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50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA

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50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA - Página 5 Empty Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA

Mensaje por CarolineR2 Lun 17 Dic 2012, 9:26 am

catadanza escribió:debo admitir que hasta el día de hoy era un marditoo fantasma c: pero dije, ya es suficiente de eso y pucha te quiero decir que me encantaaa! siguela luegoo pooorfavooorsh :D

La Sigo en unos Minutos!!!
CarolineR2
CarolineR2


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50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA - Página 5 Empty Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA

Mensaje por CarolineR2 Lun 17 Dic 2012, 9:29 am

Capitulo 9

No puedo reprimir el júbilo. Mi subconsciente me mira con la boca abierta,
en silencio, atónita, y, con una amplia sonrisa grabada en la cara, levanto la vista
anhelante hacia los ojos torturados de Harry.
Su expresión tierna y dulce, como si buscara absolución, me conmueve a un
nivel profundo y primario; sus dos pequeñas palabras son como maná celestial. Siento
de nuevo el escozor del llanto en los ojos. Sí, me Amas. Sé que me Amas.
Ser consciente de ello es muy liberador, como si me hubiera deshecho de
un peso aplastante. Este hombre hermoso y herido, a quien un día consideré mi héroe
romántico —fuerte, solitario, misterioso—, posee todos esos rasgos, pero también es
frágil e inestable, y lleno de odio hacia sí mismo. Mi corazón está rebosante de alegría,
pero también de dolor por su sufrimiento. Y en este momento sé que mi corazón es lo
bastante grande para los dos. Confío… en que sea lo bastante grande para los dos.
Alzo la mano para tocar su querido y apuesto rostro, y le beso con dulzura,
vertiendo todo el amor que siento en esta cariñosa caricia. Quiero devorarle bajo esta
cascada de agua caliente. Harry gime y me rodea entre sus brazos, y se aferra a mí
como si fuera el aire que necesita para respirar.
—Oh, ________ —musita con voz ronca—. Te deseo, pero no aquí.
—Sí —murmuro febril junto a su boca.
Cierra el grifo de la ducha y me da la mano, me lleva fuera y me envuelve
con el albornoz. Coge una toalla, se la anuda en la cintura, y luego con otra más
pequeña empieza a secarme el pelo cuidadosamente. Cuando se da por satisfecho, me
pone la toalla alrededor de la cabeza, de modo que en el enorme espejo que hay sobre
el lavamanos parece que lleve un velo. Él está detrás de mí y nuestras miradas
convergen en el espejo, Verde ardiente contra Marron brillante, y se me ocurre una idea.
—¿Puedo corresponderte? —pregunto.
Él asiente, aunque frunce ligeramente el ceño. Cojo otra toalla esponjosa
del montón que hay apilado junto al tocador, me pongo de puntillas a su lado y empiezo
a secarle el pelo. Él se inclina hacia delante para facilitarme la tarea, y cuando capto
ocasionalmente su mirada bajo la toalla, veo que me sonríe como un crío.
—Hace mucho tiempo que nadie me hacía esto. Mucho tiempo —susurra, y
entonces tuerce el gesto—. De hecho, no creo que nadie me haya secado nunca el pelo.
—Seguro que Grace sí lo hacía. ¿No te secaba el pelo cuando eras
pequeño?
Niega con la cabeza, dificultándome la labor.
—No. Ella respetó mis límites desde el primer día, aunque le resultara
doloroso. Fui un niño muy autosuficiente —dice en voz baja.
Siento una punzada en el pecho al pensar en aquel crío de cabello cobrizo
que se ocupaba de sí mismo porque a nadie más le importaba. Es una idea
terriblemente triste. Pero no quiero que mi melancolía me prive de esta intimidad
floreciente.
—Bueno, me siento honrada —bromeo en tono cariñoso.
—Puede estarlo, señorita Steele. O quizá sea yo el honrado.
—Eso ni lo dude, señor Styles —replico.
Termino de secarle el cabello, cojo otra toalla pequeña y me coloco detrás
de él. Nuestros ojos vuelven a encontrarse en el espejo, y su mirada atenta e intrigada
me impulsa a hablar.
—¿Puedo probar una cosa?
Al cabo de un momento, asiente. Con cautela, muy dulcemente, hago que la
toalla descienda con suavidad por su brazo izquierdo, secando el agua que empapa su
piel. Levanto la vista y escruto su expresión en el espejo. Parpadea y me mira con sus
ojos ardientes.
Yo me inclino hacia delante, le beso el bíceps, y él entreabre levemente los
labios. Le seco el otro brazo de igual modo, dejando un rastro de besos alrededor del
bíceps, y en sus labios aparece una sonrisa fugaz. Cuidadosamente, le paso la toalla
por la espalda bajo la tenue línea de carmín, que aún sigue visible. En la ducha no le
froté por detrás.
—Toda la espalda —dice en voz baja—, con la toalla.
Inspira y aprieta los labios, y le seco rápidamente con cuidado de tocarle
solo con la toalla.
Tiene una espalda tan atractiva: ancha, con hombros contorneados y todos
los músculos perfectamente definidos. Realmente se cuida. Solo las cicatrices
estropean esa maravillosa visión.
Me esfuerzo por ignorarlas y reprimo el abrumador impulso de besarlas
todas y cada una. Cuando termino, él exhala con fuerza y yo me inclino hacia delante
para recompensarle con un beso en el hombro. Le rodeo con los brazos y le seco el
estómago. Nuestros ojos se encuentran nuevamente en el espejo, y tiene una expresión
divertida, pero también cauta.
—Toma esto. —Le doy una toallita de manos y él arquea las cejas,
desconcertado—. ¿Te acuerdas en Georgia? Hiciste que me tocara utilizando tus manos
—añado.
Se le ensombrece la cara, pero no hago caso de su reacción y le rodeo con
mis brazos. Los dos nos miramos en el espejo: su belleza, su desnudez, yo con el pelo
cubierto… tenemos un aspecto casi bíblico, como una pintura barroca del Antiguo
Testamento.
Le cojo la mano, que me confía de buen grado, y se la muevo sobre el torso
para secarlo con la toalla de forma lenta y algo torpe. Una, dos pasadas… y luego otra
vez. Él está completamente inmóvil y rígido por la tensión, salvo sus ojos, que siguen
mi mano que rodea la suya con firmeza.
Mi subconsciente observa con gesto de aprobación, su boca generalmente
fruncida ahora sonríe, y yo me siento como la suprema maestra titiritera. De la espalda
de Harry emanan oleadas de ansiedad, pero no deja de mirarme, aunque con ojos
más sombríos, más letales… que revelan sus secretos, quizá.
¿Quiero entrar en ese territorio? ¿Quiero enfrentarme a sus demonios?
—Creo que ya estás seco —murmuro, dejando caer la mano y observando
la inmensidad Verde de su mirada en el espejo.
Tiene la respiración acelerada y los labios entreabiertos.
—Te necesito, __________.
—Yo también te necesito.
Y al pronunciar esas palabras me impresiona su certeza absoluta. No puedo
imaginarme sin Harry, nunca.
—Déjame amarte —dice con voz ronca.
—Sí —contesto, y me da la vuelta, me toma entre sus brazos y sus labios
buscan los míos, implorándome, adorándome, apreciándome… amándome.
Me pasa los dedos a lo largo de la columna mientras nos miramos
mutuamente, sumidos en la dicha poscoital, plenos. Tumbados juntos, yo boca abajo
abrazando la almohada, él de costado, y yo gozando de la ternura de su caricia. Sé que
ahora mismo necesita tocarme. Soy un bálsamo para él, una fuente de consuelo, ¿y
cómo voy a negárselo? Yo siento exactamente lo mismo hacia él.
—Así que puedes ser tierno.
—Mmm… eso parece, señorita Steele.
Sonrío complacida.
—No lo fuiste especialmente la primera vez que… hicimos esto.
—¿No? —dice malicioso—. Cuando te robé la virtud.
—No creo que la robaras —musito con picardía. Por Dios, no soy una
doncella indefensa—. Creo que yo te entregué mi virtud bastante libremente y de buen
grado. Yo también lo deseaba y, si no recuerdo mal, disfruté bastante.
Le sonrío con timidez y me muerdo el labio.
—Como yo, si mal no recuerdo, señorita Steele. Mi único objetivo es
complacer —añade y adquiere una expresión seria y relajada—. Y eso significa que
eres mía, totalmente.
Ha desaparecido todo rastro de ironía y me mira fijamente.
—Sí, lo soy —le contesto en un murmullo—. Me gustaría preguntarte una
cosa.
—Adelante.
—Tu padre biológico… ¿sabes quién era?
La idea lleva un tiempo rondándome por la cabeza.
Arquea una ceja y luego niega.
—No tengo ni idea. No era ese salvaje que le hacía de chulo, lo cual está
bien.
—¿Cómo lo sabes?
—Por una cosa que me dijo mi padre… Carrick.
Observo expectante a mi Cincuenta, a la espera.
—Siempre ávida por saber,________. —Suspira y mueve la cabeza—. El
chulo encontró el cuerpo de la puta adicta al crack y telefoneó a las autoridades.
Aunque tardaron cuatro días en encontrarlo. Él se fue, cerró la puerta… y me dejó
con… con su cadáver.
Se le enturbia la mirada al recordarlo.
Inspiro con fuerza. Pobre criatura… la mera idea de semejante horror
resulta dolorosamente inconcebible.
—La policía le interrogó después. Él negó rotundamente que tuviera algo
que ver conmigo, y Carrick me dijo que no nos parecíamos en absoluto.
—¿Recuerdas cómo era?
—__________, esa es una parte de mi vida en la que no suelo pensar a
menudo. Sí, recuerdo cómo era. Nunca le olvidaré. —La expresión de Harry se
ensombrece y endurece, volviendo su rostro más anguloso, con una gélida mirada de
rabia en sus ojos—. ¿Podemos hablar de otra cosa?
—Perdona. No quería entristecerte.
Niega con la cabeza.
—Es el pasado, _________. No quiero pensar en eso ahora.
—Bueno… ¿y cuál es esa sorpresa? —digo para cambiar de tema antes de
que las sombras de Cincuenta se vuelvan contra mí.
Inmediatamente se le ilumina la cara.
—¿Te apetece salir a tomar un poco de aire fresco? Quiero enseñarte una
cosa.
—Claro.
Me maravilla la rapidez con que cambia de humor… tan voluble como
siempre. Me mira risueño, con esa sonrisa espontánea y juvenil de «Solo soy un chaval
de veintisiete años», y mi corazón da un salto. Así que se trata de algo muy importante
para él, lo noto. Me da un cachete en el trasero, juguetón.
—Vístete. Con unos vaqueros ya va bien. Espero que Taylor te haya metido
algunos en la maleta.
Se levanta y se pone los calzoncillos. Oh… podría estar sentada aquí todo
el día, viéndole moverse por la habitación.
—Arriba —ordena, tan autoritario como siempre.
Le miro, sonriente.
—Estoy admirando las vistas.
Y alza los ojos al cielo con aire resignado y divertido.
Mientras nos vestimos, me doy cuenta de que nos movemos con la
sincronización de dos personas que se conocen bien, ambos muy atentos y pendientes
del otro, intercambiando de vez en cuando una sonrisa tímida y una tierna caricia. Y
caigo en la cuenta de que esto es tan nuevo para él como para mí.
—Sécate el pelo —ordena Harry cuando estamos vestidos.
—Dominante como siempre —le digo bromeando, y se inclina para
besarme la cabeza.
—Eso no cambiará nunca, nena. No quiero que te pongas enferma.
Pongo los ojos en blanco, y él tuerce la boca, con expresión divertida.
—Sigo teniendo las manos muy largas, ¿sabe, señorita Steele?
—Me alegra oírlo, señor Styles. Empezaba a pensar que habías perdido
nervio —replico.
—Puedo demostrarte que no es así en cuanto te apetezca.
Harry saca de su bolsa un jersey grande de punto trenzado color beis, y
se lo echa con elegancia sobre los hombros. Con la camiseta blanca, los vaqueros, el
pelo cuidadosamente despeinado y ahora esto, parece salido de las páginas de una
lujosa revista de moda.
Debería estar prohibido ser tan extraordinariamente guapo. Y no sé si es la
distracción momentánea, la mera perfección de su aspecto o ser consciente de que me
quiere, pero su amenaza ya no me da miedo. Así es él, mi Cincuenta Sombras.
Mientras cojo el secador, vislumbro ante mí un rayo de esperanza tangible.
Encontraremos la vía intermedia. Lo único que hemos de hacer es tener en cuenta las
necesidades del otro y acoplarlas. De eso soy capaz, ¿verdad?
Me observo en el espejo del vestidor. Llevo la camisa azul claro que
Taylor me compró y que ha metido en mi maleta. Tengo el pelo hecho un desastre, la
cara enrojecida, los labios hinchados… Me los palpo, recordando los besos
abrasadores de Harry, y no puedo evitar que se me escape una sonrisa. «Sí, te
Amo», me dijo.
—¿Dónde vamos exactamente? —pregunto mientras esperamos en el
vestíbulo al empleado del aparcamiento.
Harry se da golpecitos en un lado de la nariz y me guiña un ojo con aire
conspiratorio, como si hiciera esfuerzos desesperados por contener su alegría.
Francamente, esto es bastante impropio de mi Cincuenta.
Estaba así cuando fuimos a volar en planeador; quizá sea eso lo que vamos
a hacer. Yo también le sonrío, radiante. Y me mira con ese aire de superioridad que le
confiere esa sonrisa suya de medio lado. Se inclina y me besa tiernamente.
—¿Tienes idea de lo feliz que me haces? —pregunta en voz baja.
—Sí… lo sé perfectamente. Porque tú provocas el mismo efecto en mí.
El empleado del aparcamiento aparece a gran velocidad con el coche de Harry y una enorme sonrisa en la cara. Vaya, hoy todo el mundo parece muy feliz.
—Un coche magnífico, señor —comenta al entregarle las llaves a Harry.
Él le guiña un ojo y le da una propina escandalosamente generosa.
Yo le frunzo el ceño. Por Dios…
Mientras avanzamos entre el tráfico, Harry está sumido en sus
pensamientos. Por los altavoces suena la voz de una mujer joven, con un timbre
precioso, rico, melodioso, y me pierdo en esa voz triste y conmovedora.
—Tengo que desviarme un momento. No tardaremos —dice con aire
ausente, y me distrae de la canción.
Oh, ¿por qué? Estoy intrigada por conocer cuál es la sorpresa. La diosa que
llevo dentro está dando saltitos como una niña de cinco años.
—Claro —murmuro.
Aquí pasa algo. De pronto parece muy serio y decidido.
Entra en el aparcamiento de un enorme concesionario, para el coche y se
gira hacia mí con expresión cauta.
—Hay que comprarte un coche —dice.
Le miro con la boca abierta. ¿Ahora? ¿En domingo? ¿Qué demonios…? Y
esto es un concesionario de Saab.
—¿Un Audi no? —es la única tontería que se me ocurre decir, y el pobre,
bendito sea, se ruboriza.
Harry, avergonzado… ¡Esto es algo insólito!
—Pensé que te apetecería variar —musita incómodo, como si no supiera
dónde meterse.
Oh, por favor… No hay que dejar pasar esta oportunidad única de burlarse
de él.
—¿Un Saab? —pregunto.
—Sí. Un 9-3. Vamos.
—¿A ti qué te pasa con los coches extranjeros?
—Los alemanes y los suecos fabrican los coches más seguros del mundo,
_________.
¿Ah, sí?
—Creí que ya habías encargado otro Audi A3 para mí.
Me mira con aire enigmático y divertido.
—Eso puede anularse. Vamos.
Baja tranquilamente del coche, se acerca a mi lado y me abre la puerta.
—Te debo un regalo de graduación —dice en voz baja, y me tiende la
mano.
—Harry, de verdad, no tienes por qué hacer esto.
—Sí, quiero hacerlo. Por favor. Vamos.
Su tono no admite réplica.
Yo me resigno a mi destino. ¿Un Saab? ¿Quiero yo un Saab? Me gustaba
bastante el Audi Especial para Sumisas. Era muy práctico.
Claro que ahora está cubierto por una tonelada de pintura blanca… Me
estremezco. Y ella aún anda suelta por ahí.
Acepto la mano de Harry, y nos dirigimos a la sala de exposición.
Troy Turniansky, el encargado de las ventas, se pega como una lapa a
Cincuenta. Huele la venta. Tiene un peculiar acento que parece del otro lado del
Atlántico… ¿inglés, quizá? Es difícil saberlo.
—¿Un Saab, señor? ¿De segunda mano?
Se frota las manos con fruición.
—Nuevo.
Harry se pone muy serio.
¡Nuevo!
—¿Ha pensado en algún modelo, señor?
Y encima es un pelota suavón.
—Un sedán deportivo 9-3 2.0T.
—Excelente elección, señor.
—¿De qué color, ________? —me pregunta Harry, ladeando la cabeza.
—Eh… ¿negro? —Me encojo de hombros—. De verdad, no hace falta que
hagas esto.
Tuerce el gesto.
—El negro no se ve bien de noche.
Oh, por Dios. Resisto la tentación de poner los ojos en blanco.
—Tú tienes un coche negro.
Me mira con expresión ceñuda.
—Pues amarillo canario —digo, encogiéndome de hombros.
Harry hace una mueca de desagrado: está claro que el amarillo canario
no es su estilo.
—¿De qué color quieres tú que sea el coche? —le pregunto como si fuera
un niño pequeño, lo cual es cierto en muchos aspectos.
Y ese inoportuno pensamiento me pone triste y me da que pensar.
—Plateado o blanco.
—Plateado, pues. Sabes que me quedaría con el Audi —añado,
escarmentada por mis pensamientos.
Troy palidece al percatarse de que puede perder la venta.
—¿Quizá preferiría el descapotable, señora? —pregunta, dando nerviosas y
entusiastas palmaditas.
Mi subconsciente está avergonzada y disgustada, mortificada por todo este
asunto de la compra del coche, pero la diosa que llevo dentro le hace un placaje y la
tira al suelo. ¿Un descapotable? ¡Para morirse…!
Harry frunce el ceño y me echa un vistazo.
—¿El descapotable? —pregunta, arqueando una ceja.
Me ruborizo. Es como si tuviera una línea erótica directa con la diosa que
llevo dentro, algo que sin duda es muy cierto. A veces resulta muy incómodo. Me miro
las manos.
Harry se vuelve hacia Troy.
—¿Qué dicen las estadísticas de seguridad del descapotable?
Troy capta la vulnerabilidad de Harry y, lanzándose a muerte, le recita
todo tipo de cifras y estadísticas.
A Harry le preocupa mi seguridad, está claro. Para él eso es como una
religión y, como el fanático que es, escucha atentamente la consabida perorata de Troy.
No cabe duda de que a Cincuenta le importa.
«Sí, te Amo.» Recuerdo las palabras entrecortadas que susurró esta
mañana y una emoción resplandeciente se expande por mis venas como miel derretida.
Este hombre, este regalo de Dios a las mujeres, me Ama.
Me doy cuenta de que estoy mirándole sonriendo embobada, y cuando se
percata de ello se queda desconcertado, aunque también divertido por mi expresión.
Yo solo tengo ganas de abrazarme a mí misma, de lo feliz que soy.
—Yo también quiero un poco de eso que se ha tomado, señorita Steele, sea
lo que sea —cuchichea mientras Troy va hacia su ordenador.
—Lo que me he tomado eres tú, señor Styles.
—¿En serio? Pues la verdad es que pareces que estés embriagada. —Me da
un beso fugaz—. Y gracias por aceptar el coche. Esta vez ha sido más fácil que la
anterior.
—Bueno, este no es un Audi A3.
Sonríe satisfecho.
—Ese no es un coche para ti.
—A mí me gustaba.
—Señor, ¿el 9-3? He localizado uno en nuestro concesionario de Beverly
Hills. En un par de días podemos tenerlo aquí.
Troy está radiante por el éxito.
—¿De gama alta?
—Sí, señor.
—Excelente.
Harry saca la tarjeta de crédito, ¿o es la de Taylor? Pensar en eso me
pone nerviosa. Me pregunto cómo estará Taylor, y si habrá encontrado a Leila en el
apartamento. Me masajeo la frente. Sí, está también todo el bagaje que lleva consigo
Harry.
—Si quiere acompañarme, señor… —Troy echa un vistazo al nombre de la
tarjeta—… Styles.
* * *
Harry me abre la puerta, y yo ocupo el asiento del pasajero.
—Gracias —le digo en cuanto se sienta a mi lado.
Él sonríe.
—Lo hago con mucho gusto, ___________.
Harry enciende el motor y vuelve a sonar la música.
—¿Quién es? —pregunto.
—Eva Cassidy.
—Tiene una voz preciosa.
—Sí, la tenía.
—Oh.
—Murió joven.
—Oh.
—¿Tienes hambre? No te terminaste el desayuno.
Me mira de reojo con expresión reprobatoria.
Oh, oh…
—Sí.
—Entonces comamos primero.
Harry conduce hacia los muelles y después hacia el norte, por el
viaducto Alaskan Way. Es otro día precioso en Seattle. Llevamos varias semanas con
buen tiempo, y eso no es habitual.
Harry parece feliz y relajado mientras circulamos por la autovía
escuchando la voz dulce y melancólica de Eva Cassidy. ¿Me había sentido así de
cómoda con él antes? No lo sé.
Ahora sé que no me castigará y sus cambios de humor me preocupan menos,
y también él parece más tranquilo conmigo. Gira a la izquierda, por la carretera de la
costa, y finalmente deja el coche en un aparcamiento frente a un puerto deportivo
enorme.
—Comeremos aquí. Espera, te abriré la puerta —dice de un modo que me
indica que no es aconsejable moverse, y le veo rodear el coche.
¿Es que nunca se cansará de esto?
Caminamos de la mano hacia la zona del muelle, donde el puerto se
extiende frente a nosotros.
—Cuántos barcos —comento, admirada.
Hay centenares, de todas las formas y tamaños, meciéndose sobre las
tranquilas aguas del puerto deportivo. Fuera, en el estrecho de Puget, hay docenas de
veleros oscilando al viento, gozando del buen tiempo. Es la viva imagen del disfrute al
aire libre. Se ha levantado un poco de viento, así que me pongo la chaqueta sobre los
hombros.
—¿Tienes frío? —me pregunta, y me atrae hacia sí.
—No, simplemente disfrutaba de la vista.
—Yo me pasaría el día contemplándola. Ven por aquí.
Harry me lleva a un bar inmenso situado frente al mar y se dirige hacia
la barra. La decoración es más del estilo de Nueva Inglaterra que de la costa Oeste:
paredes blancas encaladas, mobiliario azul claro y parafernalia marina colgada por
todas partes. Es un local luminoso y alegre.
—¡Señor Styles! —El barman saluda afectuosamente a Harry—. ¿Qué
puedo ofrecerle hoy?
—Dante, buenos días. —Harry asiente y los dos nos encaramamos a los
taburetes de la barra—. La encantadora dama es ________ Steele.
—Bienvenida al local de SP —me dice Dante con una cálida sonrisa.
Es negro y guapísimo, y me examina con sus ojos oscuros y, por lo que
parece, da su visto bueno. Lleva un gran diamante en la oreja que centellea cuando me
mira. Me cae bien al instante.
—¿Qué les apetece beber?
Miro a Harry, que me observa expectante. Oh, va a dejarme escoger.
—Por favor, llámame _______, y tomaré lo mismo que Harry.
Sonrío con timidez a Dante. Cincuenta sabe mucho más de vinos que yo.
—Yo tomaré una cerveza. Este es el único bar de Seattle donde puedes
encontrar Adnam Explorer.
—¿Una cerveza?
—Sí —me dice risueño—. Dos Explorer, por favor, Dante.
Dante asiente y coloca las cervezas en la barra.
—Aquí también sirven una sopa de marisco deliciosa —comenta Harry.
Me lo está preguntando.
—Sopa de marisco y cerveza suena estupendo —le digo sonriente.
—¿Dos sopas de marisco? —pregunta Dante.
—Por favor —le pide Harry con amabilidad.
Nos pasamos la comida charlando, como no habíamos hecho nunca.
Harry está a gusto y tranquilo; tiene un aspecto juvenil, feliz y animado, pese a todo
lo que pasó ayer. Me cuenta la historia de Styles Enterprises Holdings, Inc., y, cuanto
más habla, más noto su pasión por reflotar empresas con problemas, su confianza en la
tecnología que está desarrollando y sus sueños de convertir en productivos extensos
territorios del tercer mundo. Le escucho embelesada. Es divertido, inteligente,
filantrópico y hermoso, y me Ama.
Llegado el momento, me acribilla a preguntas sobre Ray y mi madre, sobre
el hecho de crecer en los frondosos bosques de Montesano, y sobre mis breves
estancias en Texas y Las Vegas. Se interesa por saber mis películas y mis libros
preferidos, y me sorprende comprobar cuánto tenemos en común.
Mientras hablamos, se me ocurre pensar que ha pasado de ser el Alec de
Thomas Hardy a ser Angel, de la corrupción y la degradación a los más altos ideales
en un espacio de tiempo muy corto.
Terminamos de comer pasadas las dos. Harry paga la cuenta a Dante,
que se despide de nosotros afectuosamente.
—Este sitio es estupendo. Gracias por la comida —le digo a Harry, que
me da la mano al salir del bar.
—Volveremos —dice y caminamos por el muelle—. Quería enseñarte una
cosa.
—Ya lo sé… y estoy impaciente por verla, sea lo que sea.
Paseamos de la mano por el puerto deportivo. Hace una tarde muy
agradable. La gente está disfrutando del domingo, paseando a los perros, contemplando
los barcos, vigilando a sus hijos que corren por el paseo.
A medida que avanzamos por el puerto, los barcos son cada vez más
grandes. Harry me conduce a un muelle y se detiene delante de un enorme
catamarán.
—Pensé que podríamos salir a navegar esta tarde. Este barco es mío.
Madre mía. Debe de medir como mínimo doce metros, quizá unos quince.
Dos elegantes cascos blancos, una cubierta, una cabina espaciosa, y sobresaliendo por
encima todo de ello un impresionante mástil. Yo no sé nada de barcos, pero me doy
cuenta de que este es especial.
—Uau… —musito maravillada.
—Construido por mi empresa —dice con orgullo, y siento henchirse mi
corazón—. Diseñado hasta el último detalle por los mejores arquitectos navales del
mundo y construido aquí en Seattle, en mi astillero. Dispone de sistema de pilotaje
eléctrico híbrido, orzas asimétricas, una vela cuadra en el mástil…
—Vale… ya me he perdido, Harry.
Sonríe de oreja a oreja.
—Es un barco magnífico.
—Parece realmente fabuloso, señor Styles.
—Lo es, señorita Steele.
—¿Cómo se llama?
Me lleva a un costado para que pueda ver el nombre: Grace. Me quedo muy
sorprendida.
—¿Le pusiste el nombre de tu madre?
—Sí. —Inclina la cabeza a un lado, un tanto desconcertado—. ¿Por qué te
extraña?
Me encojo de hombros. No deja de sorprenderme: él siempre actúa de un
modo tan ambivalente en su presencia…
—Yo adoro a mi madre, ________. ¿Por qué no le iba a poner su nombre a
un barco?
Me ruborizo.
—No, no es eso… es que…
Maldita sea, ¿cómo podría expresarlo?
—_________, Grace Trevelyan me salvó la vida. Se lo debo todo.
Yo le miro fijamente, y me dejo invadir por la veneración implícita en ese
dulce reconocimiento. Y me resulta evidente, por primera vez, que él quiere a su
madre. ¿Por qué entonces esa ambigüedad extraña y tensa hacia ella?
—¿Quieres subir a bordo? —pregunta emocionado y con los ojos
brillantes.
—Sí, por favor —contesto sonriente.
Parece encantado. Me da la mano, sube dando zancadas por la pequeña
plancha y me lleva a bordo. Llegamos a cubierta, situada bajo un toldo rígido.
En un lado hay una mesa y una banqueta en forma de U forrada de piel de
color azul claro, con espacio para ocho personas como mínimo. Echo un vistazo al
interior de la cabina a través de las puertas correderas y doy un respingo, sobresaltada
al ver que allí hay alguien. Un hombre alto y rubio abre las puertas y sale a cubierta:
muy bronceado, con el pelo rizado y los ojos castaños, vestido con un polo rosa de
manga corta descolorido, pantalones cortos y náuticas. Debe de tener unos treinta y
cinco años, más o menos.
—Mac —saluda Harry con una sonrisa.
—¡Señor Styles! Me alegro de volver a verle.
Se dan la mano.
—__________, este es Liam McConnell. Liam, esta es mi novia, _______
Steele.
¡Novia! La diosa que llevo dentro realiza un ágil arabesco. Sigue sonriendo
por lo del descapotable. Tengo que acostumbrarme a esto: no es la primera vez que lo
dice, pero oírselo pronunciar sigue siendo emocionante.
—¿Cómo está usted?
Liam y yo nos damos la mano.
—Llámeme Mac —me dice con amabilidad, y no consigo identificar su
acento—. Bienvenida a bordo, señorita Steele.
—_________, por favor —musito y enrojezco.
Tiene unos ojos castaños muy profundos.
—¿Qué tal se está portando, Mac? —interviene Harry enseguida, y por
un momento creo que está hablando de mí.
—Está preparada para el baile, señor —responde Mac en tono jovial.
Ah, el barco. El Grace. Qué tonta soy.
—En marcha, pues.
—¿Van a salir?
—Sí. —Harry le dirige a Mac una sonrisa maliciosa—. ¿Una vuelta
rápida,_____________?
—Sí, por favor.
Le sigo al interior de la cabina. Frente a nosotros hay un sofá de piel beis
en forma de L, y sobre él, un enorme ventanal curvo ofrece una vista panorámica del
puerto deportivo. A la izquierda está la zona de la cocina, muy elegante y bien
equipada, toda de madera clara.
—Este es el salón principal. Junto con la cocina —dice Harry,
señalándola con un vago gesto.
Me coge de la mano y me lleva por la cabina principal. Es
sorprendentemente espaciosa. El suelo es de la misma madera clara. Tiene un diseño
moderno y elegante y una atmósfera luminosa y diáfana, aunque todo es muy funcional y
no parece que Harry pase mucho tiempo aquí.
—Los baños están en el otro lado.
Señala dos puertas, y luego abre otra más pequeña y de aspecto muy
peculiar que tenemos enfrente y entra. Se trata de un lujoso dormitorio. Oh…
Hay una enorme cama empotrada y todo es de tejidos azul pálido y madera
clara, como su dormitorio en el Escala. Es evidente que Harry escoge un motivo y
lo mantiene.
—Este es el dormitorio principal. —Baja la mirada hacia mí, sus ojos
Verdes centellean—. Eres la primera chica que entra aquí, aparte de las de mi familia.
—Sonríe—. Ellas no cuentan.
Su mirada ardiente hace que me ruborice y se me acelere el pulso. ¿De
veras? Otra primera vez. Me atrae a sus brazos, sus dedos juguetean con mi cabello y
me da un beso, intenso y largo. Cuando me suelta, ambos estamos sin aliento.
—Quizá deberíamos estrenar esta cama —murmura junto a mi boca.
¡Oh, en el mar!
—Pero no ahora mismo. Ven, Mac estará soltando amarras.
Hago caso omiso de la punzada de desilusión, él me da la mano y volvemos
a cruzar el salón. Me señala otra puerta.
—Allí hay un despacho, y aquí delante dos cabinas más.
—¿Cuánta gente puede dormir en el barco?
—Es un catamarán con seis camarotes, aunque solo he subido a bordo a mi
familia. Me gusta navegar solo. Pero no cuando tú estás aquí. Tengo que mantenerte
vigilada.
Revuelve en un arcón y saca un chaleco salvavidas de un rojo intenso.
—Toma.
Me lo pasa por la cabeza y tensa todas las correas, y la sombra de una
sonrisa aparece en sus labios.
—Te encanta atarme, ¿verdad?
—De todas las formas posibles —dice con una chispa maliciosa en la
mirada.
—Eres un pervertido.
—Lo sé.
Arquea las cejas y su sonrisa se ensancha.
—Mi pervertido —susurro.
—Sí, tuyo.
Una vez que me ha atado, me agarra por los costados del chaleco y me
besa.
—Siempre —musita y, sin darme tiempo a responder, me suelta.
¡Siempre! Dios santo.
—Ven.
Me coge de la mano, salimos y subimos unos pocos escalones hasta una
pequeña cabina en la cubierta superior, donde hay un gran timón y un asiento elevado.
Mac está manipulando unos cabos en la proa del barco.
—¿Es aquí donde aprendiste todos tus trucos con las cuerdas? —le
pregunto a Harry con aire inocente.
—Los ballestrinques me han venido muy bien —dice, y me escruta con la
mirada—. Señorita Steele, parece que he despertado su curiosidad. Me gusta verte así,
curiosa. Tendré mucho gusto en enseñarte lo que puedo hacer con una cuerda.
Me sonríe con picardía y yo, impasible, le miro como si me hubiera
disgustado. Le cambia la cara.
—Has picado —le digo sonriendo.
Harry tuerce la boca y entorna los ojos.
—Tendré que ocuparme de ti más tarde, pero ahora mismo, tengo que
pilotar un barco.
Se sienta a los mandos, aprieta un botón y el motor se pone en marcha con
un rugido.
Mac se dirige raudo hacia un costado del barco, me sonríe y salta a la
cubierta inferior, donde empieza a desatar un cabo. A lo mejor él también sabe hacer
un par de trucos con las cuerdas. La inoportuna idea hace que me ruborice.
Mi subconsciente me mira ceñuda. Yo le respondo encogiéndome de
hombros y miro hacia Harry: le echo la culpa a Cincuenta. Él coge el receptor y
llama por radio al guardacostas, y Mac grita que estamos preparados para zarpar.
Una vez más, me fascina la destreza de Harry. Es tan competente. ¿Hay
algo que este hombre no pueda hacer? Entonces recuerdo su concienzuda intentona de
cortar y trocear un pimiento el pasado viernes en mi apartamento. Y sonrío al pensarlo.
Harry conduce lentamente el Grace del embarcadero en dirección a la
bocana del puerto. A nuestras espaldas queda el reducido grupo de gente que se ha
congregado en el muelle para vernos partir. Los niños pequeños nos saludan y yo les
devuelvo el saludo.
Harry mira por encima del hombro, y luego hace que me siente entre sus
piernas y señala las diversas esferas y dispositivos del puente de mando.
—Coge el timón —me ordena tan autoritario como siempre, y yo hago lo
que me pide.
—A la orden, capitán —digo con una risita nerviosa.
Coloca sus manos sobre las mías, manteniendo el rumbo para salir de la
bahía, y en cuestión de minutos estamos en mar abierto, surcando las azules y frías
aguas del estrecho de Puget. Lejos del muro protector del puerto, el viento es más
fuerte y navegamos sobre un mar encrespado y rizado.
No puedo evitar sonreír al notar el entusiasmo de Harry; esto es tan
emocionante… Trazamos una gran curva hasta situarnos rumbo oeste hacia la península
Olympic, con el viento detrás.
—Hora de navegar —dice Harry, lleno de excitación—. Toma, cógelo
tú. Mantén el rumbo.
¿Qué?
Sonríe al ver mi cara de horror.
—Es muy fácil, nena. Sujeta el timón y no dejes de mirar por la proa hacia
el horizonte. Lo harás muy bien, como siempre. Cuando se icen las velas, notarás el
tirón. Limítate a mantenerlo firme. Yo te haré esta señal —hace un movimiento con la
mano plana como de rajarse el cuello—, y entonces puedes parar el motor. Es este
botón de aquí. —Señala un gran interruptor negro—. ¿Entendido?
—Sí —asiento frenética y aterrorizada.
¡Madre mía… yo no tenía pensado hacer nada!
Me besa y baja rápidamente de la silla de capitán, y luego salta a la parte
delantera del barco, donde se encuentra Mac, y empieza a desplegar velas, a desatar
cabos y a manipular cabrestantes y poleas. Ambos trabajan bien juntos, como un
equipo, intercambiando a gritos diversos términos náuticos, y es reconfortante ver a
Cincuenta interactuar con alguien con tanta espontaneidad.
Quizá Mac sea amigo de Cincuenta. Por lo que yo sé, no parece que tenga
muchos, pero la verdad es que yo tampoco. Bueno, al menos aquí en Seattle. Mi única
amiga está de vacaciones, poniéndose morena en Saint James, en la costa oeste de
Barbados.
Al pensar en Perrie siento una punzada de dolor. Echo en falta a mi
compañera de piso más de lo que creía cuando se fue. Espero que cambie de opinión y
que regrese pronto a casa con su hermano Ethan, en lugar de prolongar su estancia con
el hermano de Harry, Elliot.
Harry y Mac izan la vela mayor. Se hincha y se infla a merced del
impetuoso viento, y de repente el barco da bandazos y acelera. Yo lo siento en el
timón. ¡Uau!
Ellos se ponen a trajinar en la proa, y yo contemplo fascinada cómo la gran
vela se iza en el mástil. El viento la agarra, expandiéndola y tensándola.
—¡Mantenlo firme, nena, y apaga el motor! —me grita Harry por encima
del viento, y me hace la señal de desconectar las máquinas.
Yo apenas oigo su voz, pero asiento entusiasmada, y contemplo al hombre
que amo, con el pelo totalmente alborotado, muy emocionado, sujetándose ante los
cabeceos y los virajes del barco.
Aprieto el botón, cesa el rugido del motor, y el Grace navega hacia la
península Olympic, deslizándose por el agua como si volara. Yo tengo ganas de chillar
y gritar y jalear: esta es una de las experiencias más excitantes de mi vida… salvo
quizá la del planeador, y puede que la del cuarto rojo del dolor.
¡Madre mía, cómo se mueve este barco! Me mantengo firme, sujetando el
timón y tratando de conservar el rumbo, y Harry vuelve a colocarse detrás de mí y
pone sus manos sobre las mías.
—¿Qué te parece? —me pregunta, gritando sobre el rugido del viento y el
mar.
—¡Harry, esto es fantástico!
Esboza una radiante sonrisa de oreja a oreja.
—Ya verás cuando ice la vela globo.
Señala con la barbilla a Mac, que está desplegando la vela globo, de un
rojo oscuro e intenso. Me recuerda las paredes del cuarto de juegos.
—Un color interesante —grito.
Él hace una mueca felina y me guiña un ojo. Oh, no es casualidad.
La vela globo, con su peculiar forma, grande y elíptica, se hincha y hace
que el Grace coja gran velocidad. El barco toma el rumbo, navegando a toda marcha
hacia el Sound.
—Velaje asimétrico. Para correr más —contesta Harry a mi pregunta
implícita.
—Es alucinante.
No se me ocurre nada mejor que decir. Mientras brincamos sobre las aguas,
en dirección a las majestuosas montañas Olympic y a la isla de Bainbridge, yo sigo con
una sonrisa de lo más bobalicona en la cara. Al mirar hacia atrás, veo Seattle
empequeñecerse en la distancia y, más allá, el monte Rainier.
Nunca me había dado cuenta realmente de lo hermoso y agreste que es el
paisaje de los alrededores de Seattle: verde, exuberante y apacible, con enormes
árboles de hoja perenne y acantilados rocosos con paredes escarpadas que se alzan
aquí y allá. En esta gloriosa tarde soleada el entorno posee una belleza salvaje pero
serena, que me corta la respiración. Tanta quietud resulta asombrosa en comparación
con la velocidad con que surcamos las aguas.
—¿A qué velocidad vamos?
—A quince nudos.
—No tengo ni idea de qué quiere decir eso.
—Unos veintiocho kilómetros por hora.
—¿Solo? Parece mucho más.
Me acaricia la mano, sonriendo.
—Estás preciosa, _________. Es agradable ver tus mejillas con algo de
color… y no porque te ruborices. Tienes el mismo aspecto que en las fotos de José.
Me doy la vuelta y le beso.
—Sabes cómo hacer que una chica lo pase bien, señor Styles.
—Mi único objetivo es complacer, señorita Steele. —Me aparta el pelo y
me besa la parte baja de la nuca, provocándome unos deliciosos escalofríos que me
recorren toda la columna—. Me gusta verte feliz —murmura, y me abraza más fuerte.
Contemplo la inmensidad del agua azul, preguntándome qué debo haber
hecho para que la suerte me haya sonreído y me haya enviado a este hombre.
Sí, eres una zorra con suerte, me replica mi subconsciente. Pero aún te
queda mucho por hacer con él. No va a aceptar siempre esta chorrada de relación
vainilla… vas a tener que transigir. Fulmino mentalmente con la mirada a ese rostro
insolente y mordaz, y apoyo la cabeza en el torso de Harry. En el fondo sé que mi
subconsciente tiene razón, aunque me niego a pensar en ello. No quiero estropearme el
día.
* * *
Al cabo de una hora atracamos en una cala pequeña y guarecida de la isla
de Bainbridge. Mac ha bajado a la playa en la lancha —no sé bien para qué—, pero
me lo imagino, porque en cuanto pone en marcha el motor fueraborda, Harry me
coge de la mano y prácticamente me arrastra al interior de su camarote: es un hombre
con una misión.
Ahora está de pie ante mí, emanando su embriagadora sensualidad mientras
sus dedos hábiles se afanan en desatar las correas de mi chaleco salvavidas. Lo deja a
un lado y me mira intensamente con sus ojos oscuros, dilatados.
Ya estoy perdida y apenas me ha tocado. Levanta la mano y desliza los
dedos por mi barbilla, a lo largo del cuello, sobre el esternón, hasta alcanzar el primer
botón de mi blusa azul, y siento que su caricia me abrasa.
—Quiero verte —musita, y desabrocha con destreza el botón.
Se inclina y besa con suavidad mis labios abiertos. Jadeo ansiosa, excitada
por la poderosa combinación de su cautivadora belleza, su cruda sexualidad en el
confinamiento de este camarote, y el suave balanceo del barco. Él retrocede un paso.
—Desnúdate para mí —susurra con los ojos incandescentes.
Ah… Obedezco encantada. Sin apartar mis ojos de él, desabrocho despacio
cada botón, saboreando su tórrida mirada. Oh, esto es embriagador. Veo su deseo: es
palpable en su rostro… y en todo su cuerpo.
Dejo caer la camisa al suelo y me dispongo a desabrocharme los vaqueros.
—Para —ordena—. Siéntate.
Me siento en el borde de la cama y, con un ágil movimiento, él se arrodilla
delante de mí, me desanuda primero una zapatilla, luego la otra, y me las quita junto
con los calcetines. Me coge el pie izquierdo, lo levanta, me da un suave beso en la
base del pulgar y luego me roza con la punta de los dientes.
—¡Ah! —gimo al notar el efecto en mi entrepierna.
Se pone de pie con elegancia, me tiende la mano y me aparta de la cama.
—Continúa —dice, y retrocede un poco para contemplarme.
Yo me bajo la cremallera de los vaqueros, meto los pulgares en la cintura y
deslizo la prenda por mis piernas. En sus labios juguetea una sonrisa, pero sus ojos
siguen sombríos.
Y no sé si es porque me hizo el amor esta mañana, y me refiero a hacerme
realmente el amor, con dulzura, con cariño, o si es por su declaración apasionada
—«sí… te Amo»—, pero no siento la menor vergüenza. Quiero ser sexy para este
hombre. Merece que sea sexy para él… y hace que me sienta sexy. Vale, esto es nuevo
para mí, pero estoy aprendiendo gracias a su experta tutela. Y la verdad es que para él
es algo nuevo también. Eso equilibra las cosas entre los dos, un poco, creo.
Llevo un par de prendas de mi ropa interior nueva: un mini-tanga blanco de
encaje y un sujetador a juego, de una lujosa marca y todavía con la etiqueta del precio.
Me quito los vaqueros y me quedo allí plantada para él, con la lencería por la que ha
pagado, pero ya no me siento vulgar… me siento suya.
Me desabrocho el sujetador por la espalda, bajo los tirantes por los brazos
y lo dejo sobre mi blusa. Me bajo el tanga despacio, lo dejo caer hasta los tobillos y
salgo de él con un elegante pasito, sorprendida por mi propio estilo.
Estoy de pie ante él, desnuda y sin la menor vergüenza, y sé que es porque
me quiere. Ya no tengo que esconderme. Él no dice nada, se limita a mirarme
fijamente. Solo veo su deseo, su adoración incluso, y algo más, la profundidad de su
necesidad… la profundidad de su amor por mí.
Él se lleva la mano hasta la cintura, se levanta el jersey beis y se lo quita
por la cabeza, seguido de la camiseta, sin apartar de mí sus vívidos ojos Verdes. Luego
se quita los zapatos y los calcetines, antes de disponerse a desabrochar el botón de sus
vaqueros.
Doy un paso al frente, y susurro:
—Déjame.
Frunce momentáneamente los labios en una muda exclamación, y sonríe:
—Adelante.
Avanzo hacia él, introduzco mis osados dedos por la cintura de sus
pantalones y tiro de ellos, para obligarle a acercarse más. Jadea involuntariamente ante
mi inesperada audacia y luego me mira sonriendo. Desabrocho el botón, pero antes de
bajar la cremallera dejo que mis dedos se demoren, resiguiendo su erección a través
de la suave tela. Él flexiona las caderas hacia la palma de mi mano y cierra los ojos
unos segundos, disfrutando de mi caricia.
—Eres cada vez más audaz, ________, más valiente —musita, sujetándome la
cara con las dos manos e inclinándose para besarme con ardor.
Pongo las manos en sus caderas, la mitad sobre su piel fría y la otra mitad
sobre la cintura caída de sus vaqueros.
—Tú también —murmuro pegada a sus labios, mientras mis pulgares trazan
lentos círculos sobre su piel y él sonríe.
—Allá voy.
Llevo las manos hasta la parte delantera de sus pantalones y bajo la
cremallera. Mis intrépidos dedos atraviesan su vello púbico hasta su erección, y la
cojo con firmeza.
Su garganta emite un ruido sordo, impregnándome con su suave aliento, y
vuelve a besarme con ternura. Mientras muevo mi mano por su miembro, rodeándolo,
acariciándolo, apretándolo, él me rodea con el brazo y apoya la palma de la mano
derecha con los dedos separados en mitad de mi espalda. Con la mano izquierda en mi
pelo, me retiene pegada a sus labios.
—Oh, te deseo tanto, nena —gime, y de repente se echa hacia atrás para
quitarse pantalones y calzoncillos con un movimiento ágil y rápido.
Es una maravilla poder contemplar sin ropa cada milímetro de su cuerpo.
Es perfecto. Solo las cicatrices profanan su belleza, pienso con tristeza. Y
son mucho más profundas que las de la simple piel.
—¿Qué pasa, ________-? —murmura, y me acaricia tiernamente la mejilla con los
nudillos.
—Nada. Ámame, ahora.
Me coge en sus brazos y me besa, entrelazando sus dedos en mis cabellos.
Nuestras lenguas se enroscan, me lleva otra vez a la cama, me coloca encima con
delicadeza y luego se tumba a mi lado.
Me recorre la línea de la mandíbula con la nariz mientras yo hundo las
manos en su pelo.
—¿Sabes hasta qué punto es exquisito tu aroma, ________? Es irresistible.
Sus palabras logran, como siempre, inflamarme la sangre, acelerarme el
pulso, y él desliza la nariz por mi garganta y a través de mis senos, mientras me besa
con reverencia.
—Eres tan hermosa —murmura, y me atrapa un pezón con la boca y chupa
despacio.
Gimo y mi cuerpo se arquea sobre la cama.
—Quiero oírte, nena.
Baja las manos a mi cintura, y yo me regodeo con el tacto de sus caricias,
piel con piel… su ávida boca en mis pechos y sus largos y diestros dedos
acariciándome, tocándome, amándome. Se mueven sobre mis muslos, sobre mi trasero,
y bajan por mi pierna hasta la rodilla, sin dejar en ningún momento de besarme y
chuparme los pechos.
Me coge por la rodilla, y de pronto me levanta la pierna y se la coloca
alrededor de las caderas, provocándome un gemido, y no la veo, pero siento en la piel
la sonrisa con que reacciona. Rueda sobre la cama, de manera que me quedo a
horcajadas sobre él, y me entrega un envoltorio de aluminio.
Me echo hacia atrás y tomo su miembro en mis manos, y simplemente soy
incapaz de resistirme ante su esplendor. Me inclino y lo beso, lo tomo en mi boca,
enrollo la lengua a su alrededor y chupo con fuerza. Él jadea y flexiona las caderas
para penetrar más a fondo en mi boca.
Mmm… sabe bien. Lo deseo dentro de mí. Vuelvo a incorporarme y le miro
fijamente. Está sin aliento, tiene la boca abierta y me mira intensamente.
Abro rápidamente el envoltorio del preservativo y se lo coloco. Él me
tiende las manos. Le cojo una y, con la otra, me pongo encima de él y, lentamente, le
hago mío.
Él cierra los ojos y su garganta emite un gruñido sordo.
Sentirle en mí… expandiéndose… colmándome… —gimo suavemente—,
es una sensación divina. Coloca sus manos sobre mis caderas y empieza a moverse
arriba y abajo, penetrándome con ímpetu.
Ah… es delicioso.
—Oh, nena —susurra, y de repente se sienta y quedamos frente a frente, y la
sensación es extraordinaria… de plenitud.
Gimo y me aferro a sus antebrazos, y él me sujeta la cabeza con las manos y
me mira a los ojos… intensos y verdes, ardientes de deseo.
—Oh, _________. Cómo me haces sentir —murmura, y me besa con pasión y
anhelo ciego.
Yo le devuelvo los besos, aturdida por la deliciosa sensación de tenerle
hundido en mi interior.
—Oh, te Amo —musito.
Él emite un quejido, como si le doliera oír las palabras que susurro, y rueda
sobre la cama, arrastrándome con él sin romper nuestro preciado contacto, de manera
que quedo debajo de él, y le rodeo la cintura con las piernas.
Harry baja la mirada hacia mí con maravillada adoración, y estoy segura
de reflejar su misma expresión cuando alargo la mano para acariciar su bellísimo
rostro. Empieza a moverse muy despacio, y al hacerlo cierra los ojos y suspira
levemente.
El suave balanceo del barco y la paz y el silencio del camarote, se ven
únicamente interrumpidos por nuestras respiraciones entremezcladas, mientras él se
mueve despacio dentro y fuera de mí, tan controlado y tan agradable… una sensación
gloriosa. Pone su brazo sobre mi cabeza, con la mano en mi pelo, y con la otra me
acaricia la cara mientras se inclina para besarme.
Estoy envuelta totalmente en él, mientras me ama, entrando y saliendo
lentamente de mí, y me saborea. Yo le toco… dentro de los límites estrictos: los
brazos, el cabello, la parte baja de la espalda, su hermoso trasero… Y cuando aumenta
más y más el ritmo de sus envites, se me acelera la respiración. Me besa en la boca, en
la barbilla, en la mandíbula, y después me mordisquea la oreja. Oigo su respiración
entrecortada cada vez que me penetra con ímpetu.
Mi cuerpo empieza a temblar. Oh… esa sensación que ahora conozco tan
bien… se acerca… Oh…
—Eso es, nena… Entrégate a mí… Por favor… _______ —murmura, y sus
palabras son mi perdición.
—¡Harry! —grito, y él gime cuando nos corremos juntos.

CarolineR2
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Mensaje por vanessavalerio98 Lun 17 Dic 2012, 9:45 pm

siguela! a la rona la amo siguela lo mas pronto posible waaa no me mates!


Última edición por vanessavalerio98 el Mar 18 Dic 2012, 7:31 am, editado 1 vez
vanessavalerio98
vanessavalerio98


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Mensaje por Anne Hale Mar 18 Dic 2012, 5:31 am

SÍGUELA
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Anne Hale
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http://ready-tokill-myself.tumblr.com/

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Mensaje por Blanca.Srta.Horan Mar 18 Dic 2012, 9:16 am

DIIOS SIGUELA PRONTO POR FAVOR: UN BESO :love:
Blanca.Srta.Horan
Blanca.Srta.Horan


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Mensaje por CarolineR2 Mar 18 Dic 2012, 5:02 pm

Capitulo 10

Mac no tardará en volver —dice en voz baja.
—Mmm…
Abro los ojos parpadeantes y me encuentro con su dulce mirada Verde.
Dios… los suyos tienen un color extraordinario; sobre todo aquí, en mar abierto:
reflejan la luz que reverbera en el agua y en el interior de la cabina a través de los
pequeños ojos de buey.
—Aunque me encantaría estar aquí tumbado contigo toda la tarde, Mac
necesitará que le ayude con el bote. —Harry se inclina sobre mí y me besa
dulcemente—. Estás tan hermosa ahora mismo, ________, toda despeinada y tan sexy. Hace
que te desee aún más.
Sonríe y se levanta de la cama. Yo me tumbo boca abajo y admiro las
vistas.
—Tú tampoco estás mal, capitán.
Chasqueo los labios admirada y él sonríe satisfecho.
Le veo deambular con elegancia por el camarote mientras se viste. Ese
maravilloso hombre acaba de hacerme el amor tiernamente otra vez. Apenas puedo
creer la suerte que tengo. Apenas puedo creer que ese hombre sea mío. Se sienta a mi
lado para ponerse los zapatos.
—Capitán, ¿eh? —dice con sequedad—. Bueno, soy el amo y señor de este
barco.
Ladeo la cabeza.
—Tú eres el amo y señor de mi corazón, señor Styles. Y de mi cuerpo… y
de mi alma.
Mueve la cabeza, incrédulo, y se inclina para besarme.
—Estaré en cubierta. Hay una ducha en el baño, si te apetece. ¿Necesitas
algo? ¿Una copa? —pregunta solícito, y lo único que soy capaz de hacer es sonreírle.
¿Es este el mismo hombre? ¿Es el mismo Cincuenta?
—¿Qué pasa? —dice como reacción a mi bobalicona sonrisa.
—Tú.
—¿Qué pasa conmigo?
—¿Quién eres tú y qué has hecho con Harry?
Tuerce la boca y sonríe con tristeza.
—No está muy lejos, nena —dice suavemente, y hay un deje melancólico en
su voz que hace que inmediatamente lamente haberle hecho esa pregunta. Pero
Harry sacude la cabeza para desechar la idea—. No tardarás en verle —dice
sonriendo—, sobre todo si no te levantas.
Se acerca y me da un cachete fuerte en el culo, y yo chillo y me río al
mismo tiempo.
—Ya me tenías preocupada.
—¿Ah, sí? —Harry arquea una ceja—. Emites señales contradictorias,
_________. ¿Cómo podría un hombre seguirte el ritmo? —Se inclina y vuelve a besarme
—. Hasta luego, nena —añade y, con una sonrisa deslumbrante, se levanta y me deja a
solas con mis dispersos pensamientos.
Cuando salgo a cubierta, Mac está de nuevo a bordo, pero enseguida se
retira a la cubierta superior en cuanto abro las puertas del salón. Harry está con su
BlackBerry. ¿Hablando con quién?, me pregunto. Se me acerca, me atrae hacia él y me
besa el cabello.
—Una noticia estupenda… bien. Sí… ¿De verdad? ¿La escalera de
incendios?… Entiendo… Sí, esta noche.
Aprieta el botón de fin de llamada, y el ruido de los motores al ponerse en
marcha me sobresalta. Mac debe de estar arriba, en el puente de mando.
—Hora de volver —dice Harry, y me besa una vez más mientras me
coloca de nuevo el chaleco salvavidas.
Cuando volvemos al puerto deportivo, con el sol a nuestra espalda
poniéndose en el horizonte, pienso en esta tarde maravillosa. Bajo la atenta y paciente
tutela de Harry, he estibado una vela mayor, un foque y una vela balón, y he
aprendido a hacer un nudo cuadrado, un ballestrinque y un nudo margarita. Él ha
mantenido los labios prietos durante toda la clase.
—Puede que un día de estos te ate a ti —mascullo en tono gruñón.
Él tuerce el gesto, divertido.
—Primero tendrá que atraparme, señorita Steele.
Sus palabras me traen a la cabeza la imagen de él persiguiéndome por todo
el apartamento, la excitación, y después sus espantosas consecuencias. Frunzo el ceño
y me estremezco. Después de aquello, le dejé.
¿Le dejaría otra vez ahora que ha reconocido que me quiere? Levanto la
vista hacia sus claros ojos Verdes. ¿Sería capaz de dejarle otra vez… me hiciera lo que
me hiciese? ¿Podría traicionarle de ese modo? No. No creo que pudiera.
Me ha dado otro completo tour por este magnífico barco, explicándome
todos los detalles del diseño, las técnicas innovadoras y los materiales de alta calidad
que se utilizaron para construirlo. Recuerdo aquella primera entrevista, cuando le
conocí. Entonces descubrí ya su pasión por los barcos. Creí que reservaba su entrega
incondicional a los cargueros transoceánicos que construye su empresa… pero no,
también los elegantes catamaranes de encanto tan sensual.
Y, por supuesto, me ha hecho el amor con dulzura, sin prisas. Recuerdo mi
cuerpo arqueado y anhelante bajo sus expertas manos. Es un amante excepcional, de
eso estoy segura… aunque, claro, no tengo con quién compararle. Pero Perrie hubiera
alardeado más si esto fuera siempre así: no es propio de ella callarse los detalles.
Pero ¿durante cuánto tiempo le bastará con esto? No lo sé, y el pensamiento
resulta muy perturbador.
Ahora se sienta y me rodea con sus brazos, y yo permanezco en la seguridad
de su abrazo durante horas —o eso me parece—, en un silencio cómodo y fraterno,
mientras el Grace se desliza y se acerca más y más a Seattle. Yo llevo el timón, y
Harry me avisa cada vez que tengo que ajustar el rumbo.
—Hay una poesía en navegar tan antigua como el mundo —me dice al oído.
—Eso suena a cita.
Noto que sonríe.
—Lo es. Antoine de Saint-Exupéry.
—Oh… me encanta El principito.
—A mí también.
* * *
Comienza a caer la noche cuando Harry, con sus manos todavía sobre
las mías, nos conduce al interior de la bahía. Las luces de los barcos parpadean y se
reflejan en el agua oscura, pero todavía hay algo de claridad: el atardecer es agradable
y luminoso, el preludio de lo que sin duda será una puesta de sol espectacular.
Una pequeña multitud se congrega en el muelle cuando Harry hace girar
despacio el barco, en un espacio relativamente pequeño. Lo hace con destreza,
atracando de nuevo en el embarcadero del que habíamos zarpado. Mac salta a tierra y
amarra el Grace a un noray.
—Ya estamos de vuelta —murmura Harry.
—Gracias —susurro tímidamente—. Ha sido una tarde perfecta.
Harry me sonríe.
—Yo pienso lo mismo. Quizá deberíamos matricularte en una escuela
náutica, y así podríamos salir durante unos días, tú y yo solos.
—Me encantaría. Podríamos estrenar el dormitorio una y otra vez.
Se inclina y me besa bajo la oreja.
—Mmm… estoy deseándolo, _________ —susurra, y consigue que se me
erice todo el vello del cuerpo.
¿Cómo lo hace?
—Vamos, el apartamento es seguro. Podemos volver.
—¿Y las cosas que tenemos en el hotel?
—Taylor ya las ha recogido.
¡Oh! ¿Cuándo?
—Hoy a primera hora —contesta Harry antes de que le plantee la
pregunta—, después de haber examinado el Grace con su equipo.
—¿Y ese pobre hombre cuándo duerme?
—Duerme. —Harry, desconcertado, arquea una ceja—. Simplemente
cumple con su deber, _________, y lo hace muy bien. Es una suerte contar con Jason.
—¿Jason?
—Jason Taylor.
Pensaba que Taylor era su nombre de pila. Jason… Es un nombre que le
pega: serio y responsable, fiable. Por alguna razón, eso me hace sonreír.
Harry me mira pensativo y comenta:
—Tú aprecias a Taylor.
—Supongo que sí.
Su comentario me confunde. Él frunce el ceño.
—No me siento atraída por él, si es eso lo que te hace poner mala cara.
Déjalo ya.
Harry hace algo parecido a un mohín, como enfurruñado.
Dios… a veces es como un niño.
—Opino que Taylor cuida muy bien de ti. Por eso me gusta. Me parece un
hombre que inspira confianza, amable y leal. Lo aprecio en un sentido paternal.
—¿Paternal?
—Sí.
—Bien, paternal.
Harry parece analizar la palabra y su significado. Me echo a reír.
—Oh, Harry, por favor, madura un poco.
Él abre la boca, sorprendido ante mi salida, pero luego piensa en lo que he
dicho y tuerce el gesto.
—Lo intento —dice finalmente.
—Se nota. Y mucho —le digo con cariño, pero después pongo los ojos en
blanco.
—Qué buenos recuerdos me trae verte hacer ese gesto, _________ —dice
con una gran sonrisa.
—Bueno, si te portas bien a lo mejor revivimos alguno de esos recuerdos
—replico con aire cómplice.
Él hace una mueca irónica.
—¿Portarme bien? —Levanta las cejas—. Francamente, señorita Steele,
¿qué le hace pensar que quiera revivirlos?
—Seguramente porque, cuando lo he dicho, tus ojos han brillado como
luces navideñas.
—Qué bien me conoces ya —dice con cierta sequedad.
—Me gustaría conocerte mejor.
Sonríe con dulzura.
—Y a mí a ti, _________.
—Gracias, Mac.
Harry estrecha la mano de McConnell y baja al muelle.
—Siempre es un placer, señor Styles. Adiós. Y, _______, encantado de
conocerte.
Le doy la mano con timidez. Debe de saber a qué nos hemos dedicado
Harry y yo mientras él estaba en tierra.
—Que tengas un buen día, Mac, y gracias.
Me sonríe y me guiña el ojo, haciendo que me ruborice. Harry me coge
de la mano y subimos por el muelle hacia el paseo marítimo.
—¿De dónde es Mac? —pregunto, intrigada por su acento.
—Irlandés… del norte de Irlanda —concreta Harry.
—¿Es amigo tuyo?
—¿Mac? Trabaja para mí. Ayudó a construir el Grace.
—¿Tienes muchos amigos?
Frunce el ceño.
—La verdad es que no. Dedicándome a lo que me dedico… no puedo
cultivar muchas amistades. Solo está…
Se calla y se pone muy serio, y soy consciente de que iba a mencionar a la
señora Robinson.
—¿Tienes hambre? —pregunta para cambiar de tema.
Asiento. La verdad es que estoy hambrienta.
—Cenaremos donde dejé el coche. Vamos.
Al lado del SP hay un pequeño bistró italiano llamado Bee’s. Me recuerda
al local de Portland: unas pocas mesas y reservados, con una decoración muy moderna
y alegre, y una gran fotografía en blanco y negro de una celebración de principios de
siglo a modo de mural.
Harry y yo nos sentamos en un reservado, y echamos un vistazo al menú
mientras degustamos un Frascati suave y delicioso. Cuando levanto la vista de la carta,
después de haber elegido lo que quiero, Harry me está mirando fijamente,
pensativo.
—¿Qué pasa?
—Estás muy guapa, ___________. El aire libre te sienta bien.
Me ruborizo.
—Pues la verdad es que me arde la cara por el viento. Pero he pasado una
tarde estupenda. Una tarde perfecta. Gracias.
En sus ojos brilla el cariño.
—Ha sido un placer —musita.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
Estoy decidida a obtener información.
—Lo que quieras, _________. Ya lo sabes.
Ladea la cabeza. Está encantador.
—No pareces tener muchos amigos. ¿Por qué?
Encoge los hombros y frunce el ceño.
—Ya te lo he dicho, la verdad es que no tengo tiempo. Están mis socios
empresariales… aunque eso es muy distinto a tener amigos, supongo. Tengo a mi
familia y ya está. Aparte de Elena.
Ignoro que ha mencionado a esa bruja.
—¿Ningún amigo varón de tu misma edad para salir a desahogarte?
—Tú ya sabes cómo me gusta desahogarme, __________. —Harry hace
una leve mueca—. Y me he dedicado a trabajar, a levantar mi empresa. —Parece
desconcertado—. No hago nada más; salvo navegar y volar de vez en cuando.
—¿Ni siquiera en la universidad?
—La verdad es que no.
—¿Solo Elena, entonces?
Asiente, con cautela.
—Debes de sentirte solo.
Sus labios esbozan una media sonrisa melancólica.
—¿Qué te apetece comer? —pregunta, volviendo a cambiar de tema.
—Me inclino por el risotto.
—Buena elección.
Harry avisa al camarero y da por terminada la conversación.
Después de pedir, me revuelvo incómoda en la silla y fijo la mirada en mis
manos entrelazadas. Si tiene ganas de hablar, he de aprovecharlo.
Tengo que hablar con él de cuáles son sus expectativas, sus… necesidades.
—_________, ¿qué pasa? Dime.
Levanto la vista hacia su rostro preocupado.
—Dime —repite con más contundencia, y su preocupación se convierte ¿en
qué… miedo… ira?
Suspiro profundamente.
—Lo que más me inquieta es que no tengas bastante con esto. Ya sabes…
para desahogarte.
Tensa la mandíbula y su mirada se endurece.
—¿He manifestado de algún modo que no tenga bastante con esto?
—No.
—Entonces, ¿por qué lo piensas?
—Sé cómo eres. Lo que… eh… necesitas —balbuceo.
Cierra los ojos y se masajea la frente con sus largos dedos.
—¿Qué tengo que hacer? —dice en voz tan baja que resulta alarmante,
como si estuviera enfadado, y se me encoge el corazón.
—No, me has malinterpretado: te has comportado maravillosamente, y sé
que solo han pasado unos días, pero espero no estar obligándote a ser alguien que no
eres.
—Sigo siendo yo, __________… con todas las cincuenta sombras de mi
locura. Sí, tengo que luchar contra el impulso de ser controlador… pero es mi
naturaleza, la manera en que me enfrento a la vida. Sí, espero que te comportes de una
determinada manera, y cuando no lo haces supone un desafío para mí, pero también es
un soplo de aire fresco. Seguimos haciendo lo que me gusta hacer a mí. Dejaste que te
golpeara ayer después de aquella espantosa puja. —Esboza una sonrisa placentera al
recordarlo—. Yo disfruto castigándote. No creo que ese impulso desaparezca nunca…
pero me esfuerzo, y no es tan duro como creía.
Me estremezco y enrojezco al recordar nuestro encuentro clandestino en el
dormitorio de su infancia.
—Eso no me importó —musito con timidez.
—Lo sé. —Sus labios se curvan en una sonrisa reacia—. A mí tampoco.
Pero te diré una cosa,___________: todo esto es nuevo para mí, y estos últimos días han
sido los mejores de mi vida. No quiero que cambie nada.
¡Oh!
—También han sido los mejores de mi vida, sin duda —murmuro, y se le
ilumina la cara.
La diosa que llevo dentro asiente febril, dándome fuertes codazos. Vale,
vale, ya lo sé…
—Entonces, ¿no quieres llevarme a tu cuarto de juegos?
Traga saliva y palidece, con el rostro totalmente serio.
—No, no quiero.
—¿Por qué no? —musito.
No es la respuesta que esperaba.
Y sí, ahí está… esa punzada de decepción. La diosa que llevo dentro hace
un mohín y da patadas en el suelo con los brazos cruzados, como una cría enfurruñada.
—La última vez que estuvimos allí me abandonaste —dice en voz baja—.
Pienso huir de cualquier cosa que pueda provocar que vuelvas a dejarme. Cuanto te
fuiste me quedé destrozado. Ya te lo he contado. No quiero volver a sentirme así. Ya te
he dicho lo que siento por ti.
Sus ojos Verdes, enormes e intensos, rezuman sinceridad.
—Pero no me parece justo. Para ti no puede ser bueno… estar
constantemente preocupado por cómo me siento. Tú has hecho todos esos cambios por
mí, y yo… creo que debería corresponderte de algún modo. No sé, quizá… intentar…
algunos juegos haciendo distintos personajes —tartamudeo, con la cara del color de
las paredes del cuarto de juegos.
¿Por qué es tan difícil hablar de esto? He practicado todo tipo de sexo
pervertido con este hombre, cosas de las que ni siquiera había oído hablar hace unas
semanas, cosas que nunca había creído posibles, y, sin embargo, lo más difícil de todo
es hablar de esto con él.
—Ya me correspondes, _______, más de lo que crees. Por favor, no te sientas
así.
El Harry despreocupado ha desaparecido. Ahora tiene los ojos muy
abiertos con expresión alarmada, y verlo así resulta desgarrador.
—Nena, solo ha pasado un fin de semana. Démonos tiempo. Cuando te
marchaste, pensé mucho en nosotros. Necesitamos tiempo. Tú necesitas confiar en mí y
yo en ti. Quizá más adelante podamos permitírnoslo, pero me gusta cómo eres ahora.
Me gusta verte tan contenta, tan relajada y despreocupada, sabiendo que yo tengo algo
que ver en ello. Yo nunca he… —Se calla y se pasa la mano por el pelo—. Para
correr, primero tenemos que aprender a andar.
De repente sonríe.
—¿Qué tiene tanta gracia?
—Flynn. Dice eso constantemente. Nunca creí que le citaría.
—Un flynnismo.
Harry se ríe.
—Exacto.
Llega el camarero con los entrantes y la brocheta, y en cuanto cambiamos
de conversación Harry se relaja.
Cuando nos colocan delante nuestros pantagruélicos platos, no puedo evitar
pensar en cómo he visto a Harry hoy: relajado, feliz y despreocupado. Como
mínimo ahora se ríe, vuelve a estar a gusto.
Cuando empieza a interrogarme sobre los lugares donde he estado, suspiro
de alivio en mi fuero interno. El tema se acaba enseguida, ya que no he estado en
ningún sitio fuera del Estados Unidos continental. En cambio, él ha viajado por todo el
mundo, e iniciamos una charla más alegre y sencilla sobre todos los lugares que él ha
visitado.
* * *
Después de la sabrosa y contundente cena, Harry conduce de vuelta al
Escala. Por los altavoces se oye la voz dulce y melodiosa de Eva Cassidy, y eso me
proporciona un apacible interludio para pensar. He tenido un día asombroso; la
doctora Greene; nuestra ducha; la admisión de Harry; hacer el amor en el hotel y en
el barco; comprar el coche. Incluso el propio Harry se ha mostrado tan distinto…
Es como si se hubiera desprendido de algo, o hubiera redescubierto algo… no sé.
¿Quién habría imaginado que pudiera ser tan dulce? ¿Lo sabría él?
Cuando le miro, él también parece absorto en sus pensamientos. Y caigo en
la cuenta de que él no ha tenido en realidad una adolescencia… una normal, al menos.
Mi mente vaga errática hasta la fiesta de la noche anterior y mi baile con el
doctor Flynn, y el miedo de Harry a que este me lo hubiera contado todo sobre él.
Harry sigue ocultándome algo. ¿Cómo podemos avanzar en nuestra relación si él se
siente de ese modo?
Cree que podría dejarle si le conociera. Cree que podría dejarle si fuera tal
como es. Oh, este hombre es muy complicado.
A medida que nos acercamos a su casa, empieza a irradiar una tensión que
se hace palpable. Desde el coche examina las aceras y los callejones laterales, sus
ojos escudriñan todos los rincones, y sé que está buscando a Leila. Yo empiezo
también a mirar. Todas las chicas morenas son sospechosas, pero no la vemos.
Cuando entramos en el garaje, su boca se ha convertido en una línea tensa y
adusta. Me pregunto por qué hemos vuelto aquí si va a estar tan nervioso y cauto.
Sawyer está en el garaje, vigilando, y se acerca a abrirme la puerta en cuanto Harry
aparca al lado del SUV. El Audi destrozado ya no está.
—Hola, Sawyer —le saludo.
—Señorita Steele. —Asiente—. Señor Styles.
—¿Ni rastro? —pregunta Harry.
—No, señor.
Harry asiente, me coge la mano y vamos hacia el ascensor. Sé que su
cerebro no para de trabajar; está totalmente abstraído. En cuanto entramos se vuelve
hacia mí.
—No tienes permiso para salir de aquí sola bajo ningún concepto.
¿Entendido? —me espeta.
—De acuerdo.
Vaya… tranquilo. Sin embargo, su actitud me hace sonreír. Tengo ganas de
abrazarme a mí misma: este hombre, tan dominante y brusco conmigo… Me asombra
que hace solo una semana me pareciera tan amenazador cuando me hablaba de ese
modo. Pero ahora le comprendo mucho mejor. Ese es su mecanismo para afrontar las
situaciones. Está muy preocupado por lo de Leila, me quiere y quiere protegerme.
—¿Qué te hace tanta gracia? —murmura con un deje de ironía en la voz.
—Tú.
—¿Yo, señorita Steele? ¿Por qué le hago gracia? —dice con un mohín.
Los mohines de Harry son tan… sensuales.
—No pongas morritos.
—¿Por qué? —pregunta, cada vez más divertido.
—Porque provoca el mismo efecto en mí que el que tiene en ti que yo haga
esto.
Y me muerdo el labio inferior.
Él arquea las cejas, sorprendido y complacido al mismo tiempo.
—¿En serio?
Vuelve a hacer un mohín y se inclina para darme un beso fugaz y casto.
Yo alzo los labios para unirlos a los suyos, y durante la milésima de
segundo en que se rozan nuestras bocas, la naturaleza de su beso cambia, y un fuego
arrasador originado en ese íntimo punto de contacto se expande por mis venas y me
impulsa hacia él.
De pronto mis dedos se enredan en sus cabellos y él me empuja contra la
pared del ascensor, sujeta mi cara entre sus manos y nuestras lenguas se entrelazan. Y
no sé si los confines del ascensor hacen que todo sea más real, pero noto su necesidad,
su ansiedad, su pasión.
Dios… Le deseo, aquí, ahora.
El ascensor se detiene con un sonido metálico, las puertas se abren y
Harry aparta ligeramente su cara de la mía, sus caderas aún inmovilizándome contra
la pared y su erección presionando contra mi cuerpo.
—Vaya —murmura sin aliento.
—Vaya —repito, e inspiro una bocanada de aire para llenar mis pulmones.
Me mira con ojos ardientes.
—Qué efecto tienes en mí,________.
Y con el pulgar resigue mi labio inferior.
Por el rabillo del ojo veo a Taylor, que da un paso atrás y queda fuera de
mi vista. Me alzo para besar a Harry en la comisura de esos labios
maravillosamente perfilados.
—El que tú tienes en mí, Harry.
Se aparta y me da la mano. Ahora tiene los ojos más oscuros, entornados.
—Ven —ordena.
Taylor sigue en la entrada, esperándonos con discreción.
—Buenas noches, Taylor —dice Harry en tono cordial.
—Señor Styles, señorita Steele.
—Ayer fui la señora Taylor —le digo sonriendo, y él se pone rojo.
—También suena bien, señorita Steele —dice Taylor con total naturalidad.
—Yo pienso lo mismo.
Harry me coge la mano con más fuerza, y pone mala cara.
—Si ya habéis terminado los dos, me gustaría un informe rápido.
Mira fijamente a Taylor, que ahora parece incómodo, y a mí se me encogen
las entrañas. He sobrepasado el límite.
—Lo siento —le digo en silencio a Taylor, que se encoge de hombros y me
sonríe con amabilidad antes de darme la vuelta para seguir a Harry.
—Ahora vuelvo contigo. Antes tengo que decirle una cosa a la señorita
Steele —le dice Harry a Taylor, y sé que tengo problemas.
Harry me lleva a su dormitorio y cierra la puerta.
—No coquetees con el personal, ________ —me reprende.
Abro la boca para defenderme, luego la cierro y vuelvo a abrirla otra vez.
—No coqueteaba. Era amigable… hay una diferencia.
—No seas amigable con el personal ni coquetees con ellos. No me gusta.
Oh. Adiós al Harry despreocupado.
—Lo siento —musito y me miro las manos.
No me había hecho sentir como una niña pequeña en todo el día. Me coge la
barbilla y me levanta la cabeza para que le mire a los ojos.
—Ya sabes lo celoso que soy —murmura.
—No tienes motivos para ser celoso, Harry. Soy tuya en cuerpo y alma.
Pestañea varias veces como si le costara procesar ese hecho. Se inclina y
me besa fugazmente, pero sin la pasión que sentíamos hace un momento en el ascensor.
—No tardaré. Ponte cómoda —dice de mal humor, da media vuelta y me
deja ahí plantada en el dormitorio, aturdida y confusa.
¿Por qué demonios podría tener celos de Taylor? Niego con la cabeza, sin
poder dar crédito.
Miro el despertador y observo que acaban de dar las ocho. Decido
preparar la ropa que llevaré mañana al trabajo. Subo a mi habitación y abro el
vestidor. Está vacío. Todos los vestidos han desaparecido. ¡Oh, no! Harry me ha
tomado la palabra y se ha deshecho de toda la ropa. Maldita sea…
Mi subconsciente me fulmina con la mirada. Bien, te lo mereces, por
bocazas.
¿Por qué me ha tomado la palabra? Las advertencias de mi madre vuelven a
resonar en mi cabeza: «Los hombres son muy cuadriculados, cielo, se lo toman todo al
pie de la letra». Observo el espacio vacío con desolación. Había prendas muy bonitas,
como el vestido plateado que llevé al baile.
Paseo desconsolada por la habitación. Un momento… ¿qué está pasando
aquí? También ha desaparecido el iPad. ¿Y dónde está mi Mac? Oh, no. Lo primero
que pienso, de forma poco compasiva, es que quizá los haya robado Leila.
Bajo las escaleras corriendo y vuelvo al cuarto de Harry. Sobre la
mesita están mi Mac, mi iPad y mi mochila. Está todo aquí.
Abro la puerta del vestidor. Toda mi ropa está aquí también, compartiendo
espacio con la de Harry. ¿Cuándo ha ocurrido todo esto? ¿Por qué nunca me avisa
cuando hace estas cosas?
Me doy la vuelta y él está de pie en el umbral.
—Ah, ya lo han traído todo —comenta con aire distraído.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Tiene el semblante sombrío.
—Taylor cree que Leila entró por la escalera de emergencia. Debía de
tener una llave. Ya han cambiado todas las cerraduras. El equipo de Taylor ha
registrado todas las estancias del apartamento. No está aquí. —Hace una pausa y se
pasa una mano por el pelo—. Ojalá hubiera sabido dónde estaba. Está esquivando
todos nuestros intentos de encontrarla, y necesita ayuda.
Frunce el ceño, y mi anterior enfado desaparece. Le abrazo. Él me envuelve
con su cuerpo y me besa la cabeza.
—¿Qué harás cuando la encuentres? —pregunto.
—El doctor Flynn tiene una plaza para ella.
—¿Y qué pasa con su marido?
—No quiere saber nada de ella —contesta Harry con amargura—. Su
familia vive en Connecticut. Creo que ahora anda por ahí sola.
—Qué triste…
—¿Te parece bien que haya hecho que traigan tus cosas aquí? Quería
compartir la habitación contigo —murmura.
Vaya, otro rápido cambio de tema.
—Sí.
—Quiero que duermas conmigo. Cuando estás conmigo no tengo pesadillas.
—¿Tienes pesadillas?
—Sí.
Le abrazo más fuerte. Por Dios… Más cargas del pasado. Se me encoge el
corazón por este hombre.
—Iba a prepararme la ropa para ir a trabajar mañana —aclaro.
—¡A trabajar! —exclama Harry como si hubiera dicho una palabrota,
me suelta y me fulmina con la mirada.
—Sí, a trabajar —replico, desconcertada ante su reacción.
Se me queda mirando sin dar crédito.
—Pero Leila aún anda suelta por ahí. —Hace una breve pausa—. No
quiero que vayas a trabajar.
¿Qué?
—Eso es una tontería, Harry. He de ir a trabajar.
—No, no tienes por qué.
—Tengo un trabajo nuevo, que me gusta. Claro que he de ir a trabajar.
¿A qué se refiere?
—No, no tienes por qué —repite con énfasis.
—¿Te crees que me voy a quedar aquí sin hacer nada mientras tú andas por
ahí salvando al mundo?
—La verdad… sí.
Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… dame fuerzas.
—Harry,yo necesito trabajar.
—No, no lo necesitas.
—Sí… lo… necesito. —le repito despacio, como si fuera un crío.
—Es peligroso —dice torciendo el gesto.
—Harry… yo necesito trabajar para ganarme la vida, y además no me
pasará nada.
—No, tú no necesitas trabajar para ganarte la vida… ¿y cómo puedes estar
tan segura de que no te pasará nada?
Está prácticamente gritando.
¿Qué quiere decir? ¿Acaso piensa mantenerme? Oh, esto es totalmente
ridículo. ¿Cuánto hace que le conozco… cinco semanas?
Ahora está muy enfadado. Sus tormentosos ojos centellean, pero no me
importa en absoluto.
—Por Dios santo, Harry, Leila estaba a los pies de tu cama y no me hizo
ningún daño. Y sí, yo necesito trabajar. No quiero deberte nada. Tengo que pagar el
préstamo de la universidad.
Aprieta los labios y yo pongo los brazos en jarras. No pienso ceder en esto.
¿Quién se cree que es?
—No quiero que vayas a trabajar.
—No depende de ti, Harry. La decisión no es tuya.
Se pasa la mano por el pelo mientras sus ojos me fulminan. Pasamos
segundos, minutos, sin dejar de retarnos con la mirada.
—Sawyer te acompañará.
—Harry, no es necesario. No tiene ninguna lógica.
—¿Lógica? —gruñe—. O te acompaña, o verás lo ilógico que puedo ser
para retenerte aquí.
¿No sería capaz? ¿O sí?
—¿Qué harías exactamente?
—Ah, ya se me ocurriría algo, __________. No me provoques.
—¡De acuerdo! —acepto, levantando las dos manos para apaciguarle.
Maldita sea… Cincuenta ha vuelto para vengarse.
Permanecemos ahí de pie, fulminándonos con la mirada.
—Muy bien: Sawyer puede venir conmigo, si así te quedas más tranquilo
—cedo finalmente, y pongo los ojos en blanco.
Harry entorna los suyos y avanza hacia mí, amenazante. Inmediatamente,
doy un paso atrás. Él se detiene y suspira profundamente, cierra los ojos y se mesa el
cabello con las dos manos. Oh, no. Cincuenta sigue en plena forma.
—¿Quieres que te enseñe el resto del apartamento?
¿Enseñarme el…? ¿Es una broma?
—Vale —musito cautelosa.
Nuevo cambio de rumbo: el señor Voluble ha vuelto. Me tiende la mano y,
cuando la acepto, aprieta la mía con suavidad.
—No quería asustarte.
—No me has asustado. Solo estaba a punto de salir corriendo —bromeo.
—¿Salir corriendo? —dice Harry, abriendo mucho los ojos.
—¡Es una broma!
Por Dios…
Salimos del vestidor y aprovecho el momento para calmarme, pero la
adrenalina sigue circulando a raudales por mi cuerpo. Una pelea con Cincuenta no es
algo que pueda tomarse a la ligera.
Me da una vuelta por todo el apartamento, enseñándome las distintas
habitaciones. Aparte del cuarto de juegos y tres dormitorios más en el piso de arriba,
descubro con sorpresa que Taylor y la señora Jones disponen de un ala para ellos
solos: una cocina, un espacioso salón y un cuarto para cada uno. La señora Jones
todavía no ha vuelto de visitar a su hermana, que vive en Portland.
En la planta baja me llama la atención un cuarto situado enfrente de su
estudio: una sala con una inmensa pantalla de televisión de plasma y varias
videoconsolas. Resulta muy acogedora.
—¿Así que tienes una Xbox? —bromeo.
—Sí, pero soy malísimo. Elliot siempre me gana. Tuvo gracia cuando
creíste que mi cuarto de juegos era algo como esto.
Me sonríe divertido, su arrebato ya olvidado. Gracias a Dios que ha
recobrado el buen humor.
—Me alegra que me considere graciosa, señor Styles —contesto con
altanería.
—Pues lo es usted, señorita Steele… cuando no se muestra exasperante,
claro.
—Suelo mostrarme exasperante cuando usted es irracional.
—¿Yo? ¿Irracional?
—Sí, señor Styles, irracional podría ser perfectamente su segundo nombre.
—Yo no tengo segundo nombre.
—Pues irracional le quedaría muy bien.
—Creo que eso es opinable, señorita Steele.
—Me interesaría conocer la opinión profesional del doctor Flynn.
Harry sonríe.
—Yo creía que Trevelyan era tu segundo nombre.
—No, es un apellido.
—Pues no lo usas.
—Es demasiado largo. Ven —ordena.
Salgo de la sala de la televisión detrás de él, cruzamos el gran salón hasta
el pasillo principal, pasamos por un cuarto de servicio y una bodega impresionante, y
llegamos al despacho de Taylor, muy amplio y bien equipado. Taylor se pone de pie
cuando entramos. Hay espacio suficiente para albergar una mesa de reuniones para
seis. Sobre un gran escritorio hay una serie de monitores. No tenía ni idea de que el
apartamento tuviera circuito cerrado de televisión. Por lo visto controla la terraza, la
escalera, el ascensor de servicio y el vestíbulo.
—Hola, Taylor. Le estoy enseñando el apartamento a ________.
Taylor asiente pero no sonríe. Me pregunto si le habrán amonestado
también. ¿Y por qué sigue trabajando todavía? Cuando le sonrío, asiente
educadamente. Harry me coge otra vez de la mano y me lleva a la biblioteca.
—Y, por supuesto, aquí ya has estado.
Harry abre la puerta. Señalo con la cabeza el tapete verde de la mesa de
billar.
—¿Jugamos? —pregunto.
Harry sonríe, sorprendido.
—Vale. ¿Has jugado alguna vez?
—Un par de veces —miento, y él entorna los ojos y ladea la cabeza.
—Eres una mentirosa sin remedio, ________. Ni has jugado nunca ni…
—¿Te da miedo competir? —pregunto, pasándome la lengua por los labios.
—¿Miedo de una cría como tú? —se burla Harry con buen humor.
—Una apuesta, señor Styles.
—¿Tan segura está, señorita Steele? —Sonríe divertido e incrédulo al
mismo tiempo—. ¿Qué le gustaría apostar?
—Si gano yo, vuelves a llevarme al cuarto de juegos.
Se me queda mirando, como si no acabara de entender lo que he dicho.
—¿Y si gano yo? —pregunta, una vez recuperado de su estupefacción.
—Entonces, escoges tú.
Tuerce el gesto mientras medita la respuesta.
—Vale, de acuerdo. ¿A qué quieres jugar: billar americano, inglés o a tres
bandas?
—Americano, por favor. Los otros no los conozco.
De un armario situado bajo una de las estanterías, Harry saca un estuche
de piel alargado. En el interior forrado en terciopelo están las bolas de billar. Con
rapidez y eficiencia, coloca las bolas sobre el tapete. Creo que nunca he jugado en una
mesa tan grande. Harry me da un taco y un poco de tiza.
—¿Quieres sacar?
Finge cortesía. Está disfrutando: cree que va a ganar.
—Vale.
Froto la punta del taco con la tiza, y soplo para eliminar la sobrante. Miro a
Harry a través de las pestañas y su semblante se ensombrece.
Me coloco en línea con la bola blanca y, con un toque rápido y limpio,
impacto en el centro del triángulo con tanta fuerza que una bola listada sale rodando y
cae en la tornera superior derecha. El resto de las bolas han quedado diseminadas.
—Escojo las listadas —digo con ingenuidad y sonrío a Harry con
timidez.
Él asiente divertido.
—Adelante —dice educadamente.
Consigo que entren en las troneras otras tres bolas en rápida sucesión.
Estoy dando saltos de alegría por dentro. En este momento siento una gratitud enorme
hacia José por haberme enseñado a jugar a billar, y a jugar tan bien. Harry observa
impasible, sin expresar nada, pero parece que ya no se divierte tanto. Fallo la bola
listada verde por un pelo.
—¿Sabes, __________?, podría estar todo el día viendo cómo te inclinas y te
estiras sobre esta mesa de billar —dice con pícara galantería.
Me ruborizo. Gracias a Dios que llevo vaqueros. Él sonríe satisfecho.
Intenta despistarme del juego, el muy cabrón. Se quita el jersey beis, lo tira sobre el
respaldo de una silla, me mira sonriente y se dispone a hacer la primera tirada.
Se inclina sobre la mesa. Se me seca la boca. Oh, ahora sé a qué ese
refería. Harry, con vaqueros ajustados y una camiseta blanca, inclinándose así… es
algo digno de ver. Casi pierdo el hilo de mis pensamientos. Mete cuatro bolas
rápidamente, y luego falla al intentar introducir la blanca.
—Un error de principiante, señor Styles —me burlo.
Sonríe con suficiencia.
—Ah, señorita Steele, yo no soy más que un pobre mortal. Su turno, creo —
dice, señalando la mesa.
—No estarás intentando perder a propósito, ¿verdad?
—No, no, ________. Con el premio que tengo pensado, quiero ganar. —Se
encoge de hombros con aire despreocupado—. Pero también es verdad que siempre
quiero ganar.
Le miro desfiante con los ojos entornados. Muy bien, entonces… Me alegro
de llevar la blusa azul, que es bastante escotada. Me paseo alrededor de la mesa,
agachándome a la menor oportunidad y dejando que Harry le eche un vistazo a mi
escote. A este juego pueden jugar dos. Le miro.
—Sé lo que estás haciendo —murmura con ojos sombríos.
Ladeo la cabeza con coquetería, acaricio el taco y deslizo la mano arriba y
abajo muy despacio.
—Oh, estoy decidiendo cuál será mi siguiente tirada —señalo con aire
distraído.
Me inclino sobre la mesa y golpeo la bola naranja para dejarla en una
posición mejor. Me planto directamente delante de Harry y cojo el resto de debajo
de la mesa. Me coloco para la próxima tirada, recostada sobre el tapete. Oigo que
Harry inspira con fuerza y, naturalmente, fallo el tiro. Maldición…
Él se coloca detrás de mí mientras todavía estoy inclinada sobre la mesa, y
pone las manos en mis nalgas. Mmm…
—¿Está contoneando esto para provocarme, señorita Steele?
Y me da una palmada, fuerte.
Jadeo.
—Sí —contesto en un susurro, porque es verdad.
—Ten cuidado con lo que deseas, nena.
Me masajeo el trasero mientras él se dirige hacia el otro extremo de la
mesa, se inclina sobre el tapete y hace su tirada. Golpea la bola roja, y la mete en la
tronera izquierda. Apunta a la amarilla, superior derecha, y falla por poco. Sonrío.
—Cuarto rojo, allá vamos —le provoco.
Él apenas arquea una ceja y me indica que continúe. Yo apunto a la bola
verde y, por pura chiripa, consigo meter la última bola naranja.
—Escoge la tronera —murmura Harry, y es como si estuviera hablando
de otra cosa, de algo oscuro y desagradable.
—Superior izquierda.
Apunto a la bola negra y le doy, pero fallo. Por mucho. Maldita sea.
Harry sonríe con malicia, se inclina sobre la mesa y, con un par de
tiradas, se deshace de las dos lisas restantes. Casi estoy jadeando al ver su cuerpo ágil
y flexible reclinándose sobre el tapete. Se levanta, pone tiza al taco y me clava sus
ojos ardientes.
—Si gano yo…
¿Oh, sí?
—Voy a darte unos azotes y después te follaré sobre esta mesa.
Dios… Todos los músculos de mi vientre se contraen.
—Superior derecha —dice en voz baja, apunta a la bola negra y se inclina
para tirar.


Mierda,Mierda, Pobre Rayis :(, Yo que tu y GANO rayis!
CarolineR2
CarolineR2


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Mensaje por vanessavalerio98 Mar 18 Dic 2012, 6:13 pm

y rayis .. no manches ... te van a matar (8 ... hhaha siguela pronto preciosa <3
vanessavalerio98
vanessavalerio98


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50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA - Página 5 Empty Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA

Mensaje por Christine. Miér 19 Dic 2012, 7:30 am

Rayis no debiste apostar! Te va a dar unos azotes bien feos!
Siguela Pronto Hermosa
Christine.
Christine.


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Mensaje por Blanca.Srta.Horan Miér 19 Dic 2012, 9:02 am

SIGUELA PRONTO POR FI!
Blanca.Srta.Horan
Blanca.Srta.Horan


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Mensaje por Anne Hale Miér 19 Dic 2012, 12:37 pm

Síguela cuando puedas, mejor si es pronto
Besos!!!
Anne Hale
Anne Hale


http://ready-tokill-myself.tumblr.com/

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Mensaje por vanessavalerio98 Miér 19 Dic 2012, 1:00 pm

siguela!! pronto por favor :(
vanessavalerio98
vanessavalerio98


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Mensaje por vanessavalerio98 Jue 20 Dic 2012, 3:27 pm

yaaa sube yaaa por favor :(((
vanessavalerio98
vanessavalerio98


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Mensaje por catadanza Jue 20 Dic 2012, 4:11 pm

queremoos más ! :O rayis eres una locaaaa!
catadanza
catadanza


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50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA - Página 5 Empty Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA

Mensaje por CarolineR2 Jue 20 Dic 2012, 7:22 pm

CAPITULO 11

Con elegante soltura, Harry le da a la bola blanca y esta se desliza sobre
la mesa, roza suavemente la negra y oh… muy despacio, la negra sale rodando, vacila
en el borde y finalmente cae en la tronera superior derecha de la mesa de billar.
Maldición.
Él se yergue, y en su boca se dibuja una sonrisa de triunfo tipo «Te tengo a
mi merced, Steele». Baja el taco y se acerca hacia mí pausadamente, con el cabello
revuelto, sus vaqueros y su camiseta blanca. No tiene aspecto de presidente ejecutivo:
parece un chico malo de un barrio peligroso. Madre mía, está terriblemente sexy.
—No tendrás mal perder, ¿verdad? —murmura sin apenas disimular la
sonrisa.
—Depende de lo fuerte que me pegues —susurro, agarrándome al taco para
apoyarme.
Me lo quita y lo deja a un lado, introduce los dedos en el escote de mi blusa
y me atrae hacia él.
—Bien, enumeremos las faltas que has cometido, señorita Steele. —Y
cuenta con sus dedos largos—. Uno, darme celos con mi propio personal. Dos, discutir
conmigo sobre el trabajo. Y tres, contonear tu delicioso trasero delante de mí durante
estos últimos veinte minutos.
En sus ojos verdes brilla una tenue chispa de excitación. Se inclina y frota
su nariz contra la mía.
—Quiero que te quites los pantalones y esta camisa tan provocativa. Ahora.
Me planta un beso leve como una pluma en los labios, se encamina sin
ninguna prisa hacia la puerta y la cierra con llave.
Cuando se da la vuelta y me clava la mirada, sus ojos arden. Yo me quedo
totalmente paralizada como un zombi, con el corazón desbocado, la sangre hirviendo,
incapaz de mover un músculo. Y lo único que puedo pensar es: Esto es por él…
repitiéndose en mi mente como un mantra una y otra vez.
—La ropa, ________. Parece ser que aún la llevas puesta. Quítatela… o te
la quitaré yo.
—Hazlo tú.
Por fin he recuperado la voz, y suena grave y febril. Harry sonríe
encantado.
—Oh, señorita Steele. No es un trabajo muy agradable, pero creo que estaré
a la altura.
—Por lo general está siempre a la altura, señor Styles.
Arqueo una ceja y él sonríe.
—Vaya, señorita Steele, ¿qué quiere decir?
Al acercarse a mí, se detiene en una mesita empotrada en una de las
estanterías. Alarga la mano y coge una regla de plástico transparente de unos treinta
centímetros. La sujeta por ambos extremos y la dobla, sin apartar los ojos de mí.
Oh, Dios… el arma que ha escogido. Se me seca la boca.
De pronto estoy acalorada y sofocada y húmeda en todas las partes
esperadas. Únicamente Harry puede excitarme solo con mirarme y flexionar una
regla. Se la mete en el bolsillo trasero de sus vaqueros y camina tranquilamente hacia
mí, sus oscuros ojos cargados de expectativas. Sin decir palabra, se arrodilla delante
de mí y empieza a desatarme las Converse, con rapidez y eficacia, y me las quita junto
con los calcetines. Yo me apoyo en el borde de la mesa de billar para no caerme. Al
mirarle durante todo el proceso, me sobrecoge la profundidad del sentimiento que
albergo por este hombre tan hermoso e imperfecto. Le amo.
Me agarra de las caderas, introduce los dedos por la cintura de mis
vaqueros y desabrocha el botón y la cremallera. Me observa a través de sus largas
pestañas, con una sonrisa extremadamente salaz, mientras me despoja poco a poco de
los pantalones. Yo doy un paso a un lado y los dejo en el suelo, encantada de llevar
estas braguitas blancas de encaje tan bonitas, y él me aferra por detrás de mis piernas y
desliza la nariz por el vértice de mis muslos. Estoy a punto de derretirme.
—Me apetece ser brusco contigo, _______. Tú tendrás que decirme que pare si
me excedo —murmura.
Oh, Dios… Me besa… ahí abajo. Yo gimo suavemente.
—¿Palabra de seguridad? —susurro.
—No, palabra de seguridad, no. Solo dime que pare y pararé. ¿Entendido?
—Vuelve a besarme, sus labios me acarician. Oh, es una sensación tan maravillosa…
Se levanta, con la mirada intensa—. Contesta —ordena con voz de terciopelo.
—Sí, sí, entendido.
Su insistencia me confunde.
—Has estado enviándome mensajes y emitiendo señales contradictorias
durante todo el día, _________ —dice—. Me dijiste que te preocupaba que hubiera
perdido nervio. No estoy seguro de qué querías decir con eso, y no sé hasta qué punto
iba en serio, pero ahora lo averiguaremos. No quiero volver al cuarto de juegos
todavía, así que ahora podemos probar esto. Pero si no te gusta, tienes que prometerme
que me lo dirás.
Una ardorosa intensidad, fruto de su ansiedad, sustituye a su anterior
arrogancia.
Oh, no, por favor, no estés ansioso, Harry.
—Te lo diré. Sin palabra de seguridad —repito para tranquilizarle.
—Somos amantes,________. Los amantes no necesitan palabras de
seguridad. —Frunce el ceño—. ¿Verdad?
—Supongo que no —murmuro. Madre mía… ¿cómo voy a saberlo?—. Te lo prometo.
Busca en mi rostro alguna señal de que a mi convicción le falte coraje, y yo
me siento nerviosa, pero excitada también. Me hace muy feliz hacer esto, ahora que sé
que él me quiere. Para mí es muy sencillo, y ahora mismo no quiero pensarlo
demasiado.
Poco a poco aparece una enorme sonrisa en su cara. Empieza a
desabrocharme la camisa y sus diestros dedos terminan enseguida, pero no me la quita.
Se inclina y coge el taco.
Oh, Dios ¿qué va a hacer con eso? Me estremezco de miedo.
—Juega muy bien, señorita Steele. Debo decir que estoy sorprendido. ¿Por
qué no metes la bola negra?
Se me pasa el miedo y hago un pequeño mohín, preguntándome por qué
tiene que sorprenderse este cabrón sexy y arrogante. La diosa que llevo dentro está
calentando en segundo plano, haciendo sus ejercicios en el suelo… con una sonrisa
henchida de satisfacción.
Yo coloco la bola blanca. Harry da una vuelta alrededor de la mesa y se
pone detrás de mí cuando me inclino para hacer mi tirada. Pone la mano sobre mi
muslo derecho y sus dedos me recorren la pierna, arriba y abajo, hasta el culo y
vuelven a bajar con una leve caricia.
—Si sigues haciendo eso, fallaré —musito con los ojos cerrados,
deleitándome en la sensación de sus manos sobre mí.
—No me importa si fallas o no, nena. Solo quería verte así: medio vestida,
recostada sobre mi mesa de billar. ¿Tienes idea de lo erótica que estás en este
momento?
Enrojezco, y la diosa que llevo dentro sujeta una rosa entre los dientes y
empieza a bailar un tango. Inspiro profundamente e intento no hacerle caso, y me
coloco para tirar. Es imposible. Él me acaricia el trasero, una y otra vez.
—Superior izquierda —digo en voz baja, y le doy a la bola.
Él me pega un cachete, fuerte, directamente sobre las nalgas.
Es algo tan inesperado que chillo. La blanca golpea la negra, que rebota
contra el almohadillado de la tronera y se sale. Harry vuelve a acariciarme el
trasero.
—Oh, creo que has de volver a intentarlo —susurra—. Tienes que
concentrarte,________.
Ahora jadeo, excitada por este juego. Él se dirige hacia el extremo de la
mesa, vuelve a colocar la bola negra, y luego hace rodar la blanca hacia mí. Tiene un
aspecto tan carnal, con sus ojos oscuros y una sonrisa maliciosa… ¿Cómo voy a
resistirme a este hombre? Cojo la bola y la alineo, dispuesta a tirar otra vez.
—Eh, eh —me advierte—. Espera.
Oh, le encanta prolongar la agonía. Vuelve otra vez y se pone detrás de mí.
Y cierro los ojos cuando empieza a acariciarme el muslo izquierdo esta vez, y después
el trasero nuevamente.
—Apunta —susurra.
No puedo evitar un gemido, el deseo me retuerce las entrañas. E intento,
realmente intento, pensar en cómo darle a la bola negra con la blanca. Me inclino hacia
la derecha, y él me sigue. Vuelvo a inclinarme sobre la mesa, y utilizando hasta el
último vestigio de mi fuerza interior, que ha disminuido considerablemente desde que
sé lo que pasará en cuanto golpee la bola blanca, apunto y tiro otra vez. Harry
vuelve a azotarme otra vez, fuerte.
¡Ay! Vuelvo a fallar.
—¡Oh, no! —me lamento.
—Una vez más, nena. Y, si fallas esta vez, haré que recibas de verdad.
¿Qué? ¿Recibir qué?
Coloca otra vez la bola negra y se acerca de nuevo, tremendamente
despacio, hasta donde estoy, se queda detrás de mí y vuelve a acariciarme el trasero.
—Vamos, tú puedes —me anima.
No… no cuando tú me distraes así. Echo las nalgas hacia atrás hasta
encontrar su mano, y él me da un leve cachete.
—¿Impaciente, señorita Steele?
Sí. Te deseo.
—Bien, acabemos con esto.
Me baja con delicadeza las bragas por los muslos y me las quita. No veo lo
que hace con ellas, pero me deja con la sensación de estar muy expuesta, y me planta
un beso suave en cada nalga.
—Tira, nena.
Quiero gimotear, está muy claro que no lo conseguiré. Sé que voy a fallar.
Alineo la blanca, le pego y, por culpa de la impaciencia, fallo el golpe a la negra de
forma flagrante. Espero el azote… pero no llega. En lugar de eso, él se inclina
directamente encima de mí, me recuesta sobre la mesa, me quita el taco de la mano y lo
hace rodar hasta la banda. Le noto, duro, contra mi trasero.
—Has fallado —me dice bajito al oído. Tengo la mejilla contra el tapete
—. Pon las manos planas sobre la mesa.
Hago lo que me dice.
—Bien. Ahora voy a pegarte, y así la próxima vez a lo mejor no fallas.
Se mueve y se coloca a mi izquierda, con su erección pegada a mi cadera.
Gimo y siento el corazón en la garganta. Empiezo a respirar
entrecortadamente y un escalofrío ardiente e intenso corre por mis venas. Él me
acaricia el culo y coloca la otra mano ahuecada sobre mi nuca, sus dedos agarrándome
el cabello, mientras con el codo me presiona la espalda hacia abajo. Estoy
completamente indefensa.
—Abre las piernas —murmura, y yo vacilo un momento.
Y él me pega fuerte… ¡con la regla! El ruido es más fuerte que el dolor, y
me coge por sorpresa. Jadeo, y vuelve a pegarme.
—Las piernas —ordena.
Abro las piernas, jadeando. La regla me golpea de nuevo. Ay… escuece,
pero el chasquido contra la piel suena peor de lo que es en realidad.
Cierro los ojos y absorbo el dolor. No es demasiado terrible, y la
respiración de Harry se intensifica. Me pega una y otra vez, y gimo. No estoy segura
de cuántos azotes más podré soportar… pero el oírle, saber lo excitado que está,
alimenta mi propio deseo y mi voluntad de seguir. Estoy pasando al lado oscuro, a un
lugar de mi psique que no conozco bien, pero que ya he visitado antes, en el cuarto de
juegos… con la experiencia Tallis. La regla vuelve a golpearme, y gimo en voz alta. Y
Harry responde con un gruñido. Me pega otra vez… y otra… y una más… más
fuerte esta vez… y hago un gesto de dolor.
—Para.
La palabra sale de mi boca antes de darme cuenta de que la he dicho.
Harry deja la regla inmediatamente y me suelta.
—¿Ya basta?
—Sí.
—Ahora quiero follarte —dice con voz tensa.
—Sí —murmuro, anhelante.
Él se desabrocha la cremallera, mientras yo gimo tumbada sobre la mesa,
sabiendo que será brusco.
Me maravilla una vez más cómo he llevado —y sí, disfrutado— lo que ha
hecho hasta este momento. Es muy turbio, pero es muy él.
Desliza dos dedos dentro de mí y los mueve en círculos. La sensación es
exquisita. Cierro los ojos, deleitándome con la sensación. Oigo cómo rasga el
envoltorio, y ya está detrás de mí, entre mis piernas, separándolas más.
Se hunde en mi interior lentamente. Sujeta con firmeza mis caderas, vuelve
a salir de mí, y esta vez me penetra con fuerza haciéndome gritar. Se queda quieto un
momento.
—¿Otra vez? —dice en voz baja.
—Sí… estoy bien. Déjate llevar… llévame contigo —murmuro sin aliento.
Con un quejido ronco, sale de nuevo y entra de golpe en mí, y lo repite una
y otra vez lentamente, con un ritmo deliberado de castigo, brutal, celestial.
Oh… Mis entrañas empiezan a acelerarse. Él lo nota también, e incrementa
el ritmo, empuja más, más deprisa, con mayor dureza… y sucumbo, y exploto en torno
a él en un orgasmo devastador que me arrebata el alma y me deja exhausta y derrotada.
Apenas soy consciente de que Harry también se deja ir, gritando mi
nombre, con los dedos clavados en mis caderas, y luego se queda quieto y se derrumba
sobre mí. Nos deslizamos hasta el suelo, y me acuna en sus brazos.
—Gracias, cariño —musita, cubriendo mi cara ladeada de besos dulces y
livianos.
Abro los ojos y los levanto hacia él, y me abraza con más fuerza.
—Tienes una rozadura en la mejilla por culpa del tapete —susurra, y me
acaricia la cara con ternura—. ¿Qué te ha parecido?
Sus ojos están muy abiertos, cautelosos.
—Intenso, delicioso. Me gusta brutal, Harry, y también me gusta tierno.
Me gusta que sea contigo.
Él cierra los ojos y me abraza aún más fuerte.
Madre mía. Estoy exhausta.
—Tú nunca fallas, _________. Eres preciosa, inteligente, audaz, divertida, sexy, y agradezco todos los días a la divina providencia que fueras tú quien vino a
entrevistarme y no Perrie Edwards. —Me besa el pelo. Yo sonrío y bostezo
pegada a su pecho—. Pero ahora estás muy cansada —continúa—. Vamos. Un baño y a
la cama.
* * *
Estamos en la bañera de Harry, uno frente al otro, cubiertos de espuma
hasta la barbilla, envueltos en el dulce aroma del jazmín. Harry me masajea los
pies, por turnos. Es tan agradable que debería ser ilegal.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro. Lo que sea, ________, ya lo sabes.
Suspiro profundamente y me incorporo sentada con un leve
estremecimiento.
—Mañana, cuando vaya a trabajar, ¿puede Sawyer limitarse a dejarme en
la puerta de la oficina y pasar a recogerme al final del día? Por favor, Harry, por
favor —le pido.
Sus manos se detienen y frunce el ceño.
—Creía que estábamos de acuerdo en eso —se queja.
—Por favor —suplico.
—¿Y a la hora de comer qué?
—Ya me prepararé algo aquí y así no tendré que salir, por favor.
Me besa el empeine.
—Me cuesta mucho decirte que no —murmura, como si creyera que es una
debilidad por su parte—. ¿De verdad que no saldrás?
—No.
—De acuerdo.
Yo le sonrío, radiante.
—Gracias.
Me apoyo sobre las rodillas, haciendo que el agua se derrame por todas
partes, y le beso.
—De nada, señorita Steele. ¿Cómo está tu trasero?
—Dolorido, pero no mucho. El agua me calma.
—Me alegro de que me dijeras que parara —dice, y me mira fijamente.
—Mi trasero también.
Sonríe.
* * *
Me tiendo en la cama, muy cansada. Solo son las diez y media, pero me
siento como si fueran las tres de la madrugada. Este ha sido uno de los fines de semana
más agotadores de mi vida.
—¿La señorita Acton no incluyó ningún camisón? —pregunta Harry con
un deje reprobatorio cuando me mira.
—No tengo ni idea. Me gusta llevar tus camisetas —balbuceo, medio
dormida.
Relaja el gesto, se inclina y me besa la frente.
—Tengo trabajo. Pero no quiero dejarte sola. ¿Puedo usar tu portátil para
conectarme con el despacho? ¿Te molestaré si me quedo a trabajar aquí?
—No es mi portátil.
Y me duermo.
* * *
Suena la alarma, despertándome de golpe con la información del tráfico.
Harry sigue durmiendo a mi lado. Me froto los ojos y echo un vistazo al reloj. Las
seis y media… demasiado temprano.
Fuera llueve por primera vez desde hace siglos, y hay una luz amarillenta y
tenue. Me siento muy a gusto y cómoda en este inmenso monolito moderno, con
Harry a mi lado. Me desperezo y me giro hacia el delicioso hombre que está junto a
mí. Él abre los ojos de golpe y parpadea, medio dormido.
—Buenos días.
Sonrío, le acaricio la cara y me inclino para besarle.
—Buenos días, nena. Normalmente me despierto antes de que suene el
despertador —murmura, asombrado.
—Está puesto muy temprano.
—Así es, señorita Steele. —Harry sonríe de oreja a oreja—. Tengo que
levantarme.
Me besa y sale de la cama. Yo vuelvo a dejarme caer sobre las almohadas.
Vaya, despertarme un día laborable al lado de Harry Styles. ¿Cómo ha ocurrido
esto? Cierro los ojos y me quedo adormilada.
—Venga, dormilona, levanta.
Harry se inclina sobre mí. Está afeitado, limpio, fresco… mmm, qué
bien huele. Lleva una camisa blanca impoluta y traje negro, sin corbata: el señor
presidente ha vuelto. Dios bendito, qué guapo está así también.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Ojalá volvieras a la cama.
Separa los labios, sorprendido por mi insinuación, y sonríe casi con
timidez.
—Es usted insaciable, señorita Steele. Por seductora que resulte la idea,
tengo una reunión a las ocho y media, así que tengo que irme enseguida.
Oh, me he quedado dormida, una hora más o menos. Maldita sea. Salto de
la cama, ante la expresión divertida de Harry.
Me ducho y me visto a toda prisa, y me pongo la ropa que preparé anoche:
una falda gris perla muy favorecedora, una blusa de seda gris claro y zapatos negros de
tacón alto, todo ello parte de mi nuevo guardarropa. Me cepillo el pelo y me lo recojo
con cuidado, y luego salgo de la enorme habitación, sin saber realmente qué me espera.
¿Cómo voy a ir al trabajo?
Harry está tomando café en la barra del desayuno. La señora Jones está
en la cocina haciendo tortitas y friendo beicon.
—Estás muy guapa —murmura Harry.
Me pasa un brazo alrededor y me besa bajo la oreja. Por el rabillo del ojo,
observo que la señora Jones sonríe. Me ruborizo.
—Buenos días, señorita Steele —dice ella, y me pone las tortitas y el
beicon delante.
—Oh, gracias. Buenos días —balbuceo.
Madre mía, no me costaría nada acostumbrarme a esto.
—El señor Styles dice que le gustaría llevarse el almuerzo al trabajo. ¿Qué
le apetecería comer?
Miro de reojo a Harry, que hace esfuerzos por no sonreír. Entorno los
ojos.
—Un sándwich… ensalada. La verdad, no me importa —digo esbozando
una amplia sonrisa a la señora Jones.
—Ya improvisaré una bolsa con el almuerzo para usted, señora.
—Por favor, señora Jones, llámeme _______.
—_________-.
Sonríe y se da la vuelta para prepararme un té.
Vaya… esto es una gozada.
Me doy la vuelta y ladeo la cabeza mirando a Harry, desafiándole:
venga, acúsame de coquetear con la señora Jones.
—Tengo que irme, cariño. Taylor vendrá a recogerte y te dejará en el
trabajo con Sawyer.
—Solo hasta la puerta.
—Sí. Solo hasta la puerta. — Harry pone los ojos en blanco—. Pero ve
con cuidado.
Yo echo un vistazo alrededor y atisbo a Taylor en la puerta de entrada.
Harry se pone de pie, me coge la barbilla y me besa.
—Hasta luego, nena.
—Que tengas un buen día en la oficina, cariño —digo a sus espaldas.
Él se vuelve, me deslumbra con su maravillosa sonrisa, y luego se va. La
señora Jones me ofrece una taza de té, y de golpe me siento incómoda por estar aquí las
dos solas.
—¿Cuánto hace que trabaja para Harry? —pregunto, pensando que debo
darle conversación.
—Unos cuatro años —contesta amablemente, y empieza a prepararme la
bolsa del almuerzo.
—¿Sabe?, puedo hacerlo yo… —musito, avergonzada de que tenga que
hacer esto para mí.
—Usted cómase el desayuno, ______. Este es mi trabajo, y me gusta. Es
agradable ocuparse de alguien aparte del señor Taylor y el señor Styles.
Y me dedica una mirada llena de dulzura.
Mis mejillas enrojecen de placer, y siento ganas de acribillar a preguntas a
esta mujer. Debe de saber tanto sobre Cincuenta… Sin embargo, a pesar de su actitud
amable y cordial, también es muy profesional. Sé que si empiezo a interrogarla, solo
conseguiré incomodarnos a las dos, de manera que termino de desayunar en un
confortable silencio, interrumpido únicamente por sus preguntas sobre mis preferencias
gastronómicas.
Veinticinco minutos después, Sawyer aparece en la entrada del salón. Me
he cepillado los dientes y estoy lista para irme. Cojo mi bolsa de papel marrón con el
almuerzo; ni siquiera recuerdo que mi madre hiciera esto por mí. Sawyer y yo bajamos
en ascensor hasta la planta baja. Él también se muestra muy taciturno, inexpresivo.
Taylor espera sentado al volante del Audi, y yo subo al asiento de atrás en cuanto
Sawyer me abre la puerta.
—Buenos días, Taylor —digo, animosa.
—Señorita Steele.
Sonríe.
—Taylor, lamento lo de ayer y mis comentarios inapropiados. Espero no
haberte causado problemas.
Taylor me mira con semblante perplejo por el espejo retrovisor, mientras
se incorpora al tráfico de Seattle.
—Señorita Steele, yo no suelo tener problemas —dice para tranquilizarme.
Ah, bien. Quizá Harry no le reprendió. Solo fue a mí, entonces, pienso
con amargura.
—Me alegra saberlo, Taylor.
Jack me mira, examinando mi aspecto, mientras me dirijo hacia mi
escritorio.
—Buenos días, _________. ¿El fin de semana, bien?
—Sí, gracias. ¿Y el tuyo?
—Ha estado bien. Toma asiento… tengo trabajo para ti.
Me siento frente al ordenador. Parece que lleve años sin acudir al trabajo.
Lo conecto y abro el correo electrónico… y, naturalmente, hay un e-mail de Harry.
De: Harry Styles
Fecha: 13 de junio de 2011 08:24
Para: _________ Steele
Asunto: Jefe
Buenos días, señorita Steele.
Solo quería darle las gracias por un fin de semana maravilloso, a pesar
de todo el drama.
Espero que no se marche, nunca.
Y solo recordarle que las novedades sobre SIP no pueden comunicarse
hasta dentro de cuatro semanas.
Borre este e-mail en cuanto lo haya leído.
Tuyo.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc., jefe del jefe de tu jefe
¿Espera que no me marche nunca? ¿Quiere que me vaya a vivir con él?
Dios santo… Si apenas le conozco. Aprieto la tecla de borrar.
De: _______ Steele
Fecha: 13 de junio de 2011 09:03
Para: Harry Styles
Asunto: Mandón
Querido señor Styles:
¿Me estás pidiendo que me vaya a vivir contigo? Y, por supuesto,
recordaré que la evidencia de tus épicas capacidades de acoso debe permanecer en
secreto durante cuatro semanas. ¿Extiendo un cheque a nombre de Afrontarlo Juntos
y se lo mando a tu padre? Por favor, no borres este e-mail.
Por favor, contéstalo.
TQ xxx
________ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
—¡_________!
El grito de Jack me hace dar un salto.
—Sí.
Me sonrojo y él me mira con el ceño fruncido.
—¿Todo bien?
—Claro.
Me levanto con cierta dificultad y voy a su despacho con la libreta de notas.
—Bien. Como seguramente recuerdas, el jueves voy a ese Simposio sobre
Ficción en Nueva York. Tengo los billetes y la reserva, pero me gustaría que vinieras
conmigo.
—¿A Nueva York?
—Sí. Tendríamos que irnos el miércoles y pasar allí la noche. Creo que
será una experiencia muy instructiva para ti. —Sus ojos se oscurecen cuando dice esto,
pero sonríe educadamente—. ¿Podrías ocuparte de organizar todo lo necesario para el
viaje? ¿Y de reservar una habitación adicional en el hotel donde me alojaré? Creo que
Sabrina, mi anterior ayudante, dejó la información necesaria por ahí.
—De acuerdo —digo, esbozando una débil sonrisa.
Maldición. Vuelvo a mi mesa. Esto no le sentará bien a Cincuenta… pero lo
cierto es que quiero ir. Parece una auténtica oportunidad, y estoy segura de que puedo
mantener a Jack a raya si tiene intenciones ocultas. En mi ordenador está la respuesta
de Harry.
De: Harry Styles
Fecha: 13 de junio de 2011 09:07
Para: ________ Steele
Asunto: ¿Mandón, yo?
Sí. Por favor.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Vaya… quiere que me vaya a vivir con él. Oh, Harry… es demasiado
pronto. Me cojo la cabeza entre las manos e intento recuperar la cordura. Es lo que
necesito después de mi extraordinario fin de semana. No he tenido un momento para
pensar y tratar de entender todo lo que he experimentado y descubierto estos dos
últimos días.
De: ________Steele
Fecha: 13 de junio de 2011 09:20
Para: Harry Styles
Asunto: Flynnismos
Harry:
¿Qué pasó con eso de andar antes de correr?
¿Podemos hablarlo esta noche, por favor?
Me han pedido que vaya a un congreso en Nueva York el jueves.
Supone pasar allí la noche del miércoles.
Pensé que debías saberlo.
_ x
_________ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Harry Styles
Fecha: 13 de junio de 2011 09:21
Para: ________ Steele
Asunto: ¿QUÉ?
Sí. Hablemos esta noche.
¿Irás sola?
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: _________ Steele
Fecha: 13 de junio de 2011 09:30
Para: Harry Styles
Asunto: ¡Nada de Mayúsculas Chillonas ni Gritos un Lunes por la
Mañana!
¿Podemos hablar de eso esta noche?
__ x
________ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Harry Styles
Fecha: 13 de junio de 2011 09:35
Para: ________ Steele
Asunto: No Sabes lo que son Gritos Todavía
Dime.
Si vas con ese canalla con el que trabajas, entonces la respuesta es no,
por encima de mi cadáver.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Se me encoge el corazón. Maldita sea… ni que fuera mi padre.
De: _________ Steele
Fecha: 13 de junio de 2011 09:46
Para: Harry Styles
Asunto: No, TÚ no sabes lo que son gritos todavía
Sí. Voy con Jack.
Yo quiero ir. Lo considero una oportunidad emocionante.
Y nunca he estado en Nueva York.
No hagas una montaña de un grano de arena.
__________ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Harry Styles
Fecha: 13 de junio de 2011 09:50
Para: _________ Steele
Asunto: No, TÚ no sabes lo que son gritos todavía
____________:
No estoy haciendo una montaña de un jodido grano de arena.
La respuesta es NO.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
—¡No! —le grito a mi ordenador, haciendo que toda la oficina se paralice
y se me quede mirando.
Jack saca la cabeza de su despacho.
—¿Todo bien, _________?
—Sí. Perdón —musito—. Yo… esto… acabo de perder un documento.
Las mejillas me arden por la vergüenza. Él me sonríe, pero con expresión
desconcertada. Respiro profundamente un par de veces y tecleo rápidamente una
respuesta. Estoy muy enfadada.
De: ________ Steele
Fecha: 13 de junio de 2011 09:55
Para: Harry Styles
Asunto: Cincuenta Sombras
Harry:
Tienes que controlarte.
NO voy a acostarme con Jack: ni por todo el té de China.
Te QUIERO. Eso es lo que pasa cuando dos personas se quieren.
CONFÍAN la una en la otra.
Yo no pienso que tú vayas a ACOSTARTE, AZOTAR, FOLLAR, o DAR
LATIGAZOS a nadie más. Yo tengo FE y CONFIANZA en ti.
Por favor, ten la AMABILIDAD de hacer lo mismo conmigo.
_____________
__________ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
Permanezco sentada esperando su respuesta. No recibo nada. Llamo a la
compañía aérea y reservo mi billete, asegurándome de ir en el mismo vuelo que Jack.
Oigo el aviso de un nuevo correo.
De: Lincoln, Elena
Fecha: 13 de junio de 2011 10:15
Para: _________ Steele
Asunto: Cita para almorzar
Querida _________:
Me gustaría mucho quedar para comer contigo. Creo que empezamos con
mal pie, y me gustaría arreglarlo. ¿Estás libre algún día de esta semana?
Elena Lincoln
Oh, no… ¡la señora Robinson, no! ¿Cómo demonios ha conseguido mi
dirección de correo electrónico? Me cojo la cabeza entre las manos. ¿Qué más puede
pasar hoy?
Suena mi teléfono, levanto cansinamente la cabeza y contesto mirando el
reloj. Solo son las diez y veinte, y ya desearía no haber salido de la cama de Harry.
—Despacho de Jack Hyde, soy __________- Steele.
Una voz dolorosamente familiar me increpa:
—¿Podrías, por favor, borrar el último e-mail que me has enviado e
intentar ser un poco más prudente con el lenguaje que utilizas en los correos de
trabajo? Ya te lo dije, el sistema está monitorizado. Yo haré todo lo posible para
minimizar los daños desde aquí.
Y cuelga.
Santo Dios… Me quedo mirando el teléfono. Harry me ha colgado. Este
hombre está pisoteando mi incipiente carrera profesional… ¿y va y me cuelga?
Fulmino el auricular con la mirada, y si no estuviera completamente paralizada, sé que
mi mirada terrorífica lo pulverizaría.
Accedo a mis correos electrónicos, y borro el último que le he enviado. No
es tan grave. Solo mencionaba los azotes y, bueno, los latigazos. Vaya, si le avergüenza
tanto no debería hacerlo, maldita sea. Cojo la BlackBerry y le llamo al móvil.
—¿Qué? —gruñe.
—Me voy a Nueva York tanto si te gusta como si no —le digo entre
dientes.
—Ni se te ocurra…
Cuelgo, dejándole a mitad de la frase. Siento una descarga de adrenalina
por todo el cuerpo. Ya está… para que se entere. Estoy muy enfadada.
Respiro profundamente, intentando recuperar la compostura. Cierro los
ojos, e imagino que estoy en mi lugar soñado. Mmm… el camarote de un barco, con
Harry. Rechazo la imagen porque ahora mismo estoy tan enfadada con él que no
puede estar presente en mi lugar soñado.
Abro los ojos, cojo tranquilamente mi libreta de notas y repaso con cuidado
mi lista de cosas por hacer. Inspiro larga y profundamente: he recobrado el equilibrio.
—¡__________! —grita Jack, y me sobresalto—. ¡No reserves ese vuelo!
—Oh, ya es demasiado tarde. Ya lo he hecho —contesto.
Él sale de su despacho y se me acerca con paso enérgico. Parece
disgustado.
—Mira, ha pasado una cosa. Por la razón que sea, de repente todos los
gastos de viajes y hoteles han de tener la aprobación de la dirección. La orden viene de
muy arriba. Voy a subir a ver a Roach. Al parecer, acaba de implementarse una
moratoria de todos los gastos. No lo entiendo.
Jack se pellizca el puente de la nariz y cierra los ojos.
La sangre prácticamente deja de circular por mis venas, me pongo pálida y
se me hace un nudo en el estómago. ¡Cincuenta!
—Coge mis llamadas. Voy a ver qué tiene que decir Roach.
Me guiña el ojo y se va a ver a su jefe… no al jefe de su jefe.
Maldito seas, Harry Styles… De nuevo me hierve la sangre.
De: _________ Steele
Fecha: 13 de junio de 2011 10:43
Para: Harry Styles
Asunto: ¿Qué has hecho?
Por favor, no interfieras en mi trabajo.
Tengo verdaderas ganas de ir a ese congreso.
No debería habértelo preguntado.
He borrado el e-mail problemático.
_________ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Harry Styles
Fecha: 13 de junio de 2011 10:43
Para: __________ Steele
Asunto: ¿Qué has hecho?
Solo protejo lo que es mío.
Ese e-mail que enviaste en un arrebato se ha eliminado del servidor de
SIP, igual que los e-mails que yo te mando.
Por cierto, en ti confío totalmente. En él no.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Compruebo si aún tengo sus correos, y han desaparecido. La influencia de
este hombre no tiene límites. ¿Cómo lo hace? ¿A quién conoce que pueda acceder
subrepticiamente a las profundidades de los servidores de SIP y eliminar e-mails?
Estoy jugando en una liga muy superior a la mía.
De: _________ Steele
Fecha: 13 de junio de 2011 10:48
Para: Harry Styles
Asunto: Madura un poco
Harry:
No necesito que me protejan de mi propio jefe.
Quizá él intente algo, pero yo me negaré.
Tú no puedes interferir. No está bien, y supone ejercer un control a
demasiados niveles.
________ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Harry Styles
Fecha: 13 de junio de 2011 10:50
Para: _________ Steele
Asunto: La respuesta es NO
________:
Yo he presenciado lo «eficaz» que eres para librarte de una atención que
no deseas. Recuerdo que fue así como tuve el placer de pasar mi primera noche
contigo. Ese fotógrafo, como mínimo, siente algo por ti. Ese canalla, en cambio, no.
Es un conquistador profesional e intentará seducirte. Pregúntale qué pasó con la
última ayudante, y con la anterior.
No quiero discutir por esto.
Si quieres ir a Nueva York, yo te llevaré. Podemos ir este fin de semana.
Tengo un apartamento allí.
Harry Styles
Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
¡Oh, Harry! No se trata de eso. Esto es muy frustrante. Y él, cómo no,
también tiene un apartamento allí. ¿Dónde más tendrá propiedades? Y era de esperar
que sacara a relucir a José. ¿Es que nunca me libraré de eso? Estaba borracha, por
Dios. Yo nunca me emborracharía con Jack.
Me quedo mirando la pantalla, pero supongo que no puedo seguir
discutiendo con él por e-mail. Tendré que esperar el momento oportuno, esta noche.
Miro el reloj. Jack aún no ha vuelto de su reunión con Jerry, y todavía tengo que
solucionar lo de Elena. Vuelvo a leer su correo electrónico y decido que el mejor
modo de abordar esto es enviárselo a Harry. Desviar su atención hacia ella en lugar
de hacia mí.
De: ________ Steele
Fecha: 13 de junio de 2011 11:15
Para: Harry Styles
Asunto: Re Cita para almorzar o Carga irritante
Harry:
Mientras tú estabas muy ocupado interfiriendo en mi carrera y
salvándote el culo por mis imprudentes misivas, yo he recibido el siguiente correo
de la señora Lincoln. No tengo ningunas ganas de verme con ella… y aunque las
tuviera, no se me permite salir de este edificio. Cómo ha conseguido mi dirección de
correo electrónico, la verdad es que no lo sé. ¿Qué sugieres que haga? Te adjunto su
e-mail:
Querida Anastasia:
Me gustaría mucho quedar para comer contigo. Creo que empezamos
con mal pie, y me gustaría arreglarlo. ¿Estás libre algún día de esta semana?
Elena Lincoln
___________ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Harry Styles
Fecha: 13 de junio de 2011 11:23
Para: ___________ Steele
Asunto: Carga irritante
No te enfades conmigo. Lo único que me preocupa es tu bienestar.
Si te pasara algo, no me lo perdonaría nunca.
Yo me ocuparé de la señora Lincoln.
Harry Styles
Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: ________ Steele
Fecha: 13 de junio de 2011 11:32
Para: Harry Styles
Asunto: Hasta luego
¿Podemos hablarlo esta noche, por favor?
Intento trabajar, y tus continuas interferencias me distraen mucho.
___________ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
Jack vuelve después de las doce y me dice que mi viaje a Nueva York está
descartado, aunque él sí que irá, pero que no puede hacer nada para cambiar la política
de la dirección. Entra en su despacho y cierra de un portazo. Obviamente está furioso.
¿Por qué está tan indignado?
En el fondo, yo sé que sus intenciones no son en absoluto honorables, pero
estoy segura de que podría manejarle, y me pregunto qué sabe Harry sobre las
anteriores ayudantes de Jack. Aparto esos pensamientos de mi mente y sigo trabajando,
pero tomo la decisión de intentar hacer que Harry cambie de opinión, aunque las
posibilidades sean escasas.
A la una en punto, Jack asoma la cabeza por la puerta del despacho.
—__________, ¿podrías traerme por favor algo para comer?
—Claro. ¿Qué te apetece?
—Pastrami con pan de centeno, sin mostaza. Te daré el dinero cuando
vuelvas.
—¿Algo para beber?
—Coca-Cola, por favor. Gracias, __________.
Se mete en su despacho y yo cojo el bolso.
Oh, no. Le prometí a Harry que no saldría. Suspiro. No se enterará. Iré
muy rápido.
En recepción, Claire me ofrece su paraguas porque llueve a cántaros. Al
salir por la puerta principal, me envuelvo bien con la chaqueta y echo una mirada
furtiva en ambas direcciones bajo el inmenso paraguas. Todo parece en orden. Ni
rastro de la Chica Fantasma.
Bajo con paso decidido la calle en dirección a la tienda, esperando pasar
inadvertida. Sin embargo, a medida que me voy acercando mayor es la escalofriante
sensación de que me vigilan, y no sé si es mi agudizada paranoia o si es verdad.
Maldita sea. Espero que no se trate de Leila con un arma.
Solo es fruto de tu imaginación, me suelta mi subconsciente. ¿Quién
demonios querría dispararte?
En cuestión de quince minutos, estoy de vuelta… sana y salva, y aliviada.
Creo que la exagerada paranoia y la vigilancia extremadamente protectora de Harry
están empezando a afectarme.
Cuando le llevo el almuerzo, Jack está hablando por teléfono. Levanta la
vista, tapando el auricular.
—Gracias, _________. Como no vienes conmigo, tendrás que quedarte hasta tarde.
Necesito estos informes. Espero que no tuvieras planes.
Me sonríe afectuosamente y me ruborizo.
—No, no pasa nada —le digo con una sonrisa radiante y el corazón
encogido.
Esto no acabará bien. Harry se pondrá hecho una fiera, seguro.
Cuando vuelvo a mi mesa, decido no decírselo inmediatamente, porque eso
le daría tiempo de sobra para interferir de algún modo. Me siento y me como el
sándwich de ensalada de pollo que me preparó esta mañana la señora Jones. Es
delicioso. Un sándwich exquisito.
Naturalmente, si me fuera a vivir con Harry, ella me prepararía el
almuerzo todos los días de la semana. La idea me produce desasosiego. Yo nunca he
soñado con grandes riquezas ni con todo lo que eso conlleva… solo con el amor.
Encontrar a alguien que me quiera y no intente controlar todos mis movimientos. Suena
el teléfono.
—Despacho de Jack Hyde…
—Me aseguraste que no saldrías —me interrumpe Harry en un tono frío
y duro.
Se me encoge el corazón por enésima vez en el día de hoy. Por favor…
¿Cómo diantres lo ha sabido?
—Jack me envió a comprarle el almuerzo. No podía decir que no. ¿Me
tienes vigilada?
Se me eriza el vello al pensarlo. No me extraña que fuera tan paranoica:
había alguien vigilándome. Me enfurece pensarlo.
—Por esto es por lo que no quería que volvieras al trabajo —gruñe
Harry.
—Harry, por favor. Estás siendo… —tan Cincuenta—… muy agobiante.
—¿Agobiante? —susurra, sorprendido.
—Sí. Tienes que dejar de hacer esto. Hablaré contigo esta noche.
Desgraciadamente, hoy tengo que trabajar hasta tarde porque no puedo ir a Nueva
York.
—_________, yo no quiero agobiarte —dice en voz baja, horrorizado.
—Bien, pues lo haces. Y ahora tengo trabajo. Ya hablaremos luego.
Cuelgo. Estoy rendida y ligeramente deprimida.
Después de un fin de semana maravilloso, la realidad se impone. Nunca he
tenido tantas ganas de marcharme. Huir a algún lugar tranquilo y apartado donde pueda
reflexionar sobre este hombre, sobre cómo es y sobre cómo tratar con él. En cierta
medida sé que es una persona destrozada —ahora lo veo claramente—, y eso resulta
desgarrador y agotador a la vez. A partir de los pocos retazos de información sobre su
vida que me ha dado, entiendo por qué. Un niño que no recibió el amor que necesitaba;
un entorno de malos tratos espantoso; una madre incapaz de protegerle y que murió
delante de él.
Me estremezco. Mi pobre Cincuenta… Soy suya, pero no para tenerme
encerrada en una jaula dorada. ¿Cómo voy a conseguir que entienda eso?
Sintiendo un gran peso en el corazón, me pongo sobre el regazo uno de los
manuscritos que Jack quiere que resuma y sigo leyendo. No se me ocurre ninguna
solución sencilla para el problema del control enfermizo de Harry. Tendré que
hablarlo con él más tarde, cara a cara.
Al cabo de media hora, Jack me envía un documento que debo adecentar y
pulir para que mañana puedan imprimirlo a tiempo para el congreso. Eso me llevará
toda la tarde e incluso hasta la noche. Me pongo a ello.
Cuando levanto la vista, son más de las siete y la oficina está desierta,
aunque aún hay luz en el despacho de Jack. No me había dado cuenta de que todo el
mundo se había ido, pero ya casi he terminado. Le vuelvo a mandar el documento a
Jack para que lo apruebe, y reviso mi bandeja de entrada. No hay nada de Harry,
así que echo un vistazo rápido a mi BlackBerry, y justo en ese momento me sobresalta
su zumbido: es Harry .
—Hola —murmuro.
—Hola, ¿cuándo acabarás?
—Hacia las siete y media, creo.
—Te esperaré fuera.
—Vale.
Se le nota muy callado, nervioso incluso. ¿Por qué? ¿Estará temeroso de mi
reacción?
—Sigo enfadada contigo, pero nada más —susurro—. Tenemos que hablar
de muchas cosas.
—Lo sé. Nos vemos a las siete y media.
Jack sale de su despacho.
—Tengo que dejarte. Hasta luego.
Cuelgo.
Miro a Jack, que se acerca con aire despreocupado hacia mí.
—Necesito que hagas un par de cambios. Ya te he vuelto a enviar el
informe.
Mientras guardo el documento, se inclina sobre mí, muy cerca…
incómodamente cerca. Me roza el brazo con el suyo. ¿Por accidente? Yo retrocedo,
pero él finge no darse cuenta. Su otra mano descansa en el respaldo de mi silla y me
toca la espalda. Yo me incorporo para no apoyarme en el respaldo.
—Páginas dieciséis y veintitrés, y ya estará —murmura con la boca a unos
centímetros de mi oreja.
Su proximidad me produce una sensación desagradable en la piel, pero
procuro ignorarla. Abro el documento y empiezo a introducir los cambios, nerviosa. Él
sigue inclinado sobre mí, y todos mis sentidos están en alerta máxima. Resulta muy
molesto e incómodo, y por dentro estoy chillando: ¡Apártate!
—En cuanto esto esté hecho, ya se podrá imprimir. Ya organizarás eso
mañana. Gracias por quedarte hasta tarde para terminarlo,_______.
Su voz es suave, amable, como si estuviera acechando a un animal herido.
Se me revuelve el estómago.
—Creo que lo mínimo que puedo hacer es recompensarte con una copa
rápida. Te la mereces.
Me coloca detrás de la oreja un mechón de pelo que se ha desprendido del
recogido, y me acaricia suavemente el lóbulo.
Yo me encojo, apretando los dientes, y aparto la cabeza. ¡Maldita sea!
Harry tenía razón. No me toques.
—De hecho, esta noche no puedo.
Ni ninguna otra noche, Jack.
—¿Solo una rápida? —intenta persuadirme.
—No, no puedo. Pero gracias.
Jack se sienta en el borde de mi mesa y frunce el ceño. En el interior de mi
cabeza suena con fuerza una alarma. Estoy sola en la oficina. No puedo marcharme.
Inquieta, echo un vistazo al reloj. Faltan cinco minutos para que llegue Harry.
—Yo creo que formamos un gran equipo, ______. Siento no haber podido
conseguir lo del viaje a Nueva York. No será lo mismo sin ti.
Seguro que no. Sonrío débilmente, porque no se me ocurre qué decir. Y por
primera vez en todo el día, siento un ligerísimo alivio por no poder ir.
—¿Así que has tenido un buen fin de semana? —pregunta suavemente.
—Sí, gracias.
¿Qué pretende con esto?
—¿Viste a tu novio?
—Sí.
—¿A qué se dedica?
Es el amo de tu culo…
—A los negocios.
—Interesante. ¿Qué clase de negocios?
—Oh, está metido en asuntos muy diversos.
Jack ladea la cabeza y se inclina hacia mí, invadiendo mi espacio
privado… otra vez.
—Estás muy evasiva, _________.
—Bueno, telecomunicaciones, industria y agricultura.
Jack arquea las cejas.
—Cuántas cosas… ¿Para quién trabaja?
—Trabaja por cuenta propia. Si el documento te parece bien, me gustaría
marcharme, si estás de acuerdo.
Se aparta. Mi espacio privado vuelve a estar a salvo.
—Claro. Perdona, no pretendía retenerte —miente.
—¿A qué hora cierra el edificio?
—El vigilante está hasta las once.
—Bien.
Sonrío, y mi subconsciente se recuesta en su butaca, aliviada de saber que
no estamos solos en el edificio. Apago el ordenador, cojo el bolso y me levanto, lista
para irme.
—¿Te gusta, entonces? ¿Tu novio?
—Le quiero —contesto, y miro directamente a los ojos de Jack.
—Ya. —Jack tuerce el gesto y se levanta de mi escritorio—. ¿Cómo se
apellida?
Enrojezco.
—Styles.Harry Styles—mascullo.
Jack se queda con la boca abierta.
—¿El soltero más rico de Seattle? ¿Ese Harry Styles?
—Sí. El mismo.
Sí, ese Harry Styles, tu futuro jefe, que se te merendará si vuelves a
invadir mi espacio privado.
—Ya me pareció que me era familiar —dice Jack, sombrío, y vuelve a
levantar una ceja—. Bien, pues es un hombre con suerte.
Me lo quedo mirando. ¿Qué contesto a eso?
—Que pases una buena noche, _________.
Jack sonríe, pero esa sonrisa no se refleja en sus ojos, y regresa a toda
prisa a su despacho sin volver la vista.
Suspiro, aliviada. Bien, puede que este problema ya esté solucionado.
Cincuenta ha vuelto a obrar su magia. Su nombre me basta como talismán, y ha hecho
que ese hombre se retirara con la cola entre las piernas. Me permito una sonrisita
victoriosa. ¿Lo ves, Harry? Incluso tu nombre me protege; no tienes que molestarte
en tomar esas medidas tan drásticas. Ordeno mi mesa y miro el reloj. Harry ya debe
de estar fuera.
El Audi está aparcado en la acera, y Taylor se apresura a bajar para
abrirme la puerta de atrás. Nunca me he alegrado tanto de verle, y entro a toda prisa en
el coche para guarecerme.
Harry está en el asiento de atrás, y clava en mí sus ojos, muy abiertos y
prudentes. Con la mandíbula tensa y prieta, preparado para mi rabia.
—Hola —musito.
—Hola —contesta con cautela.
Se me acerca, me coge la mano y la aprieta fuerte, y se me derrite un poco
el corazón. Estoy muy confusa. Ni siquiera he decidido qué tengo que decirle.
—¿Sigues enfadada?
—No lo sé —murmuro.
Él levanta mi mano y me acaricia los nudillos con besos livianos y
delicados.
—Ha sido un día espantoso —dice.
—Sí, es verdad.
Pero, por primera vez desde que se fue a trabajar esta mañana, empiezo a
relajarme. Solo estar con él es como un bálsamo relajante, y todos esos líos con Jack, y
el intercambio de e-mails beligerantes, y el incordio añadido que supone Elena, se
desvanecen. Solo estamos yo y mi controlador obsesivo, en la parte de atrás del coche.
—Ahora que estás aquí ha mejorado —dice en voz baja.
Seguimos sentados en silencio mientras Taylor avanza entre el tráfico
vespertino, ambos meditabundos y contemplativos; pero noto que Harry también se
va relajando lentamente, mientras pasa el pulgar suavemente sobre mis nudillos con un
ritmo tenue y calmo.
Taylor nos deja en la puerta del edificio del apartamento, y ambos nos
refugiamos rápidamente en el interior. Harry me coge la mano mientras esperamos
el ascensor, y sus ojos controlan la entrada del edificio.
—Deduzco que todavía no habéis encontrado a Leila.
—No. Welch sigue buscándola —reconoce, consternado.
Llega el ascensor y entramos. Harry baja la vista hacia mí con sus ojos
Verdes inescrutables. Oh, está sencillamente guapísimo, con el pelo alborotado, la
camisa blanca, el traje oscuro. Y de repente ahí está, surgida de la nada, esa sensación.
Oh, Dios… el anhelo, el deseo, la electricidad. Si fuera visible, sería una intensa aura
azul a nuestro alrededor y extendiéndose entre los dos; es algo muy fuerte. Él me mira y
separa los labios.
—¿Tú lo sientes? —musita.
—Sí.
—Oh, __________.
Con un leve gruñido, me agarra y sus brazos se deslizan a mi alrededor, y
poniendo una mano en mi nuca inclina mi cabeza hacia atrás, mientras sus labios
buscan los míos. Hundo los dedos en su cabello y le acaricio la mejilla, mientras él me
empuja contra la pared del ascensor.
—Odio discutir contigo —jadea pegado a mi boca, y su beso tiene una
cualidad de pasión y desespero que es un reflejo de lo que yo siento.
El deseo estalla en mi cuerpo, toda la tensión del día buscando una salida,
presionando contra él, exigiendo más. Somos solo lenguas y aliento y manos y caricias,
y una sensación dulce, muy dulce. Pone la mano en mi cadera y me levanta la falda,
bruscamente. Sus dedos me acarician los muslos.
—Santo Dios, llevas medias —masculla con asombro reverente, mientras
con el pulgar me acaricia la piel por encima de la línea de la media—. Quiero ver esto
—suspira, y me levanta completamente la falda, descubriendo la parte superior de mis
muslos.
Da un paso atrás y aprieta el botón de parada, y el ascensor se detiene poco
a poco entre los pisos veintidós y veintitrés. Tiene los ojos turbios, los labios
entreabiertos y respira con dificultad, como yo. Nos miramos fijamente, sin tocarnos.
Yo agradezco el sostén de la pared que tengo detrás, mientras me deleito en el
atractivo sensual y carnal de este hermoso hombre.
—Suéltate el pelo —ordena con voz ronca. Yo levanto la mano y libero mi
melena, que cae como una nube densa alrededor de los hombros hasta mis senos—.
Desabróchate los dos botones de arriba de la blusa —murmura, con los ojos muy
abiertos.
Me hace sentir tan lasciva… Alargo una mano ansiosa y desabrocho los dos
botones, y la parte superior de mis pechos queda seductoramente a la vista.
Él traga saliva.
—¿Tienes idea de lo atractiva que estás ahora mismo?
Yo me muerdo el labio con toda la intención. Él cierra un segundo los ojos,
y luego vuelve a abrirlos, ardientes. Avanza y apoya las manos en las paredes del
ascensor, a ambos lados de mi cara. Está todo lo cerca que puede, sin tocarme.
Levanto el rostro para mirarle a los ojos, y él se inclina y me acaricia la
nariz con la suya: ese es el único contacto entre los dos. Estoy tan excitada, encerrada
en este ascensor con él. Le deseo… ahora.
—Yo creo que sí, señorita Steele. Yo creo que le gusta volverme loco.
—¿Yo te vuelvo loco? —susurro.
—En todos los sentidos, ________. Eres una sirena, una diosa.
Y se acerca, me coge una pierna por encima de la rodilla y se la coloca
alrededor de la cintura, de modo que ahora estoy de pie sobre una pierna y apoyada
contra él. Le siento pegado a mí, le noto duro y anhelante sobre el vértice de mis
muslos, mientras desliza los labios por mi garganta. Gimo y le rodeo el cuello con los
brazos.
—Voy a tomarte ahora —masculla, y, en respuesta, arqueo la espalda y me
pego a él, anhelando el contacto.
Del fondo de su garganta surge un quejido ronco y quedo, y cuando se
desabrocha la cremallera me excito aún más.
—Abrázame fuerte, nena —murmura, y como por arte de magia saca un
envoltorio plateado que sostiene frente a mi boca.
Yo lo cojo con los dientes, él tira, y lo rasgamos entre los dos.
—Buena chica. —Se aparta ligeramente para ponerse el condón—. Dios,
estos próximos seis días se me van a hacer eternos —dice con un gruñido, y me mira
con los ojos entreabiertos—. Espero que no les tengas demasiado cariño a estas
medias.
Las rasga con dedos expertos y se desintegran entre sus manos. La sangre
bombea frenética por mis venas y jadeo de deseo.
Sus palabras son embriagadoras, y olvido la angustia que he pasado durante
el día. Y solo somos él y yo, haciendo lo que mejor hacemos. Sin apartar sus ojos de
mí, Harry se hunde despacio en mi interior. Mi cuerpo cede y echo la cabeza hacia
atrás, con los ojos cerrados, gozando de sentirle dentro. Él se retira y entra de nuevo,
muy lento, muy suave. Gimo.
—Eres mía, ________ —susurra pegado a mi cuello.
—Sí. Tuya. ¿Cuándo te convencerás? —jadeo.
Él gruñe y empieza a moverse, a moverse de verdad. Y yo sucumbo a su
ritmo incesante, saboreo cada embestida, hacia delante y hacia atrás, su respiración
entrecortada, su necesidad de mí reflejando la mía de él.
Esto hace que me sienta poderosa, fuerte, deseada, amada… amada por este
hombre fascinante, complicado, a quien yo también amo con todo mi corazón. Él
empuja más y más fuerte, sin aliento, y se pierde en mí mientras yo me pierdo en él.
—Oh, nena —gime Harry, rozándome el mentón con los dientes, y
alcanzo un intenso orgasmo. Él se para, me sujeta fuerte, y también llega al clímax
mientras susurra mi nombre.
Ahora que Harry, exhausto y tranquilo, ha recuperado el aliento, me
besa con ternura. Me mantiene de pie contra la pared del ascensor, tenemos las frentes
pegadas, y siento mi cuerpo como de gelatina, débil, pero gratificado y saciado por el
orgasmo.
—Oh, Ana —susurra—. Te necesito tanto.
Me besa la frente.
—Y yo a ti, Harry.
Me suelta, me alisa la falda y me abrocha los dos botones del escote de la
blusa. Luego marca una combinación numérica en el panel y vuelve a poner en marcha
el ascensor, que arranca bruscamente y me lanza a sus brazos.
—Taylor debe de estar preguntándose dónde estamos —dice sonriendo con
malicia.
Oh, no… Me paso los dedos por el pelo alborotado en un vano intento de
disimular la evidencia de nuestro encuentro sexual, pero enseguida desisto y me hago
una coleta.
—Ya estás bien —dice Harry con una mueca de ironía, mientras se sube
la cremallera del pantalón y se mete el condón en el bolsillo.
Y una vez más vuelve a ser la imagen personificada del emprendedor
americano, aunque en su caso la diferencia es mínima, porque su pelo casi siempre
tiene ese aspecto alborotado. Ahora sonríe relajado y sus ojos tienen un encantador
brillo juvenil. ¿Todos los hombres se apaciguan tan fácilmente?
Se abre la puerta, y Taylor está allí esperando.
—Un problema con el ascensor —musita Harry cuando salimos.
Yo soy incapaz de mirar a la cara a ninguno de los dos, y cruzo a toda prisa
la puerta doble del dormitorio de Harry en busca de una muda de ropa interior.
* * *
Cuando vuelvo, Harry se ha quitado la chaqueta y está sentado en la
barra del desayuno charlando con la señora Jones. Ella sonríe afable y dispone dos
platos de comida caliente para nosotros. Mmm, huele muy bien: coq au vin, si no me
equivoco. Estoy hambrienta.
—Espero que les guste, señor Styles, ________ —dice, y se retira.
Harry saca una botella de vino blanco de la nevera, y nos sentamos a
cenar. Me cuenta lo cerca que está de perfeccionar un teléfono móvil con energía solar.
Está animado y emocionado con el proyecto, y entonces sé que su día no ha ido tan mal
del todo.
Le pregunto por sus propiedades. Sonríe irónico, y resulta que solo tiene
apartamentos en Nueva York, en Aspen, y el del Escala. Nada más. Cuando
terminamos, recojo su plato y el mío y los llevo al fregadero.
—Deja eso. Gail lo hará —dice.
Me doy la vuelta y le miro, y él me responde fijando sus ojos en mí.
¿Llegaré a acostumbrarme a que alguien limpie lo que voy dejando por ahí?
—Bien, ahora que ya está más dócil, señorita Steele, ¿hablaremos sobre lo
de hoy?
—Yo opino que el que está más dócil eres tú. Creo que se me da bastante
bien eso de domarte.
—¿Domarme? —resopla, divertido. Cuando yo asiento, arruga la frente
como si meditara mis palabras—. Sí, _________, quizá si se te dé bien.
—Tenías razón sobre Jack —digo entonces en voz baja y seria, y me
inclino sobre la encimera de la isla de la cocina para estudiar su reacción.
A Harry le cambia la cara y se le endurece la mirada.
—¿Ha intentado algo? —pregunta con una voz gélida y letal.
Yo niego con la cabeza para tranquilizarle.
—No, Harry, y no lo hará. Hoy le he dicho que soy tu novia, y enseguida
ha reculado.
—¿Estás segura? Podría despedir a ese cabrón —replica Harry.
Envalentonada por el vino, suspiro.
—Sinceramente, Harry, deberías dejar que yo solucione mis problemas.
No puedes prever todas las contingencias para intentar protegerme. Resulta asfixiante,
Harry. Si no dejas de interferir a todas horas, no progresaré nunca. Necesito un
poco de libertad. A mí jamás se me ocurriría meterme en tus asuntos.
Él se me queda mirando.
—Yo solo quiero que estés segura y a salvo, ________. Si te pasara algo,
yo…
Se calla.
—Lo sé, y entiendo por qué sientes ese impulso de protegerme. Y en parte
me encanta. Sé que si te necesito estarás ahí, como yo lo estaré por ti. Pero si
albergamos alguna esperanza de futuro para los dos, tienes que confiar en mí y en mi
criterio. Claro que a veces me equivocaré, que cometeré errores, pero tengo que
aprender.
Me mira fijamente, con una expresión ansiosa que me incita a acercarme a
él, hasta colocarme de pie entre sus piernas, mientras sigue sentado en el taburete de la
barra. Le cojo las manos para que me rodee con ellas, y luego apoyo las mías en sus
brazos.
—No puedes interferir en mi trabajo. No está bien. No necesito que
aparezcas como un caballero andante para salvarme. Ya sé que quieres controlarlo
todo, y entiendo el porqué, pero no puedes hacerlo siempre. Es una meta imposible…
tienes que aprender a dejar que las cosas pasen. —Le acaricio la cara con una mano
mientras él me observa con los ojos muy abiertos—. Y si eres capaz de hacer eso, de
concederme eso, vendré a vivir contigo —añado en voz baja.
Inspira bruscamente, sorprendido.
—¿De verdad?
—Sí.
—Pero si no me conoces…
Frunce el ceño y de pronto parece ahogado y aterrado por la emoción, algo
totalmente impropio de Cincuenta.
—Te conozco lo suficiente, Harry. Nada de lo que me cuentes sobre ti
hará que me asuste y salga huyendo. —Le paso los nudillos por la mejilla suavemente.
Su rostro pasa de la angustia a la duda—. Pero si pudieras dejar de presionarme… —
suplico.
—Lo intento,________. Pero no podía quedarme quieto y dejar que fueras
a Nueva York con ese… canalla. Tiene una reputación espantosa. Ninguna de sus
ayudantes ha durado más de tres meses, y nunca se han quedado en la empresa. Yo no
quiero eso para ti, cariño. —Suspira—. No quiero que te pase nada. Me aterra la idea
de que te hagan daño. No puedo prometerte que no interferiré, no, si creo que puedes
salir mal parada. —Hace una pausa y respira hondo—. Yo te quiero, ___________-.
Utilizaré todo el poder que tengo a mi alcance para protegerte. No puedo imaginar la
vida sin ti.
Madre mía. La diosa que llevo dentro, mi subconsciente y yo miramos
boquiabiertas y estupefactas a Cincuenta.
Tres palabritas de nada. Mi mundo se paraliza, vacila, y luego empieza a
girar sobre un nuevo eje; y yo saboreo el momento mirando sus sinceros y hermosos
ojos verdes.
—Yo también te quiero,Harry.
Y le beso, y el beso se intensifica.
Taylor, que ha entrado sin que le viéramos, carraspea. Harry se echa
hacia atrás, sin dejar de mirarme intensamente. Se pone de pie y me rodea la cintura
con el brazo.
—¿Sí? —le espeta a Taylor.
—La señora Lincoln está subiendo, señor.
—¿Qué?
Taylor se encoge de hombros a modo de disculpa. Harry respira hondo y
sacude la cabeza.
—Bueno, esto se pone interesante —masculla. Y me dedica una mueca de
resignación.
¡Maldita sea! ¿Por qué no nos dejará en paz esa condenada mujer?
CarolineR2
CarolineR2


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50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA - Página 5 Empty Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA

Mensaje por smokestilos Vie 21 Dic 2012, 1:50 am

Nueva lectora!

Madre mía, me he leído el primer libro (tu adaptación) y el comienzo de este, síguela.. me encanta!
smokestilos
smokestilos


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50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA - Página 5 Empty Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA

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