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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
Chicas ya que estàn allì, se pasan por mi nove??? porfitas? :ilusion:
shantirosse
Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
:corre: siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip :corre:
JB&1D2
Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
pobre de JOE :( sufrio muchooo...
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa........ sigueeeeelaaaaa
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa........ sigueeeeelaaaaa
@ntonella
Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
MARATON 1/7
Capitulo 9 Parte 4
Abandonó el porche y caminó hacia ellos. Bobby era el mayor de los niños, con nueve años; después venía Tommy, con ocho y Katie que acababa de cumplir seis. Sus padres se habían mudado al vecindario hacía ya diez años, recién casados y, aunque tenían una buena relación, jamás habían pasado de ser más que amigables vecinos.
— Entonces, ¿qué ocurrió? —preguntó Bobby, cuando llegó el turno de Joe.
— Bueno, el ejército estaba atrapado —continuó Joe, moviendo una de las piedras con un palo—, traicionado por uno de los suyos: un joven hoplita que había vendido a sus compañeros porque quería convertirse en centurión romano.
— Eran los mejores —le interrumpió Bobby.
Joe hizo una mueca burlona.
— No eran nada comparados con los espartanos.
— ¡Arriba Esparta! —gritó Tommy—. Así anima nuestra mascota del colegio.
Bobby le dio un empujón a su hermano, y lo golpeó en la cabeza.
— Estás interrumpiendo la historia.
— No debes golpear a tu hermano jamás —le dio Joe con brusquedad pero, aún así, con cierta ternura—. Se supone que los hermanos deben protegerse, no hacerse daño.
La ironía de sus palabras le encogió el corazón. Era una pena que nadie hubiese enseñado a sus hermanos esa lección.
— Lo siento —se disculpó Bobby—. ¿Qué pasó después?
Antes de que Joe pudiese contestarle, el bebé se cayó y desparramó los palitos y las piedras. Los chicos comenzaron a gritarle, pero Joe los tranquilizó mientras levantaba a Allison y la ponía de nuevo en pie.
Acarició levemente la nariz de la pequeña y la hizo reír. Después regresó al juego.
Mientras le llegaba el turno a Bobby para mover la piedra, Joe retomó la historia donde la había dejado.
— El general macedonio observó las colinas que lo rodeaban; estaban encerrados. Los romanos los habían acorralado. No había modo de flanquearlos, ni de retroceder.
— ¿Se rindieron? —preguntó Bobby.
— Nunca —contestó Joe con convicción—. La muerte antes que el deshonor.
Hizo una pausa mientras las palabras reverberaban en su cabeza. Era la inscripción que adornaba su escudo. Como general, había vivido honrando ese lema.
Como esclavo, hacía mucho que lo había olvidado.
Los chicos se acercaron un poco más.
— ¿Murieron? —preguntó Katie.
— Algunos sí —respondió Joe, intentando alejar los recuerdos que afluían a su mente. Recuerdos de un hombre que, una vez, fue el dueño de su propio destino—. Pero no antes de hacer huir a los romanos.
— ¿Cómo? —preguntaron los niños, ansiosos.
Esta vez, Joe cogió al bebé antes de que volviese a interrumpirlos.
— A ver —comenzó Joe mientras le daba a Allison su pelota roja. La niña se sentó sobre la rodilla que tenía doblada, y él la sujetó pasándole una mano por la cintura—. Mientras cabalgaban hacia ellos, el general macedonio sorprendió a los romanos, que esperaban que él reuniese a sus hombres en posición de falange, lo cual les hubiese convertido en una presa fácil para los arqueros y la caballería. En lugar de hacer lo previsible, el general ordenó a sus hombres que se dispersaran y apuntaran con las lanzas a los caballos, para romper las líneas de la caballería romana.
— ¿Y funcionó? —preguntó Tommy.
Incluso ____ estaba interesada en la historia. Joe asintió.
— Los romanos no se esperaban ese movimiento táctico en un ejército entrenado. Completamente desprevenidas, las tropas romanas se dispersaron.
— ¿Y el general macedonio?
— Soltó un poderoso grito de guerra mientras cabalgaba en su caballo Mania, atravesando el campo hasta llegar a la colina donde los generales romanos se estaban replegando. Ellos se dieron la vuelta para enfrentarlo, pero no fue muy inteligente por su parte. Con la furia que sentía en el corazón, debida a la traición que había sufrido, cargó sobre ellos y sólo dejó a un superviviente.
— ¿Por qué? —preguntó Bobby.
— Quería que entregase un mensaje.
— ¿Cuál? —inquirió Tommy.
Joe sonrió ante las ávidas preguntas.
— El general hizo jirones el estandarte romano y después usó un trozo para ayudar al romano a vendarse las heridas. Con una sonrisa letal, miró fijamente al hombre y le dijo: «Roma delenda est», Roma está destruida. Y, entonces, envió al general romano de vuelta a su casa, encadenado, para que entregara el mensaje al Senado Romano.
— ¡Guau! —exclamó Bobby, impresionado—. Ojalá fueses mi profesor de historia en el colegio. Así aprobaría la asignatura seguro.
Joe alborotó el cabello negro del niño.
— Si te hace sentir mejor, a mí no me interesaba nada el tema a tu edad. Lo único que quería era hacer travesuras.
— ¡Hola, señorita ______! —la saludó Tommy cuando por fin se dio cuenta de su presencia—. ¿Ha escuchado la historia del señor Joe? Dice que los romanos eran tipos malos.
Joe miró a _____, que estaba a unos metros de distancia, y ella le sonrió.
— Estoy segura de que él lo sabe.
— ¿Puede arreglar mi muñeca? —le pidió Katie, ofreciéndosela.
Joe soltó a Allison y cogió la muñeca. Le puso el brazo en su sitio y se la devolvió.
— Gracias —le dijo Katie mientras se arrojaba a su cuello y le daba un fuerte abrazo.
El anhelo que reflejó el rostro de Joe hizo que a ______ le diera un pinchazo el corazón. Sabía que en ese momento, él estaba viendo la cara de su propia hija al mirar a Katie.
— De nada, pequeña —le contestó con voz ronca, alejándose de ella.
— ¿Katie, Tommy, Bobby? ¿Qué estáis haciendo ahí?
_____ alzó la mirada mientras Emily rodeaba la casa.
— No estaréis molestando a la señorita ______, ¿verdad?
— No, para nada —le respondió ______. Emily no pareció escucharla porque siguió regañando a los niños.
— ¿Y qué está haciendo Allison aquí? Se suponía que debía estar en el patio trasero.
— ¡Oye mamá! —gritó Bobby acercándose a ella a la carrera—. ¿Sabes jugar a Parcelon? El señor Joe nos ha enseñado.
_____ se rió a carcajadas mientras los cinco regresaban al jardín delantero, con Bobby hablando sin parar. Joe tenía los ojos cerrados y parecía estar saboreando el sonido de las voces infantiles.
— Eres todo un cuenta cuentos —le dijo _____ cuando se le acercó.
— No creas.
— En serio —le contestó ella con énfasis—. ¿Sabes? Me has hecho pensar. Bobby tiene razón, serías un maestro estupendo.
Joe le sonrió satisfecho.
— De general a maestro. ¿Por qué no cambiarme el nombre al de Catón el Viejo e insultarme mientras estás en clase?
Ella se rió.
— No estás tan ofendido como quieres hacerme creer.
— ¿Y cómo lo sabes?
— Por la expresión de tu rostro, y por la luz que hay en tus ojos —le cogió el brazo y lo llevó de vuelta al porche—. Deberías pensar seriamente en esa posibilidad. Selena consiguió su licenciatura en Tulane y conoce a mucha gente allí. ¿Quién mejor para enseñar Historia Antigua que alguien que la conoció de primera mano?
No le contestó. En lugar de eso, ______ notó cómo movía los pies, descalzos, sobre la tierra.
— ¿Qué estás haciendo? —le preguntó.
— Disfrutando de la sensación de la hierba —respondió él con un susurro—. Las hojas me hacen coquillas en los dedos.
Ella sonrió ante lo infantil de su actitud.
— ¿Para eso saliste?
Él asintió.
— Me encanta sentir el sol en la cara.
______ sabía, en el fondo de su corazón, que había podido disfrutarlo en contadas ocasiones.
— Vamos, prepararemos unos cuencos de cereales y comeremos en el porche.
Ella subió en primer lugar los cinco escalones que llevaban hasta el porche, y le dejó sentado en su mecedora de mimbre para encargarse del desayuno.
Cuando regresó, Joe tenía la cabeza apoyada en el respaldo y los ojos cerrados; su expresión era serena.
Como no quería molestarlo, retrocedió.
— ¿Sabes que todo mi cuerpo percibe tu presencia? Todos mis sentidos son conscientes de tu proximidad —le confesó mientras abría los ojos y la miraba con un deseo abrasador.
— No lo sabía —dijo ella nerviosa, ofreciéndole el cuenco. Él lo cogió, pero no volvió a hablar del tema. Comenzó a comer en silencio.
Absorbiendo el calor del sol, Joe escuchaba la suave brisa y se recreaba con la presencia cercana y relajante de ______.
Se había despertado al amanecer para contemplar, a través de las ventanas, la salida del sol. Y había pasado una hora disfrutando del contacto del cuerpo de ______.
Ella lo tentaba de un modo que jamás había experimentado. Por un solo minuto se permitió barajar la posibilidad de permanecer en esta época.
¿Y después qué?
Sólo tenía una «habilidad» que podía serle útil en este mundo moderno, y no era el tipo de hombre que pudiese vivir alegremente de la caridad de una mujer.
No después de…
Apretó los dientes mientras los recuerdos lo abrasaban.
A los catorce años, había cambiado su virginidad por un cuenco de gachas de avena frías y una taza de leche agria. Incluso ahora, con todo el tiempo que había transcurrido, podía sentir las manos de la mujer tocándole el cuerpo, quitándole la ropa, agarrándose febrilmente a él mientras le enseñaba cómo darle placer.
« ¡Ooooh!» Canturreó la mujer «Eres muy guapo, ¿verdad? Si alguna vez quieres más gachas, sólo tienes que venir a verme cuando mi marido no esté en casa»
Se sintió tan sucio después… tan usado.
Durante los años siguientes, durmió en más ocasiones entre las sombras de los portales que en una cama acogedora, porque no le apetecía volver a pagar ese precio por una comida y un poco de comodidad.
Y si fuese de nuevo libre, no querría…
Cerró los ojos con fuerza. No se veía en este mundo. Era demasiado diferente. Demasiado extraño.
Capitulo 9 Parte 4
Abandonó el porche y caminó hacia ellos. Bobby era el mayor de los niños, con nueve años; después venía Tommy, con ocho y Katie que acababa de cumplir seis. Sus padres se habían mudado al vecindario hacía ya diez años, recién casados y, aunque tenían una buena relación, jamás habían pasado de ser más que amigables vecinos.
— Entonces, ¿qué ocurrió? —preguntó Bobby, cuando llegó el turno de Joe.
— Bueno, el ejército estaba atrapado —continuó Joe, moviendo una de las piedras con un palo—, traicionado por uno de los suyos: un joven hoplita que había vendido a sus compañeros porque quería convertirse en centurión romano.
— Eran los mejores —le interrumpió Bobby.
Joe hizo una mueca burlona.
— No eran nada comparados con los espartanos.
— ¡Arriba Esparta! —gritó Tommy—. Así anima nuestra mascota del colegio.
Bobby le dio un empujón a su hermano, y lo golpeó en la cabeza.
— Estás interrumpiendo la historia.
— No debes golpear a tu hermano jamás —le dio Joe con brusquedad pero, aún así, con cierta ternura—. Se supone que los hermanos deben protegerse, no hacerse daño.
La ironía de sus palabras le encogió el corazón. Era una pena que nadie hubiese enseñado a sus hermanos esa lección.
— Lo siento —se disculpó Bobby—. ¿Qué pasó después?
Antes de que Joe pudiese contestarle, el bebé se cayó y desparramó los palitos y las piedras. Los chicos comenzaron a gritarle, pero Joe los tranquilizó mientras levantaba a Allison y la ponía de nuevo en pie.
Acarició levemente la nariz de la pequeña y la hizo reír. Después regresó al juego.
Mientras le llegaba el turno a Bobby para mover la piedra, Joe retomó la historia donde la había dejado.
— El general macedonio observó las colinas que lo rodeaban; estaban encerrados. Los romanos los habían acorralado. No había modo de flanquearlos, ni de retroceder.
— ¿Se rindieron? —preguntó Bobby.
— Nunca —contestó Joe con convicción—. La muerte antes que el deshonor.
Hizo una pausa mientras las palabras reverberaban en su cabeza. Era la inscripción que adornaba su escudo. Como general, había vivido honrando ese lema.
Como esclavo, hacía mucho que lo había olvidado.
Los chicos se acercaron un poco más.
— ¿Murieron? —preguntó Katie.
— Algunos sí —respondió Joe, intentando alejar los recuerdos que afluían a su mente. Recuerdos de un hombre que, una vez, fue el dueño de su propio destino—. Pero no antes de hacer huir a los romanos.
— ¿Cómo? —preguntaron los niños, ansiosos.
Esta vez, Joe cogió al bebé antes de que volviese a interrumpirlos.
— A ver —comenzó Joe mientras le daba a Allison su pelota roja. La niña se sentó sobre la rodilla que tenía doblada, y él la sujetó pasándole una mano por la cintura—. Mientras cabalgaban hacia ellos, el general macedonio sorprendió a los romanos, que esperaban que él reuniese a sus hombres en posición de falange, lo cual les hubiese convertido en una presa fácil para los arqueros y la caballería. En lugar de hacer lo previsible, el general ordenó a sus hombres que se dispersaran y apuntaran con las lanzas a los caballos, para romper las líneas de la caballería romana.
— ¿Y funcionó? —preguntó Tommy.
Incluso ____ estaba interesada en la historia. Joe asintió.
— Los romanos no se esperaban ese movimiento táctico en un ejército entrenado. Completamente desprevenidas, las tropas romanas se dispersaron.
— ¿Y el general macedonio?
— Soltó un poderoso grito de guerra mientras cabalgaba en su caballo Mania, atravesando el campo hasta llegar a la colina donde los generales romanos se estaban replegando. Ellos se dieron la vuelta para enfrentarlo, pero no fue muy inteligente por su parte. Con la furia que sentía en el corazón, debida a la traición que había sufrido, cargó sobre ellos y sólo dejó a un superviviente.
— ¿Por qué? —preguntó Bobby.
— Quería que entregase un mensaje.
— ¿Cuál? —inquirió Tommy.
Joe sonrió ante las ávidas preguntas.
— El general hizo jirones el estandarte romano y después usó un trozo para ayudar al romano a vendarse las heridas. Con una sonrisa letal, miró fijamente al hombre y le dijo: «Roma delenda est», Roma está destruida. Y, entonces, envió al general romano de vuelta a su casa, encadenado, para que entregara el mensaje al Senado Romano.
— ¡Guau! —exclamó Bobby, impresionado—. Ojalá fueses mi profesor de historia en el colegio. Así aprobaría la asignatura seguro.
Joe alborotó el cabello negro del niño.
— Si te hace sentir mejor, a mí no me interesaba nada el tema a tu edad. Lo único que quería era hacer travesuras.
— ¡Hola, señorita ______! —la saludó Tommy cuando por fin se dio cuenta de su presencia—. ¿Ha escuchado la historia del señor Joe? Dice que los romanos eran tipos malos.
Joe miró a _____, que estaba a unos metros de distancia, y ella le sonrió.
— Estoy segura de que él lo sabe.
— ¿Puede arreglar mi muñeca? —le pidió Katie, ofreciéndosela.
Joe soltó a Allison y cogió la muñeca. Le puso el brazo en su sitio y se la devolvió.
— Gracias —le dijo Katie mientras se arrojaba a su cuello y le daba un fuerte abrazo.
El anhelo que reflejó el rostro de Joe hizo que a ______ le diera un pinchazo el corazón. Sabía que en ese momento, él estaba viendo la cara de su propia hija al mirar a Katie.
— De nada, pequeña —le contestó con voz ronca, alejándose de ella.
— ¿Katie, Tommy, Bobby? ¿Qué estáis haciendo ahí?
_____ alzó la mirada mientras Emily rodeaba la casa.
— No estaréis molestando a la señorita ______, ¿verdad?
— No, para nada —le respondió ______. Emily no pareció escucharla porque siguió regañando a los niños.
— ¿Y qué está haciendo Allison aquí? Se suponía que debía estar en el patio trasero.
— ¡Oye mamá! —gritó Bobby acercándose a ella a la carrera—. ¿Sabes jugar a Parcelon? El señor Joe nos ha enseñado.
_____ se rió a carcajadas mientras los cinco regresaban al jardín delantero, con Bobby hablando sin parar. Joe tenía los ojos cerrados y parecía estar saboreando el sonido de las voces infantiles.
— Eres todo un cuenta cuentos —le dijo _____ cuando se le acercó.
— No creas.
— En serio —le contestó ella con énfasis—. ¿Sabes? Me has hecho pensar. Bobby tiene razón, serías un maestro estupendo.
Joe le sonrió satisfecho.
— De general a maestro. ¿Por qué no cambiarme el nombre al de Catón el Viejo e insultarme mientras estás en clase?
Ella se rió.
— No estás tan ofendido como quieres hacerme creer.
— ¿Y cómo lo sabes?
— Por la expresión de tu rostro, y por la luz que hay en tus ojos —le cogió el brazo y lo llevó de vuelta al porche—. Deberías pensar seriamente en esa posibilidad. Selena consiguió su licenciatura en Tulane y conoce a mucha gente allí. ¿Quién mejor para enseñar Historia Antigua que alguien que la conoció de primera mano?
No le contestó. En lugar de eso, ______ notó cómo movía los pies, descalzos, sobre la tierra.
— ¿Qué estás haciendo? —le preguntó.
— Disfrutando de la sensación de la hierba —respondió él con un susurro—. Las hojas me hacen coquillas en los dedos.
Ella sonrió ante lo infantil de su actitud.
— ¿Para eso saliste?
Él asintió.
— Me encanta sentir el sol en la cara.
______ sabía, en el fondo de su corazón, que había podido disfrutarlo en contadas ocasiones.
— Vamos, prepararemos unos cuencos de cereales y comeremos en el porche.
Ella subió en primer lugar los cinco escalones que llevaban hasta el porche, y le dejó sentado en su mecedora de mimbre para encargarse del desayuno.
Cuando regresó, Joe tenía la cabeza apoyada en el respaldo y los ojos cerrados; su expresión era serena.
Como no quería molestarlo, retrocedió.
— ¿Sabes que todo mi cuerpo percibe tu presencia? Todos mis sentidos son conscientes de tu proximidad —le confesó mientras abría los ojos y la miraba con un deseo abrasador.
— No lo sabía —dijo ella nerviosa, ofreciéndole el cuenco. Él lo cogió, pero no volvió a hablar del tema. Comenzó a comer en silencio.
Absorbiendo el calor del sol, Joe escuchaba la suave brisa y se recreaba con la presencia cercana y relajante de ______.
Se había despertado al amanecer para contemplar, a través de las ventanas, la salida del sol. Y había pasado una hora disfrutando del contacto del cuerpo de ______.
Ella lo tentaba de un modo que jamás había experimentado. Por un solo minuto se permitió barajar la posibilidad de permanecer en esta época.
¿Y después qué?
Sólo tenía una «habilidad» que podía serle útil en este mundo moderno, y no era el tipo de hombre que pudiese vivir alegremente de la caridad de una mujer.
No después de…
Apretó los dientes mientras los recuerdos lo abrasaban.
A los catorce años, había cambiado su virginidad por un cuenco de gachas de avena frías y una taza de leche agria. Incluso ahora, con todo el tiempo que había transcurrido, podía sentir las manos de la mujer tocándole el cuerpo, quitándole la ropa, agarrándose febrilmente a él mientras le enseñaba cómo darle placer.
« ¡Ooooh!» Canturreó la mujer «Eres muy guapo, ¿verdad? Si alguna vez quieres más gachas, sólo tienes que venir a verme cuando mi marido no esté en casa»
Se sintió tan sucio después… tan usado.
Durante los años siguientes, durmió en más ocasiones entre las sombras de los portales que en una cama acogedora, porque no le apetecía volver a pagar ese precio por una comida y un poco de comodidad.
Y si fuese de nuevo libre, no querría…
Cerró los ojos con fuerza. No se veía en este mundo. Era demasiado diferente. Demasiado extraño.
issadanger
Re: Un amante de Ensueño (Joe y tu) TERMINADA
MARATON 2/7
Capitulo 9 Parte 5
— ¿Ya has acabado?
Alzó los ojos y vio a _____ de pie junto a él, con la mano extendida esperando el cuenco.
— Sí, gracias —le contestó mientras se lo daba.
— Voy a darme una ducha rápida. Volveré en unos minutos.
La contempló mientras se marchaba; sus ojos se demoraron en las piernas desnudas. Todavía podía sentir el sabor de su piel en los labios. Y el dulce aroma de su cuerpo.
_____ lo obsesionaba. No se trataba de los efectos de la maldición. Había algo más. Algo que jamás había experimentado antes.
Por primera vez, después de dos mil años, volvía a sentirse como un hombre; y ese sentimiento venía acompañado de un anhelo tan profundo que le partía en dos el corazón.
La deseaba. En cuerpo y alma.
Y quería su amor.
La idea lo asustó.
Pero era cierto. No había vuelto a experimentar ese profundo y doloroso deseo de sentir un tierno abrazo desde que era pequeño. Necesitaba que alguien le dijera que lo amaba, y que lo hiciese de corazón, no por el efecto de un hechizo.
Echando la cabeza hacia atrás, soltó una maldición. ¿Cuándo iba a aprender?
Había nacido para sufrir. El Oráculo de Delfos se lo había dicho.
«Sufrirás como ningún hombre ha sufrido jamás»
«¿Pero me amará alguien?»
«No en esta vida.»
Y se alejó de allí totalmente hundido por la profecía. Qué poco había imaginado entonces el sufrimiento que le aguardaba.
«Es el hijo de la Diosa del Amor, y ni siquiera ella soporta estar cerca de él.»
La verdad hizo que se encogiera de dolor. ____ jamás lo amaría. Nadie lo haría. Su destino no era que lo liberaran de su sufrimiento. Peor aún, su destino tenía una trágica tendencia a derramar la sangre de todos los que se acercaban a él.
El dolor le desgarraba el pecho mientras pensaba en la posibilidad de que algo le sucediese a _____.
No podría permitirlo. Tenía que protegerla a toda costa. Aunque eso significara perder su libertad.
Con esa idea en mente, fue en su busca.
_____ se estaba quitando el jabón de los ojos. Al abrirlos, se sobresaltó cuando vio que Joe la observaba a través de la abertura de las cortinas de la ducha.
— ¡Me has dado un susto de muerte! —exclamó.
— Lo siento.
Él permaneció al lado de la bañera de patas, tamaño extra grande, vestido sólo con los boxers y apoyado sobre la pared, con la misma pose que tenía en el libro: los anchos hombros echados hacia atrás y los brazos relajados a ambos lados del cuerpo.
_____ se humedeció los labios al contemplar los esculturales músculos de su pecho y de su torso. Espontáneamente, su mirada descendió hasta los boxers rojos y amarillos.
Bueno, decir que ningún hombre estaría bien con ellos había sido un error. Porque Joe estaba fenomenal. En realidad, no había palabras que describiesen con exactitud lo buenísimo que estaba con ellos.
Y aquella sonrisa traviesa, medio burlona, que esgrimía en esos momentos, derretiría el corazón de la más frígida de las mujeres. Ese hombre la ponía muy, muy caliente.
Nerviosa, _____ cayó en la cuenta de que estaba completamente desnuda delante de él.
— ¿Necesitas algo? —le preguntó mientras se cubría los pechos con la manopla.
Para su consternación, él se quitó los boxers y se metió en la bañera con ella.
El cerebro de _____ se convirtió en papilla, abrumada por la poderosa y masculina presencia de Joe. Esa increíble sonrisa llena de hoyuelos curvaba sus labios, y hacía que el corazón se le acelerara y que comenzara a temblar.
— Sólo quería verte —dijo en voz baja y tierna—. ¿Tienes idea de lo que me haces cuando te pasas las manos por los pechos desnudos?
Apreciando el tamaño de su erección, _____ tenía una idea bastante aproximada.
— Joe…
— ¿Mmm?
Olvidó lo que iba a decir cuando él acercó la cabeza hasta su cuello. Se estremeció por completo al sentir que su lengua le abrasaba la piel.
Gimió por la sobrecarga sensorial que suponían las caricias de las manos de Joe, unidas a la sensación del agua caliente de la ducha. Apenas si fue consciente de que él le quitaba la manopla que aún cubría sus pechos, y se llevaba uno de ellos a la boca.
Siseó de placer al sentir la lengua de Joe girar alrededor del endurecido pezón, rozándolo levemente y haciéndola arder.
La ayudó a sentarse en la bañera y la echó hacia atrás, apoyándola en el respaldo. El contraste de la fría porcelana en la espalda y del cálido cuerpo de Joe por delante, mientras el agua caía sobre ellos, la excitó de un modo que jamás hubiese creído posible.
Nunca antes había apreciado el enorme tamaño de la antigua bañera pero, en ese momento, no la cambiaría por nada del mundo.
— Tócame, _____ —le dijo con voz ronca, cogiéndole la mano y acercándosela hasta su hinchado miembro—. Quiero sentir tus manos sobre mí.
Joe se estremeció cuando ella acarició la dureza aterciopelada de su pene.
Cerró los ojos mientras las sensaciones lo abrumaban. Las caricias de _____ no se limitaban al plano físico, las percibía también a un nivel indefinible. Increíble.
Quería más de ella. Lo quería todo de ella.
— Me encanta sentir tus manos sobre mi piel —balbució mientras ella lo tomaba entre sus manos. ¡Por los dioses! La deseaba tanto que le dolía todo el cuerpo. Cómo deseaba que, tan sólo una vez, ella le hiciese el amor a él.
Que le hiciese el amor con el corazón.
El dolor volvió a desgarrarlo. No importaba cuántas veces tuviera relaciones sexuales, el resultado siempre era el mismo. Siempre acababa herido. Si no se trataba de su cuerpo, era en lo profundo de su alma.
«Ninguna mujer decente te querrá a la luz del día.»
Era verdad, y lo sabía.
_____ percibió su tensión.
— ¿Te he hecho daño? —preguntó mientras alejaba la mano.
Él negó con la cabeza y le colocó las manos a ambos lados del cuello para besarla profundamente. Súbitamente el beso cambió, intensificándose, como si estuviese intentado probar algo ante los dos.
Deslizó la mano por el brazo de _____, hasta capturar la suya y enlazar los dedos. Después, movió las manos unidas y la acarició entre las piernas.
____ gimió mientras él la tocaba con las manos entrelazadas. Era lo más erótico que había experimentado jamás.
Temblaba de pies a cabeza mientras él aumentaba el ritmo de las caricias. Cuando introdujo los dedos de ambos en su interior, ____ gritó de placer.
— Eso es —le murmuró al oído—. Siéntenos a los dos unidos.
Sin aliento, _____ se agarró al hombro de Joe con la mano libre y el cuerpo en llamas. ¡Dios, era un amante increíble!
De pronto, él retiró las manos y le alzó una de las piernas para pasársela por la cintura.
_____ le dejó hacer, hasta que se dio cuenta de sus intenciones. Estaba preparándose para penetrarla.
— ¡No! —jadeó mientras lo empujaba—. Joe, no puedes.
Sus ojos llameaban de necesidad y deseo.
— Sólo quiero esto de ti, _____. Déjame poseerte.
Ella estuvo a punto de ceder.
Pero entonces, algo extraño le sucedió a sus ojos. Un velo oscuro cayó sobre ellos, y las pupilas se le dilataron por completo.
Se quedó inmóvil. Respiraba entre jadeos y cerró los ojos como si estuviese luchando con un enemigo invisible.
Lanzando una maldición, se alejó de ella.
— ¡Corre! —gritó.
____ no lo dudó.
Salió como pudo de debajo de él, agarró la toalla y corrió hacia la puerta. Pero no pudo abandonarlo.
Se detuvo en la entrada y miró hacia atrás. Vio cómo Joe se agachaba hasta quedar apoyado en las manos y las rodillas, y se agitaba como si lo estuviesen torturando.
Lo escuchó golpear la bañera con el puño cerrado mientras gruñía de dolor.
El corazón de _____ martilleaba frenético al verlo luchar. Si supiese qué podía hacer…
Finalmente, cayó exhausto a la bañera.
Aterrorizada, y sin poder dejar de temblar, _____ entró en el cuarto de baño de nuevo y dio tres cautelosos pasos hacia la bañera, preparada para salir corriendo si él intentaba agarrarla.
Estaba tendido de costado, con los ojos cerrados. Respiraba con dificultad y parecía débil y agotado mientras el agua caía sobre él, aplastando los mechones dorados sobre su rostro.
Cerró el grifo.
Joe no se movió.
— ¿Joe?
Abrió los ojos.
— ¿Te he asustado?
— Un poco —le contestó con franqueza.
Él respiró hondo, entrecortadamente, y se sentó despacio. No la miró. Tenía los ojos clavados en algo que estaba a su espalda, por encima de su hombro.
— No voy a ser capaz de luchar contra eso —dijo, tras una larga pausa. Entonces la miró—. Nos estamos engañando, ______. Déjame poseerte mientras estoy calmado.
— ¿Eso es lo que quieres de verdad?
Joe apretó los dientes al escuchar su pregunta. No, no era lo que quería. Pero lo que deseaba estaba más allá de su alcance.
Quería cosas que los dioses no habían dispuesto para él. Cosas que ni siquiera se atrevía a nombrar, porque el simple hecho de pronunciarlas hacía su ausencia aún más insoportable.
— Me gustaría poder morirme.
_____ retrocedió ante la sincera respuesta. Cómo deseaba poder consolarlo. Alejar su sufrimiento.
— Lo sé —le dijo, con la voz ronca por las lágrimas que no se atrevía a derramar. Le pasó los brazos alrededor de los fuertes y esbeltos hombros, y lo abrazó con fuerza.
Para su sorpresa, Joe apoyó la mejilla sobre la suya. Ninguno de los dos pronunció una palabra mientras se abrazaban. Finalmente, él se apartó.
Capitulo 9 Parte 5
— ¿Ya has acabado?
Alzó los ojos y vio a _____ de pie junto a él, con la mano extendida esperando el cuenco.
— Sí, gracias —le contestó mientras se lo daba.
— Voy a darme una ducha rápida. Volveré en unos minutos.
La contempló mientras se marchaba; sus ojos se demoraron en las piernas desnudas. Todavía podía sentir el sabor de su piel en los labios. Y el dulce aroma de su cuerpo.
_____ lo obsesionaba. No se trataba de los efectos de la maldición. Había algo más. Algo que jamás había experimentado antes.
Por primera vez, después de dos mil años, volvía a sentirse como un hombre; y ese sentimiento venía acompañado de un anhelo tan profundo que le partía en dos el corazón.
La deseaba. En cuerpo y alma.
Y quería su amor.
La idea lo asustó.
Pero era cierto. No había vuelto a experimentar ese profundo y doloroso deseo de sentir un tierno abrazo desde que era pequeño. Necesitaba que alguien le dijera que lo amaba, y que lo hiciese de corazón, no por el efecto de un hechizo.
Echando la cabeza hacia atrás, soltó una maldición. ¿Cuándo iba a aprender?
Había nacido para sufrir. El Oráculo de Delfos se lo había dicho.
«Sufrirás como ningún hombre ha sufrido jamás»
«¿Pero me amará alguien?»
«No en esta vida.»
Y se alejó de allí totalmente hundido por la profecía. Qué poco había imaginado entonces el sufrimiento que le aguardaba.
«Es el hijo de la Diosa del Amor, y ni siquiera ella soporta estar cerca de él.»
La verdad hizo que se encogiera de dolor. ____ jamás lo amaría. Nadie lo haría. Su destino no era que lo liberaran de su sufrimiento. Peor aún, su destino tenía una trágica tendencia a derramar la sangre de todos los que se acercaban a él.
El dolor le desgarraba el pecho mientras pensaba en la posibilidad de que algo le sucediese a _____.
No podría permitirlo. Tenía que protegerla a toda costa. Aunque eso significara perder su libertad.
Con esa idea en mente, fue en su busca.
_____ se estaba quitando el jabón de los ojos. Al abrirlos, se sobresaltó cuando vio que Joe la observaba a través de la abertura de las cortinas de la ducha.
— ¡Me has dado un susto de muerte! —exclamó.
— Lo siento.
Él permaneció al lado de la bañera de patas, tamaño extra grande, vestido sólo con los boxers y apoyado sobre la pared, con la misma pose que tenía en el libro: los anchos hombros echados hacia atrás y los brazos relajados a ambos lados del cuerpo.
_____ se humedeció los labios al contemplar los esculturales músculos de su pecho y de su torso. Espontáneamente, su mirada descendió hasta los boxers rojos y amarillos.
Bueno, decir que ningún hombre estaría bien con ellos había sido un error. Porque Joe estaba fenomenal. En realidad, no había palabras que describiesen con exactitud lo buenísimo que estaba con ellos.
Y aquella sonrisa traviesa, medio burlona, que esgrimía en esos momentos, derretiría el corazón de la más frígida de las mujeres. Ese hombre la ponía muy, muy caliente.
Nerviosa, _____ cayó en la cuenta de que estaba completamente desnuda delante de él.
— ¿Necesitas algo? —le preguntó mientras se cubría los pechos con la manopla.
Para su consternación, él se quitó los boxers y se metió en la bañera con ella.
El cerebro de _____ se convirtió en papilla, abrumada por la poderosa y masculina presencia de Joe. Esa increíble sonrisa llena de hoyuelos curvaba sus labios, y hacía que el corazón se le acelerara y que comenzara a temblar.
— Sólo quería verte —dijo en voz baja y tierna—. ¿Tienes idea de lo que me haces cuando te pasas las manos por los pechos desnudos?
Apreciando el tamaño de su erección, _____ tenía una idea bastante aproximada.
— Joe…
— ¿Mmm?
Olvidó lo que iba a decir cuando él acercó la cabeza hasta su cuello. Se estremeció por completo al sentir que su lengua le abrasaba la piel.
Gimió por la sobrecarga sensorial que suponían las caricias de las manos de Joe, unidas a la sensación del agua caliente de la ducha. Apenas si fue consciente de que él le quitaba la manopla que aún cubría sus pechos, y se llevaba uno de ellos a la boca.
Siseó de placer al sentir la lengua de Joe girar alrededor del endurecido pezón, rozándolo levemente y haciéndola arder.
La ayudó a sentarse en la bañera y la echó hacia atrás, apoyándola en el respaldo. El contraste de la fría porcelana en la espalda y del cálido cuerpo de Joe por delante, mientras el agua caía sobre ellos, la excitó de un modo que jamás hubiese creído posible.
Nunca antes había apreciado el enorme tamaño de la antigua bañera pero, en ese momento, no la cambiaría por nada del mundo.
— Tócame, _____ —le dijo con voz ronca, cogiéndole la mano y acercándosela hasta su hinchado miembro—. Quiero sentir tus manos sobre mí.
Joe se estremeció cuando ella acarició la dureza aterciopelada de su pene.
Cerró los ojos mientras las sensaciones lo abrumaban. Las caricias de _____ no se limitaban al plano físico, las percibía también a un nivel indefinible. Increíble.
Quería más de ella. Lo quería todo de ella.
— Me encanta sentir tus manos sobre mi piel —balbució mientras ella lo tomaba entre sus manos. ¡Por los dioses! La deseaba tanto que le dolía todo el cuerpo. Cómo deseaba que, tan sólo una vez, ella le hiciese el amor a él.
Que le hiciese el amor con el corazón.
El dolor volvió a desgarrarlo. No importaba cuántas veces tuviera relaciones sexuales, el resultado siempre era el mismo. Siempre acababa herido. Si no se trataba de su cuerpo, era en lo profundo de su alma.
«Ninguna mujer decente te querrá a la luz del día.»
Era verdad, y lo sabía.
_____ percibió su tensión.
— ¿Te he hecho daño? —preguntó mientras alejaba la mano.
Él negó con la cabeza y le colocó las manos a ambos lados del cuello para besarla profundamente. Súbitamente el beso cambió, intensificándose, como si estuviese intentado probar algo ante los dos.
Deslizó la mano por el brazo de _____, hasta capturar la suya y enlazar los dedos. Después, movió las manos unidas y la acarició entre las piernas.
____ gimió mientras él la tocaba con las manos entrelazadas. Era lo más erótico que había experimentado jamás.
Temblaba de pies a cabeza mientras él aumentaba el ritmo de las caricias. Cuando introdujo los dedos de ambos en su interior, ____ gritó de placer.
— Eso es —le murmuró al oído—. Siéntenos a los dos unidos.
Sin aliento, _____ se agarró al hombro de Joe con la mano libre y el cuerpo en llamas. ¡Dios, era un amante increíble!
De pronto, él retiró las manos y le alzó una de las piernas para pasársela por la cintura.
_____ le dejó hacer, hasta que se dio cuenta de sus intenciones. Estaba preparándose para penetrarla.
— ¡No! —jadeó mientras lo empujaba—. Joe, no puedes.
Sus ojos llameaban de necesidad y deseo.
— Sólo quiero esto de ti, _____. Déjame poseerte.
Ella estuvo a punto de ceder.
Pero entonces, algo extraño le sucedió a sus ojos. Un velo oscuro cayó sobre ellos, y las pupilas se le dilataron por completo.
Se quedó inmóvil. Respiraba entre jadeos y cerró los ojos como si estuviese luchando con un enemigo invisible.
Lanzando una maldición, se alejó de ella.
— ¡Corre! —gritó.
____ no lo dudó.
Salió como pudo de debajo de él, agarró la toalla y corrió hacia la puerta. Pero no pudo abandonarlo.
Se detuvo en la entrada y miró hacia atrás. Vio cómo Joe se agachaba hasta quedar apoyado en las manos y las rodillas, y se agitaba como si lo estuviesen torturando.
Lo escuchó golpear la bañera con el puño cerrado mientras gruñía de dolor.
El corazón de _____ martilleaba frenético al verlo luchar. Si supiese qué podía hacer…
Finalmente, cayó exhausto a la bañera.
Aterrorizada, y sin poder dejar de temblar, _____ entró en el cuarto de baño de nuevo y dio tres cautelosos pasos hacia la bañera, preparada para salir corriendo si él intentaba agarrarla.
Estaba tendido de costado, con los ojos cerrados. Respiraba con dificultad y parecía débil y agotado mientras el agua caía sobre él, aplastando los mechones dorados sobre su rostro.
Cerró el grifo.
Joe no se movió.
— ¿Joe?
Abrió los ojos.
— ¿Te he asustado?
— Un poco —le contestó con franqueza.
Él respiró hondo, entrecortadamente, y se sentó despacio. No la miró. Tenía los ojos clavados en algo que estaba a su espalda, por encima de su hombro.
— No voy a ser capaz de luchar contra eso —dijo, tras una larga pausa. Entonces la miró—. Nos estamos engañando, ______. Déjame poseerte mientras estoy calmado.
— ¿Eso es lo que quieres de verdad?
Joe apretó los dientes al escuchar su pregunta. No, no era lo que quería. Pero lo que deseaba estaba más allá de su alcance.
Quería cosas que los dioses no habían dispuesto para él. Cosas que ni siquiera se atrevía a nombrar, porque el simple hecho de pronunciarlas hacía su ausencia aún más insoportable.
— Me gustaría poder morirme.
_____ retrocedió ante la sincera respuesta. Cómo deseaba poder consolarlo. Alejar su sufrimiento.
— Lo sé —le dijo, con la voz ronca por las lágrimas que no se atrevía a derramar. Le pasó los brazos alrededor de los fuertes y esbeltos hombros, y lo abrazó con fuerza.
Para su sorpresa, Joe apoyó la mejilla sobre la suya. Ninguno de los dos pronunció una palabra mientras se abrazaban. Finalmente, él se apartó.
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