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UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
Con un suspiro de satisfacción, ella se acurrucó más cerca de su pecho y volvió a dormirse. Él exhaló cuidadosamente. Estaba determinado a permanecer despierto. No quería perderse ni un suspiro que ella emitiese, no quería dejar de percibir la calidez de su estilizado cuerpo reposando sobre el de él, suave y tranquilo, refugiado en el sueño.
Él nunca soñaba; era víctima de pesadillas. Lo que menos deseaba hacerle pasar a _______ era despertar a causa de un grito escalofriante y encontrar un cuerpo bañado en sudor que temblaba junto a ella con la mirada extraviada y la garganta seca. Una de sus amantes lo había acusado una vez de haberla despertado bruscamente, con mirada desaforada y sosteniendo una daga contra su cuello. Había sido una de las raras veces que se había permitido dormitar después del sexo. Nunca había vuelto a repetir ese error.
Un leño crepitó en la chimenea. Ella volvió a girarse al tiempo que murmuraba palabras ininteligibles. Repentinamente ella se incorporó y quedó con la mirada perdida. Él dudó si debía persuadirla a volver a dormir o debería dejarla hacer, por miedo a despertarla por completo. Ella giró la cabeza hacia las ventanas descubiertas.
—Ha dejado de llover —dijo al tiempo que inconscientemente extendía los brazos sobre la cabeza y dejaba caer la manta hasta el regazo—. ¿Qué hora es?
Él se sentó junto a ella, extasiado por la visión del torso desnudo de ella recortándose contra la luz de la luna. Sus enredados rizos brillaban contra su esbelta espalda; sus senos perfectos sobresalían por encima de su vientre plano como peras maduras. Del estado de semiexcitación permanente, pasó a una erección completa.
—Son las tres en punto —murmuró él. La tentación lo poseyó. Estiró la mano y le rozó un pecho con la yema de los dedos, después recorrió el contorno del oscuro pezón, totalmente absorto.
Ella echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos lánguidamente y entreabrió los rosados labios al suspirar, y trató de dominarse para no saltar sobre ella como un animal salvaje.
Dominando su lujuria, le acarició con el dorso de la mano la nívea piel del cuello hasta llegar a su pecho, absorbiendo la visión de su perfil, aquellos pulposos labios tentadores, la pequeña nariz respingona, la tersa frente; y sus antiguos miedos volvieron a aflorar. ¿Qué sucedería si lo abandonaba? No contar con _______, ni con la capacidad de apartarse de ella, le provocó una sensación gélida y temblorosa en el fondo de su ser. A menudo se preguntaba qué habría sido de su vida si su padre no hubiese amado a su madre hasta la locura. La historia que le había contado a _______ acerca de la muerte de sus padres era la versión oficial, la que Phipps había urdido después de que el abogado de su padre hubiera colmado las manos de los sirvientes con dinero para asegurar su silencio. Él se había topado con la verdad años más tarde con la muerte del anterior mayordomo. El repugnante viejo sodomita había dejado el dinero del soborno en una caja en su lecho de muerte, con una nota dirigida al joven conde detallando la verdadera y tórrida versión de la aventura y declarando que no podía pasar a mejor vida con la conciencia tranquila sin haber dicho la verdad sobre la tragedia.
Aquél era un día que no olvidaría. Estaba empacando para ir a Cambridge, ya era casi un hombre. No cabía duda de por qué había elegido el oscuro camino del libertinaje. Aquel día había decidido no erigir su vida según el ejemplo de su estimable aunque desafortunado padre. Y aun así, allí estaba. En retrospectiva, quizás su padre estaba mejor muerto, en lugar de vivir como un demente, atrapado en su infierno secreto, que era lo que le aguardaba a Joe si su diosa del amor, de la calidez y de la luz, lo abandonaba a su suerte.
—Es muy tarde. Debo irme.
Le envolvió el cuello con la mano y la atrajo hacia él.
—Quédate conmigo.
Ella le sonrió con los ojos bien abiertos y destellantes a la luz del resplandor del fuego.
—Mi madre tendrá un ataque si se despierta y descubre que no he dormido en mi cama. Enviará a un millar de policías para localizarme y, cuando eventualmente me encuentren aquí...
—Quise decir... que te quedes conmigo para siempre —él tragó con dificultad—. Vive conmigo, cásate conmigo, sé mi condesa... —sintió que el corazón le latía con fuerza, mientras aguardaba ansiosamente su respuesta.
Ella se echó hacia atrás y agitó las pestañas.
— ¿Estás... proponiéndome matrimonio?
—Creo que es lo que acabo de hacer.
Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro de ella.
—No estoy soñando, ¿o sí? Odiaría despertar y descubrir que todo se trató de un sueño.
Él nunca soñaba; era víctima de pesadillas. Lo que menos deseaba hacerle pasar a _______ era despertar a causa de un grito escalofriante y encontrar un cuerpo bañado en sudor que temblaba junto a ella con la mirada extraviada y la garganta seca. Una de sus amantes lo había acusado una vez de haberla despertado bruscamente, con mirada desaforada y sosteniendo una daga contra su cuello. Había sido una de las raras veces que se había permitido dormitar después del sexo. Nunca había vuelto a repetir ese error.
Un leño crepitó en la chimenea. Ella volvió a girarse al tiempo que murmuraba palabras ininteligibles. Repentinamente ella se incorporó y quedó con la mirada perdida. Él dudó si debía persuadirla a volver a dormir o debería dejarla hacer, por miedo a despertarla por completo. Ella giró la cabeza hacia las ventanas descubiertas.
—Ha dejado de llover —dijo al tiempo que inconscientemente extendía los brazos sobre la cabeza y dejaba caer la manta hasta el regazo—. ¿Qué hora es?
Él se sentó junto a ella, extasiado por la visión del torso desnudo de ella recortándose contra la luz de la luna. Sus enredados rizos brillaban contra su esbelta espalda; sus senos perfectos sobresalían por encima de su vientre plano como peras maduras. Del estado de semiexcitación permanente, pasó a una erección completa.
—Son las tres en punto —murmuró él. La tentación lo poseyó. Estiró la mano y le rozó un pecho con la yema de los dedos, después recorrió el contorno del oscuro pezón, totalmente absorto.
Ella echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos lánguidamente y entreabrió los rosados labios al suspirar, y trató de dominarse para no saltar sobre ella como un animal salvaje.
Dominando su lujuria, le acarició con el dorso de la mano la nívea piel del cuello hasta llegar a su pecho, absorbiendo la visión de su perfil, aquellos pulposos labios tentadores, la pequeña nariz respingona, la tersa frente; y sus antiguos miedos volvieron a aflorar. ¿Qué sucedería si lo abandonaba? No contar con _______, ni con la capacidad de apartarse de ella, le provocó una sensación gélida y temblorosa en el fondo de su ser. A menudo se preguntaba qué habría sido de su vida si su padre no hubiese amado a su madre hasta la locura. La historia que le había contado a _______ acerca de la muerte de sus padres era la versión oficial, la que Phipps había urdido después de que el abogado de su padre hubiera colmado las manos de los sirvientes con dinero para asegurar su silencio. Él se había topado con la verdad años más tarde con la muerte del anterior mayordomo. El repugnante viejo sodomita había dejado el dinero del soborno en una caja en su lecho de muerte, con una nota dirigida al joven conde detallando la verdadera y tórrida versión de la aventura y declarando que no podía pasar a mejor vida con la conciencia tranquila sin haber dicho la verdad sobre la tragedia.
Aquél era un día que no olvidaría. Estaba empacando para ir a Cambridge, ya era casi un hombre. No cabía duda de por qué había elegido el oscuro camino del libertinaje. Aquel día había decidido no erigir su vida según el ejemplo de su estimable aunque desafortunado padre. Y aun así, allí estaba. En retrospectiva, quizás su padre estaba mejor muerto, en lugar de vivir como un demente, atrapado en su infierno secreto, que era lo que le aguardaba a Joe si su diosa del amor, de la calidez y de la luz, lo abandonaba a su suerte.
—Es muy tarde. Debo irme.
Le envolvió el cuello con la mano y la atrajo hacia él.
—Quédate conmigo.
Ella le sonrió con los ojos bien abiertos y destellantes a la luz del resplandor del fuego.
—Mi madre tendrá un ataque si se despierta y descubre que no he dormido en mi cama. Enviará a un millar de policías para localizarme y, cuando eventualmente me encuentren aquí...
—Quise decir... que te quedes conmigo para siempre —él tragó con dificultad—. Vive conmigo, cásate conmigo, sé mi condesa... —sintió que el corazón le latía con fuerza, mientras aguardaba ansiosamente su respuesta.
Ella se echó hacia atrás y agitó las pestañas.
— ¿Estás... proponiéndome matrimonio?
—Creo que es lo que acabo de hacer.
Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro de ella.
—No estoy soñando, ¿o sí? Odiaría despertar y descubrir que todo se trató de un sueño.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
Con un suspiro de satisfacción, ella se acurrucó más cerca de su pecho y volvió a dormirse. Él exhaló cuidadosamente. Estaba determinado a permanecer despierto. No quería perderse ni un suspiro que ella emitiese, no quería dejar de percibir la calidez de su estilizado cuerpo reposando sobre el de él, suave y tranquilo, refugiado en el sueño.
Él nunca soñaba; era víctima de pesadillas. Lo que menos deseaba hacerle pasar a _______ era despertar a causa de un grito escalofriante y encontrar un cuerpo bañado en sudor que temblaba junto a ella con la mirada extraviada y la garganta seca. Una de sus amantes lo había acusado una vez de haberla despertado bruscamente, con mirada desaforada y sosteniendo una daga contra su cuello. Había sido una de las raras veces que se había permitido dormitar después del sexo. Nunca había vuelto a repetir ese error.
Un leño crepitó en la chimenea. Ella volvió a girarse al tiempo que murmuraba palabras ininteligibles. Repentinamente ella se incorporó y quedó con la mirada perdida. Él dudó si debía persuadirla a volver a dormir o debería dejarla hacer, por miedo a despertarla por completo. Ella giró la cabeza hacia las ventanas descubiertas.
—Ha dejado de llover —dijo al tiempo que inconscientemente extendía los brazos sobre la cabeza y dejaba caer la manta hasta el regazo—. ¿Qué hora es?
Él se sentó junto a ella, extasiado por la visión del torso desnudo de ella recortándose contra la luz de la luna. Sus enredados rizos brillaban contra su esbelta espalda; sus senos perfectos sobresalían por encima de su vientre plano como peras maduras. Del estado de semiexcitación permanente, pasó a una erección completa.
—Son las tres en punto —murmuró él. La tentación lo poseyó. Estiró la mano y le rozó un pecho con la yema de los dedos, después recorrió el contorno del oscuro pezón, totalmente absorto.
Ella echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos lánguidamente y entreabrió los rosados labios al suspirar, y trató de dominarse para no saltar sobre ella como un animal salvaje.
Dominando su lujuria, le acarició con el dorso de la mano la nívea piel del cuello hasta llegar a su pecho, absorbiendo la visión de su perfil, aquellos pulposos labios tentadores, la pequeña nariz respingona, la tersa frente; y sus antiguos miedos volvieron a aflorar. ¿Qué sucedería si lo abandonaba? No contar con _______, ni con la capacidad de apartarse de ella, le provocó una sensación gélida y temblorosa en el fondo de su ser. A menudo se preguntaba qué habría sido de su vida si su padre no hubiese amado a su madre hasta la locura. La historia que le había contado a _______ acerca de la muerte de sus padres era la versión oficial, la que Phipps había urdido después de que el abogado de su padre hubiera colmado las manos de los sirvientes con dinero para asegurar su silencio. Él se había topado con la verdad años más tarde con la muerte del anterior mayordomo. El repugnante viejo sodomita había dejado el dinero del soborno en una caja en su lecho de muerte, con una nota dirigida al joven conde detallando la verdadera y tórrida versión de la aventura y declarando que no podía pasar a mejor vida con la conciencia tranquila sin haber dicho la verdad sobre la tragedia.
Aquél era un día que no olvidaría. Estaba empacando para ir a Cambridge, ya era casi un hombre. No cabía duda de por qué había elegido el oscuro camino del libertinaje. Aquel día había decidido no erigir su vida según el ejemplo de su estimable aunque desafortunado padre. Y aun así, allí estaba. En retrospectiva, quizás su padre estaba mejor muerto, en lugar de vivir como un demente, atrapado en su infierno secreto, que era lo que le aguardaba a Joe si su diosa del amor, de la calidez y de la luz, lo abandonaba a su suerte.
—Es muy tarde. Debo irme.
Le envolvió el cuello con la mano y la atrajo hacia él.
—Quédate conmigo.
Ella le sonrió con los ojos bien abiertos y destellantes a la luz del resplandor del fuego.
—Mi madre tendrá un ataque si se despierta y descubre que no he dormido en mi cama. Enviará a un millar de policías para localizarme y, cuando eventualmente me encuentren aquí...
—Quise decir... que te quedes conmigo para siempre —él tragó con dificultad—. Vive conmigo, cásate conmigo, sé mi condesa... —sintió que el corazón le latía con fuerza, mientras aguardaba ansiosamente su respuesta.
Ella se echó hacia atrás y agitó las pestañas.
— ¿Estás... proponiéndome matrimonio?
—Creo que es lo que acabo de hacer.
Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro de ella.
—No estoy soñando, ¿o sí? Odiaría despertar y descubrir que todo se trató de un sueño.
Él nunca soñaba; era víctima de pesadillas. Lo que menos deseaba hacerle pasar a _______ era despertar a causa de un grito escalofriante y encontrar un cuerpo bañado en sudor que temblaba junto a ella con la mirada extraviada y la garganta seca. Una de sus amantes lo había acusado una vez de haberla despertado bruscamente, con mirada desaforada y sosteniendo una daga contra su cuello. Había sido una de las raras veces que se había permitido dormitar después del sexo. Nunca había vuelto a repetir ese error.
Un leño crepitó en la chimenea. Ella volvió a girarse al tiempo que murmuraba palabras ininteligibles. Repentinamente ella se incorporó y quedó con la mirada perdida. Él dudó si debía persuadirla a volver a dormir o debería dejarla hacer, por miedo a despertarla por completo. Ella giró la cabeza hacia las ventanas descubiertas.
—Ha dejado de llover —dijo al tiempo que inconscientemente extendía los brazos sobre la cabeza y dejaba caer la manta hasta el regazo—. ¿Qué hora es?
Él se sentó junto a ella, extasiado por la visión del torso desnudo de ella recortándose contra la luz de la luna. Sus enredados rizos brillaban contra su esbelta espalda; sus senos perfectos sobresalían por encima de su vientre plano como peras maduras. Del estado de semiexcitación permanente, pasó a una erección completa.
—Son las tres en punto —murmuró él. La tentación lo poseyó. Estiró la mano y le rozó un pecho con la yema de los dedos, después recorrió el contorno del oscuro pezón, totalmente absorto.
Ella echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos lánguidamente y entreabrió los rosados labios al suspirar, y trató de dominarse para no saltar sobre ella como un animal salvaje.
Dominando su lujuria, le acarició con el dorso de la mano la nívea piel del cuello hasta llegar a su pecho, absorbiendo la visión de su perfil, aquellos pulposos labios tentadores, la pequeña nariz respingona, la tersa frente; y sus antiguos miedos volvieron a aflorar. ¿Qué sucedería si lo abandonaba? No contar con _______, ni con la capacidad de apartarse de ella, le provocó una sensación gélida y temblorosa en el fondo de su ser. A menudo se preguntaba qué habría sido de su vida si su padre no hubiese amado a su madre hasta la locura. La historia que le había contado a _______ acerca de la muerte de sus padres era la versión oficial, la que Phipps había urdido después de que el abogado de su padre hubiera colmado las manos de los sirvientes con dinero para asegurar su silencio. Él se había topado con la verdad años más tarde con la muerte del anterior mayordomo. El repugnante viejo sodomita había dejado el dinero del soborno en una caja en su lecho de muerte, con una nota dirigida al joven conde detallando la verdadera y tórrida versión de la aventura y declarando que no podía pasar a mejor vida con la conciencia tranquila sin haber dicho la verdad sobre la tragedia.
Aquél era un día que no olvidaría. Estaba empacando para ir a Cambridge, ya era casi un hombre. No cabía duda de por qué había elegido el oscuro camino del libertinaje. Aquel día había decidido no erigir su vida según el ejemplo de su estimable aunque desafortunado padre. Y aun así, allí estaba. En retrospectiva, quizás su padre estaba mejor muerto, en lugar de vivir como un demente, atrapado en su infierno secreto, que era lo que le aguardaba a Joe si su diosa del amor, de la calidez y de la luz, lo abandonaba a su suerte.
—Es muy tarde. Debo irme.
Le envolvió el cuello con la mano y la atrajo hacia él.
—Quédate conmigo.
Ella le sonrió con los ojos bien abiertos y destellantes a la luz del resplandor del fuego.
—Mi madre tendrá un ataque si se despierta y descubre que no he dormido en mi cama. Enviará a un millar de policías para localizarme y, cuando eventualmente me encuentren aquí...
—Quise decir... que te quedes conmigo para siempre —él tragó con dificultad—. Vive conmigo, cásate conmigo, sé mi condesa... —sintió que el corazón le latía con fuerza, mientras aguardaba ansiosamente su respuesta.
Ella se echó hacia atrás y agitó las pestañas.
— ¿Estás... proponiéndome matrimonio?
—Creo que es lo que acabo de hacer.
Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro de ella.
—No estoy soñando, ¿o sí? Odiaría despertar y descubrir que todo se trató de un sueño.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
Él sintió que el corazón le daba un brinco.
—Esto es la perfección —y tanto más de lo que merecía que lo atemorizó hasta casi perder el sentido. No podía creer su buena fortuna. Sabía que ella era una mujer apasionada, y habría estado satisfecho percatándose de que no era del tipo de mujer a quien le disgustaba el sexo, pero nunca se había imaginado que podría ser tan ardiente. Nunca había conocido a una mujer que estuviese más cómoda desnuda, o que gozara tan naturalmente del acto de hacer el amor. Le atestaron la mente visiones de prolongadas y sudorosas noches. «Ella ha sido hecha para mí», reconoció sonriente en lo más profundo de su ser, pero otra voz, la que no se callaba, lo atormentó con un terrible presentimiento. Repentinamente supo cuál era la solución perfecta.
—No te atrevas a mover ni un músculo —saltó de la cama y se acercó al escritorio.
— ¿Dónde vas? —le preguntó ella, girando la cabeza sobre la almohada.
—A ninguna parte—él encendió una vela de cera de abeja y abrió una gaveta. Copio unos pliegos de papel, una pluma y tinta, y regresó a la cama. Colocó la vela en la mesilla, se echó boca abajo y colocó la hoja de papel sobre la espalda curvada de ella. Sumergió la pluma en el tintero, se aclaró la garganta y comenzó a escribir—. «Mi querida lady Aubrey»...
— ¿Qué haces? —dijo ella con una risilla al tiempo que se estiraba para poder ver por encima del hombro—. Me hace cosquillas.
—... «a pesar de que lo que sigue a continuación puede resultarle una sorpresa, ruego porque usted esté tan contenta como yo al descubrir que, temprano en la mañana su deliciosa», eh... tachemos eso...
— ¡Joe! — _______ rió.
—Calla. Y quédate quieta —le besó los hermosos glúteos desnudos haciéndola contonearse y reír—. Bueno, bien, ¿dónde estaba? Ah, sí. «Su deliciosa hija ha aceptado amablemente mi propuesta de matrimonio» —puntuó la frase y accidentalmente perforó el papel dejando una pequeña mancha de tinta en la espalda de _______, quien volvió a reír—. «Hemos pasado juntos la más escandalosa de las noches de placer en mi cama y ahora nos dirigimos a Gretna Green...».
— ¿Qué? —_______ se giró rápidamente y cogió la hoja de papel. Fue sólo gracias a los agudos instintos masculinos que la tinta no se derramó sobre las sábanas. Colocó los implementos de escritura en la mesilla y se recostó junto a ella con las manos entrelazadas detrás de la cabeza, sonriendo mientras ella estudiaba atentamente la carta—. No escribiste nada de esas necedades escandalosas.
— ¿Necedades? —tiró de ella para que se recostara encima de él—. Si esa es tu interpretación de lo que hicimos esta noche, la rectificaré de inmediato —le rozó con la nariz la graciosa curva del cuello mientras le acariciaba la sedosa piel. No estaba sorprendido de desearla otra vez. Ella lo había transformado en un insaciable salvaje lujurioso. Le resultaba imperativo sentir su cuerpo contra el de él todo el tiempo.
Ella suspiró y le apoyó la cabeza contra el hombro.
—Realmente necesito regresar a casa ahora.
—No, no es así. Le enviaré la carta a tu madre e iremos a Escocia en mi coche.
Ella levantó la cabeza.
— ¿Esta noche?
—O temprano en la mañana. Como prefieras.
—Hablas en serio, ¿verdad?
—Muy en serio. Escaparemos.
Ella frunció el ceño en señal de desaprobación.
—Pero no deseo escapar. Y no hay razón para hacerlo.
—Puede que sí.
Ella abrió los ojos de par en par, sorprendida.
—Esto es la perfección —y tanto más de lo que merecía que lo atemorizó hasta casi perder el sentido. No podía creer su buena fortuna. Sabía que ella era una mujer apasionada, y habría estado satisfecho percatándose de que no era del tipo de mujer a quien le disgustaba el sexo, pero nunca se había imaginado que podría ser tan ardiente. Nunca había conocido a una mujer que estuviese más cómoda desnuda, o que gozara tan naturalmente del acto de hacer el amor. Le atestaron la mente visiones de prolongadas y sudorosas noches. «Ella ha sido hecha para mí», reconoció sonriente en lo más profundo de su ser, pero otra voz, la que no se callaba, lo atormentó con un terrible presentimiento. Repentinamente supo cuál era la solución perfecta.
—No te atrevas a mover ni un músculo —saltó de la cama y se acercó al escritorio.
— ¿Dónde vas? —le preguntó ella, girando la cabeza sobre la almohada.
—A ninguna parte—él encendió una vela de cera de abeja y abrió una gaveta. Copio unos pliegos de papel, una pluma y tinta, y regresó a la cama. Colocó la vela en la mesilla, se echó boca abajo y colocó la hoja de papel sobre la espalda curvada de ella. Sumergió la pluma en el tintero, se aclaró la garganta y comenzó a escribir—. «Mi querida lady Aubrey»...
— ¿Qué haces? —dijo ella con una risilla al tiempo que se estiraba para poder ver por encima del hombro—. Me hace cosquillas.
—... «a pesar de que lo que sigue a continuación puede resultarle una sorpresa, ruego porque usted esté tan contenta como yo al descubrir que, temprano en la mañana su deliciosa», eh... tachemos eso...
— ¡Joe! — _______ rió.
—Calla. Y quédate quieta —le besó los hermosos glúteos desnudos haciéndola contonearse y reír—. Bueno, bien, ¿dónde estaba? Ah, sí. «Su deliciosa hija ha aceptado amablemente mi propuesta de matrimonio» —puntuó la frase y accidentalmente perforó el papel dejando una pequeña mancha de tinta en la espalda de _______, quien volvió a reír—. «Hemos pasado juntos la más escandalosa de las noches de placer en mi cama y ahora nos dirigimos a Gretna Green...».
— ¿Qué? —_______ se giró rápidamente y cogió la hoja de papel. Fue sólo gracias a los agudos instintos masculinos que la tinta no se derramó sobre las sábanas. Colocó los implementos de escritura en la mesilla y se recostó junto a ella con las manos entrelazadas detrás de la cabeza, sonriendo mientras ella estudiaba atentamente la carta—. No escribiste nada de esas necedades escandalosas.
— ¿Necedades? —tiró de ella para que se recostara encima de él—. Si esa es tu interpretación de lo que hicimos esta noche, la rectificaré de inmediato —le rozó con la nariz la graciosa curva del cuello mientras le acariciaba la sedosa piel. No estaba sorprendido de desearla otra vez. Ella lo había transformado en un insaciable salvaje lujurioso. Le resultaba imperativo sentir su cuerpo contra el de él todo el tiempo.
Ella suspiró y le apoyó la cabeza contra el hombro.
—Realmente necesito regresar a casa ahora.
—No, no es así. Le enviaré la carta a tu madre e iremos a Escocia en mi coche.
Ella levantó la cabeza.
— ¿Esta noche?
—O temprano en la mañana. Como prefieras.
—Hablas en serio, ¿verdad?
—Muy en serio. Escaparemos.
Ella frunció el ceño en señal de desaprobación.
—Pero no deseo escapar. Y no hay razón para hacerlo.
—Puede que sí.
Ella abrió los ojos de par en par, sorprendida.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
— ¿Un bebé? Oh, no, no, no.
Él sintió que se le contraía el pecho.
— ¿No deseas tener hijos conmigo, _______? , ¿Formar una familia? —un hogar, con risas y alboroto y lleno de vida, con _______; lo que él siempre había deseado, pero no se había atrevido a pretender.
—Sí, lo deseo, pero no lo sabemos... todavía, y me agradaría tener un cortejo apropiado primero.
—Un cortejo apropiado lleva un año, o dos, y no deseo esperar.
— ¿Por qué no?
«Porque podrías cambiar de opinión».
—Soy demasiado viejo para esperar. Para el momento de casarnos, ya sería un tonto baboso que no puede llevar a su esposa a la cama, o alzar a sus hijos. Seré un padre-abuelo.
Ella apretó los labios.
— ¿Conque buscas refugio en la decrepitud? Aja.
Él le cogió el rostro entre las manos.
—Eres tan adorable —ella abrió la boca para protestar y él la besó—. Quiero casarme contigo. Quiero hacerte el amor todas las noches, todas las mañanas y las tardes y pasar el resto de mi vida contigo. ¿Por qué diablos habríamos de esperar?
Ella frunció el ceño, consternada y se sentó.
—Porque deseo que mi familia esté conmigo cuando nos casemos. Quiero una boda en una iglesia con flores y una recepción con champaña en compañía de nuestros amigos deseándonos felicidad.
Su simple petición encendió una llama de frustración en él.
— ¿Cuántas veces he de decirte que no me presento en público? —espetó más hoscamente de lo que fue su intención hacerlo.
Ella se quedó mirándolo, petrificada.
— ¿Eso significa que nos esconderemos para siempre?
Él carecía de una buena respuesta para esa pregunta.
—Quiero un cortejo respetable, Joe. ¡No quiero comprometer mi reputación y arruinar mi vida!
La llama se hizo más intensa.
—Ya lo estás. Te he comprometido bastante esta noche.
—Nadie, salvo nosotros lo sabe. Si escapamos... Él se sentó.
—Cuando regresemos casados de Gretna Green, los rumores se aquietarán. Serás una dama de alcurnia debidamente casada. Nadie se atreverá a segregar a la condesa de Ashby, ni en público ni en privado. Además, podrías venir a vivir conmigo de inmediato. ¿Por qué esperar?
—No escapaste la primera vez que estuviste comprometido, ¿o sí?
Demonios.
—Si lo hubiese hecho, no estaríamos aquí ahora, ¿no es cierto? —y a Dios gracias, ya que habría sido el peor error de su vida—. Posponer nuestro casamiento podría conducir a todo tipo de problemas. Créeme. Ya he pasado por esto. No fue una experiencia agradable.
Ella entrecerró los ojos.
— ¿Quién era ella, tu antigua prometida?
—La mujer equivocada —no podía arriesgarse a contarle lo de Olivia. Ella podría hablar con su antigua prometida, y le aterraba imaginar las mentiras que la perra despiadada podría contarle a ______. Olivia se aprovecharía de la oportunidad para separarlos.
— ¿Soy «la mujer indicada»? —le preguntó ella con engañosa dulzura.
Él sintió que se le contraía el pecho.
— ¿No deseas tener hijos conmigo, _______? , ¿Formar una familia? —un hogar, con risas y alboroto y lleno de vida, con _______; lo que él siempre había deseado, pero no se había atrevido a pretender.
—Sí, lo deseo, pero no lo sabemos... todavía, y me agradaría tener un cortejo apropiado primero.
—Un cortejo apropiado lleva un año, o dos, y no deseo esperar.
— ¿Por qué no?
«Porque podrías cambiar de opinión».
—Soy demasiado viejo para esperar. Para el momento de casarnos, ya sería un tonto baboso que no puede llevar a su esposa a la cama, o alzar a sus hijos. Seré un padre-abuelo.
Ella apretó los labios.
— ¿Conque buscas refugio en la decrepitud? Aja.
Él le cogió el rostro entre las manos.
—Eres tan adorable —ella abrió la boca para protestar y él la besó—. Quiero casarme contigo. Quiero hacerte el amor todas las noches, todas las mañanas y las tardes y pasar el resto de mi vida contigo. ¿Por qué diablos habríamos de esperar?
Ella frunció el ceño, consternada y se sentó.
—Porque deseo que mi familia esté conmigo cuando nos casemos. Quiero una boda en una iglesia con flores y una recepción con champaña en compañía de nuestros amigos deseándonos felicidad.
Su simple petición encendió una llama de frustración en él.
— ¿Cuántas veces he de decirte que no me presento en público? —espetó más hoscamente de lo que fue su intención hacerlo.
Ella se quedó mirándolo, petrificada.
— ¿Eso significa que nos esconderemos para siempre?
Él carecía de una buena respuesta para esa pregunta.
—Quiero un cortejo respetable, Joe. ¡No quiero comprometer mi reputación y arruinar mi vida!
La llama se hizo más intensa.
—Ya lo estás. Te he comprometido bastante esta noche.
—Nadie, salvo nosotros lo sabe. Si escapamos... Él se sentó.
—Cuando regresemos casados de Gretna Green, los rumores se aquietarán. Serás una dama de alcurnia debidamente casada. Nadie se atreverá a segregar a la condesa de Ashby, ni en público ni en privado. Además, podrías venir a vivir conmigo de inmediato. ¿Por qué esperar?
—No escapaste la primera vez que estuviste comprometido, ¿o sí?
Demonios.
—Si lo hubiese hecho, no estaríamos aquí ahora, ¿no es cierto? —y a Dios gracias, ya que habría sido el peor error de su vida—. Posponer nuestro casamiento podría conducir a todo tipo de problemas. Créeme. Ya he pasado por esto. No fue una experiencia agradable.
Ella entrecerró los ojos.
— ¿Quién era ella, tu antigua prometida?
—La mujer equivocada —no podía arriesgarse a contarle lo de Olivia. Ella podría hablar con su antigua prometida, y le aterraba imaginar las mentiras que la perra despiadada podría contarle a ______. Olivia se aprovecharía de la oportunidad para separarlos.
— ¿Soy «la mujer indicada»? —le preguntó ella con engañosa dulzura.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
Él le sostuvo la mirada.
—Sí.
—Entonces, ¿por qué no haces esto por mí? —espetó ella—. ¿Por qué no podemos tener una adorable boda normal? ¿Por qué debemos ocultarnos del mundo? —ella aguardó su respuesta y, cuando él no profirió ninguna, ella continuó rápidamente—. Eres el conde de Ashby, un héroe de guerra, un...
—No hay héroes de guerra con vida. ¿Acaso no lo sabes? —espetó con ironía.
Un destello feroz le llameó en los ojos.
—Escúchame. Mi hermano está muerto. Tú estás vivo. Debes perdonarte por ello. Debes dejar de odiarte —enunció ella vehementemente—. No sé por qué los hombres se asesinan unos a otros, pero es hora de que dejes la guerra atrás, o nunca estarás en paz. Vivir apartado del resto del mundo no volverá a Will a la vida, ni tampoco a ninguno de los hombres que murieron en la guerra, y no es sano hacerlo. ¡Por el amor de Dios, mira lo que te ha hecho a ti!
—Ciertamente sabes cómo desmoronar a un hombre —pero ella tenía razón y eso lo irritaba.
La mirada en los azules ojos de ella se suavizó.
—Si se trata de tu rostro...
— ¡No se trata de mi rostro, maldita sea! —se sentó de un salto y se pasó la mano por el cabello. Se trataba... no se atrevía a ahondar en ello, ni siquiera en privado.
Ella se le acercó por detrás y le rodeó los hombros con los brazos presionando los pechos contra su espalda. Le deslizó los tibios y suaves labios a lo largo de la curva del cuello.
—Joe, ¿qué es lo que te atormenta, mi amor? Ya has compartido tanto conmigo y, sin embargo, siento que hay un lugar dentro de ti donde ni siquiera un rayo de luz puede penetrar. Puede que no tenga tanta experiencia como tú, pero aquí estoy para apoyarte.
Él se despojó de su abrazo y se puso de pie, exasperado con ella, consigo mismo. Pero, ¿cómo podía decírselo? ¿Cómo podía explicárselo?
— ¿Por qué no puedes respetar solamente esto? Respeto todo lo que te concierne. Bueno, no soy mucho para la sociedad, pero dentro de estas paredes, haré cualquier cosa por ti.
— ¿Cualquier cosa? —ella lo miró con cierta inquietud—. ¿Se me permitirá organizar fiestas y veladas, invitar a mi familia en las festividades? ¿Vendrás a cenar al número 7 de la calle Dover?
La exasperante mujer sabía precisamente dónde aguijonear.
— ¡Sabías endemoniadamente bien desde un comienzo cómo vivía yo mi vida! —se dirigió a la mesa para servirse otra copa.
Arrodillada, ella se giró para mirarlo.
— ¡No te pedí que te convirtieras en un ser sociable, diablos! ¡Pedí una boda con mi familia presente, una vida familiar normal! ¿Por qué me pides que me case contigo si puedes mantenerme encadenada en el sótano? Lograrías el mismo objetivo.
—Pensé que no te agradaba mi sótano —respondió irritado—. Pero la idea no es mala.
Ella dejó salir un chillido de furia y lo miró colérica.
— ¡Eres imposible!
Él bebió al tiempo que la observaba con una mezcla de disgusto, lujuria y sobrecogimiento. Balanceándose en las caderas con los brillantes ojos azules y los rubios rizos cayéndole sobre la parte superior del esbelto cuerpo, su embravecida leona parecía olvidarse de su desnudez y se veía magníficamente feroz. No podía recordar ni una sola vez en que una mujer hubiese discutido con él como Dios la había traído al mundo. Deseaba poseerla otra vez. Decidió aplacarse un tanto, ceder un poco, quizás una boda privada sólo con su familia.
— ¿Deseas casarte con alguna licencia en especial?
— ¿Eso en qué cambiaría las cosas? —le preguntó ella enfurecida—. ¡Aun así me mantendrías encerrada aquí contigo, como una especie de... mascota enjaulada! Sin reuniones familiares, sin amigos. ¿Qué clase de vida es esa, Joe?
Sus insultantes dudas lo laceraban como un puñal.
— ¿Dije que te mantendría prisionera? ¿Qué demonios piensas que soy, un maldito monstruo? Entra y sal como te plazca. Incluso te daré la llave.
—Pero no me acompañarás a ninguna parte. Andaré como si no tuviera marido. ¿Deberé presentarte mi itinerario cada día y rogar tu aprobación? ¿Deberé relatarte cada salida? ¿Me prohibirás bailar con otros caballeros en las fiestas?
Sus preguntas lo golpearon como una bala de cañón.
—Te estoy pidiendo que seas mi esposa —le espetó con furia—. ¿Y te preocupa si te estará permitido bailar con otros hombres?
—Sí.
—Entonces, ¿por qué no haces esto por mí? —espetó ella—. ¿Por qué no podemos tener una adorable boda normal? ¿Por qué debemos ocultarnos del mundo? —ella aguardó su respuesta y, cuando él no profirió ninguna, ella continuó rápidamente—. Eres el conde de Ashby, un héroe de guerra, un...
—No hay héroes de guerra con vida. ¿Acaso no lo sabes? —espetó con ironía.
Un destello feroz le llameó en los ojos.
—Escúchame. Mi hermano está muerto. Tú estás vivo. Debes perdonarte por ello. Debes dejar de odiarte —enunció ella vehementemente—. No sé por qué los hombres se asesinan unos a otros, pero es hora de que dejes la guerra atrás, o nunca estarás en paz. Vivir apartado del resto del mundo no volverá a Will a la vida, ni tampoco a ninguno de los hombres que murieron en la guerra, y no es sano hacerlo. ¡Por el amor de Dios, mira lo que te ha hecho a ti!
—Ciertamente sabes cómo desmoronar a un hombre —pero ella tenía razón y eso lo irritaba.
La mirada en los azules ojos de ella se suavizó.
—Si se trata de tu rostro...
— ¡No se trata de mi rostro, maldita sea! —se sentó de un salto y se pasó la mano por el cabello. Se trataba... no se atrevía a ahondar en ello, ni siquiera en privado.
Ella se le acercó por detrás y le rodeó los hombros con los brazos presionando los pechos contra su espalda. Le deslizó los tibios y suaves labios a lo largo de la curva del cuello.
—Joe, ¿qué es lo que te atormenta, mi amor? Ya has compartido tanto conmigo y, sin embargo, siento que hay un lugar dentro de ti donde ni siquiera un rayo de luz puede penetrar. Puede que no tenga tanta experiencia como tú, pero aquí estoy para apoyarte.
Él se despojó de su abrazo y se puso de pie, exasperado con ella, consigo mismo. Pero, ¿cómo podía decírselo? ¿Cómo podía explicárselo?
— ¿Por qué no puedes respetar solamente esto? Respeto todo lo que te concierne. Bueno, no soy mucho para la sociedad, pero dentro de estas paredes, haré cualquier cosa por ti.
— ¿Cualquier cosa? —ella lo miró con cierta inquietud—. ¿Se me permitirá organizar fiestas y veladas, invitar a mi familia en las festividades? ¿Vendrás a cenar al número 7 de la calle Dover?
La exasperante mujer sabía precisamente dónde aguijonear.
— ¡Sabías endemoniadamente bien desde un comienzo cómo vivía yo mi vida! —se dirigió a la mesa para servirse otra copa.
Arrodillada, ella se giró para mirarlo.
— ¡No te pedí que te convirtieras en un ser sociable, diablos! ¡Pedí una boda con mi familia presente, una vida familiar normal! ¿Por qué me pides que me case contigo si puedes mantenerme encadenada en el sótano? Lograrías el mismo objetivo.
—Pensé que no te agradaba mi sótano —respondió irritado—. Pero la idea no es mala.
Ella dejó salir un chillido de furia y lo miró colérica.
— ¡Eres imposible!
Él bebió al tiempo que la observaba con una mezcla de disgusto, lujuria y sobrecogimiento. Balanceándose en las caderas con los brillantes ojos azules y los rubios rizos cayéndole sobre la parte superior del esbelto cuerpo, su embravecida leona parecía olvidarse de su desnudez y se veía magníficamente feroz. No podía recordar ni una sola vez en que una mujer hubiese discutido con él como Dios la había traído al mundo. Deseaba poseerla otra vez. Decidió aplacarse un tanto, ceder un poco, quizás una boda privada sólo con su familia.
— ¿Deseas casarte con alguna licencia en especial?
— ¿Eso en qué cambiaría las cosas? —le preguntó ella enfurecida—. ¡Aun así me mantendrías encerrada aquí contigo, como una especie de... mascota enjaulada! Sin reuniones familiares, sin amigos. ¿Qué clase de vida es esa, Joe?
Sus insultantes dudas lo laceraban como un puñal.
— ¿Dije que te mantendría prisionera? ¿Qué demonios piensas que soy, un maldito monstruo? Entra y sal como te plazca. Incluso te daré la llave.
—Pero no me acompañarás a ninguna parte. Andaré como si no tuviera marido. ¿Deberé presentarte mi itinerario cada día y rogar tu aprobación? ¿Deberé relatarte cada salida? ¿Me prohibirás bailar con otros caballeros en las fiestas?
Sus preguntas lo golpearon como una bala de cañón.
—Te estoy pidiendo que seas mi esposa —le espetó con furia—. ¿Y te preocupa si te estará permitido bailar con otros hombres?
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
—Quizás no te importe en un comienzo, pero después de un tiempo, cuando Phipps te venga con chismes acerca del número de caballeros con los que conversé mientras tú te quedabas sentado en casa solo, esperando a que regrese, te importará. ¡Te convertirás en un tirano celoso! ¡Te conozco, Joseph!
La idea de ella bailando y flirteando con una manada de lobos en eventos sociales le encolerizó.
— ¡Cualquiera pensaría que una mujer enamorada preferiría pasar las noches con su marido!
— ¿Por qué debo hacer yo el sacrificio mayor? ¿Por qué no puedes sacrificar tus hábitos por mí?
— ¡No sabes lo que me pides! —gruñó frustrado.
—Pues mi respuesta es no.
Él no pudo pensar en nada.
— ¿Qué?
Las lágrimas se le agolparon en los ojos.
—Te importo un bledo. Nunca te importé. Todo se trataba de tus necesidades, y ahora sé cuáles son. Me quieres como una yegua de reproducción para que te dé un heredero y para que comparta tu cama por las noches. ¿Pero qué hay de mis necesidades? ¿O acaso no cuentan en tu nefasto plan?
Si algo probaba esa discusión era que nada en la tierra podía hacer que le pegara a una mujer.
— ¿Nefasto plan? ¡Tú viniste a buscarme! —rugió.
Las lágrimas corrieron por las mejillas de _______.
—Dios, fui tan estúpida. Pensé... me convencí de que te importaba.
Embargado por el arrepentimiento, dejó el vaso a un lado y se acercó a la cama.
—Sí me importas. Y estoy muy feliz de que hayas venido a buscarme.
La ira centelleó en los húmedos ojos de ella.
— ¡Seguramente! —ella se levantó de la cama y comenzó a recoger su ropa—. ¡No permaneceré ni un minuto encarcelada contigo!
— ¿Estás rechazándome? —le preguntó incrédulo al tiempo que su mente se negaba a registrar sus palabras.
— ¡Sí, estoy rechazándote! ¡Encuentra otra compañera tonta para que te mantenga entretenido en tu soledad!
El sintió que el corazón le latía violentamente. Dios, estaba destruyéndolo.
— ¿Qué sucederá si estás embarazada?
—Pues estaré gravemente arruinada, pero al menos estaré acompañada de mi familia —dijo ella entre sollozos.
— ¡Nunca dije que no podías estar con tu familia, lo has tergiversado todo! ¡Y si piensas que te dejaré criar a mi hijo, a mi heredero, como a un hijo ilegítimo, sola, sin estar casada, no me conoces ni la mitad de bien!
Ella le lanzó una mirada despectiva.
— ¿Qué harás? ¿Me encadenarás?
—Si realmente pensaras que podría encadenarte, no bromearías al respecto.
—No me casaré contigo en estas condiciones, Joe. No me convertiré en tu mascota privada.
Él fue poseído por un terror irracional y una voz que él no reconoció como propia dijo:
—Si me rechazas, me veré obligado a hablar con Stilgoe. ¿Cómo reaccionaría tu hermano al saber que su delicada hermana me hizo una visita nocturna y en consecuencia, puede llegar a estar encinta?
Ella reaccionó como si la hubiese golpeado.
— ¿Estás amenazándome?
—Te insto a que lo reconsideres.
— ¡Si hablas con Stilgoe estaré arruinada, mi obra de caridad estará arruinada y te odiaré y despreciaré por toda la eternidad!
—La eternidad es un tiempo muy largo, _______.
— ¡Precisamente! —se cogió el pecho respirando con evidente dificultad.
La idea de ella bailando y flirteando con una manada de lobos en eventos sociales le encolerizó.
— ¡Cualquiera pensaría que una mujer enamorada preferiría pasar las noches con su marido!
— ¿Por qué debo hacer yo el sacrificio mayor? ¿Por qué no puedes sacrificar tus hábitos por mí?
— ¡No sabes lo que me pides! —gruñó frustrado.
—Pues mi respuesta es no.
Él no pudo pensar en nada.
— ¿Qué?
Las lágrimas se le agolparon en los ojos.
—Te importo un bledo. Nunca te importé. Todo se trataba de tus necesidades, y ahora sé cuáles son. Me quieres como una yegua de reproducción para que te dé un heredero y para que comparta tu cama por las noches. ¿Pero qué hay de mis necesidades? ¿O acaso no cuentan en tu nefasto plan?
Si algo probaba esa discusión era que nada en la tierra podía hacer que le pegara a una mujer.
— ¿Nefasto plan? ¡Tú viniste a buscarme! —rugió.
Las lágrimas corrieron por las mejillas de _______.
—Dios, fui tan estúpida. Pensé... me convencí de que te importaba.
Embargado por el arrepentimiento, dejó el vaso a un lado y se acercó a la cama.
—Sí me importas. Y estoy muy feliz de que hayas venido a buscarme.
La ira centelleó en los húmedos ojos de ella.
— ¡Seguramente! —ella se levantó de la cama y comenzó a recoger su ropa—. ¡No permaneceré ni un minuto encarcelada contigo!
— ¿Estás rechazándome? —le preguntó incrédulo al tiempo que su mente se negaba a registrar sus palabras.
— ¡Sí, estoy rechazándote! ¡Encuentra otra compañera tonta para que te mantenga entretenido en tu soledad!
El sintió que el corazón le latía violentamente. Dios, estaba destruyéndolo.
— ¿Qué sucederá si estás embarazada?
—Pues estaré gravemente arruinada, pero al menos estaré acompañada de mi familia —dijo ella entre sollozos.
— ¡Nunca dije que no podías estar con tu familia, lo has tergiversado todo! ¡Y si piensas que te dejaré criar a mi hijo, a mi heredero, como a un hijo ilegítimo, sola, sin estar casada, no me conoces ni la mitad de bien!
Ella le lanzó una mirada despectiva.
— ¿Qué harás? ¿Me encadenarás?
—Si realmente pensaras que podría encadenarte, no bromearías al respecto.
—No me casaré contigo en estas condiciones, Joe. No me convertiré en tu mascota privada.
Él fue poseído por un terror irracional y una voz que él no reconoció como propia dijo:
—Si me rechazas, me veré obligado a hablar con Stilgoe. ¿Cómo reaccionaría tu hermano al saber que su delicada hermana me hizo una visita nocturna y en consecuencia, puede llegar a estar encinta?
Ella reaccionó como si la hubiese golpeado.
— ¿Estás amenazándome?
—Te insto a que lo reconsideres.
— ¡Si hablas con Stilgoe estaré arruinada, mi obra de caridad estará arruinada y te odiaré y despreciaré por toda la eternidad!
—La eternidad es un tiempo muy largo, _______.
— ¡Precisamente! —se cogió el pecho respirando con evidente dificultad.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
— ¿Cómo llegamos a este punto? Hace un momento estábamos haciendo el amor.
— ¿Amor? ¡Ni siquiera sabes lo que significa! ¡Lo arruinaste todo! ¡Todo!
Él dio un paso adelante.
—No puedes dejarme. ¡Somos el uno para el otro!
— ¡Sólo obsérvame! —jadeando, se sentó en el borde de la cama y se colocó las medias.
— ¿En medio de la noche? Te llevaré en mi coche en la mañana —derecho hacia Escocia. ¿Cuánto tiempo se aferraría ella a su resentimiento irracional? Una vez que se hallaran en el camino, pasando los días y las noches en compañía del otro, ella entraría en razones. Él haría que entrara en razones.
Cuando se paró frente a ella, ella se puso de pie y caminó con dificultad hacia la pared con ventanales.
— ¡Déjame en paz! No puedo respirar contigo cerca. Necesito aire... —lloraba con tanta intensidad que le resultaba difícil poder respirar.
La ansiedad se apoderó de él. La cogió del hombro.
—_______, ¿qué sucede?
— ¡Suéltame! —abrió una de las ventanas y se asomó, dejando que el frío de la noche castigara su cuerpo desnudo. Él cogió la manta y se le acercó para envolverle el tembloroso cuerpo antes de que cogiese una neumonía—. ¡No me toques! —dijo jadeando y apartándose de él.
Ella estaba siendo presa de algún tipo de ataque, y todo lo que le permitía hacer era permanecer de pie, mirándola. Sus sollozos ahogados lo desgarraban.
—Haré que traigan el coche y te llevaré a casa.
Sus sollozos se aquietaron. Abrazándose, se apartó de la ventana y cogió la camisola.
—El coche de Sophie me espera al otro lado de la calle. Me agradaría poder vestirme. Por favor, aguarda fuera.
Él era un villano. Una bestia sin sentimientos. Merecía pudrirse en el infierno.
—_______, te pido disculpas. No fue mi intención asustarte. Podemos discutirlo con calma. Te traeré un vaso de agua...
Se puso tenso. Que ella lo echara de su propia alcoba, como si fuese la señora de la casa, le infundió una esperanza repentina.
—Bien, aguardaré fuera mientras te vistes. Después hablaremos —se colocó los pantalones y salió descalzo al pasillo. Se recostó contra la pared y oyó el sonido de la seda y del llanto de _______. La desdicha de ella le desgarró lo que le quedaba de alma.
Ella apareció envuelta en la capa, con los ojos casi cubiertos por la capucha, y se apresuró a bajar.
— ¡_______! —la siguió velozmente. Alcanzó la puerta principal antes que ella y extendió la mano para impedirle que se fuera—. Por favor, no me dejes —le imploró suavemente, desfalleciendo por dentro—. Reconsidéralo.
Ella levantó la vista para mirarlo, sus azules ojos se veían tristes y cansados.
—Tengo una pregunta que hacerte. ¿Me habrías buscado si no lo hubiese hecho yo en primer lugar?
A él le habría gustado pensar que así era. Siempre la había deseado. Ella nunca había estado alejada de sus pensamientos, incluso cuando era demasiado joven para una relación romántica. Pero su rostro... su pasado... siempre había algo que se interponía. Todavía seguía siendo así.
—Así lo pensé. —El dolor y el resentimiento se mezclaron fuertemente dentro de él—. ¿Desecharías lo que hay entre nosotros por tus asuntos sociales y dices que no tengo noción de lo que es el amor? Tú eres la insensible.
— ¡Tú eres egoísta y despreciable! ¡Me amenazaste! ¡No deseo volver a verte nunca!
Un pánico intenso se apoderó de él.
— ¿Nunca?
—Nunca —ella apartó la mano de él y cerró la puerta—. Adiós, Coronel Joseph.
— ¿Amor? ¡Ni siquiera sabes lo que significa! ¡Lo arruinaste todo! ¡Todo!
Él dio un paso adelante.
—No puedes dejarme. ¡Somos el uno para el otro!
— ¡Sólo obsérvame! —jadeando, se sentó en el borde de la cama y se colocó las medias.
— ¿En medio de la noche? Te llevaré en mi coche en la mañana —derecho hacia Escocia. ¿Cuánto tiempo se aferraría ella a su resentimiento irracional? Una vez que se hallaran en el camino, pasando los días y las noches en compañía del otro, ella entraría en razones. Él haría que entrara en razones.
Cuando se paró frente a ella, ella se puso de pie y caminó con dificultad hacia la pared con ventanales.
— ¡Déjame en paz! No puedo respirar contigo cerca. Necesito aire... —lloraba con tanta intensidad que le resultaba difícil poder respirar.
La ansiedad se apoderó de él. La cogió del hombro.
—_______, ¿qué sucede?
— ¡Suéltame! —abrió una de las ventanas y se asomó, dejando que el frío de la noche castigara su cuerpo desnudo. Él cogió la manta y se le acercó para envolverle el tembloroso cuerpo antes de que cogiese una neumonía—. ¡No me toques! —dijo jadeando y apartándose de él.
Ella estaba siendo presa de algún tipo de ataque, y todo lo que le permitía hacer era permanecer de pie, mirándola. Sus sollozos ahogados lo desgarraban.
—Haré que traigan el coche y te llevaré a casa.
Sus sollozos se aquietaron. Abrazándose, se apartó de la ventana y cogió la camisola.
—El coche de Sophie me espera al otro lado de la calle. Me agradaría poder vestirme. Por favor, aguarda fuera.
Él era un villano. Una bestia sin sentimientos. Merecía pudrirse en el infierno.
—_______, te pido disculpas. No fue mi intención asustarte. Podemos discutirlo con calma. Te traeré un vaso de agua...
Se puso tenso. Que ella lo echara de su propia alcoba, como si fuese la señora de la casa, le infundió una esperanza repentina.
—Bien, aguardaré fuera mientras te vistes. Después hablaremos —se colocó los pantalones y salió descalzo al pasillo. Se recostó contra la pared y oyó el sonido de la seda y del llanto de _______. La desdicha de ella le desgarró lo que le quedaba de alma.
Ella apareció envuelta en la capa, con los ojos casi cubiertos por la capucha, y se apresuró a bajar.
— ¡_______! —la siguió velozmente. Alcanzó la puerta principal antes que ella y extendió la mano para impedirle que se fuera—. Por favor, no me dejes —le imploró suavemente, desfalleciendo por dentro—. Reconsidéralo.
Ella levantó la vista para mirarlo, sus azules ojos se veían tristes y cansados.
—Tengo una pregunta que hacerte. ¿Me habrías buscado si no lo hubiese hecho yo en primer lugar?
A él le habría gustado pensar que así era. Siempre la había deseado. Ella nunca había estado alejada de sus pensamientos, incluso cuando era demasiado joven para una relación romántica. Pero su rostro... su pasado... siempre había algo que se interponía. Todavía seguía siendo así.
—Así lo pensé. —El dolor y el resentimiento se mezclaron fuertemente dentro de él—. ¿Desecharías lo que hay entre nosotros por tus asuntos sociales y dices que no tengo noción de lo que es el amor? Tú eres la insensible.
— ¡Tú eres egoísta y despreciable! ¡Me amenazaste! ¡No deseo volver a verte nunca!
Un pánico intenso se apoderó de él.
— ¿Nunca?
—Nunca —ella apartó la mano de él y cerró la puerta—. Adiós, Coronel Joseph.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
CAPÍTULO 22
Se fue el gozo,
la angustia murió:
Así, de este modo
son las cosas hoy.
Christina Rossetti.
— ¿Podrías permanecer sentada y quieta dos segundos? Estás mareándome. —
Yendo de un lado a otro de la ventana que daba al jardín en el salón diurno de Sophie, _______ deseó que alguien le golpeara la cabeza con un palo, la dejara inconsciente y sosegara la tempestuosa confusión en su mente. Todos sus pensamientos se centraban en él, sus sentimientos fluctuaban entre el anhelo extremo y la furia enardecida. La noche anterior, al dejar la residencia Lancaster, había tomado la rápida decisión de dirigirse a la casa de Sophie. Su amiga sería una coartada firme en caso de que se suscitara algún chisme, o que Joe cumpliera su amenaza. También se ahorraría el interrogatorio de su madre. En lo referente a los sirvientes de Sophie, el mutismo era su fuerte, ya que se les pagaba por eso más que por su eficiencia. Había dormido algunas horas y se había despertado con una aguda jaqueca y el deseo de morir. Había tomado un baño y se había ataviado con uno de los vestidos de día de Sophie. Pero el aroma de su amante la envolvía en todo momento, un recordatorio tortuoso de cómo sus cuerpos se habían unido en un intoxicante delirio, hallando juntos el éxtasis supremo.
Hacer el amor con Joe había sido... salvaje, ardiente, hermoso.
Si no fuese consciente de cómo eran las cosas, podría imaginar que sus sentimientos por ella eran tan profundos y poderosos como los de ella por él. Lo que él le había permitido sentir, sin embargo, era la fuerza de su necesidad: su necesidad de un hogar, una familia, una mujer que compartiera su cama y le proporcionara todo lo anterior. El había expuesto la magnitud de su soledad.
Ella se había pasado la vida anhelando a un hombre, a Joe, deseando que le perteneciera por completo. La noche anterior, ver su rostro, escuchar su voz y después yacer en sus brazos, había sido un momento mágico. Él había compartido sus secretos más profundos con ella y la había envuelto en un capullo de amor. O al menos así lo había supuesto.
«Tú me elegiste». Desde luego. Mientras ella se refería al afecto que se tenían el uno al otro, él hablaba de lujuria. Mientras ella deseaba gritar su felicidad al mundo, él deseaba mantenerla en secreto. Y cuando ella quiso llegar a un acuerdo, él la amenazó. La verdad acerca de su relación estaba bien clara: ella era la hembra que había tocado a su puerta cuando él ya no soportaba más.
—Bebe un poco de té y come algunas galletas —le sugirió Sophie—. Puedo escuchar los gruñidos de tu estómago desde aquí —palmeó el cojín que se hallaba junto a ella en el sofá y le sirvió una taza de té.
_______ la aceptó renuentemente. Se sentó y sumergió una galleta en el té.
— ¿Enviaste mi nota al número 7 de la calle Dover? —preguntó, al tiempo que se esforzaba por ingerir un pequeño mordisco de galleta.
—Sí. Nadie se enterará de tu aventura de anoche.
La ansiedad hizo que el estómago se le contrajera.
—No, a menos que Joe decida arruinarme.
Sophie puso los ojos en blanco.
—A ver, ¿por qué habría de hacerlo?
—No sé qué es lo que hará —contestó quedamente ______—. Anoche me asustó. Por un momento temí que si no salía de allí de inmediato, nunca me permitiría escapar.
Le resultaba difícil entender su actitud posesiva para con ella. No era la única mascota bonita de Londres. A través de intercambios discretos, el conde de Ashby podía convencer a, al menos, quinientos nobles ingleses para que le entregaran sus hijas. ¿Por qué habría de amenazarla? A pesar de que ella había estado bien dispuesta a la hora de satisfacer sus necesidades, difícilmente era la más sumisa de las mujeres.
— ¿Le temes? —le preguntó Sophie asombrada, y después comprendió—. El no es Chilton, ______. No permitas que las historias góticas de Iris destruyan tu vida. Iris aborrecía a Chilton mucho antes de que se casaran. Y estaba enamorada de otro hombre que la había dejado. Joe es diferente.
Joe era diferente. Era previsiblemente impredecible.
Terminó de comer la galleta empapada que le cayó como un trozo de arcilla mojada en el estómago.
—Él es demasiado... complejo para mí.
—Eso es lo que lo hace interesante —Sophie sonrió—. ¿O preferirías que fuese aburrido? Si te interesaran los aburridos, ma chere, estarías casada con lord Wiltshire o con el hijo de Ailsbury, o con cualquiera de la docena de hombres que babean por ti desde tu presentación en sociedad. _______ respiró profundamente.
—Lo rechacé, Sophie. Decliné su propuesta de matrimonio.
Los ojos de Sophie reflejaron primero sorpresa y después, conmoción y enojo. Apretó los labios fuertemente.
— ¡Niña tonta e impetuosa! ¿Rechazaste casarte con el hombre a quien adoras para contraer matrimonio con un pavo real que no te importa ni un bledo? Tu hermano no tolerará más negativas, _______. Te forzará a casarte con Hanson, y pasarás el resto de la vida lamentándote por tu error.
_______ se sintió como aletargada.
—Todo lo que él quería era una compañera para aliviar su soledad. No me sorprendería que la criada que le lleva la leche se convierta en la condesa de Ashby para Pascua.
—Mon Dieu, _______. Eso es lo más cruel que te he oído decir.
Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y le tembló la voz.
Se fue el gozo,
la angustia murió:
Así, de este modo
son las cosas hoy.
Christina Rossetti.
— ¿Podrías permanecer sentada y quieta dos segundos? Estás mareándome. —
Yendo de un lado a otro de la ventana que daba al jardín en el salón diurno de Sophie, _______ deseó que alguien le golpeara la cabeza con un palo, la dejara inconsciente y sosegara la tempestuosa confusión en su mente. Todos sus pensamientos se centraban en él, sus sentimientos fluctuaban entre el anhelo extremo y la furia enardecida. La noche anterior, al dejar la residencia Lancaster, había tomado la rápida decisión de dirigirse a la casa de Sophie. Su amiga sería una coartada firme en caso de que se suscitara algún chisme, o que Joe cumpliera su amenaza. También se ahorraría el interrogatorio de su madre. En lo referente a los sirvientes de Sophie, el mutismo era su fuerte, ya que se les pagaba por eso más que por su eficiencia. Había dormido algunas horas y se había despertado con una aguda jaqueca y el deseo de morir. Había tomado un baño y se había ataviado con uno de los vestidos de día de Sophie. Pero el aroma de su amante la envolvía en todo momento, un recordatorio tortuoso de cómo sus cuerpos se habían unido en un intoxicante delirio, hallando juntos el éxtasis supremo.
Hacer el amor con Joe había sido... salvaje, ardiente, hermoso.
Si no fuese consciente de cómo eran las cosas, podría imaginar que sus sentimientos por ella eran tan profundos y poderosos como los de ella por él. Lo que él le había permitido sentir, sin embargo, era la fuerza de su necesidad: su necesidad de un hogar, una familia, una mujer que compartiera su cama y le proporcionara todo lo anterior. El había expuesto la magnitud de su soledad.
Ella se había pasado la vida anhelando a un hombre, a Joe, deseando que le perteneciera por completo. La noche anterior, ver su rostro, escuchar su voz y después yacer en sus brazos, había sido un momento mágico. Él había compartido sus secretos más profundos con ella y la había envuelto en un capullo de amor. O al menos así lo había supuesto.
«Tú me elegiste». Desde luego. Mientras ella se refería al afecto que se tenían el uno al otro, él hablaba de lujuria. Mientras ella deseaba gritar su felicidad al mundo, él deseaba mantenerla en secreto. Y cuando ella quiso llegar a un acuerdo, él la amenazó. La verdad acerca de su relación estaba bien clara: ella era la hembra que había tocado a su puerta cuando él ya no soportaba más.
—Bebe un poco de té y come algunas galletas —le sugirió Sophie—. Puedo escuchar los gruñidos de tu estómago desde aquí —palmeó el cojín que se hallaba junto a ella en el sofá y le sirvió una taza de té.
_______ la aceptó renuentemente. Se sentó y sumergió una galleta en el té.
— ¿Enviaste mi nota al número 7 de la calle Dover? —preguntó, al tiempo que se esforzaba por ingerir un pequeño mordisco de galleta.
—Sí. Nadie se enterará de tu aventura de anoche.
La ansiedad hizo que el estómago se le contrajera.
—No, a menos que Joe decida arruinarme.
Sophie puso los ojos en blanco.
—A ver, ¿por qué habría de hacerlo?
—No sé qué es lo que hará —contestó quedamente ______—. Anoche me asustó. Por un momento temí que si no salía de allí de inmediato, nunca me permitiría escapar.
Le resultaba difícil entender su actitud posesiva para con ella. No era la única mascota bonita de Londres. A través de intercambios discretos, el conde de Ashby podía convencer a, al menos, quinientos nobles ingleses para que le entregaran sus hijas. ¿Por qué habría de amenazarla? A pesar de que ella había estado bien dispuesta a la hora de satisfacer sus necesidades, difícilmente era la más sumisa de las mujeres.
— ¿Le temes? —le preguntó Sophie asombrada, y después comprendió—. El no es Chilton, ______. No permitas que las historias góticas de Iris destruyan tu vida. Iris aborrecía a Chilton mucho antes de que se casaran. Y estaba enamorada de otro hombre que la había dejado. Joe es diferente.
Joe era diferente. Era previsiblemente impredecible.
Terminó de comer la galleta empapada que le cayó como un trozo de arcilla mojada en el estómago.
—Él es demasiado... complejo para mí.
—Eso es lo que lo hace interesante —Sophie sonrió—. ¿O preferirías que fuese aburrido? Si te interesaran los aburridos, ma chere, estarías casada con lord Wiltshire o con el hijo de Ailsbury, o con cualquiera de la docena de hombres que babean por ti desde tu presentación en sociedad. _______ respiró profundamente.
—Lo rechacé, Sophie. Decliné su propuesta de matrimonio.
Los ojos de Sophie reflejaron primero sorpresa y después, conmoción y enojo. Apretó los labios fuertemente.
— ¡Niña tonta e impetuosa! ¿Rechazaste casarte con el hombre a quien adoras para contraer matrimonio con un pavo real que no te importa ni un bledo? Tu hermano no tolerará más negativas, _______. Te forzará a casarte con Hanson, y pasarás el resto de la vida lamentándote por tu error.
_______ se sintió como aletargada.
—Todo lo que él quería era una compañera para aliviar su soledad. No me sorprendería que la criada que le lleva la leche se convierta en la condesa de Ashby para Pascua.
—Mon Dieu, _______. Eso es lo más cruel que te he oído decir.
Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y le tembló la voz.
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Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
—Quedé deslumbrada por él. Me derretí a sus pies... —un profundo sollozo la hizo quebrarse y exteriorizó toda la angustia que llevaba en el alma.
Sophie le ofreció una servilleta para que se secara el rostro.
— ¿Cuál fue el motivo por el que rechazaste su propuesta?
Aún sollozando, _______ se secó las lágrimas agolpadas en sus ojos con la servilleta.
—Él sugirió que escapáramos. Le imploré por una boda tradicional en compañía de familia y amigos. Se negó terminantemente y discutimos. Después amenazó con arruinarme si lo dejaba, el muy bravucón, entonces lo dejé. No me dejó otra alternativa más que rechazarlo. Admitió que —su voz se entrecortó en un sollozo— si yo no hubiera ido a buscarlo, él no habría... tenido ningún tipo de interés en mí—luchando por recuperar la compostura, miró a Sophie en busca de compasión, pero su amiga fruncía el ceño mientras meditaba.
—Eso fue lo que le dije a George cuando se me declaró —dijo finalmente su amiga—. Con superioridad burlona le informé que si él no me hubiese perseguido con el fervor de un adolescente, no me habría fijado en él en absoluto. ¿Puedes imaginar el motivo de mi engreída e insensible réplica? Estaba aterrorizada. ¡La idea de que el segundo hijo de un marqués inglés se enamorase de una ignorante, incasta y pobre cantante francesa de ópera era... ridícula! Un cuento de hadas. Inmediatamente lo ataqué. Le busqué defectos que pudieran explicar sus extraños sentimientos, pero no hallé ninguno. De hecho, no era ni impactante ni elegante, ni poseía un título nobiliario, ni riqueza, como tu Gárgola, pero me amaba de verdad. Una bendición oculta —le centellearon los oscuros ojos—. Quizás el hecho de que Joe no sea un modelo de la alta sociedad es también una bendición oculta. _______ parpadeó asombrada.
— ¿Piensas que debería haberle dado mi consentimiento?
—Por supuesto que sí. Nada en la vida es permanente, excepto la muerte. Necesita cambiar. El tiempo y el amor son las fuerzas sanadoras más poderosas del universo. La confianza perdida puede ser restituida, al igual que la joie de vivre. Quizás hayas tenido que perseguirlo un poco para asegurarte de que se interesara en ti, y quizás no tengas tu boda de ensueño, pero eso no importa en absoluto —apretó la mano de ______—. No estaba enamorada de George cuando me casé con él, pero su muerte me devastó. Sentí que la mejor parte de mi ser había sido desgarrada y echada al mar. ¿Debo explicarte lo que es el amor maduro, querida amiga? Es respeto, amistad, consuelo, estabilidad y cariño mutuo. Tienes eso con Joe. Hoy tú lo amas más, mañana él te amará mejor, y viceversa.
_______ ponderó la aseveración de Sophie.
— ¿Cómo podría, precisamente yo, vivir recluida, Sophie? ¿Mencioné que tuve un desafortunado ataque de falta de aire en presencia de él? Me sentí enjaulada, sin aire...
—Pobre Joe, debe haberse vuelto loco, reprochándose por haberte asustado hasta el punto de que sufrieras un ataque de sofocación histérica. ¿Le explicaste acerca de tu afección?
—No es de su incumbencia.
— ¿Se preocupó? —inquirió Sophie delicadamente.
_______ bajó la vista.
—Sí, mucho.
—_______, dudo que su situación permanezca igual para siempre. Él, a su debido tiempo, se reinsertará en la sociedad. Cásate con él, ábrele tu enorme corazón y ayúdalo a sanar.
—Puede que eso lleve años —protestó débilmente _______, al tiempo que comenzaba a comprender lo que Sophie le decía.
— ¿Acaso todo debe ocurrir según tus tiempos? ¿Acaso todo debe ser ahora o nunca?
—Me siento como una oveja tonta que se apartó del rebaño y se metió en la cueva de la Gárgola... y terminó siendo su cena —sólo que... Joe no era la Gárgola, sólo él pensaba que lo era. Y cuando ella le expresó sus ideas, Joe desató el poder de sus demonios contra ella. Por tanto, ahora dependía de él aclarar sus dilemas emocionales y morales, y decidir si habría de reinsertarse en la sociedad o no.
—No seas necia —dijo Sophie sonriendo—. Él te adora. Te cubrirá de riquezas y te seducirá de mil maneras recurriendo a cualquier desenfreno del que pueda valerse. Me atrevo a decir que serás una oveja más que satisfecha.
La expresión en el rostro de _______ se suavizó al recordar cuánto la habían satisfecho al seducirla la noche anterior.
—Me pidió que lo reconsiderara —admitió bastante ambivalente.
Sophie le ofreció una servilleta para que se secara el rostro.
— ¿Cuál fue el motivo por el que rechazaste su propuesta?
Aún sollozando, _______ se secó las lágrimas agolpadas en sus ojos con la servilleta.
—Él sugirió que escapáramos. Le imploré por una boda tradicional en compañía de familia y amigos. Se negó terminantemente y discutimos. Después amenazó con arruinarme si lo dejaba, el muy bravucón, entonces lo dejé. No me dejó otra alternativa más que rechazarlo. Admitió que —su voz se entrecortó en un sollozo— si yo no hubiera ido a buscarlo, él no habría... tenido ningún tipo de interés en mí—luchando por recuperar la compostura, miró a Sophie en busca de compasión, pero su amiga fruncía el ceño mientras meditaba.
—Eso fue lo que le dije a George cuando se me declaró —dijo finalmente su amiga—. Con superioridad burlona le informé que si él no me hubiese perseguido con el fervor de un adolescente, no me habría fijado en él en absoluto. ¿Puedes imaginar el motivo de mi engreída e insensible réplica? Estaba aterrorizada. ¡La idea de que el segundo hijo de un marqués inglés se enamorase de una ignorante, incasta y pobre cantante francesa de ópera era... ridícula! Un cuento de hadas. Inmediatamente lo ataqué. Le busqué defectos que pudieran explicar sus extraños sentimientos, pero no hallé ninguno. De hecho, no era ni impactante ni elegante, ni poseía un título nobiliario, ni riqueza, como tu Gárgola, pero me amaba de verdad. Una bendición oculta —le centellearon los oscuros ojos—. Quizás el hecho de que Joe no sea un modelo de la alta sociedad es también una bendición oculta. _______ parpadeó asombrada.
— ¿Piensas que debería haberle dado mi consentimiento?
—Por supuesto que sí. Nada en la vida es permanente, excepto la muerte. Necesita cambiar. El tiempo y el amor son las fuerzas sanadoras más poderosas del universo. La confianza perdida puede ser restituida, al igual que la joie de vivre. Quizás hayas tenido que perseguirlo un poco para asegurarte de que se interesara en ti, y quizás no tengas tu boda de ensueño, pero eso no importa en absoluto —apretó la mano de ______—. No estaba enamorada de George cuando me casé con él, pero su muerte me devastó. Sentí que la mejor parte de mi ser había sido desgarrada y echada al mar. ¿Debo explicarte lo que es el amor maduro, querida amiga? Es respeto, amistad, consuelo, estabilidad y cariño mutuo. Tienes eso con Joe. Hoy tú lo amas más, mañana él te amará mejor, y viceversa.
_______ ponderó la aseveración de Sophie.
— ¿Cómo podría, precisamente yo, vivir recluida, Sophie? ¿Mencioné que tuve un desafortunado ataque de falta de aire en presencia de él? Me sentí enjaulada, sin aire...
—Pobre Joe, debe haberse vuelto loco, reprochándose por haberte asustado hasta el punto de que sufrieras un ataque de sofocación histérica. ¿Le explicaste acerca de tu afección?
—No es de su incumbencia.
— ¿Se preocupó? —inquirió Sophie delicadamente.
_______ bajó la vista.
—Sí, mucho.
—_______, dudo que su situación permanezca igual para siempre. Él, a su debido tiempo, se reinsertará en la sociedad. Cásate con él, ábrele tu enorme corazón y ayúdalo a sanar.
—Puede que eso lleve años —protestó débilmente _______, al tiempo que comenzaba a comprender lo que Sophie le decía.
— ¿Acaso todo debe ocurrir según tus tiempos? ¿Acaso todo debe ser ahora o nunca?
—Me siento como una oveja tonta que se apartó del rebaño y se metió en la cueva de la Gárgola... y terminó siendo su cena —sólo que... Joe no era la Gárgola, sólo él pensaba que lo era. Y cuando ella le expresó sus ideas, Joe desató el poder de sus demonios contra ella. Por tanto, ahora dependía de él aclarar sus dilemas emocionales y morales, y decidir si habría de reinsertarse en la sociedad o no.
—No seas necia —dijo Sophie sonriendo—. Él te adora. Te cubrirá de riquezas y te seducirá de mil maneras recurriendo a cualquier desenfreno del que pueda valerse. Me atrevo a decir que serás una oveja más que satisfecha.
La expresión en el rostro de _______ se suavizó al recordar cuánto la habían satisfecho al seducirla la noche anterior.
—Me pidió que lo reconsiderara —admitió bastante ambivalente.
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Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
—Solamente eso debería inclinar la balanza a su favor, chérie. ¿Recuerdas a Moreland y al tío ese, el sobrino del duque de Salisbury, cómo se marcharon furibundos cuando les dijiste que no? —_______l asintió sin estar muy segura de adonde conducía la conversación—. Dime, ¿qué lleva a un pretendiente que se declara a tragarse su orgullo, a quedar pendiente a la espera de una respuesta, condenándose a la tortura de la incertidumbre?
_______ se encogió débilmente de hombros.
—Desea una esposa.
—Te desea a ti.
_______ suspiró profundamente, apoyó el mentón contra los puños y los codos sobre las rodillas.
—Sophie, ¿por qué siempre juegas el papel del abogado del diablo? Resulta muy molesto —su amiga estaba desmoronando metódicamente sus argumentos. Pero todavía le quedaba uno—. Me agradaría ser escogida entre una multitud... de hermosas y perfectas damas, no sólo como la única oveja conveniente —en el baile de caridad él sólo había tenido ojos para ella, y se había sentido como en un sueño flotando en sus brazos como si hubiese bailado el vals un millón de veces antes. Ella deseó sentirse nuevamente de esa manera, con un anhelo tal que se le llenaron los ojos de lágrimas. Qué pena, Paris no podía afirmar que la amaba ni tampoco que no lo hacía. ¿Por qué debería ella vivir de esa manera, con una in-certidumbre perpetua, buscando señales de afecto, apartada de su familia y de sus amigos, mientras él no se resignaba a nada? Era intolerable.
Y aun así... nunca había experimentado tal felicidad como la que había sentido cuando se hallaba con él.
—_______, te escogen entre una multitud de mujeres todos los días —le aseguró Sophie—. El Ángel Dorado de la sociedad te adula servilmente, además de una manada de jóvenes gansos a quienes has hechizado; sin embargo, no deseas a ninguno de ellos. Joe no es ciego. Él lo sabe...
— ¡No tienes idea de quién era él antes de ser herido! —arguyó _______—. ¿Crees que Hanson es popular con las mujeres? No es nada comparado con cómo adulaban a _______. Cada madre lo deseaba para su hija y secretamente se lo imaginaban en su propia cama. Will decía que Joe era el peor pretendiente de la historia debido a que eran las mujeres quienes lo cortejaban. Tenía más amantes que Don Juan. Ahora es un recluido y un ermitaño. ¿Y crees que me escogió a mí? Te lo digo. ¡Yo estaba al-alcance-de-la-mano! Él mismo me dijo que ya no era lo que había sido. Si fuese el mismo hombre de hace cuatro, o siete, o diez años atrás, no se habría fijado en mí en absoluto.
— ¿Le dijiste lo que sentías por él? —inquirió Sophie, e _______ asintió—. ¿Y después lo dejaste? —_______ volvió a asentir. Sophie se quedó mirándola, incrédula—. Eres una desalmada.
A _______ se le colmaron los ojos de lágrimas.
—No soy desalmada —susurró—. Le dije que lo amaba, y que nunca amaría a ningún otro. ¿Te gustaría saber cuál fue su respuesta? Dijo: «Te necesito» —se abrazó a sí misma, asediada por los escalofríos y las náuseas. «Yo también te necesito», lloró su corazón.
Sophie le rodeó los hombros y la acunó.
—Bestia despiadada.
_______ asintió contra los hombros de Sophie, humedeciendo la muselina de color púrpura intenso.
—Todos los hombres son unos estúpidos imbéciles.
_______ asintió, aunque sospechaba que Sophie estaba burlándose de ella.
—Deberían perder sus partes privadas en la guillotina y perecer gritando de agonía.
Esta vez _______ sonrió.
_______ se encogió débilmente de hombros.
—Desea una esposa.
—Te desea a ti.
_______ suspiró profundamente, apoyó el mentón contra los puños y los codos sobre las rodillas.
—Sophie, ¿por qué siempre juegas el papel del abogado del diablo? Resulta muy molesto —su amiga estaba desmoronando metódicamente sus argumentos. Pero todavía le quedaba uno—. Me agradaría ser escogida entre una multitud... de hermosas y perfectas damas, no sólo como la única oveja conveniente —en el baile de caridad él sólo había tenido ojos para ella, y se había sentido como en un sueño flotando en sus brazos como si hubiese bailado el vals un millón de veces antes. Ella deseó sentirse nuevamente de esa manera, con un anhelo tal que se le llenaron los ojos de lágrimas. Qué pena, Paris no podía afirmar que la amaba ni tampoco que no lo hacía. ¿Por qué debería ella vivir de esa manera, con una in-certidumbre perpetua, buscando señales de afecto, apartada de su familia y de sus amigos, mientras él no se resignaba a nada? Era intolerable.
Y aun así... nunca había experimentado tal felicidad como la que había sentido cuando se hallaba con él.
—_______, te escogen entre una multitud de mujeres todos los días —le aseguró Sophie—. El Ángel Dorado de la sociedad te adula servilmente, además de una manada de jóvenes gansos a quienes has hechizado; sin embargo, no deseas a ninguno de ellos. Joe no es ciego. Él lo sabe...
— ¡No tienes idea de quién era él antes de ser herido! —arguyó _______—. ¿Crees que Hanson es popular con las mujeres? No es nada comparado con cómo adulaban a _______. Cada madre lo deseaba para su hija y secretamente se lo imaginaban en su propia cama. Will decía que Joe era el peor pretendiente de la historia debido a que eran las mujeres quienes lo cortejaban. Tenía más amantes que Don Juan. Ahora es un recluido y un ermitaño. ¿Y crees que me escogió a mí? Te lo digo. ¡Yo estaba al-alcance-de-la-mano! Él mismo me dijo que ya no era lo que había sido. Si fuese el mismo hombre de hace cuatro, o siete, o diez años atrás, no se habría fijado en mí en absoluto.
— ¿Le dijiste lo que sentías por él? —inquirió Sophie, e _______ asintió—. ¿Y después lo dejaste? —_______ volvió a asentir. Sophie se quedó mirándola, incrédula—. Eres una desalmada.
A _______ se le colmaron los ojos de lágrimas.
—No soy desalmada —susurró—. Le dije que lo amaba, y que nunca amaría a ningún otro. ¿Te gustaría saber cuál fue su respuesta? Dijo: «Te necesito» —se abrazó a sí misma, asediada por los escalofríos y las náuseas. «Yo también te necesito», lloró su corazón.
Sophie le rodeó los hombros y la acunó.
—Bestia despiadada.
_______ asintió contra los hombros de Sophie, humedeciendo la muselina de color púrpura intenso.
—Todos los hombres son unos estúpidos imbéciles.
_______ asintió, aunque sospechaba que Sophie estaba burlándose de ella.
—Deberían perder sus partes privadas en la guillotina y perecer gritando de agonía.
Esta vez _______ sonrió.
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Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
CAPÍTULO 23
Mi vida murió dos veces antes de morir
y aún queda por ver
si la Inmortalidad revela
un tercer acontecimiento para mí.
Emily Dickinson.
El reloj del abuelo que se hallaba en el vestíbulo dio nueve campanadas.
—Maldición —murmuró Joe. ¿Por qué parecía que fuese pasada la medianoche? Merodeó por la amplia casa vacía, desplazándose de alcoba en alcoba como un león enjaulado. Ella no regresaría esta vez. No cambiaría de opinión. Todo había terminado entre ellos. Entonces, ¿por qué no podía dejar de obsesionarse por ella?
Sus argumentos para rechazar la propuesta de matrimonio le retumbaban en la conciencia. Aunque le fastidiaba profundamente sus motivos, los comprendía. ¿Por qué habría de someterla a una vida que hasta a él mismo le resultaba difícil llevar adelante la mayor parte del tiempo, y en los últimos tres días le había resultado insoportable?
Porque había supuesto, deseado, que sintiera lo mismo que él. Cuando estaba en presencia de ella, ya no permanecía en las sombras sino a la luz del sol y todo estaba bien en el mundo. En su actual estado lastimoso, se habría contentado con sentarse frente a la chimenea con ella, cogidos de la mano, como una pareja que lleva muchos años de matrimonio. Dios. Debía haber algo que él pudiera hacer para apartarla de su mente. Estaba volviéndose loco, deseando que estuviese allí con él.
_______, _______, _______. Le consumía los pensamientos, noche y día, sin tregua. Sus ocupaciones usuales, lo que fuese que hiciera para pasar el tiempo antes de que ella irrumpiera en su vida, y en su alcoba, ya no lograban captar su atención salvo por breves momentos. Experimentaba un placer perverso al oler el aroma a vainilla que todavía estaba impregnado en la manta de lana mientras daba vueltas en su cama durante la noche, ardiendo por tenerla entre sus brazos.
Sólo había una explicación plausible para su deprimente condición: estaba poseído.
No podía recordar cómo había sido su vida antes de que _______ apareciera iluminando la puerta principal. Tampoco podía recordar cómo había sido él antes de posar la vista en ella por vez primera. ¡Una pequeña de doce años, por al amor de Dios! Quizás la demencia realmente era hereditaria. Siempre había asumido que su padre se había suicidado por amor. Ahora lo sabía. Los Lancaster eran un clan de lunáticos.
Si sólo no hubiese intentado forzarla a casarse con él, ella no le habría rogado que la dejara en paz y no habría partido intempestivamente de su casa como un animal aterrorizado. Las posibilidades de que lo aceptara habían sido cuando mucho ínfimas, y una vez que profirió la amenaza, nulas. Lo que lo convertía en doblemente idiiota, ya que en realidad, nunca había tenido la intención de hablar con su hermano. Pero cuando ella echó por tierra su propuesta, despertó, sin proponérselo, a la bestia que habitaba en su interior, la que Olivia había marcado de por vida. Sólo que esta vez era peor. Cuando le había llegado la noticia de que Olivia se casaría con Bradford, pasó una semana ahogando su orgullo herido en un tonel de whisky. _______ le había herido más que el orgullo; su rechazo lo había desgarrado hasta lo más profundo de su ser. Se sentía como si sangrara por dentro. ¿Cómo podía ella aseverar que lo amaba y después dejarlo? ¡Era inhumano!
Al igual que su padre, quien amaba a su esposa más que a su propio hijo, _______ prefería a su familia y la vida social antes que a él. Un dolor y una añoranza extremos lo carcomieron hasta que no pudo ni comer, ni dormir, ni respirar, ni hacer ninguna maldita cosa, excepto aullar atormentado.
Halló refugio en la sala de billar y se recostó contra la puerta cerrada.
—Maldita seas —susurró respirando temblorosamente, al tiempo que cerraba los ojos—. ¿Qué me has hecho?
« ¿Por qué debo hacer yo el sacrificio mayor? ¿Por qué no puedes sacrificar tus hábitos por mí?».
Sintió la ira latirle bajo la piel. Se preguntó cómo reaccionaría _______ ante su aparición en una de sus preciosas veladas sociales flirteando con las presas fáciles revoloteando alrededor de él. Él había causado furor en una época. Alvanely y Argyll, sus compinches de aquellos días, le habían atado una tarjeta de baile a la muñeca durante una fiesta y habían instado a las féminas jadeantes a que se alinearan para tener el privilegio de anotar sus nombres reservándose una pieza de baile. « ¡Sin estampidas ni alborotos!», repetía Argyll, mientras Alvanely conducía al ansioso rebaño que reclamaba las atenciones de Joe.
Aquellos habían sido buenos tiempos, y suspiró al recordarlos. ¿Le habría llamado la atención ________ si hubiese tenido suficiente edad entonces? Probablemente. Aunque en aquella época, él no habría pensado más allá que en levantarle las faldas, y muy ciertamente, no habría lamentado su rechazo ante su propuesta de matrimonio. Se habría felicitado por una cacería exitosa y un escape fácil del altar. O quizás no.
_______ Aubrey no era la clase de mujer que uno dejaba después de una noche de pecado. Él habría continuado deseándola hasta que su suerte se acabara y se hubiese visto forzado a casarse con ella. Pero obsesionada como estaba con el altruismo y el decoro, ella no habría movido ni un músculo para mirar a un libertino egoísta con una reputación tan oscura. Los filántropos y los donjuanes no se llevaban bien.
Sin embargo... seguramente había escuchado alguno de los rumores que circulaban en aquella época acerca de la clase de hombre que solía ser, y aun así le había agradado. ¿Pues por qué no aceptaba la clase de hombre que era ahora? Era diez veces mejor que el despilfarrador que se emborrachaba cada noche, que apostaba enormes sumas de dinero en necedades y que consideraba a una relación monógama como algo antinatural.
Mi vida murió dos veces antes de morir
y aún queda por ver
si la Inmortalidad revela
un tercer acontecimiento para mí.
Emily Dickinson.
El reloj del abuelo que se hallaba en el vestíbulo dio nueve campanadas.
—Maldición —murmuró Joe. ¿Por qué parecía que fuese pasada la medianoche? Merodeó por la amplia casa vacía, desplazándose de alcoba en alcoba como un león enjaulado. Ella no regresaría esta vez. No cambiaría de opinión. Todo había terminado entre ellos. Entonces, ¿por qué no podía dejar de obsesionarse por ella?
Sus argumentos para rechazar la propuesta de matrimonio le retumbaban en la conciencia. Aunque le fastidiaba profundamente sus motivos, los comprendía. ¿Por qué habría de someterla a una vida que hasta a él mismo le resultaba difícil llevar adelante la mayor parte del tiempo, y en los últimos tres días le había resultado insoportable?
Porque había supuesto, deseado, que sintiera lo mismo que él. Cuando estaba en presencia de ella, ya no permanecía en las sombras sino a la luz del sol y todo estaba bien en el mundo. En su actual estado lastimoso, se habría contentado con sentarse frente a la chimenea con ella, cogidos de la mano, como una pareja que lleva muchos años de matrimonio. Dios. Debía haber algo que él pudiera hacer para apartarla de su mente. Estaba volviéndose loco, deseando que estuviese allí con él.
_______, _______, _______. Le consumía los pensamientos, noche y día, sin tregua. Sus ocupaciones usuales, lo que fuese que hiciera para pasar el tiempo antes de que ella irrumpiera en su vida, y en su alcoba, ya no lograban captar su atención salvo por breves momentos. Experimentaba un placer perverso al oler el aroma a vainilla que todavía estaba impregnado en la manta de lana mientras daba vueltas en su cama durante la noche, ardiendo por tenerla entre sus brazos.
Sólo había una explicación plausible para su deprimente condición: estaba poseído.
No podía recordar cómo había sido su vida antes de que _______ apareciera iluminando la puerta principal. Tampoco podía recordar cómo había sido él antes de posar la vista en ella por vez primera. ¡Una pequeña de doce años, por al amor de Dios! Quizás la demencia realmente era hereditaria. Siempre había asumido que su padre se había suicidado por amor. Ahora lo sabía. Los Lancaster eran un clan de lunáticos.
Si sólo no hubiese intentado forzarla a casarse con él, ella no le habría rogado que la dejara en paz y no habría partido intempestivamente de su casa como un animal aterrorizado. Las posibilidades de que lo aceptara habían sido cuando mucho ínfimas, y una vez que profirió la amenaza, nulas. Lo que lo convertía en doblemente idiiota, ya que en realidad, nunca había tenido la intención de hablar con su hermano. Pero cuando ella echó por tierra su propuesta, despertó, sin proponérselo, a la bestia que habitaba en su interior, la que Olivia había marcado de por vida. Sólo que esta vez era peor. Cuando le había llegado la noticia de que Olivia se casaría con Bradford, pasó una semana ahogando su orgullo herido en un tonel de whisky. _______ le había herido más que el orgullo; su rechazo lo había desgarrado hasta lo más profundo de su ser. Se sentía como si sangrara por dentro. ¿Cómo podía ella aseverar que lo amaba y después dejarlo? ¡Era inhumano!
Al igual que su padre, quien amaba a su esposa más que a su propio hijo, _______ prefería a su familia y la vida social antes que a él. Un dolor y una añoranza extremos lo carcomieron hasta que no pudo ni comer, ni dormir, ni respirar, ni hacer ninguna maldita cosa, excepto aullar atormentado.
Halló refugio en la sala de billar y se recostó contra la puerta cerrada.
—Maldita seas —susurró respirando temblorosamente, al tiempo que cerraba los ojos—. ¿Qué me has hecho?
« ¿Por qué debo hacer yo el sacrificio mayor? ¿Por qué no puedes sacrificar tus hábitos por mí?».
Sintió la ira latirle bajo la piel. Se preguntó cómo reaccionaría _______ ante su aparición en una de sus preciosas veladas sociales flirteando con las presas fáciles revoloteando alrededor de él. Él había causado furor en una época. Alvanely y Argyll, sus compinches de aquellos días, le habían atado una tarjeta de baile a la muñeca durante una fiesta y habían instado a las féminas jadeantes a que se alinearan para tener el privilegio de anotar sus nombres reservándose una pieza de baile. « ¡Sin estampidas ni alborotos!», repetía Argyll, mientras Alvanely conducía al ansioso rebaño que reclamaba las atenciones de Joe.
Aquellos habían sido buenos tiempos, y suspiró al recordarlos. ¿Le habría llamado la atención ________ si hubiese tenido suficiente edad entonces? Probablemente. Aunque en aquella época, él no habría pensado más allá que en levantarle las faldas, y muy ciertamente, no habría lamentado su rechazo ante su propuesta de matrimonio. Se habría felicitado por una cacería exitosa y un escape fácil del altar. O quizás no.
_______ Aubrey no era la clase de mujer que uno dejaba después de una noche de pecado. Él habría continuado deseándola hasta que su suerte se acabara y se hubiese visto forzado a casarse con ella. Pero obsesionada como estaba con el altruismo y el decoro, ella no habría movido ni un músculo para mirar a un libertino egoísta con una reputación tan oscura. Los filántropos y los donjuanes no se llevaban bien.
Sin embargo... seguramente había escuchado alguno de los rumores que circulaban en aquella época acerca de la clase de hombre que solía ser, y aun así le había agradado. ¿Pues por qué no aceptaba la clase de hombre que era ahora? Era diez veces mejor que el despilfarrador que se emborrachaba cada noche, que apostaba enormes sumas de dinero en necedades y que consideraba a una relación monógama como algo antinatural.
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Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
« ¡Por Dios, se había convertido en un cordero!». Agitado por el descontento consigo mismo, se apartó de la puerta, acomodó las bolas de billar y eligió un taco del anaquel. No cabía duda de por qué lo había rechazado. Las mujeres no valoraban a los idiiotas inofensivos, se derretían por los libertinos. A los bien intencionados los llevaban de las rosadas narices, pero cuando se presentaba un hábil pillo rompecorazones, virtualmente se desmayaban; lo cual, por cierto, era una de las razones por las cuales otrora había sido un libertino con tanto éxito. Maldito, maldito infierno.
Metió una de las bolas con un fuerte golpe del taco y después se quedó observando las demás, desparramadas sobre la mesa de fieltro verde. Si no fuese por sus malditas cicatrices, le haría tragarse su rechazo. De acuerdo con las fuentes de información de Phipps, _______ había recibido doce propuestas de matrimonio desde que había sido presentada en sociedad, cinco de ellas formalmente presentadas a Stilgoe, y ella las había rechazado sistemáticamente a todas. Bien, a diferencia de sus perros falderos con manicura en las manos e intrincadamente vestidos hasta el cuello, él no escupía propuestas de matrimonio cada vez que abría la boca.
Continuó metiendo bolas durante lo que le pareció una eternidad, pero que no duró más de una hora, mientras se complacía imaginándose a sí mismo en situaciones típicas de su antiguo estilo de vida en las que hacía arder de celos a _______. Las visiones se volvieron tan dulces que estaba sonriendo cuando terminó de jugar. Quizás ella tenía razón, después de todo. Él estaba necesitado, y cuando ella apareció en su puerta, con la mirada centellante y deseosa de su compañía, su insatisfecha avidez se centró en ella. Eso debía ser. No era sano vivir como él lo hacía, privando a su mente y a su cuerpo de las necesidades básicas. Incluso jugar al billar á solitaire había comenzado a aburrirlo. Necesitaba desesperadamente hacer algo para recuperar su antigua manera de ser, y debía hacerlo de inmediato, pues cuando un hombre llegaba al punto en que no podía tolerar ya ni su propia compañía, tampoco le interesaba a ninguna otra persona. Ni siquiera a sus sirvientes.
Arrojó el taco sobre la mesa y se dirigió decididamente hacia el área privada de la casa. Por Dios que la haría arrepentirse de su decisión, aunque significase morir en el intento. Hizo sonar la cuerda de la campanilla para llamar a Phipps y se dirigió a grandes pasos hacia el guardarropa. Cogió un chaleco y una chaqueta, y presto se los colocó con fría resolución, sin permitirse un momento para reconsiderar el rápido curso de acción que había adoptado. No atravesaría la puerta principal si reflexionaba acerca de lo que estaba a punto de hacer.
Como era de esperarse, Phipps patinó hasta detenerse ante la puerta abierta.
— ¿Milord?
—Saldré —buscó una almidonada corbata nueva y se la anudó. Era sorprendente que recordara cómo hacerlo. Se había vestido con uniforme militar desde que tenía memoria, y en los últimos dos años, había sido su ayuda de cámara quien se había encargado de vestirlo apropiadamente para una audiencia con alguno de sus administradores.
—Haré que ensillen a Apolo de inmediato.
—Usaré el coche —Joe pasó caminando hacia el pasillo frente al sorprendido mayordomo y se dirigió hacia su oficina. Para el momento en que había hallado su cartera y había colocado en ella un fajo de billetes, Phipps se hizo presente frente a él con una expresión mezcla de preocupación y de alegría.
—El coche será traído en un momento, mi lord. ¿Puedo...?
—No puedes —Joe se sirvió un vaso de whisky para infundirse coraje y lo bebió de un solo trago. Su frágil resolución no sobreviviría a un interrogatorio de Phipps. Pero el fiel criado tampoco merecía un trato desconsiderado sólo por el riesgo de que la determinación de su amo se desvaneciera sin otra razón, salvo su flaqueza—. Mi sombrero y mi abrigo, por favor —no tenía ni idea de dónde estaban guardadas las malditas prendas. No las había usado en años. De hecho, probablemente ya no estaban a la moda.
Bebió otro trago y se dirigió a la puerta principal. Phipps lo esperó con un sombrero que no reconoció colgando del dedo níveamente enguantado y un abrigo que le resultaba igual de extraño colgándole del antebrazo. El mayordomo no emitió palabra, pero Joe leyó claramente el deseo de « ¡Buena suerte!» en sus amables ojos.
_______ se paseó de un lado a otro sobre la alfombra de su alcoba con los nervios crispados, el corazón le latía con fuerza, y aguardó a que se abriera y se cerrara la última puerta del pasillo. Dos veces bajó de puntillas, pero encontró iluminada la biblioteca donde Charlie estaba fumando un habano y bebiendo una copa, mientras leía el periódico antes de irse a dormir. ¿Acaso su estúpido hermano no iría a la cama con su amante esposa? Ella no sería tan permisiva con su marido. Iría a la biblioteca, vestida con una bata de seda y nada más, y lo seduciría justo allí, en su sillón favorito.
Se le secó la boca, porque el protagonista masculino de su escenario imaginario alumbrado por el fuego era, como siempre, Paris Joseph Lancaster.
Durante los tres últimos días se abstuvo de hablar sobre él con sus amigas y siguió su propio consejo. Ellas eran más maduras, y quizás más sabias, pero Iris estaba enojada y amargada, y Sophie... se había casado buscando seguridad más que amor. Apartó los contradictorios consejos de sus amigas de la mente y buscó en su interior la verdad absoluta, su propio consejo. La respuesta era simple y brotaba de la esencia de su ser: Lo amaba. Nada podría cambiar eso. Nunca.
Por esa razón se había excusado de asistir a la velada de caridad que las damas tendrían en la casa de Sophie, y se había quedado en casa. Extrañaba a Joe; deseaba estar con él, lo quería de vuelta.
Se detuvo frente al espejo de cuerpo entero y se quitó la capa para verificar su apariencia por décima vez. Llevaba el cabello suelto en una cascada de rizos dorados y un vestido décolleté de satén azul zafiro profundo, que le marcaba la silueta y brillaba a la tenue luz de la vela. El atuendo había sido meticulosamente escogido para vencer resentimientos, rencores, animosidades y cualquier tipo de cambio de sentimiento u opinión que pudieran haberse suscitado en los últimos tres días. Se pellizcó las mejillas para darle color a su pálida piel que evidenciaba la falta de sueño y se introdujo un clavo de olor en la boca. Tenía que estar perfecta para convencer al hombre al que deseaba ardientemente —y que había rechazado— de que todavía la necesitaba. Y mucho.
Metió una de las bolas con un fuerte golpe del taco y después se quedó observando las demás, desparramadas sobre la mesa de fieltro verde. Si no fuese por sus malditas cicatrices, le haría tragarse su rechazo. De acuerdo con las fuentes de información de Phipps, _______ había recibido doce propuestas de matrimonio desde que había sido presentada en sociedad, cinco de ellas formalmente presentadas a Stilgoe, y ella las había rechazado sistemáticamente a todas. Bien, a diferencia de sus perros falderos con manicura en las manos e intrincadamente vestidos hasta el cuello, él no escupía propuestas de matrimonio cada vez que abría la boca.
Continuó metiendo bolas durante lo que le pareció una eternidad, pero que no duró más de una hora, mientras se complacía imaginándose a sí mismo en situaciones típicas de su antiguo estilo de vida en las que hacía arder de celos a _______. Las visiones se volvieron tan dulces que estaba sonriendo cuando terminó de jugar. Quizás ella tenía razón, después de todo. Él estaba necesitado, y cuando ella apareció en su puerta, con la mirada centellante y deseosa de su compañía, su insatisfecha avidez se centró en ella. Eso debía ser. No era sano vivir como él lo hacía, privando a su mente y a su cuerpo de las necesidades básicas. Incluso jugar al billar á solitaire había comenzado a aburrirlo. Necesitaba desesperadamente hacer algo para recuperar su antigua manera de ser, y debía hacerlo de inmediato, pues cuando un hombre llegaba al punto en que no podía tolerar ya ni su propia compañía, tampoco le interesaba a ninguna otra persona. Ni siquiera a sus sirvientes.
Arrojó el taco sobre la mesa y se dirigió decididamente hacia el área privada de la casa. Por Dios que la haría arrepentirse de su decisión, aunque significase morir en el intento. Hizo sonar la cuerda de la campanilla para llamar a Phipps y se dirigió a grandes pasos hacia el guardarropa. Cogió un chaleco y una chaqueta, y presto se los colocó con fría resolución, sin permitirse un momento para reconsiderar el rápido curso de acción que había adoptado. No atravesaría la puerta principal si reflexionaba acerca de lo que estaba a punto de hacer.
Como era de esperarse, Phipps patinó hasta detenerse ante la puerta abierta.
— ¿Milord?
—Saldré —buscó una almidonada corbata nueva y se la anudó. Era sorprendente que recordara cómo hacerlo. Se había vestido con uniforme militar desde que tenía memoria, y en los últimos dos años, había sido su ayuda de cámara quien se había encargado de vestirlo apropiadamente para una audiencia con alguno de sus administradores.
—Haré que ensillen a Apolo de inmediato.
—Usaré el coche —Joe pasó caminando hacia el pasillo frente al sorprendido mayordomo y se dirigió hacia su oficina. Para el momento en que había hallado su cartera y había colocado en ella un fajo de billetes, Phipps se hizo presente frente a él con una expresión mezcla de preocupación y de alegría.
—El coche será traído en un momento, mi lord. ¿Puedo...?
—No puedes —Joe se sirvió un vaso de whisky para infundirse coraje y lo bebió de un solo trago. Su frágil resolución no sobreviviría a un interrogatorio de Phipps. Pero el fiel criado tampoco merecía un trato desconsiderado sólo por el riesgo de que la determinación de su amo se desvaneciera sin otra razón, salvo su flaqueza—. Mi sombrero y mi abrigo, por favor —no tenía ni idea de dónde estaban guardadas las malditas prendas. No las había usado en años. De hecho, probablemente ya no estaban a la moda.
Bebió otro trago y se dirigió a la puerta principal. Phipps lo esperó con un sombrero que no reconoció colgando del dedo níveamente enguantado y un abrigo que le resultaba igual de extraño colgándole del antebrazo. El mayordomo no emitió palabra, pero Joe leyó claramente el deseo de « ¡Buena suerte!» en sus amables ojos.
_______ se paseó de un lado a otro sobre la alfombra de su alcoba con los nervios crispados, el corazón le latía con fuerza, y aguardó a que se abriera y se cerrara la última puerta del pasillo. Dos veces bajó de puntillas, pero encontró iluminada la biblioteca donde Charlie estaba fumando un habano y bebiendo una copa, mientras leía el periódico antes de irse a dormir. ¿Acaso su estúpido hermano no iría a la cama con su amante esposa? Ella no sería tan permisiva con su marido. Iría a la biblioteca, vestida con una bata de seda y nada más, y lo seduciría justo allí, en su sillón favorito.
Se le secó la boca, porque el protagonista masculino de su escenario imaginario alumbrado por el fuego era, como siempre, Paris Joseph Lancaster.
Durante los tres últimos días se abstuvo de hablar sobre él con sus amigas y siguió su propio consejo. Ellas eran más maduras, y quizás más sabias, pero Iris estaba enojada y amargada, y Sophie... se había casado buscando seguridad más que amor. Apartó los contradictorios consejos de sus amigas de la mente y buscó en su interior la verdad absoluta, su propio consejo. La respuesta era simple y brotaba de la esencia de su ser: Lo amaba. Nada podría cambiar eso. Nunca.
Por esa razón se había excusado de asistir a la velada de caridad que las damas tendrían en la casa de Sophie, y se había quedado en casa. Extrañaba a Joe; deseaba estar con él, lo quería de vuelta.
Se detuvo frente al espejo de cuerpo entero y se quitó la capa para verificar su apariencia por décima vez. Llevaba el cabello suelto en una cascada de rizos dorados y un vestido décolleté de satén azul zafiro profundo, que le marcaba la silueta y brillaba a la tenue luz de la vela. El atuendo había sido meticulosamente escogido para vencer resentimientos, rencores, animosidades y cualquier tipo de cambio de sentimiento u opinión que pudieran haberse suscitado en los últimos tres días. Se pellizcó las mejillas para darle color a su pálida piel que evidenciaba la falta de sueño y se introdujo un clavo de olor en la boca. Tenía que estar perfecta para convencer al hombre al que deseaba ardientemente —y que había rechazado— de que todavía la necesitaba. Y mucho.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
Se le ocurrió una idea en el último momento. Ya que iba a someterse a sus deseos y fobias, quizás debería empacar una bolsa con objetos personales, una muda de ropa para el día y nada para la noche. Esperó que Joe no hubiese desechado la carta dirigida a su madre. Nunca volvería a separarse de él.
Se oyó el ruido de una puerta que se cerraba suavemente al final del pasillo. Por fin. Abrió la de su alcoba y espió hacia fuera. Todo era oscuridad y silencio. Bajó lentamente, con los sentidos bien alerta, pero todos estaban en sus camas, incluyendo a los criados, y llegó sin inconvenientes a la puerta de entrada. La llave pendía del picaporte atada con un lazo. La última extravagancia de Norris. La otra llave se hallaba en un cajón del escritorio de la oficina de Stilgoe. La cogió con cierta renuencia a dejar la puerta principal sin cerrojo echado, y salió.
Cinco minutos más tarde apareció un coche de alquiler, lo detuvo y le dio al conductor la dirección deseada. Si lady Hyacinth Aubrey se enterase de que su indecorosa hija había cogido un coche de alquiler, sola y a medianoche, emigraría a las Colonias y le imploraría a uno de los salvajes que la decapitara tanto a ella como a su vergüenza.
Cuando el coche avanzó por Park Lañe, _______ buscó el cambio correcto en su retículo al tiempo que observaba ansiosa las altas columnas blancas de la mansión Lancaster.
— ¡Deténgase! —le gritó repentinamente al conductor.
Un coche negro aguardaba en la entrada. ¿Joe tenía visitas a las once de la noche? Asomó la cabeza por la ventanilla y en un susurro le pidió al conductor que siguiera avanzando discretamente en las sombras. Pudo distinguir sin esfuerzo el escudo en la puerta del coche. Un león. Se devanó los sesos pensando dónde podría dirigirse en medio de la noche, cuando de repente, lo vio cruzar la puerta de entrada sin la máscara puesta, ataviado de etiqueta con un abrigo negro de varias capas y un sombrero. Iba a salir.
Nunca salía, excepto las ocasiones en que, montado a Apolo, lo había visto escondido en las sombras de los arbustos frente a la casa de ella. Pensó rápidamente en una lista de posibles destinos a los que podía dirigirse un caballero después de que la noche hubiera caído, desechó varias posibilidades y llegó a la única conclusión posible: se dirigía a ver a una antigua amante. El muy canalla.
¿Así que nunca se movía en público, no? Bueno, ciertamente lo hacía, y bastante, en privado. Maldito sea. Si ella hubiese llegado un instante antes o después, él habría sabido que ella había ido a echarse a sus pies nuevamente. Habría sido humillada devastadoramente por... Dios sabe qué número de vez.
Desolada, lo observó caminar hasta su coche, más hermoso que la mismísima noche. Aguardó hasta que el coche partió y después le pidió al conductor que regresara al número 7 de la calla Dover. Tenía en mente decirle a Sophie lo que pensaba acerca de sus fenomenales poderes para descifrar la psiquis masculina, pero decidió guardarse para sí su mortificación.
El mayor Ryan Macalister levantó los pensativos ojos del vaso de Hock y se ahogó con el último sorbo.
— ¡Dios santo! Debo estar terriblemente borracho. ¡Miren lo que ha traído el diablo!
Su buen amigo, el capitán Oliver Curtís, le siguió la mirada y reaccionó de idéntica manera.
— ¡Por todos los demonios... es el coronel Joseph! Pensé que nunca iba a ninguna parte por estos días.
—Evidentemente lo hace, Oli —murmuró Ryan—. Y creo conocer el motivo que hay detrás de este resurgimiento milagroso —se apartó de la mesa y cruzó la sala del club, no muy lujosa, pero bien arreglada, hacia su antiguo comandante. A diferencia de los pretenciosos clubes de la élite, ese establecimiento atendía a los oficiales del ejército—. Lord Joseph —sonriendo, lo saludó extendiéndole la mano—. Me alegra que haya aceptado mi invitación. ¿Le agradaría unírsenos?
Joe recorrió el lugar con una rápida mirada y saludó a los viejos conocidos con un rígido movimiento de cabeza. Muchos de los presentes llevaban puesto uniforme y, por alguna razón, eso apaciguó su incomodidad.
— ¿No tiene inconveniente? —dijo contestando el apretón de manos de Macalister mientras le sonreía fugazmente. Siguió al arrogante mayor, envidiando su confianza en sí mismo. ¿Cuánto tiempo hacía que no se había sentido de esa manera? Años.
Curtis se puso rápidamente de pie ni bien se acercaron a la mesa y lo saludó con un apretón de manos.
—Qué alegría verlo, señor. Acabamos de abrir una botella de Hock, pero si usted todavía prefiere vino español...
—Lo que estéis bebiendo está bien para mí. Y como podrán ver —se señaló la ropa de civil—, no llevo puesto uniforme, así que pueden llamarme Joe —tomó asiento, mientras Macalister hacía una seña para que trajesen otro vaso de vino. Sentía la corbata un tanto ajustada, pero ignoró el deseo de aflojársela—. Bien, ¿qué estáis haciendo vosotros, desertores, que no os halláis en la India? —preguntó mientras uno de los camareros se acercaba para servirle vino.
Sus compañeros de mesa rieron entre dientes.
—Yo tengo licencia por enfermedad —explicó Ryan—, y Oli se encuentra en la ciudad a causa de la boda de su hermana. La querida Silvia, finalmente, ha encontrado a un hombre corto de vista...
—Deja de hacer esos comentarios, Macalister —espetó Curtís—. Tus incansables bromas acerca de la nariz de mi hermana no han hecho reír a nadie, así que bien podrías guardártelas en un lugar oscuro.
Joe luchó por mantenerse serio. En verdad, la nariz terriblemente larga de Silvia Curtís —también conocida como «la bayoneta»— los había provisto de una inagotable fuente de hilaridad a lo largo de la campaña final. Siguió esforzándose para contenerse hasta que Ryan, con expresión embusteramente inocente, dijo:
—Todo lo que quise decir es que la querida Silvia se casará con un buen coleccionista de armas —allí perdió la batalla por mantener la compostura y explotó en risas con Ryan, quien casi recibe un golpe en la nariz a causa de su faux-pas.
Se oyó el ruido de una puerta que se cerraba suavemente al final del pasillo. Por fin. Abrió la de su alcoba y espió hacia fuera. Todo era oscuridad y silencio. Bajó lentamente, con los sentidos bien alerta, pero todos estaban en sus camas, incluyendo a los criados, y llegó sin inconvenientes a la puerta de entrada. La llave pendía del picaporte atada con un lazo. La última extravagancia de Norris. La otra llave se hallaba en un cajón del escritorio de la oficina de Stilgoe. La cogió con cierta renuencia a dejar la puerta principal sin cerrojo echado, y salió.
Cinco minutos más tarde apareció un coche de alquiler, lo detuvo y le dio al conductor la dirección deseada. Si lady Hyacinth Aubrey se enterase de que su indecorosa hija había cogido un coche de alquiler, sola y a medianoche, emigraría a las Colonias y le imploraría a uno de los salvajes que la decapitara tanto a ella como a su vergüenza.
Cuando el coche avanzó por Park Lañe, _______ buscó el cambio correcto en su retículo al tiempo que observaba ansiosa las altas columnas blancas de la mansión Lancaster.
— ¡Deténgase! —le gritó repentinamente al conductor.
Un coche negro aguardaba en la entrada. ¿Joe tenía visitas a las once de la noche? Asomó la cabeza por la ventanilla y en un susurro le pidió al conductor que siguiera avanzando discretamente en las sombras. Pudo distinguir sin esfuerzo el escudo en la puerta del coche. Un león. Se devanó los sesos pensando dónde podría dirigirse en medio de la noche, cuando de repente, lo vio cruzar la puerta de entrada sin la máscara puesta, ataviado de etiqueta con un abrigo negro de varias capas y un sombrero. Iba a salir.
Nunca salía, excepto las ocasiones en que, montado a Apolo, lo había visto escondido en las sombras de los arbustos frente a la casa de ella. Pensó rápidamente en una lista de posibles destinos a los que podía dirigirse un caballero después de que la noche hubiera caído, desechó varias posibilidades y llegó a la única conclusión posible: se dirigía a ver a una antigua amante. El muy canalla.
¿Así que nunca se movía en público, no? Bueno, ciertamente lo hacía, y bastante, en privado. Maldito sea. Si ella hubiese llegado un instante antes o después, él habría sabido que ella había ido a echarse a sus pies nuevamente. Habría sido humillada devastadoramente por... Dios sabe qué número de vez.
Desolada, lo observó caminar hasta su coche, más hermoso que la mismísima noche. Aguardó hasta que el coche partió y después le pidió al conductor que regresara al número 7 de la calla Dover. Tenía en mente decirle a Sophie lo que pensaba acerca de sus fenomenales poderes para descifrar la psiquis masculina, pero decidió guardarse para sí su mortificación.
El mayor Ryan Macalister levantó los pensativos ojos del vaso de Hock y se ahogó con el último sorbo.
— ¡Dios santo! Debo estar terriblemente borracho. ¡Miren lo que ha traído el diablo!
Su buen amigo, el capitán Oliver Curtís, le siguió la mirada y reaccionó de idéntica manera.
— ¡Por todos los demonios... es el coronel Joseph! Pensé que nunca iba a ninguna parte por estos días.
—Evidentemente lo hace, Oli —murmuró Ryan—. Y creo conocer el motivo que hay detrás de este resurgimiento milagroso —se apartó de la mesa y cruzó la sala del club, no muy lujosa, pero bien arreglada, hacia su antiguo comandante. A diferencia de los pretenciosos clubes de la élite, ese establecimiento atendía a los oficiales del ejército—. Lord Joseph —sonriendo, lo saludó extendiéndole la mano—. Me alegra que haya aceptado mi invitación. ¿Le agradaría unírsenos?
Joe recorrió el lugar con una rápida mirada y saludó a los viejos conocidos con un rígido movimiento de cabeza. Muchos de los presentes llevaban puesto uniforme y, por alguna razón, eso apaciguó su incomodidad.
— ¿No tiene inconveniente? —dijo contestando el apretón de manos de Macalister mientras le sonreía fugazmente. Siguió al arrogante mayor, envidiando su confianza en sí mismo. ¿Cuánto tiempo hacía que no se había sentido de esa manera? Años.
Curtis se puso rápidamente de pie ni bien se acercaron a la mesa y lo saludó con un apretón de manos.
—Qué alegría verlo, señor. Acabamos de abrir una botella de Hock, pero si usted todavía prefiere vino español...
—Lo que estéis bebiendo está bien para mí. Y como podrán ver —se señaló la ropa de civil—, no llevo puesto uniforme, así que pueden llamarme Joe —tomó asiento, mientras Macalister hacía una seña para que trajesen otro vaso de vino. Sentía la corbata un tanto ajustada, pero ignoró el deseo de aflojársela—. Bien, ¿qué estáis haciendo vosotros, desertores, que no os halláis en la India? —preguntó mientras uno de los camareros se acercaba para servirle vino.
Sus compañeros de mesa rieron entre dientes.
—Yo tengo licencia por enfermedad —explicó Ryan—, y Oli se encuentra en la ciudad a causa de la boda de su hermana. La querida Silvia, finalmente, ha encontrado a un hombre corto de vista...
—Deja de hacer esos comentarios, Macalister —espetó Curtís—. Tus incansables bromas acerca de la nariz de mi hermana no han hecho reír a nadie, así que bien podrías guardártelas en un lugar oscuro.
Joe luchó por mantenerse serio. En verdad, la nariz terriblemente larga de Silvia Curtís —también conocida como «la bayoneta»— los había provisto de una inagotable fuente de hilaridad a lo largo de la campaña final. Siguió esforzándose para contenerse hasta que Ryan, con expresión embusteramente inocente, dijo:
—Todo lo que quise decir es que la querida Silvia se casará con un buen coleccionista de armas —allí perdió la batalla por mantener la compostura y explotó en risas con Ryan, quien casi recibe un golpe en la nariz a causa de su faux-pas.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
—Vosotros, genios, ¿podríais dejar de reíros? —murmuró Curtís—. Ese último comentario no fue para nada gracioso.
—Sí, sí lo fue —farfulló Joe dominado por un incontrolable ataque de risa—. Perdón, amigo. Curtís se puso de pie.
—Iré a ver cómo están las apuestas en la mesa de juegos —caminó dando grandes zancadas hacia el salón de juegos haciendo una mueca cuando escuchó otro ataque de risas, al tiempo que se alejaba.
—Somos malvados —declaró Joe mientras volvía a llenar los vasos—. Su nariz no era tan larga.
—No la ha visto desde hace tiempo. Tenga en cuenta que la nariz es el único órgano de la anatomía humana que nunca deja de crecer. Me temo que hemos sido caritativos con ella en el pasado.
Riendo entre dientes, Joe observó a uno de los mejores oficiales que había tenido a su servicio.
— ¿Y qué tipo de enfermedad te mantiene alejado de la tierra del oro y del marfil? En mi opinión te ves saludable.
Ryan rió entre dientes.
—Sufro de punzadas en los bolsillos y espasmos en el corazón. Es una enfermedad endemoniadamente confusa, ya que la cura de una dolencia se contradice con la de la otra.
— ¿Tú, enamorado? —Joe lo miró de soslayo, divertido—. ¿Quién es la desafortunada jovencita?
—Un adorable ángel de ojos azules. La estaría acechando ahora si no se hallase en una velada de caridad.
A Joe se le borró la sonrisa.
— ¿Y acaso esta criatura celestial te corresponde el sentimiento?
Ryan fijó la mirada en el vaso de vino.
—Un caballero no divulga ciertas cosas.
Joe se sintió dominado por celos intensos y crueles. _______ le había mentido. Ella sí estaba alentando a Macalister. Apretó los puños. «Sin violencia», se recordó. «Piensa fríamente».
—Te sugiero que renuncies a ella, Macalister —dijo en un tono de voz bajo y no muy amistoso; el tono que había perfeccionado durante años de servicio—. La persona de la que hablamos no está disponible.
—Ya lo sé —murmuró Ryan, al tiempo que entrecerraba los ojos al mirar a su camarada—. ¡Pero ninguna mujer debería desperdiciar la vida con un monstruo que no la trata mejor que a una mascota enjaulada!
Los músculos de Joe se tensaron ante la ofensa directa. Apretó con fuerza los dientes.
— ¿Quién eres para determinar lo que es mejor para ella? Déjala en paz, Macalister. Ella no tiene nada que ver contigo.
Los ojos de Ryan reflejaron sorpresa y sospecha.
—Tampoco con usted.
—En eso te equivocas, y si vuelves a acercarte a ella, me aseguraré de que te embarquen de regreso a la India con el próximo cambio de marea.
Ryan empujó la silla hacia atrás y se levantó.
—Lamento que hallamos llegado a este punto, pero ya que no tengo intenciones de seguir su «consejo», sugiero que arreglemos las cosas al amanecer.
Joe echó una rápida mirada a su alrededor y murmuró en voz muy queda:
—No pelearé contigo, pero si no sigues mi consejo, te aseguro que serás exiliado.
Se midieron por un momento que pareció interminable.
—Pensé que usted era un caballero, Joe. Los hombres de honor resuelven sus disputas con pistolas, no en las salas traseras del Ministerio de Guerra.
Joe contuvo los antiguos impulsos beligerantes que lo dominaban.
—Como ya he dicho, no pelearé contigo, pero mantente alejado de _______, o te haré desear no haber partido de la India nunca.
— ¿_______? —Ryan pestañeó—. Por Dios, hombre, no me refería a ______ Aubrey. Me —se le acercó para no ser oído—... me refería a su amiga, Iris, lady Chilton.
—Sí, sí lo fue —farfulló Joe dominado por un incontrolable ataque de risa—. Perdón, amigo. Curtís se puso de pie.
—Iré a ver cómo están las apuestas en la mesa de juegos —caminó dando grandes zancadas hacia el salón de juegos haciendo una mueca cuando escuchó otro ataque de risas, al tiempo que se alejaba.
—Somos malvados —declaró Joe mientras volvía a llenar los vasos—. Su nariz no era tan larga.
—No la ha visto desde hace tiempo. Tenga en cuenta que la nariz es el único órgano de la anatomía humana que nunca deja de crecer. Me temo que hemos sido caritativos con ella en el pasado.
Riendo entre dientes, Joe observó a uno de los mejores oficiales que había tenido a su servicio.
— ¿Y qué tipo de enfermedad te mantiene alejado de la tierra del oro y del marfil? En mi opinión te ves saludable.
Ryan rió entre dientes.
—Sufro de punzadas en los bolsillos y espasmos en el corazón. Es una enfermedad endemoniadamente confusa, ya que la cura de una dolencia se contradice con la de la otra.
— ¿Tú, enamorado? —Joe lo miró de soslayo, divertido—. ¿Quién es la desafortunada jovencita?
—Un adorable ángel de ojos azules. La estaría acechando ahora si no se hallase en una velada de caridad.
A Joe se le borró la sonrisa.
— ¿Y acaso esta criatura celestial te corresponde el sentimiento?
Ryan fijó la mirada en el vaso de vino.
—Un caballero no divulga ciertas cosas.
Joe se sintió dominado por celos intensos y crueles. _______ le había mentido. Ella sí estaba alentando a Macalister. Apretó los puños. «Sin violencia», se recordó. «Piensa fríamente».
—Te sugiero que renuncies a ella, Macalister —dijo en un tono de voz bajo y no muy amistoso; el tono que había perfeccionado durante años de servicio—. La persona de la que hablamos no está disponible.
—Ya lo sé —murmuró Ryan, al tiempo que entrecerraba los ojos al mirar a su camarada—. ¡Pero ninguna mujer debería desperdiciar la vida con un monstruo que no la trata mejor que a una mascota enjaulada!
Los músculos de Joe se tensaron ante la ofensa directa. Apretó con fuerza los dientes.
— ¿Quién eres para determinar lo que es mejor para ella? Déjala en paz, Macalister. Ella no tiene nada que ver contigo.
Los ojos de Ryan reflejaron sorpresa y sospecha.
—Tampoco con usted.
—En eso te equivocas, y si vuelves a acercarte a ella, me aseguraré de que te embarquen de regreso a la India con el próximo cambio de marea.
Ryan empujó la silla hacia atrás y se levantó.
—Lamento que hallamos llegado a este punto, pero ya que no tengo intenciones de seguir su «consejo», sugiero que arreglemos las cosas al amanecer.
Joe echó una rápida mirada a su alrededor y murmuró en voz muy queda:
—No pelearé contigo, pero si no sigues mi consejo, te aseguro que serás exiliado.
Se midieron por un momento que pareció interminable.
—Pensé que usted era un caballero, Joe. Los hombres de honor resuelven sus disputas con pistolas, no en las salas traseras del Ministerio de Guerra.
Joe contuvo los antiguos impulsos beligerantes que lo dominaban.
—Como ya he dicho, no pelearé contigo, pero mantente alejado de _______, o te haré desear no haber partido de la India nunca.
— ¿_______? —Ryan pestañeó—. Por Dios, hombre, no me refería a ______ Aubrey. Me —se le acercó para no ser oído—... me refería a su amiga, Iris, lady Chilton.
tefisasias
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
A Joe le llevó un momento que la sangre le volviera a la temperatura normal. Estaba fuera de control. Si hubiese usado el cerebro, se habría dado cuenta de que Macalister no estaba hablando de _______, ya que ella era una heredera que podría resolver ambos problemas de Macalister. Tampoco habría dejado en evidencia su relación con ella, en especial a un despreocupado mayor sin compromisos ni dinero en los bolsillos, dotado de particular encanto y con los modales de un noble. Se aclaró la garganta y le extendió la mano.
—Mis disculpas. ¿Puedo contar con tu discreción? Te ofrezco la mía.
Macalister asintió aliviado y le estrechó la mano.
—Gracias, apreciaría mucho que así fuese.
Volvieron a sentarse intercambiando tímidas miradas. Finalmente, lo habían aclarado, reflexionó Joe, sintiéndose un poco más que tonto. Nunca había imaginado que se pelearía a golpes por una mujer. Aunque tampoco había imaginado que una _______ adulta regresaría a su vida.
Macalister cogió nuevamente el vaso de vino, pensativo y, hasta cierto punto, divertido.
— ¿No es ella un tanto joven?
—Pero no está ni remotamente un tanto casada —respondió Joe con una sonrisa igualmente condescendiente.
—No puedo decir que me sorprenda. Lo sospeché desde el momento en que se nos acercó en el baile de caridad. Aunque, debería advertirle, ella está enamorada de alguien más... Aguarde un minuto —una sonrisa tonta comenzó a esbozársele en la comisura de los labios—. Usted es ese «alguien más». Sin embargo, cuando le mencioné su nombre, ella pareció tan dulcemente desconcertada —terminó la bebida—. Mujeres.
Joe sintió que el corazón le daba un brinco.
— ¿Cuándo le mencionaste mi nombre?
—Hace unas semanas, cuando la vi. almorzando con... eh... lady Chilton y otra amiga. Me habló acerca de algunos listados que necesitaba para la obra de caridad y le sugerí que fuese a verlo —sonrió burlonamente—. Obviamente, lo hizo.
Al hacer memoria, Joe estuvo convencido de que ella lo había buscado antes de eso, pero se guardó las conclusiones para sí. Ryan levantó el vaso de vino.
—Bella como un girasol. Yo lo intenté, pero me despachó sin misericordia diciendo...
— ¿Te despachó? —repitió Joe, reprimiendo el impulso de estallar en risas.
—Muy firmemente. Sin embargo, creo que debería saber que su familia está ansiosa de que se case con el nieto del duque de Haworth y, aunque está decidida a luchar con uñas y dientes, será mejor que usted se dé prisa antes de que ella se quede sin uñas. Su madre me da la impresión de ser del tipo persistente, si me comprende —le guiñó el ojo—. Espero que haya tenido el tino de conseguirle esos listados.
Joe hizo girar el vino en el vaso.
—Aun así me rechazó.
Ryan estaba a punto de tomar otro trago de vino, pero se detuvo con el vaso a medio camino.
—Está bromeando, ¿no es así? Suspirando, Joe admitió:
—No tiene deseos de vivir encerrada en una jaula, esa fue su frase exacta que, según deduzco ahora, pertenece a su amiga, y tuya también, la infelizmente casada lady Chilton.
La ira y la angustia se reflejaron en el rostro de Macalister.
—Ese bastardo de Chilton la mantiene encerrada con llave. Por lo que pude averiguar de boca de su doncella, debe presentarle un cronograma diario de actividades para su aprobación, tiene prohibido bailar con nadie que no sea él, y tengo razones para creer que sus abusos no se limitan al plano mental o verbal.
— ¿La golpea? —la sola idea de un hombre pegándole a una mujer, sin importar el tipo de relación que tuviese con ella, hizo que a Joe se le revolviera el estómago. Si estuviese en el lugar de Macalister, con o sin voto de no violencia, le arrancaría a Chilton el corazón y se lo devoraría. No era de extrañar que _______ se hubiese negado rotundamente a vivir la vida que él le ofrecía. Ella temía terminar en la misma deprimente situación que su desventurada amiga. Dios santo—. Conocí a lady Chilton. Es una hermosa y delicada joven dama. ¿Qué tipo de persona abusa de una mujer como ella?
—Un monstruo viejo, poderoso y adinerado, pero ella se niega terminantemente a dejarlo —resopló con disgusto—. Vamos. Dígalo. ¿Qué haces, necio desdichado? Regresa a la India, olvídala y llena tus bolsillos vacíos de oro y marfil.
—Difícilmente estoy en la posición de subirme al pulpito y acusar a nadie —declaró Joe—. Mi contacto directo con el Todopoderoso fue interrumpido hace años, para satisfacción de ambas partes.
Ryan sonrió burlonamente y meneó la cabeza.
—¿Acaso no somos dos guisantes de una misma vaina? Yo renuncié a mi único y verdadero amor, y usted no luchará por el suyo —hizo señas para que les trajeran otra botella—. Propongo que nos emborrachemos de inmediato.
Joe lo miró de soslayo, intrigado.
—¿Qué quiere decir con que no lucharé por el mío?
—Está sentado aquí conmigo, ¿no es cierto? Ya me han entregado mi nota de despido, pero puede que usted todavía tenga una oportunidad. A menos que no sea ese «alguien más», después de todo. Tenga en cuenta que no soy el único depredador apuesto y encantador de Londres. Su girasol es un blanco preferencial.
—Mis disculpas. ¿Puedo contar con tu discreción? Te ofrezco la mía.
Macalister asintió aliviado y le estrechó la mano.
—Gracias, apreciaría mucho que así fuese.
Volvieron a sentarse intercambiando tímidas miradas. Finalmente, lo habían aclarado, reflexionó Joe, sintiéndose un poco más que tonto. Nunca había imaginado que se pelearía a golpes por una mujer. Aunque tampoco había imaginado que una _______ adulta regresaría a su vida.
Macalister cogió nuevamente el vaso de vino, pensativo y, hasta cierto punto, divertido.
— ¿No es ella un tanto joven?
—Pero no está ni remotamente un tanto casada —respondió Joe con una sonrisa igualmente condescendiente.
—No puedo decir que me sorprenda. Lo sospeché desde el momento en que se nos acercó en el baile de caridad. Aunque, debería advertirle, ella está enamorada de alguien más... Aguarde un minuto —una sonrisa tonta comenzó a esbozársele en la comisura de los labios—. Usted es ese «alguien más». Sin embargo, cuando le mencioné su nombre, ella pareció tan dulcemente desconcertada —terminó la bebida—. Mujeres.
Joe sintió que el corazón le daba un brinco.
— ¿Cuándo le mencionaste mi nombre?
—Hace unas semanas, cuando la vi. almorzando con... eh... lady Chilton y otra amiga. Me habló acerca de algunos listados que necesitaba para la obra de caridad y le sugerí que fuese a verlo —sonrió burlonamente—. Obviamente, lo hizo.
Al hacer memoria, Joe estuvo convencido de que ella lo había buscado antes de eso, pero se guardó las conclusiones para sí. Ryan levantó el vaso de vino.
—Bella como un girasol. Yo lo intenté, pero me despachó sin misericordia diciendo...
— ¿Te despachó? —repitió Joe, reprimiendo el impulso de estallar en risas.
—Muy firmemente. Sin embargo, creo que debería saber que su familia está ansiosa de que se case con el nieto del duque de Haworth y, aunque está decidida a luchar con uñas y dientes, será mejor que usted se dé prisa antes de que ella se quede sin uñas. Su madre me da la impresión de ser del tipo persistente, si me comprende —le guiñó el ojo—. Espero que haya tenido el tino de conseguirle esos listados.
Joe hizo girar el vino en el vaso.
—Aun así me rechazó.
Ryan estaba a punto de tomar otro trago de vino, pero se detuvo con el vaso a medio camino.
—Está bromeando, ¿no es así? Suspirando, Joe admitió:
—No tiene deseos de vivir encerrada en una jaula, esa fue su frase exacta que, según deduzco ahora, pertenece a su amiga, y tuya también, la infelizmente casada lady Chilton.
La ira y la angustia se reflejaron en el rostro de Macalister.
—Ese bastardo de Chilton la mantiene encerrada con llave. Por lo que pude averiguar de boca de su doncella, debe presentarle un cronograma diario de actividades para su aprobación, tiene prohibido bailar con nadie que no sea él, y tengo razones para creer que sus abusos no se limitan al plano mental o verbal.
— ¿La golpea? —la sola idea de un hombre pegándole a una mujer, sin importar el tipo de relación que tuviese con ella, hizo que a Joe se le revolviera el estómago. Si estuviese en el lugar de Macalister, con o sin voto de no violencia, le arrancaría a Chilton el corazón y se lo devoraría. No era de extrañar que _______ se hubiese negado rotundamente a vivir la vida que él le ofrecía. Ella temía terminar en la misma deprimente situación que su desventurada amiga. Dios santo—. Conocí a lady Chilton. Es una hermosa y delicada joven dama. ¿Qué tipo de persona abusa de una mujer como ella?
—Un monstruo viejo, poderoso y adinerado, pero ella se niega terminantemente a dejarlo —resopló con disgusto—. Vamos. Dígalo. ¿Qué haces, necio desdichado? Regresa a la India, olvídala y llena tus bolsillos vacíos de oro y marfil.
—Difícilmente estoy en la posición de subirme al pulpito y acusar a nadie —declaró Joe—. Mi contacto directo con el Todopoderoso fue interrumpido hace años, para satisfacción de ambas partes.
Ryan sonrió burlonamente y meneó la cabeza.
—¿Acaso no somos dos guisantes de una misma vaina? Yo renuncié a mi único y verdadero amor, y usted no luchará por el suyo —hizo señas para que les trajeran otra botella—. Propongo que nos emborrachemos de inmediato.
Joe lo miró de soslayo, intrigado.
—¿Qué quiere decir con que no lucharé por el mío?
—Está sentado aquí conmigo, ¿no es cierto? Ya me han entregado mi nota de despido, pero puede que usted todavía tenga una oportunidad. A menos que no sea ese «alguien más», después de todo. Tenga en cuenta que no soy el único depredador apuesto y encantador de Londres. Su girasol es un blanco preferencial.
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