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Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
MARATON 3/7
Capitulo 9 Parte 6
— Es mejor que nos detengamos antes de que… —no acabó la frase, pero no era necesario que lo hiciese. _____ ya había sido testigo de las consecuencias, y no tenía ningún deseo de repetir la experiencia.
Lo dejó en el cuarto de baño y fue a vestirse. Joe salió lentamente de la bañera y se secó con una toalla. Escuchaba a _____ en su habitación; estaba abriendo la puerta del armario. En su mente, se la imaginó desnuda y la visión lo enardeció.
Una demoledora oleada de deseo lo asaltó, golpeándolo con tal fuerza que estuvo a punto de caer de espaldas al suelo.
Se agarró al lavabo mientras luchaba consigo mismo.
— No puedo seguir viviendo así —balbució—. No soy un animal.
Alzó los ojos y se contempló en el espejo. Era la viva imagen de su padre. Miró su rostro con odio.
Podía sentir los latigazos en la espalda, mientras su padre lo golpeaba hasta que casi no podía tenerse en pie.
«No te atrevas a llorar, niño bonito. Ni un solo sollozo. Puede que seas el hijo de una diosa, pero éste es el mundo en el que vives, y aquí no mimamos a los niños bonitos como tú.»
En el fondo de su mente, veía la mirada de desprecio de su padre mientras lo golpeaba con el puño hasta arrojarlo al suelo, y después lo levantaba por el cuello hasta casi asfixiarlo. Él pateaba e intentaba defenderse con los puños, pero a los catorce años era demasiado joven e inexperto como para eludir los golpes del general.
Con el rostro desfigurado por una mueca de desprecio, su padre le había cortado en la mejilla con una daga, hundiéndola hasta el hueso. Y todo porque había pescado a su esposa mirándolo mientras comían.
«Veamos si ahora te desea.»
El lacerante dolor del corte fue insoportable, y la hemorragia no se detuvo en todo el día. A la mañana siguiente, la herida había desaparecido sin dejar huella.
La ira de su progenitor había sido inconmensurable.
— ¿Joe?
Sobresaltado, dio un pequeño brinco al escuchar una voz olvidada desde hacía dos mil años.
Echó un vistazo a la estancia, pero no vio nada.
Sin estar muy seguro de haber escuchado la voz, habló en voz baja.
— ¿Atenea?
La diosa se materializó delante de él, justo en el hueco de la puerta. Aunque llevaba ropas modernas, tenía el pelo negro recogido sobre la cabeza, al estilo griego, con mechones rizados que le caían sobre los hombros. Sus pálidos ojos azules se llenaron de ternura al sonreír.
— Vengo en representación de tu madre.
— ¿Todavía no es capaz de enfrentarme?
Atenea apartó la mirada.
Joe sintió el repentino impulso de reírse a carcajadas. ¿Por qué se molestaba en esperar que su madre quisiera verlo?
Debería estar acostumbrado.
Atenea jugueteaba con uno de sus rizos, envolviéndoselo en el dedo, mientras lo observaba con una extraña expresión de melancolía en el rostro.
— Que conste que te habría ayudado de haber sabido esto. Eras mi general favorito.
De repente, comprendió lo que había ocurrido tantos siglos atrás.
— Me utilizaste en tu pulso contra Príapo, ¿verdad?
Vio la culpa reflejada en los ojos de la diosa antes de que ella pudiese ocultarla.
— Lo hecho, hecho está.
Con los labios fruncidos por la ira, la miró furioso.
— ¿Ah, sí? ¿Por qué me enviaste a esa batalla cuando sabías que Príapo me odiaba?
— Porque sabía que podías ganar, y yo odiaba a los romanos. Eras el único general que tenía que podía deshacerse de Livio, y así lo hiciste. Jamás me he sentido más orgullosa de ti que aquel día, cuando le cortaste la cabeza.
Cegado por la amargura, era incapaz de creer lo que estaba escuchando.
— ¿Ahora me dices que estabas orgullosa?
Ella ignoró su pregunta.
— Tu madre y yo hemos hablado con Cloto para que te ayude.
Joe se paralizó al escucharla. Cloto era la Parca encargada de las vidas de los humanos. La hilandera del destino.
— ¿Y?
— Si consigues romper la maldición, podremos devolverte a Macedonia; regresarás al mismo día en que fuiste maldecido a permanecer en el pergamino.
— ¿Puedo regresar? —repitió, anonadado por la incredulidad.
— Pero no se te permitirá volver a luchar. Si lo haces, podrías cambiar el curso de la historia. Si te enviamos de vuelta, deberás jurar que vivirás retirado en tu villa.
Siempre había una trampa. Debería haberlo recordado antes de pensar que podían ayudarlo.
— ¿Con qué propósito, entonces?
— Vivirás en tu época. En el mundo que conoces —diciendo esto, echó un vistazo al cuarto de baño—. O puedes permanecer aquí, si lo prefieres. La elección es tuya.
Joe resopló.
— Menuda elección.
— Es mejor que no tener ninguna.
¿Sería cierto? Ya no estaba seguro de nada.
— ¿Y mis hijos? —preguntó. Quería, no, deseaba volver a ver a su familia, a las dos únicas personas que habían significado algo para él.
— Sabes que no podemos cambiar eso.
Joe maldijo a Atenea. Los dioses siempre conseguían atormentarlo quitándole todo lo que le importaba. Jamás le habían concedido nada.
Atenea alargó el brazo y lo acarició ligeramente en la mejilla.
— Elige con cuidado —susurró, y se desvaneció.
— ¿Joe?, ¿con quién hablas?
Parpadeó al escuchar a _____ en el pasillo.
— Con nadie —contestó—. Hablo solo.
— ¡Ah! —exclamó ella, aceptando la mentira sin problemas—. Estaba pensando en llevarte de nuevo al Barrio Francés esta tarde. Podemos visitar el Acuario. ¿Qué te parece?
— Claro —respondió él, saliendo del baño.
_____ frunció el ceño, pero no dijo nada mientras se dirigía hacia las escaleras.
Joe fue a cambiarse a la habitación. Mientras se ponía los pantalones, se fijó en las fotografías que ____ tenía en el vestidor. Parecía una niña tan feliz… tan libre. Le gustaba especialmente una en la que su madre le pasaba los brazos alrededor del cuello y ambas se reían a carcajadas.
En ese momento, supo lo que debía hacer. No importaba lo mucho que deseara otras cosas, jamás podría quedarse con ella. Se lo había dicho ella misma la noche que lo invocaron.
Tenía su propia vida. Una en la que él no estaba incluido.
No, ______ no necesitaba a alguien como él. A alguien que sólo atraería la indeseada atención de los dioses sobre su cabeza.
Rompería la maldición y aceptaría la oferta de Atenea.
No pertenecía a esta época. Su mundo era la antigua Macedonia. Y la soledad.
Capitulo 9 Parte 6
— Es mejor que nos detengamos antes de que… —no acabó la frase, pero no era necesario que lo hiciese. _____ ya había sido testigo de las consecuencias, y no tenía ningún deseo de repetir la experiencia.
Lo dejó en el cuarto de baño y fue a vestirse. Joe salió lentamente de la bañera y se secó con una toalla. Escuchaba a _____ en su habitación; estaba abriendo la puerta del armario. En su mente, se la imaginó desnuda y la visión lo enardeció.
Una demoledora oleada de deseo lo asaltó, golpeándolo con tal fuerza que estuvo a punto de caer de espaldas al suelo.
Se agarró al lavabo mientras luchaba consigo mismo.
— No puedo seguir viviendo así —balbució—. No soy un animal.
Alzó los ojos y se contempló en el espejo. Era la viva imagen de su padre. Miró su rostro con odio.
Podía sentir los latigazos en la espalda, mientras su padre lo golpeaba hasta que casi no podía tenerse en pie.
«No te atrevas a llorar, niño bonito. Ni un solo sollozo. Puede que seas el hijo de una diosa, pero éste es el mundo en el que vives, y aquí no mimamos a los niños bonitos como tú.»
En el fondo de su mente, veía la mirada de desprecio de su padre mientras lo golpeaba con el puño hasta arrojarlo al suelo, y después lo levantaba por el cuello hasta casi asfixiarlo. Él pateaba e intentaba defenderse con los puños, pero a los catorce años era demasiado joven e inexperto como para eludir los golpes del general.
Con el rostro desfigurado por una mueca de desprecio, su padre le había cortado en la mejilla con una daga, hundiéndola hasta el hueso. Y todo porque había pescado a su esposa mirándolo mientras comían.
«Veamos si ahora te desea.»
El lacerante dolor del corte fue insoportable, y la hemorragia no se detuvo en todo el día. A la mañana siguiente, la herida había desaparecido sin dejar huella.
La ira de su progenitor había sido inconmensurable.
— ¿Joe?
Sobresaltado, dio un pequeño brinco al escuchar una voz olvidada desde hacía dos mil años.
Echó un vistazo a la estancia, pero no vio nada.
Sin estar muy seguro de haber escuchado la voz, habló en voz baja.
— ¿Atenea?
La diosa se materializó delante de él, justo en el hueco de la puerta. Aunque llevaba ropas modernas, tenía el pelo negro recogido sobre la cabeza, al estilo griego, con mechones rizados que le caían sobre los hombros. Sus pálidos ojos azules se llenaron de ternura al sonreír.
— Vengo en representación de tu madre.
— ¿Todavía no es capaz de enfrentarme?
Atenea apartó la mirada.
Joe sintió el repentino impulso de reírse a carcajadas. ¿Por qué se molestaba en esperar que su madre quisiera verlo?
Debería estar acostumbrado.
Atenea jugueteaba con uno de sus rizos, envolviéndoselo en el dedo, mientras lo observaba con una extraña expresión de melancolía en el rostro.
— Que conste que te habría ayudado de haber sabido esto. Eras mi general favorito.
De repente, comprendió lo que había ocurrido tantos siglos atrás.
— Me utilizaste en tu pulso contra Príapo, ¿verdad?
Vio la culpa reflejada en los ojos de la diosa antes de que ella pudiese ocultarla.
— Lo hecho, hecho está.
Con los labios fruncidos por la ira, la miró furioso.
— ¿Ah, sí? ¿Por qué me enviaste a esa batalla cuando sabías que Príapo me odiaba?
— Porque sabía que podías ganar, y yo odiaba a los romanos. Eras el único general que tenía que podía deshacerse de Livio, y así lo hiciste. Jamás me he sentido más orgullosa de ti que aquel día, cuando le cortaste la cabeza.
Cegado por la amargura, era incapaz de creer lo que estaba escuchando.
— ¿Ahora me dices que estabas orgullosa?
Ella ignoró su pregunta.
— Tu madre y yo hemos hablado con Cloto para que te ayude.
Joe se paralizó al escucharla. Cloto era la Parca encargada de las vidas de los humanos. La hilandera del destino.
— ¿Y?
— Si consigues romper la maldición, podremos devolverte a Macedonia; regresarás al mismo día en que fuiste maldecido a permanecer en el pergamino.
— ¿Puedo regresar? —repitió, anonadado por la incredulidad.
— Pero no se te permitirá volver a luchar. Si lo haces, podrías cambiar el curso de la historia. Si te enviamos de vuelta, deberás jurar que vivirás retirado en tu villa.
Siempre había una trampa. Debería haberlo recordado antes de pensar que podían ayudarlo.
— ¿Con qué propósito, entonces?
— Vivirás en tu época. En el mundo que conoces —diciendo esto, echó un vistazo al cuarto de baño—. O puedes permanecer aquí, si lo prefieres. La elección es tuya.
Joe resopló.
— Menuda elección.
— Es mejor que no tener ninguna.
¿Sería cierto? Ya no estaba seguro de nada.
— ¿Y mis hijos? —preguntó. Quería, no, deseaba volver a ver a su familia, a las dos únicas personas que habían significado algo para él.
— Sabes que no podemos cambiar eso.
Joe maldijo a Atenea. Los dioses siempre conseguían atormentarlo quitándole todo lo que le importaba. Jamás le habían concedido nada.
Atenea alargó el brazo y lo acarició ligeramente en la mejilla.
— Elige con cuidado —susurró, y se desvaneció.
— ¿Joe?, ¿con quién hablas?
Parpadeó al escuchar a _____ en el pasillo.
— Con nadie —contestó—. Hablo solo.
— ¡Ah! —exclamó ella, aceptando la mentira sin problemas—. Estaba pensando en llevarte de nuevo al Barrio Francés esta tarde. Podemos visitar el Acuario. ¿Qué te parece?
— Claro —respondió él, saliendo del baño.
_____ frunció el ceño, pero no dijo nada mientras se dirigía hacia las escaleras.
Joe fue a cambiarse a la habitación. Mientras se ponía los pantalones, se fijó en las fotografías que ____ tenía en el vestidor. Parecía una niña tan feliz… tan libre. Le gustaba especialmente una en la que su madre le pasaba los brazos alrededor del cuello y ambas se reían a carcajadas.
En ese momento, supo lo que debía hacer. No importaba lo mucho que deseara otras cosas, jamás podría quedarse con ella. Se lo había dicho ella misma la noche que lo invocaron.
Tenía su propia vida. Una en la que él no estaba incluido.
No, ______ no necesitaba a alguien como él. A alguien que sólo atraería la indeseada atención de los dioses sobre su cabeza.
Rompería la maldición y aceptaría la oferta de Atenea.
No pertenecía a esta época. Su mundo era la antigua Macedonia. Y la soledad.
issadanger
Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
MARATON 4/7
Capítulo 10
Algo iba mal. _____ lo notaba en el ambiente mientras conducía hacia el Barrio Francés. Joe iba sentado junto a ella, mirando por la ventana.
Había intentado varias veces hacerlo hablar, pero no había modo de que despegara los labios. Todo lo que se le ocurría era que estaba deprimido por lo sucedido en el cuarto de baño. Debía ser duro para un hombre habituado a mantener un férreo control de sí mismo perderlo de aquel modo.
Aparcó el coche en el estacionamiento público.
— ¡Vaya, qué calor hace! —exclamó al salir y sentirse inmediatamente asaltada por el aire cargado y denso.
Echó un vistazo a Joe, que estaba realmente deslumbrante con las gafas de sol oscuras que le había comprado. Una fina capa de sudor le cubría la piel.
— ¿Hace demasiado calor para ti? —le preguntó, pensando en lo mal que lo estaría pasando con los vaqueros y el polo de punto.
— No voy a morirme, si te refieres a eso —le contestó mordazmente.
— Estamos un poco irritados, ¿no?
— Lo siento —se disculpó al llegar a su lado—. Estoy pagando mi mal humor contigo, cuando no tienes la culpa de nada.
— No importa. Estoy acostumbrada a ser el chivo expiatorio. De hecho, lo he convertido en mi profesión.
Puesto que no podía verle los ojos, ____ no sabía si sus palabras le habían hecho gracia o no.
— ¿Eso es lo que hacen tus pacientes?
Ella asintió.
— Hay días que son espeluznantes. Pero prefiero que me grite una mujer a que lo haga un hombre.
— ¿Te han hecho daño alguna vez? —El afán de protección de su voz la dejó perpleja. Y encantada. Había echado mucho de menos tener a alguien que la cuidase.
— No —contestó, intentando disipar la evidente tensión de su cuerpo. Esperaba que nunca le hiciesen daño, pero después de la llamada de Rodney, no estaba muy segura, y era bastante posible que ese tipo acabase con su buena suerte.
Estás siendo ridícula. Sólo porque el hombre te ponga los pelos de punta no significa que sea peligroso.
La expresión del rostro de Joe era dura y muy seria.
— Creo que deberías buscarte una nueva profesión.
— Tal vez —le dijo evasivamente. No tenía ninguna intención de dejar su trabajo—. A ver, ¿dónde vamos primero?
Él se encogió de hombros despreocupadamente.
— Me da exactamente igual.
— Entonces, vamos al Acuario. Por lo menos hay aire acondicionado —y cogiéndolo del brazo, cruzó el estacionamiento y se encaminó por Moonwalk hacia el lugar.
Joe permaneció en silencio mientras ella compraba las entradas y lo guiaba hacia el interior. No dijo nada hasta que estuvieron paseando por los túneles subacuáticos, que les permitían observar las distintas especies marinas en su hábitat natural.
— Es increíble —balbució cuando una enorme raya pasó sobre sus cabezas. Tenía una expresión infantil, y la luz que chispeaba en sus ojos la llenó de calidez.
Súbitamente, sonó su busca. Soltó una maldición y miró el número. ¿Una llamada desde el despacho un sábado?
Qué raro.
Sacó el móvil del bolso y llamó.
— ¡Hola, _____! —le dijo Beth, tan pronto como descolgó—. Escucha, estoy en mi consulta. Anoche entró alguien al despacho.
— ¡No!, ¿quién haría algo así?
_____ captó la mirada curiosa en los ojos de Joe. Le ofreció una sonrisa insegura, y siguió escuchando a Beth Livingston, la psiquiatra que compartía la consulta con Luanne y con ella.
— Ni idea. Hay un equipo de la policía buscando huellas y todo está acordonado. Por lo que he visto, no se han llevado nada importante. ¿Tenías algo de valor en tu consulta?
— Sólo el ordenador.
— Está todavía allí. ¿Algo más? ¿Dinero, cualquier otra cosa?
— No, nunca dejo objetos de valor ahí.
— Espera, el oficial quiere hablar contigo.
_____ esperó hasta escuchar una voz masculina.
— ¿Doctora Alexander?
— Sí, soy yo.
— Soy el oficial Allred. Parece que se llevaron su organizador Rodolex y unos cuantos archivadores. ¿Sabe de alguien que pudiera estar interesado en ellos?
— Pues no. ¿Necesita que vaya para allá?
— No, no. Estamos buscando huellas, pero si se le ocurre algo, por favor, llámenos —y le pasó el teléfono a Beth.
— ¿Quieres que vaya? —le preguntó.
— No. No hay nada que puedas hacer. En realidad, es bastante aburrido.
— Vale, avísame al busca si necesitas algo.
— Lo haré.
_____ colgó el teléfono y lo devolvió al bolso.
— ¿Ha pasado algo? —preguntó Joe.
— Alguien entró anoche en mi despacho.
Él frunció el ceño.
— ¿Para qué?
— Ni idea —la pausa de _____ hizo que el ceño de Joe se intensificara, mientras ella pensaba en los posibles motivos—. No puedo imaginarme para qué iba a querer alguien mi Rodolex. Desde que me compré el Palm Pilot, ni siquiera lo he usado. Es muy extraño.
— ¿Tenemos que irnos?
Ella agitó la cabeza.
— No hace falta.
Joe dejó que _____ lo guiara alrededor de los diferentes acuarios, mientras le leía las extrañas inscripciones que explicaban detalles sobre las distintas especies y sus hábitats.
¡Por los dioses!, cómo le gustaba escuchar el sonido de su voz al leer. Había algo muy relajante en la voz de ____. Le pasó un brazo por los hombros mientras paseaban. Ella le rodeó la cintura y enganchó un dedo en una de las trabillas del cinturón.
El gesto consiguió debilitarlo. Se dio cuenta de que pasaba las horas deseando sentir el roce de su cuerpo. Y la sensación sería mucho más placentera si ambos estuviesen desnudos en ese mismo momento.
Cuando ella le sonrió, el corazón se le aceleró descontroladamente. ¿Qué tenía esta mujer que despertaba algo en él que jamás había sentido?
Pero en el fondo lo sabía. Era la primera mujer que lo veía. No a su apariencia física, ni a sus proezas de guerrero. Ella veía su alma.
Jamás había pensado que podía existir una persona así.
______ lo trataba como a un amigo. Y su interés en ayudarlo era genuino. O al menos, eso parecía.
Es parte de su trabajo.
¿O era de verdad?
¿Podía una mujer tan maravillosa y compasiva como ella preocuparse realmente por un tipo como él?
_____ se detuvo delante de otra inscripción. Joe se quedó tras ella y le pasó ambos brazos por los hombros. Ella le acarició distraídamente los antebrazos mientras leía.
Con el cuerpo en llamas por el deseo que despertaba en él, inclinó la barbilla hasta apoyarla sobre su cabeza y escuchar de ese modo la explicación, mientras observaba cómo nadaban los peces. El olor de su piel invadió sus sentidos y anheló volver a su casa, donde podría quitarle la ropa.
No era capaz de recordar cuándo había sido la última vez que deseó tanto a una mujer como le ocurría con ____. De hecho, no creía posible que algo así le hubiese ocurrido antes. Deseaba perderse en su interior. Sentir sus uñas arañándole la espalda mientras gritaba al llegar al clímax.
Que las Parcas se apiadasen de él. _____ se le había metido bajo la piel.
Y estaba aterrado. Ella ocupaba un lugar en su corazón que acabaría destrozándolo si le faltaba. Sólo ella podía acabar realmente con él. Hacerlo pedazos.
Era casi la una del mediodía cuando salieron del Acuario. _____ se encogió tan pronto como volvieron a la calle, asaltada por la oleada de calor. En días como éste, se preguntaba cómo podría la gente sobrevivir antes de que se inventara el aire acondicionado.
Miró a Joe y sonrió. Por fin había encontrado a alguien a quien preguntar.
— Dime una cosa, ¿qué hacíais para sobrevivir en días tan calurosos como éste?
Él arqueó una ceja con un gesto arrogante.
— Hoy no hace calor. Si quieres saber lo que es el calor, intenta atravesar un desierto con todo tu ejército, llevando la armadura y con sólo medio odre de agua para mantenerte.
Ella hizo un gesto compasivo.
— Abrasador, supongo.
Él no respondió.
____ echó un vistazo a la plaza, atestada de gente.
— ¿Quieres que vayamos a ver a Selena y demos una vuelta por la plaza? Debe estar en su tenderete. El sábado suele ser uno de sus mejores días.
— Vamos.
Agarrados de la mano, bajaron la calle hasta llegar a Jackson Square. Como era de esperar, Selena estaba en su puestecillo con un cliente. _____ comenzó a alejarse para no interrumpir, pero Selena la vio y le hizo un gesto para que se acercara.
— Oye, _____, ¿te acuerdas de Ben? Bueno, mejor del doctor Lewis, de la facultad.
____ dudó en acercarse al reconocer al tipo corpulento, entrado ya en los cuarenta.
¿Que si lo recordaba? Le había puesto una nota bajísima en su asignatura, con lo cual, le bajó la media de todo el curso. Sin mencionar que el hombre tenía un ego tan grande como el territorio de Alaska, y le encantaba hacer pasar un mal rato a sus alumnos. De hecho, aún recordaba a una pobre chica que se echó a llorar cuando él dio el sádico examen final que había preparado. El tío se rió, literalmente a carcajadas, cuando vio la reacción de la chica.
— ¡Hola! —saludó, ____ intentando no demostrar su antipatía. Suponía que el hombre no podía evitar ser detestable. Como buen licenciado por la universidad de Harvard, debía pensar que el mundo giraba a su alrededor.
— Señorita Alexander —la saludó con el mismo tono despectivo tan insoportable que ella recordaba a la perfección.
— En realidad debería llamarme doctora Alexander —lo corrigió, encantada al ver cómo abría los ojos por la sorpresa.
— Discúlpeme —le dijo con un tono de voz que distaba mucho de parecer arrepentido.
Capítulo 10
Algo iba mal. _____ lo notaba en el ambiente mientras conducía hacia el Barrio Francés. Joe iba sentado junto a ella, mirando por la ventana.
Había intentado varias veces hacerlo hablar, pero no había modo de que despegara los labios. Todo lo que se le ocurría era que estaba deprimido por lo sucedido en el cuarto de baño. Debía ser duro para un hombre habituado a mantener un férreo control de sí mismo perderlo de aquel modo.
Aparcó el coche en el estacionamiento público.
— ¡Vaya, qué calor hace! —exclamó al salir y sentirse inmediatamente asaltada por el aire cargado y denso.
Echó un vistazo a Joe, que estaba realmente deslumbrante con las gafas de sol oscuras que le había comprado. Una fina capa de sudor le cubría la piel.
— ¿Hace demasiado calor para ti? —le preguntó, pensando en lo mal que lo estaría pasando con los vaqueros y el polo de punto.
— No voy a morirme, si te refieres a eso —le contestó mordazmente.
— Estamos un poco irritados, ¿no?
— Lo siento —se disculpó al llegar a su lado—. Estoy pagando mi mal humor contigo, cuando no tienes la culpa de nada.
— No importa. Estoy acostumbrada a ser el chivo expiatorio. De hecho, lo he convertido en mi profesión.
Puesto que no podía verle los ojos, ____ no sabía si sus palabras le habían hecho gracia o no.
— ¿Eso es lo que hacen tus pacientes?
Ella asintió.
— Hay días que son espeluznantes. Pero prefiero que me grite una mujer a que lo haga un hombre.
— ¿Te han hecho daño alguna vez? —El afán de protección de su voz la dejó perpleja. Y encantada. Había echado mucho de menos tener a alguien que la cuidase.
— No —contestó, intentando disipar la evidente tensión de su cuerpo. Esperaba que nunca le hiciesen daño, pero después de la llamada de Rodney, no estaba muy segura, y era bastante posible que ese tipo acabase con su buena suerte.
Estás siendo ridícula. Sólo porque el hombre te ponga los pelos de punta no significa que sea peligroso.
La expresión del rostro de Joe era dura y muy seria.
— Creo que deberías buscarte una nueva profesión.
— Tal vez —le dijo evasivamente. No tenía ninguna intención de dejar su trabajo—. A ver, ¿dónde vamos primero?
Él se encogió de hombros despreocupadamente.
— Me da exactamente igual.
— Entonces, vamos al Acuario. Por lo menos hay aire acondicionado —y cogiéndolo del brazo, cruzó el estacionamiento y se encaminó por Moonwalk hacia el lugar.
Joe permaneció en silencio mientras ella compraba las entradas y lo guiaba hacia el interior. No dijo nada hasta que estuvieron paseando por los túneles subacuáticos, que les permitían observar las distintas especies marinas en su hábitat natural.
— Es increíble —balbució cuando una enorme raya pasó sobre sus cabezas. Tenía una expresión infantil, y la luz que chispeaba en sus ojos la llenó de calidez.
Súbitamente, sonó su busca. Soltó una maldición y miró el número. ¿Una llamada desde el despacho un sábado?
Qué raro.
Sacó el móvil del bolso y llamó.
— ¡Hola, _____! —le dijo Beth, tan pronto como descolgó—. Escucha, estoy en mi consulta. Anoche entró alguien al despacho.
— ¡No!, ¿quién haría algo así?
_____ captó la mirada curiosa en los ojos de Joe. Le ofreció una sonrisa insegura, y siguió escuchando a Beth Livingston, la psiquiatra que compartía la consulta con Luanne y con ella.
— Ni idea. Hay un equipo de la policía buscando huellas y todo está acordonado. Por lo que he visto, no se han llevado nada importante. ¿Tenías algo de valor en tu consulta?
— Sólo el ordenador.
— Está todavía allí. ¿Algo más? ¿Dinero, cualquier otra cosa?
— No, nunca dejo objetos de valor ahí.
— Espera, el oficial quiere hablar contigo.
_____ esperó hasta escuchar una voz masculina.
— ¿Doctora Alexander?
— Sí, soy yo.
— Soy el oficial Allred. Parece que se llevaron su organizador Rodolex y unos cuantos archivadores. ¿Sabe de alguien que pudiera estar interesado en ellos?
— Pues no. ¿Necesita que vaya para allá?
— No, no. Estamos buscando huellas, pero si se le ocurre algo, por favor, llámenos —y le pasó el teléfono a Beth.
— ¿Quieres que vaya? —le preguntó.
— No. No hay nada que puedas hacer. En realidad, es bastante aburrido.
— Vale, avísame al busca si necesitas algo.
— Lo haré.
_____ colgó el teléfono y lo devolvió al bolso.
— ¿Ha pasado algo? —preguntó Joe.
— Alguien entró anoche en mi despacho.
Él frunció el ceño.
— ¿Para qué?
— Ni idea —la pausa de _____ hizo que el ceño de Joe se intensificara, mientras ella pensaba en los posibles motivos—. No puedo imaginarme para qué iba a querer alguien mi Rodolex. Desde que me compré el Palm Pilot, ni siquiera lo he usado. Es muy extraño.
— ¿Tenemos que irnos?
Ella agitó la cabeza.
— No hace falta.
Joe dejó que _____ lo guiara alrededor de los diferentes acuarios, mientras le leía las extrañas inscripciones que explicaban detalles sobre las distintas especies y sus hábitats.
¡Por los dioses!, cómo le gustaba escuchar el sonido de su voz al leer. Había algo muy relajante en la voz de ____. Le pasó un brazo por los hombros mientras paseaban. Ella le rodeó la cintura y enganchó un dedo en una de las trabillas del cinturón.
El gesto consiguió debilitarlo. Se dio cuenta de que pasaba las horas deseando sentir el roce de su cuerpo. Y la sensación sería mucho más placentera si ambos estuviesen desnudos en ese mismo momento.
Cuando ella le sonrió, el corazón se le aceleró descontroladamente. ¿Qué tenía esta mujer que despertaba algo en él que jamás había sentido?
Pero en el fondo lo sabía. Era la primera mujer que lo veía. No a su apariencia física, ni a sus proezas de guerrero. Ella veía su alma.
Jamás había pensado que podía existir una persona así.
______ lo trataba como a un amigo. Y su interés en ayudarlo era genuino. O al menos, eso parecía.
Es parte de su trabajo.
¿O era de verdad?
¿Podía una mujer tan maravillosa y compasiva como ella preocuparse realmente por un tipo como él?
_____ se detuvo delante de otra inscripción. Joe se quedó tras ella y le pasó ambos brazos por los hombros. Ella le acarició distraídamente los antebrazos mientras leía.
Con el cuerpo en llamas por el deseo que despertaba en él, inclinó la barbilla hasta apoyarla sobre su cabeza y escuchar de ese modo la explicación, mientras observaba cómo nadaban los peces. El olor de su piel invadió sus sentidos y anheló volver a su casa, donde podría quitarle la ropa.
No era capaz de recordar cuándo había sido la última vez que deseó tanto a una mujer como le ocurría con ____. De hecho, no creía posible que algo así le hubiese ocurrido antes. Deseaba perderse en su interior. Sentir sus uñas arañándole la espalda mientras gritaba al llegar al clímax.
Que las Parcas se apiadasen de él. _____ se le había metido bajo la piel.
Y estaba aterrado. Ella ocupaba un lugar en su corazón que acabaría destrozándolo si le faltaba. Sólo ella podía acabar realmente con él. Hacerlo pedazos.
Era casi la una del mediodía cuando salieron del Acuario. _____ se encogió tan pronto como volvieron a la calle, asaltada por la oleada de calor. En días como éste, se preguntaba cómo podría la gente sobrevivir antes de que se inventara el aire acondicionado.
Miró a Joe y sonrió. Por fin había encontrado a alguien a quien preguntar.
— Dime una cosa, ¿qué hacíais para sobrevivir en días tan calurosos como éste?
Él arqueó una ceja con un gesto arrogante.
— Hoy no hace calor. Si quieres saber lo que es el calor, intenta atravesar un desierto con todo tu ejército, llevando la armadura y con sólo medio odre de agua para mantenerte.
Ella hizo un gesto compasivo.
— Abrasador, supongo.
Él no respondió.
____ echó un vistazo a la plaza, atestada de gente.
— ¿Quieres que vayamos a ver a Selena y demos una vuelta por la plaza? Debe estar en su tenderete. El sábado suele ser uno de sus mejores días.
— Vamos.
Agarrados de la mano, bajaron la calle hasta llegar a Jackson Square. Como era de esperar, Selena estaba en su puestecillo con un cliente. _____ comenzó a alejarse para no interrumpir, pero Selena la vio y le hizo un gesto para que se acercara.
— Oye, _____, ¿te acuerdas de Ben? Bueno, mejor del doctor Lewis, de la facultad.
____ dudó en acercarse al reconocer al tipo corpulento, entrado ya en los cuarenta.
¿Que si lo recordaba? Le había puesto una nota bajísima en su asignatura, con lo cual, le bajó la media de todo el curso. Sin mencionar que el hombre tenía un ego tan grande como el territorio de Alaska, y le encantaba hacer pasar un mal rato a sus alumnos. De hecho, aún recordaba a una pobre chica que se echó a llorar cuando él dio el sádico examen final que había preparado. El tío se rió, literalmente a carcajadas, cuando vio la reacción de la chica.
— ¡Hola! —saludó, ____ intentando no demostrar su antipatía. Suponía que el hombre no podía evitar ser detestable. Como buen licenciado por la universidad de Harvard, debía pensar que el mundo giraba a su alrededor.
— Señorita Alexander —la saludó con el mismo tono despectivo tan insoportable que ella recordaba a la perfección.
— En realidad debería llamarme doctora Alexander —lo corrigió, encantada al ver cómo abría los ojos por la sorpresa.
— Discúlpeme —le dijo con un tono de voz que distaba mucho de parecer arrepentido.
issadanger
Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
MARATON 5/7
Capitulo 10 Parte 2
— Ben y yo estábamos charlando sobre la Antigua Grecia —explicó Selena, dedicándole una diabólica sonrisa a Joe—. Soy de la opinión de que Afrodita era hija de Urano.
Ben puso los ojos en blanco.
— No me cansaré de decirte que, según la opinión más extendida, era hija de Zeus y Dione. ¿Cuándo vas a aceptarlo y a unirte a nosotros?
Selena lo ignoró.
— Dime, Joe, ¿quién tiene razón?
Ben recorrió a Joe de arriba abajo con una arrogante mirada. _____ sabía que lo único que veía en él era a un hombre excepcionalmente apuesto, que parecía sacado de un anuncio de automóviles.
— Joven, ¿ha leído usted alguna vez a Homero?, ¿sabe quién es?
_____ suprimió una carcajada ante la pregunta. Estaba deseando escuchar la respuesta de Joe.
Él se rió con ganas.
— He leído a Homero en profundidad. Las obras que se le atribuyen no son más que una amalgama de leyendas, fusionadas con datos reales a lo largo de los siglos, y cuyos verdaderos orígenes se han perdido en las brumas del tiempo. Muy al contrario que la Teogonía de Hesíodo, la cual escribió con la ayuda directa de Clío.
El doctor Lewis dijo algo en griego clásico.
— Es más que una simple opinión, doctor —le contestó Joe en inglés—. Es un hecho probado.
Ben volvió a mirarlo con atención, pero ____ sabía que aún no estaba muy dispuesto a creer que alguien con el aspecto de Joe pudiese darle una lección en su propio campo.
— ¿Y usted cómo lo sabe?
Joe le respondió en griego.
Por primera vez desde que conocía a aquel hombre, hacía ya más de una década, ____ le vio totalmente sorprendido.
— ¡Dios mío! —jadeó—. Habla griego como si fuese su lengua materna.
Joe miró a _____ con una sonrisa sincera; se estaba divirtiendo.
— Ya te lo dije —le dijo Selena—. Conoce a los dioses griegos mejor que cualquier otra persona.
El doctor Lewis vio entonces el anillo de Joe.
— ¿Es eso lo que creo que es? —inquirió—. ¿Un anillo de general?
Joe asintió.
— Sí.
— ¿Le importa si le echo un vistazo?
Joe se lo quitó y se lo ofreció. El doctor Lewis contuvo el aliento.
— ¿Macedonio? Creo que del siglo II AC.
— Exacto.
— Es una reproducción increíble —comentó Ben, mientras se lo devolvía.
Joe se lo puso de nuevo.
— No es una reproducción.
— ¡No puede ser! —jadeó Ben, incrédulo—. No puede ser original, es excesivamente antiguo.
— Lo tenía un coleccionista privado —apuntó Selena. Ben no dejaba de mirarla para, al momento, volver a centrar su atención en Joe.
— ¿Cómo lo consiguió? —le preguntó.
Joe tardó en contestar mientras recordaba el día en que se lo dieron. Nick de Tracia y él habían sido ascendidos a la vez, después de salvar, prácticamente los dos solos, la ciudad de Temópolis de las garras de los romanos.
Había sido una batalla larga, sangrienta y brutal. Su ejército se había desperdigado, dejándolos solos a Nick y a él para defender la ciudad. Joe había esperado que Nick lo abandonara también, pero el idiota le había sonreído, sosteniendo una espada en cada mano, y le había dicho: «Es un hermoso día para morir. ¿Qué te parece si matamos unos cuantos bastardos romanos antes de pagar a Caronte?»
Nick de Tracia, un lunático total y absoluto, siempre había tenido más agallas que cerebro.
Cuando todo hubo acabado, bebieron hasta acabar debajo de las mesas. Y a la mañana siguiente, los despertaron con la noticia del ascenso.
¡Por los dioses! De todas las personas que había conocido en Macedonia, Nick era a quién más echaba de menos. Era el único que siempre le guardó las espaldas y lo defendió.
— Fue un regalo —contestó Joe a Ben.
Él echó un vistazo a la mano de Joe, con los ojos cargados de codicia.
— ¿Consideraría usted la posibilidad de venderlo? Yo estaría a dispuesto a pagar lo que pidiese.
— Nunca —contestó Joe, recordando las heridas que había recibido durante la batalla de Temópolis—. No sabe por lo que pasé para conseguirlo.
Ben meneó la cabeza.
— Ojalá alguien me hiciese alguna vez un regalo como ése. ¿Tiene la más ligera idea de lo que le darían por él?
— La última vez que lo comprobé, me ofrecieron mi peso en oro.
Ben soltó una carcajada y dio una palmada sobre la mesa de Selena.
— Muy bueno. Ése era el precio para liberar a un general capturado, ¿verdad?
— Para aquellos cobardes que no eran capaces de morir luchando, sí.
Los ojos de Ben mostraron un nuevo respeto al observar a Joe.
— ¿Sabe a quién perteneció?
Selena contestó.
— A Joe de Macedonia. ¿Has oído hablar de él en alguna ocasión, Ben?
Él se quedó con la boca abierta y los ojos como platos.
— ¿Estás hablando en serio? ¿Es que no sabes quién fue?
Selena puso una expresión extraña. Asumiendo que no lo sabía, Ben continuó hablando.
— Tesio dijo de él que iba a ser el nuevo Alejandro Magno. Joe era hijo de Diocles de Esparta, también conocido como Diocles el Carnicero. Ese hombre haría que el Marqués de Sade pareciese Ronald McDonald.
» Según los rumores, Joe nació de una relación entre Afrodita y el general, después de que Diocles salvara uno de los templos de la diosa de ser profanado. La opinión más extendida hoy en día es que su madre fue una de las sacerdotisas del templo.
— ¿De verdad? —preguntó _____.
Joe puso los ojos en blanco.
— A nadie le interesa quién pudo ser el tal Joe. Ese tipo murió hace siglos.
Ben lo ignoró y siguió alardeando de sus conocimientos.
— Los romanos lo conocían como Augusto Joseph Punitor… —miró a _____ y añadió para que ella lo entendiera: — Joe, el Ejecutor. Él y Nick de Tracia dejaron un rastro sangriento a lo largo de todo el Mediterráneo, durante la cuarta guerra macedonia contra Roma. Joe despreciaba a los romanos, y juró que vería la ciudad arrasada bajo su ejército. Él y Nick estuvieron a punto de conseguir que Roma se arrodillara ante ellos.
La mandíbula de Joe se relajó un poco.
— ¿Sabe qué le ocurrió a Nick de Tracia?
Ben dejó escapar un silbido.
— No tuvo un final agradable. Fue capturado; los romanos lo crucificaron en el año 47 a.C.
Joe retrocedió al escucharlo. Con una mirada apesadumbrada y jugueteando con el anillo, dijo:
— Ese hombre era, sin duda, uno de los mejores guerreros que jamás han existido. Amaba la lucha como ningún otro que haya conocido —movió la cabeza—. Recuerdo que una vez Nick condujo su carro hasta atravesar una barrera de escudos, rompiendo los cuellos de los soldados romanos y permitiendo que sus hombres los derrotaran con tan sólo un puñado de bajas —frunció el ceño—. No puedo creer que lo capturaran.
Ben encogió los hombros con un gesto indiferente.
— Bueno, una vez desaparecido Joe, Nick era el único general macedonio digno de dirigir un ejército; por eso los romanos fueron tras él con todo lo que tenían.
— ¿Qué le sucedió a Joe? —preguntó _____, intrigada por lo que los historiadores opinaban del tema.
Joe la miró furioso.
— Nadie lo sabe —le respondió Ben—. Es uno de los grandes misterios del mundo antiguo. Aquí tenemos a un general al que nadie puede derrotar en el campo de batalla y, de repente ¡puf! Desaparece sin dejar rastro —tamborileó con un dedo sobre la mesa de Selena—. La última vez que se le vio fue en la batalla de Conjara. En un brillante movimiento táctico, engañó a Livio, que perdió su, hasta entonces, inexpugnable posición. Fue una de las mayores derrotas en la historia del Imperio Romano.
— ¿Y a quién le importa? —se quejó Joe.
Ben ignoró la interrupción.
— Tras la batalla, se supone que Joe mandó decir a Escipión el Joven que le perseguiría, en venganza por la derrota que acababa de infligirle al ejército macedonio. Aterrorizado, Escipión abandonó su carrera militar en Macedonia y se marchó como voluntario a la Península Ibérica, para seguir luchando allí —el profesor agitó la cabeza—. Pero antes de que Joe pudiese llevar a cabo la amenaza, se desvaneció. Encontraron a toda su familia asesinada en su propio hogar. Y ahí es donde la cosa se pone interesante —miró entonces a Selena.
» Los escritos macedonios que han llegado hasta nuestros días, afirman que Livio lo hirió de muerte durante la batalla, y que en mitad de un increíble dolor, regresó cabalgando a casa para asesinar a su familia y evitar, de este modo, que su enemigo los tomara como esclavos.
» Los textos romanos aseguran que Escipión envió a varios de sus soldados, que atacaron a Joe en mitad de la noche. Supuestamente, lo mataron junto al resto de su familia, lo descuartizaron y ocultaron los pedazos de su cuerpo.
Joe resopló ante la idea.
— Escipión era un cobarde y un fanfarrón. Jamás se habría atrevido a atacarm…
— ¡Bueno! —exclamó _____, interrumpiendo a Joe antes de que se delatase—. Hace un tiempo espléndido, ¿verdad?
— Escipión no era ningún cobarde —le respondió Ben—. Nadie puede discutir sus éxitos en la Península Ibérica.
_____ vio como el odio se reflejaba en los ojos de Joe.
Pero Ben no pareció notarlo.
— Joven, el valor de ese anillo que lleva es incalculable. Me encantaría saber cómo puede conseguirse algo así. Y a ese respecto, mataría por saber qué le ocurrió a su dueño original.
_____ miró incómoda a Selena.
Joe hizo una mueca sarcástica a Ben.
— Joe de Macedonia desató la ira de los dioses y fue castigado por su arrogancia.
— Supongo que esa podría ser otra explicación —en ese momento, sonó la alarma de su reloj—. ¡Joder! Tengo que recoger a mi esposa.
Se puso en pie y le ofreció la mano a Joe.
— No nos han presentado adecuadamente. Soy Ben Lewis.
— Joe —le contestó, aceptando el saludo.
El doctor Lewis se rió. Hasta que se dio cuenta que Joe no bromeaba.
— ¿En serio?
— Me pusieron el nombre de su general macedonio, se podría decir.
Capitulo 10 Parte 2
— Ben y yo estábamos charlando sobre la Antigua Grecia —explicó Selena, dedicándole una diabólica sonrisa a Joe—. Soy de la opinión de que Afrodita era hija de Urano.
Ben puso los ojos en blanco.
— No me cansaré de decirte que, según la opinión más extendida, era hija de Zeus y Dione. ¿Cuándo vas a aceptarlo y a unirte a nosotros?
Selena lo ignoró.
— Dime, Joe, ¿quién tiene razón?
Ben recorrió a Joe de arriba abajo con una arrogante mirada. _____ sabía que lo único que veía en él era a un hombre excepcionalmente apuesto, que parecía sacado de un anuncio de automóviles.
— Joven, ¿ha leído usted alguna vez a Homero?, ¿sabe quién es?
_____ suprimió una carcajada ante la pregunta. Estaba deseando escuchar la respuesta de Joe.
Él se rió con ganas.
— He leído a Homero en profundidad. Las obras que se le atribuyen no son más que una amalgama de leyendas, fusionadas con datos reales a lo largo de los siglos, y cuyos verdaderos orígenes se han perdido en las brumas del tiempo. Muy al contrario que la Teogonía de Hesíodo, la cual escribió con la ayuda directa de Clío.
El doctor Lewis dijo algo en griego clásico.
— Es más que una simple opinión, doctor —le contestó Joe en inglés—. Es un hecho probado.
Ben volvió a mirarlo con atención, pero ____ sabía que aún no estaba muy dispuesto a creer que alguien con el aspecto de Joe pudiese darle una lección en su propio campo.
— ¿Y usted cómo lo sabe?
Joe le respondió en griego.
Por primera vez desde que conocía a aquel hombre, hacía ya más de una década, ____ le vio totalmente sorprendido.
— ¡Dios mío! —jadeó—. Habla griego como si fuese su lengua materna.
Joe miró a _____ con una sonrisa sincera; se estaba divirtiendo.
— Ya te lo dije —le dijo Selena—. Conoce a los dioses griegos mejor que cualquier otra persona.
El doctor Lewis vio entonces el anillo de Joe.
— ¿Es eso lo que creo que es? —inquirió—. ¿Un anillo de general?
Joe asintió.
— Sí.
— ¿Le importa si le echo un vistazo?
Joe se lo quitó y se lo ofreció. El doctor Lewis contuvo el aliento.
— ¿Macedonio? Creo que del siglo II AC.
— Exacto.
— Es una reproducción increíble —comentó Ben, mientras se lo devolvía.
Joe se lo puso de nuevo.
— No es una reproducción.
— ¡No puede ser! —jadeó Ben, incrédulo—. No puede ser original, es excesivamente antiguo.
— Lo tenía un coleccionista privado —apuntó Selena. Ben no dejaba de mirarla para, al momento, volver a centrar su atención en Joe.
— ¿Cómo lo consiguió? —le preguntó.
Joe tardó en contestar mientras recordaba el día en que se lo dieron. Nick de Tracia y él habían sido ascendidos a la vez, después de salvar, prácticamente los dos solos, la ciudad de Temópolis de las garras de los romanos.
Había sido una batalla larga, sangrienta y brutal. Su ejército se había desperdigado, dejándolos solos a Nick y a él para defender la ciudad. Joe había esperado que Nick lo abandonara también, pero el idiota le había sonreído, sosteniendo una espada en cada mano, y le había dicho: «Es un hermoso día para morir. ¿Qué te parece si matamos unos cuantos bastardos romanos antes de pagar a Caronte?»
Nick de Tracia, un lunático total y absoluto, siempre había tenido más agallas que cerebro.
Cuando todo hubo acabado, bebieron hasta acabar debajo de las mesas. Y a la mañana siguiente, los despertaron con la noticia del ascenso.
¡Por los dioses! De todas las personas que había conocido en Macedonia, Nick era a quién más echaba de menos. Era el único que siempre le guardó las espaldas y lo defendió.
— Fue un regalo —contestó Joe a Ben.
Él echó un vistazo a la mano de Joe, con los ojos cargados de codicia.
— ¿Consideraría usted la posibilidad de venderlo? Yo estaría a dispuesto a pagar lo que pidiese.
— Nunca —contestó Joe, recordando las heridas que había recibido durante la batalla de Temópolis—. No sabe por lo que pasé para conseguirlo.
Ben meneó la cabeza.
— Ojalá alguien me hiciese alguna vez un regalo como ése. ¿Tiene la más ligera idea de lo que le darían por él?
— La última vez que lo comprobé, me ofrecieron mi peso en oro.
Ben soltó una carcajada y dio una palmada sobre la mesa de Selena.
— Muy bueno. Ése era el precio para liberar a un general capturado, ¿verdad?
— Para aquellos cobardes que no eran capaces de morir luchando, sí.
Los ojos de Ben mostraron un nuevo respeto al observar a Joe.
— ¿Sabe a quién perteneció?
Selena contestó.
— A Joe de Macedonia. ¿Has oído hablar de él en alguna ocasión, Ben?
Él se quedó con la boca abierta y los ojos como platos.
— ¿Estás hablando en serio? ¿Es que no sabes quién fue?
Selena puso una expresión extraña. Asumiendo que no lo sabía, Ben continuó hablando.
— Tesio dijo de él que iba a ser el nuevo Alejandro Magno. Joe era hijo de Diocles de Esparta, también conocido como Diocles el Carnicero. Ese hombre haría que el Marqués de Sade pareciese Ronald McDonald.
» Según los rumores, Joe nació de una relación entre Afrodita y el general, después de que Diocles salvara uno de los templos de la diosa de ser profanado. La opinión más extendida hoy en día es que su madre fue una de las sacerdotisas del templo.
— ¿De verdad? —preguntó _____.
Joe puso los ojos en blanco.
— A nadie le interesa quién pudo ser el tal Joe. Ese tipo murió hace siglos.
Ben lo ignoró y siguió alardeando de sus conocimientos.
— Los romanos lo conocían como Augusto Joseph Punitor… —miró a _____ y añadió para que ella lo entendiera: — Joe, el Ejecutor. Él y Nick de Tracia dejaron un rastro sangriento a lo largo de todo el Mediterráneo, durante la cuarta guerra macedonia contra Roma. Joe despreciaba a los romanos, y juró que vería la ciudad arrasada bajo su ejército. Él y Nick estuvieron a punto de conseguir que Roma se arrodillara ante ellos.
La mandíbula de Joe se relajó un poco.
— ¿Sabe qué le ocurrió a Nick de Tracia?
Ben dejó escapar un silbido.
— No tuvo un final agradable. Fue capturado; los romanos lo crucificaron en el año 47 a.C.
Joe retrocedió al escucharlo. Con una mirada apesadumbrada y jugueteando con el anillo, dijo:
— Ese hombre era, sin duda, uno de los mejores guerreros que jamás han existido. Amaba la lucha como ningún otro que haya conocido —movió la cabeza—. Recuerdo que una vez Nick condujo su carro hasta atravesar una barrera de escudos, rompiendo los cuellos de los soldados romanos y permitiendo que sus hombres los derrotaran con tan sólo un puñado de bajas —frunció el ceño—. No puedo creer que lo capturaran.
Ben encogió los hombros con un gesto indiferente.
— Bueno, una vez desaparecido Joe, Nick era el único general macedonio digno de dirigir un ejército; por eso los romanos fueron tras él con todo lo que tenían.
— ¿Qué le sucedió a Joe? —preguntó _____, intrigada por lo que los historiadores opinaban del tema.
Joe la miró furioso.
— Nadie lo sabe —le respondió Ben—. Es uno de los grandes misterios del mundo antiguo. Aquí tenemos a un general al que nadie puede derrotar en el campo de batalla y, de repente ¡puf! Desaparece sin dejar rastro —tamborileó con un dedo sobre la mesa de Selena—. La última vez que se le vio fue en la batalla de Conjara. En un brillante movimiento táctico, engañó a Livio, que perdió su, hasta entonces, inexpugnable posición. Fue una de las mayores derrotas en la historia del Imperio Romano.
— ¿Y a quién le importa? —se quejó Joe.
Ben ignoró la interrupción.
— Tras la batalla, se supone que Joe mandó decir a Escipión el Joven que le perseguiría, en venganza por la derrota que acababa de infligirle al ejército macedonio. Aterrorizado, Escipión abandonó su carrera militar en Macedonia y se marchó como voluntario a la Península Ibérica, para seguir luchando allí —el profesor agitó la cabeza—. Pero antes de que Joe pudiese llevar a cabo la amenaza, se desvaneció. Encontraron a toda su familia asesinada en su propio hogar. Y ahí es donde la cosa se pone interesante —miró entonces a Selena.
» Los escritos macedonios que han llegado hasta nuestros días, afirman que Livio lo hirió de muerte durante la batalla, y que en mitad de un increíble dolor, regresó cabalgando a casa para asesinar a su familia y evitar, de este modo, que su enemigo los tomara como esclavos.
» Los textos romanos aseguran que Escipión envió a varios de sus soldados, que atacaron a Joe en mitad de la noche. Supuestamente, lo mataron junto al resto de su familia, lo descuartizaron y ocultaron los pedazos de su cuerpo.
Joe resopló ante la idea.
— Escipión era un cobarde y un fanfarrón. Jamás se habría atrevido a atacarm…
— ¡Bueno! —exclamó _____, interrumpiendo a Joe antes de que se delatase—. Hace un tiempo espléndido, ¿verdad?
— Escipión no era ningún cobarde —le respondió Ben—. Nadie puede discutir sus éxitos en la Península Ibérica.
_____ vio como el odio se reflejaba en los ojos de Joe.
Pero Ben no pareció notarlo.
— Joven, el valor de ese anillo que lleva es incalculable. Me encantaría saber cómo puede conseguirse algo así. Y a ese respecto, mataría por saber qué le ocurrió a su dueño original.
_____ miró incómoda a Selena.
Joe hizo una mueca sarcástica a Ben.
— Joe de Macedonia desató la ira de los dioses y fue castigado por su arrogancia.
— Supongo que esa podría ser otra explicación —en ese momento, sonó la alarma de su reloj—. ¡Joder! Tengo que recoger a mi esposa.
Se puso en pie y le ofreció la mano a Joe.
— No nos han presentado adecuadamente. Soy Ben Lewis.
— Joe —le contestó, aceptando el saludo.
El doctor Lewis se rió. Hasta que se dio cuenta que Joe no bromeaba.
— ¿En serio?
— Me pusieron el nombre de su general macedonio, se podría decir.
issadanger
Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
MARATON 6/7
Capitulo 10 Parte 3
— Su padre debe haber sido como el mío. Dos amantes de todo lo griego.
— En realidad, en mi caso su lealtad iba para Esparta.
Ben se rió con más ganas. Echó una mirada rápida a Selena.
— ¿Por qué no lo traes a la próxima reunión del Sócrates? Me encantaría que los chicos lo conocieran. No es muy frecuente encontrar a alguien que conoce la historia griega tan profundamente como yo.
Dicho esto, volvió a dirigirse a Joe.
— Ha sido un placer. ¡Nos vemos! —le dijo a Selena.
— Bueno —comenzó a decir Selena una vez que Ben hubo desaparecido entre el gentío—, amigo mío, has logrado lo imposible. Acabas de dejar impresionado a uno de los investigadores de la Antigua Grecia más importantes de este país.
Joe no pareció impresionarse demasiado, pero ____ sí lo hizo.
— Lanie, ¿crees que es posible que Joe pueda trabajar como profesor en la facultad una vez acabemos con la maldición? Estaba pensando que pod…
— No, _____ —la interrumpió él.
— ¿Que no qué? Vas a necesitar…
— No voy a quedarme aquí.
La mirada fría y vacía que tenía en aquel momento era la misma con la que la había mirado la noche en que lo convocaron. Y a ____ la partió en dos.
— ¿Qué quieres decir? —inquirió ella.
El desvió la mirada.
— Atenea me ha hecho una oferta para devolverme a casa. Una vez rompamos la maldición, me enviará de nuevo a Macedonia.
_____ se esforzó por seguir respirando.
— Entiendo —dijo, aunque se estaba muriendo por dentro—. Usarás mi cuerpo y después te irás. —Y siguió con un nudo en la garganta: — Al menos no tendré que pedir a Selena que me lleve a casa después.
Joe retrocedió como si lo hubiese abofeteado.
— ¿Qué quieres de mí, _____? ¿Por qué ibas a querer que me quedara aquí?
Ella no conocía la respuesta. Lo único que sabía era que no quería que se marchara. Quería que se quedara.
Pero no en contra de su voluntad.
— Te voy a decir algo —le dijo. Comenzaba a enfadarse ante la idea de que él desapareciera—; no quiero que te quedes. De hecho, se me está ocurriendo una cosa, ¿qué tal si te vas a casa de Selena por unos días? —y entonces miró a su amiga—, ¿te importaría?
Selena abría y cerraba la boca como un pez luchando por respirar. Joe alargó un brazo hacia _____.
— ______…
— No me toques —le advirtió apartando su propio brazo—. Me das asco.
— ¡_____! —exclamó Selena—. No puedo creer que tú…
— No importa —dijo Joe con voz fría y carente de emoción—. Al menos no me ha escupido a la cara con su último aliento.
Lo había herido. ______ podía verlo en sus ojos; pero ella también se sentía muy herida. Terriblemente herida.
— Hasta luego —le dijo a Selena y se marchó, dejando allí a Joe.
Selena dejó escapar el aire lentamente mientras observaba a Joe, que contemplaba cómo ___ se alejaba de ellos. Su cuerpo estaba totalmente rígido y tenía un tic en la mandíbula.
— Donde pone el ojo, pone la bala. Un golpe directo al corazón. Una herida en carne viva.
Joe la dejó clavada con una mirada francamente hostil.
— Dime, Oráculo. ¿Cuáles deberían haber sido mis palabras?
Selena barajó sus cartas.
— No lo sé —le contestó melancólicamente—. Imagino que no te habría ido tan mal si hubieses sido honesto.
Joe se frotó los ojos y se sentó en la silla, frente a Selena. No había tenido intención de herir a ____.
Y jamás podría olvidar esa mirada, mientras le escupía las horribles palabras: «No me toques. Me das asco.»
Se esforzó por seguir respirando, aguantando la agonía. Las Parcas seguían burlándose de él.
Debían tener un día aburrido en el Olimpo.
— ¿Quieres que te lea las cartas? —le preguntó Selena, devolviéndolo al presente.
— Claro, ¿por qué no? —contestó. No iba a decirle nada que no supiera ya.
— ¿Qué quieres saber?
— ¿Alguna vez…? —se detuvo antes de formular la misma pregunta que hiciera, siglos atrás, al Oráculo de Delfos— ¿…conseguiré romper la maldición? —preguntó en voz baja.
Selena barajó las cartas, y sacó tres de ella. Abrió unos ojos como platos.
Joe no necesitaba que las interpretara. Ya lo veía por sí mismo: una torre destrozada por un rayo, un corazón atravesado por tres espadas, y dos personas encadenadas y arrastradas por un demonio.
— No pasa nada —le dijo a Selena—. Jamás he pensado que pudiese salir bien.
— Eso no es lo que nos dicen las cartas —susurró—. Pero tienes toda una batalla por delante.
Joe soltó una amarga carcajada.
— Manejo bien las batallas —era el dolor que sentía en el corazón lo que iba a acabar con él.
_____ se limpió las lágrimas de la cara mientras entraba en el camino de acceso al jardín. Apretó los dientes al bajarse del coche, y cerró la puerta con un fuerte golpe.
Al infierno con Joe. Podía quedarse atrapado en el libro para toda la eternidad. Ella no era un trozo de carne a su entera disposición.
¿Cómo pod…?
Buscó en el bolsillo las llaves de la entrada.
— ¿Y cómo no iba a hacerlo? —murmuró. Sacó la llave y abrió la puerta.
La ira la consumía. Estaba siendo irrazonable, y lo sabía. Joe no tenía la culpa de que Paul hubiese sido un cerdo egoísta. Como tampoco era culpable de que ella temiese ser utilizada.
Estaba culpando a Joe por algo en lo que no había participado, pero aún así…
Sólo quería a alguien que la amara. Que alguien quisiera quedarse a su lado.
Y había esperado que al ayudar a Joe se quedara cerca y…
Cerró la puerta y meneó la cabeza. Por mucho que deseara que las cosas fuesen distintas, nada iba a cambiar, puesto que no estaba escrito que fuesen de otro modo. Había escuchado lo que Ben contó acerca de la vida de Joe. La historia que el mismo Joe contó a los niños sobre la batalla.
Recordaba el modo en que había cruzado la calle como una exhalación para salvar al niño.
Él había nacido para liderar un ejército. No pertenecía a esta época. Pertenecía a su mundo antiguo.
Era muy egoísta por su parte intentar mantenerlo a su lado, como si fuese una mascota que acabase de rescatar.
Subió las escaleras penosamente, con el corazón destrozado. Tendría que alejarse de él. Era todo lo que podía hacer. Porque, en el fondo, sabía que cuanto más supiese acerca de Joe, más cariño le cogería. Y si él no tenía intención de quedarse, acabaría muy herida.
Había subido la mitad de la escalera, cuando alguien llamó a la puerta principal. Por un instante, se le levantó el ánimo al pensar que podía ser Joe; hasta que llegó a la puerta y vio la silueta de un hombre bajito esperando en el porche.
Entreabrió la puerta y emitió un jadeo.
Era Rodney Carmichael.
Llevaba un traje marrón oscuro, con una camisa amarilla y corbata roja. Se había peinado hacia atrás el pelo corto y negro, y le dedicaba una radiante sonrisa.
— ¡Hola _____!
— Señor Carmichael —lo saludó glacialmente, aunque el corazón le latía a toda prisa. Había algo definitivamente espeluznante en este tipejo delgado—. ¿Qué está haciendo aquí?
— Pasaba por aquí y me detuve para saludar. Se me ocurrió que pod…
— Tiene que marcharse.
Él frunció el ceño.
— ¿Por qué? Sólo quiero hablar contigo.
— Porque no atiendo a mis pacientes en casa.
— Vale, pero yo no soy…
— Señor Carmichael —le dijo con brusquedad—. Tiene que marcharse. Si no lo hace, llamaré a la policía.
Sin hacer mucho caso a la ira de ____, asintió con la cabeza, demostrando tener la paciencia de un santo.
— ¡Vaya! Entonces debes estar ocupada. Puedo pasar por aquí más tarde. Yo también tengo mucho que hacer. ¿Vengo luego entonces? Podemos cenar juntos.
Totalmente muda de asombro, ____ lo miró fijamente a los ojos.
— No.
Él sonrió ante la negativa.
— Vamos, _____. No seas así. Sabes que estamos hechos el uno para el otro. Si me dejas…
— ¡Márchese!
— Muy bien; pero volveré. Tenemos mucho de qué hablar —se dio la vuelta y bajó la escaleras del porche.
Con el corazón martilleando en el pecho, ella cerró la puerta y echó el seguro.
— Voy a matarte, Luanne —dijo mientras se dirigía a la cocina. Al pasar por la salita de estar, una sombra en la ventana llamó su atención.
Era Rodney.
Aterrada, cogió el teléfono y llamó a la policía.
Tardaron casi una hora en llegar. Rodney permaneció en el jardín todo el tiempo, de ventana en ventana, observándola a través de las rendijas de las persianas. Hasta que no vio que el coche de policía subía por el camino de entrada no desapareció por el patio trasero.
_____ tomó una profunda bocanada de aire para calmar sus nervios y abrió la puerta para que pasaran los agentes.
Se quedaron el tiempo suficiente para informarle de que no podían hacer nada para mantener a Rodney alejado de ella. Lo mejor que podía hacer era conseguir una orden de alejamiento, pero puesto que era ella la que debía encargarse del tratamiento de Rodney hasta que Luanne regresara, era algo totalmente inútil.
— Lo siento —se disculpó el policía en la puerta, mientras los acompañaba—, pero no ha incumplido ninguna ley que nos permita ayudarle a librarse de él. Podría solicitar una orden de detención por allanamiento, pero a menos que tenga antecedentes no servirá de nada.
El agente, un hombre joven, la miró compasivo.
— Sé que no le va a servir de mucho consuelo, pero podemos intentar patrullar la zona con más frecuencia. Aunque el verano es una época especialmente ajetreada para nosotros. A modo personal, le aconsejo que se marche a casa de un amigo durante un tiempo.
— De acuerdo, muchas gracias —tan pronto como se marcharon, corrió por toda la casa, asegurando puertas y ventanas con los cerrojos y pestillos.
Intranquila, lanzaba miradas en torno a su propio hogar, esperando ver a Rodney entrar a través de un agujero en la pared, como si se tratara de una cucaracha.
Si tan sólo supiera realmente si el tipo era o no peligroso… Su informe del hospital psiquiátrico mencionaba un comportamiento desviado y persecutorio hacia mujeres, a las que acosaba pero jamás hería físicamente. Se limitaba a aterrorizar a sus víctimas imponiéndoles su presencia continuamente, por lo cual había sido enviado al hospital para comenzar a tratarlo.
Como psicóloga, ____ sabía que no había nada especialmente peligroso en Rodney, pero como mujer estaba asustada.
Lo último que quería era acabar como una estadística más.
No, no podía quedarse allí esperando que el tipo regresara y la encontrara sola.
Se apresuró a subir las escaleras para hacer el equipaje.
Capitulo 10 Parte 3
— Su padre debe haber sido como el mío. Dos amantes de todo lo griego.
— En realidad, en mi caso su lealtad iba para Esparta.
Ben se rió con más ganas. Echó una mirada rápida a Selena.
— ¿Por qué no lo traes a la próxima reunión del Sócrates? Me encantaría que los chicos lo conocieran. No es muy frecuente encontrar a alguien que conoce la historia griega tan profundamente como yo.
Dicho esto, volvió a dirigirse a Joe.
— Ha sido un placer. ¡Nos vemos! —le dijo a Selena.
— Bueno —comenzó a decir Selena una vez que Ben hubo desaparecido entre el gentío—, amigo mío, has logrado lo imposible. Acabas de dejar impresionado a uno de los investigadores de la Antigua Grecia más importantes de este país.
Joe no pareció impresionarse demasiado, pero ____ sí lo hizo.
— Lanie, ¿crees que es posible que Joe pueda trabajar como profesor en la facultad una vez acabemos con la maldición? Estaba pensando que pod…
— No, _____ —la interrumpió él.
— ¿Que no qué? Vas a necesitar…
— No voy a quedarme aquí.
La mirada fría y vacía que tenía en aquel momento era la misma con la que la había mirado la noche en que lo convocaron. Y a ____ la partió en dos.
— ¿Qué quieres decir? —inquirió ella.
El desvió la mirada.
— Atenea me ha hecho una oferta para devolverme a casa. Una vez rompamos la maldición, me enviará de nuevo a Macedonia.
_____ se esforzó por seguir respirando.
— Entiendo —dijo, aunque se estaba muriendo por dentro—. Usarás mi cuerpo y después te irás. —Y siguió con un nudo en la garganta: — Al menos no tendré que pedir a Selena que me lleve a casa después.
Joe retrocedió como si lo hubiese abofeteado.
— ¿Qué quieres de mí, _____? ¿Por qué ibas a querer que me quedara aquí?
Ella no conocía la respuesta. Lo único que sabía era que no quería que se marchara. Quería que se quedara.
Pero no en contra de su voluntad.
— Te voy a decir algo —le dijo. Comenzaba a enfadarse ante la idea de que él desapareciera—; no quiero que te quedes. De hecho, se me está ocurriendo una cosa, ¿qué tal si te vas a casa de Selena por unos días? —y entonces miró a su amiga—, ¿te importaría?
Selena abría y cerraba la boca como un pez luchando por respirar. Joe alargó un brazo hacia _____.
— ______…
— No me toques —le advirtió apartando su propio brazo—. Me das asco.
— ¡_____! —exclamó Selena—. No puedo creer que tú…
— No importa —dijo Joe con voz fría y carente de emoción—. Al menos no me ha escupido a la cara con su último aliento.
Lo había herido. ______ podía verlo en sus ojos; pero ella también se sentía muy herida. Terriblemente herida.
— Hasta luego —le dijo a Selena y se marchó, dejando allí a Joe.
Selena dejó escapar el aire lentamente mientras observaba a Joe, que contemplaba cómo ___ se alejaba de ellos. Su cuerpo estaba totalmente rígido y tenía un tic en la mandíbula.
— Donde pone el ojo, pone la bala. Un golpe directo al corazón. Una herida en carne viva.
Joe la dejó clavada con una mirada francamente hostil.
— Dime, Oráculo. ¿Cuáles deberían haber sido mis palabras?
Selena barajó sus cartas.
— No lo sé —le contestó melancólicamente—. Imagino que no te habría ido tan mal si hubieses sido honesto.
Joe se frotó los ojos y se sentó en la silla, frente a Selena. No había tenido intención de herir a ____.
Y jamás podría olvidar esa mirada, mientras le escupía las horribles palabras: «No me toques. Me das asco.»
Se esforzó por seguir respirando, aguantando la agonía. Las Parcas seguían burlándose de él.
Debían tener un día aburrido en el Olimpo.
— ¿Quieres que te lea las cartas? —le preguntó Selena, devolviéndolo al presente.
— Claro, ¿por qué no? —contestó. No iba a decirle nada que no supiera ya.
— ¿Qué quieres saber?
— ¿Alguna vez…? —se detuvo antes de formular la misma pregunta que hiciera, siglos atrás, al Oráculo de Delfos— ¿…conseguiré romper la maldición? —preguntó en voz baja.
Selena barajó las cartas, y sacó tres de ella. Abrió unos ojos como platos.
Joe no necesitaba que las interpretara. Ya lo veía por sí mismo: una torre destrozada por un rayo, un corazón atravesado por tres espadas, y dos personas encadenadas y arrastradas por un demonio.
— No pasa nada —le dijo a Selena—. Jamás he pensado que pudiese salir bien.
— Eso no es lo que nos dicen las cartas —susurró—. Pero tienes toda una batalla por delante.
Joe soltó una amarga carcajada.
— Manejo bien las batallas —era el dolor que sentía en el corazón lo que iba a acabar con él.
_____ se limpió las lágrimas de la cara mientras entraba en el camino de acceso al jardín. Apretó los dientes al bajarse del coche, y cerró la puerta con un fuerte golpe.
Al infierno con Joe. Podía quedarse atrapado en el libro para toda la eternidad. Ella no era un trozo de carne a su entera disposición.
¿Cómo pod…?
Buscó en el bolsillo las llaves de la entrada.
— ¿Y cómo no iba a hacerlo? —murmuró. Sacó la llave y abrió la puerta.
La ira la consumía. Estaba siendo irrazonable, y lo sabía. Joe no tenía la culpa de que Paul hubiese sido un cerdo egoísta. Como tampoco era culpable de que ella temiese ser utilizada.
Estaba culpando a Joe por algo en lo que no había participado, pero aún así…
Sólo quería a alguien que la amara. Que alguien quisiera quedarse a su lado.
Y había esperado que al ayudar a Joe se quedara cerca y…
Cerró la puerta y meneó la cabeza. Por mucho que deseara que las cosas fuesen distintas, nada iba a cambiar, puesto que no estaba escrito que fuesen de otro modo. Había escuchado lo que Ben contó acerca de la vida de Joe. La historia que el mismo Joe contó a los niños sobre la batalla.
Recordaba el modo en que había cruzado la calle como una exhalación para salvar al niño.
Él había nacido para liderar un ejército. No pertenecía a esta época. Pertenecía a su mundo antiguo.
Era muy egoísta por su parte intentar mantenerlo a su lado, como si fuese una mascota que acabase de rescatar.
Subió las escaleras penosamente, con el corazón destrozado. Tendría que alejarse de él. Era todo lo que podía hacer. Porque, en el fondo, sabía que cuanto más supiese acerca de Joe, más cariño le cogería. Y si él no tenía intención de quedarse, acabaría muy herida.
Había subido la mitad de la escalera, cuando alguien llamó a la puerta principal. Por un instante, se le levantó el ánimo al pensar que podía ser Joe; hasta que llegó a la puerta y vio la silueta de un hombre bajito esperando en el porche.
Entreabrió la puerta y emitió un jadeo.
Era Rodney Carmichael.
Llevaba un traje marrón oscuro, con una camisa amarilla y corbata roja. Se había peinado hacia atrás el pelo corto y negro, y le dedicaba una radiante sonrisa.
— ¡Hola _____!
— Señor Carmichael —lo saludó glacialmente, aunque el corazón le latía a toda prisa. Había algo definitivamente espeluznante en este tipejo delgado—. ¿Qué está haciendo aquí?
— Pasaba por aquí y me detuve para saludar. Se me ocurrió que pod…
— Tiene que marcharse.
Él frunció el ceño.
— ¿Por qué? Sólo quiero hablar contigo.
— Porque no atiendo a mis pacientes en casa.
— Vale, pero yo no soy…
— Señor Carmichael —le dijo con brusquedad—. Tiene que marcharse. Si no lo hace, llamaré a la policía.
Sin hacer mucho caso a la ira de ____, asintió con la cabeza, demostrando tener la paciencia de un santo.
— ¡Vaya! Entonces debes estar ocupada. Puedo pasar por aquí más tarde. Yo también tengo mucho que hacer. ¿Vengo luego entonces? Podemos cenar juntos.
Totalmente muda de asombro, ____ lo miró fijamente a los ojos.
— No.
Él sonrió ante la negativa.
— Vamos, _____. No seas así. Sabes que estamos hechos el uno para el otro. Si me dejas…
— ¡Márchese!
— Muy bien; pero volveré. Tenemos mucho de qué hablar —se dio la vuelta y bajó la escaleras del porche.
Con el corazón martilleando en el pecho, ella cerró la puerta y echó el seguro.
— Voy a matarte, Luanne —dijo mientras se dirigía a la cocina. Al pasar por la salita de estar, una sombra en la ventana llamó su atención.
Era Rodney.
Aterrada, cogió el teléfono y llamó a la policía.
Tardaron casi una hora en llegar. Rodney permaneció en el jardín todo el tiempo, de ventana en ventana, observándola a través de las rendijas de las persianas. Hasta que no vio que el coche de policía subía por el camino de entrada no desapareció por el patio trasero.
_____ tomó una profunda bocanada de aire para calmar sus nervios y abrió la puerta para que pasaran los agentes.
Se quedaron el tiempo suficiente para informarle de que no podían hacer nada para mantener a Rodney alejado de ella. Lo mejor que podía hacer era conseguir una orden de alejamiento, pero puesto que era ella la que debía encargarse del tratamiento de Rodney hasta que Luanne regresara, era algo totalmente inútil.
— Lo siento —se disculpó el policía en la puerta, mientras los acompañaba—, pero no ha incumplido ninguna ley que nos permita ayudarle a librarse de él. Podría solicitar una orden de detención por allanamiento, pero a menos que tenga antecedentes no servirá de nada.
El agente, un hombre joven, la miró compasivo.
— Sé que no le va a servir de mucho consuelo, pero podemos intentar patrullar la zona con más frecuencia. Aunque el verano es una época especialmente ajetreada para nosotros. A modo personal, le aconsejo que se marche a casa de un amigo durante un tiempo.
— De acuerdo, muchas gracias —tan pronto como se marcharon, corrió por toda la casa, asegurando puertas y ventanas con los cerrojos y pestillos.
Intranquila, lanzaba miradas en torno a su propio hogar, esperando ver a Rodney entrar a través de un agujero en la pared, como si se tratara de una cucaracha.
Si tan sólo supiera realmente si el tipo era o no peligroso… Su informe del hospital psiquiátrico mencionaba un comportamiento desviado y persecutorio hacia mujeres, a las que acosaba pero jamás hería físicamente. Se limitaba a aterrorizar a sus víctimas imponiéndoles su presencia continuamente, por lo cual había sido enviado al hospital para comenzar a tratarlo.
Como psicóloga, ____ sabía que no había nada especialmente peligroso en Rodney, pero como mujer estaba asustada.
Lo último que quería era acabar como una estadística más.
No, no podía quedarse allí esperando que el tipo regresara y la encontrara sola.
Se apresuró a subir las escaleras para hacer el equipaje.
issadanger
Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
MARATON 7/7
Capítulo 11
Selena observaba cómo Joe se paseaba nervioso, por delante de su puesto, mientras hacía una tirada para un turista. ¡Dios santo!, podría pasarse todo el día observándolo caminar. Ese modo de andar hacía saltar los ojos de las órbitas, y a ella le entraban unos deseos terribles de salir corriendo a casa, agarrar a Bill y hacerle unas cuantas cosas pecaminosas.
Una y otra vez, las mujeres se acercaban a él, pero Joe no tardaba en quitárselas de en medio. Era ciertamente divertido ver a todas esas chicas pavoneándose a su alrededor mientras él permanecía ajeno a sus estratagemas. Nunca le había parecido posible que un hombre actuara así.
Pero claro, hasta ella podía llegar a aborrecer el chocolate si se daba un atracón.
Y por el modo en que las mujeres respondían a la presencia de Joe, dedujo que él ya había sufrido más de un dolor de tripa causado por un empacho. La verdad es que parecía muy preocupado.
Y Selena se sentía fatal por lo que les había hecho a ambos, a él y a ____. Su idea parecía bastante sencilla en un principio. Si hubiese reflexionado un poco más…
¿Pero cómo iba a saber quién era Joe? Claro, que su nombre podía haber hecho sonar algún timbre en su mente; de todos modos, su especialidad era la Edad de Bronce griega que, hasta para la época de Joe, era la Prehistoria.
Y tampoco había creído que el tipo del libro fuese realmente humano. Pensaba que era alguna clase de genio o criatura mágica, sin pasado ni sentimientos.
¡Señor!, cuando metía la pata lo hacía hasta el fondo.
Meneando la cabeza, observó cómo Joe rechazaba otra oferta, esta vez procedente de una atractiva pelirroja. El hombre era un verdadero imán de estrógenos.
Acabó la lectura.
Joe esperó unos minutos y se acercó a la mesa.
— Llévame con ____.
No era una petición, no. Estaba segura de que era el mismo tono de voz que empleaba para dirigir a su ejército en mitad de una batalla.
— Dijo que…
— No me importa lo que dijese. Necesito verla.
Selena envolvió la baraja en el pañuelo negro de seda. ¿Qué demonios? Tampoco es que necesitara que su mejor amiga volviera a hablarle.
— Vas directo a tu funeral.
— Ojalá —dijo en voz tan baja que ella no pudo estar segura de haber escuchado correctamente.
La ayudó a recoger sus trastos para meterlos en el carrito, y llevarlo todo hasta la pequeña caseta que tenía alquilada para guardarlo.
Sin pérdida de tiempo, llegaron a casa de ____.
Aparcaron en el camino del jardín justo cuando ____ estaba guardando sus maletas.
— ¡Hola, _____! —saludó Selena—. ¿Dónde vas?
Ella miró furiosa a Joe.
— Me marcho por unos días.
— ¿Dónde? —le preguntó su amiga.
______ no contestó.
Joe salió del coche y se acercó a ella. Iba a arreglar las cosas, costase lo que costase.
_____ arrojó una bolsa al maletero y se alejó de Joe.
Él la cogió por un brazo.
— No has contestado a la pregunta.
Ella se zafó de su mano.
— ¿Y qué vas a hacer, pegarme si no lo hago? —le dijo, mirándolo con los ojos entrecerrados.
Joe se encogió ante el evidente rencor.
— ¿Y te extrañas de que quiera marcharme? —Entonces se dio cuenta. A ____ le estaba costando horrores contener las lágrimas. Tenía los ojos húmedos y brillantes. La culpa lo asaltó—. Lo siento, ____ —murmuró mientras cubría su mejilla con la mano—. No pretendía hacerte daño.
_____ observó la batalla que mantenían el arrepentimiento y el deseo en el rostro de Joe. Su caricia era tan tierna y tan suave… Por un instante, estuvo a punto de creer que, en realidad, él se preocupaba por ella.
— Yo también lo siento —susurró—. Ya sé que no tienes la culpa.
Él soltó una brusca y amarga carcajada.
— En realidad, todo lo que sucede es culpa mía.
— ¡Eh! ¿Me puedo fiar de vosotros? —preguntó Selena.
Joe miró a _____ con ardiente intensidad, atrapando su mirada y haciéndola temblar.
— ¿Quieres que me vaya? —le preguntó.
No, no quería. Ésa era la base de todo el problema. Que no quería que volviera a abandonarla. Jamás.
_____ cogió las manos de Joe entre las suyas y las apartó de su rostro.
— Todo está solucionado, Selena.
— En ese caso, me voy a casa. Nos vemos.
____ apenas si fue consciente de que su amiga ponía en marcha el coche y se alejaba. Toda su atención estaba puesta en Joe.
— ¿Ahora me vas a decir dónde vas? —le preguntó.
Por primera vez, desde que la policía se marchó, _____ sintió que podía respirar. Con la presencia de Joe, el miedo se desvaneció como la niebla bajo el sol.
Se sentía segura.
— ¿Recuerdas lo que te conté sobre Rodney Carmichael?
Él asintió.
— Estuvo aquí hace un rato. Él… él me inquieta.
La expresión gélida y severa que adoptó el rostro de Joe la dejó atónita.
— ¿Dónde está ahora?
— No lo sé. Se esfumó al llegar la policía. Por eso me marchaba. Iba a quedarme en un hotel.
— ¿Todavía quieres marcharte?
_____ negó con la cabeza. Con él allí, se sentía completamente a salvo.
— Cogeré tu bolsa —le dijo. La sacó y cerró el maletero.
_____ se encaminó hacia la casa.
Pasaron el resto del día en una apacible soledad. Al llegar la noche, se tumbaron delante del sofá, reclinados sobre los cojines.
____ apoyó la cabeza en el duro vientre de Joe mientras acaba de leerle Peter Pan y hacía todo lo posible para no distraerse con el maravilloso olor que desprendía su cuerpo. Y con lo maravillosamente bien que estaba, apoyada sobre sus abdominales.
Tenía que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no darse la vuelta y explorar los firmes músculos de su torso con la boca.
Joe le acariciaba lentamente el pelo mientras la observaba. Señor, sus manos hacían que le ardiera la piel. Le hacían desear arrancarle la ropa y saborear cada centímetro de su cuerpo.
— Fin —dijo ella, cerrando el libro.
La abrasadora mirada de Joe le quitó el aliento.
Se estiró y arqueó levemente la espalda, apoyándose con más fuerza sobre él.
— ¿Quieres que te lea algo más?
— Sí, por favor. Tu voz me relaja.
Ella lo miró fijamente por un instante y, después, sonrió. No recordaba que ningún otro cumplido hubiese significado tanto para ella como aquél.
— Tengo la mayoría de los libros en mi habitación —le dijo mientras se ponía en pie—. Vamos, te enseñaré mi tesoro escondido y encontraremos algo que nos guste.
La siguió escaleras arriba.
_____ notó que Joe observaba la cama con deseo y después la miraba a ella.
Fingió no darse cuenta y abrió la puerta del enorme vestidor. Encendió la luz y pasó una mano con cariño por las estanterías que su padre había colocado tantos años atrás.
Su padre y su mejor amigo se lo habían pasado en grande mientras colocaban las estanterías. Los dos eran profesores, y tenían la habitación hecha un desastre. Su padre acabó con dos uñas negras antes de que todo estuviese terminado. Su madre no había dejado de reírse y de llamar a su marido «carpintero profesional», pero a él no parecía importarle. La expresión de orgullo en su rostro cuando todo estuvo terminado, y los libros de Grace colocados en las estanterías, quedó impresa para siempre en el corazón de su hija.
Cómo adoraba esa estancia. Aquí era donde realmente sentía el amor de sus padres. Aquí se refugiaba y huía de los problemas y sufrimientos que la perseguían.
Cada libro guardado allí era un recuerdo especial, y todos ellos formaban parte de su mundo. Miró a su izquierda y vio Shanna, con la que había comenzado su afición a la novela romántica. The Wolfling, la había introducido en la ciencia ficción. Y su adorado Bimbos del Sol Muerto, su primera novela de misterio.
También estaban allí las viejas novelas de sus padres, y las tres copias de los libros de texto que su padre había escrito antes de que ella naciera.
Éste era su santuario y Joe era, sin contar a sus padres, la primera persona que ponía un pie en él.
— Llevas tiempo coleccionando libros —comentó él mientras echaba un vistazo a las estanterías.
Ella asintió.
— Fueron mis mejores amigos mientras crecía. Creo que el amor por la lectura es el mejor regalo que mis padres me han dado —alzó el libro de Peter Pan—. Éste era de mi padre, de cuando era niño. Es mi posesión más preciada.
Lo devolvió a una de las estanterías y cogió un ejemplar de Belleza Negra.
— Mi madre me leía éste una y otra vez.
Hizo un pequeño recorrido, mostrándole sus libros.
— Rebeldes —susurró con adoración—. Era mi libro favorito en el instituto. ¡Ah!, junto con éste, ¿Puedes demandar a tus padres por abuso de autoridad?
Joe se rió.
— Ya veo que significan mucho para ti. Se te ilumina el rostro cuando hablas de ellos.
Algo en su mirada le dijo a _____ que él estaba pensando en otro modo de hacer que se iluminara…
Tragando saliva ante la idea, se dio la vuelta y rebuscó en la estantería de la derecha, donde guardaba los clásicos, mientras Joe seguía mirando los de la izquierda.
— ¿Qué te parece éste? —le preguntó él, con una de sus novelas románticas en la mano.
_____ soltó una risita nerviosa al ver a la pareja que se abrazaba medio desnuda en la portada.
— ¡Señor!, me parece que no.
Él miró la portada y alzó una ceja.
— Vale —dijo ____ quitándole el libro de la mano—. Has descubierto mi más profundo secreto. Soy una adicta a las novelas románticas, pero lo último que necesitas es que te lea una apasionada escena de amor en voz alta. Muchísimas gracias, pero no.
Capítulo 11
Selena observaba cómo Joe se paseaba nervioso, por delante de su puesto, mientras hacía una tirada para un turista. ¡Dios santo!, podría pasarse todo el día observándolo caminar. Ese modo de andar hacía saltar los ojos de las órbitas, y a ella le entraban unos deseos terribles de salir corriendo a casa, agarrar a Bill y hacerle unas cuantas cosas pecaminosas.
Una y otra vez, las mujeres se acercaban a él, pero Joe no tardaba en quitárselas de en medio. Era ciertamente divertido ver a todas esas chicas pavoneándose a su alrededor mientras él permanecía ajeno a sus estratagemas. Nunca le había parecido posible que un hombre actuara así.
Pero claro, hasta ella podía llegar a aborrecer el chocolate si se daba un atracón.
Y por el modo en que las mujeres respondían a la presencia de Joe, dedujo que él ya había sufrido más de un dolor de tripa causado por un empacho. La verdad es que parecía muy preocupado.
Y Selena se sentía fatal por lo que les había hecho a ambos, a él y a ____. Su idea parecía bastante sencilla en un principio. Si hubiese reflexionado un poco más…
¿Pero cómo iba a saber quién era Joe? Claro, que su nombre podía haber hecho sonar algún timbre en su mente; de todos modos, su especialidad era la Edad de Bronce griega que, hasta para la época de Joe, era la Prehistoria.
Y tampoco había creído que el tipo del libro fuese realmente humano. Pensaba que era alguna clase de genio o criatura mágica, sin pasado ni sentimientos.
¡Señor!, cuando metía la pata lo hacía hasta el fondo.
Meneando la cabeza, observó cómo Joe rechazaba otra oferta, esta vez procedente de una atractiva pelirroja. El hombre era un verdadero imán de estrógenos.
Acabó la lectura.
Joe esperó unos minutos y se acercó a la mesa.
— Llévame con ____.
No era una petición, no. Estaba segura de que era el mismo tono de voz que empleaba para dirigir a su ejército en mitad de una batalla.
— Dijo que…
— No me importa lo que dijese. Necesito verla.
Selena envolvió la baraja en el pañuelo negro de seda. ¿Qué demonios? Tampoco es que necesitara que su mejor amiga volviera a hablarle.
— Vas directo a tu funeral.
— Ojalá —dijo en voz tan baja que ella no pudo estar segura de haber escuchado correctamente.
La ayudó a recoger sus trastos para meterlos en el carrito, y llevarlo todo hasta la pequeña caseta que tenía alquilada para guardarlo.
Sin pérdida de tiempo, llegaron a casa de ____.
Aparcaron en el camino del jardín justo cuando ____ estaba guardando sus maletas.
— ¡Hola, _____! —saludó Selena—. ¿Dónde vas?
Ella miró furiosa a Joe.
— Me marcho por unos días.
— ¿Dónde? —le preguntó su amiga.
______ no contestó.
Joe salió del coche y se acercó a ella. Iba a arreglar las cosas, costase lo que costase.
_____ arrojó una bolsa al maletero y se alejó de Joe.
Él la cogió por un brazo.
— No has contestado a la pregunta.
Ella se zafó de su mano.
— ¿Y qué vas a hacer, pegarme si no lo hago? —le dijo, mirándolo con los ojos entrecerrados.
Joe se encogió ante el evidente rencor.
— ¿Y te extrañas de que quiera marcharme? —Entonces se dio cuenta. A ____ le estaba costando horrores contener las lágrimas. Tenía los ojos húmedos y brillantes. La culpa lo asaltó—. Lo siento, ____ —murmuró mientras cubría su mejilla con la mano—. No pretendía hacerte daño.
_____ observó la batalla que mantenían el arrepentimiento y el deseo en el rostro de Joe. Su caricia era tan tierna y tan suave… Por un instante, estuvo a punto de creer que, en realidad, él se preocupaba por ella.
— Yo también lo siento —susurró—. Ya sé que no tienes la culpa.
Él soltó una brusca y amarga carcajada.
— En realidad, todo lo que sucede es culpa mía.
— ¡Eh! ¿Me puedo fiar de vosotros? —preguntó Selena.
Joe miró a _____ con ardiente intensidad, atrapando su mirada y haciéndola temblar.
— ¿Quieres que me vaya? —le preguntó.
No, no quería. Ésa era la base de todo el problema. Que no quería que volviera a abandonarla. Jamás.
_____ cogió las manos de Joe entre las suyas y las apartó de su rostro.
— Todo está solucionado, Selena.
— En ese caso, me voy a casa. Nos vemos.
____ apenas si fue consciente de que su amiga ponía en marcha el coche y se alejaba. Toda su atención estaba puesta en Joe.
— ¿Ahora me vas a decir dónde vas? —le preguntó.
Por primera vez, desde que la policía se marchó, _____ sintió que podía respirar. Con la presencia de Joe, el miedo se desvaneció como la niebla bajo el sol.
Se sentía segura.
— ¿Recuerdas lo que te conté sobre Rodney Carmichael?
Él asintió.
— Estuvo aquí hace un rato. Él… él me inquieta.
La expresión gélida y severa que adoptó el rostro de Joe la dejó atónita.
— ¿Dónde está ahora?
— No lo sé. Se esfumó al llegar la policía. Por eso me marchaba. Iba a quedarme en un hotel.
— ¿Todavía quieres marcharte?
_____ negó con la cabeza. Con él allí, se sentía completamente a salvo.
— Cogeré tu bolsa —le dijo. La sacó y cerró el maletero.
_____ se encaminó hacia la casa.
Pasaron el resto del día en una apacible soledad. Al llegar la noche, se tumbaron delante del sofá, reclinados sobre los cojines.
____ apoyó la cabeza en el duro vientre de Joe mientras acaba de leerle Peter Pan y hacía todo lo posible para no distraerse con el maravilloso olor que desprendía su cuerpo. Y con lo maravillosamente bien que estaba, apoyada sobre sus abdominales.
Tenía que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no darse la vuelta y explorar los firmes músculos de su torso con la boca.
Joe le acariciaba lentamente el pelo mientras la observaba. Señor, sus manos hacían que le ardiera la piel. Le hacían desear arrancarle la ropa y saborear cada centímetro de su cuerpo.
— Fin —dijo ella, cerrando el libro.
La abrasadora mirada de Joe le quitó el aliento.
Se estiró y arqueó levemente la espalda, apoyándose con más fuerza sobre él.
— ¿Quieres que te lea algo más?
— Sí, por favor. Tu voz me relaja.
Ella lo miró fijamente por un instante y, después, sonrió. No recordaba que ningún otro cumplido hubiese significado tanto para ella como aquél.
— Tengo la mayoría de los libros en mi habitación —le dijo mientras se ponía en pie—. Vamos, te enseñaré mi tesoro escondido y encontraremos algo que nos guste.
La siguió escaleras arriba.
_____ notó que Joe observaba la cama con deseo y después la miraba a ella.
Fingió no darse cuenta y abrió la puerta del enorme vestidor. Encendió la luz y pasó una mano con cariño por las estanterías que su padre había colocado tantos años atrás.
Su padre y su mejor amigo se lo habían pasado en grande mientras colocaban las estanterías. Los dos eran profesores, y tenían la habitación hecha un desastre. Su padre acabó con dos uñas negras antes de que todo estuviese terminado. Su madre no había dejado de reírse y de llamar a su marido «carpintero profesional», pero a él no parecía importarle. La expresión de orgullo en su rostro cuando todo estuvo terminado, y los libros de Grace colocados en las estanterías, quedó impresa para siempre en el corazón de su hija.
Cómo adoraba esa estancia. Aquí era donde realmente sentía el amor de sus padres. Aquí se refugiaba y huía de los problemas y sufrimientos que la perseguían.
Cada libro guardado allí era un recuerdo especial, y todos ellos formaban parte de su mundo. Miró a su izquierda y vio Shanna, con la que había comenzado su afición a la novela romántica. The Wolfling, la había introducido en la ciencia ficción. Y su adorado Bimbos del Sol Muerto, su primera novela de misterio.
También estaban allí las viejas novelas de sus padres, y las tres copias de los libros de texto que su padre había escrito antes de que ella naciera.
Éste era su santuario y Joe era, sin contar a sus padres, la primera persona que ponía un pie en él.
— Llevas tiempo coleccionando libros —comentó él mientras echaba un vistazo a las estanterías.
Ella asintió.
— Fueron mis mejores amigos mientras crecía. Creo que el amor por la lectura es el mejor regalo que mis padres me han dado —alzó el libro de Peter Pan—. Éste era de mi padre, de cuando era niño. Es mi posesión más preciada.
Lo devolvió a una de las estanterías y cogió un ejemplar de Belleza Negra.
— Mi madre me leía éste una y otra vez.
Hizo un pequeño recorrido, mostrándole sus libros.
— Rebeldes —susurró con adoración—. Era mi libro favorito en el instituto. ¡Ah!, junto con éste, ¿Puedes demandar a tus padres por abuso de autoridad?
Joe se rió.
— Ya veo que significan mucho para ti. Se te ilumina el rostro cuando hablas de ellos.
Algo en su mirada le dijo a _____ que él estaba pensando en otro modo de hacer que se iluminara…
Tragando saliva ante la idea, se dio la vuelta y rebuscó en la estantería de la derecha, donde guardaba los clásicos, mientras Joe seguía mirando los de la izquierda.
— ¿Qué te parece éste? —le preguntó él, con una de sus novelas románticas en la mano.
_____ soltó una risita nerviosa al ver a la pareja que se abrazaba medio desnuda en la portada.
— ¡Señor!, me parece que no.
Él miró la portada y alzó una ceja.
— Vale —dijo ____ quitándole el libro de la mano—. Has descubierto mi más profundo secreto. Soy una adicta a las novelas románticas, pero lo último que necesitas es que te lea una apasionada escena de amor en voz alta. Muchísimas gracias, pero no.
issadanger
Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
BNO NIÑAS HAY LES DEJE SU MARATON ESPERO QUE LO DISFRUTEN Y COMENTEN MUCHOOOOOOOOO JIJI LAS QUIEROOOO AA Y BIENVENIDAS A LAS NUEVAS LECTORAS :P
issadanger
Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
me encanto el maraton
puedes subir otrooo si?? por favor? estoy obsesionada
puedes subir otrooo si?? por favor? estoy obsesionada
JB&1D2
Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
Aaaaaaaahh este hombre como a sufrido!!!!!!... El destino ha sido muy cruel con el!!!!... Esperemos que si se quede con ______!!!!... Y guau se habla de el en los libros!!!!!!!!... Jajajajajajajajaj me encanto esa parte!!*..... Porfaa pon maaaasssss
chelis
Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
deberia estar haciendo la tarea, pero comentare para que suba cap
JB&1D2
Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
AME..... tienes que seguirla lo mas pronto posibleeeeeeee..... mujer....!!! estoy mas que OBSESIONADA con la NOVE.....
pobre de JOE... :( espero que todo salga bien
pobre de JOE... :( espero que todo salga bien
@ntonella
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