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Romance Accidentado [H.S] Terminada. - Página 2 Empty Re: Romance Accidentado [H.S] Terminada.

Mensaje por Cony'. Sáb 04 Mayo 2013, 3:04 pm

Romance Accidentado [H.S] Terminada. - Página 2 Tumblrm74fkiygle1r92bzg

#Capítulo 3
Parte I

—¡Hermanito, te salvé de un destino peor que la muerte!

Harry miró a su hermano, al que había estado buscando y al que por fin había encontrado en un estado semicomatoso en la diminuta cama del barco, menos preocupado por su mandíbula que por el problema que se traía entre manos. La boda de Louis tendría lugar en treinta minutos, y el padrino de boda estaba cao.

—Esa tal Millllla tiene un puño más fuerte que el de un boxeador —continuó Ted gruñendo.

Harry examinó la mandíbula de su hermano sorprendido.

—¿Mila te pegó? ¿Qué le dijiste?

—Nada —protestó Ted—. Estábamos hablando y de repente, ¡zas!, me pegó. Está loca.

Harry miró el reloj comenzando a sentir pánico.

—Escucha, Louis me ha llamado ya tres veces. La boda se celebrará dentro de media hora. ¿Crees que podrás estar listo? —preguntó Harry observando los ojos inyectados en sangre de su hermano.

Ted gruñó, pero Harry no supo si lo hacía a causa del dolor de la mandíbula o de su orgullo herido.

—Ella no es como Mila Kunis, eso te lo aseguro. Sus padres debieron de ponerle otro nombre, por ejemplo Berta la Amazona.

—Pero Ted, ¿es que no comprendes que tienes que estar en la boda dentro de treinta minutos?

Ted se balanceó por un momento al compás del barco, pero luego se dejó caer sobre los almohadones y levantó un brazo por encima de la cabeza.

—No puedo, será mejor que me quede en casa.

Harry se quedó de pie, con las manos sobre las caderas, pensando. Según parecía no le quedaba más alternativa que hacer él mismo de padrino, pensó. La idea le resultaba menos atractiva que nunca, sabiendo que tendría que vérselas con una dama de honor psicótica.

—Escucha, Ted, dime en qué lugar de tu casa has dejado el traje. Tengo que darme prisa.

—No está en casa —contestó Ted sacudiendo la cabeza.

Harry comprendió entonces con horror que Ted había olvidado recogerlo de la tintorería, pero después se dio cuenta de que su hermano no estaba simplemente sacudiendo la cabeza, sino que señalaba al suelo. Miró para abajo y descubrió una bolsa de la tintorería echa un ovillo sobre la alfombra. Bien, se dijo. Tendría que aparecer en público con la ropa tan arrugada como si hubiera dormido con ella.

—No habrías pensado que se me iba a olvidar recoger el traje, ¿verdad? Debes de creer que soy un completo irre… irresponsable —terminó Ted.

Harry no perdió el tiempo desechando cada uno de los adjetivos que podían retratar con agudeza la personalidad de su hermano. Se quitó la ropa sin perder un instante y se lanzó sobre el traje. Parecía un pingüino arrugado, pensó.

Nunca hubiera debido de mandar a su hermano en su lugar. ¿Pero en qué había estado pensando?, se preguntó. Ted era especialista en echarlo todo a perder. Sin embargo la tarea le había parecido muy sencilla. Todo lo que tenía que hacer era aparecer en público y comportarse de un modo civilizado, había pensado.

Aquella tal Mila debía de ser todo un número, se dijo pensativo echando un vistazo a la mandíbula herida de su hermano. Rebuscó por el armario del camarote y preguntó:

—Eh, Ted, ¿dónde tienes el botiquín de primeros auxilios?

—Bien pensado, hermanito, lo necesitarás si vas a seguir tú con el segundo asalto.

Harry encontró el botiquín y sacó una tirita adhesiva que se pegó en la mejilla aproximadamente a la altura en que Ted tenía la herida.

—Dama de honor —musitó Ted—. ¡Es una dama de horror!

Como propietario de un gran almacén, Harry había madurado en un ambiente dominado por las mujeres, y sabía que no todas eran delicadas violetas. Sin embargo, las bodas eran los lugares en los que se comportaban del modo más civilizado. ¿Qué clase de mujer se enzarzaba en una pelea a base de puños con un hombre durante un banquete?, se preguntó.

Metió los pies en los zapatos de Ted sin molestarse siquiera en quitarse los calcetines blancos y pensó que su hermano no se habría acordado de preparar calcetines negros limpios. Ted, rascándose la mandíbula herida, lo observó mientras se dirigía a la puerta.

—Eh, ¿dirías que soy un imbécil ignorante y egocéntrico?

—¿Tú? —preguntó Harry sorprendido.

—¿Lo ves? Te dije que estaba loca —contestó Ted, dejándose caer de nuevo sobre las almohadas.

Harry se apresuró a salir del barco para ir a buscar el coche que había dejado aparcado en el puerto y luego condujo a toda velocidad hacia la iglesia rogando por no llegar tarde.

Rogando por que Kay y Louis lo perdonaran por lo que había hecho Ted, fuera lo que fuera.

Rogando por poder mantenerse a distancia de la fácil ira de Mila.


—¡Oh, gracias a Dios! ¡Ahí viene!

Mila asomó la cabeza y vio a Harry Styles corriendo hacia la iglesia. Su reacción fue muy diferente de la de Kay.

—¡Pero mira esa tirita! —exclamó irritada.

La pequeña tirita que Harry llevaba en la mejilla no era nada comparada con la venda que le cubría a ella toda la mano. Kay, con su vestido de novia, estaba muy nerviosa esperando a que todo el cortejo avanzara por la iglesia, pero al ver a Harry comenzó a sentir pánico.

—Mila, no vas a pelearte más, ¿a que no?

¿Podría olvidar aquel incidente alguna vez?, se preguntó Mila. La noche anterior, cuando Harry por fin se levantó del suelo, todos se la quedaron mirando como si fuera un monstruo, recordó. No obstante, no dejó de protestar ni de decir que nunca había pegado a nadie, ni tan siquiera un bofetón. Siempre había sido una persona dulce y sumisa.

Hasta conocer a Harry Styles, recapacitó.

—No te preocupes, no va a ser la boda de Rambo —le aseguró a Kay—. De todos modos no creo que pudiera volver a hacerlo con este vestido verde lima de tafetán.

—Sí —rió Kay—. Tiene que haber otra razón para que hayas escogido ese vestido aparte de los nervios de la boda.

Al poco rato de llegar Harry la procesión comenzó su marcha. Mila, a la cabeza de las damas de honor, recogió la cola de la novia y siguió a Kay y a su padre. La iglesia, decorada según los designios de la madre de Kay, se había convertido en un jardín. Los invitados, de pie y atentos a la ceremonia con sus vestidos de verano, parecían ramos de flores vivientes que se añadieran a la decoración. Y en la cabecera de la iglesia, con los nervios de punta y como atontado, Louis esperaba a la novia.

Sin embargo la mirada de Mila estaba fija sobre el padrino de la boda, a la izquierda del novio, que no dejaba de mirarla. La intensidad del verde de los ojos de Harry resultaba casi cegadora. Era como si él no pudiera apartar los ojos de ella, pensó. Probablemente quisiera esquivar el próximo golpe. Se esforzó en sonreír y parpadeó ante los congregados.

Inevitablemente, sin embargo, tuvo que volver la vista hacia Harry otra vez. Él seguía escrutándola de arriba abajo, casi como si no supiera quién era, como si hubiera olvidado la cena del día anterior, pensó deseando que fuera así. Aquella noche, tumbada sobre la cama, había deseado también poder apartar las palabras de Harry de su mente, olvidar todo lo que él había dicho sobre sus deseos de casarse.

¿Pero es que acaso no era cierto?, se preguntó. Durante años, antes de llegar a la conclusión de que el amor era un fraude, ésa había sido su meta. Y sin embargo, cuando al fin sus novios decidieron casarse, lo hicieron con mujeres a las que apenas conocían, recordó. Con una modelo, con una jinete de carreras. Nunca con ella, que había esperado el momento durante meses y meses. No con ella, que con tanta ansiedad había esperado, pensó.

No era de extrañar que aquellos hombres se hubieran cansado de ella, reflexionó.
Necesitaba relajarse.

Lo cual significaba, por mucho que le pesara admitirlo, que Harry tenía razón. El odioso y bárbaro macho había dado precisamente en el clavo, pensó. Y sin embargo, ¿cómo era posible?, se preguntó. ¿Cómo podía un imbécil como Harry Styles enseñarle más con unos cuantos insultos de lo que había aprendido ella durante años leyendo best sellers sobre autoayuda?, se preguntó.

Sentía deseos de llorar. Y de hecho se puso a llorar.

Por supuesto aquellas lágrimas serían achacadas a la emoción de la ceremonia, pensó. Sus pies, involuntariamente, parecían haberse parado en el lugar preciso. Kay estaba de pie, delante del altar, de la mano de Louis. Estaba tan llena de amor, de esperanza, de felicidad, pensó. Ella y Louis irradiaban luz, una luz que parecía capaz de disipar la nube negra de la eterna soltería que pesaba sobre ella.

Una única lágrima salió de los ojos de Mila, que trató de enjugarla tan discretamente como pudo. Y entonces, mientras levantaba la mano para limpiarse. elevó la vista y vio a Harry, que seguía observándola de ese extraño modo. Y para empeorarlo todo un poco más, él se fijó precisamente en la lágrima que corría por su mejilla y que seguramente arrastraría el maquillaje, pensó. Mila se puso tensa. Aquel idiota se burlaría de sus lágrimas de felicidad por Louis y por Kay.

Sin embargo una sonrisa apareció en los ojos de Harry. Era una sonrisa amplia, cálida y amistosa, similar a la que le había dedicado a Kay el día anterior. Con un ligero toque de humor, pensó.

Mila sintió que sus labios sonreían instintivamente. Luego parpadeó confusa. Aquél era Harry, se dijo tratando de no olvidarlo. El ser más irritante que conocía.
Al otro lado del altar, mientras Kay y Louis hacían sus promesas, Harry se hizo también una promesa a sí mismo: le tiraría a su hermano los trastos a la cabeza.

Mila Campion, la supuesta dama de honor psicótica, no era en absoluto tal y como Ted la había descrito, pensó. Mirándola bien se veía que era una criatura esbelta y de expresivos ojos verdes. Nunca había visto unos ojos de semejante color, reflexionó. Y bajo ellos unos generosos labios atraían su mirada irresistiblemente. Tenía una piel cremosa y de aspecto suave como la de la porcelana delicada. Y parecía incapaz de romper un plato. Por supuesto menos aún pegar a Ted, pensó. La venda de la mano demostraba que se había peleado, pero no podía imaginar que una criatura como ella hubiera hecho algo así sin que antes la hubieran provocado.

Desde el divorcio. Harry le había vuelto la espalda a toda aquella parte de su ser capaz de reaccionar ante el sexo opuesto. Incluso desde antes, pensó. Había preferido dedicarse a asuntos menos complicados como el trabajo. Había puesto a prueba su libido, en definitiva, y en ese momento partes de su cuerpo largamente dormidas volvían a la vida. Todo él estaba alerta, intrigado.

Tan intrigado que toda su ansiedad en torno al tema de la boda había quedado olvidado. Y lo mismo le ocurrió con el estrés con respecto al futuro del almacén. Toda su atención se centró en un nuevo problema: qué hacer para arreglar lo que el cabezota de su hermano había estropeado.

En parte la culpa era suya, se confesó. «Estoy harto de las mujeres», le había dicho a Ted. Pero no lo había dicho en serio.

Harry se metió la mano en el bolsillo y sacó el anillo, milagrosamente, en el momento preciso. Entonces su corazón comenzó a zozobrar porque sabía que, como padrino, su tarea era escoltar a la dama de honor desde el altar.
Mila no parecía tener prisa por que eso sucediera, pensó. Mientras las notas de la música de Mendelssohn sonaban, ella se puso a su lado. Harry se apresuró a ofrecerle el brazo, pero aquellos ojos verdes lo miraron suspicaces como si esperara que él tuviera una aguja escondida en la manga. Posó la mano sobre el brazo de él con cautela y salió casi volando de la iglesia. Harry corrió junto a ella, y habrían alcanzado a Kay y a Louis si éstos no hubieran estado tan ansiosos por salir y besarse como marido y mujer.

Harry respiró hondo el aire fresco de aquella mañana del mes de junio y miró a Mila a los ojos. Aquellos ojos verdes, recapacitó. ¿Por qué no lo habría avisado Ted de ellos?, se preguntó. Resultaban incluso más letales que un puñetazo. Sobre todo en aquel momento, porque ella lo miraba lanzándole dagas, reflexionó. Harry supuso que la causa de aquella mirada hostil era su forma de agarrarla, el hecho de que no quisiera soltarla.

—No esperaba hacer los cien metros lisos esta mañana, de haberlo sabido me habría traído las zapatillas de deportes —sonrió.

—Bueno, te hubieran ido bien con los calcetines —contestó ella mientras sus labios se hacían finos como una línea—. ¿Te importa? —preguntó tirando de la mano.

Al ver que Harry se quedaba parado y sonriendo, Mila se aclaró la garganta y continuó:

—En circunstancias normales no hubiera discutido por una cosa así, pero ya ves, es la única mano sana que me queda —dijo levantando la mano vendada.

—Lo siento —contestó Harry soltándola y dejando de sonreír—. Espero que hayas encontrado a alguien que te cure, pero si no es así yo estaré encantado de besártela y reconfortarte.

En ese instante, Mila levantó la vista y miró a Harry Styles a los ojos sintiendo un vuelco en el estómago. Y no de un modo superficial, tal y como le había ocurrido el día anterior, pensó.

¿Pero cómo era posible que no se hubiera dado cuenta?, se preguntó.

Por supuesto aquello podía tener que ver con el hecho de que él no hubiera parado de insultarla el día anterior, se dijo. Su nuevo comportamiento la sorprendía. La noche anterior, cuando él la tomó del brazo para guiarla hasta el coche, había sentido sólo hostilidad. En ese momento, en cambio, sentía que entre ambos corría una cálida atracción mutua. ¿Era realmente una disculpa lo que sus labios habían pronunciado?, volvió a preguntarse. Tenía que recordarse a sí misma que aquél era el mismo hombre del día anterior.

—No será necesario.

Por unos instantes ambos se quedaron de pie, en silencio. Harry sonreía. Había algo en él por completo diferente del día anterior, pensó. Algo que no acertaba a explicarse.

—¿Siempre lloras en las bodas? —preguntó Harry.

Mila levantó el mentón a la defensiva, esperando el insulto que, con seguridad, no podía tardar. Quizá algo así como: «¿O son lágrimas de amargura?». O bien: «¿O lloras porque siempre eres la dama de honor y nunca la novia?» Por fin, ruborizándose, comprendió que no la iba a insultar. Harry estaba sencillamente sonriendo y esperando una respuesta. ¿Pero a qué estaba jugando, al doctor Jekyll y Mr. Hyde?, se preguntó.

—¿He perdido los papeles, o es que no recuerdas nada de lo que ocurrió anoche entre los dos? —preguntó ella al fin.

Harry ladeó la cabeza y la miró de reojo lleno de ansiedad.

—Pues creo que… mmm… no lo recuerdo bien.

Harry continuó observándola como si fuera un científico con su bata blanca y ella una ameba. Y mientras tanto, Mila se lo quedó mirando absorta, admirando su figura. Aquel hombre tenía tan buena planta que hubiera resultado impactante incluso vestido de cualquier manera, pensó. Casi podía imaginarse a sí misma haciendo algo impetuoso, como por ejemplo ponerse de puntillas y plantar un beso en aquellos expresivos labios.

Parpadeó, sorprendida ante sus propios pensamientos, y pensó que quizá aquel demonio de Harry hubiera sembrado una peligrosa semilla en su mente al aconsejarle que se relajara.

Porque, al pensar en ello durante la noche, había llegado a la conclusión de que, en parte, tenía razón. ¿Qué mal podía haber en el hecho de que se relajara, aunque sólo fuera por una vez y con prudencia, cuando había llegado al convencimiento de que el amor nunca formaría parte de su destino? Mila había tomado la decisión de vivir esa aventura nada más despuntar el sol. Lo haría en cuanto un hombre atractivo y disponible se cruzara en su camino, se había dicho. Pero no se le había ocurrido pensar que ese hombre pudiera ser Harry.

Y seguía sin poder creerlo. Harry estaba jugando con ella, ocultando su insultante misoginia hasta con seguir que cediera, pensó. ¿Qué había sido exactamente lo que había dicho la noche anterior?, se preguntó. «Dile a tu amiga que no muerdo». Y después, ¿qué había pasado? Que se subió a su coche, a su guarida, y la mordió, se respondió en silencio.

Tenía que alejarse de él, se dijo esbozando una sonrisa enorme y forzada en los labios y comenzando a apartarse.

—Aún no le he dado la enhorabuena a Kay, ¿me disculpas?

Sin darle tiempo siquiera a contestar, Mila se volvió y se alejó rauda de Harry y de aquellos ojos que la atraían hasta perder el control. Se unió a la multitud de invitados y rogó por que él desapareciera entre la algarabía. El ambiente era alegre y ruidoso. Kay vio a Mila y corrió hacia ella envolviéndola en un abrazo.

—¿Os habéis besado Harry y tú y hecho las paces, o simplemente huyes de él?

—Él se ofreció a hacer las paces, pero yo no acepté.

—Me gustaría que le dieras otra oportunidad —sugirió Kay, que evidentemente oía campanas nupciales en el futuro de todo el mundo.

Mila se cruzó de brazos y miró por encima del hombro. Podía ver a Harry entre la multitud, con la mirada fija sobre ella.

—Puede que no te hayas dado cuenta, pero ahora Harry, por alguna misteriosa razón, ha decidido pegarse a mí como una lapa. Y no quiero volver a protagonizar más escenas…

Kay abrió enormemente los ojos, horrorizada.

—No te preocupes, Mila, le pediré a Louis y a los otros chicos que se aseguren de que no te vuelve a molestar. No queremos que la boda se convierta en un cuadrilátero.


Harry necesitaba volver a hablar con Mila, pero por desgracia acercarse a ella durante la cena se convirtió en una empresa difícil. Cada vez que quedaba un asiento libre a su lado se llenaba mágicamente antes de que Harry pudiera llegar, y cada vez que se dirigía hacia donde estaba para pedirle que bailaran la veía salir a la pista del brazo de otro. Aquella mujer resultaba por completo inaccesible, pensó.

Al menos para él. Y sin embargo ella no dejaba de mirarlo. A veces, cuando estaba charlando con otra persona, sentía sus ojos verdes fijos en él, observándolo. Hasta su antiguo compañero de escuela, Liam Payne, tenía más suerte que él, pensó. Payne tenía treinta años, era calvo, tenía el pelo castaño y ya no ocupaba aquellas gafas de botella que usaba en la escuela. Y se podía apostar a que el traje que llevaba era caro, pensó. Payne era uno de los solteros más ricos de Londres pero, debido a su pasión por la pesca, era también uno de los solteros menos codiciados.

Harry fue incapaz de hablar directamente con Mila pero, por fin, pudo intercambiar algunas palabras con Payne, que merodeaba alrededor de la tarta nupcial.

—¿De qué habéis estado hablando vosotros dos? —preguntó Harry a modo de saludo.
Eran viejos amigos del colegio, y nunca se andaban con formalidades. Payne bebió un sorbo de su copa y alargó la mano para tomar un plato.

—¿Quiénes? ¿Mil y yo?

Por fin lograba hablar sobre Mil, pensó asintiendo. No sabía por qué, pero de pronto se había sentido celoso.

Payne cortó una generosa porción de tarta y suspiró exhausto.

—No hemos hablado mucho de nada, en realidad.

—¿Y te ha dicho algo de mí?

Payne frunció el ceño pensativo.

—No, creo que no. Bueno, excepto que me preguntó si te conocía.

El corazón de Harry, duro tras años de abandono, dio un vuelco casi doloroso.

—¿Y qué le dijiste?

—Le dije que sí, por supuesto.

Explicarse nunca había sido uno de los puntos fuertes de Liam, recordó Harry.

—Y supongo que no se te habrá ocurrido contarle que tengo un carácter maravilloso, ¿verdad?

—No —contestó dando un mordisco a la tarta y dejando escapar una exclamación de éxtasis—. ¿Quieres un poco?

—No, gracias.

¿Cómo iba a conseguir hablar con Mila cuando un pequeño escuadrón de hombres se interponían entre ellos dos?, se preguntó.

Payne se inclinó hacia él y le susurró en voz baja:

—Si de verdad estás interesado por ella deberías de hablar con Kay. Creo que la novia está tramando alguna interferencia «romántica».

Harry dio una palmadita en el hombro a su amigo y sonrió.

—Gracias, Payne. La verdad es que todavía no he tenido oportunidad de bailar con la novia.


Romance Accidentado [H.S] Terminada. - Página 2 2841648573
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Mensaje por Cony'. Sáb 04 Mayo 2013, 3:33 pm

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#Capítulo 3
Parte II

Momentos después, Harry y Kay estaban sobre la pista bailando.

—Te he visto observando a Mila —comentó Kay de inmediato—. Pareces casi hechizado por ella.

¿Hechizado?, repitió Harry para sus adentros ante lo ridículo de la idea. Acababa de conocerla, y apenas habían cruzado tres palabras. Era imposible que estuviera hechizado, se dijo. Sencillamente estaba…

Hechizado, se confesó.

—¿Tan transparente soy?

El rostro de Kay no pudo expresar mayor satisfacción.

—¡Lo sabía! ¡Desde el momento en que te dio ese puñetazo supe que había algo entre vosotros dos!

—Oh, bueno… —se encogió Harry de hombros, incapaz de confesarle la verdad. Kay nunca lo perdonaría por tratar de perderse su gran día, pensó—. Sé que suena raro, pero de verdad que no recuerdo qué hice para ponerla así, tan en contra de mí.

—Mila dice que la acusaste de ser una patética caza-maridos y una inhibida. Sinceramente, Harry, ¿qué te pasó?

Harry había esperado un comportamiento más correcto por parte del loco de su hermano.

—Creo que… bebí demasiado —contestó Harry sabiendo que aquella no era una excusa y soñando con ponerle las manos encima a Ted.

La expresión de Kay se hizo sombría de pronto.

—Lo siento, Harry. Supongo que ha sido difícil para ti, ¿verdad? Debería de haberme dado cuenta de que querrías evitar el recuerdo a toda costa… Bueno, sólo puedo decirte que Louis y yo apreciamos mucho el hecho de que hayas venido, de hecho no hubiéramos podido imaginamos la ceremonia sin ti.

Harry se sintió como un gusano. Tratar de evadirse de la ceremonia de sus mejores amigos simplemente a causa de lo que le había sucedido le parecía una tontería, algo impropio de él, incluso. De hecho, para alguien acostumbrado a jactarse de su propia honestidad, era sencillamente inexplicable, se dijo.

—Le estaba contando a Louis que el puñetazo de anoche quizá te haya venido bien.
Demuestra que no eres tan desapasionado ni tan responsable como pretendes —continuó Kay.

—¿Yo? ¿Desapasionado?

—Tienes que admitir que el regalo que le hiciste a tu mujer en el primer aniversario de boda no era muy propio de un casanova.

—¿Y por qué había de querer ninguna mujer estar casada con un casanova?

—En ese caso, ¿para qué iba a querer tampoco que un tipo alto, moreno y guapo, la raptara y se la llevara al desierto?

Harry frunció el ceño.

—Bueno, pero en nuestro segundo aniversario fui muy romántico. Nos fuimos de vacaciones.

—Sí, a una convención en Dubuque, si no recuerdo mal.

—Pero Dubuque es una ciudad muy bonita —se defendió Harry.

—¿Y es romántica? —preguntó Kay—. No lo creo. Sobre todo cuando, según la misma Caroline, te pasaste la noche agarrado al teléfono porque tenías miedo de que Ted lo echara todo a perder en tu ausencia.

—Bueno, es que eso ha ocurrido a veces —y más de las que Kay pudiera sospechar, añadió Harry en silencio—. Está bien, no soy de esos que se enamoran locamente.

—Aún —añadió Kay sonriendo.

Tenía sus dudas sobre eso, pero en lugar de seguir discutiendo, Harry volvió a hablar del problema más acuciante.

—Quisiera disculparme ante Mil, pero según parece lleva toda la tarde muy ocupada.

—Me alegra oír eso, Harry. Me encantaría que os hicierais amigos o… algo.

—A mí también —contestó Harry.

Mila estaba bailando con Louis, y ambos reían como si fueran compañeros de toda la vida. Kay le sugirió a Harry qué hacer con una mirada.

—Será fácil de remediar. ¿Listo? —preguntó.

Harry sabía perfectamente lo que pretendía Kay, de modo que trotó por la pista de baile hasta la otra pareja.

—¡Vaya mira quién está ahí! —exclamó Kay dejando de trotar por un momento y sorprendiendo a Mila y a Louis—. Eh, Mila, ¿te importa que te quite a tu pareja?

Mila dio un paso atrás con gracia, pero luego miró frenética a su alrededor buscando una salida. Sin embargo, antes de que pudiera escabullirse, Harry la agarró del brazo y la atrajo hacia sí. Él había esperado cierta resistencia, pero la fuerza con la que había tirado del pequeño cuerpo de ella fue suficiente para que se apretara contra su torso. Una intensa excitación se reavivó en él de golpe. Harry sonrió.

—No vamos a desperdiciar esta música, ¿verdad?

Con Mila en sus brazos, Harry se sentía como si fuera Fred Astaire y John Travolta al mismo tiempo.

Mientras Harry se deslizaba por la pista, Mila no pudo evitar comparar la gracia con que se movía con la frenética lucha de la noche anterior. Se había sentido tan asustada por sus palabras que no había caído en la cuenta de lo bien que encajaban los cuerpos de los dos, pensó. Ni de lo fresco y salvaje que era su olor, ni de lo tentada que se sentía de reclinar la cabeza sobre su hombro para suspirar. Su compañero de baile era irresistiblemente atractivo, y la forma en que la abrazaba y en que sus ojos centelleaban mirándola la hacían desear vivir la aventura que él había sugerido la noche anterior.

Aquella idea se le había ido metiendo en la cabeza durante la ceremonia y la cena, mientras bailaba con Louis y con ese otro hombre llamado Liam, mientras charlaba con todos los extraños que Kay había ido arrojando a su paso para salvaguardarla del único hombre por el que su corazón galopaba como en una estampida. Durante todo ese tiempo sus ojos no habían dejado de buscar al hombre que precisamente había tratado de evitar, y cada vez que las miradas de ambos se encontraban sentía como si una corriente eléctrica la recorriera por entero.

Quizá aquella corriente estuviera provocando ideas locas y extrañas en su mente, pensó. No podía creer que estuviera a punto de decir lo que iba a decir. Y desde luego no sabía cómo hacerlo.

La idea de pasar un fin de semana alocado nunca le había resultado atractiva. Pero en aquel momento, convencida de que quizá fuera más inteligente buscar una aventura en vez de un compromiso serio que al final resultaría un fracaso, apenas sabía cómo comenzar.

Harry se preguntó por qué estaría Mila tan callada. Le había parecido muy habladora con todas las de más personas con las que se había relacionado aquella noche.

—Eres una bailarina maravillosa —dijo él al fin.

Mila arqueó una ceja.

—Parece que te sorprende.

¿Acaso habían bailado juntos la noche anterior?, se preguntó Harry.

—Escucha, en cuanto a lo de anoche…

Mila sacudió la cabeza frenética, interrumpiéndolo antes de que pudiera decir nada.

—Ya sé, ahora te vas a disculpar. Probablemente te lo haya dicho Kay. Tiene la costumbre de tratar a sus amigos como si fueran adolescentes.

Harry rió, pero después trató de negarlo:

—No, yo…

—Los dos hablamos con suficiente claridad anoche —volvió Mila a interrumpirlo. Harry recordó las palabras musitadas por su hermano. Mila le había dejado explayarse a gusto, pensó—. Y me he dado cuenta de una cosa —continuó ella—. Anoche me enfadé porque era incapaz de admitir que tenías razón.

Aquello era lo último que Harry hubiera deseado. No quería que Mila admitiera que el Neandertal de su hermano tenía razón, de modo que trató de interrumpirla:

—Escucha, Mila, tú tenías razón, soy un imbécil.

—Quizá, pero hay algo sobre lo que no fui sincera.

—¿El qué?

—Que soy demasiado prudente, inhibida —confesó Mila tras respirar hondo.

Y sin embargo no se sentía de ese modo en brazos de Harry, pensó Mila.

—Escucha, Mila —volvió a comenzar Harry con pies de plomo, tratando de arreglar la situación.

—No, no, tengo que decir esto ahora, sino nunca lo haré —añadió ella mirándolo a los ojos, con el rostro encendido por la emoción.

Los párpados de Mila se cerraban de un modo adorable, pensó Harry. Algo en su forma tan seria de hablar lo hizo sonreír a escondidas.

—Está bien, suéltalo. ¿Qué es eso que tienes tanto interés en decir?

—Sólo que, si tu oferta sigue en pie, la acepto.

—¿Mi oferta? —repitió Harry inclinando la cabeza sin comprender.

—Tengamos una aventura —contestó Mila después de tragar. Primero los ojos de Harry se abrieron inmensamente sorprendidos, luego sus pies dejaron de moverse, y por último sus manos la soltaron y sus brazos cayeron a los costados del cuerpo.

Las mejillas de Mila se encendieron. Estaban de pie, en el centro de la pista llena de gente, y Harry la miraba atónito y con la boca abierta como si ella fuera el fantasma de su peor pesadilla. Aquel primer e impulsivo intento de hacerle a alguien una proposición no parecía obtener el resultado deseado, pensó Mila.

—Yo… —la voz de Harry fue debilitándose hasta hacerse un murmullo ronco—… ¿Quieres decir que tengamos una aventura tú y yo?

Aquello era increíble. La noche anterior él le había hecho proposiciones, y en ese momento, sin embargo, la miraba como si se hubiera vuelto loca, pensó.

—Creo que es ésa la palabra correcta. Al menos es la que usaste tú ayer.

—¿Quieres decir que yo… que yo te pedí…?

—Sí.

—Ah, pero es que no lo recuerdo.

—Pues te aseguro que es cierto.

—¿Y ahora quieres que…? —volvió a preguntar Harry elevando una ceja especulativa.

¿Qué podía contestarle para no seguir haciendo el ridículo?, se preguntó.

—Bueno, tú lo sugeriste.

—Comprendo —asintió Harry—. A ti nunca se te hubiera ocurrido, ¿no?

—Pues… por supuesto que lo habría pensado —soltó Mila sintiéndose como una estúpida—. Quiero decir…

—Sé lo que quieres decir —sonrió Harry.

Una fuerte sensación de calor invadió a Mila. La inquietud y la vergüenza comenzaron a transformarse en ira. ¿Cómo era posible que le hiciera proposiciones una noche y al día siguiente la despreciase como si fuera una verruga?, se preguntó.

—Bien, olvídalo.

Harry inclinó la cabeza. Sus ojos brillaban.

—No estoy seguro de querer olvidarlo. No todos los días me hacen proposiciones.

—No creas que voy proponiéndole esto a todos los hombres con los que me encuentro.
Harry se echó a reír.

—Eso era precisamente lo que me estaba preguntando —dijo mientras su sonrisa se desvanecía—, pero ya me imaginaba que no ibas por ahí haciendo proposiciones.

—No, y ya que este primer intento ha resultado un fracaso, puede que seas tú el único hombre al que le haga nunca proposiciones.

—Bien —contestó Harry sonriendo—. Bueno, es decir, no me importa lo que hagas.

Mila frunció los labios en un gesto escéptico.

—¿Y es ésa la razón por la que me miras como si tuviera la lepra?

—Es que me ha sorprendido.

—Horrorizado, querrás decir.

—No, en absoluto —contestó Harry alarmado.

—¿Estás diciendo que sí quieres tener esa aventura?

Casi se le hacía la boca agua sólo de pensarlo. Pero Harry debía elegir bien sus palabras.

—No se me ocurriría ni soñar con ello —contestó al fin. Mila abrió la boca atónita, pero entonces Harry se apresuró a añadir—. Y no es que no me sienta halagado.

Ella se hubiera sentido halagada si hubiera podido darle un puñetazo. Otra vez, recapacitó. ¿Qué tenía aquel hombre que la impulsaba a la violencia, a pesar de ser una persona pacífica?, se preguntó.

Pero no iba a darle la satisfacción de mostrarle lo irritada que estaba, se dijo. Mila recordó que era una invitada más y miró a su alrededor, hacia las mesas decoradas con gracia y repletas de comida. En aquel lugar le estaba prohibido, pensó. Era un santuario.

—Discúlpame —dijo en un tono de voz frío, girando sobre sus talones y dirigiéndose rápidamente hacia la mesa del buffet.

Harry, atónito, la observó marcharse orgullosa, con la cabeza bien alta. ¿Había ocurrido verdaderamente lo que había ocurrido?, se preguntó. ¿O era simplemente un sueño en el que se cumplían todos sus deseos? Aquello resultaba demasiado sorprendente, pensó. Ni siquiera se le había ocurrido pensar que pudiera gustarle.

Una aventura, recapacitó Harry. Ni siquiera recordaba la última vez que había considerado la idea. Aquel tipo de relación rápida era más del estilo de su hermano, pensó. Él valoraba la fidelidad, el comportamiento responsable, el matrimonio.

Pero por otro lado se había casado con Caroline y el resultado había sido un desastre, pensó. Una aventura. La idea le resultaba atractiva, sobre todo después de las palabras de Kay. Quizá fuera aquella su oportunidad de hacer locuras y de terminar con las ataduras de la responsabilidad, pensó.

Un timbre sonó en su pecho. Harry tardó unos minutos en comprender que no se trataba de su corazón sino del teléfono móvil. Le volvió la espalda a Mila y contestó. Era Ted.

—¿Aún sigues de una pieza?

—Sí, pero tú tienes suerte de estar de una pieza —susurró Harry al teléfono—. ¿Te das cuenta de que anoche te comportaste como un completo asno?

—¿Yo? —preguntó Ted con inocencia—. ¿Pero qué he hecho yo?

—Ahora no puedo explicártelo, pero digamos que tuviste suerte de que sólo te diera un puñetazo. ¿Dónde estás?

—En la oficina.

Harry sintió que su corazón se helaba del susto. ¿Ted en la oficina?, se preguntó. ¿En sábado?

—¡Por el amor de Dios, sal de ahí ahora mismo! —exclamó como si le estuviera ordenando que saliera de un edificio en llamas—. Vamos a ver, ¿qué estás haciendo tú ahí?

—El balanceo del barco me estaba mareando, y como no podía encontrar las llaves de mi casa vine aquí a descansar. Pero en cuanto entré por la puerta el trabajo se me echó encima.

—Me lo imagino —contestó Harry—. Hay trabajo en el trabajo.

—Hay tres mensajes de Zayn Malik. Según parece ha estado llamando por teléfono a cada rato, tratando de citarse contigo para el miércoles. ¿Qué le digo?

—Yo me ocuparé de eso —respondió Harry—. Cada vez que cenemos con él es una oportunidad menos de que se encuentre con Mona o con Truman.

—Bien pensado —acordó Ted.

—¿Qué más?

Hubo un momento de silencio y de confusión en la línea.

—Nada, eso es todo.

Sólo Ted podía calificar tres llamadas telefónicas de «estar inundado de trabajo», pensó.

—Está bien, Ted, lo has hecho muy bien. Y ahora escucha atentamente. Cierra con cuidado la oficina y vete a casa —dijo tratando de convencerlo. La idea de Ted vagando solo por Whiting’s lo ponía enfermo. De hecho, después de lo ocurrido la noche anterior, Harry se preguntaba si su hermano no necesitaría una niñera permanente—. No te preocupes por la marcha del almacén, para eso hemos contratado a un director de ventas.

Harry colgó el teléfono nervioso. Odiaba estar lejos del trabajo. ¿Qué hubiera ocurrido si Ted hubiera accedido a cenar con Malik?, se preguntó. Aquel tirano podía comerse vivo a su hermano con el negocio y todo, recapacitó.

Y pensar que había estado considerando la idea de tener una aventura precisamente aquella semana, se dijo admirado. Si no dedicaba aquella semana entera al negocio todo su futuro podía estar en juego, pensó. Sólo de pensar en toda aquella responsabilidad se ponía a sudar.

Por supuesto que no podía permitirse el lujo de tener una aventura, recapacitó. No tenía tiempo, y de todos modos no podía desperdiciar la energía que ello le costaría. Estaba tratando de superar lo de Caroline, y no sabía ni qué clase de persona era Mila ni si podía confiar en ella, recapacitó.

Sin embargo, sus pies parecían reacios a admitir todos aquellos argumentos, porque le condujeron hacia ella directamente.

—¡Te importa que me una a ti?

Mila sintió que el pulso se le aceleraba. Frunció el ceño. No quería tenerlo cerca, se dijo en silencio. Miró a su alrededor buscando a Louis o a Payne o a cualquier otro que pudiera interponerse entre ella y Harry, y contestó:

—Por desgracia el hecho de que sea la dama de honor no me otorga el privilegio de echarte fuera de aquí.

—Sabes, Mila —respondió Harry sonriendo e ignorando su comentario—, me parece que no hemos empezado con buen pie. Yo no soy tan malo, ¿sabes? No muerdo —Mila se quedó mirándolo boquiabierta—. ¿Qué? —preguntó él inocente—. ¿He dicho algo malo?

¿Estaba de broma?, se preguntó Mila.

—¿Pero es posible que tengas tan mala memoria?

Una expresión de pura angustia cruzó el rostro de Harry mientras sus ojos se quedaban fijos en el vendaje de la mano de Mila.

—¡Dios no me digas que te mordí!

—No —rió Mila—, sólo dijiste que no mordías. Fue a las puertas de la iglesia, ¿lo recuerdas?

Según parecía, Harry no lo recordaba. Mila se quedó mirándolo molesta. O bien le había estado dando a la botella o bien tenía la memoria de un mosquito, se dijo. Y, fuera de un modo u otro, cada vez confiaba menos en él. Harry se encogió de hombros y sonrió.

—Sé que suena extraño pero… de verdad —continuó Harry—, me gustaría enmendarme por todas las tonterías que he hecho. Digamos, por ejemplo, ¿tomando café?

Aquello debía de ser una broma, pensó Mila. Sin embargo, Harry no parecía en absoluto de guasa.

—¿Y luego ese café puede terminar en…?

—¿En una película, quizá? —sugirió Harry con una expresión indescifrable.

—Bien —contestó Mila escéptica.

—Bien —confirmó Harry metiéndose un pepinillo dulce en la boca—. Te llamaré.

Mila giró los ojos en sus órbitas en un gesto de cansancio.

—No he dicho «bien» en el sentido de «de acuerdo», sino más bien como diciendo «olvídalo».

—¡Oh! —exclamó Harry estupefacto—. ¿Y puedo preguntarte por qué?

Harry se arrimó a ella dejándole escaso espacio para llenar el plato en el buffet. Estaba ansiosa por marcharse a la mesa para hablar con cualquier otra persona que no fuera Harry.

Aquel hombre la excitaba con sólo mirarla, pero le hacía decir cosas extrañas, pensó. Como por ejemplo lo de la aventura. ¿En qué había estado pensando?, se preguntó. Se sentía tan avergonzada que su mano, temblorosa, dejó escapar una loncha de pepino al suelo. Mila respiró hondo tratando de mantener la paciencia.

—Escucha. Es posible que seas una persona en cantadora. Kay, desde luego, está convencida de ello, pero a estas alturas no quiero ir a tomar café contigo, ni a ver ninguna película. Y menos aún acostarme contigo.

Harry frunció el ceño y sonrió del modo más sexy que ella jamás hubiera visto.

—Estás obsesionada con eso de la aventura, ¿verdad?

Mila sintió un enorme deseo de gritar que consiguió ahogar en la garganta. «No montes una escena aquí, se lo prometiste a Kay», se dijo.

Se volvió buscando desesperadamente un lugar en el que sentarse y vio una silla desocupada cerca de la novia. Entonces dejó escapar un suspiro de frustración, agarró su plato y se dirigió hacia allí. Tenía algo de qué discutir con Kay que, para empezar, era quien la había arrojado en brazos de Harry Styles, pensó.

Sin embargo, aquella discusión nunca tendría lugar. De improviso, nada más alargar la pierna, el pie de Mila, calzado con una zapatilla de satén verde y suela nueva resbaló sobre la fina y casi traslúcida loncha de pepino que nerviosamente había dejado caer. Mila volaba por los aires antes de que pudiera comprender lo que estaba sucediendo.

Sintió la mano de Harry agarrarla por el brazo, pero aquel gesto llegó demasiado tarde.

Incluso fue peor porque, al dar Harry un paso hacia ella, puso el pie en el suelo manchado de aceite y resbaló tras ella, moviendo los brazos y haciendo aspavientos mientras trataba de recuperar el equilibrio.

Pero fue demasiado tarde para él también. Todos los esfuerzos que hicieron para evitar la fatalidad fueron inútiles. En realidad aquella expresión, «fatalidad», resumía perfectamente las primeras veinticuatro horas que había pasado en Londres, pensó Mila instantes antes de que ambos cayeran al suelo en un golpe espectacular, con sus trajes elegantes y un montón de porcelana rota y comida esparcida por el suelo.


—Te dije que esa chica no podía traerte nada bueno —lo sermoneó Ted.

Harry caminó cojeando hacia el otro lado de la mesa de billar para ver mejor el juego. Aún tenía la pierna entumecida a causa de la caída.

—Pero lo que no me dijiste es que era guapísima —objetó Harry mandando una bola a la tronera del rincón.

Ted frunció el ceño. Harry lo estaba ganando, pero el hecho de perder no le hacía sentir más simpatía por Mila.

—¿Tú dirías que es guapa? —preguntó Ted incrédulo—. ¿Esa bestia?

Harry giró los ojos en sus órbitas en un gesto de cansancio. Eran gemelos, pero sus gustos en cuestión de mujeres no eran idénticos. Para decirlo con delicadeza a Ted no le gustaban las intelectuales.

—No es una bestia, es una encantadora niña, parafraseando tus propias palabras.

Harry recordó el oscuro cabello flotando, el cuerpo impresionante y los ojos verdes, y sintió que un suspiro se ahogaba en su corazón. Hacía mucho tiempo que ninguna mujer lo excitaba de ese modo, comprendió. Mila hablaba dura y cínicamente, pero sus ojos eran como dos ventanas abiertas que mostraran un alma profunda y dulce. Y su cuerpo…. se movía con una intrigante combinación de gracia rítmica y torpeza infantil, con una completa inconsciencia de lo atractiva que resultaba. Harry no podía dejar de soñar con cómo se sentiría si aquellos brazos y aquellas largas piernas se enroscaran en su cuerpo, con cómo se sentiría si pudiera penetrar en aquellos profundos ojos verdes.

—¡Vuelve a la Tierra, Harry! —ordenó Ted. Harry sacudió la cabeza tratando de olvidar todos aquellos pensamientos. Al menos de momento, se dijo—. ¡Dios mío! No te habrás enamorado de esa mujer, ¿no? —preguntó Ted horrorizado.

—No —contestó Harry disgustado también, tocándose en secreto la nariz para ver si le había crecido—. ¡Por el amor de Dios, pero si sólo la he visto una vez!

—Con ella una sola vez es demasiado.

—Simplemente me pilló desprevenido, eso es todo —se defendió Harry.

—Querrás decir que te puso la zancadilla —rió su hermano.

—Pues tú no ayudaste mucho —contestó Harry haciendo una mueca y metiendo en la tronera la última bola—. Creí que podía confiar en ti para una tarea tan sencilla como la de asistir a una boda y comportarte con normalidad.

—Pero acabé con los planes de casamiento, ¿no?

—¡Por supuesto! ¿Quién iba a querer casarse con Iván el Terrible?

—¿Lo ves? Ahí lo tienes, misión cumplida —dijo Ted con orgullo.

—¿Y era necesario que atormentaras a la pobre mujer?

—¿Pobre mujer? —repitió Ted a la defensiva, señalándose la barbilla herida—. ¡Mira esto! ¡Y mírate tú! —añadió indicando con un dedo la pierna de Harry—. Nosotros somos las víctimas.

Harry le había explicado a su hermano que la causa del accidente no había sido Mila, pero Ted se negaba a creerlo.

—Tú te has creído que todas las mujeres son Eva disfrazada —aseguró Harry.

—¿Eva qué? —preguntó Ted frunciendo el ceño.

—Eva, la de Adán y Eva, idiota —explicó Harry haciendo girar los ojos en sus órbitas.

—Eh, no seas tan severo conmigo. Ese libro es muy largo, no me ha dado tiempo a llegar a ese capítulo —contestó Ted.

El problema era que un año atrás, cuando su matrimonio con Caroline le estalló en la cara, Ted no lo había alertado. Caroline lo había engañado por completo, recapacitó, y no estaba seguro de que no fuera a sucederle igual con todas las mujeres. Era curioso que, justo cuando Mila aparecía en su vida, la supuesta experiencia de su hermano con las mujeres se hubiera esfumado. Un suspiro largamente retenido salió por fin de los labios de Harry.

—Bueno, suéltalo, Harry —lo conminó Ted dejando a un lado sus disputas—. Todo ha terminado. Mila está bien, y a finales de semana volverá a donde pertenece. Todo quedará olvidado.

—Pero es que no es el accidente lo que me preocupa.

Era Mila quien lo preocupaba. Iba a quedarse sola en casa de Kay durante toda la semana, en una ciudad extraña. ¿Lo llamaría si necesitaba su ayuda?, se preguntó. No se habían separado en los mejores términos, y no porque él no lo hubiera intentado, pero después de la caída, ella no parecía deseosa de volver a verlo, pensó.

—Se me olvidó decirle que me llamara si necesitaba algo —contestó Harry en voz alta, interpretando el papel de buen samaritano.

—Pero tú no vas a llamarla, ¿verdad? —gruñó Ted. Harry se quedó pensándolo y luego sacudió la cabeza. Mila colgaría el teléfono de golpe en cuanto reconociera su voz, pensó—. Olvídalo —aconsejó Ted—. Bastante tienes ya con esa oferta de compra, ¿recuerdas?

Ted parecía preocupado. Y era comprensible, pensó Harry. Él mismo estaba sorprendido de haberse olvidado por un día del trabajo. Estaba tan obsesionado con deshacerse de Malik que su mente necesitaba un descanso, pensó. Mila era justamente el centro de atención que lo alejaba de sus problemas. Era sencillamente…

Adorable, se confesó. Harry miró el reloj sin verlo.

—Será mejor que me vaya a casa —dijo aprisa—. Ha sido un día muy largo.
Ted, para su sorpresa, lo acompañó hasta el aparcamiento.

—¿Estás seguro de que te encuentras bien? —preguntó con aire de sincera preocupación.

—Sí, seguro —contestó Harry deteniéndose al ver su coche. Luego, como para confirmarlo, sonrió y añadió—: Te veré mañana en la oficina.

Entonces Ted pareció alarmarse más que nunca.

—Pero si mañana es domingo, ¿es que no te acuerdas? Ibas a verte con Mona y Truman a la hora del almuerzo para hablar sobre lo de la venta.

—Ah, por supuesto, por supuesto —confirmó Harry—. De todos modos es probable que aparezca por la oficina.

Quizá debiera de dirigirse a la oficina de inmediato, pensó. Quizá lograra así ordenar sus ideas. Sin embargo, mientras sacaba el vehículo del aparcamiento, sabía que no era a la oficina a donde se dirigía, ni tampoco a casa. Se dirigía a casa de Kay sin haber tomado ninguna decisión previa ni consciente. Simplemente iba a ver a Mila, a comprobar que estaba bien, se dijo.

Se sentía extraño, fuera de control. Después de un rato, Harry llegó a casa de Kay. Ella vivía en la esquina de una calle tranquila. Harry aparcó un bloque más allá y caminó hacia el edificio preguntándose qué demonios estaba haciendo.

Y entonces miró por la ventana, tan completamente iluminada que parecía brillar, y al ver a Mila todos los mecanismos de defensa que había desarrollado tras el abandono de Caroline se esfumaron.

Tuvo que respirar hondo mientras la observaba. El aire de la noche parecía haberse espesado de pronto hasta marearlo. Mila llevaba una camiseta suelta y unos vaqueros negros, y Harry comprendió que nunca había sabido apreciar lo que un par de pantalones gastados podían significar para un hombre puestos sobre el trasero perfecto. Las piernas de Mila parecían aún más largas de lo que le habían parecido en sus sueños. Llevaba un prendedor en el cabello, pero unos cuantos mechones rebeldes habían quedado sueltos, mechones que él deseó volver a colocar en su lugar alargando la mano.

Mila miró para abajo y comenzó a hablar al suelo. Harry reflexionaba sobre lo encantadora que resultaba una mujer hablando sola en voz alta cuando de pronto escuchó ladrar a un perro. Mila le hablaba a Chester, comprendió.

Sonrió, y al hacerlo Mila levantó la cabeza. Harry se escondió instintivamente tras un arbusto. No quería que lo viera y pensara que estaba espiando. La observó caminar por el salón y bajar las persianas. Hacía bien, se dijo sintiendo que afloraba su instinto de protección. No debía de exponerse a las miradas, sola y en medio de la noche. Podía aparecer cualquier chiflado, pensó.

Caminó furtivo hacia la puerta principal. Chester parecía haberse vuelto loco. Mila atravesó la casa de un lado a otro varias veces. ¿A qué estaban jugando?, se preguntó. De repente, Harry la vio hablar por teléfono y sintió pánico.

No había oído sonar el teléfono. ¿A quién estaría llamando Mila?, se preguntó.
Kay había dicho que ella no conocía a nadie en la ciudad, de modo que Harry había supuesto que estaría sola. Pero quizá sí conociera a alguien en Londres, o quizá estuviera hablando con alguien a quien hubiera conocido en la boda, pensó. Después del incidente en el buffet la había visto hablar con Liam Payne. Reír, de hecho. Quizá incluso estuviera flirteando con él, pensó.

Algo parecido a los celos comenzó a arder en él. ¿Liam Payne?, se preguntó. Imposible. Y sin embargo la voz de Ted le susurró algo al oído: «a las mujeres siempre les gustan los hombres que tienen dinero». Y los Payne chorreaban dinero, recordó.
Harry dio un paso atrás y dejó escapar una exclamación entre dientes. Aquello era horrible, pensó. Primero su mujer se largaba con un banquero, y después Mila. Y con Liam.
Mientras un suspiro se escapaba de sus labios una mano pesada se posó sobre su hombro.

—Bueno, chico, atrás.

Harry giró, listo para saltar sobre cualquiera que se atreviera a merodear alrededor de la casa de Mila. Sus párpados se apretaron con fuerza frente a la luz de la linterna que lo cegaba.

—¡Estate quieto! —ordenó la misma voz—. ¡Manos arriba!

Harry obedeció finalmente, cuando pudo vislumbrar la insignia del bolsillo izquierdo del hombre que le gritaba. Era policía. Otro oficial, al que no había visto, se acercó a él para cachearlo. Harry gruñó.

—¿Qué significa esto?

—Nos han informado de que hay un merodeador por estos alrededores —replicó el policía de la linterna.

¿Acaso pensaban que era él el merodeador?, se preguntó.

—Pero es imposible que crean que soy yo el… —gritó Harry sin poder terminar la frase que lo exculpase—. ¡Yo conozco a la mujer que vive ahí! ¡No soy un merodeador!

El policía lo miró escéptico y preguntó:

—¿Y entonces qué estabas haciendo detrás del seto?

—Estaba mirándola por la ventana —explicó tratando de mostrarse razonable.
Por la expresión del rostro del oficial, comprendió que aquella respuesta había sido la equivocada.


_____________________

#Bastante largos salieron los capítulos hahaha,pero bueno xd, Ted es un pesado dkfjgjdkfl besos y espero sus comentarios <3
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Mensaje por Bubu ✌ Dom 05 Mayo 2013, 1:21 am

geniaaal.
siguela pronto x.
Bubu ✌
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Mensaje por ale_liz_marcia Dom 05 Mayo 2013, 11:47 am

ME ENCANTO SIGUELA!!!!!!111111 POBRE HARRY EL POLICIA LO ATRPO JAJA SIGUELA PRONTO
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Mensaje por Inma_Styles Lun 06 Mayo 2013, 1:08 pm


Nueva lectora :)
Capítulos kilométricos YAY!!
Puto Ted la que había liado x)
Oh mierda, se lo llevan preso por acosador x)
Siguiente!!
Inma_Styles
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Mensaje por Cony'. Lun 06 Mayo 2013, 3:16 pm

Bubu ✌ escribió:geniaaal.
siguela pronto x.

Ya la sigo :)))
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Mensaje por Cony'. Lun 06 Mayo 2013, 3:16 pm

ale_liz_marcia escribió:ME ENCANTO SIGUELA!!!!!!111111 POBRE HARRY EL POLICIA LO ATRPO JAJA SIGUELA PRONTO

Que bueno que te gusto :)) si lo pillaron al Harry dkhgfhlñ
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Mensaje por Cony'. Lun 06 Mayo 2013, 3:17 pm

Inma_Styles escribió:
Nueva lectora :)
Capítulos kilométricos YAY!!
Puto Ted la que había liado x)
Oh mierda, se lo llevan preso por acosador x)
Siguiente!!

Ted si que la cago dkfhksñj saludos :))
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Mensaje por Cony'. Lun 06 Mayo 2013, 4:19 pm

Romance Accidentado [H.S] Terminada. - Página 2 Tumblrmjqinnfjrd1rd31ii

Capítulo 4

Parte I

—Hemos encontrado a este hombre ahí fuera, señora. ¿Lo conoce?

—¡Pero si es el padrino! ¡Ya sabía yo que no me traería nada bueno! —exclamó Mila sorprendida. Después del fiasco en el buffet no esperaba volver a verlo—. ¿Qué pretendes hacer, asustarme hasta la muerte?

Harry levantó las manos en un gesto de inocencia, sintiendo que estaba haciendo el ridículo.

Aquella no era la sensación que había querido causar, pensó.

—Sólo pasaba por aquí. ¿Qué tal está tu…?

Los ojos verdes de Harry miraron furtivamente la espalda de Mila, que habían sido la más perjudicada con la caída.

—¡Eh, cuidado, amigo! —exclamó el policía, que seguía pensando que no era más que un
fisgón—. ¿Quiere usted ponerle una demanda, señorita?

—No hay problema, oficial.

Estaba segura de que Harry Styles no era ningún asesino, por mucho que fuera temible cerca de una mesa de buffet. Harry pasó por su lado entrando en la casa y poniéndose a salvo, saludando a los policías con la mano.

—Gracias por todo, señores. Ha sido estupendo hablar con ustedes.

Mila le dio las gracias a los policías, con más sinceridad que Harry, y cerró la puerta. Chester rascó el suelo con las uñas y Harry se dirigió a la cocina.

—Estás en tu casa —bromeó Mila siguiéndolo.

—Gracias. Espero que Kay haya dejado algo de beber. El cacheo me ha dejado seco —explicó mientras abría la nevera con toda la familiaridad del mundo.

—¿Qué haces aquí Harry? ¿O debo de preguntarte primero si has venido como amigo o enemigo?

—Como amigo, definitivamente.

Harry se preguntó entonces si aquél sería un momento apropiado para confesarle a Mila la verdad: que había estado tratando con dos personas diferentes que habían tenido la desgracia de compartir un mismo óvulo materno. Agarró un refresco y consideró las posibles consecuencias. ¿Qué ocurriría si le explicaba la verdad a Mila y ésta le contaba a Kay que había tratado de evitar su boda?, se preguntó. No quería hacerle daño a Kay, reflexionó.

—He venido para disculparme por lo ocurrido en el banquete —dijo dejando para otro momento la confesión—. Y ahora resulta que me veo obligado a añadir otro pecado más a la lista.

—¿Qué estabas haciendo merodeando por aquí? —preguntó Mila cruzándose de brazos.

—Sólo estaba comprobando si estabas en casa —contestó Harry mostrándose sincero sólo a medias—, pero parece que cada vez que me acerco a ti ocurre un cataclismo.

—¿Y estás seguro de que sólo te ocurre cuando te acercas a mí? —volvió a preguntar Mila
levantando una ceja inquisitiva y apoyándose contra la encimera.

—Completamente. Por lo general yo soy el equilibrado.

—¿El equilibrado en comparación con quién?

—En comparación con todos los de mi familia —respondió Harry sin vacilar.

—Kay me dijo que tenías un hermano.

Harry se puso pálido. ¿Le habría contado Kay que eran gemelos?, se preguntó. Porque si era así no le sería difícil atar cabos, reflexionó.

—¿Y qué más te ha contado?

—Nada, sólo que tenías un hermano —sonrió—. Y que no es tan amable como tú.

—¿Que tal llevo mi halo dorado? —preguntó entonces Harry ladeando la cabeza y haciéndose el santo.

Era imposible que un hombre tan atractivo como él tuviera aspecto de santo, se dijo Mila echándose a reír.

—Escucha, hace una noche preciosa. ¿Quieres que vayamos a dar un paseo? Así haremos ejercicio, y de paso Chester dará un paseo —sugirió Harry.

Chester, que tenía un jardín entero para explayarse, salió de la cocina a toda prisa en busca de su correa y se plantó delante de la puerta moviendo la cola impaciente.

—¿Tengo otra alternativa? —rió Mila.

Media hora más tarde los tres vagabundeaban por una calle bien iluminada.

—Este vecindario es muy seguro —informó Harry—. De hecho yo vivo cerca de aquí.

—¿Y no es demasiado pobretón para un magnate como tú?

—Antes vivía en una casa más grande —contestó Harry en serio a pesar de que Mila hubiera hecho la pregunta en broma—. Al menos quedó muy grande después de lo que trabajé en ella, pero tras el divorcio no pude seguir viviendo allí.

—¿Demasiados recuerdos?

—Más bien lo contrario. Era la casa a la que nos trasladamos a vivir Caroline y yo nada más casamos. Yo siempre imaginé que viviríamos allí durante décadas, que veríamos crecer a nuestra familia y que tendríamos una barbacoa y un trampolín en el jardín, ya sabes, todas esas cosas tan hogareñas. Y yo sería el perfecto papá. Pero nunca llegué a interpretar ese papel. Creo que olvidé interpretar primero el de marido perfecto.

Harry hizo una pausa y luego, tras suspirar, continuó:

—Cuando Carolne me abandonó me quedé en esa enorme casa y los fantasmas del futuro, de lo que hubiera podido ser, no dejaron de acecharme —explicó medio riendo medio suspirando—. Así que supongo que se podría decir que fueron los recuerdos de lo que nunca sucedió los que me obligaron a dejar la casa.

Aquella historia de Harry sobre sus esperanzas imposibles le llegó a Mila al alma. Comprendía perfectamente esos sentimientos. La confesión de aquel deseo de ser padre y de jugar con los niños en el jardín la tentaba a arrojarse a sus brazos allí mismo, en aquel instante.

¿Cuántas veces había deseado encontrar a un hombre que quisiera ser el padre de sus hijos?, se preguntó. Un hombre que soñara con barbacoas y trampolines resultaba tan extraño como un soltero millonario, pensó. ¿Qué mujer en su sano juicio podía rechazar a un hombre así?, se preguntó.

Quizá lo había juzgado demasiado aprisa, se dijo, con demasiada dureza. Quizá para conocer a un hombre como Harry hubiera que rascar la superficie.

Mila miró a aquel alto y guapo hombre. Aquella era una excitante superficie que rascar, pensó. La sonrisa de Harry la hizo temblar.

—Bueno, y ahora que ya me he destapado, ¿qué me dices de ti? ¿Tienes algún novio esperándote?

—Bueno, mi último novio desapareció de escena hace tiempo. Me temo que diste en el clavo la primera vez que nos conocimos.

Harry mantuvo la sonrisa en los labios, pero sus ojos expresaron confusión.

—¿En serio?

—Dijiste que todos mis esfuerzos por lograr una relación duradera estaban destinados al fracaso. Siempre me enamoro de hombres adictos al trabajo, ya sabes, de esos incapaces de cenar tranquilos sin escuchar los mensajes telefónicos. Y además yo acabo agotada con tanto planear cómo será la relación. Al final, después de todo el trabajo invertido, cuando el hombre en cuestión se da cuenta de que el matrimonio es una posibilidad, se casa, pero con otra mujer a la que yo ni siquiera había catalogado de rival.

—El enemigo invisible —asintió Harry.

¿Acaso estaba pensando en el banquero con el que se había fugado su mujer?, se preguntó Mila. Tenía que distraerlo de sus propias desgracias, pensó. Y no había mejor modo de hacerlo que contarle las suyas.

—No debería de sorprenderme cuando las cosas salen mal, nunca he tenido ninguna relación con el sexo opuesto que no fuera problemática. La primera vez que me besaron fue una calamidad. El pobre Eddie Lumas…

—¿Qué le ocurrió? —preguntó Harry curioso.

—Fue hospitalizado. Se rompió un hueso.

—¿Qué?

—El porche sobre el que estábamos se hundió —explicó Mila—. De hecho, por una vez en la vida, tuve suerte. Sólo me rompí una muñeca y un diente.

—¡Pero eso es terrible!

—Pues no fue tan terrible como lo que me ha ocurrido después, que es de psicoanalista.
Tres novios perdidos en tres años. Al menos ahora ya sé cuál es el tipo de hombre al que tengo que evitar: a los adictos al trabajo y poco honestos. O quizá en lugar de evitarlos lo que deba de hacer es lo que tú me has aconsejado, no tomármelo en serio.

—Ah, bueno pero… no deberías de hacerme caso en los consejos sobre el amor.

Mila había creído entonces que aquel consejo era bueno, pero sin embargo en ese momento no estaba tan segura.

—Pues yo creo que un hombre que sueña con niños y barbacoas tiene que haber pensado cosas importantes sobre el amor —contestó encontrándose con la mirada de Harry y sosteniéndola.

Aquel hombre resultaba más atractivo que nunca a la luz de la luna, reflexionó. Por primera vez aquella atracción no la sorprendió, y tampoco luchó contra ella. De hecho estaba mentalmente preparada para lanzarse de nuevo con los brazos abiertos, recapacitó.

—¿Tienes planeado hacer algo mañana? —preguntó él de pronto con voz sexy y ronca en mitad del aire espeso de la noche.

—¿Por qué? —preguntó ella a su vez.

—Pensé que… —contestó Harry—… que podríamos salir juntos.

—¿Citarnos, quieres decir?

—Bueno, algo así —contestó Harry ladeando la cabeza. Luego, al ver la palidez repentina de Mila, se apresuró a añadir—: Pero yo no lo llamaría una cita. No, de verdad que no.

Mila suspiró de alivio.

—Odio parecer demasiado prudente, pero en serio, después de mi currículum romántico el más mínimo paso hacia la intimidad me produce escalofríos.

—Pues nunca lo hubiera dicho cuando me pediste que tuviéramos una aventura —rió Harry.

—Eso fue un desliz, nada propio de mí. De hecho creo que deberíamos de empezar paso a paso.

Harry asintió. Ir paso a paso era lo mejor, pensó. Mejor que una aventura. Bueno, quizá no fuera mejor, admitió, pero estaba bien.

—Mañana es domingo. ¿Qué te parece quedar para almorzar?

Almorzar, reflexionó Harry quedándose helado por un momento ante la indecisión. Había quedado con Mona y Truman a esa misma hora para disuadirlos de que vendieran, recordó.

—¿He dicho algo malo? —preguntó Mila entrecerrando sus brillantes ojos verdes.

Su rostro resultaba tan bello a la luz de la luna que Harry ni siquiera se dio cuenta de que tenía los ojos medianamente grandes, ni de que tenía una cómica mancha en medio de la nariz, ni de que sus pálidas mejillas lucían graciosas pecas. Mila era la viva imagen de la perfección, pensó. Y de alguna forma inexplicable había logrado que lo perdonara por todos sus errores.

¿Cómo podía decirle, después de haberle contado que odiaba a los hombres adictos al trabajo, que tenía una cita de negocios en domingo?, se preguntó. Hubiera podido mentir, decirle que se trataba de un almuerzo familiar, pero el hecho de que tuviera negocios hasta con su familia hacía que la situación resultara aún más patética, pensó. No podía cancelar la cita con Mona y Truman, pero tampoco podía desperdiciar aquella oportunidad.

—Sí, el almuerzo es perfecto —mintió.

—¿Estás seguro de que no tienes otros planes? —preguntó ella vacilando.

—Por supuesto que no. ¿A qué hora te recojo?

—¿Qué te parece a las diez?

A las diez, recapacitó Harry. Era la hora a la que debía acudir a casa de Mona. Quizá pudiera llamarla para rectificar y citarse a las nueve y media, pensó.

—Bien, a las diez —sonrió Harry caminando como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo, como si no hubiera acordado algo físicamente imposible que iba a causarle problemas.


—Pero si no tuviéramos Whiting’s no seriamos nadie, no nos reconocerían por nuestro apellido. ¡Ese almacén es toda nuestra vida!

Otra vez, pensó Ted orgulloso. Aquella frase le había salido perfecta, al más puro estilo aburrido y colegial de Harry. No podía ser de otra manera. Harry mismo le había anotado la frase en la mano a modo de chuleta.

Al levantar la vista, no obstante, Ted descubrió que toda su elocuencia no había servido más que para adormilar a su tío Truman. Mona, aburrida hasta la muerte, iba por el cigarrillo mentolado número quince. Extralargo.

—Harry, querido —intervino Mona—, sabes muy bien que nunca me meto en negocios, y menos aún en lo que respecta al almacén.

Truman se despertó de repente, pero su sentido del oído no debía de funcionar bien.

—¿Pobres?, pues claro que no somos pobres, pero nadie es tan rico como para darle la espalda a una mina de oro.

—¿Pero no creéis que…? —comenzó a decir Ted sacudiendo la cabeza.

—Tú pensarías diferente si hubieras vivido los tiempos de la Depresión, créeme —aseguró Truman.

—¡Pero si fue el almacén lo que mantuvo a la familia durante los tiempos de la Depresión! —exclamó Ted.

—Por supuesto que sí —contestó Truman—. ¡A mí no me des lecciones!

Mona exhaló un largo suspiro mentolado y se encogió de hombros.

—Y si vuelve otra depresión, ¿no sería maravilloso contar con todo ese dinero de Malik?

Ted miró a Mona y comprendió por primera vez la frustración de Harry, pero lo que no pudo comprender era el abandono de su hermano en un momento tan crucial. Y menos aún por aquella dama de honor, pensó.

Nunca lo entendería. ¿Es que no había aprendido nada de su experiencia con Caroline? El amor debía de ser algo monstruoso cuando hacía que personas tan sensatas como Harry se comportaran de un modo tan irracional, reflexionó. Y no era que Harry hubiera mencionado la palabra amor en relación con Mila, pero mandarlo a él a aquella cita de negocios en su lugar…

Harry debía de estar desesperado, recapacitó.

—Perdona, Harry —intervino Mona—, sé que esto significa mucho para ti. ¿Es que no vas a discutir más? Normalmente no cedes tan deprisa.

Ted reflexionó. No se le ocurría nada más. Miró su plato con los restos del melón y, pensando en que era difícil razonar con el estómago vacío, preguntó:

—¿Qué te parecería si pidiéramos un bollo? O una tortilla, si no es mucha molestia. Estoy muerto de hambre.

—¡Eso suena totalmente a tu hermano! —rió Mona—. Ted come por toda una legión.

—¡Eso! ¡Una legión de patatas fritas! ¿Qué os parece? —sugirió Truman.

Mona lo miró molesta.

—No hablaba de patatas fritas, hablaba de la legión —lo corrigió Mona.

—¿Es que se va Harry a la legión en un momento tan difícil para la familia?

Ted sonrió. Mona suspiró de desesperación.

—No, Harry no, Ted. Estaba hablando de lo mucho que come Ted.

—¡Por supuesto que come mucho! —exclamó Truman—. ¡Es un deportista, el mejor jugador de fútbol que se haya visto!

—Harry, ¿crees que Ted estaría dispuesto a salir con Joy Malik? Le prometí a Zayn Malik que trataría de que su hermana se lo pasara bien mientras estuviera aquí.

—¿Qué? —preguntó Ted sintiendo un desmayo, pero no de hambre.

—Bueno, dijiste que tú no querías hacerlo.

—Ah, ¿dije eso? —volvió a preguntar maldiciendo en su interior a su hermano por tratar de endosarle a él el trabajito.

—¡Ted no debe de perder el tiempo escoltando a ninguna dama! —exclamó Truman—. Es un deportista. Sería mejor que él entretuviera a los hombres de la familia Malik. Por ejemplo llevándolos a jugar al golf, o en barca.

—Tienes toda la razón, tío Truman. No vamos a desperdiciar el talento de Ted. En todo caso habría que animarlo para que pasara menos tiempo en la oficina y más en los campos de golf.

—Eso está bien —dijo Truman.

Se estaba divirtiendo de lo lindo, pensó Ted procediendo a imitar uno de los largos suspiros de su hermano.

—Bien, entonces yo sacaré a Joy a ver la ciudad —acordó Ted.

—¿De verdad? ¡Oh, cariño! —exclamó Mona encantada—. Sé que Joy te va a encantar. Es una criatura adorable.

—¿En serio? —preguntó Ted pensando en que aquella adorable criatura podría ayudar a su hermano a olvidar a la espantosa Mila—. Y ahora que me he mostrado tan cooperativo, ¿no crees que podrías decirle a tu cocinera que me preparara una tortilla?

—¡Oh, Harry! —rió Mona—. Te estás volviendo igual que Ted.


—¿Saliste tarde de la iglesia? —preguntó Mila al ver a Harry aparecer en su puerta a las diez y media.

Y tenía suerte de haber llegado a esa hora, reflexionó Harry. Sacar a Ted de la cama y convencerlo para que fuera a almorzar con Mona y con el tío Truman le había costado un triunfo. Había tenido que rogar y prometerle una paga extra. Harry estaba tan orgulloso de su hazaña que ni siquiera había tenido tiempo de pensar en una excusa. Y la de Mila sonaba perfecta, pensó.

—Pues sí, la verdad es que sí.

Mila parpadeó perpleja. Según parecía la mejor ropa de Harry consistía en unos vaqueros
gastados y ajustados que le marcaban todo el glorioso cuerpo.

—Supongo que los códigos en cuanto a la vestimenta han cambiado desde que no piso una iglesia —comentó.

—Ah, es que siempre llevo ropa de sport a la iglesia, como nadie me ve —contestó Harry mirándose los pantalones.

—¿Que nadie te ve? —repitió Mila frunciendo el ceño.

—Sí —asintió. Tenía que pensar en algo rápidamente, se dijo—, es que… estoy en el coro.
Aquello sorprendió a Mila. Y la impresionó, por alguna extraña razón.

—No sabía que supieras cantar.

—¿Yo? Pues soy un Caruso —explicó entonando unas cuantas notas para demostrarlo.

—Hmm… ¿y eso es lo que cantas en la iglesia? ¿De qué confesión es?

—Bueno, es de una confesión progresista.

—Deberías de haberme dicho que tenías algo que hacer esta mañana. Podríamos haber quedado a otra hora.

—Tenía miedo de que no lo entendieras.

—¡Pero eso es ridículo! —exclamó Mila pensando en que era extraño y precioso que a él le preocupara lo que ella pensara.



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Mensaje por Cony'. Lun 06 Mayo 2013, 4:59 pm

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Capítulo 4

Parte II

Aquél era el corista más sexy de toda Inglaterra, pero eso era algo que Mila no le iba a confesar. Subieron al coche de Harry y se dirigieron a un restaurante sobre una colina que dominaba el rio Tamesis. Como la terraza estaba llena ocuparon una mesa en el interior y pidieron café. Mila tenía que recordarse constantemente que no debía de echarle miraditas apasionadas, pero verlo pasar la carta a la camarera con sus musculosos brazos morenos era suficiente como para que se echara a temblar.

Harry se reclinó sobre la silla y estiró las piernas.

—Me encanta relajarme, no hay nada como una larga y lenta mañana de domingo.

—¿En serio? Pero si me han dicho que prácticamente vives en el almacén.

—Pues quien te lo haya dicho es que no me conoce bien.

—Fue Louis —aseguró Mila.

—Bueno —contestó Harry, cuya expresión plácida se había tornado angustiosa—, desde luego que trabajo, pero durante la semana. De nueve a cinco. Tengo ética en cuestiones laborales, pero nunca dejo que eso eche a perder mi tiempo libre. Un hombre tiene que establecer sus prioridades, después de todo.

Aquellas palabras debieron de resultarle más conmovedoras a Mila que la novena sinfonía de Beethoven, porque se inclinó sobre la mesa y contestó en tono de confidencia:

—¿Podrías creer que una vez salí con un hombre que estaba tan metido en su trabajo que mandó a su mejor amigo a sustituirlo el día de San Valentín? —Harry se echó atrás, pálido—.
Supongo que pensaría que no me daría cuenta del cambio —añadió Mila.

—¡Pero eso es horrible!

—Bueno, es una historia con un final feliz —aseguró Mila—. Yo rompí con mi novio, pero su mejor amigo acabó casado con la camarera del restaurante.

Mientras Harry reía, a Mila se le ocurrió pensar que quizá no se estuviera vendiendo bien, como decían en la oficina. Era cierto que atraía calamidades, pero hubiera sido mejor no contar sus vicisitudes amorosas, pensó cambiando de tema:

—¿Te ha contado Kay que me dedico a la publicidad?

—Me dijo que eras fotógrafa —contestó Harry frunciendo el ceño de un modo adorable.

—Eso es lo que me gustaría ser, pero mientras tanto tengo que ganar dinero. Como tú, supongo —añadió sacando del bolso un anuncio de Whiting’s que había estando leyendo mientras esperaba a Harry—. Y este anuncio no va a ayudarte mucho.

—¿Es malo? —preguntó Harry mientras la camarera servía los platos y él le echaba un vistazo al papel en el que, en términos generales, se exponían artículos con sus precios.

—Yo diría que ni Chester se mearía en él.

Harry lo examinó detenidamente y asintió.

—Es demasiado sencillo. No sé cómo no me he dado cuenta —afirmó mirando para arriba de pronto—. Pero pensé que no querrías hablar de negocios.

—Bueno, es que no me gusta el trabajo mal hecho. Pero por supuesto, si se trata de elegir entre hablar de negocios o de mi lamentable vida amorosa, prefiero los negocios.

—¿En serio? —preguntó Harry con voz ronca—. Pues yo prefiero hablar de tu vida amorosa.

Mila miró aquellos ojos verdes y sintió que su corazón zozobraba de nuevo. Había algo de excitante en la forma en que esos ojos parpadeaban brillantes, pero justo cuando creía estar a punto de desmayarse, Harry se distrajo con algo que había en el exterior y se puso pálido.

Mila, que no estaba de frente a la ventana, lo miró preocupada.

—¿Pasa algo?

—¡No! —gritó Harry tirando casi el vaso de zumo, tratando de que ella no mirara hacia afuera.

Tenía que ser Ted quien apareciera justo en ese momento, se dijo Harry horrorizado. ¿Qué estaba haciendo allí?, se preguntó. Se suponía que debía de almorzar con Mona y Truman, recordó. Se volvió hacia Mila, tenso, tratando de sonreír, y añadió:

—Acabo de… de ver a alguien, eso es todo.

—¿Quieres ir a saludar?

—No —respondió aprisa—. Me gustaría oírte hablar más sobre publicidad.

Harry le hizo unas cuantas preguntas sobre el tema, pero no dejó de mirar a Ted por el rabillo del ojo. Por fin escuchó reír a su hermano, y aquello fue la gota que colmó el vaso.

—¿Te importaría que hiciera una llamada rápida?

Mila lo miró entre preocupada y burlona, como si sintiera que de alguna forma lo había ofendido.

—Soy yo, ¿recuerdas? Acabo de criticar tu anuncio, y encima ahora tienes que quedarte aquí conmigo. Probablemente preferirías no haber oído hablar nunca de las damas de honor.

—En serio —rió Harry—, necesito hacer esa llamada. Seré rápido. Es a mi… mi madrastra. Es su cumpleaños.

Mila suspiró y sonrió con tal calidez que Harry se sintió culpable.

—¡Qué amable! Ve, corre.

Harry se levantó de la silla a toda prisa prometiéndose a sí mismo ser más considerado en el futuro. Pasó por delante de los teléfonos, atravesó la cocina y salió por la entrada de servicio. Luego rodeó el restaurante y se plantó detrás de un ficus que había cerca de la mesa que ocupaba su hermano con una guapa chica.

—¿Qué estás haciendo aquí, Ted? —preguntó indignado.

Ted se irguió en el asiento, confuso, tratando de averiguar de dónde procedía aquella voz. Su acompañante, una rubia despampanante, se lo indicó:

—Teddy, creo que ese árbol te está hablando.

—¡Harry! —exclamó Ted viéndolo al fin—. ¿Qué estás haciendo?

—Eso mismo te lo he preguntado yo. Se suponía que tenías que estar en casa de Mona.

—Ya conoces a Mona —respondió Ted encogiéndose de hombros—, en cuanto me puse a hablar de la venta comenzó a protestar de la cocinera que tenía.

—¿Y no podías haberte quedado un rato más con ella para hablar?

—Lo hubiera hecho, pero me estaba muriendo de hambre. Esa mujer come como un pajarito. No puedes negarme un buen almuerzo después de lo que he hecho por ti.

¿Después de lo que había hecho por él? ¿Pero qué había hecho por él?, se preguntó Harry.

—¡Sólo te pedí un pequeño favor! ¡Y tú has sido incapaz de quedarte ni media hora!

—¡Eh! —se defendió Ted—, que he conseguido metérmelos en el bolsillo en un tiempo record! De hecho creo que les ha gustado mi actuación más de lo que les gustas tú. Pero luego me entró hambre.

—¿Y tenías que venir precisamente aquí?

—¿Qué tiene de malo?

—Que he venido con Mila.

—¡Oh, no! —exclamó Ted alerta de pronto, sudando y mirando a su alrededor.

—¿Quién es Mila? —preguntó la rubia.

—No quiero que te vea —añadió Harry.

—Ni yo quiero verla a ella —contestó Ted mordiendo su tostada.

Harry pensó en el modo de obligar a su hermano a que se marchara. ¿Qué ocurriría si Mila levantaba la vista y lo veía?, se preguntó.

—No quiero que Mila se entere de que somos gemelos idénticos, si se entera se dará cuenta de que fuiste tú quien asistió al ensayo en mi lugar.

—¿Y qué más le da a ella?

—Es que hay dos cosas que ella odia, y una de ellas es la falta de honestidad —contestó Harry.

—¡Pero si tú eres más honesto que un juez con toga! —exclamó Ted atónito.

Eso mismo era lo que siempre había creído él, pensó Harry.

—Puede que ella no esté muy de acuerdo si descubre que te mandé a ti a sustituirme como padrino en la boda de mis mejores amigos.

Ted asintió lentamente. Estaba empezando a comprender.

—¿Y cuál es la otra cosa que odia más?

—A los hombres adictos al trabajo.

—¡Pues vas listo! —soltó Ted.

—Yo no soy adicto al trabajo —protestó Harry—. Bueno, puede que tú lo creas, pero tú crees que todos los que ponen el despertador es porque se van a navegar.

—Pues tengo que decirte que esta mañana he trabajado y te he sacado las castañas del fuego —contestó Ted orgulloso—. Estabas a punto de echarlo todo a perder, pero yo te he rescatado.

No, se lamentó Harry sintiendo que su corazón se hundía. Aquello sonaba alarmante, pensó.

—¿Que hiciste?

—Ibas a dejar a esa tal Joy Malik colgada, y Mona tenía mucho interés en que salieras con ella, así que te he arreglado una cita para el jueves por la noche.

Un grito desesperado salió de la garganta de Grant, y la mitad de los comensales del restaurante se volvieron hacia ellos.

—¿Que has hecho qué?

—Te he concertado una cita, hermanito —explicó Ted—. El jueves por la noche. No te olvides de pedirme el teléfono de Joy.

Mila sólo se iba a quedar en Londres una semana, así que no podía perder una preciosa noche vagabundeando con la estúpida heredera de unos grandes almacenes. De ningún modo, se dijo. Tendría que buscar el modo de anular esa cita. Aunque, por supuesto, quizá para el jueves, Mila no quisiera saber ya nada de él, pensó. Sobre todo si no volvía a la mesa de inmediato.

—Por favor, ¿te importaría pedir que te envolvieran el almuerzo y llevártelo a otro lado? Toma, yo te lo pago —añadió sacando la cartera del bolsillo.

—Gracias, hermanito —dijo Ted, que siempre sabía apreciar el dinero—. Veronique y yo saldremos de aquí en dos minutos.

¿Veronique?, se preguntó Harry volviendo atrás sobre sus pasos hacia la mesa donde estaba Mila. Nada más llegar la vio meter algo en su enorme bolso. Probablemente una
barra de labios, pensó.

—Lo siento —se disculpó Harry mirando a Mila a los ojos y tratando de relajarse—. ¿Dónde estábamos?

Entonces el teléfono móvil de Harry sonó. Y él se quedó helado.

—¿No es tu teléfono? —preguntó Mila mirando la chaqueta colgada del respaldo.

Harry hizo un enorme esfuerzo de voluntad para no contestar de inmediato, como tenía por costumbre. ¿De qué se había estado quejando Mila el día anterior? De los hombres que no podían disfrutar tranquilamente de una comida sin comprobar sus mensajes telefónicos, recordó. ¿Pensaría ella que él era una de esas patéticas criaturas?, se preguntó. ¿Lo era?

—¿Es que no vas a contestar? —preguntó Mila.

Aquella pregunta era todo un permiso, pensó.

—¿Sí?

—¡Styles! —exclamó la voz de Zayn Malik por el auricular—. ¿Dónde has estado? Llevo toda
la mañana llamándote al almacén.

Harry le dedicó a Mila una dolorosa sonrisa y contestó:

—Es domingo, ¿sabes? Día de descanso.

—¡Descanso! —gritó el hombre—. Nunca te he oído decir que descansaras. ¿Es así como pretendes ganar millones? No vas a conseguir nada durmiendo.

—No estoy durmiendo, estoy comiendo —contestó Harry, que vio a Mila mirar el reloj subrepticiamente.

—Ayer estuve todo el día tratando de localizarte —se quejó Zayn.

Harry se puso pálido. Después del incidente del buffet había olvidado por completo comprobar sus llamadas, comprendió.

—Bueno, me parece bien cenar el jueves. Yo haré las reservas.

—Espera, espera un momento, chico —gritó el joven.

—Es que ahora no tengo tiempo para charlar —contestó Harry viendo que el plato de Mila estaba vacío y el suyo lleno. Mila parecía a punto de estallar—. De hecho tengo que marcharme.

—Pero me ibas a mandar un folleto…

Harry recordó de pronto. Tenía que haberlo hecho el día anterior.

—Te lo mandaré de inmediato —prometió colgando antes de que Malik pudiera darle alguna orden más. Luego miró a Mila y sonrió—. Imagínate, me llaman al restaurante —bromeó.

—¿Y te ocurre a menudo? —preguntó Mila en un tono que a Harry le pareció de reproche.

—Desde luego que no —mintió pensando que no debería de haber contestado al teléfono. Harry se esforzó por sonreír y cambió de tema—. Bueno, ¿qué hacemos?

—Yo voy a ir a pescar —sonrió Mila.

—¿A pescar? —preguntó Harry perplejo, parpadeando.

—Con Payne.

—¡A pescar con Payne! ¿Y para qué quieres hacer una cosa así?

—¿Para divertirme? —sugirió Mila pensativa. Harry se inclinó sobre la mesa en cuanto se recuperó del shock.

—Pero pensé que íbamos a hacer algo juntos. Pensé que tenías toda la tarde libre.

—Pues no, por eso te sugerí lo del almuerzo. Liam me invitó ayer, durante la cena. Y nunca he ido a pescar.

—Ah, pues es muy aburrido —se apresuró Harry a objetar tratando de hacerla cambiar de opinión—. Te pasas casi todo el tiempo sentado, esperando. No sé cómo se le ha ocurrido a Payne invitarte.

—Creo que pensó que me gustaba —rió Mila.

Bien, se dijo Harry. No podía creer que le dieran calabazas por un simple aficionado.

—Te va a aburrir con sus historias sobre la pesca. Créeme, yo me las sé todas.

Mila, inamovible a pesar de lo directo de las palabras de Harry, sonrió. Pescar no era exactamente lo que más le gustaba, pero se alegraba de alejarse de Harry y de la ciudad. Y a él no le iría mal quedarse en segundo lugar, pensó. Además era mejor desaparecer antes de que aquellos ojos verdes consiguieran embaucarla para hacer algo que luego pudiera lamentar. Seguía notando algo en Harry que le impedía confiar en él. Por ejemplo, la misteriosa llamada telefónica, reflexionó. Al principio no le había molestado, y como, por suerte, llevaba la cámara en el bolso, se había entretenido tomando instantáneas de las vistas desde aquel lugar. Sin embargo, luego había descubierto que Harry llevaba un móvil en la chaqueta.

¿A dónde había ido?, ¿por qué había mentido?, se preguntó. La excusa del cumpleaños de su madrastra resultaba inverosímil, y además le molestaba que se citara con otra mujer estando con ella.

—Bueno, no te preocupes, Harry, ya me han contado muchas historias de pesca.



_________________

#He aquí el capítulo haha,parece que Harry se esta poniendo celosito jsdhfjkl,bueno saludos y besos chicass <3
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Mensaje por ale_liz_marcia Mar 07 Mayo 2013, 2:25 pm

hAY POBREhARRY VA A QUEDAR COMO SEGUNDO PLATO JAJAJ ME ENCANTO SIGUELA !!!! LO ANTES POSIBLE
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Mensaje por Cony'. Jue 09 Mayo 2013, 3:40 pm

ale_liz_marcia escribió:hAY POBREhARRY VA A QUEDAR COMO SEGUNDO PLATO JAJAJ ME ENCANTO SIGUELA !!!! LO ANTES POSIBLE

Ahora la voy a seguir,no tuve mucho tiempo esta semana :((
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Mensaje por Cony'. Jue 09 Mayo 2013, 5:06 pm

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Capítulo 5


—¿Significa eso que vamos a perder nuestros privilegios? —preguntó April Jones, del departamento de bolsos.

—¿Y qué hay del plan dental? —añadió Horace Burns nervioso—. Mi hija lleva aparato.

Un grupo de alterados empleados se amontonó al rededor de la mesa de Harry poniéndolo aún más tenso de lo que estaba. Apenas había dormido aquella noche, y todo gracias a que Mila no había dormido en casa de Kay. Por supuesto, teniendo en cuenta que había salido con Payne, aquello no debía de preocuparle, se dijo Harry.

Después de todo aquella semana tenía asuntos muy importantes que resolver. El miércoles cenaba con Malik y sus secuaces, el viernes Mona daba una fiesta, sin duda para celebrar la venta de Whiting’s por adelantado, pensó Harry. Y encima, Ted le había arreglado una cita con otra Malik para el jueves. Con Joy, pensó mientras aquel nombre resonaba en su cabeza lleno de sarcasmo.

Hubiera deseado estrangular a Ted.

Pero en lugar de ello, Harry se esforzó por concentrarse en el aparato dental de la hija de Horace.

—No tienes de qué preocuparte, Horace, ninguno de vosotros. Este almacén no se venderá —aseguró.

—Y entonces, ese grupo de hombres vestidos de negro que hay abajo, ¿no son de los Malik? —preguntó April.

—No sabía que hubiera ningún hombre de traje negro ahí abajo.

—Uno de ellos me ha dicho que pertenece al departamento de seguridad de Malik, y que les han ordenado que estudien la distribución del almacén —comentó Horace nervioso.

Aquello era demasiado, pensó Harry levantándose de la silla de golpe.

—Malik Corporation está tratando de comprar estos almacenes —explicó omitiendo que la mitad de su familia estaba feliz. Malik no tenía derecho a hacer ningún estudio por adelantado, como si la venta estuviera hecha, pensó—. Volved a vuestro trabajo, y si alguno de esos hombres os pregunta algo, mandármelo a mí.

Harry mandó a los empleados por el ascensor y se apresuró a bajar las escaleras hasta la planta baja. El departamento de seguridad de Malik, reflexionó. Seguramente estaban estudiando dónde ocultar las cámaras de vigilancia.

Harry se detuvo un momento al llegar y miró a su alrededor tratando de pillar a los intrusos con las manos en la masa. Por fin vio a uno de ellos en la sección de calcetines y, trazando una línea imaginaria que lo llevara directamente a él, se topó con algo que lo paralizó: Mila estaba en la sección de bañadores. En su interior se desarrolló toda una lucha entre los intereses privados y los profesionales, pero finalmente sus impulsos personales resultaron victoriosos. Harry se dirigió a la sección de bañadores, pero mientras lo hacía no dejaba de prometerse que se mostraría frío.

Mila estaba absorta escogiendo un bañador. Tenía en la mano uno de estilo clásico de una sola pieza, negro y diminuto. Harry no pudo evitar imaginar cómo le sentaría la prenda con aquellas largas piernas y aquel cuerpo esbelto.

Tenía que mantener la calma, se dijo aclarándose la garganta al llegar. El sonido de su carraspeo, sin embargo, resultó demasiado alto. Mila levantó la vista y sonrió.

—¡Eh!

El día en compañía de Payne debía de haber acabado con ella, pensó Harry. Por eso se había acercado a los almacenes, para verlo a él. Lo de los bañadores no era más que una excusa, pensó sonriendo satisfecho.

—Deberías de haberme dicho que ibas a venir de compras, te habría conseguido un descuento.

Aquella naturalidad en su forma de hablar le hizo sentirse orgulloso.

—¿En serio? —contestó ella encantada—. Iba a llamarte esta mañana. Recibí tus mensajes.

—Ah.

—Los doce mensajes —añadió Mila. Harry frunció el ceño. Debería de haber llevado la cuenta de las veces que la llamaba, se dijo—. Te hubiera llamado anoche, pero llegué a casa demasiado tarde —continuó sin dejar de mirar los bañadores colgados.

—¿Cómo de tarde? —preguntó Harry poniéndose serio.
Aquél no era un asunto que debiera tomarse a la ligera, pensó. Mila se encogió de hombros.

—Pues, hacia media noche.

—¡Media noche! Pensé que ibais de pesca.

—Bueno, estuvimos todo el día fuera —rió Mila.

Y parte de la noche, añadió Harry para sus adentros.

—¿Qué ocurrió?

—Fuimos a cenar.

A cenar, repitió Harry en silencio. Bien, no había nada que temer. ¿O sí?, se preguntó.

—¿Hasta medianoche? ¿En domingo?

—Harry estoy de vacaciones, y Payne… —no hacía falta que Mila terminara la frase. Liam, el hijo de uno de los hombres más ricos de Londres, no necesitaba levantarse pronto, recapacitó—, bueno, me llevó a casa y luego estuvimos charlando un rato…

—¿Quieres decir que Payne se quedó en tu casa a charlar? ¿Y de qué diablos estuvisteis hablando?

—Teníamos que planear nuestro viaje.

—¿Viaje? —repitió Harry atónito—. ¿A dónde vais?

—A la cabaña que tiene él en el lago. ¿A que suena bien?

¿Bien? Sonaba demasiado bien, pensó Harry mal humorado. La cabaña de Payne quedaba a varias horas de viaje, recordó.

—¡Pero tendréis que quedaros allí a pasar la noche!

—Sí —asintió Mila contenta—. No he pasado una noche fuera de casa, en plena naturaleza, desde que era Girl Scout.

—¿Y es ésa la razón por la que has venido aquí? ¿para comprarte un bañador e ir al quinto pimiento con Payne?

Harry miró el bikini sintiendo que la sangre le hervía. Mila suspiró exasperada.

—Sí, pero odio comprar bañadores —contestó sacando un bikini azul absolutamente diminuto—. Es una tortura.

Harry sintió como si le estuvieran apretando todos los tornillos. No podía dejar de imaginarse a Mila con aquel mini bikini ni de pensar que sería Liam, y no él, quien lo disfrutaría. Aquello era una verdadera injusticia, reflexionó.

—Bueno, quizá yo pueda ayudarte —contestó volviéndose hacia un perchero con prendas más púdicas y modestas—. El triunfo está asegurado cuando se lleva una prenda de las de siempre —añadió sacando un bañador azul marino con una cinta roja en el escote y una faldita de rayas azules y blancas.

—Creo que tuve uno igual a los cinco años —rió Mila.

—A eso me refería, es clásico —contestó Harry contento de haber encontrado una prenda tan poco sexy.

—No te burles, estoy segura de que a mi abuela le hubiera encantado.

—Pero no puedes ir a la cabaña de Liam en bikini —arremetió de nuevo Grant frunciendo el ceño.

—¿Y por qué no?

—Porque apenas lo conoces.

—¡Bah! —rió Mila—. Payne es inofensivo.

—No estés tan segura —la avisó Harry—. Puede que te lo haya parecido, pero en cuanto llegues a la cabaña en bikini…

—Pero si sólo voy a ponérmelo para bañarme —lo interrumpió Mila.

—Aún así, cuando lleguéis a la cabaña por la noche, después de haber pescado todo el día… una cosa así podría sacar a Payne de sus casillas. ¿Y qué ocurriría si de pronto se convirtiera en un tiburón?

—¿Liam? —rió Mila—. Eso es ridículo. Payn es un hombre tranquilo, sensible y pacífico, orientado más que nada hacia la familia.

¿Orientado hacia la familia?, se preguntó Harry.

Nadie estaba más orientado hacia la familia que él, reflexionó. ¿Acaso no estaba tratando de salvar un negocio familiar? ¿No adoraba a los niños?, se preguntó.

Mila lo miró preocupada. Harry desechaba bañadores como un poseso. Aquél era otro de sus extraños comportamientos, pensó. Se negaba a creer que pudiera estar celoso de Liam.

Era absurdo. Sobre todo teniendo en cuenta que la conversación favorita de Payne, aparte de la pesca, era su buen amigo Harry, recapacitó. Liam le había asegurado que Harry era un tipo formidable, que no era ningún tonto, y sin embargo se estaba comportando como tal, pensó.

—¿Styles? ¿Me estás diciendo acaso que crees que no debo de ir?

—No, por supuesto que no —contestó Harry parpadeando confuso. Quizá hubiera sido un poco pesado, recapacitó—. Es sólo que me resulta raro que lo dejes todo para irte corriendo con él. ¿Y qué hay de…?

—Harry trató de buscar algo que pudiera obligar a Mila a quedarse en Londres. Aparte de él, por supuesto—. ¿Qué hay de Chester?

—Vendrá con nosotros —aseguró Mila apoyando una mano sobre el brazo de él para calmarlo y consiguiendo, no obstante, el efecto contrario—. No te preocupes, Harry, sólo estoy siguiendo tu consejo. Por primera vez en la vida me estoy relajando.

—Bueno, pero no fue un buen consejo. De hecho es muy malo.

—Anoche —contestó Mila sacudiendo la cabeza—, cuando Liam me propuso que fuéramos a la cabaña, dudé. Pero luego pensé: ¿y por qué no seguir el consejo de Harry? Sólo por una vez, ¿por qué no relajarme?

Relajarse, reflexionó Harry. Aquello sonaba de maravilla. Sería maravilloso olvidarse de Ted, de Mona, de Truman y de los Maliks, y echar a correr, reflexionó. Especialmente si lo hacía con Mila. Cuando miraba aquellos ojos verdes todo le parecía sumamente sencillo. Una sola sonrisa de Mila desataba en él todo un lado alegre de su carácter que ni si quiera sabía que existía. Incluso había sentido celos, comprendió. Nunca antes los había experimentado, ni tan siquiera cuando Caroline se fugó. Claro que se había enfadado, se había sentido traicionado, pero no había envidiado al banquero, se confesó. Sin embargo, con Mila se sentía como un miserable. Quería todas sus sonrisas, todas sus risas, todos sus comentarios sólo para él.

¿Por qué tenía que ser Payne el que disfrutara de ello?.

De pronto, Harry hizo un movimiento tan rápido que los sobresaltó a los dos. Tiró de Mila hacia sí y posó los labios sobre los de ella justo cuando los abría atónita.

Mila apenas podía creer lo que estaba sucediendo, y sin embargo, cuando sus bocas se encontraron, comprendió que aquel beso era exactamente tal y como lo había imaginado una docena de veces. Los labios de Harry eran posesivos y fuertes, y sin embargo había en ellos algo de tierno que la pilló por sorpresa. Mila se sintió completamente envuelta en aquel abrazo masculino, pero libre de explorar y de saborear con su curiosidad femenina aquel beso. Cosa que hizo, y con sumo placer.

Mientras permanecía de pie en el departamento de bañadores, observada Dios sabía por cuántos ojos, Mila comprendió que su idea del hombre perfecto, extinguida en su mente tiempo atrás, volvía a la vida en brazos de Harry. Todas sus dudas se desvanecieron al tiempo que renacía en ella el optimismo romántico avivado por el fuego del deseo. Un deseo que Harry supo transmitirle de la cabeza a los pies.

Harry no había planeado hacerlo, pero aquel beso le pareció perfectamente natural. De pronto comprendió que aquello era lo que había estado deseando hacer desde el primer momento en que la vio con aquel vestido verde lima. Antes de liarlo todo, comprendió. Y mientras la apretaba entre sus brazos, sintiendo el lujurioso placer de su cuerpo contra el de él, se prometió no embrollar las cosas más.

Harry acababa de tomar esa decisión cuando de pronto sintió que Mila se echaba atrás un poco, y luego otro poco más. Abrió los ojos justo a tiempo para ver a Mila abrirlos a su vez, atónita. Ambos se movían en el espacio unidos por los labios y buscando un apoyo sin encontrarlo, aparte de el uno sobre el otro. Un segundo después caían al suelo, aterrizando encima de un perchero de bañadores que tiraron a su paso. El nylon voló por los aires y llovió sobre el suelo alrededor de ellos.

Y, sin embargo, mientras apartaba bolsas de plástico y bañadores y ayudaba a levantarse a Mila, Harry no se sintió molesto. Ni siquiera cuando Leanne Cummings, la empleada del departamento de deportes, corrió a ayudarlos. En lugar de ello se sintió liberado.

—¡Oh, Dios! —exclamó Mila apartando la vista de él para ponerse a recoger bañadores.

Luego volvió a mirarlo y sus ojos verdes centellearon inmensamente bellos. Y por eso a Harry le resultó tan sorprendente que, acto seguido, los cerrara y comenzara a regañarlo:

—¿Pero es que estás tonto? ¿A qué ha venido eso?

—¿Tienes que preguntarlo? —sonrió Harry.

Leanne, la empleada, se acercó a ellos ruborizada, prueba de que había sido testigo del beso.

—¡Señor Styles! No se preocupe, yo lo recogeré.

Harry asintió agradecido y ayudó a recogerlo todo.

—Cuando la señorita Campion termine las compras —ordenó Harry—, por favor, hágale un cincuenta por ciento de descuento.

Entonces, antes de que otro vistazo a los ojos de Mila pudieran tentarlo de repetir aquella experiencia tirando toda la tienda, Harry giró sobre sus talones y se dirigió de vuelta a la oficina, saludando al hombre de negro de Malik a su paso.

Aquel hombre serio le hizo reír, y no pudo evitar hacer un comentario jocoso:

—La seguridad en este almacén es terrible.

Harry caminó a paso ágil. Se sentía como flotando en el aire. Todo aquel asunto no había conseguido desanimarlo, sino todo lo contrario. Su mente comenzó a proyectar un plan en cuanto se cruzó con su hermano. Saludó a Ted dándole una palmada en la espalda mientras subían por las escaleras y comentó:

—Bien, nuestros caminos se cruzan.

—Vale —contestó Ted tenso—, ya sé que son más de las diez, pero es que he tenido que ir a cambiarle el aceite del motor al coche. Es un asunto que no se puede aplazar eternamente, ¿sabes?

—Por supuesto que no —asintió Harry—. No te preocupes, has llegado justo a tiempo.

—¿A tiempo para qué? —preguntó Ted suspicaz.

—Hay cuatro cosas que necesito que hagas por mí, Ted —contestó Harry ordenando sus pensamientos.

—Pues si me necesitas de verdad estaré en mi oficina.

Antes de que Ted pudiera escapar,Harry se lanzó a contarle el plan:

—Lo primero que quiero es que escribas una circular a los empleados contándoles que no habrá ningún cambio en el almacén.

—Pero si no escribo una circular desde… —lo interrumpió Ted confuso.

—Es como montar en bicicleta —aseguró Harry—. Lo segundo, tengo un anuncio sobre mi mesa. Lo hice mal a propósito para que le resultara poco tentador para Malik. Necesito tu opinión.

—Claro, por supuesto —contestó Ted algo más contento.

—Lo tercero es que le digas a Herman Little que comience a hablar por el almacén de sus peticiones como sindicalista. Dile que puede pasearse por donde quiera con un sándwich en la mano, si le apetece.

—¿Qué? ¿Estás seguro? —preguntó Ted frunciendo el ceño. Harry rió, lo cual confundió aún más a su hermano—. Bueno, ¿y la cuarta cosa?

—Necesito tu barco.

—¿Mi qué? —Ted se quedó helado.



El problema de ir a pescar, pensó Mila sentada con las piernas colgando por la borda del barco de Payne con una olvidada caña en las manos, era que dejaba demasiado tiempo para hablar. Según parecía, Liam había agotado todas sus historias sobre la pesca, y había comenzado su segundo tema favorito: Harry.

—La madre de Harry murió cuando él era pequeño. Creo que tenía cinco años. Y su padre cuando estaba en el instituto. Desde entonces, él ha sido el cabeza de familia del clan de los Styles.

Y el otro problema era que Mila, demasiado intrigada por el tema, no podía tampoco dejarlo.

—Pues a mí me parece que es una persona impredecible —comentó.

No podía calificar de otra manera a un hombre que la había llamado solterona insaciable y que, tres días más tarde, la había tomado en sus brazos para besarla en medio de unos grandes almacenes, se dijo. Cada vez que recordaba aquel beso se echaba a temblar.

—¿Harry?, ¿impredecible? —rió Payne—. Es tan regular como un calendario.

Pues nunca ningún hombre-calendario la había besado de aquel modo, reflexionó. Ni nunca hubiera imaginado que el mero contacto de su piel pudiera causarle tal estremecimiento en sus emociones. ¿Relajarse?, se preguntó. Desde que Harry la había besado lo que se había relajado era su sentido común, recapacitó. ¿Cómo podía sentirse tan atraída por un hombre que montaba una escena cada vez que se acercaba a ella?, se preguntó. Aquel hombre se obstinaba en surgir una y otra vez en su mente por mucho que le causara una calamidad detrás de otra.

Y sin embargo toda aquella información que le estaba procurando Payne la llevaba en otra dirección. Mila conocía la desgracia por experiencia propia, pero perder a ambos padres y sufrir después un divorcio era más de lo que ella hubiera sufrido nunca.
Chester, tumbado junto a Mila con la panza al sol, parecía estar disfrutando del viaje más que ella. No debía de estar soñando con el atractivo propietario de un gran almacén, pensó.

—¿Te he dicho ya que Harry forma parte de las asociaciones de caridad más importantes de Londres? —dijo Liam.

Cuanto más elogiaba Payne a Harry más se preguntaba Mila qué estaba haciendo con una caña de pescar en la mano, cuando Harry y sus expertos labios se habían quedado en la ciudad. De hecho estaba considerando la posibilidad de tirarse al agua y bucear hasta la costa cuando Liam miró para arriba y exclamó:

—Mira, es el ruido de un motor —Mila miró a lo lejos—. Es el barco de los Styles. Será Ted.
Mila observó el barco acercarse y no pudo creerlo cuando vio aquel cabello rizado y aquellos ojos verdes tan familiares.

—No, es Harry —dijo ella inclinándose hacia adelante—. ¡Harry!

—¿Harry? —repitió Liam—. No puedo creer que hayas abandonado el almacén un fin de semana.

—¿Y por qué no? —preguntó Harry acercándose con el barco—. Hace un día precioso, y además sabía que ibais a estar aquí.

—¡Pero eres tan trabajador!

—¿Quién? ¿yo? No hay nada tan refrescante como dejar los problemas atrás.

Sin querer, Mila recordó el beso y miró a Harry. Sus ojos verdes ardían clavados sobre ella. Era evidente que él estaba pensando en lo mismo, se dijo.

—Llegas justo a tiempo para pescar con mis nuevos gusanos. ¿Te has traído la caña?

—¡Vaya! —exclamó Harry tratando de parecer contrariado—, me olvidé de la caña. Sólo quería nadar y relajarme un poco —añadió volviéndose hacia Mila—. ¿Te interesaría venir a bañarte a Miller’s Hole? Está muy cerca de aquí.

—Pues me gustaría descansar un rato —contestó ella mirando a Liam, su anfitrión, como si la pesca la hubiera dejado exhausta—. ¿Quieres acompañarnos?

—¿A Miller’s Hole? Allí no hay nada que pescar,vayan ustedes.

Mila sintió que se sofocaba cuando Harry los ayudó a ella y a Chester a subir a su barco.

—¿Has traído el bañador? —preguntó Harry mirándola de arriba abajo.

—Por supuesto. Y, a propósito, gracias por el descuento.

Mila llevaba el bañador debajo de una camiseta y unos pantalones vaqueros cortos.

—¿Y has vuelto a caerte encima de algún otro perchero? —preguntó Harry cuando se hubieron alejado.

—Un verdadero caballero nunca habría sacado a relucir ese tema.

—Un verdadero caballero no te habría raptado en medio de unos grandes almacenes —contestó él con una de aquellas sonrisas que le paraban el corazón.

Echaron el ancla en una pequeña cala, un lugar perfecto de aguas azules y cristalinas en el que nadar. El agua parecía tan fresca y apetecible que Mitzi estuvo a punto de desnudarse sin pensarlo. Pero entonces se acordó de Harry. No era modesta, pero sentía cierto reparo a mostrarse en bañador ante un extraño, así que esperó a que Harry se quitara la camiseta y se zambullera en el agua.

Se quitó el pantalón y se dejó la camiseta, sacando las piernas por encima de la barca y disfrutando de las vistas, pero no del agua ni de los pinos. Sus ojos permanecieron irresistiblemente clavados sobre el torso de Harry. El dejó de nadar y sonrió.

—No me digas que tienes miedo de los tiburones —bromeó.

—Estaba pensando en que quizá deberíamos de llevar chaleco salvavidas.

—¿Es que no sabes nadar?

—Sí, pero considerando nuestro récord de calamidades puede que fuera mejor tomar ciertas precauciones.

—Fui guardacostas en el instituto —aseguró él.

—Bueno, ya me has salvado una vez.

—¿De qué?

—Del aburrimiento —replicó Mila—. La próxima vez recuérdame que no debo de relajarme con un hombre enamorado de los anzuelos.

La risa de Harry fue interrumpida por el timbre de su teléfono móvil. Mila miró el aparato y luego se volvió hacia Harry. Estaba tan paralizado que temió que se ahogara.

—¿Quieres contestar?

Los labios de Harry esbozaron una sonrisa. Nunca había dejado de contestar al teléfono, pensó. Pero en ese momento estaba cortejando a Mila, no atendiendo negocios. Aquello demostraría definitivamente que no era un adicto al trabajo, un esclavo de la tecnología, se dijo. Además lo más probable era que se tratara de Malik, con quien no quería hablar.

¿Pero qué ocurriría si no fuera Malik?, ¿qué ocurriría si fuera Ted?, se preguntó. Quizá se tratara de una emergencia, pensó. Harry se puso tenso mientras el teléfono seguía sonando.

—Quizá se trate de algo importante, de un asunto de negocios —dijo Mila torturándolo sin saberlo.

Harry se esforzó por encogerse de hombros con naturalidad.

—¡Al diablo con los negocios! Declaro este día de vacaciones.

Aquellas palabras pudieron carecer del debido entusiasmo, pero llenaron a Mila de admiración. No eran tantas las personas que se resistían a contestar al teléfono, pensó.

Cuando por fin éste dejó de sonar, Mila se puso en pie sintiendo de pronto una tremenda
urgencia por juguetear con Harry. Había decidido que él, inconscientemente, acababa de descubrir un poderoso afrodisíaco: no contestar al teléfono.

Lo miró a los ojos y no vio en ellos sino una sana excitación masculina.

—¿Quieres dejar de mirarme de ese modo tan impúdico? Me da vergüenza.

—Sólo sentía curiosidad por ver cuál bañador habías escogido al final.

—Pues no vas a llevarte ninguna sorpresa—rió ella.

Mila se quitó la camiseta descubriendo un bikini azul.

—¿Qué te parece? —preguntó poniendo la pose de una modelo.

—No creo que tenga palabras—contestó Harry.

Mila se tiró al agua y buceó hacia Harry.

—¡Qué maravilla! En casa nunca puedo nadar.

—Creía que Nueva York era una isla.

—Pero el agua no es precisamente cristalina.

Harry estaba en forma, estaba acostumbrado a nadar y no había perdido el aliento. Mila, en cambio, se sentía como si hubiera cruzado el canal de la Mancha.

—Aquí —dijo él alcanzándola.

Mila se agarró a los hombros de Harry como si fuera un salvavidas. Harry, nadando hacia
atrás, la llevó suavemente por el agua haciéndola sentirse como Esther Williams en uno de aquellos viejos musicales acuáticos.

De pronto Harry se detuvo y sus ojos se oscurecieron por un deseo sensual. Había visto aquella expresión antes, en el departamento de bañadores del almacén, pensó Mila sintiendo vértigo.

____________


#Aquí el capítulo 5!, personalmente me gusta mucho este capítulo haha,Harry es un celoso xd .No es una novela muy larga,por lo tanto no quedan tantos capítulos,pero el que sigue es muy emocionante :O! saludos y besos
Cony'.
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Mensaje por ale_liz_marcia Jue 09 Mayo 2013, 8:25 pm

Ay me encnto Harry celoso jejeje oye y que psara!1 y dios siguela estoy emocionda en saber que pasara
ATTE, ALE
ale_liz_marcia
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Mensaje por Cony'. Jue 09 Mayo 2013, 8:42 pm

ale_liz_marcia escribió:Ay me encnto Harry celoso jejeje oye y que psara!1 y dios siguela estoy emocionda en saber que pasara
ATTE, ALE

Mañana la sigo!,y espero que lleguen mas lectoras :((
Besotes <33
Cony'.
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