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Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Capitulo Treinta
Cuando estaba a punto de meterse en la ducha oyó la puerta del baño. No esperaba que nadie la molestara, pero quizá Julia quería hablar de sus cosas con ella. Aunque, en realidad, no estaba de ánimo para conversaciones sobre problemas ajenos; ya tenía bastante con los suyos, suficientes como para darse de cabezazos contra la pared.De las dos personas que convivían con ella en la casa apareció el único con el que no quería hablar.
—¡Sal ahora mismo del baño! —siseó ____ sorprendida y desnuda. Él no
apartó la mirada y ella buscó algo con lo que cubrirse. Mientras se intentaba tapar con una toalla, le dio la espalda. Maldita sea, ¿tenía que entrar justamente cuando acababa de desnudarse?
—Baja la voz —pidió él echando el cerrojo—. Ya sabes cómo se pone si hacemos cualquier cosa que resulte sospechosa. —Esa niñata tenía un oído muy fino, y no tenía ganas de otro numerito.
—Y ¿pretendes que nos encerremos en el baño? —resopló apartándose el pelo de la cara.
—Es un sitio tan bueno como cualquier otro —respondió apoyándose en la
puerta. No se perdía un detalle. Si, con un poco de suerte, se cayera la toalla...
—Y ¿para qué, si puede saberse? —lo increpó con chulería; hasta apoyó una mano en la cadera.
—Para hablar. ¿Tenías en mente otra opción?
—¿Hablar? ¿De qué? —preguntó rápidamente, lo cierto es que sí se le habían pasado por la cabeza otras posibilidades.
—Lo sabes muy bien —respondió. Quizá hacerse el enigmático no era más que otra forma de tocar la moral. Pero lo cierto es que hay vicios difíciles de borrar.
Por supuesto que ella lo sabía. Pero al oírselo decir, con esa maldita actitud de «a mí ni me va ni me viene», prefirió dar un rodeo.
—No, no lo sé. Dímelo tú —dijo con desdén. Si le mostraba cualquier síntoma de que estaba afectada, él podría, y estaba claro que lo haría, aprovecharse.
—Está bien, si quieres hacerte la tonta... —Él se separó de la puerta y caminó hasta situarse frente a ella—. De lo ocurrido esta tarde. Encima de mi coche, para ser exactos. —Se lo estaba poniendo difícil. Bueno, era su especialidad, saber aguantar el chaparrón y capear el temporal.
Ella percibió el tono burlón en la última frase. No debía sorprenderla, pero ella, pecando de ingenuidad, siempre creía que las personas podían mostrar la parte buena en algunas ocasiones.
—¿Y? —siguió fingiendo desinterés, aunque por dentro estaba hirviendo—. ¿De eso quieres hablar?
—No juegues conmigo —dijo muy serio. No estaba nada satisfecho por cómo se estaba desarrollando la conversación. Esa actitud chulesca, a la par que desafiante, que lo dejaba a él como al tonto de la película, le empezaba a tocar seriamente los huevos—. Simplemente quiero escucharte decir que no hay nada de que preocuparse.
Ella iba a hablar, a decirle que no estaba segura, y, si él era un caballero, se mostraría comprensivo. Diría un «Tranquila, estoy aquí para lo que necesites», pero lo dudaba seriamente.
«Éste es de los que se creen que todo el monte es orégano», pensó, respirando para no gritarle. Pero ella odiaba a las mujeres histéricas que solucionaban sus dudas y crisis a grito pelado. Era partidaria del diálogo, aunque, con Niall, seguramente sería un ejercicio inútil. Explicarle sus dudas era, como poco, tener todas las papeletas para que le tocase aguantar un sermón despectivo. Muy alejado de lo que ella necesitaba en aquel momento. No quería que fuera su paño de lágrimas, pero sí un tipo comprensivo.
Él, ante su silencio, empezó a mosquearse, aunque tras mirarla de nuevo llegó a una más que evidente conclusión. ¿Cómo podía haberse preocupado, aunque fuera durante un minuto? ¿Estaba perdiendo el norte? ¿Perdiendo la capacidad de ser objetivo al catalogar a las personas?
—Supongo que una mujer como tú está más que habituada a estos imprevistos, ¿no?
«¿Una mujer como yo? ¿Una mujer como yo?» ¿Qué insinuaba ese cretino?
En aquel instante, ella quiso darle un bofetón de esos bien sonoros y que dejan los cinco dedos marcados. ¿Cómo se atrevía?
Pero no contento con la insinuación añadió:
—Las mujeres como tú no van por ahí sin tener todos los frentes cubiertos. —Y, por si acaso la flecha envenenada erraba en el blanco, remató—: ¿Me equivoco?
«¡Será hijo de puta! ¡Sí, te equivocas, cabrón insensible!», pensó indignada. En aquel momento, aparte del bofetón, quería decirle cuatro cosas sobre todos sus ascendientes más directos.
____ se contuvo, más que nada porque, si le soltaba unas cuantas perlas, Niall se daría cuenta de que su fachada de mujer experimentada se vendría
abajo. Ella misma se había puesto la soga al cuello.
Para unas cosas era estupendo eso de ser la que tiene más experiencia, pero para otras era un asco.
Como la mejor defensa es un buen ataque, mantuvo su actitud desafiante. Ese tipo se iría a dormir con las orejas bien calientes.
—Mira, chaval, soy mayorcita para saber lo que hago y cómo lo hago —espetó armándose de valor. Luego, quizá, adivinaría de dónde lo había sacado. Pero es que con ese tipo hasta ella misma se sorprendía de lo que llegaba a hacer y decir.
—Vale —parecía aliviado.
—¿Contento?
—Hum, no. Si lo tienes todo controlado... ¿Por qué cojones utilizamos
condones?
Ella no podía responder, o al menos no podía hacerlo con la verdad.
—¿No serás uno de esos retrógrados que piensa que los preservativos restan sensibilidad?
—No. Pero has de reconocer que es un coñazo.
—Pues te aguantas.
—Como quieras —aceptó dispuesto a salir del baño—. Aunque... ya que
estamos aquí y puesto que tenemos unos cuantos de reserva... ¿Por qué no nos damos un revolcón para dormir mejor?
—Vete a tomar por... —se corrigió en el último instante, no quería que esto la sacara de sus casillas hasta ese punto—... Viento —dijo ella en voz baja—. Déjame ducharme tranquila.
Niall pareció afectado por su respuesta, como si esperara otra diferente. A veces, los silencios eran más elocuentes que las largas disertaciones. Quería ver si ella abandonaba su muestra de chulería rural, si se desarmaba. Por raro que pareciera, echaba de menos a la ____ que observaba en silencio mientras trasteaba en la cocina, y, por supuesto, a la que sudaba junto a él y le hacía perder el juicio.
Pero ella aguantó.
—Buenas noches —murmuró Niall, y acto seguido quitó el cerrojo y la dejó a solas.
—¡Gilipollas...! —exclamó mirando la puerta del baño por la que ese... ese... imbécil acababa de salir.
Tardó unos instantes en recomponerse, Niall tenía la capacidad de
trastornarla, por desgracia, en más de un sentido. Trastornarla en el sentido bueno y en el malo, y eso es lo que empezaba a preocuparla. Ella no era así.
Mal asunto.
Abrió los grifos de la ducha y ajustó la temperatura. Entró en el agua, cogió su gel con olor a fresas y se enjabonó distraídamente mientras su cabeza hacía de calculadora. Días arriba, días abajo... Seguía sin tenerlo claro, ningún ciclo menstrual es una ciencia exacta y ella se había lanzado de cabeza al método empírico para comprobarlo.
Y, como se decía en el pueblo, los experimentos, con gaseosa.
Acabó la ducha, aunque la relajación que perseguía no fue posible. Demasiadas vueltas en círculo para no llegar a ningún lado.
Se desenredó el pelo con gestos mecánicos, mirándose en el espejo empañado, a excepción del círculo que había hecho con la mano, pero realmente no se veía a sí misma.
Con las prisas había olvidado llevarse unas bragas limpias y un camisón. Así que no quedaba más remedio que envolverse en una toalla y volver a su habitación.
Esperaba no tener que arrepentirse de su arrebato bucólico.
Una vez en su dormitorio, se dispuso a acostarse, pero a pesar de haberse dado una ducha y de tener todavía el pelo húmedo, su cuerpo acusaba el calor. Esperaba que remitiese pronto. Aquel año el refrán de «agosto, frío en el rostro», quedaba inservible.
Cogió el libro que tenía abandonado sobre la mesilla y se sentó junto a la
ventana abierta. Con un poco de suerte, quizá entraría algo de aire fresco y la lectura la distraería.
Pero no hubo suerte, en ninguna de las dos cosas.
Tal vez debería poner en práctica el método de Escarlata O´Hara: «Ya lo pensaré mañana».
MeliHoran
Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Capitulo Treinta y uno
Niall bajó a la cocina a primera hora de la mañana. Poco a poco había ido acostumbrándose a la rutina diaria: llevar a ____ al trabajo, desayunar en su cafetería habitual, pasar la mañana conectado a Internet para ponerse al día de sus asuntos y trabajar un rato junto a su hermana.
Le venía bien, ya que estar sin hacer nada no era lo suyo.
La hostilidad inicial de Julia había ido pasando a una especie de status quo muy curioso: «Te soporto porque me convienes». Así que, por lo menos, no tenía que aguantar un enfrentamiento directo.
—A tu tía se le han pegado las sábanas —murmuró al servirse una taza de café.
—No lo creo, la he visto salir hace un buen rato —le desmintió rápidamente
ella.
—¿Perdón?
—A ver si mejoramos la limpieza de las orejas... —se guaseó su hermana.
Discutir sobre su falta de higiene personal no era necesario, tenía claro que ése no era uno de sus defectos. Le interesaba más otra cosa.
—¿Cuánto hace que se ha marchado?
Como era de esperar, Julia no contestó inmediatamente. Se encogió de hombros y fingió meditarlo.
—Yo que sé... Diez, quince minutos. No me paso el día controlando el tiempo, ¿sabes?
—Hay que joderse...
—Para no caerse —Julia remató la frase, pero, por su cara, estaba claro que mucha gracia no le había hecho.
Niall se sentó de nuevo. Ya no tenía remedio y ni muerto iba a salir en su
búsqueda.
Siendo objetivo, era lógico que ella intentara distanciarse de alguna manera después de la conversación de la noche anterior en el cuarto de baño, pero esperaba que fuese un poco más... consecuente. Sí, ésa era la palabra, «consecuente».
No entendía el motivo de su comportamiento. Era como si estuviera molesta, no hacía falta ser ningún lumbreras para llegar a esa conclusión.
Así que adiós a su desayuno de cinco estrellas, se conformaría con la bollería industrial en forma de magdalenas y una mañana plagada de controversias sobre cómo debe hacerse un trabajo para el instituto.
A ocho kilómetros de distancia, en el centro de belleza, ____ terminaba de
peinar a una de sus clientas habituales. No estaba lo que se dice muy concentrada pero, por suerte, Martina y la clienta no lo advirtieron.
Cuando el salón se quedó vacío, ____ aprovechó para escaparse y poder
tomar un café.
No había terminado de pedir su consumición, cuando notó la presencia de alguien conocido tras ella.
—Por fin te encuentro.
Ella resopló. El que faltaba.
—¿Qué haces aquí?
—Intentar hablar contigo. Ayer por la tarde pasé ¡dos veces! por tu casa y allí no había ni Dios. ¿Dónde estabas?
«¡Este hombre es tonto de remate!», pensó ella mirándolo. ¿A santo de qué venía tal recriminación?
Como lo conocía y sabía que decirle abiertamente que ella no tenía por qué dar explicaciones supondría dar vueltas y más vueltas, prefirió la mentira piadosa.
—Me fui de paseo.
—Con el inglés, ¿no?
—Sola. —Era un riesgo aseverar tal cosa.
—Ya, ¿tú me estás tomando por idiota, o qué?
«Sí.»
—No, claro que no. —Le dio unos toques en el brazo.
—Pues no lo parece. Te vieron, ¿sabes?
—¿Perdón? Esto... ¿qué? —se corrigió automáticamente. Ya empezaba a hablar como ese otro imbécil.
—Ayer, te vieron en el coche del inglés, no ibas sola y ¡conducías tú!
—¡Vaya por Dios! —murmuró. Parecía más afectado por el último hecho que por otra cosa.
Juanjo frunció el ceño y, como la conversación iba para largo, se pidió un
desayuno.
Ella lo observó mientras desenvolvía su sobao pasiego. ¿Y si volvía con él?
Al fin y al cabo, todo resultaría infinitamente más fácil. Incluso, si era lista, podría rentabilizar los cuernos, como hacían algunas.
Evitaría controvertidos diálogos, su ex era un hombre sencillo, aspiraba a
sustituir a su padre algún día como alcalde y a crear una familia y poder vivir en el pueblo. Una situación un tanto tradicional que incluía a una esposa menos propensa a experimentos y, por supuesto, menos exigente, es decir, alguien como Celia. Ella se moría por un gran bodorrio y con poder dejar de trabajar una vez que fuera la «señora de».
Con Juanjo, probablemente, jamás tendría problemas financieros: era hijo único y con las tierras que cultivaba daba más que de sobra para vivir desahogadamente.
Visto desde la vertiente económica tenía las alubias garantizadas. Desde la vertiente emocional Juanjo era un hombre poco dado a las exageraciones y a los dramas, fácil de complacer y, si le había puesto los cuernos con Celia, era porque más o menos ella lo había empujado a ello.
Ya, pero por muy rentable que fuera, terminaría de nuevo en el callejón sin salida llamado aburrimiento.
No, de ninguna manera iba a volver con él.
La independencia tiene un precio, jornadas largas de trabajo y mal pagadas.
Pero si algo tenía claro, era que para exigir hay que contribuir.
—Juanjo, acepta de una vez las cosas. Estás con Celia, ella está loca por ti, estáis hechos el uno para el otro. Se ve a la legua que hacéis una pareja estupenda. — ____ pensó que con esta serie de topicazos, tan simples como absurdos, y que la mente masculina de su ex entendería a la primera, terminaría por rendirse y dejarla en paz.
—No estoy seguro.
Bien, está dudando, eso ya es un gran paso.
—Yo sí, lo sé al noventa y nueve por ciento. Acuérdate del instituto, siempre
querías salir con ella. —Venga, venga... casi está.
—¿Y tú? ¿Qué pasa contigo?
—¿Conmigo?
—En el fondo me siento mal. Te quedarás sola. Porque estoy seguro de que ese inglés te la va a jugar.
«Qué mono, primero se preocupa por mí y luego siembra la duda. Muy al estilo de Celia.»
—No te preocupes por eso. Estaré bien, de verdad —dijo con voz suave, como si fuera una tonta resignada, como si él fuera el mejor hombre del mundo y ella, pobrecita, fuera a sufrir su abandono en silencio y soledad para que él lograra ser feliz.
—Deja que al menos te invite a desayunar.
Fingió una sonrisa de agradecimiento, él era el hombre, sabía proveer de
alimentos a las mujeres. Decirle que no era una cosa muy parecida a herir su orgullo como representante masculino.
—Excelente... digo... ¡Vale! —Otra vez, otra jodida vez hablando como ese
relamido.
____ desayunó rápidamente, no porque le apeteciera, sino porque los
chismosos del pueblo pondrían la máquina del cotilleo en marcha si pasaba
demasiado tiempo junto a su ex. Celia se acabaría enterando, seguramente a primera hora de la tarde, y no tenía ganas de enfrentarse a su cara de perros.
Cuando pensaba escapar, Juanjo volvió a la carga.
—Deberías echar a ese inglés de casa. Te va a causar problemas, lo presiento.
«Dime algo que no sepa.»
—Legalmente es el dueño del cincuenta por ciento, no puedo echarlo —
argumentó con toda lógica.
—Pues entonces vete tú.
____ puso los ojos en blanco. No había manera, cuando se le metía una cosa entre ceja y ceja...
—Estoy bien, de verdad. Además, no puedo separar a mi sobrina de su única familia, su padre así lo deseaba —«Perdóname, Julia, por lo que acabo de decir.»
—Hum, pero...
—Eres un amor preocupándote por mí. —«Un poco de mierda sentimentaloide para salirme con la mía»—. Ahora sé que tengo un buen amigo para toda la vida.
—Sonrisa humilde a juego para rematar la jugada.
—Eso no lo dudes. —Juanjo se inclinó para besarla.
Ella no supo si, por la fuerza de la costumbre o por un simple descuido, iba a besarla en los labios. No quería correr riesgos y giró la cabeza.
—Gracias por todo. Ahora tengo que volver, ya sabes cómo se pone Martina.
Salió escopeteada de la cafetería y volvió al salón de belleza donde, por lo visto, Celia ya había sido informada de su encuentro.
—Zorra avariciosa —siseó la ofendida en voz baja cuando la ofensora pasó a su lado para ponerse la bata de trabajo.
—Envidia cochina —respondió en el mismo tono. Estaba claro que luego, es
decir, en cinco minutos, llamaría a Juanjo y le contaría todo.
—No me extraña que la gente diga que eres ligera de cascos.
«Uy, lo que ha dicho...»
_____ quería reírse en su cara, por ser rematadamente cursi e infantil. Pero creyó más conveniente evitar que su ex volviera a replantearse si Celia le convenía o no.
—Escucha un momento y deja de jugar a la novia celosa. Juanjo te quiere,
siempre te ha querido, salió conmigo porque tú no le hacías caso y ha esperado una oportunidad para estar contigo. En cuanto pudo me engañó, así que no la jodas montándole numeritos. Dedícate a planear una boda con él y olvídate de mí.
La ofendida la miró, no estaba del todo convencida, pero las palabras de _____ inflaban el ego y la autoestima de cualquiera. Si lo pensaba en frío, todo lo que había dicho era cierto...
____ se fue al almacén a por más cartuchos de cera, ya que en diez minutos tenía una cita con otra de las habituales.
Esperaba que el tema quedase zanjado y no tener que volver a soltar jamás discursitos tan cursis. Dos en un día sobrepasaban su aguante.
MeliHoran
Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Capitulo Treinta y dos
Julia estaba nerviosa. Aquella noche, en la verbena del pueblo, se jugaba
mucho. Quería estar increíble para que Pablo se fijara de una vez por todas en ella y se olvidara de la Jenny.
—Así no vamos a ninguna parte.
Una odiosa voz, perteneciente a su hermano, la sacó de su ensimismamiento, que era donde estaba en ese instante. No dejaba de mirar por la ventana, su tía tenía que estar a punto de llegar y quería que le dejase algún vestido mono, la peinase y la maquillase.
—Creo que por hoy hemos avanzado bastante —le contradijo distraídamente.
—Mira, debes aprender una verdad fundamental: nadie, ¿me entiendes?, nadie te va a regalar nada si no te esfuerzas y si no dedicas las horas necesarias a trabajar por lo que quieres.
—Eso ya lo sé —replicó molesta.
—Pues entonces deja de mirar por la ventana, como si esperaras la llegada del Espíritu Santo y ponte a ello. Hoy es un simple trabajo de instituto, pero si no coges el hábito, no lograrás nada en esta vida.
—¡Caray! ¡Qué aguafiestas estamos hoy! —Puede que tuviera razón, pero podía al menos buscar una forma menos agresiva de decir las cosas.
—Vale. —Hizo una mueca. Estaba empezando a hablar como ellas, por lo que se corrigió—: De acuerdo, como quieras, es a ti a quien van a poner una nota de mierda. —Cerró el ordenador, recogió los papeles y se levantó de la mesa.
Tenía otras cosas mucho más agradables en las que pensar. Pero, para poder llevarlas a la práctica, primero tenía que convencer a cierta cabezota con tendencia a pedalear a primera hora de la mañana para que dejara de hacerse la distante.
Porque vaya semanita que llevaba. Sólo había faltado que le dieran de comer comida pasada de fecha o requemada, porque lo que se dice amabilidad, ninguna.
Paradójicamente quien le daba conversación era su hermana, pero no era tan tonto como para no saber el motivo.
____ llegó a casa y Julia pareció ponerse aún más nerviosa e impaciente.
Niall no comprendía el motivo de tal inquietud, pero conociendo a esas dos
pronto iba a estar al corriente.
—Vaya día que llevo —se quejó ____ dejando una mochila sobre la encimera.
La abrió y empezó a sacar provisiones.
—Si tenías que hacer la compra te podría haber ido a buscar con el coche.
Ella lo ignoró.
—Deja eso. —Para sorpresa de los presentes, Julia empezó a ordenar las cosas velozmente, como si fuera un concurso—. Venga, vamos a tu habitación, necesito que me prestes uno de tus vestidos.
Su tía la miró desconcertada y su hermano entrecerró los ojos. ¿Qué se estaba cociendo allí?
—¿Para qué? —preguntó ____, sirviéndose un vaso de agua. Venía muerta...
—Esta noche, en la verbena, quiero estar alucinante.
—Hum...
Estaba claro que iba a tener que ser más explícita si quería la colaboración de su tía.
—Van todos y yo no quiero perdérmelo.
—Supongo que Pablo también estará.
—Pues sí —dijo, intentando parecer despreocupada.
—Vaaaale, venga, vamos a mi cuarto. Seguro que encontramos algo que te
quede guay. ¿Todavía se sigue diciendo guay?
—No mucho —respondió Julia.
—No seas insensata. —Las interrumpió él. Imaginar a su hermana vestida con cualquiera de los modelitos de la tía era para echarse a temblar. Y no sólo desde el punto de vista estético, si no que no quería que se vistiera para provocar un infarto en los chicos del pueblo. Y, cosa rara en él, le preocupaba lo que pudieran llegar a decir de ella; no debería, pero era así.
—Nadie te ha dado vela en este entierro.
Niall arqueó una ceja. Vaya, las primeras palabras en todo el día, todo un
adelanto.
—Pues yo opino lo contrario. —Se cruzó de brazos.
«Qué tipo más arrogante», pensó ella.
—No os pongáis a discutir ahora, que tengo prisa.
—Si quieres que ese tal Pablo se fije en ti lo que no debes hacer es disfrazarte.
—Pero ¡¿qué dices?! —exclamó ____, molesta por la crítica que implicaba ese comentario.
Niall no se molestó en contestarle.
—Vístete tal y como tú eres. Hazme caso, si él te ve con ropa que ha llevado tu tía puede que no le guste. Se dará cuenta de que no es tuyo.
—Los tíos no se fijan en esas cosas —se quejó Julia.
¿Cómo decirle a su hermana, sin ser excesivamente grosero y realista, que lo más probable es que el adolescente en cuestión sí se hubiera fijado, y bastante, además, en una mujer como ____ y sus microvestidos de mercadillo?
—Tiene razón, son bastante limitados a no ser que se trate de ropa interior, en eso toooooodos son expertos —alegó con cinismo ____.
—Él ya te ha visto, sabe cuál es tu estilo. Hazme caso, busca ropa con la que te sientas a gusto, cómoda. Si te disfrazas te pasarás toda la noche más pendiente de tu vestido que de pasártelo bien. Supongo que no quieres parecer una de esas mujeres que van tan tiesas, tan pendientes de que no se mueva un pelo que amargan a todo el mundo...
Las dos lo miraron fijamente. Por sus palabras, dedujeron que sabía muy bien de qué hablaba. Pero a Julia, en aquel momento, las experiencias de su hermano en lo que a féminas se refiere sólo le interesaban para sacar provecho.
Por el contrario, para ____, resultaron muy reveladoras.
—Puede que hasta tengas razón —reflexionó Julia en voz alta.
—Por supuesto que tengo razón —aseveró con tono pedante.
—¿Estás segura? —quiso saber su tía. Puede que la teoría del relamido no
estuviera tan desencaminada, pero ese pensamiento no iba a compartirlo ni loca.
—No lo sé... ¡Jo! ¿Por qué nunca me dais consejos sencillos? Siempre tengo que elegir la mejor opción. Por una vez podríais estar de acuerdo en algo, ¿no?
—No tienes por qué elegir. De las dos opciones, sólo una es razonable — argumentó Niall, ganándose una mirada asesina de ____. Bueno, ya vería
luego cómo calmarla.
—No sé qué hacer... —Julia se mordió el labio indecisa. A ese paso no estaría a la hora en la verbena con sus amigas.
Miró alternativamente a uno y a otro. Quería a su tía por encima de cualquier otra persona en el mundo y, hasta entonces, sus consejos habían servido, pero también estaba su hasta hace poco desconocido hermano, que tenía estudios y no daba puntada sin hilo...
—Vale, voy a hacerte caso. —Señaló a su hermano—. Pero como te equivoques, pienso echarte azúcar entre las sábanas para que no duermas ni una sola noche.
A Niall le hubiera gustado decir en voz alta que adelante, así se podría ir a dormir con ____.
—No es una ciencia exacta —se defendió él—. Pero sí bastante aproximada.
—Vale, me voy a vestir. Mónica aparecerá en cualquier momento y me va a
pillar en bragas.
Salió de la cocina y subió los escalones de dos en dos para prepararse.
Cuando él consideró que no existía peligro de que lo pillaran acosando a la tía de los microvestidos de mercadillo, se acercó a ella y la aprisionó entre su cuerpo y la encimera.
—¿Tú no necesitas algún consejo para ir a la verbena? —se guaseó
descaradamente sonriendo de medio lado.
—¡Aparta! —le espetó seca. Lo que faltaba, ahora no tenía ganas de lidiar con él—. No tengo el cuerpo para rumbas.
—Excelente, nos quedamos en casa solos y ya veremos cómo pasamos el rato.
—Se pegó aún más a ella, joder, si hasta la había echado de menos.
____ rechazó el acercamiento, ya que se conocía, o al menos eso creía, porque en lo concerniente a sus reacciones físicas cuando él se ponía delante no podía garantizar que esas reacciones fueran razonables.
—He cambiado de idea, me voy a la verbena. —Quiso apartarse pero, como era de esperar, él no se lo puso fácil—. Así que mueve el culo, tengo que arreglarme.
Niall, que en ese caso tenía los dos posibles flancos cubiertos, le sonrió antes de comunicarle:
—Estupendo, te acompaño.
Se apartó, no porque quisiera, sino porque llamaron a la puerta. Era la amiga de Julia que sí que había pasado por la tienda de disfraces. Cuando apareció Julia dijo:
—¿Aún estás sin arreglar?
La aludida negó con la cabeza.
—Estás estupenda —apuntó Niall y era cierto. Ataviada con un vestido
camisero, con el pelo suelto y unas sandalias romanas iba cómoda a la par que elegante.
Julia no sabía qué pensar del piropo lanzado por su hermano.
—Claro que sí. —____ se unió a ella—. Pásatelo bien. ¿Vale? Luego me
cuentas. —Le guiñó un ojo cómplice.
—¿Y qué vas a hacer tú? ¿Por qué no te vienes con nosotras?
Ni a Mónica ni a Niall les hizo mucha gracia.
—Después me paso. Primero voy a recoger un par de cosas.
Cuando las chicas se fueron, ____ intentó ignorarlo descaradamente. Subió a su cuarto y le dio con la puerta en las narices, pero, al no tener cerrojo interior, entró sin ser invitado.
—¿Dónde has dejado hoy tu exquisita educación británica?
—Querida, siempre va conmigo.
—Permíteme que lo dude. —Le señaló la puerta—. ¡Fuera!
—¿Sabes? Siempre me ha fascinado ver la transformación que algunas
experimentáis. El antes y el después.
—Pero ¿qué chorradas dices?
—Tenéis cierta tendencia en poneros todo tipo de accesorios encima, de tal
modo que uno no puede fiarse de si lo que ve es artificial o no. Por eso me gustaría observarte mientras te arreglas —dijo en tono calmado y muy pero que muy educado.
—Tú lo que eres es un puto mirón.
—No, simplemente es curiosidad. —Miró el reloj—. ¿A qué hora empieza el
baile?
Ella se calló. Ya se vengaría más tarde, en el pueblo, delante de todos,
presentándolo y dejándolo solo ante el peligro.
MeliHoran
Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Capitulo Treinta y tres
Para no darle motivos de crítica, ella se cambió en un visto y no visto. Eligió un vestido vaquero, sin escote ni mangas, y hasta decente, como dirían las señoras mayores del pueblo, ya que quedaba por encima de la rodilla. Hacía siglos que no se lo ponía. Para completar el atuendo cogió sus zapatillas de cuña rojas.
Él no hizo comentario alguno pero fue consciente de su examen-escaneo visual.
Salieron al exterior y él abrió el coche con el mando a distancia.
—¿Qué haces? Andando no tardamos ni diez minutos —argumentó ella.
—¿Y?
____ buscó un motivo de peso para que él dejara el vehículo aparcado.
—¿Estás seguro de que quieres arriesgar a que un sinfín de borrachos puedan vomitar junto al coche? ¿O sentarse en él? ¿O pegar la nariz en las ventanillas dejándote no sólo las marcas de huellas en el cristal? ¿O...?
—Vale, vamos andando —interrumpió él, cien por cien convencido.
Empezaron el paseo, y, a medida que iban avanzando, la música fue sonando cada vez más cercana.
Niall miró a su alrededor y la empujó contra la pared del primer edificio
disponible.
—Antes quería simplemente meterte mano. Ya sabes, para entrar en calor.
Ella resopló.
—Estamos a la vista de cualquiera, no creo que seas capaz de soportar los
chismes que pueden generarse si alguien se da cuenta de tus intenciones de magreo.
—Tú ya estás acostumbrada a estas cosas. A mí, al fin y al cabo, los comentarios que hagan no me importan, ya que no vivo aquí.
Quedaba implícito que en cuanto resolviera sus asuntos se largaría.
Pero ella no quería amargarse esa noche. Iba a intentar por todos los medios llevarlo a su terreno, divertirse e intentar salir indemne.
Así que lo empujó con chulería, sin perder la sonrisa y le cogió de la mano, tiró de él y se encaminaron hacia la plaza donde se celebraba la verbena.
A Niall se le cayó el alma a los pies en cuanto estuvieron en el centro de la plaza, rodeados de gente, como poco curiosa.
—Es peor de lo que esperaba —susurró junto al oído de ella sin soltarle la mano por miedo a que en un momento dado se viera arrastrado por alguno de aquellos grupos sin calificativo que se movían de cualquier manera.
—Por una noche no seas tan estirado, ¿vale? —le replicó acercándose a él para que la escuchara por encima de la música.
Visto desde fuera parecían una parejita, al estilo de Pichurri y compañía, los dos juntos, de la mano y haciéndose confidencias al oído. Puede que la conversación fuera de todo menos romántica, pero eso los presentes no podían saberlo.
Así que, en la hora y media siguiente, multitud de conocidos, bien del mismo pueblo o de los alrededores, se acercaron a saludar. Olivia tuvo que presentarlo, pero la mayoría sabía quién era, lo cual sorprendió a Niall, no así a ella, que sabía el modo en que la información corría de un lado a otro.
Él empezaba a cansarse de tener que estar allí manteniendo conversaciones que no le interesaban ni lo más mínimo. Pero lo que de verdad lo estaba soliviantando eran los comentarios sobre la vida y milagros de su viejo, lo buena persona que era, lo trabajador, lo amable, lo querido por todos... etcétera, etcétera. No aguantaba más.
Tiró de la mano de ella. Inexplicablemente habían permanecido enlazados toda la velada.
____, que era consciente del nerviosismo bien disimulado de él, terminó por apiadarse y sacarlo de allí, con la excusa de ir a tomar algo.
—Podías haber sido más amable con la gente, ¿no? Ellos querían a tu padre.
—Dame un pañuelo, estoy a punto de llorar —replicó con cinismo.
Ella se detuvo bruscamente soltándose y encarándolo.
—Eres... eres... ¡No sé cómo te soportas a ti mismo!
—Oye, no necesito que me montes una escena. —Metió las manos en los
bolsillos del pantalón. Estaba tenso, maldita sea, no necesitaba escuchar las virtudes del viejo. Nadie podía hacerlo cambiar de opinión.
—Pues te jodes. —Empezó a caminar en dirección a la cantina sin preocuparse si él la seguía o no. Estaba cansada de darle oportunidades, de intentar ser comprensiva. Su actitud de esa noche, como la de siempre, debería convencerla para tirar la toalla.
Niall la alcanzó y la agarró de la muñeca.
—No tienes ni puta idea de lo que pasó, así que te agradecería que te
mantuvieses al margen.
—Yo conocí a tu padre, ¿recuerdas? Y era un buen hombre.
—Cambiemos de tema.
—¿Por qué? Debe de ser importante cuando te ha convertido en un amargado. ¿Por qué no me lo cuentas? ¿Por qué no hablas de ello para poder seguir adelante?
—¿Y tú? ¿Por qué no hablamos de ti?
____ se dio cuenta de que la gente empezaba a mirarlos. Habían pasado de ser la parejita feliz a tener una pelea en público. Si no se andaba con ojo, el lunes en la peluquería las clientas la acosarían de lo lindo.
—¿Qué quieres saber? —preguntó utilizando un tono de voz suave mientras
caminaba en dirección al bar.
«Joder, qué pregunta», pensó él. Quería saber todo, pero no a título
informativo. Por increíble que pareciera, ella le importaba, y eso no era buena señal. Conocer a las personas implica que las personas te conozcan a ti, en una palabra: «confianza». Y él no era amigo de tales sentimientos. Aunque se muriese de ganas por saberlo todo acerca de ella.
—¿Vamos a quedarnos aquí? —quiso saber él con evidente cara de asco al
poner un pie en la tasca del pueblo.
Ella ignoró tal comentario.
—¿Qué quieres beber? No, no me lo digas, eres tan previsible...
Cinco minutos más tarde, él, con una cerveza en la mano, y ella, con una Coca- Cola Zero, salieron al exterior y ella lo condujo hasta un lateral donde se sentaron en un banco.
—¿Vas a contarme ahora qué pasó? —Ella inició la conversación.
—¿Por qué tanto interés? Joder, deja de remover la mierda. —Dio un buen trago a su cerveza. Después empezó a jugar con el llavero del coche—. Y ¿qué pasa con tus padres? Ya que nos ponemos en plan confidencias...
—Mis padres viven en Torremolinos desde hace tres años, cuando se jubilaron. Se pasaron toda su vida en el campo, trabajando. Vienen una vez al año, en Navidad. Nos llevamos bien, se desviven por su única nieta y, cuando puedo, voy yo a verlos. ¿Algo más?
—Cuéntame algo de ti.
—Ya sabes cómo soy, no escondo un cadáver en el armario, me llevo bien con casi todo el mundo, me encanta ser peluquera y poco más.
Niall sabía que no había nada mejor que la verdad para despistar. Esa
declaración, que aparentemente sonaba sincera, ocultaba mucho más de lo que revelaba.
Se puso cómodo recostándose en aquel banco al que le hacía buena falta otra mano de pintura, ya que todo el pueblo parecía querer firmarlo a base de rayones.
Si hubiera llevado un pañuelo antes de sentarse lo hubiera puesto debajo para no correr el riesgo de mancharse los pantalones.
Estiró las piernas y las cruzó a la altura de los tobillos. Hacía buena noche, algo más fresca que las anteriores, y eso era de agradecer.
—Será mejor que volvamos al baile.
—Ahora que había pillado la postura... —Se quejó él sin mucho énfasis y miró a ambos lados. Se estaba empezando a preocupar, ya que sólo cavilaba para poder meterle mano, sin importarle que la plana mayor del pueblo pudiera pillarlos.
Ella se puso en pie y él la siguió de forma perezosa. Se estaba bien, podían haberse quedado un rato más allí, dedicándose a la vida contemplativa.
De camino a la plaza del pueblo él, sin saber el motivo, o sin querer saberlo, estiró el brazo para agarrarla de la mano. Como si con ese sencillo gesto pudiera soportar mejor la tortura que suponía escuchar esa música. La banda ponía empeño, pero una cosa es golpear una lata y otra muy distinta era tocar música.
Ella rompió su promesa de quedarse junto a él al poco de llegar a la plaza, con la excusa de saludar vete a saber a quién, lo dejó solo. Miró a su alrededor y se dio perfecta cuenta de que desentonaba como el que más.
Para tener algo que hacer se acercó al bar provisional instalado en una esquina, junto al ayuntamiento. Tenía toda la pinta ser un edificio del siglo XIX.
A medida que se iba acercando comprobó con horror que su vista no iba
ganando dioptrías y que era real lo que veía: una hilera de cinco bidones metálicos sobre los que habían colocado lo que parecía un tablero forrado de plástico blanco y grapado en los bordes.
—Ver para creer —se dijo a sí mismo.
Pidió una cerveza para él y una Coca-Cola «a secas» para cuando la traidora regresara. Mientras lo servían se fijó en el letrero, un folio en el que, con letra infantil y ni un solo renglón derecho, anunciaba los precios. Estaba claro que no eran precios populares.
Abandonó el improvisado bar y volvió a su posición inicial, vigilando que
nadie de los que allí bailaban se rozara con él. Se dispuso a esperar a ____, por si se dignaba a volver, sosteniendo las dos bebidas como un tonto.
A pesar de sus esfuerzos hubo alguien que se acercó demasiado, invadiendo su espacio.
—Me gustaría tener unas palabras contigo.
MeliHoran
Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Ahhhhh alfin volvisteee
Se te extrañaba a vos y a la nove . Peerdo por no comenta estube con el tema del cole bueno
Tienes que seguirla plzzz me encantaaa
Plzz sigelaaa
Loa
Se te extrañaba a vos y a la nove . Peerdo por no comenta estube con el tema del cole bueno
Tienes que seguirla plzzz me encantaaa
Plzz sigelaaa
Loa
loa
Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Holaa :) si volvi, eh puesto un monton de caps, ahora voy a subir tambien mucho mas, porque de alguna u otra forma se los debo, por demorar tanto en volver. y se sigue lo hot...
Niall intentó hacerse el sueco, pero no hubo suerte.
—¿Estás sordo?
«Que más quisiera», pensó molesto.
—Tú dirás —resopló resignado.
—No eres santo de mi devoción y te tengo calado desde el primer minuto, pero
por deferencia hacia tu padre, que era un hombre extraordinario, voy a ser
razonable contigo.
«¡Vaya por Dios!, ya salió otra vez el tema del viejo. Hasta a Pichurri le caía
bien.»
—Qué bien —soltó con desdén.
—Te he visto con ella.
No hacía falta añadir que no era tan simple, los había visto en una actitud que
inducía a pensar que no sólo habían salido a pasear como dos conocidos.
—¿Y?
—Me preocupo por ella, es una mujer increíble. No quiero verla sufrir y estoy
seguro de que tú no eres trigo limpio.
—Ajá —murmuró con desinterés. ¿Éste era tonto o muy tonto?
—Sé perfectamente por qué estás aquí y que sólo la ves como un pasatiempo de
verano.
—Lo que tú digas.
—Conozco al notario que lleva el testamento de tu padre, le llevo las tierras.
Puedo llamarlo y decirle que haga un alto en sus vacaciones para que resuelvas tus asuntos y te largues de aquí.
—Me parece muy bien. —Niall continuó con su actitud indiferente. Puede
que fuera una noticia estupenda eso de poder arreglar el jodido testamento y
largarse, pero por otro lado...
—No voy a consentir que juegues con ella. ¡De ninguna manera!
Había que reconocer que el Pichurri hablaba con vehemencia y convencido de
que él era un cabrón. Claro que, en realidad, lo era, así que no suponía ninguna
novedad.
—Y ¿tú qué ganas con este ímpetu defensor? —Su tono fue marcadamente
receloso.
—Quiero que le vaya bien y tú no eres bueno para ella.
—Y por eso le pones los cuernos —le replicó entrando por primera vez al trapo.
—No es asunto tuyo, pero te lo diré de todos modos. Lo hemos hablado y me
ha perdonado. Nos ha deseado lo mejor a mí y a Celia.
Joder con la cornuda. ¡Qué detalle! Pero sólo era un ejemplo más de que Olivia
era más lista que el hambre. ¿Cómo no iba a perdonarlo?
De acuerdo, ella llevaba unos buenos cuernos, pero Pichurri podía presumir de
una cornamenta que ni el ciervo más atractivo de la manada podía envidiar.
—Me alegro por ti —dijo de modo inexpresivo. Mejor no sacarlo de su error. Si
el hombre era feliz así...
—Conozco bien a ____, es una buena chica. A veces puede ser un poco rara,
pero...
Joder, pues vaya una descripción. Para haber sido novios «rara» resultaba,
como poco, una paupérrima descripción. Aunque tampoco debía sorprenderse,
ella sabía dar una de cal y otra de arena, y al pobre hombre lo tenía engañado.
Hasta terminaría por compadecerlo...
—Si tú lo dices... —Se encogió de hombros. ¿Qué otra cosa podía hacer? No
quería caer en una especie de absurda solidaridad masculina y decirle la verdad,
especialmente porque sería contraproducente para él; esa noche esperaba un fin de fiesta memorable.
—Así que ándate con ojo, pienso tenerte controlado.
Niall ni se inmutó ante ese Vito Corleone rural, que, por cierto, no
intimidaba ni queriendo.
Le hizo un gesto con la mano como diciéndole: «Sí, sí, majete, lo que tú digas»
para que desapareciera de su vista.
De nuevo a solas, con su cerveza y la Coca-Cola en la que los cubitos de hielo
eran historia, siguió contemplando, para no salir de su asombro, cómo los lugareños bailaban o hacían corrillos; por supuesto, sin dejar de controlarla, pues
esperaba que regresara lo antes posible para salir escopeteado de allí.
En uno de esos barridos visuales vio a su hermana, con su grupo de amigos. Estaba claro que las cosas no le habían ido muy bien, ya que su cara lo decía todo.
Pero ese asunto podía tratarlo más tarde, primero quería llevarse a la tía ____ al
huerto. Para eso estaban en el campo.
—¿Te importa que me quede aquí un rato? —preguntó una voz a su derecha.
Niall no quería ser maleducado, pero tener de acompañante temporal a la
futura señora de Pichurri era lo menos acertado, por no decir aburrido.
—No —mintió.
—Te he visto hablar con Juanjo.
«No te insinúes, guapa, que vas a caerte con todo el equipo.»
—¿Y?
—Nada, simple curiosidad. ¿De qué habéis hablado?
—Pregúntaselo a él.
—No quiero aburrirlo —ronroneó Celia, arrimándose más de lo necesario.
Niall, con disimulo, se iba apartando poco a poco de ella, pero si se seguía
acercando así, se acabaría la plaza del pueblo.
—Y ¿a mí sí? —preguntó, perdiendo un poco el tono amable. Para que ella no se
mosqueara mucho, esbozó una sonrisa de lo más falsa.
—Bueno... tampoco quiero aburrirte. Podemos hablar de otra cosa si quieres.
—No creo que haya temas que nos interesen a los dos como para mantener una
conversación medianamente aceptable.
—Eso... depende. ¿No crees?
A Niall, esa horrible y falsa demostración de interés lo estaba sacando de sus
casillas. Intentó obviarla, y en uno de sus barridos visuales cruzó la mirada con
____. Esperaba que ésta viniera a salvarlo o le frunciera el cejo molesta, pero no,
la muy pícara arqueó una ceja y sonrió. Estaba claro que aguantar a Celia era un
buen castigo.
—Supongo. —Celia le sonrió. Estaba claro lo que pensaba, pero, a esas alturas,
sólo existía una mujer con dudosos gustos estéticos que le interesara, y no estaba a su lado, precisamente.
—¿De qué? —preguntó encantada de ser el centro de atención. Muchos de los
presentes los miraban con curiosidad.
—De si tengo ganas de aguantar estupideces o no —espetó en tono engreído.
Esperaba que, con un poco de suerte, se sintiera ofendida y lo dejara en paz, no
sólo esa noche, sino para el resto de los días que iba a estar en el pueblo.
Por suerte, su coeficiente intelectual comprendió la frase y se apartó.
—Bueno, me tengo que ir.
—Buenas noches —dijo encantado.
Se acercó con cuidado a la barra, o lo que fuera, del bar a dejar su botellín de
cerveza vacío y la Coca-Cola aguada. A punto estuvieron de mancharle la camisa, pero, afortunadamente, sus reflejos lo ayudaron a apartarse a tiempo.
Empezaba a mostrarse inquieto porque ni quería estar allí, ni soportaba la
música, y mucho menos el bullicio de la gente. Y por supuesto quería su fin de
fiesta ya.
Cuando se percató de que ella caminaba hacia donde se encontraba respiró
tranquilo, pero no dio muestras de ello.
—Ya veo que te estás integrando con la gente del pueblo —le soltó ella con
recochineo cuando se puso junto a él.
—Si te dijera que lo he evitado con todas mis fuerzas... ¿me creerías?
—No hace falta que lo jures.
Él le sonrió de manera indulgente, para que abandonara el tema.
—Pero aun así has tenido éxito,. ¿me equivoco? —insistió ella.
—Si te refieres al Pichurri y a su futura esposa, yo no lo llamaría éxito. Más bien
fracaso, los dos se han empeñado en darme la lata.
—Vaya por Dios, al niño no le gusta que le den coba.
—¿Coba? ¿Qué bobadas dices? —replicó confundido.
—Celia se te ha arrimado mucho —dijo, para picarlo un poco. La conocía muy
bien y sabía que su intención era aplicar la ley del ojo por ojo. «Si tú tonteas con mi novio, yo tonteo con el tuyo.» Sólo que en ese caso había una gran diferencia:
Niall no era su novio. Durante un instante, le molestó que su compañera se
mostrara tan abiertamente comunicativa con él, pero se convenció de que eso no
era bueno para su paz mental y decidió que lo mejor era relegarlo al fondo del
desordenado armario de los sentimientos contradictorios.
—¿Celosa? —No lo parecía, pero en esas cosas las mujeres, como en muchas
otras, dicen una cosa y piensan otra.
—¡Uf!, no te haces idea de cuánto. Si no le tiro de los pelos es porque lleva tanta
laca encima que me quedaría ahí pegada.
Niall se echó a reír.
—No sufras. He sido desagradable con ella.
—O sea, has sido tú mismo.
Responder a tal afirmación no llevaba a ninguna parte.
—Por cierto... —Se arrimó a ella y le rodeó la cintura con el brazo; al cuerno con
los mirones y sus especulaciones—. ¿No es hora ya de retirarse? —preguntó con
voz ronca, disimulando su impaciencia.
—Hum, voy a ver cómo le va a Julia.
Inmediatamente él la sujetó de la muñeca para que no se separarse ni un
milímetro.
—Déjala, no interrumpas. Estoy seguro de que prefiere estar con sus amigas.
____ miró en la dirección en la que había visto por última vez a su sobrina y
no la vio.
—No estoy tranquila...
—Olvídate de ella y concéntrate en lo importante. —Ella lo miró con
desconfianza—. Y, por si no lo sabes, te diré que lo importante ahora es que tú y yo encontremos un lugar cómodo y apartado para distraernos un poco. —Acompañó sus palabras con un movimiento ascendente-descendente de la mano por su cadera y una voz sugerente.
____ se aclaró la voz. Se estaba insinuando allí, delante de todo el mundo.
¿Qué haría una mujer experimentada?
¿Pisarlo con el tacón?
¿Pensar en ese sitio ideal?
—No me enjabones, que te corto el agua —respondió al final. Ni aceptaba ni
negaba. Una respuesta elocuente, propia de alguien como ella.
Aunque, siendo sincera, continuar allí en la plaza del pueblo había perdido
toda su gracia. Había que reconocer el mérito de él, o la debilidad de ella, según se mire. Porque, aun sin abandonar el tono pedante, conseguía resistirse.
Y entonces se dio cuenta de algo... ¿Para qué posponer lo inevitable? ¿Para qué
negar que disfrutaba con él? ¿Para qué perder el tiempo analizando los pros y los
contras? ¿Por qué, a pesar de ser tan malditamente pedante, me pone tan
cachonda?
Las respuestas a esas preguntas podían ser infinitas, pero ¿no era más lógico
aceptar la explicación más sencilla?
«Disfruto con él porque no tengo ataduras, es temporal y su arrogancia me
excita. Cosas más raras se han visto.»
Lo agarró de la mano y él no opuso resistencia. Salieron de la plaza
tranquilamente, saludando con la cabeza a quienes se cruzaban con ellos. En cinco minutos ya caminaban por las calles menos transitadas del pueblo en dirección a su casa.
Capitulo Treinta y cuatro
Niall intentó hacerse el sueco, pero no hubo suerte.
—¿Estás sordo?
«Que más quisiera», pensó molesto.
—Tú dirás —resopló resignado.
—No eres santo de mi devoción y te tengo calado desde el primer minuto, pero
por deferencia hacia tu padre, que era un hombre extraordinario, voy a ser
razonable contigo.
«¡Vaya por Dios!, ya salió otra vez el tema del viejo. Hasta a Pichurri le caía
bien.»
—Qué bien —soltó con desdén.
—Te he visto con ella.
No hacía falta añadir que no era tan simple, los había visto en una actitud que
inducía a pensar que no sólo habían salido a pasear como dos conocidos.
—¿Y?
—Me preocupo por ella, es una mujer increíble. No quiero verla sufrir y estoy
seguro de que tú no eres trigo limpio.
—Ajá —murmuró con desinterés. ¿Éste era tonto o muy tonto?
—Sé perfectamente por qué estás aquí y que sólo la ves como un pasatiempo de
verano.
—Lo que tú digas.
—Conozco al notario que lleva el testamento de tu padre, le llevo las tierras.
Puedo llamarlo y decirle que haga un alto en sus vacaciones para que resuelvas tus asuntos y te largues de aquí.
—Me parece muy bien. —Niall continuó con su actitud indiferente. Puede
que fuera una noticia estupenda eso de poder arreglar el jodido testamento y
largarse, pero por otro lado...
—No voy a consentir que juegues con ella. ¡De ninguna manera!
Había que reconocer que el Pichurri hablaba con vehemencia y convencido de
que él era un cabrón. Claro que, en realidad, lo era, así que no suponía ninguna
novedad.
—Y ¿tú qué ganas con este ímpetu defensor? —Su tono fue marcadamente
receloso.
—Quiero que le vaya bien y tú no eres bueno para ella.
—Y por eso le pones los cuernos —le replicó entrando por primera vez al trapo.
—No es asunto tuyo, pero te lo diré de todos modos. Lo hemos hablado y me
ha perdonado. Nos ha deseado lo mejor a mí y a Celia.
Joder con la cornuda. ¡Qué detalle! Pero sólo era un ejemplo más de que Olivia
era más lista que el hambre. ¿Cómo no iba a perdonarlo?
De acuerdo, ella llevaba unos buenos cuernos, pero Pichurri podía presumir de
una cornamenta que ni el ciervo más atractivo de la manada podía envidiar.
—Me alegro por ti —dijo de modo inexpresivo. Mejor no sacarlo de su error. Si
el hombre era feliz así...
—Conozco bien a ____, es una buena chica. A veces puede ser un poco rara,
pero...
Joder, pues vaya una descripción. Para haber sido novios «rara» resultaba,
como poco, una paupérrima descripción. Aunque tampoco debía sorprenderse,
ella sabía dar una de cal y otra de arena, y al pobre hombre lo tenía engañado.
Hasta terminaría por compadecerlo...
—Si tú lo dices... —Se encogió de hombros. ¿Qué otra cosa podía hacer? No
quería caer en una especie de absurda solidaridad masculina y decirle la verdad,
especialmente porque sería contraproducente para él; esa noche esperaba un fin de fiesta memorable.
—Así que ándate con ojo, pienso tenerte controlado.
Niall ni se inmutó ante ese Vito Corleone rural, que, por cierto, no
intimidaba ni queriendo.
Le hizo un gesto con la mano como diciéndole: «Sí, sí, majete, lo que tú digas»
para que desapareciera de su vista.
De nuevo a solas, con su cerveza y la Coca-Cola en la que los cubitos de hielo
eran historia, siguió contemplando, para no salir de su asombro, cómo los lugareños bailaban o hacían corrillos; por supuesto, sin dejar de controlarla, pues
esperaba que regresara lo antes posible para salir escopeteado de allí.
En uno de esos barridos visuales vio a su hermana, con su grupo de amigos. Estaba claro que las cosas no le habían ido muy bien, ya que su cara lo decía todo.
Pero ese asunto podía tratarlo más tarde, primero quería llevarse a la tía ____ al
huerto. Para eso estaban en el campo.
—¿Te importa que me quede aquí un rato? —preguntó una voz a su derecha.
Niall no quería ser maleducado, pero tener de acompañante temporal a la
futura señora de Pichurri era lo menos acertado, por no decir aburrido.
—No —mintió.
—Te he visto hablar con Juanjo.
«No te insinúes, guapa, que vas a caerte con todo el equipo.»
—¿Y?
—Nada, simple curiosidad. ¿De qué habéis hablado?
—Pregúntaselo a él.
—No quiero aburrirlo —ronroneó Celia, arrimándose más de lo necesario.
Niall, con disimulo, se iba apartando poco a poco de ella, pero si se seguía
acercando así, se acabaría la plaza del pueblo.
—Y ¿a mí sí? —preguntó, perdiendo un poco el tono amable. Para que ella no se
mosqueara mucho, esbozó una sonrisa de lo más falsa.
—Bueno... tampoco quiero aburrirte. Podemos hablar de otra cosa si quieres.
—No creo que haya temas que nos interesen a los dos como para mantener una
conversación medianamente aceptable.
—Eso... depende. ¿No crees?
A Niall, esa horrible y falsa demostración de interés lo estaba sacando de sus
casillas. Intentó obviarla, y en uno de sus barridos visuales cruzó la mirada con
____. Esperaba que ésta viniera a salvarlo o le frunciera el cejo molesta, pero no,
la muy pícara arqueó una ceja y sonrió. Estaba claro que aguantar a Celia era un
buen castigo.
—Supongo. —Celia le sonrió. Estaba claro lo que pensaba, pero, a esas alturas,
sólo existía una mujer con dudosos gustos estéticos que le interesara, y no estaba a su lado, precisamente.
—¿De qué? —preguntó encantada de ser el centro de atención. Muchos de los
presentes los miraban con curiosidad.
—De si tengo ganas de aguantar estupideces o no —espetó en tono engreído.
Esperaba que, con un poco de suerte, se sintiera ofendida y lo dejara en paz, no
sólo esa noche, sino para el resto de los días que iba a estar en el pueblo.
Por suerte, su coeficiente intelectual comprendió la frase y se apartó.
—Bueno, me tengo que ir.
—Buenas noches —dijo encantado.
Se acercó con cuidado a la barra, o lo que fuera, del bar a dejar su botellín de
cerveza vacío y la Coca-Cola aguada. A punto estuvieron de mancharle la camisa, pero, afortunadamente, sus reflejos lo ayudaron a apartarse a tiempo.
Empezaba a mostrarse inquieto porque ni quería estar allí, ni soportaba la
música, y mucho menos el bullicio de la gente. Y por supuesto quería su fin de
fiesta ya.
Cuando se percató de que ella caminaba hacia donde se encontraba respiró
tranquilo, pero no dio muestras de ello.
—Ya veo que te estás integrando con la gente del pueblo —le soltó ella con
recochineo cuando se puso junto a él.
—Si te dijera que lo he evitado con todas mis fuerzas... ¿me creerías?
—No hace falta que lo jures.
Él le sonrió de manera indulgente, para que abandonara el tema.
—Pero aun así has tenido éxito,. ¿me equivoco? —insistió ella.
—Si te refieres al Pichurri y a su futura esposa, yo no lo llamaría éxito. Más bien
fracaso, los dos se han empeñado en darme la lata.
—Vaya por Dios, al niño no le gusta que le den coba.
—¿Coba? ¿Qué bobadas dices? —replicó confundido.
—Celia se te ha arrimado mucho —dijo, para picarlo un poco. La conocía muy
bien y sabía que su intención era aplicar la ley del ojo por ojo. «Si tú tonteas con mi novio, yo tonteo con el tuyo.» Sólo que en ese caso había una gran diferencia:
Niall no era su novio. Durante un instante, le molestó que su compañera se
mostrara tan abiertamente comunicativa con él, pero se convenció de que eso no
era bueno para su paz mental y decidió que lo mejor era relegarlo al fondo del
desordenado armario de los sentimientos contradictorios.
—¿Celosa? —No lo parecía, pero en esas cosas las mujeres, como en muchas
otras, dicen una cosa y piensan otra.
—¡Uf!, no te haces idea de cuánto. Si no le tiro de los pelos es porque lleva tanta
laca encima que me quedaría ahí pegada.
Niall se echó a reír.
—No sufras. He sido desagradable con ella.
—O sea, has sido tú mismo.
Responder a tal afirmación no llevaba a ninguna parte.
—Por cierto... —Se arrimó a ella y le rodeó la cintura con el brazo; al cuerno con
los mirones y sus especulaciones—. ¿No es hora ya de retirarse? —preguntó con
voz ronca, disimulando su impaciencia.
—Hum, voy a ver cómo le va a Julia.
Inmediatamente él la sujetó de la muñeca para que no se separarse ni un
milímetro.
—Déjala, no interrumpas. Estoy seguro de que prefiere estar con sus amigas.
____ miró en la dirección en la que había visto por última vez a su sobrina y
no la vio.
—No estoy tranquila...
—Olvídate de ella y concéntrate en lo importante. —Ella lo miró con
desconfianza—. Y, por si no lo sabes, te diré que lo importante ahora es que tú y yo encontremos un lugar cómodo y apartado para distraernos un poco. —Acompañó sus palabras con un movimiento ascendente-descendente de la mano por su cadera y una voz sugerente.
____ se aclaró la voz. Se estaba insinuando allí, delante de todo el mundo.
¿Qué haría una mujer experimentada?
¿Pisarlo con el tacón?
¿Pensar en ese sitio ideal?
—No me enjabones, que te corto el agua —respondió al final. Ni aceptaba ni
negaba. Una respuesta elocuente, propia de alguien como ella.
Aunque, siendo sincera, continuar allí en la plaza del pueblo había perdido
toda su gracia. Había que reconocer el mérito de él, o la debilidad de ella, según se mire. Porque, aun sin abandonar el tono pedante, conseguía resistirse.
Y entonces se dio cuenta de algo... ¿Para qué posponer lo inevitable? ¿Para qué
negar que disfrutaba con él? ¿Para qué perder el tiempo analizando los pros y los
contras? ¿Por qué, a pesar de ser tan malditamente pedante, me pone tan
cachonda?
Las respuestas a esas preguntas podían ser infinitas, pero ¿no era más lógico
aceptar la explicación más sencilla?
«Disfruto con él porque no tengo ataduras, es temporal y su arrogancia me
excita. Cosas más raras se han visto.»
Lo agarró de la mano y él no opuso resistencia. Salieron de la plaza
tranquilamente, saludando con la cabeza a quienes se cruzaban con ellos. En cinco minutos ya caminaban por las calles menos transitadas del pueblo en dirección a su casa.
MeliHoran
Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Capitulo Treinta y cinco
Ambos sabían a lo que iban. Negarlo, además de necio, era absurdo; así que,
cuando él empezó a besuquearla cada vez que podía, ella le respondía de forma
provocadora, levantándose unos centímetros la falda, lo justo para tentarlo,
lamiéndose los labios, exagerando el gesto, palpándole por encima de los
pantalones... lo que considerase más oportuno en cada momento.
Los dos, más calientes que el pico de una plancha, llegaron, con la ropa puesta
hasta la casa y, nada más entrar, ella lo arrinconó contra la pared.
—Te veo muy efusiva hoy —bromeó él.
—¿Te molesta? —preguntó ella. Sólo faltaba que fuera de esos que siempre
quieren llevar la voz cantante.
—¿Tú qué crees? —Le mordió el labio inferior, la agarró de las caderas y se
restregó contra ella.
—Que estamos perdiendo el tiempo hablando.
—No podría estar más de acuerdo. ¿En tu habitación o en la mía? —preguntó,
mientras le desabrochaba los botones del vestido.
—Creí que no podías esperar más. ¿Que te parece aquí mismo? —sugirió ella.
Por dos buenas razones, la primera y evidente, sus preliminares habían durado
demasiado, y segunda, si acababan en una cama, dormirían juntos y eso sí que no.
Él la miró un instante antes de esbozar una peligrosa sonrisa. Iba lista si
pensaba que se iba a achicar ante semejante reto.
—Con que lo diga uno vale.
Con las manos de los dos entretenidas en desvestirse y en tocarse, caminaron a
trompicones hasta el sofá, donde él volvió a tomar las riendas de la situación.
La giró y la empujó contra el respaldo, de tal modo que ella dejara a la vista su
apetecible trasero enfundado en un minúsculo tanga morado. Tan sexy como
inoportuno.
—Esto tiene que desaparecer —indicó él bajándoselo a toda prisa; en el recorrido descendente le acarició desde los muslos hasta los tobillos.
Ella sintió ese primer escalofrío predecesor de muchos más.
No sabía si ayudaba o no, pero meneó el culo de forma seductora.
—Dime que tienes a mano condones —murmuró ella.
—La duda ofende. —Sacó su cartera del bolsillo trasero de sus pantalones y le
entregó tres envoltorios.
—Veo que tus expectativas esta noche están muy altas —aseveró ella con una
sonrisa. Desde luego, ella saldría beneficiada.
Ella se giró para colaborar, o dicho de otro modo, desnudarlo. Esa camisa,
seguro que de las caras, tenía un tacto increíble, pero la cosa mejoraría si lo
acariciaba directamente sobre su pecho.
Lo hizo, botón a botón, lentamente, para que él comprendiera que, si se lo
proponía, ella lo haría sufrir. Sin dejar de mirarlo a los ojos. Como una mujer
decidida y segura de sí misma.
—Supongo que en tu neceser tendrás un lápiz de labios rojo fuerte.
A ella la desconcertaron tales palabras.
—¿Perdón? Esto... ¿qué? ¿Para qué narices quieres un pintalabios ahora? —Y
entonces decidió ser un poco más traviesa—. No me digas que quieres usarlo tú.
—No digas chorradas —replicó, seguro de sí mismo—. Ésta es una ocasión
ideal para que lo traigas.
—Primero dime para qué.
—Con esos tacones que llevas, y que por supuesto no voy a dejar que te quites,
podrías pintarte los labios y después hacerme una buena mamada.
Ella puso los ojos en blanco para no reírse.
—Eres tan predecible... ¡Todos lo sois!
—Oye, seré todo lo predecible que quieras, pero ver cómo te la meto en la boca
y cómo tus labios, bien rojos, hacen un trabajo fino es simplemente una petición de lo más razonable.
A ella se le escapó una risita tonta. Lo había dicho con tal aplomo y convicción
que sólo por eso iba a darle el gusto.
—Ahora vuelvo.
La vio caminar sobre sus zapatillas de cuña, moviendo el culo de forma tan sensual que se tuvo que apoyar en el sofá para no ser él quien acabara de rodillas.
Joder, qué suerte haberla encontrado.
Dos minutos después, ella reapareció pintada de un rojo fuerte y poniéndole
morritos, para desesperación de un hombre impaciente.
—¿Así te va bien? —preguntó ella, que también se había molestado en
perfilárselos de tal forma que dieran la impresión de ser más carnosos.
—Perfecto —murmuró con admiración—. Ahora, si eres tan amable, camina
hacia aquí, déjate caer de rodillas y que comience el espectáculo —indicó él
mientras llevaba las manos a su cinturón para abreviar los trámites necesarios.
—Deja eso —susurró ella haciéndolo temblar de anticipación, colocándose
frente a él con aplomo—. Ya me encargo yo.
Él apartó las manos inmediatamente.
—Faltaría más.
De nuevo mirándolo fijamente, se deshizo de forma eficiente de sus pantalones
y sus bóxers. Podría haber sido mala, un poco más en todo caso, y hacerlo sufrir. Pero no, se inclinó hacia adelante para darle primero un sonoro beso en la punta.
—¡Joder! —Y eso que no había hecho más que empezar.
Después, valiéndose de sus manos, se apoyó en su pecho y las arrastró por su
cuerpo, dejando a su paso un rastro invisible pero muy efectivo sobre su piel. Lo
vio cerrar los ojos un instante a la vez que inspiraba; sin duda, intentaba no quedar en evidencia ante ella. A su favor había que reconocer que el hombre se esforzaba por hacer que aquello durase más de cinco segundos.
—Mira atentamente... —le murmuró al colocarse de rodillas—... Lo que estoy a
punto de hacerte... —Notó cómo él se agarraba con fuerza al sofá cuando, a pesar
de que su aliento era la única caricia, se puso aún más duro si cabe—.... Lo vas a
recordar toda tu vida.
—No lo dudes —acertó a decir.
Y tenía que esforzarse para decirlo ya que toda su atención estaba en su polla,
que contempló encantado cuando vio la marca roja. Puede que en sus fantasías
más atrevidas ocurrieran estas cosas, pero nunca imaginó poder hacerlas realidad.
Que ____ era hábil en el sexo oral ya lo sabía, pero lo que hacía que cada
encuentro fuera diferente era ese extraño componente, mezcla de una buena
técnica e improvisación. Ella había aceptado su sugerencia con normalidad, no se
había ofendido ni molestado y además había añadido su toque personal.
—Hum... —ronroneó ella para darle más efectividad a sus labios.
Niall dejó de aferrarse con una mano al sofá para jugar con su melena y así
impedir que le tapara aquel espectáculo.
Ella, por su parte, no se creía que hubiera aceptado llevar a la práctica aquel
topicazo de película X. Pero, si una aspiraba a divertirse, a disfrutar y a
experimentar, no se puede ir poniendo pegas, ni cerrarse en banda. Tenía claro que si algo la hacía sentir incómoda se negaría en redondo, pero hasta la fecha no podía quejarse.
____ alternaba las succiones profundas y sonoras, amplificadas aún más por el
silencio reinante en la casa, con otras más leves, apenas un roce. Mordisqueándole el glande sin dejar sus manos ociosas, pues con una le acariciaba el interior de los muslos y con otra los tensos testículos.
—Me estás matando... ¡Joder, qué bueno! —Embistió con las caderas porque ya
no podía permanecer más tiempo quieto. Era una reacción lógica.
—Lo intento, no lo dudes —dijo ella en voz muy baja—. Estás a puntito, ¿eh?
Se la metió en la boca de tal forma que él tuvo que cerrar los ojos. Desconocía si
alguien puede palmarla mientras le hacen una mamada, pero, en todo caso, qué
forma más increíble de morir.
—Eres jodidamente buena. Mi polla y yo te estaremos eternamente
agradecidos.
—¿Eso ha sido un cumplido?
—Por supuesto —respondió o gruñó él.
—Pues aún queda lo mejor —le anunció siguiendo con esa voz insinuante y
perversa que tan bien le iba al momento.
Y ella no mintió. A partir de aquel momento no paró ni un segundo.
Combinaba a la perfección la presión de sus labios, con mayor o menor fuerza,
incluso mordisqueándolo con cuidado para no dañarlo. Sus manos seguían
tocándolo por todas las partes a las que podían alcanzar, en sitios donde, en
principio, uno no se espera que lo toquen, como el estómago. Pero donde
realmente se sorprendió fue cuando presionó debajo de sus testículos, donde halló un punto que le era desconocido.
Pensaba que a esas alturas lo sabía todo referente al sexo, uno podía ser más o
menos afortunado en función de la pericia de una compañera de cama, pero con
esa mujer tenía que replantearse muchas cosas.
Buscaba puntos que hasta ahora ni se había molestado en considerar y ¡joder
con el resultado! Si a eso le añadía la ambientación y la escenificación...
Pero, lo que realmente hacía que fuera la mamada con mayúsculas, era el
interés que le ponía ella.
El movimiento de sus caderas iba parejo con su alborotada respiración. Ella lo
controlaba para no atragantarse, pero estaba encantada. Por fin ponía en práctica
todas las teorías que había leído y con excelentes resultados.
Ya no había vuelta atrás. Notó en su boca el primer signo de que él estaba a
punto de correrse; a ese líquido preseminal le siguió toda su eyaculación, al tiempo que le estrujaba el pelo y la sujetaba por la nuca, como si pensara que iba a apartarse.
Niall se dio cuenta de su brusquedad y se separó. En un minuto o dos diría
algo coherente.
____ se incorporó e intentó no hacer ningún comentario sobre su capacidad de
recarga.
Metida como estaba en su papel de devoradora de hombres, se pegó a él, puso
la boca sobre su oreja, le agarró la polla y le murmuró:
—Espero que esto sea temporal y antes de que amanezca esto... —Le dio un
suave balanceo a su pene—... Se recupere.
—Y en el hipotético caso de que no sea así tengo manos y lengua para dejarte
exhausta —aseveró, convencido de que su miembro no iba a dejarlo en mal lugar; nunca se apuesta todo a una carta.
Eso a ella le encantó, decía mucho a su favor. Pocos hombres admitían algo así.
Todo giraba alrededor del pene: si no hay erección, por lo visto no hay diversión.
Le sonrió de forma pecaminosa, a la espera. Ella también iba a tener su
momento.
MeliHoran
Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Capitulo Treinta y seis
Él, ya en vías de recuperación, la besó primero, porque le apetecía y porque
llevaba un buen rato sin hacerlo. Después, de forma expeditiva la hizo girar y que ella se doblara sobre el respaldo del sofá.
Esa noche no podía limitarse a lo básico.
Empezó a acariciar su columna vertebral, de forma hipnótica, incluso asexual.
Pero a ____, en aquel momento, cualquier leve toque la encendía como nunca.
Su cuerpo hipersensibilizado respondía aumentando aún más su excitación.
La postura no le favorecía, pues eso de tener su culo expuesto no era lo que se
dice atractivo. Además estaba subida en sus zapatillas de cuña y, debido a la
presión que él ejercía sobre su espalda, sus pies prácticamente se apoyaban en la
punta, como una bailarina.
—¿Sabes? En la universidad podías tirarte cada día a una distinta.
Ella giró la cabeza, ¿a santo de qué salía ahora con eso?
—Me alegro por ti —murmuró intentando no dar pie a más conversación.
—En aquellos días sólo importaba la cantidad, no la calidad.
—La teoría esa de esparcir todo el ADN posible... Ya, la conozco —alegó
molesta. No quería cháchara precisamente.
Él amplió su masaje, no sólo por sus vértebras, sino que también empezó a bajar la mano, de tal forma que la separación entre sus nalgas recibían su toque.
—Veo que de vez en cuando sí prestas atención a lo que digo.
«Más de lo que me gustaría», pensó, pero simplemente se encogió de hombros.
Cuando sus caricias pasaron de ser distraídas pasadas a intencionados toques,
comenzó a inquietarse.
—En aquella época podías hacer casi de todo. El alcohol y otras sustancias
hacían difícil negarse. Podías, en una misma noche, tirarte a varias, por separado o en grupo.
«Eso es precisamente lo que no quiero escuchar», pensó ____. Pero ella era
una mujer de mundo.
—Vamos, que te hartaste de follar.
—Sí. —Él sonrió aunque no pudiera verlo, resultaba agradable poder hablar de
ello sin que se ofendiera—. Supongo que a esa edad no miras mucho lo que haces.
—Eres de los que piensan que, en caso de guerra, cualquier agujero es trinchera,
¿no?
Eso lo hizo reír abiertamente. Sólo ____ era capaz de lograrlo.
—Pero, visto con la perspectiva de los años, aquello no era sexo.
—Ah —dijo simplemente para que él pensara que estaba interesada en esa
disertación tan extraña. A saber adónde quería llegar.
—Por eso creo que esta noche me gustaría probar algo... diferente... algo que
pude haber hecho pero que, por las prisas, pasé por alto.
El primer atisbo de inquietud la atravesó, sus palabras daban a entender algo
que ya había intuido cuando él empezó a tocarla en el culo.
—No quiero jorobar el momento pero... —comenzó ella intentando incorporarse.
—Quienes lo han probado dicen que es diferente. A la excitación evidente del
sexo se le suma lo prohibido.
—No es para tanto —mintió ella como una bellaca. Había leído mucho y
variado sobre sexo anal, y, cómo no, siempre le entraba curiosidad, pero no pasaba de ahí.
—Pues ha llegado el momento de comprobarlo por mí mismo, ¿no te parece?
—Preferiría dejarlo para otro día —intentó despistarlo.
—Ni hablar. Te tengo en la postura ideal y me he preocupado de comprar
condones con extra de lubricación. Así no tendremos problemas.
Ella inspiró, tenía que negarse, decirle abiertamente que no estaba por la labor.
Si algo tenía claro era hasta dónde quería llegar.
—No creo que... —De nuevo su intento de negarse quedó en agua de borrajas.
Él seguía acariciándola de tal forma que su cuerpo iba aceptando la intrusión.
Respiró un instante cuando él se apartó para buscar la cartera en su pantalón y
sacar los preservativos.
—Otro día me lo tienes que poner con la boca —murmuró él concentrado un
instante en desenrollar el látex sobre su erección.
—No se me da bien. —Y era cierto.
Ella, que estaba húmeda y preparada desde hacía un buen rato (desde que
regresaron de la verbena, para ser exactos), no quería experimentar ni nada
parecido.
—Ya aprenderás —comentó distraídamente con esa típica indolencia suya—.
Ahora concentrémonos en lo importante.
—No —se negó de nuevo ella, aunque no con la vehemencia que debiera.
Él se limitó a seguir con su tarea, preparándola. Puede que para ella esas cosas
no fueran nuevas, pero de ningún modo pretendía causarle daño. Al menos físico.
A pesar de sus deseos de ser enfundado por la boca de ella se colocó el condón
eficazmente, y acto seguido la penetró.
Aliviada que eligiera el método «tradicional», respiró profundamente,
agradecida por partida doble. Por fin se ponía a ello y olvidaba sus fantasías
anales.
—Esto no es más que un aperitivo —gruñó él sin dejar de embestir—. El plato
fuerte viene después.
Ella, que continuaba de puntillas, manteniendo el equilibrio como podía,
doblada sobre el respaldo del sofá, cerró los ojos con fuerza, como queriendo
olvidar las palabras que acababa de oír y que todo siguiese igual.
Niall, que se controlaba a duras penas, no podía dejar de admirarla, de
acariciarla y de besarla en la nuca.
Sabía que estaba muy cerca. Ella conseguía ejercer una presión diabólica sobre
su polla, así que debía abandonar su cálido coño para poder llevar a cabo sus
intenciones hasta el final.
Lo mejor en esos casos es hacer las cosas sin más, así que sacó su erección y
prestó oídos sordos a las protestas de ella.
—No hay nada como el lubricante natural —murmuró él. Después sujetó su
pene con una mano y lo guió hasta la entrada trasera. Iba a follarla por el culo, de
esa noche no pasaba.
Presionó, quizá con un poco más de brusquedad de la necesaria, y ella
instintivamente se apartó. Inspiró e intentó no desbocarse, estaba excitado al límite, como nunca antes y eso podía jugar en su contra. Hay que pensar también en ella.
—No... —musitó ella sabiendo que iba a pasar lo inevitable. Su negativa
encerraba un sí, pero bastante dudoso.
—Mientes... —dijo él en voz baja, inclinándose junto a su oído a la vez que
empezaba de nuevo las maniobras precisas.
Restregó su polla, ahora bien lubricada y presionó. En aquel instante deseó que
no hubiera látex de por medio.
Ella gimió con fuerza y clavó las manos en el cuero sintético del sofá. De nuevo
otro empujón y sintió cómo él iba abriéndose paso en su interior.
—Ya falta menos —gruñó conteniéndose para no entrar a saco.
Estaba pasando, no podía dar marcha atrás ni negar la evidencia. Lo que al
principio la atemorizaba, ahora empezaba a gustarle. Del extraño dolor inicial,
estaba pasando a otro tipo de dolor, más extraño, desconocido e imposible de
describir. Pero de ningún modo desagradable.
Niall no podía articular una palabra, una frase coherente ante lo que estaba
sintiendo, era mil veces mejor de lo que había imaginado. La presión era mayor, su polla estaba en la gloria, como poco, y él... joder... no sabía cómo cojones, después de esa experiencia, cuando regresara a su vida cotidiana, se iba a conformar con polvos mediocres con estiradas de su círculo social, ávidas de destacar y de ser el centro de atención.
Iba a desencadenarse algo muy grande, muy poderoso, para ambos. En ese
instante no eran capaces de darse cuenta.
____ empujó hacia atrás, como si no fuera suficiente, como si quisiera aún más
contacto. Y él lo entendió porque ya no se contuvo. Ya no hubo más miramientos
ni consideraciones.
Ella explotó primero, alcanzó un clímax tan extraño... tan complicado de
definir.
Apenas unos segundos después, él se unió, gruñendo, gimiendo sin control,
corriéndose con fuerza, sin ser capaz de nada más.
Ella notó cómo él sacaba su pene y la dejaba libre. Tenía que salir de allí
inmediatamente, no podía permitirse el lujo de seguir bajando la guardia.
Se incorporó y se revolvió para despegarse pero él hizo lo que menos esperaba. La rodeó con los brazos, por la cintura, fuerte, casi asfixiándola.
Eso no era un abrazo sexual, era desesperación pura y dura. No quería soltarla,
separarse de ella. La besó en la nuca sin saber muy bien qué esperar.
Ella, en ese instante, empezó a odiarlo. Y se asustó; odiarlo era el primer paso
para abandonar la indiferencia con la que hasta ahora lo había tratado. Del odio al amor hay un solo paso y ella no podía permitirse ese lujo.
Se movió dispuesta a liberarse y él se lo permitió, apartándose apenas unos
centímetros. Él mismo estaba sorprendido de su reacción.
Ella se agachó y cogió su ropa arrugada, se dio la vuelta dispuesta a encerrarse
en su habitación pero, de nuevo, él se lo impidió. Otra vez con un gesto
inesperado.
Niall la retuvo acunando su rostro con ambas manos y, acercando sus labios
a los de ella, la besó. Nada de un beso impaciente, o provocador. Fue un beso
suave, cargado de sensibilidad, de sentimientos que él creía no tener.
____ contuvo las lágrimas, maldito hijo de puta. Cuando tenía en sus manos
las armas para ser insensible él se las arreglaba para tirar por tierra sus principios.
—Déjame dormir contigo esta noche —pidió con voz suave, desconocida para
ella, acariciándola en las mejillas con los pulgares.
Ella negó con la cabeza antes de murmurar un «no» que debería haber sido
mucho más firme.
Y él utilizó las dos palabras que raramente pronunciaba, excepto en ciertos
momentos, por cortesía, como cuando se recibe a un cliente y se le ofrece asiento.
—Por favor.... —Volvió a besarla, volcando los mismos sentimientos, la misma
ternura y la misma devoción—. Aunque des patadas, te muevas y cambies cien
veces la almohada de posición quiero pasar la noche contigo.
Pero obtuvo la misma respuesta.
—No.
Se apartó bruscamente y, sin mirarlo a la cara, emprendió la retirada. Mientras
subía la escalera fue consciente que a su trasero desnudo le seguía un hombre al
que ya odiaba con toda su alma.
Cuando llegó a la puerta observó por el rabillo del ojo que él hacía lo propio.
Vaya cuadro, los dos desnudos con la ropa en los brazos.
—¿Sabes? No sé si darte las buenas noches o cien euros.
Eso a ella la encendió, estaba claro que no se podía mostrar ni un segundo
vulnerable porque él siempre iba a ir a machete.
—Cabrón —murmuró entre dientes.
—Tienes razón —sonrió de medio lado—. Lo de los cien euros ha estado fuera
de lugar.
Ella respiró. Bueno, una brizna de dignidad sí tenía, no estaba todo perdido.
—Doscientos euros sería lo correcto —remató él disimulando su cabreo por el
rechazo—. Buenas noches. —Tras decirlo, abrió la puerta de su alcoba y ni siquiera la miró antes de cerrar y dejarla en el pasillo, estupefacta ante sus ofensivas palabras.
Una vez en su habitación dejó los pantalones sobre el respaldo de la silla que
hacía las veces de galán de noche e inspiró profundamente para no dar rienda
suelta a su mala hostia.
¿Cómo se atrevía a mostrarse tan indiferente? ¿Qué se había creído?
Ahora comprendía al Pichurri. No quería sentir ni un ápice de simpatía por ese
tipo, pero empezaba a entenderlo.
—Nunca más —se dijo apoyándose en el alféizar de la ventana, esperando que
el escaso viento fresco le aclarase las ideas.
Durante un breve episodio de enajenación mental (no existía otra explicación)
había sido sincero, vulnerable, jodidamente sensible, tal y como se supone que las mujeres quieren ver a los hombres y todo, ¿para qué? Para que la muy hija de puta lo rechazara. Como si lo que acababan de vivir ambos no supusiera nada.
Se rió sin ganas. ¡Qué imbécil! Pues claro que para ella no era nada.
Regresó a la cama, quizá debería aprovechar las oportunidades que le ofrecía el
Pichurri, al que comenzaba a ver con mejores ojos. Volver al plan original, dejar de distraerse follando con ____ y regresar a su vida sin chamuscarse. Porque,si no se andaba con cuidado, iba a terminar escaldado, pero bien, además.
Eso es todo por hoy, mañana a la noche subire mas :) adios y besos para todos los que leen(?
MeliHoran
Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Que lindosss cAp bue apesar de lo fuete ajaja me encantooo
plizzz sigelaaa
se estan dando cuenta que la ama y el a ella plzzz sigelaaaaaa
Loa
loa
Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Capitulo Treinta y siete
—¿Qué tal anoche?
____ disimuló al escuchar la pregunta de su sobrina y fue directa a la cafetera. Necesitaba una excusa, cafeína y pensar en cualquier otra cosa que no fuera la
noche anterior.
—¿Por qué no hablamos de ti? —replicó suavemente. Las adolescentes suelen
preocuparse mucho más por sus cosas, aunque sean problemas insignificantes, y
en aquel momento prefería ocuparse de asuntos ajenos en vez de los propios. Su
salud mental se lo agradecería eternamente—. ¿Qué tal te fue?
Se sentó a la mesa, enfrente de su sobrina que daba vueltas y vueltas a su leche
con Cola Cao de forma monótona, como si en el fondo del vaso se encontrara la
solución a todos sus problemas.
La respuesta era obvia.
—¿Tú que crees? —adujo Julia con evidente malestar. Dio un sorbo al vaso y
después lo apartó a un lado. Ya ni el desayuno tenía gracia.
—Deduzco que las cosas no salieron bien —murmuró expresando en voz alta la
cruda realidad que tanto afectaba a la adolescente.
«Pues estamos listas —pensó—. Las dos con mal de amores... ¡Un momento! Yo
no tengo mal de amores», se recordó por si acaso.
Julia resopló.
—Todo iba más o menos bien. —Hizo una mueca como queriéndose convencer
a sí misma—. Hasta que apareció la Jenny. Grrr, ¡es que no la soporto! Nada más
aparecer, Pablo sólo tuvo ojos para ella.
—Mal asunto...
—Y tanto. La muy... guarra no paró de hacerle mimos, que si te traigo algo de
beber, que si mira qué tatuaje más chulo... ¡eso no es juego limpio!
—¿Tiene un tatuaje? —preguntó ____ sorprendida. Por lo visto, cada vez
empezaban más jóvenes.
—¡Qué va! Ya te he dicho que es una guarra. Se ha hecho uno de esos de henna
que duran un mes. Pero claro, te apartas un poco la camiseta para enseñarle el
tatuaje a un tío y se vuelve loco.
«¿Qué me vas a contar que no sepa?»
—Eso es cierto. —Era una verdad incontestable. Pero tampoco iba a empezar
con eso ahora, su sobrina necesitaba apoyo y sobre todo ideas—. Tenemos que
darle a ese Pablo donde más le duele... —reflexionó en voz alta, quizá estaba
proyectando su propia frustración.
—¿Cómo? —Julia dejó caer la cabeza sobre la mesa, totalmente abatida.
—Los hombres, aunque parezca lo contrario, tienen dos puntos débiles. Y ese
chico no va a ser la excepción. —Otra verdad universal.
—Ah, ¿sí?
—Por supuesto está su centro de gravedad... ya... me entiendes, pero para este
caso no nos sirve... iremos directas a su orgullo.
—Vale. —Hizo una mueca, la teoría estaba muy bien, pero necesitaba algo más
tangible—. ¿Entonces...?
—Esta tarde, en la merienda que da el alcalde —explicó. A la par que hablaba,
iba organizando su plan—. Tienes que buscar el momento apropiado...
—Ajá...
—Cuando esté toda la pandilla, incluida la Jenny y, ni qué decir tiene, Pablo. Te
presentas delante de todos, muy digna, que no se note que por dentro te está
escociendo, y le dices, ¡ojo! a ella: «Gracias por quedarte con él».
—¿Estás segura? Si le digo eso, habrá ganado.
—Psicología inversa. Eso no es todo, no interrumpas. Cuando ella se quede a
cuadros, porque se va a quedar, no lo dudes, rematas y dices: «Te acompaño en el
sentimiento, porque lo hace de pena».
Julia abrió los ojos como platos.
¿Su tía había perdido la cabeza? ¿Cómo iba a tener el valor de soltar esa frase? Y no fue la única.
—Deja las drogas, por favor —dijo Niall entrando en la cocina. No podía
haberse imaginado una conversación más desatinada para comenzar el día ni
soñando.
—Como te iba diciendo... —____ obvió esas palabras. Ni tan siquiera lo
miró—. Eso lo dejará totalmente descolocado.
—¿Así piensas tú arreglar las cosas? ¿Ofendiendo al chico? —Niall negó con
la cabeza—. No le hagas ni puto caso. —Esto último lo dijo mirando a su hermana.
—Está claro que Pablo no va a bajarse del burro —continuó ____ como si él no
hubiera entrado en la cocina—. Así que hay que jugar duro.
—Vaya consejos que le das. Así no va a llegar a ninguna parte.
«Ya empezamos...», pensó Julia, observándolos alternativamente.
—No necesito otra pelea entre vosotros, me da dolor de cabeza —se quejó la
adolescente.
—Pues déjate aconsejar por quien sabe. De los tres aquí presentes, sólo yo
conozco el punto de vista masculino —arguyó retando con la mirada a que ____
rebatiese eso.
—Tú ni caso. Mira lo que pasó anoche por seguir el punto de vista masculino —
argumentó ella destilando sarcasmo.
Niall, tras servirse un café, se sentó junto a ella, aunque manteniendo las
distancias con esa «jodesentimientos».
—Escucha, ¿te has planteado que, a lo mejor, ese chico simplemente no te ve
como a una posible novia? ¿Qué sólo quiere tenerte como amiga?
—El problema es que no me dejo... quizá debería...
—¡No! —exclamaron los dos adultos al mismo tiempo.
—No es cuestión de dejarse —____ se adelantó—. No puedes hacer algo
porque él quiera y tú sólo pretendas agradarle. Tiene que ser porque tú lo deseas.
—¡Joder! ¿Y luego pretendes que le diga esa chorrada de «lo haces de pena»? ¿Qué te crees que van a pensar los demás?
—Hum... —Julia se mostró indecisa.
—Siempre será mejor pecar por exceso que por defecto.
—Ésa no es la cuestión.
—Entonces, ¿voy y se lo suelto o no?
—Sí.
—No.
—Y cuanta más gente haya delante, mejor.
—Claro, así en el pueblo todos sabrán que la tradición familiar no se pierde.
____ quería darle con la mano abierta. ¿Es que ya no iba ni a respetarla
delante de Julia?
—Pero ¿qué bobadas de tradición dices? —le espetó Julia.
—No te calientes —intervino ____—. A palabras necias, oídos sordos.
—Vamos a pensar las cosas un poco antes de actuar a lo tonto. —Niall adoptó su postura favorita, la de abogado sopesando los pros y los contras—. En esa merienda popular, ¿cuánta gente va a haber?
—¡Pues todo el pueblo! —le espetó su hermana como si fuera tonto.
—Bien. Y, si no me equivoco, quieres arriesgarte a decir algo así y que te escuche quien no debe. ¿Voy bien?
—Es que tiene que buscar el momento oportuno —contraatacó ____.
—¿Delante de tanta gente? Tú estás loca. Eso no será posible, cualquiera puede pasar sin que se dé cuenta y después todo el pueblo, con lo que les gusta, la tildará de fresca. Eso es lo que vas a conseguir. Por no mencionar que el tipo ese, Pablo, no volverá a dirigirle la palabra.
—Visto así...
—El tipo en cuestión ni la mira, ya no tiene nada que perder.
—¡Tiene quince putos años! ¿Qué pretendes? ¿Joderle la vida?
—Hasta ahora nos las hemos apañado muy bien solas —se defendió ____.
—Eso es cierto, deja de meterte con ella.
—Sólo estoy siendo objetivo y exponiendo los hechos. —Si no se mantenía firme, esa loca arrastraría a su hermana a un suicidio social.
—Pues hazlo sin insultarla —le recriminó su hermana.
—No es un insulto, es simplemente una disparidad de opiniones.
—¡Vaya! Ya salió el abogado liando las cosas. ¡Cómo os gusta hacer juegos de palabras para saliros con la vuestra al final!
—Dejémonos de bobadas —Niall dio por zanjado el tema—. Lo importante aquí es que ella no haga el imbécil esta noche, con todo el pueblo presente.
Julia empezaba a acostumbrarse a estos rifirrafes que no aportaban nada a sus problemas. Si acaso los enturbiaban más, ya que, al tener más variables que considerar, se hacía más difícil tomar una decisión.
Se levantó de la mesa, tenía mucho en que pensar. Los dos tenían su parte de
razón. Desde luego, esto del primer amor era un asco.
—Tengo una pregunta más —dijo, interrumpiendo la retirada de su hermana.
—¿Cuál?
—Esa merienda, o lo que sea, ¿dónde se hace? No he visto por aquí ningún restaurante ni local adecuado.
Las dos se echaron a reír.
—¡No digas tonterías! Un local, dice. ¿Estás tonto?
—¿Entonces?
—En la plaza del pueblo.
Niall, no sin cierto temor, se acordó de la barra de bar improvisada de la verbena nocturna.
—Se colocan una serie de mesas y allí se pone la comida y la bebida que la gente aporta de forma desinteresada —le informó su hermana como si fuera tonto.
MeliHoran
Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Capitulo Treinta y ocho
Sus peores temores fueron confirmados.Ir a una merienda, o lo que fuera, que organizaban en Pozoseco no era
precisamente el plan ideal que tenía para pasar un día festivo. Pero no quería arriesgarse a que esa pirada convenciera a su hermana de hacer algo que luego, aunque se arrepintiera, no pudiera rectificar.
Así que allí se encontraba, rodeado otra vez de la gente del pueblo, a punto de
comprobar por sí mismo qué clase de extraño ritual gastronómico hacía esa gente. Aunque no estaba el horno para bollos, agarró a ____ de la mano, ni muerto
iba a permanecer allí solo ante el peligro. Se arriesgaba a ser abordado por los habitantes, a cada cual más pintoresco, y aguantar el chaparrón de jodidas alabanzas sobre su padre. Y eso sí que no.
Ella se mostraba distante, lo cual era de esperar, y con ganas de soltarlo a los
leones, pero esta vez no iba a dejarla escapar.
Siguió su mirada y vio a Julia, junto con sus amigos. Él no era religioso ni de
lejos, pero rezó para que la pequeña aprendiz de arpía mantuviera la boca cerrada.
—Me vas a dejar marcas —protestó ____ intentando recuperar su mano.
—En el trasero es donde te las voy a dejar si no paras quieta. Todo esto es culpa tuya. —Niall se lo dijo en tono recriminatorio. No estaba para ejercer la diplomacia precisamente.
—Vete a tomar por el...
—Sonríe —interrumpió él dándole un tironcito de aviso—. No queremos que en el pueblo piensen que eres una maleducada.
Ella apretó con fuerza la mano que él sostenía clavándole las uñas, que se
enterara que nadie iba a controlarla y muchos menos dejarla en mal lugar. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Muchos de los presentes empezaron la romería de saludos y buenas intenciones; Niall optó por no pasar un mal rato. Al fin y al cabo, esa gente ignoraba toda la verdad, no iba a lograr nada intentando sacarlos de su error. Jodía bastante volver a escuchar lo mismo, pero en cuanto se asegurara de que Julia, instigada y confundida por la tía sabelotodo, no cometía ninguna barbaridad se llevaría a la susodicha fuera de allí para tener cuatro palabras en privado.
Porque le tenía ganas. La muy ladina, durante toda la jornada, se las había apañado para no estar ni un segundo a solas para poder recriminarle sin ambages sus consejos.
____, que no quería quedarse allí mirando como las vacas al tren, tiró de su captor y caminó hasta una de las mesas para poder comer algo. Al fin y al cabo, para eso estaban allí.
—¿Qué es eso? —preguntó él señalando uno de los platos.
—Morcilla. ¡Qué rica! —exclamó cogiendo un pinchito con intención de disfrutarlo.
—¿Y lo rojo?
Ella lo miró cabreada, iba a sabotear hasta la merienda.
—Pimiento asado. Le da un sabor increíble a la morcilla. ¿Alguna pregunta más?
—Sí, unas cuantas, pero mejor me callo.
—Mira, si no quieres probar nada, allá tú. Tú te lo pierdes. Eres, como dice tu hermana, un «amargapepinos». —Se llevó su ración a la boca.
—Nunca rechazo nuevos manjares, pero es que todo lo que veo aquí me parece muy raro.
—¿Raro? Tú sí que eres raro. Es lo típico, la fiesta del «chorimorci». Anda. Sírvete un vaso de vino y déjame disfrutar.
—¿De plástico?
—Uy, perdón, si quieres llamamos al camarero y le pedimos copas de cristal de Bohemia para Don Estirado. ¡No te digo! —Cogió uno de los vasos del montón y lo llenó de vino—. Bebe y calla.
Niall aceptó el vaso con desconfianza. Beber en vaso de plástico ya era de por sí desquiciante, si encima le añadías un vino peleón... la cosa no tenía remedio.
Dio un sorbo, más que nada por disimular y para poder protestar luego con pruebas sólidas sus teorías; pero, joder, el vino estaba bueno. Él no era enólogo, pero sabía diferenciar un vino decente.
Así que fue pasando la tarde con su vaso de plástico en la mano, escuchando mil y un trucos para que la tortilla de patatas, al parecer tan popular, saliera lo mejor posible. Desde echar un poco de leche en la mezcla, pasando por añadir levadura, hasta, para quienes no quieren engordar, cocer y no freír la patata.
Y las explicaciones no se limitaban a esa especialidad. Luego tuvo que escuchar un sinfín de recetas para las morcillas, a cada cual más curiosa, como echar anís o canela, cosa que luego, visto el resultado, no comprendía.
También hubo una larga disertación de una señora sobre la conveniencia de cocinar previamente el arroz antes de rellenar la tripa y así evitar que se queden duras antes de tiempo. Pero lo que le hizo abrir los ojos como platos fue el método de elaboración. Cuando algunas de las paisanas allí presentes discutieron sobre qué tripa era mejor para embutir... ahí sí que ya empezó a sentir el estómago revuelto.
—¿Nos disculpa? —interrumpió Niall con educación a la mujer como si se
encontraran en una recepción—. Tenemos que saludar a unos conocidos.
____ lo miró extrañada. ¿A qué venía esa repentina educación?
Como al parecer él tenía un serio problema para liberar su mano, lo siguió hasta el final de la mesa, donde no había tanta gente reunida.
—Vámonos, donde sea, pero vámonos de aquí. No aguanto ni un minuto más.
Pese a su tono suplicante, bastante alejado de su habitual tonito imperativo, ella no estaba dispuesta a obedecer. Como se suele decir: al enemigo, ni agua.
—No. —Dio un tirón con la esperanza de recuperar su mano, pero no hubo manera.
—Joder...
—Escúchame bien, aquí están mis amigos, la gente con la que me cruzo todos los días por la calle, también clientes que atiendo en la peluquería... No voy a darles plantón porque al señorito no le guste. Si te aburres, eres libre de irte a casa. No sufras, podré soportarlo. —Esto último lo dijo con recochineo.
—Y ¿estar aquí incluye aguantar conversaciones absurdas? ¿A petardas insufribles? Porque lo de la Maruja esa contándote lo de su hijo con la nueva cosechadora tiene miga.
—Maruja es una de las mejores clientas del salón, ni se me ocurre contrariarla. Además la mujer, desde que se quedó viuda, necesita hablar con la gente para no
sentirse sola.
—¿Tu sueldo incluye esas tonterías?
—No, pero no me importa.
Niall reflexionó esto último. Él también aguantaba los monólogos de sus clientes, pero con una importante diferencia, y es que ese interminable momento luego se traducía en una sustanciosa minuta que lo compensaba.
—Pues deberías pedir aumento de sueldo. Al menos te compensaría.
—¡Qué materialista!
—No te digo que no, pero debes aprender a valorar tu trabajo, a que se te reconozca y no sólo con buenas palabras.
A ____, que estaba a la que saltaba, no le disgustaron del todo sus palabras. Puede que de forma retorcida, como era él, valorase su forma de ganarse la vida.
—Vaya... si al final te tendré como cliente. —Ella también podía ser correcta con un toque de cinismo.
—Si lo que me estás proponiendo es que me desnude y puedas frotarme de arriba abajo con alguno de esos aceites perfumados que tienes por casa no hace falta que te andes con rodeos, sólo dime cuándo y allí estaré.
—Qué gracioso —dijo ella a la vez que su imaginación desarrollaba la imagen que él había descrito.
«Para chica, no te calientes, que te pierdes, que este tipo es muy listo y se gana la vida manipulando a la gente con sus palabras.»
—¿Te lo estás pensando? —La provocó él, al ver que su respuesta no había sido tan inmediata como era tan habitual en ella.
—¿Quieres un servicio estándar o uno especial?
—El especial, por supuesto. ¿Incluye final feliz?
—Pues pide hora —le replicó con chulería. Se puso la mano en la cadera para darle más énfasis.
—Que yo sepa hoy estás libre. Vamos a casa y desarrolla tu creatividad conmigo. —Niall no se achicó.
—Hoy es un día festivo. No hay servicio.
—Y ¿si pago la tarifa especial?
—Y ¿si mejor nos dedicamos a pasar la tarde, picotear y beber buen vino?
—Cobarde —la desafió él—. Tienes miedo de no poder resistirte.
—Habla chucho que no te escucho —le recitó como una niña de primaria.
Niall se echó a reír a carcajadas, ____ recurría a frases pueriles cuando se
quedaba sin argumentos, lo que le resultaba muy divertido.
—Cobarde —repitió él, ahora con una voz mucho más profunda, provocándola aún más.
Ella disimuló como pudo, mirando a su alrededor como si el inglés que llevaba adosado como un llavero no estuviera allí.
Si era lista, obviaría la tentación que suponía tenerlo bajo sus manos, a su disposición...
¿Debería perdonar las palabras ofensivas de la noche anterior?
¿Debería tirarse por un puente para saber que iba a doler?
MeliHoran
Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Capitulo Treinta y nueve
Tras dejarla en su trabajo, y a pesar de las mil y una pobres y absurdas excusas que ella le dio para que no lo hiciera y que él pasó por alto, se fue a desayunar a su cafetería de siempre.
Allí recibió una llamada de teléfono, le daban una noticia que no sabía si tomar como buena o mala.
Si aceptaba la oferta, sus planes de abandonar el pueblucho a la mayor brevedad posible se iban a la mierda. Pero, por otro lado, rechazarla suponía perder la oportunidad de un fin de semana increíble y merecido. Una justa compensación.
Sacó su móvil y devolvió la llamada, tal y como había prometido.
Después empezó a idear cómo atar todos los cabos. Para salirse con la suya lo primero que tenía que hacer es llamar a la jefa de ____.
Tres cuartos de hora más tarde, con la oreja bien caliente de haberla tenido pegada al móvil, conocía más detalles de los que necesitaba sobre la vida y milagros de ____. Incluyendo el número de pie que calzaba; un dato, al principio inservible, que luego consideró importante.
Llamó a la camarera, que acudió, como siempre, solícita y atenta, y le abonó la cuenta, también preguntó sobre dónde podía adquirir ciertos artículos que consideraba imprescindibles para que su plan saliera adelante.
La segunda fase incluía deshacerse de su hermana, lo cual implicaba andar con mucho tiento, ya que la jodida era muy lista.
Y para que todo saliera perfecto debía pasarse por casa y recoger lo necesario para que una mujer no protestara. Claro que ¿quién era el afortunado que sabe discriminar entre lo que una fémina considera necesario o no?
Por el momento, se dirigió a la casa. A esas horas, con un poco de suerte, estaría vacía; cosa que resultó ser finalmente así. Lo más seguro era que Julia anduviese por ahí con alguna amiga contándole sus penas sobre amor no correspondido.
Excelente.
Cuando tuvo todo recogido lo guardó a buen recaudo en el maletero del coche y se puso cómodo, o al menos eso intentó. Se sentó en el sofá del salón y comenzó a leer uno de los periódicos que había comprado por la mañana.
A la hora de comer, como era de esperar, apareció Julia, que se sorprendió bastante al encontrarlo allí. Rara vez iba a comer, a no ser que ____ fuera también.0
La menor sospechaba que esos dos comían en algún restaurante y así podían estar a solas, porque ella se encargaba de vigilarlos. Pero en un lugar público era difícil hacer ciertas cosas, así que no le importaba.
—¿Cómo es que estás por aquí? —preguntó en un tono de falsa cordialidad, ya que no convenía enfadarlo—. No hay nada preparado para comer, pero si quieres preparo algo.
—¿Mundo latilla? —Ella no respondió—. No, gracias, no me gusta comer enlatados.
—Como quieras.
Niall cerró su periódico y adoptó una actitud indiferente antes de hablar.
—¿Qué planes tienes hoy? —preguntó como si únicamente pretendiera mantener una conversación.
—Esta tarde he quedado con Mónica para ir a bañarnos al río.
—¿Y después?
—Pues no sé, quizá vayamos a tomar algo, o a ver la tele, o yo qué sé...
No quería levantar sospechas, así que no insistió. Julia se percataría de que sus preguntas no eran inocentes.
Quizá, por una vez en la vida, tenía que dejar algo a la improvisación.
—¿Qué haces tú aquí?
Fue el saludo que dedicó a su tía al verla entrar.
—¿No hay primero un buenos días? —replicó ante tan extraño recibimiento. Si la mañana había sido rara, lo menos que una pedía al llegar a casa era un poco de normalidad.
—Oh, claro, buenos días. ¿Qué haces aquí? —repitió la pregunta, ya que era muy extraño que un viernes, el día en que más clientela acudía a la peluquería, su tía apareciera por casa.
—Yo tampoco me lo creo. ¿Pues no va Martina y me dice que me tome un par de días libres? —lo dijo aún sin poder creérselo.
Niall se cuidó muy mucho de no decir ni pío mientras la escuchaba. Es increíble lo que las palabras «inspección de trabajo» o «demanda laboral» pueden hacer. Pero no se sentía mal por ello, el remordimiento de conciencia no aparecía ni de lejos.
—¡No jo... robes! —exclamó la menor tan sorprendida como su tía—. Si esa mujer pilla a quien inventó los festivos lo cuelga. ¿Estará enferma?
—Pues no lo sé, la verdad —arguyó ____ en el mismo tono—. Pero a caballo regalado... En fin, no le voy a dar más vueltas.
—Yo no me fío. ¿Y si luego te pide hacer más horas para compensar?
—No sería la primera vez.
Al decir esto último, Niall advirtió que a ambas les cambiaba el semblante. Bueno, puede que recuperar los días libres no fuera de su agrado, pero no comprendía tal reacción.
—Lo sé —dijo Julia en tono resignado—. Cuando lo de papá, apenas te dejó libre.
En aquel momento comprendió lo que en un principio le había parecido una desproporcionada reacción, aunque lo mejor era no tocar ese tema. Además de ser la opción más prudente, también era la más acertada para no acabar discutiendo.
Estando ____ en casa se pudo comer decentemente, ya que debía reconocer que en menos de media hora y con cuatro cosas sabía ingeniárselas para preparar una comida aceptable sin recurrir a las odiosas conservas.
Después le tocó a Julia recoger la cocina y él, como siempre, se limitó a acercar su vaso al fregadero. Ambas podían ser unas piradas, pero lo cierto es que no movía un dedo en casa. A veces se preguntaba cómo se las apañaba para mantener su casa en un estado aceptable.
Las mujeres que él conocía tan sólo sabían hablar de las labores domésticas para quejarse sobre el servicio. Por eso, tras observar a ____, dudaba que alguna de ellas supiera ni siquiera lo que era un estropajo... a no ser que teclearan la palabra en algún buscador.
Atento a cuanto sucedía a su alrededor, esperó a que su hermana se fuera a su habitación antes de abordar a ____.
—Necesito que me acompañes a hacer unos recados.
Ella lo miró y pensó: «Vaya tonito...».
Él, faltaría más, ni se inmutó ante la mirada asesina de ella.
Ella empezó a repiquetear con los dedos sobre la encimera.
—Yo no conozco la zona, así que vienes conmigo.
—Un «por favor» nunca está de más.
Ahora le tocó a él poner su cara de póquer. Iba lista si esperaba que repitiera esas palabras. Se levantó y caminó hasta donde estaba ella, aprisionándola contra los muebles de la cocina, y le ordenó, con una voz incontestable a la par que insinuante, lo que debería hacer ella en los próximos cinco minutos:
—Coge tu bolso. Nos vamos.
—Oye, guapito de cara, para un día que tengo libre no me lo voy a pasar yendo de aquí para allá haciendo de recadera para el señorito. —Lo empujó con esa chulería innata de la que hacía gala siempre que podía—. Esta tarde me voy a tirar a la bartola y no voy a mover ni un dedo.
Niall no retrocedió, todo lo contrario, se pegó más a ella.
—Creo que no me he expresado con claridad. Te vienes conmigo. Punto. Final.
«Te odio», quiso gritarle y, en el proceso, causarle un fuerte dolor de tímpanos, porque la opción de levantar la rodilla y darle en el centro de gravedad tenía dos puntos muy negativos. El primero: que un posible aunque remoto revolcón (porque nunca se sabe y, como se dice en el pueblo, no hay que cerrar todas las puertas) se iría al traste si lo desgraciaba; y segundo: estaban tan apretados que su rodilla no tenía radio de acción.
—Nanay.
—Coge tu bolso —insistió él con esa voz de ordeno y mando tan sensual.
—¿Te has empalmado? —Era una pregunta retórica, estaba lo suficientemente cerca como para saberlo.
—Te doy permiso para que hagas las oportunas comprobaciones.
—¡Qué más quisieras!
—Se nos hace tarde, pero, si insistes, podemos montárnoslo aquí, en la cocina, a plena luz del día, corriendo el riesgo de ser sorprendidos y tener que dar explicaciones de anatomía, aguantar el sermón correspondiente... Pero, por satisfacer tu curiosidad, cualquier cosa.
«¡Oh! Pero mira que es engreído este tipo. Si encima resulta que me está haciendo un favor.»
—¿De verdad? —«Aquí, o todos moros o todos cristianos», pensó mientras movía sus caderas y sonrió al oírlo inspirar profundamente.
—Decidido, bájate las bragas; además, me muero por saber de qué color las llevas hoy.
Ella arqueó una ceja, vaya inquietudes que tenía este hombre.
—A juego con la camiseta —le informó tentadora.
—¡No jodas! —exclamó separándose lo imprescindible para comprobar que no lo engañaban sus ojos—. ¿Estampado militar?
—¿Qué pasa? Si no recuerdo mal, tú tienes unos bóxers de lunares.
—No me lo recuerdes.
Ella sonrió al escucharlo, no hacía falta hacérselo jurar.
—Deja de ser tan estirado —lo provocó, jugando con el cuello de su impoluta camisa blanca.
Todo eso se le iba a escapar de las manos, pero ¿quién puede resistirse?
Colocó una mano en su cadera y la movió a su antojo hasta que la falda fue subiendo. La cuestión no era si se fiaba o no de sus palabras, sino que quería ver ese tanga.
—Tú súbete en la encimera y verás lo estirado que puedo llegar a ser.
Ella aceptó el reto y de un salto se plantó en la encimera... dispuesta a no dar ni un paso atrás.
Pero él se apartó de repente, dejándola desconcertada y cachonda.
Tardó quince segundos en comprender el motivo.
—¿Ocurre algo? —preguntó Julia mirándolos sin entender nada. «De mayor no quiero ser así», pensó.
—Nada, me llevo a tu tía a hacer unos recados —afirmó tan ufano—. ¿Quieres venir? —Tentarla no era aparentemente inteligente, pero, aparte de dar a ____ la impresión de ser algo inocente, podía poner la mano en el fuego que su hermana prefería pasar la tarde en el pueblo suspirando por Pablo.
—No, he quedado con Mónica.
Excelente.
MeliHoran
Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Capitulo Cuarenta
Unos recados, unos recados...
____ no dejaba de quejarse, en silencio, de haber cedido, otra vez, y acompañarlo.
A veces, una necesita un poco más de fuerza de voluntad. Pero, por desgracia, en la farmacia no dispensaban pastillas para incrementarla.
Ahora, sentada en el coche, regresaban por la carretera comarcal. En aquellos instantes sólo podía pensar en pillar la cama. Dudaba si tendría fuerzas para ducharse antes, pese a tener los pies molidos.
¡Vaya tardecita! Los recados consistieron en visitar todo lo culturalmente interesante que existía en cincuenta kilómetros a la redonda. Y ella, que disfrutaba como la que más, sólo pudo pensar que no llevaba calzado adecuado. Las malditas zapatillas de cuña roja, tan monas, no eran lo más apropiado para andar por las calles de Silos o las de Covarrubias.
Pero, a pesar de las dificultades logísticas, había terminado por disfrutar de la tarde. Acompañada por él había redescubierto muchas cosas. Niall se interesaba por todo y, aunque pareciera extraño, se había comportado de forma correcta, ni una insinuación, ni un toque provocador, nada.
No sabía si estar decepcionada o no. Después del interludio de la cocina era de esperar. Pero no. Niall, de vez en cuando, sabía comportarse.
Y encima iba guapísimo, maldita sea. Cada vez que lo miraba, disimuladamente, con esas gafas de sol, esa camisa blanca... lo encontraba más atractivo.
Hubo momentos que hasta parecía otro, más relajado, no tan estirado; en definitiva, resultaba una agradable compañía.
—Te has pasado el cruce para ir a Pozoseco.
—¿No me digas...?
—Oye, es tarde, tengo hambre y los pies hechos polvo. Te agradezco la tarde que hemos pasado, pero me muero por pillar la cama.
—Me has leído el pensamiento.
____ se enderezó en el asiento cuando lo vio entrar en Lerma y dirigirse hacia el parador.
—Te he dicho que...
—Calla un poco.
Ella refunfuñó. ¿Qué se había creído?
—¿A que no sabes por qué el palacio tiene cuatro torres a pesar de que pertenecía a un duque? —Iba listo si pensaba que se quedaría callada.
Niall arqueó una ceja, eso sí que era un sutil cambio de tema.
—Soy todo oídos.
—Según cuenta la leyenda, el duque de Lerma, el valido del rey Felipe III, tenía gran poder e influencia sobre el monarca, y cuando estaba construyéndose el palacio ducal fue al encuentro del rey y le pidió permiso para poner dos torres.
—¿Y? —preguntó él interesado. Escuchar a ____ dar una lección de historia con su particular gracia resultaba mucho más entretenido que leerse una guía para turistas.
—Pues que, como era de esperar, se le concedió el deseo.
—No veo nada extraño.
—No he terminado la historia. Cuando el rey se enteró de que el palacio ducal tenía cuatro torres exigió explicaciones a su valido. Éste, amablemente, le recordó que había solicitado su real permiso.
—No lo entiendo.
—Pues resulta que sólo los palacios reales podían tener cuatro torres, de ahí el enojo del rey. Bueno, también creo que influyeron las intrigas políticas de la corte... Pero, ya sabes, cualquier tontería te hacía caer en desgracia. —Ella lo contaba con ese tono de programa de cotilleo que lo hacía sonreír—. Al final se salió con la suya, pues le respondió al rey: «Majestad, yo le pedí autorización para dos torres y me la dio, y a las otras dos ya tenía derecho por ser duque».
—Joder, el tío ese era verdaderamente listo.
Niall aparcó en la zona reservada a los clientes del parador y paró el motor.
Se bajó del coche, y, como era de esperar, ella no se movió. Abrió la puerta del copiloto y con un gesto rimbombante le indicó que moviera el culo.
Ella se cruzó de brazos y miró al frente.
Él se agachó y le puso los zapatos.
Ella no le facilitó las cosas.
—Deja de perder el tiempo. Levántate.
Tiró de ella y cerró suavemente la puerta. Con ella a remolque abrió el maletero y sacó su trolley. Pulsó el mando y se encaminó hacia la entrada.
—Oye, no corras tanto —se quejó ella intentando no caerse de culo al intentar mantener el equilibrio sobre ese maldito empedrado.
Él no hizo caso a su protesta y atravesó las puertas hasta detenerse junto a la recepción.
La escuchó resoplar y después se apoyó en el mostrador junto a él. Inmediatamente un empleado se acercó.
—Buenas noches, ¿en qué puedo ayudarlos?
—Soy Niall Horan, tengo una reserva para...
—Ah, sí, señor Horan.
____ observó la arrogancia con la que se presentaba y la inmediata aceptación del empleado. Claro que para eso le pagan, se recordó con cierta dosis de cinismo. Y a todo esto... ¿Qué pintaba ella allí?
Cuando aún no se había respondido, él tiró de nuevo de ella y no paró hasta llegar a la puerta de la habitación.
—Vale, como bromita de mal gusto ya ha durado bastante.
—¿De qué hablas? —preguntó él distraído mientras colocaba la maleta sobre la banqueta destinada a ello. Empezó a sacar cosas y a desperdigarlas por la cama—. Arréglate, tenemos reserva para cenar.
—¡¿Qué?!
—Toma, te he traído tu bolsa de aseo. Supongo que podrás apañártelas, no sabía muy bien qué iba a hacerte falta.
—¿A cenar?
—Sí, eso he dicho. Y empieza ya, las mujeres tardáis una eternidad en el baño.
—Pero ¿tú estás bien de la cabeza? A cenar, dice, ¿con estas pintas? —Señaló su cómoda pero inadecuada falda vaquera. Se sentía como Julia Roberts en Pretty Woman al entrar en un hotel de lujo. Salvando las distancias, claro está.
—Ponte esto. —Sacó de su maleta un vestido que la dejó con la boca abierta, y no sólo porque fuera precioso sino porque ella le había echado el ojo, pero por cuestiones monetarias no lo había comprado.
Ella lo cogió sin saber muy bien qué decir. Podía agradecérselo con un simple gracias, pero el desconcierto le jugó una mala pasada.
—¿Le pagaste treinta euros?
—¿Importa? —preguntó él a su vez. La irrisoria cantidad carecía de importancia. Al ver que ella seguía parada, como si fuera un mueble más, añadió— : Llegaremos tarde.
____ buscó una excusa para no ponérselo.
—No pretenderás que me lo ponga con unas zapatillas rojas.
—Claro que no —respondió y de nuevo, como si fuera el bolso de Mary Poppins, sacó una caja y la dejó sobre la cama—. Mira a ver qué tal con éstos.
Ella, curiosa, abrió la caja y se tuvo que sentar. Eran preciosos. Unos zapatos negros y de corte clásico, tacón alto y abiertos en la puntera.
—Unos letizios...—murmuró, encantada sacándolos de la caja.
—No pierdas el tiempo —recordó impaciente.
____ se puso en pie y empezó a quitarse su inapropiado atuendo. Seguía sin
saber muy bien qué estaba haciendo, actuaba como un robot, sin voluntad propia.
—Joder, con las ganas que tengo de follarte... y tú paseándote con ese tanga
pidiendo guerra —murmuró él al verla casi desnuda—. Si no fuera porque tenemos mesa reservada a las diez... te tumbaba ahora mismo e ibas a saber lo que es bueno.
Al escucharlo, caminó hasta el baño y cerró la puerta tras de sí con la intención de cambiarse sin ser observada.
—¿Qué pinto yo aquí? —murmuró acercándose al enorme lavabo, donde depositó su bolsa de aseo. Se quedó como tonta frente al espejo, tapándose con el vestido. Algo no estaba bien. Pero no sabía lo que era.
Quince minutos más tarde Niall oyó el clic del pestillo y se giró en el momento en que ella abría la puerta y salía del baño.
La sorpresa podía deberse a la rapidez con la que había aparecido, pero, en realidad, la causa era otra. Nunca antes la había visto así, arreglada, vestida elegantemente (aún no entendía cómo un trapo de mercadillo podría sentar tan bien) y maquillada de forma suave, lista para una velada íntima.
—Qué, ¿se te ha comido la lengua el gato?
—Vámonos antes de que esto se desmadre.
Niall caminó velozmente hasta la puerta de la suite y la abrió. Cuanto antes estuvieran rodeados de gente mejor.
Tenía que controlarse, pues no quería que fuera la cena más rápida del mundo, pretendía disfrutar de la noche, hacer algo muy diferente, poder degustar un buen vino, un buen licor, sabiendo que luego tenían toda la noche para retozar, jugar, reír o lo que surgiera.
Se detuvo de repente al acordarse de un detalle de vital importancia.
____, tras él, se quedó mosqueada al ver que sacaba su móvil.
Él le hizo un gesto para que no dijera nada.
Ella se cruzó de brazos.
—Hemos tenido una avería con el coche, no vamos a poder ir esta noche a casa. Los del taller, que, como todo en este país, trabajan con el culo, no pueden mirarlo hasta mañana, así que no nos queda más remedio que pasar la noche en un hotel. Mañana, cuando esté arreglado, volvemos.
Todo lo dijo sin hacer pausas, con gran seguridad, haciendo creíble la mentira y sin dar pie a réplica.
—Muy convincente —expresó ella no sin cierto retintín.
Niall, que seguía algo traspuesto con la imagen de ella grabada a fuego, se limitó a apagar el teléfono, no quería interrupciones de ningún tipo.
Hasta ahi llege hoy :D, mañana a la tarde noche sigo, quedan 16 capitulos mas el prologo, queda poco:)
Gracias Loa por seguir leyendo a pesar de que deje de subir por un tiempo :D,
Besos
MeliHoran
Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Ahh claro que seguiria leyendo me encantaaa
Plisss me encantaa
Queda tan pocooom ahh 16 ahh
Plisss siguelaaa sigelaaa
Loa
Plisss me encantaa
Queda tan pocooom ahh 16 ahh
Plisss siguelaaa sigelaaa
Loa
loa
Re: Treinta noches con ____ (Niall Horan y tu )TERMINADA -Adaptada
Capitulo Cuarenta y uno
Cuando entraron en el restaurante no tuvieron ni que esperar medio minuto para que los condujeran hasta su mesa.
____a, a cada paso que daba, se sentía más extraña. Algo seguía sin estar bien y no saber qué la intranquilizaba aún más.
Miró a su alrededor: lujo por todas partes, buen gusto y algunas de sus clientas más adineradas allí sentadas.
No era habitual frecuentar ese tipo de establecimientos, esas mujeres lo sabían, y ____ pudo notar cómo era el centro de atención. Lo peor vendría el lunes, en el trabajo.
El camarero les entregó una carta a cada uno, empezando por ella.
Niall primero revisó la carta de vinos y pidió un Pesquera. Ella siguió callada intentando elegir algo para cenar, pero ese runrún interior continuaba creciendo.
—¿Has elegido ya? —preguntó él, sacándola de sus elucubraciones.
—No —respondió de forma apagada.
—Pues, por el tiempo que llevas leyendo, te la debes saber de memoria.
Prefirió no responderle y cuando el camarero, que hasta el momento se había mantenido prudentemente distante, se acercó para tomar nota pidió algo tan sencillo como una ensalada. Aunque, claro, estaba segura que en esos sitios las ensaladas no consistían en lechuga y tomate.
—¿Alguna cosa más, señores? —insistió educadamente el camarero.
—No, gracias. Eso es todo. —Niall se adelantó respondiendo y la miró de forma especulativa. Algo se le estaba escapando.
La cena, que no había empezado de la forma que él esperaba, no mejoró en absoluto, pues fue testigo del comportamiento extraño de ella. Silenciosa, distraída y cambiando la comida de sitio en el plato como esas anoréxicas con las que a veces se veía obligado a compartir mesa en insufribles pero necesarias reuniones de trabajo.
Acostumbrado a su parloteo, a sus comentarios divertidos y a su buen apetito, no entendía a qué venía ese mutismo exasperante que le estaba amargando la cena.
—¿Te encuentras bien? —probó la vía diplomática; tal vez estaba enferma y no quería decírselo para no aguarle la fiesta.
—Ajá.
No le gustó ni la respuesta ni mucho menos el tono.
—¿Hay algún problema en tu plato?
—No.
—Pues no lo parece. Llevas cinco minutos sin probar bocado y, que yo sepa, no estás a régimen. Aunque con lo que te has pedido no se alimenta ni un pájaro...
—No tengo mucha hambre —dijo, esquivando su mirada.
No quería entrar en detalles, quería terminar cuanto antes y volver a casa, la bola de nieve de la intranquilidad cada vez era más grande y más amenazante.
—No hace falta que lo jures —arguyó disimulando su enfado.
Niall decidió no pedir postre ya que, para comer solo y tener enfrente a una mujer que hablaba menos que la farola de la calle, era más rentable poner fin a la cena. Si no lo hacía, iba a terminar con dolor de estómago de tanto contener las ganas de pedir explicaciones.
Su idea inicial, relajarse tras la cena tomando una copa, también se fue al traste nada más ver la cara que ella tenía, cada vez más avinagrada, como si el hecho de estar en su compañía fuera un suplicio.
Sin perder las formas, salieron del comedor y él le indicó que volvían a la habitación. Ella se limitó a encogerse de hombros, una actitud indiferente que empezaba a tocarle los cojones muy seriamente.
—¿Se puede saber qué hostias te pasa? —estalló él nada más cerrar la puerta de la suite.
—Nada —respondió dándole la espalda, mientras caminaba hacia donde había dejado sus cosas, tenía intención de cambiarse y volver a casa cuanto antes.
Se estaba ahogando, asfixiando. La intranquilidad inicial se había convertido en un malestar general, en desánimo, en desasosiego y nerviosismo. Principalmente, por encontrarse fuera de su ámbito. Él no lo entendería jamás, pero ella era una mujer de gustos sencillos, estaba fuera de su elemento.
—¡Nada! —exclamó él levantando las manos; su paciencia tenía un límite y éste había sido rebosado hace tiempo—. Si una cosa he aprendido es que cuando una mujer dice «nada» miente, su retorcido pensamiento siempre está activo.
—Es la verdad —añadió en voz baja. Quería poner punto y final a la discusión.
—No me jodas, que nos conocemos. Tú nunca estás más de cinco minutos callada, hablas por los codos y hoy no has dicho más de dos putos monosílabos en toda la noche, y porque te he preguntado.
Ella lo miró un instante y volvió a esquivar su mirada. Era cierto, su alarma interna la había mantenido callada.
—Volvamos a casa. Es tarde.
—Ni hablar —aseveró él. No dejaba de pasearse por la habitación; por suerte, la moqueta del suelo amortiguaba sus pasos, ya que, si no, se hubieran quejado del piso inferior—. Para una vez que tengo la oportunidad de hacer algo diferente...
Ella escuchó sus palabras. No tenía nada que decir.
Intentar explicarle sus razones sería como tirar margaritas a los cerdos.
—Joder... —continuó él—. Tenemos la oportunidad de disfrutar de un buen fin de semana, un hotel de lujo... ¿Y qué haces? Comportarte como una cabeza hueca, enfurruñándote como las niñas pequeñas. —Niall no dejaba de acusarla mientras expresaba en voz alta su frustración—. Sólo quería, por una jodida vez, tener la oportunidad de salir de ese pueblucho, dormir en una cama decente y pasar la noche contigo. ¿Es mucho pedir?
Ella podía haber defendido el honor de Pozoseco, pero las palabras que vinieron después hicieron que el insulto pasara desapercibido.
¿Por qué tanto empeño en dormir juntos?
—Pero no. Como siempre, tienes que hacer lo que te da la puta gana. —Niall seguía al ataque—. Te has empeñado en joder toda la noche y lo has conseguido.
—Lo siento —murmuró. Estaba siendo sincera, pero no podía fingir que estaba bien, no podía disfrutar cuando en su interior sentía que estaba fuera de lugar.
—¿Lo sientes? —se burló él—. Ésa sí que es buena. Ahora vas y dices que lo sientes. —Para tener algo en las manos y no golpear la pared se sirvió una copa del bien abastecido minibar—. Más lo siento yo, por traerte a un sitio de lujo, por molestarme en organizar el fin de semana.
—No era necesario —le aseguró empezando a salir de su indiferencia ante tantos insultos.
—Ahora ya lo sé. —La señaló con su vaso—. Estás acostumbrada a que algún cateto te invite a una cerveza de mierda y tú vayas al asiento trasero sin rechistar. Así que no me extraña que esto te venga grande.
—Oye, no te permito que...
Él la interrumpió colocándose frente a ella.
—¿No me lo permites? ¡Venga ya! Está claro lo que has pensado durante toda la noche. Con la cena, con el hotel: «No voy a ser capaz de estar a la altura».
—¡Imbécil!
—Si lo llego a saber me limito a llevarte a un McDonald’s. Con el menú económico hubiera follado antes.
—Eres un hijo de puta. —Se acabó, ya no iba a aguantarlo más—. Y esto... — Empezó a quitarse el vestido y los zapatos—. Te lo metes por el culo.
—¡Eso! ¡Por lo menos, desnúdate! Algo es algo...
—¿Sabes? En el pueblo hay una frase que sirve para este caso.
—¿Ah, sí? Ilústrame con tu jodida sabiduría popular —se guaseó él.
—«Lo que te has gastado, por lo que me has mirado». —Él arqueó una ceja y ella añadió—: Pues yo no soy de ésas. ¿Me entiendes? Así que haz el favor de llevarme a casa. O mejor, vete a la mierda, me voy sola.
Él se interpuso para que ella no diera ni un paso.
—Ni hablar. Tenemos la habitación reservada. —Cerró la puerta con llave—. Y en el baño hay un magnífico jacuzzi que voy a disfrutar. —Ella lo miró entrecerrando los ojos—. Evidentemente solo. Así que te jodes y te aguantas, no creo que sea mucho sacrificio dormir en una cama en la que los muelles no se te clavan.
Niall apuró su vaso, lo dejó sobre la mesilla y se fue al baño. Estaría cabreado, pero no cerró con un portazo.
Se quedó sola, aún más deprimida. Con ese cabrón, que siempre parecía tener la última palabra, nadie sería capaz de sentirse mejor. Nunca una palabra comprensiva, de apoyo.
Recogió del suelo el vestido y los zapatos y fue a guardarlos en la caja. Una cosa es que deseara clavarle el tacón en los huevos y otra muy distinta sería dejarlos tirados de cualquier manera.
Al coger la caja vio algo que pasó desapercibido cuando él se la entregó, el precio de los zapatos.
¡Costaban diez veces más que el vestido!
Miró de nuevo, con detenimiento.
¿Cómo debía tomarse el regalo?
¿Un detalle caballeroso?
¿Un cheque adelantado por el pago de sus servicios?
No merecía la pena especular, porque seguramente la respuesta no iba a gustarle.
Igual que tampoco necesitaba acercarse hasta la puerta para saber que no podía huir.
Huir es de cobardes, sí, pero... ¿qué opción le quedaba?
Permaneció sentada en una esquina de la cama, dudando si llamar a recepción para, con una excusa tonta, conseguir que los de mantenimiento desbloquearan la puerta. Implicaba montar un numerito, interrumpir el baño de Niall y sentirse aún peor.
Con un suspiro, se incorporó, apartó el cobertor de la cama y se metió entre las sábanas, dejando tan sólo encendida la lamparita del lado contrario, para que cuando él apareciera no se diera un mamporro al encontrarse la habitación a oscuras.
Él no tardó mucho en salir del jacuzzi. Lo observó de reojo mientras caminaba hasta su maleta, con una toalla oscura enroscada en las caderas, para sacar unos bóxers.
Durante cinco segundos pudo contemplar su trasero desnudo. Después, por desgracia, tuvo que apartar la vista cuando se dio la vuelta con intención de llegar hasta la cama.
Niall se acomodó en el lado que ella había dejado libre, que, sin saberlo, era el suyo. Se sentó, apoyándose en el cabecero, agarró el mando a distancia y empezó a pasar canales.
—¿Te molesta? —preguntó él con altanería.
Ella negó con la cabeza y él, que pretendía seguir con su tono belicoso, tuvo que tragarse las ganas. Murmuró algo entre dientes y apagó la televisión y la luz. Se acomodó en la cama y se removió entre las sábanas como si fuera un perro rabioso, hasta que logró encontrar la postura adecuada.
Ella se mantuvo callada en todo momento, acurrucada en su lado de la cama, dándole la espalda.
Visto desde fuera parecían un matrimonio con demasiadas discusiones encima.
MeliHoran
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