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MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT) Empty MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)

Mensaje por isabellita102 Lun 09 Sep 2013, 8:04 pm

TITULO: MIA AMEDIA NOCHE
ADAPTACION: SI DE UN LIBRO DE LISA KLEYPAS
GENERO: ROMANCE Y EROTICA 
OTRAS PAGINAS: NO SE SI ESTA EN ESTE FORO AVÍSENME 
ADVERTENCIAS: TIENE ESCENAS HOT 

MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT) 2m800tf
ARGUMENTO 

 
Cuando una inesperada herencia eleva a su familia a la categoría de la aristocracia, Amelia Hathaway descubre que atender a sus hermanas menores y a su rebelde hermano era fácil, comparado a conducirse por las complejidades de la Alta Sociedad. Y que había algo más provocativo: la atracción que siente por el alto, oscuro y peligrosamente atractivo Zayn Malik.
 
Mucho más adinerado de lo que la mayoría de los hombres sueñan ser, Zayn está cansado de las mezquinas restriciones de la sociedad y anhela regresar a sus “poco civilizadas” raíces gitanas. Cuando la deliciosa Amelia lo llama pidiéndole ayuda, piensa ofrecerle solamente su amistad… pero sus intenciones no coinciden con el deseo que los deslumbra. ¿Podrá un hombre que rechaza con desprecio la tradición, caer en la tentación de ese consagrado arreglo que es el matrimonio?


Última edición por isabellita102 el Mar 10 Sep 2013, 8:38 pm, editado 1 vez
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MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT) Empty Re: MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT)

Mensaje por isabellita102 Lun 09 Sep 2013, 8:28 pm

Capítulo 1
 MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT) 2nvwiq
Londres 1848. Otoño.
 
Encontrar a una persona en una ciudad de casi dos millones era una tarea formidable. Ayudaba que el comportamiento de esa persona fuera previsible y que normalmente se le pudiera encontrar en una taberna o en una tienda de ginebra. Aun así, no sería fácil.
“¿Louis, dónde estás?” pensaba la señorita Amelia Hathaway desesperada, mientras las ruedas del carruaje traqueteaban por la calle empedrada. El pobre, salvaje y problemático Louis. Algunas personas, frente a circunstancias intolerables, simplemente... se rompían. Algo parecido había ocurrido en el caso de su anteriormente elegante y responsable hermano. En este momento él estaba probablemente más allá de toda esperanza de reparación.
—Le encontraremos —dijo Amelia, con una seguridad que no sentía. Miró al gitano que se sentaba frente a ella. Como siempre, Payne no mostraba ninguna expresión.
Se podría perdonar a uno por asumir que Payne era un hombre de emociones limitadas. Era tan precavido que, de hecho, aún después de vivir con la familia Hathaway durante quince años, todavía no le había dicho a nadie su nombre de pila. Le conocían sólo como Payne desde que lo habían encontrado, maltratado e inconsciente, junto a un riachuelo que atravesaba su propiedad.
Cuando Payne se despertó para descubrirse rodeado por los curiosos Hathaway, había reaccionado violentamente. Habían sido necesarios sus esfuerzos combinados para mantenerle en la cama, todos ellos exclamando que empeoraría sus heridas, que debía quedarse quieto. El padre de Amelia había deducido que el niño era el sobreviviente de una cacería de gitanos; una práctica brutal según la cual los hacendados locales recorrían a caballo sus propiedades con armas y garrotes para limpiarlas de campamentos gitanos.
—El muchacho probablemente fue abandonado para que muriera —había comentado gravemente el señor Hathaway. Como caballero instruido y progresista, desaprobaba cualquier forma de violencia—. Me temo que será difícil contactar con su tribu. Probablemente estarán bastante lejos a estas alturas.
—¿Podemos quedárnoslo, papá? —La hermana menor de Amelia, Poppy, lloraba ansiosamente, sin duda visualizando al niño salvaje (que le enseñaba los dientes como un lobo atrapado) como una divertida nueva mascota.
El señor Hathaway le había sonreído.
—Puede quedarse tanto tiempo como decida. Pero dudo que se quede aquí más de una semana o así. Los gitanos romaníes –los Rom, como se llamaban a sí mismos– son gente nómada. Les desagrada permanecer bajo techo demasiado tiempo. Les hace sentirse encerrados.
De todas formas, Payne se había quedado. Había comenzado como un muchacho pequeño y más bien delgado. Pero con los cuidados apropiados y comidas regulares, había crecido de una forma casi alarmante, hasta convertirse en un hombre de proporciones robustas y poderosas. Era difícil decir exactamente qué era Payne: No era en realidad un miembro de la familia, ni un criado. Aunque desempeñaba diversas tareas para los Hathaway, como conductor y hombre para todo; también comía en la mesa familiar cada vez que lo deseaba; y ocupaba un dormitorio en la parte principal de la casa de campo.
Ahora que Louis se había perdido y estaba posiblemente en peligro, no hubo que pedir a Payne que ayudara a encontrarlo.
No era muy correcto que Amelia viajara sola en compañía de un hombre como Payne. Pero a los veintiséis años, ella se consideraba más allá de cualquier necesidad de acompañante.
—Empezaremos por eliminar los lugares a los que Louis no iría —dijo ella—. Las iglesias, los museos, los lugares culturales y los vecindarios refinados están naturalmente fuera de consideración.
—Eso todavía nos deja la mayor parte de la ciudad —gruñó Payne.
A Payne no le gustaba Londres. En su opinión, el funcionamiento de la llamada sociedad civilizada era infinitamente más bárbaro que cualquier cosa que pudiera ser encontrada en la naturaleza. Si le dieran a elegir entre pasar una hora con una piara de jabalíes o en una sala de estar con compañía elegante, él habría escogido a los verracos sin titubear.
—Probablemente debiéramos comenzar con las tabernas —continuó Amelia.
Payne le dirigió una mirada sombría.
—¿Sabes cuántas tabernas hay en Londres?
—No, pero estoy segura de que lo sabré cuando acabe la noche.
—No vamos a comenzar con las tabernas. Iremos adonde es probable que Louis encuentre más problemas.
—¿Y eso sería?
—Jenner's.
Jenner’s era un club de juego de mala reputación donde los caballeros iban a comportarse de formas poco caballerosas. Originalmente fundado por un exboxeador llamado Ivo Jenner, el club cambió de manos a su muerte, y ahora lo poseía su yerno, Lord St. Vincent. La maltrecha reputación de St. Vincent sólo había realzado el atractivo del club. Asociarse a Jenner’s costaba una fortuna. Naturalmente, Louis había insistido en asociarse inmediatamente tras heredar su título tres meses antes.
—Si tienes intención de beber hasta matarte —le había dicho Amelia a Louis serenamente—, desearía que lo hicieras en un lugar más asequible.
—Pero ahora soy vizconde —había contestado Louis despreocupadamente—. Tengo que hacerlo con estilo, o ¿qué dirá la gente?
—¿Que eres un derrochador y un tonto, y que un título tan antiguo ha recaído en un mono?
Eso había producido una amplia sonrisa de respuesta en su bien parecido hermano.
—Estoy seguro de que la comparación es muy injusta para el mono.
Cada vez más fría a causa de la creciente preocupación, Amelia presionó sus dedos enguantados sobre la superficie dolorida de su frente. Ésta no era la primera vez que Louis había desaparecido, pero definitivamente era la más larga.
—Nunca he estado dentro de un club de juego. Será una nueva experiencia.
—No la dejarán entrar. Usted es una dama. Y aunque ellos lo permitieran, yo no.
Bajando la mano, Amelia lo miró con sorpresa. Era raro que Payne le prohibiese alguna cosa. De hecho, ésta podía ser la primera vez. Lo encontró irritante. En vista de que la vida de su hermano podía estar en juego, ella no iba a detenerse en nimiedades como las sutilezas sociales. Además, sentía curiosidad por ver cómo era el interior del exclusivo refugio masculino. Ya que estaba condenada a quedarse para vestir santos, bien podía disfrutar de las pequeñas libertades que eso conllevaba.
—Tampoco te dejarán entrar a ti —señaló—, eres un Rom.
—Ocurre que el gerente del club también es un Rom.
Eso era inusual. Extraordinario, incluso. Los gitanos tenían fama de ladrones y embaucadores. Que un Rom fuera el encargado de la contabilidad y los créditos, sin mencionar el arbitrar las controversias en las mesas de juego, no era poco motivo de asombro.
—Debe de ser un individuo de lo más que notable para haber asumido tal posición —dijo Amelia —. Muy bien, te permitiré acompañarme al interior de Jenner’s. Es posible que tu presencia lo induzca a ser más abierto.
—Gracias.
La voz de Payne  fue tan seca que podía haber encendido una cerilla con ella.
Amelia guardó un estratégico silencio mientras él conducía la berlina cubierta entre la aglomeración de atracciones, tiendas, y teatros de la ciudad. El carruaje traqueteante rebotaba con desenvoltura a lo largo de las anchas calles, pasando frente a hermosos bloques adornados con columnas y pulcros setos, y edificios de estilo georgiano. A medida que las calles se volvían más lujosas, las paredes de ladrillo dejaban paso al estuco, el cual pronto dejó paso a la piedra.
El paisaje del West End no le era familiar a Amelia. A pesar de la proximidad de su pueblo, los Hathaway no se aventuraban a menudo a ir a la ciudad, y desde luego no a esta zona. Incluso ahora con su reciente herencia, era poco lo que podían permitirse aquí.
Mirando a Payne, Amelia se preguntaba por qué él parecía saber exactamente dónde iban, cuando no estaba más familiarizado con la ciudad que ella. Pero Payne tenía instinto para encontrar su camino donde fuera.
Giraron en King Street, que resplandecía a causa de la luz que despedían las lámparas de gas. Era ruidosa y estaba atestada, congestionada por vehículos y grupos de peatones encaminándose hacia los entretenimientos nocturnos. El cielo era de un rojo opaco, como la luz que conseguía colarse a través de la niebla causada por el humo del carbón. Las siluetas de los tejados de los edificios elegantes rompían el horizonte, una hilera de formas oscuras proyectándose como los dientes de las brujas.
Payne guió al caballo hacia un estrecho callejón de establos, detrás de un gran edificio con la fachada de piedra. Jenner’s. El estómago de Amelia se contrajo. Probablemente era mucho pedir encontrar a su hermano aquí, en el primer lugar donde miraban.
—¿ Payne? —Su voz era tensa.
—¿Sí?
—Probablemente deberías saber que si mi hermano no ha logrado matarse todavía, pienso disparar contra él cuando le encontremos.
—Te daré la pistola.
Amelia sonrió y enderezó su bonete.
—Entremos. Y recuerda: hablaré yo.
Un olor inaceptable inundaba el callejón, un olor a ciudad, a animales, basura y polvo de carbón. En ausencia de una buena lluvia, la porquería se acumulaba rápidamente en las calles y los regachos. Descendiendo hasta el sucio suelo, Amelia se apartó de un salto del camino de las ratas rechinantes que corrían a lo largo de la pared del edificio.
Mientras Payne le entregaba las riendas a un mozo de cuadra de los establos, Amelia miró hacia el final del callejón.
Un par de jóvenes de la calle se inclinaba cerca de un fuego diminuto, asando algo en unos pinchos. Amelia no quiso hacer conjeturas sobre la naturaleza de lo que estaban asando. Su atención se dirigió a un grupo, tres hombres y una mujer, iluminado por una incierta llama. Parecía que dos de los hombres se daban de puñetazos. Sin embargo, estaban tan embriagados que su pelea era como una actuación de osos bailarines.
El vestido de la mujer era de una tela de colores chillones, el corpiño escotado revelaba las colinas regordetas de sus senos. Parecía divertida por el espectáculo de dos hombres peleando por ella, mientras un tercero trataba de acabar con la gresca.
—¡Ya os dije antes, mis elegantes machotes —exclamó la mujer con acento cockney—, que os aceptaría a los dos, no hay ninguna necesidad de una pelea de gallos!
—Quédate atrás —exclamó Payne.
Haciéndose la sorda, Amelia se acercó más para ver mejor. No era la imagen de la riña lo que resultaba tan interesante, incluso su pequeño, y pacífico pueblo, Primrose Place, tenía su ración de peleas a puñetazos. Todos los hombres, cualquiera que fuera su situación, sucumbían ocasionalmente a sus bajos instintos. Lo que atraía la atención de Amelia era el tercer hombre, el presunto pacificador, que se lanzó entre los estúpidos borrachos y trató de razonar con ellos.
Iba tan bien vestido como los caballeros que tenía a cada lado... pero resultaba obvio que este hombre no era un caballero. Tenía el cabello negro y su piel era morena y exótica. Y se movía con la gracia veloz de un gato, evitando fácilmente los golpes y las estocadas de sus adversarios.
—Señores —decía en un tono razonable, sonaba relajado incluso cuando bloqueó un puñetazo con su antebrazo—. Me temo que ambos deben detener esto ahora, o me veré obligado a… —se interrumpió y se inclinó a un lado al tiempo que el hombre que tenía daba un salto.
La prostituta gorjeó ante la imagen.
—Te tienen dando saltos esta noche, Malik—exclamó.
Esquivando otro golpe, Malik trató de convencerlos de nuevo.
—Señores, seguramente saben que —se agachó bajo el arco veloz de un puño—, la violencia —bloqueó un gancho de derecha— nunca soluciona nada.
—¡Sodomita! —dijo uno de los hombres, y embistió hacia adelante como una cabra enloquecida.
Malik saltó a un lado y le hizo arremeter directamente contra la pared. El asaltante sufrió un colapso con un gemido y cayó sin aliento al suelo.
La reacción de su adversario fue singularmente desagradecida. En lugar de darle las gracias al hombre moreno por detener la pelea, gruñó:
—¡Maldito sea por interferir, Malik! ¡Lo hubiera machacado! —Cargó hacia adelante batiendo los puños como aspas de molino.
Malik eludió un gancho de izquierda y le lanzó hábilmente al suelo. Saltó por encima de la figura tumbada, limpiándose la frente con la manga.
—¿Ha tenido bastante? —preguntó amablemente—. ¿Sí? Bien. Por favor permítame ayudarle a levantarse, milord. —Mientras Malik tiraba del hombre hacia arriba, miró hacia el umbral de una de las puertas del club, dónde aguardaba un empleado—. Dawson, escolte a Lord Latimer hasta su carruaje. Yo llevaré a Lord Selway.
—No es necesario —dijo el aristócrata, que acababa de ponerse en pie, y parecía sin resuello—. Puedo caminar hasta mi propio puñetero carruaje. —Tirando de sus ropas para recolocarlas sobre su voluminosa figura, lanzó al hombre moreno una mirada ansiosa—. Malik, obtendré su palabra en algo.
—¿Sí, milord?
—Si se supiera una palabra de esto, si Lady Selway descubriera que me he peleado por los favores de una mujerzuela, mi vida no valdría un cuarto de penique.
Malik contestó con reconfortante calma.
—Ella nunca lo sabrá, milord.
—Ella lo sabe todo —dijo Selway—. Está aliada con el diablo. Si le preguntan alguna vez por este pequeño altercado...
—Se debió a una partida de whist particularmente encarnizada —fue la insípida respuesta.
—Sí. Sí. Buen hombre. —Selway palmeó al hombre más joven en el hombro—. Y para sellar su silencio… —se llevó una mano musculosa a su chaleco y extrajo una pequeña bolsa.
—No, milord.
Malik dio un paso atrás con una sacudida firme de su cabeza, su brillante cabello negro voló con el movimiento y lo retiró a su lugar.
—Mi silencio no tiene precio.
—Tómelo —insistió el aristócrata.
—No puedo, milord.
—Es suyo. —Lanzó la bolsa de monedas al suelo, aterrizando a los pies de Malik con un ruido metálico—. Ahí está. Si elige dejarlo en la calle o no es enteramente su elección.
Mientas el caballero se iba, Malik clavó los ojos en la bolsa como si fuera un roedor muerto.
—No la quiero —masculló para nadie en particular.
—Yo la cogeré —dijo la prostituta, adelantándose. Recogió la bolsa y la sopesó. Una sonrisa de burla cruzó su rostro—. Caray, nunca he visto a un gitano que tuviera escrúpulos.
—No los tengo —dijo Malik agriamente—. Pero no lo necesito.
Suspirando, se frotó la nuca con una mano.
Ella se rió de él y deslizó una mirada abiertamente apreciativa sobre su delgada figura
—Odio coger algo por nada. ¿Qué tal una pequeña cabalgada en el callejón antes de que me vuelva a Bradshaw's?
—Aprecio la oferta —dijo él educadamente—, pero no.
En un casi divertido encogimiento de hombros, ella alzó un hombro.
—Menos trabajo para mí, entonces. Buenas noches.
Malik respondió con una breve inclinación de cabeza, parecía contemplar una mancha del suelo con demasiada concentración. Estaba muy quieto, parecía escuchar algún sonido casi imperceptible. Subiendo una mano hasta su nuca de nuevo, la frotó como para apaciguar una punzada. Lentamente se giró y miró directamente hacia Amelia.
Una pequeña sacudida la traspasó cuando se cruzaron sus miradas. Aunque estaban a varias yardas de distancia, ella sintió la fuerza completa de su advertencia. Su expresión no estaba atenuada por calor o bondad. De hecho, parecía despiadado, como si mucho tiempo atrás hubiera descubierto que el mundo era un lugar desagradable y hubiera decidido aceptarlo en sus propios términos.
Mientras su mirada se deslizaba sobre ella, Amelia supo exactamente lo que veía: una mujer vestida con ropa cómoda y zapatos prácticos. Ella tenía la piel clara y el cabello oscuro, de altura mediana, con las sonrosadas mejillas comunes a todos los Hathaway. Su figura era robusta y voluptuosa, aun cuando la moda era ser delgada como un junco, pálida y frágil.
Sin vanidad, Amelia sabía que aunque no era una gran belleza, era lo suficientemente atractiva como para haber atrapado un marido. Pero había arriesgado su corazón una vez, con consecuencias desastrosas. Tenía pocas ganas de intentarlo de nuevo. Y Dios sabía que estaba bastante ocupada tratando de manejar al resto de los Hathaway.
Malik apartó la vista de ella. Sin una palabra o una inclinación de cabeza en señal de aceptación, caminó hacia la entrada trasera del club. Su caminar era pausado, como si se estuviese concediendo tiempo para pensar en algo. Había una facilidad distintiva en sus movimientos. Sus zancadas eran tan regulares como si fluyera sobre el agua.
Amelia alcanzó el umbral al mismo tiempo que él.
—Señor, señor Malik, supongo que usted es el gerente del club.
Malik se detuvo y se enfrentó a ella. Estaban de pie lo suficientemente cerca como para que Amelia detectara el olor masculino del esfuerzo excesivo y la piel caliente. Su chaleco desabrochado, hecho de lujoso brocado gris, colgaba abierto a los lados para revelar una camisa blanca de fino lino debajo. Mientras Malik volvía a abotonarse el chaleco, Amelia distinguió varios anillos de oro en sus dedos. Una ola de nerviosismo la recorrió, dejando un calor poco familiar a su paso. Notaba su corsé muy apretado, el escote de cuello alto la constreñía.
Precipitadamente, se resignó a clavar los ojos directamente en él. Era aún joven, todavía no tendría los treinta, con el semblante de un ángel exótico. Esta cara definitivamente se había creado para el pecado... la boca amenazadora, la mandíbula angulosa, los ojos de un dorado avellana sombreados por largas pestañas. Su pelo necesitaba un recorte, los rizos negros se curvaban ligeramente sobre la nuca. La garganta de Amelia se cerró con un rápido jadeo, cuando vio el brillo de un diamante en su oreja.
Él le concedió una meticulosa reverencia.
—A sus órdenes, señorita...
—Hathaway —precisó ella. Empezó a señalar a su compañero, que se había quedado a su izquierda—. Y éste es mi compañero, Payne.
Malik lo miró con alarma.
—La palabra gitana para '”vida”' y también para “muerte”.
¿Era eso lo que el nombre de Payne quería decir? Amelia, asombrada, lo miró. Payne hizo un leve encogimiento de hombros para indicar que no importaba. Ella se volvió hacia Malik.
—Señor, hemos venido a hacerle una pregunta o dos referente a…
—No me gustan las preguntas.
—Ando buscando a mi hermano, Lord Ramsay —continuó ella tenazmente—, y necesito desesperadamente cualquier información que pueda usted tener respecto a su paradero.
—No se lo diría aunque lo supiera.
Su acento era una mezcla sutil de extranjero y cockney, e incluso un toque de clase alta. Era la voz de un hombre que alternaba con un surtido inusual de personas.
—Le aseguro, señor, que no me pondría a mí misma o a cualquier otro en problemas, si no fuera absolutamente necesario. Pero es el tercer día desde que mi hermano desapareció…
—No es mi problema.
Malik se volvió hacia la puerta.
—Tiende a mezclarse con malas compañías…
—Es una desgracia.
—Puede estar muerto a estas alturas.
—No puedo ayudarla. Le deseo suerte en su búsqueda.
Malik abrió la puerta y comenzó a entrar en el club.
Se detuvo cuando Payne habló en romaní.
Desde que Payne estaba con los Hathaway, sólo había habido unas pocas ocasiones en que Amelia le hubiera oído hablar el idioma secreto de los Rom. Era un sonido pagano, repleto de consonantes y vocales interminables, pero había una música primitiva en la forma en que se ensamblaban las palabras.
Clavando los ojos en Payne, Malik apoyó el hombro contra el marco de la puerta.
—El antiguo idioma —dijo—. Hace años que no lo oía. ¿Quién es el patriarca de tu clan?
—No tengo clan.
Transcurrió una larga pausa, mientras Payne permanecía inescrutable frente a la mirada de Malik.
Los ojos color avellana se estrecharon.
—Entre. Veré lo que puedo averiguar.
Fueron introducidos en el club sin cumplidos, Malik indicó a un empleado que les mostrara una sala privada escaleras arriba. Amelia oyó el zumbido de voces, y música procedentes de alguna parte, y el ruido de pasos de un lado a otro. Esta era una concurrida colmena masculina prohibida para alguien como ella.
El empleado, un joven con acento de la parte este de Londres y modales cuidadosos, los hizo pasar a un cuarto bien amueblado y les pidió que esperasen allí hasta que Malik regresara. Payne fue hasta una ventana que daba a King Street.
Amelia estaba sorprendida por el sosegado lujo que la rodeaba: la alfombra anudada a mano estaba hecha de sombras azules y cremas, los paneles eran de madera y el mobiliario tapizado en terciopelo.
—De muy buen gusto —comentó ella, quitándose el sombrero y colocándolo en una mesita de caoba con las patas en forma de garra—. Por alguna razón había esperado algo un poco... bueno, chabacano.
—Jenner’s es algo más que el típico establecimiento. Se hace pasar por un club de caballeros, cuándo su verdadero propósito es ofrecer la mayor variedad de apuestas de Londres.
Amelia fue hasta una estantería de libros e inspeccionó los volúmenes mientras preguntaba ociosamente:
—¿Por qué crees, que el señor Malik se resistió a coger el dinero de Lord Selway?
Payne le dirigió una mirada sardónica sobre el hombro.
—Ya sabes lo que sienten los Rom sobre las posesiones materiales.
—Sí, sé que a tu gente no le gustan los estorbos. Pero por lo que he visto, los Rom rara vez rechazan aceptar unas monedas a cambio de un servicio.
—Es algo más que no querer tener estorbos. Para un chal estar en esta posición…
—¿Qué es un chal?
—Un hijo de Rom. Para un chal vestir ropas finas, quedarse bajo techo mucho tiempo, conseguir recompensa financiera... es bochornoso. Les da vergüenza. Es contrario a su naturaleza.
Estaba tan serio y seguro de sí mismo, que Amelia no pudo resistirse a burlarse un poco.
—¿Y cuál es tu excusa, Payne? Te has quedado bajo el techo de los Hathaway durante un tiempo terriblemente largo.
—Eso es diferente. En primer lugar, no gano nada viviendo con vosotros.
Amelia se rió.
—Por otro... —La voz de Payne se suavizó—. Le debo mi vida a tu familia.
Amelia sintió una oleada de afecto cuando clavó sus ojos en su perfil inquebrantable.
—Qué aguafiestas —dijo ella en voz baja—. Intento burlarme de ti, y arruinas el momento con sinceridad. Sabes que no estás obligado a quedarte, querido amigo. Has pagado tu deuda con nosotros más de mil veces.
Payne negó con la cabeza de inmediato.
—Sería como dejar un nido de polluelos de frailecillo con un zorro en las cercanías.
—No estamos tan indefensos en absoluto —protestó ella—. Soy perfectamente capaz de ocuparme de la familia... y también de Louis. Cuando está sobrio.
—¿Y cuándo es eso? —Su tono ligero hizo la pregunta aún más sarcástica.
Amelia abrió la boca para discutir la cuestión, pero se vio forzada a cerrarla. Payne  tenía razón… Louis había pasado los últimos seis meses en un estado de perpetua ebriedad. Se puso una mano sobre el diafragma, donde la preocupación se había acumulado como un saco de plomo. Pobrecito Louis … la aterrorizaba la posibilidad de no poder hacer nada por él. Era imposible salvar a un hombre que no quería ser salvado.
Eso no le impediría intentarlo, no obstante.
Paseó por la habitación, demasiado agitada para sentarse y esperar serenamente. Louis estaba allí afuera en alguna parte, necesitando ser rescatado. Y no había forma de saber cuánto tiempo les haría Malik esperar allí el momento oportuno.
—Voy a echar un vistazo —dijo ella, encaminándose a la puerta—. No iré lejos. Quédate aquí, Payne, por si acaso viniera el señor Malik.
Le oyó mascullar algo en voz baja. Ignorando su petición, él le pisaba los talones cuando salió al vestíbulo.
—Esto no está bien —dijo detrás de ella.
Amelia no se detuvo. Las convenciones no tenían poder sobre ella ahora. “Ésta es mi única oportunidad de ver el interior de un club de juego, no voy a desaprovecharla”. Siguiendo el sonido de las voces, se aventuró hacia una galería que rodeaba la segunda planta de un enorme y espléndido salón.
Montones de hombres elegantemente vestidos se reunían alrededor de tres grandes mesas de juego, observando el proceso, mientras los crupieres empleaban rastrillos para recoger los dados y el dinero. Había una gran cantidad de conversaciones y gritos, el aire crujía de excitación. Los empleados atravesaban el salón de juego, con algunas bandejas de comida y vino, otros llevando bandejas de fichas y naipes nuevos.
Permaneciendo semioculta tras una columna, Amelia examinó al gentío de la galería superior. Su mirada se detuvo en el señor Malik, quien vestía una corbata y un abrigo negros. Si bien estaba vestido de modo semejante a los socios del club, se distinguía de los demás como un zorro entre las palomas.
Malik  estaba medio sentado, medio apoyado contra el voluminoso escritorio de caoba del gerente en un rincón del salón, donde se dirigía el juego. Parecía darle indicaciones a un empleado. Usaba un mínimo de gestos, pero aun así, había un indicio de talento para el espectáculo en sus movimientos, una habilidad física que saltaba a la vista.
Y entonces… en cierta forma... la intensidad del interés de Amelia pareció alcanzarle. Alzó la mano hacia su nuca, y luego la miró directamente. Tal como había hecho en el callejón. Amelia sintió sus latidos por todo el cuerpo, en las extremidades, las manos y los pies e incluso en las rodillas. Una marea de rubor la inundó. Se sintió inmersa en la culpabilidad, el calor y la sorpresa, con el rostro encendido como el de un niño, antes de que finalmente pudiera apartar sus ojos lo suficiente como para esconderse detrás de la columna.
—¿Qué pasa? —oyó preguntar a Payne.
—Creo que el señor Malik me ha visto. —Se le escapó una risa temblorosa—. Oh, querido. Espero que no le haya molestado. Volvamos a la sala.
Y arriesgándose a echar una mirada rápida ocultándose tras la columna, vio que Malik se había ido.
 
 


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Mensaje por isabellita102 Lun 09 Sep 2013, 8:30 pm

chicas please lean mi nove es adaptada y hermosa :)
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Mensaje por isabellita102 Mar 10 Sep 2013, 8:24 am

chicas lean la nove please :misery: me siento sola :(
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Mensaje por ᴍᴀʀ. Mar 10 Sep 2013, 1:42 pm

Nueva Lectora!
Holaa!
Amo esta novela! Amo las novelas que son de otras épocas, son geniales. :)
Seguila!
:bye:
ᴍᴀʀ.
ᴍᴀʀ.


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Mensaje por isabellita102 Mar 10 Sep 2013, 7:24 pm

Mar_love1D escribió:Nueva Lectora!
Holaa!
Amo esta novela! Amo las novelas que son de otras épocas, son geniales. :)
Seguila!
:bye:
jejejejej si a mi tambien me encantan y esta es preciosa ;) gracias por leerla :ilusion:
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Mensaje por isabellita102 Mar 10 Sep 2013, 7:39 pm

Capítulo 2
 
 MIA A MEDIA NOCHE (ZAYN MALIK HOT) 2h4cccz
Zayn  se apartó del escritorio color caoba y abandonó el salón de apuestas. Y como de costumbre, no pudo salir de allí sin antes ser detenido una o dos veces… por un acomodador, que le susurró que un tal lord deseaba aumentar su crédito… y también por un camarero que le preguntó si era su labor llenar el aparador de refrescos en uno de los salones de cartas. Contestó a sus preguntas ausentemente, ya que su mente estaba ocupada en la mujer que lo esperaba arriba.
Esa tarde que había prometido ser rutinaria, estaba resultando ser bastante peculiar.
Había pasado mucho tiempo desde que una mujer le había despertado tanto interés como lo hacía Amelia Hathaway. Desde el momento en que la había visto de pie en el callejón, saludable y sonrojada, con su figura voluptuosa envuelta en un modesto vestido, no había dejado de desearla. No sabía cuál era la razón de su anhelo, teniendo en cuenta que ella era la encarnación de todo lo que detestaba de las inglesas.
Resultaba obvio que la señorita Hathaway tenía una seguridad implacable en su propia habilidad para organizar y manipular todo lo que giraba a su alrededor. La reacción habitual de Zayn era huir en dirección opuesta a la tomada por esa clase de mujeres. Pero cuando miró fijamente esos ojos azules tan bonitos, observando como el ceño de determinación se fruncía entre ellos, había sentido el maligno impulso de tomarla y llevarla lejos, a cualquier lugar, y hacerle cosas salvajes. Incluso un poco incivilizadas.
Sin ninguna duda, esos impulsos salvajes siempre habían querido salir a la superficie. Y este último año a Zayn le había costado mucho más trabajo controlarlos. Se había puesto de mal genio, extrañamente impaciente y se disgustaba por cualquier tontería. Las cosas que antes le habían dado placer ya no lo satisfacían. Lo peor de todo, era que atendía sus necesidades sexuales con tan poco entusiasmo como le sucedía con el resto de cosas en esos días.
Encontrar compañía femenina nunca había sido un problema, Zayn había encontrado la liberación en los brazos de muchas mujeres deseosas y las había complacido hasta dejarlas ronroneando de satisfacción. Sin embargo, no sentía ninguna emoción real al hacerlo. Ninguna excitación, ningún fuego, solo sentía algo parecido a cumplir con una función corporal rutinaria como comer o dormir. Zayn estaba preocupado por todos los problemas que estaba teniendo y por eso había querido comentárselo a su patrón, Lord St. Vincent.
Este había sido una vez un renombrado libertino y ahora era reconocido como un esposo devoto, por ello Zayn creía que St. Vincent debía tener mucho más conocimiento que cualquier otro hombre sobre esos menesteres. Cuando Zayn le preguntó un poco apenado si la disminución de los deseos físicos era algo natural en un hombre que se acercaba a los treinta, St. Vincent se atragantó con la bebida.
—Buen Dios, no —dijo el vizconde, tosiendo ligeramente cuando un poco de brandy se le atoró en la garganta. Habían estado en la oficina del gerente del club, revisando los libros de contabilidad desde tempranas horas de la mañana. St. Vincent era un hombre guapo, con el pelo color miel y los ojos azul claros. Algunos afirmaban que tenía la constitución física y los rasgos más perfectos que se hubiesen visto. La apariencia de un santo y el alma de un sinvergüenza.
—¿Puedo preguntarte que tipo de mujeres te has estado llevando a la cama últimamente?
—¿Qué quiere decir con el tipo? —preguntó Zayn cautelosamente.
—¿Hermosas o sencillas?
—Hermosas, supongo.
—Bien, ese es tu problema —dijo St. Vincent con un tono muy seguro—. Las mujeres sencillas son mucho más agradables. No existe un afrodisíaco más efectivo que la gratitud.
—Aún así, usted se casó con una mujer hermosa.
Una sonrisa lenta curvó los labios de St. Vincent.
—Las esposas son un asunto totalmente diferente. Requieren mucho esfuerzo, pero las recompensas son excepcionales. Recomiendo mucho a las esposas. Especialmente a una como la mía.
Zayn miró fijamente a su patrón un tanto molesto, ya que al intentar mantener una conversación seria con St. Vincent, a menudo le enfurecía la afición del vizconde a convertirlo todo en un ejercicio ingenioso.
—Comprendo, milord —dijo él, lacónicamente—. ¿Su recomendación para acabar con mi falta de deseo es que empiece a seducir mujeres muy poco atractivas?
Tomando una pluma plateada, St. Vincent encajó la punta diestramente e imitó el acto de zambullirla en una botella de tinta.
—Malik, estoy haciendo mi mejor esfuerzo por entender cuál es tu problema. Sin embargo, nunca he experimentado esa falta de deseo. Tendría que estar en mi lecho de muerte para no querer, no, olvídalo, he estado en mi lecho de muerte hace poco, e incluso postrado he tenido deseos pecaminosos con mi esposa.
—Felicitaciones —murmuró Zayn, abandonando cualquier esperanza de sacarle una respuesta seria a ese hombre—. Deberíamos ocuparnos de los libros de contabilidad. Ese es un tema de discusión mucho más importante que los hábitos sexuales.
St. Vincent hizo una mueca y puso la pluma de nuevo en su sitio.
—No, insisto en hablar sobre los hábitos sexuales. Es un tema mucho más entretenido que el trabajo —se relajó en la silla, con un gesto fingido de pereza—. Tan discreto como eres, Malik, y aún así no he podido evitar notar cuán ardientemente eres perseguido. Parece que eres muy solicitado por las señoras de todo Londres. Y todo indica, que has tomado en demasía todo lo que se te ha ofrecido.
Zayn lo miró fijamente sin ninguna expresión.
—Perdone, ¿pero a donde quiere ir a parar, milord?
Apoyándose en el respaldo de la silla, St. Vincent hizo un gesto con sus elegantes manos y señaló a Zayn.
—Ya que no has tenido ningún problema con la falta de deseo en el pasado, solo puedo asumir que, como pasa con otros apetitos, el tuyo se ha saciado, porque estás cansado de lo mismo. Tal vez, un poco de novedad pueda solucionar tu problema.
Considerando esa declaración, que realmente tenía sentido, Zayn se preguntó si su formación de notorio libertino, lo había tentado a desviarse alguna vez.
Habiendo conocido a Evie desde la niñez, ya que solía visitar a su padre viudo en el club, Zayn había sentido la necesidad de protegerla como si fuera su hermana pequeña. Nadie hubiera intentado emparejar a la gentil Evie con este libertino. Y quizás nadie había estado más sorprendido que el propio St. Vincent al descubrir que su matrimonio de conveniencia se había convertido en un apasionado romance.
—¿Cómo es la vida de casados? —preguntó Zayn suavemente—. ¿Se vuelve aburrida con el tiempo por tanta abundancia de lo mismo?
La expresión de St. Vincent cambió, sus ojos azul claro se calentaron al recordar a su esposa.
—Me ha quedado claro que con la mujer correcta, nunca es suficiente. Le daría la bienvenida a toda la abundancia que me pudiera ofrecer, pero dudo mucho que eso sea humanamente posible.
Al decir eso, cerró el libro de contabilidad con un golpe seco y se levantó del escritorio.
—Si me perdonas Malik, te desearé buenas noches.
—¿Y no terminaremos con la contabilidad?
—Dejaré el resto en tus capaces manos —ante el ceño de Zayn, St. Vincent se encogió de hombros inocentemente—. Malik, uno de nosotros es un hombre soltero, con habilidades matemáticas superiores y sin ningún plan para pasar el resto de la tarde. El otro es un reconocido libertino, con una complaciente y deseable joven esposa esperándolo en casa. ¿Quién crees que debe terminar la condenada contabilidad?
Y con una ola de indiferencia, St. Vincent abandonó la oficina.
“Novedad”. Esa había sido la recomendación de St. Vincent. Bien, esa palabra podría aplicarse perfectamente a la señorita Hathaway. Zayn siempre había preferido a las mujeres experimentadas que consideraban la seducción como un juego y sabían que no debían confundir el placer con los sentimientos. Nunca había intentado representar el papel de tutor de una inocente. De hecho, la idea de iniciar a una virgen le resultaba claramente molesta. Todo sería puro dolor para ella y luego cabría la posibilidad de tener que enfrentar sus lágrimas y arrepentimientos. Se encogió ante esa idea. No, con la señorita Hathaway no habría ninguna persecución en busca de algo novedoso.
Aceleró el paso. Zayn subió los escalones hasta el cuarto donde la mujer lo esperaba con un velo que le oscurecía el rostro. Payne era un nombre gitano común. Pero el trabajo del hombre era algo raro para los de su clase. Parecía como si fuera el sirviente de la mujer y esa era una extraña y repugnante situación para un gitano amante de la libertad. Así que al final, Zayn y Payne tenían algo en común. Ambos trabajaban para los gadjos en lugar de vagar por la tierra libremente, como había proclamado Dios.
Un gitano no podía estar encerrado y rodeado de paredes. Viviendo en cajas, con todos los cuartos cerrados y las casas lejos del cielo, el viento, el sol y las estrellas. Respirando el rancio olor a comida y suelo pulido. Por primera vez en años, Zayn sintió una ola de pánico. Luchó por combatirla y se concentró en encargarse de la peculiar tarea que lo esperaba en el cuarto de recepción.
Apretándose el cuello para relajarse, empujó un poco la puerta y entró en la habitación.
La señorita Hathaway permanecía cerca de la puerta, esperando con una impaciencia apenas disimulada, mientras Payne seguía siendo una oscura presencia en la esquina del cuarto. Cuando Zayn se acercó y observó su rostro trastornado, el pánico se disolvió y se convirtió en un curioso sonrojo. Sus ojos azules se empañaron con sombras color lavanda y sus suaves labios permanecieron firmemente apretados. Tenía el cabello oscuro y brillante recogido hacia atrás en un moño estirado.
Ese cabello recogido y su modesta y restrictiva vestimenta advertían que era una mujer inhibida. Una solterona remilgada. Pero ni siquiera eso podía ocultar su radiante determinación. Era una mujer… deliciosa. Quería desenvolverla como si fuera un regalo muy esperado. Quería tenerla vulnerable y desnuda debajo de él, hincharle esa boca suave con besos duros y profundos y hacer que su pálido cuerpo se sonrojara por el deseo. Sobresaltado por el efecto que le producía, Zayn borró su expresión mientras la estudiaba.
—¿Y bien? —preguntó Amelia, claramente ignorando sus verdaderos pensamientos. Eso era algo muy positivo, teniendo en cuenta que si supiera lo que estaba pensando, probablemente saldría gritando del cuarto—. ¿Ha descubierto algo sobre el paradero de mi hermano?
—Sí.
—¿Y?
—Lord Ramsay vino muy temprano esta tarde, perdió un poco de dinero en la mesa de apuestas…
—Gracias a Dios que está vivo —exclamó Amelia.
—… y aparentemente decidió consolarse visitando el burdel más cercano.
—¿El burdel? —le lanzó a Payne una mirada furiosa—. Te prometo Payne, que por esto morirá esta noche en mis manos —miró a Zayn otra vez—. ¿Cuánto perdió en la mesa de apuestas?
—Casi quinientas libras.
 Sus ojos intensamente azules se ensancharon por el ultraje.
—Morirá muy despacio en mis manos. ¿A qué burdel fue?
—A Bradshaw.
Amelia alcanzó su sombrero.
—Vamos, Payne. Busquémoslo en ese lugar.
Payne y Zayn contestaron al mismo tiempo:
—No.
—Quiero comprobar con mis propios ojos que está bien —dijo serenamente—. Dudo mucho que lo esté —miró fijamente a Payne —. No voy a regresar a casa sin Louis.
Una mitad de él se divirtió y la otra mitad se alarmó por su fuerte determinación, Zayn le preguntó a Payne:
—¿Estoy tratando con alguien obstinado o con una idiota, o con alguien que se comporta con alguna combinación de las dos?
Amelia le contestó antes de que Payne tuviera oportunidad.
—Puedo asegurarle que soy muy obstinada. Pero la idiotez puede atribuírsela completamente a mi hermano.
Dicho esto, se puso el sombrero y se ató las cintas debajo de la barbilla.
Esas cintas color cereza, confundieron un poco a Zayn. La frívola salpicadura de color rojo en medio de su sobrio atavío no concordaba. Eso lo fascinó más y por eso Zayn se oyó decir:
—Usted no puede ir a Bradshaw. Aun dejando a un lado las cuestiones de moralidad y seguridad, ni siquiera sabe donde infiernos queda ese lugar.
Amelia no se ofendió por su grosería.
—Asumo que sería cuestión de ir uno por uno a todos los establecimientos entre este y Bradshaw. Usted ha dicho que ese lugar está cerca, eso significa que lo único que tengo que hacer es caminar de aquí hasta allá. Adiós, señor Malik. Aprecio mucho su ayuda.
Zayn se movió para bloquearle el paso.
—Todo lo que logrará es quedar como una necia, señorita Hathaway. Usted no pasará de la puerta principal. Un burdel como Bradshaw no permite que cualquier extraño entre cuando quiera.
—La forma en la que intente traer de vuelta a mi hermano, señor, no es asunto suyo.
Estaba en lo cierto. No lo era. Pero Zayn no se había divertido tanto desde hacía mucho tiempo. Y ninguna depravación sexual, ni ninguna cortesana experimentada, ni tampoco un cuarto lleno de mujeres desnudas, podrían interesarlo tanto como lo hacía la señorita Amelia Hathaway y sus cintas rojas.
—Voy con ustedes —dijo.
Frunció el ceño y dijo:
—No, gracias.
—Insisto.
—No necesito de sus servicios, señor Malik.
Zayn podía pensar en esos momentos en muchos servicios que la mayoría de las mujeres considerarían un placer que les proporcionara.
—Obviamente será beneficioso para todos que encuentre usted a Ramsay para que abandone Londres lo antes posible. Considero que es mi deber civil acelerar su partida.


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Mensaje por isabellita102 Mar 10 Sep 2013, 7:41 pm

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Mensaje por isabellita102 Mar 10 Sep 2013, 7:51 pm

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Mensaje por isabellita102 Mar 10 Sep 2013, 8:49 pm

Lean la nove imaginense a Zayn como un hermoso gitano arggg :enamorado: 
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Mensaje por ᴍᴀʀ. Miér 11 Sep 2013, 7:27 pm

Seguilaa! (:
:bye:
ᴍᴀʀ.
ᴍᴀʀ.


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Mensaje por isabellita102 Jue 12 Sep 2013, 8:16 pm

YA LA SIGO ;)
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Mensaje por isabellita102 Jue 12 Sep 2013, 8:39 pm

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capitulo 3
 
 
Aunque podían haber ido hasta el burdel a pie, Amelia, Payne, y Malik fueron a Bradshaw en el viejo carruaje. Se detuvieron frente a un edificio de estilo claramente georgiano. Para Amelia, cuyas fantasías sobre tales lugares rozaban la más espeluznante extravagancia, la fachada del burdel era decepcionantemente discreta.
—Quédese dentro del carruaje —dijo Malik —. Entraré y preguntaré por el paradero de Ramsay. —Dirigió a Payne una dura mirada—. No dejes a la señorita Hathaway sola ni un segundo. Es peligroso a esta hora de la noche.
—Estamos a principios de la noche —Amelia protestó—. Y estamos en el West End, en medio de un montón de caballeros bien vestidos. ¿Cómo puede ser tan peligroso?
—He visto a esos caballeros bien vestidos hacer cosas que harían que se desmayara si se las contara.
—Nunca me desmayo —dijo Amelia indignada.
La sonrisa de Malik fue un destello de blanco en el oscuro interior del carruaje. Abandonó el vehículo y se fundió en la noche como si fuera parte de ella, disolviéndose por completo, salvo por el tenue brillo negro de su cabello y el destello del diamante en su oreja.
Amelia lo siguió con la mirada, admirada. ¿Dónde se podía clasificar a un hombre así? No era un caballero, ni un lord, ni un obrero común, ni siquiera era del todo un gitano. Sintió un temblor bajo su corsé cuando recordó el momento en que la ayudó a subir al carruaje. Llevaba guantes, pero la mano de él estaba desnuda, y ella había sentido el calor y la fuerza de sus dedos. Y percibió el brillo de una ancha banda de oro en su pulgar. Nunca había visto tal cosa antes.
—¿ Payne, qué quiere decir cuando un hombre lleva un anillo en el pulgar? ¿Es una costumbre gitana?
Pareciendo incómodo con la pregunta, Payne miró por la ventana hacia la húmeda noche. Un grupo de jóvenes pasaron junto al vehículo, vistiendo elegantes abrigos y sombreros de copa, riéndose entre ellos. Un par de ellos se detuvieron para hablar con una mujer ostentosamente vestida. Con el ceño fruncido, Payne contestó a la pregunta de Amelia.
—Significa independencia y libertad de conciencia. También un cierto estado de separación. Al llevarlo puesto, se recuerda a sí mismo que no pertenece a dónde está.
—¿Por qué querría el señor Malik recordarse a sí mismo algo parecido?
—Porque las costumbres de tu clase son seductoras —dijo Payne misteriosamente—. Es difícil resistirse.
—¿Por qué debes resistirte? No veo qué hay tan terrible en vivir en una casa adecuada y obtener un ingreso constante, y disfrutar de cosas como platos bonitos y sillas tapizadas.
—Gadji —murmuró él con resignación, haciendo que Amelia sonriera brevemente. Era la palabra para designar a una mujer no gitana.
Se recostó contra el ajado respaldo tapizado.
—Nunca pensé que desearía tan desesperadamente encontrar a mi hermano dentro de una casa de mala reputación. Pero entre un burdel o flotando boca abajo en el Támesis… —Se interrumpió y presionó los nudillos de sus puños apretados contra los labios.
—No está muerto —La voz de Payne era suave y amable.
Amelia intentaba con todas sus fuerzas creérselo.
—Debemos llevarnos a Louis fuera de Londres. Estará más seguro en el campo... ¿verdad?
Payne se encogió de hombros sin comprometerse, sus ojos oscuros no revelaban ninguno de sus pensamientos.
—Hay muchas menos cosas que hacer en el campo —señaló Amelia—. Y definitivamente menos problemas en los que Louis pueda meterse.
—Un hombre que quiere problemas puede encontrarlos en cualquier sitio.
Después de unos minutos de insoportable espera, Malik regresó a la berlina y abrió la puerta de un tirón.
—¿Dónde está? — exigió Amelia cuando el gitano trepó al interior.
—Aquí no. Después de que Lord Ramsay subió con una de las chicas y, er... llevó a cabo la transacción... dejó el burdel.
—¿Dónde fue? ¿Preguntó…?
—Les dijo que se iba a una taberna llamada el Infierno y el Cubo.
—Encantador —dijo Amelia, concisa—. ¿Conoce el camino?
Sentándose a su lado, Malik miró a Payne.
—Siga por Saint James hacia el este, tuerza a la izquierda después del tercer cruce.
Payne sacudió las riendas, y el carruaje rodó más allá de un trío de prostitutas.
Amelia observó a las mujeres con interés no disimulado.
—Qué jóvenes son —dijo ella—. Si tan sólo alguna institución de caridad les ayudara a encontrar un empleo respetable.
—La mayoría de los empleos llamados respetables son igual de malos —contestó Malik.
Ella lo miró indignada.
—¿Cree que una mujer estaría mejor trabajando como prostituta que con un trabajo honesto que le permitiera vivir con dignidad?
—No he dicho eso. Mi opinión es que algunos patrones son mucho más brutales que los proxenetas o las alcahuetas del burdel. Los sirvientes tienen que soportar toda clase de abusos de sus amos, en particular las mujeres. Y si cree que hay dignidad en trabajar en un molino o una fábrica, es que nunca ha visto a una chica que ha perdido algunos dedos por la paja cortante de la escoba. O alguien cuyos pulmones están tan congestionados por respirar la pelusa y el polvo en un molino de cardado, que no viviría para pasar los treinta años.
Amelia abrió la boca para contestar, luego la cerró de golpe. Por más que quisiera continuar el debate, las mujeres respetables, aunque fueran solteras, no discutían sobre la prostitución.
Adoptó una expresión de fría indiferencia y miró por la ventana. Aunque no dirigió la mirada hacia Malik, sintió que él la observaba. Era insoportablemente consciente de él. Él no llevaba colonia o pomada, pero había algo tentador en su olor, algo brumoso y fresco, como el olor a clavo.
—Su hermano heredó el título muy recientemente —dijo Malik.
—Sí.
—Con todo respeto, Lord Ramsay no parece enteramente preparado para su nuevo papel.
Amelia no pudo evitar una sonrisa pesarosa.
—Ninguno de nosotros lo estamos. Fue un giro sorprendente de acontecimientos para los Hathaway. Había al menos tres hombres en la línea de sucesión para el título antes de Louis. Pero todos murieron en rápida progresión, por diversas causas. Parece ser que convertirse en Lord Ramsay provoca que se acorte la vida. Y a este paso, mi hermano probablemente no durará más que sus predecesores.
—Uno nunca sabe lo que le tiene guardado el destino.
Volviéndose hacia Malik, Amelia descubrió que la miraba con un detenimiento que hizo que los latidos de su corazón se aceleraran.
—No creo en el destino —dijo ella. —La gente dirige su propio destino.
Malik sonrió.
—Todo el mundo, incluso los dioses, están indefensos en manos del destino.
Amelia lo miró escéptica.
—Seguramente usted, trabajando en un club de juego, lo sabe todo acerca de la probabilidad y las posibilidades. Es decir, que racionalmente no puede dar crédito a la suerte o al destino o a cualquier cosa de ese tipo.
—Lo sé todo acerca de la probabilidad y las posibilidades, —coincidió Malik —. No obstante, creo en la suerte—. Sonrió con una tranquila calidez en sus ojos que le hizo perder el aliento—. Creo en la magia y el misterio, y en los sueños que revelan el futuro. Y creo que algunas cosas están escritas en las estrellas... o incluso en la palma la mano.
Amelia estaba fascinada, era incapaz de apartar la vista de él. Era un hombre extraordinariamente hermoso, su piel era oscura como la miel de trébol, el cabello negro le caía sobre la frente de un modo que hizo que sus dedos se agitaran a causa del impulso de retirarlo hacia atrás.
—¿Tú también crees en el destino? —preguntó ella a Payne.
Una larga vacilación.
—Soy un Rom —dijo él.
Eso quería decir que sí.
—Dios mío, Payne. Siempre he pensado que eras un hombre sensato.
Malik se rió.
—Es sensato tener en cuenta la posibilidad, señorita Hathaway. Sólo porque no se pueda ver o sentir algo, no quiere decir no pueda existir.
—No existe esa cosa llamada destino —insistió Amelia—. Sólo hay acción y consecuencia.
El carruaje comenzó a detenerse, esta vez en un lugar mucho más deslucido que Saint James o King Street. Había una cervecería y una pensión de tres peniques a un lado, y una taberna grande en el otro. Los peatones en esta calle tenían una falsa apariencia de refinamiento, codeándose con vendedores ambulantes, carteristas, y más prostitutas.
Una riña tenía lugar junto al umbral de la taberna, una mezcolanza de brazos, piernas, sombreros voladores, botellas y bastones. Cada vez que había una pelea, lo más probable era que su hermano la hubiera iniciado.
— Payne —dijo con ansiedad—, tú sabes cómo es Louis cuando está ofuscado. Probablemente esté en mitad de la reyerta. Si fueras tan amable…
Antes incluso de que hubiera terminado, Payne hizo ademán de dejar el carruaje.
—Espera —dijo Malik —. Será mejor que dejes yo que me encargue.
Payne le lanzó una fría mirada.
—¿Dudas de mi habilidad para luchar?
—Esto es un cuchitril de Londres. Estoy acostumbrado al tipo de trucos que utilizan. Si… — Malik se interrumpió cuando Payne le ignoró y salió del carruaje con un gruñido hosco—. Así sea —dijo Malik, saliendo del carruaje y quedándose a un lado para observar—. Lo cortarán en rodajas como a una caballa en una pescadería de Covent Garden.
Amelia salió también del vehículo.
— Payne puede defenderse bastante bien en una pelea, se lo aseguro.
Malik bajó la mirada hacia ella, sombrío y felino.
—Estará más segura dentro del vehículo.
—Le tengo a usted para protegerme, ¿no? —señaló ella.
—Cariño —dijo él con una suavidad que disminuyó el barullo del gentío—, puede ser de mí de quien más deba protegerse.
Sintió que su corazón se saltaba un latido. Él mantuvo la mirada de sus perplejos ojos con un constante interés que provocó que los dedos sus pies se encorvasen dentro de sus prácticos zapatos de cuero. Luchando por recobrar la compostura, Amelia apartó la vista. Pero permaneció agudamente consciente de él, de la relajada vigilancia de su postura, del desconocido impulso perceptible bajo las capas elegantes de su ropa.
Observaron mientras Payne atravesaba el caos de hombres que luchaban, sorteando a algunos. Antes de que hubiera pasado medio minuto, arrastraba a alguien sin ceremonias, repartiendo golpes hábilmente con su brazo libre.
—Es bueno —dijo Malik con suave sorpresa.
Amelia se sintió inundada de alivio al reconocer la figura desarreglada de Louis.
—Oh, gracias a Dios.
Sus ojos se abrieron repentinamente, sin embargo, cuando sintió un toque cortés en el borde de su mandíbula. Los dedos de Malik le alzaron el rostro, elevando su barbilla con el pulgar. La inesperada intimidad le produjo un pequeño estremecimiento. Su llameante mirada capturó la de ella de nuevo.
—¿No cree que está siendo un poco sobreprotectora, persiguiendo a su hermano ya adulto por todo Londres? No está haciendo algo tan extraño. La mayoría de caballeros en su posición se comportarían igual.
—Usted no lo conoce —dijo Amelia, sonando temblorosa incluso a sus oídos. Sabía que debía apartarse de sus cálidos dedos, pero su cuerpo permaneció perversamente inmóvil, absorbiendo el placer de su tacto—. Está muy lejos de ser un comportamiento normal en él. Él tiene problemas. Él… —Se interrumpió.
Malik dejó que la suave yema de su dedo siguiera el brillante camino de la cinta del sombrero hasta el lugar donde se anudaba bajo la barbilla.
—¿Qué clase de problemas?
Amelia se apartó de su toque y se dio la vuelta cuando Payne y Louis se acercaban al carruaje. Una ráfaga de amor y angustiada preocupación la inundó al ver a su hermano. Estaba muy sucio, maltrecho, y sonreía sin ningún arrepentimiento. Alguien que no conociera a Louis supondría que no le importaba nada en el mundo. Pero sus ojos, una vez tan cálidos, eran opacos y brumosos. Su cuerpo anteriormente esbelto era ahora panzudo, y la porción visible de su cuello estaba hinchada. Faltaba todavía un largo trecho para decir que Louis estaba hecho una ruina total, pero parecía decidido a acelerar el proceso.
—Qué extraordinario —dijo Amelia casualmente—. Todavía queda algo de ti. —Sacando un pañuelo de la manga, avanzó un paso y le enjugó tiernamente el sudor y una mancha de sangre de las mejillas. Notando su mirada descentrada, dijo—, estoy aquí, querido.
—Ah. Eres tú. —La cabeza de Louis fluctuó como la de una marioneta. Miró a Payne, que le proporcionaba mucho más apoyo que sus propias piernas—. Mi hermana, —dijo él—. La mujer aterradora.
—Antes de que Payne te meta en el carruaje —dijo Amelia, —¿vas a vomitar, Louis?
—Claro que no —fue la decidida respuesta—. Los Hathaway siempre han soportado bien el licor.
Amelia apartó a un lado los rizos castaños que caían como hebras de hilo sobre sus ojos.
—Sería agradable que intentaras soportar un poco menos cantidad en el futuro, querido.
—Ah, pero hermanita... —Cuando Louis bajó la mirada hasta ella, vio un destello de su antiguo yo, una chispa en sus ojos vacíos, y luego desapareció—. Tengo una sed tremenda.
Amelia sintió la punzada de las lágrimas en el rabillo de los ojos, saboreó la sal en el fondo de su garganta. Tragando saliva, dijo con voz firme:
—En los próximos días, Louis, tu sed será saciada exclusivamente con agua o té. Al carruaje con él, Payne.
Louis se giró para mirar al hombre que lo mantenía en pie.
—Por el amor de Dios, no vas a dejarme bajo su custodia, ¿verdad?
—¿Preferirías pasar la resaca al cuidado de un carcelero de Bow Street? —preguntó Payne cortésmente.
—Él sería mucho más compasivo. —Refunfuñando, Louis trepó al carruaje con ayuda de Payne.
Amelia miró a Zayn Malik, cuyo rostro se mostraba inescrutable.
—¿Podemos llevarle de regreso a Jenner's, señor? Estaremos algo apretados en el carruaje, pero creo que podemos arreglarnos.
—No, gracias. — Malik caminó lentamente rodeando el carruaje junto a ella—. No está lejos. Iré a pie.
—No puedo dejarle abandonado en un suburbio de Londres.
Malik se detuvo con ella detrás del carruaje, dónde estaban medio ocultos a la vista.
—Estaré bien. Los peligros de la ciudad no me dan miedo. Esté tranquila.
Malik elevó su rostro de nuevo, acunando con una mano su mandíbula mientras la otra bajaba hasta su mejilla. Su pulgar la acarició tiernamente por debajo del ojo izquierdo, y ella notó con sorpresa un rastro de humedad allí.
—El viento me hace llorar —se oyó decir a sí misma, insegura.
—No hace viento esta noche.
La mano permaneció en su mandíbula, la banda suave del anillo del pulgar presionaba contra su piel. Su corazón comenzó latir con fuerza hasta que apenas pudo oír a través del rugido de la sangre en sus oídos. El clamor de la taberna desapareció, la oscuridad se espesó a su alrededor. Los dedos de él se deslizaron sobre su garganta con adormecedora delicadeza, descubriendo nervios ocultos y acariciando con ternura.
Sus ojos estaban sobre ella, y ella vio que las pupilas de color dorado-avellana estaban bordeadas de negro.
—¿Señorita Hathaway... está realmente segura de que el destino no ha tenido nada que ver en nuestro encuentro de esta noche?
Ella no parecía poder respirar correctamente.
—Bas-bastante segura.
Su cabeza se inclinó.
—¿Y con toda probabilidad nunca nos reuniremos de nuevo?
—Nunca.
Él era demasiado grande, estaba demasiado cerca. Nerviosamente Amelia trató de ordenar sus ideas, pero se dispersaban como cerillas desparramadas... y luego les prendió fuego cuando su aliento tocó su mejilla.
—Espero que esté en lo cierto. Que Dios me ayude si alguna vez debo hacer frente a las consecuencias.
—¿De qué? —Su voz era apenas perceptible.
—De esto —Su mano se deslizó hacia su nuca y su boca cubrió la de ella.
Amelia había sido besada antes. No hacía mucho tiempo, en realidad, por un hombre de quien había estado enamorada. El dolor de su traición había producido una herida tan intensa, que había jurado que nunca más permitiría que ningún hombre se le acercara de nuevo. Pero Zayn  Malik no había pedido su consentimiento, ni le había dado ninguna oportunidad para protestar. Se tensó y le puso las manos en el pecho, presionando contra la dura superficie. Él pareció notar su objeción, su boca era sutil e insistente. Uno de los brazos de él se deslizó a su alrededor, tensándose ligeramente cuando la atrajo contra los sólidos contornos de su cuerpo.
Con cada aliento ella aspiraba su intenso aroma, la dulzura del jabón de cera de abejas, el indicio a sal de su piel. El poder flexible de su cuerpo la rodeaba, y no pudo evitar relajarse contra él, permitirle sostenerla. Más besos, uno comenzaba antes de que el otro terminase, húmedas e íntimas caricias, latidos secretos de placer y promesa.
Con suave murmullo de extrañas palabras derramadas en sus oídos, Malik apartó su boca de la de ella. Sus labios vagaron a lo largo de la curva ruborizada de su cuello, demorándose en los lugares más vulnerables. Sentía su cuerpo inflamado bajo la ropa, el corsé le constreñía el desesperado ensanchamiento de sus pulmones.
Se estremeció cuando él llegó a un lugar de exquisitas sensaciones y lo tocó con la punta de la lengua. Como si su sabor fuera alguna especia exótica. Un pulso se despertó en sus senos, su vientre y entre sus muslos. La inundó un deseo atroz por apretarse contra él, quería liberarse de las capas y capas de tela sofocante que componían su falda. Él era tan cuidadoso, tan suave…
La caída de una botella al suelo la sacudió de la neblina.
—No —ella se quedó sin aliento, ahora luchaba.
Malik la soltó, sus manos la estabilizaron mientras intentaba recobrar el equilibrio. Amelia se volvió ciegamente y se tambaleó hacia la puerta abierta del carruaje. En todas partes en que la había tocado, sus nervios clamaban deseando más. Mantuvo el rostro inclinado, agradecida de que su sombrero la ocultara.
Desesperada por escapar, Amelia subió al peldaño del carruaje. Antes de que pudiera entrar, sin embargo, sintió las manos de Malik en su cintura. Él la sujetaba desde atrás, atrapándola lo bastante cerca como para susurrarle al oído:
—Latcho drom.
La despedida gitana. Amelia la reconoció entre el puñado de palabras que Payne había enseñado a los Hathaway. Un íntimo estremecimiento la atravesó cuando el calor de su aliento le alcanzó el oído. No quería, no podía responder, sólo subió al carruaje y apartó torpemente sus faldas de la puerta abierta.
La puerta se cerró con firmeza y el vehículo arrancó cuando el caballo obedeció las indicaciones de Payne. Los dos Hathaway ocupaban sus respectivas esquinas del asiento, uno de ellos borracho, la otra aturdida. Después de un momento Amelia subió sus temblorosas manos para desatarse el sombrero, y descubrió que los lazos colgaban sueltos.
Un lazo, en realidad. El otro...
Quitándose el sombrero, Amelia lo estudió con un ceño perplejo. Uno de los lazos de seda roja había desaparecido excepto un resto diminuto en el borde interior.
Había sido cuidadosamente cortado.
Él lo había cogido.
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Mensaje por isabellita102 Jue 12 Sep 2013, 8:42 pm

chicas lean la nove please no se van a arrepentir se los aseguro :aah:
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Mensaje por isabellita102 Vie 13 Sep 2013, 8:34 am

chicas Lean la nove please necesito lectoras :lloro:
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