Summer, love and problems | One Direction & Logan Lerman.

Arbustos verdes, árboles verdes, plantas verdes… ya comenzaba a marearme –incluso más de lo que ya estaba–. Miré mi reloj una vez más y el tiempo parecía no avanzar; los minutos contaban como horas, o al menos para mí. El tiempo era una trascendencia para el revuelo de emociones que me invadían conforme el vehículo avanzaba un kilómetro más.
Por suerte, Gabrielle había tomado el volante una vez pasada una hora, yo acepté agradecida en cuanto lo propuso y cambiamos de puestos. Yo estaba al lado de Skyler, puestos contiguos estaban Deby y Valerie.
Recosté mi cabeza contra el respaldo del asiento.
Debería estar cómoda, pero no era así; más bien un sentimiento extraño de nerviosismo me atacaba cuando dejaba que mi subconsciente lanzara ideas –de nuevo–, sobre lo que sería una estadía de casi tres meses en compañía de todos los chicos, chicos a los que no veía desde hace mucho tiempo, claro está. No es que me preocupara pasar tiempo con Harry, Louis, Niall, Zayn o Logan, la cosa estaba en que mi pulso se aceleraba con precipitación cada vez que la sonrisa de Liam se mostraba en mis pensamientos.
Mi estómago no pudo evitar retorcerse, y mi pulso me haría una mala jugada en cualquier momento o quizás, con un poco más de mala suerte, en cuanto estuviera en su compañía y dejara en descubierto todo lo que sentía.
Me costaba creer que hoy lo vería después de tanto tiempo… casi dos años, para ser exactos. Dos años de llamadas telefónicas hasta largas horas de la noche, por la diferencia de horarios que existía entre Estados Unidos y Londres, Inglaterra.
Pues sí, Liam era británico y después de graduarnos hace un poco menos de un año, disipó que iría a visitar a su familia, solo por un tiempo. Las video llamadas por Skype no podían faltar, era muy agradable ver su sonrisa o tal vez sus labios pronunciar un ‘te quiero’ antes de que el sueño venciera a cualquiera de los dos.
Para mi sorpresa ese pequeño lapso de tiempo se convirtió en un año y ocho meses, en los que no pensé extrañarlo tanto.
Todos nosotros, y eso incluía a tanto chicas como a los chicos, habíamos terminado la preparatoria hacía ya tiempo, y por supuesto, ingresamos a una universidad para seguir nuestros sueños. Cada quien tenía una carrera diferente, lo que implicaba una universidad diferente, y por ende, ciudades diferentes. Por lo que, desde ahí perdimos contacto. Bueno, es decir, no nos veíamos con frecuencia y muy pocas veces tomábamos el teléfono para llamar a cualquiera de los chicos.
—¡Lucy! —una peculiar voz chillona me detuvo del hilo de mis pensamientos.
—¿Qué? —ladee la cabeza en dirección al asiento de mi lado y me encontré con los sobreexcitados y grandes ojos de Skyler.
—Ya casi estamos llegando.
Y en efecto, el olor salino que aspiraba acorde el vehículo andaba por el gran camino, lo delataba todo.
Aturdida, contemplé como un camino de arbustos con rosas blancas bien trabajadas abrían paso a una enorme casa, no, corrijo, mansión de tres pisos. De color ligeramente azul, con grandes ventanales de vidrio que cubrían todas las paredes, pequeños retoques en madera, que por lo que pude notar, era caoba claro. Tenía también un porche que rodeaba todo el primer piso.
Un jardín que sobrepasaba los límites de la perfección. Adornado con flores de todo tipo y variedad de colores, demasiadas como para contarlas. Un césped verdoso cubría toda la superficie del suelo.
A lo lejos se podía apreciar un establo color rojo gastado de caballos; las piscinas alineadas perfectamente quedaban un poco más lejos del establo. Tuve que inclinarme un poco en mi asiento para que, con una mejor vista, pueda apreciarlo todo.
Miré la gran cancha de soccer, que también servía de cancha de basketball.
Un poco más allá de toda la estructura de la enorme mansión, se podía observar sin mucho esfuerzo la arena de la playa, y por supuestos las olas chocar contra ellas. Un denso y azul mar que se extendía, causaba que casi diera saltitos de la emoción.
Pero no fue el paraíso que se encontraba frente a mis ojos lo que me dejo sin aliento; más bien, fueron esos deliciosos ojos color miel. Liam, tan airoso como siempre, me sonreía desde una distancia considerable.
Mi corazón comenzó a latir desenfrenadamente y de pronto me percaté de que el auto ya se había detenido.
—No has cambiado nada, pequeña —me estrecho contra sus brazos y pude sentir ese aroma varonil que tanto me gustaba.
—No puedo decir lo mismo. Mírate, ¡estas guapísimo! —traté de que mi voz no delatara la preocupación detrás mis palabras.
Besó mi frente, y me encontré con una mirada asombrosamente tierna, a la que no veía en años.
—Gracias. Tú también estás muy hermosa —concedió deshaciendo el abrazo con delicadeza.
Pero yo no era ni la más mínima partícula comparada con su belleza. Sólo era un bicho raro.
Las chicas se habían bajado del auto con suma calma, o eso me pareció ver, yo había sido la única que casi había corrido hacia donde se encontraba Liam. Mi indudable nerviosismo solo sirvió para que Liam soltara una sutil carcajada. Yo le miré avergonzada.
—Vamos por tu equipaje —sin dejar que lo pensara tan solo si quiera un segundo, me tomó de la mano y me atrajo hacia él, acompasando mi ritmo al caminar con el suyo.
—¿Qué…? —pregunté confundida.
—Los chicos sacarían conclusiones premeditadas —sonrió de lado.
Asentí.
—¿A caso es muy evidente cuanto me extrañaste? —carcajeé.
El abrió el compartimiento del equipaje. Yo esperaba una respuesta que no me hiciera arrepentirme de lo que había soltaba con despreocupación. Sinceramente, ya nada era como antes, cuando éramos simples niños, sin preocupaciones, tal vez alguna mirada que descifrar, o seguramente un impulso que contener. Todo había cambiado, pues el tiempo no se había detenido y quizás la manera de tratarnos también.
—De veras que sí lo hice. ¿Dudas? —frunció el ceño de forma divertida mientras no sabía que maleta tomar.
—La negra, Liam —señalé con la barbilla—. ¿Tu madre?
—Ella está bien, te manda saludos —se volvió hacia mí y me miró por un segundo, como si no supiera que decir—. De hecho, se alegra de que me haya ido. Nunca salía de casa, los chicos no estaban en la ciudad y creo que mi presencia empezaba a aburrirle —soltó una trivial carcajada.
—Oh —me limité a decir.
Vigilaba cada movimiento que hacía.
Sacó de un tirón sin esfuerzo las dos maletas.
—¿Qué me dices tú? No eres la enana que solías ser.
Golpee el costado de su abdomen, pero creo que me dolió más a mí que a él.
Así que a eso se refería con “no has cambiado nada”. La decepción me abrumó en cuanto una pequeña frase me tomo desprevenida: Una relación provista era casi más una fantasía que un hecho.
—Estos años me han hecho un favor, sí. Digamos que muchas cosas han cambiado desde la última vez que te fuiste —le guiñé un ojo.
—¿Cómo qué? —se acercó un poco más a mí y cerró la puerta del compartimiento con una sola mano.
Mis sentimientos hacia ti, tarado, pensé con desesperación.
—Las cosas se descubrirán por si solas —me mordí la lengua para no revelar más información de la necesaria.
El pareció insatisfecho, pero aun así asintió.
—¿Vamos? —formuló la pregunta al mismo tiempo que posaba su brazo sobre mi hombro y con la otra mano, tomó una maleta, yo la otra.
—Claro —le sonreí.
Entre risas, atribuciones y relatos sobre los últimos años, nos encontramos con los chicos en el living de la casa de playa.
Parecían cómodos juntos, Harry y Deby conversaban animadamente, el parecía perdido en sus ojos color miel. Niall se encontraba con Isabelle en el sofá, compartiendo miradas tímidas. Gabrielle y Louis parecían encajar a la perfección, pero Zayn y Valerie no se encontraban en la sala. Skyler y Logan reían juntos, pero en la cocina.
—¡Santo cielo, Luciana! ¡Estas más hermosa que nunca! —Zayn se adentró en la casa con Valerie. Se acercó a mí y beso mi mejilla.
—Muchas gracias, Zayn —me ruboricé un poco.
Él me sonrió.
Liam me estrecho contra sus brazos un poco más fuerte.
Detrás de que todos los chicos expresaran como había cambiado, bromearan un poco sobre Liam y yo, demandé que debatiéramos como íbamos a dormir, que habitación nos tocaría a cada uno.
—Verán, solo hay seis habitaciones en la casa, el resto son las del primer piso y esas son del servicio. Entonces, tendremos que dormir de a dos… —puntualizó Harry.
Abrí los ojos como platos.
—¿Disculpa? —la voz de Skyler casi sonó a un susurro casi inaudible.
—Hay dos camas en cada habitación, cálmense —todas soltamos un suspiro de alivio.
A los chicos no les preocupaba la idea en lo absoluto.
Después de que Harry repartiera las habitaciones, y debía decir que me encontraba más feliz de lo que parecía, Liam subió a “nuestra” habitación. La idea de pasar las noches y parte del día en compañía de Liam, hacía que las palmas de las manos sudaran y casi comenzara a hiperventilar. No por el hecho de que dormiríamos juntos, sino porque temía que se tornara incomodo, en todos los sentidos de la palabra. Es decir, yo no me dormía tan fácil y se había hecho una costumbre para mí. Se preguntaría que me pasaba en cuanto me viera observando el techo por el ceño fruncido.
¿Qué le sucede a esta loca? Sería lo primero que pensaría.
Sacudí la cabeza en un intento de borrar todo el rastro de pensamientos.
Yo le ayudaría a desempacar a Liam y el a mí. Luego, todos bajaríamos y como se acercaba la hora del almuerzo, haríamos planes.
—Ah sí que… ¿Dormirás conmigo hoy? —inquirió Liam y levantó una ceja.
Le lancé la almohada que tenía a mi alcance. Se tambaleó mas no cayó en el piso.
—Solo era juego, solo era juego… —se incorporó en la cama y me miró entretenido.
Me movía de las maletas recién abiertas hacia el armario, acomodaba y repetía el proceso. No entendía como le podía entretener, solo sabía que no dejaba de mirarme. Eludí la penetrante mirada del chico, intentando no parecer tonta cuando quedara en una especia de trance cuando nuestras miradas se cruzaran.
Mi autocontrol era de cero por ciento.
La habitación que nos habían asignado era el doble de grande que una habitación normal. Era toda blanca, y la decoración era en tonalidades cremas. Dos grandes camas en el centro de esta, un baño privado –por el que tendría que pelear todas las mañanas con Liam–, una mesita de noche, un televisor de plasma y una ventana que daba vista a la playa.
Liam se había recostado en su cama y su ropa se encontraba esparcida por toda esta, dejando al descubierto lo desordenado que era. Ya yo había desempacado toda mi ropa y la había arreglado en el armario, que estaba dividido en dos partes.
Me senté al lado de Liam en su cama y el me miro con cara de súplica. Adiviné su petición visual, asentí y curvé mis labios hacia arriba, dejando ver una sonrisa que hacía ya tiempo que no utilizaba con nadie.
—¿Eres la mejor, lo sabías? —beso mi mejilla y acto seguido, cerró los ojos por un segundo; parecía imaginarse algo.
—Lo sé —admití con vanidad, para luego, sonreír.
—Que modestia.
Liam me pasó una botella de refresco y la tome en el aire. Caminamos en silencio hasta el living, donde se encontraban todos los chicos esperando por nosotros. Compartían anécdotas, tal y como lo habíamos hecho Liam y yo, reían y parecían felices.
—¿Y bien? Mis tripas van a explotar —me senté en el sofá al lado de Isabelle.
—Pensábamos hacer una parrilla a la barbacoa cerca de las piscinas —contestó Gabrielle.
Nadie se había cambiado, todos seguían igual. Iríamos cambiando al ritmo de la marcha, y dependiendo de lo que acordáramos.
—Me parece bien… Esa es nuestra especialidad —aceptó Liam mirando a Zayn, él le correspondió con una sonrisa.
—Parrilla a la barbacoa será —Logan sonrío.