sendero privado delineado con hayas que llevaba a Ramsay House. Cansados por el largo viaje, los Hathaway gritaron aliviados ante la vista de la casa, con las siluetas de sus techos y chimeneas de ladrillo.
—Me pregunto cómo le habrá ido a Payne —dijo Win, con sus dulces ojos azules llenos de preocupación. Payne, el criado-cocinero, y el lacayo habían viajado a la casa dos días antes para prepararla para la llegada de los Hathaway.
—Sin duda alguna ha estado trabajando incesantemente día y noche —replicó Amelia—, haciendo inventario, colocándolo todo en su sitio, y dándo órdenes a gente que no se atreve a desobedecerlo. Estoy segura que está bastante feliz.
Win sonrió. Incluso pálida y demacrada como estaba, su belleza era incandescente, su cabello rubio-dorado brillaba a la luz menguante, su tez parecía de porcelana. La línea de su perfil habría enviado a poetas y pintores al éxtasis. Uno casi se sentía tentado a tocarla para asegurarse de que respiraba, un ser vivo en vez de una escultura.
El carruaje se detuvo en una casa mucho más grande de lo que Amelia había esperado. Estaba rodeada de setos abandonados, y las malas hierbas poblaban los macizos de flores. Con un poco de trabajo de jardinería y una poda considerable, pensó, sería bonito. El edificio era encantadoramente asimétrico, el exterior de ladrillo y piedra, el tejado de pizarra, y abundantes ventanas con los cristales opacos.
El conductor del coche de alquiler se acercó para colocar un escalón portátil y ayudar a bajar a los pasajeros del vehículo. Descendiendo del coche a la superficie de grava, Amelia vio como sus hermanos salían de carruaje.
—La casa y las tierras están un poco descuidadas —advirtió—. Nadie ha vivido aquí desde hace mucho tiempo.
—No puedo imaginar el por qué —dijo Louis.
—Es muy pintoresco —comentó Win alegremente. El viaje desde Londres la había agotado. A juzgar por la caída de sus delgados hombros y la manera en que su piel parecía demasiado atirantada sobre sus pómulos, a Win le quedaban pocas fuerzas.
Cuando su hermana iba a coger una pequeña maleta que estaba junto al escalón del carruaje, Amelia se apresuró hacia adelante y la recogió.
—Yo llevaré esto —le dijo—. Tú no debes levantar un dedo. Entremos, y busquemos un lugar para que descanses.
—Estoy perfectamente bien —protestó Win, mientras todos se dirigían a las escaleras delanteras de la casa.
El vestíbulo de entrada estaba revestido con paneles que una vez habían estado pintados de blanco, pero ahora era marrones por el paso del tiempo. El suelo estaba rayado y mugriento. Una magnífica escalera curvada de piedra ocupaba la parte posterior del vestíbulo, su balaustrada de hierro forjado estaba llena de polvo y telarañas. Amelia notó que se había intentado limpiar un tramo de la balaustrada, pero evidentemente el proceso sería laborioso.
Payne emergió de un pasillo que salía del vestíbulo. Estaba en mangas de camisa, sin pañuelo ni corbata, el cuello de la prenda colgaba abierto para revelar la piel bronceada brillante por la transpiración. Con su pelo negro cayéndole sobre la frente, y sus oscuros ojos mirándoles sonrientes, Payne ofrecía un crudo atractivo.
—Habéis llegado con tres horas de retraso con respecto al horario —dijo.
Riendo, Amelia se sacó un pañuelo de la manga y se lo ofreció.
—En una familia con cuatro hermanas, no hay horario.
Limpiándose el polvo y el sudor del rostro, Payne echó un vistazo a todos los Hathaways. Su mirada se entretuvo sobre Win durante más tiempo.
Volviendo su atención a Amelia, Payne le ofreció un informe conciso. Había encontrado a dos mujeres y un niño en la aldea para ayudar a limpiar la casa. Tres dormitorios habían dejado habitables hasta la fecha. La limpieza de la cocina y de la estufa había llevado gran cantidad de tiempo, y la cocinera estaba preparando la comida.
Payne se interrumpió mientras miraba por encima del hombro de Amelia. Sin ceremonias la apartó para alcanzar a Win en tres zancadas.
Amelia vio el menudo cuerpo de Win tambalearse, y sus pestañas medio cerradas cuando se derrumbó contra Payne. Él la cogió fácilmente y la levantó en sus brazos, indicándole en un murmullo que pusiera la cabeza sobre su hombro. Aunque sus maneras eran tranquilas e impasibles como siempre, Amelia se sorprendió por la forma posesiva en que sostenía a su hermana.
—El viaje ha sido demasiado para ella —dijo Amelia con preocupación—. Necesita descansar.
La cara de Payne era inexpresiva.
—La llevaré arriba.
Win se revolvió y parpadeó.
—Qué molestia —dijo jadeando—. Estaba todavía de pie, me sentía bien, y entonces el suelo pareció precipitarse hacia mí. Lo siento. Aborrezco los desmayos.
—Está bien. —Amelia le dirigió una sonrisa tranquilizadora—. Payne te llevará a la cama. Esto es… —hizo una pausa sintiéndose incómoda—. Él te llevará a tu dormitorio.
—Puedo ir por mí misma —dijo Win—. Me he mareado sólo un momento. Payne, bájame.
—No podrías dar ni el primer paso —dijo, haciendo caso omiso de sus protestas mientras la llevaba en brazos hacia la escalera de piedra. Y mientras caminaba con ella, la pálida mano de Win se alzó lentamente rodeándole el cuello.
—Beatrix, ¿irás con ellos? —Le pidió rápidamente Amelia, entregándole la maleta—. El camisón de Win está aquí, puedes ayudarla a cambiarse de ropa.
—Sí, por supuesto. —Beatrix se apresuró hacia las escaleras.
Abandonada en el vestíbulo de entrada con Louis y Poppy, Amelia se dio la vuelta en un lento círculo para verlo todo.
—El abogado mencionó que la finca se encontraba en mal estado —dijo—. Creo que la palabra más exacta sería “ruinosa”. ¿Puede ser restaurada, Louis?
No hacía mucho tiempo, a pesar de que parecía haber sido toda una vida, Louis había pasado dos años estudiando arte y arquitectura en la Gran Escuela de Bellas Artes de París. También había trabajado como pintor y dibujante para el renombrado arquitecto de Londres, Rowland Temple. Louis había sido considerado como un alumno excepcionalmente prometedor, e incluso había considerado la posibilidad de ejercer. Ahora toda esa ambición se había extinguido.
Louis echó un vistazo alrededor del vestíbulo sin interés.
—Dejando a un lado cualquier reparación estructural, necesitaríamos entre veinticinco y treinta mil libras, por lo menos.
La cifra hizo que Amelia palideciera. Bajó la mirada al suelo arañado a sus pies y se frotó las sienes.
—Bueno, una cosa es evidente. Necesitamos la ventaja de unos suegros ricos. Lo cual significa que debes empezar a buscar herederas disponibles, Louis. —Le lanzó una rápida mirada juguetona a su hermana—. Y tú, Poppy, tendrás que atrapar a un vizconde, o por lo menos a un barón.
Su hermano entrecerró los ojos.
—¿Y por qué no tú? No veo razón por la cual tengas que quedar exenta de tener que casarte por el beneficio de la familia.
Poppy le dedicó a su hermana una mirada traviesa.
—A la edad de Amelia, las mujeres han dejado atrás las ideas de Romance y pasión.
—Nunca se sabe —le dijo Louis a Poppy—. Podría atrapar a un caballero de avanzada edad que necesite una enfermera.
Amelia estuvo tentada de espetarles a ambos con la áspera observación de que ella ya se había enamorado una vez, y que se cuidaría de no repetir la experiencia. Había sido perseguida y cortejada por el mejor amigo de Louis, un encantador joven arquitecto llamado Christopher Frost, que, al igual que Louis, había sido dibujante de Rowland Temple. Pero el día que había llegado a creer que estaba próxima una propuesta, Frost había terminado la relación con brutal brusquedad. Había aducido tener profundos sentimientos hacia otra mujer, que convenientemente dio la casualidad de ser la hija de Rowland Temple.
Era lo que cabía esperar de un arquitecto, le había dicho Louis con gran remordimiento, ultrajado en nombre de su hermana, triste por la pérdida de un amigo. Los arquitectos habitaban un mundo lleno de maestros y discípulos y la interminable búsqueda de patrocinadores. Todo, incluso el amor, era sacrificado en el altar de la ambición. Actuar de otra manera era perder las pocas preciosas oportunidades que uno podía tener para practicar el arte del diseño. Casarse con la hija de Temple proporcionaría a Christopher Frost un lugar en el negocio. Amelia jamás habría podido hacer eso por él.
Todo lo que habría podido hacer era amarle.
Tragándose la amargura, Amelia miró a su hermano y le dedicó una triste sonrisa.
—Gracias, pero en esta avanzada etapa de la vida, no tengo ambiciones de casarme.
Louis la sorprendido inclinándose para rozar su frente con un ligero beso. Su voz fue suave y amable.
—Sea como fuere, creo que algún día encontrarás un hombre por el que valga la pena renunciar a tu independencia. —Sonrió ampliamente antes de añadir—: A pesar de que tu avanzada y decrépita edad.
Por un momento la mente de Amelia le trajo nuevamente el recuerdo de un beso entre las sombras, una boca consumiendo lentamente la suya, gentiles manos masculinas, un susurro en su oído. Latcho Drom...
Cuando su hermano se dio la vuelta para marcharse, preguntó con leve exasperación:
—¿Adónde vas? Louis, no puedes irte cuando hay tanto por hacer.
Él se detuvo y miró hacia atrás con una ceja arqueada.
—Has estado vertiendo té sin azúcar en mi garganta durante varios días. Si no tienes objeción, me gustaría salir a echar una meada.
Ella entrecerró los ojos.
—Se me ocurren al menos una docena de corteses eufemismos que podrías haber utilizado.
Louis continuó su camino.
—Yo no sé usar eufemismos.
—O cortesías —dijo ella, esbozando una sonrisita.
Cuando Louis abandonó la habitación, Amelia se cruzó de brazos y suspiró.
—Es mucho más agradable cuando está sobrio. Una pena que no suceda más a menudo. Ven, Poppy, busquemos la cocina.
 
 
Con la casa maloliente y llena de polvo, la atmósfera era imposible para los pobres pulmones de Win, y le provocó una incesante tos durante la noche. Después de haberse despertado innumerables veces para dar agua a su hermana, para abrir las ventanas, e incorporarla para mitigar los espasmos de la tos, Amelia tenía los ojos somnolientos a la mañana siguiente.
—Es como si durmiera en una caja de polvo —dijo Payne —. Hoy estará mejor sentada fuera, hasta que podamos limpiar su habitación adecuadamente. Las alfombras deben ser sacudidas. Y las ventanas están sucias.
El resto de la familia todavía estaba en la cama, pero Payne, al igual que Amelia, era un madrugador. Vestido con ropa basta y una camisa con el cuello abierto, frunció el ceño cuando Amelia le informó sobre el estado de Win.
—Está agotada de toser toda la noche, y su garganta está dolorida, apenas puede hablar. He tratado de que tome algo té y tostadas, pero no quiere.
—Yo haré que se lo tome.
Amelia lo miró inexpresivamente. Suponía que no debería sorprenderse por su afirmación. Después de todo, Payne había ayudado a cuidar a Win y Louis durante la escarlatina. Sin él, Amelia estaba segura, ninguno de los dos hubiera sobrevivido.
—Mientras tanto —continuó Payne —, haz una lista de los suministros que necesites del pueblo. Voy a ir esta mañana.
Amelia asintió, agradecida por su sólida y confiable presencia.
—¿Despierto a Louis? Tal vez él podría ayudar…
—No.
Ella sonrió irónicamente, muy consciente de que su hermano sería más un estorbo que una ayuda.
Dirigiéndose al piso de abajo, Amelia buscó la ayuda de Freddie, el muchacho de la aldea, para trasladar un antiguo sofá a la parte trasera de la casa. Situaron los muebles en una terraza pavimentada de ladrillo que se abría sobre un jardín ahogado por la maleza y bordeado por setos de hayas. El jardín necesitaba nuevas semillas y replantación, y los muros bajos que se estaban desmoronando tendrían que ser reparados.
—Hay trabajo por hacer, señora —comentó Freddie, inclinándose para arrancar una mala hierba de entre dos ladrillos del pavimento.
—Freddie, creo que te has quedado corto. —Amelia contempló al muchacho, quién por su aspecto tendría alrededor de trece años. Era robusto y de cara rubicunda, con un pelo salvaje y de punta como las plumas de un petirrojo—. ¿Te gusta la jardinería? —preguntó ella—. ¿Sabes mucho del tema?
—Cuido el huerto de la cocina de mi mamá.
—¿Te gustaría ser el jardinero de Lord Ramsay?
—¿Cuánto pagan, señorita?
—¿Dos chelines a la semana son suficientes?
Freddie la miró pensativamente y rascándose su nariz chata.
—Suena bien. Pero tendrá que preguntárselo a mi mamá.
—Dime donde vives e iré a visitarla esta misma mañana.
—Está bien. No queda lejos, en la parte más cercana del pueblo.
Se estrecharon las manos en señal de acuerdo, conversaron un momento más, y Freddie se fue a inspeccionar el cobertizo del jardinero.
Amelia se volvió ante el sonido de voces, vio a Payne sacando a su hermana. Win iba vestida con camisón y bata, y envuelta en un chal, con sus delgados brazos enlazados alrededor del cuello de Payne. Con sus vestiduras blancas, el cabello rubio y la piel blanca, Win era casi incolora a excepción de las manchas de color rosa suave de sus pómulos y el vívido azul de sus ojos.
—... esa fue la medicina más horrible —decía alegremente.
—Funcionó —señaló Payne, flexionándose para colocarla cuidadosamente sobre el sofá.
—Eso no significa que te perdone por haberme intimidado para que la tomara.
—Fue por tu propio bien.
—Eres un abusador —repitió Win, sonriendo hacia su moreno rostro.
—Sí, lo sé —murmuró Payne, colocando la manta alrededor del regazo de ella con sumo cuidado.
Encantada por la mejoría de su hermana, Amelia sonrió.
—Es realmente terrible. Pero si logra persuadir a más aldeanos para que ayuden a limpiar la casa, tendrás que perdonarle, Win.
Los ojos azules de Win brillaron. Hablaba con Amelia, mientras su mirada se mantenía en Payne.
—Tengo plena confianza en sus poderes de persuasión.
Viniendo de cualquier otra persona, las palabras podrían haber sido interpretadas como un pequeño flirteo. Pero Amelia estaba bastante segura de que Win no tenía conciencia de Payne como hombre. Para ella era un hermano mayor amable, nada más. Los sentimientos por parte de Payne, sin embargo, eran más ambiguos.
Una curiosa grajilla gris aleteó hasta el suelo con unos pocos “chas, chas”, y dio un salto tentativo hacia Win.
—Lo siento —le dijo al pájaro—, no hay comida para compartir.
Una nueva voz entró en la conversación.
—Sí, ¡aquí está! —dijo Beatrix, llevando una bandeja de desayuno que contenía un plato de pan tostado y una taza de té. Su oscuro cabello rizado estaba recogido en un moño desordenado, y llevaba un delantal blanco sobre su vestido de color morado.
Su vestimenta es demasiado juvenil para una muchacha de quince años, pensó Amelia. Beatrix estaba ya en una edad en la que debería usar faldas hasta el suelo. Y un corsé, que el cielo la ayudara. Pero con lo agitado que había sido el último año, Amelia no había prestado demasiada atención al vestuario de su hermana más joven. Tenía que llevar a Beatrix y a Poppy a una modista que tuviera algunos vestidos nuevos ya hechos. Agregando eso a la larga lista de gastos en su cabeza, Amelia frunció el ceño.
—Aquí está tu desayuno, Win —dijo Beatrix, colocando la bandeja en su regazo—. ¿Te encuentras lo suficientemente bien como para untar la mantequilla en la tostada tú misma, o lo hago yo?
—Yo puedo, gracias. —Win movió los pies y le hizo un gesto a Beatrix para que se sentase en el otro extremo del sofá.
Beatrix obedeció con prontitud.
—Voy a leer para ti mientras estés sentada aquí fuera —informó a Win alargando la mano hacia uno de los enormes bolsillos de su delantal. Sacó un pequeño libro y lo balanceó tentadoramente—. Este libro me lo dio Philomena Parsons, mi mejor amiga en todo el mundo. Ella dice que es una aterradora historia llena de crímenes, horrores y fantasmas vengativos. ¿No suena encantador?
—Yo pensaba que tu mejor amiga en el mundo era Edwina Huddersneld —dijo Win con un tono inquisitivo.
—Oh, no, eso fue hace semanas. Edwina y yo ni siquiera nos hablamos ahora. —Acurrucándose cómodamente en su esquina, Beatrix dirigió a su hermana mayor una mirada perpleja—. ¿Win? Tienes una expresión extraña en la cara. ¿Pasa algo? —Win se había quedado congelada mientras se llevaba la taza de té a los labios, sus ojos azules redondeados con alarma.
Siguiendo la mirada fija de su hermana, Amelia vio un pequeño reptil deslizándose hasta el hombro de Beatrix. Un fuerte grito escapó de sus labios, y avanzó con las manos levantadas.
Beatrix se miró el hombro.
—Oh, caray. Se supone que tenías que permanecer en mi bolsillo. —Cogió la cosa que se movía en su hombro y la acarició con cuidado—. Es un lagarto de arena moteado —dijo—. ¿No es adorable? Lo encontré en mi habitación anoche.
Amelia bajó las manos y se quedó muda mirando a su hermana menor.
—¿Has hecho una mascota de él? —preguntó débilmente Win—. Beatrix, querida, ¿no te parece que sería más feliz en el bosque al que pertenece?
Beatrix la miró indignada.
—¿Con todos esos depredadores? Spot no duraría un minuto.
Amelia recobró la voz.
—No durará un minuto conmigo tampoco. Deshazte de él, Bea, o voy a aplastarlo con el objeto contundente más cercano que pueda encontrar.
—¿Asesinarías a mi mascota?
—Uno no asesina lagartos, Bea. Los extermina. —Exasperada, Amelia se volvió hacia Payne —. Encuentra a algunas mujeres para limpiar en el pueblo, Payne. Dios sabe cuántas criaturas indeseables se estarán ocultando en la casa. Sin contar a Louis.
Payne desapareció inmediatamente.
—Spot es la mascota perfecta —argumentó Beatrix—. No muerde, y ya está acostumbrado a vivir dentro de casa.
—No estoy dispuesta a tener mascotas con escamas.
Beatrix la miró fijamente con rebeldía.
—El lagarto de arena es una especie nativa de Hampshire, lo cual significa que Spot tiene más derecho a estar aquí que nosotros.
—Sin embargo, no compartiremos techo. —Alejándose antes de decir algo que lamentaría más tarde, Amelia se preguntó por qué, cuando había tanto por hacer, Beatrix se mostraba tan problemática. Pero una sonrisa elevó sus labios cuando reflexionó que a los quince años, las chicas no eligen ser problemáticas. Simplemente lo son.
Levantándose las faldas para separárselas de las piernas, Amelia se dirigió hacia la magnífica escalera central. Puesto que no recibirían invitados ni atenderían llamadas, había decidido no llevar puesto el corsé ese día. Era una maravillosa sensación respirar tan profundamente como deseara y moverse libremente por la casa.
Llena de determinación, golpeó la puerta de Louis.
—¡Despierta, dormilón!
Una retahíla de palabras groseras se filtró a través de los pesados paneles de roble.
Sonriendo ampliamente, Amelia entró en la habitación de Poppy. Descorrió las cortinas, liberando nubes de polvo que la hicieron estornudar.
—Poppy, es... ¡achoo!... hora de levantarse de la cama.
La colcha cubría completamente a Poppy hasta la cabeza.
—Todavía no —le llegó su amortiguada protesta.
Sentada en el borde del colchón, Amelia retiró la colcha de encima de su hermana de diecinueve años. Poppy estaba adormilada y ruborizada por el sueño, su mejilla tenía impresa una línea dejada por un pliegue de la ropa de cama. Su cabello castaño, con un tono más cálido que el rojizo de Amelia, era una masa salvaje de enredos.
—Odio las mañanas —farfulló Poppy—. Y estoy segura de que no me gusta ser despertada por alguien que parece tan cruelmente complacida por ello.
—Lo siento. —Continuando con la sonrisa, Amelia acarició el cabello de su hermana retirándoselo de la cara repetidamente.
—Mmmn. —Poppy mantuvo los ojos cerrados—. Mamá hacía eso. Es agradable.
—¿De verdad? —Amelia puso su mano suavemente sobre la cabeza de Poppy—Querida, voy a ir al pueblo para preguntar a la madre de Freddie si podemos contratarle como jardinero.
—¿No es un poco joven?
—No, en comparación con los otros candidatos para el puesto.
—No tenemos otros candidatos.
—Precisamente. —Fue hacia la maleta de Poppy que estaba en el rincón, y cogió el sombrero que estaba encima—. ¿Puedo pedírtelo prestado? El mío aún no está arreglado.
—Por supuesto, pero... ¿vas ahora?
—No tardaré mucho. Caminaré deprisa.
—¿Te gustaría que fuera contigo?
—Gracias, querida, pero no. Vístete y desayuna algo, y vigila atentamente a Win. En este momento está al cuidado de Beatrix.
—Oh. —Poppy agrandó los ojos—. Me apresuraré.
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MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT) - Página 2 Empty Re: MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)

Mensaje por isabellita102 Sáb 14 Sep 2013, 3:04 pm

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Capítulo 5
 
 
Era un día agradablemente fresco, casi despejado, el clima sureño era más templado que el de Londres. Amelia atravesó vigorosamente el huerto frutal, más allá del jardín. Las ramas de los árboles estaban cargadas con grandes manzanas verdes. Había frutas caídas medio comidas por los ciervos y otros animales, estaban fermentadas y echadas a perder.
Haciendo una pausa para arrancar una manzana de una rama baja, la limpió en una manga y le dio un mordisco. El sabor era intensamente ácido.
Una abeja zumbó a corta distancia, y Amelia se echó bruscamente hacía atrás con alarma. Siempre le había tenido terror a las abejas. Aunque había tratado de razonar consigo misma, no podía controlar el pánico que la invadía cada vez que una de esas malditas bestias estaba por los alrededores.
Apresurándose a salir del huerto, Amelia siguió una senda superficial que la llevó a un prado mojado. A pesar del retraso de la estación, había pesados lechos de berros que florecían por todas partes. Conocido como "el pan de los pobres," las delicadas hojas de picante sabor eran consumidas en manojos por los aldeanos locales, y se hacía de todo con ellas desde sopa hasta el relleno del ganso. Recogería algunas en su camino de regreso, decidió.
La ruta más corta hasta el pueblo era cruzando a través de una esquina de la hacienda de Lord Westcliff. Cuándo Amelia traspasó el límite invisible pudo sentir un cambio en la atmósfera. Caminó por las inmediaciones del susurrante bosque, demasiado denso para que la luz del día penetrara en el follaje. La tierra era exuberante, sigilosa, los viejos árboles estaban anclados profundamente en la tierra oscura y fértil. Quitándose el sombrero, Amelia lo sujetó por el ala y disfrutó de la brisa contra su cara.
Ésta había sido la tierra de los Westcliff durante generaciones. Se preguntó que clase de persona serían el conde y su familia. Terriblemente correctos y tradicionales, supuso. No sería bien recibida la noticia de que la Hacienda Ramsay había llegado a manos de un montón de maleducados y sangre roja como los Hathaways.
Encontrando una senda gastada que atravesaba el bosque, molestó a un par de collalbas que aletearon con gorgojeos indignados. La vida abundaba por todas partes, incluyendo mariposas de unos colores casi antinaturales y escarabajos tan brillantes como chispas. Cuidando de seguir en la senda, Amelia se recogió la falda para evitar arrastrarla por el suelo del bosque.
Emergió desde un bosquecillo de avellano y roble hasta un amplio campo seco. Estaba vacío. Y ominosamente quieto. Ninguna voz, ningún gorjeo de pinzones, ningún zumbido de abejas o el traqueteo de saltamontes. Algo en esto la llenó de la instintiva tensión que advertía de una amenaza desconocida. Cautelosamente, comenzó a subir la suave pendiente del prado.
Alcanzando la cima de una pequeña colina, Amelia hizo una pausa ante la desconcertante vista del aparato de imponente altura hecho de metal. Parecía ser un tobogán apuntalado sobre unas patas, inclinado en un ángulo pronunciado.
Su atención se vio atraída por una conmoción menor más allá del camino... dos hombres emergieron desde atrás de un refugio de madera pequeño... gritaban y agitaban los brazos hacia ella.
Amelia se percató instantáneamente de que se encontraba en peligro, aun antes de reparar en el humeante rastro de chispas en movimiento, serpenteantes, a lo largo del suelo hacia el tobogán de metal.
¿Una mecha?
Aunque no sabía mucho de artefactos explosivos, era consciente de que una vez una mecha se encendía, nada podría hacerla parar. Tirándose sobre la hierba tibia por el sol, Amelia se cubrió la cabeza con los brazos, esperando ser volada en pedazos. Algunos latidos pasaron, y dejó escapar un grito alarmado cuando sintió que un cuerpo grande, y pesado caía sobre ella... no, no caída, se estampaba. La cubrió totalmente, hundiendo las rodillas en el suelo a cada lado de las suyas, formando un refugio con el cuerpo.
Al mismo tiempo, una explosión ensordecedora perforó el aire, hubo un violento silbido sobre sus cabezas, y una sacudida atravesó la tierra bajo de ellos. Demasiado atontada para moverse, Amelia luchó por recuperar su agudeza. Sus oídos estaban saturados de un zumbido agudo.
Su compañero se quedó inmóvil sobre ella, respirando pesadamente sobre su cabello. El aire estaba cargado de humo, pero aun así, Amelia notó una fragancia placenteramente masculina, a piel salada y jabón, y una esencia íntima que no podía identificar del todo. El ruido en sus oídos se desvaneció. Levantándose sobre los codos, se topó con la sólida pared de un pecho contra su espalda, vio unas mangas de camisa remangadas sobre unos antebrazos musculosos... y hay había algo más...
Sus ojos se ampliaron ante la visión de un pequeño diseño, estilizadamente tatuado en un brazo. Un tatuaje de un caballo negro y alado con ojos de azufre. Era un diseño irlandés, de un caballo de pesadilla llamado pooka: Una malévola criatura mítica que hablaba con voz humana y se llevaba a la gente a la medianoche.
Su corazón se detuvo cuando vio la pesada banda redondeada de un anillo en el pulgar.
Retorciéndose bajo él, Amelia intentó darse la vuelta.
Una mano fuerte se curvó alrededor de su hombro, ayudándola. La voz fue baja y familiar.
—¿Está usted herida? Lo siento. Estaba usted en el camino de…
Se detuvo cuando Amelia rodó sobre su espalda. Un mechó de su cabello se había soltado, dejando libre un estratégico rizo. Este caía ocultándole su cara, obscureciendo su visión. Antes de poder apartarlo, él lo hizo por ella, y las puntas de sus dedos provocaron ondas de fuego líquido incendiario que recorrió todo el cuerpo.
—Usted —dijo él suavemente.
Zayn  Malik
No puede ser, pensó ella confusamente. ¿Aquí? ¿en Hampshire? Pero allí estaban sus inconfundibles ojos, entre dorados y avellana, y las espesas pestañas, el pelo de medianoche, la sórdida boca. Y el brillo pagano de un diamante en su oreja.
Mostraba una expresión perturbada, como si acabara de recordar algo que hubiera querido olvidar. Pero cuando posó la mirada en la cara desconcertada de Amelia, su boca se curvó un poco, y se reacomodó en la cuna que formaba su cuerpo con una insolente familiaridad que le robó el aliento.
—Señor Malik… ¿Cómo?… ¿Por qué?… ¿Qué está usted haciendo aquí?
Él contestó sin moverse, como si planeara permanecer así y conversar todo el día. Su tono infinitamente educado era un inquietante contraste frente a la intimidad de su posición.
—Señorita Hathaway. Qué encantadora sorpresa. Como verá, visito a unos amigos. ¿Y usted?
—Vivo aquí.
—No lo creo. Ésta es la hacienda de Lord Westcliff.
El corazón se le aceleró en el pecho mientras su cuerpo absorbía los detalles del de él.
—No quería decir precisamente aquí, quise decir por allí, al otro lado del bosque. La hacienda Ramsay. Acabamos de establecernos. —Al parecer no podía dejar de charlar a consecuencia de los nervios y el miedo—. ¿Qué fue ese ruido? ¿Qué estaban ustedes haciendo? ¿Por qué tiene usted ese tatuaje en el brazo? Eso es un pooka, una criatura irlandesa, ¿no es cierto?
Esa última pregunta le ganó una mirada atenta. Antes de que Malik pudiera contestar, los otros dos hombres se acercaron. Desde su inclinada posición, Amelia tuvo una vista de pies a cabeza de ellos. Como Malik, llevaban las mangas de las camisas remangadas, con los chalecos desabotonados.
Uno de ellos tenía el porte de un caballero viejo y corpulento con unos mechones de cabello plateado. Sujetaba un pequeño sextante de madera y metal, el cual había sido ensartado alrededor de su cuello. El otro, de cabello negro, parecía estar a finales de la treintena. No era tan alto como Malik, pero tenía un aire mezclado de autoridad y arrogancia aristocrática.
Amelia hizo un movimiento indefenso, y Malik se levantó y alejó de ella con una fluida agilidad. Él la ayudó a levantarse, estabilizándola con su brazo.
—¿Cómo de lejos llegó? —preguntó Malik a los hombres.
—Que el demonio se lleve a ese cohete —llegó la respuesta seria—. ¿En qué condiciones está la mujer?
—Ilesa.
El caballero de cabello plateado comentó:
—Impresionante Malik. Cubriste una distancia de cincuenta metros en menos de cinco o seis segundos.
—Difícilmente perdería la oportunidad de abalanzarme sobre el regazo de una hermosa mujer —dijo Malik, haciendo que el hombre mayor riera ahogadamente.
La mano de Malik recorrió la pequeña espalda de Amelia, la ligera presión hizo que su sangre hirviera a fuego lento.
Alejándose de su tacto que la distraía, Amelia levantó las manos para acomodarse el mechón vagabundo de cabello, colocándoselo detrás de la oreja.
—¿Por qué están disparando cohetes? Y es más, ¿por qué están disparándolos en mi propiedad?
El desconocido que había junto a ella le lanzó una mirada penetrante y evaluadora.
—¿Su propiedad?
Malik intervino.
—Lord Westcliff, ésta es la señorita Amelia Hathaway. La hermana de Lord Ramsay.
Frunciendo el ceño, Westcliff ejecutó una reverencia precisa.
—Señorita Hathaway. No estaba informado de su llegada. Si hubiese sido consciente de su presencia, le habría notificado de nuestros experimentos con cohetes, como he hecho con todos los demás en la vecindad.
Estaba claro que Westcliff era un hombre que esperaba ser informado acerca de todo. Parecía molesto porque los nuevos vecinos se hubieran atrevido a mudarse a su propia residencia sin avisarle a él primero.
—Llegamos ayer mismo, su Señoría —contestó Amelia—. Teníamos intención de hacerle una visita tras habernos instalado. —En circunstancias normales, habría dejado las cosas así. Pero estaba todavía algo agitada, y no pudo detener el flujo de comentarios que acudió a su boca—. Bueno. Debo decir que en la guía no avisaban adecuadamente sobre la posibilidad de un cohete disparado en medio de los pacíficos paisajes de Hampshire. —Se inclinó y sacudió el polvo y los pedacitos de hoja aferrados a sus faldas—. Estoy segura que no conocen a los Hathaways lo suficiente como para dispararnos. Aún. Cuando entablemos una amistad, sin embargo, no dudo de que encontrarán buenas razones para sacar la artillería.
Sobre su cabeza, oyó reír a Malik.
—Considerando nuestros logros en puntería y precisión, no tiene nada que temer, señorita Hathaway.
El caballero del cabello plateado habló entonces.
— Malik, si no le importa averiguar donde ha aterrizado el cohete...
—Por supuesto — Malik partió con una simple zancada.
—Un tipo ágil —dijo el anciano aprobadoramente—. Rápido como un leopardo. Sin mencionar firme de manos y nervios. Menudo zapador sería.
Presentándose a sí mismo como Capitán Swansea, de los antiguos Ingenieros Reales, el anciano caballero explicó a Amelia que era un entusiasta del desarrollo y la utilización de cohetes, cuyo estudio científico continuaba en la medida de su capacidad civil. Como amigo de Lord Westcliff, que compartía su interés por la ingeniería, Swansea había venido al campo para experimentar con un nuevo cohete, donde había suficiente terreno para hacerlo. Lord Westcliff había alistado a Zayn Malik para ayudarle con las ecuaciones de vuelo y otros cálculos matemáticos necesarios para evaluar el desempeño de los cohetes.
—Bastante extraordinaria, realmente, su facilidad con los números —dijo Swansea—. Nunca lo esperarías viendo su aspecto.
Amelia no pudo evitar estar de acuerdo. En su experiencia los intelectuales como su padre eran hombres pálidos que pasaban gran parte de su tiempo dentro de casa, tenían barrigas prominentes, gafas y vestían arrugadas ropas de tweed. No eran jóvenes exóticos que parecían príncipes paganos y llevaban anillos de oro y tatuajes.
—Señorita Hathaway —dijo Lord Westcliff—, que yo sepa, no ha habido residentes en Ramsay desde hace casi una década. Encuentro difícil creer que la casa esté habitable.
—Oh, está en buenas condiciones —mintió Amelia alegremente, su orgullo pasó a primer plano—. Por supuesto, es preciso quitar algo de polvo y unas pocas reparaciones menores... pero estamos bastante cómodos.
Creyó haber hablado convincentemente, pero Westcliff parecía escéptico.
—Damos una gran cena esta noche en Stony Cross Manor —dijo—. Traiga a su familia. Será una excelente oportunidad para que conozcan a algunos residentes locales, incluyendo al vicario.
Una cena con lord y lady Westcliff. Que Dios la ayudara.
De haber estado la familia Hathaway bien descansada, si Louis hubiera avanzado algo más por la senda de la sobriedad, si todos dispusieran de un atuendo formal adecuado, si hubieran tenido suficiente tiempo para estudiar etiqueta... Amelia podría haber considerado aceptar la invitación. Pero tal y como estaban las cosas, resultaba imposible.
—Es muy amable, milord, pero debo declinar. Acabamos de llegar a Hampshire, y la mayor parte de nuestra ropa está todavía empaquetada...
—La ocasión es informal.
Amelia dudaba que su definición de "informal" se pareciera a la de ella.
—No es simplemente cuestión de atuendo, milord. Una de mis hermanas está algo débil y sería demasiado agobiante para ella. Necesita gran cantidad de descanso después del largo viaje desde Londres.
—Mañana por la noche entonces. Será una reunión mucho más reducida y en absoluto agobiante.
A la luz de su insistencia, no había forma de negarse. Maldiciéndose a sí misma por no quedarse en Ramsay House esa mañana, Amelia se obligó a sonreír.
—Muy bien, milord. Su hospitalidad es muy apreciada.
Malik  volvió, con la respiración acelerada por el esfuerzo. Una neblina de sudor se había acumulado sobre su piel haciendo que esta brillara como bronce.
—Un curso directo —dijo a Westcliff y Swansea—. Las aletas estabilizadoras funcionaron. Aterrizó a una distancia de aproximadamente mil ochocientos metros.
—¡Excelente! —exclamó Swansea—. ¿Pero dónde está el cohete?
Los blancos dientes de Malik centellearon en una sonrisa.
—Enterrado en un profundo y humeante agujero. Volveré a desenterrarlo más tarde.
—Si, queremos ver las condiciones de la envoltura y el núcleo interno. —Swansea tenía la cara roja de satisfacción. Utilizó un pañuelo para limpiar su sudoroso y arrugado semblante—. Ha sido una mañana excitante, ¿eh?
—Tal vez sea hora de volver a la mansión, capitán —sugirió Westcliff.
—Si, por supuesto. —Swansea se inclinó hacia Amelia—. Un placer, señorita Hathaway. Y debo decir que se lo ha tomado usted bastante bien, siendo el objetivo de un ataque sorpresa.
—La próxima vez que le visite, capitán —dijo ella—, recordaré traer mi bandera blanca.
Él rió ahogadamente y ondeó un adiós.
Antes de girarse para unirse al capitán, Lord Westcliff miró fijamente a Zayn Malik.
—Llevaré a Swansea de vuelta a la mansión, si usted se ocupa de que la señorita Hathaway llegue a casa sana y salva.
—Por supuesto —llegó la resuelta respuesta.
—Gracias —dijo Amelia—, pero no hay necesidad. Conozco el camino y no está lejos.
Su protesta fue ignorada. Se vio relegada a mirar ansiosamente a Zayn Malik, mientras los otros dos hombres partían.
—No soy ninguna fémina indefensa —dijo ella—. No necesito ser entregada en ninguna parte. Además, a la luz de su pasado comportamiento, estaría más a salvo sola.
Un breve silencio. Malik inclinó la cabeza a un lado y la evaluó curiosamente.
—¿Pasado comportamiento?
—Ya sabe lo que... —Se interrumpió, sonrojándose ante el recuerdo del beso en la oscuridad—. Me refiero a lo que ocurrió en Londres.
Él le dirigió una mirada de cortés perplejidad.
—Me temo que no la sigo.
—No va a fingir que no lo recuerda —exclamó. Quizás había besado a tantas legiones de mujeres que no podía recordarlas a todas—. ¿También va a negar que robó una de las cintas de mi bonete?
—Tiene una imaginación muy vívida, señorita Hathaway. —Su tono era indiferente. Pero había una llamarada de risa provocadora en sus ojos.
—No tengo tal cosa. El resto de mi familia está bien versada en imaginación... yo soy la que se aferra desesperadamente a la realidad. —Se giró y comenzó a caminar a paso enérgico—. Me voy a casa. No hay necesidad de que me acompañe.
Ignorando su declaración, Malik  igualó fácilmente su paso, su relajada zancada contaba por dos de las de ella. La dejó marcar el paso. En los espacios abiertos que los rodeaban, él parecía incluso más alto de lo que recordaba.
—Cuando vio mi brazo —murmuró él—, el tatuaje... ¿cómo supo que era un pooka?[url=#_ftn1][sup][1][/sup][/url]
Amelia se tomó su tiempo para contestar. Mientras caminaban, las sombras de las ramas cercanas les cruzaban las caras. Un halcón de cola roja se deslizó por el cielo y desapareció en la espesura del bosque.
—He leído algo de folklore irlandés —dijo finalmente—. Una malvada y peligrosa criatura el pooka. Inventada para provocar pesadillas a la gente. ¿Por qué se adorna a sí mismo con semejante diseño?
—Se me otorgó de niño. No recuerdo cuándo.
—¿Con qué propósito? ¿Qué significado tiene?
—Mi familia nunca lo explicó. — Malik se encogió de hombros—. Tal vez ahora podrían. Pero hace años que no los veo.
—¿Podría encontrarlos de nuevo, si quisiera?
—Con algo de tiempo. —Casualmente se abrochó el chaleco y desenrolló las mangas, ocultando el símbolo pagano—. Recuerdo a mi abuela hablándome del pooka, Me animaba a creer que era real... creo que ella casi lo creía. Practicaba la vieja magia.
—¿Qué es eso? ¿Quiere decir leer la fortuna?
Malik sacudió la cabeza y deslizó las manos en los bolsillos de sus pantalones.
—No —dijo, con aspecto divertido—, aunque leía la fortuna a los gadjos a veces. La vieja magia es una creencia de que todo en la naturaleza está conectado y equilibrado. Todo está vivo. Incluso los árboles tienen alma.
Amelia estaba fascinada. Siempre había sido imposible persuadir a Payne a decir nada sobre su pasado o sus creencias Romaní, y he aquí un hombre que parecía dispuesto a discutir cualquier cosa.
—¿Cree usted en la vieja magia?
—No. Pero me gusta la idea. — Malik extendió la mano buscando su codo para guiarla alrededor de un parche de terreno accidentado. Antes de que ella pudiera objetar el toque gentil, este desapareció—. El pooka no siempre es malvado —dijo—. Algunas veces actúa sin malicia. Juguetón.
Amelia le lanzó una mirada escéptica.
—¿Llamaría juguetona a una criatura que te lanza sobre su grupa, eleva el vuelo y te deja caer en una zanja o un pantano?
—Esa es una de las historias —admitió Malik con una sonrisa—. Pero en otras, el pooka solo quiere llevarte a la aventura... llevarte volando a lugares que solo puedes ver en sueños. Y después te devuelve a casa.
—Pero las leyendas dicen que después de que el caballo te lleva en sus viajes nocturnos, nunca vuelves a ser el mismo.
—No —dijo él suavemente—. ¿Cómo podrías serlo?
Sin notarlo, Amelia había desacelerado su paso hasta convertirlo en una caminata ociosa y relajada. Parecía imposible caminar con enérgica eficiencia en un día como ese, con tanto sol y suave brisa. Y con este hombre tan inusual a su lado, oscuro, peligroso y encantador.
—De todos los lugares donde podría haberle visto de nuevo —dijo—, nunca hubiera esperado que fuera en la finca de lord Westcliff. ¿Cómo llegaron a conocerse? Él es uno de los miembros del club de juego, supongo.
—Si. Y amigo del propietario.
—¿Los demás invitados de lord Westcliff aceptan su presencia en Stony Cross Manor?
—¿Quiere decir porque soy un roma? —Una tímida sonrisa tocó sus labios—. Me temo que no tienen más alternativa que ser educados. Primero, por respeto al conde. Y después está el hecho de que la mayoría de ellos acuden a mí en busca de crédito en el club... lo cual significa que tengo acceso a su información financiera privada.
—Sin mencionar los escándalos privados —dijo Amelia, recordando la pelea en el callejón.
La sonrisa de él se demoró un instante.
—Algo de eso también.
—No obstante, debe sentirse como un extraño a veces.
—Siempre —dijo él con un tono práctico—. Soy un extraño para mi gente también. Ya ve, soy un mestizo... poshram, lo llaman ellos... nacido de una madre gitana y un padre irlandés gadjo. Y ya que el linaje familiar se traspasa por línea paterna, ni siquiera se me considera un roma. Es la peor violación del código que una de nuestras mujeres se case con un gadjo.
—¿Es por eso que no vive con su tribu?
—Es una de las razones.
Amelia se preguntó cómo debía ser para él, atrapado entre dos culturas, sin pertenecer a ninguna. Sin esperanza de ser nunca completamente aceptado. Y aún así no había rastro de autocompasión en su tono.
—Los Hathaways somos extraños también —dijo ella—. Obviamente no encajamos en una posición de sociedad refinada. Ninguno de nosotros tiene la educación o crianza que se requiere. La cena en Stony Cross Manor será un espectáculo... seguro que terminará con todos nosotros siendo acompañados a la salida de las orejas.
—Puede que se sorprenda. Lord y Lady Westcliff no suele insistir en formalidades. Y su mesa incluye a gran variedad de invitados.
Amelia no se sintió reconfortada. Para ella, la alta sociedad se parecía a los tanques ornamentales utilizados para mantener a peces exóticos en los salones de moda, llenos de brillantes criaturas que corrían y giraban en patrones que ella no tenía esperanzas de entender. Los Hathaways tenían tantas posibilidades intentando una vida bajo el agua como estando en tan elevada compañía. Y aún así no tenían más elección que intentarlo.
Atisbando un pesado crecimiento de berros en la ribera de un prado húmedo, Amelia fue a examinarlo. Aferrando un racimo, tiró hasta que los delicados tallos se rompieron.
—El berro es abundante aquí, ¿no? He oído que puede hacerse una ensalada fina o una salsa con él.
—También es una hierba medicinal. Los rom lo llaman panishok. Mi abuela la utilizaba en cataplasmas para los esguinces y heridas. Y es un poderoso afrodisíaco. Para las mujeres, especialmente.
—¿Un qué? —La delicada verdura cayó de sus dedos insensibles.
—Si un hombre desea volver a despertar el interés de su amante, la alimenta de berros. Es un estimulante para el...
—¡No me lo diga! ¡No!
Malik rió, con un brillo burlón en los ojos.
Lanzándole una mirada de advertencia, Amelia se sacudió unas pocas hebras de berros que todavía quedaban en sus palmas y continuó su camino.
Su compañero la siguió fácilmente.
—Hábleme de su familia —la animó—. ¿Cuántos son?
—Cinco en total. Louis... es decir, Lord Ramsay... es el mayor, y yo la siguiente, seguida de Winnifred, Poppy y Beatrix.
—¿Qué hermana es la delicada?
—Winnifred.
—¿Siempre ha sido así?
—No, Win era bastante sana hasta hace un año, cuando casi murió de escarlatina. —Una larga duda, mientras su garganta se constreñía un poco—. Sobrevivió, gracias a Dios, pero sus pulmones están débiles. Tiene poca fuerza, y se cansa con facilidad. El médico dice que Win nunca mejorará, y con toda probabilidad no podrá casarse o tener hijos. —La mandíbula de Amelia se endureció—. Probaremos que se equivoca. Win volverá a recuperarse del todo.
—Dios ayude a quien se interponga en su camino. Le gusta manejar las vidas de los demás, ¿no?
—Solo cuando es obvio que puedo hacer un mejor trabajo que ellos. ¿Por qué sonríe?
Malik se detuvo, obligándola a girarse para enfrentarle.
—Usted. Me hace desear... —Se detuvo, como si se hubiera pensado mejor lo que había estado a punto de decir. Pero el indicio de diversión se demoró en sus labios.
No le gustaba como la miraba, como la hacía sentir caliente, nerviosa y mareada. Todos sus sentidos la informaban de que era absolutamente un hombre en el que no se podía confiar. Alguien que no seguía más reglas que las suyas propias.
—Dígame, señorita Hathaway... ¿qué haría usted si la invitaran a una cabalgada a medianoche a través de la tierra y el océano? ¿Escogería la aventura, o se quedaría a salvo en casa?
No parecía poder arrancar su mirada de la de él. Los ojos de topacio estaban iluminados por un destello de luz retozona, no la picardía inocente de un muchacho, sino algo mucho más peligroso. Casi podía creer que podría realmente cambiar de forma y aparecer bajo su ventana una noche, y llevarla lejos sobre alas de medianoche...
—En casa, por supuesto —se las ingenió para decir con tono sensato—. No deseo aventuras.
—Yo creo que si. Creo que en un momento de debilidad, podría sorprenderse a sí misma.
—No tengo momentos de debilidad. No de esa clase, de cualquier modo.
La risa de él la rodeó como un soplo de humo.
—Los tendrá.
Amelia no se atrevió a preguntar por qué estaba tan seguro de eso. Perpleja, bajó la mirada hasta el botón superior del chaleco de él. ¿Estaba flirteando con ella? No, debía estar burlándose más bien, intentando hacerla quedar como una tonta. Y si había una cosa a la que temiera más en la vida que a las abejas, era a quedar como una tonta.
Reuniendo su dignidad, que se había esparcido a pedazos como los pétalos de un diente de león al viento, frunció el ceño hacia él.
—Ya casi estamos en Ramsay House. —Señaló a la silueta de un techo que se alzaba desde el bosque—. Preferiría recorrer la última parte de la distancia sola. Puede decir al conde que he sido entregada a salvo. Buenos días, señor Malik.
Él ofreció un asentimiento, le lanzó una de esas brillantes y encantadoras miradas, y se quedó observando su progreso mientras se alejaba. Con cada paso que Amelia ponía entre ellos, debería haberse sentido más a salvo, pero la sensación de inquietud permanecía. Y entonces, le oyó murmurar algo, con la voz ensombrecida por la diversión, y sonó como si hubiera dicho, "Alguna noche..."
 


 





[url=#_ftnref1][1][/url] N.d.T: Se dice que los Pooka son extrañas criaturillas, duendes que aparecen en los caminos apartados, y en forma de caballo alado se ofrecen mansamente a los viajeros, llevándolos a través de profundas sendas bajo un fantástico sortilegio, hasta extraviarlos y arrojarlos luego a un cenagal. 
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Mensaje por isabellita102 Sáb 14 Sep 2013, 3:05 pm

Bueno chicas ahi les dejo dos capitulo espero que les gusten PLEASE COMENTEN :bye: ESTA NOVELA ES MAGICA NO SE ARREPENTIRAN SE LOS ASEGURO 
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Mensaje por isabellita102 Sáb 14 Sep 2013, 3:07 pm

Mar_love1D escribió:Adoré el cap.!
Seguilaa!
Amo esta novela! :)
:bye:
YA SUBI DOS CAPITULOS :) QUE BUENO QUE TE GUSTE :);) 
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Mensaje por isabellita102 Sáb 14 Sep 2013, 3:08 pm

Marta Dawson escribió:Me gusta mucho. Sigue la cuando puedas! !!!♥️
QUE BUENO QUE TE GUSTE YA SUBI DOS CAPITULOS ESPERO QUE LOS DISFRUTES :bye: 
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Mensaje por isabellita102 Sáb 14 Sep 2013, 3:11 pm

inees1D escribió:HOOLAAA!
Amo tu novela, es tan ge-niall jaja, es una de las primeras novelas que leo e activoforo y me está encantando, ¿Buscas chicas? Si es así me haría mucha ilusión poder salir en la novela! Inés. xx :niña: 
 BIENVENIDA QUE BUENO QUE TE GUSTE TE ASEGURO QUE NO TE ARREPENTIRAS DE LEERLA ES HERMOSA JEJEEJEJ 
:bye:
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Mensaje por isabellita102 Sáb 14 Sep 2013, 3:30 pm

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Capítulo 6
 
 
La noticia de que iban a ir a cenar a casa de Lord y Lady Westcliff fue recibida con una gran variedad de reacciones por parte de los Hathaways. Poppy y Beatrix estaban encantadas y emocionadas, mientras que Win, que aún intentaba recobrar las fuerzas tras el viaje a Hampshire, se mostró simplemente resignada. Louis estaba impaciente por una larga comida acompañada de buen vino.
Payne, por el contrario, se negó rotundamente a ir.
—Tú formas parte de la familia —le dijo Amelia, observándolo mientras él aseguraba algunos paneles en una de las habitaciones comunes. El apretón de Payne sobre el martillo de carpintero era hábil y seguro mientras expertamente hundía un clavo hecho a mano en el borde de una de las tablas—. No importa cuánto intentes negar toda conexión con los Hathaways —y nadie podría culparte de ello—, el hecho es que eres uno de nosotros y deberías asistir.
Payne martilleó metódicamente unos pocos clavos más.
—Mi presencia no será necesaria.
—Bueno, claro que no será necesaria. Pero deberías disfrutar un poco.
—No —replicó él con sombría certeza, y continuó martilleando.
—¿Por qué tienes que ser tan cabezota? Si tienes miedo de que te traten mal, deberías recordar que Lord Westcliff ya está haciendo de anfitrión de un roma, y parece no tener prejuicios….
—No me gustan los gadjos.
—Mi familia entera —nuestra familia—, son gadjos. ¿Eso significa que no te gustamos?
Payne no contestó, sólo continuó trabajando. Ruidosamente.
Amelia dejó escapar un tenso suspiro.
— Payne, eres un snob terrible. Y si la noche se torna horrible, es tu obligación soportarla con nosotros.
Payne alargó la mano para buscar otro manojo de clavos.
—Buen intento —dijo—. Pero no voy a ir.
 
 
Las primitivas tuberías de Ramsay House, su pobre iluminación, la falta de lustre de los pocos espejos disponibles hicieron difícil prepararse para la visita a Stony Cross Manor. Tras calentar agua laboriosamente en la cocina, los Hathaways subieron y bajaron cubos para sus propios baños. Todos excepto Win, por supuesto, quien descansaba en su habitación para guardar las fuerzas.
Amelia se sentó con una sumisión poco normal mientras Poppy le arreglaba el cabello, recogiéndolo hacia atrás, haciéndole unas gruesas trenzas y sujetándolas en un espeso moño que le cubría la parte trasera de la cabeza.
—Listo —dijo Poppy con placer—. Al menos estarás elegante de las orejas hacia arriba.
Al igual que las demás hermanas Hathaways, Amelia iba vestida con un práctico vestido de alepín hecho de seda azul y estambre. El diseño era sencillo con una moderadamente amplia falda, de mangas largas y ajustado.
El vestido de Poppy era similar, sólo que rojo. Era una chica extraordinariamente bonita, sus finas facciones estaban iluminadas de vivacidad e inteligencia. Si la popularidad social de una chica hubiese estado basada en el mérito y no en la fortuna, Poppy habría sido la niña bonita de Londres. En lugar de eso, vivía en el campo en una desvencijada casa, llevaba ropas viejas, cargaba agua y carbón como una sirvienta. Y nunca se había quejado, ni una sola vez.
—Pronto tendremos nuevos vestidos —dijo Amelia con empeño, sintiendo que el corazón le daba un vuelco con remordimiento—. Las cosas mejorarán, Poppy. Lo prometo.
—Eso espero —dijo su hermana con ligereza—. Necesito un vestido de baile si quiero pillar a un rico benefactor para la familia.
—Sabes que sólo lo dije en broma. No tienes por qué buscar un pretendiente rico. Sólo uno que sea amable contigo.
Poppy sonrió.
—Bueno, puede que la riqueza y la amabilidad no se excluyan mutuamente… ¿no?
Amelia le devolvió la sonrisa.
—Y que lo digas.
Cuando los hermanos se encontraron en el vestíbulo de entrada, Amelia se sintió incluso más apenada cuando vio a Beatrix aparecer con un vestido verde cuya falda le llegaba hasta los tobillos y una almidonado mandil blanco, un conjunto mucho más apropiado para una niña de doce en lugar de para una de quince.
Abriéndose paso hasta colocarse junto a Louis, Amelia le musitó:
—Se acabaron las apuestas, Louis. El dinero que perdiste en Jenner’s hubiese estado mejor empleado en ropas apropiadas para tus hermanas pequeñas.
—Hay dinero más que suficiente para que las hubieses llevado a la modista —dijo Louis fríamente—. No me pongas como el malo cuando es responsabilidad tuya vestirlas.
Amelia apretó los dientes. Por mucho que adorara a Louis, nadie podía enfadarla tanto como él, y tan rápidamente. Estaba deseando administrarle un fuerte golpe en la cabeza que le devolviera el sentido común.
—A la velocidad a la que te estás gastando los fondos familiares, no creí que fuese buena idea salir a gastar dinero.
Los otros Hathaways vieron, con los ojos abiertos como platos, como la conversación explotaba en una pelea en toda regla.
—Quizás tú quieras vivir como una avara —dijo Louis —, pero que me aspen si tengo que hacerlo yo también. Tú eres incapaz de disfrutar el momento porque siempre estás absorta en el futuro. Pues bien, para algunas personas, el mañana nunca llega.
El carácter de Amelia estalló.
—Alguien tiene que pensar en el futuro, ¡derrochador egoísta!
—Viniendo de una arpía despótica…
Win se colocó entre ambos, descansando una gentil mano sobre el hombro de Amelia.
—Callaos, los dos. No sirve de nada enfadarnos entre nosotros justo cuando vamos a salir. —Le dirigió a Amelia una dulce sonrisa a la que nadie en la tierra podría haberse resistido—. No frunzas el ceño así, querida. ¿Qué pasa si tu cara se queda de esa forma?
—Con una prolongada exposición a Louis —replicó Amelia—, sin duda lo hará.
Su hermano resopló.
—Soy un cabeza de turco conveniente, ¿verdad? Si fueses honesta contigo misma, Amelia…
— Payne —gritó Win—. ¿Ya está listo el carruaje?
Payne entró por la puerta principal, con aspecto despeinado y malhumorado. Habían convenido en que él conduciría a los Hathaways hasta la residencia de los Westcliff y volvería a por ellos más tarde.
—Está listo.
Cuando echó un vistazo a la pálida y dorada belleza de Win, pareció que su expresión se volvía incluso más hosca, si algo así era posible.
Como un enigma que se acabase de resolver por sí mismo en su mente, aquella mirada furtiva le aclaró un par de cosas a Amelia. Payne no iba a la cena aquella noche porque estaba intentando evitar estar en una situación social con Win. Estaba intentado mantener la distancia entre ellos, y al mismo tiempo estaba desesperadamente preocupado por la salud de ella.
A Amelia le preocupaba la idea de que Payne, que nunca demostraba sentimientos fuertes por nada, pudiera albergar un deseo secreto y poderoso por su hermana. Win era demasiado delicada, demasiado refinada, demasiado su opuesta en todo. Y Payne lo sabía.
Sintiéndose comprensiva, sensiblera, y bastante preocupada, Amelia subió al carruaje tras sus hermanas.
Los ocupantes del vehículo guardaron silencio mientras avanzaban por la avenida delineada de robles hasta Stony Cross Manor. Ninguna de ellos había visto alguna vez terrenos tan bien atendidos o tan imponentes. La hoja de cada árbol parecía haber sido fijada con cuidadosa previsión. Rodeada por jardines y huertos que fluían hasta los densos bosques, la casa se extendía por la tierra como un adormilado gigante. Cuatro altas torres en las esquinas indicaban las dimensiones originales de las fortalezas al estilo europeo, pero varias adiciones le habían dado una agradable asimetría. Con el tiempo y la erosión, las piedras de la casa color miel se habían suavizado elegantemente, sus perfiles revestidos con unos altos setos perfectamente cortados.
Frente a la residencia había un enorme patio —un rasgo distintivo— y estaba rodeado por los establos y un ala residencial. En lugar del sencillo diseño habitual de los establos, estos tenían al frente unos amplios arcos de piedras. Stony Cross Manor era un lugar adecuado para la realeza y por lo que sabían de Lord Westcliff, su línea de sangre era incluso más distinguida que la de la Reina.
Cuando el carruaje se detuvo delante del pórtico de la entrada, Amelia deseó que la noche ya hubiese terminado. En aquellos majestuosos alrededores, los defectos de los Hathaways se magnificarían. No parecerían mejores que un grupo de vagabundos. Echó un vistazo a sus hermanos. Win se había puesto su habitual máscara de irreprochable serenidad, y Louis parecía tranquilo y ligeramente aburrido, una expresión que debía haber aprendido de sus recientes relaciones en Jenner’s. Las niñas más jóvenes estaban llenas de una brillante exuberancia que arrancó una sonrisa a Amelia. Ellas, al menos, lo pasarían bien, y el cielo sabía que se lo merecían.
Payne ayudó a las hermanas a bajar del carruaje, y Louis emergió al último. Cuando piso el suelo, Payne lo detuvo con un breve murmullo, una advertencia para que mantuviese un ojo sobre Win. Louis le lanzó una vehemente mirada. Soportar la crítica de Amelia ya había sido suficientemente malo, no lo tolerarían también de Payne.
—Si tan condenadamente preocupado estás por ella —musitó Louis —, entonces entra y haz tú de niñera.
Payne entrecerró los ojos, pero no contestó.
La relación entre los dos hombres nunca se podría haber descrito como fraternal, pero siempre habían mantenido una fría cordialidad.
Payne nunca había intentando asumir el papel del segundo hijo, a pesar del obvio cariño que los padres de los Hathaways sentían por él. Y en cualquier situación que se prestaba a una competición entre los dos, Payne siempre retrocedía. Louis, por su parte, había sido razonablemente agradable con Payne, e incluso se había adherido a sus opiniones cuando las había juzgado mejor que las suyas.
Cuando Louis habían caído enfermo con la fiebre escarlata, Payne había ayudado a cuidarlo con una mezcla de paciencia y amabilidad que había sobrepasado la de Amelia. Más tarde, ella le había dicho a Louis que le debía la vida a Payne. Sin embargo, en lugar de sentirse agradecido, Louis parecía pensar mal de Payne por aquello.
Por favor, por favor, no seas imbécil, Louis, quiso rogar Amelia, pero se contuvo de hablar y fue con sus hermanas hasta la entrada iluminada de Stony Cross Manor.
Un par de macizas puertas dobles se abrían a un cavernoso vestíbulo adornado con tapices de valor incalculable. Y una gran escalera de piedra y mármol se curvaba hacia la alta galería del segundo piso. Incluso las esquinas más distantes del hall, y las entradas de varios pasillos que partían de la gran habitación, estaban iluminadas con grandes candelabros de cristal.
Si los terrenos exteriores habían estado bien cuidados, el interior de la mansión no era menos que inmaculado, todo estaba barrido, reluciente y brillante. No había nada nuevo en lo que los rodeaban, nada de bruscos bordes o modernos toques que alteraran la atmósfera de natural esplendor.
Este era, pensó Amelia desolada, exactamente el aspecto que Ramsay House debería tener.
Unos sirvientes acudieron para coger los sombreros y los guantes, mientras una anciana ama de llaves daba la bienvenida a los recién llegados. La atención de Amelia se vio inmediatamente atraída por la aparición de Lord y Lady Westcliff, quienes cruzaban el vestíbulo hacia ellos.
Vestido con ropas hechas a la exacta medida, Lord Westcliff se movía con la confianza física de un experimentado deportista. Su expresión era reservada, sus austeras facciones llamativas más que hermosas. Todo en su apariencia indicaba que era un hombre que exigía mucho de los demás e incluso más de sí mismo.
No había duda de que alguien tan poderoso como Westcliff habría elegido a la perfecta novia inglesa, una mujer cuya glacial sofisticación le había sido inculcada desde el nacimiento. Entonces, con sorpresa, Amelia oyó a Lady Westcliff hablar con una voz claramente americana, las palabras salieron en tropel como si fuese una molestia pensar en todo antes de hablar.
—No sabéis cuánto he deseado tener nuevos vecinos. Las cosas se pueden volver un poco aburridas en Hampshire. Vosotros, Hathaways, las haréis más agradables.
Sorprendió a Louis alargando la mano y estrechándole la de él como lo hacían los hombres.
—Lord Ramsay, es un placer.
—A vuestro servicio, milady. — Louis no parecía saber muy bien qué hacer con aquella singular mujer.
Amelia reaccionó automáticamente dándole un apretón similar. Al devolverle el firme apretón a Lady Westcliff, miró en sus ligeramente rasgados ojos del color del jengibre.
Lillian, Lady Westcliff, era una mujer alta y esbelta de reluciente cabello negro, elegantes rasgos y una sonrisa disoluta. A diferencia de su marido, irradiaba una casual cordialidad que instantáneamente calmaba a la gente.
—Tú eres Amelia, ¿a la que dispararon ayer?
—Sí, milady.
—Estoy tan contenta de que el conde no te haya matado. Su puntería no suele fallar, ¿sabes?
El conde recibió la insolencia de su esposa con una ligera sonrisa, como si estuviese acostumbrado a ella.
—No estaba apuntando a la señorita Hathaway —dijo tranquilamente.
—Deberías pensar en una afición menos peligrosa —sugirió Lady Westcliff—. Observar a los pájaros. Coleccionar mariposas. Algo un poco más decoroso que provocar explosiones.
Amelia espero que el conde frunciese en ceño ante su irreverencia, pero él sólo pareció divertido. Y cuando la atención de su mujer se movió hacia al resto de los Hathaways, él la observó con cálida fascinación. Claramente, había una poderosa atracción entre ambos.
Amelia presentó a sus hermanas a la poco convencional condesa. Afortunadamente todas recordaban cómo hacer una reverencia, y lograron educadas respuestas a las directas preguntas, tales como si les gustaba montar, si disfrutaban bailando, si habían probado ya alguno de los quesos locales, y si compartían su disgusto por las viscosas comidas inglesas como las anguilas y el pan de cerdo en gelatina.
Riendo ante la divertida cara que había puesto la condesa, las hermanas Hathaway fueron con ella a la salita, donde aproximadamente una docena de invitados se habían reunido en espera de la cena.
—Me gusta —oyó decirle Poppy a Beatrix mientras las dos caminaban tras ella—. ¿Crees que todas las mujeres americanas son tan hermosas?
Hermosa, sí, aquella era una palabra apropiada para Lady Westcliff.
—Señorita Hathaway —dijo la condesa a Amelia en un tono de amigable preocupación—, el conde me ha dicho que Ramsay House ha estado desocupada durante mucho tiempo, debe estar hecha un desastre.
Algo sobresaltada por la franqueza de la mujer, Amelia negó con la cabeza firmemente.
—Oh no, “desastre” es una palabra demasiado fuerte. Todo el lugar necesita una buena limpieza, y unas pequeñas reparaciones y… —hizo una pausa incómoda.
La mirada de Lady Westcliff fue franca y comprensiva.
—Está mal, ¿eh?
Amelia movió los hombros de un tirón en un ligero encogimiento de hombros.
—Hay mucho trabajo por hacer a Ramsay House —admitió—. Pero no me asusta el trabajo.
—Si necesita ayuda o consejo, Westcliff tiene infinitos recursos a su disposición. Puede decirle dónde encontrar…
—Es usted muy amable, milady —dijo Amelia apresurada—, pero no hay necesidad de que se involucre en nuestros asuntos domésticos.
Lo último que quería era que los Hathaways parecieran ser una familia de pordioseros y mendigos.
—Quizás no puedas evitar que nos involucremos —dijo Lady Westcliff con una sonrisa—. Ahora estás en la esfera Westcliff, lo cual significa que se te aconsejará pidas o no consejo. Y lo peor es que casi siempre tiene razón.
Lanzó una cariñosa mirada en dirección a su esposo. Westcliff estaba con un grupo a un lado de la habitación.
Notando la mirada de su esposa, Westcliff se dio la vuelta. Algún mensaje mudo estaba pasando entre ellos… y él respondió con un rápido, casi imperceptible guiño.
Una risita surgió de la garganta de Lady Westcliff. Se giró hacia Amelia.
—Estando casados desde hace cuatro años en septiembre —dijo con algo de vergüenza—. Había supuesto que a estas alturas habría dejado de suspirar por él pero no lo he hecho. —La picardía bailó en sus oscuros ojos—. Ahora, te presentaré a algunos de los otros invitados. Dime a quien deseas conocer primero.
La mirada de Amelia se trasladó del conde al grupo de hombres que se reunía alrededor de él. Una oleada de conciencia bajo por su espina cuando su atención se vio atraída por Zayn Malik. Iba vestido de blanco y negro, con idéntico atuendo al de los demás caballeros, pero el esquema civilizado solo servía para hacerlo parecer más exótico. Con la oscura seda de su cabello curvándose sobre el almidonado cuello blanco, lo moreno de su complexión, los ojos atigrados, parecía completamente fuera de lugar en los decorosos alrededores. Siendo consciente de su mirada, Malik se inclinó, lo que reconoció como una tiesa reverencia propia de él.
—Ya has conocido al señor Malik, por supuesto —comentó Lady Westcliff, observando el intercambio—. Un interesante compañero, ¿no crees? El señor Malik es encantador, muy amable, y solo a medias civilizado, lo cual yo prefiero bastante.
—Yo… —Amelia arrancó su mirada de Malik con esfuerzo, su corazón tamborileando erráticamente—. ¿A medias civilizado?
—Oh, ya sabes todas las reglas que la clase alta ha concebido para el llamado comportamiento educado. El señor Malik no se molesta con la mayoría de ellas. —Lady Westcliff sonrió abiertamente—. En realidad tampoco yo.
—¿Desde hace cuanto conoce al señor Malik?
—Solo desde que Lord Vincent tomó posesión del club de juego. Desde entonces, el señor Malik se ha convertido en una especie de protegido, de ambos, Westcliff y St. Vincent —rió rápidamente—. Es como tener un ángel en un hombro y un demonio en el otro. Malik parece manejarlos a los dos bastante bien.
—¿Por qué se han tomado ambos tanto interés en él?
—Es un hombre inusual. No estoy segura de que nadie sepa que hacer con él. De acuerdo con Westcliff, Malik tiene una mente excepcional. Pero al mismo tiempo, es supersticioso e impredecible. ¿Ha oído hablar de su maldición de buena suerte?
—¿Su que?
—Parece ser que no importa lo que haga Malik, no puede evitar hacer dinero. Mucho dinero. Incluso cuando trata de perderlo. Él alega que esta mal que una persona posea tanto.
—Es la costumbre romani —murmuro Amelia—. No creen en poseer cosas.
—Si, bueno, siendo de New York, no entiendo ese concepto del todo, pero ahí lo tienes. En contra de su voluntad, al señor Malik se le ha dado un porcentaje de las ganancias del club, y no importa cuantas donaciones a la caridad o inversiones poco sólidas realice, sigue obteniendo ganancias inesperadas. Primero compró un viejo caballo de carreras con patas cortas, Little Dandy, que ganó el Grand Nacional el pasado abril. Después estuvo el asunto del hule, y…
—¿El qué?
—Fue una pequeña y fallida fábrica de hule en el lado este de Londres. Justo cuando la compañía estaba a punto de hundirse, el señor Malik hizo una gran inversión en ella. Todos incluyendo Lord Westcliff, le aconsejaron no hacerlo, que era un tonto e iba a perder cada centavo.
—Lo cual era su intención —dijo Amelia.
—Exacto. Pero para consternación de Malik, el asunto dio un vuelco. El director de la compañía usó la inversión para adquirir los derechos de la patente del proceso de vulcanización, e inventaron esos pequeños restos elásticos de tubería llamados bandas de goma. Y ahora la compañía es un éxito resplandeciente. Podría contarle más, pero son todas variaciones del mismo tema, el señor Malik tira su dinero y el mismo vuelve multiplicado diez veces.
—Yo no llamaría a eso una maldición —dijo Amelia.
—Tampoco yo. —Lady Westcliff rió suavemente—. Pero el señor Malik lo hace. Eso es lo que lo hace tan entretenido. Debería haberlo visto enfurruñarse hace un rato cuando recibió el informe más reciente de uno de sus corredores de bolsa en Londres. Todas buenas noticias. Estaba rechinando los dientes por ello.
Tomando el brazo de Amelia, Lady Westcliff la guió por la habitación.
—Aunque tenemos una triste falta de caballeros elegibles esta noche, prometo que tendremos una selección de visitantes una vez más adelantada la Temporada. Todos vienen a cazar y a pescar y normalmente hay una mayor proporción de hombres que de mujeres.
—Esas son buenas noticias —replicó Amelia—. Tengo grandes esperanzas de que mis hermanas encuentren caballeros convenientes para casarse.
Sin perderse la implicación, Lady Westcliff preguntó:
—¿Pero no tiene tales esperanzas para sí misma?
—No, no espero siquiera casarme.
—¿Por qué?
—Tengo una responsabilidad para con mi familia. Ellos me necesitan. —Después de una breve pausa, Amelia añadió francamente—. Y la verdad, tendría que someterme a los dictámenes de un esposo.
—Yo solía sentirme así. Pero debo advertirle, señorita Hathaway… la vida tiene su forma de estropear nuestros planes. Hablo por experiencia.
Amelia sonrió, poco convencida. Era una cuestión simple de prioridades. Ella dedicaría todo su tiempo y energías a crear un hogar para sus hermanos, y a verlos a todos saludables y felizmente casados. Habría sobrinos y sobrinas en abundancia, y Ramsay House se llenaría con las personas que amaba.
Ningún esposo podría ofrecerle más.
Observando a su hermano, Amelia notó que había una peculiar expresión en su rostro, o más bien la falta de la misma, que indicaba que estaba ocultando algún fuerte y privado sentimiento. Fue hacia ella inmediatamente, intercambió unas cuantas cortesías con Lady Westcliff, y asintió educadamente cuando ella se disculpó para atender a un invitado mayor que acababa de llegar.
—¿Qué es lo que sucede? —susurró Amelia, alzando la vista mientras Louis le colocaba la mano en su codo—. Parece como si acabaras de conseguir un bocado de corcho putrefacto.
—No intercambiemos insultos ahora mismo —le lanzó una mirada más preocupada que ninguna que recordara en su reciente memoria haber recibido. Su tono fue bajo y urgente—. Resiste, hermana, hay alguien aquí a quien no quieres ver. Y viene hacia acá.
Ella giró los ojos.
—Si te refieres al señor Malik, te aseguro que soy perfectamente...
—No. No Malik. —Movió la mano hacia su cintura como si anticipara su necesidad de estabilidad. Y ella entendió.
Antes de girarse siquiera para mirar al hombre que se acercaba a ellos, Amelia supo la razón de la extraña reacción de Louis, y se quedó fría, caliente e inestable. Pero en alguna parte en su interior, acechaba una cierta resignación.
Siempre había sabido que volvería a ver a Christopher Frost algún día.
Estaba solo cuando se acercó a ellos... una pequeña misericordia, si uno esperaba que llevara a su nueva esposa a remolque. Y Amelia estaba bastante segura de que no habría podido tolerar ser presentada a la mujer por la que había sido abandonada. Así que se quedó rígidamente junto a su hermano e intentó desesperadamente asemejarse a una mujer independiente que saludaba a su antiguo amor con educada indiferencia. Pero sabía que no podría disfrazar la blancura de su cara, podía sentir la sangre disparándose directamente a su sobre estimulado corazón.
Si la vida fuese justa, Frost habría parecido más pequeño, menos apuesto, menos deseable de lo que recordaba. Pero la vida, como siempre, no era justa. Estaba igual de delgado, elegante y urbano que siempre, con despiertos ojos azules y espeso cabello recortado, demasiado oscuro para ser rubio, demasiado claro para ser marrón. Ese brillante cabello contenía cada sombra del champagne.
—Mi viejo conocido —dijo Louis. Aunque su tono no contenía rencor, tampoco evidenciaba ningún placer. Su amistad se había trastornado en el momento en que Frost había abandonado a Amelia. Louis tenía sus defectos, indudablemente, pero no era nada menos que leal.
—Milord —dijo Frost quedamente, inclinándose ante ambos—. Y señorita Hathaway. —Parecía costarle algo sostener su mirada. El cielo sabía lo que le estaba costando a ella devolvérsela—. Ha pasado demasiado tiempo.
—No para algunos de nosotros —devolvió Louis, sin sobresaltarse cuando Amelia subrepticiamente le pisó el pie—. ¿Se hospeda en la mansión?
—No, estoy visitando a unos viejos amigos de la familia, son los propietarios de una taberna en el pueblo.
—¿Cuánto tiempo se quedara?
—No tengo planes firmes. Estoy meditando sobre algunas comisiones mientras disfruto de la calma y tranquilidad del campo. —Su mirada se trasladó brevemente hasta Amelia y volvió a Louis —. Envié una carta cuando supe de su ascendencia a la nobleza milord.
—La recibí —dijo Louis ociosamente—. Aunque por mi vida, no puedo recordar su contenido.
—Algo en el sentido de que me alegraba por su bien, quedé decepcionado al haber perdido un rival merecedor. Usted siempre me condujo a avanzar más allá de los límites de mis habilidades.
—Si —dijo Louis sardónicamente—. Fui una gran perdida para el firmamento arquitectónico.
—Lo fue —agregó Frost sin ironía. Su mirada se posó en Amelia—. ¿Puedo comentar lo encantadora que está señorita Hathaway?
Que extraño, pensó confusa, que alguna vez hubiera estado enamorada de él, y ahora estuvieran hablando el uno con el otro tan formalmente. Ya no lo amaba, aunque los recuerdos de ser abrazada por él, besada, acariciada… matizaban cada pensamiento y emoción, como un cordón teñido de té. Uno no podía eliminar la mancha totalmente. Recordaba un ramo de rosas que una vez él le había obsequiado... había tomado una y acariciado con los pétalos sus mejillas y labios entreabiertos, y había sonreído ante su feroz rubor. Mi pequeño amor, había susurrado.
—Gracias —dijo—. Por mi parte ¿puedo ofrecerle felicitaciones por su matrimonio?
—Me temo que las felicitaciones están fuera de lugar —replicó Frost cuidadosamente—. La boda no tuvo lugar.
Amelia sintió la mano de Louis tensarse en su cintura. Se apoyó en él imperceptiblemente y apartó la mirada de Christopher Frost, incapaz de hablar. No estaba casado. Sus pensamientos giraban en anarquía.
—¿Ella recuperó la cordura? —oyó preguntar a Louis casualmente—. ¿O fue usted?
—Se hizo patente que no congeniábamos tan bien como cabía esperar. Ella fue lo suficientemente cortés como para liberarme de mi obligación.
—Así que lo echaron a patadas —dijo Louis —. ¿Aún trabaja para su padre?
— Louis —protestó Amelia, en una especie de susurro. Levantó la mirada justo a tiempo para ver a Frost mostrar sardónico una breve sonrisa, y su corazón se retorció con la dolorosa familiaridad del gesto.
—Nunca te has andado con rodeos, ¿no? Si, aun estoy empleado con Temple. —La mirada de Frost volvió lentamente a Amelia, evaluando su fragilidad cautelosamente—. Un placer verla de nuevo señorita Hathaway.
Flaqueó un poco cuando él los dejó, girándose ciegamente hacia su hermano. Su voz se rompía en los bordes.
— Louis, apreciaría mucho que cultivaras un poco de delicadeza en tus modales.
—No todos podemos ser tan finos como tu señor Frost.
—Él no es mi señor Frost. —Hizo una pausa, mientras añadía, embotadamente—. Nunca lo fue.
—Mereces algo endemoniadamente mejor. Solo recuerda eso, si vuelve otra vez a olisquear tus tacones.
—No lo hará —dijo Amelia, odiando la forma en que su corazón saltaba tras sus bien erguidas defensas.
 
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Mensaje por isabellita102 Sáb 14 Sep 2013, 3:31 pm

bueno ese fue el ultimo por hoy hasta mañana que los disfruten :ilusion:
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Mensaje por isabellita102 Sáb 14 Sep 2013, 3:35 pm

AMO A ZAYN USTEDES LO AMAN ???:enamorado:

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Mensaje por isabellita102 Sáb 14 Sep 2013, 10:40 pm

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Mensaje por isabellita102 Sáb 14 Sep 2013, 10:41 pm

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Mensaje por isabellita102 Dom 15 Sep 2013, 9:45 am

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Capítulo 7
 
 
Justo antes que los Hathaway llegaran, el Capitán Swansea, que había servido cuatro años en la India, había obsequiado a algunos de los huéspedes con una anécdota sobre la cacería de un tigre en Vishnupur. El tigre había acechado a las gacelas moteadas, las había derribado con su ataque repentino, y se había aferrado con su quijada al cuello de sus víctimas. Las mujeres, e incluso algunos hombres, habían hecho muecas y habían clamado horrorizados mientras que Swansea describía cómo el tigre había procedido a comerse al chital mientras este que aún pataleaba.
—¡Qué bestia más cruel! —había jadeado una de las mujeres.
Pero tan pronto como Amelia Hathaway entró en el cuarto, Zayn se encontró simpatizando totalmente con el tigre. No había nada que deseara más que mordisquearle el cuello y arrastrarla a algún lugar oculto donde pudiera darse un festín con ella durante horas. Entre la multitud de mujeres elegantemente vestidas, Amelia se destacaba con su sencillo vestido, y al no lucir joyas en la garganta y orejas. Parecía inocente, atractiva y apetitosa. Deseó estar a solas con ella fuera, en campo abierto, deslizando las manos libremente sobre su cuerpo. Pero sabía que era mejor desechar tales pensamientos con respecto a una joven respetable.
Observó la tensa pequeña escena que se desarrolló entre Amelia, su hermano Lord Ramsay, y al arquitecto, el señor Christopher Frost. Aunque no podía oír su conversación, leía sus posturas, la forma sutil en que Amelia se inclinaba hacia su hermano en busca de apoyo. Estaba claro que Amelia y Frost compartían alguna clase de historia… no del tipo feliz. Un romance que había terminado mal, conjeturaba. Se los imaginó juntos, Amelia y Frost. Le disgustó mucho más de lo que hubiera deseado. Conteniendo la oleada de inapropiada curiosidad, se obligó a apartar su atención de ellos.
Mientras anticipaba la prolongada y aburrida cena que estaba por venir, los interminables platos, la afectada conversación, Zayn suspiró profundamente. Había aprendido la coreografía social de estas situaciones, los rígidos límites de las buenas maneras. Al principio incluso lo había visto como un juego, aprendiendo las costumbres de estos privilegiados desconocidos. Pero había comenzado a cansarse de vivir al borde del mundo gadjo. La mayor parte de ellos no deseaban su presencia allí más de lo que él deseaba estar. Pero no parecía existir otro lugar para él excepto la periferia.
Todo esto había comenzado aproximadamente dos años atrás, cuando St. Vincent le había lanzado una libreta de banco de la misma forma casual en que hubiera utilizado para tirarle una ficha de póker.
—He abierto una cuenta para ti en el London Banking House and Investment —le había dicho St. Vincent—. Está en Fleet Street. El porcentaje de los beneficios que te corresponden del Jenner´s serán depositados mensualmente. Adminístralos tú si así lo deseas o ellos se ocuparán por ti.
—No deseo un porcentaje de los beneficios —había dicho Zayn, jugueteando indiferentemente con los dedos sobre la libreta del banco—. Mi sueldo está bien.
—Tu sueldo no podría cubrir el costo anual de mi limpiabotas.
—Es más que suficiente. Y no sabría qué hacer con esto. — Zayn se había quedado atónito ante las cifras indicadas en la hoja de balance. Frunciendo el ceño, había arrojado la libreta a una mesa cercana—. Te la devuelvo.
St. Vincent había parecido divertido y ligeramente exasperado.
—Maldición, hombre, ahora que soy el propietario el casino, puedo decir que el salario que recibes es paupérrimo. ¿Crees que toleraré que me llamen tacaño?
—Te han llamado cosas peores —había precisado Zayn.
—No me importa que me llamen cosas peores cuando me lo merezco. Lo cual, estoy seguro, es a menudo. —St. Vincent lo había mirado de una manera reflexiva. Y, con uno de esos condenados destellos de intuición que uno nunca hubiera esperado del propietario anterior, murmuró—. Esto no cambia nada, sabes. No te hace en menos Romaní que te pague en libras, colmillos de ballena, o conchas.
—Ya he hecho demasiadas concesiones. Desde la primera vez que vine a Londres, vivo bajo un techo, visto ropas de gadjo, trabajo a cambio de un sueldo. Pero yo trazo la línea en esto.
—Sólo te estoy dando una cuenta de ahorros, Malik —había dicho agriamente St. Vincent—, no una pila de estiércol.
—Hubiera preferido el estiércol. Por lo menos es bueno para algo.
—Temo preguntar. Pero la curiosidad me obliga… ¿Para qué, en nombre de Dios, sirve el estiércol?
—Fertilizante.
—Ah. Bien, entonces, entiéndelo de esta manera: el dinero es sólo otra variedad de fertilizante. —St. Vincent había hecho un gesto hacia la desechada libreta de banco—. Haz algo con eso. Lo que desees. Aunque te aconsejaría que fuera algo diferente a abonar con él el césped.
Zayn  había resuelto librarse de cada centavo, malgastándolo en una serie de descabelladas inversiones. Fue entonces cuando la maldición de la buena suerte le había sobrevenido. Su creciente fortuna había empezado a abrirle puertas que jamás se hubieran abierto para él, especialmente ahora en que los hombres de la industria invadían la alta sociedad. Y, habiendo atravesado esas puertas, Zayn se comportaba acorde a las normas, pensando en formas que no eran propias de él. St. Vincent se había equivocado... el dinero lo había hecho menos Roma.
Había olvidado cosas; palabras, historias, las canciones que le habían calmado permitiéndole dormir cuando era niño. Apenas podría recordar el gusto del budín de carne condimentado con almendras y leche hervida, o el guisado de boranija[url=#_ftn1]*[/url] sazonado con vinagre y hojas de diente de león. Los rostros de su familia eran un confuso recuerdo. No estaba seguro de poder reconocerlos si se encontrara con ellos en ese instante. Y eso le hacía temer que ya no fuera un Roma.
¿Cuándo fue la última vez que había dormido bajo el cielo?
La compañía procedió a dirigirse en conjunto al comedor. La naturaleza informal de la reunión significaba que no tendrían que colocarse en orden de precedencia. Una fila de lacayos vestidos en negro, azul, y mostaza se adelantaron para atender a los invitados, retirando las sillas, sirviendo vino y agua. La larga mesa estaba cubierta por un prístino mantel de lino blanco. Cada lugar ampliamente provisto de cubertería de plata, solo superada por una colección de cristalinas copas clasificadas por tamaños.
Zayn eliminó toda expresión de su cara cuando descubrió que debía sentarse junto a la esposa del vicario, a quien había conocido en anteriores visitas a Stony Cross Park. La mujer le tenía pavor. Siempre que la miraba o intentaba hablar con ella, esta se aclaraba incesantemente la garganta. Sus bulliciosos exabruptos le hacían pensar en una tetera cuya tapa encajara mal.
Sin duda la esposa del vicario había oído demasiadas historias de gitanos que robaban niños, echaban maldiciones a la gente, y atacaban a mujeres desamparadas, en un arranque frenético de incontrolable lujuria. Zayn estuvo tentado a informar a la mujer de que, normalmente, nunca secuestraba o saqueaba antes del segundo plato. Pero se mantuvo callado e intentó parecer tan amigable como fuera posible, mientras que ella se encogía en su silla y entablaba una desesperada conversación con el hombre a su izquierda.
Girándose hacia su derecha, Zayn se encontró mirando a los ojos azules de Amelia Hathaway. Estaban sentados uno junto al otro. El placer se desplegó en su interior. Su cabello brillaba como el satén, los ojos eran brillantes, y su piel parecía como si estuviera hecha con algún postre de leche y azúcar. Su visión le recordó una palabra gadjo pasada de moda, le había divertido cuando la había escuchado por primera vez. Apetitosa. La palabra se utilizaba para definir algo delicioso, implicando el placer del paladar, pero también la atracción sexual. Encontraba la naturalidad de Amelia mil veces más atractiva que la empolvada sofisticación y las enjoyadas galas de otras mujeres allí presentes.
—Si está intentando parecer humilde y civilizado —dijo Amelia—, no está funcionando.
—Se lo aseguro, soy inofensivo.
Amelia sonrió ante esa afirmación.
—No dudo que le complacería que todo el mundo creyera eso.
Disfrutaba de su suave y limpio olor, del hechicero tono de su voz. Deseaba tocar la delicada piel de sus mejillas y garganta. En lugar de eso se contuvo y observó como ella se colocaba una servilleta de lino sobre el regazo.
Un lacayo se acercó para llenarles las copas de vino. Zayn notó que Amelia echaba furtivas miradas a sus hermanos como una mamá gallina con sus traviesos polluelos. Incluso su hermano, sentado dos lugares más allá en la cabecera de la mesa, estaba sujeto a la misma implacable preocupación. Se tensó cuando cruzó la mirada con Christopher Frost, que estaba ubicado cerca del otro extremo de la mesa. Se sostuvieron la mirada, mientras la garganta de Amelia ondulaba al tomar un sorbo. Parecía cautivada por el gadjo. Obviamente aún existía atracción entre esos dos. Y por la expresión de Frost, este estaba más que deseoso de reanudar la relación.
Zayn tuvo que hacer acopio de una gran fuerza de voluntad —y disponía de ella en considerable cantidad— para no ensartar a Christopher Frost con un utensilio de mesa. Deseaba disponer de la atención de Amelia. Toda ella.
—En la primera cena formal a la que asistí en Londres —le dijo a Amelia—, esperaba irme hambriento.
Para su inmediata satisfacción, Amelia se giró hacia él, su atención reenfocada.
—¿Por qué?
—Porque creí que los platillos eran lo que utilizaban los gadjos para su plato principal. Lo cual significaba que no iba a conseguir mucha comida.
Amelia rió.
—Debió sentirse aliviado cuando trajeron los platos grandes.
Él sacudió la cabeza.
—Estaba demasiado ocupado aprendiendo las reglas de la mesa.
—¿Como por ejemplo?
—Siéntese donde le indiquen, no hablar de política o de las funciones corporales, tomar la sopa delicadamente con la cuchara sopera, no pinchar los alimentos con el tenedor con entusiasmo y nunca ofrecer a alguien alimento de tu plato.
—¿Los Rom comparten con los demás la comida de su plato?
Él la miró prolongadamente.
—Si comiéramos al estilo gitano, sentándonos ante el fuego, le ofrecería los bocados de carne más suculentos. El más tierno pan. Las más dulces clases de frutas.
El color aumentó en sus mejillas, y ella buscó su copa de vino. Después de un cuidadoso sorbo, dijo sin mirarlo:
—Payne  raramente habla de tales cosas. Creo que he aprendido más de usted que después de doce años de conocerlo a él.
— Payne … —el taciturno chal que la había acompañado a Londres. Resultaba inconfundible la fácil familiaridad entre los dos, dejando ver que Payne era más que un mero criado para ella.
Sin embargo, antes que Zayn pudiera profundizar en el asunto, el plato de sopa fue servido. Los lacayos y los mayordomos trabajaban en armonía para presentar enormes y humeantes soperas de salsa de salmón con limón y eneldo, sopa de ortiga con queso y trocitos de alcaravea, la sopa de berros estaba adornada con trozos de faisán, y la sopa de hongos con crema amarga y brandy.
Después de que Zayn eligiera la sopa de ortiga y esta fuera servida ante él en un cuenco chino poco profundo, se giró para hablar con Amelia otra vez. Para su decepción, en ese momento se encontraba monopolizada por el hombre ubicado al otro lado de ella, que describía entusiasmado su colección de porcelana del Extremo Oriente.
Zayn realizó un rápido inventario de las otras conversaciones a su alrededor, todos trataban asuntos mundanos. Esperó pacientemente hasta que la esposa del vicario dirigió su atención al plato de sopa frente a ella. Cuando levantó la cuchara hasta sus labios tan finos como el papel, notó que Zayn la observaba. Otro ruido al aclararse la garganta, mientras la cuchara temblaba en su mano.
Intentó pensar en algo que la interesara.
—Marrubio —le dijo de forma práctica.
Los ojos de ella se dilataron con alarma, y el pulso le palpitó visiblemente en el cuello.
—H-h-h… —susurró ella.
—El marrubio, la raíz de regaliz, y la miel. Son buenos para librarse de la flema en la garganta. Mi abuela era curandera, me enseñó muchos de sus remedios.
La palabra “flema” estuvo a punto de hacer que los ojos se le quedaran en blanco.
—El marrubio también es bueno para la tos persistente y mordeduras de serpiente —continuó Zayn servicialmente.
Su rostro perdió color, y posó su cuchara en el plato. En un esfuerzo desesperado por alejarse de él, prestó toda su atención a los comensales ubicados a su izquierda.
Al ser rechazada su tentativa de cortés intercambio social, Zayn se sentó cómodamente mientras la sopa era retirada y el segundo plato era servido. Mollejas en salsa blanca, perdices en camas de hierbas aromáticas, empanadas de pichones, carne asada, y soufflé de verdura llenaron el aire con una cacofonía de ricos olores. Los huéspedes exclamaron elogiosamente, observando con expectación mientras sus platos eran colmados.
Pero Amelia Hathaway parecía apenas consciente de los suculentos alimentos. Su atención estaba centrada en una conversación en el extremo de la mesa, entre Lord Westcliff y su hermano Louis. Su rostro permanecía tranquilo, pero sus dedos formaban un apretado puño.
—… obviamente, usted posee una gran área de buena tierra cultivada que ha estado sin cultivar… —decía Westcliff, mientras Louis escuchaba evidentemente sin interés—. Pondré a mi propio administrador a vuestra disposición, para que le informe de los términos de arrendamiento usuales aquí en Hampshire. Estos arreglos generalmente no están escritos, lo cual supone, para ambas partes, una obligación de honor a la hora de cumplir los acuerdos…
—Se lo agradezco —dijo Louis después de beber la mitad de su vino con un oportuno trago—, pero negociaré con mis arrendatarios cuando estime oportuno, milord.
—Me temo que con el tiempo muchos se han marchado —contestó Westcliff—. Muchas de las casas de los arrendatarios en sus tierras se han visto afectadas por las lluvias. La gente que ahora depende de usted ha estado abandonada a su suerte desde hace demasiado tiempo.
—Entonces ya es hora de que aprendan que una de mis grandes cualidades es que siempre decepciono a los que dependen de mí. — Louis dirigió una brillante sonrisa a Amelia, sus ojos eran fríos—. ¿No es así, hermanita?
Con visible esfuerzo, Amelia forzó sus dedos a relajarse.
—Estoy segura que Lord Ramsay prestará toda su atención a las necesidades de sus arrendatarios —dijo cuidadosamente—. Le ruego que no se deje engañar por su intento de resultar divertido. De hecho, ya ha mencionado sus futuros planes para mejorar las casas de los arrendatarios y estudiar modernos métodos de agricultura…
—Si estudio algo —dijo Louis con voz cansina—, será el fondo de una buena botella de oporto. Los arrendatarios de Ramsay han demostrado su capacidad para prosperar a pesar del descuido, está claro que no necesitan de mi intervención.
Algunos huéspedes se tensaron aprensivamente ante el despreocupado discurso de Louis, mientras que otros emitían algunas risas forzadas. La tensión espesó el aire.
Si Louis intentaba deliberadamente enemistarse con Westcliff, no podría haber elegido una mejor forma de hacerlo. Westcliff sentía una gran preocupación para los menos afortunados que él, y una dura aversión hacia los nobles autoindulgentes que no cumplían con sus responsabilidades.
—Demonios. —oyó Zayn murmurar a Lillian en un suspiro, mientras las cejas de su esposo bajaban de sopetón hasta sus fríos y oscuros ojos.
Pero justo cuando Westcliff separaba los labios para soltar un desdeñoso sermón al joven e insolente vizconde, una de las invitadas emitió un chillido atronador. Otras dos señoras saltaron de sus sillas, junto con varios de los caballeros, todos ellos fijando en la mirada con horror en el centro de la mesa.
Toda conversación se detuvo. Siguiendo las miradas de los invitados, Zayn vio algo… ¿un lagarto?, retorciéndose y arrastrándose por el camino a través de fuentes y saleros. Sin vacilar se inclinó hacia adelante y capturó a la pequeña criatura, ahuecando las manos para sostenerlo. El lagarto se retorció furiosamente en el espacio entre sus palmas cerradas.
—Lo tengo —dijo suavemente.
La esposa del vicario se desmayó, cayendo hacia atrás en su silla con un quejido bajo.
—¡No lo lastime! —dijo en voz alta y ansiosa Beatrix Hathaway—. ¡Es la mascota de la familia!   
Los invitados echaron un vistazo desde las manos cerradas de Zayn a la chica Hathaway de rostro contrito.
—¿Una mascota?… Qué alivio —dijo tranquilamente Lady Westcliff, mirando a lo largo de la mesa hasta donde se encontraba su esposo con el rostro en blanco—. Pensé que era alguna nueva delicadeza inglesa que acabábamos de servir.
Una ráfaga de color oscureció el rostro de Westcliff, y su mirada se apartó de su esposa con fiera concentración. Para cualquier persona que le conociera, resultaba obvio que luchaba por no reír.
—¿Has traído a Spot a la cena? —preguntó Amelia a su hermana menor llena de incredulidad—. ¡Bea, ayer te dije que te librarás de él!
—Lo intenté —replicó Beatrix tristemente—, pero después de dejarlo en un tronco, me siguió a casa.
—Bea —dijo Amelia severamente—, los reptiles no siguen a la gente a casa.
—Spot no es ningún lagarto ordinario. Él…
—Lo discutiremos en privado. —Amelia se levantó de su silla, obligando a los caballeros a levantarse de sus asientos. Miró apenada a Westcliff—. Le pido perdón, milord. Si nos excusa…
El conde dio un educado cabeceo.
El otro hombre… Christopher Frost… miró a Amelia con una intensidad que hizo que a Zayn se le erizara la piel del cuello.
—¿Puedo ayudar? —preguntó Frost. Su voz estaba cuidadosamente desprovista de toda urgencia, pero en la mente de Zayn no había duda sobre cuánto deseaba el hombre salir con ella.
—No hay necesidad —dijo Zayn suavemente—. Como puede ver, todo está adecuadamente en mis manos. A su servicio, señorita Hathaway.
Y, sosteniendo aún al inquieto reptil, acompañó a las hermanas fuera de la sala.


 





[url=#_ftnref1]*[/url] Judías verdes o bajocas en los países de Los Balcanes (Macedonia, Croacia, etc.) N. de T. 
isabellita102
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